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Las sociedades americanas adquirieron gradualmente identidad, desarrollando más fuentes de riqueza, reinvirtiendo en
la producción, mejorando su economía de subsistencia de alimentos, vinos, textiles y otros artículos de consumo.
Cuando la injusticia, las escaseces y los elevados precios del sistema del monopolio español se hicieron más evidentes,
las colonias ampliaron las relaciones económicas entre sí, y el comercio intercolonial se desarrolló vigorosamente,
independientemente de la red transatlántica. El crecimiento económico fue acompañado de cambio social, formándose
una élite criolla de terratenientes y otros, cuyos intereses no siempre coincidían con los de la metrópoli (…) Estos
también revelaban (…) la existencia de lealtades divididas, porque sin negar la soberanía de la corona, o incluso los
vínculos con España, los americanos empezaban a poner en duda las bases de la fidelidad.
Al igual que los Borbones fortalecieron la administración, debilitaron a la Iglesia. En 1767 fueron expulsados los jesuitas
(…) muchos de los cuales eran criollos y quedaban así sin patria y sin misiones. No se dio
ninguna razón de la expulsión, pero fue esencialmente un ataque a la semiindependencia de los
jesuitas (…) que disfrutaban de un poder económico independiente gracias a sus haciendas y
otras formas de propiedad y a sus prósperas actividades en las misiones (…)
España no tuvo nunca ni el dinero ni los hombres para mantener grandes guarniciones de
tropas regulares en América, y tuvo que depender principalmente de las milicias coloniales, las
cuales a mediados del siglo XVIII fueron ampliadas y reorganizadas. En México se creó un
ejército colonial, formado principalmente por criollos y mestizos (…) algunos (…) fueron
autorizados a recibir educación, casarse con blancos y tener cargos públicos (…) los criollos no
sólo adquirieron un nuevo derecho, sino también un sentido de la identidad militar y confianza,
nacidos del conocimiento de que la defensa del reino estaba en sus manos. (…) Por otro lado, el
segundo imperio introdujo un elemento de movilidad social, al menos en la política de la
metrópoli (…)
La independencia, aunque precipitada por un choque externo, fue la culminación de un largo proceso de perturbación
en el cual Hispanoamérica se dio cuenta de su propia identidad, tomó conciencia de su cultura, se hizo celosa de sus
recursos.
Extraído de: Lynch, John: Las Revoluciones Hispanoamericanas. 1808-1826 (Modificado).