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Título original: The Keyes Of the Kingdom of Heaven, And

Power thereof, according to the Word of God. By That


Learned and Judicious Divine, M r. Iohn Cotton, Teacher of
the Church at Boston in New-England, Tending to reconcile
some present differences about Discipline.
Autor: John Cotton.
Traducción íntegra al español por Jorge Alfredo Rodríguez
Vega.
Revisión de la fidelidad de la traducción por Taylor Walls y
Alaín J. Torres Hernández.
Diseño de portada por Jorge A. Rodríguez Vega.
Traducido y publicado por © Editorial Legado Bautista
Confesional (Santo Domingo, Ecuador, 2023).
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro
puede ser reproducida o copiada, ya sea de manera
electrónica o mecánica, incluyendo fotocopias, grabaciones,
digitalización o archivo de imágenes electrónicas, excepto
cuando sean autorizados por la editorial.
Traducción de Las Santas Escrituras: LA BIBLIA DE LAS
AMÉRICAS. Copyright © 1986, 1995, 1997. La Habra, CA:
Editorial Fundación, Casa Editorial para La Fundación
Bíblica Lockman; a menos que se indique otra versión.

ISBN 978-9942-605-21-4
Clasificación Decimal Dewey: 262
Teología Cristiana. Eclesiología.
Versión Digital / E-book.
Í
Presentación
Prólogo a esta traducción
Para el lector
Capítulo I: Qué son las llaves del Reino de los
cielos y cuál es el poder de las mismas
Capítulo II: De la distribución de las llaves y su
poder, o de las distintas clases de llaves
Capítulo III: Del sujeto receptor del poder de las
llaves, a quiénes han sido confiadas: Primero,
de la llave del conocimiento y, luego, de la del
orden
Capítulo IV: Del sujeto receptor a quien le es
dada la llave del privilegio, poder o libertad de
la iglesia
Capítulo V: Del sujeto receptor al que le ha sido
entregada la llave de la autoridad
Capítulo VI: Del poder y la autoridad otorgados a
los sínodos
Capítulo VII: Del primer sujeto receptor de todo
el poder de las llaves y una explicación de la
independencia
Apéndice: Prefacio a la edición estadounidense
P
Por Dr. Samuel Renihan

M e alegra mucho presentar ante ustedes esta


traducción al español del libro Las llaves del Reino.
Creo que la publicación de este libro será otro
avance para los bautistas reformados en la recuperación de
nuestra herencia histórica y teológica. Los nombres
engañan, a veces, y en el caso de los bautistas particulares
del siglo XVII, quizás uno piense que por tener un nombre
diferente del de los congregacionalistas (como John Owen o
Thomas Goodwin) eran muy distintos en su teología. Al
contrario, tenían mucho en común, y Matthew Bingham, en
su libro Orthodox Radicals, ha propuesto la tesis de que el
nombre más exacto para los bautistas particulares en sus
primeros años sería los congregacionalistas bautísticos. Es
decir, eran congregacionalistas que empezaron a practicar
el credobautismo. Pero lo que es importante entender es
que no abandonaron su congregacio–nalismo. Las Llaves
del Reino provee uno de los vínculos eclesiológicos más
importantes entre los congregacionalistas y los bautistas
particulares (o congregacionalistas bautísticos). Lo que se
ve en capítulo XXVI de nuestra confesión de fe depende, en
gran parte, del trabajo de John Cotton y el desarrollo
posterior del congregacionalismo.
En mi propia experiencia, he conocido a varios bautistas
reformados que pensaban que el congregacionalismo era
igual a una democracia pura que aniquila la autoridad de los
ancianos y sería casi anarquía en la iglesia. Tales personas
reaccionaron con sorpresa cuando les dije que nuestros
antepasados eran congregacionalistas, y nuestra confesión
de fe enseña el congregacionalismo. Me dijeron: —¿Cómo
puede ser? Pues, lo que ellos conocían por el nombre de
«congregacionalismo» era otra caricatura deformada, y su
ignorancia se debió, en parte, a una falta de recursos
históricos. Por eso la publicación de un libro como Las
llaves del Reino es tan importante para remediar nuestra
ignorancia de nuestro propio legado teológico.
Recomiendo que el lector lea Las llaves del Reino
lentamente y con paciencia porque es un tema que requiere
mucha precisión y Cotton utiliza varias distinciones y
palabras técnicas para lograr tal precisión. Cuando lo leí por
primera vez durante mis estudios en el seminario, confieso
que no lo comprendí y pensé que era un libro inútil por ser
difícil de entender. Lector, no seas como yo fui en ese
momento. Este libro es un recurso rico que recompensa
todo el esfuerzo que uno dedique a estudiarlo. Creo que los
argumentos de Cotton son fieles a las Escrituras. Por eso mi
oración es que el Señor use este libro para ayudarnos a
crecer en nuestra eclesiología, sobre todo, para conformar
nuestra práctica «a la voluntad de Cristo» (2CBF 26).
P

E n diciembre de 2019, cuando Legado Bautista


Confesional empezó, una de las primeras cosas que
planteamos fue el enfoque que tendría la editorial.
Decidimos que los libros que traduciríamos y publicaríamos
estarían enfocados en cuatro direcciones principales
relacionadas con los bautistas particulares del siglo XVII.
Serían libros escritos por los bautistas particulares, sobre
los bautistas particulares, de los herederos de los bautistas
particulares o que influenciaron profundamente a los
bautistas particulares. Después, considerando estas
categorías, elaboramos una lista de libros que anhelábamos
que estuvieran en español y comenzamos a trabajar en este
maravilloso proyecto con todas nuestras fuerzas. El libro
que tienes hoy en tus manos pertenece a la última de estas
cuatro categorías. Las llaves del Reino de los cielos cumple
a cabalidad con la descripción de esta categoría, pues
verdaderamente fue un libro que influenció a los bautistas
particulares.
Aunque estuvo entre nuestras prioridades desde el
principio y su traducción fue iniciada hace más de un año, el
Señor permitió que el proceso llevado a cabo en este libro
haya sido lento y reflexivo, dándonos la oportunidad de
crecer en nuestro entendimiento de su contenido y sus
implicaciones. Pero el día llegó; el trabajo de traducción y
revisión fue terminado, y hoy tenemos el gran honor de
poner en tus manos este tratado eclesiológico cuya
publicación original marcó un hito en la vida de las iglesias
en las colonias inglesas en el Nuevo Mundo y en Inglaterra,
afectando profundamente a hombres como John Owen y
Thomas Goodwin, así como a nuestros padres bautistas
particulares.
Permíteme compartir contigo cuatro cosas de suma
importancia que debes saber sobre este libro y sobre la
traducción que hoy ponemos a tu disposición.

¿Cómo se hizo la traducción de este libro?


Con respecto al texto de llegada, nos aseguramos de que el
trabajo de traducción y revisión de la traducción se hicieran
partiendo del texto original. Fue posible adquirir el facsímil de
la publicación de 1644, que es la primera edición de la
publicación de este libro en Inglaterra y la más antigua que
se conserva, gracias a la ayuda del Dr. Samuel D. Renihan.
[1]
Para tener un mayor grado de certeza, contamos además
con el facsímil de la edición de 1843,[2] que es una
republicación de la edición de 1644 en los Estados Unidos
de Norteamérica, y algunas publicaciones modernas en
inglés.[3]
Se realizó una traducción íntegra del texto que incluyó la
portada, todo el texto original, marcas de división de texto, la
carta al lector de la edición de 1644 y la introducción a la
republicación del libro en 1843. Como estamos tratando con
una fuente primaria que será usada como referencia,
procuramos esforzarnos aún más por ser rigurosamente
fieles al significado original.
Aunque nos esforzamos por preservar la forma del texto
para que el lector tenga la sensación de estar leyendo
directamente el texto original, vimos la necesidad de
modernizar la grafía de las referencias bíblicas, que en el
original a veces aparecen en cursiva y otras en redonda,
unas veces abreviadas y otras no, sin ninguna razón
aparente. Además, los errores tipográficos originales fueron
arreglados según el sentido, y se insertaron notas al pie
provistas por los traductores y revisores con el propósito de
facilitar la comprensión del texto. También añadimos la
traducción al español de las frases latinas utilizadas por el
autor. Finalmente, incluimos algunos subtítulos con el
propósito de ayudar al lector a ver con más claridad la
estructura del capítulo o el argumento del autor. Hemos
incluido notas al pie de página para dar aviso cuando
consideramos que era necesario a fin de que el lector pueda
distinguir claramente entre lo que estaba en el texto original y
las añadiduras de nuestra traducción.
Tuve el privilegio de hacer la traducción íntegra de este
libro y nuestro amado hermano Alaín J. Torres Hernández
realizó una cuidadosa revisión para constatar la fidelidad de
la traducción al texto original. La maquetación fue hecha por
el pastor Taylor Walls, uno de los directores de Legado
Bautista Confesional y consejero indispensable de cada una
de nuestras traducciones.
¿Por qué este libro es tan importante?
John Cotton fue un ministro congregacionalista que, aunque
fue muy conocido en Inglaterra como un teólogo destacado,
excelente predicador y pastor fiel, emigró a Nueva Inglaterra
por causa de la persecución en su Inglaterra natal. Su
ministerio pastoral y escritos fueron los instrumentos que
Dios utilizó para solidificar y expandir el entendimiento
congregacionalista de la iglesia.
Nació el 4 de diciembre de 1585 en Derby, en una
localidad a orillas del río Derwent en Inglaterra.[4] Realizó sus
estudios en Trinity College, Cambridge, donde destacó como
alumno y rápidamente fue considerado un candidato para
integrar el cuerpo de docentes. Cotton Mather, uno de sus
biógrafos, comenta: «Más tarde fue profesor titular, decano
y catequista en ese famoso colegio».[5] Sin embargo, aun
con todos estos destellos intelectuales, ¡Cotton no había
nacido de nuevo todavía! Después de siete años de una
carrera intelectual muy próspera, la gracia de Dios quiso
alcanzarlo a través de un sermón predicado por el Dr. Sibbs
que hablaba de la necesidad de la regeneración.[6]
Su vida después de su conversión cambió radicalmente,
especialmente en lo concerniente a su predicación, pues
dejó de utilizar su capacidad intelectual para impresionar a
sus oyentes y comenzó a predicar como un pobre hombre
suplicando a otros que se arrepintieran. En los años
posteriores, comenzó a arreciar la persecución religiosa de
parte de la Iglesia Anglicana hacia los ministros no
conformistas.
El terreno de «inconformidad» de Cotton con respecto a
la Iglesia Anglicana radicaba en dos cosas: la eficacia e
importancia que dicha iglesia daba a sus ceremonias
religiosas y la autoridad absoluta que esta se atribuía para
establecer ceremonias que Cristo no había ordenado.[7]
Aunque defendió con sabiduría sus convicciones,
finalmente, en julio de 1633, junto a los ministros Thomas
Hooker y Samuel Stone, y a otras casi 200 personas, partió
de Inglaterra hacia Nueva Inglaterra con el deseo de
experimentar una verdadera libertad religiosa y adorar a
Dios de la forma en la que entendía que la Palabra de Dios
lo demandaba.[8]
Su ministerio en Boston fue grandemente bendecido por
el Señor, llegando a tener renombre no solo entre las
colonias del Nuevo Mundo, sino en Inglaterra también. Con
respecto a su ministerio en Boston, se ha dicho: «Si Boston
es la sede principal de Nueva Inglaterra, [entonces] Cotton
fue el padre y la gloria de Boston».[9] Debido a la creciente
influencia del congregacionalismo en las colonias, John
Cotton y otros ministros congregacionalistas fueron
convocados a asistir a la Asamblea de Westminster para
que «la forma de las iglesias de Nueva Inglaterra» pueda ser
considerada en los debates de la Asamblea. Sin embargo,
Cotton y los demás no viajaron a Inglaterra, teniendo la
convicción de que podrían ser de mayor ayuda con sus
escritos. Es en este contexto que Cotton escribe el libro Las
llaves del Reino de los cielos, en el que expone la postura
congregacionalista sobre el gobierno de la iglesia como
respuesta a la eclesiología de la Asamblea de Westminster.
Pero, ¿por qué es tan importante para los bautistas la
eclesiología que Cotton presentó en este libro? La
eclesiología de Cotton fue condensada en lo que se llamó La
plataforma de Cambridge[10], que fue el resultado de una
asamblea celebrada por los ministros de las iglesias de
Nueva Inglaterra en septiembre de 1646 en la Universidad
de Harvard, en Cambridge. El propósito de esta asamblea
era revisar la influencia presbiteriana en las colonias y
preparar «un modelo de gobierno eclesial» para las iglesias.
[11]
La mayoría de las iglesias en Nueva Inglaterra
suscribieron este documento. Por otro lado, los ministros
congregacionalistas en Inglaterra anhelaban una realidad
similar en su país. Por esta razón, Thomas Goodwin y Philip
Nye publicaron el libro de Cotton, Las llaves del Reino de
los cielos, en Inglaterra en 1644 con el deseo de que
pudiera convencer a los miembros de la Asamblea a abrazar
la postura congregacionalista. Finalmente, aunque el libro no
tuvo impacto en la Asamblea, sí lo tuvo en hombres e
iglesias. John Owen fue uno de los que fueron convencidos
del congregacionalismo a través de este libro. Con firmes
convicciones presbiterianas, Owen tomó el libro de Cotton
con el propósito de responder a sus argumentos, pero esto
fue lo que pasó mientras llevaba a cabo su misión:
En la prosecución y dirección de esta obra, muy al
contrario de mis expectativas (en un tiempo y época en
que no podía esperar otra cosa de este tratado que la
ruina en este mundo, [pues] no conocía ni había
hablado ni recibido la orientación de ninguna persona
que tuviera estas convicciones), fui convencido de
abrazar [esas convicciones] y aquellos principios a los
que había pensado oponerme.[12]
Este impacto en ministros como Owen, Goodwin y Nye
fue decisivo para la Asamblea celebrada el 12 de octubre de
1658 por las iglesias congregacionalistas en Inglaterra. En
esta Asamblea, Thomas Goodwin y John Owen fueron los
ministros que lideraban el comité designado para escribir
una declaración de fe y una plataforma para el gobierno de
la iglesia. Estos documentos fueron elaborados utilizando La
Confesión de Fe de Westminster como base para La
declaración de fe y La plataforma de Cambridge sobre el
gobierno eclesial.[13]
En 1677, un grupo de iglesias bautistas particulares en
Londres vieron la necesidad de escribir una confesión de fe.
Muchos historiadores creen que el editor principal de esta
confesión fue Nehemiah Coxe, uno de los pastores de la
Iglesia Bautista de Petty France. El trabajo editorial fue
realizado utilizando La Declaración de Savoy [14] de los
congregacionalistas como base para la confesión bautista
particular y, de manera intencional, se añadió en el Capítulo
26, que trata sobre la doctrina de la iglesia, un resumen de
La plataforma de gobierno de Savoy.[15]
Esta inclusión nos muestra dos detalles muy importantes.
En primer lugar, dado que una confesión de fe es un
documento que establece la comunión entre iglesias y tiene
el propósito de mostrar los fundamentos de la fe en la que
se cree, la inclusión de 11 párrafos concernientes a la
iglesia local demuestran que la eclesiología era un asunto
tenido en muy alta estima y que el orden en la iglesia es algo
que puede determinar la comunión con otros. En segundo
lugar, dado que lo que se incluyó en La Segunda Confesión
de Fe de Londres tocante a la iglesia local es un resumen
de La plataforma de gobierno de Savoy, la eclesiología de
los bautistas particulares debe ser entendida como
congregacionalista y puede rastrear su influencia a la
eclesiología de John Cotton en su libro Las llaves del Reino
de los cielos. Por lo tanto, el estudio del libro de Cotton es
un terreno sólido para tratar de entender la aplicación
práctica de la eclesiología contenida en La Segunda
Confesión Bautista de Fe de Londres.

¿De qué habla este libro?


Este maravilloso tratado, que justamente ha sido llamado
«discurso de oro»,[16] está escrito con un lenguaje sencillo y
práctico, lleno de ilustraciones y con una estructura sencilla;
sin embargo, está lejos de ser simple o mediocre. A través
de sus páginas, es evidente que su autor es un pastor
experimentado cuyo propósito fue presentar de una manera
sencilla aquellas distinciones y aspectos de la eclesiología
que a menudo son difíciles de entender.
Se compone de siete capítulos a lo largo de los cuales
Cotton expone la autoridad absoluta de Cristo sobre Su
Iglesia, la identidad de los receptores de las llaves de los
cielos y cómo estos deben interactuar entre sí con el fin de
cumplir lo que el Señor ha determinado para Su Iglesia. Esto
es lo que permite que cada iglesia local pueda disfrutar de
una independencia con respecto a otra, pues el Señor le ha
dado toda la autoridad que necesita para ejercer lo que Él ha
ordenado. No obstante, la independencia motiva la
interacción con otras iglesias locales para el cumplimiento
de la gran comisión como iglesias hermanas que se
relacionan sin que ninguna tenga una autoridad jerárquica
sobre la otra.

El logo que diseñamos


para este libro tiene el propósito de plasmar su tesis. La
letra «C» representa a Cristo (lat. Christus), el dueño
absoluto de Su Iglesia. Él es el único legislador en Su iglesia
y tiene una autoridad absoluta sobre esta. Cristo entregó las
llaves a los apóstoles, representados con la letra «A» (lat.
apostoli). Esta autoridad recibida es una autoridad
subordinada a Él y con el propósito de que la ejercieran para
cumplir lo que Él ha determinado en Su Iglesia.
Con esta autoridad, los apóstoles establecieron el
fundamento de la Iglesia y delimitaron el orden en el que
dicha autoridad debía ser ejercida una vez que cumplieran
su ministerio y la vida de la Iglesia pasara de un estado
extraordinario de fundación a un estado más ordinario de
edificación.
En el estado ordinario de edificación en el que vivimos
desde que cesó el ministerio de los apóstoles, las llaves del
Reino de los cielos están en las manos de los ancianos de
la iglesia, representados con la letra «P» (lat. presbyteri), y
de los miembros de la iglesia, representados con la letra
«E» (lat. ecclesia). Esto significa que tanto los ancianos
como los miembros de la iglesia recibieron un poder legítimo
en la iglesia local. Sin embargo, este poder no funciona de la
misma manera en los ancianos y en los miembros de la
iglesia, pues esta llave en las manos de los ancianos
significa autoridad para gobernar la iglesia, y en las manos
de la iglesia, libertad para demandar que se cumplan las
órdenes de Cristo, la verdadera Cabeza de la Iglesia. Por lo
tanto, en la vida de la iglesia es necesaria la participación
tanto de los ancianos como de la membresía en su conjunto
para un correcto ejercicio de esta autoridad. Aunque en
algunos de los aspectos de la vida de la iglesia hay un
énfasis mayor en uno u otro lado, el cerrojo de la puerta de
la autoridad en la iglesia solo puede abrirse cuando se
introducen las dos llaves.

¿Cuál es la motivación detrás de la


publicación de este libro?
Como editorial, para nosotros es indispensable dar a
conocer la respuesta a esta pregunta, pues no ignoramos
que la falta de claridad podría traer como consecuencia un
resultado completamente distinto al que nos hemos
propuesto, el cual es bendecir, unificar y ser de ayuda para
todos aquellos que abrazan nuestra maravillosa herencia
bautista reformada y confesional. Hay dos razones
principales por las que publicamos este libro.
Primero, como una invitación a entender mejor nuestra
eclesiología. Como mencioné anteriormente, esta obra no
es simplemente un libro más sobre eclesiología, sino que —
desde una perspectiva histórica— constituye una parte muy
importante del fundamento sobre el que se levanta el
capítulo 26 de nuestra Confesión de Fe. Al considerar los
detalles descritos en este libro sobre la autoridad de los
pastores y la libertad de la iglesia, y cómo estos dos
aspectos interactúan en la vida de la iglesia, podemos
disfrutar de un entendimiento más profundo de las frases
tocantes a la iglesia local.
Se elimina así toda ambigüedad y se reafirma que no se
trata de una democracia donde la iglesia goza de un poder
que quita la autoridad a los pastores, ni de un gobierno de
ancianos en el que solo ellos cumplen su ministerio pero se
priva a la iglesia de una participación real en su propia vida
como iglesia. Aunque nuestros padres bautistas particulares
tuvieron diferentes posturas en ciertos detalles relacionados
con el gobierno de la iglesia,[17] todos los que subscribieron
La Confesión de Fe de 1677/1689 entendieron y
defendieron esta verdad, a saber: Que la autoridad que
Cristo dio a cada iglesia local es ejercida a través de la
autoridad de los pastores y la libertad de los miembros de la
iglesia. Esto es lo que significa congregacionalismo desde
una perspectiva histórica. Por eso no debemos tener temor
de reconocer que nuestra confesión de fe es
congregacionalista; y, aunque reconocemos el mal uso que
se le ha dado a este término, es nuestra responsabilidad
reivindicar su significado y enseñarlo a esta generación y a
las siguientes.
Segundo, como un puente que nos ayude a encontrarnos
los unos con los otros. Nuestro sincero deseo es que la
publicación de este libro, lejos de crear sospechas o
cuestionamientos entre nosotros, abra una conversación
entre todos los que abrazamos La Segunda Confesión
Bautista de Fe de Londres para que, al esclarecer los
puntos de nuestra común fe (expresados en nuestra
confesión), aprendamos a convivir estando cada cual
plenamente convencido de lo que cree, siendo conscientes
de nuestras diferencias en el marco establecido por el
Señor, mientras nos vamos afilando mutuamente. Que la
lectura de este libro conduzca al cuestionamiento de la
coherencia de otros no es conforme al propósito que
perseguimos, porque esta obra es primariamente una
invitación solemne a un sincero examen personal; pues,
después de todo, la eclesiología no es simplemente un
debate sobre posturas, sino que a través de ello está en
juego el bienestar de cada iglesia y nuestra obediencia al
Señor Jesucristo, el Dueño y Soberano de la Iglesia.
Dedicamos la traducción y publicación de este libro a
todos aquellos pastores que nos preceden en tiempo,
experiencia, sabiduría y santidad. Reciban este esfuerzo
como una continuación del legado que sembraron en
nosotros. Gracias por enseñarnos a amar esta herencia
bendita.
Que esta obra sea de beneficio a todos aquellos pastores
y hombres de Dios que caminan junto a nosotros en el
anhelo de que la gloria de Cristo sea reflejada desde
nuestras iglesias locales.

Per gratiam Dei legatum habemus [18],


Jorge A. Rodríguez Vega
27 de marzo de 2023
Santo Domingo, Ecuador
PARA EL LECTOR

L as mayores conmociones en los reinos se han


suscitado y mantenido en su mayor parte por el
poder[19] y las libertades de los gobernantes y los
gobernados, junto con los debidos límites y fronteras de
ambos. Lo mismo ha ocurrido en las iglesias, y continúa
hasta el día de hoy en las más agudas disputas (aunque
ahora el tema de la guerra[20] ha cambiado) {sobre} quién
debe ser el primer sujeto receptor idóneo y completo del
poder eclesial que Cristo ha dejado en la tierra, cómo se
limita, y a quién ha sido confiado. Esta controversia es la
heredad que nos ha tocado de estos tiempos de manera
especial; y ahora que la mayoría de las partes (que pueden
pretender {tener} algo {que decir} al respecto) han tenido
sus giros y vicisitudes en varias épocas por haber estado
en esta controversia por tanto tiempo, y sus alegatos por
sus diversas pretensiones han sido tan escuchados desde
hace tantos años, se puede esperar que en breve se llegue
a una determinación y que Cristo pronto establezca este
poder sobre los herederos legítimos, a quienes
primitivamente lo delegó.
En aquellos tiempos más oscuros, esta bola de oro fue
lanzada por el (así llamado) clero, solo para correr entre
ellos; y, como poseían tranquilamente los nombres de
κληρὸς (el clero) y la Iglesia, de los cuales se apoderaron
ellos mismos, en consecuencia, todo tipo de participación
del poder o el conocimiento de los asuntos de la Iglesia fue
dejado y abandonado totalmente a ellos, mientras que el
pueblo[21], que entonces no conocía la ley, habiendo
entregado sus almas a una fe implícita[22] en lo que se debía
creer, sufrió mucho más ser privado de todas las libertades
en los asuntos eclesiales. Este regio don {que había sido}
legado por Cristo a Su Iglesia fue tomado y colocado en
tronos tan elevados de obispos, papas, concilios generales,
etc., no solo muy por encima de estas cosas en la tierra
(el pueblo), sino también de las cosas en los cielos, nos
referimos a los ángeles y ministros de las propias iglesias,
a una distancia tan grande del pueblo, que ni siquiera se
sospechaba que perteneciera a ellos el menor derecho al
poder o el conocimiento de los asuntos de la Iglesia o
participación en ello. Sin embargo, hacia estos últimos
tiempos, después de mucha supresión de dicho poder y
conocimiento[23] de nuevo, y esto como la cuestión de
muchas demandas renovadas y retiradas una y otra vez, y
al ser revocada a menudo la sentencia (incluso de Estados
en su totalidad), ahora, en estos días, se ha acercado tanto
al pueblo {la participación del poder o el conocimiento de
los asuntos de la Iglesia}[24], que ellos también han
comenzado a alegar y demandar que se les legue una
parte y legado. Los santos (en estos tiempos de
conocimiento), al encontrar que la llave del conocimiento
ha abierto tanto sus corazones que ven con sus propios
ojos lo sustancial de la piedad, y que mediante la
instrucción y guía de sus maestros están capacitados
para entender por sí mismos otras cosas a cuya práctica
deben unirse, por tanto, (muchos de ellos) comienzan a
sospechar cada vez más que les debería corresponder de
igual manera alguna parte en la llave del poder.
Errar yendo al otro extremo fue la desdicha de aquellos
que, en estos últimos tiempos, revivieron por primera vez
este alegato del derecho de los pueblos (como siempre ha
sido el destino de la verdad cuando sale a la luz por
primera vez en la Iglesia de debajo de esa larga noche de
tinieblas que el anticristianismo había traído sobre el mundo
para que lo acompañara una larga sombra de error) al
alegar y reclamar para sí todo poder, que los ancianos
puestos sobre ellos solo ejercían por ellos el poder que era
propiamente de ellos y que Cristo (como sostenían) había
estatuido radical y originalmente en el pueblo solamente.
Pero después de que se hayan alegado todos los títulos
de los que se contentan con nada menos que el todo, el
juicio y la sentencia final pueden caer (posiblemente) en
una adecuada y debidamente proporcionada distribución
y dispersión de este poder en varios participantes, y el
todo, en ninguna de las partes. En las mancomunidades,
la dispersión de varias partes del poder y los derechos en
distintas manos, para que coincidan y estén de acuerdo
conjuntamente en los actos y procesos de peso y
trascendencia, es lo que provoca su κράσις {/krásis/} y
constitución saludables, lo cual las hace duraderas y
preserva su paz, cuando ninguna clase de personas se
encuentra excluida, sino que, según su involucramiento, se
le deja y confía una medida adecuada de poder o privilegio.
Por lo tanto, la sabiduría de los primeros constituyentes de
las mancomunidades se ve más en este justo equilibrio del
poder y los privilegios, y en el establecimiento de los límites
exactos de lo que se confía a cada uno; incluso, admiramos
más esto que sus otras leyes; y, por experiencia, se
considera que una definición y separación claras y
distintivas de todas estas parcelas de poder, según su tipo
y también su alcance, es tan esencialmente necesaria (si
no más) que cualquier otro estatuto que establezca los tipos
y grados de delitos o penas.
Así, en la política o gobierno por el cual Cristo quiere
que se ordenen Sus iglesias, la correcta disposición del
poder en estas (suponemos humildemente) puede residir
en una debida y proporcionada asignación y dispersión
(aunque no en la misma medida y grado) en distintas
manos, de acuerdo con los distintos involucramientos y
participaciones que pueda tener cada rango en Su Iglesia,
más que en una confianza total y única depositada en un
solo hombre (por muy capaz que sea) o en cualquier tipo o
clase de hombres u oficiales, aunque estén diversificados
por un sinnúmero de subordinaciones entre sí. Y de la
misma manera, no podemos dejar de imaginar que Cristo
ha sido tan exacto al establecer los verdaderos límites y
fronteras de cualquier porción de poder que haya impartido
a alguien (si nosotros de esta época pudiéramos llegar a
discernirlo correctamente) como lo ha sido al ordenar qué
tipo de disciplinas [25] {deben aplicarse}, por cuáles pecados,
y qué grados de procedimientos {conducen} a esas
disciplinas; en lo cual encontramos que ha sido puntual.
Ahora bien, el objetivo[26] que persigue este serio y
juicioso autor en este tratado es exponer las líneas y
argumentos justos de esta división del poder eclesial entre
todos los distintos sujetos receptores del mismo con el fin
de aplacar las disputas que están teniendo lugar al
respecto en la actualidad. Y, en general, establece esta
máxima fundamental que es válida para todos los
particulares [27], a quienes se supone que se les ha confiado
alguna porción de poder: Que, cualquiera que sea el
poder o derecho que tenga cualquiera de los
poseedores y sujetos receptores del mismo, lo tienen
cada uno directamente[28] (es decir, con respecto a una
mediación de delegación o dependencia mutua) de
Cristo, y así son cada uno los primeros sujetos
receptores de ese poder que se les asigna. Y en cuanto
a los sujetos receptores particulares mismos, el autor (en el
tratamiento que hace de ellos) sigue la división que la
controversia misma ha puesto en sus manos; a saber: ( 1 )
qué poder se le ha concedido a cada congregación
individual (que está dotada de un fuero para que sea un
cuerpo político para Cristo) para que lo ejerza dentro de sí
misma; y ( 2 ) qué medida o mejor dicho , qué clase
de poder ha otorgado Cristo a las iglesias vecinas fuera
de esta y en asociación con esta.
En cuanto al primer punto. Como supone el autor, cada
congregación que tiene el privilegio de disfrutar de un
presbiterio o compañía de un número mayor o menor de
ancianos propios, siendo así presbiterada, él asevera que
este cuerpo o sociedad integrada es el primer y principal
sujeto receptor de un completo y total poder dentro de sí
misma sobre sus propios miembros; es incluso el único
sujeto receptor nativo del poder de ordenación y
excomunión, que es la mayor disciplina. Y ya que esta
corporación está integrada tanto por ancianos como por
hermanos (pues en cuanto a las mujeres y los niños hay
una objeción específica por una ley escrita[29] de Cristo
contra su disfrute de cualquier parte de este poder público),
su objetivo[30] es demostrar que {Cristo} se dignó conceder
de buena gana el enorme privilegio de[31] una porción y
participación distinta y separada de poder en asuntos de
interés común a cada uno de ellos, y dispersada entre
ambos [32], por fuero {concedido de parte} del Señor; así
como suele suceder en algunas de nuestras ciudades
estatutarias con una junta de concejales[33] (los
gobernantes) y un consejo común (un órgano del pueblo),
también Él da a los ancianos o presbiterio un poder
vinculante de gobierno y autoridad propio y peculiar de
ellos, y a cada hermano por separado, una porción de
poder y privilegio para que concuerden con ellos [34], y
tales asuntos solo deberían ser tramitados con el acuerdo
conjunto de ambas partes, aunque por un derecho
diferente, de modo que, como una iglesia de hermanos
solamente, no podrían proceder a ninguna disciplina
pública sin tener ancianos sobre ellos, así tampoco los
ancianos tienen poder en la iglesia para disciplinar sin que
el pueblo concuerde con ellos, ni tiene poder cada uno por
sí solo de excomulgar a todos los demás, aunque juntos
tienen poder sobre una o más personas particulares
cualesquiera, ya sea de los ancianos o de los hermanos.
Y debido a que estas congregaciones locales [35] (tanto
los ancianos como el pueblo) pueden estar en
desacuerdo, cometer errores y abusar de este poder que
se les ha confiado, el autor, en segundo lugar, aboga
entonces por una asociación o comunión de iglesias que
envían a sus ancianos y mensajeros a un sínodo (así
decide él denominar a propósito esas asambleas de
ancianos que las iglesias reformadas llaman clases o
presbiterios, para distinguirlas de los presbiterios de
congregaciones mencionados anteriormente).[36]
Además, {el autor} reconoce que {dicha asociación de
iglesias} es una ordenanza de Cristo a la cual Él ha
confiado (en relación con la rectificación de malas
administraciones, la sanidad de disensiones en
congregaciones locales, y casos similares) una debida y
justa medida de poder, adecuada y proporcionada para
esos fines, y los ha dotado no solo de la capacidad de dar
consejo y asesoramiento, sino también, en tales
ocasiones, de un poder ministerial y autoridad para
determinar, declarar y exhortar a las cosas que pueden
tender a la sujeción[37] de tales congregaciones al orden
correcto y la paz. Solo al delimitar y definir este poder, {el
autor} afirma que es, en primer lugar, por su tipo y
cualidad, solo un poder dogmático o doctrinal (aunque
amparado por autoridad ministerial como una ordenanza
de Cristo), ya sea para juzgar controversias de fe (cuando
perturban la paz de las congregaciones locales y estas
mismas las consideran demasiado difíciles) o para
discernir cuestiones de hecho y qué disciplinas merecen,
pero no armados con la autoridad y el poder de
excomulgar o entregar a Satanás, ni a las
congregaciones ni a los miembros de estas. Pero en tales
casos, habiendo declarado y juzgado la naturaleza de la
transgresión, amonestado las iglesias pecadoras y
discernido lo que deberían hacer con los miembros que
transgredían, deben dejar el acto formal de esta disciplina
a la única autoridad que puede ejecutarla, puesta por Cristo
en esas mismas iglesias; y si estas se niegan a ejecutar
dicha disciplina o persisten en su error, entonces deben
determinar retirarles la comunión.[38]
En cuanto a la extensión de este poder en tales
asambleas y asociaciones de iglesias, él también lo
limita y circunscribe a casos, y con advertencias (que
aparecerán en el tratado), a saber: Que no deberían
cercenar o menoscabar el privilegio de la entera
jurisdicción confiada a cada congregación (pues es una
libertad comprada para ellos por la sangre de Cristo), sino
dejarlos libres para el ejercicio y uso de dicho privilegio,
hasta que abusen de ese poder o no puedan manejarlo; y
en ese caso, solo para ayudarlos, guiarlos y dirigirlos, no
para hacerse cargo de ellos a fin de administrarlo en su
lugar, sino para que sea administrado con ellos y por ellos.
En cuanto a nosotros, todavía no tenemos miedo ni
vergüenza de profesar (en medio de todas las altas olas de
ambos lados que se estrellan sobre nosotros) que la
esencia[39] de este breve resumen del tratado más extenso
de los autores es ese mismo camino intermedio (que de
manera general dimos a entender y tuvimos la intención de
comunicar en nuestra apología) entre lo que se llama
brownismo[40] y el gobierno {eclesial} presbiteriano,
como está siendo practicado. El primero, en efecto, pone la
mayor parte (si no la totalidad) del dominio y gobierno en
manos del pueblo y, con sus votos que son la mayoría
ahoga los votos de los ancianos (quienes son solo unos
pocos). El segundo, al entregar los aspectos principales del
gobierno {eclesial} (que consideramos es lo que
corresponde a cada congregación, a los ancianos y los
hermanos) a esta jurisdicción de un presbiterio común de
varias congregaciones, con cuyos votos que son la
mayoría se traga de la misma manera no solo la
participación del pueblo, sino incluso los votos de los
ancianos de la congregación en cuestión.
Tampoco debe parecer arrogancia nuestra, sino más
bien un testimonio de la verdad para protestar, además,
que no es nuevo ahora para nuestros pensamientos que {1}
esta misma plataforma de límites y disposición del
poder eclesial, como aquí se expone y declara (nos
referimos a su esencia[41]), y también {2} que la tenencia y
ejercicio de este poder por parte de todos estos sujetos
receptores provengan[42] directamente de Cristo a todos
ellos, incluso no es otra cosa que aquello a lo que se han
amoldado nuestras propias apreciaciones desde hace
mucho tiempo. Y esto lo pueden atestiguar muchos de
nuestros amigos y algunos de los que tienen una opinión
diferente, pues han conocido de antaño nuestros criterios
personales, así como nuestras propias notas y
transcripciones escritas hace mucho tiempo, además de
muchas profesiones públicas desde que ha habido ocasión;
hasta el punto de que cuando leímos esto por primera vez
de este erudito autor (sabiendo cuál ha sido la tendencia
más general tanto de la práctica como del criterio de
nuestros hermanos al congregacionalismo[43]) confesamos
que nos llenamos de asombro ante esta {intervención de la}
mano divina que ha conducido así los criterios (sin el menor
intercambio mutuo o insinuación de pensamientos o
nociones en cuanto a estos particulares) de nuestros
hermanos allá y de nosotros (indignos de ser mencionados
con ellos) aquí. Solamente pedimos permiso al venerable
autor y a los hermanos que revisaron su tratado para
declarar: {Q}ue no estamos de acuerdo con cada una de
las expresiones que aparecen aquí y allá en el tratado, ni
con todas y cada una de las afirmaciones que se unen
entre sí en este, ni siquiera con todos los fundamentos o
alegatos {tomados} de las Escrituras; y quizá tampoco
habríamos usado los mismos términos en todas las cosas
para referirnos a las mismas materias.
Por ejemplo, consideramos humildemente que
profetizar (como lo llama la Escritura), o hablar para la
edificación de toda la iglesia, puede ser realizado (a veces)
por hermanos dotados, aunque no en el oficio de ancianos
de la iglesia, ( 1 ) solo ocasionalmente, no regularmente,
( 2 ) [p]or hombres con capacidades tales que sean aptos
para el oficio, [y] ( 3 ) no suponiendo esto por sí mismos,
sino por haber sido juzgados como aptos por aquellos que
tienen el poder para hacerlo y así habérseles permitido
{«profetizar»} y haber sido designados para ello, [y] ( 4 )
para que de este modo y de una manera especial su
doctrina sea sometida (para juzgarla) a los ancianos
docentes[44] de esa iglesia. Y cuando se cauciona de esta
manera, no vemos incongruencia con que los tales hablen
de un punto de la teología en una congregación, como
tampoco vemos incongruencia en que los hombres con
capacidades similares hablen y debatan sobre asuntos de
religión en una asamblea de teólogos, que este reverendo
autor aprueba y aquí se practica entre nosotros.
De nuevo, con toda humildad, todavía no vemos que esa
asamblea de apóstoles, ancianos y hermanos en Hechos
15 haya sido un sínodo formal de mensajeros enviados de
parte de una asociación establecida y compuesta de
iglesias vecinas, sino una asamblea de la iglesia de
Jerusalén y de los mensajeros de la iglesia de Antioquía
solamente; que estaban muy alejados unos de otros y
ahora {se encontraban} reunidos electivamente. Tampoco
estamos convencidos hasta el momento de que, con el fin
de hacer de esto un precedente de tal sínodo formal, los
apóstoles fungieron[45] allí como ancianos ordinarios en
vez de {actuar} por la guía y asistencia apostólica. Más bien
(si simplemente consideramos los aspectos mutuos en que
se encontraban estas dos iglesias y sus ancianos en esta
concurrencia, abstrayendo de ellos esa influencia e
impresión [esa esfera superior] que los apóstoles que
estaban entonces presentes tenían en esta transacción)
concebimos que esto fue una consulta (como el erudito
autor también reconoce que fue primaria y originalmente,
solo elevándose a {la categoría de} consejo general por la
presencia de los apóstoles, siendo ellos ancianos de todas
las iglesias) o, si se quiere, una referencia a modo de
arbitraje para decidir sobre aquella gran controversia
surgida entre ellos en Antioquía, que consideraron
demasiado difícil para ellos; para que así, de hecho, fuera
una garantía para todas las formas de comunión entre
todas {las iglesias}, o cualesquiera {de estas},
especialmente {entre} las iglesias vecinas; y para que en
ocasiones similares fueran ordenanzas provistas de poder
ministerial para tales fines y propósitos. Ahora de muchas
maneras nos vemos impedidos de explicarlo por este
medio y en este momento; {p}ero, incluso si esa hubiera
sido la intención y los apóstoles hubieran fungido[46] allí
como ancianos ordinarios —como el erudito autor
considera—, aun así, los límites de la proporción de poder
que se podrían trazar tomando como referencia ese patrón
no se extenderían más allá de un poder ministerial
doctrinal, etc., en tales asambleas, que de buena gana
concedemos. Y puede observarse con qué ojo cauteloso y
exactitud toma la latitud y elevación de ese poder que allí se
expone, sin atreverse a restar lo más mínimo, ya sea de
clase o grado, de lo que garantiza ese ejemplo; que era a lo
sumo un discernimiento doctrinal tanto de la verdad de
aquella controversia acerca de la cual fueron consultados
como de la cuestión de hecho en aquellos que habían
enseñado lo contrario, como tergiversadores [47] de ellos y
subversores de la fe; sin llegar a blandir la espada y el
poder de la excomunión contra aquellos grandes y
groseros transgresores u otros que no los obedecieran por
medio de esa epístola.
En último lugar, solo para aclarar más la diferencia entre
la participación de la membresía[48] (que el reverendo autor
suele llamar libertad y a veces poder) y el gobierno y
autoridad de los ancianos (lo que constituye la primera
distribución del poder eclesial en las congregaciones
particulares), así como para ilustrar ese otro complemento
del poder doctrinal ministerial en una asociación o
comunión de iglesias, al que se le priva del poder de
excomunión (que es el segundo {poder}). Nos atrevemos
a arrojar un poco de nuestra tenue luz sobre cualquiera de
estos temas y presentar cómo se han mantenido en
nuestros pensamientos con el fin de evitar que algunos
lectores se equivoquen, especialmente sobre el primer
poder.[49]
En cuanto a este primer poder, concebimos que hay
ancianos y hermanos en cada congregación, como
suelen ser mencionados claramente por separado en el
Nuevo Testamento, y esto cuando se habla de su reunión
juntos, por lo que tienen en cada congregación dos
participaciones distintas {del poder eclesial} (aunque se
reúnen en una misma asamblea), así como la participación
{del poder} que tiene el Consejo Común o cuerpo del
pueblo en algunas localidades estatutarias es distinta de
la participación {del poder} que tiene la junta de
concejales[50]; de modo que sin el consentimiento y
concordancia de ambas partes nada es considerado un
acto {legal} de la iglesia. Sin embargo, de tal modo que en
esta junta de ancianos este poder es autoridad
propiamente dicho, pero en el pueblo es un privilegio o
poder. Nos resulta evidente una clara diferencia entre
estas dos partes: Que dos, tres o más personas elegidas
sean puestas en un oficio y se les confíe una entera
participación del poder {eclesial} por una multitud, al cual
esa multitud (por un mandato de Cristo) debería estar
sujeta y obedecer como a una ordenanza para guiarlos,
con su consentimiento, y en cuya sentencia debe consistir
el último acto ministerial formal de atar o desatar. {E}ste
poder debe ser necesariamente estimado y reconocido en
estos pocos para que tenga la apropiada noción y carácter
de autoridad, en contraste con el poder {eclesial} que está
en un cuerpo entero o multitud de hombres ({poder} que
aun así debe concordar con el suyo[51]), quienes tienen una
mayor y más cercana participación y están más
concernidos en estos asuntos, sobre los cuales estos
pocos son puestos como gobernantes.
Esta diferencia de poder se hace visible fácilmente al
comparar la participación que tienen un padre y una hija
en la disposición de ella para el matrimonio y la
concordancia de ella con él en ello (aunque no procuramos
hacer un paralelo {absoluto} entre ambas cosas).[52] Una
hija virgen tiene un poder verdadera y propiamente dicho,
incluso un poder de disentir en última instancia sobre algo
que no logre gustarle, debe ser incluso un acto de su
consentimiento, lo cual hace que el matrimonio sea válido.
Pero el hecho de que sus padres tengan un poder para
guiarla en su elección (que ella debería obedecer, pues es
su deber) y un poder que también debe concordar para dar
su mano, o el matrimonio es inválido, (comparando la
participación {del poder} que ella tiene [en aquello en que a
ella más estrecha e íntimamente le concierne] con la de
ellos) surge de la noción de una autoridad extrínseca;
mientras que ese poder en ella no es más que el poder de
su propio acto, en el que aquello que le concierne
propiamente le da una participación libre por un derecho
intrínseco. La misma diferencia sería visible si hubiéramos
visto un gobierno compuesto por una aristocracia y una
democracia en el que —supongamos— el pueblo tiene una
participación {del poder} y su consentimiento real es
necesario para todas las leyes y sentencias, etc., mientras
que en unos pocos nobles que se establecen sobre ellos
(cuya preocupación es menos general), quienes debieran
contar con la aprobación formal[53] de todos, estarían el
gobierno y la autoridad, pero en esa multitud {estarían} el
poder y la participación; y tal autoridad se debe dar a un
presbiterio de ancianos en una congregación particular, de
lo contrario (como hemos resuelto desde hace mucho
tiempo) todo lo que se dice en el Nuevo Testamento acerca
de su gobierno y la obediencia del pueblo a ellos debe ser
considerado solo metáforas y no se corresponde con
ninguna realidad sustancial de gobierno y autoridad.
Y en esta distribución de poder, Cristo ha tenido una
adecuada y debida consideración del estado y la condición
de Su Iglesia, como ahora bajo el Nuevo Testamento la ha
cualificado y dignificado. Bajo el Antiguo Testamento estaba
en su infancia, pero ha salido comparativamente de su
minoría de edad y ha crecido hasta una edad más madura
(como dice en Los Profetas que sería una etapa de
madurez del Pacto de Gracia en comparación con el
Antiguo Pacto, y también como Pablo lo expresó a los
Gálatas). Por lo tanto, son más capaces en general, si los
santos visibles (de los que deben estar compuestas las
iglesias bajo el Nuevo Testamento)[54] de unirse a sus guías
y líderes en juzgar y discernir lo que concierne a su propia
conciencia y la de sus hermanos. Por lo tanto, ahora Cristo
no ha depositado todo el poder de todos los asuntos de la
Iglesia única y enteramente en los tutores y gobernadores
de las iglesias como hizo en la antigüedad cuando la Iglesia
era menor de edad. Sin embargo, debido a su debilidad y
falta de habilidad (en la mayoría de ellos) en comparación
con aquellos a quienes Él ha ascendido para dar dones con
el propósito de guiarlos y gobernarlos, Él, por tanto, ha
colocado un gobierno y autoridad en aquellos oficiales {que
están} sobre ellos, no solamente de dirigir sino también de
sujetar a una obligación, de modo que no solamente nada
debe ser hecho sin ellos (en una forma ordinaria de
gobierno de la iglesia), sino que tampoco se considera
válidamente hecho a menos que sea hecho por medio de
ellos. Y así, por medio de este debido y dorado[55] balance y
equilibrio de poder y participación y autoridad y privilegio en
los ancianos y los hermanos, este gobierno no podría
degenerar en enseñoramiento y opresión de los
gobernantes sobre el rebaño (pues no tienen todo el poder
en sus manos exclusivamente) ni en anarquía y confusión
entre sí en el rebaño; de modo que todo lo que pertenece a
las conciencias sea tramitado para la mutua edificación y
satisfacción.
En cuanto al segundo {poder}, que no parezca una
paradoja que a una autoridad ministerial doctrinal se le
prive del poder de excomunión, de secundar la
excomunión, si no es obedecida. Todo ministro y pastor
tiene en sí mismo, individualmente, una autoridad
ministerial doctrinal sobre toda la iglesia que está a su
cargo, y sobre cada persona en esta, para instruir,
reprender y exhortar con toda autoridad. Por lo cual, los
que están bajo él están obligados a obedecerlo en el Señor,
no solo vi Materiæ (en virtud de la materia de los
mandatos) en cuanto que son los mandatos de Cristo
(porque así debe hablar, con una autoridad no mayor que la
de cualquier otro hombre, incluso {no mayor que} la de un
niño, quien nos lidere hablando una verdad de la Palabra,
como habla el profeta), sino también porque, debido a la
autoridad ministerial con que Cristo lo ha dotado, debe ser
considerado por ellos como una ordenanza Suya sobre
ellos y hacia ellos. No obstante, él solo no tiene la autoridad
de la excomunión en él para imponer su doctrina si alguien
la contradice. Por lo tanto, esta autoridad (considerada en
él) tampoco debe ser juzgada como vana, infructuosa e
ineficaz para llevar a los hombres a la obediencia.
Tampoco parezca extraño que el poder de esta disciplina
de cortar {de entre la congregación} a los hombres y
entregarlos a Satanás (en el que reside la parte positiva
de la excomunión [y de hecho la controversia entre
nosotros y otros]) esté inseparablemente vinculado por
Cristo a una congregación particular como su privilegio
innato propiamente, de manera que ninguna asamblea o
junta de ancianos que se presuma y se reconozca
justamente como más sabia y juiciosa se arrogue el poder
formal de la excomunión o prive de este a las
congregaciones particulares. Porque aunque sea difícil
explicar los motivos de las instituciones de Cristo, suele
haber en la sabiduría y la razón humanas algo análogo a
estas que puede servir para ilustrar, si no para justificar,
esta dispersión de participaciones. Y así (si no nos
equivocamos) se puede encontrar incluso en la sabiduría
de nuestros antepasados, en las constituciones de este
reino. La condena a muerte de cualquier sujeto en el reino
es el mayor castigo civil; por lo que, de todos los demás, su
equivalente más cercano y exacto en lo espiritual es cortar
un alma y entregarla a Satanás; sin embargo, el poder de
este gran juicio no se pone en manos de una asamblea de
abogados solamente, ni siquiera de todos los jueces
mismos, hombres escogidos por su sabiduría, fidelidad y
gravedad, quienes, no obstante, por su oficio, están
designados para que tengan parte en esto. Pero cuando
todos se reúnen por alguna causa especialmente difícil
para dar consejo y dirección en tales juicios (como a veces
lo hacen), aun así, no tienen el poder de pronunciar esta
sentencia de muerte sobre cualquier hombre sin la
concordancia con un jurado de sus compañeros de su
propio rango, y en las localidades estatutarias, de sus
vecinos. Y con un jurado de estos (hombres que de sí
mismos no se supone que sean tan diestros en las leyes,
etc.), dos jueces, incluso uno solo, junto con otros jueces
en el tribunal, tienen poder para declarar y dictar lo que
todos ellos y todos los abogados de este reino juntos no
tienen {poder para declarar y dictar} sin un jurado. Y
nosotros, los de esta nación, solemos admirar el cuidado y
la sabiduría de nuestros antepasados en este aspecto, y
estimamos este privilegio del sujeto en este particular
(peculiar de nuestra nación) como una de las glorias de
nuestras leyes, y nos enorgullecemos de ello como una
libertad y seguridad para la vida de cada persona como las
que —pensamos— ninguna otra nación a nuestro alrededor
puede mostrar. Y cuál debería ser la razón de tal
constitución, sino esta (en la que insistimos al principio): la
dispersión del poder en varias manos por las que pase el
juicio de todo hombre en asuntos capitales; en lo cual unos
debieran tener el lazo del mismo interés común para
obligarlos a la fidelidad, mientras que los otros debieran
tener la habilidad y la sabiduría para guiarlos y dirigirlos.
Además de esa participación {del poder} que hay en
cualquier tipo de asociación, fraternidad, o vecindad
inclusive; o —de manera similar— aquella que es común a
los hombres que por igual están sujetos a una autoridad
establecida sobre ellos para sentenciarlos, hay también la
ventaja especial de un conocimiento exacto del hecho en
sus atroces circunstancias, e incluso (en estos casos) de la
conducta ordinaria de la persona que transgrede.
No necesitamos extendernos en la aplicación de esto.
Aunque una mayor asamblea de ancianos debe ser
reverenciada como más sabia y capaz que unos pocos
ancianos con sus congregaciones por separado, y por
consiguiente puede tener mayor poder doctrinal (un poder
propia y peculiarmente adecuado a sus facultades [56]) en
casos de dificultad, para determinar y dirigir las
congregaciones en su camino, aun así, Cristo no les ha
confiado el poder que Él ha confiado a las congregaciones,
porque están separados del pueblo. Así que una sola tribu
de hombres a quienes les conciernan todos los aspectos
mencionados anteriormente es deficiente, de quienes
Cristo desearía su acuerdo personal, no por delegación o
representación solamente, no solo para la ejecución, sino
incluso para {dictar} la sentencia legal también de cortar a
los hombres {de entre la congregación}, como puede
observarse en el paralelo y ejemplo anterior. Incluso,
cuanto más altas y grandes son las asociaciones de
presbiterios, más alejados están del pueblo, y aunque por
ello se pueda tener una mayor ayuda en cuanto al
conocimiento jurídico del reglamento con el que se debe
proceder, aun así, están a una mayor distancia (e
inhabilitados por ello) del conocimiento práctico preciso del
hecho y el estado espiritual de la persona que transgrede.
Y los casos pueden ser verdaderamente tan difíciles y
duros de decidir desde la oscuridad y la falta de luz sobre
las circunstancias del hecho y la persona (en qué
circunstancias se cometió y en el que la persona persistió
obstinadamente) como de la propia ley.
Podrían añadirse aquí otras consideraciones de igual
peso, si no para probar (lo que no pretendemos hacer
aquí), al menos para aclarar este particular; así como para
demostrar también que esa otra forma de proceder
apartándose de la comunión es la más adecuada para la
relación en la que por la dotación de Cristo todas las
iglesias están entre sí, incluso en la que la más pequeña (al
ser un cuerpo para Cristo) está con todas las demás. Pero
excederíamos demasiado los límites de una epístola y
distraeríamos demasiado al lector de las fructíferas y
fecundas labores del digno autor.
Que el Dios de paz y verdad santifique todas las
verdades en esta obra para todos aquellos santos fines (y
por Su gracia mucho más) que procuró el santo y apacible
espíritu del autor.
Tho: Goodwin.
Philip Nye.
D R
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P D
C I

Q
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L as llaves del Reino de los cielos son prometidas por el


Señor Jesús (Cabeza y Rey de Su Iglesia) a Pedro
(Mat. 16:19: «Yo [dice Cristo] te daré las llaves del
Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra, será atado en
los cielos; y lo que desates en la tierra, será desatado en los
cielos». Las palabras, siendo alegóricas, son por lo tanto un
poco oscuras; y por el hecho de que explican el honor y
poder en la Iglesia, son por lo tanto controversiales; porque
donde no hay honor (ni orgullo para procurarlo) no hay
contención.[57] Por lo tanto, no será inoportuno que para
exponer la doctrina del poder de las llaves expongamos un
tanto las palabras de este texto, sobre el cual se edifica ese
poder. Cinco frases requieren una pequeña aclaración:
1. ¿Qué se entiende aquí por el Reino de los cielos?
2. ¿Cuáles son las llaves de este Reino y en qué
consiste la entrega de las mismas?
3. ¿Cuáles son las acciones [58] de estas llaves, de las
cuales se dice que atan y desatan?
4. ¿Cuál es el objeto de estas acciones, el cual debe
ser atado o desatado y recibe el nombre genérico de
«todo lo que» {atéis}?
5. ¿Quién es el sujeto receptor de este poder, o a quién
se le otorga este poder? «Yo te daré las llaves…».

1. ¿Qué se entiende aquí por el Reino de los


cielos?[59]
Con respecto a lo primero. Por «reino de los cielos» se
entiende aquí tanto el Reino de la gracia, que es la Iglesia,
como el Reino de la gloria, que está en los cielos de los
cielos. Porque Cristo, al dar a Pedro las llaves del Reino de
los cielos, le concede con ello no solo este poder de atar en
la tierra (es decir, en la Iglesia en la tierra, ya que no le dio
ningún poder para atar en el mundo; el Reino de Cristo no es
de este mundo), sino que también le da este privilegio: que lo
que ate en la tierra, será atado en los cielos. Y «los cielos»,
que se distingue de la Iglesia en la tierra, debe significar
necesariamente el Reino de la gloria.

2. ¿Cuáles son las llaves de este Reino y en


qué consiste la entrega de las mismas?
Con respecto a lo segundo: ¿Cuáles son las llaves del Reino
de los cielos? Las llaves del Reino son las ordenanzas que
Cristo ha instituido para que sean administradas en Su
Iglesia, tales como: la predicación de la Palabra (que es la
exposición y aplicación de la misma), también la
administración de los sellos y las disciplinas; porque por la
explicación[60] y aplicación de estas {ordenanzas}, tanto las
puertas de la Iglesia ahora, como las del Cielo después, se
abren o se cierran a los hijos de los hombres.
Y la entrega de estas llaves implica que Cristo inviste a
aquellos a quienes se las da con el poder de abrir y cerrar
las puertas de ambos {lugares}. Y este poder reside en parte
en su llamado espiritual (ya sea su oficio o su lugar y orden
en la Iglesia) y en parte en la concordancia y cooperación
del Espíritu de Cristo, acompañando la correcta
dispensación de estas llaves, es decir, de estas
ordenanzas, conforme a Su voluntad.
Además, estas llaves no son ni espada ni cetro. No son
espada, porque no transmiten el poder civil de la vida y la
muerte corporales; ni cetro, porque no transmiten el poder
soberano o legislativo sobre la Iglesia, sino un poder
administrativo y ministerial. Así como la llave de la casa de
David fue entregada a Eliaquim [61] (Isa. 22:22), quien
sucedió a Sebna en su cargo, y su cargo era ‫ﬠַ ל־הַ ָ ֽבּ ִית‬
«sobre la casa» (v. 15); y la misma frase: «sobre la casa»,
se traduce como «mayordomo de la casa» (Gén. 43:19).
3. ¿Cuáles son las acciones de estas llaves,
de las cuales se dice que atan y desatan?
En cuanto a lo tercero, ¿cuáles son las acciones de estas
llaves? Con respecto a las acciones de estas llaves, se dice
aquí que son «atar» y «desatar»; estas no son las acciones
propias de las llaves materiales, cuyas acciones son abrir y
cerrar, lo cual argumenta que las llaves de las que aquí se
habla no son llaves materiales, sino metafóricas. Sin
embargo, siendo llaves, tienen también un poder de abrir y
cerrar, porque de Cristo —que tiene el poder soberano
sobre estas llaves—, se dice que tiene la llave de David
para abrir y nadie puede cerrar, y para cerrar y nadie puede
abrir (Apo. 3:7). Esto implica que estas llaves del Reino de
Cristo tienen tal poder para abrir y cerrar que, por lo tanto,
atan y desatan, retienen y perdonan. Cuando abren, desatan
y perdonan; cuando cierran, atan y retienen; lo cual será
más claro al exponer el cuarto punto.

4. ¿Cuál es el objeto de estas acciones, el


cual debe ser atado o desatado y recibe el
nombre genérico de «todo lo que» {atéis}?
Entonces, el cuarto punto es: ¿Cuál es el objeto que debe
ser atado y desatado? El texto de Mateo 16:19[62] dice:
«todo lo que», lo cual no se extiende a cualquier juramento,
pacto, contrato, consejo o ley (hasta donde los papistas lo
quieren extender); como si cualquier juramento de lealtad,
pacto de arrendamiento o matrimonio, etc., que el Papa
ratifica o disuelve en la tierra debiera ser ratificado o
disuelto en el Cielo. No, esta no es la llave del Reino de los
cielos, sino la llave del pozo del abismo (Apo. 9:1). No
obstante, la frase «todo lo que» está escrita aquí en el
género neutro (no en el masculino «todo aquel») para
implicar tanto cosas como personas —cosas como
pecados; personas: aquellos que los cometen—, porque
cuando nuestro Salvador habla de las mismas acciones,
refiriéndose a las mismas llaves (Jua. 20:23),[63] se explica
así mismo de la siguiente manera: «A quienes perdonéis los
pecados, estos les son perdonados; a quienes retengáis los
pecados, estos les son retenidos». Por lo tanto, «lo que ates
en la tierra» {Mat.16:19}, es paralelo a «a quienes retengáis
los pecados» en la tierra {Jua. 20:23}; y «lo que desates en
la tierra» {Mat. 16:19}, es paralelo a «a quienes perdonéis [64]
los pecados» en la tierra {Jua. 20:23}.
Ahora bien, esta acción de atar y desatar todo pecado en
todo aquel que los cometa está en parte en la conciencia del
pecador, y en parte, en su estado exterior en la Iglesia, que
suele expresarse en otros términos, ya sea in foro
interiori[65] o in foro exteriori[66]. Como cuando en la
dispensación de las ordenanzas de Dios un pecador está
convencido de estar bajo la culpa del pecado, entonces su
pecado es retenido, su conciencia está atada bajo la culpa
de este, y él mismo está atado bajo alguna disciplina de la
iglesia, conforme a la naturaleza y la debida retribución de
su transgresión; y si su pecado es de una clase más
detestable, él mismo es excluido de la comunión de la
iglesia. No obstante, cuando un pecador se arrepiente de su
pecado y lo confiesa ante el Señor, y —en caso de que sea
de conocimiento público— también ante su pueblo,
entonces, bajo el ministerio de la doctrina y la disciplina del
evangelio, su pecado es perdonado y su conciencia
desatada de la culpa de este, y él mismo tiene una amplia y
libre entrada tanto a la promesa del evangelio como por las
puertas de la santa comunión de la iglesia.

5. ¿Quién es el sujeto receptor de este poder,


o a quién se le otorga este poder? «Yo te
daré las llaves…»
El quinto punto para explicar es: ¿A quién se le otorga este
poder de las llaves? El texto dice: «A ti, Simón Pedro, hijo de
Jonás», a quien Cristo bendice y declara bendito por su
santa confesión de Cristo, el Hijo del Dios viviente, y en la
misma ocasión promete utilizarlo a él y a su confesión como
instrumentos para poner los cimientos de Su Iglesia, y
también darle las llaves de Su Iglesia para el buen orden y
gobierno de ella. No obstante, ha resultado ser una cuestión
muy complicada la forma en la que se debe considerar a
Pedro al recibir este poder de las llaves; si las recibió como
apóstol o como anciano (porque también era un anciano [1
Ped. 5:1]) o como un creyente que profesa su fe ante el
Señor Jesús y sus hermanos. Ahora bien, como somos tan
estudiosos de la paz como de la verdad, no nos inclinaremos
por una de estas interpretaciones más que por otra. Nuestro
propósito en este discurso no se verá obstaculizado si
tomamos cualquiera de estas interpretaciones; sin embargo,
para hablar con honestidad y sin causar ofensa, el sentido
de las palabras sería más completo si se toman todas estas
consideraciones juntas. Si se considera que Pedro recibió el
poder de estas llaves no solo como apóstol, sino también
como anciano, e incluso como creyente que profesa su fe,
todo ello puede ir unido. Porque hay un poder diferente dado
a cada uno de ellos —es decir, a un apóstol, a un anciano, a
un creyente—, y Pedro era todos estos, y recibió todo el
poder que fue dado por Cristo a cualquiera de estos, o a
todos estos a la vez. Porque así como el Padre envió a
Cristo, así Cristo envió a Pedro (como a cada uno de los
apóstoles) cum amplitudine, et plenitudine potestatis [67] (en
la medida en que cualquier oficial de la iglesia o toda la
iglesia misma tuviera la capacidad de recibirlo), véase Juan
20:21. De modo que Agustín no se equivocó al decir que
Pedro recibió las llaves en nombre de la Iglesia. No
obstante, de este texto en Mateo 16:19 no impugnaremos
ningún otro poder —ni al presbiterio ni a la fraternidad de la
iglesia— que aquel que se les concede expresamente en
otros textos de las Escrituras.[68]
Ahora bien, en otras Escrituras se dice lo siguiente. En
primer lugar, que Cristo dio el poder de retener o perdonar
los pecados (es decir, el poder de atar y desatar, esto es:
todo el poder de las llaves) a todos los apóstoles, así como
a Pedro (Jua. 20:21, 23). En segundo lugar, se dice también
que los apóstoles encomendaron la autoridad y el gobierno
de cada iglesia particular a los ancianos (el presbiterio) de
esa iglesia (Heb. 13:17; 1 Tim. 5:17); por lo tanto, Cristo les
dio el poder de las llaves también a ellos. En tercer lugar, se
dice además que Cristo dio el poder de las llaves también al
cuerpo de la iglesia, esto es, la fraternidad {de miembros}
junto con el presbiterio {de ancianos}; porque el Señor
Jesús imparte el poder de atar y desatar a los apóstoles, o a
los ancianos junto con toda la iglesia, cuando se reúnen en
Su Nombre y se ponen de acuerdo en cuanto a la disciplina
de un transgresor (Mat. 18:17-18). Si un transgresor dice
el Señor rehúsa escuchar a la iglesia, que sea para ti
como un gentil o publicano, es decir, que sea excomulgado.
Esta disciplina administrada por los ancianos, junto con toda
la iglesia, es ratificada por Él con esta promesa del poder de
las llaves: «En verdad, os digo que todo lo que atéis en la
tierra, será atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la
tierra, será desatado en el cielo». En este texto, aunque
haya algunas diferencias entre los teólogos clásicos y los
congregacionalistas en cuanto a lo que debe entenderse por
«la iglesia» («dilo a la iglesia») —ya sea el presbiterio o la
congregación—, todos están de acuerdo en esto (y es el
acuerdo en la verdad lo que buscamos): Que ningún
transgresor debe ser excomulgado si no es con alguna
concordancia de la congregación, al menos por medio de:
(1) El consentimiento con respecto a la sentencia. (2) De la
ejecución real de la misma al apartarse del transgresor así
condenado y disciplinado. Ahora bien, concebimos que este
consentimiento y concordancia de la congregación, que se
requiere para el poder y la validez de la disciplina, es una
parte del ejercicio del poder de las llaves.
De modo que cuando Cristo dijo a Pedro: «Yo te daré las
llaves del reino de los cielos»; si Pedro recibió en ese
momento todo el poder de las llaves, entonces estuvo en el
lugar y en el nombre de todos los que recibieron alguna parte
del poder de las llaves, ya sean apóstoles, ancianos o
iglesias. Incluso si lo recibió en su posición como apóstol
solamente, aun eso no impide que así como él recibió el
poder de un apóstol, el resto de los apóstoles recibió el
mismo poder, ya sea en este texto o en otro; y el presbiterio
de cada iglesia recibió —si no en este texto, sí en otro— el
poder perteneciente a su oficio; y de la misma manera cada
iglesia o congregación de creyentes profesos recibió
también la porción del poder eclesial que les pertenecía.
C II

D [69]

L a distribución ordinaria de las llaves suele ser enseñada


de la siguiente manera:
Existe:

Esta distribución, aunque es común tanto entre los


protestantes como entre los papistas, aun así rogamos el
permiso para expresar lo que no nos satisface del todo en
esta. Hay cuatro cosas que nos parecen defectuosas:
1. El hecho de que cualquier llave del Reino de los cielos
sea dejada sin poder. Porque aquí, en esta distribución, la
llave del conocimiento es puesta en una categoría distinta a
la de la llave del poder.
2. Hay un defecto real en la omisión de una parte integral
de las llaves, que es la llave del poder o la libertad que
pertenece a la Iglesia misma. Pero no es de extrañar que
los clérigos papistas —aquellos que han oprimido toda
libertad de la Iglesia— la hayan omitido. Las iglesias
protestantes, habiendo recuperado la libertad de predicar el
evangelio y el ministerio[70] de los sacramentos, han
encontrado tal satisfacción en esta libertad, que algunas de
ellas no han mirado más allá ni siquiera como para discernir
el defecto que tienen con respecto al poder eclesial ni a la
libertad que se les debe en lo tocante a la disciplina. Otros,
al darse cuenta del agravio que habían sufrido por la
retención de una llave o poder que les pertenecía, han
arrebatado para sí un poder indebido, el cual no les
pertenece: la llave de la autoridad.
3. Hay otro defecto en la distribución al hacer una
separación entre la llave del orden y la llave de la
jurisdicción; {esto se hace} con el propósito de dar paso al
poder de los cancilleres y comisarios in foro exteriori; los
cuales, aunque no tienen la llave del orden (no habiendo
entrado nunca a santas órdenes como se las llama ,
pues a lo sumo {pueden ser considerados} dentro del orden
de los diáconos solamente, del cual nuestro Señor no habló
nada tocante a la jurisdicción), aun así han sido investidos
con jurisdicción, incluso {con una} más alta que la autoridad
ministerial, por encima inclusive de aquellos ancianos que
trabajan en la predicación y en la enseñanza {1 Tim. 5:17}.
Por esta sacrílega violación del orden (que ha sido como la
ruptura de las filas y los rangos en un ejército), Satanás ha
desbaratado y arruinado una gran parte de la libertad y
pureza de las iglesias, así como de todas las ordenanzas de
Cristo en estas.
4. Un cuarto defecto (aunque el menor que observamos
en esta distribución) es que el orden es concedido solo para
los oficiales de la iglesia. Porque aunque estamos lejos de
permitir esa usurpación sacrílega del oficio de los ministros,
lo cual oímos —para nuestro pesar— que se practica en
algunos lugares que los cristianos ordinarios se encargan de
manera ordinaria de predicar el evangelio públicamente y
ministrar los sacramentos; sin embargo, establecemos una
diferencia entre «oficio» y «orden». Consideramos que el
«oficio» es propio de aquellos que son apartados para
alguna función específica en la iglesia, los cuales son:
ancianos o diáconos. No obstante, el «orden» —hablando
del orden eclesial propiamente dicho— es común a todos los
miembros de la iglesia, ya sean oficiales o hermanos que no
lo son. Hay un orden tanto en los que están sujetos como en
los que gobiernan. Hay un τάξις tanto de τῶν ὑποτακτικῶν
como de τῶν ἐπιτακτικῶν.[71] De la doncella en Ateneo se
dice θεραπαίνης τάξιν ἐπιλάβουσα;[72] así como su señora
{tiene un orden también}. Sin embargo, si alguien está
dispuesto a hacer de los términos oficio y orden {palabras}
equivalentes [73], no vamos a discutir sobre {el uso de} las
palabras para que no haya un mal entendido envuelto en
este tema.

Una distribución más adecuada de las llaves


Por lo tanto, consideremos ahora una distribución de las
llaves que se ajusta más a la fraseología de las Escrituras,
porque a los verdaderos israelitas les conviene más hablar
la lengua de Canaán que la de Asdod.
Cuando Pablo vio y se regocijó al contemplar cómo la
iglesia de Colosas había recibido al Señor Jesús y andaba
en Él, resumió todo su estado eclesial —es decir, su belleza
y poder— con estos dos {términos}: la fe y el orden (Col.
2:5-6).
Por lo tanto, hay una llave de la fe y una llave del orden.
La llave de la fe
La llave de la fe es la misma que el Señor Jesús llama «la
llave del conocimiento» en Lucas 11:52; con respecto a la
cual denuncia que los intérpretes de la ley la habían quitado.
Ahora bien, esa «llave del conocimiento» de la que habla
Cristo era tal que, si no la hubieran quitado, los que la
poseían hubieran tenido el poder para entrar ellos mismos
en el reino de los cielos y podrían haber abierto la puerta a
otros para que entraran también. Además, el conocimiento
por el cual un hombre tiene poder para entrar en el Cielo es
solo la fe, que a menudo se le llama: «conocimiento», por
ejemplo, en Isaías 53:11: «Por su conocimiento, el Justo, mi
Siervo, justificará a muchos»; es decir, por la fe de Cristo; y
Juan 17:3: «Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti»;
es decir, que crean en Ti. Por lo tanto, esta llave —la «llave
del conocimiento» (conocimiento salvador), que es la misma
que la «llave de la fe»— es común a todos los creyentes. Un
alma fiel que conoce las Escrituras y a Cristo en ellas,
recibe a Cristo y entra por Él en el Reino de los cielos, tanto
en la vida presente como en la venidera. En esta vida entra
en un estado de gracia por medio de la fe (Heb. 4:3); y, por
la profesión de su fe, entra también en la comunión de la
Iglesia —que es el Reino de los cielos en la tierra. Por esta
misma fe, cree para justificación y confiesa para salvación,
la cual es perfeccionada en el Reino de la gloria (Rom.
10:10).

La llave del orden


La llave del orden es el poder por el cual cada miembro de
la iglesia camina ordenadamente, conforme a su lugar en la
iglesia, y ayuda a sus hermanos a caminar ordenadamente
también.
Los apóstoles y los ancianos pidieron a Pablo que se
presentara ante los judíos en el Templo para que mostrara a
todos que vivía ordenadamente (Hch. 21:18, 24):
«Ordenadamente», es decir, según el orden de la iglesia
judía con la que en este tiempo estaba relacionado. Y fue el
mandamiento que Pablo dio a la iglesia de Tesalónica en su
conjunto, y a cada uno de sus miembros en particular: «que
os apartéis de todo hermano que ande desordenadamente»
(2 Tes. 3:6). Esto de apartarse del que andaba
desordenadamente era el ejercicio de la llave del orden por
parte de ellos, así como fue un ejercicio similar de la misma
llave del orden cuando él exhortó a los hermanos a que
amonestaran a los «indisciplinados», que es la misma
palabra en el original: amonestar a los «desordenados» (1
Tes. 5:14). Y esta llave del orden (es decir, orden entendido
en este sentido) es común a todos los miembros de la
iglesia, sean ancianos o hermanos.
Además, del orden hay dos llaves: una llave de poder o
participación, y la llave de autoridad o gobierno. La primera
de ellas se denomina en la Escritura: libertad; para
distinguirse así de la llave de gobierno y autoridad en los
oficiales de la iglesia. No hablamos aquí de la libertad
espiritual, ni de la impunidad —por la cual los hijos de Dios
son liberados por la sangre de Cristo de Satanás, el infierno,
la esclavitud del pecado, la maldición de la ley moral y el
servicio de la ley ceremonial—; ni de la inmunidad —por la
cual tenemos el poder de ser llamados hijos de Dios, de
acercarnos confiadamente al trono de la gracia en oración,
y como herederos de la gloria, de esperar nuestra herencia
en luz—; sino de esa libertad externa o participación que
Cristo también ha comprado para Su pueblo, la cual consiste
en la libertad de entrar en la comunión de Su Iglesia, la
libertad de elegir y llamar a hombres bien dotados para un
oficio en Su iglesia, la libertad de participar de los
sacramentos o sellos del pacto de la iglesia, la libertad y la
participación de unirse a los oficiales en la debida disciplina
de los transgresores y otras cosas similares. Esta libertad y
sus actos se ejemplifican a menudo en los Hechos de los
apóstoles, y el apóstol Pablo la llama expresamente con el
nombre de «libertad»: «Porque vosotros, hermanos» —dice
él— «a L fuisteis llamados; solo que no uséis la
libertad como pretexto para la carne, sino servíos por amor
los unos a los otros»[74] (Gál. 5:13). El hecho de que el
apóstol usa la palabra «libertad» para referirse a la libertad
de la iglesia o al poder {que se ha concedido a esta} para
ordenar sus {propios} asuntos es evidente si consultamos el
contexto y no a los comentaristas. Habiendo dejado atrás la
primera parte de la epístola —que se extiende desde el
principio {de la misma} hasta el final del versículo 8 del
capítulo 5— en parte {tratando} sobre la confirmación de su
llamado y en parte disputando contra la justificación por las
obras de la ley; en el versículo 9, el apóstol no empieza a
exhortar a las bonos mores [75] en general (como usualmente
interpretan los comentaristas), sino a instruir con respecto a
la disciplina de la Iglesia, acerca de lo cual da tres o cuatro
directrices hasta el capítulo 6, versículo 10.
1. En cuanto a la disciplina de aquellos maestros
corruptos que los habían pervertido y perturbado con esa
doctrina corrupta de la justificación por las obras (Del cap. 5,
v. 9, hasta el final del capítulo).
2. Sobre la gentil amonestación y restauración de un
hermano caído por debilidad (Del cap. 6, vv. 1-5).
3. Sobre el mantenimiento de sus ministros (vv. 6-8), y de
la benevolencia para con los demás (vv. 9-10).
En cuanto a lo primero, la disciplina de sus maestros
corruptos. (1) Pone como fundamento (lo que él mismo dio
como fundamento para la excomunión de los incestuosos de
Corinto [1 Cor. 5:6]): «Un poco de levadura fermenta toda la
masa» (v. 9). (2) Presupone que la iglesia tendrá la misma
opinión que él y concordará en la disciplina de aquel que los
perturbó con la doctrina corrupta (v. 10), habiendo mostrado
él mismo que no tiene compañerismo con la doctrina
corrupta (v. 11). (3) Procede a declarar qué disciplina
desearía que se aplicara contra este y el resto de aquellos
maestros corruptos. Dice él: «¡Ojalá que los que os
perturban también se mutilaran!» —es decir, que sean
excomulgados (v. 12). Ahora bien, para que los hermanos de
la iglesia no levanten objeción diciendo: —¿Pero qué poder
tenemos nosotros para excomulgarlos?, el apóstol
responde que ellos tienen el poder o libertad para unirse con
la parte más sana del presbiterio para echar fuera o cortar
{de entre la congregación a los falsos maestros}: «Porque
vosotros, hermanos» dice él «a libertad fuisteis
llamados».
Si se objetara además: —Sí, pero si se le da al pueblo
este poder y libertad en algunos casos, ya sea para
desechar a sus maestros o cortarlos {de en medio de
ellos}, el pueblo pronto se aprovechará para abusar de
esta libertad hasta llegar a un libertinaje carnal. El apóstol
lo previene con una palabra de sano consejo: «Porque
vosotros, hermanos» —dice él— «a libertad fuisteis
llamados; solo que no uséis la libertad como pretexto para la
carne, sino servíos por amor los unos a los otros» (v. 13). Y,
a continuación, sigue oportunamente este consejo con la
advertencia de que se cuiden de abusar de esta libertad de
disputar carnalmente (una enfermedad habitual de la libertad
popular) y con todo ello los desaconseja de todos los demás
frutos de la carne, hasta el final del capítulo.
Por lo tanto, es evidente que se da una llave de poder o
libertad a la iglesia (a los hermanos junto con los ancianos)
para abrir una puerta de entrada al llamado de los ministros;
así como para cerrar la puerta de entrada contra ellos en
algunos casos, como cuando mediante la doctrina corrupta y
perniciosa se convierten de pastores a lobos feroces.
Así que, habiendo tratado la primera llave del orden —con
un enfoque más amplio—, a saber, la llave del poder o la
libertad en la iglesia, queda la otra llave del orden —con un
enfoque más específico—, es decir, la llave de la autoridad
o el gobierno, que pertenece a los ancianos de la iglesia.
La autoridad es un poder moral, en un orden superior (o
estado), que ata o desata al que está en un orden inferior
en lo que respecta a la sujeción.
Cuando esta llave fue prometida a Pedro (Mat. 16:19), le
fue entregada a él junto con el resto de los apóstoles (Jua.
20:23); por ende, tenían el poder de atar y desatar; y es la
misma autoridad que se da a sus sucesores, los ancianos,
por la cual son llamados a apacentar y gobernar la Iglesia de
Dios, como los apóstoles lo hicieron antes que ellos (Hch.
20:28). En efecto, al exponer y aplicar la ley, con el espíritu
de esclavitud que acompaña a los pecadores, los atan bajo
la maldición, y a sus conciencias, bajo la culpa del pecado y
el temor a la ira, y cierran el Reino de los cielos contra ellos.
Al exponer y aplicar el evangelio, con el Espíritu de adopción
que acompaña {a los hijos de Dios (Rom. 8:14-15)},
perdonan el pecado y desatan de la culpa del pecado las
conciencias de las almas que creen y se arrepienten[76], y
les abren las puertas de los cielos. En virtud de esta llave,
así como predican con toda autoridad no solo la doctrina de
la ley sino también el Pacto del Evangelio, también
administran sus sellos: el bautismo y la Cena del Señor.
Además, en virtud de esta llave, ellos, junto con la iglesia,
atan al transgresor obstinado por medio de la excomunión
(Mat. 18:17-18) y lo desatan y perdonan cuando se
arrepiente (2 Cor. 2:7).
Hemos recibido de la Escritura esta distribución de las
llaves y, por tanto, del poder espiritual en las cosas del
Reino de Cristo. No obstante, si algunos hombres, por amor
a la antigüedad, prefieren mantener los términos de la
anterior y más antigua distribución (ya que hay quienes son
tan reacios a cambiar los antiquos terminos verborum,
como los agrorum),[77] no haremos un problema de esto si
las palabras son explicadas correctamente con el deseo de
llegar al mismo juicio y hablar las mismas cosas con
nuestros hermanos; tan solo que permitan algún poder
espiritual a la llave del conocimiento, aunque no un poder
eclesial. Y en el poder eclesial, que pongan tanto una llave
de libertad —es decir, un poder y privilegio para participar—
como una llave de autoridad. En cuanto a su llave del orden,
aunque entienden correctamente la llave del oficio, que no
separen de ella la llave de la jurisdicción —porque Cristo ha
dado jurisdicción solamente a quien ha dado oficio—, y así
consentimos de buen grado con ellos.
C III

D
,
:
P ,
, ,

A sí como las llaves del Reino de los cielos son


diversas, también son diversos los sujetos a quienes
estas han sido confiadas; como en el cuerpo natural,
la diversidad de funciones está en correspondencia con la
diversidad de miembros.
1. La llave del conocimiento (que es la misma que la llave
de la fe) pertenece a todos los fieles, sean parte o no de una
iglesia local. Como en los tiempos primitivos, cuando los
hombres de edad avanzada eran primero llamados y
convertidos a la fe antes de ser recibidos en la iglesia.
Incluso ahora, un indio o pagano no puede ser recibido en la
iglesia hasta que haya recibido primero la fe y haya hecho
profesión de ella ante el Señor y la iglesia. Esto argumenta
que la llave del conocimiento se da no solo a la iglesia
{local}, sino a algunos antes de que entren en la iglesia
{local}. Y, sin embargo, {es dada} a los cristianos por el bien
de la iglesia; para que los que reciban esta gracia de la fe,
por ella puedan recibir a Cristo y Sus beneficios, y con ello
puedan recibir también este privilegio: encontrar una puerta
abierta ante ellos, para entrar en la comunión de la iglesia.
2. La llave del orden (hablando del orden de la iglesia,
como lo hace Pablo en Col. 2:5), pertenece a todos los que
están en el orden de la iglesia, ya sean ancianos o
hermanos, porque aunque los ancianos están en un orden
superior por su oficio, aun así, los hermanos (sobre los
cuales los ancianos son hechos supervisores y
gobernantes) también están en un orden, en una sujeción
ordenada, conforme al orden del evangelio. Es cierto que
toda alma fiel que ha recibido la llave del conocimiento está
obligada a velar por el alma de su prójimo como si fuera la
suya propia y a amonestarlo de su pecado, a menos que
sea un escarnecedor; pero esto lo hace non ratione ordinis,
sed intuitu charitatis (no en virtud de un estado de orden en
el que se encuentra [incluso en la comunión eclesial], sino en
virtud del amor y la caridad cristiana común). Sin embargo,
todo cristiano fiel que está en el orden eclesial está obligado
a hacer lo mismo, tanto respecto a ordinis, como a intuitu
charitatis, en virtud de esa ley real, no solo de amor, sino de
orden eclesial (Mat. 18:15-17). Por lo cual, si el hermano
que pecó contra él no escucha su corrección y
amonestación, entonces, conforme al orden, debe dar el
próximo paso llevando a uno o dos más con él. Si el
transgresor se niega a escucharlos también, entonces, por
el orden, debe decirle a la iglesia, y luego, tomar la actitud
apropiada para con él según Dios guíe a la iglesia al
respecto.
C IV

D
,

E sta llave es dada a los hermanos de la iglesia, pues


así lo dice el apóstol en Gálatas 5:13 (en el pasaje
citado y expuesto anteriormente): «Porque vosotros,
hermanos, a libertad fuisteis llamados».
En efecto, así como el εὖ εἶναι {bien ser}, εὐεξία
{bienestar} y εὐπραξία {buen obrar} de una nación[78] se
manifiesta en el correcto y debido establecimiento y
equilibrio de las libertades o privilegios del pueblo —que en
un sentido verdadero puede ser llamado un poder— y la
autoridad del gobierno civil, así también la seguridad de la
estructura de la iglesia se manifiesta en el correcto y debido
establecimiento y ordenamiento del santo poder de los
privilegios y libertades de los hermanos, y la autoridad
ministerial de los ancianos. El evangelio no permite ninguna
autoridad eclesial (o gobierno eclesial, propiamente dicho) a
los hermanos, sino que la reserva enteramente a los
ancianos, y, sin embargo, impide la tiranía, la oligarquía, y la
exorbitancia de los ancianos mediante el establecimiento
amplio y firme de las libertades de los hermanos, que llega a
ser un poder en ellos. Cabe mencionar aquí el axioma de
Bucero: Potestas penes omnem Ecclesiam est; Authoritas
ministerii penes Presbyteros & Episcopos.[79] En Mateo
16:19, donde potestas, o poder, se contrasta con
authoritas, o autoridad, el cual no es otra cosa que una
libertad o privilegio.
Las libertades de los hermanos, o de la iglesia
conformada por estos, son muchas e importantes:
1. La iglesia de los hermanos tiene el poder, los
privilegios y la libertad de escoger a sus oficiales. En la
elección del apóstol que reemplazaría a Judas, el pueblo
llegó hasta donde el voto y el sufragio humano podían llegar.
De 120 personas (Hch. 1:15) eligieron y presentaron a dos;
y de estos dos Dios eligió a uno de ellos por sorteo (porque
un apóstol debía ser designado directamente por Dios); y,
sin embargo, este que fue elegido por Dios, fue contado
entre los doce apóstoles por el sufragio común de todos
ellos (v. 26): —συγκατεψηφίσθη, «communibus omnium
suffragiis inter duodecim Apostolos allectus est». Y en este
pasaje, al igual que lo hacen otros, Cipriano insiste en
confirmar el poder —que es ἐξουσίαν, el privilegio o la
libertad— del pueblo en la elección o rechazo de sus
ministros: «Plebs Christiana» —dice él— «vel maxime
potestatem habet, vel dignos sacerdotes eligendi, vel
indignos recusandi»[80] (Libro 1, epístola 4).
La misma, o una mayor libertad, es generalmente
aprobada por los mejores de nuestros teólogos —
estudiosos de la Reforma— tomando como base Hechos
14:23: Les «ordenaron ancianos, elegidos por el
levantamiento de manos».
El mismo poder se expresa claramente en la elección de
los diáconos (Hch. 6:3, 5-6). Los apóstoles no eligieron a los
diáconos, sino que convocaron a la multitud y les dijeron:
«Por tanto, hermanos, escoged de entre vosotros siete
hombres […] a quienes podamos encargar esta tarea […].
Lo propuesto tuvo la aprobación de toda la congregación, y
escogieron a Esteban…».
2. Es un privilegio o libertad que la iglesia ha recibido
enviar a uno o más de sus ancianos, según lo requiera el
servicio público de Cristo y de la iglesia. Así, Epafrodito fue
un mensajero o apóstol de la iglesia de Filipos para Pablo
(Flp. 2:25).
3. Los hermanos de la iglesia tienen el poder y la libertad
de proponer cualquier objeción justa contra los que se
ofrecen para ser admitidos a su comunión, o a los sellos de
la misma. Por eso, cuando Saulo se ofreció a la comunión
de la iglesia en Jerusalén, no fue admitido al principio por
una objeción presentada contra él por los discípulos, hasta
que esa objeción fue eliminada (Hch. 9:26-27); y Pedro no
admitió a la familia de Cornelio en el bautismo hasta que
preguntó a los hermanos si alguno de ellos tenía alguna
objeción al respecto (Hch. 10:47).
4. Como los hermanos tienen un poder de orden y el
privilegio para reconvenir a sus hermanos en caso de
escándalos privados —conforme a la regla de Mateo 18:15-
16—; así, en caso de escándalo público, toda la iglesia de
los hermanos tiene el poder y el privilegio de unirse a los
ancianos en la indagación, escucha y juicio de escándalos
públicos, para atar bajo disciplina a los transgresores
manifiestos [81] y a los impenitentes, y para perdonar a los
arrepentidos. Porque, en caso de que la transgresión no
pueda ser remediada en privado, el hecho de que Cristo
ordena a un hermano a que lo diga «a la iglesia» (Mat.
18:17) implica necesariamente que la iglesia debe
escucharlo e inquirir acerca de la transgresión de la cual es
acusado, y juzgarla según la encuentren al investigarla.
Cuando los hermanos que eran de la circuncisión
reconvinieron a Pedro sobre su comunión con Cornelio y su
familia incircuncisa, Pedro no los rechazó a ellos ni la queja
que tenían contra él como si estuvieran transgrediendo los
límites de su justo poder y privilegio, sino que de inmediato
se propuso dar una respuesta satisfactoria a todos ellos
(Hch. 11:2-18). Los hermanos de la iglesia de Corinto,
reunidos junto con sus ancianos, en el nombre del Señor
Jesús, y con Su poder, entregaron al incestuoso a Satanás
(1 Cor. 5:4-5). Y Pablo reprende a todos, tanto a los
hermanos como a los ancianos, para que no se demoren en
expulsarlo de en medio de ellos (v. 2); y expresamente
concede a los que están dentro todo el poder de juzgar (v.
22). Además, de ahí se argumenta que todos los santos,
incluso los más sencillos de todos, {tienen} la capacidad de
juzgar entre hermanos en las cosas de esta vida, como
aquellos que han recibido tal espíritu de discernimiento de
Cristo, por el cual un día juzgarán al mundo, incluso a los
ángeles, así como se menciona en el capítulo siguiente (1
Cor. 6), y también en 1 Corintios 1:2-5. A los mismos
hermanos de la misma iglesia, así como a los ancianos, les
ruega que perdonen al mismo corintio incestuoso cuando se
arrepintió (2 Cor. 2:7-8).
Si se dice que juzgar es un acto de gobierno, y que ser
gobernantes de la iglesia no es algo que ha sido dado a
todos los hermanos, sino solo a los ancianos.
Respuesta: No todo juicio es un acto de autoridad o
gobierno; porque hay un juicio de discreción, a modo de
privilegio, así como de autoridad a modo de sentencia. El de
discreción es común a todos los hermanos, así como el de
autoridad pertenece al presbiterio de esa iglesia. En
Inglaterra, tanto el jurado por su veredicto, como el juez por
su sentencia, juzgan ambos al mismo malhechor, pero, en el
caso del jurado, su veredicto no es más que un acto de su
libertad popular. En el juez, es un acto de su autoridad
judicial.
Si se preguntara de forma demandante: ¿Qué diferencia
hay entre estos dos?
Tenemos lista la respuesta: La diferencia es grande;
porque aunque el jurado haya emitido su juicio y veredicto, el
malhechor no es condenado legalmente, y mucho menos
ejecutado, sino por la sentencia del juez. De la misma
manera, aunque los hermanos de la iglesia de común
acuerdo den su voto y juicio para aprobar la disciplina de un
transgresor, este no es disciplinado hasta que el presbiterio
dicta la sentencia.
Si se dijera de nuevo: Sí, pero atar y desatar es un acto
de autoridad, y el poder de atar y desatar fue dado por
Cristo a toda la iglesia (Mat. 18:18).
Respuesta: Se puede decir que toda la iglesia ata y
desata en el sentido de que los hermanos consienten y
concuerdan con los ancianos, tanto antes de la disciplina al
discernirla como algo justo y equitativo, como al declarar su
discernimiento al levantar las manos o guardando silencio; y,
después de la disciplina, al rechazar de su comunión habitual
al transgresor disciplinado. Sin embargo, el discernimiento o
la aprobación de la justeza de la disciplina de antemano no
es un impedimento para la labor de los ancianos. Porque,
antes de eso, los ancianos no solo han examinado en
privado al transgresor y su transgresión, y las pruebas de la
misma, para preparar el asunto y madurarlo para el
conocimiento de la iglesia, sino que también revisan
públicamente ante la iglesia los principales pasajes {de las
Escrituras} relacionados con el tema, y declaran a la iglesia
el consejo y la voluntad de Dios al respecto, para que
puedan discernir y aprobar correctamente la disciplina que el
Señor requiere que se administre en tal caso. De este
modo, el que las personas disciernan y aprueben la justeza
de la disciplina antes de ser administrada surge de la
instrucción y dirección que los ancianos les dan al respecto
previamente; a lo que el pueblo da su consentimiento en
obediencia a la voluntad y regla[82] de Cristo. De ahí el
discurso del apóstol: «y estando preparados para castigar
toda desobediencia cuando vuestra OBEDIENCIA SEA
COMPLETA»[83] (2 Cor. 10:6). El castigo de los apóstoles
contra la desobediencia mediante la redargución en la
predicación no viene después de la obediencia del pueblo,
sino que {la} precede, ya sea que el pueblo la obedezca o
no. Por lo tanto, su castigo de la desobediencia mediante la
censura en la disciplina, para lo cual estaban preparados, es
lo que hace que la obediencia de la iglesia se cumpla al
discernir y aprobar la justeza de la disciplina, la cual los
apóstoles o ancianos declararon a la Iglesia por la Palabra.
Este poder o privilegio de la iglesia de tratar de esta
manera a un transgresor escandaloso no puede ser limitado
únicamente a un hermano en particular que transgrede, sino
que puede alcanzar también a un anciano en transgresión.
Porque (como ya se ha mencionado) es evidente que los
hermanos de la circuncisión, suponiendo que Pedro había
transgredido al comer con hombres incircuncisos, lo
reconvinieron abiertamente acerca de su {supuesta}
transgresión, y él no se enfrentó a ellos en términos de su
apostolado, y mucho menos de su condición de anciano,
sino que se sometió voluntariamente para darles una
respuesta satisfactoria a todos (Hch. 11:2-18). Y Pablo
escribe a la iglesia de Colosas con respecto al trato con
Arquipo, para que le advirtieran de que se ocupara del
cumplimiento de su ministerio (Col. 4:17). Y muy contundente
es la forma en la que se dirige a los gálatas con el propósito
de que procedieran con la máxima sentencia contra sus
corruptos y escandalosos falsos maestros: «Ojalá» —dice
él— «que los que os perturban también se mutilaran»; y
esto, sobre la base misma de su libertad (Gál. 5:12-13),
como se ha explicado anteriormente en el capítulo 2 {del
presente tratado}.
Pero es una cuestión más difícil si la iglesia tiene o no
poder o libertad para proceder con la máxima disciplina
contra todo su presbiterio, porque:
1. No se puede concebir {que esté} bien que se proceda
contra todo el presbiterio, puesto que por su fuerte influencia
en los corazones de muchos de los hermanos, una gran
parte de los hermanos estará dispuesta a ponerse de su
lado; y, en caso de encontrar disensión y oposición, la
iglesia no debería proceder sin consultar con el sínodo.
Como cuando surgió disensión en la iglesia de Antioquía y
{los hermanos comenzaron a} TOMAR PARTIDO (o como
dice la palabra στάσις[84]); y enviaron a los apóstoles y
ancianos en Jerusalén, quienes en forma de sínodo
determinaron el asunto (Hch. 15:2-23). {Lo cual es} un
precedente y patrón de los debidos procedimientos
eclesiales en caso de disensión, cuando algunos toman
partido por un lado y otros por otro. Pero de eso se hablará
más adelante.
2. La excomunión es uno de los mayores actos de
gobierno en la iglesia, por lo tanto, no puede ser realizada
sin la participación de algún gobernante {de la iglesia}. Ahora
bien, cuando todos los ancianos son culpables, entonces no
quedan gobernantes en esa iglesia que puedan
disciplinarlos. Por lo tanto, así como el presbiterio no puede
excomulgar a toda la iglesia (aunque todos sean apóstatas),
por el hecho de que debe decírselo a la iglesia y unirse a
esta en dicha disciplina, tampoco la iglesia puede
excomulgar a todo el presbiterio, porque no han recibido de
Cristo un oficio de gobierno sin sus oficiales [85].
Si se dice que los veinticuatro ancianos (que representan
a cada uno de los miembros de la iglesia, así como los
cuatro seres vivientes representan a los cuatro oficiales)
tenían todos ellos coronas sobre sus cabezas y estaban
sentados sobre tronos (Apo. 4:4), lo cual es un símbolo de
autoridad regia; la respuesta es, {entonces,} que las
coronas y los tronos argumentan que son reyes, al igual que
sus vestimentas blancas argumentan que son sacerdotes
(v. 4); sin embargo, no son ni sacerdotes ni reyes por oficio,
sino por la libertad de realizar por gracia los mismos
deberes espirituales que otros hacen por gracia y por oficio.
Como sacerdotes, ofrecen sacrificios espirituales; y, como
reyes, gobiernan sus lujurias, sus pasiones, se gobiernan a
sí mismos, a sus familias y hasta el mundo y las iglesias en
cierto modo. Al mundo, mejorándolo para su beneficio
espiritual, y, a la iglesia, nombrando a sus propios oficiales y
también disciplinando a sus transgresores, no solo por
medio de sus oficiales (que es lo que como reyes suelen
hacer) sino también por medio de su asentimiento como
reyes, algo que los reyes no suelen hacer, sino solo en la
ejecución de los nobles.
No obstante, aunque la iglesia carezca de autoridad para
excomulgar a su presbiterio, no carece de libertad para
apartarse de ellos [86], pues Pablo instruye y suplica a la
iglesia de Roma (a quienes el Espíritu Santo previó que
sería la iglesia más necesitada de este consejo) que haga
uso de esta libertad: «Mas os ruego» —les dice— «…que
os fijéis en los que causan divisiones y tropiezos en contra
de la DOCTRINA que vosotros habéis aprendido, καὶ
ἐκκλίνετε ἀπʼ αὐτῶν y QUE OS APARTÉIS de ellos».
Así, pues, por causa de esta objeción, aparecen dos
libertades más que tiene la Iglesia que debemos añadir a la
anterior.
Una de ellas (que es la quinta libertad en los miembros)
es que, en caso de disensión entre ellos, la iglesia tiene la
libertad de recurrir a un sínodo (Hch. 15:1-2). En este pasaje
parece que los hermanos disfrutaron de esta libertad de
discutir sobre sus dudas hasta que estuvieron satisfechos
(vv. 7, 12), de unirse a los apóstoles y ancianos en la
sentencia definitiva y en la promulgación de la misma (vv. 22-
23).
La sexta libertad de la iglesia es apartarse de la comunión
de aquellos de quienes la iglesia carece de autoridad para
excomulgar. Porque así como establecieron el presbiterio al
profesar su sujeción a ellos en el Señor, también se apartan
de ellos al profesar que retiran su sujeción a ellos conforme
a {la voluntad de} Dios.
Una séptima y última libertad de la iglesia es la libertad de
comunión con otras iglesias. Comunión[87] decimos porque
es una gran libertad el que ninguna iglesia local esté en
sujeción a otra iglesia local; no, {ninguna de ellas está
sujeta} a una iglesia catedral[88], sino que todas las iglesias
gozan de comunión fraternal mutua entre ellas. Esta
comunión[89] es ejercida mutuamente entre ellas de siete
maneras que para brevedad y fácil memorización
resumimos en siete frases: (1) Para participación, (2) para
recomendación, (3) para consulta, (4) para congregarse en
un sínodo, (5) para contribución, (6) para amonestación {y}
(7) para la propagación o multiplicación de iglesias.
1. Para participación:[90] Los miembros de una iglesia
que ocasionalmente vayan a otra iglesia en donde se esté
administrando la Cena del Señor son admitidos con agrado
a participar con ellos de la Cena, en caso de que ni ellos
mismos ni las iglesias de donde vinieron, estén bajo ninguna
transgresión pública. Porque recibimos la Cena del Señor,
no solo como un sello {o símbolo} de nuestra comunión con
el Señor Jesús y con Sus miembros en nuestra propia
iglesia, sino también en todas las iglesias de los santos.
2. Para recomendación: Se envían cartas de una iglesia
a otra recomendándoles a alguno de sus miembros para su
vigilancia y comunión que, por motivo de negocios, vaya a
residir por un tiempo entre ellos. Tal como Pablo envió
cartas de recomendación a la iglesia de Roma en nombre
de Febe, diaconisa de la iglesia en Cencrea (Rom. 16:1-2).
De este tipo de cartas habla también a la iglesia de Corinto,
aunque no era necesario para él (pues era bien conocido
por ellos), pero sí para otros (2 Cor. 3:1).
Sin embargo, si un miembro de una iglesia tiene una
razón justa para mudarse de domicilio junto con su familia y
establecerse en otra iglesia, entonces las cartas escritas
por la iglesia a su favor lo recomiendan a la vigilancia y
comunión perpetuas de la otra iglesia. Y si la otra iglesia no
tiene ninguna causa justa para rechazarlo, los de su propia
iglesia le dan de baja de la membresía por medio de dichas
cartas, que (para distinguirlas de las anteriores) se llaman
cartas de despedida; las cuales, de hecho, solo se
diferencian de las otras en el periodo de la recomendación;
las primeras lo recomiendan por un tiempo, las otras, para
siempre.
3. Para consulta: Una iglesia tiene la libertad de
comunicarse con otra para solicitar su juicio y consejo
tocante a cualquier persona o causa con la que puedan
estar mejor familiarizados que ellos mismos. Así, la iglesia
de Antioquía, por medio de sus mensajeros, consultó con la
iglesia de Jerusalén sobre la necesidad de la circuncisión
(Hch. 15:3), si bien la consulta produjo un efecto adicional de
comunión entre las iglesias; a saber, el de congregarse en
un sínodo, que es la cuarta forma de comunión entre las
iglesias.
4. Para congregarse en un sínodo: Todas las iglesias
tienen la misma libertad de enviar a sus mensajeros para
debatir y determinar en un sínodo los asuntos que les
conciernen a todas. Así como la iglesia de Antioquía envió
mensajeros a Jerusalén para resolver y satisfacer una duda
que les preocupaba. La misma libertad podría haberse
tomado cualquier otra iglesia, incluso muchas iglesias juntas,
es más, todas las iglesias del mundo, en cualquier caso que
pudiera concernirle a todas. La autoridad que estos sínodos
han recibido y que pueden ejercer será considerada más
adelante.
5. Para contribución: Una quinta forma de comunión
entre las iglesias es la libertad de dar y recibir mutuamente
suministros y socorros de las demás. La iglesia de
Jerusalén compartía con las iglesias de los gentiles sus
tesoros espirituales de dones de gracia, y las iglesias de los
gentiles los servían[91] en cambio con liberalidad con
oblaciones de beneficencia externa (Rom. 15:26-27; Hch.
11:29-30). Cuando la iglesia de Antioquía abundaba con
más variedad de hombres espirituales y dotados {por Dios}
que los que su propia iglesia necesitaba en ese momento,
ayunaban y oraban por algunos fines, entre los cuales
también se encontraba el uso de estos hombres para la
expansión del Reino de Cristo. Y el Espíritu Santo les abrió
una puerta para socorrer a muchos países a su alrededor
con el envío de algunos de ellos (Hch. 13:1-3).
6. Para amonestación: Una sexta forma de comunión
entre las Iglesias es la amonestación mutua cuando se
encuentra una transgresión pública entre cualquiera de
estas; pues Pablo tuvo la libertad de amonestar a Pedro
ante toda la iglesia de Antioquía cuando vio que no
caminaba rectamente (y, sin embargo, Pablo no tenía
autoridad sobre Pedro, sino que ambos tenían los mismos
beneficios y responsabilidades), {véase} Gálatas 2:11-14.
Así que, en igual proporción, una iglesia tiene libertad para
amonestar a otra aunque ambas tengan la misma autoridad,
en vista de que una iglesia tiene los mismos beneficios y
responsabilidades que otra, como ocurría entre los
apóstoles. Y si por la regia ley del amor, un hermano tiene
libertad para amonestar a su hermano en la misma iglesia
(Mat. 18:15-16); entonces, por la misma regla del amor
fraternal y la vigilancia mutua, una iglesia tiene poder para
amonestar a otra, en fidelidad al Señor y a ellos. La iglesia
en Cantar de los Cantares se preocupó no solo por sus
propios miembros, sino también por su hermana menor,
acerca de la cual creía que no tenía pechos, y consultó
incluso con otras iglesias qué podía hacerse por ella (Cnt.
8:8). Y en caso de que su hermana menor tuviera pechos
pero estuvieran enfermos y dando materia corrupta en lugar
de leche, ¿no habría tenido entonces el mismo cuidado?
7. Para la propagación o multiplicación de iglesias.
Una séptima forma de comunión entre las iglesias puede ser
por medio de la propagación y multiplicación de las iglesias.
Cuando una iglesia local de Cristo está tan llena de
miembros que todos ellos no pueden escuchar el mensaje
de sus ministros, entonces, como una colmena llena de
abejas, la iglesia se ve obligada a enviar un número
suficiente de sus miembros para conformar una nueva
iglesia y llevar consigo la labor eclesial entre ellos. Y para
ello, o bien envían a alguno de sus ancianos con ellos, o bien
les indican dónde conseguirlos para que vengan a ellos. Lo
mismo se suele hacer cuando varios cristianos van de un
país a otro; los que llegan primero y son acogidos por la
compañía de otros dirigen a los que vienen después y los
ayudan de la misma manera a que se unan entre sí en el
orden de la iglesia, conforme a la regla del evangelio.
Aunque hayan muerto los apóstoles, cuyo oficio era plantar,
reunir y multiplicar las iglesias, aun así, la obra no está
muerta, sino que el mismo poder de las llaves es dejado a
las iglesias en común, y con cada iglesia local por su parte,
según su capacidad, para propagar y extender el Reino de
Cristo (según Dios dé oportunidad) por todas las
generaciones.
C V

L a llave de la autoridad o del gobierno ha sido confiada


a los ancianos de la iglesia, y así el acto de gobernar
se convierte en el acto propio de su oficio: «Los
ancianos que gobiernan bien…» (1 Tim. 5:17; Heb. 13:7,
17).
Los actos específicos de este gobierno son muchos.
El primero y principal es aquel al que deben atender
principalmente los «[ancianos] que trabajan en la predicación
y en la enseñanza» , es decir, la predicación de la Palabra
con toda autoridad y lo que se anexa a ello: la
administración de los sacramentos o sellos. «Esto habla,
exhorta y reprende» dice Pablo a Tito «con toda
autoridad» (Tit. 2:15). Y de Mateo 28:19-20 se desprende
que se anexa la administración de los sellos: «Id, pues,
dijo Cristo a los apóstoles y haced discípulos […],
bautizándolos...».
Si se objeta {diciendo} que los miembros que no son
ancianos pueden profetizar públicamente (1 Cor. 14:31) y,
por lo tanto, también pueden bautizar, y que así este acto de
autoridad no sería peculiar a los ancianos predicadores.
Respuesta 1: Este pasaje en {la carta a} los Corintios no
habla de los miembros ordinarios, sino de hombres dotados
con dones extraordinarios. En el momento de su primera
coronación, los reyes otorgan muchos dones
extraordinarios que no derraman a diario de la misma
manera en su gobierno ordinario. Cristo, poco después de
Su ascensión, derramó una medida mayor de Su Espíritu
que en los tiempos sucesivos. Los miembros de la iglesia de
Corinto (así como de muchas otras iglesias en aquellos
tiempos primitivos) «fueron enriquecidos […] en toda palabra
y en todo conocimiento» (1 Cor. 1:5). Y las mismas
personas que tenían el don de profecía en la iglesia de
Corinto, tenían también el don de lenguas, lo que hizo que el
apóstol tuviera la necesidad de apartarlos de su frecuente
hablar en lenguas, prefiriendo la profecía antes que las
lenguas (1 Cor. 14:2-24). De modo que aunque todos
pudieran profetizar (por tener dones extraordinarios para
ello), no se permitía la misma libertad a los que carecían de
los mismos dones. En la Iglesia de Israel, aparte de los
sacerdotes y los levitas, nadie profetizaba normalmente, ni
en el Templo ni en las sinagogas, a menos que estuvieran
dotados de dones extraordinarios de profecía (como los
profetas de Israel) o fueran apartados y formados para
prepararse para tal llamado, como los hijos de los profetas.
Cuando el sumo sacerdote de Betel le prohibió a Amós
profetizar en Betel, Amós no alegó ni defendió la libertad de
cualquier israelita para profetizar en las santas asambleas,
sino que se refiere únicamente a su llamado extraordinario
(Amó. 7:14-15). También parece que los hijos de los
profetas, es decir, los hombres apartados y formados para
prepararse para ese llamado, tenían la misma libertad (1
Sam. 19:20).
Respuesta 2: Pero ni los hijos de los profetas ni los
profetas mismos solían ofrecer sacrificios en Israel
(excepto Samuel y Elías por una orden específica),
tampoco los profetas extraordinarios en Corinto se
encargaban de administrar sacramentos.
Si alguien contesta diciendo: Si los profetas de la iglesia
en Corinto hubieran estado dotados de dones
extraordinarios de profecía no habrían estado sujetos al
juicio de los profetas, al cual se les ordena que estén
sujetos (1 Cor. 14:22).
Respuesta: Esta no es una conclusión que se deriva
{lógicamente de este pasaje}. Porque el pueblo de Dios
debía examinar todas las profecías por la ley y el testimonio
y no recibirlas sino eran conformes a esa regla (Isa. 8:20)
[92]
. Y hasta el mismo Pablo remite toda su doctrina a la ley y
los profetas (Hch. 26:22). Además, se elogia a los de Berea
por examinar la doctrina de Pablo por las Escrituras (Hch.
17:11-12).
2. Un segundo acto de autoridad común a los ancianos
es que tienen el poder de convocar a la iglesia a reunirse,
según lo requiera cualquier ocasión importante, así como los
apóstoles convocaron a la iglesia a reunirse para la
elección de diáconos (Hch. 6:2). Y, de la misma manera, los
sacerdotes del Antiguo Testamento son exhortados a
convocar una asamblea solemne a fin de reunir a los
ancianos y a todos los habitantes de la tierra, para
proclamar un ayuno (Joe. 1:13-14).
3. Es un acto de su poder examinar ya sea a oficiales o a
miembros antes de ser recibidos por la iglesia; pues, si así
era para con los apóstoles, también debe ser con cualquier
otro (Apo. 2:2).
4. Un cuarto acto de su gobierno es la ordenación de
oficiales (que el pueblo ha elegido), ya sean ancianos o
diáconos (1 Tim. 4:14; Hch. 6:6).
5. Es un acto de la llave de la autoridad que los ancianos
abran las puertas del discurso y del silencio en la
asamblea. Fueron los «oficiales de la sinagoga» quienes
mandaron a Pablo y a Bernabé a abrir sus bocas para que
dijeran «alguna palabra de exhortación» (Hch. 13:15). Y es
el mismo poder que llama a los hombres a hablar el que
hace callar a los hombres cuando hablan de una forma
equivocada. No obstante, cuando los ancianos mismos se
encuentran transgrediendo, o están bajo sospecha de haber
cometido alguna transgresión, los hermanos tienen la
libertad de exigir satisfacción, de manera modesta, en
relación con cualquier transgresión pública del gobierno {de
la iglesia}, como se ha mencionado anteriormente (Hch.
11:2-3 y vv. sigs.).
6. Corresponde a los ancianos preparar de antemano
los asuntos que han de ser tratados por ellos mismos, o por
otros ante la congregación, así como los apóstoles y los
ancianos, reunidos en la casa de Jacobo, dieron
instrucciones a Pablo sobre la forma de comportarse para
evitar que la iglesia se ofendiera cuando él compareciera
ante ellos (Hch. 21:18). Por lo tanto, cuando la transgresión
de un hermano deba ser llevada ante la iglesia (conforme a
la regla en Mat. 18:17), los ancianos deben considerar e
inquirir de antemano si la transgresión realmente tuvo lugar o
no, si está debidamente probada, si los hermanos siguieron
el proceso ordenadamente conforme a la regla y el
transgresor no ha hecho satisfacción debidamente, para
que ellos mismos y la iglesia no queden expuestos a
problemas con agitaciones innecesarias y tediosas; sino
que todas las cosas tratadas ante la iglesia deben ser
llevadas de la manera más expedita y para la mejor
edificación. En este sentido tienen el poder de rechazar las
quejas sin causa y desordenadas, así como de proponer y
tratar las quejas justas ante la congregación.
7. En el tratamiento de una transgresión ante la iglesia,
los ancianos tienen tanto una autoridad para jus dicere[93]
como una para sententiam ferre[94]. Cuando la transgresión
parece verdaderamente escandalosa, los ancianos tienen el
poder de Dios para informar a la iglesia sobre cuál es la ley
(o regla y voluntad) de Cristo para la disciplina de tal
transgresión; y, cuando la iglesia discierne lo mismo, y no
tiene ninguna objeción justa en contra, sino que
condesciende a ello, es un acto adicional del poder de los
ancianos dictar sentencia contra el transgresor. Ambos
actos de poder en los ministros del evangelio son predichos
en Ezequiel 44:23-24: «Enseñarán a mi pueblo a discernir
entre lo sagrado y lo profano, y harán que ellos sepan
distinguir entre lo inmundo y lo limpio. En un pleito actuarán
como jueces; lo decidirán conforme a mis ordenanzas…».
8. Los ancianos tienen el poder de despedir a la iglesia
con una bendición en el nombre del Señor (Núm. 6:23-26;
Heb. 7:7).
9. Los ancianos han recibido el poder de acusar[95] a
cualquiera de los miembros en privado con el propósito de
que ninguno de ellos viva desordenadamente sin una
vocación, ni ociosamente en su vocación, ni
escandalosamente en ninguna forma (2 Tes. 3:6, 8, 10-12).
El mandato de los apóstoles aduce un poder en los ancianos
para ordenar estos deberes al pueblo de manera eficaz.
10. Será más apropiado tratar el poder que corresponde
a los ancianos en un sínodo en el capítulo sobre los
sínodos.
11. En caso de que la iglesia caiga en blasfemia contra
Cristo y en el rechazo obstinado y la persecución del camino
de la gracia y no se pueda esperar un sínodo, o no haya
ayuda de un sínodo, los ancianos tienen el poder de apartar
(o separar) de ellos a los discípulos y llevarse las
ordenanzas con ellos, y con ello denunciar tristemente el
justo juicio de Dios contra ellos (Hch. 19:9; Éxo. 33:7; Mar.
6:11; Luc. 10:11; Hch. 13:46).
Objeción: Pero si los ancianos tienen todo este poder
para ejercer todos estos actos de gobierno, en parte sobre
cada uno de los miembros y en parte sobre toda la iglesia,
¿cómo se les llama entonces siervos de la iglesia? (2 Cor.
4:5).
Respuesta: Aunque los ancianos son a la vez siervos y
gobernantes de la iglesia, las dos cosas pueden sostenerse
juntas. Porque su gobierno no es de señorío, como si
gobernaran por sí mismos o para sí mismos, sino
administrativo y ministerial, pues gobiernan la iglesia por
Cristo y también por su llamado; y al mismo tiempo
gobiernan la iglesia para Cristo y para la iglesia, para su bien
espiritual eterno. Una reina puede llamar a sus sirvientes, a
sus marineros, para que la guíen y la conduzcan por el mar a
un puerto determinado; sin embargo, ella no debe
gobernarlos en su rumbo porque los llamó para este oficio,
sino que debe someterse a ser gobernada por ellos, hasta
que la hayan llevado al puerto deseado. Así sucede entre la
iglesia y sus ancianos.
C VI

R econocemos que los sínodos han sido establecidos


correctamente como una ordenanza de Cristo. Con
respecto al motivo por el que pueden ser
convocados encontramos tres causas justas en la Escritura:
[96]

1. Cuando una iglesia que carece de luz o paz en casa


desea el consejo y la ayuda de otras iglesias, de unas
pocas o más. Así, la iglesia de Antioquía, sintiendo molestia
por los maestros corruptos que oscurecían la luz de la
verdad y generaban no poca disensión entre ellos en la
iglesia, envió a Pablo, Bernabé y otros mensajeros a los
apóstoles y ancianos de Jerusalén, para que establecieran
la verdad y la paz. Al unirse los ancianos con los apóstoles
(y sin duda por el consejo de Pablo y Bernabé), se
argumenta que no enviaron a los apóstoles como oráculos
extraordinarios, infalibles y auténticos de Dios (porque si
hubiera sido así, ¿qué necesidad habría del consejo y la
ayuda de los ancianos?), sino como guías sabios y santos
de la iglesia, quienes no solo podían aliviarlos con algún
consejo sabio y un orden santo, sino que también
establecieron un precedente para las épocas sucesivas
sobre cómo se podrían eliminar y sanar los errores y
disensiones en las iglesias. Y el curso que los apóstoles y
los ancianos tomaron para aclarar el asunto no fue publicar
el consejo de Dios con autoridad apostólica —por la
revelación inmediata—, sino buscar la verdad de una forma
ordinaria de libre debate (Hch. 15:7), la cual es una manera
de actuar adecuada, tanto para ser imitada en las edades
posteriores, como lo fue de oportuna para la práctica en
aquel entonces.
La justa consecuencia de la Escritura nos da otro motivo
para la reunión de muchas iglesias, o de sus mensajeros, en
un sínodo:
2. Cuando alguna iglesia se encuentra bajo
escándalo, por corrupción en su doctrina y práctica, y
ya no haya manera de que pueda ser restaurada[97]
mediante más avisos privados por parte de sus propios
miembros, o de sus ministros o hermanos más
cercanos. Porque hay una comunión fraternal entre las
iglesias, así como la hay entre los miembros de una misma
iglesia: «Tenemos una hermana pequeña» —dice una
iglesia a otra (Cnt. 8:8); por lo tanto, las iglesias tienen una
comunión fraternal entre sí. Nótese que así como a un
hermano contra el cual otro ha pecado, que no puede
restaurar[98] al transgresor por boca de dos o tres hermanos
en privado, le corresponde llevarlo ante toda la iglesia,
también —de una manera proporcional— si una iglesia tiene
motivos para creer que otra ha transgredido y no puede
restaurarla[99] de una manera más privada, le corresponderá
procurar la reunión de muchas iglesias para que la
transgresión sea oída, juzgada y quitada de manera
ordenada.
3. Puede acontecer que el estado de todas las
iglesias del país sea corrompido, y al comenzar a
discernir su corrupción, podrían desear la participación
y el consejo de otras {iglesias}, para una reforma rápida,
segura y general. Y, entonces, reunidos y conferenciando
juntos, pueden renovar su pacto con Dios, y llegar a
conclusiones y determinar un rumbo que contribuya a la
restauración[100] pública {de la relación entre ellas} y la
salvación de todos ellos. Esta era una práctica frecuente en
el Antiguo Testamento en el tiempo de Asa (2 Cró. 15:10-
15); en el tiempo de Ezequías (2 Cró. 29:4-19); en el tiempo
de Josías (2 Cró. 34:29-33), y en el tiempo de Esdras (Esd.
10:1-5). Estos y otros ejemplos similares no eran peculiares
a los israelitas como una iglesia nacional única, porque a
este argumento apelaban todas las sinagogas y tribunales
de Israel al sumo sacerdote nacional y al tribunal de
Jerusalén, ya que todos ellos estaban subordinados a este
(y, por esa razón, nuestros mejores teólogos suelen
rechazar ese precedente por considerarlo inaplicable a las
iglesias cristianas); sin embargo, estos ejemplos no
sostienen la superioridad de una iglesia o tribunal sobre otra,
sino que, de manera equitativa, todos ellos dan consejos en
común y toman un curso común para enmendarlo todo. Por
lo tanto, tales ejemplos son precedentes adecuados para
que las iglesias, de igual poder entre sí, se reúnan y
establezcan un orden de común acuerdo para la reforma de
todas ellas.
Ahora bien, cuando se reúne un sínodo, surgen tres
preguntas sobre su poder: (1) ¿Cuál es el poder que han
recibido? (2) ¿En qué medida la fraternidad concuerda con
el presbiterio en ello, la hermandad con los ancianos? (3)
¿Llega el poder que han recibido a la imposición de cosas
que son indiferentes [101] tanto en su naturaleza como en su
uso?

¿Cuál es el poder que han recibido los


sínodos?[102]
En cuanto a la primera pregunta, no nos atrevemos a decir
que su poder no llega más allá de dar consejo, porque según
sean los fines para los cuales se reúnen conforme a Dios,
tal es el poder que Dios les ha dado para alcanzar esos
fines. Así como se reúnen para ministrar luz y paz a las
iglesias que, por falta de luz y paz permanecen en el error (o
al menos en la duda) y en la discordia, tienen poder por la
gracia de Cristo, no solo para dar luz y consejo en materia
de verdad y práctica, sino también para ordenar e imponer
las cosas que deben creerse y hacerse. Las palabras
expresas de la carta sinodal no implican menos: «Porque
pareció bien al Espíritu Santo y a nosotros no imponeros
mayor carga…» (Hch. 15:28).[103] Por lo tanto, tenían el
poder de imponerles esta carga de guardar estas cosas
esenciales de las que hablan. Es un acto del poder de las
llaves para atar: atar cargas. Y este poder para atar surge
no solo materialmente del peso de las cosas impuestas
(que son preceptos esenciales, necessitate præcepti, de la
Palabra), sino también formalmente de la autoridad del
sínodo, que al ser una ordenanza de Cristo, ata más por
causa del sínodo. Así como una verdad del evangelio
enseñada por un ministro del evangelio ata para la fe y la
obediencia, no solo porque es el evangelio, sino también
porque es enseñada por un ministro por causa de su
llamado, en vista de que Cristo ha dicho: «El que os recibe a
vosotros, a mí me recibe» {Mat. 10:40}, y viendo también
que un sínodo se reúne a veces para convencer y
amonestar a una iglesia o a un presbiterio transgresor, por
lo tanto, (si no pueden restaurar[104] a los transgresores)
tienen el poder de decidir apartarse de la comunión de
ellos. Y además, puesto que también se reúnen a veces
para una reforma general, tienen el poder de decretar y
publicar las ordenanzas que puedan conducir, conforme a
Dios, a dicha reforma; ejemplos de lo cual leemos en
Nehemías 10:32-39; 2 Crónicas 15:12-13.

¿En qué medida la fraternidad concuerda


con el presbiterio en el ejercicio de este
poder que tienen los sínodos?
Con respecto a la segunda pregunta de hasta qué punto la
fraternidad o hermanos de la iglesia pueden concordar con
los ancianos en el ejercicio del poder del sínodo, la
respuesta es que el poder que han recibido es un poder de
libertad, porque:
(1) Tienen libertad para disputar sus dudas modesta y
cristianamente entre los ancianos; porque en aquel sínodo
de Jerusalén, como hubo mucho debate (Hch. 15:7), la
multitud tuvo parte en el debate (v. 12). Pues después del
discurso de Pedro, se dice que «[t]oda la multitud hizo
silencio», pero, ¿silencio con respecto a qué?, a saber, por
el último discurso que había sido dado entre ellos y era {el
motivo} del debate.
(2) Los hermanos de la iglesia tenían libertad para unirse
a los apóstoles y a los ancianos en la aprobación de la
sentencia de Santiago, y para determinar la misma
sentencia como la sentencia de todos ellos.
(3) Tenían la libertad de unirse a los apóstoles y a los
ancianos para elegir y enviar mensajeros, y para escribir
cartas sinodales en nombre de todos para la publicación de
la sentencia del sínodo. Ambos puntos se expresan en el
texto (Hch. 15:23-29). Entonces pareció bien «a los
apóstoles y a los ancianos, con toda la iglesia, escoger de
entre ellos algunos hombres […], y enviaron esta carta con
ellos…». Nótese la distinción entre «toda la iglesia» y «los
apóstoles y […] los ancianos»; y a los que llama «toda la
iglesia» (v. 22), los llama «los hermanos» (v. 23); «[l]os
apóstoles y los ancianos y los hermanos…» {RVR60}.
Pero, aunque no se puede negar que los hermanos de la
iglesia presentes en el sínodo tenían todo este poder de
libertad para unirse a los apóstoles y los ancianos en todos
estos actos del sínodo, aun así, la autoridad de los
acuerdos recaía principalmente (si no solamente) en los
apóstoles y los ancianos. Y, por eso se dice en Hechos 16:4
que Pablo y Silas «entregaban los acuerdos tomados por
los apóstoles y los ancianos». De esta manera iba a ser
más seguro preservar a la iglesia de los hermanos sus
debidas libertades y reservar a los ancianos su debida
autoridad.
Si alguien objetara que los ancianos reunidos en un
sínodo no tienen autoridad para determinar o llegar a
conclusiones sobre ningún acto que ate las iglesias, si no es
conforme a las instrucciones que antes hayan recibido de
las iglesias.
Respuesta: No lo entendemos así; porque, ¿qué
necesidad tienen las iglesias de ser enviadas a un sínodo
para recibir luz y dirección en los caminos de la verdad y la
paz, si ya han decidido de antemano hasta dónde llegarán?
Es cierto que, si hay algo perjudicial para la verdad y la paz
del evangelio en las conclusiones a las que llegan los
ancianos de las iglesias en un sínodo, {los hermanos}
pueden justamente reconvenir a los ancianos a su regreso y
rechazar los acuerdos que el Señor no ha aprobado[105]. Sin
embargo, si los ancianos se reúnen en el Nombre de Cristo
en un sínodo y proceden conforme a la regla (la Palabra) de
Cristo, pueden considerar y llegar a conclusiones sobre
varios puntos convenientes para el estado de sus iglesias,
los cuales las iglesias ignoraban o dudaban antes.

¿Llega el poder que han recibido a la


imposición de cosas que son indiferentes,
tanto en su naturaleza como en su uso?
En cuanto a la tercera pregunta de si el sínodo tiene poder
para imponer cosas que son indiferentes, tanto en su
naturaleza como en su uso, deberíamos responder
negativamente, y nuestras razones serían las siguientes:
1. Por el patrón de ese precedente de los sínodos (Hch.
15:28). No impusieron a las iglesias «mayor carga» que las
«cosas esenciales»; esenciales, aunque no todas lo son en
su propia naturaleza, pero sí para el uso en aquel presente,
para evitar ofender tanto al judío como al gentil. Al judío, por
comer lo estrangulado y la sangre; al gentil y al judío, por
comer cosas contaminadas por los ídolos, tal como Pablo
expone ese artículo del sínodo en 1 Corintios 8:10-12 y
10:28. Este comer ofensivo era asesinar el alma de un
hermano débil y un pecado contra Cristo (1 Cor. 8:11-12);
por lo tanto, era esencial que se prohibiera, necessitate
præcepti, por la necesidad del mandamiento de Dios.
2. Una segunda razón puede derivarse de la extensión de
la comisión apostólica que les había sido dada (Mat. 28:19-
20), donde se ordena a los apóstoles que enseñaran al
pueblo a guardar todas las cosas que Cristo les había
mandado. Si los apóstoles enseñan al pueblo a observar
más de lo que Cristo ha ordenado, van más allá de los
límites de su comisión, y ni los ancianos ni los sínodos ni las
iglesias pueden desafiar la comisión que les fue dada a los
apóstoles con una comisión más extensa.
Si se objeta diciendo: —Cristo solo habla de enseñar
aquellas cosas que había ordenado como esenciales para
la salvación.
Respuesta: Si los apóstoles o sus sucesores usurparan
aquí una autoridad para enseñar al pueblo cosas
indiferentes, deben alegar que su autoridad {proviene} de
alguna otra comisión que se les fue dado en otra parte,
porque en este pasaje[106] no hay ninguna posibilidad para tal
poder[107]. Ese texto desde el que se ha insistido tanto y que
ha sido tan abusado, a saber, 1 Corintios 14:40, no es
suficiente {para ese fin}. Porque aunque Pablo exige en ese
texto que todos los deberes de la adoración a Dios, ya sea
la oración o la profecía o los salmos o las lenguas, etc., se
hagan «decentemente y con orden», prohibiendo así que se
lleven a cabo de manera indecente, como que los hombres
lleven el cabello largo y que las mujeres hablen en las
reuniones públicas, especialmente que oren con el cabello
suelto. Y aunque también prohíbe que los hombres hablen
dos o tres a la vez, lo cual no sería orden, sino confusión, ni
impone ni permite a la iglesia de Corinto imponer en lo
absoluto cosas decentes cuya falta u opuesto no serían
indecentes, ni órdenes cuya falta u opuesto no serían
desorden. Supongamos que la iglesia de Corinto (o cualquier
otra iglesia o sínodo) impusiera que sus ministros
predicaran con toga. La toga es una vestimenta decente
para predicar, pero esta imposición no se basa en el texto
del apóstol. Porque entonces un ministro, al no predicar con
toga, estaría descuidando el mandamiento del apóstol, lo
cual, sin embargo, no está haciendo en realidad; porque si
predica con una capa, predica con una decencia suficiente y
eso es todo lo que el canon apostólico establece. En estas
cosas Cristo nunca dispuso la uniformidad, sino la unidad.
3. La tercera razón de este punto (y para no añadir más)
es que se desprende de la naturaleza del oficio ministerial,
ya sea en una iglesia o en un sínodo. El oficio de ellos es el
de administradores, no señores: Son embajadores de
Cristo y para Cristo. A un administrador se le exige que sea
fiel (1 Cor. 4:1-2); por lo tanto, no puede impartir más
imposiciones a la casa de Dios que las que Cristo le ha
asignado. Tampoco puede un embajador hacer ninguna
responsabilidad de su oficio más allá de lo que ha recibido
en la comisión dada por su príncipe. Si va más allá, se
convierte en un prevaricador, no en un embajador.
Pero si se pregunta si un sínodo tiene poder de
ordenación y excomunión, no nos apresuraremos a
censurar los muchos y notables precedentes de sínodos
antiguos y posteriores que han realizado actos de poder de
ambos tipos. De manera unánime, dudamos de que no haya
sido así desde el principio, y por nuestra parte, si se
presentara alguna ocasión de usar este poder entre
nosotros (lo que hasta ahora no ha sucedido por
misericordiosa prevención), nosotros (en un sínodo)
preferiríamos determinar, publicar y declarar nuestra
determinación. Que la ordenación de quienes consideremos
aptos para ello y la excomunión de quienes consideremos
que lo merecen sería un servicio aceptable tanto para el
Señor como para Sus iglesias; pero la administración de
ambos actos deberíamos remitirla al presbiterio de las
respectivas iglesias, donde es llamada la persona que va a
ser ordenada, y donde es miembro la persona que va a ser
excomulgada; y que ambos actos se realicen en presencia y
con el consentimiento de las respectivas iglesias, a las que
pertenece el asunto. Porque en el comienzo del evangelio,
en ese precedente de los sínodos (Hch. 15), encontramos a
los falsos maestros siendo declarados perturbadores y
agitadores de las iglesias, y subversores [108] de sus almas
(Hch. 15:24), pero sin que el sínodo aplique ninguna
disciplina contra ellos. Un argumento evidente para nosotros
{es} que ellos dejaron la disciplina de tales transgresores (en
caso de que no se arrepintieran) a las iglesias locales a las
que pertenecían. Y para la ordenación sinodal, aunque se
alegue con Hechos 1, donde Matías fue llamado a ser
apóstol, no parece que actuaran entonces de manera
sinodal, no más que la forma en la que actuó la iglesia de
Antioquía, cuando con ayuno y oración impusieron las
manos a Pablo y Bernabé por medio de sus presbíteros, y
así los apartaron para la obra del apostolado, a la que el
Espíritu Santo los había llamado (Hch. 13:1-3). Por lo tanto,
como el Espíritu Santo dijo entonces: Ἀφορίσατε δή μοι τὸν
Βαρναβᾶν καὶ Σαῦλον {«Apartadme a Bernabé y a Saulo»
[Hch. 13:2]}; por esto Pablo se autodenomina ἀπόστολος
ἀφωρισμένος {«apóstol apartado»} (Rom. 1:1). Y esto se
hizo en una iglesia local, no en un sínodo.
C VII

¿ Qué es la iglesia, el primer sujeto receptor del poder


de las llaves?, y ¿tiene esa iglesia un poder
independiente al ejercer el poder de las llaves?,
aunque sean planteadas como dos preguntas distintas, (si
se interpretan con franqueza) no son más que una. Porque
todo lo que constituye el primer sujeto de cualquier estado o
añadidura es independiente en el goce de dicho estado o
añadidura, es decir, no tiene que derivarlo de ningún otro
sujeto como él. Por ejemplo, el fuego es el primer sujeto
receptor del calor, por tanto, no depende de ningún otro
sujeto para el calor.[109]
Ahora bien, en el primer sujeto receptor de cualquier
poder concuerdan tres cosas: (1) Es el primero que recibe
el poder de aquello de lo que es el primer sujeto, y lo recibe
recíprocamente. (2) Es el primero que añade y pone en
marcha el ejercicio de ese poder. (3) Es el primero que
imparte ese poder a otros.[110]
Como vemos en el fuego, que es el primer sujeto receptor
del calor, primero recibe el calor, y lo recibe recíprocamente.
Todo fuego es caliente, y todo lo que es caliente es fuego, o
tiene fuego en él. De nuevo, el fuego primero emite calor por
sí mismo, y también transmite primero el calor a cualquier
otra cosa que esté caliente. Hablemos entonces del primer
sujeto del poder eclesial, o del poder de las llaves, la esencia
de esta doctrina puede ser concebida y declarada en unas
pocas proposiciones. El poder eclesial es o bien supremo y
soberano o bien subordinado y ministerial. En cuanto al
primero, consideremos esta proposición.
El Señor Jesucristo, la Cabeza de Su Iglesia, es el
Πρώτον Λεκτικών, el primer sujeto receptor adecuado del
poder soberano de las llaves. Él «tiene la llave de David, el
que abre y nadie cierra, y cierra y nadie abre» (Apo. 3:7);
«la soberanía reposará sobre sus hombros» (Isa. 9:6). Y Él
mismo declara precisamente esto a Sus apóstoles como la
base sobre la que Él les concede el poder apostólico: «Toda
autoridad» —dice Él— «me ha sido dada en el cielo y en la
tierra» (Mat. 28:18). «Id, pues…» {v. 19}. De ahí que:
1. Todo poder legislativo (el poder de hacer leyes) en la
iglesia está en Él y no puede ser derivado de Él a ningún
otro (Stg. 4:12; Isa. 33:22). El poder derivado a otros es solo
para publicar y ejecutar Sus leyes y ordenanzas y velar por
que se guarden (Mat. 28:20). Sus leyes son perfectas (Sal.
19:7)[111] y hacen que el hombre de Dios sea perfecto para
toda buena obra (2 Tim. 3:17), y no necesitan que se les
agregue nada.
2. De Su poder soberano procede que solo Él puede
erigir y ordenar una verdadera constitución eclesial (Heb.
3:3-6). Él edifica Su propia casa, y establece el modelo de la
misma, así como Dios le dio a David el modelo del templo de
Salomón (1 Cró. 28:19). Nadie tiene el poder de erigir otro
modelo para la Iglesia que no sea el que este Maestro
constructor nos ha dejado en el evangelio. En el Antiguo
Testamento, la Iglesia establecida por Él era nacional; en el
Nuevo, es congregacional; sin embargo, en algunos casos
Él ordena que muchas congregaciones o sus mensajeros se
reúnan en un sínodo (Hch. 15).
3. Del mismo poder soberano procede que todos los
oficios o ministerios en la Iglesia son ordenados por Él (1
Cor. 12:5), incluso, todos los miembros son puestos en el
cuerpo por Él, junto con todo el poder que pertenece a sus
oficios y puestos; como {sucede} en el cuerpo natural, así
{sucede} en la Iglesia (1 Cor. 12:18).
4. De este poder soberano procede igualmente que todos
los dones para que los oficiales desempeñen cualquier
oficio, o para que los miembros desempeñen cualquier
deber, provienen de Él (1 Cor. 12:11). Todos los tesoros de
la sabiduría, el conocimiento, la gracia y la plenitud, están en
Él para ese fin (Col. 2:3, 9-10; Jua. 1:16).
5. De este poder soberano procede que toda potestad,
eficacia y bendición espiritual en la administración de estos
dones en estos oficios y puestos, para la reunión, la
edificación y el perfeccionamiento de todas las iglesias y de
todos los santos en estas, provienen de Él: «yo estoy con
vosotros todos los días…» (Mat. 28:20), {véanse también}
Colosenses 1:29 y 1 Corintios 15:9.
El beneplácito del Padre, la unión personal de la
naturaleza humana con el Hijo eterno de Dios, la compra de
Su Iglesia con Su propia sangre y Su profunda humillación
hasta la muerte de la Cruz han obtenido para Él la más alta
exaltación: ser «cabeza sobre todas las cosas a la iglesia»
{Efe. 1:22} y disfrutar como Rey de este poder soberano
(Col. 1:19; Col. 2:9-10; Hch. 20:28; Flp. 2:8-11).
Pero de este poder soberano de Cristo no hay duda entre
los protestantes, especialmente los estudiosos de la
Reforma. Ahora bien, en cuanto al poder ministerial,
formulamos las siguientes proposiciones:
Proposición I: Una iglesia local o congregación de
santos que profesa la fe, CUALQUIERA QUE SEA (tanto
una como otra) es el primer sujeto receptor de todos los
oficios eclesiales, con todos sus dones espirituales y
poder, que Cristo ha dado para que sean ejercidos entre
ellos: «ya sea Pablo, o Apolos, o Cefas […], todo es
vuestro» (hablando a la iglesia de Corinto, 1 Cor. 3:22), no
como un privilegio peculiar para ellos, sino como {un
privilegio} común a ellos y a cualquier otra iglesia local. Y la
de ellos era una iglesia tal, que de ella se dice que se reunía
«en un solo lugar» para la impartición de sus dones
espirituales (1 Cor. 14:23 {RVR60}). Y Pablo le dice a la
misma iglesia que «puso Dios» en Su Iglesia a los oficiales y
sus dones, y toda la variedad de miembros y sus funciones
(1 Cor. 12:28 {RVR60}).[112] En ese texto, «algunos»[113] no
es una muy buena traducción («Dios ha puesto a algunos
en Su Iglesia»)[114], pues {en realidad} Él los ha puesto a
todos; pero al hablar de los miembros de la iglesia (v. 27),
procedió a ejemplificarlos en el versículo 28: καὶ οὓς μὲν
ἔθετο ὁ θεὸς ἐν τῇ ἐκκλησίᾳ («Y a los cuales ha puesto Dios
en Su iglesia»); es decir, «a tales miembros, apóstoles,
profetas, etc.». Porque aunque el {pronombre} relativo no
sea del mismo género que el antecedente mencionado, aun
así, es algo usual que los escritores del Nuevo Testamento
respeten el sentido de las palabras y la persona a la que se
está haciendo referencia en vez del género de su nombre, y
traduzcan el {pronombre} relativo con el mismo género y
caso del sustantivo que le sigue; ese es el caso aquí: οὓς
μὲν ἀποστόλους προφήτας…
En el Nuevo Testamento, no es una nueva observación el
hecho de que nunca leemos de ninguna iglesia nacional, ni
de ningún oficial nacional dado a ellos por Cristo. En el
Antiguo Testamento sí se habla de una iglesia nacional.
Todas las tribus de Israel debían presentarse tres veces al
año ante el Señor en Jerusalén (Deu. 16:16). Y Él les
nombró allí un sumo sacerdote de toda la nación, y ciertos
sacrificios solemnes para que él los administrara (Lev. 16:1-
29). Y junto con él, otros sacerdotes, ancianos y jueces a
quienes se debían presentar todas las apelaciones, y
quienes debían juzgar todos los casos difíciles y
trascendentes (Deu. 17:8-11).[115] Sin embargo, no leemos
de una iglesia nacional, o sumo sacerdote, o tribunal
semejante en el Nuevo Testamento; y, aun así, estamos
dispuestos a conceder que las iglesias locales —las cuales
tienen igual poder— pueden, en algunos casos designados
por Cristo, reunirse ellas mismas o por medio de sus
mensajeros en un sínodo, y pueden realizar diversos actos
de poder allí, como se ha demostrado anteriormente. Pero
los oficiales mismos y todos los hermanos miembros del
sínodo, incluso los sínodos mismos y todo el poder que
ejercen, son todos ellos dados primariamente a cada una
de las iglesias de congregaciones locales, ya sea como el
primer sujeto receptor en quienes residen, o como el primer
objeto con el que están familiarizados,[116] y por cuya causa
se reúnen y son usados.
Proposición II: Los apóstoles de Cristo fueron el primer
sujeto receptor del poder apostólico. [E]l poder apostólico
se basaba principalmente en dos cosas:
1. Cada apóstol tenía en sí mismo todo el poder
ministerial de todos los oficiales de la iglesia. En virtud de su
oficio, ellos podían exhortar como pastores (1 Tim. 2:1),
enseñar como maestros (1 Tim. 2:7), gobernar como
gobernantes (2 Tim. 4:1), recibir y distribuir las ofrendas [117]
de la iglesia como diáconos (Hch. 4:35). Cualquier apóstol o
evangelista llevaba consigo incluso la libertad y el poder de
toda la iglesia; por lo tanto, podía bautizar, incluso disciplinar
a un transgresor también, como si tuviera la presencia y el
asentimiento de toda la iglesia, porque sabemos que Felipe
bautizó al Eunuco sin la presencia de ninguna iglesia (Hch.
8:38), y que Pablo mismo excomulgó a Alejandro (1 Tim.
1:20) y no se menciona que él necesitó el consentimiento de
alguna iglesia o presbiterio[118] en ello. Es cierto que cuando
pudo tener el consentimiento y la concurrencia de la iglesia y
el presbiterio en el ejercicio de cualquier acto de poder
eclesial, contó con ello con agrado y se unió a ello, como en
la ordenación de Timoteo (2 Tim. 1:6 con 1 Tim. 4:14) y en la
excomunión del incestuoso de Corinto (1 Cor. 5:4-5). No
obstante, cuando tanto él como la persona que debía ser
bautizada, ordenada o excomulgada estaban ausentes y
distantes de todas las iglesias, los apóstoles podían
proceder a ejercer su poder en la administración de
cualquier acto eclesial sin ellos. La amplitud y plenitud del
poder que recibieron directamente de Cristo hacía que
pudieran llevarlo a cabo: «Como el Padre me ha enviado» —
dice Cristo, con amplitud y plenitud de poder soberano—
«así también yo os envío (con igual amplitud y plenitud de
poder ministerial)» (Jua. 20:21).
2. El poder apostólico se extiende a todas las iglesias,
tanto como a una sola: «Mas por toda la tierra salió su voz
(comp. Sal. 19:4 con Rom. 10); y así como recibieron la
comisión de predicar y bautizar en todo el mundo (Mat.
28:19), también recibieron el encargo de apacentar el
rebaño de las ovejas y corderos de Cristo (lo cual implica
todos los actos de gobierno pastoral sobre todas las ovejas
y corderos de Cristo), véase Juan 21:15-17. Ahora bien,
este poder apostólico que centra todo el poder eclesial en un
solo hombre y se extiende al ámbito[119] de todas las iglesias
(así como los apóstoles fueron los primeros sujetos
receptores de dicho poder, también fueron los últimos), esa
amplia y universal extensión de poder que estaba unida a
ellos, ahora está dividida uniformemente por ellos mismos
entre todas las iglesias y todos los oficiales de las iglesias
respectivamente. {Aunque} los oficiales de cada iglesia
desempeñan el cargo de la iglesia local que se les ha
encomendado en virtud de su oficio, ninguno de ellos
descuida el bien de las otras iglesias, en la medida en que
puedan ayudarse mutuamente en el Señor.
Proposición III: Cuando una iglesia local camina junta en
la verdad y la paz, los hermanos de la iglesia son el primer
sujeto receptor {del poder} de la libertad de la iglesia, y los
ancianos de la misma, {del poder} de la autoridad de la
iglesia; y ambos juntos son el primer sujeto receptor de todo
poder eclesial que debe ejercerse en su interior, ya sea en
la elección y ordenación de oficiales o en la disciplina de
transgresores en su propio cuerpo.
De esta proposición hay tres ramificaciones [120]: (1) Que
los miembros de una iglesia local son los primeros sujetos
receptores {del poder} de la libertad de la iglesia. (2) Que los
ancianos de una iglesia local son los primeros sujetos
receptores {del poder} de la autoridad de la iglesia. (3) Que
tanto los ancianos como los hermanos, caminando y
uniéndose en la verdad y la paz, son los primeros sujetos
receptores de todo poder eclesial que debe ser ejercido en
su propio cuerpo {local}.

(1) Que los miembros de una iglesia local


son los primeros sujetos receptores {del
poder} de la libertad de la iglesia[121]
Ahora bien, se ha declarado anteriormente en el capítulo 3
que la llave de la libertad o privilegio de la iglesia ha sido
dada a los hermanos de la iglesia, y la llave del gobierno y
autoridad, a los ancianos de la iglesia. No obstante, que
estos son los primeros sujetos receptores de estas llaves y
que la iglesia es el primer sujeto receptor de la libertad se
puede demostrar de la siguiente manera:
Por la eliminación de cualquier sujeto receptor anterior
de este poder o libertad, de donde podrían derivarlo. Si los
hermanos de la congregación no fueron el primer sujeto
receptor de su libertad eclesiástica, entonces tuvieron que
haberla obtenido de sus propios ancianos o de otras
iglesias.
Sin embargo, no la obtuvieron de sus propios ancianos,
pues los hermanos tienen el poder y la libertad de elegir a
sus propios ancianos, como se ha mostrado anteriormente,
y, por consiguiente, tenían esta libertad antes de tener
ancianos, por lo tanto, no podían haberla obtenido de ellos.
Tampoco derivaron este poder o libertad de otras
iglesias locales, porque todas las iglesias locales tienen la
misma libertad y poder entre ellas y ninguna está
subordinada a otra. No leemos en la Escritura que la Iglesia
de Corinto estuviera sujeta a la de Éfeso, ni la de Éfeso a la
de Corinto, no, ni la de Cencrea a la de Corinto, aun cuando
esta estaba situada en una localidad cercana.
Tampoco derivaron su libertad de un sínodo de iglesias,
porque no encontramos en Hechos 15, el modelo de los
sínodos, indicios de que la iglesia de Antioquía pidiera
prestada alguna de sus libertades al sínodo de Jerusalén.
En realidad se sirvieron de la luz de ellos y los decretos que
tendían al establecimiento de la verdad y la paz, pues al
publicarse los decretos de ese sínodo, las iglesias fueron
establecidas en la fe (o en la verdad), véase Hechos 16:4-5;
y también en la consolación y la paz, véase Hechos 15:31-
32; sin embargo, no les pidieron prestada ninguna libertad
eclesiástica.
(2) Que los ancianos de una iglesia local son
los primeros sujetos receptores {del poder}
de la autoridad de la iglesia
Ahora bien, la segunda ramificación de la proposición fue
que los ancianos de la iglesia local son el primer sujeto
receptor del gobierno o autoridad en esa iglesia (o
congregación) sobre la cual el Espíritu Santo los ha hecho
supervisores.
1. Por causa del cargo de gobierno sobre la iglesia que
les fue confiado directamente de Cristo, porque aunque los
ancianos sean elegidos para su oficio por la iglesia de
hermanos, aun así, el oficio mismo es ordenado
directamente por Cristo, y la autoridad para gobernar
anexada al oficio está limitada únicamente por Cristo. Si los
hermanos de la iglesia eligen a un presbítero para ser
llamado por ellos en el Señor, esto no excusará a los
presbíteros en su descuido de la autoridad para gobernar, ni
ante el Señor, ni ante sus propias conciencias. Porque así
ordenan los apóstoles a los ancianos de Éfeso: «Tened
cuidado de vosotros y de toda la grey, en medio de la cual el
Espíritu Santo os ha hecho obispos» (Hch. 20:28).
2. Lo mismo puede deducirse del don de gobierno,
requerido especialmente en un anciano, sin el cual no son
aptos para ser elegidos para ese oficio en la iglesia (1 Tim.
3:4-5). Debe ser alguien «que gobierne bien su casa», de lo
contrario, ¿cómo podrá cuidar de la Iglesia de Dios? El
mismo don de gobierno no es necesario para la admisión de
un miembro en la iglesia, como lo es para la elección de un
anciano. Si un hermano en particular no es tan apto de
gobernar su propia casa (por debilidad en la prudencia o en
la valentía), esto no le impedirá justamente de entrar en la
iglesia; sin embargo, el mismo defecto impedirá justamente a
un hombre de ser elegido para el oficio de anciano.
Tampoco ha dado Dios un espíritu dotado para regir y
gobernar ordinariamente a la mayor parte del cuerpo de los
hermanos; por lo tanto, tampoco les ha dado la primera
recepción de la llave de la autoridad a quienes no les ha
dado el don para utilizarla.
Objeción 1: Si se objetara: ¿Cómo pueden los hermanos
de la iglesia investir a un anciano con la autoridad para
gobernar sobre ellos si no tienen poder de gobierno en sí
mismos para impartírselo?
Respuesta: Ellos lo invisten con la autoridad para
gobernar, en parte eligiéndolo para el oficio que Dios ha
investido con la autoridad de gobernar y en parte profesando
su propia sujeción a él en el Señor. Nosotros, por lo tanto,
necesariamente inferimos y recomendamos la autoridad de
los ancianos sobre ellos, porque al someterse establecen o
reconocen la autoridad de aquel a quien se someten.
Objeción 2: El cuerpo de la Iglesia es la Esposa de
Cristo, la esposa del Cordero, por lo tanto, ¿no debería la
esposa gobernar a los siervos y mayordomos de la casa, en
lugar de ellos a ella? ¿No es conveniente que las llaves de la
autoridad cuelguen de su cintura y no de la de ellos?
Respuesta: Hay una diferencia entre {1} las reinas, las
princesas y las damas de gran honor (como la Iglesia es
para Cristo [Sal. 45:9]) y {2} las esposas de los campesinos
y las de los hombres pobres. Las reinas y las grandes
personalidades tienen varios oficios y oficiales para todos
los asuntos y servicios de la casa, como los chambelanes,
mayordomos, tesoreros, interventores, alguaciles legales,
caballerizos y porteros, que tienen en sus manos toda la
autoridad para ordenar los asuntos de la casa de sus
señores. La reina no tiene ni una sola llave para ningún
oficio, sino solo el poder y la libertad de pedir lo que quiera
de acuerdo con la asignación real dada por el rey. Si se
excede, los oficiales tienen el poder de restringirla por orden
del rey; pero las esposas de los campesinos y las de los
hombres pobres, cuyos maridos no tienen oficiales,
alguaciles o mayordomos que supervisen y ordenen sus
propiedades, pueden llevar en su propia cintura las llaves de
cualquier oficio que el marido no guarda en su propia mano,
no porque las esposas pobres tengan mayor autoridad en la
casa que las reinas, sino porque debido a su pobreza y
humilde situación, se ven obligadas a ponerse en lugar de
muchos sirvientes para sus maridos.
Objeción 3: Todo el cuerpo humano terrenal es el primer
sujeto receptor de toda capacidad[122] natural de cualquier
miembro del cuerpo, así como la facultad de ver está
primero en el cuerpo antes que en el ojo.
Respuesta: No todos los aspectos en el cuerpo místico
(la Iglesia) son iguales en todos los sentidos a los del cuerpo
natural. En el cuerpo natural, todas las facultades de cada
parte serían inexistentes en efecto, pero no se ejercen o
manifiestan hasta que cada miembro esté articulado y
formado. Sin embargo, no es así en el cuerpo de la iglesia
de hermanos. Todas las diversas funciones del poder
eclesial no son inexistentes efectivamente en el cuerpo de
hermanos, a menos que algunos de ellos tengan los dones
de todos los oficiales, que a menudo no los tienen si no
tienen presbíteros ni hombres aptos para ser presbíteros.
Ahora bien, si el poder del presbiterio fuera dado a una
iglesia local de hermanos, como tal, primo[123] y per se[124],
entonces {este poder} se encontraría en cada iglesia local
de hermanos, porque quatenus ad omnia valet
consequentia {en este sentido es una consecuencia válida
para todos}.
Objeción 4: Pero es un principio común reconocido por
muchos de nuestros mejores teólogos que el gobierno de la
iglesia es una mezcla de monarquía, aristocracia y
democracia. Con respecto a Cristo, la Cabeza, el gobierno
de la iglesia es soberano y monárquico. En cuanto al
gobierno del presbiterio, tiene que ver con la mayordomía y
es aristocrático. En cuanto al poder del pueblo en las
elecciones y disciplinas, es democrático, lo que argumenta
que el pueblo tiene algún tipo de κράτος poder y autoridad en
el gobierno de la iglesia.
Respuesta: En un sentido amplio, se puede reconocer
una especie de autoridad en el pueblo:
En primer lugar, como cuando un hombre actúa por
consejo según su propio discernimiento libremente,
entonces se dice que es αυτεξόυσιος, Dominus sui actus.
Así el pueblo en todos los actos de libertad que realiza es
Domini sui actus, señor de sus propios actos.
En segundo lugar, el pueblo, por sus actos de libertad,
como son: la elección de oficiales, la concordancia en la
disciplina de los transgresores y en la determinación y
promulgación de los actos sinodales, tiene un gran peso o
poder en el ordenamiento de los asuntos de la iglesia, lo cual
puede ser llamado κράτος o potestas, un P que
muchas veces se conoce con el nombre de gobierno o
autoridad, pero un lenguaje más apropiado sería llamarlo
más bien un privilegio o libertad en vez de autoridad, como
se ha explicado anteriormente en el capítulo 3, porque
ningún acto de poder o libertad de los hermanos es
propiamente vinculante[125], a menos que la autoridad del
presbiterio concuerde con ello.
Un tercer argumento por el cual puede evidenciarse que
los ancianos de una iglesia local son el primer sujeto
receptor de autoridad en esa iglesia se toma de la misma
remoción de otros sujetos receptores, de donde podría
pensarse que derivan su autoridad, como se usó antes para
probar que la iglesia de hermanos era el primer sujeto
receptor de su propia libertad en su propia congregación. En
ninguna parte de las Escrituras se dice que los ancianos de
las iglesias derivan su autoridad, la cual ejercen en su propia
congregación, ni de los ancianos de otras iglesias, ni de
algún sínodo de iglesias. Todas las iglesias locales y todos
los ancianos de ellas tienen igual poder, cada uno de ellos
respectivamente en su propia congregación. Ninguno de
ellos llama a los demás sus maestros [126], señores o padres
(en lo que respecta a cualquier autoridad sobre ellos), sino
que todos ellos poseen y se reconocen mutuamente como
hermanos (Mat. 23:8-10).
Y aunque en un sínodo estos han recibido el poder de
Cristo y de Su presencia, para ejercer autoridad en la
imposición de cargas (las que el Espíritu Santo quiera
establecer) sobre todas las iglesias cuyos ancianos están
presentes con ellos, véase Hch. 15:28 (porque los apóstoles
eran ancianos en todas las iglesias); sin embargo, cuando
los ancianos de cada iglesia local caminan con los
hermanos de su misma iglesia en luz y paz, no necesitan
derivar del sínodo ningún poder para imponer las mismas
cargas o cargas similares a sus propias iglesias, porque han
recibido de Cristo el poder y el encargo de enseñar y
ordenar con toda autoridad todo el consejo de Dios a su
pueblo. Y el pueblo, discerniendo la luz de la verdad
entregada, y caminando en paz con sus ancianos,
fácilmente presta obediencia a sus sobreveedores en todo
lo que ven y oyen por medio de ellos que es encomendado a
ellos por el Señor.
(3) Que tanto los ancianos como los
hermanos, caminando y uniéndose en la
verdad y la paz, son los primeros sujetos
receptores de todo poder eclesial que debe
ser ejercido en su propio cuerpo {local}
Ahora llegamos a la tercera rama de la tercera proposición,
que era esta: Que la membresía de una iglesia local,
{compuesta por} los ancianos y los hermanos, caminando
juntos y uniéndose en la verdad y la paz, son el primer sujeto
receptor de todo poder eclesial que debe ser ejercido entre
ellos mismos, ya sea en la elección u ordenación de
oficiales, o en la disciplina de los transgresores en su propio
cuerpo {eclesial}.
La veracidad de lo anterior puede evidenciarse con estos
argumentos:
1. En cuanto a la ordenación. Porque la integralidad del
llamado de un ministro (incluso para la satisfacción de su
propia conciencia y la de las personas) {tiene lugar} cuando
tanto los hermanos como los ancianos de la iglesia local a la
que es llamado han puesto el poder que les pertenece sobre
él. Así, cuando los hermanos de la iglesia lo han elegido para
el cargo, y el presbiterio de la iglesia le ha impuesto las
manos, y ambos, en sus distintivas actuaciones, han tenido
en cuenta los dones ministeriales internos con los que Dios
lo ha equipado, puede considerarse a sí mismo llamado por
el Espíritu Santo para ejercer sus talentos en ese oficio
entre ellos, y el pueblo puede y debería recibirlo como
enviado de Dios para ellos.
¿Qué defecto puede hallarse en tal llamado cuando los
hermanos ejercen su legítima libertad y los ancianos ejercen
su legítima autoridad en su ordenación y nada más se
requiere para la integralidad de un llamado ministerial?
Si se objeta que se requiere la imposición de las manos
del obispo, el cual sucede a Timoteo y a Tito, a quienes el
apóstol Pablo dejó, el uno en Éfeso y el otro en Creta, para
ordenar ancianos en muchas iglesias (Tit. 1:5).
Respuesta: Con respecto a la ordenación de Timoteo y
Tito y la ordenación por medio de obispos (con su
pretensión al oficio de Timoteo y Tito), se ha dicho lo
suficiente por parte de muchos doctos piadosos hasta
ahora, especialmente de los últimos tiempos.
En resumen, se llega a estas conclusiones:
Primera conclusión: Que Timoteo y Tito no ordenaron
ancianos en muchas iglesias como obispos, sino como
evangelistas. Timoteo es llamado expresamente un
evangelista (2 Tim. 4:5), y Tito es mostrado claramente
como un evangelista tanto como Timoteo por las
características de un evangelista, algo que bien la Escritura
sostiene o bien Eusebio comenta en su Historia
Ecclesiastica, Libro 3, capítulo 37 (versión griega), capítulo
31 (versión latina). {El ministerio de los evangelistas} no se
limitaba a una iglesia determinada, sino que seguía a los
apóstoles terminando su obra de plantar y regar iglesias allí
donde llegaban. Ciertamente ordenaron oficiales donde
faltaban y ejercieron jurisdicción (como los apóstoles) en
varias iglesias, pero con el resto del presbiterio y en
presencia de toda la iglesia (1 Tim. 5). No obstante, no hay
ninguna instrucción en las epístolas a Timoteo o a Tito, ni en
ninguna otra parte de la Escritura, con respecto a la
continuidad de este oficio de evangelista en la iglesia.
Segunda conclusión: Aquellos obispos cuyos llamados u
oficios en la iglesia se establecen en esas Epístolas para
que tengan continuidad son en todo su conjunto sinónimos
con presbíteros (Tit. 1:5, 7; 1 Tim. 3:1-7).
Tercera conclusión: Leemos acerca de muchos obispos
para una sola iglesia (Flp. 1:1; Hch. 14:23 y 20:17, 28; Tit.
1:5, 7), pero no de muchas iglesias (mucho menos de todas
las iglesias de una gran diócesis) para un solo obispo.
Cuarta conclusión: No hay ningún trabajo trascendente,
delimitado o reservado propiamente para un oficial
trascendente como un obispo diocesano en todo el Nuevo
Testamento. Los actos trascendentes que le reservan los
defensores del episcopado son la ordenación y la
jurisdicción. Ahora bien, ambos son actos de gobierno, y
Pablo {en la epístola} a Timoteo reconoce que no hay
gobernantes en la iglesia por encima de los pastores y
maestros, quienes trabajan en la predicación y en la
enseñanza, sino más bien, pastores y maestros por encima
de ellos. «Los ancianos que gobiernan bien» —dice Pablo—
«sean considerados dignos de doble honor, principalmente
los que trabajan en la predicación y en la enseñanza» (1
Tim. 5:17).
Quinta conclusión: Después del tiempo de los apóstoles,
cuando uno de los pastores, a modo de eminencia, era
llamado obispo por motivos de orden, pero durante muchos
años no hacía ningún acto de poder sino (1) con el
consentimiento del presbiterio y (2) con el consentimiento y
en presencia del pueblo, como se observa en la Historia
Eclesiástica de Eusebio, Libro 6, capítulo 43 (versión
griega), capítulo 35 (versión latina); en las Epístolas de
Cipriano, Libro 3, epístola 10 y Libro 1, epístola 3; Cusaub.
{Isaac Casaubon} adversus Baronium, ejercitación 15,
número 28.
Cuando se alude a Jerónimo para confirmar lo mismo,
que en los tiempos primitivos: «Communi Presbyterorum
consilio, Ecclesiae gubernabantur» (Por el concilio general
de presbíteros, las iglesias son gobernadas). Es una débil y
pobre evasión desecharlo diciendo que él también dijo:
«Communi Presbyterorum consilio, no authoritate» (Por el
concilio general de presbíteros, ninguna autoridad), porque
(1) Los presbíteros no tienen autoridad sobre el obispo o
pastor, ni tampoco el pastor sobre ellos. Son
συμπρεσβύτεροι, compañeros ancianos con la misma
autoridad. (2) Cuando Jerónimo dice que las iglesias eran
gobernadas por el consejo común de todos ellos, argumenta
que nada se hizo en contra de su consejo, sino en unión con
él, de lo contrario podría decirse que el obispo gobernaba
las iglesias con el consejo común de los presbíteros, es
decir, pidió {consejo}, pero no lo siguió. Además, implicaría
una contradicción con el testimonio de Jerónimo decir que
las iglesias eran gobernadas por la sola autoridad de los
obispos, pero no sin pedir el consejo común de los
presbíteros, porque al pedir su consejo y no seguirlo, el
obispo estaría ordenando y gobernando las iglesias en
contra de su consejo. Ahora bien, que las iglesias fueran
gobernadas por el consejo común de los presbíteros y en
contra del consejo común de los presbíteros son
contradictorios de plano.
2. Un segundo argumento para probar que los hermanos
de la iglesia local, caminando con sus ancianos en la verdad
y la paz, son el primer sujeto receptor de todo el poder de la
iglesia que es necesario ejercer en su propio cuerpo se
deriva de su poder indispensable e independiente en las
disciplinas de la iglesia. La disciplina que se ratifica en los
cielos no puede ser dispensada ni revocada por ningún
poder en la tierra ni por todos los poderes terrenales juntos.
Ahora bien, la disciplina que es administrada por los
miembros de una iglesia local es ratificada en los cielos,
porque así lo dice el Señor Jesús con respecto al poder de
las disciplinas eclesiales (Mat. 18:17-18). Si el transgresor
rehúsa «escuchar a la iglesia, sea para ti como el gentil y el
recaudador de impuesto. En verdad os digo: todo lo que
atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que
desatéis en la tierra, será desatado en el cielo».
Contra este argumento hecho por este texto suelen
hacerse muchas objeciones, pero ninguna se sostiene.
Objeción I: En Mateo 18:17, «iglesia» no se refiere a la
Iglesia cristiana (porque todavía no existía, ni los apóstoles
habrían entendido entonces a Cristo si se hubiera referido a
ella) sino a la Iglesia judía, y así Él describe su disciplina con
una frase judía: considerar a un hombre «como el gentil y el
recaudador de impuesto».
Respuesta 1: Aunque la Iglesia cristiana no existía
entonces, aun así, los apóstoles sabían también lo que Él
quería decir con «iglesia» en Mateo 18:17, así como
entendieron lo que quería decir que edificaría Su Iglesia
sobre la Roca en Mateo 16:18. Era suficiente que los
apóstoles esperaran una Iglesia que Cristo reuniría y
edificaría sobre la confesión de fe de Pedro; y una vez
edificada, estaría dotada de poder celestial en sus
disciplinas, lo cual comprendieron más plenamente después,
cuando, habiendo recibido el Espíritu Santo, llegaron a poner
estas cosas en práctica.
Respuesta 2: La alusión, en la disciplina eclesiástica, a la
costumbre judía de considerar a un hombre como el gentil y
el recaudador de impuestos no sostiene que Cristo dirija a
Sus discípulos a quejarse de los escándalos a las sinagogas
judías, sino que solo les indica cómo deben comportarse
con los transgresores obstinados, excomulgados por la
Iglesia cristiana, es decir, que se comporten con ellos como
los judíos se comportan con los gentiles (a saber,
negándoles la comunión religiosa) y como con los
recaudadores de impuestos, negándoles la comunión civil
familiar; pues así dijeron los judíos a los discípulos de
Cristo: «¿Por qué come vuestro Maestro con los
recaudadores de impuestos y pecadores?».
Respuesta 3: No es creíble que Cristo enviara a sus
discípulos a quejarse de sus transgresiones a las sinagogas
judías:
Porque, en primer lugar, ¿es probable que envíe a sus
corderos y ovejas a los lobos y a los tigres para que
busquen el derecho y la restauración? Tanto su Sanedrín
como la mayoría de sus sinagogas no eran mejores. Y si
aquí y allá {había} algunos ancianos de sus sinagogas con
mejores inclinaciones, cómo puede parecer que así era, aun
así, ¿dónde habitaba alguno de ellos? Y si {un hombre así}
aparecía también, ¿no habían acordado ya los judíos que si
alguno confesaba a Cristo, debía ser expulsado de las
sinagogas? (Jua. 9:22).
Objeción 2: Contra el argumento tomado de este texto se
objeta que por «iglesia» se entiende el obispo o su
comisario.
Respuesta 1: Un solo hombre no es la iglesia. Si se dice
que un solo hombre puede representar a la iglesia, la
respuesta está lista: Un solo hombre no puede representar a
la iglesia a menos que sea enviado por la iglesia, pero este
no es el caso ni del obispo ni de su comisario. No los
envían, sino que vienen sin ser enviados (como el agua que
entra en un barco) principalmente para aterrorizar a los
siervos de Cristo y estimular a los profanos. Y aunque
algunos de los siervos de Cristo han encontrado algún favor
de algunos obispos (hombres de mayor aprendizaje e
ingenio), aun así, esos obispos han encontrado el menor
favor de sus compañeros obispos.
Respuesta 2: Normalmente, el obispo no es miembro de
la iglesia local donde se comete la transgresión, y ¿qué
satisfacción recibirá para quitar la transgresión hecha
contra a la iglesia?
Respuesta 3: El Nuevo Testamento no reconoce a ningún
gobernante en la iglesia que pretenda tener más honor que
los ancianos que trabajan en la predicación y en la
enseñanza (1 Tim. 5:17).
Objeción 3: Decir «la iglesia» es decir el presbiterio de la
iglesia.
Respuesta 1: No negamos que la transgresión debe ser
comunicada al presbiterio, pero no a ellos como {si fueran}
la iglesia, sino como los guías de la iglesia, quienes, si al
escuchar la causa y examinar a los testigos, encuentran que
están dadas las condiciones para una disciplina pública,
deben entonces proponerla a la iglesia, probar y aclarar el
estado de la causa ante la iglesia, para que esta,
discerniendo plenamente la naturaleza y carácter de la
transgresión, pueda consentir en el juicio y la sentencia de
los ancianos contra la transgresión, para la turbación del
transgresor y la edificación pública de todos ellos, quienes
oyendo y temiendo, aprenderán a guardarse de la misma
maldad.
Respuesta 2: La iglesia nunca es presentada como el
presbiterio solamente (en todo el Nuevo Testamento),
aunque algunas veces se presente expresamente como la
fraternidad {de miembros} solamente, ya que se distinguen
de los ancianos y oficiales (Hch. 15:22); por lo tanto, decir
«iglesia» no puede significar decir el presbiterio solamente.
Objeción: En el Antiguo Testamento, la congregación se
presenta a menudo como los ancianos y gobernantes de la
congregación.
Respuesta: Examinemos todos los pasajes aludidos y se
verá que en los asuntos de juicio, donde se presenta a la
congregación como los ancianos y gobernantes, nunca
quiere decir (por lo que podemos encontrar) los ancianos y
gobernantes solamente, sentados aparte y retirados de la
congregación, sino sentados en presencia de esta, oyendo
y juzgando las causas ante ellos; [e]n cuyo caso, si una
sentencia había sido dictada por un gobernante y
desagradaba a la congregación, esta no dejaba de mostrar
su desagrado, a veces protestando abiertamente contra la
sentencia (como en 1 Sam. 14:44-45), en ocasiones
negándose a ejecutarla (1 Sam. 22:16-17). Y lo que el
pueblo de la congregación hizo lícitamente en algunos casos
al renunciar y contrarrestar la sentencia de sus
gobernantes, lo mismo podían y debían haber hecho en los
casos similares en cualquier momento. Todo el campamento
o congregación de Israel podía protestar contra una
sentencia ilícita e injusta; y una parte de la congregación que
discernía la iniquidad de una sentencia podía apartarse
justamente de la ejecución de la misma.
Objeción 4: Cuando Cristo dijo «dilo a la iglesia», se
refería a una asamblea sinodal o regional[127] de los
presbíteros de muchas iglesias. Porque Su intención y
propósito en este pasaje era prescribir una regla para
eliminar todos los escándalos de la Iglesia, lo cual no puede
hacerse diciéndole a la membresía de una sola iglesia local,
porque ¿qué pasa si un anciano transgrede?, ¿qué pasa si
incluso todo el presbiterio transgrede? El pueblo o los
hermanos no tienen poder para juzgar a sus jueces, para
gobernar a sus gobernantes. ¿Y si toda la congregación
inclusive cae en una transgresión (como pueden hacerlo
[Lev. 4:13])? [U]n sínodo de muchos presbíteros puede
reformarlos, pero no puede hacerlo una sola congregación
si la que transgredió persiste en ello.
Respuesta: Reservando el debido honor a los sínodos
correctamente ordenados o (lo que es lo mismo) un classis
o convención de presbíteros de iglesias locales, no
encontramos que «iglesia» sea presentada en ninguna parte
como un sínodo de presbiterios. Y esto es muy incongruente
con este pasaje, porque aunque se diga que una
congregación local no puede llegar a quitar todas las
transgresiones, también se puede decir que no se puede
molestar a los sínodos con cada transgresión que ocurra en
una congregación; las transgresiones ocurren a menudo; los
sínodos se reúnen rara vez; y cuando se reúnen,
encuentran muchos asuntos más importantes que atender
que cada transgresión de cada hermano en particular.
Además, así como toda una congregación local puede
transgredir, también puede transgredir una asamblea general
de todos los presbíteros de una nación, porque los concilios
generales han errado; y ¿qué remedio se encontrará para
eliminar tales errores y transgresiones según este texto? Es
más, si se encuentra un pecado en un hermano de una
congregación, y esta es fiel y está dispuesta a quitarlo
mediante la debida disciplina, ¿por qué se debe someter el
pecado a un juicio más público y hacer la venda más grande
que la llaga?
De nuevo, si un anciano peca, el resto del presbiterio con
la congregación reunida puede proceder contra él (si no
pueden restaurarlo de otra manera) y así quitan la
transgresión de entre ellos.[128]
Si todo el presbiterio peca, o una parte de este que
arrastre consigo a una facción en la iglesia, el procedimiento
más rápido que pueden hacer los hermanos es llevar el
asunto a un sínodo. Porque aunque este pasaje en Mateo
no nos dirige a ello, el Espíritu Santo no nos deja sin
dirección en tal caso, sino que nos da un modelo en la
iglesia de Antioquía: reunirse en un sínodo. Y el mismo
camino debe tomarse en la transgresión de toda una
congregación, si se persiste en esta con obstinación.
Tampoco es cierto lo que se dijo, que era el propósito de
Cristo en Mateo 18:17 prescribir una regla para quitar todas
las transgresiones de la iglesia, sino solo de las
transgresiones privadas y menos graves, que se hacen
públicas y notorias solo por la obstinación de los
transgresores; pues si las transgresiones son graves y
públicas desde su comienzo, el Espíritu Santo no nos indica
que procedamos de una manera tan general: de una
amonestación privada por un solo hermano a una segunda
por uno o dos más después, y por último, que lo digamos a
la iglesia. Antes bien, en tal caso, el apóstol da otra regla (1
Cor. 5:11): expulsar a un transgresor que peca notoria y
gravemente, tanto de la comunión eclesial como de la
comunión familiar privada.
Objeción 5: La iglesia de la que aquí se habla (Mat.
18:17) es aquella a la que se puede presentar una queja de
forma ordenada; [p]ero no se puede presentar una queja de
forma ordenada a una multitud, como lo es toda una
congregación.
Respuesta: ¿Y por qué no se puede presentar una queja
de forma ordenada a toda una multitud? El levita se quejó de
manera ordenada ante una multitud mayor que la de 400
congregaciones locales (Jue. 20:1-4 y vv. sigs.).
Objeción 6: La iglesia de la que se habla aquí se reúne
con autoridad (pues las disciplinas se administran con
autoridad), pero una iglesia local se reúne con humildad,
para buscar el rostro y el favor de Dios.
Respuesta: La humildad para con Dios bien puede ir
acompañada de la autoridad para con los hombres. Se dice
que los 24 ancianos (quienes representan a los ancianos de
la Iglesia del Nuevo Testamento) están sentados en tronos
con coronas en sus cabezas (Apo. 4:4), pero cuando se
postran para adorar a Dios y al Cordero, arrojan sus
coronas a Sus pies (v. 10).
Objeción 7: Las mujeres no pueden hablar en una iglesia
local, pero pueden hablar en esta iglesia que menciona el
pasaje, porque pueden ser transgresoras, y los
transgresores deben dar cuenta de sus transgresiones.
Respuesta: Cuando el apóstol prohíbe que las mujeres
hablen en la iglesia, se refiere, en parte, a que hablen con
autoridad, como cuando oran o profetizan en público en la
iglesia (1 Tim. 2:12) y, en parte, a que inquieran con audacia
haciendo preguntas en público a los profetas ante la iglesia
(1 Cor. 14:34). Pero para responder: Si toda la
congregación se ha ofendido justamente por el pecado
público de una mujer, ella está obligada a dar satisfacción a
toda la congregación, así como al presbiterio.
Objeción 8: Cuando los cismas llegaron a ser
escandalosos en la iglesia de Corinto, la casa de Cloe no se
lo comunicó a toda la congregación, sino a Pablo (1 Cor.
1:11).
Respuesta: Las disputas en la iglesia de Corinto no eran
la transgresión de un hermano en particular, sino de toda la
iglesia. ¿Y quién puede decir si no habían hablado antes de
ello a la iglesia? Pero ya sea que lo hayan hecho o no, el
ejemplo solo argumenta que los hermanos ofendidos por los
pecados de sus hermanos pueden decírselo a un anciano
de la iglesia para que este lo diga a la iglesia, lo cual nadie
niega. Pablo era anciano de cada iglesia de Cristo, como lo
eran los otros apóstoles, ya que tenía el gobierno de todas
las iglesias que {había sido} encomendado a todos ellos.
Habiendo aclarado así (con la ayuda de Cristo) este texto
de Mateo 18:17, librándolo de una variedad de malas
interpretaciones (algo que se ha hecho difícil, no por la
oscuridad de las palabras, sino por la eminencia de los
dones y la valía de los expositores), vamos a añadir uno o
dos argumentos más para el mismo propósito, para
demostrar que una iglesia local totalmente equipada con
oficiales y caminando rectamente en el juicio y la paz es el
primer sujeto receptor de toda autoridad eclesial que debe
ser ejercida dentro de su propio cuerpo.
3. Un tercer argumento para probar esto {que acabamos
de decir} se suele tomar con razón de la práctica y el
ejemplo de la iglesia de Corinto en la excomunión del
incestuoso corintio (1 Cor. 5:1-5).
Objeción 1: La excomunión del corintio incestuoso no fue
un acto de autoridad judicial en la iglesia de Corinto, ya
fueran ancianos o hermanos, sino un acto de sujeción al
apóstol, pues publicaron la sentencia que el apóstol había
decretado y juzgado antes: «Pues yo» —dice el apóstol—
«aunque ausente en cuerpo pero presente en espíritu, como
si estuviera presente, ya he juzgado al que cometió tal
acción…».
Respuesta 1: Aunque Pablo (como oficial principal de
toda iglesia) juzgó de antemano la excomunión del
incestuoso corintio, su juicio no fue una sentencia judicial
que lo entregaba a Satanás, sino una instrucción doctrinal y
juiciosa que enseñaba a la iglesia lo que debía hacer en ese
caso.
Respuesta 2: El acto de la iglesia en Corinto al disciplinar
al incestuoso fue ciertamente uno de sujeción a la
enseñanza doctrinal y dirección divina por medio de los
apóstoles (como deberían ser actos de sujeción a la Palabra
de Cristo todas las disciplinas eclesiales por quienquiera
que sean administradas), pero, aun así, el suyo fue un acto
completo de poder justo (incluso uno de toda la libertad y
autoridad que debe ser ejercida en cualquier disciplina);
porque, primero lo entregaron a Satanás en el Nombre y el
poder del Señor Jesús (v. 4), y ese es el mayor poder en la
iglesia.
En segundo lugar, Pablo se unió a ellos en espíritu —es
decir, en un espíritu apostólico— para pronunciar y publicar
la sentencia; lo que argumenta que tanto su poder como el
de ellos fue coincidente y concurrente en esta sentencia.
En tercer lugar, el santo fin y utilidad de esta sentencia
sugieren el poder celestial del que procede. Lo entregaron a
Satanás para la destrucción de la carne (es decir, para
mortificar su corrupción) a fin de que su alma se salve en el
Día del Señor Jesús.
En cuarto lugar, cuando su alma se humilló y se arrepintió
por medio de esta sentencia, Pablo le ruega a la iglesia que
lo desate y lo perdone (2 Cor. 2:6-10). Ahora ejusdem
potestatis est ligare & solvere, claudere & aperire.[129]
Objeción 2: Lo único que sugiere todo esto es que
algunos en la iglesia de Corinto tenían este poder (a saber,
el presbiterio de la iglesia, pero no todo el cuerpo del pueblo)
para excomulgar al transgresor.
Respuesta 1: Si el presbiterio fue el único que ejerció
este poder, esto es suficiente para que se cumpla la
proposición de que toda iglesia provista de un presbiterio y
que proceda justa y pacíficamente tiene en sí misma todo el
poder que se requiere, el cual debe ser ejercido dentro de su
propio cuerpo.
Respuesta 2: Es evidente en el texto que los hermanos
concordaron[130] también en esta sentencia, y con algún acto
de poder (el mismo que al no haber sido ejercido antes
retardó la sentencia y cuyo ejercicio fue un requisito
necesario para la administración de la sentencia).
Porque, en primer lugar, la reprobación por no haber
procedido antes a la sentencia se dirige a toda la iglesia, así
como al presbiterio: Todos son culpados por no haberse
entristecido, por no haberlo expulsado de en medio de
ellos, por más bien haberse vuelto arrogantes (1 Cor. 5:2).
En segundo lugar, el mandamiento se dirige a todos ellos:
«cuando vosotros estéis reunidos» (¿y qué es eso sino una
reunión de la iglesia?) para proceder contra él (1 Cor. 5:4).
Del mismo modo, al final del capítulo les ordena a todos: «…
E » (v. 13).
En tercer lugar, declara que este acto de ellos de
expulsarlo es un acto judicial: «¿No juzgáis vosotros a los
que están dentro de la iglesia?» (v. 12). Aunque el juicio de
autoridad sea propio del presbiterio, no se puede negar a los
hermanos el juicio de discreción (el cual, como se ha dicho,
en concordancia con el presbiterio en este acto, tiene un
poder aquí), pues esto es un acto de juicio atribuido a todos
ellos; juicio por los hermanos al que {Pablo} tiene en tan alta
estima, que de ahí aprovecha la ocasión para aconsejar a
los miembros de la iglesia a que sometan sus diferencias,
incluso en asuntos civiles, al juicio de los santos o
hermanos: «¿O no sabéis» —dice— «que los santos han de
juzgar al mundo? […]. ¿[Incluso] a los ángeles? ¡Cuánto más
asuntos de esta vida!» (1 Cor. 6:1-3). Sí, en vez de ir a los
tribunales, y esto, ante los incrédulos [131], en cualquier caso
que dependa de los hermanos, él les aconseja más bien que
pongan al más insignificante de {los hermanos de} la iglesia
para que oiga y juzgue entre ellos (1 Cor. 6:4).
En cuarto lugar, cuando tras el arrepentimiento de un
transgresor el apóstol les ordena perdonarlo (2 Cor. 2:4-10),
se dirige tanto a los hermanos como a sus ancianos para
ello. Como todos (tanto los hermanos como los ancianos)
estaban ofendidos por el pecado de dicho transgresor, era
conveniente que todos estuvieran satisfechos, y que,
habiendo recibido satisfacción, lo perdonaran: tanto los
hermanos (por medio del amor fraternal y el consentimiento
de la iglesia) como los ancianos (dictando sentencia de
absolución y restitución a la iglesia).
Objeción 3: Pero, ¿no era esta iglesia de Corinto
(quienes tenían todo este poder) una metrópoli, una iglesia
madre en Acaya, en la que se reunían muchos presbiterios
procedentes de muchas iglesias de las localidades {vecinas}
para administrar esta disciplina?
Respuesta : Tal cosa no se deduce de la historia de la
iglesia de Corinto, ni de Hechos (Hch. 18), ni de ninguna de
las Epístolas a los Corintios. Es cierto que Corinto era una
ciudad madre, pero no una iglesia madre para toda Acaya;
aunque no es improbable que otras iglesias de esa región se
beneficiaran de la mucha luz de los dones en Corinto, ya que
estos últimos tenían luz en abundancia y habían sido
«enriquecidos» con una variedad de todos los dones (1 Cor.
1:5, 7). Pero lo que el apóstol llama «la iglesia de Dios que
está en Corinto», es decir, «toda la iglesia», no era muy
grande, entonces solía reunirse en un mismo lugar, una
sola congregación (1 Cor. 14:23).
4. Un cuarto y último argumento para probar la
proposición de que toda iglesia equipada con oficiales y —
como se ha dicho— llevada a adelante en la verdad y la
paz tiene todo el poder eclesial necesario que debe ser
ejercido dentro de sí misma[132] proviene de la culpabilidad
de la transgresión, que recae sobre toda iglesia cuando
cualquier transgresión cometida por sus miembros
permanece sin disciplinar y sin ser quitada. Cristo tiene algo
contra la «iglesia en Pérgamo»: «toleras ahí a los que se
aferran a la doctrina de Balaam» y «a los que sostienen la
doctrina de los nicolaítas» (Apo. 2:14-15 {NVI}); y algo
contra la «iglesia en Tiatira»: «toleras a […] Jezabel». Ahora
bien, si estas iglesias no tenían suficiente poder para purgar
a sus propios transgresores, ¿por qué se les culpa de
tolerarlos? ¿Por qué no se culpa incluso a las iglesias
vecinas por los pecados de estas iglesias? Pero ya vemos
que ni Pérgamo es culpada por tolerar a Jezabel, ni Tiatira
por tolerar a los que sostenían la doctrina de Balaam, ni
Esmirna por tolerar a alguno de ellos. En efecto, lo que
Cristo escribe a cualquier iglesia en particular, Su Espíritu
llama a todas las iglesias a prestarle atención, y lo mismo
hace también con nuestras iglesias en este día; no porque
las culpe por la tolerancia de los pecados en otras iglesias,
sino porque quiere que se guarden de la misma negligencia
de tolerar las mismas transgresiones entre ellas; y también
quiere motivarlas para que observen las transgresiones
notorias entre sus iglesias hermanas y las amonesten con
amor y fidelidad fraternales.
Es un cuerpo enfermo el que carece de fuerza para
purgar sus propias secreciones recurrentes y malignas. Y
cada iglesia local, siendo un cuerpo, un cuerpo de Cristo en
sí misma, no honraría a Cristo ni a Su cuerpo si con una
constitución sana y atlética no tuviera poder para purgarse
de sus propias secreciones superfluas y nocivas.
Proposición IV: En caso de que una iglesia local sea
perturbada por errores o escándalos y estos sean
mantenidos por una facción entre ellos. Entonces un
sínodo de iglesias, o de mensajeros de estas, es el primer
sujeto receptor de ese poder y autoridad por medio del
cual el error es refutado y condenado, la verdad es
investigada y determinada, y el camino de la verdad y la paz
es declarado e impuesto a las iglesias.
La veracidad de esta proposición puede evidenciarse con
dos argumentos:
1. Por la falta de poder para dictar una sentencia
vinculante[133] en la iglesia local donde el error o el escándalo
es mantenido por una facción, pues la promesa de atar y
desatar que se hace a una iglesia local (Mat. 18:18) no es
dada a la iglesia cuando esta está leudada con errores y
pleitos. Es una máxima recibida que Clavis errans non
ligat[134], tan cierto como que Ecclesia litigans non ligat[135]. Y
el fundamento de ambas proviene del estado de la iglesia, a
la cual se hace la promesa de atar y desatar (Mat. 18:17-
18), pues, aunque debe ser una iglesia local —como se ha
demostrado—, debe ser una iglesia que
reunida en el Nombre de Cristo (Mat. 18:19-20).
Si no se ponen de acuerdo entre ellos, la promesa de atar
y desatar no les es dada; o si se ponen de acuerdo, pero
aprobando un error o algo escandaloso, entonces no se
ponen de acuerdo en el Nombre de Cristo; [p]orque reunirse
en el Nombre de Cristo implica que se reúnen no solo por Su
mandato y autoridad, sino también que proceden conforme a
Sus leyes y voluntad, y esto, para Su servicio y gloria[136]. Si
entonces la iglesia, o una parte considerable de esta, cae en
error por ignorancia o causa división por pleitos, no pueden
esperar que la presencia de Cristo, conforme a Su promesa,
esté con ellos para aprobar una sentencia vinculante[137].
Entonces, cuando cualquier otra iglesia hermana los halla
culpables y los amonesta, con amor fraternal, en virtud de la
comunión de las iglesias, sus errores y pleitos y cualquier
otro escándalo que la acompañan son justamente objeto de
la condena de un sínodo de iglesias.
2. Un segundo argumento para probar que un sínodo es
el primer sujeto receptor de poder para determinar y juzgar
los errores y pleitos en las iglesias locales se extrae del
modelo que se nos presenta en ese caso (Hch. 15:1-28).
[C]uando ciertos falsos maestros que habían enseñado en
la iglesia de Antioquía la necesidad de la circuncisión para la
salvación y conseguido que una facción se pusiera de su
parte (como parece haber sido el caso por la στάσις
{disensión} y la συζήτησις {resolución} de Pablo y Bernabé
contra ellos), la iglesia no determinó el caso por sí misma,
sino que refirió todo el asunto a los apóstoles y ancianos en
Jerusalén (Hch. 15:1-2). No solo a los apóstoles, sino a los
apóstoles y a los ancianos. Los apóstoles eran como los
ancianos y gobernantes de todas las iglesias; y los ancianos
no eran pocos, ya que los creyentes en Jerusalén eran
muchos miles. Tampoco los apóstoles determinaron el
asunto por revelación directa con {su} autoridad apostólica,
como se ha mencionado antes, sino que se reunieron con
los ancianos «para considerar este asunto» (v. 6), y con una
«multitud» de «hermanos» {que estaban} junto con ellos (vv.
12, 22-23); y después, al investigar la causa haciendo uso
de un medio ordinario como es el debate (v. 7), Pedro aclaró
el asunto con el testimonio del Espíritu sobre su ministerio
en Cornelio {y} su familia, Pablo y Bernabé hicieron lo
mismo con el testimonio del Espíritu sobre su ministerio
entre los gentiles, Santiago lo confirmó por el testimonio de
los profetas, con lo cual todo el sínodo quedó satisfecho, y
determinaron una sentencia judicial y la manera de
publicarla, por medio de una carta y mensajeros, en la cual
censuraron a los falsos maestros como personas que
inquietaban sus iglesias y perturbaban sus almas.
Rechazaron la imposición de la circuncisión como un yugo
que ni sus padres ni ellos habían podido llevar; no
impusieron a las iglesias más que algunas observaciones
necesarias, y esto, con la autoridad que el Señor les había
dado (v. 28). Este modelo nos muestra claramente a quién
se le confía la llave de la autoridad cuando se producen
transgresiones y diferencias en una iglesia. Véase que así
como el caso de la transgresión de un hermano fiel que
persiste en esta el asunto es finalmente juzgado y
determinado en una iglesia, que es una congregación de
fieles, también en el caso de la transgresión de la iglesia o
congregación, el asunto es finalmente juzgado en una
congregación de iglesias, una Iglesia de iglesias; porque,
¿qué es un sínodo sino una Iglesia de iglesias?
Ahora bien, puede ser fácil deducir ciertos corolarios de
todas estas proposiciones anteriores que se ocupan de
aclarar {quién es} el primer sujeto receptor del poder de las
llaves; corolarios que se ocupan de responder una pregunta
paralela a esta; a saber: ¿En qué sentido puede y debería
admitirse que una iglesia local es independiente en el uso
del poder de las llaves y en qué sentido no lo es? Porque
en el sentido en que una iglesia local es el primer sujeto
receptor del poder de las llaves, en ese mismo sentido es
independiente, y en ningún otro sentido. Hemos considerado
que el primer sujeto receptor y el sujeto independiente son
exactamente el mismo.
Corolario 1: La iglesia no es independiente de Cristo, sino
que depende de Él para todo poder eclesial. La razón es
clara: porque Él es el primer Sujeto receptor de todo poder
eclesial por eminencia soberana, como se ha dicho. Por lo
tanto, la iglesia y todos sus oficiales, incluso un sínodo de
iglesias, dependen de Él para todo poder eclesial ministerial.
El ministerio depende de la soberanía; incluso, cuanto más
dependan de Cristo en todo ejercicio de su poder eclesial,
más poderoso será todo su poder en todas sus
administraciones.
Corolario 2: El primer sujeto receptor del poder ministerial
de las llaves, aunque es independiente en lo que respecta a
la derivación de poder del poder de la espada para el
desempeño de cualquier administración espiritual, aun así,
está sujeto al poder de la espada en los asuntos que
conciernen a la paz civil.
Los asuntos que conciernen a la paz civil y a los que está
sujeta la iglesia principalmente pueden agruparse en 4
categorías:
1. La primera categoría son los asuntos civiles, τὰ
βιωτικά, los «asuntos de esta vida», como son: la
disposición de los bienes o tierras, vidas o libertades,
tributos, costumbres, honores terrenales y herencias de las
personas. En estos {asuntos}, la Iglesia se sujeta y se
remite al Estado civil. Cristo, como Ministro de la
circuncisión, se negó a asumir la división de las herencias
entre los hermanos por considerarla impertinente a Su
llamado (Luc. 12:13-14). Su Reino —reconoció— «no es de
este mundo» (Jua. 18:36). Él mismo pagó tributo a César
(Mat. 17:27) por Él y Sus discípulos.
2. La segunda categoría de asuntos que conciernen a la
paz civil es el establecimiento de la Religión pura en
doctrina, adoración y gobierno conforme a la Palabra de
Dios, así como la reforma de toda las corrupciones en
cualquiera de estas áreas {de la Religión}. Sobre esta base,
los reyes buenos de Judá ordenaron «a Judá que buscara al
S , Dios de sus padres», y lo adorara conforme a Sus
propios estatutos y mandamientos, eliminaron las
corrupciones contrarias de los dioses extraños, los lugares
altos, las imágenes talladas y las imágenes de Asera, y
fueron alabados por Dios y obedecidos por los sacerdotes y
el pueblo al hacerlo (2 Cró. 14:3-5; 15:8-16; 17:6-9; 19:3-4;
24:4-6, 8-10; 29:3-35; 30:1-12; 34:3-33).[138]
El establecimiento de una Religión pura y la reforma de
las corrupciones en la Religión conciernen mucho a la paz
civil. Si la Religión se corrompe, «la guerra [estará] en las
puertas» (Jue. 5:8) y «no [habrá] paz para el que [salga] ni
para el que [entre]» (2 Cró. 15:3, 5-6). Pero donde la
Religión se regocija, el Estado civil florece (Hag. 2:15-19).
Es cierto que el establecimiento de la Religión pura y la
reforma de las corrupciones son pertinentes también a las
iglesias y asambleas sinodales, pero lo hacen usando solo
armas espirituales: el ministerio de la Palabra y las
disciplinas eclesiales [139] sobre los que están bajo el poder
de la iglesia. Pero las autoridades civiles se ocupan de ello,
en parte, ordenando y estimulando a las iglesias y a sus
ministros para que lo hagan a su manera espiritual, y en
parte también, castigando civilmente a los opositores y
perturbadores que actúan con premeditación contra las
iglesias y sus ministros. Así como Josafat envió sacerdotes
y levitas (acompañados y apoyados por príncipes y nobles)
para que predicaran y enseñaran en las ciudades de Judá
(2 Cró. 17:7-9), también Josías dio muerte a los sacerdotes
idólatras de los lugares altos (2 Rey. 22:20). Esto tampoco
era un deber o privilegio peculiar de los reyes de Judá, sino
que también lo hacían los príncipes paganos, para evitar la
ira de Dios contra el reino del «rey y sus hijos» (Esd. 7:23).
Incluso de los tiempos del Nuevo Testamento se profetiza
que en algunos casos procederá un castigo capital contra
los falsos profetas que será ejecutado por sus parientes
más cercanos (Zac. 13:3). Y la ejecución de dicho castigo
se describe en Apocalipsis 16:4-7, donde «los ríos y las
fuentes de las aguas» (es decir, los sacerdotes y jesuitas
que difunden la religión del mar de Roma por todos los
países) «se [convierten] en sangre»; o sea, las autoridades
civiles les dan a beber sangre.
No obstante, aunque reconocemos de buena gana un
poder en las autoridades civiles para establecer y reformar
la Religión conforme a la Palabra de Dios, no queremos dar
a entender que pertenece al poder civil obligar a todos los
hombres a sentarse a la Mesa del Señor o entrar a la
comunión de la Iglesia antes de que estén preparados en
cierta medida por Dios para dicha comunión, pues esto no
sería una reforma sino una deformación de la Iglesia, y no
es conforme a la Palabra de Dios, sino que está en contra
de ella, como lo demostraremos (si Dios quiere) más
adelante cuando hablemos de la disposición o cualificación
de los miembros de la iglesia.
3. Hay una tercera categoría de asuntos que conciernen
a la paz civil en los que la Iglesia no debe negar su sujeción
a las autoridades civiles, {a saber,} en el ejercicio de
algunas administraciones espirituales públicas que pueden
promover y ayudar al bien público del Estado civil según
Dios. En tiempo de guerra, peste, o cualquier calamidad o
peligro público que afecte a la comunidad[140], las
autoridades civiles pueden proclamar legalmente un ayuno
como lo hizo Josafat (2 Cró. 20:3), y las iglesias no
deberían descuidar tal administración en una ocasión tan
justa. Tampoco se puede cuestionar el poder de la Iglesia
para convocar un ayuno cuando {los cristianos} mismos ven
que Dios los llama a la humillación pública; porque así como
Josafat convocó un ayuno, también el profeta Joel animó a
los sacerdotes a convocar un ayuno en un tiempo de
hambruna que amenazaba con interrumpir los sacrificios
sagrados (Joe. 1:13-14).
También puede acontecer que al emprender una guerra o
al hacer una alianza con un Estado foráneo surjan casos de
{problemas de} conciencia que requieran la consulta de un
sínodo. En este u otros casos similares, si las autoridades
civiles convocan un sínodo, las iglesias deben sujetarse a
estas en el Señor con ánimo pronto. Aunque Josafat estaba
fuera de su lugar cuando se encontraba en Samaria
visitando a un rey idólatra, no estaba fuera del camino
correcto cuando pidió consejo de la boca del Señor por
medio de un concilio o sínodo de sacerdotes y profetas en
caso de emprender la guerra contra Siria (1 Rey. 22:5-7).
4. Una cuarta categoría de asuntos en los que la Iglesia
no debe negarse a sujetarse a las autoridades civiles es en
el sufrimiento paciente de sus injustas persecuciones sin
resistencia hostil o rebelde. Porque aunque la persecución
de las iglesias y los siervos de Cristo no hace avanzar la
paz civil, sino que la derroca, aun así, que la iglesia tome la
espada en su propia defensa no es un medio lícito para
preservar la paz de la Iglesia, sino más bien una
perturbación de la misma. En este caso, cuando Pedro sacó
su espada en defensa de su Maestro (el Señor Jesús)
contra un ataque que le hicieron los oficiales de los sumos
sacerdotes y los ancianos del pueblo, nuestro Salvador le
ordenó que volviera a enfundar su espada porque —dijo Él
— «todos los que tomen la espada, a espada perecerán»
(Mat. 26:50-52)[141], donde habla de Pedro, ya sea como
discípulo individualmente o como oficial de la Iglesia, a quien,
aunque se le confió el poder de las llaves, no se le confió el
poder de la espada. Y que los tales tomen la espada, aunque
sea por la causa de Cristo, está prohibido por Cristo; y tal es
el caso de cualquier iglesia local o sínodo de iglesias. Así
como han recibido el poder de las llaves, no de la espada,
con el poder de las llaves pueden y deberían administrar, no
con el poder de la espada. No obstante, hablamos de
iglesias y sínodos como tales, es decir, como miembros de
iglesias o asambleas de iglesias que actúan de manera
eclesial, por el poder de las llaves recibido de Cristo. Pero si
algunas de las mismas personas también son encargadas
por el Estado civil de la preservación y protección de las
leyes y libertades, la paz y la seguridad del mismo Estado y
se reúnen en una asamblea civil pública (ya sea en el
concilio o en el campamento) pueden allí proveer por el
poder civil (conforme a las buenas leyes y libertades del
país) [n]e quid Ecclesia, ne quid Respublica detrimenti
capiat[142]. Si el rey Saúl jura dar muerte a Jonatán, los
líderes del pueblo pueden rescatarlo con manos fuertes de
la furia injusta e ilegal de su padre (1 Sam. 14:44-45). Pero
si Saúl persigue a David (aunque tan injustamente como a
Jonatán), aun si los príncipes y líderes del pueblo no lo
rescatan de la ira del rey, David (un hombre común) no
sacará su espada en su propia defensa, ni siquiera para
extender la mano contra «el ungido del S » (1 Sam.
24:4-7).
Para concluir este corolario tocante a la sujeción de las
iglesias al Estado civil, en los asuntos que conciernen a la
paz civil, no se puede omitir esto: que así como la Iglesia
está sujeta a la espada de las autoridades civiles en las
cosas que conciernen a la paz civil, también las autoridades
civiles (si son cristianas) están sujetas a las llaves de la
Iglesia en los asuntos que conciernen a la paz de su
conciencia y el Reino de los cielos. Por eso Isaías profetizó
que reyes y reinas, quienes son padres y madres
cuidadores para la Iglesia, «[c]on el rostro a tierra se
postrarán ante [la Iglesia]» (Isa. 49:23 {RVA2015}); es decir,
que caminarán en profesada sujeción a las ordenanzas de
Cristo en Su Iglesia. De ahí también que David profetice de
«una espada de dos filos» (es decir, la espada del Espíritu,
la Palabra de Cristo) puesta en manos de los santos (que
son, por su llamado, los miembros de la Iglesia) para
someter a las naciones por el ministerio de la Palabra a la
obediencia al evangelio (Sal. 149:6-7), «para aprisionar a
los reyes con grilletes y a sus nobles con cadenas de hierro,
para ejecutar en ellos la sentencia escrita [es decir, escrita
en la Palabra]…» (Sal. 149:8-9 {RVA2015}).
Corolario 3: Un tercer corolario tocante a la
independencia de las iglesias es este: Que como una iglesia
local, compuesta por ancianos y hermanos, y que camina en
la verdad y la paz del evangelio, es el primer sujeto receptor
de todo poder eclesial que debe ser ejercido dentro de sí
misma, {entonces} es independiente de cualquier otra
(iglesia o sínodo) para el ejercicio de dicho poder.
Que tal iglesia es el primer sujeto receptor de todo poder
eclesial ha sido aclarado anteriormente en la introducción de
la tercera proposición sobre el primer sujeto receptor del
poder de las llaves.
Y siendo tal iglesia el primer sujeto receptor del poder
eclesial, es inevitablemente independiente de cualquier otra
iglesia o cuerpo para el ejercicio del mismo, ya que, como se
ha dicho anteriormente, el primer sujeto receptor de
cualquier estado o añadidura es independiente de cualquier
otro, ya sea para su goce o empleo (el tener o el usar).
Corolario 4: Un cuarto corolario tocante a la
independencia de las iglesias es: Que una iglesia que ha
caído en alguna transgresión (ya sea toda la iglesia o un
grupo fuerte de esta) no es independiente en el ejercicio del
poder eclesial, sino que está sujeta tanto a la amonestación
de cualquier otra iglesia como a la determinación y
sentencia judicial de un sínodo para que la dirija hacia el
camino de la verdad y la paz.
Y esto también se desprende del discurso anterior; pues,
si clavis errans non ligat[143], & Ecclesia litigans non ligat[144];
es decir, si Cristo no ha dado a una iglesia en particular la
promesa de atar y desatar en los cielos lo que atan y
desatan en la tierra, a menos que se pongan de acuerdo
reunidos y se pongan de acuerdo en Su Nombre, entonces
tal iglesia no es independiente en sus procedimientos, ya
que fallan en cualquiera de estos. Porque toda la
independencia que se puede reclamar se basa en esa
promesa: «En verdad os digo: todo lo que atéis en la tierra,
será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra,
será desatado en el cielo» (Mat. 18:18). En esa promesa se
basa tanto la independencia como la seguridad y paridad de
todas las iglesias. Pero si se les quita esa promesa, son
como Sansón cuando le fue cortado su cabello, débiles y
sujetos a caer bajo otros hombres; aunque caen más suave
que Sansón, porque él cayó en manos de sus enemigos,
pero los de esta iglesia caen bajo la disciplina de sus
amigos. Ellos también pueden retractarse de su error como
hizo el falso profeta cuando reconoció el suyo: «…fui herido
en casa de mis amigos» (Zac. 13:6). En la casa de una o
dos iglesias vecinas fui herido amistosamente con una
amonestación fraternal, lo cual (como excelente bálsamo)
no me hirió la cabeza {Sal. 141:5 [RVR60]}; y en la casa de
un sínodo de iglesias fui amistosamente —incluso
fraternalmente— disciplinado y restaurado.
Corolario 5: Un quinto y último corolario que se
desprende del discurso anterior tocante a la independencia
de las iglesias puede ser el siguiente: Aunque una iglesia
local esté compuesta por ancianos y hermanos, camine
derecho en la verdad y la paz del evangelio, sea el primer
sujeto receptor de todo el poder eclesial que debe ser
ejercido dentro de sí misma, y por consiguiente sea
independiente de cualquier otra Iglesia o sínodo en el uso de
dicho poder, aun así, es una ordenanza segura, saludable y
santa de Cristo que tales iglesias locales se reúnan en
santo pacto o comunión y se consuelen entre sí para
administrar todos sus asuntos eclesiales (que sean de peso,
difíciles y de común preocupación), no sin la consulta y el
consentimiento mutuos de otras iglesias a su alrededor.
Ahora bien, consideramos que los asuntos eclesiales de
peso, difíciles y de interés común son la elección y
ordenación de ancianos, la excomunión de un anciano o
de cualquier persona pública y notoriamente conocida, el
traslado de un anciano de una iglesia a otra, o cosas
similares. En estos casos, consideramos que es seguro,
saludable y una ordenanza santa proceder con la consulta y
el consentimiento mutuos. Seguro, porque «en la multitud de
consejeros hay seguridad [como sucede en los asuntos
civiles, también sucede en los eclesiales]» (Pro. 11:14). Y
aunque esta o aquella iglesia sea de buena y fuerte
constitución y camine derecho en la verdad y la paz del
evangelio, aun así, no todas las iglesias están en una
condición tan atlética y serán reacias a pedir o buscar ayuda
tanto o más que otras, aunque tengan más necesidad que
otras. Incluso las mejores iglesias pueden degenerar pronto
y necesitar tanta ayuda como otras, y por falta de ayuda
pueden hundirse y caer en una profunda apostasía, que
otras iglesias podrían haber evitado, si lo hubieran
discernido desde el principio.
También es saludable, ya que tiende a mantener el amor
fraternal y la sanidad doctrinal en las iglesias y evita muchas
transgresiones que pueden crecer en esta o aquella iglesia
local cuando se tratan todos estos asuntos dentro de sí
misma sin consenso.
Es además una santa ordenanza de Cristo, pues tiene un
apoyo justificado en un precedente similar. La independencia
de los apóstoles entre sí y su mutua necesidad era similar a
la independencia que tienen las iglesias entre sí y su mutua
necesidad. Sin embargo, Pablo subió a Jerusalén a fin de
consultar con Pedro, Santiago y Juan para cerciorarse de
que «no corría ni había corrido en vano» en el transcurso de
su ministerio (Gál. 2:2). Y aunque en la conferencia los
principales apóstoles no enseñaron nada a Pablo (v. 6), «al
ver que [a Pablo y Bernabé se les] había encomendado el
evangelio a los de la incircuncisión, así como Pedro [,
Santiago y Juan] lo había sido a los de la circuncisión […],
nos dieron a mí y a Bernabé la diestra de compañerismo» (v.
9)[145].[146]
Ahora bien, por una proporcionalidad justificada se
deduce que si los apóstoles, quienes eran independientes
unos de otros, tuvieron necesidad de consultarse y
conferenciar juntos sobre la obra de su ministerio para
procurar una aprobación más amplia para su llamado y
doctrina, entonces ciertamente las iglesias y sus ancianos,
aunque {fueran} independientes unos de otros, tuvieron
necesidad de comunicar su transcurso y sus procedimientos
en tales casos los unos a los otros, para procurar una
aprobación más amplia de los mismos. Y si los apóstoles
fortalecían sus manos mutuamente en la obra del ministerio
dándose la diestra de compañerismo, entonces los ancianos
de las iglesias, dándose mutuamente la diestra de
compañerismo en su ordenación o en cualquier ocasión
apropiada, no pueden sino alentar y fortalecer los corazones
y las manos de los unos y los otros en la obra del Señor.
Podría añadirse algo más, si no para confirmar, al menos
para ilustrar este punto comparando las dimensiones de «la
nueva Jerusalén», que es un diseño perfecto[147] de una
Iglesia pura, tal como se constituirá en su estado de Iglesia
judía en la última conversión de los judíos. Según Iunius, las
dimensiones de esta Iglesia, como las describe Ezequiel
48:30, son de 12 estadios, lo cual, según la medida del
Santuario (que es el doble de la medida común), es de unos
4.8 km[148] de largo y otros tantos de ancho. Pero, en
Apocalipsis 21:16, se dice que las dimensiones de la misma
Iglesia de los judíos son de 12 000 estadios. Ahora bien,
¿cómo pueden coincidir estas dos dimensiones tan
diferentes de la misma Iglesia? Porque en 12 000 estadios
hay 1000 veces 12 estadios. La reconciliación más
adecuada y justa parece ser claramente esta: que Ezequiel
habla de las dimensiones de cualquier iglesia local judía
ordinaria; pero Juan habla de las dimensiones de muchas
iglesias locales judías que se combinan en algunos casos,
incluso hasta la comunión de 1000 iglesias. No es que la
Iglesia de los judíos se constituirá en un marco nacional y
diocesano con oficiales nacionales y obispos diocesanos o
similares, sino que a veces 1000 de ellas se reunirán en un
sínodo, y todas ellas tendrán tal cuidado mutuo, y se
prestarán tal ayuda y comunión mutuas y fraternales, como
si todas fueran un solo cuerpo.
Si alguien dice: Theologia symbolica o parabolica non
est argumentativa, que los argumentos de tales parábolas y
semejanzas místicas en la Escritura no son válidos, que
disfrute de su propia percepción y (si puede dar una mejor
interpretación del pasaje) que pase de largo estos
argumentos. No obstante, si las parábolas no tuvieran poder
argumentativo, ¿por qué el Señor Jesús se deleitó tanto en
ese tipo de enseñanza?, y ¿por qué Juan, Daniel y Ezequiel
escribieron gran parte de sus profecías en parábolas si
debemos interpretarlas como acertijos y no debemos
usarlas para documentar ni argumentar? Ciertamente, si no
sirven para argumentar, tampoco sirven para documentar.
Pero, además, en lo que respecta a esta gran obra de
comunión y asociación de iglesias, permítanos añadir esta
advertencia: Para que esta asociación de iglesias no se
pervierta, ya sea por la opresión o disminución de la justa
libertad y autoridad de cada iglesia local dentro de sí misma,
que estando bien provista de un presbiterio fiel y experto
propio, camine en integridad conforme a la verdad y la paz
del evangelio. Que los sínodos tengan su justa autoridad en
todas las iglesias, por muy puras que sean, para determinar
Διατάξεις {las ayudas} necesarias para la edificación de
todas las iglesias de Cristo según Dios. Pero en la elección
y ordenación de oficiales y la disciplina de los
transgresores, baste que las iglesias se asocien para
ayudarse mutuamente con su consejo y la diestra de
compañerismo cuando vean una iglesia local usando bien
su libertad y poder. Pero que no usen el poder de su
comunidad ni para quitarles de las manos tales actos
eclesiales ni para obstaculizarlos en su rumbo lícito, a
menos que los vean abusar de su libertad y autoridad en el
evangelio (por ignorancia o debilidad). Todas las libertades
de las iglesias fueron compradas para ellas por la preciosa
sangre del Señor Jesús; por lo tanto, ni las iglesias pueden
regalarlas ni muchas iglesias pueden quitárselas de las
manos a ninguna. Ciertamente pueden impedir el abuso de
sus libertades y dirigir su uso legítimo, pero no quitarlas,
aunque las iglesias mismas lo deseen. Habiendo dado el
Señor Jesús igual poder a todos los apóstoles, no era lícito
que 11 de ellos prohibieran al duodécimo hacer cualquier
acto {propio} de su oficio sin su intervención. Tampoco era
lícito que los 9 que tenían dones menores encomendaran la
dirección y el mando de todas sus administraciones
apostólicas a Pedro, Santiago y Juan, quienes parecían ser
pilares. Y esto, no solo porque todos ellos (tanto los unos
como los otros) fueran guiados directamente por el Espíritu
Santo, sino también porque todos eran iguales en oficio, y
cada uno debía dar cuenta de sí mismo a Dios.
Hasta cierto punto, es el mismo caso de las iglesias
locales; hay además un triple inconveniente incluso que —
nos parece— acompaña la traslación del poder de las
iglesias locales en estas administraciones ordinarias a las
manos de un sínodo {regional} de presbíteros, comúnmente
llamado classis:
1. La promesa de atar y desatar a modo de disciplina,
que Cristo dio a cada iglesia local (como se ha demostrado)
no es recibida, ni tenida, ni practicada por ellos mismos
directamente, sino por sus diputados o supervisores.
2. La misma promesa que no fue dada a los sínodos en
actos de esa naturaleza (como se ha demostrado en el
capítulo que trata de los sínodos) sino en actos de otro tipo,
es por la presente recibida, tenida y practicada por ellos, y
por ellos solamente, lo que no debería ser.
3. Y lo que es un tercer inconveniente, la práctica de este
poder de las llaves solo por un sínodo de presbíteros todavía
trata a la Iglesia como menores de edad, como si no
hubieran crecido hasta la plena fruición de la justa libertad de
sus años más maduros en los días del evangelio. El hecho
de que una madre lleve a su hija pequeña en brazos y no le
permita andar por su cuenta mientras está en la infancia, es
amable y atractivo; pero cuando la damisela ha crecido
hasta alcanzar la madurez, el hecho de que la madre siga
llevándola en brazos, por temor a que tropiece, sería una
carga innecesaria para la madre y una deshonra para la
virgen. Tal es el caso aquí. Según la frase hebrea, la
comunidad de iglesias es como la madre; cada iglesia local
es como la hija. En el Antiguo Testamento, mientras la
Iglesia estaba en su minoría de edad, no era inoportuno
dejar toda la guía y conducción de la misma en manos de
sus tutores y gobernadores (los sacerdotes y levitas), y en
la comunidad de tribunales nacionales. Pero ahora, en los
días del Nuevo Testamento, cuando las iglesias han crecido
(o al menos deberían haber crecido) hasta alcanzar una
mayor madurez, sería más conveniente dar a la Iglesia la
libertad de ponerse en pie sola y caminar con sus propias
piernas; aunque en cualquier parte de su camino que sea
más difícil de andar rectamente, como en sus elecciones,
ordenanzas y disciplinas de personas eminentes que estén
ejerciendo un oficio, es un oficio[149] seguro, santo y fiel la
vigilancia de la comunidad de iglesias, para estar presentes
con ellos, y serles útiles en el Señor. Y siempre que una
iglesia local se desvíe del camino, (ya sea del camino de la
verdad o de la paz) la comunidad de iglesias no puede ser
exonerada de {su responsabilidad} de reformarla y traerla de
vuelta a su camino correcto, conforme a la autoridad que el
Señor les ha dado para la edificación pública de cada una
de las iglesias en el marco de su propio pacto.
Soli Christo,
Autorizado y registrado conforme al orden. Τῷ Α, κάι Τῷ Ω.
[150]

FINIS
A

P
[151]

A l presentar al público una nueva edición de este


excelente tratado sobre el congregacionalismo,
parece necesario decir algo acerca de su erudito
autor, las circunstancias en las que apareció originalmente y
el motivo de su republicación.
Nuestros límites no nos permiten insertar una biografía
extensa, sino solo algunos de los acontecimientos
prominentes de su historia. Remitimos a nuestros lectores,
quienes desean un relato más completo del autor, a su
biografía por Norton y Mather.
John Cotton nació el 4 de diciembre de 1585 en Derby,
Inglaterra. A los 13 años de edad ingresó en el colegio de
Cambridge, donde su distinguida erudición le aseguró, poco
después de su graduación, el cargo de profesor en la
Universidad. Mientras ejercía este cargo, el Espíritu de Dios
sometió su orgullo y puso sus talentos y adquisiciones al
servicio de Cristo y de la Iglesia.
Se dice que su primer sermón, después de su conversión,
sobre el deber del arrepentimiento, fue una producción muy
poderosa, y fue honrado como el instrumento de salvación
para algunos de sus compañeros de estudios. A los 28 años
de edad fue puesto sobre la iglesia estatal[152] de Boston en
Lincolnshire, donde durante más de 20 años fue
eminentemente útil y popular, como predicador y también
como instructor de candidatos para el ministerio del
evangelio.
Al final, la intolerancia del sistema judicial y sus luchas de
conciencia para conformarse a sus injustos requisitos lo
hizo enfrentarse a la insolencia y la venganza; y por el
enorme delito de no arrodillarse ante el sacramento, fue
citado ante el Tribunal de la Alta Comisión, del que buscó
refugio huyendo. Llegó a este país en compañía de sus
amigos cercanos Thomas Hooker y Samuel Stone, en 1633,
y poco después de su llegada fue ordenado maestro de la
primera iglesia de Boston y colega del reverendo John
Wilson, quien había sido el pastor de la iglesia desde su
organización en 1630. Fue tal su influencia en el
establecimiento del orden de las iglesias, y tan amplia su
utilidad, que se lo ha llamado «el patriarca» de Nueva
Inglaterra.
Sus deseos de contener y corregir los desórdenes que su
feligresa Ann Hutchinson había introducido y otros herejes
habían perpetuado, extendido y multiplicado, y también de
sistematizar y defender el congregacionalismo, lo indujeron
a preparar el presente volumen. Se lo pasó al Sr. Thomas
Goodwin, su antiguo amigo y asociado en Cambridge, un
eminente erudito y teólogo, de quien se dice que fue in
scriptis in re theologica quamplurimis orbi notus [153], y era
por aquel entonces pastor de una iglesia en Londres.
Goodwin y el Sr. Philip Nye, de la Oxford University
anteriormente, pero en ese momento era ministro de
Kimbolton, en Huntingdonshire, ambos miembros de la
Asamblea de Westminster, disidentes y congregacionalistas,
prepararon la introducción de Las llaves del Reino de los
cielos para mostrar la armonía general de las opiniones
entre los congregacionalistas de esa época, tanto en
Inglaterra como en América del Norte...
E
BOSTON, 24 de mayo de 1843.
[1]
John Cotton, The Keyes Of the Kingdom of Heaven,
And Power thereof, according to the Word of God. By That
Learned and Judicious Divine, Mr. John Cotton, Teacher of
the Church at Boston in New England, Tending to reconcile
some present differences about Discipline, eds. Thomas
Goodwin y Philip Nye (Printed by M. Simmons for Henry
Overton, and are to be sold at his Shop entring into Popes
head Alley out of Lumbard Street, 1644). Para la traducción
del título original y este anuncio, véase la portada más
adelante.
[2]
John Cotton, The Keyes Of the Kingdom of Heaven,
And Power thereof, according to the Word of God. By That
Learned and Judicious Divine, Mr. John Cotton, Teacher of
the Church at Boston in New England, Tending to reconcile
some present differences about Discipline, eds. Thomas
Goodwin y Philip Nye (Boston, MA: S. K. Whipple & co.,
1852).
[3]
John Cotton, The Keys of the Kingdom of Heaven, And
Power thereof, According to the Word of God, ed. P. Joseph
(publicado independientemente, 2020).
[4]
A. W. McClure, John Cotton: Patriarch of New England
{trad. no oficial: John Cotton: Patriarca de Nueva
Inglaterra}, The American Puritans Series, Book 1 (H&E
Publishing, Kindle Edition), p. 9.
[5]
Cotton Mather, COTTON MATHER: Magnalia Christi
Americana (1702), Volumen 1 (de 2) (p. 175). Kindle Edition.
[6]
McClure, John Cotton: Patriarch of New England, p.
14.
[7]
Mather, COTTON MATHER: Magnalia Christi
Americana, p. 179.
[8]
McClure, John Cotton: Patriarch of New England, p.
54.
[9]
Mather, COTTON MATHER: Magnalia Christi
Americana, p. 174.
[10]
Everett H. Emerson, John Cotton, 2.ª ed. (Nueva York,
NY: Twayne Publishers, 1990), p. 57.
[11]
Larzer Ziff, The Career of John Cotton: Puritanism
and the American Experience {trad. no oficial: La carrera de
John Cotton: El puritanismo y la experiencia en América
del Norte} (Princeton, NJ: Princeton University Press,
1962), pp. 211-212.
[12]
John Owen, The Works of John Owen {trad. no oficial:
Las obras de John Owen}, editado {en inglés} por William H.
Gould, vol. 13 (Edinburgh: T&T Clark, s. f.), p. 223.
[13]
Francis J. Bremer, «The Puritan experiment in New
England, 1630-1660» {trad. no oficial: «El experimento
puritano en Nueva Inglaterra (1630-1660)»}, en Coffey,
John; Lim, Paul C. H. (eds.), Cambridge Companion to
Puritanism {trad. no oficial: Guía de Cambridge sobre el
puritanismo} (Cambridge: Cambridge University Press,
2008), p. 139.
[14]
Savoy —Comúnmente traducido al español como
Saboya.
[15]
James M. Renihan, Confesando la Fe en 1644 y 1689
(Santo Domingo, Ecuador: Legado Bautista Confesional,
2020), p. 18.
[16]
Mather, COTTON MATHER: Magnalia Christi
Americana, p. 191.
[17]
Para encontrar una investigación detallada acerca del
gobierno de la iglesia entre los bautistas particulares, véase
«Capítulo 3: “A CADA UNA DE ESTAS IGLESIAS [...] ÉL HA
DADO [...] PODER Y AUTORIDAD”: EL GOBIERNO DE LA
IGLESIA» en James M. Renihan, Edificación y Belleza: La
eclesiología práctica de los bautistas particulares ingleses,
1675-1705 (Santo Domingo, Ecuador: Legado Bautista
Confesional, 2020), pp. 113-151.
[18]
Lat., «Por la gracia de Dios tenemos un legado».
[19]
Nota de los traductores: En el original, la letra de todo
el prefacio aparece en cursiva, y las palabras resaltadas, en
redonda; para que se note mejor el contraste hemos escrito
las palabras resaltadas en negrita.
[20]
Nota de los traductores: el tema de la guerra Lit., el
lugar de la guerra.
[21]
Nota de los traductores: el pueblo —Es decir, el resto
de la congregación, los que no son oficiales en la Iglesia
cristiana.
[22]
Nota de los traductores: fe implícita —«A veces
llamada fe ciega. Es una fe que consiste en un mero
asentimiento sin conocimiento seguro, por ejemplo: la fe que
acepta como verdadero «lo que la iglesia cree» sin conocer
el contenido objetivo de la fe. Los reformadores y los
escolásticos protestantes niegan uniformemente la fe
implícita; como hay ausencia de conocimiento, no hay fe
alguna (Richard A. Muller, Dictionary of Latin and Greek
Theological Terms {trad. no oficial: Diccionario de términos
teológicos latinos y griegos}, p. 117)»; tomado de Samuel E.
Waldron, El principio regulador de la adoración (Santo
Domingo, Ecuador: Editorial Legado Bautista Confesional y
Pensacola, Florida: Chapel Library, 2021), p. 14, nota al pie
28. Véase también el término «fe implícita» en La Segunda
Confesión Bautista de Fe de Londres de 1689 (21.2).
[23]
Nota de los traductores: después de mucha
supresión de dicho poder y conocimiento —Lit., después
de mucha supresión de ello.
[24]
Nota de los traductores: Los textos y/o caracteres
{entre llaves} son traducciones o aclaraciones para
preservar la fidelidad al significado del texto original. Cuando
tales aclaraciones aparecen en las portadas, se colocaron
[entre corchetes] para preservar la estética.
[25]
Nota de los traductores: disciplinas —Es decir,
acciones disciplinarias eclesiásticas.
[26]
Nota de los traductores: el objetivo Lit., el escopo.
[27]
Nota de los traductores: los particulares Es decir,
cada uno de los sujetos receptores de poder eclesial.
[28]
Nota de los traductores: directamente Lit.,
inmediatamente; es decir, sin mediación, lo reciben de
Cristo directamente.
[29]
Nota de los traductores: ley escrita —Lit., ley
estatutaria; es decir, estipulada en los estatutos. El original
dice: «Statute-Law».
[30]
Nota de los traductores: el objetivo Lit., el escopo.
[31]
Nota de los traductores: se dignó conceder de buena
gana el enorme privilegio de «Toda esta frase traduce un
solo término en el original (“vouchſafed” [vouchsafed])». Es
el mismo verbo que aparece en La Segunda Confesión de
Fe de Londres (cap. 12), véase La fe y la vida para los
bautistas: Los documentos de las Asambleas Generales
bautistas particulares en Londres (1689-1694) (Santo
Domingo, Ecuador: Editorial Legado Bautista Confesional,
2022), editado por James M. Renihan, cap. 8, p. 343, nota al
pie 670.
[32]
Nota de los traductores: entre ambos —Es decir,
entre los ancianos y los hermanos.
[33]
Nota de los traductores: concejales —O regidores.
[34]
Nota de los traductores: con ellos Es decir, con los
ancianos.
[35]
Nota de los traductores: congregaciones locales
Lit., congregaciones particulares.
[36]
Nota de los traductores: Aquí hay un punto seguido en
el original, pero dividimos el párrafo para facilitar su lectura y
comprensión.
[37]
Nota de los traductores: la sujeción —Lit., la
reducción.
[38]
Nota de los traductores: Aquí hay un punto seguido en
el original, pero dividimos el párrafo para facilitar su lectura y
comprensión.
[39]
Nota de los traductores: esencia Lit., sustancia.
[40]
Nota de los traductores: brownismo El puritanismo
fue un «[m]ovimiento evangélico de los siglos XVI y XVII.
Surgió como un intento por “purificar” la Iglesia de Inglaterra
de prácticas de origen católico (romano) o mundano».
Dentro del puritanismo surge el brownismo o separatismo.
«Se trata de los partidarios del puritanismo que decidieron
irse separando de la Iglesia de Inglaterra. (...) [S]e le dio el
nombre de “brownismo” por las ideas del teólogo Robert
Browne» (Véanse las entradas correspondientes a
«puritanismo» y «separatismo» en Marcos Antonio Ramos,
Nuevo diccionario de religiones, denominaciones y sectas
[Nashville, Tennessee: Editorial Caribe, 1998], edición
electrónica).
[41]
Nota de los traductores: esencia —Lit., sustancia.
[42]
Nota de los traductores: provengan —Este es el verbo
principal; es decir: «...protestar, además, que no es nuevo
ahora para nuestros pensamientos que {1} y {2} provengan
directamente de Cristo a todos estos {sujetos
receptores}...».
[43]
Nota de los traductores: tendencia [...] al
congregacionalismo Lit., tendencia [...] al camino
congregacionalista.
[44]
Nota de los traductores: ancianos docentes —O
ancianos que enseñan. El original dice «Teaching Elders».
[45]
Nota de los traductores: fungieron —Lit., actuaron.
[46]
Nota de los traductores: hubieran fungido —Lit.,
hubieran actuado.
[47]
Nota de los traductores: tergiversadores —O
contradictores.
[48]
Nota de los traductores: membresía —Lit., el pueblo.
[49]
Nota de los traductores: Aquí hay un punto seguido en
el original, pero hemos insertado un punto final para dividir el
párrafo, respetando su flujo de pensamiento, a fin de hacer
más comprensible su lectura.
[50]
Nota de los traductores: concejales O regidores.
[51]
Nota de los traductores: con el suyo —Es decir, con el
de los ancianos.
[52]
Nota de los traductores: Los autores de la epístola
quieren decir que esto es solo una ilustración; la relación
entre un padre y su hija no es exactamente igual a la
relación entre los ancianos y el resto de la membresía en las
iglesias locales.
[53]
Nota de los traductores: la aprobación formal —Lit., la
sanción formal.
[54]
Nota de los traductores: Lit., que deben ser el
contenido de las iglesias bajo el N. Testamento.
[55]
Nota de los traductores: debido y dorado —Lit.,
debido y de oro.
[56]
Nota de los traductores: facultades —Lit.,
capacidades.
[57]
Nota original al margen: Proverbios 15:1.
[58]
Nota de los traductores: las acciones —Lit., los actos.
[59] Nota de los editores: Insertamos estos subtítulos para
facilitar la lectura y comprensión.
[60]
Nota de los traductores: Aquí la palabra es la misma
(opening) utilizada para hablar de la «exposición» de la
Palabra; sin embargo, la forma en la que está siendo usada
en referencia a las ordenanzas pareciera entenderse mejor
con la palabra explicación.
[61]
Nota de traductores: En el original hay un error en el
nombre que se cita, dice Hilkiah (Hilcías), pero en realidad
el texto bíblico declara que quien recibió las llaves de la casa
de David fue Eliaquim, su hijo.
[62]
Nota de los traductores: Hay un error de referencia en
el original; dice «Mat. 16.9», pero en realidad se está
refiriendo a Mateo 16:19.
[63]
Nota de los traductores: Hay un error de referencia en
el original; dice «Jua. 20.21», pero en realidad se está
refiriendo a Juan 20:23.
[64]
Nota de los traductores: Al parecer este es un error
del autor en el texto original al contrastar la palabra
«desatar» con «perdonar», que es lo mismo que hizo con la
frase anterior. En el original aparece dos veces la palabra
«desatar», creemos que la segunda vez debió haber sido
«perdonar», que es la palabra que se usa en Juan 20:23.
[65]
Nota de los traductores: in foro interiori —Es decir, en
el ámbito interior.
[66]
Nota de los traductores: in foro exteriori —Es decir, en
el ámbito exterior.
[67]
Nota de los traductores: cum amplitudine, et
plenitudine potestatis —Es decir, con amplitud y plenitud de
poder.
[68]
Nota de los traductores: Aquí hay un punto seguido en
el original, pero hemos insertado un punto final para dividir el
párrafo, respetando su flujo de pensamiento, a fin de hacer
más comprensible su lectura.
[69] Nota de los traductores: En este contexto, el autor no

hace referencia a la distribución en el sentido de


repartición, sino a la organización interna de las llaves. Es el
mismo sentido que cuando hablamos de la distribución de
una casa.
[70]
Nota de los traductores: el ministerio —O la
administración.
[71]
Nota de los traductores: Hay un orden tanto de los que
se sujetan, como de los que gobiernan.
[72]
Nota de los traductores: θεραπαίνης τάξιν ἐπιλάβουσα
significa: recibió el oficio de sierva. Aquí se está haciendo
referencia al autor griego Ateneo para ilustrar el uso de la
palabra τάξιν (orden), mostrando que la sierva y su señora
tienen un orden diferente.
[73]
Nota de los traductores: La palabra original es
aequipollent, que significa iguales en fuerza o poder.
[74]
Nota de los traductores: Énfasis en el original.
[75]
Nota de los traductores: las bonos mores —Es decir,
las buenas costumbres o hábitos.
[76]
Nota de los traductores: las almas que creen y se
arrepienten —Lit., las almas que están creyendo y están
arrepintiéndose.
[77]
Nota de los traductores: El autor está haciendo un
juego de palabras con la frase latina antiquos terminos
agrorum que significa «los antiguos términos de campos»
que refiere al establecimiento tradicional de límites de
propiedad y la defensa de estos por parte de aquellos que
se encontraban entre la aristocracia. Cotton cambia la frase
por antiquos terminos verborum que significa «los antiguos
términos de palabras» para hablar de la actitud de cómo
algunos se aferran a las formulaciones tradicionales de
terminología teológica.
[78]
Nota de los traductores: nación —Lit.,
mancomunidad.
[79]
Nota de los traductores: El poder está en las manos
de toda la iglesia; la autoridad del ministerio está en las
manos de los presbíteros y obispos.
[80]
Nota de los traductores: El pueblo {lit. plebe} cristiano
es quien tiene el máximo poder, ya sea para elegir a los
sacerdotes dignos o para rechazar a los indignos.
[81]
Nota de los traductores: manifiestos —Lit., notorios.
[82]
Nota de los traductores: regla —O gobierno.
[83]
Nota de los traductores: Énfasis en el original.
[84]
Nota de los traductores: Este vocablo griego se utiliza
en Hechos 15:2 y significa «condición de estar en una
determinada posición o estado de cosas», así como: «falta
de acuerdo con respecto a una cosa». Véase William Arndt
y otros, A Greek-English Lexicon of the New Testament and
Other Early Christian Literature {trad. no oficial: Diccionario
griego-inglés del Nuevo Testamento y otra literatura
cristiana posapostólica} (Chicago: University of Chicago
Press, 2000), p. 940.
[85]
Nota de los traductores: sin sus oficiales —O fuera de
sus oficiales.
[86]
Nota de los traductores: apartarse de ellos —Es decir,
apartarse del anciano o los ancianos que conforman el
presbiterio de esa iglesia local.
[87]
Nota de los traductores: Énfasis añadido.
[88]
Nota de los traductores: Es decir, una sola iglesia
desde donde desciende toda la autoridad y está sobre todas
las demás.
[89]
Nota de los traductores: Énfasis añadido.
[90]
Nota de los editores: Hemos añadido énfasis a cada
encabezado, y en el caso de los puntos 4, 5, 6 y 7, donde el
autor no incluyó el encabezado provisto en su bosquejo, los
añadimos con el propósito de facilitar la visualización del
desarrollo de cada uno de los puntos.
[91]
Nota de los traductores: los servían —Lit., les
ministraban.
[92]
Nota de los traductores: Hay un error de referencia en
el original; dice «Pſal. 8. 20» (Sal. 8:20), pero en realidad se
está refiriendo a Isaías 8:20.
[93]
Nota de los traductores: jus dicere —Es decir,
administrar justicia.
[94]
Nota de los traductores: sententiam ferre —Es decir,
dictar sentencia.
[95]
Nota de los traductores: La palabra original es
«charge», que no solo tiene la connotación de acusar, sino
también de presentar —o más literalmente, poner sobre la
persona— los cargos que hay en su contra por alguna
transgresión cometida.
[96]
Nota de los traductores: Énfasis añadido. Aunque en el
original dedica un párrafo a cada uno de estos tres puntos
(a excepción del primer punto que está unido al párrafo que
le precede), hemos añadido énfasis al encabezado de cada
punto para facilitar la lectura.
[97]
Nota de los traductores: restaurada —Lit., sanada.
[98]
Nota de los traductores: restaurar —Lit., sanar.
[99]
Nota de los traductores: restaurarla —Lit., sanarla.
[100]
Nota de los traductores: restauración —Lit.,
sanación.
[101]
Nota de los traductores: cosas […] indiferentes —Es
decir, cosas que no son pecaminosas en sí mismas.
[102] Nota de los traductores: Subtítulos añadidos
siguiendo las preguntas propuestas por el autor.
[103]
Nota de los traductores: En el original dice «Aƈt.
15.27» (Hch. 15:27), pero el autor está haciendo referencia
al versículo 28.
[104]
Nota de los traductores: restaurar —Lit., sanar.
[105]
Nota de los traductores: los acuerdos que el Señor
no ha aprobado —Lit., las sanciones que el Señor no ha
sancionado.
[106]
Nota de los traductores: pasaje —Lit., lugar.
[107]
Nota de los traductores: poder —O autoridad.
[108]
Nota de los traductores: En el original dice
«subverters» (citando una versión inglesa antigua,
probablemente la King James Version), palabra que puede
ser traducida literalmente como subversores, del verbo
subvertir, que significa «trastornar o alterar algo,
especialmente el orden establecido» (Diccionario de la
lengua española, 23.ª ed., [Madrid, España: Real Academia
Española, 2014 ).
[109]
Nota de los traductores: Aquí hay un punto seguido en
el original, pero hemos insertado un punto final para dividir el
párrafo, respetando su flujo de pensamiento, a fin de hacer
más comprensible su lectura.
[110]
Nota de los traductores: Aquí hay un punto seguido en
el original, pero hemos insertado un punto final para dividir el
párrafo, respetando su flujo de pensamiento, a fin de hacer
más comprensible su lectura.
[111]
Nota de los traductores: Hay un error de referencia en
el original; dice «Sal. 19:9», pero en realidad se está
refiriendo a Salmos 19:7.
[112]
Nota de los traductores: Hay un error de referencia
en el original; dice «1 Cor. 14.28», pero en realidad se está
refiriendo a 1 Corintios 12:28.
[113]
Nota de los traductores: El autor se está refiriendo a
la traducción inglesa que estaba citando, probablemente la
KJV.
[114]
Nota de los traductores: Traducción fiel a la letra de la
versión inglesa como la cita el autor: «God hath set some in
his church» (Dios ha puesto a algunos en su iglesia).
[115]
Nota de los traductores: En la publicación original se
cita correctamente Deuteronomio 17:8-11, donde se dice
que los casos difíciles deben ser traídos a los jueces que
Dios había establecido sobre ellos. Por alguna razón, en
algunas de las ediciones posteriores de esta obra (1843,
1852, etc.), la cita fue cambiada por Deuteronomio 16:8-11,
que es incorrecta.
[116]
Nota de los traductores: O como el primer objeto del
que se ocupan.
[117]
Nota de los traductores: las ofrendas —Lit., las
oblaciones.
[118]
Nota de los traductores: presbiterio —Aquí se refiere
al grupo de pastores de la iglesia local.
[119]
Nota de los traductores: el ámbito —Lit., la
circunferencia.
[120]
Nota de los traductores: ramificaciones —O
derivaciones.
[121] Nota de los traductores: Los subtítulos dentro de esta
tercera proposición no están en el original, sin embargo, los
hemos añadido siguiendo el bosquejo ofrecido por el autor
en el párrafo anterior para hacer más evidente el flujo del
argumento que está siendo presentado.
[122]
Nota de los traductores: toda capacidad —Lit., todo
poder.
[123]
Nota de los traductores: primo —O primariamente.
[124]
Nota de los traductores: per se —O de por sí.
[125]
Nota de los traductores: es propiamente vinculante
—Es decir, tiene la capacidad de atar, propiamente dicho.
[126]
Nota de los traductores: maestros —Lit., rabíes.
[127]
Nota de los traductores: una asamblea […] regional
—Lit., una asamblea […] del «classis».
[128]
Nota de los traductores: Aquí hay un punto seguido en
el original, pero dividimos el párrafo para facilitar su lectura y
comprensión.
[129]
Nota de los traductores: Ahora «tiene el mismo poder
para atar y desatar, para cerrar y abrir».
[130]
Nota de los traductores: concordaron —O
concurrieron.
[131]
Nota de los traductores: incrédulos —Lit., infieles.
[132]
Nota de los traductores: Énfasis añadido.
[133]
Nota de los traductores: sentencia vinculante —O
sentencia que ate.
[134]
Nota de los traductores: Clavis errans non ligat —O
Una llave fallada no ata.
[135]
Nota de los traductores: Ecclesia litigans non ligat —
O Una iglesia atada no ata.
[136]
Nota de los traductores: para Su servicio y gloria —O
para servirlo y darle la gloria.
[137]
Nota de los traductores: sentencia vinculante —Lit.,
sentencia que ate.
[138]
Nota de los traductores: Aquí hay un punto seguido en
el original, pero dividimos el párrafo para facilitar su lectura y
comprensión.
[139]
Nota de los traductores: disciplinas eclesiales —lit.,
censuras eclesiales.
[140]
Nota de los traductores: la comunidad —Lit., la
Mancomunidad.
[141]
Nota de los traductores: Hay un error de referencia
en el original (que tampoco fue corregido en la edición de
1843); dice «Mat.27.50,51,52», pero en realidad se está
refiriendo a Mateo 26:50-52.
[142]
Nota de los traductores: «que ni la Iglesia ni la
República sufran pérdida alguna».
[143]
Nota de los traductores: Clavis errans non ligat —O
Una llave fallada no ata.
[144]
Nota de los traductores: Ecclesia litigans non ligat —
O Una iglesia atada no ata.
[145]
Nota de los traductores: El autor comienza a citar
desde el versículo 7, pero solo incluye en la referencia el
versículo 9, quizá hacer énfasis en ese versículo.
[146]
Nota de los traductores: Aquí hay un punto seguido en
el original, pero dividimos el párrafo para facilitar su lectura y
comprensión.
[147]
Nota de los traductores: un diseño perfecto —Lit.,
una plataforma perfecta.
[148]
Nota de los traductores: unos 4.8 km —Lit., unas 3
millas.
[149]
Nota de los traductores: Valga la repetición.
[150]
Nota de los traductores: «Al Alfa y al Omega».
[151] Nota de los traductores: Este prefacio fue escrito en

1843 y aparce en algunas de las ediciones que se


imprimieron en los Estados Unidos de Norteamérica. Del
texto original de este prefacio, solo omitimos el último
párrafo donde se anuncia la disposición de la editorial
estadounidense a continuar reproduciendo obras similares,
y que reproducía Las llaves del Reino de los cielos dejando
intactos incluso los errores tipográficos u ortográficos, algo
que no es necesario hacer en nuestra traducción al español.
[152]
Nota de los traductores: iglesia estatal—Lit., iglesia
establecida.
[153]
Nota de los traductores: Lat.: conocido en muchas
partes del mundo por sus escritos teológicos.

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