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Breve análisis del cuento “Doce cartas y un amorcito” de Juan Aburto

Juan Aburto nació el 9 de mayo de 1918 en la ciudad de Managua. Fue un narrador nicaragüense
considerado por su obra, como uno de los principales precursores del cuento moderno en Nicaragua
por incorporar en su cuentística el espacio urbano de una Managua con indicios de ruralidad y
proyectar en sus creaciones, la brevedad y el singularismo del espacio onírico entre retazos de
realidad caótica y memorística presididos por el tiempo entre el dialogo, monologo e incluso el
soliloquio donde mas que la presencia o la construcción psicológica de los personajes, se centra en
la expresividad de los espacios donde se desarrolla la historia. El silencio y la rectitud de los
protagonistas permiten que el lector disfrute de un ambiente intimista, un tanto poético y que pueda
comprender la visión del autor. Sumado a ello, el vocabulario pícaro del nicaragüense y sus
costumbres, sin igualar el carácter folclórico y cómico de Fernando Silva, brindan mayor facilidad y
gusto al momento de leer sus cuentos.

Si bien, incursionó en el género de la narrativa en la década de los sesenta con su narrativa


experimental Narraciones (1969), su gusto por la lectura y su autodidactismo hicieron que asumiera
la formación estética de varias generaciones literarias que se gestaron después del movimiento de
vanguardia como: el Taller San Lucas, Ventana y la Generación Traicionada, permitiendo
desplegar sus habilidades narrativas y proyectar la madurez y precisión de su visión creativa. Entre
sus obras destacan: Narraciones (1969), El convivio (1972), Se alquilan cuartos (1973) y Los
desaparecidos y otros cuentos (1981). En ellos se refleja la versatilidad de Aburto al tratar temas
diversos como la nostalgia y el recuerdo de la vieja capital que subyace en la memoria de un saludo,
de un nombre fugaz como la transición abrupta de los cambios y la modernización; el paso del
tiempo y la muerte, la brevedad hilvanada en cuentos en prosa que delatan una comunión intima y
vivencial que pasa de lo cotidiano a lo ficticio; la materialización y el desencanto de cuerpos yertos
y arrogantes que polutan en la agreste alcurnia o en el miserable y mercantil mundo de la venta del
amor; y por último el silencio impávido o lúdico que trasmite una gama de palabras y sentimientos
enfatizados mayormente por un narrador en primera persona.

Uno de los casos donde se puede admirar esta técnica es el cuento “Doce Cartas y un amorcito”.
La historia revela un narrador en primera persona que por medio del recuerdo va explicando
fragmentos de su relación con una mujer. Sin embargo, lo presenta como un vaivén de
descripciones que ahondan entre la remembranza, los sentimientos y el deseo, reforzando la idea del
silencio y por ende, imprimiendo el carácter de un soliloquio, puesto que no radica en una narración
lineal, son pensamientos y recuerdos desordenados que se van conectando a través de ese aire
cinestésico que brinda la poesía.

Ella no me dijo su nombre o lo he olvidado. Creo que tampoco le di el mío. Debía llamarse Adelina o
Virginia, pues su persona y su cuerpo me parece, requería una especial nominación. También su perfume, el
de su piel como de florecitas nuevas de monte, me antojó esos nombres. Es que he descubierto que ciertas
mujeres no debieran llamarse María del Carmen o Emelina; otras están bien como Socorros o Chabelas.
Conozco una Rosita que fuera mejor Catalina, y qué bien estaría que aparecieran, cuando uno quisiera,
mujeres Totopoxtes, mujeres Xilinjoches . . . En fin, tal vez estas ideas no sean muy importantes.

Poco a poco sale a relucir la historia sobre como conoció a la mujer. Un paseo efímero interrumpido
por la lluvia, una invitación sopesada en el interés del contenido de doce cartas que devela parte de
la intimidad de la mujer: su matrimonio con un sujeto oriundo de la ciudad de Bluefields que se ha
visto envuelto en conflicto y finalmente en una separación impuesta por ella. A medida que el joven
lee las cartas surge un juego de acercamiento entre el y la muchacha, como si la distancia relatada
enérgicamente en la epístola fijara una atracción en ella, que el protagonista no descubre hasta
quedar cohibido por la astucia que lo envuelve en el discreto, pero aventado baile seductor de la
mujer. Finalmente, la historia puede revelarse en medio de ese sincretismo rodeado por el silencio
hilvanado de ella que ha preparado todo con discreción y el recuerdo las cartas que conducen los
acontecimientos en su mejor clímax. Respecto a las técnicas narrativas que utiliza Aburto en este
cuento, se puede mencionar la de narración inclaustrada que permite desarrollar dos historias
diferentes en un mismo marco narrativo, pero dependen una de otra. La lectura de las cartas permite
el desarrollo de la primera historia y también otorga información relevante para comprender un
poco el comportamiento de la muchacha.

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