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Ana Pastor
En este sentido, la realidad se nos presenta como caos, como diferencia, nada hay igual,
eterno y permanente en ella. Al contrario que como lo plantearon filósofos como Platón, la
realidad no es, deviene. No obstante, del desconcierto que supone lo cambiante, surgió la
filosofía de Platón que defiende el alcance del conocimiento gracias a la dialéctica, así como
más tarde también lo haría Descartes con el cogito. Desde el punto de vista de ambos
autores, estos han duplicado el mundo: por un lado tenemos el mundo del devenir, pura
apariencia; y por el otro, el mundo del ser, el auténtico, el que vale la pena. Con ese
dualismo ontológico, Platón asentó su filosofía en dos principios básicos: que lo permanente
es superior a lo cambiante y que la razón es el camino para alcanzar el conocimiento. De
esta manera, los encargados de combatir la apariencia y el cambio, son los filósofos que,
por analogía a lo que los egipcios hacían con sus muertos, Nietzsche llama filósofos-momia.
Unos filósofos que confían en los conceptos abstractos tanto como desconfían en los
sentidos.
La cultura occidental cree que ha generado el más grande progreso que la humanidad
jamás conoció. Para conseguirlo fue necesario pasar del mito al logos. Sólo así parecía
posible acceder a la Verdad, a la Justicia, al Bien universal. Nuestra experiencia inmediata
lo es de aquel mundo sensible, distinto a cada instante, despreciado por Platón. Por eso,
Occidente necesita desprestigiar el movimiento, negar la diferencia radical de lo que
acontece. Y para ello nada mejor que renegar de los sentidos y construir realidades
ultramundanas. Los valores eternos se encuentran tras los velos más o menos opacos, en
algún sitio no aprehensible para los sentidos y sólo la Razón será capaz de descubrirlos.
Los cimientos de la construcción del mundo irreal producto del miedo son rápidamente
cubiertos bajo un manto de racionalidad que permite convertir lo que es sólo una necesidad
vital en una verdad supuestamente objetiva, neutral que responde a parámetros universales
y no a una sociedad que empieza a mostrar síntomas de decadencia. La filosofía, la religión
y la moral occidental son síntomas de decadencia.
Según Nietzsche la sociedad occidental camina hacia el vacío de sentido (el nihilismo). La
civilización occidental está enferma. A medida que se vaya dando cuenta de la falsedad de
sus creencias, cuando comprenda que su logos era sólo la imposición de un mito, se irá
desintegrando. Nietzscge intenta precipitar el proceso de degradación porque para sanar es
necesario acelerar el proceso de infección. El hombre del rebaño es incapaz de resucitar a
la cultura occidental, pues para eso hace falta crear nuevos valores y sólo los espíritus
libres pueden hacerlo.
En este sentido, para Nietzsche no existen los fenómenos morales en tanto que sólo son
una interpretación moral de los fenómenos que cada individuo hacemos. De este modo, el
criterio para determinar el bien y el mal está en la voluntad de poder: lo bueno será lo que
favorece la vida y lo malo, aquello que la degenera; quedando los valores morales como
aparentes frente a los fisiológicos y considerándose los juicios morales como síntomas de
salud que señalarán la una u otra moral que tenemos en función de nuestra potencia de
vida. En definitiva, el inmoralismo de Nietzsche se puede entender como una naturalización
de la moral.
Finalmente, Nietzsche, señala los tres errores en los que ha caído la ética occidental: el
dogmatismo moral, que considera los valores morales como transcendentes, objetivos y
absolutos; el antivitalismo, esto es, que las normas morales van en contra de las tendencias
básicas de la vida; y por último, el intelectualismo, impuesto en la cultura europea desde los
tiempos de Sócrates, según el cual es conocimiento lleva a la virtud (razón=virtud=felicidad).
Por otro lado, lo dicho sobre la moral nos sirve, aumentado para la religión: para Nietzsche
no hay necesidad de Dios, sólo algunos lo necesitan, pues sin él no podrían soportar la
existencia. Luego, la religión enferma al hombre sano y destruye al hombre ya enfermo.
No todas las religiones tienen la misma valoración para Nietzsche. La más apreciada es la
pagana que no infravalora lo humano ante lo divino y que no niega la multiplicidad de
impulsos vitales. Las menos apreciadas son las religiones monoteístas, estas religiones son
enemigas de la tierra, de la vida y de las pasiones.
Nietzsche distingue dos tipos diferentes de religión: las Religiones afirmativas: Respetan
más la vitalidad natural y no malogra lo superior. Son el fruto de la experiencia de la historia
de la humanidad, no crean nada que no haya sucedido a nuestro lado y las Religiones
negativas: Son ejemplos extremos de la moral de esclavos. Nos centramos en el
cristianismo porque es la determinante en la historia de la cultura occidental y a la que
nuestro autor dedica más reflexión. Para Nietzsche el ateísmo es el instinto del hombre
fuerte. La religión, por el contrario, el instinto del hombre débil. Nietzsche sitúa como más
válidas las politeístas ya que, al tener varios dioses se someten, en cierta manera, a la
pluralidad de la verdad, más afín al relativismo. Mientras que la monoteísta, con un solo
dios, se ciñe a una única verdad absoluta. Sin embargo, para Nietzsche es mejor ser ateo
puesto que el ateísmo, es el instinto del hombre fuerte y la religión, el instinto del débil.
3- LA MUERTE DE DIOS:
Cuando Nietzsche predica la muerte de Dios no quiere decir que Dios haya existido y
después haya muerto (un absurdo). Esta tesis señala simplemente que la creencia en Dios
ha muerto, expresa el fin de toda creencia en entidades absolutas. Veamos los principales
aspectos de esta concepción:
2) La creencia en Dios sirve para dar un consuelo a los hombres de la miseria y sufrimiento
existente en este mundo; es una consecuencia de la vida decadente e incapaz de aceptar el
mundo en su dimensión trágica; la idea de Dios es un refugio para los que no pueden
aceptar la vida.
4) “Concepto de Dios”: Nietzsche se refiere al dios del cristianismo, pero también a todo
aquello que puede sustituirle, porque Dios no es una entidad sino un lugar, una figura
posible del pensamiento, representa lo Absoluto. Dios es la metáfora para expresar la
realidad que se presenta como la Verdad y el Bien, como el supuesto ámbito objetivo que
puede servir de referente a la existencia por encontrarse más allá de ésta y darle un
sentido. Todo aquello que sirve a los hombres para dar un sentido a la vida, pero que sin
embargo se pone fuera de la vida, es semejante a Dios: la Naturaleza, el Progreso, la
Revolución, la Ciencia, tomadas como realidades absolutas son el análogo a Dios. Cuando
Nietzsche declara que Dios ha muerto quiere indicar que los hombres viven desorientados,
que ya no sirve el horizonte último en el que siempre se ha vivido, que no existe una luz que
nos pueda guiar de modo pleno.
Matar a Dios es matar al Dios cristiano ,al ente metafísico creado por los hombres para
vencer el miedo antelo experimentado. Pero es también eliminar toda instancia absoluta
propia de un mundo metafísico; es matar la Razón, la Verdad, el ideal ascético, las
costumbres burguesas…La muerte de Dios es la muerte de una cultura. El asesino de
Dios, pretende conquistar su libertad, pero aún no es capaz de crear nuevos valores, pues
está dominado por la venganza. Sabe de qué quiere ser libre, pero no sabe para qué quiere
ser libre. Está lleno de odio hacia el camello y todo su pensamiento se dirige a devorarlo. Es
necesario que el león se ría, precisamos una nueva metamorfosis. Nietzsche con dicha
“muerte” podemos vivir sin lo absoluto, en la “inocencia del devenir”. De ahí que la muerte
de Dios sea la condición para la aparición del superhombre.
El siguiente texto de “La gaya ciencia” es el que mejor expresa su idea de la muerte de
Dios: “¿No habéis oído hablar de ese hombre loco que, en pleno día, encendía una linterna
y echaba a correr por la plaza pública, gritando sin cesar, “busco a Dios, busco a Dios”?
Como allí había muchos que no creían en Dios, su grito provocó la hilaridad. “Qué, ¿se ha
perdido Dios?”, decía uno. “¿Se ha perdido como un niño pequeño?”, preguntaba otro. “¿O
es que está escondido? ¿Tiene miedo de nosotros? ¿Se ha embarcado? ¿Ha emigrado?”
Así gritaban y reían con gran confusión. El loco se precipitó en medio de ellos y los traspasó
con la mirada: “¿Dónde se ha ido Dios? Yo os lo voy a decir”, les gritó. ¡Nosotros lo hemos
matado, vosotros y yo! ¡Todos somos sus asesinos! Pero, ¿cómo hemos podido hacer eso?
…. Por último, arrojó al suelo la linterna, que se apagó y rompió en mil pedazos: “He llegado
demasiado pronto, dijo. No es aún mi hora. Este gran acontecimiento está en camino,
todavía no ha llegado a oídos de los hombres. Es necesario dar tiempo al relámpago y al
trueno, es necesario dar tiempo a la luz de los astros, tiempo a las acciones, cuando ya han
sido realizadas, para ser vistas y oídas. Este acto está más lejos de los hombres que el acto
más distante; y, sin embargo, ellos lo han realizado.”
En definitiva, matar a Dios es matar al Dios cristiano, creado por los hombres para vencer
el miedo ante lo experimentado. Pero es también eliminar todos los principios relativos a los
ultramundos que había creado Occidente de la mano de autores como Platón. La muerte de
Dios es la muerte de una cultura. La muerte de la decadente cultura occidental.
4 EL NIHILISMO Y EL SUPERHOMBRE
En este sentido, para Nietzsche, cuando nuestra cultura occidental se sepa engañada y
comprenda que los logos en realidad eran mitos, no podrá salvarse, todo estará perdido,
todo invadido por el pesimismo al que nuestro autor bautiza con el nombre de Nihilismo. El
nihilismo (nihil=nada) es la profecía que Nietzsche lanza sobre el futuro de Occidente. Es el
resultado final de la lógica de nuestros grandes valores e ideales que han implicado que la
civilización haya entrado en un profundo declive, convirtiéndose en improductiva y doliente,
fatigada de la vida.
Así pues, frente al nihilismo pasivo ya instalado en la cultura europea, reacciona Nietzsche
con un nihilismo activo, pues no sólo hace una dura crítica, sino que también propone una
salida. De este modo, en el lenguaje darwiniano de la época, Nietzsche afirma que el
hombre es un puente entre el mono y el superhombre. Luego, para explicar el tránsito del
nihilismo pasivo al superhombre, utiliza la metáfora de la triple metamorfosis. En primer
lugar nos encontramos al camello, símbolo de obediencia ciega, que se arrodilla ante su
amo, ejemplo de sacrificio y de humillación. Es el cristiano que carga resignadamente con
su cruz, es el humano occidental capaz de soportar las obligaciones sociales por pura
tradición y sentido del deber. Es, en definitiva, el que ha llevado a Occidente hacia el
nihilismo pasivo. Ha de ser eliminado y para eso el camello habrá de transformarse en león.
Los valores creados por la cultura occidental hacen referencia a un mundo engañoso, y
llegado el momento en el que se descubra la farsa, se romperá la ilusión. Esta cultura no
podrá salvarse cuando se sepa engañada y comprenda que todos sus logos eran mitos. En
este instante se encontrará vacía de sentido.
Frente al nihilismo pasivo, Nietzsche reacciona con un nihilismo activo. En su propuesta los
antiguos valores no se hunden por sí mismo, sino que son hundidos por la voluntad de
poder que dice no a esos valores. Una vez finalizada su tarea de derribo, libre de las
excrecencias cristianas y de los dioses menores de la razón moderna, el ser humano fuerte
estará en condiciones de crear nuevos valores desde el cuerpo y el instinto.
Para explicar el tránsito del nihilismo pasivo al superhombre utiliza la metáfora de la triple
metamorfosis. En primer lugar nos encontramos al camello, símbolo de obediencia ciega.
Es el que ha llevado a Occidente hacia el nihilismo pasivo. Ha de ser eliminado y para eso
el camello habrá de transformarse en león.
Una vez hemos matado a dios es el momento de la nueva valoración sobre la vida. Es la
esperanza de la gran aurora. Ni desencantamiento, ni desengaño; muerto Dios nos
consagramos en el más acá. Pero para esta labor el adecuado no es el león sino el niño.
Es un ser humano intuitivo, pasional, con capacidad para utilizar el dolor como trampolín de
la voluntad. Orgulloso, veleidoso, frío ante los sufrimientos humanos, sin compasión ni
misericordia, sólo interesado en trabajar su propia autoelevación.
Es el ser humano que se libera y crea su propia valoración del mundo dentro de un
entramado de micropoderes. Se trata de una liberación individual de una autoterapia, nada
tiene que ver con un cambio social ni con la solidaridad. La liberación consiste en la
recuperación del sentimiento en potencia.
La liberación es supuesta como una opción, como una decisión que ha de tomar cada cual
según vea sus fuerzas, en ningún caso aparece como modelo de verdad a imitar por todos
los hombres al estilo de la salida de la caverna platónica.
La convicción que le permite a Nietzsche tanto criticar como proponer una alternativa a la
cultura occidental se centra en la interrelación entre las nociones cruciales de voluntad de
poder y vida.
En este sentido, la voluntad de poder es la energía vital que nos lleva a adquirir el poder
sobre uno mismo, el entusiasmo o la pasión que nos empuja a realizar determinadas
acciones. La voluntad de poder es la energía vital que nos lleva a actuar con el fin de
autoafirmarnos. Es el entusiasmo o la pasión que nos empuja a realizar determinadas
acciones, la fuerza que nos lleva a crecer, a fortalecernos. No es querer el poder sino
adquirir poder sobre uno mismo.
En primer lugar, por su afán de superación, diferenciándose el que afirma “quiero existir”
(fuertes y ascendentes) y el que dice “no lo soporto” (débiles y descendentes).
En segundo lugar, por su relación con el dolor, siendo descendente y débil para quien su
propuesta sea aliviar el dolor a costa de negar la vida, no sufrir a cambio de no gozar.
Por último, por su trato con los instintos, siendo la vida ascendente la que asume el riesgo,
el peligro y reconduce toda fuerza hacia un mismo fin: nuestra autoafirmación.
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Opción 1: Superhombre
(Introducción) Por otra parte, una vez se asume el vitalismo de Nietzsche y hemos matado a
Dios, ahora ya podemos convertirnos en nuestros propios dioses y construir mundos a
nuestra imagen y semejanza. No obstante, ¿quién es el superhombre del que habla
Nietzsche? Pues bien, el último paso de la metamorfosis es la conversión del león en niño,
que ya no lucha contra nada, sino que disfruta de su propia existencia.
(Disertación 4)
(Introducción) Por otra parte, una vez se asume el vitalismo de Nietzsche, es necesario
ejecutar la muerte de Dios, acabando así el cristianismo, pues es el máximo causante de la
voluntad de poder débil de la cultura occidental.
(Disertación 3)
6- CRÍTICA AL MUNDO METAFÍSICO (LA VERDAD COMO METÁFORA)
La invención y la ficción son las poderosas armas del intelecto para crear un mundo apto
para la vida fatigada. La principal herramienta que emplea es el lenguaje. El resultado de
siglos de lenguaje tiene como consecuencia la dificultad de percibir el cambio. Nietzsche
desarrolla su opinión sobre el lenguaje a lo largo de los aforismos 5 y 6 que componen “La
“razón” en la filosofía" La fe en la gramática permite creer en el “mundo verdadero”. El
lenguaje llena la realidad de sustancias sujetos, causas-efectos, identidades… que en
ningún caso experimentamos. Permite una metafísica popular que, trabajada por los
filósofos-momia, acaba elaborando los mundos metafísicos: “la oposición de sujeto y objeto:
dejo esta distinción a los teóricos del conocimiento que han quedado presos en las trampas
de la gramática”.
Desarrollemos este apartado a partir de dos ejemplos utilizados por el mismo Nietzsche:
digo en noche de tormenta: “ el relámpago brilla”. Suena como algo obvio y que se
corresponde sin duda con lo experimentado. Pero si analizamos con detalle lo que estamos
diciendo veremos que no se corresponde con lo experimentado, sino con un mundo
metafísico. El resultado es que he convertido un acontecer que me han ofrecido los sentidos
en un mundo con sustancias (cosas ) y con causas y efectos.
La metafísica del pueblo la gramática, nos hacer creer que toda acción tiene detrás un
sujeto, un agente, cuando lo único que existe es la acción, el devenir, así pues, Descartes
intuye que se piensa y su intelecto consigue así una primera certeza metafísica.
Apoyándose en el lenguaje, afirma: yo pienso, luego existo. Si Descartes no hubiera tenido
miedo al devenir, nunca hubiera realizado tal descubrimiento.
Asimismo, las ilusiones metafísicas no aumentan nuestro conocimiento del mundo, pero nos
ayudan a adaptarnos a él y nos consuelan en nuestros fracasos de adaptación. Es decir, no
tienen valor cognoscitivo pero tienen valor adaptativo. Luego, para Nietzsche, Platón es un
farsante, pues no hay hechos, sólo interpretaciones. Al contrario de lo que Platón afirma, no
es posible el alcance del conocimiento ya que no tenemos medida de percepción correcta.
En esta línea, una interpretación cuenta con al menos tres influencias subjetivas: la
percepción sensorial, pues no hay percepción neutral, ya que todo punto de vista está
condicionado por los sentidos atravesados por una tarea selectiva e interpretativa. En
segundo lugar, las vivencias, es decir, todo lo vivido que condiciona la percepción.
Finalmente, los impulsos, que son las pulsiones, afectos e instintos. Por tanto, es este
carácter interpretativo de lo experimentado, lo que aleja a Nietzsche del empirismo.
Una filosofía que intente hablar del devenir tendrá que violentar la metafísica popular con un
nuevo estilo, un nuevo lenguaje. O, dada la dificultad para escapar del lenguaje, saber como
mínimo dónde están sus trampas para no enredarnos en ellas. Nietzsche pone en
entredicho todo el mundo metafísico creado por Occidente y lo reduce a palabrería hueca.
Las ilusiones metafísicas no aumentan nuestro conocimiento del mundo, pero nos ayudan a
adaptarnos a él y nos consuelan en nuestros fracasos de adaptación. No tienen valor
cognoscitivo pero tienen valor adaptativo, no hay verdad porque no hay mundo verdadero-
metafísico, sólo hay interpretaciones diversas. “El mundo no tiene un sentido detrás de sí
sino innumerables sentidos. Son nuestras necesidades las que interpretan el mundo”
No hay una única y verdadera perspectiva global, el todo es la totalidad de las perspectivas.
El mundo posee innumerables sentidos, uno por cada perspectiva que interpreta. La
perspectiva permite pregonar de nuevo las diferentes experiencias vitales que todo
concepto de verdad tiene como función recubrir.
La realidad se nos presenta como caos, como diferencia, nada hay igual, eterno y
permanente en ella. La realidad deviene.
El devenir es enigma y como todo enigma nos desconcierta, por esa razón podemos llegar
a odiarlo. La cultura occidental, la filosofía, ofrece la solución: dado que esta realidad nos la
muestran los sentidos digamos que los sentidos nos engañan y que nos conducen al error.
La realidad que nos muestran, la del devenir es apariencia: tras ella se encuentra la
verdadera realidad, la auténtica, aquella que alcanzamos gracias a la razón. Bien sea
mediante la dialéctica ( Platón), la fe( cristianismo), el cogito( Descartes) etc la razón nos
abre el mundo de “objetos” que permanecen sin variar y que permiten el conocimiento
verdadero. Ese mundo de objetos es lo que llamamos metafísica, en cuya base está la
creencia en una correspondencia a priori entre realidad y razón. Ese mundo creado por la
metafísica es, para ella, real, incondicionada y estable, aunque no está al alcance de la
percepción.
Hemos duplicado el mundo: por un lado tenemos el mundo del devenir, pura apariencia, por
el otro, el mundo del ser, el auténtico, el que realmente vale la pena. El dualismo antológico
de Platón se mantiene con diferentes matizaciones a lo largo de la historia de la filosofía,
pero siempre asentado en dos principios:
Ante la insistencia de los filósofos por defender el par asimétrico de realidades y la prioridad
del mundo verdadero frente al aparente, responderá Nietzsche: sólo hay devenir. Lo
aparente lo puedo experimentar, pero lo “verdadero” no es más que una construcción de la
razón, y la razón no es más que una forma grosera y simplificada de lo inconsciente, un
elemento secundario que de ningún modo puede establecerse como el valor supremo de la
existencia.
Si todo es devenir, entonces sustituiremos los dos principios anteriores por estos dos:
- No hay ningún sentido escondido por debajo o por encima del devenir
- No hay sentido alguno porque el devenir no da sentido
El mundo aparente sólo tiene sentido en relación con el verdadero. Si éste desaparece, no
podemos llamar al otro aparente, pues no es apariencia de nada. Por lo tanto,
desmascarado el “mundo verdadero”, reconvirtiendo en creación fantasmal humana, la
única realidad que nos queda es llamada “mundo aparente”, es decir, el del devenir. Un
devenir sin intención final, sin meta, privado de sentido.
En suma, los filósofos-momia son imputados por falsificaciones, pues simplifican la realidad,
reducen el devenir, lo solidifican. “Conocimiento y devenir se excluyen”