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Ética y derechos humanos.

Un ensayo de
fundamentación. Nino. RESUMEN
INTRODUCCIÓN.
Nino (1989) considera que resulta indudable el hecho que los Derechos Humanos son uno de los inventos
más grandes de nuestra civilización. Así, considera que, primeramente, el reconocimiento efectivo de los
derechos humanos podría paragonarse al desarrollo de los modernos recursos tecnológicos aplicados, en
cuanto al profundo impacto que produce en el curso de la vida en una sociedad. En segundo lugar, tales
derechos son, en cierto sentido, artificiales, puesto que son producto del ingenio humano, por más que ellos
dependan de ciertos hechos naturales. Por último, al contrario de lo generalmente se piensa, la circunstancia
de que los derechos humanos consistan en instrumentos creados por el hombre no es incompatible con su
trascendencia para la vida social.
Nino (1989) menciona que dicha importancia de los Derechos Humanos se debe a que constituyen una
herramienta imprescindible para evitar un tipo de catástrofe que, frecuentemente, amenaza a la vida humana.
Ello se encuentra dado, además de por la fragilidad de nuestra constitución biológica y por la inestabilidad
de nuestro entorno ecológico, por obra de nosotros mismos. Dichas colisiones se producen no sólo por la
escasez de recursos externos para satisfacer intereses, sino también por la práctica de muchos de utilizar a
sus congéneres como otro tipo de recursos, sea para asegurar su propio bienestar, o para materializar alguna
visión peculiar del bien absoluto.
Nino (1989) menciona que esta práctica de usar a los hombres como instrumentos es mucho más desastrosa
cuando es llevada a cabo por los poderosos, por quienes tienen acceso a las armas o a otros medios para
someter a sus semejantes en gran escala. Ante ello, los hombres han inventado la idea de los Derechos
Humanos. Así, es con la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano de 1789 que se hace
completamente explícito que la mera voluntad de los fuertes no es una justificación última de acciones que
comprometen intereses vitales de los individuos, y que la sola cualidad de ser un hombre constituye un título
suficiente para gozar de ciertos bienes que son indispensables para que cada uno elija su propio destino con
independencia del arbitrio de otros. A partir del mismo, el reconocimiento de los derechos humanos se fue
expandiendo a través de las constituciones de prácticamente todos los Estados nacionales y de normas
internacionales como La Declaración Universal de Derechos Humanos, sancionada por las Naciones Unidas
en 1948, y los pactos subsiguientes, propiciados por el mismo organismo, sobre derechos civiles y políticos
y sobre derechos económicos, sociales y culturales. Sin embargo, esta expansión del reconocimiento jurídico
de los derechos humanos no ha impedido, que este siglo presenciara genocidios sin precedentes y otros tipos
de catástrofes, los cuales no deben oscurecer los lentos e inseguros avances que se han hecho en esta
materia, principalmente luego de la Segunda Guerra Mundial: la esclavitud prácticamente ha desaparecido
en el mundo; el proceso de descolonización ha progresado sustancialmente; cada vez hay más países en los
que rige el estado de derecho; se han establecido tribunales internacionales para juzgar denuncias por
violaciones de derechos humanos; la conciencia de la gente se encuentra más alerta acerca de las
aberraciones que se producen aún más allá de las fronteras de sus respectivos países.
Por otro lado, Nino (1989) considera que no resulta posible eludir la pregunta acerca del porque estos
avances no son más rápidos, firmes y generales. Así, uno de los factores que, tal vez, contribuyen a que no
se progrese tanto como es deseable en la promoción de los derechos del hombre es la creencia de que ella
está asegurada cuando se alcanza un reconocimiento jurídico de los derechos en cuestión. Este
reconocimiento resulta importante, debido a que permite neutralizar algunas clases de violaciones: las que
provienen de particulares o de funcionarios aislados del aparato estatal. Sin embargo, esta es la modalidad
más benigna de desconocimiento de los derechos. Así, la forma más perversa y brutal de ese
desconocimiento es la que o bien involucra al núcleo mismo de la maquinaria que concentra el monopolio
de la coacción o supone la injerencia de potencias extranjeras. Frente a este tipo de lesiones a los derechos es
prácticamente vana su homologación por el derecho positivo, debido a que las normas respectivas pierden
vigencia con la misma violación generalizada e impune y son generalmente reemplazadas por otras que
amparan jurídicamente tales lesiones.
Nino (1989) considera que la percepción de esta limitación de la estrategia de hacer efectivos los derechos
humanos a través de cada orden jurídico nacional han hecho que cada vez se concentre la acción en esta
materia en la celebración de convenios internacionales que definan los derechos, establezcan sanciones
externas para su violación, organicen tribunales regionales para juzgar esa violación, entre otros. Este es
otro paso decisivo hacia la vigencia de los derechos individuales básicos debido a que implica aislarlos
relativamente de las contingencias políticas internas de cada país. Sin embargo, la necesaria incorporación
de los derechos humanos al orden jurídico internacional tiene dos limitaciones:
1- Está dada por el hecho de que las divergencias ideológicas entre los poderes gobernantes en
diferentes naciones hace que esa incorporación se concrete en el nivel del mínimo común
denominador, dejando de lado los derechos que son motivo de divergencia.
2- La concepción todavía vigente de la soberanía de los estados impone restricciones severas a la
obligatoriedad de los compromisos asumidos y a la injerencia de órganos externos para investigar y
castigar violaciones de derechos.
Además de ese reconocimiento, se debe apuntar a un plano todavía más profundo: la formación de una
conciencia moral de la humanidad acerca del valor de estos derechos y de la aberración inherente a toda
acción dirigida a desconocerlos. Es esta conciencia, lo que puede constituir el freno más perdurable y eficaz
contra la acción de los enemigos de la dignidad humana.
Nino (1989) considera que otro factor que detiene el progreso de la vigencia de los derechos del hombre
consiste en que podría ser cierto que, detrás de los abusos a tales derechos, haya crudos intereses que se ven
frustrados por su observancia; los cuales no son defendidos de manera abierta, sino que son cubiertos por un
disfraz ideológico. En muchas ocasiones, es claro que el ataque a los derechos proviene de defensores
sinceros de ideologías adversas a ellos. La difusión de ciertas ideologías, defendidas por interés o por
convicción, es una de las fuentes más importantes de actitudes de desprecio hacia los derechos del hombre.
Este es otro motivo para concentrarse en la generalización de una conciencia moral que incomunique contra
concepciones ideológicas que conciben a los hombres como simples recursos.
Nino (1989) considera que la formación de una conciencia moral se logra o bien por propaganda o por
discusión racional:
a- Por propaganda: este método puede ser más eficaz a corto plazo pero resulta notablemente frágil
debido a que condiciona las mentes a un tipo de respuestas que bien puede adaptarse con relativa
facilidad al estímulo opuesto.
La estrategia propagandística, cuando va más allá de la mera difusión de ideas, implica una actitud
elitista, debido a que supone que quienes ejercen la propaganda no se encuentran convencidos por acción
de esa misma propaganda sino por razones que no se encuentran al alcance de sus destinatarios, y esa
actitud es pragmáticamente inconsciente con la defensa de los derechos que se procura hacer a través de
la propaganda.
b- Por discusión racional: la vigencia de la discusión racional es mucho más amplia que la de los
derechos humanos. A veces, son los propios defensores de los derechos humanos los que rehúyen la
discusión. Ellos asumen que es posible tomar partido por la consagración práctica de esos derechos
sin encarar la engorrosa cuestión de las razones que fundamentan moralmente la necesidad de esa
consagración. Esto resulta un error, debido a que esa toma de posición es de índole moral y si no se
la justifica con razones queda inerme frente a la adopción de posiciones opuestas. no se trata solo de
optar entre una posición que reconoce y otra que desconoce los derechos del hombre, sino que se
trata de determinar también cuáles son esos derechos que deben ser reconocidos y que alcance
debe asignárseles, lo cual no puede zanjarse de otra forma que no sea por medio de la discusión
racional en el plano de la filosofía moral.
La renuencia a encarar esa discusión se encuentra muchas veces determinada por una u otra de dos
posiciones en apariencias opuestas pero con resultados equivalentes, posiciones que son defendidas por
muchos filósofos morales y que se encuentran arraigadas en la mentalidad de muchos legos:
a. el dogmatismo ético: el cual considera que hay verdades morales autoevidentes o que se adquieren
por un acto de fe o por una intuición no corroborable intersubjetivamente, haciéndolo superfluo el
ofrecer razones en apoyo de tales creencias.
b. El escepticismo ético: que considera que resulta imposible dar razones en defensa de una concepción
moral como la que legitima los derechos del hombre debido a que la adopción de ese tipo de
concepciones se encuentra determinada por decisiones o emociones que no se encuentran controladas
por criterios de racionalidad.
La difusión de estas posiciones metaéticas consiste, para el Autor, en uno de los obstáculos más
profundos para la formación de una conciencia moral esclarecida que sirva de último baluarte contra los
asaltos a la dignidad del hombre.
 la moral y las instituciones que de ella derivan, consisten en una creación humana que no es de
ningún modo arbitraria, sino que se encuentra condicionada por sus funciones sociales distintivas
y por los presupuestos conceptuales a través de los cuales las identificamos.
 De la naturaleza de la moral se derivan ciertas exigencias sustantivas., las cuales resultan de
descalificar tres concepciones inherentes al pensamiento totalitario y de su combinación emergen
los derechos individuales básicos.
BIBLIOGRAFÍA.
Nino, C. (1989). Introducción. En Nino, C. (1989). Ética y derechos humanos. Un ensayo de
fundamentación. 2° edición. Buenos Aires: Editorial Astrea. (pp. 1-7)

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