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Laura Isabel Barbosa Díaz

Primer Informe. Humano demasiado Humano


Introducción:
Este texto busca dar cuenta de la lectura de los últimos parágrafos (629-638) del primer
volumen de Humano, demasiado humano, atravesando lo que para mí son sus tres ejes
temáticos principales: las convicciones y la justicia, la posesión de la verdad como absoluto
y el valor del método científico. Al final concluiré con algunas de mis propias percepciones
acerca del texto y de su autor. Si bien las ideas nietzscheanas no se decantan de una vez y
para siempre como el estilo académico conceptual, esto no implica un sistema que se arma
solo dentro de su pensamiento. El poder apreciar su contenido implica pasar una y otra vez,
bordeando, rumiando tales ideas.

Parte I. Las convicciones y la justicia

En esta parte Nietzsche confronta aquellas ideas que se encuentran fundadas en la exigencia
de mantener un juicio en sobriedad, el cual ha sido formulado bajo la desmesura de la
pasión. Esta se convierte en exigencia producida por el afán del reconocimiento social y la
vanidad, y por tal razón en “enemiga de la verdad”; una enemiga tal, que es superior a la
propia mentira. Es menester vivir, y así mismo pensar, sin temor a traicionarse a sí mismo,
sin temor a la impureza y ser cuerpo que filosofa con el martillo. Para hacer justicia al
pensamiento y sus potencias, es preciso la profunda investigación que modifica y moviliza
las ideas al punto de la certeza del cosmos en su devenir material. La exigencia del hombre
de convicciones no puede acceder al método científico, cuando es la obligación y la
fidelidad lo que lo mantiene inamovible y equivocado. Es por tal razón que solo se puede
hacer justicia de la verdad cuando es la propia vida la que se abre paso en el cambio. Sin
embargo, aquellos que buscan ser los mayores defensores de la verdad petrifican y
convierten la vida en algo aburrido y simplón. Todo fanático es tosco y desmedido con sus
pasiones, a tal punto que lo comunicable no es más que evidencia de un sometimiento y
servilismo de aquel que se siente cómodo y ya no se examina, perezoso ante el
cuestionamiento y la investigación. Es propio de la personalidad del artista-religioso
apreciar la desmesura de las pasiones y sus satisfacciones insufladas por la ilusión y una
ciega ilusión que renuncia a la posibilidad del autoconocimiento y la cautela que permite
devenir ese ser superior que ya se es. Sin embargo, Nietzsche se reafirma en la importancia
de no tener temor a ser traidor incluso de sí mismo y de nuestros ideales, ya que no puede
superar una época a otra, sin que esta traición haya acontecido. Es cuando se renuncia a esta
posibilidad que el mundo se convierte es espectro de sí mismo, y la verdad un patrón
heredado de valoración errada y una sobrevaloración de lo que se ha sufrido por
conservarlo.

Parte II. La posesión de la verdad como absoluto

La verdad como absoluto implica un juicio sobre la vida. Y este interés, que es particular e
impuesto, da aliento a la fidelidad en las propias convicciones. Sin embargo, para Nietzsche
esto no es más que la irracionalidad que busca que las grandes y nefastas máquinas,
productos que la misma humanidad se ha creado y que se han convertido a los individuos
en peones remplazables en procura de realizarse a ellas mismas, se continúen
reproduciendo eternamente. Tener el sentimiento inquebrantable de la existencia de tales
verdades absolutas es útil a los regímenes de dominación. Es preciso hacerse las
herramientas que nos ayuden a librarnos de la moralina cristiana presente en aquellos
intelectuales y científicos que se hacen ególatras de sí mismos y afianzan la convicción de
poseer la verdad. Éstos, que se hacen servidores de seriedad occidentalizada, muy lejos de
la presencia que pone al cuerpo como garante de la experiencia de la verdad, no buscan
afirmarse en su devenir, sino acallar las propias potencias del cuerpo en procura de la
conservación de ese pathos desmedido propio de la expresión dogmática. La finura de aquel
que busca la verdad, y no el regodeo de sus convicciones, no querría tener que tener la
razón y temor a ser refutado, dado que ha sido justamente la convicción y la fe los garantes
de la violencia a lo largo de la historia. Esta resistencia e inmutabilidad es propia de lo que
llama “culturas atrasadas”, condición del triunfo cristiano que ha despojado del cuerpo la
posibilidad de verdad, trasladándola a ideas que habitan por fuera del mundo, y que en la
secularización científica se ha traducido en una racionalidad estéril y pávida ante la vida.

Parte III. El valor del método científico

El método científico, para Nietzsche, tuvo su mayor poder y avance en las épocas donde el
conflicto entre diferentes convicciones no acalló unas a otras, sino que la incesante
búsqueda de razones devino en la sofisticación de los métodos y la prudencia de sus
precursores. Observarse a sí mismo implica una gran fortaleza para ir en contra también de
ese sí mismo, y por esto, Nietzsche observa que el amigo siempre será ese enemigo que
moviliza el propio devenir del (auto)conocimiento. La sabiduría no está reducida en un
movimiento puro de la racionalidad como si no pudiera brotar de ella cuando se tienen las
manos abonadas y sucias con la tierra fértil del cuerpo y de la vida. Esta búsqueda de la
verdad que es metódica, suave y cauta, que moviliza el pensamiento a umbrales siempre
por conocer, precisa de un espíritu libre que impida hipostasiar y petrificar el conocimiento
vital (bola de nieve pensante). Esta forma de la investigación científica aplica tanto para el
conocimiento intelectual como el práctico, desde la filología hasta los fenómenos naturales.
Pero el problema de la filosofía ha sido el haber quedado reducida a una academia basada
en la competencia de los egos. Su invocación materialista destruye las dicotomías que se ha
impuesto como barreras entre el conocimiento y la vida. Y carece de remordimiento al
momento de cuestionar e incomodar lo sabido. Aquellos que se encuentran poseídos por
sus convicciones no podrán tener más criterios intelectuales que aquellos basado en la fe sin
razones, juzgando las consecuencias, y a partir de éstas ultimar si está justificado o no; más
aún, el valor de la ciencia no puede ser medible por sus resultados, sino en la tenacidad de
su proceso, por la rigurosidad en encontrar el método adecuado según su fin. Develar el
error y por tanto mantener una posición cauta y escéptica hace parte del ánimo científico
que habría que aprender. Sin embargo, vemos como son las convicciones las que se llevan
el triunfo en la gran mayoría

Conclusiones. Caminante son tus huellas el camino y nada más

El modo en el que los filósofos han pretendido acceder a la verdad ha venido en detrimento
de ella misma cuando se limita la mirada a la condición actual, cual idea flotante,
inmutable; y se establece al hombre dentro de un espacio-tiempo limitado como si fuera
una aeterna veritates. Es preciso una filosofía que se sitúe históricamente donde pueda
abrirse paso el devenir del ser, y combata su apariencia petrificada. En la medida que se
sacrifique el libre desarrollo de las ideas en procura del Estado, la Ciencia y todo lo que
implique la renuncia a ese sí mismo superior por una costumbre que se niega a otras y el
trasegar de la historia. Y así, al negar el devenir, continuamos padeciendo lo efectos
antiquísimos de ese pueblo y esa religión con oídos y vista “llenos de lodo” que idolatran
una filosofía de la muerte, una moral débil, esclava, “más almas que cuerpos”. El camino
crítico del filósofo está en un retorno a esa sabiduría que, en términos de las éticas clásicas,
viene dada desde y por el cuerpo. Nietzsche nos exhorta por el camino del
autoconocimiento, a deshacer la herencia maldita de aquella antigua religión que nos
enseña el descontento de la propia mismidad y la pena. Más aún esto no implica una
negación de lo sido, ni siquiera de la formación religiosa que alguna vez llegamos a tener,
sino en valorar cada paso que nos conduce al conocimiento.

Bibliografía:

Nietzsche, Friedrich. Obras completas vol. 3. Obras de madurez I. Madrid: Tecnos, 2014.

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