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Peter Akkermans and Glenn Schwartz (2003) The Archaeology of Syria.

From Complex
Hunter-Gatherers to Early Urban Societies (ca. 16,000-300 BC)

2. Cazadores-recolectores a fines de la Era de Hielo

Hace unos 18.000 años, en la fase más severa de la última Era de Hielo, la población de Siria
era muy pequeña y estaba distribuida de modo muy disperso. Sólo las montañas al noroeste
de Damasco y el desierto sirio parecen haber experimentado una significativa ocupación por
parte de cazadores-recolectores humanos. Si bien se supone que condiciones más húmedas y
cálidas en los siguientes milenios facilitaron el movimiento de gente desde áreas montañosas
occidentales más favorables hacia el cinturón desértico en dirección oriente, la densidad
poblacional siguió siendo baja. En algunos lugares de preferencia hubo grandes agregaciones
de tipo estacional; en otros, poca o ninguna población en absoluto. Para su sustento, la gente
se movía en pequeños grupos y explotaba diferentes recursos en diferentes momentos del
año, como lo habían hecho en el precedente periodo Paleolítico Superior por varias decenas
de miles de años. Compartían todos los grupos un modo de vida cazador-recolector y usaban
herramientas de piedra no muy diferentes de aquellas de sus ancestros del Paleolítico
Superior; así, las comunidades de este periodo son denominadas por lo general
“epipaleolíticas”.

Entre c. 16.000 y 10.000 a.C. dos diferentes conjuntos epipaleolíticos o grupos culturales
ocupaban partes de Siria: un grupo más antiguo designado como kebariense geométrico y,
después de c. 12.500 a.C., un grupo más tardío denominado natufiense. La identificación de los
dos grupos se basa principalmente en las características estilísticas y tecnológicas de sus
industrias de herramientas líticas -esa parte de la cultura material que con frecuencia se ha
preservado más-, pero también en variables tales como tamaño del sitio, distribuciones de la
ocupación y patrones de movilidad. El conjunto kebariense geométrico surgió de la anterior
tradición kebariense, llamada así por el sitio de caverna en la costa de Palestina, donde fue
identificado por primera vez. Los depósitos kebarienses se encuentran principalmente en sitios
muy pequeños de las montañas costeras de Palestina, pero también han sido observados en
algunas ocasiones en Siria central y sudoccidental. Como la fase subsiguiente está
caracterizada por una industria lítica que difiere de su predecesora en la predominancia de
cuchillas y cuchillitas trapezoidales y rectangulares, fue denominada kebariense geométrica.
Los sitios del kebariense geométrico son similares a las ocupaciones kebarienses en tamaño y
naturaleza, pero tienen una distribución mucho más amplia, que se extiende desde las llanuras
del norte de Siria y Jordania oriental a los desiertos del Negev y Sinaí al sur de Levante. En esta
era los humanos mantuvieron un modo de vida cazador-recolector similar al practicado
durante el Paleolítico. Pero a fines del Epipaleolítico grupos natufienses puso en marcha una
serie de cambios significativos en su estilo de vida cazador-recolector que pudieron haber sido
claves en el desarrollo de las comunidades móviles hacia la instalación de aldeas agrícolas
sedentarias. Aunque los natufienses eran aún cazadores-recolectores, comenzaron a vivir en
asentamientos permanentes caracterizados por una sólida arquitectura y una rica y diversa
cultura material. Explotaban intensamente los recursos locales y abrieron el camino a la
eventual aparición de aldeas agrícolas en el periodo Neolítico. Se estaba formando un nuevo
mundo.

El escenario glaciar tardío

Las bajas temperaturas parecen haber alcanzado su punto máximo hace unos 18.000-20.000
años, cuando las temperaturas globales promedio eran de 8 a 10 grados más bajas que hoy en

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día. Probablemente se formaron glaciares en las montañas del Líbano y Anti-Líbano, mientras
que la línea de nieve allí y en otras cadenas estuvo al menos 1.000 metros más baja. El nivel
del mar en el Mediterráneo cayó a 100-120 m por debajo del nivel actual, incrementando
sustancialmente la franja de planicie costera al sur de Lattakia en al menos 5-15 km. En el
interior, índices reducidos de evaporación permitieron que cuencas de drenaje como el lago
que se encuentra al este de Damasco o el Lago Lisan albergaran más agua que ahora. Aunque
las condiciones de aridez no permitían que se llenen cuencas como las de El Kowm y Palmira,
es probable que existieran pantanos extensos y de poca profundidad en esos lugares.

La reconstrucción de las condiciones después del 16.000 a.C., cuando la temperatura global
comenzó a aumentar y el régimen glaciar llegaba a su fin, deriva de las investigaciones
realizadas sobre polen en dos áreas: el valle Ghab en el noroeste montañoso de Siria y la
región pantanosa del Lago Huleh en Galilea Superior. Es notable que los datos provenientes de
las dos áreas indiquen tendencias claramente opuestas. El valle de Ghab, por donde fluye el río
Orontes, representa hoy en día una línea divisoria medioambiental con las montañas boscosas
del oeste y con una estepa predominantemente abierta al este. Según lo indicado por los
diagramas de polen, la región del Ghab se caracterizaba por la existencia de bosques abiertos -
principalmente compuestos de robles caducos- cuando los glaciares en el hemisferio norte
alcanzaron su máxima extensión y las temperaturas globales promedio estuvieron en su
mínimo nivel. Una severa aridez luego del 15.000 a.C. condujo a una considerable contracción
del bosque de robles y una rápida expansión de la estepa. Alrededor del 11.000 a.C. parece
haberse producido una reexpansión del bosque que se asocia a un incremento de las
precipitaciones.

Un patrón completamente opuesto ha sido establecido para el valle Huleh, alrededor de 300
km al sur de Ghab, donde la sucesión fue desde una estepa abierta a tierras boscosas de robles
caducos hacia el 15.000 a.C. Entre el 11.500 y el 10.500 a.C. tuvo lugar una renovada
expansión de la estepa y la vegetación del desierto a expensas del bosque, con condiciones
casi tan frías y secas como las del periodo completamente glaciar de unos 7.000 años antes.
Una mejora ocurrió a comienzos del Holoceno, en el décimo milenio a.C., cuando el registro de
polen refleja una reexpansión del bosque, aunque nunca recuperara su anterior extensión.
Una explicación para las diferencias entre las regiones del Ghab y del Huleh puede ser que las
condiciones medioambientales en Levante a fines de la Era del Hielo variaban
considerablemente de región en región; otra puede ser que los diagramas de ambas regiones
están desfasados por causa de errores en la datación. Por lo general, la mayoría de los datos
de polen y otros restos botánicos provenientes de sitios sirios y palestinos parecen favorecer la
secuencia en Huleh antes que el diagrama de Ghab.

Muestras de sedimento profundo extraídas en los principales lagos de las tierras altas norteñas
-Turquía e Irán occidental- indican generalmente valores muy bajos de polen arbóreo en
tiempos glaciares tardíos. La evidencia indica un escenario frío y seco, cubierto de vegetación
esteparia (principalmente Artemisia) y espacios restringidos de bosque de robles y pistachos
en lugares más favorables. Las condiciones para el crecimiento de árboles comenzaron a
mejorar considerablemente hacia el 8.000 a.C., cuando una creciente humedad permitió la
expansión de los bosques en el este de Turquía y noroeste de Irán, con su pico máximo entre c.
6.300 y 4.300 a.C.

Cazadores-recolectores del interior de Siria

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La arqueología de los cazadores-recolectores epipaleolíticos está bien documentada en el
Levante meridional con sus varias docenas de ocupaciones, pero mucho menos se conoce
sobre la secuencia cultural en Siria, donde sólo un puñado de sitios ha sido localizado. En
alguna medida, el reducido número de asentamientos en Siria refleja el estado de la
investigación arqueológica, con vastas regiones prácticamente inexploradas o con sitios
prehistóricos enterrados profundamente debajo de sedimentos aluviales, invisibles para el
arqueólogo moderno. Sin embargo, el pequeño número de sitios también puede reflejar la
realidad prehistórica e indicar muy bajas densidades demográficas o una reluctancia a explotar
las vastas y secas planicies.

Distribuidas por una amplia extensión geográfica, las comunidades del Kebariense Geométrico
explotaron diversas partes del paisaje entre c. 16.000 y 12.500 a.C. La gente habitaba las
llanuras costeras y los bosques mediterráneos, pero también ocupaba partes de las estepas
semiáridas y de los desiertos como el Negev y Sinaí en el sur del Levante, la cuenca de Azraq en
el nordeste de Jordania y las regiones de El Kowm y Palmira en Siria. Los asentamientos se
encuentran usualmente cerca de fuentes de agua, tales como arroyos perennes, interfluvios de
los sistemas de drenaje y pequeños y a veces estacionales lagos y lagunas. Los sitios eran
mayoritariamente muy pequeños y efímeros (de 15-25 a 100-150 m 2), aunque hubo algunas
ocupaciones mayores de entre 400 y 600 m 2. Lo que parecen ser asentamientos incluso más
extensos (de hasta 6.000 m2) en áreas como la cuenca de Azraq en Jordania y el oasis El Kowm
en Siria central están frecuentemente conformados por sucesivas ocupaciones durante largos
periodos de tiempo en vez de ser un solo sitio grande. En ningún momento hubo grandes
números de gente en algún lugar.

La gente se trasladaba frecuentemente de un pequeño campamento temporario a otro


durante el curso de un recorrido anual. El pequeño tamaño de las ocupaciones y la
superficialidad de sus depósitos indican que los campamentos no estuvieron en uso por largos
periodos. Sobre la base del perfil de edad de los restos de gacela se ha sugerido que la mayoría
de los sitios de este periodo en el Levante meridional estuvo habitada sólo por una estación, ya
sea durante el tiempo seco de primavera/verano o las lluvias del otoño/invierno. Mientras
residían en esos sitios, los grupos pueden haber acampado al aire libre o tal vez buscaban
refugio en chozas de cuero animal o de ramas y gramíneas. Una estructura semicircular se
encuentra en el sitio de Umm el-Tlel, oasis de El Kowm, y bases semicirculares de piedra,
pavimentos y hoyos para postes se han encontrado al oeste del río Jordán, en lugares como
Ein Gev III, Haon II, Lagama Norte VIII y Kharaneh 4.

Los pequeños grupos compartían una tecnología lítica y un conjunto de herramientas basadas
predominantemente en la producción de cuchillas y cuchillitas, con un componente
importante de microlíticas y geométricas piezas de sílex en la forma de trapecios, triángulos y
cuartos crecientes. Estos microlitos eran probablemente inserciones en herramientas
compuestas: puestos en hileras o montados en solitario en el extremo, eran usados como
puntas y púas en lanzas, jabalinas y flechas. También pueden haber sido aplicados sobre
cuchillos de recolección, colocados en hilera insertos en una vara de madera o hueso y con
agarradera de bitumen o resina.

La composición de los conjuntos de herramientas líticas varía con frecuencia de sitio en sitio,
con algunos sitios coincidentes y otros completamente diferentes. Tal variación puede ser un
problema de cronología -no todos los sitios estaban ocupados simultáneamente y las
herramientas cambiaron en el curso del tiempo-, pero puede también reflejar diferentes
actividades o preferencias estilísticas. En cualquier caso, los depósitos superficiales y

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mínimamente estratificados en la mayor parte de los sitios no permiten el reconocimiento de
ninguna secuencia de tendencias sostenidas por mucho tiempo en el desarrollo lítico.

Poco se sabe sobre otros aspectos de la cultura material. La movilidad frecuente de lugar en
lugar resultaba en limitaciones de la propiedad y del uso de objetos difíciles de transportar, lo
que estimuló el uso de conjuntos de herramientas transportables. Cuencos de piedra y
equipamiento de molienda, así como también conchas marinas usadas como ornamento, han
sido encontrados ocasionalmente en sitios del Sinaí y el Negev, y uno de los ejemplos más
antiguos de evidencia pictórica en el Cercano Oriente fue descubierto en Umm el-Tlel en la
forma de una pequeña pieza chata de piedra caliza con un grabado de líneas cruzadas.

En Siria, la distribución de los asentamientos del Kebariense Geométrico se limita a las colinas
del Anti-Líbano en el sudoeste y al desierto en el interior. Los sitios relevantes se conocen
principalmente por los hallazgos en su superficie, usualmente especímenes de conjuntos de
herramientas líticas. Las excavaciones han sido raras y limitadas a pequeñas exposiciones. Un
sitio excavado es Nahr el-Homr, localizado sobre la ribera de un pequeño arroyo cerca del
Éufrates Medio. Sondeos en este pequeño sitio de menos de 200 m 2 produjeron un depósito
de arcilla de más de dos metros de espesor, que probablemente se acumuló como resultado
de la inundación estacional. El depósito contenía numerosas herramientas líticas pero ningún
trazo de superficies de ocupación o edificación. Se supone que el sitio fue usado
intermitentemente durante los periodos secos del año. Otro sitio excavado es el refugio rocoso
de Yabrud III, una de las tres cuevas localizadas a poca distancia una de otra en las montañas
del sudoeste de Siria. El refugio contiene una serie de depósitos epipaleolíticos de espesor
mayor a dos metros, uno de los cuales (estrato 3) ha sido asignado al periodo Kebariense
Geométrico tardío sobre la base del conjunto de piedra tallada. El excavador ha sugerido que
la pequeña cueva, con su suelo de 35 m 2, sólo pudo haber sido usada para acampar en verano,
en vista de las crudas condiciones existentes en las montañas desde fines del otoño hasta
comienzos de la primavera, cuando la nieve y un frío de 10-15 oC bajo cero comúnmente
ocurrían. La gente pudo haber ido a Yabrud III a cazar o a explotar las abundantes fuentes de
pedernal de buena calidad que se hallaban en las adyacencias. Aunque los cazadores-
recolectores eran pocos y dispersos, el descubrimiento de más sitios podría predecirse en el
área montañosa, si la escala de investigación se intensificara. Un estudio de suelos en la región
Qalamoun, cerca de Mallaha-Jayrud, alrededor de 60 km al norte de Damasco, ha producido ya
un pequeño asentamiento al aire libre de alrededor de 100 m 2 (Jayrud 8), localizado en un
afloramiento rocoso cerca del anterior lago de Bahret al-Mallaha.

Una notable excepción a la escasez de sitios es la concentración en el oasis de El Kowm, unos


100 km al nordeste de Palmira en el desierto sirio. El área de El Kowm debe haber sido un
nicho ventajoso para los cazadores-recolectores, ofreciendo una gama de recursos esenciales
que incluye amplio suministro de agua en la forma de numerosos arroyos y un lago de baja
profundidad, ricos reservorios de caza y fuentes de pedernal disponibles para la producción de
herramientas. Investigada en profundidad por los arqueólogos en las últimas décadas, la
región ha producido una docena de sitios dentro de una zona de 12 km de diámetro al norte
de la moderna aldea de El Kowm. Todas eran ocupaciones a cielo abierto; los numerosos
refugios rocosos en las montañas que rodean al oasis no han producido todavía evidencia de
ocupación en este periodo. Sitios como ‘Ain Juwal, ‘Ain Bikhri y Qubeiba representan pequeñas
ocupaciones de una sola fase con discretas dispersiones de tallas de pedernal en áreas de unos
pocos cientos de metros cuadrados en el mejor de los casos. Si bien la ocupación en el cercano
monte natural de Aarida puede parecer mayor a primera vista, con una dispersión lítica de más

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de 5.000 m2, el sitio está compuesto de una serie de asentamientos más pequeños de entre
500 y 1.200 m2 que no estuvieron ocupados simultáneamente.

Unos pocos sitios parecen haber sido más que un simple alto temporario donde un pequeño
grupo de cazadores se detenía para pasar la noche, carnear su presa o manufacturar sus
herramientas; en cambio, muestran ellos signos de una habitación más extensiva y un uso más
prolongado, quizás por periodos de semanas o incluso meses. Umm el-Tlel 2 cubre al menos
un cuarto de hectárea y comprende tres niveles sucesivos sobre una formación de dunas. Un
hallazgo singular en el nivel más bajo III fue una pequeña estructura semicircular que mide
alrededor de 5 x 2,6 m y fue construida con materiales livianos y perecederos sobre base de
piedra caliza -el edificio más antiguo de Siria hasta el día de hoy. Un fogón oval lleno de cenizas
había estado clavado en el piso del centro de la casa. Otro importante sitio es Nadaouiyeh 2,
similar en tamaño a Umm el-Tlel 2 (unos 2.500 m 2), con una nítida concentración de artefactos
líticos en su centro. En Nadaouiyeh 2, tres sondeos revelaron depósitos superficiales de 30 cm
de profundidad, incluyendo indicios de un pequeño y apenas hundido fogón, probablemente el
punto focal de encuentro y vida diaria. Similares fogones de entre 0,45 y 1,50 m de diámetro
han sido encontrados en otros sitios tales como Lagama Norte VIII en Sinaí, donde el fogón
estaba rodeado por una serie de hoyos para postes ubicados a intervalos regulares, que
sugieren alguna clase de refugio.

En otros lugares del desierto sirio la historia de ocupación es aún muy poco conocida, a
excepción de varios sitios localizados cerca de Palmira, como la cueva de Douara I y el Sitio 50
al aire libre. Tal vez hubo una serie de “enclaves” culturales en locaciones favorables del
desierto, vinculadas unas con otras por medio de una amplia red de rutas de caza y
recolección.

Nuestro conocimiento de la desaparición de los grupos kebarienses geométricos en Siria es


incierto. Algunos investigadores creen que los kebarienses geométricos fueron absorbidos por
otros grupos que se establecieron en la región, mientras otros -probablemente más acertados-
hacen referencia a una fundamental transformación de la sociedad epipaleolítica por el c.
12.500 a.C. En este momento hizo su aparición un nuevo conjunto cultural en Siria y el
Levante: el natufiense, llamado así por su descubrimiento inicial en la cueva Shukbah, Wadi al-
Natuf en las colinas de Judea. El natufiense anunció una serie de profundos cambios en el
modo de vida cazador-recolector, aunque la transición fue un proceso gradual que involucró
muchas generaciones en vez de una súbita ruptura con el pasado. Si bien la gente continuó
siendo recolectora y cazadora, lo cierto es que intensificó sus esfuerzos y quizás incluso
controló las especies silvestres en algún grado. Aunque no hay claras pruebas de cultivo de
plantas o cría de animales, la gente no era necesariamente ignorante de las posibilidades.

En el periodo natufiense muchos datos sugieren que la gente vivía en lugares selectos por
largos periodos de tiempo -en otras palabras, que la vida sedentaria había comenzado de
manera seria. Una posible razón para esto es la creciente abundancia de recursos silvestres,
disponibles ahora por la mejora del clima, con el resultado de que la gente no necesitó más
recorrer grandes territorios para cumplir con los requisitos de la subsistencia. Los
asentamientos con arquitectura sustancial y extensas áreas de almacenamiento, gruesos
depósitos culturales, muy altas densidades de artefactos y cementerios asociados se volvieron
cada vez más comunes. En Palestina, sitios como Nahal Oren y ‘Ain Mallaha eran de
aproximadamente 2.000 m2 de extensión, conteniendo agrupamientos de viviendas circulares
o semicirculares hechas en piedra y de un ancho de 2 a 6 m. Casas circulares,
semisubterráneas también estaban presentes en Abu Hureyra, riberas del Éufrates, con

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madera usada para la construcción en vez de piedra. Además de las casas, algunos sitios tenían
pozos de almacenaje, ocasionalmente pintados en su interior o revestidos con losas, lo que
reducía las incertidumbres y riesgos de fluctuación en el suministro estacional de alimento.

Tanto la considerable inversión en arquitectura como la profundidad y diversidad de los


depósitos culturales en muchos sitios son sugestivos de una ocupación por tiempo prolongado.
Si bien no se sabe con certeza si estos sitios estuvieron ocupados todo el año, la evidencia de
especies comensales del hombre tales como ratones domésticos, ratas y gorriones ha sido
tomada como prueba de permanencia en la cueva Hayonim de Palestina, como ha sido
también el caso de variadas plantas comestibles locales en Abu Hureyra, Siria. Similarmente, la
evidencia de caza multi estacional de gacelas puede reflejar una continua ocupación en
muchos sitios natufienses del sur del Levante. Pero había aún muchos efímeros campamentos
de caza o estaciones para propósitos especiales de sólo 15-100 m 2, probablemente en uso por
una sola temporada o menos que eso.

Dado el amplio espectro del paisaje y la diversa distribución de los recursos, poca duda puede
haber sobre que los patrones de asentamiento y subsistencia variaron considerablemente
entre las regiones de Siria y el Levante durante el natufiense. Sin embargo, el aparente cambio
a un incrementado sedentarismo es crucial para el natufiense y, más importante, parece haber
precedido a la temprana producción de alimentos. Los datos del natufiense nos muestran que
cuando la gente se asentó por primera vez en aldeas extensas y permanentes aún tenían una
economía de subsistencia basada completamente en la recolección de plantas silvestres y la
caza de animales. Pero la domesticación de animales y plantas sobrevendría pronto, por lo que
podemos concluir que un modo de vida sedentario, sumado a la caza y recolección, fue un
preludio para la aparición de las primeras comunidades agricultoras del noveno milenio.

La gente natufiense empleaba una amplia gama de cultura material. Si bien la piedra tallada
predominaba aún, al natufiense se lo reconoce más por su elaborado trabajo en hueso, sus
numerosas herramientas de piedra pulida y un art mobilier pocas veces visto con anterioridad.
Desde un punto de vista tecnológico, los conjuntos líticos son altamente estandarizados, pero
desde una perspectiva tipológica las piedras son muy diversas a causa de su uso en actividades
específicas o por preferencias estilísticas locales. La industria lítica está caracterizada por el uso
extensivo de núcleos de múltiples superficies, cuchillitas y lajas cortas pero anchas y microlitos
geométricos con formas de cuarto creciente predominantemente. Estudios realizados en sitios
como ’Ain Mallaha y El Wad en Palestina y Mureybet y Abu Hureyra en Siria han dejado en
claro que esas medialunas servían probablemente como puntas de flecha en herramientas
compuestas, montadas transversalmente o como púas. También características son las
pequeñas pero persistentes cantidades de hoces que con frecuencia exhiben un pulido de
sílice y tienen estrías asociadas con el corte de hierbas y cereales (silvestres). Estas pequeñas
cuchillas habían sido incrustadas en mangos de hueso que a veces eran grabados o esculpidos
en forma de venados o cabras, como lo demuestran los hallazgos en las cuevas de El Wad y
Kebara, cerca de la costa del Mediterráneo. Había muchos otros trabajos en hueso vinculados
con toda una gama de actividades, tales como puntas con púas para la caza, anzuelos para la
pesca y delgados punzones para tejido o trabajo en cuero. El inventario de piedra pulida es
diverso y elaborado, particularmente en los campamentos más grandes, e incluye morteros
grandes y pequeños, cuencos de piedra (frecuentemente grabados), piedras de amolar con
surcos, molinillos de mano, afiladores y manos del mortero a veces finalizando en una
representación naturalista de la pezuña de un animal o exhibiendo manchas de ocre. La
abundancia de piedra pulida puede deberse en parte a una aumentada dependencia de

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cereales silvestres, pero puede en parte haber resultado también de una mayor permanencia
del asentamiento, lo que disminuía la necesidad de utensilios portátiles.

Cuentas y colgantes hechos de hueso y concha fueron incorporados en objetos de adorno,


como los elaborados tocados, collares y brazaletes que a veces se han encontrado todavía
adheridos a esqueletos en enterramientos. Estas fueron innovaciones en la cultura material
posiblemente relacionadas con la expresión explícita de estatus, jerarquía y prestigio -
construcciones sociales que a la larga habrían de cambiar radicalmente a la sociedad. Sobre la
base de la desigual distribución del ajuar funerario se ha hipotetizado algún grado de
jerarquización en los cientos de enterramientos en el sur de Levante, pero el tema está sujeto
aún a debate y controversia. Los sitios de este periodo en el sur de Levante también
produjeron unos pocos objetos de arte sin relación alguna con herramientas utilitarias, pero
quizás vinculados al ritual y la ceremonia, como es el caso de pequeñas figuras animales,
guijarros en forma de cabeza humana con incisiones y una figura hecha en calcita de una
pareja en coito.

Sobre la base de los desarrollos de la industria lítica, los patrones de asentamiento y otras
variables, el natufiense puede dividirse en una fase temprana y otra tardía, aunque hay
muchas variantes locales. La etapa temprana, datada en c. 12,500-11,500 a.C., es más
conocida por las excavaciones en las áreas de Carmel y Galilea, en Palestina, pero sitios de este
periodo también se encuentran en las tierras altas del Anti-Líbano localizadas en el sudoeste
de Siria y en el oasis de El Kowm, Siria central. El refugio rocoso en Yabrud III, al norte de
Damasco, tenía un pequeño asentamiento del natufiense temprano, de más de 35 m 2 y con
numerosas herramientas líticas y objetos de piedra pulida, punzones de hueso y cuentas de
concha marina. El sitio parece haber sido usado solamente en primavera-verano; la altura -
1.400 m sobre el nivel del mar- y el frío asociado no permitían probablemente una ocupación
durante el invierno. Se sabe que existían sitios epipaleolíticos en las inmediaciones de Yabrud
III, y se reportó material natufiense en Mugharet al-Abde, 1 km al norte de Yabrud y a 1.400
km de altura. Otra ocupación temporaria es Jayrud 2, una pequeña estación al aire libre a una
altura mucho más baja en la cercana región de Qalamoun. Similares estaciones pequeñas y
efímeras han sido encontradas en el área de El Kowm, en el desierto en Nadaouiyeh 3, Aarida
7 y la base de Tell el-Kowm. Por lo general, el patrón de asentamiento en Siria en el natufiense
temprano no difiere mucho del periodo precedente, caracterizado por una baja densidad
demográfica, grupos pequeños y ocupación dispersa, fluctuante.

El cambio comienza en el periodo natufiense tardío, luego del 11.500 a.C. Algunas regiones
parecen haber sido abandonadas, como el área de El Kowm, quizás en asociación con el
deterioro de las condiciones climáticas locales, lo que forzó a la gente a mantenerse fuera del
frágil medioambiente semiárido. En otras regiones como el valle del Éufrates Medio se
fundaron nuevos asentamientos. Localizadas en estrecha proximidad sobre las riberas del
Éufrates, una serie de ocupaciones de diferente tamaño se encuentra en sitios como Abu
Hureyra, Mureybet, Dibsi Faraj Este, Kosak Shamali y Nahr el-Homr. Parece que no fueron
ocupados todos simultáneamente, dados los desarrollos en los conjuntos líticos. En esta región
la gente utilizaba los terraplenes bajos localizados en los bordes de la llanura inundable,
situados en el límite entre los medioambientes fluvial y estepario. Tal locación proporcionaba
una buena vista río arriba y río abajo, así como también una amplia gama de nichos
medioambientales accesibles. Los sitios aquí variaban en tamaño y carácter. Los restos líticos
desperdigados en un área de aproximadamente 100 x 30 m en Dibsi Faraj Este han sido
interpretadas como vestigios de un campamento estacional, localizado ventajosamente sobre

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una alta plataforma de grava que se proyecta hacia la llanura aluvial del Éufrates, bien por
encima del máximo nivel de inundación, pero todavía dentro del alcance del río. Una estación
cazadora-recolectora similar se ha visto en Nahr el-Homr, al norte de Dibsi Faraj Este, donde
un pequeño sondeo reveló una secuencia de sedimentos aluviales (indicativos de inundación
regular) alternando con niveles de ocupación con artefactos líticos que recuerdan los de
Mureybet IA-B. Las pocas herramientas de piedra del Natufiense encontradas en contextos
mezclados de Tell Kosak Shamali pueden representar aún otra pequeña ocupación, aunque
sepultada profundamente debajo de depósitos mucho más tardíos.

Mucho más impresionantes fueron los hallazgos en Abu Hureyra y Mureybet -sitios
relativamente grandes que tienen largas, aunque no siempre continuas, secuencias
prehistóricas y contienen una variedad de construcciones de diferente tamaño. El
asentamiento natufiense en Abu Hureyra, sobre la ribera occidental del Éufrates, c. 11.000-
10.000 a.C., ha sido excavado en un área de sólo 49 m 2 en la más baja parte septentrional del
monte, 3 m debajo de los restos de ocupación del Neolítico. La extensión del asentamiento es
desconocida, pero puede haber sido importante, dado el espesor de un metro del depósito
que se divide en tres fases. Los excavadores suponen que la aldea medía 0,25-0,5 hectáreas,
con una población de 100-300 personas. El nivel más bajo, IA, se caracteriza por depresiones
poco profundas interpretadas como estructuras semisubterráneas para trabajo y vivienda.
Ejemplos mayores excavados 0,7 m en suelo natural midieron 2-2,5 m de ancho. Estaban
unidas, y la gente podía pasar de un hueco a otro a través de un claro entre ellas. Pozos de
menor tamaño, de 1 m de diámetro, se encontraban adyacentes a las estructuras. Rodeando
los huecos había una disposición de hoyos para postes, también hallados en los centros de los
ejemplos de mayor tamaño; los postes de madera se hundían en los hoyos probablemente
para soportar muros de broza, caña o cuero. Fuera de los pozos estaba un área quemada
cubierta de ceniza que probablemente represente los restos de muchos fogones en áreas
cercanas sin excavar. En las posteriores fases IB-C las habitaciones pozo fueron reemplazadas
presumiblemente por chozas de madera y caña, cuyos depósitos contenían delgados suelos de
tierra pisada, fogones, hoyos para postes y herramientas y desperdicio de piedra esparcidos.
En el periodo Natufiense la gente permaneció en Abu Hureyra por un tiempo muy prolongado,
aunque no hay certeza sobre si esto implicaba asentamiento continuo u ocupación a intervalos
regulares. Se llevaba a cabo una amplia gama de actividades, como lo indican las armas de caza
en forma de microlito, un conjunto de herramientas de pedernal para cortar y raspar, y
molinillos de mano, manos de mortero y morteros de piedra pulida (algunos manchados de
ocre rojo) para el procesamiento de alimentos vegetales. Este no era probablemente el
inventario de un campamento temporario, y los análisis botánicos sugieren también una
ocupación todo el año.

El asentamiento en Mureybet sobre la ribera oriental del río comenzó más tarde que en Abu
Hureyra, a finales del periodo Natufiense. El estrato más bajo está dividido en dos sub-fases,
de las cuales la más temprana, IA, es considerada como natufiense tardía, mientras que IB es
designada como neolítica temprana. Sin embargo, el orden estratigráfico no exhibe ningún
hiato, y los inventarios de cultura material son prácticamente idénticos, excepto por algunas
puntas de flecha al-Khiam en la fase superior. Datada a finales del undécimo milenio a.C., el
asentamiento de la fase IA fue expuesto en un área muy limitada (de 8 a 17 m 2, dependiendo
del estrato) en la más baja ladera meridional del monte, y la extensión de la ocupación sigue
siendo desconocida. No se notan otras características arquitectónicas que no sean los poco
profundos pozos circulares con fogón, con el mayor de ellos midiendo 1,50 m de diámetro y
0,60 m de profundidad. Los interiores de estos pozos contenían cenizas, carbón y piedras

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calcinadas, así como también huesos animales quemados. También se observó un horno en
forma de casco de caballo con una pared de pequeños fragmentos de piedra caliza cubiertos
de barro. Hornos similares aparecen en la siguiente fase, IB, asociados con una casa circular y
semisubterránea de 6 m de diámetro, construida con muros de piedra cubiertos de arcilla, los
que aún existen hasta una altura de 50 cm. Al igual que en Abu Hureyra, el inventario del sitio
sugiere una estadía prolongada y un espectro diverso de actividades domésticas. El análisis del
uso de objetos ha mostrado que algunas piezas de pedernal fueron usadas para recolectar
cereales silvestres, otras sirvieron para cortar cañas o el trabajo con pieles. La gente contaba
con azuelas para cortar madera y con pequeños recipientes de piedra y morteros para la
preparación de comida. Ellos también trabajaban las conchas y piedras para ornamentación,
como lo muestra un pendiente estriado y un disco perforado y grabado.

Sitios del periodo Natufiense tardío han sido encontrados en otras partes de Siria, pero la
evidencia es aún escasa y se limita usualmente a dispersiones de material lítico sobre la
superficie. Los estudios en el nordeste de Siria han producido una serie de discretas
dispersiones líticas alrededor del moderno y salobre arroyo de ‘Ain Mrer, así como también
dos pequeños sitios de cueva localizados sobre el arroyo de Bir Khazna, en el lado norte del
Jebel ‘Abd al-Aziz, con el material lítico fuera de los refugios, pero no hay aún certezas sobre la
fecha de estas ocupaciones. Un número de ocupaciones “mesolíticas” se ha reportado en la
región cercana a Deir ez-Zor.

Las tierras altas también fueron explotadas, como lo muestran los pequeños sitios de acampe
en las colinas de Siria occidental, como Gerada en el Jebel Zawiyah, al norte de Hama, y
(posiblemente) Dederiyeh en el Afrin. Un reconocimiento de campo cerca de Mallaha-Jayrud,
en la región de Qalamoun, ha producido al menos tres estaciones natufienses tardías de hasta
2.400 m2 de superficie y a una altitud de 800 m en la costa del ahora seco lago de Bahret al-
Mallaha. Un sondeo de pequeña escala en uno de éstos -Jayrud I- reveló parte de un edificio
circular basado en piedra. Esta región montañosa, ya habitada con intermitencia en tiempos
muy anteriores, debe haber sido un atractivo escenario para la gente prehistórica, con
abundantes recursos de pedernal y un amplio suministro de agua que hacía posible la
existencia de ricos pastizales y cereales silvestres que atraían a su vez a toda clase de presas de
caza. Un pequeño sitio cavernario ha sido localizado en Qornet Rharra, una aislada roca
escarpada desde la que se observaba la llanura de Sahl Seidnaya. Un sondeo en una de las
cavidades y en la meseta frente a ella reveló delgados depósitos de diverso origen: un
pequeño conjunto lítico de afiliación natufiense se encontró entremezclado con materiales
neolíticos y cerámica de fecha mucho más reciente. El refugio rocoso atrajo al parecer la
atención de la gente en diferentes eras.

Otros refugios se encontraron en las alturas del Anti-Líbano y en sus piedemontes occidentales
que cruzan la frontera del Líbano, como son el caso de las cuevas en Nachcharini y ‘Ain
Choaab. Localizadas sobre una meseta ondulada en una remota parte del Anti-Líbano a 2.100
m sobre el nivel del mar, el uso de la cueva Nachcharini por parte de cazadores-recolectores
natufienses se restringió probablemente a la primavera y comienzos del verano, a causa del
dificultoso medioambiente. Otra pequeña estación natufiense está en ‘Ain Choaab, una entre
muchas cuevas y refugios en las montañas a lo largo del borde oriental del valle de Beqa’a. En
la margen opuesta del valle se encuentra el sitio al aire libre de Jebel Saaïde, de 0,25 ha,
localizado sobre una cumbre que domina el campo circundante. Sondeos revelaron un
enterramiento in situ que puede haber formado parte de un cementerio más grande. En
ausencia de reconocibles características arquitectónicas, el principal residuo ocupacional

9
consistió en piedras quebradas, equipo de molienda hecho de basalto o piedra caliza y trabajos
en hueso y conchas. La gente en Jebel Saïde parece haber cazado uros, linces, ciervos rojos,
gacelas y muchas especies de aves acuáticas y migratorias. Los alrededores del sitio también
habrían ofrecido una variedad de hábitats y recursos de plantas para una fácil explotación.

También hubo una ocupación natufiense tardía en Taibe, en la planicie Hawran del sur de Siria.
Dos sondeos en este pequeño sitio de unos 100 m 2 de superficie suministraron evidencia de
cuatro niveles de ocupación dentro de un depósito de 4 m de profundidad, pero no hay rastros
de arquitectura. Unas pocas herramientas de molienda y hoces indican que la gente se
dedicaba a la recolección y procesamiento de plantas silvestres para su alimentación, pero
también cazaban gacelas y, en menor medida, uros, équidos y pequeños rumiantes. Localizado
estratégicamente entre dos promontorios sobre un afloramiento de basalto, Taibe ofrecía a los
cazadores una vista ideal de la llanura circundante sin que sean vistos.

La explotación del medio silvestre

Los cazadores-recolectores glaciares tardíos hacían uso de un amplio y diverso


medioambiente. No explotaban sus alrededores de un modo aleatorio o al azar, sino que
usaban grandes habilidades y un exhaustivo conocimiento del mundo natural, los hábitos de la
presa y los cambios estacionales en la distribución de los recursos. Los alimentos vegetales
probablemente constituían la parte más significativa de la dieta del cazador-recolector,
aunque los datos son aún escasos por los problemas de preservación. Excepcional es el
pequeño campamento de Ohala II en Galilea, donde los estratos de más de 20.000 años
produjeron unas cuarenta especies de plantas con semillas o frutos comestibles, incluyendo
cebada y trigo silvestres. Espectacular también fueron los hallazgos en Abu Hureyra sobre el
Éufrates, donde más de 150 semillas comestibles y especies frutales junto a una larga lista de
plantas no comestibles fueron identificadas en la fase natufiense tardía, c. 11.000-10.000 a.C.
La gente en el sitio disfrutó aparentemente de una dieta diversa y nutritiva. Las plantas eran
recolectadas en vez de cuidadas o cultivadas deliberadamente, y eran usadas como alimento,
saborizante, medicina o tinte. Las materias primas incluían el grano o las semillas de trigo y
centeno silvestres, hierbas de los géneros Stipa, Schoenoplectus, mijos y Amaranthaceae –
todas muy sabrosas, fácilmente recolectables y excelentes para almacenar. La recolección era
estacional, es decir que se cosechaba una especie detrás de la otra, pero no deberíamos
simplemente suponer que todas las plantas en el registro arqueológico son resultado de la
recolección intencional. Muchas especies pueden haber sido resultado secundario de las
cosechas de cereales o haber llegado junto con maleza y hierbas recogidas para combustible.
Los desmontes se realizaban a lo largo del río; esto se puede concluir a partir de los restos de
carbón por el incendio de álamos, sauces, arces y tamariscos, así como por la común aparición
en el asentamiento de plantas como Polygonum corrigioloides, Setaria, Echinochloa y Crypsis,
que no crecen en abundancia ni en los bosques ribereños ni en humedales.

Abu Hureyra se encontraba ventajosamente ubicado en el límite entre el húmedo y


densamente boscoso suelo del valle y la estepa más abierta del sur y el oeste, donde
bosquecillos de pistacho crecían en terrazas a lo largo de cursos de agua estacionales. La gente
en el sitio, así como también en el cercano Mureybet, explotaba abundantemente los
reservorios de cebada y trigo silvestres que probablemente podían encontrarse a una corta
distancia. Aunque la cebada era indígena en la estepa y tierras bajas de Siria, el trigo carraón
silvestre tenía probablemente su hábitat natural en áreas más restringidas como el
piedemonte del sur de Anatolia, en elevaciones de entre 600 y 2.000 m. El carraón pudo
haberse mudado a la estepa abierta baja y llegar tan lejos como el Éufrates Medio a finales del

10
periodo glaciar, en sincronía con un incremento de las precipitaciones y un avance de la
frontera de bosque. Hay poca o ninguna evidencia que fundamente anteriores propuestas de
que la gente del Éufrates traía recolecciones de trigo carraón desde las montañas turcas, o que
estuviera involucrada en el cultivo de cereales que habían sido transportados desde su hábitat
natural en las tierras altas a un extraño medioambiente hecho por el hombre en las llanuras. Si
bien se sugirió en los años 1930s que los natufienses fueron los primeros agricultores del
mundo, no hay prácticamente prueba de cultivo de plantas comestibles en ningún sitio
natufiense. Eran todavía recolectores de alimento, no agricultores. Basadas en la botánica, ha
habido propuestas de que los habitantes de Abu Hureyra cultivaron y domesticaron el centeno
hacia el 11.000 a.C.; si es así, estuvieron entre los primeros humanos del mundo en la
domesticación de plantas. Sin embargo, estos primeros intentos de cultivo parecen haber
tenido un impacto restringido, ya que no se observa en Siria una completa dependencia de
materias primas cultivadas en los siguientes 2.500 años.

La caza era también importante para los cazadores-recolectores epipaleolíticos. Los restos de
hueso animal recuperados arqueológicamente indican pocos cambios en la búsqueda y
variedad de las presas a través del tiempo, y reflejan la mezcla de especies que estaba
disponible localmente. Donde surgiera la oportunidad, la gente cazaba una variedad de
animales tales como gacelas, uros, onagros, ovejas silvestres, cabras silvestres, jabalíes, ciervos
rojos, corzos, liebres, lobos, zorros, tortugas, lagartos, reptiles y aves. Pescaban peces de agua
dulce como el gobio y el siluro, y recolectaban moluscos de agua dulce. Solamente fue
domesticado el perro hacia el 10.000 a.C., probablemente como mascota, compañero de caza
o guardián de campamento y no como fuente de alimento.

El animal más comúnmente explotado fue la gacela. Sus huesos representan del 40 al 80% de
los conjuntos faunísticos del periodo glaciar en todo el Levante. En muchos sitios los cazadores
se especializaron en la caza del antílope pequeño, y es posible que las manadas fueran
controladas de alguna manera. La gacela persa (Gazella subgutturosa) es la especie más común
en Siria, un animal migratorio de la planicie abierta que se encuentra en distintos lugares en
momentos específicos del año. Las observaciones realizadas en el área entre Damasco y
Amman en la década de 1900 sugieren que las manadas alcanzaban su máximo tamaño
durante la estación seca del otoño, cuando se movían de norte a sur en búsqueda de pastos
bordeando el desierto sirio. Durante la estación húmeda, los animales retornaban al norte en
grupos más pequeños. Otra ruta migratoria parece haber existido más al este, desde el valle
del Éufrates sur por el claro de tierras bajas al este del Jebel Abu Rujmayn y el adyacente Jebel
Bishri, al desierto de basalto del nordeste de Jordania. La gente en la prehistoria sin dudas era
muy consciente de estos patrones y emboscaba a las manadas en muchos puntos a lo largo de
sus rutas migratorias. Los hallazgos en Abu Hureyra, donde los huesos de gacela representan el
80% del conjunto faunístico, sugieren que la caza se concentraba en un periodo de pocas
semanas de abril a mayo y era una empresa de gran escala, en términos del número de
animales matados y del tamaño de las partidas de caza; el objetivo de la caza era la manada,
sin importar el sexo o la edad de los animales. Las matanzas estacionales, también indicadas
en otros sitios natufienses tardíos en el Levante y que continuaron en el Neolítico, apuntaban
principalmente a grandes manadas en campo abierto, lo que debe haber requerido muchos
cazadores para rodear y capturar los animales. El registro etnográfico muestra que tales
matanzas comparten un plan simple: la manada es conducida a un encerramiento o a una fosa
oculta, donde puede ser eficientemente matada. Una manera de provocar esto es excitar los
animales mediante gritos y golpes con varas, otra es prender fuego a la vegetación.

11
Ocupación, movilidad y organización de la sociedad

Conocemos todavía muy poco sobre las ocupaciones típicamente pequeñas y desperdigadas
de la época como para llegar a una comprensión cabal de la vida cazadora-recolectora en Siria
en el largo periodo que va de c. 16.000 a 10.000 a.C. Pero incluso con la modesta cantidad de
información que tenemos a mano, está claro que estas comunidades compartían ciertas
características: una dispersión de la población, baja y fluctuante densidad demográfica,
pequeño tamaño de grupo, movilidad y estadía de corta duración, y una diversa y estacional
explotación de los recursos. El patrón puede haber sido algo diferente a fines del periodo,
cuando hay datos de estadías prolongadas y una mayor permanencia de los refugios. Sin
embargo, en la mayoría de los casos la gente siguió siendo móvil y continuó cazando y
recolectando en grupos pequeños.

El registro etnográfico moderno ha dejado en claro que la movilidad cazadora-recolectora es


flexible y ampliamente diversa. Algunas comunidades cambian de campamento con mucha
frecuencia, una práctica que resulta en efímeras ocupaciones, poca acumulación de restos de
la ocupación y baja visibilidad arqueológica. Otros se mueven infrecuentemente y son casi
sedentarios en lugares bien ubicados, lo que resulta en asentamientos mayores, edificios
permanentes y una alta visibilidad arqueológica. Estas diferencias no deberían ser tomadas
como absolutas; por el contrario, son extremos de una continuidad, y muchos grupos
cazadores-recolectores modernos cambian fácilmente de un modo de movilidad a otro, de
acuerdo con la necesidad y la estación.

Ha sido propuesta una distinción entre movilidad residencial y movilidad logística. En la


movilidad residencial, el grupo entero se mueve de un campamento a otro de acuerdo con la
abundancia de recursos estacionales. Con la movilidad logística, los individuos o pequeños
grupos se dedican a tareas específicas mientras se mueven a partir de un campamento base
que puede o no ser habitado permanentemente. Si consideramos los patrones de
asentamiento en el periodo glaciar tardío, parece que al menos algunos de los recolectores de
alimento natufienses se involucraban en la movilidad logística, mientras sus ancestros
kebarienses geométricos podrían ser mejor asociados con la movilidad residencial. Las
estrategias logísticas se ajustan con frecuencia a situaciones donde el principal asentamiento
se localiza cerca de un recurso esencial pero lejos de otro, igualmente crítico; las incursiones
logísticas ponen estos recursos lejanos al alcance de la mano. La gente puede haber dejado de
mudar de residencia en áreas donde los reservorios de recursos se volvieron más ampliamente
espaciados y cuando los costos de traslado frente a las ganancias esperadas en el próximo
campamento superaban aquellos de permanecer en el actual campamento. Muchos factores
son de importancia, tales como la distancia al próximo campamento, el terreno que se tiene
que atravesar, la cantidad de material que tiene que cargarse, el tiempo requerido para
construir viviendas y los recursos que esperan en la próxima locación. A este respecto, la
decisión de sedentarizarse puede haber estado basada en la distribución regional, no
solamente local, de los recursos o, en palabras de Robert Kelly: “El sedentarismo puede ser
producto de la abundancia local en un contexto de escasez regional”.

El tamaño pequeño de los asentamientos prehistóricos sugiere que el número de residentes


era de unas pocas docenas como mucho. Uno también recibe la impresión de una ocupación
intermitente y de poca duración en los sitios, dada la frecuente delgadez de los estratos de
deposición. Aunque no sabemos nada de la organización social de la gente que vivía en estos
sitios, puede ser útil la analogía con el registro etnográfico contemporáneo. Se requiere
cautela en el uso de analogías modernas, porque los cazadores-recolectores son

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inmensamente variados y sus estrategias son el resultado de circunstancias específicamente
históricas y medioambientales -no hay un modo de vida cazador-recolector ahistórico. Sin
embargo, si queremos identificar patrones generales en el estilo de vida cazador-recolector
que trasciendan la simple descripción de la cultura material, la analogía histórica es necesaria,
y las preocupaciones acerca de los peligros de usar analogías etnográficas no han conducido
todavía a una alternativa creíble. El significado no es intrínseco al registro arqueológico, sino
que es producto de un razonamiento siempre cambiante; en términos bien simples, nosotros
creamos la historia, no nos es entregada.

La etnografía comparativa de cazadores-recolectores sugiere que la organización de la


sociedad en el periodo glaciar tardío tomó probablemente la forma de una estructura
ligeramente jerárquica, con tres rangos principales. En el rango más bajo estaba el pequeño
hogar de base familiar, que raramente excede las 8-10 personas. En el siguiente rango se
encontraban grupos mayores de veinte o treinta a cien individuos, en los que se habrían
congregado familias para operar en conjunto. Es probable que esos grupos compartieran una
percepción colectiva de unidad y propósito común expresada a través de decisiones
relacionadas con la caza-recolección, patrones migratorios, conducción de los asuntos del
campamento y mantenimiento de las relaciones intergrupales. La adscripción a un grupo
puede no haber sido de por vida, con la gente cambiando libremente de un grupo a otro (por
ejemplo, por matrimonio) e incluso siendo animada a hacerlo para fortalecer las relaciones
entre diferentes comunidades. A su vez estos grupos habrían estado organizados en grandes
redes de al menos 250-500 individuos para asegurar la supervivencia biológica. Las grandes
redes habrían también servido para mitigar los omnipresentes riesgos de fluctuación en los
recursos alimentarios y para mejorar la circulación de bienes e información. Cálculos simples
sugieren que el número mínimo de sitios para un grupo social entero habría estado en el orden
de los ocho por estación, si suponemos que cada sitio fue usado por veinte-treinta personas.
Sin embargo, muchos grupos cazadores-recolectores modernos tienden a moverse mucho más
frecuentemente, y el número de lugares residenciales por estación es mucho mayor. Los
grupos más grandes pueden haberse juntado estacionalmente cuando las condiciones
medioambientales y las oportunidades de caza eran conducentes para tal actividad. Tal
momento puede haber ocurrido con el arribo de las manadas de gacelas a sitios como Abu
Hureyra en Siria del Norte durante la primavera, la misma estación en que los cereales
silvestres y otras plantas maduraban y debían ser cosechados -tiempos de abundancia. Este
momento de congregación anual es con frecuencia el de las ceremonias y los ritos de
iniciación, la reconfirmación de los lazos y lealtades sociales y el intercambio de materias
primas y socios matrimoniales.

La extensión de los territorios explotados por las comunidades epipaleolíticas es desconocida,


pero para responder a las necesidades de la supervivencia debe haber sido grandes -varios
cientos o incluso miles de kilómetros cuadrados, dependiendo de la distribución de los
recursos naturales y el carácter del paisaje. Debe haber incluido fuentes de agua, una
adecuada variedad y densidad de plantas alimenticias, suficiente pastura para antílopes y otras
presas, lugares de leña y materiales para la construcción de refugios. Los estudios sobre
cazadores-recolectores modernos han mostrado que ellos son muy conscientes de los límites
de sus territorios, y así sin dudas lo eran sus predecesores prehistóricos. Puntos de referencia
naturales como montañas y ríos pueden haber sido útiles a este respecto, pero signos
culturales como los lugares sagrados y los campos de sepultura pueden haber tenido una
significación similar. Las ceremonias, los ritos de iniciación y los encuentros grupales aumentan
la expresión de los derechos de uso exclusivo de un territorio. El grado en que los límites eran

13
definidos y, si era necesario, protegidos puede haber variado en respuesta a las variaciones en
la densidad de los recursos y el tamaño de la población, y los grupos pueden haber pasado a la
tierra de otro grupo sólo en tiempos de excesiva sequía, merma de las presas u otras
catástrofes.

Es probable que los kebarienses geométricos hayan explotado sus territorios sobre la base de
beneficios inmediatos: recolectaban los productos alimenticios que necesitaban en los
alrededores de sus campos todos los días y para el consumo inmediato. Una ética de compartir
el alimento y otros bienes puede haber sido activamente alentada de un modo similar al de
muchas sociedades cazadoras-recolectoras modernas. Esa comunión no tiene nada que ver
con sentimientos o generosidad; en cambio, es una estrategia bancaria que brinda seguridad,
ya que autoriza a los individuos a recibir una porción de la captura de otro en tiempos de
escasez de recursos. Tal estrategia también facilita una distribución del alimento cercana a la
igualdad entre todos los miembros de la comunidad, fortaleciendo la unión del grupo. Sin
embargo, la teoría y la práctica no son siempre lo mismo: aunque las reglas y sanciones
sociales contra la acumulación individual del excedente tratan de mantener la ética de
compartir, la gente encuentra frecuentemente las maneras de esquivar sus demandas o
limitarlas al nivel familiar; probablemente nunca existió una sociedad completamente
igualitaria.

En la era natufiense, la recolección de alimento tuvo lugar en el contexto de una economía de


beneficios diferidos en vez de una de beneficios inmediatos, empleando una gama de
estrategias basadas en la movilidad logística. Había asentamientos de larga duración en sitios
favorecidos, a partir de los cuales los pequeños grupos de tareas hacían probablemente
incursiones de varios días o semanas para conseguir el alimento de grupos mucho más
numerosos. Hay indicios de almacenamiento, una creciente dependencia de la búsqueda de
alimento en grandes cantidades y la acumulación de excedentes en anticipación de una futura
escasez.

Aunque las estrategias de movilidad dependen de factores medioambientales, consideraciones


sociales y rituales son igualmente importantes. La movilidad es un asunto social, parte de lo
que se ha denominado “apropiación” e “inculturación” del paisaje: las rutas migratorias
pueden recibir marcas físicas de reconocimiento, al lugar del asentamiento se le puede dar
importancia ritual, y las montañas y los ríos pueden ingresar al mundo cosmológico. La
distinción entre el uso práctico, económico del paisaje y su uso social, ritual es en gran medida
una percepción moderna, occidental. Un vasto cuerpo de evidencia etnográfica revela que la
vida diaria en las sociedades cazadoras-recolectoras está completamente inmersa en un
amplio esquema de cosmología, mitología y simbolismo y ritual asociados. Un extenso
conocimiento del paisaje y sus recursos es clave para tener alternativas en caso de que un
recurso esperable no se encuentre disponible; requiere de una total memorización, que se
mantiene y se pasa de generación en generación a través de frecuentes ceremonias
elaboradas y ritos de iniciación, así como también muchos años de entrenamiento
intermitente. La significación simbólica y ancestral que se ha dado con frecuencia a puntos de
referencia como los ríos, bosques y montañas puede enfatizar principios de creencia, pero
puede también servir para fundamentar propósitos más mundanos, como medio de
comunicación, ícono de poder o reclamo de propiedad. Se les asigna orden y significado al
mundo natural y al papel de los humanos en él. Si bien no hay aún pruebas en las bases de
datos arqueológicos de que alguna de las consideraciones mencionadas era de importancia

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para los cazadores-recolectores del glaciar tardío en Siria, el razonamiento sobre la base del
registro etnográfico moderno sugiere que la opción es, al menos, probable.

3. Un cambio en la perspectiva: los comienzos del Neolítico

Entre c. 10.600 y 9.200 a.C. hubo un episodio de enfriamiento mundial conocido como el Dryas
Reciente. En este periodo, la temperatura anual promedio probablemente descendió tanto
como 10 grados centígrados por debajo de los niveles actuales, y los glaciares en las tierras
altas avanzaron una vez más, con la línea de nieve ubicada en unos 1.200 m por debajo de su
presente elevación. El retorno del frío y una reducción de las precipitaciones condujeron a una
creciente aridez y una dramática retirada de los bosques y el ecotono entre bosque y estepa.
Siria se convirtió en un medioambiente frío y seco, compuesto mayormente de una estepa
estéril dominada por hierbas y arbustos como la artemisia herba-alta, con árboles de pistacho
y terebintos, resistentes a la sequía, aferrados a los terraplenes de los wadis locales.

La gradual mejora del clima a fines del décimo milenio a.C. llevó a condiciones más cálidas y
húmedas, y los bosques se expandieron fuera de sus refugios templados. Aunque las
condiciones fluctuaban a través del tiempo, sobrevino un periodo más húmedo que el de hoy
en día, incluyendo una temporada lluviosa veraniega. El derretimiento de los hielos en las
tierras altas y el aumento de los torrentes de agua llevaron a una elevación del nivel del
Mediterráneo de al menos 30 m, causando la inundación de grandes partes de la costa, que
vieron ingresar aguas marinas en una franja de 2-40 km de ancho. Después de muchos
milenios de crecer y disminuir sus aguas, el gran lago de la cuenca de Damasco finalmente se
contrajo y dividió en sus restos presentes -lagos Hijane y Ateibe. Una considerable
sedimentación y la consecuente elevación tuvo lugar en los valles fluviales del Éufrates y sus
tributarios, donde pantanos y lagunas eran ahora comunes. Mientras el nivel actual del
Éufrates fluctúa desde aguas bajas a fines del verano hasta 6 m más altas en la primavera,
inundaciones más episódicas y turbulentas fueron una característica recurrente en la
antigüedad. El lecho del río estaba en firme proceso de reestructuración, y el río y sus canales
asociados serpenteaban por la llanura aluvial, mientras los wadis tributarios depositaban limo
sobre la llanura de aluvión. En este periodo, la vegetación a lo largo del Éufrates y otros
arroyos perennes fue mucho más abundante y variada que hoy en día, con densos humedales
de cañas y bosques de álamos, sauces, tamariscos, fresnos, olmos, plátanos y alisos. La
abundante presencia de agua, alimento y refugio atrajo una amplia variedad de animales, que
incluía a uros, jabalíes, gamos y muchos pequeños mamíferos y pájaros.

Mientras las partes occidentales de Siria eran en gran medida bosques o medioambientes del
tipo sabana, al este del Éufrates se localizaba la inconmensurable estepa seca de la Jezira -
hábitat natural de hierbas y arbustos como la artemisia (Artemisia herba-alta), la milenrama
(Achillea conferta) y los carrizos (Carex stenophylla), y de grandes animales como el onagro y la
gacela. En esta región existían probablemente reservorios de pistachos en las riberas de los
wadis bajos, mientras bosques más extensos de robles, pistachos y olivos crecían en las laderas
de las montañas del Jebel ‘Abd al-Aziz. Bosques similares se situaban en las laderas de las
cadenas del Jebel Ansariyah y el Anti-Líbano en el oeste. Se encontraban pinos en las laderas
más bajas, cedros y robles en mayores altitudes, y enebros en altas mesetas de las cadenas del
Líbano y Anti-Líbano, a 2.800 m.

Eran medioambientes muy diversos, completamente diferentes de los paisajes degradados y


afectados de hoy en día. A comienzos del décimo milenio a.C. estaban ocupados y explotados
por numerosos pequeños grupos de gente que subsistía de la caza y la recolección, como lo

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venían haciendo desde eras anteriores. La recolección procedía usualmente de manera diaria,
y la movilidad dictaba la organización de la sociedad. Pero, como vimos en el capítulo 2, al
menos algunos de los grupos epipaleolíticos estaban ya comprometidos en una explotación
más intensiva de plantas y animales, y habían escogido asentarse en áreas selectas por largos
periodos de tiempo. La elaboración de este proceso tuvo lugar en el periodo conocido como
“Neolítico”, que comenzó en Siria alrededor del 10.000 a.C. y se extendió hasta c. 5.300 a.C.
Este capítulo trata de la parte temprana de ese periodo que ha sido dividido en dos fases a
partir de las excavaciones de Kathleen Kenyon en Jericó, Palestina, durante los años 1950s: el
Neolítico Precerámico A (c. 10.000-8.700 a.C.) y el Neolítico Precerámico B (c. 8.700-6.800
a.C.). Aunque el Neolítico es un concepto decimonónico de la prehistoria europea, asociado
con la presencia de cerámica, el descubrimiento por parte de Kenyon de conjuntos que tienen
todas las características originales del Neolítico, pero sin cerámica, la condujo a agregar el
adjetivo “precerámico”. Otras terminologías han sido propuestas en las siguientes décadas,
pero sin recibir aceptación general.

Se ha pensado hasta tiempos muy recientes que el Neolítico inició con los primeros pasos de la
agricultura aldeana. Somos ahora conscientes, sin embargo, que la vida en aldeas sedentarias
comenzó varios milenios antes del final del periodo glaciar tardío, y que la adopción completa
de la agricultura y cría de ganado sucedió mucho después, en el tardío noveno milenio y
octavo milenio a.C. Es ahora evidente que la agricultura no era un prerrequisito necesario de la
vida sedentaria, ni eran los pobladores sedentarios siempre agricultores. Las comunidades de
los primeros siglos del periodo Neolítico tenían mucho en común con sus antecesores
epipaleolíticos, pero la lenta transformación de la sociedad cazadora-recolectora en un mundo
neolítico de agricultores y ganaderos estuvo asociada con la creación de un nuevo conjunto de
valores sociales y económicos centrados en la casa, los muertos enterrados en y alrededor de
la casa y la producción y almacenamiento de materias primas. El cultivo de cereales y la cría de
ganado implicó nociones de reproducción estacional y control humano, la domesticación de lo
salvaje y la definición de territorio y propiedad, tanto en la forma de tierra que contiene
recursos alimenticios vitales o en la forma de productos almacenables.

El cambio en la actitud también se expresó en el cuidado y esfuerzo prodigados a la casa en


términos de construcción, mantenimiento, uso, elaboración y reemplazo. Los edificios en las
primeras aldeas fueron por lo general circulares, semisubterráneos y de una sola habitación;
evolucionaron gradualmente en estructuras ovales o rectangulares y de habitaciones
múltiples, con espacios especializados y diferenciación entre los edificios. Los muros y pisos
estaban enlucidos y a veces pintados, lo que requería de una considerable inversión de
esfuerzo en preparación y mantenimiento. Fogones y otras instalaciones domésticas eran
puestas dentro del edificio, funcionando como puntos focales de reunión diaria y contacto
social. Las casas eran frecuentemente reconstruidas en el mismo lugar y con la misma
alineación, lo que sugiere la existencia de un apego al lugar y una preocupación con el pasado
y la perpetuación de los derechos de ocupación.

También subrayaban la identidad y la memoria las figurillas, instalaciones de culto y sepulturas


situadas en y alrededor de las casas. Tales características eran usadas para beneficio de la
familia que utilizaba la casa como espacio ritual y ceremonial. En resumen, los numerosos
montículos de asentamiento de este periodo en Siria y regiones adyacentes pueden
interpretarse como representaciones de una nueva sociedad que surgió en el Neolítico, ya que
muestran un sostenido asentamiento en lugares selectos, una diversa cultura material y una

16
exploración de nuevos materiales y técnicas, el desarrollo de una economía agrícola y el
surgimiento de un nuevo orden espiritual.

Las áreas de asentamiento

Siria durante el Neolítico fue un mundo relativamente “vacío”. Se retuvo la movilidad en


grados variables y la densidad demográfica en la mayoría de las regiones fue muy baja. Con
pocas excepciones, los asentamientos eran pequeños y dispersos, y vastas extensiones
conocieron poca o ninguna explotación por parte de poblaciones humanas. A finales del
periodo glaciar algunas regiones se vaciaron totalmente, como es el caso del gran desierto en
el centro del país, aparentemente sin efectos del aumento de humedad experimentado en
otros lugares a comienzos del Holoceno en el décimo milenio a.C.

Ya explotada intermitentemente durante el periodo Natufiense, la región en torno a Damasco


estaba habitada por gente neolítica desde el noveno milenio a.C. en adelante. La más antigua
ocupación documentada fue encontrada en Tell Aswad, donde una comunidad se instaló en c.
9.000 a.C. y creció hasta convertirse en un poblado importante de 5 ha durante los siguientes
1.500 años. Aldeas tempranas fueron fundadas también en Ghoraifé, Ramad, y Tell Aatné,
mientras ocupaciones más efímeras de fecha incierta tuvieron lugar en la llanura de Sahl es-
Sahra, al pie de las colinas del Anti-Líbano, en el refugio rocoso de Qornet Rharra que se
encuentra en Sahl Seidnaya, en la alta cueva de Nachcharini en las montañas del Anti-Líbano,
en Neba’a Barada, cerca del río Barada, y en Taibe, en el Hawran. Aunque se han realizado
excavaciones en algunos de los mayores montículos del Damasquinado, eran de extensión muy
limitada.

El asentamiento neolítico a lo largo del litoral mediterráneo se conoce principalmente por los
pequeños sondeos en Ras Shamra, pero la presencia de muchos más sitios en la región puede
predecirse por los estudios llevados a cabo más al sur, en el Líbano. Reconocimientos en el
área Qoueiq, al norte de Alepo, y en la región Menbij han localizado unos pocos sitios
neolíticos muy tempranos como Tell Qaramel y quizás los cercanos tells de Tleilat, Kadim y
Berne. Más numerosos son los sitios de etapas más tardías del Neolítico, como Qminas, Tell el-
Kerkh 2 y Tell el-Ghafar en la cuenca del Rouj cerca de Idlib.

En dirección nordeste encontramos al menos quince asentamientos del Neolítico Precerámico


en el valle del Éufrates. Debe haber habido un número mucho mayor de ocupaciones en esta
vasta cuenca de miles de kilómetros cuadrados, pero pueden haber desaparecido por los
efectos erosivos del serpenteante río o el sostenido aumento de sedimentos finos acarreados
desde las pendientes de la meseta. En esta región, la mayor parte de los sitios ha sido
encontrada sobre elevadas terrazas fluviales en un área ahora inundada por el lago artificial
Assad. La franja del valle río abajo a partir de la moderna Tabqa parece contener sólo un
puñado de sitios a considerable distancia uno de otro, como es el caso de Bouqras, Tell es-Sin y
Tell es-Souab 3; la región del Tishrin cerca de la frontera con Turquía también tiene dos o tres
sitios de este periodo. Los asentamientos no estuvieron ocupados todos al mismo tiempo.
Algunos comenzaron muy tempranamente en la secuencia neolítica, o incluso antes, y tenían
muy largas secuencias, como en Mureybet. Otros estuvieron ocupados en tiempos más tardíos
y manifiestan a veces haber tenido ocupaciones de corta vida, como lo indican las dispersiones
de pedernal en las adyacencias de Abu Hureyra. Aunque la mayoría de los sitios era pequeña,
unos pocos asentamientos de consideración han sido notados, como Abu Hureyra (12 ha) y
Tell Halula (7 ha), si bien no siempre estuvieron habitados en su totalidad.

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Otra área de ocupación continua fue la cuenca del Balikh, uno de los dos ríos perennes que
cortan el paisaje estepario al este del Éufrates. El flujo perenne de este tributario del Éufrates
atrajo el asentamiento desde tiempos tempranos. Aunque el área tiene una apariencia estéril
hoy en día, se caracterizaba en la antigüedad por un patrón fluvial muy difuso que dividía el
agua del río en numerosos canales, donde surgían bosques ribereños y áreas de humedales. El
valle podría incluso pensarse como un oasis en medio de la estepa. En esta región los
reconocimientos de tierra han revelado más de veinte pequeños montículos de asentamiento
en un área de aproximadamente 100 km de largo y 5 km de ancho, con la mayoría de ellos
situados a lo largo del río y sus canales o en las confluencias de los wadis estacionales. Algunos
de los sitios del Balikh parecen haber servido como estaciones temporarias de cazadores-
recolectores o como miradores para la caza, pero la mayoría contiene evidencia de ocupación
continua por largos periodos, de hasta 500 años o más. En efecto, sitios como los tells
Assouad, Damishliyya y Sabi Abyad II alcanzaron alturas de 6 m hacia el 7.000 a.C., y la
subsiguiente ocupación en el Neolítico tardío agregó considerablemente al tamaño de algunos
montículos. Las excavaciones indican que éstas eran principalmente pequeñas aldeas y
poblados ocupados por un máximo de unas pocas docenas, aunque también existían
asentamientos mayores.

La evidencia de ocupación en las planicies de la Jezireh, en el nordeste de Siria, durante el


Neolítico Precerámico es todavía muy pobre. Las investigaciones en la cuenca superior del
Khabur han encontrado sólo tres o cuatro asentamientos, y las excavaciones en dos de ellos -
Tell Fakhariyah y Tell Feyda- no han podido revelar ningún plan de asentamiento. Sin embargo,
en tiempos recientes comenzó a investigarse en la extensa constelación de sitios prehistóricos
en Tell Seker al-Aheimar, cerca del moderno poblado de Tell Tamer, donde se han encontrado
hornos en forma de U y pisos enlucidos con yeso asociados con recipientes de piedra y yeso.
Más efímera parece haber sido la ocupación en Khazna I, una pequeña cueva en el lado norte
del Jebel ‘Abd al-Aziz, con pequeñas cuchillas con mango, cinceles y otras herramientas líticas
de fines del octavo y comienzos del séptimo milenio a.C. En la parte inferior y más árida del
valle del Khabur no se han identificado sitios del periodo.

Queda por ver si el presente patrón de distribución de sitios es representativo del grado de
ocupación en la región durante el Neolítico Temprano. Los sitios prehistóricos pueden haber
estado sepultados profundamente debajo de muchos de los grandes asentamientos de la Edad
del Bronce o cubiertos por depósitos aluviales y sedimentos arrastrados hasta allí por canales
de irrigación construidos por el hombre. Hay evidencias de una constante elevación del paisaje
en la región del Khabur, así como en muchas otras partes de Siria, lo que a veces debió cubrir a
los sitios prehistóricos con metros de sedimento.

Tiempo de Asentamiento

La sedentarización fue un proceso muy gradual que comenzó en diferentes regiones en


momentos diferentes. Sobre el Éufrates fueron los grupos natufienses los que dieron los
primeros pasos durante el decimosegundo milenio a.C. Otras áreas siguieron su ejemplo miles
de años después. Por mucho tiempo el sedentarismo parece haber atraído a sólo un pequeño
número de gente. Las nuevas aldeas seguían siendo ocurrencias aisladas en un mundo aún
dominado por pequeñas comunidades de cazadores-recolectores móviles. Pero hacia el 7.500
a.C. la proliferación de aldeas neolíticas condujo a un cambio en el patrón y el carácter de la
ocupación en una escala sin precedentes.

Comienzos: el Neolítico Precerámico A, c. 10.000 – 8.700 a.C.

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La evidencia de asentamiento en la primera etapa del Neolítico se limita a un puñado de sitios.
Sobre la ribera oriental del Éufrates se encuentran Mureybet, Sheikh Hassan, Jerf al-Ahmar y el
recientemente descubierto Tell al-‘Abr, pequeñas ocupaciones sobre terraplenes situados en
los bordes de la llanura aluvional. Hacia el oeste se encuentran Tell Qaramel, un alto montículo
sobre la ribera del río Qoueiq, al norte de Alepo, y Tell Aswad, cerca de Damasco, en las
pantanosas costas del antiguo Lago Ateibe. Las llamadas puntas al-Khiam (puntas de flecha de
base cortada) y otro material lítico del tipo Neolítico Precerámico A han sido registradas
también en la superficie de Tell Chehab, en las estribaciones de Palmira, al este de Homs, y en
los sondeos realizados en la cueva Nachcharini, en el Anti-Líbano, al oeste de Yabrud, justo en
la frontera libanesa. Los estratos de sedimento con fogones y pozos llenos de ceniza en
Nachcharini casi con certeza derivan de pequeños grupos de cazadores-recolectores que
acampaban en el sitio estacionalmente. Los otros sitios eran ocupaciones al aire libre en partes
favorecidas de las tierras bajas con abundante agua y otros recursos. Aunque tuvieron largas
secuencias, es dudoso que el asentamiento fuera siempre continuo en estos sitios. La
evidencia sugiere un abandono periódico, como en Jerf el-Ahmar, donde sucesivas
ocupaciones alternaban con estratos estériles y un asentamiento que cambiaba de un área a
otra. La ausencia de arquitectura en algunos estratos de Mureybet también pudo deberse a
relocalizaciones dentro del asentamiento. Es probable que la gente que usaba estos sitios
siguiera siendo móvil en un grado importante.

Aunque las excavaciones fueron de extensión muy limitada, Mureybet es el clásico ejemplo del
desarrollo del asentamiento en el Neolítico. Su secuencia de ocupación comienza en el periodo
Natufiense tardío y continúa en gran parte del Neolítico. Se piensa que la ocupación neolítica
comenzó con los niveles IB y II, c. 10.000-9.500 a.C., basada parcialmente en el más bajo nivel
natufiense IA y parcialmente también en suelo virgen. Sin embargo, no hay un cambio
significativo en la estratigrafía o en la cultura material. Aunque en el nivel IB aparece un nuevo
elemento, la así llamada punta al-Khiam, una simple punta de flecha con muescas bilaterales y
una base retocada, el conjunto general siguió siendo en gran medida el mismo del estrato
natufiense. Los niveles IB-II se caracterizaban por chozas ovales o circulares, a veces
semisubterráneas, que medían 2,7-4 m de diámetro y se construían con adobe sobre una base
de cantos rodados y molinillos manuales en desuso y argamasa. Los pisos se hacían con una
capa de arcilla roja apisonada o guijarros y cantos rodados insertos en arcilla y alisados.
Aunque las moradas no contenían hogares, se encontraron fosos circulares para fogata
rodeados de piedras y barro en las áreas abiertas adyacentes. Senderos de pedregullo
facilitaban el paso a través del asentamiento. Probablemente debería atribuirse un significado
ritual a la cornamenta de un uro y los omóplatos de dos especies salvajes de bóvido y un
onagro incrustadas en un banco bajo de una de las viviendas.

La fase siguiente, Mureybet III, c. 9.500-8.700 a.C., recuerda a la ocupación anterior de muchas
maneras, pero algunos de sus edificios compartían muros y formaban mayores
aglomeraciones, en contraste con las más discretas casas de antes. Nueva también fue la
división interna de las construcciones circulares en pequeños compartimentos para habitación,
cocina y almacenamiento. El mejor ejemplo es la casa XLVII, de alrededor de 6 m de diámetro,
que contaba con una “plataforma para dormir” elevada y frente a la entrada y con un pasillo
en el centro flanqueado por tres compartimentos más pequeños, uno de los cuales tenía un
hogar. Depositados a lo largo del muro del corredor, junto con implementos de pedernal y
hueso, se encontraban los restos de aparentes contenedores o bancos de madera. El edificio
tenía un techo plano hecho simplemente de barro sobre varas de álamo, apoyado en una serie
de postes de madera. Otros dos edificios más pequeños muestran indicios de pinturas en los

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muros -la más antigua decoración de muros que se conozca en el Cercano Oriente. La pintura
mejor conservada consiste en hileras horizontales de paréntesis angulares de color negro y
(posiblemente) rojo sobre el blancuzco enlucido del muro. Uno de estos edificios también
contenía un cráneo humano y algunos huesos largos debajo de un horno, mientras que partes
de otro esqueleto incompleto se encontraron en un pozo exterior.

A finales de la fase III, c. 9.000 a.C., puede observarse en Mureybet un cambio gradual en la
forma de las casas. Los edificios circulares u ovales fueron reemplazados poco a poco por
estructuras rectangulares compuestas de varias pequeñas habitaciones. Los muros se
construían con molinillos de mano en desuso y suave piedra caliza cortada en piezas con forma
de hogaza de pan, cubiertos por ambos lados con argamasa de arcilla roja y reforzados con
postes de madera. Un pequeño edificio cuadrado de 3,5 x 3,5 m había sido dividido en cuatro
habitaciones que estaban pavimentadas con losas de caliza. Ya que no se encontraron puertas
de entrada en el nivel del suelo, el acceso a las habitaciones debió realizarse desde el techo o a
través de una abertura en la parte alta del muro. Una habitación contenía un recipiente de
almacenamiento, otra un hogar hundido y la mandíbula de un gran carnívoro incrustada en el
muro adyacente; los cuernos de bóvidos salvajes eran usados de manera similar en otros
edificios. A comienzos de la fase final IV, c. 8.700 a.C., la gente de Mureybet había cambiado en
su totalidad al uso de construcciones rectangulares hechas de adobe y divididas en pequeñas
habitaciones. Había unas pocas inhumaciones primarias debajo de los pisos de las casas, así
como también un número de calaveras humanas colocadas sobre pedestales o simplemente
depositadas en el piso.

Ocupaciones similares a las de Mureybet IB-II no han sido halladas aún en otros sitios de Siria,
pero varios asentamientos contemporáneos o parcialmente contemporáneos de la fase III han
sido excavados. En Tell Sheikh Hassan, sondeos en pequeña escala revelaron segmentos de un
edificio rectilíneo con pequeñas habitaciones del tipo celda. En una zanja de 4 x 4 m en Tell
Aswad, cerca de Damasco, los pozos de poca profundidad asociados con ladrillos caídos e
impresiones de caña sobre arcilla han sido interpretados como evidencia de chozas
semisubterráneas con superestructura de bahareque. La excavación en Tell Qaramel, al norte
de Alepo, reveló fragmentos de muro y otros restos de ocupación adscriptos al periodo
Neolítico Precerámico A (Mureybet III), aunque parece que esta primera ocupación se localizó
principalmente en la meseta cercana al montículo en vez de en el montículo mismo. Otro
pequeño asentamiento del Neolítico Precerámico A fue descubierto recientemente cerca de
Tell al-‘Abr, sobre el Éufrates; si bien los detalles no se han publicado aún, los resultados
incluyen la exposición de una casa circular que contiene una plataforma rodeada de losas
erectas talladas.

Especialmente importante es la reciente gran excavación en Jerf al-Ahmar, al norte de


Mureybet, que reveló una compleja secuencia de ocupaciones aldeanas que datan de c. 9.200-
8.700 a.C. El asentamiento se construyó sobre dos elevaciones naturales separadas por un
arroyo. La ocupación comenzó en el montículo oriental e incluyó nueve aldeas construidas una
sobre la otra, durante un periodo de aproximadamente 500 años. En tiempos posteriores
(quizás contemporáneos del nivel 2 del sitio oriental), la ocupación se extendió al montículo
occidental, donde han sido identificados seis niveles de edificación. Parte del asentamiento en
las dos colinas bajas se construyó sobre los terraplenes, con varias casas semisubterráneas
localizadas en la pendiente frente al arroyo. Las casas varían ampliamente en su forma, desde
circulares u ovales a elípticas o cuasi rectangulares con rincones redondeados; estructuras
completamente rectangulares sólo aparecen en la fase superior. Si bien muchas estructuras

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eran habitaciones simples, otras fueron divididas internamente o agrandadas progresivamente
con la adición de nuevas habitaciones. Hogares y pavimentos de piedra interiores son
indicadores de que servían de espacio de vivienda. Las construcciones en los niveles superiores
se encuentran con frecuencia congregadas en grupos de cuatro o cinco, compartiendo a veces
un patio con pavimento de piedra donde se observan grandes hogares hundidos y pozos de
almacenamiento, lugar donde la gente preparaba su alimento.

Espectaculares fueron los descubrimientos en el nivel 2 del montículo occidental, donde cerca
de diez casas de múltiples habitaciones, algunas ovales y otras rectangulares, se encontraban
en un terraplén artificial formando un arco alrededor de un gran edificio circular y
enteramente subterráneo que se quemó por completo. Este edificio (EA30) es claramente
similar a la casa XLVII en Mureybet y se encontraba hundido a una profundidad de 2,30 m
dentro de una zanja forrada de piedra. Diez postes de madera estaban incrustados en este
muro de contención para soportar el techo plano hecho de madera y cubierto con tierra. El
interior había sido subdividido en seis pequeñas habitaciones y dos bancos elevados. En uno
de los rincones se encontraba una calavera humana, mientras que un esqueleto humano
decapitado fue descubierto en la habitación central del edificio. En el montículo oriental se
encontró una similar estructura completamente subterránea y circular en los límites del
asentamiento del nivel 1. Un depósito de fundación que consiste en dos calaveras humanas
apareció en la base de un hoyo en donde se apoyaba uno de los pilares que sostenían el techo
de la estructura. Incluso más espectaculares fueron quizás otros dos edificios, aunque
construidos de diferente manera, que han sido identificados en el nivel superior en ambos
montículos en la interfaz de los periodos Neolítico Precerámico A y B. El edificio EA53 en el
sitio oriental tiene 8 m de diámetro y estaba hundido a una profundidad de cerca de 2 m. En
esta estructura, un muro de contención de piedra contenía más de treinta postes de madera y
estaba revocado con barro. Rastros de color sugieren que el enlucido había estado pintado. En
contraste con anteriores estructuras subterráneas, el interior de este edificio no estaba
subdividido, pero fue embellecido con un banco de 1 m de ancho adosado a un muro de
contención y con la forma de un hexágono equilátero, en perfecta armonía con la planta
circular del edificio. Un pilar de madera para soporte del techo se encontraba en cada ángulo
del hexágono. El lado vertical del banco estaba revestido con grandes losas pulidas de punta a
punta y decorado en toda su longitud por un friso continuo de triángulos grabados y, en menor
medida, líneas ondulantes o interrumpidas. Aunque todavía se esperan los detalles, un banco
decorado de ese modo aparentemente existe también en el segundo edificio de este tipo en el
montículo occidental, con el friso de triángulos embellecido con figuras humanas y lo que
parecen ser aves de presa en piedras y estelas puestas transversalmente a la cubierta del
banco.

No puede haber dudas de que estos edificios eran de importancia para encuentros y
ceremonias comunitarias, donde los aldeanos se congregaban regularmente y se sentaban en
los largos bancos a lo largo de los muros. Sin embargo, el ritual probablemente no se confinaba
sólo a las grandes estructuras como éstas, construidas para el beneficio de toda la aldea. Una
pequeña casa circular de 4 m de diámetro encontrada en el nivel 3 del sitio oriental contenía
los cuernos y las partes superiores de los cráneos de tres uros, así como también la calavera
completa de otro. Asociado con uno de esos cráneos estaba un collar de cuentas de arcilla
secadas al sol atado a cada uno de los lados de un colgante de piedra caliza. Es probable que
las calaveras hayan estado colgadas del muro. Si bien un pequeño fogón rodeado de mazas y
otras herramientas líticas sugiere que este edificio era una vivienda ordinaria, debe haber sido
investido de un considerable significado ritual por sus habitantes.

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El tamaño de las primeras ocupaciones neolíticas es aún incierto. La cueva Nachcharini era
apenas un poco mayor a 100 m2, mientras que se cree que Mureybet cubría 1 o 2 hectáreas
hacia el 9.000 a.C. con numerosos edificios pequeños. Sin embargo, la ocupación precedente
era sin dudas mucho más reducida en extensión. Sobre la base de la distribución de pedernal
encontrado sobre la superficie, se cree que Tell Qaramel había sido un gran sitio de 2-3
hectáreas, pero el excavador admite que la erosión, el arado, la cantería en la búsqueda de
materiales de construcción y otras perturbaciones post deposicionales pueden haber
cambiado considerablemente el (pequeño) tamaño original del sitio. Tell Aswad fue una gran
aldea en tiempos neolíticos posteriores, cubriendo tal vez alrededor de 5 hectáreas, pero la
primera ocupación fue ciertamente menos extensa. Jerf al-Ahmar cubrió un área de menos de
media hectárea, aunque la ocupación en sus dos componentes no fue siempre
contemporánea. El asentamiento en el área oriental, donde la ocupación parece haber
comenzado, puede haber incluido un área de alrededor de 2.000 m 2, lo que permite como
máximo unas veinte construcciones. El posterior asentamiento en el área occidental, cruzando
el cauce del arroyo, puede haberse limitado a unos 250-350 m 2, comprendiendo cerca de diez
casas en el nivel 2. Es dudoso que todas las estructuras fueran usadas para vivienda. Algunas
pueden haber sido usadas como depósitos u otras actividades especializadas.

El sitio de Jericó cercano al Mar Muerto es con frecuencia tomado como prueba de la
existencia de grandes asentamientos con densas poblaciones en la primera mitad del noveno
milenio a.C., ya que supuestamente fue construido en un área de 2 o 3 hectáreas y tenía,
según su excavador, una población de 2.000-3.000 personas. Sin embargo, esta cifra es muy
exagerada y debería probablemente ser dividida al menos por diez. Jericó produjo evidencia de
una espectacular clase de arquitectura que todavía no tiene rivales en ningún otro sitio del
Neolítico Precerámico (Halula sobre el Éufrates se acerca, aunque este sitio es de fechas muy
posteriores). Las excavaciones en la década de 1950 revelaron partes de un muro de piedra de
más de 3 m de espesor, que todavía se yergue a una altura de alrededor de 4 m. A lo largo de
la base exterior del muro había un foso de 8 m de ancho, mientras que en el interior se
levantaba una gran torre de cerca de 8 m de altura y 9 m de ancho en su base; en su cima, 7 m.
La torre parece haber sido una construcción sólida, excepto por la bien hecha escalera que
conducía a su techo. Inicialmente consideradas como estructuras de defensa (lo que le dio a
Jericó el título de “primera ciudad del mundo”), ha sido propuesto más recientemente que el
muro servía para proteger al asentamiento de eventuales inundaciones y que la torre cumplía
un papel en actividades ceremoniales públicas. Las extraordinarias características en Jericó
tienden a eclipsar la evidencia arquitectónica para este periodo, que por lo general parece
incluir estructuras domésticas de tamaño modesto distribuidas en áreas restringidas.
Difícilmente pueda ponerse en duda que el tamaño de la población por asentamiento era muy
limitado.

La Proliferación de la Sociedad Neolítica: el Neolítico Precerámico B, c. 8.700-6.800 a.C.

En el noveno y, particularmente, el octavo milenio a.C., el periodo Neolítico Precerámico B, el


número de sitios aumentó considerablemente. Sabemos de muchas docenas de ocupaciones, y
las investigaciones en curso revelan más cada año. Aunque Jerf al-Ahmar fue abandonado
poco después de c. 8.700 a.C., los otros asentamientos formativos sobre el Éufrates
continuaron por algún tiempo. Además, Dja’de al-Mughara fue fundada de nuevo hacia
mediados del noveno milenio, y otras localidades le siguieron, tales como Tell Halula y Abu
Hureyra. Esta última fue reocupada luego de un periodo de abandono probablemente largo
que siguió a la ocupación epipaleolítica. Todos esos sitios manifiestan un posterior desarrollo

22
de la sociedad neolítica local que se demuestra por los cambios en la arquitectura y el plan del
asentamiento, el desarrollo de la cultura material, la implementación gradual del cultivo y el
tratamiento de los muertos. Este periodo también vio el establecimiento de poblados en áreas
previamente evitadas o poco usadas, aunque la general escasez de anteriores ocupaciones
puede fácilmente reflejar la historia y naturaleza de la investigación arqueológica. En el valle
del Balikh, por ejemplo, el sitio BS 397 es el único pequeño representante del temprano
Neolítico Precerámico B, pero no pudo haber operado en un vacío social o cultural; la
presencia de otras ocupaciones contemporáneas en zonas vecinas puede suponerse.

La posterior parte del Neolítico Precerámico B, luego de c. 7.500 a.C., es considerada como el
momento de crecimiento demográfico significativo, frecuentemente asociado con
movimientos poblacionales o colonización, pero quizás pueda caracterizarse mejor como la
edad de la transformación de los grupos cazadores-recolectores indígenas (con poca visibilidad
arqueológica) en comunidades de agricultores más sedentarias (con alta visibilidad
arqueológica). O, en otras palabras, el aumento del número de asentamientos puede reflejar
un cambio importante en el grado de sedentarismo en vez de un incremento en la cantidad de
gente per se. Deberíamos también tomar en cuenta el hecho de que no todos los sitios fueron
siempre usados de manera continua. Casi en todas partes hubo interrupciones en el
asentamiento o incluso un completo abandono. Evidentemente estas vicisitudes en la
ocupación del sitio tienen importantes implicaciones para la densidad regional del
asentamiento y el tamaño de la población. El movimiento de población y la colonización como
principales incentivos en la distribución de la ocupación pueden haber sido de poca o ninguna
relevancia; ¿de dónde habría venido la gente y qué necesidad podrían haber tenido para
migrar? Ningún sitio o región estuvo densamente ocupado en los milenios precedentes.
Grandes porciones del paisaje estuvieron prácticamente vacías. Hubo mucho espacio en todas
partes a corta distancia, incluso en la vecindad de los sitios que pasaron a ser centros mayores
de población local en el tardío Neolítico Precerámico B, como Abu Hureyra.

Las ocupaciones del Neolítico Precerámico B varían considerablemente de tamaño, duración y


plan. Algunas eran muy pequeñas y “planas” o finas, con unas pocas puntas de flecha
diseminadas y otras piezas de pedernal como únicos trazos de uso. Taibe en el Hawran medía
unos 100 m2. Algunos de los pequeños sitios en los alrededores de Abu Hureyra cubrían
apenas unos 250 m2. El sitio BS 397 en el valle inferior del Balikh era un poco mayor, como
mucho de unas 0,4 hectáreas, pero los depósitos eran aún muy delgados, de 50-75 cm de
espesor. Pueden haber sido campamentos usados brevemente por pequeñas partidas de caza.
Los numerosos refugios rocosos y cuevas en el Anti-Líbano, el Jebel ed-Douara y el Jebel ‘Abd
al-Aziz (tales como las ocho cuevas en Douara o los refugios en Qornet Rharra, Nachcharini y
Khazna I) sirvieron probablemente un similar propósito. Otros fueron sitios de producción
donde se obtenía y se trabajaba el pedernal, como muchas localidades cercanas a las cuevas
de Douara y Palmira. Sondeos realizados en Qminas, cerca de Idlib, donde piedras y otros
materiales estaban distribuidos en un área de 200 m a la redonda, revelaron un número de
hogares circulares de hasta 1 metro de diámetro, así como también fosos repletos de piedras y
ceniza. Unas pocas losas de molienda, recipientes de piedra y cuchillas para hoces sugieren
actividad de cultivo y una permanencia más duradera, aunque el sitio no pudo haber sido
usado por mucho tiempo.

Muchos más sitios aparecen en la forma de montículos de asentamiento o tells, con un trazado
ordenado, estructuras uniformes, frecuentes reconstrucciones y ocupación repetida a lo largo
de extensos periodos. La mayoría de los montículos eran pequeños, del orden de 0,5-1

23
hectárea, con el número de habitantes limitado a unas pocas docenas. Había también unos
pocos montículos mayores como Tell Aswad y Ghoraifé, cerca de Damasco, cada uno de 5
hectáreas de superficie, y Tell Halula en el Éufrates Medio, de alrededor de 7 hectáreas. Por
supuesto, no siempre queda claro en qué medida las ocupaciones posteriores contribuyeron al
tamaño de los montículos tal cual los vemos hoy. Bouqras en el Neolítico (tardío) cubría
aproximadamente 3 hectáreas y puede haber albergado unas 180 casas; se dice que el sitio
tuvo una población de entre 700 y 1000 individuos. Abu Hureyra cubría quizás un área de casi
12 hectáreas y puede haber sido habitada por varios miles de personas. Es claro que algunas
comunidades estuvieron densamente pobladas. Pero, aunque son con frecuencia entendidas
como representantes del Neolítico Precerámico, estos grandes sitios eran la excepción más
que la regla.

Los asentamientos estaban frecuentemente aislados en el paisaje, localizados cerca de fuentes


permanentes de agua, pero muchos montículos aparecen en pequeñas congregaciones de dos
o más. Se han encontrado ejemplos en el valle del Balikh, donde el sitio de Sabi Abyad consiste
en al menos tres o cuatro pequeños montículos, a una distancia de unas pocas docenas de
metros uno de otro. En la cercana Tulul Breilat, seis montículos formaban un círculo de 500 m
de diámetro, con cada uno de los sitios nuevamente a corta distancia de los otros. El uso
continuo llevó a veces a la unión de las separadas ocupaciones, lo que resultó en
aglomeraciones de mayor tamaño. La gente pudo haber usado la aglomeración en su totalidad,
pero parece que con más frecuencia la ocupación mudaba de un área a otra en el curso del
tiempo. La sumatoria de asentamientos puede bien ser la razón del excepcional tamaño de
algunos sitios de este periodo, como es el caso de las 12 hectáreas de Abu Hureyra. Al menos
en parte, la congregación debe estar relacionada con el medioambiente y la disponibilidad
local de recursos. Pero puede también reflejar elecciones de tipo social. Los pequeños
montículos individuales estaban ocupados probablemente por grupos de parentesco que
traspasaban su propiedad de generación en generación y se distinguían de otras familias.
Cualquier crecimiento de las relaciones de parentesco habría requerido de nuevas áreas de
habitación y puede haber en última instancia conducido a otro asentamiento en la inmediata
vecindad del asentamiento ancestral.

La naturaleza de la planta de asentamiento en la primera etapa del Neolítico Precerámico B es


aún muy poco conocida. Mureybet IV fue excavada sólo en un área muy pequeña,
descubriéndose algunas estructuras rectangulares y enterramientos asociados. En Dja’de al-
Mughara, al norte de Mureybet, c. 8.100-8.000 a.C., las características salientes eran
pequeñas, con casas de una sola habitación construidas de adobe sobre bases de piedra. Los
edificios rectangulares habían sido renovados en muchas ocasiones, lo que sugiere alguna
permanencia en la ocupación, aunque parecen haber existido también refugios menos
durables, evidenciados por numerosos hoyos para postes. Pequeñas estructuras de
almacenamiento se erigieron en los patios. Ellas tenían bases en rejilla, construidas con bajos
muros de piedra paralelos a intervalos cortos (15-20 cm) que probablemente soportaban vigas
de madera sobre las cuales se colocaban los pisos enlucidos. De este modo, los pisos estaban
elevados y el aire circulaba por debajo, lo que ayudaba a mantener los edificios secos durante
los lluviosos meses del invierno. Esta clase de arquitectura es inusual en Siria y el Levante, pero
común en sitios del piedemonte del Taurus, al sudeste de Anatolia, tales como Çayönü y Nevali
Çori. Un descubrimiento extraordinario fue la llamada “Casa de los Muertos”, que parece
haber sido usada principalmente para propósitos funerarios.

24
Los mayores asentamientos sobre el Éufrates en el octavo milenio se caracterizan por la
regularidad y el orden en el patrón de construcción de las casas, indicativo de una cuidadosa
planificación y organización de la ocupación. La compartimentación de las casas es otra
característica principal, no solamente en el Éufrates sino también en otras partes, y puede
haber implicado un deseo de privacidad o la necesidad de un espacio destinado al
almacenamiento de granos. Estas eran recurrentes y duraderas características. En los estratos
más bajos de Bouqras, en Siria oriental, había segmentos de recintos rectangulares de ladrillo
con un gran patio en uno de los rincones, rodeado por sectores de vivienda en forma de L. Las
habitaciones tenían frecuentemente pequeños hornos o compartimentos de poca profundidad
hundidos en los duros pisos enlucidos de blanco, o nichos en los muros. Un horno en forma de
herradura se encuentra usualmente en uno de los rincones del patio. En Abu Hureyra y Halula,
las casas de entre 46 y 82 m 2 se encuentran abigarradas, con pequeñas áreas abiertas y
estrechos callejones de 0,6-1,8 m de ancho entre ellas. Eran construidas en una sola planta y
eran rectangulares, aunque algunas tenían habitaciones adicionales para formar una extensión
en forma de L u otra variante rectilínea. Algunos edificios tuvieron una corta vida y eran usados
como fuente de ladrillos luego de su abandono, pero otros han sido reconstruidos
frecuentemente en el mismo lugar y con la misma alineación (hasta nueve veces en un caso en
Abu Hureyra), lo que sugiere un largo y continuo uso del espacio por muchas generaciones de,
tal vez, una familia. Los edificios tenían de tres a cinco habitaciones accesibles a través de
puertas y estrechas claraboyas con altos alféizares. La habitación central medía entre 20 y 25
m2 (las habitaciones aledañas eran de 4 a 8 m 2), incluyendo con frecuencia un pequeño hogar
rectangular en el medio para calentar el ambiente o para cocinar. Otro horno hecho de
ladrillos se elevaba sobre una baja plataforma rectangular contra uno de los muros. Otras
características comunes en las casas fueron los contenedores revestidos en yeso puestos
contra los muros, los nichos o huecos en los muros y las plataformas bajas en un extremo de
los muros. Los pisos se finalizaban simplemente con tierra pisada o llevaban un enlucido de cal,
que también cubría las partes más bajas de los muros; el resto de estas paredes a veces tenía
un revoque de arcilla encalada. La producción de enlucidos con cal fue una importante
innovación tecnológica en el Neolítico. El proceso implicó la transformación de la piedra
calcárea en cal por medio del fuego, para luego agregarle agua y convertirla en yeso; una vez
endurecido, éste adquiría propiedades cercanas a las del concreto. El yeso se usaba
principalmente para la manufactura de pisos duros fáciles de limpiar, pero también servía una
variedad de otros propósitos, tales como moldear instalaciones domésticas y la producción de
esculturas y jarrones.

Los pisos de yeso se coloreaban por lo general de negro o rojo con pigmentos de hollín y ocre,
o se dejaban en el blanco grisáceo original. La superficie de los pisos de yeso se mejoraba para
que brille y a veces se pintaba, incluyendo un ejemplo en la forma de un sol radiante rojo
sobre fondo negro en Abu Hureyra. Un área de poco más de 1 m 2 cercana al hogar central de
una de las casas de Tell Halula mostraba al menos veintitrés figuras femeninas, variando su
tamaño entre 14 y 21 cm y pintadas con ocre rojo sobre enlucido gris. Muchas habitaciones
también parecen haber tenido muros pintados con diseños rojos sobre fondo blanco, pero la
evidencia está todavía limitada a fragmentos de yeso en edificios derruidos. Las habitaciones
con carpeta de yeso sobre el piso eran mantenidas rigurosamente limpias; cenizas, restos de
comida y otros deshechos ocupacionales se encontraron principalmente en callejones y
espacios abiertos entre los edificios.

Halula también entregó evidencia de construcciones monumentales de piedra, singulares


hasta ahora en Siria, como el inmenso muro de contención de al menos 28 m de largo y 4 m de

25
altura, construido con grandes y cuidadosamente colocados bloques de piedra sin tallar. El
muro, construido en 7.000 a.C. o poco antes, limitaba una extensa terraza o plataforma en los
confines orientales del asentamiento, sobre el cual se erigía un gran edificio con muros de
piedra que consistía en al menos siete habitaciones largas pero estrechas. Estas construcciones
fueron el resultado de esfuerzos colectivos y de una organización del trabajo que trascienden
el accionar de un individuo o de un pequeño grupo de gente; probablemente toda la
comunidad local estuvo involucrada en trabajos de esta escala. Desafortunadamente
desconocemos por completo el significado de la terraza. Quizás se trató de un punto focal para
eventos sociales o prácticas de culto, pero puede también haber servido propósitos más
mundanos, como la protección del empinado monte contra una eventual erosión.

Las excavaciones en Tell Sabi Abyad II y Tell Damishliyya, a orillas del Balikh y datadas en c.
7.500-6.500 a.C., han revelado pequeñas ocupaciones menores a 0,5 hectáreas de superficie,
dominadas por unos pocos edificios de ladrillo o adobe y espacios abiertos relativamente
grandes entre medio. A primera vista, el plan de los asentamientos parece haber sido
altamente irregular, sin ninguna planeación preconcebida, pero esta imagen se deriva
principalmente de la compleja secuencia de construcción, con algunas estructuras agregadas y
otras demolidas cuando surgiera la necesidad. En Tell Sabi Abyad II, un edificio de
aproximadamente 7 x 5 m era de planta tripartita con muchas pequeñas habitaciones,
accesible a través de puertas evidentes por los contrafuertes. Otro edificio consistía en un
pequeño patio con un número de hornos circulares para pan o tannurs, rodeado en forma de L
por pequeñas habitaciones rectangulares o cuadradas. La concentración de hornos aquí y su
virtual ausencia en otras partes del asentamiento sugiere alguna suerte de taller comunal,
donde la mayoría de los miembros de la comunidad -si no todos- preparaban su comida. Otros
edificios en Tell Sabi Abyad II eran más diversos e inconsistentes en su distribución, aunque
cada uno de ellos parece haber tenido al menos una habitación mayor, usada probablemente
para estar diario. Aunque la gente era de estatura baja en este periodo, muchas habitaciones
eran de dimensiones tan pequeñas que su uso no pudo ser otro que el de almacenamiento. Las
habitaciones tenían puertas estrechas, a veces con contrafrentes, umbrales bajos o agujeros
para el eje de giro, lo que indica que estas entradas se hallaban ocasionalmente cerradas por
puertas de madera. Sin embargo, las unidades más pequeñas no tenían ningún acceso a nivel
del suelo, por lo que ese acceso debió hacerse o desde el techo o desde las partes altas de los
muros.

Una característica importante es la gran plataforma de tierra pisada que mide al menos 10 por
7 por 0,6 m y está parcialmente revestida con bloques de yeso, ubicada en el límite
septentrional de una gran área abierta en el centro del asentamiento, con las casas rodeando
esta plaza central. Una pequeña escalera limitada por ambos lados por muros de tierra pisada
parece haber dado acceso a la plataforma desde el área abierta central. Ninguna arquitectura
apareció sobre la plataforma, ya sea porque simplemente nunca hubo una o debido a que fue
completamente erosionada. La construcción -preparación de las losas de adobe, transporte de
pesadas piedras para el revestimiento y el subsecuente enlucido- debe haber sido una
empresa de gran inversión de tiempo y esfuerzo físico, que quizás involucró a toda la
comunidad. Estamos aún en tinieblas en cuanto al uso de la plataforma, aunque es tentador
suponer un propósito público o ritual.

La distribución del asentamiento en Sabi Abyad II recuerda la ocupación contemporánea en el


cercano Tell Damishliyya. En uno de los estratos más bajos aparecieron los restos de dos
edificios rectangulares irregulares, que se expandieron repetidamente en el curso del tiempo y

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consistían en una serie de pequeñas habitaciones, a veces revestidas con yeso blanco, sin
ninguna instalación doméstica. Otro paralelo con Sabi Abyad II es la evidencia de uso de
plataformas: uno de los edificios se erige sobre una superficie elevada o base de grandes
ladrillos (ladrillos reciclados obtenidos de estructuras aplanadas más antiguas) cubierta de
arcilla. El trabajo en otro sitio del Neolítico Precerámico B en el valle del Balikh -Tell Assouad-
reveló partes de un pequeño edificio rectangular con pisos y paredes recubiertos de yeso
blanco, así como varias habitaciones estrechas y alargadas en la cumbre del montículo. Dos
pedestales bajos a lo largo de los muros y el hallazgo de una calavera de buey en el umbral de
una entrada han sido entendidos como evidencia de un santuario, pero es más probable que el
edificio haya tenido una función doméstica. Una zanja escalonada sobre la ladera del
montículo sugiere que los niveles basales VIII-VII en Assouad carecieron de arquitectura, pero
contaban con cerámica, mientras que los niveles superiores VI-I tenían restos de ladrillo, pero
no cerámica. Sin embargo, es dudoso que esta interpretación sea correcta.

Subsistencia: Caza-Recolección y Cultivo

La economía de subsistencia de las más antiguas comunidades neolíticas difiere poco de la de


aquellos precursores del glaciar tardío. La gente retuvo la caza-recolección como medio básico
de suministro de alimento hasta el noveno milenio, cuando comenzaron a adoptar el cultivo de
plantas y la cría de rebaños domésticos de ovejas, cabras y, posteriormente, de ganado vacuno
y cerdos. Involucrarse con la agricultura fue un paso decisivo, que tuvo un impacto que
trascendió la simple economía y que a la larga iba a cambiar drásticamente el mundo. Si bien la
gente había vivido cazando y recolectando por cientos de miles de años, la transición al nuevo
modo de vida productor de alimento se realizó en un periodo relativamente corto; por lo
tanto, la frase comúnmente usada de “revolución neolítica”. Aunque se han presentado
muchas hipótesis para explicar el cambio a la agricultura, todavía desconocemos por qué y
cómo la gente desarrolló un control sobre plantas y animales. La interpretación original fue
que la agricultura era inherentemente superior a la caza-recolección, por lo que, una vez que la
gente tuviera el conocimiento para practicarla, la primera reemplazaría automáticamente a la
segunda. Esta es básicamente una interpretación occidental y decimonónica, que enfatiza la
separación humana de la naturaleza y la superioridad humana sobre la naturaleza, o, en
palabras de Tim Ingold, “es una narrativa maestra acerca de cómo los seres humanos a través
de su trabajo corporal y mental se han elevado progresivamente por sobre el nivel puramente
natural de la existencia, al que están confinados todos los otros animales, y al hacerlo han
creado una historia de la civilización”.

Hipótesis más recientes enfatizan la importancia de los cambios climáticos y otras


modificaciones del medioambiente, en especial durante el intervalo del Dryas reciente, c.
10.600-9.200 a.C. En este episodio disminuyeron las precipitaciones y la temperatura media
anual cayó a un nivel que poco difiere de la del periodo glaciar unos 7.000 años antes. Se dice
que una resultante disminución de los recursos de plantas silvestres ha forzado a la gente a
intensificar su búsqueda de alimento por medio del cultivo de hierbas de grandes semillas y
legumbres herbáceas -progenitoras de los cereales y legumbres domesticados que aparecieron
por vez primera en el noveno milenio a.C. Una vez en movimiento, el proceso se aceleró con
una elevación de la temperatura y la humedad a finales del décimo milenio, lo que otorgó una
mejora de las condiciones medioambientales que conducen a la agricultura y una elaboración
del nuevo y útil recurso. Las teorías parten con frecuencia de la suposición de que la decisión
de los cazadores-recolectores de adoptar una nueva estrategia de subsistencia estaba llena de
riesgos, sólo aceptada bajo presión y propulsada por una creciente tensión entre gente y

27
recursos. Aunque el más sofisticado de estos modelos tiende a incluir una explícita dimensión
social, aún así presenta a la gente del Neolítico como pasiva, reaccionando a los eventos en vez
de crearlos.

Otro factor citado frecuentemente que se presume ayudó a adoptar la agricultura es un


sostenido incremento demográfico, el que por sí solo o en asociación con el cambio climático
puso más presión sobre el delicado balance entre recursos alimenticios y población humana.
Cuando aumentaba la población, la gente excedía el número que podía ser mantenido por la
caza-recolección tradicional; en última instancia, habrían tenido que cultivar el suelo para
asegurarse un adecuado suministro de alimento. La intensificación de la economía de
subsistencia conllevó una reducción de la movilidad, un desarrollo de innovaciones
tecnológicas y el establecimiento de grandes y cada vez más complejos asentamientos que se
convertirán en comunidades agricultoras sedentarias. Si bien es claro que los habitantes
sedentarios no siempre eran agricultores, se sostiene que la agricultura sólo era practicada por
quienes vivían en aldeas habitadas permanentemente. De acuerdo con esta visión, el
sedentarismo es un importante precursor del cultivo: mediante la reducción de factores tales
como los abortos y el intervalo entre nacimientos, la vida sedentaria promueve el crecimiento
de la población y una consecuente búsqueda de más alimento. Incluso sin un aumento de
población, los grupos sedentarios también tienden a agotar sus reservorios locales de alimento
silvestre, lo que hace necesario para ellos extender el grado de control sobre plantas y
animales salvajes para asegurar buenas cosechas y acceso permanente a manadas. La
convivencia durante periodos más largos pudo también haber precipitado cambios
económicos y sociales, así como el surgimiento de complejas redes comunitarias; esos
fenómenos habrían sido facilitados por la producción de excedentes a través de la
domesticación de plantas y animales.

Que hubo cambios medioambientales a finales del periodo glaciar no pude negarse, pero el
momento, la intensidad y la duración de los cambios son todavía materia de desacuerdo
académico. Limitados conjuntos de datos y una falta de consistencia interna en los resultados
de los análisis abren la posibilidad de diferentes modelos y previenen contra forzar demasiado
los datos. Los modelos que citan problemas medioambientales o carencia de alimento como
las principales razones para la adopción de la agricultura no satisfacen tampoco en otros
temas. No solamente hubo un considerable atraso en la expansión de la economía agrícola de
una región a otra, lo que sugiere que la necesidad de cambio distaba de ser consistente, sino
que la capacidad de sustentación del medioambiente nunca fue alcanzada en ninguna parte. Si
bien el registro arqueológico está sin dudas incompleto, la evidencia de presión poblacional y
de un grave desbalance asociado ha sido exagerada, ya que para el periodo en consideración
sólo se han estudiado un puñado de sitios muy pequeños. La gente en los albores de la
producción de alimento vivía en pequeños grupos dispersos, en un medio lleno de
oportunidades, como las habían tenido en las eras anteriores.

La complejidad del surgimiento y expansión de la agricultura es cada vez más reconocida, con
patrones de desarrollo peculiares para cada región que se vuelven más aparentes. Es
importante notar que la agricultura no fue ni la producción de alimento que seguía una lógica
económica ni una inevitabilidad impuesta sobre las comunidades neolíticas tempranas por
eventos de gran escala que escapaban a su control. Por el contrario, la adopción de la
agricultura formaba parte de la profunda transformación de toda la sociedad cazadora-
recolectora y la adaptación a un conjunto completamente diferente de valores y significados
societales. Perspectivas recientes -favorecidas aquí- sitúan en primer lugar las dimensiones

28
sociales en la transición a la agricultura al sugerir que ésta fue el producto de un cambio en el
pensamiento que involucró nuevos tipos de asentamiento, enterramientos, prácticas de
subsistencia y cultura material. En esta visión, el cultivo puede haber aumentado las nociones
de territorialidad que ya estaban desarrollándose en los últimos siglos por medio de la mayor
permanencia de los asentamientos.

La domesticación económica pudo haber estado precedida por domesticación social y


simbólica en el momento del asentamiento: mucho antes de que se extendiera a plantas y
animales, la domesticación de lo silvestre comenzó con la transformación de la casa en el
domus, “hogar”, donde la preparación y almacenamiento de alimento, la colocación de
estatuillas y el entierro de la gente en o alrededor de la casa recibían un significado simbólico
asociado con el cuidado y la crianza. La casa se convirtió en la metáfora de las estrategias
económicas y sociales para el control y la dominación de lo salvaje.

Otra posibilidad es que la gente comenzara a cultivar en respuesta a las rivalidades por poder y
prestigio: la intensificación y la agricultura crearon los excedentes suficientes para llevar a cabo
banquetes formadores de alianzas y mantener las asociadas redes de intercambio que
proveían de exóticos marcadores de estatus. Lo cierto es que la gente activamente provocó la
adopción de la agricultura, aunque cada una de las comunidades pudo haber tenido diferentes
razones para adoptar el nuevo y útil recurso. Si bien la iniciativa general puede haber sido el
trabajo de unos pocos grupos, el conocimiento estuvo accesible para otros que pueden haber
querido cultivar y criar por otros propósitos. Una vez que se realizó el cambio, las generaciones
posteriores probablemente llevaron el estilo de vida de sus predecesores sin preocuparse por
las razones de su implementación original.

La domesticación pudo haber sido frecuentemente sin intención, resultado de la continua


interacción entre humanos y los ancestros salvajes de los domésticos. Sin embargo, el proceso
de domesticación de lo silvestre puede haber sido impulsado enormemente por muchos
fenómenos culturales y cambios deliberados en la relación entre hombres, plantas y animales,
tales como la preparación de los campos o el acto y la técnica de sembrar, cosechar y
almacenar las semillas. La gerencia humana de las plantas y los animales conllevó
frecuentemente una serie de transformaciones genéticas acumulativas y cambios en la
morfología en la medida en que las especies pasaron a depender del hombre para su éxito
reproductivo. El grano silvestre se encuentra adosado al tallo por una quebradiza articulación
(raquis) que se parte fácilmente cuando se cosecha, con lo cual las semillas caen al suelo. El
grano doméstico tiene usualmente un raquis mucho más resistente, lo que es claramente
ventajoso para la recolección de semillas mediante el desarraigo o con uso de hoces. El cambio
también permitió que los granos maduren por más tiempo y produzcan una mejor
germinación, núcleos más altos y un mayor producto. Hubo otras mutaciones, tales como el
cambio a núcleos “desnudos” que podían ser liberados fácilmente mediante la trilla, y la
transformación de cebada silvestre con sus dos fértiles hileras de granos en una variedad
doméstica de seis hileras. Las especies animales bajo cuidado humano estuvieron sujetas
también a mutaciones, con frecuencia para beneficio del domesticador. Entre tales cambios se
encontraban la lactancia regular extendida (más allá de las necesidades de sólo las crías), el
desarrollo de ovejas lanares, las alteraciones en el tamaño de los animales (las especies
domésticas son por lo general más pequeñas que sus equivalentes silvestres) o el cambio en la
forma de los cuernos de las cabras.

Es aún difícil concebir cómo y cuándo comenzó el proceso de cambio. Entre los factores
probablemente vitales para la domesticación estuvo la limitación para el movimiento de los

29
animales, el control sobre su cría y la regulación de su alimentación. La gente pudo haber
practicado alguna forma de control y selección sobre poblaciones animales naturales mucho
antes de convertirse en ganaderos, en el verdadero sentido de la palabra; el cuidado de las
manadas precedió probablemente a la domesticación. Aunque se ha planteado que los cerdos
fueron domesticados en Hallan Çemi, Turquía, hacia el 9.000 a.C., la corriente opinión es que
las cabras y luego las ovejas fueron las primeras especies domésticas, entre c. 8.000 y 7.500
a.C. Son animales altamente sociales, fáciles de amaestrar y mantener en medioambientes
confinados para que desarrollen una relación simbiótica con la gente.

El desarrollo de la domesticación es visto por lo general como un proceso de larga duración en


el que los domésticos fueron el producto de cambios genéticos a lo largo de muchas
generaciones; su reconocimiento en el registro arqueológico puede definir el final, y no el
comienzo, del desarrollo. Ya que ninguna secuencia arqueológica muestra una clara y continua
transición desde el progenitor silvestre al doméstico primario, hay planteos de que el cambio
en la forma fue extremadamente rápido -una corta ráfaga en vez de un largo proceso. El
estudio experimental sugirió que el cambio de un raquis quebradizo a uno que no lo era (una
de las principales características de la domesticación de cereales) puede haber sido alcanzado
en unos pocos veinte-treinta años, y con certeza en menos de 200 años. Pero, aunque
quisiéramos considerar la domesticación como un evento en vez de un proceso, no
deberíamos simplemente suponer que la transformación cultural en la transición del
Epipaleolítico al Neolítico ocurrió de una manera igualmente rápida. Dadas la cronología y la
historia cultural como son entendidas actualmente, parece que el modo neolítico de vida se
desarrolló gradualmente: la gente del Neolítico se aferró al modo cazador-recolector de
subsistencia por cientos o incluso miles de años antes de adoptar completamente la
agricultura y la ganadería en el octavo milenio. Al igual que el caso de los natufienses, muchas
de las comunidades glaciales tardías del Levante estuvieron abriendo el paso a la agricultura
cuando explotaban recursos de animales y plantas silvestres de manera intensa y sa basaban
cada vez más en un modo sedentario de vida.

Hay un amplio consenso en que las plantas fueron domesticadas antes que los animales en
Siria y Levante. La agricultura basada en el cultivo de cereales y legumbres era practicada en
pequeña escala en la región de Damasco y el valle del Éufrates en el noveno milenio a.C.,
mientras que la cría de rebaños probablemente comenzó varios siglos después, quizás con
animales empleados como “despensas ambulantes” y reservas contra malas cosechas.
Recientemente se ha planteado que el centeno apareció en su forma doméstica en Abu
Hureyra durante el Epipaleolítico, c. 11.000 a.C., aunque este planteo es difícil de reconciliar
con la ausencia de cereales cultivados en Abu Hureyra y otros sitios por miles de años después.
En cualquier caso, la evidencia de más antigua explotación sistemática de cereales domésticos
(trigo farro) proviene de Tell Aswad, cerca de Damasco, c. 9.000-8.500 a.C. En este sitio, la
ausencia del equivalente silvestre del trigo farro ha sido entendida como prueba de que el
farro fue introducido en su forma totalmente doméstica, quizás desde las colinas basálticas del
Jawlan (Golan) y Hawran, donde reservorios silvestres de trigo farro pueden ser vistos todavía.
Los productos cultivados fueron una modesta contribución a una dieta principalmente basada
en plantas y animales silvestres hasta c. 8.300 a.C., cuando la gente en Tell Aswad también
comenzó a sembrar cebada, arvejas y lentejas. Además, pueden haber practicado una cría
informal de cabras, aunque los animales identificados eran todavía morfológicamente
silvestres (Capra aegagrus). En cambio, las ovejas están casi ausentes en el sitio, apareciendo
en cantidades substanciales en Siria sólo hacia la segunda mitad del octavo milenio.

30
Aunque la gente del Neolítico en el sudoeste de Siria había estado ya involucrada con una
forma de agricultura incipiente, en otros lugares aún se basaban en la intensiva explotación de
las especies silvestres. Se han identificado hasta sesenta especies de plantas silvestres con
semillas o frutos comestibles en la fase III (c. 9.500-8.700 a.C.) de Mureybet, sobre el Éufrates,
incluyendo cantidades considerables de trigo escanda silvestre. En la contemporánea Jerf al-
Ahmar fue la cebada en vez del trigo la que era predominantemente recolectada en
reservorios silvestres, lo que tal vez refleje una variación medioambiental local o preferencias
culturales. La gente también aprovechó un amplio espectro de vida silvestre: carne, sangre,
pieles o partes óseas (para producción de herramientas). Usaban el medioambiente fluvial a
los pies de sus sitios, donde los densos cañaverales y bosques costeros otorgaban amplias
oportunidades para la caza o entrampamiento de jabalíes, gamos, tejones, gatos monteses,
turones, castores, pequeños roedores como los ratones, ratas y gerbos, y docenas de especies
de ave. Las extensas planicies al este y oeste del río también eran ampliamente explotadas
para la caza de gacelas, onagros, uros y, más ocasionalmente, pequeños mamíferos como
liebres y zorros.

En el norte de Levante el cambio de recolección a labranza parece haber tenido lugar a fines
del noveno o comienzos del octavo milenio a.C., pero de modo gradual. Si bien la gente en
sitios como Mureybet y Dja’de al-Mughara continuó basándose completamente en la caza y la
recolección, los primeros ocupantes neolíticos en Abu Hureyra y Halula comenzaron a practicar
una agricultura de pequeña escala como suplemento de sus actividades de caza-recolección. A
veces, los restos de cultivos domésticos aparecen junto a aquellos de sus contrapartes
silvestres, ya sea porque todavía se explotaban los reservorios silvestres o porque las formas
silvestres y las domésticas crecían juntas en los campos, o una combinación de las dos. Sin
embargo, los niveles basales en Tell Halula no han suministrado evidencia de plantas silvestres,
lo que sugiere que los primeros ocupantes del sitio llevaron con ellos especies como el trigo, la
cebada y el lino en forma completamente domesticada. El asentamiento neolítico en Abu
Hureyra estuvo asociado con la introducción de una gama de plantas domésticas, tales como el
trigo farro, la cebada de seis carreras con cáscara, las lentejas, los garbanzos, las habas y las
arvejas. Las dos últimas especies, junto con la cebada, prefieren suelos húmedos y pueden
haber sido plantadas en el valle inferior. Sin embargo, partes de la extensa estepa más allá del
valle fueron probablemente usadas también, presumiblemente para el cultivo de trigo, como
sucede hoy.

El hueso continúa apareciendo en los niveles más bajos del Neolítico en Abu Hureyra y Halula,
incluyendo una gama de especies silvestres como gacela, onagro, ciervo, bovinos y cerdo. La
caza era todavía importante y la gacela es la presa principal en las matanzas. Una mejora del
método de caza incluyó los llamados “cometas del desierto”, ampliamente distribuidos en los
desiertos de Siria, Jordania, Arabia Saudita y el Sinaí y usados hasta tiempos recientes. Estas
grandes trampas hechas de piedra eran de 5 a 150 m de ancho y accesibles a través de una
angosta abertura, a partir de la cual los muros de piedra divergían a veces por varios
kilómetros en forma de V. Los cazadores forzaban a la asustada manada a entrar por la
abertura de esa estructura hacia un espacio cerrado de matanza, donde otros aguardaban para
disparar sobre los animales. Como alternativa, se ha sugerido que los cerramientos no eran
usados por cazadores, sino por pastoralistas y como corrales.

Junto a las especies silvestres también estaban representadas las ovejas y cabras domésticas,
pero sólo en una escala baja (e. g. 12-14% en Abu Hureyra). Un aumento dramático de cabras y
ovejas domésticas -de hasta un 65-75% en la muestra de Abu Hureyra- tuvo lugar hacia c. 7400

31
a.C., cuando estos animales comenzaron a desplazar a las gacelas como la principal fuente de
carne. A finales del octavo milenio o poco después también se hicieron presentes los cerdos y
bóvidos domésticos. El ancestro silvestre del cerdo doméstico -uno de los más preeminentes
productores de carne- vive por lo general en bosques y humedales, siempre cercanos a fuentes
de agua. Los ejemplares jóvenes son bastante fáciles de amansar, lo que pudo haber facilitado
su extendida domesticación. El progenitor de los bueyes fue el ahora extinto uro ( Bos
primigenius), un gran y feroz animal de larga cornamenta, de no menos de 2 m de altura hasta
la línea de sus hombros.

Por el 7000 a.C. las comunidades de agricultores se encontraban bien establecidas en áreas
donde era viable la agricultura de secano. La base de cuatro cultivos domésticos principales -
trigo emmer, cebada, lentejas y guisantes de campo- aumentó sostenidamente, y en pequeños
huertos cercanos a las viviendas se cultivaron también vezas, garbanzos y habas. En algunos
sitios, como Sabi Abyad II sobre el río Balikh, se cultivó linaza en grandes cantidades a causa
del aceite en sus semillas, por sus fibras que se usaban en la manufactura del lino para ropa de
cama, o por una combinación de las dos cosas. Los cereales eran materia prima, ingeridos
como granos hervidos o asados o usados en el horneado de galletas, pan sin levadura,
mazamorra y papilla, lo que proveía de fuentes principales de carbohidratos y vitaminas B y E.
La dieta quedaba ampliada con legumbres y carne, y quizás también con sangre de los
animales domésticos, con el suplemento de plantas, frutas, frutos secos y animales silvestres.
Legumbres, carne, pescado, huevos, etc. son ricos en proteínas y/o grasas, carbohidratos y
varios minerales como el hierro y el calcio. El alimento que la gente ingería era
frecuentemente duro y grueso. En Abu Hureyra, los dientes de muchos adultos jóvenes fueron
severamente desgastados hasta la raíz por masticar alimento abrasivo y prematuramente
perdidos. Tardíamente en la secuencia neolítica, la erosión dental fue reducida
substancialmente por la introducción de la cerámica y la cocción del alimento en recipientes
cerámicos.

La gente integró la cría de ovejas y cabras en sus economías, lo que aseguraba un suministro
regular de carne, de pieles para la confección de ropa o el revestimiento de las tiendas, y de
partes óseas para la fabricación de herramientas. Se ha argumentado que no fue hasta cuatro
o cinco milenios después de los inicios de la domesticación que los animales fueron explotados
para otros “productos secundarios” como la leche o la lana, pero esto es un asunto muy
controversial. Sin embargo, es verdad que las ovejas salvajes no tienen mantos largos de lana,
y tampoco los animales salvajes producen leche más allá de lo necesario para sus crías. Los
cambios en el manto de lana o la lactancia sólo podían ser alcanzados, por lo tanto, mediante
la continua cría selectiva bajo control humano. La gente pudo también haber mantenido
animales para expresar riqueza y crear distinciones y barreras sociales, o como medio de
almacenar excedentes sobre pezuñas para contrarrestar los omnipresentes riesgos de una
mala cosecha u otras catástrofes. El ganado vacuno también puede haber sido usado para
tracción (arado) y transporte. Los bueyes tuvieron ciertamente un papel importante en
contextos rituales y simbólicos, aunque esto parece haber involucrado principalmente a
bóvidos salvajes o uros (Bos primigenius); muchas de las pequeñas estatuillas encontradas en
los asentamientos neolíticos parecen representar a toros. Cornamentas de bóvidos salvajes
colgaban de los muros o eran incrustadas en ellos en Mureybet, Jerf al-Ahmar y otros sitios, y
los así llamados “santuarios” en el Çatalhöyük del Neolítico tardío, en Anatolia, tenían bancos
donde se apoyaban hasta siete pares de cornamenta de uros, junto con estructuras de ladrillo
más simples con un par de cuernos puestos en el borde de plataformas. En Çayönü, los
bóvidos parecen haber sido matados en ritos asociados con la muerte, a juzgar por los indicios

32
de sangre de ellos encontrados sobre una “mesa” de piedra baja, en el llamado Edificio de la
Calavera.

Probablemente la agricultura fue conducida en los espacios libres cerca de los asentamientos.
Muchos sitios se encontraban en regiones con extensos campos de tierra arable y un régimen
de lluvias anual suficiente para la agricultura de secano. Si bien una precipitación anual
promedio de 200-250 mm es el requerimiento mínimo para la agricultura de secano en el
Cercano Oriente, variables como el relieve y la condición del suelo son de igual importancia y
ocasionalmente permiten incluso la agricultura de secano en regiones con un promedio de
lluvias de 150 mm. Sin embargo, el inmenso riesgo de una mala cosecha en esas áreas
marginales requiere de una forma de irrigación que permita un continuo y duradero cultivo.
Hay un amplio acuerdo en cuanto a que los agricultores del Neolítico realizaban sus cultivos
sólo en invierno, con la siembra entre octubre y diciembre y la cosecha entre abril y junio.
Dado este calendario, los suelos de los valles en los principales cursos perennes de agua, como
el Éufrates, fueron evitados por el riesgo de inundaciones primaverales, cuando se derretían
las nieves en las montañas anatólicas. En esas regiones, el cultivo pudo haber estado confinado
a las terrazas más elevadas y a los terraplenes fluviales que bordean las planicies de aluvión. En
áreas con baja precipitación anual, los campos pueden haberse extendido a lo largo de los
arroyos o de sus confluencias, por donde vastas cantidades de agua de drenaje pasaban
durante la estación húmeda, contribuyendo al desarrollo de suelos bien irrigados y de
excelente calidad para el cultivo. Otros nichos favorables incluían los humedales cercanos a
lagos y lagunas, como en Tell Aswad y Ghoraifé, en las vecindades de Damasco, situados cerca
de las costas de los antiguos lagos Ateibe e Hijane.

Por lo general, el área que cada comunidad necesitaba para el cultivo debe haber sido
relativamente modesta. La mayoría de las comunidades neolíticas era muy pequeña,
albergando unas pocas docenas de individuos como mucho, y sus necesidades básicas de tierra
para propósitos agrícolas y ganaderos deben haber sido limitadas, comprendiendo quizás una
superficie de sólo unos kilómetros de diámetro. Si consideramos que sólo un número limitado
de sitios existía en cualquier región y en cualquier momento, parece que la capacidad de
sustentación nunca fue alcanzada y que se contaba con mucha más tierra de la requerida para
ganarse la vida. Como resultado, el impacto directo de las poblaciones del Neolítico temprano
sobre sus medioambientes debe haber sido limitado; las extensas y poco usadas regiones muy
alejadas de las principales áreas de asentamiento fueron probablemente dejadas más o menos
en estado natural y usadas como territorio de cacería para las comunidades locales. El
continuo cultivo y una cría, una recolección, una caza y una trampería más intensivas en las
adyacencias a las aldeas pudo haber llevado al agotamiento de las tierras en algunos casos,
pero estos efectos se sintieron probablemente sólo en la larga duración, como parece haber
sido el caso de ‘Ain Ghazal, en Jordania. En la mayoría de las regiones, las condiciones
medioambientales permitieron una larga e intensiva explotación, como lo demuestran los
numerosos sitios ocupados de manera permanente por muchos siglos.

En el caso de los asentamientos permanentes, parece razonable suponer la existencia de


reclamos territoriales de la tierra que sustentaba a las comunidades, pasada de generación en
generación. La constante limpieza y el mantenimiento de los campos, los requerimientos
diarios de pastura para los rebaños de las aldeas, las repetidas reconstrucciones de los
asentamientos, el enterramiento de los muertos en el interior de las aldeas o en sus
inmediaciones, etc., pudieron haber resultado en la creación y explícito reconocimiento de
tierras ancestrales y de territorios de grupos de parentesco. Tim Ingold, Peter Wilson y otros

33
han señalado que los agricultores sedentarios perciben la tierra y su lugar en el
medioambiente mayor de una manera diferente a la de los cazadores-recolectores. Mientras
los últimos conciben por lo general sus territorios a través de marcas naturales (ríos,
montañas, etc.), por los senderos que recorren el paisaje y las visiones que se tienen de él, los
agricultores definen los territorios cercándolos y separándolos mediante la limpieza y
preparación del suelo. Se crea un medioambiente sustituto y artificial que promueve la
cohesión de las comunidades, con frecuencia mediante las nociones de cosmología y creencia.
Enfatiza los asuntos de propiedad, identidad de grupo y cooperación comunitaria en todos los
niveles, a su vez facilitando el surgimiento de estilos regionales de cultura material y distintos
sistemas de organización social y económica.

Pero tal paisaje cultural pudo también haber creado toda clase de oposiciones, como
“cultivado” versus “silvestre”, o “bueno” (la cultura, la economía, las creencias, etc. de uno)
versus “malo” (cultura foránea, etc.). Pudo haber corporizado la competencia entre grupos y la
separación de “los de adentro” de “los de afuera”, tanto física como socialmente. El acceso a
un área particular puede haber sido negado a grupos ajenos a la comunidad local, lo que
presentó razones para la disputa y la batalla. Tal vez significativamente, la evidencia de
violencia física en el Neolítico es escasa, pero no está ausente. De los datos disponibles,
podemos citar el esqueleto de un hombre joven sepultado en Abu Hureyra, sobre el Éufrates,
con una punta de flecha incrustada en la cavidad del pecho, justo detrás de las costillas, una
sepultura de una mujer en Nevali Çori, Anatolia, con una punta de flecha todavía en su
posición original entre el cuello y la mandíbula superior, y esqueletos desenterrados en
Nemrik, Irak también con puntas de proyectil incrustadas en ellos. También indicativo de
guerra, quizás, es la recurrencia de edificios quemados como el encontrado en Bouqras,
incluyendo los restos esqueléticos de al menos cinco niños y adultos jóvenes (una es una mujer
embarazada de unos veinticinco años). Pero en general parece que las tensiones y la
competencia entre grupos se restringían en el Neolítico temprano. Las fronteras entre grupos
tenían menos en común con necesidades económicas y físicas y más con construcciones y
limitaciones sociales, algunas de las cuales se expresaban en reclamos territoriales sobre el
medioambiente físico.

La labranza y el mantenimiento de los rebaños debe haber llevado muchas horas de arduo
trabajo cada día, en particular durante la cosecha, cuando el trabajo debía completarse en dos
o tres semanas para evitar pérdidas considerables. En ese momento, todos los miembros de la
comunidad -hombres y mujeres, jóvenes y mayores- habrían de ponerse a trabajar. Además,
hay evidencia de división sexual del trabajo. Muchos de los esqueletos humanos encontrados
en Abu Hureyra mostraban patologías en la forma de deformaciones vertebrales y dedos
gordos de los pies aumentados por la artritis, presentada convincentemente como el resultado
de llevar cargas pesadas y moler grano en posición de arrodillado por muchas horas al día. La
fuerte asociación de severo estrés en rodillas, muñecas, dedos gordos del pie y región lumbar
con restos esqueléticos femeninos indica que eran las mujeres de la comunidad quienes
llevaban a cabo la pesada preparación del grano y, por lo tanto, estaban atadas a la casa. El
registro etnográfico sugiere que las mujeres estaban a cargo no sólo del procesamiento, sino
de la mayoría de las tareas asociadas con el cultivo de plantas: preparación del suelo, siembra,
desmalezamiento, riego, fertilización y cosecha. En esencia, esta responsabilidad se asemeja
mucho a otras tareas primarias de las mujeres, i. e. parto y crianza. Por lo que las mujeres
tenían al menos dos conjuntos de retoños para cuidar -las plantas en sus huertas y los hijos en
sus casas. No sorprende entonces que se haya sugerido que fueron las mujeres quienes dieron
los primeros pasos hacia la domesticación de plantas y las trajeron a los asentamientos. Los

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hombres habrían asistido en la limpieza de los campos y en otros trabajos que requieren una
gran fortaleza física, o participaban en los trabajos del campo durante los tiempos de estrés.
Los hombres dominaban el campo de la caza, y probablemente también la cría de ganado, ya
que no estaban encargados de la crianza de los hijos y estaban menos vinculados con sus
casas. Tal vez la caza era más valorada que el cultivo, al menos para motivar a los hombres a
realizar la siempre peligrosa tarea.

Contrario a la opinión generalizada, la agricultura ni mejoró la calidad de vida en la prehistoria


ni fue superior a la caza-recolección. Hay muchos datos que indican que la agricultura trajo
beneficios disminuidos en relación con la mano de obra invertida: los primeros agricultores
tuvieron menos tiempo de ocio y más labor en comparación con las comunidades de
cazadores-recolectores. Basados casi exclusivamente en los cultivos de cereales y tubérculos,
también tuvieron dietas menos balanceadas y variadas, y por lo general menos saludables. La
malnutrición y la pesada carga de trabajo parece haber causado un declive en la esperanza
promedio de vida. Ésta última era en el Neolítico de aproximadamente 25-30 años, con el 50-
60% de los infantes alcanzando la edad adulta. Sequías y malas cosechas pudieron haber
ocurrido con frecuencia, en particular en las áreas ubicadas sobre los frágiles límites de la zona
de agricultura de secano. Olas de frío ocasionales pudieron haber diezmado a los ganados
domésticos. Las hambrunas habrían sido la consecuencia. Otras serias (y subestimadas)
amenazas eran llevadas por la diseminación de muchos parásitos desde sus nichos tropicales
originales por el mejoramiento climático a comienzos del Holoceno. Con la temperatura y la
humedad en aumento, y los asociados cambios en la costa (debidos al aumento de los niveles
marítimos), la formación de pantanos y la aparición de lagos y lagunas con muy poca corriente,
se crearon las condiciones ideales para la malaria, la esquistosomiasis y la infección por
anquilostomas. La invasión epidémica de estas enfermedades en el Cercano Oriente y la región
mediterránea a comienzos del Neolítico pudo haberse cobrado muchas vidas y puesto una
presión considerable sobre las pequeñas comunidades de agricultores.

Los mismos asentamientos deben haber sido medioambientes insalubres también. Sin dudas
estaban muy contaminados con toda clase de materia orgánica en descomposición y
desperdicios humanos, como lo demuestra la abundante aparición de restos de plantas y
animales en las casas y alrededores durante las excavaciones. Si bien los grupos móviles
pueden decidir abandonar el sitio cuando sus asentamientos se convierten en algo demasiado
mugriento, las poblaciones sedentarias tienden a acumular basura humana y animal. Los
desperdicios habrían atraído a los gusanos y a las enfermedades que ellos transportan. Las
moscas y mosquitos transmiten infecciones por materia fecal y otras enfermedades; las ratas
traen fiebres hemorrágicas; los perros salvajes y otros carnívoros transportan la rabia; y los
gatos salvajes transmiten toxoplasmosis. Simples heridas o alimento contaminado también
debieron haberse cobrado muchas víctimas. La permanencia de las aldeas y de sus populosas
poblaciones ayudó a aumentar la expansión de enfermedades infecciosas e infecciones
parasitarias; las enfermedades se volvieron una constante en vez de amenazas incidentales
para la salud. Las moscas, por ejemplo, vivieron principalmente de las poblaciones sedentarias
y sus animales, porque sus larvas crecen en las casas y establos. La manera más simple de
controlar estas amenazas es abandonar el área infectada, pero esta es evidentemente una
solución drástica para agricultores sedentarios. La eliminación de vegetación natural y el
cultivo de la tierra cercana a las lagunas y arroyos de poco caudal pudo haber estimulado la
diseminación del tétano, la malaria y la esquistosomiasis. La cría de ganado pudo haber sido
otra fuente principal de enfermedades humanas: la tuberculosis puede resultar del contacto
con ganado infectado o por el consumo de su carne cruda o su leche. Muchos gusanos

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parásitos circulan entre humanos y animales domésticos. La evidencia de algunas de estas
infecciones en la prehistoria es extremadamente escasa, ya sea por una pobre preservación o
porque no dejaron ningún indicio en el registro funerario. La mayor parte de nuestra
información proviene de momias egipcias o de muchos textos del tercer milenio y tiempos
posteriores; sin embargo, una aparición más temprana de muchas de estas enfermedades no
puede descartarse. Por ejemplo, las sepulturas en el sitio neolítico de ‘Ain Ghazal, Jordania,
revelaron indicios de tuberculosis en tres oportunidades, y los peines encontrados en la cueva
palestina de Nahal Hemar, del octavo milenio, mostraron evidencia de piojos -ectoparásitos
que pueden transmitir enfermedades como el tifus. Un infante enterrado en Tell ‘Ain el-Kerkh,
Siria, reveló trazos de hiperostosis porótica, causada usualmente por anemia por deficiencia de
hierro o por infección parasitaria, pero que también puede resultar de la talasemia, una
anemia genética común en la zona mediterránea. El Neolítico no fue ciertamente un Huerto de
Edén, sino un mundo donde la vida era difícil y la gente sabía que “se enfrentaba para siempre
con los Cuatro Jinetes -muerte, hambruna, enfermedad y la maldad de otros hombres.”

Cultura Material

El desarrollo de economías productoras de alimento trajo cambios, no solamente en la esfera


socioeconómica sino también en la cultura material. Los asentamientos de larga duración
dieron fundamento al desarrollo de artesanías y nuevas tecnologías, así como a la explotación
de materias primas en regiones frecuentemente distantes. Nuevos conjuntos de herramientas
proveyeron de los medios para desmalezar y cultivar los suelos, para procesar las cosechas y
para la continua búsqueda de alimento. Valores sociales cambiantes y una creciente
elaboración ritual fueron expresados por medio de estatuillas humanas y animales, así como
por otras representaciones rara vez o nunca vistas antes.

Las industrias líticas del Neolítico continuaron las tradiciones epipaleolíticas de producción de
herramientas por muchos siglos, como se puede apreciar en el uso continuo de tecnología
microlítica, medias lunas y hojas de hoz. Un tipo de punta de flecha distintivo del Neolítico
temprano hizo su aparición en la primera mitad del décimo milenio: la punta triangular al-
Khiam, caracterizada por muescas en los lados y una base retocada. Abandonando
gradualmente el carácter microlítico, las industrias del noveno milenio y tiempos posteriores
tendieron a concentrarse en la producción de cuchillas que estuvieron estandarizadas en
tamaño y forma, frecuentemente extraídas de núcleos naviformes con dos plataformas de
impacto. Las cuchillas eran usadas como hoces o reconvertidas en raspadores, taladros,
cuchillos y puntas proyectiles. Las hojas de hoz y los cuchillos cosechadores, a veces
delicadamente denticulados, eran empuñados originalmente por medio de un mango de
madera o hueso en forma de medialuna y recubierto de bitumen, y usualmente obtenían un
pulido que es resultante de su uso para cortar cañas, cereales y otras hierbas fibrosas. Un lote
de ochenta y seis hojas sueltas para integrar hoces fue enterrado en un rincón de un edificio
en Tell ‘Ain el-Kerkh, cuenca del Rouj.

Los conjuntos del Neolítico Precerámico B incluyen una gama de tipos de punta de flecha con
muescas y espiga, entre los que predomina la llamada punta de Biblos, que se ha encontrado
en casi todos los sitios de este periodo. Estos proyectiles relativamente grandes y pesados
tienen bordes convexos y por lo general una base redondeada que conduce a una espiga corta
y cónica. Su uso debe haber necesitado de arcos altos y sólidos. Como alternativa, los
especímenes de mayor tamaño deben haber servido de jabalinas o puntas de lanza agregadas
a largos tallos. Muchas puntas de flecha parecen haberse quebrado durante la manufactura,
por lo que fueron descartadas en los sitios o vueltas a usar como cuchillos, raspadores o

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buriles con filos similares a los de un cincel. La producción de herramientas líticas envolvió una
amplia variedad de pedernal, pero se usó también obsidiana. El conjunto de obsidiana consiste
principalmente de cuchillitas de bordes paralelos y sin retocar, pero aparecen también puntas
de flecha con espiga y raspadores. En su nivel 8, c. 7.500 a.C., Tell Sabi Abyad II reveló un bulto
de cincuenta y seis cuchillas de obsidiana inusualmente grandes, que encajan perfectamente
unas con otras, dejando ver que fueron extraídas del mismo núcleo. La presencia ocasional de
pequeños núcleos cónicos o cilíndricos sugiere que al menos una parte de la obsidiana fue
trabajada en los sitios. La cantidad de herramientas en general y sus características
tecnológicas y tipológicas varían considerablemente de sitio en sitio. Estas diferencias se deben
en parte a problemas de cronología o a la función de los asentamientos, y en parte a la
locación de los sitios en diferentes medioambientes y las necesidades asociadas por
implementos particulares. La por lo general pequeña escala de la excavación también afecta el
tamaño y composición de las muestras.

Hachas y azuelas elongadas crecieron en importancia a lo largo del Neolítico. Se formaban a


partir de grandes piezas de pedernal u otro tipo de piedra mediante el tallado bifacial, con el
filo realizado por golpes transversales. Se insertaban, probablemente después, en mangos de
madera. El análisis de estrías muestra que estas herramientas frecuentemente pesadas habían
sido usadas principalmente para desmalezar y cortar madera; en menor medida, como azadas.
En ciertas ocasiones se pulían intensivamente, lo que aumentaba su filo y su apariencia
estética.

Grandes herramientas en forma de albóndiga, usualmente de sección planoconvexa y hechas


de basalto o piedra caliza gruesa, se usaron ampliamente para la molienda de semillas y frutos
secos con el fin de hacer harina. La gente también tenía morteros y manos de mortero, útiles
en el procesamiento del alimento y en la machaca y molido de ocre y otros pigmentos.
También aparecen pequeños cuencos hemisféricos y cuidadosamente terminados, así como
platos hechos por lo general de alabastro o calizas coloreadas, aunque también se usaban
piedras más duras como el basalto y el granito.

Varios otros tipos de herramienta también están registrados. Incluidos entre las herramientas
de hueso se encuentran punzones, agujas, alfileres, espátulas y anzuelos; estos últimos
contaban a veces con un ojo para suspenderlos. Objetos ornamentales como abalorios y
pendientes para collares y brazaletes se hacían de arcilla secada al sol, piedra, hueso o conchas
marinas del Mediterráneo y el Mar Rojo. Si bien los abalorios eran frecuentemente cilíndricos,
algunos eran de forma más elaborada, como los “abalorios mariposa”, de forma oval o
triangular y sección delgada, extraídos de atractivas piedras verdes o cristales de roca. La
arcilla, ubicua y fácil de manipular, fue usada para manufacturar cuentas, estatuillas y
pequeños recipientes. Introducida en tiempos relativamente tardíos de la secuencia neolítica,
la cerámica será tratada con más detalle en el capítulo 4.

Un tipo específico de recipiente estaba hecho de “loza blanca” o vaiselle blanche, un


compuesto de cal y cenizas que inicialmente era lo suficientemente blando como para permitir
la manufactura de piezas mediante la urdiembre, pero que luego se endurecía hasta
convertirse en un sólido cemento. Con su aparición a finales del octavo milenio, la loza blanca
incluye una gama de grandes y pesados recipientes rectangulares y jarrones circulares, así
como también cuencos más pequeños. La impronta ocasional del entramado de cestas sobre
el exterior de los jarrones sugiere que al menos algunos fueron moldeados en grandes
canastos.

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Es indudable que las cestas y una gama de otros materiales orgánicos circulaban ampliamente
por los asentamientos neolíticos. La pequeña cueva de Nahal Hemar, cercana al Mar Muerto,
contenía fragmentos de base de cestos, partes de esterillas, servilletas tejidas a mano y
recipientes hechos con cuerda y recubiertos de bitumen. Rastros de alfombras tejidas han sido
encontrados en Abu Hureyra, Tell Halula, Dja’de al-Mughara y Bouqras, en las riberas del
Éufrates. Impresiones de cestería en bitumen fueron encontradas en Tell Sabi Abyad II, sobre
el río Balikh, c. 7550-6850 a.C. La cercana Tell Sabi Abyad I, ciertamente de fechas más tardías,
pero aun así neolítica en carácter, produjo evidencia de la presencia de cientos de canastos en
su nivel 6, c. 6000 a.C. La cultura material neolítica fue mucho más rica y variada que la
descubierta en la mayoría de las excavaciones.

La materia prima para la producción de utensilios domésticos se encontraba frecuentemente


en las cercanías de los asentamientos. A lo largo del Éufrates, las fuentes de pedernal y otras
piedras útiles no se hallaban a más de unos pocos kilómetros de las comunidades.
Afloramientos rocosos similares han sido hallados en las terrazas que bordean la llanura
aluvional del Balikh, y los restos de herramientas y lascado sobre la superficie sugieren que la
talla de pedernal sucedía en el lugar. Varios asentamientos en las cuencas de Palmira y Douara,
en el desierto, parecen haber servido como sitios especializados en la extracción de pedernal y
su manufactura, donde se llevaba a cabo la mayoría de las actividades básicas, tales como
eliminación de la corteza y producción de piezas en bruto. Pero el trabajo principal con la
piedra también se hacía en los mismos asentamientos permanentes; por ejemplo, Abu Hureyra
reveló varios ejemplos de “pisos de astillado” donde se encontraron grandes cantidades de
desperdicio de material junto a unas pocas herramientas terminadas o parcialmente
preparadas. Otros indicadores son los escasos pero permanentes números de percutores,
cortezas o lajas con parte de corteza, lajas de preparación y núcleos para la producción de
cuchillas en sitios como Tell ‘Ain el-Kerkh y Tell Sabi Abyad II. Muchos núcleos estaban
presentes en el nivel VII de Tell Assouad, sobre el Balikh, que se piensa fue un sitio fábrica.

El basalto, la piedra calcárea, la piedra arenisca y el mármol son nativas de muchas partes de
Siria, y están disponibles para una fácil explotación, pero otras piedras y productos tales como
conchas marinas tuvieron a veces que ser traídos de regiones lejanas. El piedemonte del
Taurus, en Turquía, parece haber sido la fuente de muchas clases de piedras valiosas que se
han encontrado en sitios del norte de Siria. Por ejemplo, las numerosas ocupaciones neolíticas
en el valle del Balikh obtenían el tan usado basalto en la región de Karaca Dag, al este de Urfa,
o en el área volcánica al este de Raqqa, sobre el Éufrates; en cualquier caso, la distancia hasta
la fuente es de cerca de 100 km. La obsidiana era otro material que debía ser importado de
tierras a muchos cientos de kilómetros, en la vecina Anatolia; las fuentes más cercanas eran
Çiftlik en Capadocia y Bingöl y la región del Lago Van al este de Turquía. Con su primera
aparición hacia finales del Natufiense, la obsidiana continuó usándose durante el Neolítico, en
proporciones que varían frecuentemente de sitio en sitio. La obsidiana constituye cerca del
3,7% de toda la piedra tallada en la fosa B de Abu Hureyra, de 6 a 32% en los varios niveles de
Halula, 6% en Damishliyya, y casi 60% en Sabi Abyad II. Estas cifras son algo engañosas, pues la
mayor parte de los artefactos de obsidiana son cuchillas muy pequeñas y frecuentemente
quebradas. El suministro de obsidiana debe haber sido constante y regular en vista de su
continua aparición a través de la larga secuencia neolítica, pero en términos de las cantidades
encontradas estuvo muy restringido.

Los productos que no eran obtenidos localmente podían conseguirse por medio de redes de
intercambio, con bienes que viajaban grandes distancias de un grupo a otro. Como alternativa,

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podían buscarse los bienes a través de expediciones directas o, hacia fines del periodo, cuando
los animales domésticos fueron explotados ampliamente, por criadores comunales durante sus
movimientos estacionales normales. Casi todos los materiales o productos primarios no
indígenas se encuentran en muy pequeñas cantidades en los sitios, lo que revela que el tráfico
interregional de bienes era de baja intensidad. Pero el intercambio pudo haber incluido
también muchos objetos raramente preservados en el registro arqueológico, como productos
alimenticios, animales, cestería y ropa.

En general, la evidencia disponible hoy sugiere que las comunidades de este periodo fueron
altamente autónomas con respecto a la obtención de materiales en bruto y la producción de
bienes terminados. El conocimiento para hacer esto era transmitido localmente en las
relaciones padre-hijo; la mayoría de los bienes requería de pocas habilidades técnicas y eran
producidos indudablemente por los hogares individuales, no por especialistas de tiempo
completo en un nivel profesional. A pesar de esta autonomía, ninguno de los asentamientos
neolíticos actuaba aisladamente. Ellos formaban parte de un sistema mayor, organizado
libremente, de integración socioeconómica, hecho realidad por compartir una cultura material,
pero también por el intercambio de parejas matrimoniales, por la celebración de banquetes
ceremoniales y la creación de lazos y alianzas sociales. A este respecto, el intercambio no se
limitaba a los bienes materiales, sino que incluía también valores sociales y discurso ritual.

Ritual, Estatuillas y los Muertos

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