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Ya no hay mundos perdidos que recuperar, no hay posturas o gestos que agoten la
multiplicidad antinatural en la que devienen las cuerpas, que se recrean en la reproducción
de una norma que se interioriza para no morir, para vivir con malestar. Aquella que se sabe
monstruo eleva su vista sobre los límites de la humanidad, en procura de la habitabilidad de
formas-de-vida. Ad portas de un futuro clausurado para la acción política, pero de una
puesta en cuestión de una promesa moderna y de la superación de la situación precaria, se
hace preciso re-hacer, hibridar, parasitar la realidad. Una realidad que en términos heroicos,
es más bien siempre trágica.
En la fracasada modernidad y sus valores morales que han definido las categorías que han
procurado la clausura de ciertas formas, haciendo de ellas algo despreciable, se liberan
fractalidades que el mismo lenguaje procura, cuando es devorado y transformado en
códigos que son traducidos de una herencia colonial. En la medida que se rehacen los
signos, se propaga un proceso de estetización que profana la vida cuando esta adviene
imperativamente. Cuando se posibilita la creación de una propia ley, se crea un fundamento
propio que otorga nuevos sentidos, que emerge en la actualización del cuerpo que no cesa
nunca de enunciarse, que embiste constantemente la plasticidad con la que el cuerpo se
recrea teatralizando, como lugar en el que la norma se cita. Al hacer pasar por otra cosa,
las pervivencias de aquellxs cuerpxs diezmados, en el ethos barroco se enuncian desde su
propia marginalidad.
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El cuerpo como organismo vivo en el que se adecuan prótesis simbólicas y materiales de lo
que puede ser, la legalidad cuestionable de la realidad, siempre es contingente y arbitraria,
y rehace la subjetividad que da sentido al mundo. Mundo que no escapa a la transmutación
de los modos de representación: un incesante performance que dispone del cuerpo, como
lugar de enunciación lingüística encarnada: juego de un signo que deviene con la libertad
de determinar lo determinado. Es preciso pues encontrar formas que no sólo se soporten,
sino que se gocen como antinaturalidad monstruosa, voluntad de poder que traduce para su
supervivencia, y se manifiesta en lo que queda de fondo, en su forma. Una forma que se
encuentra siempre al límite de la vida.
Las categorías que nos han sido heredadas desde el poder colonial y que dotan de sentido la
ideas como la feminidad o la masculinidad, limitan al cuerpo que se encuentra expuesto a
significados y narrativas, incluso muchas veces a valores que lo lastiman. Practicar
libertades de lo que ha sido negado, estimular nuevas improntas inscritas por sí mismo, sin
que, por ejemplo, el cuerpo monstruoso se encuentre obligado a pasar, o a librarse de las
tensiones, sino que es expresión de un orden diferente en que los bordes últimos de la tierra
son figurados. Bordes, marginalidades que no se encuentran al servicio de un orden mayor,
más que para parodiarlo. Práctica de auto-deconstrucción, en el que los dispositivos que nos
hacen aparecer, no solo son soportados, sino amados. Así pues, la furia del que se sabe
derrotadx, la que hace que en el cuerpo despliega sus potencias, se ha de tomar como lo
más propio para una supervivencia
La migración de las imágenes que se desplazan a lo largo del tiempo, pero también del
espacio, nunca responde a un qué esencial, sino que es más bien una función siempre ligada
a la alteridad: de la misma manera que asistimos a una guerra en el lenguaje, asistimos a
una guerra en la imagen, y lo que queda en el fondo, es el cuerpo. Lo que hace de la
biomujer algo que no se espera, como su reaccionar violento que no se reduce a la defensa
de lo que le no le pertenece, como una supuesta feminidad natural a la cual defender; las
normas morales que han embestido al género y han restringido en el imaginario lo que es el
placer en el cuerpo, la tecnifiación de los regímenes de poder actuales, han poducido al
cuerpo feminizado que carga con los estereotipos que afianzan un mito, que no es más que
una formación política e ideológica.
Bibliografía:
Didi-Huberman, Georges. El punto de vista del síntoma: Warburg hacia Freud. En La
Imagen Superviviente - Historia del arte y tiempo de los fantasmas según Andy Warburg,
pp. 247-256.
Echeverría, Bolívar. 2010. En Modernidad y blanquitud. México.
Preciado, Beatriz. Qué es la contrasexualidad?. Manifiesto contrasexual, p. 15-39