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CASO:

CHAU, MARTINEZ
Escrito por Jorge Steiman

El Dr. Martínez es profesor de Psicología en una Universidad privada de


la ciudad de Buenos Aires. “Psicología General” es una cátedra común a varias
de las carreras de Profesorados que se dictan en esa Universidad. Está
conformada por un Profesor Titular, uno Asociado, un Adjunto y siete JTP con
dedicación de ayudantes de primera. El Dr. Martínez es el Adjunto desde hace
más de quince años.

La cátedra tiene un programa común para todas las carreras y en cada


una de ellas, trabajan uno o a lo sumo dos docentes al frente de un curso.
Nunca se reúnen como equipo de trabajo aunque todos ellos tienen conciencia
de pertenecer a la cátedra como tal. Y si bien comparten un mismo programa,
cada docente o dupla de docentes, prepara los trabajos prácticos y resuelve las
evaluaciones de modo independiente.

“Psicología General” es una materia de 6 horas, 3 de las cuales son


teóricas y 3 de trabajos prácticos o de campo, tal como se estipula el plan de
estudio.

Este año, cuando el Dr. Martínez se hizo presente en la Universidad para


comenzar con los cursos, se enteró que tenía la Comisión del Profesorado de
Educación Física junto a la JTP que habitualmente trabaja con él. Es la primera
vez que el Dr. Martínez tendrá la Comisión de Educación Física. Él hubiera
preferido la de Historia o Letras. Suele decir que esos alumnos son dedicados y
se compenetran más con los temas de la materia. Y supone, aún sin
experiencia previa, que los chicos y chicas de Educación Física serán más
difíciles de meter en tema.

Ingresó al aula para dar el teórico con su propio proyector y un portafolios


donde carga libros, apuntes, la notebook y algún parcial olvidado, como
siempre lo ha hecho y lo hará en cada clase. Se encontró con un curso de algo
así como 80 estudiantes.

Martínez (así lo llaman sus viejos alumnos al Doctor Martínez), da clases


casi siempre del mismo modo: se presenta diciendo: “Buenos días, soy el Dr.
Martínez, su profesor de Psicología”. Tras el saludo inicial, suele anticipar la
temática del día y la anuncia con voz potente parado en el frente del aula.
Luego prende el cañón y va pasando las diapositivas una a una. Él explica el
contenido de lo que se proyecta ampliando con otros conceptos, dando
algunos ejemplos que extrae de su experiencia en la clínica o haciendo algún
chiste que corta la solemnidad del ambiente. Su voz cambia enfáticamente el
tono según la importancia de lo que esté explicando, sus gestos invitan a
pensar cuando pretende plantear interrogantes, sus manos dibujan imaginarios
contornos físicos en el aire cuando quiere ejemplificar…

Lo primero que hizo al querer lograr la fotografía inicial del grupo de


alumnos, fue mirar las caras. Y lo primero que pensó fue que esos chicos y
chicas seguro estaban esperando que terminara rápido esa materia teórica
para poder ir al gimnasio a una clase de deportes que seguro era el único tipo
de clases que más les interesaban.

Saludó, anticipó el desarrollo del programa y comenzó con las


recomendaciones de siempre: que es muy importante que vengan a las clases
porque allí se desarrollan los temas más importantes y luego sobre ello trata la
evaluación parcial; que todos los materiales se suben a la plataforma de la
Universidad; que tienen que tener el 75% de asistencia al práctico para no
quedar libres; que si no asisten al teórico aunque no es obligatorio no van a
poder resolver el práctico; que si cada uno cumple con los que corresponde las
cosas van a salir bien y que así como la responsabilidad de él era enseñar, la
de ellos era estudiar; que la Psicología es un saber apasionante pero que una
cosa es la teoría que se ve en la Universidad y otra muy distinta los temas
psicológicos que salen en las revistas o en los diarios; que su principal objetivo
es que ellos puedan amar la Psicología pero que para eso tenían que dejarse
seducir por ella…

Volvió a mirarles las caras. Había de todo: algunos mirándolo a él, otros
mirando por la ventana, unos cuantos mirando sus celulares, un par mirando el
cuadernillo con los horarios de las materias y los datos institucionales. Pensó
que al fin y al cabo eran tan estudiantes como los de los otros Profesorados
que hubiera preferido tener y que si estaban allí era porque ya eran gente
grande que había elegido estudiar y ya que nadie los obligaba a eso, podrían
meterse con la Psicología como cualquiera de sus anteriores alumnos.

Comenzó con la primera diapositiva referida al objeto de estudio de la


Psicología y se detuvo con el término “personalidad”. Un estudiante levanto su
mano y le preguntó qué pensaba de la reencarnación. ¿De la reencarnación?
¿Qué tiene que ver eso? (pensó). Suspiró profundo y con toda la paciencia de
los años, trató de explicar que personalidad y reencarnación no tenían mucho
entre sí. El estudiante refutó: “Pero si uno se reencarnara, ¿tendría la misma
personalidad?” El Dr. Martínez se quedó pensando cómo salía de esa
encrucijada desde la cual no alcanzaba a dilucidar si el estudiante le estaba
tomando el pelo, si estaba queriendo estirar el tiempo de la clase para vaciarla
de contenido, si quería llamar la atención o si, todos los estudiantes de este
año creían en la reencarnación. Derivó la consulta al práctico recordando que
la JTP alguna vez le había comentado algún artículo acerca de chamanes y
otras vidas, aunque aclaró que, por ahora, la profesora estaba de licencia y
que no sabía aun cuando iban a comenzar las clases de trabajos prácticos.

La segunda diapositiva ya trataba acerca de la estructura del aparato


psíquico. Presentó a Freud, mostró una foto, aclaró que la comprensión de la
idea no era una cosa sencilla y que no había manera de aplicarla en la práctica
para que se entendiera bien aunque, de hecho, la clínica psicoanalítica era la
aplicación de esa forma de concebir la vida psíquica. Preguntó si alguno
estaba haciendo terapia. Hubo cinco manos que se levantaron. ¿Para qué
pregunté esto? (pensó). Y le salió un: “los felicito porque están cuidando su
salud”.

Por tercera vez se detuvo a mirar a los estudiantes y generó un silencio


que lo incomodó. Aun así lo mantuvo y repasó con la vista esas primeras
impresiones: los celulares seguían teniendo manos que los contenían pero
había más ojos mirándolo a él que antes. La clase debe estar poniéndose
buena (pensó). Y en cierto modo eso le dio cierta tranquilidad para continuar: si
la clase está buena se aprenderá, no tiene que decaer (se dijo para sus
adentros).

La primera clase solía poner al Dr. Martínez bien optimista. Eso, por lo
menos, es lo que comentan a menudo los administrativos que trabajan en el
área de Alumnos. Se les suele escuchar comentar que el Dr. Martínez sale de
su primera clase orondo diciendo que esos chicos van a ser muy buenos
profesores, pero que después del primer parcial, todo el optimismo inicial
decae bruscamente y empieza a despotricar alegando que no sabe cómo se
puede entender que futuros profesores escriban tan mal, interpreten ideas con
tanta confusión conceptual y estudien a cuentagotas solo de sus PPT colgados
de la plataforma y que alguien tiene que hacer algo al respecto. El Dr. Martínez
tiene un promedio de aprobación del 50% en ese primer parcial. Sin embargo,
a pesar de sus quejas y de que la situación no cambia sustancialmente, en el
recuperatorio, salvo excepciones, todos suelen aprobar.

El Dr. Martínez todos los años incorpora un texto nuevo a su programa.


“Hay que mantenerse actualizado (dice), si no los estudiantes le pierden el
respeto a uno”. Este cuatrimestre sacó el viejo texto de Bleger, (se negó por
años a eliminar ese clásico) y le dio lugar a uno de neurociencias. En la
diapositiva 15 de ésta, su primera clase, justamente aparece una referencia a
nuevas corrientes en Psicología y él hace mención a que profundizarán ese
tema en la unidad 4 y avisa que no se pierdan esa clase porque es un tema
muy actual para futuros docentes.

Cuando mira su reloj ya han pasado casi dos horas. Recién ahí toma
conciencia que ha estado hablando sin parar durante todo ese tiempo y que
salvo el chico que preguntó por la reencarnación, nadie había interrumpido su
teórico con preguntas.

Vuelve a mirar las caras mientras sigue refiriéndose a las neurociencias,


pero advierte que ya son solo tres o cuatro los que lo están mirando a él. El
resto está haciendo algo con el celular y un cierto halo de fastidio parece flotar
en el ambiente. Decide hacer el corte del recreo. Todavía faltan como 10
diapositivas (piensa), capaz que a la vuelta se enganchan de nuevo.

Ahora va por su café. Camina rápido el pasillo de un extremo al otro


buscando llegar al buffet antes que los 80 acaparen el mostrador. “Chau
Martínez” (le dice un ex alumno con el que se cruza).

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