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Atraviésate el corazón y espera vivir.
Debería dejarlos en paz y acabar con los vampiros. Por fin he
recuperado a mi madre, salgo con el chico perfecto y me he separado de
Adrian Teresi.
Pero tengo la oportunidad de ayudar a los cazadores y espero aprender
algo que pueda salvar a más humanos. Por no mencionar que necesito
respuestas sobre el veneno que me quema las venas.
Así que vuelvo al Corazón de Alabastro para hacer otro trato con el
príncipe vampiro. El juego del gato y el ratón que sigue es de esperar, y
puede que incluso un poco divertido, pero nada me prepara para el día en
que nuestros juegos terminan... y comienzan las consecuencias.

De la autora superventas de USA Today, Nina Walker, llega la


segunda entrega de Vampires & Vices: Cruel Stakes. Híncale el diente,
pero ten cuidado, una vez que empieces no podrás parar.
A los que me salvaron.
ago girar la copa de vino hasta que la sangre lame los bordes. Luego
bebo, intentando ignorar el sabor y forzar mi mente a pensar en otra
cosa. Como siempre, es imposible. La sangre me llena la boca de
sensaciones deliciosas y automáticamente saboreo cada gota. Mis
colmillos estallan mientras trago, deseando más. Mi mente se adormece
felizmente.
Mis pensamientos viajan de regreso a mi infancia hasta que me fijo en
un recuerdo seguro: una de las muchas veces que devoré una granada. Cada
otoño volvían a estar de temporada y yo las abría para atiborrarme de
granos como si fueran caramelos. Me aferro a ese pensamiento mientras
bebo de la copa de vino, con los ojos cerrados, imaginando que la sangre
es igual a aquella fruta agridulce que tanto me gustaba. Las semillas
carmesíes reventaban y el jugo corría por mis mejillas y mi cuello,
manchándome a menudo la túnica o el pecho.
En la mayoría de los recuerdos de mi infancia, los niños sólo llevábamos
ropa cuando hacía frío. La desnudez era normal para los helenos, los
griegos. Otro recordatorio de que muchas cosas han cambiado desde
aquellos lejanos días de juventud. La desnudez ha pasado de moda a lo
largo de los siglos, como casi todo lo demás. Con cada resurgimiento, las
modas cambian ligeramente para adaptarse a los gustos de las generaciones
actuales, hasta que dejan de parecerse al original.
Pero las granadas siguen creciendo en Grecia.
Los edificios se corroyeron, los tesoros fueron robados por nuevos
imperios, la cultura cambió, la lengua evolucionó e incluso la religión de
mi devota madre se convirtió en mitos que se transformaron en cuentos con
moraleja, pero las granadas permanecieron.
Termino el vaso y lo dejo en la mesa, observando cómo las últimas gotas
de sangre se deslizan hasta formar un pequeño charco en el fondo. Lo miro,
recordando una época en la que habría lamido el vaso hasta dejarlo limpio.
También hubo un tiempo en que habría tirado el vaso lleno y lo habría
hecho añicos en un arrebato de ira, quedándome con hambre mientras la
sangre se enfriaba. Es decir, cuando bebía de un vaso. Las cosas también
solían ser totalmente diferentes entre los vampiros y los humanos.
Solíamos quitarles la vida libremente, matando casi con cada comida. Hoy
en día somos mucho más civilizados... bueno, en su mayoría más
civilizados.
Por ahora, me encuentro en algún lugar entre el autodesprecio por en lo
que me he convertido y la amarga aceptación de todo lo que he perdido.
La sangre siempre será mi verdugo, pero también mi liberador.
Siempre la desearé y la necesitaré, como un adicto que busca su próxima
dosis. Siempre me atará a una vida después de la muerte que no elegí y a
una mujer que odio. La mayoría de los vampiros aman a sus creadores,
pero ¿cómo podría yo amar a Brisa cuando me arrebató mi albedrío y me
convirtió en un sediento inmortal en contra de mi voluntad? Puede que diga
que me ama, puede que sea uno de sus hijos mayores, pero sigo siendo una
raíz en su árbol, una abeja solitaria en su nido y un hilo delgado en su
cuerda.
Cierro los ojos un momento más para ordenar mis pensamientos mientras
la niebla se disipa, abro el ordenador y el programa de videoconferencia.
Menos mal que Brisa está paranoica y se niega a salir de Francia, porque
si estuviera aquí para interrogarme sobre la muerte de Hugo,
probablemente intuiría la verdad.
Y lo último que la Reina Vampiro necesita saber es la verdad.
La pantalla se ilumina y ahí está ella, la criatura que me siguió a casa
desde el Liceo tras otro día de estudio a los pies de maestros filósofos hace
tantas vidas. Me había hincado el diente y me había robado mi mortalidad
y un futuro brillante entre mis compañeros. Estaba agonizando, suplicando
por mi vida, cuando me enterró y me abandonó a mi suerte tres noches
después. Me arrastré desde la tumba en una oleada de sed de sangre y
emprendí el camino de vuelta a casa. Tuve suerte de que no me alcanzara
el amanecer. O quizá no, porque las muertes que siguieron me han
perseguido durante siglos.
Maté a mi propia familia, arrancándoles la vida a mi mujer y a nuestro
hijo nonato. Y nunca me he perdonado a mí mismo o a Brisa desde
entonces.
Aparto esos pensamientos y le sonrío cálidamente.
—Hola, madre. Estás impresionante.
Y lo está, siempre lo está. Así que no es una mentira. Pero hoy le mentiré,
como aprendí a hacer rápidamente bajo su tutela. Todavía no soy capaz de
rechazar sus órdenes. Sin embargo, mentir es una habilidad que he
desarrollado como quien introduce lentamente veneno en su torrente
sanguíneo para volverse inmune. Fue doloroso, lento y terrible, pero
mereció la pena. Ahora es poco lo que puede hacer para controlarme, a
menos que sea una orden directa.
—¿Te parece extraño llamarme madre teniendo en cuenta que hemos
sido amantes? —pregunta ella, moviendo las pestañas.
Se me endurece el estómago. Fui su amante, al principio, porque estaba
perdido por la sed de sangre, como muchos vampiros novatos. Ella acudió
a mí en mi momento más débil y me ofreció respuestas y una cama caliente.
Cuando pasaron los años y pude elevarme por encima de la neblina
sangrienta de la juventud, mi odio hacia ella creció como una infección, y
entonces sólo fui su amante porque no quería que cuestionara mi lealtad.
Ella me habría matado si hubiera pensado que yo era una amenaza. La he
visto hacerlo innumerables veces. Y yo no quería morir hasta que pudiera
lograr mi venganza por lo que ella me hizo.
Incluso hoy, si me llama a su cama, iré. Y la odiaré aún más.
—Dejaré de llamarte madre si lo deseas. —Me río, entrando en su juego,
y la verdad es que nada me gustaría más.
Me ordenó que la llamara madre cuando me encontró por primera vez, y
desde entonces no he tenido más remedio que obedecer. Mi verdadera
madre no se parecía en nada a Brisa. Era amable, cálida y enérgica. Y
aunque sus huesos son polvo, a menudo pienso en ella y en lo que podría
haber sido.
Y entonces pienso en todos los que maté, y fuerzo mi mente en blanco.
—Hmm —reflexiona—, quedémonos con madre por ahora. Y hablando
de eso, ¿cuándo vas a visitarme? —Sonríe a la pantalla y levanta una ceja—
. Te extraño, cariño.
Llevo un puñado de décadas en Nueva Orleans y, aunque una parte de
mí echa de menos viajar, ya he visto todo lo que hay que ver en esta tierra
estando limitado a la oscuridad. Por ahora, disfruto más llevando los
negocios. Me da algo útil que hacer. Y por mucho que algunos humanos lo
odien (me viene a la mente Evangeline), nuestra organización protege a los
humanos. Si no tuviéramos donantes dispuestos, nos veríamos obligados a
volver a asesinar por nuestra comida. Seríamos relegados de nuevo a las
sombras, escondiéndonos entre los márgenes de la sociedad, y la mayoría
de los vampiros nunca soportarían eso. Hemos probado esta nueva forma
de vida y nos gusta el control. Si nos lo quitaran, habría guerra, caos y un
derramamiento de sangre sin fin.
Y no podemos morder a un humano y dejarlo vivo con nuestro veneno
corriendo por sus venas. Los hace demasiado peligrosos para nuestra
especie, cazadores despiadados que pueden rastrear nuestros movimientos
y luchar contra nosotros casi con la misma fuerza. Una vez más, Eva viene
a la mente.
—¡Adrian! —Brisa corta mis pensamientos. Se gira para mirar a la
cámara de frente y me fulmina con la mirada—. ¿Estás prestando atención,
o me estás haciendo perder el tiempo?
—Mis disculpas. —Me repongo rápidamente—. En cuanto me ordenes
volver a Francia, por supuesto que iré, pero por ahora estoy bastante
ocupado aquí. Creo que te gustaría la Nueva Orleans moderna. ¿Estás
segura de que no puedes venir a visitarme tú?
Sé que se negará, pero me encantaría ponerla en una posición de
vulnerabilidad. Ella es la reina porque es la cabeza de las líneas de sangre
vampíricas restantes. Ha trabajado duro para asegurarse de que no queden
vampiros que la desafíen, y su propio creador hace tiempo que murió. Ha
colocado príncipes fuertes y leales a su alrededor -siempre hijos-, pero
ninguno sería capaz de asumir la posición de rey a menos que toda la
familia desapareciera, excepto uno.
Eso nunca ocurrirá.
Y no hay princesas que puedan aspirar a reina. Brisa nunca ha confesado
por qué no convierte a las mujeres, pero sé que es porque no quiere que
nadie rivalice con su belleza y poder. Eso, y que no se acuesta con mujeres,
así que no puede utilizarlas como hace con sus príncipes.
—Sabes que ya no puedo viajar —suspira dramáticamente—. Me lo he
hecho yo misma.
Y es cierto.
—Pero al menos mi nueva casa es preciosa. —Desplaza la cámara para
mostrar una habitación dorada y me quedo con la boca abierta, algo que no
me ocurría desde hacía mucho tiempo. Llevo tanto tiempo aquí que no
recuerdo la última vez que me sorprendió, pero esto es realmente
inesperado—. ¿No es increíble? Por fin los franceses han sido tan
generosos como para entregarme mi ciudad favorita. —Le brillan los ojos,
se inclina hacia delante y baja la voz—. Ahora nos pertenece.
Ciudad.
Reconozco exactamente dónde está: la famosa ciudad de Versalles. La
misma que construyó el rey Luis XIV y que fue nombrada capital del país
durante años. Siempre he creído en la capacidad de mi creadora para salirse
con la suya, pero admito que no creía que fuera a conseguirlo.
Pero lo hizo.
Se ha instalado en el palacio y, si se ha apoderado de la ciudad, eso
significa que ha logrado el objetivo de toda su vida: obligar a un número
suficiente de funcionarios del gobierno francés a entregarle la preciada joya
de Francia. Esto es algo que ella ha estado intentando lograr desde mucho
antes de que saliéramos de la clandestinidad, pero los franceses han sido
mejores eludiéndonos en comparación con muchos de los otros.
—Eres increíble —respondo con frialdad—. Sinceramente, madre, me
asombras.
Su debilidad es su propia vanidad.
—Sí, sí. —Su rostro se relaja—. Ahora, ¿de qué querías hablarme?
Ahí voy. Aunque puede que ella ya lo sepa. Los Hacedores pueden sentir
estas cosas a través de los lazos de sangre, pero con un océano entre ellos,
se diluye un poco.
—Hugo está muerto.
Su rostro se detiene, se vuelve de piedra.
—¿Cómo ha ocurrido? —pregunta finalmente. Su voz es
inquietantemente tranquila, un signo de la rabia detrás de su exterior
calmado.
Así que no lo sabía. Eso es interesante y prometedor. Ahora es el
momento de contarle la historia que he creado para proteger a Eva. La chica
humana mató a Hugo exactamente como yo había orquestado, y me sentiría
mal por cómo la manipulé si no hubiera venido buscando problemas.
—Le dijiste que, si pillaba a mi novata en una mentira, podría quedársela
—digo, entrecerrando los ojos.
Se ríe.
—Es verdad. Casi lo había olvidado. —Clavo los dedos en la silla para
no fulminarla con la mirada, porque dudo mucho que sea cierto. La mujer
nunca olvida nada—. ¿Y lo consiguió? —Sus ojos se entornan en rendijas
de complicidad—. ¿Trajiste a una cazadora a tu propia casa?
—La chica era tonta e intentaba unirse a ambos. Los cazadores nos
emboscaron en el cementerio y mataron a Hugo. Casi me cogen a mí
también. —Mi voz se enfada—: Vengaré a mi hermano, lo juro.
Ella no dice nada por un momento, y la pequeña llama de la preocupación
se enciende en mi pecho. Si puede sentir el infierno, entonces ya estoy
muerto.
—¿Y la chica? Por favor, dime que también está muerta.
—No lo está. —Me encojo de hombros como si Eva me importara un
bledo—. Ella desea ser liberada y vivir su vida como una humana. —
Sonrío—. Creo que la hemos asustado, madre.
No digo nada más. A veces es imperativo saber cuándo parar y este es
uno de esos momentos.
Brisa lo considera, y por un momento estoy seguro de que va a
ordenarme que mate a Eva. No me quedaría más remedio.
—Quédatela como prodigio —dice al fin—. Tenemos que vigilarla de
cerca, pero tengo la sensación de que puede sernos más útil. Cualquiera
que tenga las agallas de jugar en ambos bandos es alguien a quien quiero
entretener.
—Disfrutas jugando con vidas humanas.
—Siempre. —Guiña un ojo.
Mantener a Eva cerca es lo contrario de lo que había planeado, pero al
menos no tengo que matarla todavía. Asiento de buena gana, mi ansiedad
desenrollándose como un resorte.
—¿Estás completamente seguro de que fueron cazadores los que
mataron a Hugo? —pregunta.
—Por supuesto. —La mentira suena un poco temblorosa y aprieto el pie
contra el suelo. Estoy perdiendo mi toque, no puedo dejar que eso suceda,
especialmente no por una humana ridícula—. ¿Podrían haber sido otra
cosa?
Los dos sabemos a qué otra cosa me refiero. A Brisa nunca le gusta
hablar de ellos, dice que les da poder. Me parece un enfoque tonto.
—No lo sé. —Sus labios se afinan—. Pero Hugo no es el único príncipe
que ha sido asesinado en las últimas semanas.
Esto es nuevo. Es una noticia que podría cambiarlo todo.
Brisa lo sabe. Yo lo sé. Y no tenemos que decir nada más al respecto. Si
la interrogara más, podría sospechar de mí. Normalmente hay siete
príncipes, uno por cada continente, pero Brisa tenía ocho cuando nos envió
a Hugo y a mí a Norteamérica. Él debería haberse quedado en Ciudad de
México, como habíamos planeado, pero hace unos años decidió que quería
estar en Nueva Orleans sólo para fastidiarme. Así que, si él se ha ido, y al
menos otro también, entonces no podemos quedar más de seis. Mataría por
saber quién más se ha ido, pero quiero vivir, así que no pregunto.
—Vigila tus espaldas, Adrianos. —Me aconseja antes de terminar la
llamada bruscamente.
Cierro el ordenador, mi mente se arremolina con las posibilidades.
—Será mejor que tú también vigiles tus espaldas, madre —susurro a la
oscuridad. Luego cojo el teléfono y le digo a Kelly que organice una
reunión con Evangeline.
na cosa que he aprendido en mis diecinueve años: los vampiros son
excelentes detectores de mentiras. Sus sentidos agudizados les
permiten oler cuando la adrenalina entra en el torrente sanguíneo.
Pueden oír cuando un corazón late más rápido, e incluso detectar el más
mínimo cambio en la voz o los gestos de un humano. Mentirle a uno de
ellos es lo más ridículo que puede hacer un ser humano, que es lo único en
lo que pienso mientras subo en el ascensor hasta el despacho de Adrian
dispuesta a mentir como una bellaca. Tengo que ser la persona más valiente
o la más tonta que conozco. Y me inclino por lo segundo, pero bueno, nadie
es perfecto.
Había terminado con él... no tenía que regresar aquí nunca más.
Y esa es la verdad. Adrian y yo nos habíamos separado. Yo había
conseguido lo que quería, mi madre estaba libre de sus adicciones y él ya
no tenía ningún poder sobre mí. Me había dado cuenta de que el voto de
sangre era una completa mentira, así que no tenía ninguna obligación de
cumplir mi parte del trato, y él no iba a obligarme. Hugo estaba muerto, lo
que le bastaba para ser feliz y olvidarse de mí. Además, iba a cubrirme con
la Reina Brisa. Todo estaba arreglado, y se suponía que ese sería el final
de todo.
Entonces, ¿por qué estoy rodeada de los familiares espejos dorados
reflectantes de su ascensor, dirigiéndome a reunirme con él de nuevo?
Porque como he dicho, soy idiota. Una idiota valiente, pero aun así una
idiota. Nunca debí dejar que Seth me convenciera de hacer esto, pero él
sabe tan bien como yo que quiero ayudar a los cazadores... incluso en mi
propio detrimento1. Estoy bastante segura de que estoy a punto de
arrepentirme de toda esa ideología muy pronto.
Miro al techo y una versión ligeramente distorsionada de mi rostro se
refleja ahí. Llevo una sencilla camiseta roja de tirantes y unos pantalones
negros con una estaca de madera atada bajo el pantalón, justo por encima
del tobillo. Adrian probablemente enloquecerá si se da cuenta, y se dará
cuenta. Siempre se da cuenta. O puede que en realidad no note las estacas
que llevo, puede que el hombre sepa leerme como a un libro abierto y sepa
que es improbable que vaya a ninguna parte sin una.
Gimo y me reclino en la esquina, mordiéndome el labio inferior. No
debería seguir arriesgándome. Él es un asesino despiadado, un príncipe
vampiro con siglos de experiencia en mantenerse con vida y matar a otros
para conseguirlo. De ninguna manera voy a seguir mintiéndole a alguien
así. Él lo sabrá. Descubrirá que estoy aquí como agente doble y me matará
sin dudarlo. Claro que puedo luchar, he estado entrenando duro y este
veneno de Hugo ha mejorado mis sentidos, pero sigo siendo superada por
el Sr. Adrianos/ Dirige la Ciudad / Teresi, alias Adrian.
Alargo la mano hacia el botón rojo, dispuesta a dar la vuelta al ascensor
y no mirar atrás.
Demasiado tarde: suena el ascensor y las puertas se abren como si
quisieran burlarse de mí.
Ralentizo la respiración, cuadro los hombros y entro en su despacho.
Nada ha cambiado. Sigue siendo todo roble pulido y profesional y no es
acogedor para alguien como yo. No debí haber venido la primera vez, y no
debería estar aquí ahora. Esto es la guarida de un león. En realidad, Adrian
es menos un león y más una serpiente teniendo en cuenta lo que hace con
la boca. No pienses en lo que hace con su boca.
Inhalo... suave y lentamente... deseando que mi corazón vaya más
despacio. No puede saber que estoy aquí para mentirle. No puede saberlo,
no puede saberlo, no puede saberlo... a menos que… ya lo sepa.
—Hoy es mi cumpleaños —digo, asegurándome de que mi voz tenga el
tono sarcástico que reservo especialmente para él—. Anoche me acosté
como una salada de dieciocho años, y hoy me he levantado como una
salada de diecinueve.
Y eso es verdad. Tal vez si espolvoreo la verdad con las mentiras creerá
cada palabra.
Pero probablemente no.
El hombre está sentado en su mesa, con el rostro desencajado y los ojos
fijos en el ordenador. No me reconoce. Las puertas del ascensor se cierran.
Me quedo de pie, con miedo a moverme.
Finalmente, levanta la vista, esos ojos glaciales se clavan en los míos y
hace lo último que yo esperaba. Sonríe. Es algo tan raro que me quedo
pasmada. Ya es guapo, teniendo en cuenta que el ADN vampírico ha
realzado sus atractivos rasgos griegos, así que no es culpa mía que le mire
porque los humanos estamos predispuestos a sentirnos atraídos por los
vampiros. No. No. Mierda. Sigue siendo un mamón y un asesino, y seguiré
odiándolo... aunque haya salvado a mi madre.
—Bueno, nunca has pretendido ser dulce —dice al fin.
Por un momento olvido lo que dije sobre ser salada, pero vuelve a mí, y
mis mejillas se calientan.
—Cierto. —Me sacudo del trance en el que me encuentro y me siento en
la silla frente a él—. Sabes, me sorprende que en este desordenado mundo
de vampiros todavía haya gente que celebre su nacimiento. ¿Sabes que
algunos humanos celebran todo el mes de su cumpleaños como si fuera una
especie de fiesta? Ni siquiera puedo soportar pensar en envejecer un solo
día, y mucho menos durante todo septiembre.
Se echa hacia atrás y junta los dedos.
—Este mundo ha estado desordenado mucho antes de que los vampiros
salieran a jugar. ¿Estás segura de que esta rabieta no se debe a tu
personalidad?
No estoy segura de sí está bromeando al usar la palabra "rabieta", pero
quizá yo esté siendo infantil. ¿Está de broma? Pero ni siquiera estoy
enfadada y, en contra de mi buen juicio, me rio.
—Es verdad. Los obsesionados con la astrología dirían que mi salero2 es
típico de un virgo.
—¿Sabes cuánto ha cambiado la astrología a lo largo de los años, Ángel?
No deberías darle tanta importancia a algo tan maleable como la astrología.
No dejes que Ayla te oiga decir eso. A mi mejor amiga le encantan esas
cosas. Para ella, las estrellas son para siempre y hacen las reglas.
—Créeme, no lo hago. Ya sé que hoy me siento extra salada porque estoy
un año más cerca de que mi corteza prefrontal se desarrolle y mi cerebro
se convierta en plastilina de vampiro.
Se ríe, y algo se afloja en mi pecho. Esto es raro. Estas bromas parecen
una interacción normal entre amigos, o incluso un flirteo. Una parte de mí
quiere dejarse llevar, pero la parte más inteligente escucha las alarmas
interiores.
Peligro, peligro, peligro.
Adrian no es Adrian.
Adrian es Adrianos Teresi... príncipe vampiro y asesino despiadado. Fin
de la historia.
—¿Sabes lo que me sorprende? Que sigas viniendo a mi casino con
estacas atadas al tobillo. —Se levanta con un movimiento fluido.
—¿Me la vas a quitar?
No me muevo. Además, me lo esperaba.
Da vueltas, se acerca por detrás y me susurra al oído.
—No, quédatela. —Se endereza y vuelve a su silla antes de que pueda
parpadear.
No sé qué hacer con esta información, pero que me deje quedármela me
inquieta. Nunca lo había hecho antes.
En realidad, eso no es cierto. Estaba feliz de dejar que me la quedara
cuando quería que matara a Hugo por él. Todavía estoy enojada por haber
sido utilizada de esa manera, pero supongo que debo tener en cuenta lo que
hizo por mi madre.
—¿De qué querías hablarme? —pregunto. Cuando llamé ayer para
concertar esta reunión, Kelly había dicho que él también quería hablar
conmigo. Mentiría si dijera que eso no había despertado mi interés.
—Mejor pregunta es, ¿de qué querías hablarme tú?
Me está mirando. No sé qué hacer con un Adrian que me mira fijamente.
No había planeado este tipo de atención de un hombre que siempre ha sido
tan distante conmigo. Pero sé lo que tengo que hacer, aunque me aterrorice
hacerlo.
—No, yo te pregunté primero.
Abre el cajón y saca una caja negra.
—Te tengo un regalo de cumpleaños.
De todas las cosas que podría haber hecho ahora, ésta es la que más me
sorprende. Me quedo con la boca abierta. ¿Qué diablos ha hecho? ¿Sabía
que era mi cumpleaños? ¿Me está haciendo un regalo? ¿En qué otra línea
temporal me he metido, porque estoy segura de que esta no puede ser mi
vida?
—No sé qué decir, excepto ¿qué has hecho con el verdadero Adrianos
Teresi? ¿Eres su gemelo perdido o algo así?
Me lanza la caja con un suspiro molesto.
—Sólo ábrela.
—Bueno, ahí está el vampiro que conozco y odio.
—A tu servicio. —Se ríe por lo bajo y se me aprieta el estómago.
El regalo está en lo que parece un joyero, así que eso es lo que espero al
abrirlo. Pues no. No son joyas.
—¿Me estás tomando el pelo? —Saco un juego de llaves de coche y las
giro en mis manos. Pesan mucho y, cuando leo la etiqueta de Porsche, las
dejo caer sobre el escritorio con un ruido metálico—. No, de ninguna
manera. No puedo aceptarlo.
Tiene la audacia de parecer ofendido.
—Puedes y lo harás. Te está esperando en el garaje. Necesitas un coche,
¿no? Pensé que sería un regalo adecuado.
—Vale, en primer lugar, que me hagas un regalo es más que raro, pero,
en segundo lugar, esto es demasiado extravagante. La gente me va a
preguntar de dónde lo he sacado.
Sin mencionar que un regalo de un vampiro tiene que ser un truco,
especialmente uno tan bonito.
—¿Estás preocupada por tus cazadores? Diles que lo has ganado. —Sus
ojos son ilegibles—. Eso no es tan increíble.
—Uh, sí lo es. La gente realmente no gana coches, Adrian. Dan sus
direcciones de correo electrónico con la esperanza de ganar coches y luego
se pasan una eternidad dándose de baja de los mismos concesionarios
estafadores. —No puedo creer lo que estoy haciendo, pero vuelvo a meter
las llaves en la caja y las deslizo por el escritorio—. Lo digo en serio.
Olvida el hecho de que un Porsche es demasiado bonito para una chica
como yo; nunca sería capaz de inventarme una historia que la gente se
creyera.
Sus ojos se oscurecen.
—No es demasiado bonito para ti, así que no quiero volver a oírte decir
eso.
Resoplo. No sé cómo tomármelo.
Él mira la caja por un momento.
—Bien. ¿Qué tal si nos lo jugamos? Después de todo, estamos en un
casino.
Abre de nuevo el cajón de su escritorio y saca un juego de dados
brillantes. Parecen de plata, pero no pueden serlo, ya que los vampiros son
alérgicos a ella. El metal no los mata, pero los debilita. No hay plata en
todo este lugar, salvo en el pequeño crucifijo bajo mi camisa. Los dados
deben estar hechos de otro tipo de metal, ya que los manipula con facilidad.
Brillan bajo las cálidas luces con matices dorados.
—Jugaremos al estilo de los dados. Si sale un siete o un once, ganas tú;
si sale un dos, un tres o un doce, gano yo. Y si sale otra cosa, sigues tirando.
—Ya sé que tienes telequinesis, así que buen intento, pero no.
Alarga la mano y me toma la mía entre las frías suyas. Un pulso de
electricidad me sube por la columna vertebral y mis sentidos se duplican.
Por un momento, mi mente se agudiza tanto que casi me duele, pero Adrian
no parece darse cuenta de nada.
—Prometo que no haré trampas —susurra. Cuando me suelta la mano,
tengo los dados en la palma.
—Pero tú tienes ventaja. —Protesto, dándome ya por vencida—. Tú
tienes tres números con los que ganar y yo sólo tengo dos.
—Ah, pero estadísticamente, el siete es el número más común tirado
entre dos dados. —Guiña un ojo—. Y, además, ya sabes que la casa tiene
que mantener cierta ventaja. Así funcionan las apuestas, pero eso no
significa que no puedas ganar.
Bueno, el hecho de que los vampiros dirijan este lugar ya es bastante
ventajoso, pero no digo eso. No va a dejar pasar esto, y por mucho que odie
admitirlo, estoy intrigada. Y una parte de mí, seguramente la parte tonta, la
parte que creció pobre, la parte que nunca tuvo nada bonito para sí misma,
la parte que desea desesperadamente sentirse amada y digna y quizá incluso
rica... realmente quiere ese coche.
—Vale —susurro, y tiro los dados.
n tres y un cinco. Nadie gana.

—Otra vez —dice.


Repito el proceso y obtenemos otra tirada en la que nadie gana, pero esta
vez es un seis. He estado bailando alrededor de una tirada ganadora y, a
pesar de mi buen juicio, estoy dispuesta a ganarle. No. No, no lo estoy. No
estoy lista para ganarle. Sé lo que quiero, pero también sé lo que debería
querer, y son dos cosas muy distintas. Cierro los ojos un segundo, incapaz
de desentrañar mis pensamientos, luego los sacudo y soplo en los dados
para que me den suerte.
Los ruedo.
Tintinean por el escritorio y caen sobre dos unos... ojos de serpiente.
Adrian gana.
O tal vez los dos. . .
Me entrega la caja negra.
—No quiero oír ni una palabra más al respecto.
Quiero el coche... no quiero el coche... estoy confundida y no sabría ni
qué decir al respecto. Todo es más brillante, de alguna manera.
Imposiblemente brillante, como si el sol atravesara esos cristales tintados.
Parpadeo rápidamente.
Quizá debería irme.
—Ahora, ¿de qué querías hablarme? —pregunta.
Esta es la parte divertida. No.
—Quiero ser tu novata. —Trago saliva—. Esta vez de verdad.
Se queda inmóvil, con una expresión de desconcierto en el rostro, y
pienso que quizá sea yo quien le sorprenda esta vez. Sus ojos se
entrecierran en dos orbes azules... de nuevo, ojos de serpiente.
—Eres una cazadora de vampiros. No olvides que sé lo que eres. ¿Por
qué iba a confiar en ti con esta petición?
Me siento más alta.
—Porque Cameron tenía razón.
—¿Cameron? —Lo dice como si el nombre significara poco para él.
—Sí, Cameron. Ya sabes, el prodigio de Kelly, ¿el que también es
cazador?
—Claro que sé quién es, pero ¿qué tiene que ver contigo? —Su tono se
vuelve agrio.
Tal vez no le guste Cameron, lo cual es interesante teniendo en cuenta
que está en la cola para unirse al árbol genealógico. Me guardo esa
información para más tarde.
—Me enseñó algo que lo cambió todo. —Recito audazmente las palabras
que había ensayado en casa unas cincuenta veces esta mañana—. Sé que
hay una especie de demonios energéticos ahí fuera que son tus enemigos,
y por eso querías que consiguiera información sobre Leslie Tate. Él es uno
de ellos. Pensé que estaba trabajando para los buenos cuando me uní a los
cazadores, pero ahora me doy cuenta de que no es cierto. Cameron tenía
razón. Si no me uno a ustedes, al final terminaré muerta. Prefiero la
inmortalidad a convertirme en la comida de algún demonio.
Mentiras. Mentiras. Mentiras.
Y, sinceramente, conocer a esos endemoniados ladrones de energía sólo
ha hecho que quiera proteger aún más a los humanos, pero Adrian no tiene
por qué saberlo. Se levanta de nuevo y se acerca a mirar por la ventana.
Como las ventanas del Corazón de Alabastro están muy tintadas y son a
prueba de balas, puede ver el sol sin quemarse. Me pregunto cuántos años
habrá vivido a oscuras y cómo habrá sido para él. Yo no podría hacerlo. El
sol significa demasiado para mí. Le observo mientras mira al río
Mississippi y me dejo llevar por su mirada.
Es tan alto, guapo y torturado. Y con su traje, casi parece humano.
No es la primera vez que deseo que lo fuera.
—Ven aquí, por favor —dice suavemente.
No sé si alguna vez he oído esa palabra de su boca, pero si va a creer que
quiero que un día se convierta en mi creador, entonces será mejor que
pierda la actitud y empiece a hacer lo que me pide. Maldición, debería
haber pensado más en esto. La actitud es algo así como mi carta de
presentación. ¿Y ahora tengo que hacerle la pelota a un chupasangre? No
se me ocurre nada peor.
Pero voy a su lado.
Entre parpadeo y parpadeo, está junto a mí un segundo y delante de mí
al siguiente. Mi espalda se apoya en la cálida ventana mientras su fría mano
me agarra la garganta. No me aprieta tanto como para estrangularme, pero
es una promesa de lo que me espera si no hago las cosas bien en los
próximos segundos.
—Eres una mentirosa terrible —afirma, su voz baja y peligrosa—. Lo
último que quieres es ser como yo. —Ahora está tan cerca, mirándome con
los colmillos extendidos.
—Eso no es cierto —siseo. Pero sé que ya ha ganado.
—¿En serio? —Me señala la pierna con la cabeza—. Entonces, ¿por qué
sigues llevando una estaca contigo?
Mi mente corre en busca de una respuesta.
—Porque este edificio alberga un aquelarre de vampiros, y no soy una
completa idiota.
—Eso es discutible. —Sacude la cabeza—. Estás aquí para traicionarme.
No sé qué hacer. Me ha descubierto en unos segundos y ahora va a
matarme. Mi corazón late con fuerza y mis manos se aprietan y se sueltan.
Quiero correr, pero no tengo adónde ir. Su mano me aprieta y respiro
entrecortadamente. Automáticamente levanto los brazos y me agarro a sus
muñecas, intentando liberarme. No consigo nada.
—Salvaste a mi madre —susurro—. Tú eres el único que habría hecho
eso por mí. Y visto eso, creo que tal vez los vampiros no son tan malos
después de todo.
—¿Los vampiros no son malos después de todo? —Se ríe, pero no me
suelta. Mi suministro de aire está disminuyendo rápidamente—. Como
dije, eres una terrible mentirosa.
—¿Por qué no tiramos los dados? Si gano yo, me dejas quedarme como
tú prodigio, y si ganas tú, te dejo en paz —chillo en pequeñas ráfagas.
Me libera y me tiemblan las rodillas. Me apoyo en la ventana y respiro
hondo el aire acondicionado. Es rápido como un rayo, vuelve a por los
dados y los deja a mis pies.
—Quédatelos. Llévatelos en el coche.
—¿No quieres tirar los dados?
—Estoy cansado de juegos. Tienes que irte ya.
Muevo la cadera y enarco una ceja.
—¿Y lo de ser tu novata?
Se desliza en la silla de su escritorio.
—Bien, Ángel. Te aceptaré en cualquiera que sea esta tonta aventura
tuya, pero no creas que creo que esto acabará bien para ti.
—Entonces...
—Puedes ser mi novata.
—Gracias. —Le lanzo una sonrisa ganadora, pero no se inmuta lo más
mínimo.
—No me lo agradezcas todavía. No te he convertido en mi prodigio, y
dudo que alguna vez lo haga. —Sus colmillos se han hundido en las encías
cuando me sonríe con desgana. No tengo ni idea de lo que está pensando,
y daría mi pierna derecha por poder meterme en su cerebro y conocer hasta
el último pensamiento—. Pero seguiremos con esta farsa y veremos adónde
nos lleva.
—No te defraudaré —digo alegremente, como una niña exploradora que
ha hecho su mayor venta. Francamente, no me extraña que me haya
aceptado. Ambos sabemos que esto es una farsa, ¿verdad? Y si ese es el
caso, su acuerdo debería asustarme—. Entonces, me harás saber qué se
supone que debo hacer a continuación, ¿verdad? Como, ¿hay algún tipo de
iniciación o una prueba o algo así? —Esto es información que me muero
por llevar a mi equipo de cazadores. Probablemente lo sabe.
—Kelly se pondrá en contacto pronto. Y, Ángel, esto significa que sigues
espiando a Tate por mí.
—Cuando vuelva. —Asiento con la cabeza, porque ¿qué otra cosa puedo
decir a estas alturas?
—Sí. Y volverá, estoy seguro de ello. El hombre quiere verme muerto y
no puede hacerlo sin sus cazadores, ¿verdad? Mientras tanto, necesito que
hagas algo más por mí.
Mis latidos se aceleran, y estoy segura de que él puede oírlos.
—Lo que sea —respondo alegremente.
Vale, soy una exploradora totalmente mentirosa porque no estoy
dispuesta a hacer nada. De hecho, estoy dispuesta a hacer muy poco por
los vampiros, incluso por los sexys de ojos árticos y pelo dorado ondulado.
Incluso por el que salvó a mi propia madre.
—Pierde tu virginidad.
Habla de mi virginidad como si fuera un objeto de una lista de la compra.
—¿Perdona? —Me escuecen las mejillas y mis sentidos se agudizan de
nuevo. Soy muy consciente de todo lo que hay en esta habitación, sobre
todo de mi propia vergüenza.
Me sostiene la mirada e inclina ligeramente la cabeza.
—Ya me has oído, Ángel. No puedo tenerte cerca de mi aquelarre con tu
sangre oliendo así, es demasiado... distraes.
—Uhhh... —Mi cara se enrojece—. Lo siento, pero no voy a perder mi
virginidad hasta que esté preparada.
Intenta parecer sorprendido, pero más que nada parece engreído.
—Oh, pero dijiste qué harías cualquier cosa.
—Sí, pero...
—Entonces prepárate y ocúpate de eso. —Me tiende la mano en un gesto
de déjame en paz.
Le fulmino con la mirada, pero hago lo que me dice y entro en el
ascensor. ¿Qué otra cosa puedo hacer? Las puertas se cierran y vuelvo a
mirar mi reflejo.
Absolutamente nada de esta reunión salió como estaba previsto, pero al
menos salí viva.
elly se reúne conmigo en el vestíbulo del hotel, y teniendo en cuenta
sus labios fruncidos y su mirada agria, me doy cuenta de que aún no
estoy fuera de peligro.
—Serías guapísima si no miraras siempre con malas ideas. —Le digo,
medio sarcástica y sincera. Es absolutamente despampanante, sonría o no,
pero cada vez que estoy cerca de ella está más enfadada que un gato en el
agua... y ese enojo suele ir dirigido hacia mí.
—¿Quién dice que me importa ser guapa? —Ladra. Vale, quizá sea una
perra enfadada... posesiva, cabreada porque su amo me ha permitido
infiltrarme en su territorio—. O que una sonrisa es un requisito.
—Lo siento, ha sido una grosería por mi parte. —Le doy una sonrisa de
disculpa—. Y en realidad, me gusta tu razonamiento. Tiene sentido para
mí. Sinceramente, Kelly, creo que eres una mujer de mi estilo. Podríamos
ser amigas.
—Egg. —Pone los ojos en blanco—. Ven entonces, vamos a buscar tu
regalo de cumpleaños.
La sigo a través del casino hasta el aparcamiento, mi mente da vueltas
por todo en lo que me he metido. ¿Era el juego de dados simplemente eso,
un juego? ¿Adrian llamó a Kelly mientras yo bajaba en ascensor desde su
oficina? Una parte de mí está decepcionada de que no me enseñe el coche
él mismo, pero es una ridiculez decepcionarse por eso.
El aparcamiento del vampiro no es el mismo que está abierto al público
para los huéspedes del hotel y del casino. En primer lugar, es el
aparcamiento más bonito que he visto nunca. Las paredes están pintadas de
un blanco reluciente y los techos y el suelo son de baldosas negras mate.
Hay moqueta gris en los bordes e incluso huele a limpio y acogedor. La
iluminación es terriblemente tenue, pero mis ojos se adaptan mucho más
rápido que antes, un efecto secundario del veneno de Hugo. Mientras
observo las filas y filas y filas de coches de colección, intento no salivar.
Los hay de todos los colores y tamaños, desde todoterrenos a coches de
carreras, pasando por muscle cars3 y todo lo demás. Incluso hay un montón
de bonitas motos y me pregunto cómo sería conducir una. Nunca he
montado en una, pero me encantaría tener la oportunidad.
—Por aquí —Kelly asiente hacia la parte trasera del garaje—, y quédate
cerca de mí. No necesitamos que se repita lo que pasó en el vestíbulo.
Se refiere a que uno de los hijos prodigio de Hugo olió la herida que me
infligió la mafia. El vampiro había intentado comerme.
—No pienso volver a venir aquí con una herida abierta.
Y no es que la gente no sangre en el casino todo el tiempo. Lo hacen.
Pero al parecer mi sangre virgen mezclada con la más mínima cantidad de
ese veneno de vampiro de mi primera muerte me había hecho irresistible
para la línea de sangre de Hugo. Ahora que está muerto, están en deuda con
Brisa, y me pregunto qué haría si se enterara de mí.
Solo puedo imaginar que esa sed de sangre ha crecido teniendo en cuenta
el tiempo que Hugo me clavó los colmillos aquella noche que intentó
convertirme.
El recuerdo me hiere como un cuchillo afilado y me estremezco. Odio
pensar en lo cerca que estuve de convertirme en uno de esos monstruos. Y
ahora, aquí estoy, inscribiéndome para ser la novata de Adrian. ¿En qué
estaba pensando? Todavía no estoy segura de cómo voy a salir de esta al
final, pero tengo que encerrar ese pensamiento o de lo contrario voy a
perder los nervios.
Kelly me mira de reojo.
—Cariño, si yo fuera una abeja, tú serías la flor más dulce en plena
primavera. —Lo dice como si fuera lo más molesto del mundo.
—Ah, gracias —bato las pestañas—, nunca nadie me había llamado flor.
—No te hagas ilusiones —refunfuña—, déjame pensar en una analogía
mejor.
—No te preocupes. —Le toco el brazo—. Esa me gustó.
Su piel está helada, me recuerda a cuando Adrian me cogió de la mano,
y también me recuerda que pronto podría ser exactamente como ellos si no
tengo cuidado. Me ignora, dando por terminada la conversación. Puede que
no se le ocurra una analogía mejor, o puede que se esté ablandando
conmigo.
Me rio para mis adentros porque la idea de que una sanguijuela se
caliente es ridícula.
—¿De qué te ríes?
—Nada.
—Te juro que voy a matar a Adrian —refunfuña, pero sé que no lo dice
en serio. Su amor por su amo es evidente. No detecto celos en ella, sólo
fastidio por tener que seguir lidiando conmigo. Puede que incluso durante
una eternidad.
Nos acercamos a una fila de coches en la parte trasera del garaje y no
puedo evitar quedarme boquiabierta. Sin duda son los más bonitos de aquí
abajo. No puedo decir con certeza cómo sé que son los mejores del lote,
pero me basta con mirarlos para darme cuenta de que gritan dinero.
Dinero viejo.
Mucho dinero.
Dinero manchado de sangre.
—Supongo que hay que felicitarte —suspira—. Honestamente, no sé
cómo lo lograste, pero tengo que reconocerlo. Tienes a Adrian envuelto
alrededor de tu dedo.
—Uhhh, ¿qué? —La miro con el ceño fruncido—. Yo no hice nada, y
desde luego nunca le pedí un coche. Lo rechacé, si quieres saberlo, pero
él...
—Ese es para ti. —Me interrumpe y señala un precioso deportivo negro.
Parpadeo, sorprendida. No sé qué me esperaba, sobre todo teniendo en
cuenta todo lo que hay aquí abajo, pero desde luego no era esto. El coche
es precioso y tiene que ser carísimo. Es pequeño y con curvas y sexy como
el infierno. Nunca me habían parecido sexys los coches, pero me han
corregido. Lo miró fijamente, de repente me importa mucho este pedazo
de maquinaria.
—Has hecho algo. A ver... Hugo está muerto, y la historia es que lo
mataron unos cazadores. —Kelly me mira de reojo—. Lo cual es bastante
interesante teniendo en cuenta tus antecedentes.
—No puedo...
Levanta la mano.
—No digas nada. Es mejor que no conozca los detalles. —Pasa la punta
de los dedos por el acabado brillante del coche—. Este es un flamante
Porsche 911 Carrera 4. —Bien podría estar hablando en ruso—. Lo cual se
te escapa por completo, ¿verdad?
Asiento con la cabeza, pero esta vez sonrío.
—Sé menos de coches que de astrofísica.
—¿Qué sabes de astrofísica?
—Absolutamente nada.
Sus labios se mueven. No sé por qué, pero quiero gustarle y me
encantaría hacerla reír. No tiene mucho sentido, ya que ella es el enemigo,
pero no puedo evitar burlarme de ella.
—Bueno, no te emociones demasiado. Este no es ni de lejos el coche
más bonito que tiene Adrian —continúa, señalando con la cabeza a los
otros coches de la fila—, pero sigue siendo demasiado bonito para alguien
que no aprecia los vehículos.
Estoy empezando a disfrutar demasiado de nuestras bromas.
—Oh, cariño, puedo apreciar este. —Le guiño un ojo. Pulso el botón de
desbloqueo del llavero, abro la puerta del conductor y entro. El cuero del
interior granate huele a nuevo y caro. Me recuerda al interior de una
billetera.
—Realmente no te lo dio. —Se inclina a través de la puerta abierta, su
rostro fantasmal a centímetros del mío. Sus movimientos son rápidos y
fluidos y vampíricos de una forma a la que nunca me acostumbraré—. El
nombre de Adrian está en el título, y está asegurado bajo su póliza, así que
no pienses que puedes ir a venderlo.
¡Como si fuera a hacerlo! Bueno, tal vez lo haría si realmente lo
necesitara porque esto es demasiado caro y completamente innecesario.
Antes de que pueda responderle, me cierra la puerta en las narices y sale
corriendo.
—Bueno, ha ido bien —murmuro al volante.
Espero allí un rato, intentando averiguar mi siguiente paso. ¿Debo volver
arriba y negarme a coger algo tan lujoso y pedir algo más normal? ¿Debo
exigirle a Adrian que ponga el coche a mi nombre, ya que es un regalo y
no quiero que luego se enseñoree de mí? Pero no, no me atrevo a hacer
ninguna de las dos cosas, porque cada segundo que paso aquí sentada sola
es otro segundo que un vampiro podría olfatearme y decidir que soy un
almuerzo estupendo.
Tendré que lidiar con las ataduras de esta belleza más adelante.
Lo enciendo y el motor es tan silencioso y suave que casi no me creo que
lo esté haciendo bien. Salgo con cuidado del oscuro aparcamiento
subterráneo y a la luz del sol. En cuanto el calor me roza la cara, bajo las
ventanillas e inspiro profundamente. El sol me sienta mejor que nunca, y
la idea de que podría perderlo me deja helada. No puedo dejar que me
conviertan. No debería haber hecho otro trato con Adrian. Los chicos me
matarán si descubren lo que estoy haciendo. Sé que Seth es mi líder y
quiere que trabaje con Adrian, pero nunca hablamos de llegar tan lejos. Él
no sabe lo que le he pedido.
Y si Félix se entera... no quiero saber lo que haría.
El día se me escapa, pero pienso en todo lo que he vivido hasta ahora.
Me siento vieja, pero sé que no lo soy. Diecinueve años no es nada, pero
también lo es todo. Empecé el día con un desayuno encantador con mi
madre en nuestra cafetería favorita, y fue increíble. La tengo de vuelta, y
todavía no lo he procesado. Cada vez que pienso en que realmente es ella,
las lágrimas me queman los ojos.
Incluso ahora.
Los limpio. Tengo que conducir hasta la casa de Félix y Seth. Está cerca
del campus de Tulane, a pocos kilómetros del casino. Por desgracia, el
trayecto por Nueva Orleans es precioso, pero no me da tiempo a pensar en
una explicación plausible de por qué estoy conduciendo un Porsche. Ya he
olvidado qué modelo dijo Kelly que era, así que tendré que llamarlo El
Porsche.
Acabo aparcando un poco más adelante para poder ir andando a casa de
Félix y que los chicos den por hecho que he venido en autobús urbano. Aún
no sé qué tiene pensado Félix para mi cita de cumpleaños, pero estoy muy
emocionada. No hemos tenido tiempo a solas en toda la semana, y lo
necesito. Aún no estoy segura de que seamos una pareja de verdad,
teniendo en cuenta que le ocultamos nuestra relación a Seth. Eso me
molesta, pero estoy de acuerdo con él. Es necesario. Seth es nuestro líder
de equipo e insiste en que las citas entre compañeros deben estar fuera de
los límites. Y normalmente estaría de acuerdo con él, pero no entiende mi
corazón o mi historia con Félix. He querido esto desde siempre, y ahora
que Félix finalmente lo quiere también, nada va a detenernos.
Sonrío para mis adentros. Este secreto puede ser sexy y divertido si nos
lo permitimos. Ya se lo contaremos a todo el mundo, pero por ahora es más
seguro que quede entre nosotros dos. Llamo a la puerta y él abre, me toma
de la mano y me lleva dentro con una sonrisa cómplice.
orpresa. —Un coro de voces choca con mí y doy un paso atrás,
momentáneamente aturdida. En la pequeña sala de estar hay
serpentinas de varios tonos de azul y globos de helio flotando en
racimos.
Lo asimilo todo con una carcajada.
—¿Me tomas el pelo? ¿Planeaste una fiesta sorpresa?
Nunca había tenido una.
Félix me envuelve en un abrazo y me susurra:
—Feliz cumpleaños. Hay alguien aquí que quiere verte. —Luego me da
la vuelta y, de pie, con un vestido de fiesta azul a juego con su vibrante
pelo rizado, está nada menos que mi mejor amiga en todo el ancho mundo.
—¡Ayla! —grito, lanzándome sobre ella. Prácticamente la arrollo con mi
abrazo, y ella me lo devuelve con la misma fuerza—. ¡Dios mío, te he
echado tanto de menos! —exclamo. El último mes ha sido el tiempo más
largo que hemos estado separadas desde que me abandonó para convertirse
en una universitaria.
—No tienes ni idea —responde en un tono que dice que tenemos que
hablar.
Hay otras personas en esta fiesta sorpresa, como Seth y Kenton, mis dos
nuevas compañeras de piso, y un puñado de gente que aún no conozco y
que supongo que suelen venir a esta casa a pasar el rato con sus amigos de
la universidad. Algunos de estos chicos están hechos como si
definitivamente también estuvieran en el equipo de lacrosse. Pero ninguno
de ellos me importa ahora mismo, ni siquiera Félix. Todo lo que quiero
hacer es hablar con Ayla. Algo está pasando con mi chica, y tengo que
saber lo que es.
—Más tarde —susurra, sintiendo exactamente lo que estoy pensando—
. Por favor, intentemos divertirnos.
Y con esa petición, hago lo que me pide durante las dos horas siguientes.
Félix ha organizado un par de juegos de beber, karaoke, e incluso ha
comprado una de esas enormes tartas de Costco. Yo no bebo y mi equipo
tampoco, pero le sigo el juego a todo y acabo pasándomelo en grande.
Cuando me cantan, al mismo tiempo quiero meterme en un agujero y
abrazar a todo el mundo.
Después de que las cosas se calman y he conocido a toda la gente nueva,
Ayla y yo por fin tenemos la oportunidad de hablar. Me preocupa que me
eche en cara la tensión sexual entre su hermano y yo, y me siento mal por
haberle ocultado un secreto. Pero ¿quizá no ha notado nada? Félix y yo
estuvimos separados la mayor parte de la noche y Ayla se atribuyó el
mérito de la fiesta. Y puede que todo fuera idea suya, pero tengo la
sensación de que no es del todo cierto.
Cogidas del brazo, subimos a la habitación de su hermano. Me siento un
poco rara porque no pensé que la primera vez que subiría sería con ella,
pero no lo digo. El hecho de que ella aún no sepa que nos hemos besado
me está matando. Ella es mi persona. Pero ni siquiera estoy segura de lo
que soy para Félix, así que finjo no interesarme demasiado por los pósters
de la pared ni por todo el material de estudio que hay sobre el escritorio
mientras me siento en la cama a su lado. ¿Qué hará cuando le diga que he
empezado algo con su hermano? Rezo un poco para que nos apoye, y ni
siquiera soy de las que rezan. Mi madre siempre dijo que la iglesia no era
lo suyo, aunque mi abuela a veces me llevaba cuando era niña en las fiestas
importantes. Más allá de eso, no creo mucho en un poder superior.
Especialmente uno que permitiera a los vampiros vagar por la tierra.
Me vuelvo hacia mi amiga con una enorme sonrisa conspiradora.
—¿Qué haces aquí? Y no me digas que sólo has venido a pasar el día
porque las dos sabemos que un domingo por la tarde en septiembre no es
muy factible que salgas de la universidad. Se supone que hace tiempo que
te fuiste y que estás pasando el mejor momento de tu vida.
—¿Lo estoy? —bromea, pero no me mira a los ojos.
Percibo el muro emocional que ha construido a su alrededor, algo que
nunca había experimentado con mi mejor amiga. Siempre me ha dejado
entrar. Pero tampoco es que yo sea de las que hablan...
—Entonces, ¿vas a faltar a clase unos días o algo así? —Aventuro.
Suspira y se pasa el pelo por detrás de la oreja. Está grasiento, lo que
tampoco es propio de ella. Tampoco las ojeras.
—Escucha, no me juzgues, ¿vale? —Sus ojos se vuelven redondos, le
agarro las manos y se las aprieto. Ella me devuelve el gesto, pero su apretón
es débil.
—Nunca lo haría —susurro.
—Lo sé, pero también sé lo emocionada que estabas por mí y todo, y
realmente no sé cómo decir esto, así que sólo voy a soltarlo. —Se
apresura—. Decidí dejar la universidad.
Vuelvo a apretarle las manos, pero me suelta.
—¿Hablas en serio?
Ojalá pudiera hacer algo para ayudarla. Esto es lo último que esperaba
que dijera... estaba tan emocionada por irse.
—Sí, realmente la odié. Nunca había estado tan deprimida en toda mi
vida.
—Lo siento mucho. —No sé qué más decir. Apenas ha pasado un mes.
—No pasa nada. Mis padres me apoyan en mi decisión de volver a casa,
al menos por ahora. Fui a una terapeuta y me dijo que muchos chicos sufren
depresión en su primer año de universidad y que puede ser muy perjudicial
para ellos. —Su boca se tambalea y esos ojos redondos se llenan de
lágrimas—. Supongo que no soy tan fuerte como creía, ¿eh?
—¿Me tomas el pelo? —Quiero sacudirla—. Eres muy fuerte. Admitir
que algo estaba mal y tomar medidas al respecto fue súper valiente.
—Gracias. —Se encoge de hombros—. De todos modos, voy a
quedarme en casa hasta que decida qué quiero hacer después. No es que
necesite un título universitario para hacer diseño de interiores en el negocio
de mi propia familia, ¿sabes? Pero ya ni siquiera estoy segura de querer
dedicarme al diseño de interiores. No estoy muy segura de nada.
Cuando digo que mi amiga está obsesionada con el diseño de casas desde
que estaba en preescolar, no exagero. Sus casas Sims4 son increíbles, y su
dormitorio ha cambiado unas diez veces a lo largo de los años, cada vez
mejor que la anterior. Era el tipo de niña que pedía ropa de cama nueva
para su cumpleaños en lugar de juguetes y reorganizaba los muebles para
divertirse. Hoy en día, nada le gusta más que pasear por IKEA y criticar
los expositores. Se le da muy bien esto y pensar que lo dejaría tan pronto
me rompe el corazón.
La envuelvo en el abrazo más fuerte, deseando que me lo hubiera
contado antes, pero no voy a hacer que esto gire en torno a mí. Y no es que
haya sido la mejor amiga del mundo últimamente. También han cambiado
muchas cosas en mi vida.
—Lo siento mucho, Ayla. Sé lo mucho que esperabas tu experiencia
universitaria. ¿Estás segura de que esta es la decisión correcta?
Se aparta y me lanza una mirada molesta.
—Hablas como Félix. Él tampoco lo entiende. Pero honestamente,
odiaba la universidad. Ni siquiera quería salir de mi dormitorio.
Asiento con la cabeza, pero no creo que no quisiera salir de su habitación
por estar lejos de casa, por ser tímida o por cambios en su vida ni nada por
el estilo. Creo que la razón por la que quería quedarse encerrada en su
habitación era porque se sentía segura allí y en ningún otro sitio. Pero eso
no lo digo yo. ¿Podría mi amiga estar pasando por un trastorno de estrés
postraumático después del ataque de los vampiros? Esos tipos casi la
asesinaron, y luego matamos a tres de ellos justo delante suya mientras
todavía estaba procesando el hecho de casi ser comida para vampiros. No
todo el mundo está hecho para ser cazador, y mi sensible amiga podría estar
ocultando sus verdaderos miedos.
Se levanta.
—Me voy a casa antes de que oscurezca. Feliz cumpleaños.
Y efectivamente, el cielo se ha vuelto naranja cremoso. No me da un
regalo ni una tarjeta, simplemente se va. No es que espere un regalo o que
esté enfadada porque no tenga nada. Es que estoy aún más preocupada
porque esto no es propio de ella en absoluto. Mi amiga siempre ha sabido
que no tengo mucho, así que se desvive con sus regalos. Una vez incluso
me cambió el vestuario, ahorrando su dinero y utilizándolo en ropa escolar
nueva para mí. Y cuando no quise aceptar un regalo tan grande, le quitó
todas las etiquetas.
Esa es mi Ayla. Pero supongo que también lo es esta chica. Y no tengo
ni idea de qué hacer.
Félix da unos golpecitos en la puerta y se asoma al interior.
—¿Estás bien?
Finjo una sonrisa feliz.
—Por supuesto, gracias por esta fiesta. Sé que Ayla ayudó, pero tú fuiste
el cerebro, ¿no?
—Nunca te lo diré. —Me guiña un ojo y se sienta a mi lado—. Tengo
algo para ti.
Saca una cajita del cajón de su mesilla de noche. Está envuelta en papel
azul a juego con la decoración del piso de abajo. Si tuviera que adivinarlo,
Alya le preparó toda la decoración de la fiesta, lo que me da algo de
esperanza para mi amiga. Pero, de nuevo, quizás no. Tal vez fue todo cosa
de él.
—Ábrelo. —Me pide, entregándomelo. Lo hago y encuentro una cadena
de plata maciza colocada cuidadosamente sobre una almohada de
terciopelo negro—. He visto que se te ha roto la cadena de tu collar favorito
y has tenido que sustituirlo por algo barato —dice, bajando la mirada hacia
mi cuello—, ya sabes, ¿el que llevas siempre con la cruz que te regaló tu
abuela? Bueno, en fin, espero que te guste este sustituto.
—Es uno de los regalos más considerados que nadie me ha hecho nunca
—suspiro. Claro, conducir un Porsche hasta aquí ha sido uno de los
momentos más surrealistas de mi vida. Es precioso y nuevo, y aún no estoy
segura de por qué me lo regaló Adrian... y no puedo fiarme—. Muchas
gracias, Félix. Esto es perfecto.
Llevo mi cruz en una cadena de mierda desde que Hugo la rompió.
Descansa bajo mi clavícula en su lugar habitual, la mitad del tiempo bajo
mi ropa. Me la quito para cambiarla por la bonita cadena de plata y él me
la abrocha al cuello. Mientras lo hace, mi pulgar se desliza por la insignia
estampada de dos plumas diminutas que se cruzan en la parte posterior de
la cruz. El sello pertenece al artesano que la hizo, una especie de firma.
Me vuelvo hacia él y la energía entre nosotros cambia por completo. Sus
ojos se dirigen a mis labios y, antes de que pueda pensar en las
consecuencias, aprieto mi boca contra la suya. Mis sentidos han crecido
mucho desde que tengo veneno de vampiro en la sangre, y aún más desde
que vi a Adrian, e inmediatamente se activan con el beso. Siento, oigo y
percibo todo más profundamente que nunca: el zumbido del ventilador del
techo, la calidez de la suave boca de Félix, el olor de su embriagadora
loción de afeitar, el silbido de mi sangre y la aceleración de mi respiración.
Quizá no esté tan enfadada por la orden de Adrian de perder mi
virginidad. Mis manos encuentran su propio coraje y se cuelan bajo su
camiseta para recorrer su duro pecho. Gime en mi boca. Se quita la
camiseta de un tirón, y entonces sus manos hacen su propia pregunta.
—¿Puedo? —susurra, tirando también de mi camiseta. Asiento con la
cabeza contra su beso.
—¿Me estáis tomando el pelo? —La voz de Ayla nos separa como un
cubo de agua helada. Está de pie en la puerta, su silueta azul iluminada por
el pasillo brillante detrás de ella. Y la expresión de su cara es de traición
absoluta.
Se me cae el corazón.
—Puedo explicarlo —digo al mismo tiempo que Félix declara—: Íbamos
a decírtelo.
—No os molestéis. —Suelta, y se va antes de que podamos verla llorar.
a ido bien —refunfuña Félix mientras vuelve a ponerse la
camiseta—. Será mejor que vaya tras ella.
—Iré contigo.
Pero cuando llegamos al jardín delantero, Ayla no aparece por ninguna
parte. Félix corre hacia la acera, mirando arriba y abajo por la calle, con
los hombros caídos. Probablemente aparcó a la vuelta de la esquina debido
a la fiesta sorpresa, reconocería su preciado Mini Cooper en cualquier
parte, pero no se sabe dónde podría estar.
Él se detiene bruscamente.
—Kenton, ¿qué estás haciendo?
—Imaginándome a mí mismo en este dulce paseo.
Su voz me produce un pequeño escalofrío. Me acerco corriendo y,
efectivamente, mi amigo está de pie junto a mi coche nuevo, mirándolo
como si fuera la cosa más bonita que ha visto en su vida. Seth ha sacado el
teléfono de Kenton y le está haciendo fotos con el Porsche como si fuera
un vehículo de exhibición en un parque de atracciones. Por la expresión de
aburrimiento de Seth, esta sesión de fotos no fue idea suya.
—Bueno, supongo que ahora es tan buen momento como cualquiera —
murmuro. Saco las llaves del bolsillo y las dejo colgando para que los
chicos las vean—. ¿Alguien quiere dar una vuelta? —Me miran
boquiabiertos.
—Me dijiste que ibas a venir en autobús urbano. —Se lamenta Félix.
Miro a mi alrededor para asegurarme de que sólo estamos los cuatro en
la pequeña calle arbolada.
—Ese era el plan, pero ¿sabéis que queréis que me meta con los
vampiros? —Al instante, todas sus expresiones cambian. Seth parece
preocupado, Kenton impresionado y Félix francamente cabreado—.
Bueno, Adrian accedió a seguir trabajando juntos y me prestó este coche.
Dejo de lado el hecho de que por "trabajar juntos" me refería a
convertirme en su próxima prodigio, y que por "prestar" me refería a
regalar, pero bueno, iré con pasitos de bebé con ellos.
—¿Es seguro? —pregunta Félix mientras lo desbloqueo. Esta en el coche
en dos segundos, mirando debajo de los asientos y en todos los rincones
como si pudiera haber una cámara oculta, una bomba o algo así—. ¿Puedes
abrir el maletero? El capó también, ya que estás.
Kenton y Seth están ahí con él.
—¿No crees que estás exagerando un poco? —Cruzo los brazos sobre el
pecho y doy golpecitos con el pie en el pavimento.
—No. —Ladra. Sus ojos oscuros se posan en los míos desde el otro lado
del coche. No estoy segura de sí está enfadado porque he aceptado el regalo
o porque Adrian me lo ha hecho o qué le pasa exactamente. ¿Serán celos?
—¿Y si hay un dispositivo de rastreo en esta cosa? —Seth rompe mi hilo
de pensamiento—. ¿O una cámara o algo peor?
—¿Qué podría ser peor?
—No sé, ¿una bomba?
Me rio.
—Si Adrian me quisiera muerta, estaría muerta. Créeme.
—¿Y qué? No deberías haber traído esto aquí donde viven tus
compañeros de equipo. Deberías haberme llamado primero y planearlo
mejor.
Mis mejillas se calientan.
—Vale, tienes razón —cedo—, lo siento.
Pero de lo que no se dan cuenta es de que si Adrian quisiera saber quiénes
son, no necesitaría llegar tan lejos. Vio sus caras esa noche detrás del
casino. Él hace su debida diligencia. Es muy probable que ya sepa todo
sobre ellos. ¡Probablemente podría decirme sus cereales favoritos para
desayunar si le pregunto!
—Prométeme una cosa —dice Kenton con una sonrisa pícara que rompe
la tensión—. Cuando sepamos que es seguro, por favor, déjame ser el
primero en conducirla.
Resulta que cumple su deseo. Tras unos veinte minutos de investigación,
no encuentran nada malo en el Porsche. Kenton y yo nos subimos juntos
para dar una vuelta.
—Pero primero tenemos que establecer el tono —anuncia, conectando
su teléfono al Bluetooth. Pone uno de mis discos favoritos de hip hop y
arrancamos. Va directo a la autopista—. Tenemos que ver lo rápido que
puede ir esta chica.
—Oh Dios, no hagas que nos paren.
—No lo haré. —Se echa hacia atrás en el asiento del conductor y aprieta
el volante.
No hay mucho tráfico esta noche, así que pisa el acelerador y nos lleva
al límite de velocidad en segundos. Me rio todo el rato.
Veinte minutos más tarde estamos de vuelta y Seth es el siguiente.
—¿Te importa si voy solo? —pregunta.
Me encojo de hombros.
—Adelante.
La petición es un poco rara, pero no muy diferente a Seth, así que da
igual. Kenton me da un abrazo y vuelve a la fiesta. Yo me quedo en la acera
con Félix. No sé qué hacer. ¿Tomarle la mano? ¿Besarle? ¿Mantenerme
alejada porque es obvio que a Ayla no le gusta que estemos juntos?
Me tranquiliza abrazándome fuerte y besándome en la cabeza.
—Todo irá bien.
Nos quedamos así hasta que Seth vuelve un par de minutos después. En
cuanto oímos llegar el coche, nos separamos. Seth no necesita saber nada
de nosotros todavía. Aparca y me da las llaves. Sonrío a Félix y se las
tiendo.
—¿Estás listo? —Me interesa saber qué piensa del coche y tener otro
momento a solas con él—. Podemos ir juntos.
Y quizá podamos ir a algún sitio bonito, aunque el sol ya se haya puesto.
Nueva Orleans es llano, pero tiene que haber algún lugar donde podamos
ver las luces de la ciudad. O incluso simplemente conducir un rato y hablar.
Eso estaría bien. Ayla y yo hacíamos eso todo el tiempo cuando se sacó el
carné.
—Lo siento, tengo que hacer los deberes y mañana tenemos
entrenamiento, así que mejor no. Ve a disfrutar de tu fiesta. Es toda para ti.
Me deja de pie en la calle, preguntándome qué ha pasado, mientras
vuelve a entrar con Seth. Quiero ir tras él y exigirle... algo.
¿Pero qué?
Son sólo las diez de la noche, es mi cumpleaños y no estoy preparada
para que este día termine. Todo se ha vuelto tan intenso últimamente que
conseguir este coche y divertirme un poco me ha parecido un sueño. Al
menos Kenton y yo lo hemos pasado bien, pero yo quería vivirlo con Félix,
y mis sentimientos están un poco heridos. Decido no quedarme más en el
apartamento, aunque la fiesta parece que vuelve a animarse. Me siento rara
pasando el rato con un grupo de universitarios cuando Félix ha terminado
por esta noche, así que me despido de todos y compruebo si mis
compañeras de piso quieren que las lleve a casa, pero no es así. Son chicas
divertidas y amables conmigo, pero son mayores y están centradas en los
estudios. Tengo la sensación de que nunca me llevaré bien con ellas, no
como con las amigas de verdad. No como con Ayla.
Me deslizo en el asiento del conductor y cojo el teléfono, con ganas de
llamarla. Pero llamo a mi madre. Al primer timbrazo, contesta.
—Hola, Evangeline. ¿Cómo está mi cumpleañera?
Ella ha estado viviendo con un amigo del trabajo en las afueras de la
ciudad desde que nos desahuciaron, así que verla esta mañana ha sido muy
agradable. ¿Terminar el día en mi propio apartamento en vez de en un lugar
donde vivimos juntas? Es... extraño. No está mal. Ni bien. Sólo... raro.
—Estoy bien, mamá. —Todavía no sabe mucho sobre mi relación con
Adrian, y definitivamente no necesita saber sobre el Porsche, así que
decido dejarlo fuera.
Hace una pausa.
—Hay algo que quería decirte.
No sé si alguna vez he oído esas palabras salir de su boca. Me siento
erguida mientras mi corazón se acelera.
—¿Por qué no me lo dijiste en el desayuno?
—No quería preocuparte en tu cumpleaños.
—Preocuparme . . . ¿me tomas el pelo? Sigue siendo mi cumpleaños,
mamá. —Pongo los ojos en blanco. Es típico de Virginia Blackwood, así
que supongo que no debería sorprenderme. Al menos ya no discute
conmigo sobre el juego. Espero que nunca tengamos que volver a hablar
de eso.
—¿Puedo pasar antes de tu turno en Pops mañana? ¿A qué hora trabajas?
Su voz es relajada, lo que tampoco es propio de ella. Pero tal vez hace
mucho que no conozco a la verdadera. Probablemente va a ser muy
diferente ahora que se ha visto obligada a no volver a ser adicta, y estoy
deseando conocer a la persona que es sin todo eso, pero tengo que
recordarme que sigue siendo Virginia. Y nunca va a ser perfecta. Nadie lo
es. Y me parece bien.
Le digo cuándo vernos y terminamos de hablar mientras conduzco hasta
la casa de Ayla. Si mi mejor amiga no está dispuesta a hablar, me iré a casa,
pero no puedo acabar el día sabiendo que le he lastimado. Tengo que
arreglar esto, así que aparco y llamo a la misma puerta a la que ya he
llamado un millón de veces.
La Sra. Moreno me hace pasar.
—Cariño, me alegro mucho de verte. —Me abraza enseguida.
—¿Puedo ver a Ayla?
Retrocede con el ceño un poco fruncido.
—Espero que puedas comunicarte con ella. Está en su habitación —
susurra.
Que en realidad ahora es una habitación de invitados. Ayla ya ayudó a
su madre a convertirla en algo nuevo cuando se llevó la mayoría de sus
cosas a la uni. Siento una pequeña punzada en el corazón. Nada salió como
estaba planeado. Me pregunto cómo se sentirá ella con todo esto. Pero
quizá tenga razón, quizá no necesite un título. Tal vez la universidad no es
para ella. Quizás estoy completamente equivocada acerca de por qué se
fue.
La encuentro tumbada en la cama con todas las luces encendidas y el
portátil abierto a su lado. Está viendo una vieja comedia con unas risas
terribles y no me reconoce cuando entro a saludarla. Me siento en el borde
de la cama durante cinco minutos y ella no mueve un músculo ni levanta
la vista. Cuando los espectadores se ríen, ella no se une a ellos.
—¿De verdad vas a fingir que no estoy aquí?
—Claro que sí. Igual que tú fingiste que ya no estaba allí.
Sí, peleamos de vez en cuando, pero esto parece bastante infantil. Y Ayla
sabe que siempre he sentido algo por Félix. A ella no le gustaba, no creía
que saliera nada de eso, pero aun así lo sabía y no es como si alguna vez
me hubiera dicho en serio que parara.
—Te he llamado o enviado mensajes casi todos los días desde que te
fuiste.
—Sí, y durante todo eso ni una sola vez mencionaste que te has estado
enrollando con mi hermano. —Levanta la mirada del ordenador—. ¿Desde
cuándo? ¿Estabas esperando a que me fuera para disparar?
Levanto las manos.
—En primer lugar, no me estoy enrollando con él. Sólo nos hemos
besado un par de veces. Y segundo, sabes que siempre he sentido algo por
tu hermano.
—Sí, y me pareció bien porque pensé que nunca actuarías en
consecuencia y que siempre antepondrías nuestra amistad. Eres mi mejor
amiga, no su novia.
—¿Por qué no puedo ser las dos cosas? —Intento contener mi ira, pero
ella no me lo pone fácil.
—¿De verdad me estás preguntando eso?
—¿Y por qué no? Estás siendo injusta.
—Porque, Eva, si sales con él, ¿qué pasará cuando rompáis? Me
obligaría a elegir un bando, y por mucho que te quiera, él es Félix. No
puedo no elegir a mi único hermano.
Eso duele. Ya está asumiendo que Félix no me querrá y está planeando
una ruptura dramática.
—¿No creerás que no he pensado en eso? —susurro—. Sé que lo
elegirías a él, ¿y te das cuenta de lo mucho que me jode eso? Porque no
tengo un hermano ni otra mejor amiga. Te tengo a ti. Eso es todo.
—Aparentemente tienes a Félix.
Aprieto y aflojo los puños, cada vez más frustrada.
—No tergiverses mis palabras. —Nos quedamos calladas tanto tiempo
que me veo obligada a llenar el silencio—. Lo siento, ¿vale? No era mi
intención que te enteraras así. Esto con Félix es nuevo.
—Se quitó la camiseta. No soy estúpida, ¿vale? Entonces, ¿finalmente
perdiste tu virginidad?
Me levanto, cada vez más cansada de esta discusión.
—No, y aunque así fuera, no debería ser un problema. Una chica no
debería ser definida por sus decisiones sobre su cuerpo.
—¿Estás de broma? Es un gran problema porque siempre lo has hecho
un gran problema. Sé lo que significa para ti.
—Vale, pero...
—Y es un gran problema cuando es tu mejor amiga quien te oculta
secretos.
El silencio se extiende entre nosotras, separándonos cada vez más.
—No lo entiendes —refunfuño.
—Tienes razón, no lo entiendo.
—Ayla...
—Creo que deberías irte.
Y pienso que tal vez tenga razón. Voy a pararme en la puerta. Estoy que
ardo de rabia, pero también comprendo de dónde viene porque la conozco
mejor que nadie, y sé que ya estaba dolida cuando volvió a casa y ahora yo
he aumentado ese dolor con mis secretos. Me pregunto si esto tiene menos
que ver con Félix y más conmigo ocultándole algo.
—Por favor, busca ayuda, ¿vale? Necesitas a alguien con quien hablar
de todo. ¿Vas a ver a ese terapeuta regularmente ahora?
—¿Así que piensas que porque dejé la uni estoy de alguna manera loca?
Bueno, al menos lo intenté, Eva. No te veo intentándolo.
—Eso duele. —Bajo la voz. Sabe cómo me criaron y sabe que hago todo
lo que puedo. No me criaron como a ella, con dos padres, un hogar con
ingresos estables, una hermosa casa donde crecer, un legado y tradiciones
culturales y, y, y... —Respiro hondo—. En realidad, estoy hablando del
ataque vampírico del mes pasado. No has sido la misma desde aquella
horrible fiesta. Estás atribuyendo tu infelicidad al hecho de irte a la
universidad, pero sólo quiero que hables con alguien que pueda ayudarte a
separar las dos cosas, porque tal vez sea el asunto de los vampiros lo que
te hace sentir así. Un profesional está capacitado para ayudarte a ponerle el
cierre a cosas así.
—¿El cierre? —Pone los ojos en blanco—. ¿Cómo se supone que voy a
tener un cierre cuando los mamones siguen ahí fuera? Y ahora tengo que
pensar en ti y en Félix saliendo a cazarlos cada noche cuando no estáis
haciendo Dios sabe qué más.
—No todas las noches.
De hecho, ni siquiera hemos salido en una primera misión oficial. Tate
todavía no ha vuelto. Cameron está dirigiendo el show como el pequeño
idiota que es, y no ha autorizado a nuestro equipo a hacer nada más que
entrenar. Ni siquiera podemos tirar estacas en los cementerios en este
momento porque la última vez que los chicos hicieron eso, fueron por la
noche cuando se suponía que no. Fue la noche que los seguí y me atacó una
vampiresa recién convertida, pero no creo que Cameron sepa nada de eso.
—La caza es nuestra forma de afrontar este desordenado mundo —digo
al fin—, tú también tienes que encontrar tu forma de afrontarlo.
—¿Puedes irte ya?
Está siendo mala y podría devolvérsela, pero estoy cansada y no quiero
pelear. Con suerte se ablandará con el tiempo y me perdonará. Pero no voy
a dejar de ver a Félix ahora que he empezado. Y no voy a renunciar a los
cazadores. Y ciertamente no voy a renunciar a la salud mental de Ayla o a
nuestra amistad.
—Sabes —dice justo antes de que cierre la puerta—. Es mejor que no
vengas más por aquí. Es más seguro para mí teniendo en cuenta tus
cuestionables decisiones en la vida.
Se me llenan los ojos de lágrimas y no sé qué hacer ni qué decir, porque
tiene razón. Puede que no esté segura conmigo. Es la razón por la que no
me quedé aquí cuando los Moreno se ofrecieron después de que nos
desalojaran a mamá y a mí. Y fue una buena decisión teniendo en cuenta
que Hugo me había seguido y que Adrian conocía los detalles de la
distribución de mi casa y dónde dormía. ¿Quién puede decir que otros
vampiros no me persiguen? Y ahora que en realidad soy la novata de
Adrian, voy a tener aún más ojos sobre mí.
Cierro la puerta y me niego a llorar.
Al salir de la casa, les doy un abrazo a sus padres.
—Contactad conmigo si alguna vez necesitáis algo o si Ayla me necesita.
Sus ojos se abren de sorpresa, pero asienten con la cabeza. Me voy antes
de que empiecen a hacer preguntas. Espero de verdad que acepte mi forma
de pensar o, al menos, que me perdone pronto. Pero no estoy segura de que
lo haga.
Conozco a mi amiga... es tan testaruda como yo.
divina quién ha vuelto. —Me saluda Kenton cuando entro en el
gimnasio a la mañana siguiente después de una noche de sueño
terrible.
Al principio, me confunde la afirmación, pero luego lo veo: Leslie Tate.
Está en las escaleras charlando con otros cazadores. El anciano tiene el
mismo aspecto de siempre, con sus ojos grises e inquisitivos cubiertos por
unas pobladas cejas. Sólo ha estado fuera unas semanas, pero a mí me
parece una eternidad. También siento que algo va mal.
—Bueno, ¿qué ha dicho?
Me quito la sudadera con capucha, la tiro en uno de los armarios y me
dirijo a la zona de pesas con Kenton a mi lado. Hemos caído en una rutina
en la que entrenamos juntos por las mañanas. Primero nos vemos, luego
entrenamos. Félix y Seth ya están en la colchoneta, emparejados para lo
mismo. Cuando acabamos, tenemos que hacer algunos simulacros arriba,
quizá una clase o dos, y luego nos vamos antes de comer. Sé que los chicos
se mueren de ganas de que les asignen tareas de verdad, pero yo empiezo
a ponerme un poco nerviosa ante la perspectiva de cazar en serio.
—¿Qué quieres decir con qué ha dicho? —pregunta Kenton, realmente
confundido por mi pregunta.
Ensancho los ojos.
—Oh, no lo sé, ¿tal vez sobre el hecho de que nos abandonó, dejando
sólo una nota críptica como si todos estuviéramos en algún tipo de novela
de misterio y asesinatos?
Él se encoge de hombros.
—No se me ocurrió preguntar.
—Bien...
Cambia de tema y seguimos con nuestro entrenamiento. Lo más loco es
que todas las personas con las que hablo de Tate a lo largo de la mañana
me dan una respuesta similar. No parece importarles dónde ha estado su
líder ni por qué se fue, sólo que ha vuelto. Seguramente Tate no es infalible
al escrutinio. ¿Siguen ciegamente a este hombre pase lo que pase?
Arrincono a Cameron junto a la fuente. Estamos solos, así que tengo que
ser rápida.
—Oye, ¿sabes lo que está pasando? Todos actúan como si no fuera gran
cosa que Tate haya vuelto.
—¿Por qué no hablas tú misma con él? —pregunta, lanzándome una
mirada extraña—. Eso es lo que yo hice.
—Uhh... ¿qué pasa con todo el asunto del demonio de energía?
—¿El qué? —Alza las cejas. Hoy están tupidas, me recuerdan a las
orugas naranjas.
—Ya sabes. —Me aseguro de que no haya nadie a nuestro alrededor y
susurro en voz baja—. Toda la razón por la que eres el prodigio de Kelly.
Él da un paso atrás, con la cara desencajada.
—No sé de qué demonios estás hablando. ¿Cómo te llamas? ¿No eres
una novata?
¿Eh?
—Eva, y sí, pero ese no es el punto. Estoy hablando de la discoteca y
Kelly. ¿Recuerdas cuando estábamos en el casino y…
Sacude la cabeza y levanta las manos.
—De acuerdo, Ava. No sé lo que estás tratando de hacer aquí, pero sea
lo que sea, tienes que parar.
—Es Eva.
—No importa. No inventes mentiras así.
Abro y cierro la boca varias veces.
—Pero ¿qué pasa con tu hermano pequeño? ¿Vengar su muerte y todo
eso de si no puedes con ellos, únete a ellos?
Su rostro palidece.
—Mi hermano murió de cáncer infantil. —Su voz es peligrosamente
grave, como si estuviera a punto de estallar. Veo sus manos apretadas y
doy un paso atrás—. ¿Y qué haces mirándome así? Ni siquiera te conozco.
¿Le haces esto a todo el mundo?
Le miro fijamente, completamente atónita. ¿De verdad lo ha olvidado
todo? Es difícil de creer, pero sé lo que Tate puede hacer. Me dijo desde el
primer día que puede hacer que la gente olvide cosas. ¿Me lo ha hecho a
mí? Mi mente se arremolina con las posibilidades y, de repente, quiero huir
muy, muy lejos de este centro de entrenamiento secreto y no volver la vista
atrás.
Pero mis amigos están aquí y no puedo dejarlos vulnerables.
—¿Todo bien por aquí? —Seth se desliza a mi lado. Evalúa a Cameron
con una mirada dura.
—¿Esta chica está en tu equipo? —pregunta Chucky. Es bajito y fornido,
pero su corpulencia es considerable y tiene las manos cerradas en puños.
—Sí. —El tono de Seth se oscurece para coincidir con el suyo, y
agradezco que haya decidido superar su enfado y darme la bienvenida a su
equipo. Se siente bien ser querida. No es una sensación que haya tenido
demasiadas veces antes.
—Tu niñita está escarbando en los antecedentes de la gente, y tienes que
hacer que pare.
Seth se vuelve hacia mí.
—¿Es verdad?
No sé qué decir para que esto tenga sentido, pero mi equipo sabe lo de
Cameron, quién es realmente y cuáles son sus planes. Al menos, lo que
eran antes de que su mente fuera limpiada como una ventana. Al final,
decido ir aceptar mi culpa sólo para conseguir que nos deje en paz.
—Sí, supongo que sí. Lo siento, Cameron. No volverá a pasar.
Este resopla y se aleja, sin dejar de mirarme mientras cruza el gimnasio
para reunirse con sus compañeros.
—Vale, ¿entonces de qué iba todo eso realmente? —Seth nunca se
interesa tanto por mí, pero ahora me mira con ojos escrutadores. También
hay simpatía en ellos. Y confianza. Y me encanta que confíe en mí. No me
había dado cuenta de cuánto lo necesitaba.
—Todavía recuerdas las cosas que te dije sobre Cameron, ¿verdad? —
susurro.
—Sí.
El alivio me inunda.
—Bien, porque el tipo estaba actuando como si no recordara nada de eso.
—¿Nada? ¿Crees que te estaba engañando?
—Podría ser, pero realmente no lo creo. Le borraron la memoria.
—Hmm... —Se gira, y los dos miramos a Cameron mientras empieza a
hacer sparring con uno de sus compañeros. No están mucho en el gimnasio
porque suelen salir a cazar, pero hoy parece que están todos. Tal vez Tate
les dijo a los líderes que llamaran a todos sus compañeros.
—Le pregunté por Leslie Tate y actuó como si no fuera gran cosa que
Tate estuviera de vuelta. Lo mismo con Kenton. ¿Crees que algo está
pasando?
Los ojos de Seth pasan de duros a blandos.
—No pasa nada. Puedes confiar en Tate. Ve a hablar con él tú misma y
verás.
—Bueno, Tate obviamente le borró la mente a Cameron, así que me
disculparás si no quiero hablar con ese hombre.
—No, confía en mí, Tate es un buen tipo. Si hizo algo raro, lo hizo para
protegernos.
Vale, ahora Seth está actuando igual que todos los demás, y estoy segura
de que algo le pasa a Tate. Tal vez debería alejarme, pero parece inevitable.
En contra de mi buen juicio, salgo a las escaleras, decidida a obtener
respuestas.
Encuentro al jefe en su despacho, sentado en su mesa, como siempre.
—Hola, Eva. —Me saluda con una sonrisa—. ¿Cómo estás?
Me siento en la silla frente a él y frunzo el ceño.
—Estoy bien. Una pregunta más interesante: ¿cómo te va? Y ya que
estás, ¿dónde has estado? ¿Y por qué nos abandonaste así?
Él asiente una vez, la comprensión enmarcando sus ojos.
—Y para el caso, ¿qué pasó con Cameron? Está borrado. Le quitaste sus
recuerdos, sé que lo hiciste.
—Ayudé a Cameron. —Se inclina hacia delante—. ¿Necesito ayudarte?
¿Sabe lo de Adrian? Parpadeo y mi corazón se acelera.
—Todas tus preguntas son válidas. —Sonríe—. Pero son preguntas que
ya no necesitas hacer o pensar.
Hay algo en sus palabras que se hunde en mí como un ancla. Dice la
verdad. Incluso si hay algo en esa verdad que no suena del todo cierto,
sigue siendo digna de confianza. Intento comprender qué puede haber de
extraño en este momento, pero mi mente se vuelve un poco confusa.
Necesito recordar que me está haciendo algo, que está usando sus poderes
de algún modo. Necesito aferrarme al hecho de que él mismo admitió ser
algo distinto a humano la primera vez que nos vimos. Necesito aferrarme
a las palabras de Cameron en la discoteca, que Tate es una especie de
demonio energético, y necesito, necesito...
La confusión se apodera de mis pensamientos y luego se despeja, sin
dejar nada atrás.
—De acuerdo —respondo simplemente. Mi mente está tranquila, así que
me levanto para marcharme—. ¿Cuándo reanudaremos el entrenamiento
juntos?
Toma a los nuevos reclutas bajo su tutela, y realmente he echado de
menos tener ese tiempo a solas con él. Es un gran tipo, como el padre que
nunca tuve.
—¿Qué tal mañana?
Un pequeño estallido de felicidad se libera en mi pecho.
—Aquí estaré.

en sus brazos y me besa por última vez.


—Ha sido divertido tenerte por aquí hoy.
Sonrío y asiento con la cabeza. Estamos en el porche de su casa después
de haber pasado juntos la mayor parte del lunes. Después del entrenamiento
de esta mañana, se disculpó por haberse acostado pronto anoche y me pidió
que me quedara en su casa entre clase y clase para pasar un rato conmigo.
Como yo no trabajaba hasta más tarde, pensé que era una buena idea. Y
había acertado. Todo el día fue increíble, tanto que creo que estoy casi lista
para aceptar la petición de Adrian y finalmente canjear mi tarjeta V con
Félix. No hoy porque tengo que ir a trabajar, pero pronto.
Nos abrazamos y luego bajo a regañadientes a mi coche. Sean cuales
sean los celos que Félix tenía por el Porsche, no ha dicho ni una palabra
más al respecto. Tal vez se dio cuenta de que estaba siendo un idiota.
Me despido con la mano y me deslizo dentro, luego salgo a la carretera
y giro hacia el centro. Tengo que ir a casa a ponerme el uniforme de trabajo
y soy muy consciente de que mi madre quería pasar antes por casa para
hablar conmigo de algo. Tengo mucha curiosidad por lo que sea que quiera
decirme... y estoy nerviosa. No me gustó el tono de su voz, me recuerda
demasiado a los días anteriores a que Adrian la obligara.
Al doblar la esquina, veo a Tate caminando por un aparcamiento. Verlo
así, en plena naturaleza, me hace detenerme en la señal de stop y
observarlo. No debería preocuparme por lo que está haciendo, pero algo en
mi interior me advierte de que es un pensamiento falso. Me invaden
sentimientos encontrados, pero sigo esa pequeña señal de alarma y entro
en el mismo aparcamiento. Corro hacia la acera para alcanzarle, pero no
me ve a tiempo y entra por una puerta giratoria antes de que pueda gritar
su nombre.
Quiero saludarle y darle las gracias por volver después de haberse ido y
preguntarle. . .
Hay algo más, algo importante, pero mi mente vuelve a estar confusa.
No sé si es por curiosidad o por una sospecha a la que no puedo poner
nombre, pero me encuentro siguiéndole al interior del edificio.
Miro el cartel que hay sobre la puerta de cristal y frunzo un poco el ceño:
Centro Médico Tulane. ¿Qué puede estar haciendo en un hospital? Espero
que esté bien. Mi primer pensamiento es que probablemente esté visitando
a alguien y apreciaría su intimidad. Pero mis pies siguen avanzando y paso
por delante de la recepción, siguiéndole hasta una puerta sin señalizar. Me
encuentro en un pasillo liso, con los pasos de Tate resonando delante. De
nuevo quiero llamarle, pero una profunda sensación de conocimiento me
sube por la garganta. Me cierra la boca y lo único que puedo hacer es
seguirle.
na vez más, mis sentidos se agudizan. El olor a antiséptico, el tintineo
de los zapatos sobre las baldosas pulidas y el aire acondicionado que
corre por los conductos de ventilación parecen rodearme a la vez. No
sé por qué es tan fuerte ahora, porque Tate no es un vampiro ni está
conectado a la línea de sangre de Hugo. Quizá sea porque noto que algo no
va bien o porque estoy hiperconcentrada. Todavía no estoy segura de cómo
funciona este veneno, pero tengo claro de debo mantenerlo en secreto. Los
vampiros me matarán si descubren que lo tengo. Adrian aún podría. Y no
quiero que Tate lo sepa.
Partes de mi mente aún quieren relajarse y dejar tranquilo al jefe, pero la
claridad se ha asomado como rayos de sol entre nubes espesas. Una
claridad que dice que es hora de saber la verdad sobre Tate. Aprieto los
dientes y me doy cuenta de que la única razón por la que quiero confiar en
Tate es porque él me lo ha dicho, y eso tiene más que ver con sus
habilidades secretas que con lo que siento en el fondo. Me ha manipulado,
simple y llanamente.
Cada vez más enfadada, atravieso las puertas dobles y acabo dentro de
una bulliciosa planta de urgencias. Yo no habría sabido llegar aquí sin
preguntar en la recepción, y me parece raro que él lo haya hecho. ¿Qué
hace un tipo como él merodeando por un hospital? Si estuviera visitando a
alguien, no habría necesidad de tanto secretismo.
Una mujer de mediana edad con los ojos rojos y llorosos pasa corriendo
a mi lado y veo la pegatina azul de visitante que lleva en la camisa. Me
repliego sobre mí misma, esperando que nadie se dé cuenta de que no tengo
una propia. Lo que estoy haciendo podría ser ilegal, pero por suerte el lugar
está lleno y parece que los médicos y las enfermeras no se preocupan por
mí, no cuando tienen que estar en diez sitios a la vez.
En un cartel al final del pasillo se lee Centro de Donación de Sangre, y
retrocedo. No debería, probablemente no tenga nada que ver con alimentar
vampiros y sí con salvar humanos, pero a estas alturas me repugna
cualquier tipo de donación de sangre. Hay una razón por la que las
principales dolencias de nuestra sociedad se han convertido en anemia,
síndrome de las piernas inquietas, fatiga, niebla cerebral y más: todos ellos
síntomas de donar demasiada sangre.
He perdido de vista a Tate y no puedo ponerme a abrir puertas para
buscarlo, así que me paseo despreocupadamente por el pasillo, con los ojos
bien abiertos. Nunca he tenido que ingresar en urgencias, pero una vez
llevé a mi madre a una cuando donó demasiada sangre, y conozco bien los
hospitales de cuando murió mi abuela. He evitado esos recuerdos, pero
estar aquí ahora me hace pensar que quizá no sería tan mala idea dedicarme
a la medicina. Siempre he querido ayudar a la gente, y ya que ser policía
resultó ser un fracaso, tal vez podría estudiar enfermería o hacer algo en el
campo de la medicina. Me gusta el ajetreo de Urgencias y la idea de atender
a personas con necesidades inmediatas. Tal vez podría encontrar la manera
de trabajar aquí y seguir cazando vampiros, al menos hasta que mi cerebro
se desarrolle por completo y ya no sea seguro estar cerca de ellos.
La idea parece... imposible.
Pero quizá no lo sea.
Hay una enorme puerta de cristal en la que se lee UCI (Unidad de
Cuidados Intensivos) en letras rojas brillantes. La unidad interior está
rodeada de cristal e iluminada por la luz del sol, como si toda esa luz
ayudara a sanar a las personas que están allí. Miro a través del cristal y se
me corta la respiración cuando veo a Tate. Está de espaldas a mí, junto a
una persona en una cama de hospital. El paciente tiene tantos tubos y cables
pegados que apenas puedo distinguir su cara. Sea lo que sea lo que le pasa
a este tipo, parece que está bastante mal.
Algo capta la luz, parpadeo rápidamente y entrecierro los ojos. Como
aquella noche en la Casa de Neón, los humanos vuelven a tener auras. Esta
vez no necesito el neón para ver la energía, puedo verla a plena luz del día,
otro sentido que se agudiza. Tienen todo tipo de colores, pero la persona
que está tumbada en la cama tiene un brillo amarillo muy débil a su
alrededor, y exactamente como dijo Cameron, Leslie está extrayendo la
energía del humano. Fluye de la persona en la cama directamente a su
cuerpo.
Tengo que entrar corriendo para arrancárselo a ese inocente, pero cuando
tiro de la puerta de cristal, no se mueve. Maldigo, dándome cuenta de que
es porque no tengo acceso. No entiendo cómo ha podido entrar él, porque
seguro que él tampoco tiene acceso. Es como si el hombre hubiera ido a un
hospital en busca de la persona en estado más débil y se hubiera centrado
en ella. Es horrible. Cameron tenía razón. Si no lo detengo, va a matar a
ese tipo.
Golpeo la puerta de cristal, pero nadie me oye y él no se detiene ni se
inmuta. ¿Es por eso por lo que vienen aquí, esos vampiros/demonios
energéticos, para aprovecharse de los humanos más débiles? ¿Reciben
algún tipo de estímulo extra cuando matan a alguien? ¿Es por eso que el
hermano de Cameron fue el objetivo?
—¡Para! —grito.
—Perdone, no puede estar ahí. —Me corta bruscamente una enfermera.
Me vuelvo hacia ella, con el pánico creciendo.
—¿Ves a ese hombre? —Señalo a Tate—. Está haciéndole daño a tu
paciente.
Enarca las cejas y cruza la puerta, cerrándola en mis narices antes de que
pueda seguirla. Espero que lo detenga, pero a medida que se acerca a él, su
lenguaje corporal se suaviza y toda la urgencia se evapora en el aire. Ni
siquiera se molesta en hablarle. De hecho, pasa junto al paciente y Tate
como si él no estuviera allí, como si el paciente estuviera completamente
bien y soñando tranquilamente con hadas de azúcar.
—¿Me tomas el pelo? —siseo, mirando por el pasillo en busca de alguien
más que pueda darme acceso a la UCI.
Esto debe ser parte de la razón por la que los de su especie -sean lo que
sean- han pasado desapercibidos durante tanto tiempo. Nadie puede
detenerlos porque en cuanto un humano los cuestiona, son capaces de
convertir nuestras mentes en pelusa de melocotón.
Puedo combatirlo, pero debe ser por el veneno.
Sigo sin estar de acuerdo con la actitud de Cameron de si no puedes
vencerlos, únete a ellos, pero puedo entender por qué le preocupan tanto
estas cosas, por qué convirtió en la misión de su vida detenerlos después
de las cosas que presenció. Tomo nota mentalmente de interrogar a Adrian
sobre estos seres la próxima vez que le vea, porque seguro que lo sabe. Por
eso quiere que lo espíe, para que le dé más información sobre su enemigo.
Esto es mucho más que humanos cazando vampiros. Tal vez los vampiros
no temen a los cazadores humanos en absoluto, tal vez son estas otras cosas
los verdaderos objetivos.
Mi cerebro se arremolina con las implicaciones, y las preguntas brotan
en mi mente. ¿Y si no sólo hay humanos en ese gimnasio cada mañana?
¿Y si hay otros como Tate trabajando con nosotros? ¿Cuántos hay ahí fuera
como él? ¿Podrían ser Seth o Kenton uno de ellos?
Solía pensar que lo sabía todo. Desde entonces me he dado cuenta de que
no sé nada.
Me doy la vuelta y veo a un agente de seguridad malhumorado que viene
hacia mí. Quizá golpear la puerta de la UCI no era la mejor forma de pasar
desapercibida. Admito que no ha sido mi mejor idea. Adopto una postura
relajada y camino enérgicamente en dirección contraria. Él me sigue, pero
antes de que pueda alcanzarme, estoy paseando por la sala de espera, y
luego estoy en la acera de enfrente, y después corriendo de vuelta al
Porsche.
Me subo y salgo del aparcamiento, con el corazón desbocado en el
pecho.
Puede que no pudiera hacer nada para ayudar a esa persona de la UCI, y
me mata pensar en dejarla así de vulnerable, pero ahora sé que Cameron
tenía razón en una cosa: definitivamente hay algo más que vampiros ahí
fuera. Y tal vez tenga razón en que los vampiros no son los peores. Es
difícil de creer con lo que sé de los chupópteros, pero al menos son públicos
y manifiestan su vileza. Al menos tienen debilidades, como el sol y la plata
y la madera en el corazón. Y al menos no mienten sobre quiénes son.
Porque Tate es un mentiroso. Y ahora quiero saber dónde ha estado y por
qué. Vuelvo a casa con los nudillos blancos en el volante y más preguntas
que nunca rondando por mi cabeza.
e apoyo en el lateral del muro de ladrillo, sin rumbo fijo,
observando los coches en la calle y la gente en la acera. Tengo que
ir a trabajar, pero llevo aquí fuera una eternidad, bajo el sol del
atardecer, esperando a alguien que nunca vendrá.
Mi madre me dejó plantada.
Y aunque ya lo ha hecho un millón de veces, ésta es la que más me
escuece. Es culpa mía por preocuparme tanto. Bajé la guardia y me permití
tener esperanzas. No debería haberlo hecho. Lo sé mejor, he aprendido
muy bien. La experiencia es la mejor maestra, como dicen. Odio haber sido
tan tonta como para dejar que esto sucediera.
Porque la esperanza es cruel. Te arranca el corazón. Rompe promesas,
no devuelve las llamadas, te trata como si fueras algo secundario y te hace
llegar tarde al trabajo.
Fui una estúpida al volver a confiar en ella. Todo lo que necesité fue una
conversación con ella, un desayuno de feliz cumpleaños, una promesa de
que las cosas iban a ser diferente esta vez, que estaba mejor, que era
imposible que volviera a estar enferma.
Adrian obviamente no la obligó a ser mejor madre, y es triste que ojalá
lo hubiera hecho.
Y mientras entro en Pops, cabreada y diez minutos tarde para mi turno,
lo único que puedo pensar es que debería haberme negado por completo a
celebrar mi cumpleaños. Hubiera preferido eso. Eso es lo que yo quería.
Me había conformado con no celebrarlo de ninguna forma. A medida que
se acercaba el día, no me había permitido pensar en ello. ¿Por qué iba a
hacerlo? No quería envejecer y, desde luego, no quería decepcionarme.
Siempre era mejor fijarse expectativas bajas porque así nadie podía
hacerme daño.
—¿Estás bien? —Eddie frunce el ceño al verme.
Supuse que me echaría una bronca por llegar tarde, pero quizá se ha dado
cuenta de la expresión de mi cara porque sólo parece preocupado. La
verdad es que no lo entiendo. Estoy aquí para hacer un trabajo. Es la
segunda vez que meto la pata. Primero, había llamado por una urgencia y
no tenía cobertura, y ahora, llegaba tarde y de pésimo humor.
—Sí, estoy bien. Siento llegar tarde.
Asiente con la cabeza.
—Estás bien, ok. Ve a fichar.
Y ya está. No me cuestiona, que es exactamente la holgura que necesito
ahora mismo en mi vida de tira y afloja. Tal vez sea otro golpe contra la
profesionalidad, pero le doy un fuerte abrazo de oso. Apenas puedo
rodearle con los brazos, pero el hombre me da una palmada en la espalda
y me dice que me cuide más. Quizá vea las bolsas que se me forman bajo
los ojos de tanto trasnochar y madrugar. O quizá perciba el estrés que sufro,
sobre todo cuando me preocupo por mi madre. O la tristeza por la pérdida
de mi mejor amiga.
Sigo con mi turno y Eddie me acompaña al coche. Enarca una ceja
cuando ve el Porsche. No puedo reclamarlo como mío, simplemente no
puedo. Tal vez por quién es el dueño, o tal vez porque creo que no me lo
merezco. ...no lo sé.
—Es el coche de un amigo, no es mío —explico tímidamente—, me deja
conducirlo un tiempo hasta que pueda comprarme uno.
Él silba bajo.
—Un amigo, ¿eh? —Me subo y él palmea el techo—. Ten cuidado,
¿vale? A veces un regalo no es tanto para el que lo recibe como para el que
lo da, ¿me entiendes?
Asiento con la cabeza, sabiendo exactamente lo que dice y deseando no
saberlo.
—Entonces tienes que preguntarte: ¿es realmente un regalo?
Sus palabras me persiguen durante todo el trayecto de vuelta a casa, y
cuando mamá me manda un mensaje disculpándose y queriendo quedar
para comer, no respondo.

y no vuelvo a saber nada de ella. Tampoco sé nada de


Adrian. Ni de Ayla. Cada vez paso más tiempo en casa de los chicos, lo
que se ha vuelto un poco complicado para Félix y para mí. Hace unas
noches acordamos ser oficiales, pero seguimos fingiendo ser sólo amigos
siempre que Seth está cerca. Y teniendo en cuenta que Seth es su
compañero de piso, eso ocurre a menudo.

—Está bien, sé sincero conmigo. —Le pido la siguiente vez que


podemos estar solos. Estamos sentados en el sofá del salón viendo
SportsCenter. Los deportes me importan un bledo, pero no me importa
porque a él le gustan mucho. Pero hay algo de lo que quiero hablar con
él—. ¿Por qué has estado evitando venir a mi apartamento?
Porque esa es la cosa. Podríamos estar solos allí cuando quisiéramos.
Pero Félix sigue queriendo quedar en su casa, y no lo entiendo. He pensado
mucho en esto y quiero llevar las cosas al siguiente paso con él, pero es
como si lo estuviera posponiendo.
Se tira nervioso de las puntas de su cabello rizado y sus mejillas
enrojecen.
—Bueno, supongo que es porque solía enrollarme con Jasmine.
Una frase de sus bonitos labios y mi mundo se sale de su eje.
Se refiere a mi compañera de piso, a la que casi nunca veo, la guapa chica
latina que siempre está en la biblioteca estudiando la carrera de medicina.
Me cae bien por las pocas interacciones que he tenido con ella, y vino a mi
fiesta de cumpleaños, pero nunca esperé recibir esta noticia. Me hundo en
el sofá y lo asimilo. Supongo que no debería sorprenderme demasiado, ya
que Félix es un universitario de veinte años. Es sexy a rabiar, con su tatuaje
en la manga y esa etnia cubana que tanto gusta a las chicas de por aquí. Es
un jugador estrella del equipo de lacrosse, así que está hecho un modelo. Y
no hay que olvidar que es súper inteligente y que se va a dedicar a los
negocios, donde seguramente algún día se convertirá en el director
ejecutivo de alguna empresa de las 500 de Fortune5. A veces no puedo creer
que yo le guste. Tiene su vida resuelta. Yo no.
—Bueno, puedo ver cómo eso podría ser un problema. —Se me seca la
garganta.
—Ella y yo sólo somos amigos, lo prometo. —Se inclina para
envolverme en un abrazo—. Y ahora soy exclusivo contigo.
Cierto. Quiero creerle. . . Le creo. El simple hecho de que fuera él quien
me encontrara una habitación en su apartamento es confirmación suficiente
de que ya no le gusta. No lo habría hecho si tuviera algo que ocultar. Me
ha ayudado, ha sido amable, se ha preocupado por mí y por fin me ha visto
como algo más que una hermana pequeña. Esto es todo lo que he estado
esperando durante años. No puedo arruinarlo.
—Bueno, ahora estamos solos, ¿no? —Me acerco y le paso la punta de
los dedos por los rizos de la nuca—. ¿Por qué no subimos a tu habitación?
No se puede negar lo que quiero decir.
Hace falta más valor del que me gustaría admitir. Quizá sea porque llevo
mucho tiempo aferrándome a mi virginidad, o quizá sea porque durante
tantos años he fantaseado con que ocurriera con Félix y con nadie más,
pero he estado pensando mucho en esto y creo que Adrian tiene razón. Al
principio me enfadé con él por actuar como si debiera opinar sobre lo que
hago con mi cuerpo, pero ahora me doy cuenta de que es una criatura lógica
y la lógica dice que tengo que ocuparme de esto para estar más segura entre
los vampiros. No sé a qué les huele mi sangre. Incluso Kelly, que me odia,
dijo que huelo como la flor más dulce.
Por alguna razón inexplicable, la sangre virgen les huele mejor a los
vampiros que la que no lo es. Y ahora que pienso estar mucho más tiempo
de vampiros, ¿quién mejor para perderla que el chico por el que he
suspirado durante años?
Félix se inclina y me besa, larga, lenta y profundamente. Siento
cosquillas en el estómago y el corazón se me acelera. Imagino que en
cualquier momento va a estrecharme entre sus brazos y cumplir mi
petición.
No lo hace.
Se echa hacia atrás y se levanta.
—En realidad tengo que ir a clase.
Se me cae el corazón. No sabía que tenía una clase pronto. Nunca lo dijo,
y una vocecita en mi cabeza dice que se está inventando una excusa para
librarse de mí. Me pongo en pie, molesta, y un fuego furioso se apresura a
apagar las inseguridades.
—¿Qué tiene que hacer una chica por aquí para perder su virginidad,
¿eh? —Levanto los brazos.
Félix se echa a reír a carcajadas. No sé qué esperaba que hiciera, ¿pero
reírse? Me hace enojar aún más.
—Lo siento. —Intenta abrazarme, pero lo esquivo—. No quería reírme
de ti.
—Claro. —Suelto inexpresiva.
Se calma.
—Me acabas de recordar por qué me gustas tanto.
—Oh, ¿necesitas que te lo recuerde? —Pongo las manos en las caderas
y le fulmino con la mirada.
—No, no. —Se pone serio—. Pero esto no es fácil para mí.
—¿Y eso por qué? —Ahora estoy aún más ofendida. No quiero ser una
tarea para él—. Te has acostado con montones de chicas antes. ¿Te repugno
o algo?
—No, Eva. Eres la cosa más tentadora en la que he puesto los ojos y lo
he pensado durante mucho tiempo. Pero eres la mejor amiga de mi
hermana, y ahora mismo está muy enfadada conmigo.
—Entrará en razón.
—¿Lo hará? No estoy tan seguro. Por no mencionar que estás en mi
equipo de cazadores, y mis mejores amigos me dicen que corte.
—Pensé que no sabían de nosotros.
—No son estúpidos. —Sonríe tímidamente—. Ven cómo estamos
juntos. Y tú has estado por aquí todos los días últimamente.
Tiene buenos argumentos, pero sigue sin importarme. Se trata de
nosotros, no de los demás.
—¿Por qué dejas que otras personas dicten tu vida?
La puerta se abre y, como si se burlaran de mí, Kenton y Seth entran a
toda velocidad.
—¿Quién tiene hambre? —pregunta Kenton—. Voy a pedir pizza.
—En realidad, nos íbamos —respondo.
—¿Juntos? —Suelta Seth con tono acusador.
—Si te interesa saberlo, tu chico dice que tiene una clase pronto. Y yo
tengo... cosas que hacer.
No tengo cosas que hacer.
—¿Pensé que era tu noche libre?
—Bien. Si quieres saberlo, se suponía que lo mío era Félix. —Voy hacia
la puerta y me vuelvo, lanzando a todos los chicos mi mirada más sucia—
. Y, por cierto, mi vida amorosa es asunto mío. Soy una mujer adulta que
puede tomar sus propias decisiones.
Kenton le grita a Félix.
—¡Maldita sea, hijo! ¿Qué has hecho?
Salgo, la puerta golpea detrás de mí. Seth me sigue. Lo que, tengo que
admitir, sólo añade leña al fuego. Félix debería estar aquí, suplicando mi
perdón, no Seth para restregármelo todo.
—Espera, Eva —me llama—, creo que tenemos que hablar de esto.
Giro sobre mis talones.
—Oh, ¿te refieres a cómo has decidido que puedes opinar sobre lo que
pasa en mi relación?
Su rostro se endurece.
—Esto es para protegernos a todos. —Pero hay algo más en su
significado, y no puedo precisarlo.
—¿Qué es lo que no me dices?
Entonces hace algo que nunca le he visto hacer... se sonroja.
Y lo sé.
Desvía la mirada y lo suelto, porque no voy a obligarle a decirlo. Pero
lo sé. Todas las señales están ahí. La forma en que trata a sus amigos, la
forma en que se comporta con Félix, su actitud hacia mí y cómo ha
intentado alejarme...
Seth está enamorado de Félix.
¿Cómo no lo vi antes? ¿Lo sabe Félix?
—No digas nada. —Su voz es cruda por la emoción—. Por favor.
Asiento una vez. Nunca delataría a nadie. No conozco sus razones para
permanecer en el armario.
Se pasa la mano por el pelo y sacude la cabeza.
—Mira, sé que no puedo tenerlo. No soy tan estúpido como para pensar
que va a cambiar de equipo por mí o algo así. ¿Chicos como yo? Hemos
estado en esta situación antes.
—Seth, no sé qué decir.
—Está bien. No importa. Pero eso no significa que apruebe mágicamente
vuestra relación, porque no lo hago.
—Pero Félix significa tanto para mí como para ti.
Me sostiene la mirada.
—Lo sé, ¿vale? Soy un hipócrita. Y siento no haber sido el más amable
contigo. Ahora sabes por qué. Pero dejando eso de lado, que vosotros dos
salgáis es una idea horrible.
Sacudo la cabeza.
—Félix y yo nos conocemos desde hace años. No nos involucraríamos
si no nos importara que esto funcionara. ¿No quieres que sea feliz?
—Realmente no lo entiendes, ¿verdad?
Estoy segura de que lo entiendo. Está celoso hasta el punto de arruinar
nuestra felicidad.
—No me importa la felicidad de Félix —dice, prácticamente leyendo mi
mente—. Me importa su vida. Quiero mantenerlo vivo. Y a ti. Y a todos
nosotros. Se supone que los cazadores no deben salir entre ellos, y hay
buenas razones para eso. Los vampiros podrían usar a Félix en tu contra. Y
no pienses ni por un segundo que tu amigo Adrian no lo haría, porque lo
haría.
No lo haría.
Tal vez lo haría.
—Vete a casa —continúa Seth—, y piénsalo. Saca tus emociones de la
ecuación y piénsalo de verdad usando tu cerebro y nada más.
—Lo he hecho.
—No, no lo has hecho, porque si lo hubieras hecho ya habrías llegado a
la misma conclusión. —Suspira pesadamente y da un paso atrás—. Ya sé
que Félix está dispuesto a arriesgarlo todo por ti, así que tampoco ha
pensado esto lo suficiente.
Mi corazón baila un poco, feliz ante su confesión, a pesar de lo que
intenta decir. Lo único que quiero es volver ahí dentro, arreglar las cosas
con Félix y luego arrastrarlo hasta su habitación y decirle a todo el mundo
que no se meta en nuestros asuntos.
Seth debe ver mis pensamientos escritos en mi cara porque su voz se
vuelve airada.
—¿De verdad eres tan egoísta que estás dispuesta a arriesgar su vida?
Crees que conoces a Adrian mejor que el resto de nosotros, pero no olvides
lo que es, y no olvides que en realidad no lo conoces. No puedes.
—Me ha animado a estar con Félix, en realidad. —Le digo—. Quiere
que pierda la virginidad.
—¡Pues piérdela con otro!
—¿Me tomas el pelo?
—Acabas de probar mi punto de que tu vampiro ya sabe sobre Félix. —
Su voz se oscurece—. Si fuera entre la vida de Adrian y la tuya, Adrian
elegiría la suya, y te bebería hasta dejarte seca para hacerlo. Ahora imagina
a Félix mezclado en eso. Imagina lo que sentirías si mataran a tu novio y
al hermano de tu mejor amiga por tus decisiones. Decisiones que podrían
ser evitables si trataras a Félix como a un compañero de equipo y
mantuvieras las cosas profesionales.
Una lágrima recorre mi mejilla, una que ni siquiera sabía que estaba ahí
hasta que me marca con la verdad.
Porque Seth tiene razón.
Se me rompe el corazón, pero me alejo sin decir una palabra más. No
vuelvo a entrar para arreglar las cosas con Félix. Me subo al coche y me
voy sola a mi apartamento. Después de pensarlo todo durante unas horas,
le envió un mensaje a pidiéndole que sigamos siendo amigos. Cuando me
devuelve la llamada inmediatamente, no contesto. Y cuando me llena el
teléfono de mensajes, no respondo a ninguno. E incluso cuando aparece en
mi puerta esa misma noche, rogándome que hable con él, le digo a mi
compañera de piso Olive que le eche.
la mañana siguiente, Félix se da por vencido, y eso es lo que más
duele. Lloro contra la almohada y luego grito. Una vez hecho esto,
me seco las lágrimas y me siento, con el teléfono en la mano. Le
mandó un mensaje a Seth.
Necesito algo de tiempo libre. Os veré cuando esté lista.

¿Así que lo dejas?


Por supuesto que no, pero me voy a tomar un pequeño descanso.

Bien, pero te necesitamos para el próximo lunes. No


podemos perder más de una semana. Creo que pronto
tendremos tareas.
—Sí, lo creeré cuando lo vea —refunfuño en voz alta.
Volver al gimnasio me parece una gran tarea y, sinceramente, estoy
enfadada por todo. Estoy enfadada por los chicos, por Tate, y por ser una
cazadora en general. Se suponía que convertirse en una de ellos iba a ser
gratificante, y hasta ahora ni siquiera hemos estado en una sola misión.
Seth puede pensar que nos enviarán pronto, pero yo soy escéptica. Estamos
entrenando y aprendiendo, y necesitamos tiempo para prepararnos y no
acabar muertos. Tengo que seguir recordándome que sólo ha pasado poco
más de un mes, y no estoy siendo muy paciente.
Pero estoy lista.
El veneno de Hugo ha potenciado mis sentidos, ganando fuerza cada día
y aumentando mi confianza en que podría cazar vampiros con facilidad.
Esto no tiene nada que ver con simulaciones. Esto tiene que ver con la
sangre. Estoy vinculada a su línea de sangre, lo que significa que puedo
sentirlos mejor que nadie. Y tal vez si logro lo que me propongo, no me
sentiré tan culpable por todo lo demás.
Es una pena que no se pueda confiar en Tate. Lo he evitado desde que lo
vi en la UCI. Si pudiera confiar en él, le contaría lo del veneno en mi sangre
para que me enviara fuera. Sería capaz de ayudar en las misiones. Pero
entonces, ¿las misiones de quién? ¿Las de los humanos o las de los
demonios de energía? Estoy confundida e indecisa, lo que no es propio de
mí. No tengo claro que me guste la persona que veo en el espejo estos días.
Ir a pedir ayuda a Adrian a altas horas de la noche del viernes es lo último
que pensaba que haría, pero la frase nunca digas nunca me golpea de lleno
en la cara cuando entro en el Hotel y Casino Corazón de Alabastro sin
invitación.
Kelly está sentada en la recepción de su despacho y no parece
sorprendida cuando me acerco. Me mira de arriba abajo y sonríe
diabólicamente.
—No te has disfrazado.
—Hola a ti también.
Me miro los vaqueros de cintura alta y la camiseta verde bosque holgada,
preguntándome cuál es el problema. Mi pequeño collar de plata en forma
de cruz está metido debajo de la camisa y tengo la estaca de madera atada
a la caja torácica. Estoy segura de que él se dará cuenta, pero a estas alturas
probablemente le parecería más fuera de lugar que no la llevara.
—Necesito hablar con Adrian.
Ella se sube a unos tacones de diez centímetros y me hace señas para que
la siga. Espero que me lleve al ascensor, pero no lo hace. Debemos de ir a
la suite de Adrian, o quizá a la planta baja del casino, o incluso al salón de
baile que el aquelarre utiliza para sus reuniones.
Me equivoco de cabo a rabo porque cruzamos el opulento vestíbulo y
salimos.
La puesta de sol ha dado paso a un cielo negro como la tinta y las luces
de la ciudad tapan las estrellas. La energía bulle a nuestro alrededor con las
fiestas nocturnas, muchas de las cuales son probablemente turistas. Aunque
es conocida por tener más vampiros que muchas otras ciudades, la gente
sigue acudiendo aquí. Un grupo de chicas ebrias pasan a nuestro lado
tambaleándose sobre tacones altos, en dirección a la discoteca de enfrente.
Percibo un olor a alcohol mezclado con una nube de perfume y hago una
mueca.
Me pregunto cuántas de las personas que están ahí habrán donado sangre
en lugar de pagar una entrada. Es imposible que se sientan seguros. ¿Por
qué la gente sigue haciéndolo, sigue cambiando su seguridad por una noche
de diversión? Les seguimos hasta el club. Van al final de la cola que da la
vuelta a la manzana, pero Kelly y yo pasamos por delante del enorme gorila
vampiro.
En cuanto entramos, quiero dar media vuelta. Hay vampiros por todas
partes: detrás de la barra, en los asientos, bailando en la pista. Hay muchos
más vampiros aquí que humanos, pero varios de los humanos tienen una
enfermera con ellos sacándoles sangre. Abrirse una vena para obtener
bebidas gratis por la noche debe ser demasiado bueno para dejarlo pasar
para muchos. Antes de estar entre vampiros, no siempre era obvio lo que
eran, pero ahora que sé qué buscar, es imposible no verlos. Es un
conocimiento que desearía no tener.
Canal Street separa la ciudad, lo viejo de lo nuevo, y nosotros estamos
en la parte más nueva. Aquí todo son superficies negras brillantes y luces
rojo púrpura, a diferencia del casino, que obviamente ha sido renovado,
pero aún conserva el encanto de antaño. Kelly me lleva a la parte trasera
del club, donde una escalera metálica en espiral sube hasta el último piso.
Otro portero nos deja pasar a lo que debe de ser la zona VIP. Subimos y
me doy cuenta de lo mal vestida que voy.
—Tengo que hablar con Adrian sobre algo —digo, inquieta—. Y
entonces podré irme.
—Oh, ¿olvidé decírtelo? —Se ríe—. Has sido invitada a una reunión
especial del aquelarre.
Me arde la cara.
—Es la primera vez que lo oigo, y lo sabes.
—Lástima que Adrian no me diera un plazo para informarte de ello —
reflexiona—, pero te lo cuento ahora.
Tiene que hacer lo que dice su amo, pero ha encontrado la forma de
hacérmelo más difícil. Me pregunto cómo responderá él cuando se entere
de lo que ha hecho.
—¿Y qué ibas a hacer si yo no entraba en el casino esta noche? —
Levanta un hombro—. Sé dónde vives.
—Me mudé.
Sólo se ríe de eso. Por supuesto que estos mamones van a vigilarme allá
donde vaya. No me sorprende que sepa lo de la nueva dirección, pero se
me revuelve el estómago.
—Por cierto —continúa—, ¿qué pasa con mi novato? Anoche fui a
hacerle una visita y prácticamente intentó matarme.
—Hay una razón para eso y es exactamente por lo que quiero hablar con
Adrian.
—Supongo que es tu noche de suerte.
Pero su tono se ha ensombrecido, y me pregunto hasta qué punto es
importante que consiga que Cameron cumpla sus promesas. A Brisa le
encantaba la idea de tener a un cazador trabajando de su lado. Si ella ha
perdido eso, la Reina no estará contenta. ¿Sabe Kelly que Cameron ya hace
tiempo que se fue?
—No creo que sea la noche de suerte de nadie —murmuro.
La última planta está dos pisos por encima del resto, con un balcón que
da a la pista de baile. Aquí arriba es un poco más tranquilo y está menos
abarrotado, con sofás de terciopelo negro colocados en los bordes de la
sala. En el centro hay tres largos postes metálicos. Las bailarinas se
balancean alrededor de ellos, con sus cuerpos tonificados moviéndose al
ritmo de la música. No están desnudas, sino en diminutos sujetadores y
ropa interior, pero en cuanto mis ojos se fijan en Adrian, no puedo mirar a
nadie más.
Y me devuelve la mirada.
—Recuerda, Eva —susurra Kelly—, ahora eres suya. Esto es lo que
querías.
La rozo y me acerco a él, sentándome a su lado en el sofá. Siento al
menos cincuenta pares de ojos clavados en nosotros. Todos los vampiros
que tomaron novatos este año están aquí, al igual que sus humanos. Kelly
se sienta a su otro lado y se echa hacia atrás, aparentando desinterés.
—¿Dónde está Cameron? —Le pregunta.
—Está fuera. —Dos palabras y todo su comportamiento se vuelve rígido.
—¿Y esta es la primera vez que oigo hablar de eso?
—Lo siento —murmura—. No sé qué ha pasado.
—Puedo decirte lo que pasó —hablo—, y no es culpa de Kelly.
No sé por qué la ayudo cuando sigue tratándome como basura, pero tal
vez me siento mal por ella.
—¿Es así? —Adrian se vuelve hacia mí—. Veo que no te has molestado
en vestirte para la ocasión, ni te has ocupado de tu problemilla, como te
pedí.
Entrecierro los ojos.
—Eso es elección mía, imbécil. Es mi cuerpo y yo decido qué hacer con
él y quién lo toca.
—Ven. —Se pone de pie y me levanta—. Tenemos que discutir esto en
privado. —Cuando Kelly se levanta, él la señala—. Quédate aquí. Vigila
todo.
Hay un pequeño pasillo al fondo de la sala y me conduce a una de las
puertas sin marcar. Es una especie de suite VIP para la intimidad. Sólo
puedo imaginar para qué se utiliza normalmente, y mis mejillas arden. Ya
no quiero estar a solas con este tipo. Ni siquiera debería estar aquí.
Me vuelvo contra él.
—Tienes que ser más amable con Kelly. —Aquí voy defendiéndola de
nuevo cuando me jodió.
—Oh, ¿te refieres a la mujer responsable de tu pobre elección del
atuendo de esta noche? —Me hace un gesto—. Porque puedo asegurarte
de que no soy tonto. Sé que ella no te dijo que te arreglaras.
Me encojo de hombros.
—Me gusta mi aspecto.
—¿Sí?
Enderezo los hombros.
—Sí.
—Muy bien, aunque me parece extraño que defiendas a Kelly. ¿Te das
cuenta de que está enfadada porque eres mi novata?
Entrecierro los ojos.
—Bueno, dile que en realidad no va a pasar. Eso es lo que dijiste, ¿no?
Que te entretendrías con este juego pero que en realidad no planeabas
convertirme.
Me tapa la boca con la mano y me empuja contra la pared, fulminándome
con la mirada.
—Baja la voz. ¿Sabes cuántos oídos atentos hay siempre que estoy en
público? Si eso llegara a oídos de Brisa, estarías muerta.
Le empujo.
—Bien, pero no me toques.
—¿Qué es eso del novato de Kelly? ¿Qué sabes?
—Dime lo que sabes de Tate —replico—. ¿Por qué está jugando con los
recuerdos de la gente?
—Lo sospechaba, pero me lo acabas de confirmar. —Comienza a pasear
por la pequeña habitación—. Sabía que a veces podían borrar mentes así,
pero no creía que nadie hubiera desarrollado esa habilidad en más de un
siglo.
—¿De qué estás hablando?
Sus ojos se posan en mí.
—Es mejor que no lo sepas.
—Eso dices tú. —Frunzo el ceño—. Pero ¿estoy a salvo yendo allí?
¿Están mis amigos seguros entrenando con Tate?
—Probablemente no, pero son humanos, así que no están a salvo en
ningún sitio. —Se acerca—. Y tú tampoco.
Más cerca. Más cerca. Más cerca. Estoy de nuevo contra la pared, y él se
inclina hacia mí. Creo que va a morderme. Se me acelera el corazón y se
me hace agua la boca. Más o menos, tal vez... quiero que me muerda. Debe
ser el veneno. Está actuando, limpiando mi mente de cualquier objeción.
Me pasa la fría punta de la nariz por el cuello y luego sube para
susurrarme al oído.
—¿Qué le has visto hacer?
—¿Eh?
Se ríe entre dientes y se echa hacia atrás.
—¿Qué has visto hacer a Tate? ¿Qué más sabes de él?
—Volvió la semana pasada. Todos actúan como si nunca se hubiera ido.
Nadie le cuestiona. Me llevó a su despacho y me dijo que confiara en él.
Lo hice, pero una parte de mí se resistió, creo que por el veneno de Hugo
—susurro esa última parte—. Así que le seguí hasta la UCI de un hospital.
Allí hizo una especie de intercambio de energía. ¿Sabes de lo que estoy
hablando? ¿Dónde roban energía de los humanos?
Asiente una vez.
—Entonces, ¿qué son?
—Como dije, es mejor si no lo sabes.
—Eres realmente molesto.
Alguien llama a la puerta.
—Adelante —dice Adrian, aunque un poco a regañadientes.
Espero que sea Kelly.
No lo es.
e he estado buscando —dice el hombre.

¿Hugo?
Hugo no. Hugo está muerto.
Hugo está muerto.
Pero este hombre se parece inquietantemente a él. Quiero correr, gritar,
luchar... lo que sea. Pero estoy paralizada. Mis sentidos crecen al máximo
desde que me mordieron, casi ahogándome con el olfato y la vista y.… no
puedo pensar. Necesito irme.
—Sebastián, no esperaba verte aquí —dice Adrian. Su voz me llega
fuerte y rápida, pero también como si hablara a través de una pared de
cristal.
—Brisa me permite investigar la muerte de mi gemelo.
El hombre entra en la habitación, con el labio curvado como si acabara
de oler algo podrido. Así que por eso pensé que era Hugo. Sebastián es
exactamente igual que el vampiro muerto: italiano, ancho de hombros,
guapo, de mediana edad y espeluznante. ¿Y ahora está aquí para
investigar?
—Eso está bien —contesta Adrian suavemente—, espero que puedas
atrapar a los cazadores que hicieron esto. Yo mismo los he estado
buscando, pero hasta ahora no tengo pistas.
Los ojos de Sebastián se dirigen a los míos.
—¿Por qué hueles tan bien? —Sus colmillos comienzan a extenderse.
Tal vez no esté podrida.
—Sangre virgen.
Adrian se coloca frente a mí.
—Ella es mía.
Soy suya... es lo mismo que dijo Kelly. ¿En qué me he metido?
Recuerdo cómo Hugo descubrió que estaba conectada a su línea. Mi
sangre se derramó, y eso fue todo lo que necesité. Eso podría volver a
suceder. Un movimiento en falso y todo habrá terminado. Estar aquí es más
peligroso que nunca. Jamás debí meterme en esto. ¿Qué creo realmente que
aprenderé que pueda ayudar a los cazadores? Hasta ahora todo lo que he
hecho es ponerme en peligro.
Los colmillos de Sebastián se retraen, pero sus pupilas permanecen
dilatadas y sus ojos fijos en mí.
—Sabes, siempre me ha parecido frustrante que gran parte de la arcaica
tradición vampírica sea cierta. No podemos exponernos al sol. Somos
alérgicos a la plata. Nos matan con una estaca en el corazón. Incluso somos
adversos al ajo... huele horrible y yo soy italiano. Una pena.
—Y nacéis en cementerios —añado, intentando que mi voz suene ligera.
—Lo hacemos. —Su cabeza se inclina—. ¿Pero sentirse atraído por la
sangre de las vírgenes? Eso nunca me ha importado.
—¿Qué tiene de especial?
Adrian se pone rígido cuando le hago la pregunta.
—Nadie lo sabe —sonríe el hombre—, pero funciona en ambos sentidos.
¿Lo sabías? Nosotros nos sentimos más atraídos por ti —se adelanta—, y
tú te sientes más atraída por nosotros. Antiguamente, los curas hacían que
las vírgenes recorrieran los cementerios por la noche en busca de tumbas
de vampiros. A veces, las chicas localizaban las tumbas de nuestros
prodigios recién enterrados, y los sacerdotes los desenterraban y les
clavaban una estaca antes de que tuvieran la oportunidad de transformarse
del todo. —Su sonrisa se vuelve burlona—. Ahora, dime, ¿quién es más
bárbaro?
Siempre he odiado a los vampiros, pero quizá esto explique en parte por
qué me resultó más fácil rastrear a ese. Tenía veneno de la misma línea y
sangre virgen. Quizá sea realmente especial. Lanzo una mirada cargada a
Adrian... No me extraña que quisiera que "me encargara".
—¿Qué pasaría si una novata se convirtiera en prodigio siendo aún
virgen?
—Eso es...
—Vamos —le corta Adrian—, tenemos asuntos que atender.
Quiero objetar y pedirle a Sebastián que termine, pero los dos se miran
ahora como si se odiaran, como si su historia fuera aún peor que la de Hugo,
y es como si yo ya no estuviera en la habitación.
—Ah, muy bien. —Sebastián mueve los dedos—. Imagina que soy una
mosca en la pared.
Como si eso fuera posible.
Adrian me coge la mano y me la aprieta, su forma de decirme que me
quede cerca. Me pregunto qué implicaciones tendrá para mí que Sebastián
esté aquí. ¿Descubrirá lo que pasó aquella noche? ¿Me convertirán? ¿Me
matarán? ¿Qué pasará con Adrian? Si Hugo era un príncipe, seguro que su
gemelo también lo es.
Cuando volvemos a la sala principal, está llena de más vampiros y sus
novatos. Sólo hay sitio de pie. Adrian me sienta junto a Kelly, que ahora
tiene a Cameron a su lado. Lo miro boquiabierta. Lo ha olvidado todo, ¿por
qué está aquí? Kelly asiente hacia él.
—Apareció aquí hace un par de minutos. Al parecer todo ha vuelto a su
cabeza y está de nuestro lado.
¿Pero cómo? ¿La habilidad de Tate no es tan fuerte como pensaba?
—Hola —susurra cuando me ve.
—¿Te acordaste?
Asiente secamente.
—Sí.
Esto no me da buena espina. Algo no cuadra.
—Saca a todos los humanos que no sean prodigios de este edificio —
ordena Adrian a uno de sus secuaces, que despega en un santiamén...
literalmente. Estas criaturas pueden moverse tan rápido que a veces
parecen un destello.
Nos mezclamos durante unos minutos, pero no aporto gran cosa a las
conversaciones. Escucho atentamente, esperando encontrar algo que pueda
contarle a Seth. Mis ojos van de Adrian a Sebastián y viceversa. Sebastián
es incluso más carismático de lo que era su hermano, el factor espeluznante
no está del todo ahí. Eso tiene que hacerlo más peligroso. La gente acude
en masa a él, y se desenvuelve entre la multitud con facilidad, moviéndose
entre ella como me imagino que debería hacerlo un príncipe. Es un
verdadero diplomático.
Adrian parece molesto. Este es su territorio, después de todo. Y su
aquelarre. Pero lo disimula bien, o tal vez todos estamos acostumbrados a
que esté molesto. Cuando Adrian se dirige al centro de la sala y levita sobre
la multitud, los bailarines ya se han marchado. Todo el mundo se calla, su
líder acapara la atención sin tener que decir una palabra. Varios humanos
lo miran como si fuera un dios o algo así. Es difícil no fulminarlos con la
mirada.
—Gracias por venir —dice Adrian—. Muchos de vosotros ya sabéis
cómo va a funcionar esto, pero algunos habéis esperado a que yo se lo
explique a vuestros humanos. —Su mirada azul parece brillar mientras
examina la sala, fijándose en nosotros, los novatos. Ahora mismo no somos
nada, pero pronto seremos sus prodigios. Tal vez—. No tenéis garantizado
un puesto en nuestro aquelarre, aunque hayáis sido seleccionados para ser
los próximos prodigios de vuestros amos. Debéis probar vuestra lealtad y
utilidad. Cuando tu maestro sienta que estás listo, él o ella se lo solicitará
a la reina. Sólo Brisa puede decidir quién se une a nuestro redil y cuándo.
Maldita sea. Sabía que Brisa era controladora, pero esto se pasa de la
raya.
—En nuestro aquelarre no hay ninguna regla fija sobre cómo, cuándo o
dónde poneros a prueba. Hacemos las cosas un poco diferente cada año
para que el campo de juego se mantenga nivelado. Cuando estés preparado,
serás convertido. Sin embargo, si se te considera indigno —su voz baja una
octava—, bueno, digamos que no querrás saber lo que te ocurrirá entonces.
Nos matan.
No tiene que decir más, es evidente. Quizá porque sabemos demasiado.
Probablemente porque pueden salirse con la suya. En cualquier caso, se me
seca la boca. Susurros nerviosos se extienden por toda la sala, llegando a
todos los rincones. Todos los novatos son jóvenes, atléticos y guapos.
Todos tienen una oportunidad. Y los odio a todos. Están aquí porque
quieren la inmortalidad, aunque sea a costa de vidas humanas. Si miro bien,
puedo ver sus auras. Los colores son apagados, oscuros, y no brillantes y
alegres como los de tantos otros humanos que he podido ver. Ojalá pudiera
ver mi propia aura, pero no puedo. ¿La mía sería bonita o estaría sucia? Al
menos yo sólo estoy aquí porque soy una agente doble, enviada para ayudar
a los humanos.
—Vuestra primera prueba comienza ahora. Saldréis a la ciudad y traeréis
a un humano para que haga una donación de sangre voluntaria en una hora.
Lo que hagamos con ese donante depende de nosotros. —Los vampiros se
ríen mientras nos sentamos aquí, dejando que este desafío se hunda en
nuestras mentes. No debería ser tan difícil, ¿verdad? Excepto, ¿qué tengo
que ofrecerle a alguien que venga aquí? Casi suena como si tuviéramos que
ir a buscar a alguien para sacrificar—. Bueno, vamos. —Señala su reloj de
muñeca—. El tiempo corre.
—Vamos —me levanto, asintiendo a Cameron—, ¿vamos a hacer esto o
qué?
Salimos y él se marcha sin mí. Sacudo la cabeza y le señalo la espalda
con el dedo corazón.
—Imbécil —murmuro.
No quiero hacer esto.
En realidad, no voy a ser una prodigio, odio a los novatos y no me gusta
nada tener que encontrar a alguien que se convierta en la merienda de un
vampiro. ¿Qué pasará si vuelvo allí con las manos vacías?
No sé qué hacer. Si sólo estuviera involucrado Adrian, rechazaría esta
petición. Pero no es solo cosa suya, y ahora hay ojos observándole, ojos
que informan a la reina, ojos buscando vengar a su hermano gemelo
muerto.
Y estoy completamente sola. Soy plenamente consciente de que soy una
chica sola por la noche en una ciudad muy peligrosa. No es un lugar en el
que quiera estar.
No puedo hacerlo.
No puedo llevar a alguien allí. ¿Y si lo matan? Claro, puede que sólo
consigan donaciones voluntarias, pero he visto vampiros matar antes. Vi a
Adrian hacerlo. Más tarde descubrí era a un mafioso, y tal vez a alguien
que se lo merecía, pero Adrian no quería que yo lo supiera. Quería que
creyera que era alguien que no lo merecía. Que él era un asesino
despiadado. Quería que viera quién era en realidad para que no fuera tan
estúpida como para seguir viniendo. Debería haberle escuchado.
Es entonces cuando se me ocurre la idea.
ruzo la calle hacia el casino, pasando por delante de las mesas y a la
derecha hacia la oficina de las enfermeras.
—Oigan, ¿saben quién soy?
La mujer de recepción me mira sin comprender y niega con la cabeza.
Suspiro y me dirijo a las mesas, buscando a uno de los jefes de sala.
Efectivamente, encuentro al mismo tipo que me cabreó el primer día que
conocí a Adrian. Bueno, esto va a ser divertido. Le hago un gesto con el
dedo y, para mi alegría, viene enseguida.
—Sabes quién soy, ¿verdad? ¿Puedes responder por mí? —Se queja en
voz baja, pero asiente—. Genial. Sígueme. Tenemos que hacer algo por
Adrian.
Me doy la vuelta y vuelvo a la enfermería. No me molesto en ver si me
ha seguido porque lo noto a mi espalda.
—Yo otra vez —Le digo a la misma señora de antes—. Él puede
responder por mí. Trabajo para Adrian.
Ella levanta una ceja y el vampiro responde.
—Adrian nos ordenó que la mantuviéramos a salvo y que hiciéramos lo
que necesitara. —Con eso, me lanza una mirada fulminante y luego se da
la vuelta y se aleja.
Me da igual. Me he animado con su confesión, me ha entrado calor. Más
noticias y esta vez son buenas.
—De acuerdo. —Le devuelvo la sonrisa a la mujer—. Adrian dice que
tengo que llevar a uno de vosotros al otro lado de la calle para hacer
donaciones de sangre allí en el club.
La señora frunce el ceño.
—¿Están cortos de personal otra vez?
Vale, puedo trabajar con esto.
—Oh, ya sabes cómo es. Siempre hay otro humano en la cola. ¿Puedo
acompañar a alguien?
—Espera —dice—, voy a buscarte una enfermera.
Cinco minutos después, vuelvo a cruzar la calle con la enfermera Giggi
a mi lado, esperando que esto no sea un gran error. Mis nervios son como
una espiral de serpientes furiosas que se agitan en mi vientre, pero no puedo
pensar en eso ahora mismo. Técnicamente, esto es lo que pidió Adrian, y
él debería saber que se me da bien tergiversar sus palabras.
Cuando volvemos a la zona VIP de la discoteca, somos las primeras en
llegar. Adrian está sentado con Sebastián, con las cabezas juntas en una
profunda conversación. Nada en el comportamiento de Adrian revela su
culpabilidad. ¿Cuántos años ha tenido para perfeccionar su capacidad de
mentir? Tengo que recordarlo la próxima vez que quiera creerle algo.
—Aquí tienes —digo, interrumpiéndolos—. La humana que pediste.
Se detienen y me miran fijamente. La boca de Adrian se afina.
—¿Quién es?
—Nos dijo que le trajéramos un humano para las donaciones de sangre.
—La pobre enfermera Giggi se pone rígida a mi lado mientras continúo—
. Bueno, eso es a lo que se dedica ella, ¿verdad? Está entrenada para recibir
donaciones.
La habitación está en silencio, los vampiros que esperan observan
nuestro intercambio, cuando Sebastián estalla en carcajadas. Su energía es
tan diferente a la de Hugo, tan abierta y carismática. No puedo imaginar
que Hugo haya tenido nunca sentido del humor. Adrian tampoco tiene
mucho, porque sigue con la boca entreabierta y los ojos clavados en mí.
—¿No necesitas mis servicios? —Giggi se resiste y retrocede.
Adrian levanta una mano para detenerla.
—En realidad, creo que deberías quedarte. Siempre podemos necesitar
más ayuda. —Señala con la cabeza la esquina de la habitación y le dice que
espere allí.
—Tu señora es otra cosa. —Sebastián me guiña un ojo—. ¿Seguro que
quieres estar con este tipo? Podría meterte en mi linaje durante mi próximo
ciclo de prodigios.
Ohm, he oído eso antes.
—Muy graciosa. —Adrian me agarra y tira de mí para sentarme en su
regazo. Mi ritmo cardíaco se acelera y él se inclina para susurrarme en la
mejilla—. Te gusta presionarme, ¿verdad?
Le doy un codazo en el pecho, que no hace más que lastimarme el hueso
de la risa. Intento no hacer una mueca de dolor, pero la hago y él se ríe por
lo bajo.
—Me lo pones muy fácil. ¿Qué culpa tengo yo?
Me aprieta el estómago, pero no dice nada más. Podría moverme. Podría
deslizarme a su lado o levantarme, cualquier cosa, y estoy segura de que
me dejaría. Pero no lo hago. Tenemos que aparentar que queremos que esto
funcione. Estoy más que agradecida de que no me haya matado por eludir
su estúpida misión. No estoy segura de poder seguir haciendo eso.
—Eres bastante inteligente —dice Sebastián, dirigiéndome su oscura
mirada—. Dime, ¿tuviste la oportunidad de conocer a mi hermano?
Asiento con la cabeza.
—Respuesta correcta —afirma. Ya debe saberlo. Adrian dijo que iba a
contarle a Brisa que yo estuve allí esa noche. Trato de entender la historia
en mi mente, pero se queda en blanco—. Mentirle a un vampiro es una idea
terrible.
No voy a dejar que este tipo me intimide.
—No tengo deseos de morir. Bueno, a menos que venga con una estancia
de tres noches en un cementerio. —Guiño un ojo juguetonamente—. Así
que pregúntame cualquier cosa. Yo estaba allí la noche que Hugo fue
asesinado por esos cazadores. No tengo nada que ocultar.
—Tan franca —responde—. Bien, ¿cómo sucedió? Quiero todos los
detalles.
—Ahora no es realmente el momento —interviene Adrian—, podemos
programar una cita para esto si quieres.
—Ahora es el momento perfecto. —Vuelvo a darle un codazo—. Como
he dicho, no hay nada que ocultar. Se suponía que yo iba a ser la novata de
Adrian, pero Hugo se hizo cargo e iba a ser mi maestro en su lugar. Me
llevaron juntos al cementerio, pero aparecieron unos cazadores que
mataron a tu hermano antes de que pudiéramos hacer nada. Adrian me
salvó y luego intervino para ser mi maestro una vez más. Y eso es todo,
Sebastián. Siento lo de tu gemelo. Intentamos ayudar, pero nos
emboscaron.
—Hmm. Puedo ver por qué la elegiste, Adrian.
—Yo no la elegí —responde él—, ella me eligió a mí.
—Bueno, ¿no es adorable?
—Sabes lo que quiero decir. No creo en agrandar nuestras líneas
familiares. Somos más vulnerables cuando somos muchos. Estamos
demasiado expuestos a cometer errores, especialmente nuestros vástagos
más jóvenes. Pero era hora de añadir otro a mi línea y ésta pidió el papel.
Los dos hombres se miran como si estuvieran a punto de pelear con
palabras o con los puños.
—Eso da igual. —Me bajo de su regazo y me siento al final del sofá. No
voy a meterme entre esos dos—. Soy una mujer que toma sus propias
decisiones, y quería convertirme en vampira. ¿Qué tiene eso de malo?
—Y como mujer que toma sus propias decisiones —el tono de Sebastián
cambia, volviéndose ligeramente acusador mientras me mira fijamente—,
¿por qué elegirías convertirte en vampira? Estarás en deuda con Adrian, y
a través de él con Brisa, por el resto de tu existencia.
Eso si no mueren antes. Pero no añado ese pensamiento.
—Porque prefiero ser inmortal. Quiero poder sentir y experimentar el
mundo al máximo, como tú.
—Esa es una respuesta cliché. —Se levanta y se coloca delante mía,
inclinándose hacia mí. Sus pupilas se dilatan y sus colmillos asoman entre
sus labios—. ¿Cuál es la verdad?
Cavo hondo, buscando una respuesta mejor. ¿La verdad? Odio a los
vampiros. Quiero erradicarlos del planeta. Pero ¿por qué? Para sentirme
segura. Para poder vivir sin mirar por encima del hombro. Para poder tener
todas las cosas que merecía tener y que me robaron cuando mi madre se
volvió adicta.
—Dime —exige, acercándose.
Adrian lo retiene.
—Déjala.
—Porque quiero sentirme segura —siseo—. Porque quiero que me
cuiden. Porque quiero una familia de verdad.
Ambos hombres se relajan. La lástima aparece en los ojos de Adrian y
tengo que apartar la mirada.
Sebastián me señala mientras se aleja.
—La verdad te hará libre.
Vale, patético. ¿Quién se cree que es? ¿Jerry Maguire?
—Es suficiente —dice Adrian—. Tenemos que continuar. —Señala la
sala, que se ha llenado de gente.
Los humanos son fáciles de distinguir entre la multitud. Algunos parecen
nerviosos, sus ojos van de idiota a idiota, y otros parecen excitados.
Cameron está allí, con una joven vestida con un atuendo de club a su lado.
Charlan casualmente, pero su lenguaje corporal es rígido e inseguro.
Los vampiros se ponen de pie y rodean a los humanos, sus ojos se
vuelven hambrientos. Esto podría no ser lo que pensaba que era. ¿Y si esto
es un baño de sangre? ¿Y si matan a todos estos humanos y se deshacen de
los cuerpos discretamente? Tiene que haber al menos veinte humanos que
no sean novatos. Seguramente no pueden encubrir veinte muertes. La
Coalición de Aplicación de Vampiros no lo permitiría.
¿O sí?
Empiezo a sospechar que el CAV no es más que una farsa y una forma
de fingir que se comportan, y otra forma de afirmar su poder sobre los
demás: grandes egos versus egos aún mayores. Porque si un humano es
mordido, es como si estuviera muerto. Los vampiros no quieren que los
humanos tengan los sentidos que yo tengo y puedo ver por qué, ahora que
corre por mis venas. Nos haría a todos excelentes luchadores, capaces de
rastrearlos, capaces de matarlos más fácilmente. ¿Y si todos los humanos
del mundo pudieran inyectarse el veneno, como una vacuna? Seríamos lo
suficientemente fuertes para luchar contra ellos, tal vez incluso acabar con
todos.
Si de alguna manera pudiera correr la voz, encontrar la forma...
—Bien hecho —felicita Adrian—, ahora vamos a comer.
Espero que los vampiros se abalancen, que la sangre vuele y los cuerpos
caigan al suelo.
Las enfermeras aparecen con todo el material necesario y empiezan a
extraer sangre. Incluso tienen pequeños dispositivos portátiles para ver
quién puede donar y cuánta. Todo es completamente legal y anticlimático.
La enfermera Giggi está entre ellas y me saluda con la mano cuando nos
miramos.
Creo que nunca he agradecido tanto un momento anticlimático.
Esto era una prueba. ¿Arriesgaríamos la vida de otro por los vampiros?
Pasamos, pero no me siento mejor que antes.
Justo cuando empiezo a relajarme, a pensar que todos saldremos vivos
de aquí, todo cambia. Cameron se lanza sobre Kelly con un grito gutural,
una estaca de plata firme en su mano. Se hunde justo en su pecho. Ella
grita.
elly se evapora en polvo.

Grito.
No es como las otras veces que vi morir vampiros. No hay alegría en
esto. Siento su pérdida inmediatamente, como si la estaca atravesara mi
propio corazón. Kelly no era una amiga, per se6, pero me caía bien y pensé
que tal vez…
No sé lo que pensaba.
Pero se ha ido, y mis sentidos se activan de nuevo. Cameron está de pie
contra la barandilla, con estacas en ambas manos, listo para luchar. Me
mira con desprecio.
—Esa vil mamona apareció anoche e insistió en que yo era suyo y me
dijo que viniera aquí. Y así lo hice y aquí estás...
No llega a terminar la frase. Adrian vuela hacia él, arrancándole las
estacas de las manos como si fueran juguetes de niños. Las tira al suelo con
un estrépito.
Cameron abre los brazos de par en par, aceptando su destino. Pero sus
ojos están frenéticos... la muerte no es lo que quiere. Ya es demasiado tarde.
Adrian lo empuja por la barandilla. Cameron ni siquiera grita al caer.
Desaparece de la vista, seguido de un golpe sordo y rápido. Adrian gruñe
salvajemente y salta tras él.
Sebastián le sigue.
Al igual que muchos otros.
Me quedo paralizada, sin querer mirar por encima de la barandilla para
verlo con mis propios ojos. Algunos humanos corren a mirar, mientras la
mayoría nos agolpamos al fondo de la sala. Todos oímos lo que ocurre.
Personalmente, yo tampoco necesito verlo.
Un par de minutos más tarde, Adrian vuela, flotando en el aire. Su
aparición provoca una oleada de jadeos de casi todos los presentes. De mí
no. Tiene los ojos inyectados en sangre. No sabía que eso les pasaba a los
vampiros. ¿Tiene algo que ver con la ira más que con la sed de sangre? O
tal vez es porque acaba de alimentarse de carne humana, no de una bolsa
de sangre. Sea lo que sea, la visión me produce un escalofrío. La sangre
gotea de su boca y mancha la parte superior de su camisa blanca.
—Iros a casa. —Su voz es inquietantemente tranquila, pero puedo
rastrear el dolor allí. Kelly era su única prodigio, y ahora no es más que
polvo—. Iros a casa y cuéntenle a todo el mundo lo que han visto aquí.
Cuéntenles cómo un cazador intentó acabar con nosotros cuando
estábamos obedeciendo la ley. No hicimos nada malo. Asesinó a uno de
los nuestros a sangre fría y habría matado a más si hubiera tenido la
oportunidad. Cuéntenles exactamente lo que pasó. —Sus ojos se posan en
mí—. Y hacedles saber que acabaremos con cualquiera que nos haga daño.
Y cuando lo hagamos, los mataremos. Ningún cazador de esta ciudad está
a salvo.
Se aleja, prácticamente desapareciendo en el aire.
Me voy con todos los demás, con la culpa agitándome el pecho mientras
lo hago. Quiero ir a ver a Adrian y explicarle lo que creo que ha pasado
aquí, para asegurarme de que no me echa la culpa. Pero quizá debería
culparme a mí. No protegí a Kelly, ¿verdad? Debería haber sabido que esto
podría pasar. En cuanto vi a Cameron aquí, debí haberlo detenido. En su
mente, todo lo que sabía era que los vampiros eran malos y que debía
matarlos. Tate le hizo olvidar el resto. Así que cuando anoche apareció
Kelly y le dijo que era su novato debió haberlo asustado. Pero vino, y luego
actuó según su entrenamiento. Y ahora ambos están muertos.
Y aquí estás...
¿Qué iba a decir? ¿Iba a revelar quién soy a todo el mundo? ¿Esperaba
que le ayudara? Nunca lo sabré. Tal vez sea mejor que no lo sepa.
Voy al casino. Quiero subir al despacho de Adrian para hablar de esto,
pero el ascensor no abre. Pruebo con el ascensor del ático, que sí funciona,
y subo a su habitación. Llamo a la puerta, pero no contesta. Estoy segura
de que está ahí dentro, pero no abre la puerta. Tampoco tengo su número.
Mi única forma de contactar con él es llamar al Alabastro cuando necesito
transmitirle un mensaje a través de Kelly. No sé qué hacer ahora.
—Escucha —hablo a través de la puerta—, siento lo que ha pasado.
¿Tienes mi número?
No contesta y puede que le esté hablando al aire. Le digo el número de
todos modos, suponiendo que pueda memorizarlo. Y me voy.
Cuando localizo mi Porsche en el aparcamiento, Sebastián aparece a mi
lado; casi me sobresalto.
—¡Caramba! ¿Tienes modales? No deberías acercarte así a alguien. —
Mi corazón late desbocado y mis sentidos crecen.
—Viene con el lote.
Eso es verdad. No creo que los vampiros sepan ser ruidosos. Cruzo los
brazos sobre el pecho.
—¿En qué puedo ayudarte, Sebastián?
—Puedes explicar lo que pasó allí.
No es asunto tuyo.
Nos detenemos y nos quedamos mirándonos. Esta es la parte en la que
miento y le digo que no tengo ni idea. Pero no la tengo. Sé que no puedo
ser obligada, y sé que no puedo confiar en este tipo, pero algo dentro de mí
derrama la verdad.
—Yo también soy cazadora. Adrian lo sabe. —Levanto las manos antes
de que me arranque la cabeza—. Estoy trabajando para él. ¿Cómo crees
que conseguí que el tipo que insiste en que no quiere una línea familiar
accediera a aceptarme como su novata?
Sebastián me mira de arriba abajo.
—Si estás mintiendo, lo descubriré y te mataré.
Me rio.
—Créeme, lo sé.
—¿Así es como murió mi hermano?
—No, murió como dijimos. Los cazadores nos emboscaron y lo mataron.
Me estudia durante un buen rato.
—Sabes, alguien está dando vueltas y matando a los príncipes. Brisa ha
perdido a casi todos sus prodigios directos, Hugo incluido. Es mi trabajo
averiguar quién lo está haciendo y entregárselo.
Me quedo un poco con la boca abierta.
—No he oído nada de esto.
—Habrá consecuencias nefastas para los humanos si se cortan las líneas
de sangre —prosigue—. Brisa es lo mejor que le ha pasado a la humanidad.
Necesito todo lo que hay en mí para no resoplar porque este tipo tiene
que estar delirando. Ella es la razón por la que los vampiros salen en
público, el cerebro detrás de este sistema de intercambio de sangre por
adicciones. La odio con todo mi ser. Matarla sería mi sueño hecho realidad.
—¿Y cómo lo sabes?
—Porque sin ella, nuestra fuerte línea de sangre vampírica se dividiría
en varias líneas independientes. ¿Sabes cuántos vampiros no querrían otra
cosa que alimentarse y matar a quien quisieran? Y serían libres de hacerlo
porque nadie podría decirles que no lo hicieran.
No tengo respuesta a eso y me siento estúpida por no haberlo pensado
nunca. Pero tiene sentido, y pone todo mi mundo patas arriba. Debería salir
de esto. Devolver el coche de lujo, negarme a seguir siendo una novata,
dejar a los cazadores, todo. Sólo terminar.
Debería, pero no lo haré. Ni siquiera estoy segura de poder hacerlo en
este momento.
—Adrian va a estar de luto por su hija —continúa, su voz se vuelve
fría—. Así que es bueno que te tenga a ti para atender su corazón roto. ¿Te
imaginas cómo se sentiría si tú también hubieras muerto esta noche? Si
alguien quisiera vengarse de él, digamos alguien que perdió a su gemelo
recientemente sin una buena razón, bueno, creo que tu muerte sería el
movimiento perfecto.
Amplío mi postura, mi mente corre hacia la delgada estaca bajo mi
camisa. ¿Podría alcanzarla a tiempo?
—Pero no te preocupes —añade—, nunca le haría algo así a mi propio
hermano. —Se aleja silbando, como si no me hubiera amenazado de muerte
para vengarse de Adrian. Dobla la esquina y desaparece, pero su melodía
nasal resuena en el aparcamiento durante un minuto más.

de Adrian. Septiembre se arrastra hasta octubre, y la


vida continúa como si yo no fuera una vampiresa novata en absoluto. Félix
y yo volvemos a ser amigos sin derecho a roce, aunque es difícil. Muchas
veces lo sorprendo mirándome de una forma que me hace palpitar el
corazón. Quiero besarle, hacer algo más que besarle, pero no lo hago. Las
cosas se han complicado demasiado. Entre su pasado con mi compañera de
piso, Ayla negándose a hablar conmigo, Seth diciéndome que me aleje y,
sobre todo, porque no soy una persona muy segura con la que salir ahora
mismo, es mejor que me quede quietecita.

Esperar a Félix es algo a lo que estoy acostumbrada, aunque me esté


matando.
Sigo esperando que se me pase el efecto del veneno, pero no es así. Me
he convertido rápidamente en el mejor miembro de mi equipo, capaz de
luchar más rápido que nadie. Incluso las simulaciones me resultan ahora
fáciles. Y cuanto más crecen mis habilidades, más puedo sentir cosas que
antes no podía. Y más puedo ver cosas. Pero sé que las simulaciones no
son la realidad, y estoy ansiosa por cazar.
Lástima que esté en una situación imposible. Ser un agente doble apesta.
Un día, vuelvo en coche de un turno de día en Pops, maravillada por los
remolinos de colores que rodean a toda la gente que camina por las aceras.
Hoy hay mucha gente, y las auras me recuerdan a nubes brumosas que
rebotan unas contra otras. Hay obras en mi ruta habitual, así que sigo el
GPS por una calle lateral llena de curvas. Es estrecha, con edificios altos
que proyectan sombras frescas. Aquí hay tiendas que no había visto antes,
así que conduzco un poco más despacio y admiro los bonitos escaparates.
Hay una tienda de regalos ecléctica, una boutique de ropa, una librería
independiente, una pequeña panadería y una tienda de vudú.
Muchos de los negocios de esta parte de la ciudad dicen que practican el
vudú para atraer a los turistas. No sé hasta qué punto es auténtico, pero, en
cualquier caso, es algo de lo que he decidido mantenerme alejada. Al crecer
en Nueva Orleans, muchos padres y abuelos enseñan a sus hijos que el
vudú es peligroso. No estoy segura de qué partes del vudú se consideran
una práctica cerrada y cuáles no, qué es seguro o incluso real. No voy a
juzgar a nadie que practique esa religión, pero no es lo mío. Nunca lo ha
sido. Nunca lo será.
Nunca digas nunca, ¿verdad?
Porque algo me llama la atención, un destello brillante de luz dorada
reflectante en mi visión periférica. El escaparate de la tienda de vudú está
lleno hasta los topes de muñequitos y baratijas, nada fuera de lo común.
Excepto que también hay un adorno de metal dorado. Son dos plumas
cruzadas con la misma forma que el pequeño sello de la parte posterior de
la cruz de plata que llevo al cuello. Parece inverosímil, sobre todo porque
una cruz es un símbolo típicamente cristiano, pero quizá mi abuela compró
allí el collar.
La misma abuela que me hizo prometer que me alejaría del vudú.
Entonces, ¿por qué tengo la sensación de que ocultaba algo?
Aparco en paralelo como una profesional. Fue lo único que me pasé
horas practicando para el examen de conducir y que aprobé con nota, lo
cual es importante en una ciudad tan ajetreada. Salgo del coche y me dirijo
a la tienda antes de que la voz de mi dulce abuela en mi cabeza pueda
detenerme. Al entrar, suena el timbre, pero nadie viene a verme. No parece
que haya nadie. La tienda es pequeña y está abarrotada de cosas. Velas de
calavera, joyas, hierbas, cristales, montones de muñecas y una pila de cosas
que no sé cómo identificar. Me acerco al escaparate y estiro el cuello para
ver mejor las plumas doradas.
Tal como pensaba, coincide exactamente con la estampada en el reverso
de mi cruz. A primera vista, parece cualquier otro diseño sencillo de
plumas y nada demasiado especial, pero hay un pequeño gancho en la parte
inferior de la pluma izquierda que la hace distintiva.
El mío tiene el mismo. Lo pellizco entre los dedos y una espeluznante
sensación de hormigueo me recorre el cuerpo.
—¿Puedo ayudarle? —canturrea una voz rasposa.
Me doy la vuelta y veo a una mujer menuda, de mediana edad, piel
bronceada y pelo largo trenzado que me mira fijamente. Es guapa, pero
enseguida noto su enfado. Me recuerda a Kelly y se me encoge el corazón.
—Me preguntaba si podría hablarme de estas plumas —respondo
amablemente.
Me fulmina con la mirada, lo que sin duda es una forma extraña de tratar
a una clienta.
—¿Para qué quieres ese talismán, chica?
Me quedo con la boca abierta, pero me recupero rápidamente y cruzo los
brazos sobre el pecho. Mi amabilidad dura poco.
—Escuche, no sé qué problema tiene conmigo, pero soy una clienta
potencial y...
—No, no eres. —Me empuja hacia la puerta—. Vete de aquí.
La miro boquiabierta. Nunca había tenido una interacción tan extraña
con una vendedora, y es obvio que la mujer está intentando sacarme de
aquí antes de que pueda saber para qué sirve ese talismán. He visto
suficientes series de la CW7 como para saber que un talismán es un objeto
que contiene un hechizo.
Saco la cruz de debajo del escote de mi camisa y le doy la vuelta,
mostrándole el pequeño sello.
—Me la dio mi abuela. La llevó toda su vida, que yo sepa. Ella y mi
madre han insistido en que la lleve ahora yo también.
—Mucha gente lleva crucifijos para ahuyentar a los vampiros, lo cual es
una tontería porque no funciona.
—Quiero saber sobre las plumas. Mi abuela está muerta o se lo
preguntaría yo misma.
—¿Qué tiene esto que ver conmigo? —La mujer pasa a mi lado y abre
la puerta—. Tienes que irte o llamo a la policía.
—No, mira —presiono—, en la parte de atrás, ¿ves? Hay una pequeña
pluma. Es la misma.
La mujer me mira fijamente durante un largo rato, sus ojos van de mi
cara al collar y viceversa. Su actitud sigue siendo dura.
—Es una protección —Ladra.
—¿La pluma o la cruz?
Ya sé que la cruz se supone que es una protección, pero Adrian no tuvo
ningún problema en arrancármela de la garganta. No le hizo nada, pero
quizá porque la cadena no era de plata auténtica. Tal vez lo era, no estoy
segura, pero fácilmente podría haber sido otra cosa. Sin embargo,
definitivamente creo que la nueva cadena es de plata, Félix no se andaría
con tonterías ni me mentiría al respecto.
—Las supersticiones son profundas por aquí —dice—. Ambas.
Se me humedecen los ojos.
—Mi abuela era mi persona favorita en todo el mundo. Perderla casi nos
mata a mi madre y a mí.
—Siento tu pérdida. Sigue llevando las plumas.
Así que, en realidad, lo que le importaba a la abuela eran las plumas, no
la cruz como ella me hizo creer.
—¿Una protección de qué?
Ella traga saliva y luego susurra.
—Escucha, no quiero tener nada que ver con esto. No deberías haber
venido aquí.
—¿Estás hablando de vampiros? —susurro—. ¿O de otra cosa?
Se queda quieta. Eso es entonces. ¿Este símbolo tiene algo que ver con
los demonios de energía? ¿Es una protección contra ellos? Siempre pensé
que era para los vampiros, pero tal vez me equivoqué. Me pregunto cuánto
sabía mi abuela. Me pregunto qué pasaría si se lo enseñara a Tate. ¿Se
asustaría? ¿Estaría bien?
—Por favor... —Se me quiebra la voz—. No tengo otro lugar a dónde
ir.
—Pues tampoco aquí, y créeme, no querrás caerme mal —sisea.
Señala una de las muñecas, que sé que se usan para hechizos, y es
entonces cuando decido que tal vez sea mejor escuchar. Ni siquiera puedo
dejar una mala crítica en Internet por miedo a las represalias. Nunca pensé
que creyera en estas cosas, pero resulta que sí.
Vuelvo a mi coche y me quedo mirando el escaparate durante unos
minutos. ¿Cómo es posible que una pregunta sobre el símbolo de una
pluma provoque semejante disgusto? La respuesta es porque significan
algo importante, algo relacionado con la protección que ella no quiere
discutir conmigo. Hago una mueca de dolor y me doy cuenta de que cuanto
más busco respuestas, más preguntas me hago. Pasan las horas y sigo
pensando en el collar.
lamo a la puerta de los Moreno, y unos minutos después me abre la
señora Moreno.
—Eva, qué alegría verte, cariño. —Me abraza, pero sale al umbral de la
puerta para hacerlo. Es la primera vez que no me invita inmediatamente a
entrar.
—¿Está Ayla aquí? —pregunto tentativamente.
La mujer da un paso atrás y frunce el ceño.
—Lo siento, no recibe visitas por el momento.
Parpadeo, sin saber qué responder. Ayla ha sido mi mejor amiga durante
años y todavía no puedo creer que esto esté pasando.
—¿De nadie?
La señora Moreno niega con la cabeza frunciendo un poco el ceño.
—Intentamos respetar sus deseos. —Se le quiebra la voz y susurra—. No
sabemos qué hacer. Se niega a salir de casa. El terapeuta dice que es un
trastorno de ansiedad llamado agorafobia.
—¿Pero tampoco deja que nadie la visite?
Se le humedecen los ojos.
—Ni siquiera Félix. No quiere hablar con nadie. No sabemos qué hacer.
En este momento, nuestra principal preocupación es mantenerla con vida.
—Se seca una lágrima—. Nunca pensé que esto le pasaría a uno de nuestros
hijos.
Me retuerzo las manos a la espalda, con las emociones a flor de piel.
Probablemente debería contarle lo del ataque de los vampiros, pero eso
implicaría revelar secretos de Félix. Y estoy segura de que Ayla se
enfadaría si lo hiciera, pero la seguridad y la felicidad de mi amiga son
importantes. Quiero que se cure. Ella está hecha de un material duro,
siempre ha sido fuerte, así que verla así es terrible.
Al final, decido ir a medias.
—¿El terapeuta hace visitas a domicilio?
—Están haciendo videoconferencias. Ayla se enfada al pensar que
alguien entre en casa.
Sí, porque tiene miedo de los vampiros, y los vampiros tienen que ser
invitados a una residencia privada. Tiene sentido. Lo que no lo tiene es que
rechace a humanos, pero a su mente probablemente le cueste separarlo
todo.
—Deberías decirle al terapeuta que hable con ella sobre un posible miedo
a los vampiros.
La señora Moreno palidece y se persigna, murmurando en español.
—¿Ayla ha visto un vampiro?
—Tengo que irme —digo, retrocediendo—. Pero confía en mí, hay algo
ahí.
Vuelvo y me siento un rato en el coche. Luego salgo y voy al lado de la
casa donde puedo llamar a la ventana de Ayla. Las cortinas están echadas,
así que no puedo ver dentro, pero sé que tiene que estar ahí. Saco el móvil
y le envió un mensaje.
¿Te encuentras bien? Deberíamos hablar.
Te dije que no volvieras aquí.

Es su respuesta inmediata. Sabe que estoy aquí, probablemente por eso


me ha contestado.
Tengo algo que decirte. Por favor, al menos ven a la ventana.
Un minuto después, la cortina se mueve y Ayla abre la cortina. No lo
suficiente para que yo entre ni nada parecido, pero sí para que podamos
hablar. Me acerco corriendo y la observo a través del cristal reflectante.
Lleva el pelo recogido en un moño desordenado, los ojos hundidos y un
pijama demasiado grande.
—Hola. —Mantengo la voz baja y suave—. ¿Estás bien?
—¿Qué querías decirme? —Cruza los brazos sobre el pecho y levanta
una ceja desordenada. Es otro recordatorio de lo mucho que ha cambiado
mi amiga. Está dolida, enferma, y quiero ayudarla. Ojalá supiera cómo
rebobinarlo todo.
—Rompí con Félix, pero eso no es todo lo que quería decirte.
—¿Problemas en el paraíso? Podría haberte dicho que es un mujeriego.
—Su voz es molesta.
—He roto porque no creo que sea buena idea ahora mismo.
—Oh, ahora mismo, ¿eh? ¿Así que piensas en enrollarte con mi hermano
más adelante?
Suspiro pesadamente y aplasto mi sandalia contra la hierba.
—Uf, no lo sé, Ayla, no se trata de eso.
—Vale, bien, ¿qué otra cosa es tan importante para que hayas tenido que
faltar a mis deseos viniendo a llamar a mi ventana? Ya sabes cómo me
siento. No quiero que caces, y estás cazando. No quiero que salgas con mi
hermano, y lo hiciste a mis espaldas. ¿De qué más hay que hablar?
Me lloran los ojos.
—Eres mi mejor amiga.
—Ya no.
—¿Qué? —Se me quiebra la voz.
—Porque he cambiado. —Sus ojos se entrecierran—. La gente cambia,
madura y sigue adelante. Tienes que superarlo.
A pesar de todo lo que he pasado con mi madre, esta es la peor traición
que he experimentado nunca. Se me estruja el corazón, y las lágrimas
calientes por fin se liberan, corriendo por mis mejillas.
—Iba a pedirte perdón y decirte que estoy aquí para lo que necesites.
Quería enseñarte mi apartamento. Quería...
—Vete a casa. —Su voz es pesarosa—. Me gustaría que las cosas fueran
diferentes, ¿de acuerdo? Pero mientras te dediques a cazar vampiros, no
puedo ser tu amiga.
—¿Me estás pidiendo que elija?
—Ya lo has hecho. —Y entonces cierra de golpe la ventana y las cortinas
vuelven a su sitio. Mi corazón se apaga con la misma fuerza.
Nunca pensé que esto pasaría. Di por sentada nuestra amistad. Pero
también estoy enfadada. Porque esto es lo ella ha elegido, y ni siquiera va
a intentarlo. Una experiencia aterradora con vampiros y ya está, se ha
cerrado a todo lo que pueda ponerla en peligro de nuevo. No la culpo, pero
este extremo no es saludable. Ahora también se encierra en su habitación
durante el día. Los vampiros no pueden salir a la luz del sol, así que ¿qué
cree que va a pasar?
Y sin embargo... mi instinto me dice que algo falla... que hay algo más
en la historia. Quiero ayudarla a arreglar el final, pero no me deja.
—¿ le pasó a Cameron? —pregunta Tate. Nos miramos
unos a otros, pero nadie habla.
Nos ha convocado a una reunión urgente porque hace mucho que
Cameron ha desaparecido. No hay sitio para todos en su despacho, así que
estamos sentados en las colchonetas del gimnasio agrupados por nuestros
equipos. Cada equipo está formado por entre tres y cinco personas que
fueron reclutadas juntas. Todos somos lo bastante jóvenes como para que
nuestros córtex prefrontales no se hayan desarrollado del todo, con edades
comprendidas entre los dieciocho y los veinticuatro años, y Cameron se
estaba acercando a ese límite. Pronto Tate habría borrado de su mente
cualquier recuerdo de su tiempo con los cazadores, excepto que eso es
imposible ahora que está muerto.
Miro a mi alrededor, con la esperanza de que aquí todos seamos
humanos. Parpadeo varias veces, concentrándome, y las auras empiezan a
materializarse. Por lo que veo, todos tienen una. Todos menos Leslie Tate.
Alguien al fondo levanta la mano.
—Creo que yo podría saber algo —dice con tono pesaroso.
Mi corazón se agita contra mi caja torácica, la adrenalina recorre mis
miembros. Me quedo helada, con la respiración atrapada en los pulmones.
Tengo la sensación de que todo el mundo me está mirando, pero sé que no
es así. Ojalá pudiera informar a mi equipo de todo lo ocurrido, pero ya no
confío en Tate y están demasiado cerca de él. ¿Y si pudo sacarles
información que yo no quería que supiera? Odio que la muerte de Cameron
sea algo que he tenido que guardarme para mí.
—¿Tú qué sabes, Kevin? —El jefe camina hacia el tipo y, una vez que
pasa junto a nosotros, me relajo un poco.
Intercambio miradas preocupadas con mi equipo. Kenton se acerca para
apretarme la mano. Es completamente platónico, nos hemos hecho grandes
amigos, y me sorprende lo agradecida que estoy por él. Nadie sustituirá
nunca a Ayla, pero es bueno saber que tengo un amigo como Kenton a mi
lado.
—Sólo he oído rumores. —Kevin se levanta y se dirige a la sala—. Pero
al parecer un cazador intentó atacar a los vampiros durante una de sus
reuniones. Mató a una de ellos. —Traga saliva—. Esa es la buena noticia.
—¿Y las malas noticias?
No tiene que decirlo, todo el mundo lo sabe, pero lo hace de todos modos.
—Lo hicieron pedazos. Para cuando terminaron con él, no quedaba nada.
Todos estamos callados. Nadie se sorprende. Forma parte de los riesgos
de hacer lo que hacemos, y nadie es tan estúpido como para venir aquí
pensando que será la excepción. Esperamos sobrevivir y asumimos que no
lo haremos. Es la vida de un cazador de vampiros.
—Gracias —dice Tate. Se vuelve hacia todos nosotros—. Esta es la
razón por la que hacemos lo que hacemos. Tenemos que derrotar a estos
monstruos.
¿Pero cómo? Sinceramente, ¿cómo vamos a acabar con ellos? Están por
todo el planeta. Están por todas partes. Y pueden convertir a más de
nosotros en ellos cuando quieran. A veces esta misión parece imposible.
—Vamos a recuperar nuestra ciudad —afirma—, hemos sido demasiado
blandos, lentos y cuidadosos.
¿Cuidadosos? Cameron está muerto, y Tate nos dice que estamos siendo
demasiado cuidadosos.
—Es hora de que los atrapemos de una vez por todas —continúa—. Hay
una reunión mañana en el Corazón de Alabastro con todo el aquelarre.
Todos los vampiros de Nueva Orleans estarán allí. —Su mirada se clava
en nosotros—. Y vamos a hacerles una visita. Es hora de acabar con este
aquelarre y recuperar nuestra ciudad. ¿Os apuntáis?
Es un deseo de muerte. No podemos hacerlo. Tal vez podamos atrapar a
algunos, pero es imposible que podamos atraparlos a todos. E incluso si lo
hiciéramos, los vampiros de otras ciudades tomarían represalias.
No hay forma de ganar.
—Nuestro objetivo es Adrianos Teresi. Os enviaré a todos por correo
electrónico un desglose sobre él. Es el corazón de la operación. Lo
eliminaremos primero.
Todos se levantan y yo les sigo. ¿Qué otra cosa puedo hacer? Pero me
tiemblan las piernas y la cara de Adrian llena mi mente.
—¿Quién está dentro?
Aplaudimos nuestro acuerdo, pero sé lo tonto que es esto. Vamos a
terminar como Cameron, hasta el último de nosotros.
o podemos seguir con esto —anuncio en cuanto volvemos a casa
— de Seth y Félix—. Va a ser un baño de sangre.
—¡Más vale que lo sea! —Se ríe Kenton—. Esto es lo que hemos estado
esperando. Esta es nuestra oportunidad.
—No creo que unos meses de entrenamiento sean suficientes. —Me
burlo. Me dejo caer en el sofá y me aprieto los ojos con las palmas de las
manos, intentando pensar—. ¿En qué le beneficiaría a Tate eliminar a
Adrian?
—No se trata sólo de tu principito vampiro —interviene Félix. Es la
primera vez que me habla directamente desde que rompimos, no es que
estuviéramos juntos mucho tiempo. Pero me ha evitado y ha sido
horrible—. Tate quiere limpiar Nueva Orleans.
Niego con la cabeza.
—Esto tiene más que ver con la realeza vampírica que con nuestra
ciudad. —Me levanto y empiezo a pasear por la pequeña habitación—.
Algunos príncipes vampiros han aparecido muertos por todo el mundo en
las últimas semanas.
—Bien —murmura Félix.
¿Me están escuchando?
—No, esto no es bueno —replico—. No es lo que piensas. Si la realeza
cae, la jerarquía vampírica colapsa. Y eso significa anarquía.
—¿Qué estás diciendo? —pregunta Seth.
—Digo que los vampiros volverán a matar humanos para comer. Sólo
siguen todas estas reglas sobre morder y alimentarse y hacer a sus hijos
porque las líneas de sangre son muy fuertes y la reina hace las reglas. Si
los príncipes mueren y la reina es asesinada, todo lo que han creado se
desmoronará y no en el buen sentido.
Todo el mundo se queda callado un rato.
—¿Y por qué querría Tate la anarquía? —cuestiona Félix.
—Aún no lo sé. —Trago saliva. No quiero contar demasiado, pero tengo
que decir lo suficiente para que lo entiendan—. Y sé que confiáis en él,
pero os prometo que ese sentimiento forma parte de sus habilidades. Todos
sabemos que no es humano, pero ¿alguna vez le ha dicho a alguno de
ustedes lo que es? ¿Se lo habéis preguntado siquiera?
Me miran sin comprender, con caras demasiado relajadas. Este es
exactamente el problema. Tate es lo suficientemente poderoso como para
hacer que la gente crea lo que él diga. Saben que es diferente, pero no le
cuestionan porque él les dice que no lo hagan. Sólo gracias al veneno de
Hugo tengo la suerte de ver a través de las mentiras. Nunca pensé que
agradecería que ese vampiro espeluznante intentara convertirme, pero aquí
estamos.
—Esto se está poniendo peligroso —afirma Félix al fin—. Tal vez
deberías mantenerte alejada.
—¿Yo? ¿Y qué hay de todos nosotros?
—No, tú.
—Oh, esto otra vez no. Ya establecimos que soy parte de este equipo.
—La última vez que lo comprobé, umm… ¿probablemente estés invitada
a esa reunión del aquelarre?
Me muerdo el labio e intento no gritar. Está perdiendo el punto, tratando
de hacer de esto algo que no es.
—Sinceramente, aún no lo sé.
—Creo que Félix tiene razón —interviene Kenton—. Lo siento, Eva,
pero piénsalo. ¿Qué pasa si los vampiros te atrapan con nosotros o
viceversa? Podrías acabar muerta.
Me inclino hacia delante.
—¿Qué quieres que haga? ¿Debería decirle a Adrian que estoy fuera?
—No —interrumpe la voz de la razón de Seth—, creo que deberías tener
cuidado de que no te vean con cazadores en público y saltarte la redada de
mañana. Tiene que haber algo que puedas aprender de ese imbécil, algo
que pueda ayudarnos.
Levanto las manos. No debería haber una redada mañana, pero estoy
hablando en círculos con estos tipos. No es culpa suya que estén tan
influenciados por Tate, pero no voy a dejar que mis mejores amigos, los
únicos que me quedan, entren mañana en ese casino para ser masacrados.
Así que me levanto para irme.
—Por favor, no vayáis mañana. Os prometo que no ganareis. Moriréis y
no puedo perderos.
Nadie se mueve. Me voy antes de que puedan verme llorar. Odio llorar.
¡No soy una llorona, maldita sea!
Félix me pilla junto al coche. Frunce el ceño, pero yo le sonrío
dulcemente.
—¿Por qué te vas tan rápido?
No quiero explicarle esto, no tiene sentido. Y lo último que necesito es
que algo de esto le llegue a Tate.
—Tengo cosas que hacer. —Es todo lo que digo.
Se acerca y su cálido aroma me envuelve.
—¿Estás segura de que tienes que irte?
—¿No tienes que ir a clase?
—No hasta dentro de una hora. ¿Tal vez podríamos pasar el rato?
¿Hablar de cosas?
No ha vuelto a hablar de la ruptura desde el primer día, pero ahora todo
vuelve a la memoria. Sobre todo, me invaden los sentimientos que he
sentido por él durante tantos años. Hay tantas capas de sentimientos que
me cuesta clasificarlas. ¿Cuáles son antiguos? ¿Cuáles son nuevos?
¿Cuáles son reales?
—No quiero hacerle daño a Ayla. —Suelto.
—Ayla está pasando por cosas difíciles —dice—, y tú y yo sabemos que
en realidad no tiene nada que ver con nosotros.
No sé si es verdad, pero quiero creerlo desesperadamente. Se inclina más
hacia mí, aprisionándome contra el coche. Me gusta. Una descarga de
electricidad me recorre la espalda.
—¿Y el peligro? ¿Y los riesgos? —susurro.
—Ya nos estamos jugando la vida —se inclina y me susurra al oído—,
¿no deberíamos poder divertirnos un poco?
No sé si alguna vez he dado prioridad a la diversión en toda mi vida. Pero
merezco divertirme. También necesito deshacerme de mi virginidad para
que los vampiros dejen de molestarme por eso. Las palabras de Kelly
vuelven a flotar en mi cabeza, y entonces recuerdo que está muerta, que
Cameron está muerto, que cualquiera de nosotros podría irse en cualquier
momento.
La vida es corta... besa al chico.
Y así lo hago.
Su cuerpo se aprieta contra el mío, sus brazos me rodean, su boca es
cálida y suave. Nos besamos durante un rato, la tensión entre nosotros
crece. Por una vez, me permito tener exactamente lo que quiero. Espero
que Ayla me perdone y que esta elección no ponga a nadie en peligro, pero
me siento bien, y no me he sentido bien con nada en tanto, tanto tiempo.
Ya está.
Cuando nos separamos un segundo, susurro contra sus suaves labios.
—Llévame arriba. —Mi voz es ronca y no hay dudas sobre mis
intenciones.
—¿Estás segura?
—Sí.
Nos separa.
—Puede parecer que soy idiota, pero intento no serlo por una vez —dice
tímidamente, y creo que me rechaza—. Pero creo que deberíamos tomarnos
un poco de tiempo. Quiero que estés segura.
Oh.
Me arden las mejillas.
—Dije que estaba segura. Sé cómo me siento.
—Pero llevas semanas indecisa sobre nosotros. —Me envuelve de nuevo
en un abrazo y me besa en la coronilla—. Créeme, esto es lo que yo también
quiero. ¿Por qué no quedamos esta noche, cuando hayas tenido más tiempo
para pensarlo? ¿Tienes que trabajar?
Sacudo la cabeza. Supongo que unas horas no es lo peor.
—Es mi noche libre.
—Genial, mañana por la noche acabaremos con un aquelarre. Y esta
noche, es para ti y para mí. Lo prometo, ¿vale?
Estoy molesta y emocionada a partes iguales... pero estoy segura de él,
de verdad. Un par de horas, un par de días, meses o incluso años no me
harán cambiar de opinión sobre este hombre. Aunque al final Félix y yo no
funcionemos, es el chico que he estado esperando y el que quiero que sea
el primero. No voy a dejar pasar esto.
—Volveré esta noche entonces.
Famosas últimas palabras...
a mejor manera de salvar a mis amigos es evitar que el aquelarre se
reúna. Si aparecen para emboscarlos y no hay nadie allí con quien
luchar, entonces con suerte podrán salir de allí con vida. Puede que
esté cometiendo un horrible error, pero una vez más, me encuentro yendo
al casino de Adrian sin invitación. Cuando salgo del soleado mundo
exterior y atravieso los vestíbulos dobles, la energía cambia. El vestíbulo
del casino es opulento y estoy acostumbrada a ello. Pero no estoy
acostumbrada a ver a otra persona detrás de la mesa de Kelly.
Me acerco al joven y le ofrezco una sonrisa ganadora.
—Vengo a reunirme con Adrian. Soy Evangeline Blackwood.
El joven me mira con expresión inexpresiva. Es un vampiro de verdad,
y completamente espeluznante. Lleva el pelo rubio peinado hacia atrás y
sus ojos me observan con oscuras intenciones.
—No tienes cita —responde con frialdad.
—No la necesito, soy su novata.
Se burla.
—Cariño, todos fuimos novatos alguna vez. ¿Crees que eso te hace
especial? Tengo noticias, no es así.
Cruzo los brazos sobre el pecho y fulmino con la mirada.
—Puede que esa fuera tu experiencia, pero Adrian trata a sus novatos de
forma muy diferente. ¿Tengo que enseñarte mi flamante Porsche?
Probablemente fue una mala elección de palabras, porque la cara del tipo
se torna amarga.
—Si no tienes cita, no puedes exigir una sin avisar. Puedo hacerte un
hueco la semana que viene, suponiendo que Adrian acepte.
Golpeo la baldosa con el pie, impaciente.
—No puedo esperar hasta la semana que viene.
—Ese no es mi problema.
Refunfuño y me siento en uno de los sofás, con los ojos fijos en el hueco
del ascensor. En algún momento tendrá que bajar, ¿no? Bueno, eso
suponiendo que esté ahí arriba. Pasar el rato en la guarida de un vampiro
no es la mejor idea que he tenido en mucho tiempo, pero no sé qué más
hacer. Así que espero y espero y espero, y la tarde se convierte en noche.
Se supone que tengo que ir pronto a casa de Félix, y antes tengo que ir a
casa y ducharme. Pero esa cita parece muy poco importante comparada con
esto. Tengo que conseguir que los vampiros suspendan su reunión de
mañana.
¿Y si estoy cometiendo un error? ¿Y si Adrian usa esta información
contra los cazadores? ¿Lo haría? Si me hubieran hecho esta pregunta hace
un mes, habría dicho que sí sin dudarlo. Pero la misma pregunta ahora, y
no lo creo. No está interesado en matar a los cazadores si no puede llegar
a Tate.
¿Y el pequeño plan de Tate?
Quiere que matemos a Adrian sin su ayuda. Según el escueto email que
envió, ni siquiera planea venir mañana por la noche. Así que
esencialmente, está enviando a los cazadores como corderos al matadero.
No sé si le importan nuestras vidas, pero lo dudo.
Al diablo con esto.
Rebusco en la cartera, encuentro la llave metálica y sonrío. Lanzo una
mirada sucia al asistente ejecutivo mientras me dirijo a los ascensores.
Suponiendo que no haya cambiado las cerraduras, aún tengo lo que
necesito para entrar en el ático de Adrian. El viaje no es en solitario. Una
mujer humana sube conmigo. Lleva el vestido más pequeño que he visto
nunca. La tela es un poco transparente y puedo ver su ropa interior negra.
—Oh, oye —sus ojos se estrechan en mí—, ¿no eres tú la novata de
Adrian?
—Sí. Soy Eva.
Me tiende la mano con firmeza y se la estrecho.
—Yo Fiona. Soy la novata de Sebastián este año. Viajo con él a donde
quiera que vaya.
—Genial.
Aunque no me parece bien, y cuanto más tiempo paso cerca de este tipo
de humanos, menos me gustan o los entiendo. No lo hacen porque crean
que es lo correcto o porque quieran ayudar a alguien. Lo hacen porque
tienen una fascinación enfermiza por los vampiros y quieren poder. Tal vez
quieren sentirse seguros, también, pero incluso eso no es excusa para
inscribirse y saltar a través de aros para impresionar a estos mamones.
Llegamos al último piso. Ella va a la puerta de la derecha, y yo a la
izquierda; Sebastián debe haberse quedado el ático de Hugo. Es un
príncipe, tiene sentido. No sé qué pensar de Sebastián. Hugo era
obviamente espeluznante. Este tiene carisma para días, pero es como un
político baboso. Llama suavemente, y me parece interesante que no tenga
llave.
Cuando meto la llave en la cerradura de Adrian y la giro con facilidad,
me despido de ella. Al principio no dice nada, pero me mira con curiosidad.
—¿Sabes? —añade en voz baja—. Es raro que Adrian ya no tenga un
prodigio. Kelly fue la única durante años. Es bueno que te tenga a ti. La
gente habla.
Arrugo la cara hacia ella, como si algo de eso estuviera bien. Como si
Adrian fuera terriblemente malo porque no convierte a un humano en un
monstruo cada vez que puede.
—Déjalos que hablen. —La voz de Adrian corta bruscamente desde la
rendija de la puerta.
La mujer se congela.
Él me saca del pasillo y me mete en el ático tan deprisa que la cabeza me
da vueltas. Cierra la puerta de golpe y me aprieta contra ella.
—No deberías haber venido —sisea.
La habitación está a oscuras. Las persianas cubren las gruesas ventanas
a prueba de rayos UVA y las luces están apagadas. Apenas puedo ver el
blanco de sus ojos, pero su presencia me rodea y me obliga a prestarle
atención.
—¿Y eso por qué?
—Porque tengo hambre —gruñe en voz baja.
—Entonces come algo.
Sé que guarda sangre en su nevera, y vive encima de un banco de sangre.
No es como si no tuviera comida.
Desaparece.
Bueno, en realidad no, pero vuela tan rápido que no le veo hacerlo. Luego
está en su habitación, cerrando la puerta y dejándome fuera. ¿Así es como
se ve el dolor en los vampiros? ¿No deberían estar ya acostumbrados a la
muerte? Pero Kelly era su única "hija", y ahora está muerta. No puedo
juzgarlo por encerrarse en su ático, asumiendo que eso es lo que está
haciendo aquí.
—Ese tipo nuevo que tienes sentado en el escritorio de Kelly ahí abajo
es un verdadero capullo. —Le digo.
—Bien —su voz se oye amortiguada a través de la puerta—, le dije que
atendiera todas mis llamadas durante unas semanas mientras estoy de luto.
No sé por qué estoy sorprendida, pero lo estoy. Supongo que esperaba
que él siguiera como siempre. Siempre es tan controlado, tan oscuro y
estoico e impenetrable. Nunca esperé que se afligiera como lo hacen los
humanos, o que lo llamara así. Parece tan frío, como si nada pudiera
lastimarlo. ¿Los vampiros tienen terapeutas?
Enciendo las luces.
El lugar está limpio, pero muy cargado. Así que pongo el aire
acondicionado porque no puedo abrir una ventana. Luego rebusco en los
cajones de la cocina hasta encontrar un ambientador y lo rocío. Voy a la
nevera, donde hay apiladas hileras de bolsas de sangre, y meto una en el
microondas. Los vampiros pueden beberla fría, pero sé por mis
observaciones que él la prefiere caliente o a temperatura ambiente.
Súper asqueroso, pero aquí estamos.
Intento no pensar en ello cuando termina de calentarse y lo sirvo en un
vaso grande. Finjo que el aroma cobrizo es en realidad sal marina y que el
rojo es zumo de tomate. No funciona. Contengo la respiración y voy a
llamar a la puerta de Adrian. No contesta, pero la ha dejado abierta, así que
la empujo y entro de puntillas. La lámpara está encendida y él está tumbado
en la cama, con los ojos fijos en el techo. Sólo lleva pantalones cortos de
baloncesto. Sólo lo he visto con ropa de vestir y me resulta difícil no
fijarme en su cuerpo. Sus músculos son delgados y fuertes, sus hombros
anchos y su piel perfecta, sin una sola mancha. Sus mechones dorados están
más rizados de lo normal, como si se hubiera pasado las manos por ellos
un millón de veces. Sus brillantes ojos azules me siguen cuando entro y
dejo el vaso en la mesilla.
No lo mira, me mira a mí.
—Siento lo de Kelly —digo al fin.
Suspira.
—¿Sabes por qué la elegí a ella?
Niego con la cabeza.
—Rara vez convierto a alguien en vampiro. —Su voz es lejana—. No es
una vida a la que condenaría a nadie, a pesar de lo que puedas pensar.
—Ya no sé lo que pienso.
Se queda callado un rato y luego retoma la conversación.
—Conocí a Kelly después de que la atacara uno de mis hermanos. La dio
por muerta. Iba a acabar con ella, sacarla de su miseria. Pero me suplicó
que no lo hiciera".
—¿Así que la convertiste?
—No de inmediato. Mucha gente suplica por la muerte, por la vida o
para que te detengas. Yo estaba acostumbrado a eso.
—¿Qué tenía de diferente?
—La conocía —contesta simplemente—, llevaba años siendo la novata
de otra persona, intentando que la convirtieran. La despreciaba por ello,
como a todas ellas. Sólo tomo un hijo cuando mi reina lo exige.
—¿Así que Brisa te exigió que te la quedaras?
—Esa vez no. Lo hice para fastidiar al hermano que le había prometido
convertirla para luego darla por muerta. —Se ríe amargamente—. No te
hagas la sorprendida. Sabes cuánto odiaba a Hugo. He tenido varios
enemigos a lo largo de los años, pero él era quizás mi menos favorito.
No esperaba esto. Supuse que la había elegido porque le gustaba, no
porque quisiera fastidiar al hermano que pretendía matarla, fastidiar a
Hugo.
—Así que la mordí, asegurándome de que mi veneno fuera el más fuerte,
y luego la enterré y la hice mía. La siguiente vez que lo vi y ella iba de mi
brazo, la mirada en su rostro valió la pena el esfuerzo.
Se me revuelve el estómago y me siento en el borde de la cama.
—Te gusta jugar con la gente, ¿verdad?
Se encoge de hombros.
—A veces. Pero me alegro de haber convertido a Kelly. Demostró su
lealtad y se convirtió en mi mejor amiga a lo largo de los años. Podía
confiarle cualquier cosa. Y cuando nos destinaron a Nueva Orleans, se
ofreció a ser mi ayudante. No tenía que hacerlo. Podría haber contratado a
casi cualquiera para ese trabajo, pero ella era en la que más confiaba para
los asuntos internos de mi jornada, así que le agradecí que se ofreciera. —
Se le va la voz—. Se merecía algo mejor.
—Lo siento.
Se incorpora y toma el vaso de sangre entre sus manos, frunciendo el
ceño.
—A veces, cuando estoy enfadado conmigo mismo, no como.
Bueno, maldición. Hay algo de auto-odio aquí. Nunca lo esperé de
Adrian entre todas las personas. Y nunca esperé sentirme mal por un
vampiro, pero lo hago. Me acerco y le pongo la mano en la espalda. Está
fría, pero no me inmuto.
—No te hace ningún bien matarte de hambre. En todo caso, te hace más
peligroso para la gente inocente.
No responde, pero bebe y se acaba el vaso de un trago.
Sus labios están teñidos de rojo cuando se vuelve hacia mí. Suelto la
mano y respiro hondo.
—Hay algo de lo que necesito hablarte. . . ¿Hay una reunión de aquelarre
mañana?
Entrecierra los ojos y asiente.
—¿Cómo sabes? No es para novatos.
—Debes tener un espía en algún lugar de tu organización porque yo no
lo sabía, pero Tate sí. —Su boca se curva y sus ojos se iluminan, como si
se encendieran luces en su cabeza—. ¿Qué es Tate? —pregunto, cada vez
más desesperada.
No contesta. Deposita el vaso en la mesilla y se dirige al cuarto de baño.
Deja la puerta abierta y abre la ducha.
—Ven a hablar conmigo mientras me preparo —dice—, parece que
tenemos mucho que discutir.
Vale, nunca he visto a un hombre ducharse antes, y él probablemente lo
sabe.
Pero actúa como si volviera a lo de siempre.
—No te hagas ilusiones. —Cruzo los brazos sobre el pecho.
—Oh, por favor, Ángel. Puedo conseguir mujeres dispuestas cuando
quiera y nunca he sido un mojigato con la desnudez. Soy griego,
¿recuerdas? Pero si te sientes incómoda, podemos discutirlo más tarde. No
hay problema.
No tengo tiempo para dejarlo para más tarde. Quiero hacerlo ahora.
—Bien. —Me siento en la encimera del baño y cierro los ojos—. Pero
no voy a mirar.
Se ríe entre dientes y, unos segundos después, oigo cómo se abre y se
cierra la puerta de la ducha.
—Dime, ¿qué es Tate? ¿Y por qué eres enemigo suyo?
—No puedo hablar de lo que es porque mi madre me lo ha prohibido
expresamente. —Su voz sedosa se mezcla con el vapor—. Pero diré que él
y los de su clase son mis enemigos.
—Toman energía de los humanos. Eso sí lo sé. —No contesta. Tal vez
no puede—. Bueno vale, tiene un plan para enviar a los cazadores a
emboscarte en tu reunión del aquelarre. Su principal objetivo es matarte.
No creo que le importe mucho lo que les pase a los cazadores.
—Lleva años detrás de mí —afirma—. No puede obligar a la gente, pero
si pudiera, yo estaría luchando contra humanos todos los días.
Me lo había preguntado con Cameron. Supongo que sé mi respuesta.
—No te preocupes, Ángel. No lo conseguirá. Si me quiere muerto, tendrá
que enfrentarse a mí él mismo.
—¿Y por qué no lo hace?
—Porque sabe que no puede derrotar a un vampiro con habilidades como
las mías.
Adrian puede levitar, es decir, volar, y tiene telequinesis, además de ser
capaz de obligar a los humanos. También puede tener otras habilidades.
—Así que cancela la reunión del aquelarre.
El vapor de la habitación me cubre como una segunda piel. Abro los ojos
con cuidado y me miro los pies. Mis ojos curiosos quieren viajar a la ducha
de cristal, pero no se lo permito. ¿Por qué Adrian tiene que distraerme
tanto? Esto sería más fácil si fuera horrible.
—¿Por qué iba a suspender la reunión? —Su voz se vuelve airada—.
Gracias a esta información privilegiada, puedo matar a los cazadores. Esto
es algo bueno para mi aquelarre, no malo.
Me pongo de pie, con las manos en puños.
—No te lo he dicho por eso y lo sabes.
—¿Y? —Sale de la ducha, completamente desnudo y empapado. No bajo
la mirada ni me sonrojo. Le fulmino con ella, sin apartar los ojos de los
suyos, y él me devuelve la mirada—. Tu cazador mató a Kelly.
—Cameron mató a Kelly porque estaba confundido.
—¿Cómo se confundió? —ruge—. La utilizó para acercarse a mí. No
logró matarme, pero consiguió matarla a ella. Eso es lo que pasó.
—Cameron odiaba a Tate —respondo—, pero este se metió en su mente
y le hizo olvidar todo eso.
—Más razones para matar a sus pequeños cazadores.
—¿Entonces podrá adiestrar más de ellos? Porque lo hará. No estás
enfadado con los cazadores. Son humanos tratando de proteger a sus
familias. Estás enfadado con Tate. Ve tras él.
—Tal vez use a uno de sus cazadores para llegar a él.
—¿Cómo? Son todos demasiado jóvenes para ser obligados.
Gruñe un poco y coge una toalla, saliendo furioso del baño. Supongo que
va al armario a cambiarse. Yo me quedo para refrescarme, aunque el baño
está pegajosamente caliente por la condensación. Me inclino sobre el
lavabo y me limpio en el espejo, mirándome fijamente. Parezco cansada.
Parezco enfadada.
Derrotada.
No.
No dejaré que esto me derrote. No puedo rendirme. Si así es como va a
ser, si se va a convertir en el monstruo que es, entonces tengo que advertir
a mis amigos.
Me dirijo a la salida y atravieso la suite. Pero cuando abro la puerta, su
mano la cierra de golpe.
—No irás a ninguna parte, Ángel. —Me gruñe al oído—. Eres mía.
i hay un premio para la idiota más crédula del mundo, graba mi
nombre en él porque oficialmente he demostrado ser digna. No
debería haber confiado en Adrian con este tipo de información. Mi
estúpido plan de adentrarme en la organización vampírica y salvar el
mundo de alguna manera ha salido completamente mal y pronto mis
amigos estarán muertos.
Por no mencionar que él está de luto por la muerte de Kelly, así que, por
supuesto no va a suspender la reunión del aquelarre porque yo se lo pida,
no cuando esta es la oportunidad perfecta para vengarse. Va a salir ganando
en la guerra entre cazadores y vampiros, y es muy probable que maten a
mis amigos. Y si no, bueno, seguramente serán entregados al CAV que los
encarcelará ya que cazar vampiros es ilegal. Pase lo que pase, va a cambiar
todo. Y todo por mi culpa.
Adrian me coge en brazos y me lleva a su habitación de invitados,
arrojándome a la cama como un saco de patatas.
—Dámelo —exige.
Le fulmino con la mirada y me levanto de un salto antes de correr hacia
la puerta. Me bloquea.
—Dame tu teléfono —gruñe—, y tu estaca de paso.
Sé que no debo discutir por tener una estaca, él sabe que siempre llevo
una. Hoy llevo pantalones largos de lino que me cuelgan alrededor de las
piernas. Llevo la estaca atada a la pantorrilla. Tengo el móvil en el bolso,
que casualmente está en su cocina. Me había olvidado de él cuando corrí
hacia la puerta. Sé que parece improbable para alguien de mi generación,
ya que nuestros teléfonos son como una quinta extremidad, pero prueba a
huir de un vampiro y luego ven a hablar conmigo.
—Bien, lo haré yo mismo —gruñe.
Grito de frustración cuando me agarra los pantalones y me los arranca
del cuerpo, rompiendo las costuras con facilidad. Ahora estoy en ropa
interior y camiseta.
Simplemente genial.
Soy rápida, mis sentidos se aceleran para intentar igualar los suyos.
Cuando coge la estaca, la bloqueo. Es como bloquear un muro de piedra, y
me duele el antebrazo, pero me mantengo firme.
—No. Me. Toques.
Se ríe amargamente.
—Te dije exactamente lo que era y te advertí que nunca lo olvidaras.
Y no lo hice. O quizá lo hice un poco porque confiaba en él. Mi mente
se llena de culpa, y él aprovecha ese momento para coger la estaca. Es de
madera y tiene punta de plata, pero tiene cuidado de evitar la plata.
—Me desharé de esto. Ahora, ¿dónde está tu teléfono?
—En la cocina. Obviamente no lo llevo encima. ¿Qué, quieres que me
desnude para que te asegures?
Sonríe.
—Oh, Ángel, no te sorprendas si un día te desnudas para mí tú solita.
—Eres perverso. —Suelto con los dientes apretados—. Nunca lo haría.
—Y te quedas aquí hasta que decida qué hacer contigo. —Atraviesa la
puerta y la cierra de un portazo.
Me entra el pánico. No recuerdo que la cerradura estuviera en el exterior,
pero, efectivamente, cuando tiro de la manilla no se mueve. ¿Podría haberla
añadido él? Este hombre está realmente enfermo.
—¿Cómo has podido? —Golpeo la puerta—. Vine a advertirte, a
ayudarte, no a dejar que mates a mis amigos.
Pero no contesta y, unos segundos después, oigo cerrarse la puerta del
pasillo exterior.
¿Eso es todo?
No, no puede ser.
Cierro los ojos, deseando que todo el veneno de Hugo salga a la
superficie, canalizándolo hacia mí con más fuerza que nunca. Golpeo la
puerta, esperando que se rompa. No se rompe. Lo vuelvo a hacer. Y lo
vuelvo a hacer. Cada vez me hago más daño. Voy a tener moratones. Puede
que incluso me fracture algo. Pero no me importa. Tengo que salir de aquí.
Tengo que advertir a los cazadores.
Vuelvo a hacerlo. Esta vez pierdo el equilibrio y mi cabeza recibe
accidentalmente la mayor parte del impacto. Mi visión se estrecha y luego
se vuelve negra.

tiempo transcurre hasta que me despierto hecha un manojo


de miembros fríos en el suelo. Me levanto y espero, espero y espero. La
única forma de pasar el tiempo es ver pasar el mundo fuera del cristal
tintado. Al menos hay agua en el cuarto de baño, pero me duele la cabeza
y el estómago empieza a rugir pidiendo la cena. Quiero salir de aquí
desesperadamente, pero eso no va a ocurrir, así que me quedo mirando la
ciudad. Todas esas personas, ¿qué harían en mi lugar? ¿Serían capaces de
pensar en un plan viable? Ojalá alguien pudiera verme, pero estoy
demasiado alto y las ventanas son demasiado oscuras para ver a través de
ellas. Estoy atrapada.
Una prisionera.
Y estoy a merced del hombre en el que tontamente confié. No tengo a
nadie a quien culpar excepto a mí misma. Sabía de lo que eran capaces los
vampiros, sabía que los humanos no les importaban más allá de una fuente
de alimento. Y, aun así, mira lo que hice.
Como siempre, el mundo sigue girando y el tiempo sigue avanzando. El
atardecer se convierte en noche, y entonces la negrura se apodera de mí:
una noche interminable. Me tumbo en la cama y miro al techo hasta que
me quedo dormida.
Llega la mañana y espero que Adrian pase con comida y tendré la
oportunidad de rogarle de nuevo o tal vez la oportunidad de escapar.
Pero nada de eso ocurre.
El día se alarga y mi estómago se vuelve hueco. Al menos puedo beber
del lavabo, así que no voy a morir aquí arriba como mis amigos esta noche.
Durante la mayor parte del día pienso en sus caras, imaginando lo que
estarán haciendo ahora mismo para prepararse para el ataque. Me pregunto
qué pensará Félix de que le dejará plantado anoche. ¿Supone que no aparecí
porque me arrepentí de acostarme con él? ¿O sospecha que algo anda mal?
Quizá él, Kenton y Seth me estén buscando ahora mismo. Tal vez ya se
dieron cuenta y se lo están confesando a Tate.
No hay forma de saberlo, y la impotencia me está destruyendo.
Finalmente, cae la noche y sé que ha llegado el momento. En algún lugar
debajo de mí en el hotel, el aquelarre se está reuniendo. Y en algún lugar
afuera, los cazadores también. Su directiva es asaltar el salón de baile.
Trabajarán en equipos, matando tantos vampiros como puedan, con Adrian
como su objetivo número uno.
Nunca funcionará.
Camino por la habitación con el corazón acelerado durante horas. La
noche se vuelve cada vez más oscura. En un momento dado oigo
movimiento en la suite. Me levanto de un salto y me dirijo a la puerta.
—¿Adrian? ¿Eres tú?
El movimiento se detiene y vuelve a empezar.
—Por favor —ruego, golpeando la puerta—, por favor, no hagas esto.
—¿Eva? —La voz no pertenece a Adrian. No, pertenece al hombre que
odio casi tanto como a él: Tate.
—¡Sí! —grito, espero que esté aquí para salvarme—. ¡Déjame salir!
—Me temo que aún no puedo hacerlo. —Una puerta se cierra y luego no
hay nada más que silencio. Me ha dejado aquí.
Me tumbo en la cama y lloro. ¿Qué hacía aquí si no era para ayudarme?
Pero se ha ido y estoy sola. Cuando ya no me quedan lágrimas y la sal me
calienta la boca y mis mejillas están en carne viva por las secuelas, mis ojos
por fin empiezan a cerrarse solos. Eso no me gusta. Me niego a dormirme.
¿Cómo podría?
Y sin embargo... lo hago.
Mis sueños me atormentan. Pesadillas que se suceden, una tras otra, una
y otra vez. Veo a mis amigos morir. Veo a algunos de ellos convertidos.
Veo sangre. Ira. Miedo. Lo oigo, lo huelo, lo siento. Es como si estuviera
allí, pero no estoy allí.
No estoy allí.
Félix aparece ante mí. Sus ojos marrones son encantadores, y luego son
rojos asesinos. Y entonces me besa. Sus colmillos me cortan los labios. Me
retiro y grito.
—Eva —dice, sus manos ahuecando mi cara—, sigo siendo yo.
—No —respondo, pero la palabra se me queda atrapada en la garganta.
—Despierta. —Me dice. No él, no. Alguien más...
La mano sigue en mi cara... una mano fría.
Abro los ojos y miro los glaciales de Adrian. Está tan cerca. Demasiado
cerca.
—¡Suéltame! —grito, empujándole. Mi fuerza se ha acumulado mientras
dormía, los sentidos vuelven de golpe. Sale volando contra la pared y cae.
Se recupera rápidamente y se levanta, sonriendo.
—Parece que empiezas a acostumbrarte a ese veneno —bromea—. Pero
deberías tener cuidado con eso. Si la persona equivocada lo descubre, te
convertirán o morirás.
¿Todavía puedo ser convertida? Por supuesto, todavía puedo ser
convertida.
—Prefiero morir. —Le miro fijamente.
—Hmm, pensé que dirías eso. Tu pequeña petición de convertirte en mi
prodigio fue una mentira desde el principio —suspira—. Bueno, ¿quieres
saber sobre tus amigos o no?
Salto de las mantas, sin importarme que apenas estoy vestida.
—¿Qué ha ocurrido? —Mi voz sale como papel de lija—. ¿Están
muertos? ¿Qué les has hecho?
—Nadie ha muerto —dice, y yo casi rompo a llorar.
—¿Arrestados?
—Eso tampoco.
—Entonces, ¿qué pasó?
Se detiene un segundo, pensativo.
—Aparecieron y los detuvimos. Están retenidos abajo. —Se pasa un
momento el pulgar por el labio inferior—. Eva, necesito que hagas algo por
mí, algo importante. Y si lo haces, los dejaré ir a todos. Será como si nunca
hubiera sucedido nada.
No quiero oír cuál es esa petición porque temo saberlo ya, pero tengo
que afrontarlo.
—¿Qué quieres?
—Quiero que vengas a Francia conmigo.
Parpadeo; era lo último que esperaba que dijera.
—¿Qué hay en Francia?
—Quien está en Francia —corrige—. Brisa. Quiere conocerte. Necesito
que te portes bien.
—¿Eso es todo? —Entrecierro los ojos. No le creo. Nunca le creeré.
—Sigues siendo mi novata, por si lo has olvidado. Nos llaman para ir a
Francia donde . . . —me mira fijamente, los ojos se le ablandan—, donde
voy a convertirte.
Siento como si me hundiera en la tierra, como si ya me estuvieran
enterrando viva, como si ya estuviera muerta. No. No puedo aceptar. No
puedo ir a Francia. No puedo conocer a la Reina de los vampiros. Y no
puedo convertirme en una de ellos.
¿Pero qué otra opción tengo? Soy yo o son todos ellos.
—¿Tengo tu palabra? —Mi voz es mucho más fuerte de lo que siento, y
no puedo imaginar cómo la estoy manejando cuando me siento como si me
hubieran destrozado en un millón de pedazos afilados— ¿No harás daño a
ninguno de los cazadores? ¿Los liberarás a todos?
—Sí.
—Aceptaré sólo si prometes hacerlo ahora mismo.
—Pero...
—No, Adrian. Lo digo en serio. —Cruzo los brazos sobre el pecho y le
miro fijamente.
—O aceptas el trato o lo dejas —responde tajante.
La ira se filtra en mi tono.
—¿No me darás nada?
—Necesito algo para asegurarme de que te comportas en Francia.
Es una criatura tan lógica y lo odio por eso.
—Tenemos que llegar a un compromiso.
—¿Ah, ¿sí? Porque yo soy el que tiene los Ases.
Levanto las manos.
—Estoy tan cansada de todos tus estúpidos dichos sobre el juego. —
Estamos en un callejón sin salida y no sé qué hacer. No puedo confiar en
él, ya lo ha demostrado. Es imposible que no me lleve a Francia y me
convierta en su prodigio acepte lo que acepte. Está acostumbrado a
conseguir lo que quiere—. Por favor —susurro. Esta vez estoy realmente
derrotada. Ha ganado.
—Bien —escupe—. Los soltaré cuando subamos al avión, pero necesito
que me apoyes en Francia. Hay mucho más en juego de lo que crees y no
puedo permitir que tu mala actitud se interponga.
Me burlo.
—Creo que darte mi vida debería ser suficiente.
—No se trata de tu vida, sino de la de muchos otros.
—¿Qué tiene eso que ver conmigo?
—Necesito ir a donde me han llamado y necesito llevarte conmigo antes
de que alguien me mate aquí.
Levanto una ceja.
—Pero tienes a los cazadores detenidos.
—Los príncipes están siendo asesinados en todos los continentes. Sólo
quedamos tres.
—No sabía...
—¿No crees que tu amiguito Leslie Tate tiene algo que ver con eso? No
se presentó en el casino, por cierto. Envió a todos los humanos,
exactamente como dijiste que haría.
Trago saliva. ¿Debería decirle que Tate estaba en su suite? Pero no
quiero darle nada de más, así que guardo mi secreto y le tiendo la mano.
—Dame tu palabra y yo te daré la mía. Eso tendrá que ser suficiente para
ti.
—Prefería el voto de sangre. —Se ríe entre dientes, pero no me hace
gracia.
De ninguna manera volveré a besar a este hombre, y menos por un voto
falso que me habría dejado seguir creyendo que era real si yo no me hubiera
dado cuenta.
—¿De verdad? Porque prefiero la honestidad.
Me da la mano.
n par de horas más tarde y es hora de irse.

—No tengo ni maleta ni mi teléfono ni nada. —Le dirijo una mirada


mordaz—. ¿Y qué pasa con mi trabajo? Tengo turnos, ya sabes. No puedo
dejarlos tirados y desaparecer. ¿Y mi apartamento? Tengo que pagar el
alquiler pronto.
Él responde tendiéndole la mano.
—Tienes que dejar aquí tu collar y olvidarte de todo lo demás. No
importa. Ahora tienes una nueva vida.
—Quizá a ti no te importe, pero a mí sí. —Mi voz se tambalea—. ¿Puedo
al menos llamar a mi madre?
Hace un gesto de dolor, pero niega con la cabeza.
—El collar, Eva.
No usó mi apodo cariñoso. De alguna manera hace que esto sea aún más
real. Y tal vez sea una estupidez, pero este pequeño collar es lo único que
me queda.
—Lo pondré en mi caja fuerte —ofrece—. Estará bien, pero no puedes
llevar una cruz de plata para conocer a Brisa. Es ofensivo para los
vampiros. Eso ya lo sabes.
Lo desabrocho con un gruñido de reticencia. Saca un guante del bolsillo
trasero para poder manipular la plata. La toma en sus manos y la estudia
durante un minuto, con el rostro indescifrable. ¿Qué piensa de las plumas
del dorso? Quiero preguntarle qué sabe de ellas, pero me guardo mis
pensamientos.
Se va y vuelve con un montón de ropa.
—Este es uno de mis pantalones de chándal y una camiseta para que
estés cómoda durante el viaje en avión. Tendrás todo lo que necesites
cuando lleguemos al palacio.
El palacio.
No sabía que la realeza vampírica viviera en un palacio, aunque supongo
que tiene sentido. Son bastante reservados en lo que se refiere a eso: un
gran misterio que fascina y horroriza al mundo a partes iguales.
Estoy cansada y destrozada, así que no hago más preguntas.
Tomamos un jet privado con ventanas a prueba de rayos UVA. Se parece
a los de las películas, con asientos de lujo y comida decadente. Los pilotos
son humanos, y cuando subimos a bordo, Adrian les obliga a mantenernos
lo más seguros posible. Los vampiros tienen enemigos en todo el mundo,
¿qué mejor manera de acabar con un príncipe que estrellando su avión?
—Demuéstralo. —Le digo cuando vuelve a entrar en la cabina.
No tiene que preguntarme a qué me refiero. Coge su teléfono y juguetea
con él antes de entregármelo. La pantalla muestra lo que están viendo las
cámaras de todo el casino. Los cazadores están saliendo por la puerta
principal, libres y limpios. Félix se vuelve para mirar a la cámara, casi
como si supiera que le estoy mirando. Y luego se ha ido.
Le devuelvo el teléfono y me abrocho el cinturón en el asiento. No tengo
nada que decir y me siento aliviada a medias. No es que quisiera
sacrificarme.
El vuelo es aburrido y tranquilo. Devoro la comida precocinada, aunque
se me hace un nudo en el estómago. Cuando Adrian se disculpa por haberse
olvidado de darme de comer, le tiro una baguette a la cabeza y le digo que
no hable si no se le habla. Pone los ojos en blanco, pero se pone a trabajar
en el ordenador sin hacerme ni caso. Ni siquiera tengo un teléfono para
jugar o leer un ebook, ni siquiera una televisión que me haga compañía.
Estoy atrapada mirando por la ventana tintada la extensión de cielo blanco
y azul entre siestas inquietas y terminando la comida.
Cuando por fin sobrevolamos París, estoy prácticamente pegada a la
ventanilla. Es de día: hace horas que salió el sol, una de las maravillas de
los vuelos transatlánticos. Veo la Torre Eiffel vigilando sobre el sinuoso
río y sonrío para mis adentros. La ciudad es preciosa y me encantaría
explorarla algún día. Tengo la sensación de que este no será el viaje. Pero
si los vampiros consiguen convertirme, supongo que tendré una eternidad
para explorarla.
Mi sonrisa vacila mientras una lágrima resbala por mi mejilla. No quiero
explorar el mundo en la oscuridad. Siempre me ha gustado el sol: la luz, el
calor, la energía. Mi libertad significa para mí más que casi cualquier otra
cosa y ahora ha desaparecido. Espero que dondequiera que estén mis
amigos, estén a salvo y no intenten perseguirme. Por mucho que me
gustaría que me rescataran, no puedo permitir que corran peligro por mi
culpa y no quiero que todo esto sea en vano.
Estamos en algún lugar de las afueras, y no estoy segura de cómo vamos
a llegar desde aquí a dondequiera que vayamos a plena luz del día. Pero el
avión avanza lentamente por la pista y se detiene en un enorme edificio,
con una enorme puerta de garaje que se cierra detrás de nosotros. Salimos
e inmediatamente subimos a un coche que está esperándonos. Es elegante
y negro, sin ventanas en la parte trasera.
—¿No hay ventanas? —Me dirijo a Adrian.
—Es a prueba de balas, pero siempre hay un riesgo mayor con las
ventanas —responde—. También estaremos rodeados por un destacamento
de fuerzas armadas humanas. No nos pasará nada. Estaremos bien.
—Espero que estés seguro de eso porque esto es muy obvio. Cualquiera
que quiera hacerles daño a los vampiros sabrá que uno de vosotros está
aquí. ¿Qué coches no tienen ventanas?
No responde, probablemente porque sabe que tengo razón. Exponer a un
vampiro a la luz del sol y ya está. Qué manera tan perfecta de hacerlo. Trato
de imaginar que le pasa a Adrian, pero mi mente no me deja ir allí. Él
también es un peón en todo esto, ¿no? Un peón al que nunca perdonaré,
pero un peón, al fin y al cabo. Sólo he visto a Brisa una vez a través de una
video llamada, pero nunca olvidaré su cara. Ojalá pudiera matarla y que
todo terminara, pero Sebastián tenía mucho sentido. Si ella muere los
vampiros tendrán demasiada libertad.
Me meto dentro y esto parece un ataúd.
—Menos mal que no soy muy claustrofóbica. —Me quejo.
Cuando él nos encierra desde dentro y una tira de luces LED rojas a lo
largo del techo ilumina de inmediato la cabina cerrada, me relajo un poco.
Hay dos filas de asientos de cuero enfrentados. Él ocupa uno y yo el otro y
el coche se pone en marcha.
He evitado el contacto visual desde que salí de Nueva Orleans. Esta vez
dejo que mi mirada se detenga en él y no me guardo nada de lo que siento.
Estoy enfadada. Estoy frustrada. Tengo miedo. Y también me siento atraída
por él, cosa que odio, pero ahí está.
Me devuelve la mirada. Algo crece entre nosotros, espeso y confuso.
—Lo siento —susurra, rompiendo el silencio.
No tengo nada que decir a eso. Ni siquiera sé si le creo. Tal vez ya no
importe.
Se inclina hacia delante y entonces algo choca con el coche, metal contra
metal como una bomba, y salimos volando. Al mismo tiempo me doy una
patada por no haberme puesto el cinturón de seguridad y trato de agarrarme
a Adrian. No le puede dar la luz del sol. Estamos suspendidos en el aire
mientras el vehículo vuelca y vuelve a enderezarse.
Todo se para y las luces rojas parpadean y luego se apagan.
—¿Estás bien? —pregunto. Sisea, pero sus manos están sobre mí,
recorriendo mi cuerpo de arriba abajo—. ¿Qué estás haciendo?
—Comprobando heridas. Quédate quieta.
—Colega, estoy bien. —Le tranquilizo y se detiene.
—Pero puedo oler la sangre. —Su voz susurra en la oscuridad,
adquiriendo una cualidad siniestra.
—Es mi cabeza. —Noto que algo húmedo me gotea por la frente y hago
una mueca de dolor cuando intento tocármela—. Debería haberme puesto
el cinturón.
—El veneno lo curará rápido.
—Oh, bonita ventaja. Ahora dime, ¿tienes algún arma escondida aquí?
Me gustaría poder defenderme. —Nunca pensé que cazaría a los cazadores
de vampiros, pero no quiero morir hoy.
Gruñe por lo bajo.
—¿Por qué tienes que oler tan bien?
—¿Hablas en serio? Nos están atacando, es obvio que alguien intenta
matarte, ¿y tú sólo piensas en mi sangre?
Sigo tanteando alrededor de los asientos, pero no hay nada de utilidad.
¡Odio no poder ver aquí!
Gime de frustración y, cuando mi mano roza accidentalmente la suya, la
atrapa y me arrastra hasta su regazo. Me rodea con sus brazos y me quedo
helada.
—Una probadita —me susurra al oído—, prometo no morder.
Le doy un codazo en el pecho.
—No seas asqueroso.
Pero no se ríe y no me suelta. Respira con dificultad, luchando contra el
instinto de alimentarse de mi herida. Se resistió antes, pero esta vez
estamos muy cerca y puede que esté a minutos de morir. ¿Qué lo detiene?
Debería, pero no me resisto. Me inclino hacia él y no puedo razonar por
qué una parte de mí está completamente de acuerdo con esto, tal vez incluso
quiere ver cómo reacciona.
—Bien, pero te juro que, si me muerdes, te arranco la cabeza.
Se ríe entre dientes y entonces su boca presiona mi mejilla y se mueve
hacia arriba. Se detiene al llegar a la sangre, con la lengua siguiendo una
línea, mezclando frío y calor. Gime de satisfacción.
Suenan disparos fuera y parece que le sacuden de su tarea porque se
detiene. Aprovecho la ocasión para alejarme de él y buscar en el otro banco.
Pequeños estallidos explotan en el lateral del coche, pero hasta ahora nada
tiene posibilidad de atravesarlo.
Alguien llama en el costado del vehículo. Quiero abrirlo y salir, pero sé
que no puedo exponer así a Adrian. Una voz francesa dice algo que no
entiendo y Adrian responde.
—¿Qué ha pasado? —pregunto.
—Cazadores —ofrece con un pequeño gruñido—. Ya se han ido y
seguimos adelante. —El motor arranca y las luces se encienden—. ¿Qué te
he dicho de este coche? —pregunta. Bajo las luces puedo ver mi sangre en
sus labios. Sonríe, los lame y me guiña un ojo—. ¿Qué dije? —insiste.
—Que no nos pasaría nada cuando claramente acaba de pasar.
—Dije que estaríamos bien y estamos bien.
Me llevo la mano a la herida de la cabeza y le fulmino con la mirada.
—Habla por ti.
amos al palacio de Versalles —anuncia—. Actúa impresionada.
— A la reina Brisa le encantará. Pero no seas pesada, ella odia a los
pesados.
—Estás bromeando —susurro—. ¿Versalles?
Adrian me mira de reojo.
—Brisa lleva queriendo instalarse allí desde que Luis XIV lo construyó.
Incluso se infiltró en su corte durante unos años y casi lo consigue.
—Realmente no pierde una oportunidad para hacer lo que quiere,
¿verdad? —Me recuesto y cierro los ojos, intentando ordenar mis
pensamientos.
—No.
Esa única palabra lo dice todo. Debo ser cuidadosa a partir de este
momento, más de lo que lo he sido en el pasado. Si quiero salir viva de
aquí, debo fingir que estoy aquí porque deseo estar aquí. Lo último que
necesito es que me encierren o, peor aún, que me asesinen porque Brisa
descubra que estoy llena de mierda y que no quiero tener nada que ver con
su espeluznante familia de vampiros.
El vehículo se detiene de nuevo. Adrian saca su teléfono y mira algo.
—Hay cámaras en el coche —explica—. Estamos en un garaje. Es
seguro salir.
Me burlo.
—¿Por qué no usaste eso antes?
Sus ojos se desvían hacia mi frente.
—Estaba distraído.
Bien...
Mis dedos tocan la herida. Ahora está casi curada, pero estoy hecha un
desastre.
—No puedo entrar así.
—Estás conmigo —afirma—, estarás bien. —Abre la puerta de un tirón
y sale.
Nos recibe el personal de la casa, una mezcla de humanos y vampiros.
Un vampiro nos saluda, inclinándose ante Adrian. Nunca he visto a nadie
inclinarse ante él, ni siquiera en su propio aquelarre. Las cosas deben de
ser muy formales aquí. El chupóptero mira el desastre de sangre, pero no
dice nada. Luego vuelve a dirigirse a Adrian.
—Su alteza.
Él se aclara la garganta.
—Casper, no hace falta que me llames así. ¿Cuántas veces hemos pasado
por esto?
El vampiro de aspecto mayor ni siquiera se molesta en responder a eso.
Se mantiene tan profesional como siempre.
—Debo disculparme. Como Brisa adquirió hace poco nuestro nuevo
palacio, aún no está totalmente renovado. No hay mucho espacio para todos
durante el día.
—Seguro que está bien —murmura Adrian—. ¿Puedes indicarme dónde
hay una ducha, por favor? Me gustaría refrescarme antes de reunirme con
Brisa. Creo que a Evangeline también le gustaría, dado su estado actual.
Lo fulmino con la mirada, pero asiento con la cabeza porque
probablemente huela a basura y nada me gustaría más que limpiarme la
sangre seca.
—Por supuesto. —Casper se da la vuelta y nos conduce a través de una
puerta sin marcar, luego por un amplio pasillo y una enorme escalera—.
La mayoría de las ventanas están tapiadas con tablas como medida
provisional hasta que podamos convertirlas todas en cristales a prueba de
balas y rayos UVA.
Me muerdo la lengua para no decir qué lástima. El edificio es
impresionante, incluso lo poquito que hemos visto hasta ahora. Me
encantaría explorarlo en toda su grandeza sin cristales tintados, y ahora
nunca podré hacerlo, no realmente, no ahora que los vampiros ya han
empezado a modificarlo.
—Aquí es. —La voz de Casper es de disculpa—. De nuevo, lo siento de
verdad por la falta de espacio, pero equipamos los armarios para ti.
Una mujer humana abre dos grandes armarios repletos de ropa, pero no
es ropa moderna. Esto es propio de los cuentos de hadas.
—Seré tu criada personal. —Me sonríe—. Soy Remi.
El vampiro le lanza una mirada mordaz y ella sale corriendo de la
habitación. Creo que ella me gusta, pero él no.
—Como iba diciendo, Su Majestad no quiere que ninguno de los
príncipes se quede en las habitaciones con las ventanas tapiadas. Estaréis
en las habitaciones con las nuevas ya instaladas. Ah, y no os alarméis por
el aumento de guardias cuando deambuléis por el palacio. Están ahí para
vuestra protección.
—Gracias. —Le interrumpe Adrian—. No te preocupes. Estaremos bien.
Casper nos deja solos y observamos la habitación. Debe de haber sido
un dormitorio de invitados de hace mucho tiempo, gran parte de la
decoración ha sido meticulosamente cuidada a lo largo de los siglos. O eso,
o restaurada, porque parece como si hubiéramos viajado en el tiempo hasta
la Francia del siglo XVII. Espero de verdad que el baño tenga agua
corriente. Debe tenerla, porque Casper probablemente habría dicho lo
contrario sobre las duchas.
Hay una gran cama con dosel en el centro de la habitación, con un sofá
de dos plazas y un tocador junto a la ventana tintada. Las paredes están
empapeladas con diseños de flores de lis azules y doradas, y las molduras
de las cornisas tienen al menos quince centímetros de grosor.
Adrian se acerca a grandes zancadas a los armarios y refunfuña ante el
contenido del que está claramente destinado a un hombre.
—Así que quiere jugar a disfrazarse, ¿eh?
—¿Qué quieres decir?
Me uno a él, con el corazón apretado cuando veo mejor lo que hay dentro.
Los trajes son de lo que creo que es la época del Renacimiento, o de la
época en que se construyó este palacio. Debería haber prestado más
atención en la clase de historia, no es que hayamos estudiado mucha
historia europea en la escuela. Su vestimenta es similar. Dedico cinco
minutos a revisar toda la mía y luego paso a la suya. Me recuerda a los
príncipes de las películas y series de televisión.
—Un momento —suelto un pequeño bufido—, ¿tienes que llevar
medias?
—Se llaman mangueras —refunfuña y yo vuelvo a reírme.
—Excelente.
Pero en realidad, sólo estoy bromeando porque los atuendos son
geniales.
—Tengo que reconocer que no fue mi época favorita para la moda —
dice.
—¿Y qué prefieres?
—Bonitos trajes entallados de sastre como los que me ves usar a menudo
o lo más cerca que puedo estar de la desnudez, elige.
Le doy un puñetazo en el brazo.
—Eg, ¿de verdad tenías que ser tan especifico?
—Es la verdad. No me gusta sentirme constreñido.
¿Y llevar traje no aprieta? Pongo los ojos en blanco. Y me quedo con la
boca abierta cuando por fin me doy cuenta de que Adrian y yo compartimos
esta pequeña habitación. No es para tanto, no es como si los vampiros
durmieran, pero sigue pareciéndome demasiado íntimo. Sólo estoy aquí
porque él me chantajeó para que viniera. Mi odio por todo esto no es una
sorpresa, y también lo odio a él por manipularme. Y ahora tendré que
convertirme en una igual que ellos mientras llevo un enorme vestido de
baile.
Cierro con cuidado los armarios y me doy la vuelta para suplicarle.
—No puedes convertirme. —Me tiembla la voz—. Por favor.
—Tenemos un trato.
—Uno que me manipulaste para que hiciera.
—No quiero convertirte, Ángel, pero tengo que seguir sus órdenes. —
Mira hacia otro lado.
—Por favor. Prométeme que al menos intentarás salvarme de eso.
—Los vampiros no pueden prometer nada, y menos yo. —Camina hacia
el baño—. No intentes huir. Te matarán si lo haces.
Cierra la puerta y vuelvo a caer sobre la cama, mirando el dosel que la
cubre. Es imposible que esto esté pasando. Es imposible. No puede ser.
Pero lo es.
en el baño, entro. Resulta que en esta habitación no
hay ducha, pero sí una preciosa bañera con patas. Me remojo en ella hasta
que mis dedos se convierten en ciruelas pasas y la sangre de mi cuero
cabelludo desaparece, entonces me pongo un pijama de seda -lo único que
no es un vestido- mientras sigo en el baño porque quiero desesperadamente
deshacerme el chándal de Adrian y hacerlo en la intimidad. Vuelvo al
dormitorio y me lo encuentro tumbado en la cama con las manos detrás de
la cabeza y los ojos cerrados. Sé que no está durmiendo, pero quizá esté
descansando la mente. Razón de más para molestarle.
Pisoteo la habitación, tiro la ropa vieja junto al armario porque no tengo
ni idea de dónde ponerla, y me acomodo en el sofá. Esta no es una situación
de enemigos/amantes, de una sola cama. Esta es una situación de enemigos/
aliados/ enemigos, y me niego a acercarme a esa cama cuando él está en
ella.
—Sabes —digo en voz alta, esperando molestarle—, lo menos que
podrías hacer es dejarme disfrutar de un último hurra a la luz del día. —Es
última hora de la tarde, y puede que sólo me queden unas pocas horas. Él
no se mueve—. ¿Qué darías por tener una hora más al sol?
Abre los ojos y me mira.
—¿Y bien? —Cruzo los brazos sobre el pecho y enarco las cejas.
—Haría cualquier cosa.
—Exacto. —Hago un gesto con la cabeza hacia la puerta—. ¿Crees que
me importan esos guardias de ahí fuera? Dales una excusa y ayúdame a
salir.
—No saldrás de este palacio durante las horas de sol y no será tu última
noche como humana.
—Eso no lo sabes —replico secamente—, y no me gusta que me sigas
mintiendo.
Se sienta y se pasa las manos por la cara.
—Tienes razón. Eso no lo sé. Pero sí sé que Brisa querrá ponerte a prueba
durante un tiempo primero. También sé que, si ella piensa por un minuto
que no eres leal a mí, y por lo tanto a ella, entonces no serás convertida.
Estarás muerta.
—¿Y qué tiene que ver la luz del sol con eso?
Atraviesa la habitación tan rápido que casi me caigo del sofá. Está de
rodillas, inclinado sobre mí. Soy de estatura media, pero él es alto y me
empequeñece tanto por su tamaño como por su presencia. Extiende sus
colmillos y el miedo se apodera de mí. No tengo forma de protegerme.
—El sol tiene todo que ver con eso. Deberías desear esto tanto que
estarías ansiosa por deshacerte del sol. Deberías adorar la oscuridad. Y si
Brisa sospecha cómo te sientes realmente, puedo prometerte que desearás
estar muerta.
—Pero dijiste que me mataría.
Vale, ahora me estoy haciendo la listilla.
—Lo hará, pero no tendrá prisa en hacerlo. Se tomará su tiempo. Y luego
irá a por tu familia y a por todos los que has querido. —Sus ojos brillan
plateados—. La última persona con la que quieres cruzarte es un vampiro,
y Brisa es la peor de todos.
—Sebastián dijo que había peores que ella.
Ahí voy de nuevo.
Se queda quieto. Y luego se levanta.
—Puede ser. —Comienza a caminar por la habitación—. Alguien ha
estado matando príncipes, y cuando puedan apoderarse de esas líneas de
sangre, su próximo objetivo será Brisa. Conozco vampiros a los que nada
les gustaría más que esclavizar a la raza humana. Hugo era uno de ellos.
Sospecho que Sebastián también lo es, aunque no lo sé con seguridad;
siempre ha sido asquerosamente leal a Brisa.
—Y tú también.
Él asiente, pero sabe lo que quiero decir. Le es leal como mecanismo de
defensa. Llaman a la puerta y él abre.
—Siento interrumpir —dice una mujer—, pero tenemos que prepararla
para el baile.
—¿Eres Remi? —pregunto, acercándome a la puerta, agradecida de
encontrar a una humana y no a otro vampiro.
—Sí, señorita.
—¿El baile? —Adrian frunce el ceño—. ¿En serio vamos a hacer uno de
esos otra vez? —Suena como si fuera un duque y un millón de madres
quisieran su mano para sus hijas. No puedo contener la risa.
—Oh, sí. La reina Brisa insistió en que tuviéramos uno cada noche el
primer año que está aquí. —¿Primer año? Remi me mira fijamente—.
Vamos, hay mucho que hacer.
ejo de reírme bruscamente. Este no es mi ambiente. Pero tengo que
interpretar el papel, eso Adrian lo ha dejado claro. Espero poder
confiar en él esta vez. Vuelvo a resoplar y él niega con la cabeza.
—Que el Señor nos ayude a todos —gime.
La joven parece tener unos veinte años, probablemente la edad suficiente
para que la obliguen a trabajar aquí. Me lleva a un camerino y otras cinco
mujeres humanas de distintas edades descienden sobre mí. Me pregunto
seriamente si trabajan aquí porque quieren o porque las han obligado. No
me sorprendería ninguna de las dos cosas. Demasiados humanos han
aceptado a los vampiros como parte de la vida cotidiana. Nos hemos vuelto
complacientes e insensibles, tratando a los chupasangres como parte de la
sociedad en lugar de una mancha en ella. ¿Quizás pagan bien? Ciertamente
tienen el dinero.
Las sirvientas no me obligan a bañarme de nuevo, pero me arreglan las
uñas, me peinan hacia arriba, me maquillan demasiado y me ponen un
corsé que me hace la cintura pequeña y las tetas grandes. Luego viene el
vestido más pesado que he llevado nunca, multiplicado por un millón.
—¿Qué es esto? —Me quejo, acalorada.
Pica y es enorme. También es de un llamativo azul zafiro que
complementa mi tono de piel bronceado. El corpiño está cortado en forma
de corazón, y mis gemelas están a la vista, empujadas por el ridículo corsé
que hay debajo. Pienso en Ayla y me duele el corazón. Me encantaría
compartir esto con ella, sin vampiros, por supuesto. Lo amaría.
Al menos, la antigua ella lo habría hecho.
Todavía me odia. Sabe que he dejado a su hermano, pero sigue sin querer
hablar conmigo. Odia que me haya unido a los cazadores, pero no parece
entender que lo hago porque la quiero y quiero que viva en un mundo más
seguro. Ojalá pudiera mandarle un mensaje.
—¿Alguna de vosotras tiene teléfono? —pregunto a las señoras. Fruncen
el ceño—. Quiero hacerme una foto así. —Me acerco el símbolo universal
del teléfono a la oreja extendiendo el pulgar y el meñique.
—Non, Non —dice una—. ¡C'est interdit!
—Lo siento, no hablo francés.
—Dice que está prohibido. La privacidad es de suma importancia aquí
—responde otra, hablando en inglés con un marcado acento francés—, no
se permiten teléfonos en la ciudad para nosotros los humanos.
—¿Y qué les decís a vuestras familias cuando volvéis a casa? ¿Saben
que trabajáis aquí?
—Vivimos aquí —suministra otra. Apenas tiene acento—. Este es
nuestro hogar. Ahora somos la familia de la otra.
Suena un poco robótica, y sé la respuesta a mi pregunta anterior. Estas
humanas han sido obligadas, probablemente varias veces. La única a la que
parece quedarle algo de espíritu es Remi, pero se calla lo del teléfono y me
lanza una mirada de disculpa.
—Lo siento —murmuro.
Rematan la faena con joyas de oro blanco adornadas con diamantes y
zafiros. Las brillantes joyas se acomodan alrededor de mi cuello y cuelgan
de mis orejas como cadenas de prisión. Y cuando llega la hora de irme, no
quiero moverme.
Adrian me recibe en la puerta. Cuando me ve arreglada, se le ensombrece
la cara.
—Fuera —ordena a las mujeres. Se van corriendo y nos quedamos solos
en el pequeño vestidor sin ventanas.
—Por favor —pido una última vez—, por favor, no me obligues a hacer
esto.
Cuando no responde, mi respiración empieza a acelerarse y mi visión se
nubla. Mis manos empiezan a temblar y oleadas de ansiedad se abaten
sobre mi cuerpo, ahogándome viva.
—No puedo... No puedo respirar.
Se me doblan las rodillas y Adrian me atrapa antes de que caiga al suelo.
Se sienta y me sujeta en su regazo, intentando hacerme callar. Apenas me
doy cuenta de que está ahí. En un rincón de mi mente, soy consciente de
que estoy teniendo un ataque de pánico. Nunca había tenido uno y son tan
aterradores como dicen. Pero, aunque soy parcialmente consciente de lo
que ocurre, no puedo detenerlo ni distanciarme de él.
No, estoy atrapada aquí, en medio de todo, obligada a sentirlo todo.
Cuanto más pienso que no puedo respirar, más se hace realidad. Me agarro
a la espalda del vestido. Tengo que quitarme el corsé. No puedo tener algo
que me ahogue los pulmones. Mis dedos tantean los cordones, pero estoy
completamente atascada.
—Quítamelo de encima —suplico con lágrimas en los ojos.
En un movimiento rápido, él rompe la espalda del vestido
completamente en dos y luego el corsé que hay debajo. El sonido de la tela
desgarrándose suena aquí mismo, pero también es como si estuviera a un
millón de kilómetros de distancia. Todo se ralentiza y luego se acelera
cuando me libero del vestido. Me lo quito a toda prisa, llevando sólo el slip
de color crema que las mujeres usan aquí como ropa interior. Resoplo y
dejo que el aire se filtre a través de mí.
Me tumbo de nuevo en el suelo.
—Aquí —me dice levantándome las rodillas—, intenta hablarme. ¿Cuál
es tu color favorito?
La pregunta es tan inesperada que me pilla un poco desprevenida.
—Umm. —Trago saliva, intentando despejar la bruma de pánico de mi
mente—. Verde.
—¿Algún tono en particular?
—Naturaleza. Cualquier verde que venga de la naturaleza.
—Buena elección —responde—, siento lo mismo por todos los colores.
Salvo que ya no puede ver la naturaleza, a menos que sea en la oscuridad.
¿Y quién querría ir a disfrutar de todo lo que ofrece nuestro hermoso
planeta en plena noche? Algo me atormenta, un recuerdo de su suite del
ático.
—¿Por eso siempre tienes un ramo de flores frescas en el salón?
—Lo disfruto como puedo, aunque sea matándolo antes.
Me siento, mi respiración finalmente se estabiliza.
—Hablas como un verdadero vampiro.
—Tengo un plan —susurra—, tampoco quiero convertirte.
—Pues no lo hagas.
—No lo haré si puedo evitarlo. Como dije, tengo un plan.
—Cuéntamelo. —Se me quiebra la voz.
—No puedo contártelo todo, no es seguro que lo sepas. Pero te diré que
a Brisa le gusta que usemos las catacumbas para el asunto de hacer nuestro
prodigio. Cuando te llevemos allí, tendrás que quedarte tres días y tres
noches.
Me estremezco al pensar en El tonel de Amontillado. En el instituto
tuvimos que leer el siniestro relato de Edgar Allan Poe sobre un hombre
que entierra a alguien vivo en una catacumba. La línea final era in pace
requiescat, que según nuestro profesor significaba que descanse en paz.
Sí, ¡el tipo seguía vivo ahí dentro!
No, gracias.
—Pero ¿qué pasa con el veneno de Hugo? —Se me estruja el corazón—
. ¿Seré tuya?
Niega con la cabeza.
—Esto no es fácil de explicar para mí. —Hace una mueca de dolor. Está
luchando contra lo que sea que le impide ir en contra de los deseos de su
creadora, y cuando vuelve a hablar, lo hace con los dientes apretados—.
Tendrías que estar ahí abajo durante tres días y tres noches antes de
resucitar como una de nosotros. A veces los vampiros pueden resucitar un
poco antes o un poco después, y siguen siendo uno de nosotros, pero
pueden estar un poco más débiles o incluso más fuertes. Tres días, sin
embargo. Recuerda ese número.
No dice nada más, pero me doy cuenta de que quiere hacerlo.
—¿Y si alguien pudiera marcharse antes de que acabara su tiempo?
Abre y cierra la boca, luego gime de frustración. No puede decirlo. Así
que yo lo diré por él.
—¿Seguirían siendo humanos? —Estudio su rostro mientras los
recuerdos le inundan.
Asiente y niega con la cabeza.
—Serían humanos, pero tendrían. . .
—Sentidos agudizados —susurro.
Se limita a mirarme, pero sé lo que intenta decirme y algo se afloja en
mi pecho. Respiro hondo y recuerdo mi propia experiencia.
—Sentidos agudizados y la capacidad de poder cazar a los vampiros de
esa línea de sangre.
Porque lo había hecho antes. Así es como fui capaz de matar a los hijos
de Hugo tan fácilmente.
Y luego al propio Hugo.
Claro que había tenido que pelear, pero si no hubiera tenido ese veneno,
habría estado mucho más en desventaja.
—Ya veo por qué esta información es un secreto guardado entre los de
tu clase.
Me mira con dureza.
—Y si se supiera y me rastrearan, me enfrentaría a la verdadera muerte.
Brisa tampoco me clavaría una estaca. Eso es demasiado limpio. Lo más
probable es que me pusiera al sol para que me quemara vivo.
Me ha confiado algo que no debería. Me seco las lágrimas y enderezo
los hombros mientras hablo.
—No entiendo por qué me cuentas todo esto. Utilizaste a mis amigos en
mi contra para chantajearme para que viniera aquí y conseguir que aceptara
que me convirtieran, y ahora me dices cómo escapar.
—Las cosas no siempre son lo que parecen.
Pongo los ojos en blanco.
—¿En serio? ¿Esa es tu respuesta?
—Es hora de irnos. —Se levanta y me ayuda a ponerme de pie,
mirándome fijamente a los ojos—. Por favor, haz lo que diga Brisa. Debes
hacerlo. Si no lo haces, moriremos los dos.
—¿Qué te hizo?
La pregunta que me he estado muriendo por hacerle durante semanas
finalmente estalla. Sé que las líneas de sangre hacen que tenga que
obedecer sus órdenes, pero hay algo más en la historia. Lo veo en sus ojos
cada vez que habla de ella.
Adrian odia a Brisa. Es un odio que nunca había visto antes.
Sus hombros se ponen rígidos y me mira fijamente mientras habla.
—Brisa es encantadora y hermosa, pero nunca olvides que es astuta y
cruel.
—Puedes decírmelo —susurro. Tomo su mano entre las mías y aprieto.
No sé qué me pasa, quizá sea la falta de oxígeno en el cerebro o algo así,
pero quiero consolarlo.
—Ella nunca me dio la opción de ser su prodigio —gruñe—, y haré todo
lo que esté en mi mano para asegurarme de que nunca le haga lo mismo a
otro humano. —Pero tiene que haber más. Le suelto la mano, dispuesta a
dejar la conversación, pero sigue hablando. Esta vez no me mira—. Me
desperté en la oscuridad. No sabía qué me había sucedido. Estaba sediento
y confuso. Salí de mi tumba y volví a casa dando tumbos. Cuando llegué,
mi mujer estaba dormida en nuestra cama y yo...
Se le quiebra la voz y no dice nada más. No hace falta. Ya lo sé.
Él la mató.
Pero no fue culpa suya, no realmente. Se había convertido sin saber
siquiera lo que era un vampiro y no había recibido dirección ni ayuda de
su maestra cuando despertó.
—Estaba embarazada —continúa, y mi corazón se desploma—. Brisa
me encontró esa misma noche y me hizo creer que me estaba ayudando.
Durante años, no entendí lo que había pasado realmente. Pero cuando salí
de mi sed de sangre, descubrí lo monstruosa que era. Y supe que fue por
ella.
Yo también la odiaría.
—No eres un monstruo. —Miento. Y tal vez no sea del todo una mentira.
Como él dijo, las cosas no son siempre lo que parecen.
Por fin vuelve a mirarme.
—No te preocupes, Ángel. No necesito que me hagas sentir mejor, pero
sí necesito que hagas esto por mí. Iremos a este baile esta noche, y mañana,
y todas las noches que tengamos que ir, y cuando Brisa decida que es el
momento, te convertiré. Yacerás en tu tumba, y actuarás feliz por ello. Y
si haces esas cosas, haré todo lo que esté en mi poder para asegurarme de
que no te quedes ahí abajo durante tres noches.
—Pensé que habías dicho que los vampiros no pueden hacer promesas.
—No podemos.
as criadas tienen que volver a vestirme. Espero que estén enfadadas,
pero no lo están. En realidad, no parecen tener muchas emociones.
Desearía poder liberarlas de este lugar, y tal vez algún día lo haga.
Quiero matar a Brisa.
Muchísimo.
Sé que no es una idea inteligente, que cortarle la cabeza a la serpiente
engendrará muchas más con un veneno aún peor, pero odio no poder
clavarle una estaca en el corazón y acabar con su tiranía sobre sus "hijos"
y tantos otros.
Alejo todo eso de mi mente mientras me preparo para lo que viene a
continuación. Las sirvientas guardan las joyas, pero en su lugar eligen un
vestido plateado. Al principio, pienso que no es tan bonito como el azul,
pero una vez puesto y mirándome en un espejo dorado, cambio de opinión.
Voy vestida como una princesa de invierno. No es mi estilo en absoluto,
pero teniendo en cuenta las corrientes de aire y el frío que hace en el
palacio, decido considerarlo una bendición.
—Tengo esto para ti —dice Remi, entregándome un cuaderno y un
lápiz—. No es gran cosa, pero es un bloc de dibujo. Puedes usarlo para
dibujar o escribir. Lo que quieras en los ratos que no estés ocupada.
Es un pequeño gesto, pero lo significa todo.
—Gracias. —La envuelvo en un abrazo con el libro entre las dos—. ¿Me
lo dejas en mi habitación?
—Está cerrada —contesta avergonzada, apartándose. Probablemente no
debamos abrazarnos, dada la forma en que Casper la fulminó con la mirada
por hablar fuera de lugar—. Adrianos ha dejado muy claro que nadie más
puede entrar ahí. Ni siquiera estoy segura de que te dé una llave.
—Oh, lo hará —suplico—, le obligaré.
Esboza una sonrisa y toma el cuaderno y el lápiz.
—En cualquier caso, los dejaré aquí y podrás volver mañana a buscarlos.
Ahora es hora de ir a conocer a la reina.
Trago saliva y asiento con la cabeza. Remi me ofrece una sonrisa de
seguridad, pero capto un brillo de preocupación en sus ojos color avellana.
Lleva el pelo recogido en una cofia, ocultando sus rizos rubios. Necesito
una amiga aquí, me siento tan sola, pero no estoy segura de que nadie pueda
ser mi amigo en este momento. Lo único que hago es hundir a mis amigos
y ponerlos en peligro.
Adrian vuelve a ser el mismo cuando me acompañan al pasillo. No dice
ni una palabra sobre mi aspecto, y yo tampoco sobre el suyo. Es
estremecedoramente hermoso. Y soy consciente de que
estremecedoramente ni siquiera es una palabra. Pero ahora es una en mi
libro, y justo al lado hay una foto de Adrianos maldito Teresi.
No es justo que haga tan fácil odiarle y al mismo tiempo lo haga tan
difícil.
La música de la orquesta, melódica y dulce, nos conduce al salón de
baile, y entramos con la cabeza bien alta.
Se me ponen los pelos de punta al instante. Vampiros de todas las edades,
formas y etnias están esparcidos por todas partes. ¡Más de los que he visto
nunca en un solo lugar! Me observan con ojos hambrientos y, por enésima
vez, recuerdo mi virginidad. No es que sea difícil encontrar a alguien
dispuesto a desvirgarme, pero había estado esperando a alguien a quien
amara. Pensé que amaba a Félix. Tal vez todavía lo amo. Pero no estoy
segura de que alguna vez encontremos el momento adecuado.
La multitud se divide como Moisés al Mar Rojo cuando nos dirigimos
hacia Brisa. La reina es como un faro en sí misma: todo en ella brilla. Desde
su cálida melena color miel hasta sus centelleantes ojos, su piel suave, su
figura de reloj de arena y su forma natural de comportarse, dominando la
sala con poder y gracia, la reina Brisa es todo lo que yo imaginaría que es
una reina vampiro.
Está rodeada de lo que sólo puedo suponer que son guardias. Son
vampiros vestidos totalmente de negro, y sus ojos escrutan constantemente
la habitación. Tienen armas enormes. Nunca había visto a ninguno con
armas, pero tiene sentido. A los chupasangres no se les puede matar con
balas, pero a los humanos sí. ¿Y quiénes son sus enemigos sino los
humanos?
Y sean lo que sean los demonios de energía... quizá las armas también
puedan matarlos. Algún día descubriré qué es Tate y cómo proteger a mis
amigos de lo que sea su especie. No se saldrá con la suya si sigue poniendo
en peligro la vida de jóvenes humanos inocentes por sus propios objetivos.
Pero ahora mismo, tengo que centrarme en Brisa. A medida que nos
acercamos, me visto con mi sonrisa más ganadora y me aferro con más
fuerza al brazo de Adrian. Quiero que piense que estoy enamorada de él,
de esta vida, la verdadera marca de un novato.
Brisa se gira, como si notara que estoy allí, y me mira directamente a los
ojos. Su mirada es hipnotizadora, me atrapa como en un trance. Su postura
se endurece y frunce la boca por un segundo. ¿Está celosa? ¿Es territorial?
¿Difícil de complacer? Quizá no debería colgarme de Adrian. Relajo el
brazo y me zafo de su agarre. Ella nota el movimiento e inclina la cabeza
hacia mí, como si también analizara eso.
Me pregunto qué tipo de habilidades tiene, cuáles son sus puntos fuertes
y débiles. Si Adrian puede levitar, mover objetos con la mente y obligar a
los humanos mejor que la mayoría de los vampiros, ¿qué tiene la reina en
su arsenal, además de su evidente poder sobre las líneas de sangre?
—Ahí está. —Su voz es suave como la mantequilla, con un sedoso toque
de acento francés—. Estaba deseando conocer a la chica que ha convencido
a mi Adrian para aumentar de nuevo nuestra familia.
—Hola. —Mi voz sale demasiado nasal. Hago una reverencia—. Su
Alteza.
—Hola a ti también, madre. —La voz de Adrian es ligera y juguetona.
No es nada que haya oído de él, tiene que ser falsa, y casi pierdo los nervios
en ese mismo instante—. Por favor, no te olvides de mi Kelly tan pronto.
Ella lo abraza, sus brazos se deslizan alrededor de su cuello.
—¿Cómo podría? Era una mujer encantadora a la que extrañaremos. —
Da un paso atrás, su voz se vuelve gélida—. Es una verdadera lástima que
esos cazadores de Nueva Orleans se hayan hecho tan fuertes últimamente,
Adrian. ¿Cuántas muertes ha habido ya? Según mis cuentas, has perdido
seis vampiros de tu aquelarre en menos de dos meses. —Él frunce el ceño
y ella se vuelve hacia mí—. Por casualidad no sabrás nada de eso, ¿verdad,
Evangeline?
¿Se dará cuenta si miento? ¿Se acelerará mi corazón? No sé qué hacer
porque no sé cuánto le ha contado Adrian, pero Sebastián vino con una
misión. Así que ya debe saber suficiente. No puedo mentirle.
Pero antes de que pueda hablar, Adrian la interrumpe.
—Madre, sabes que Evangeline se ha infiltrado entre los cazadores por
nosotros. Resulta que es una vieja amiga de uno de ellos y le convenció
para que la metiera en su organización. Está espiando a esa escoria de
Leslie Tate por mí.
Bueno, eso es todo. Asiento con la cabeza, odiando que me ardan las
mejillas. Siempre creí que podía hacerme la interesante, y luego conocí a
los vampiros.
—¿Y qué has sabido de Leslie Tate? —Me pregunta.
—Sé que quiere a Adrian muerto —contesto, armándome de valor—, y
sé que has perdido a algunos de tus príncipes recientemente, ¿verdad?
Apostaría a que Tate y su organización han tenido mucho que ver en ello.
De hecho, él se marchó por un tiempo el mes pasado y no le dijo a nadie
adónde había ido. ¿Cuándo dijiste que murieron tus hijos?
La pregunta se queda entre nosotros más tiempo del que me gustaría.
—Una observación muy astuta —responde finalmente, y luego nos hace
un gesto para que nos vayamos—. Pero se supone que esto es una fiesta.
Por favor, vayan a divertirse.
Estamos despedidos por ahora.
Así que acabamos bailando e intentando disfrutar de la fiesta, según sus
deseos. No me resulta fácil, pero Adrian se permite relajarse de una forma
que no había visto antes. Pienso en las instrucciones de Brisa y me pregunto
hasta dónde llegan sus órdenes en esta gente. Si les dijera que saltaran de
un puente o que salieran a la luz del sol, ¿lo harían?
Adrian me presenta a los vampiros que preguntan por nosotros, un mar
de caras nuevas y hermosas, pero por lo demás estamos los dos solos.
Probablemente esté acostumbrado a venir a estas cosas con Kelly, y me
pregunto qué pensará de estar aquí conmigo.
—¿A qué viene esa cara? —Me atrae hacia él para bailar lentamente.
Nos balanceamos al ritmo de la música, y estoy rodeada de él hasta el punto
de que apenas puedo pensar—. Se supone que esto es divertido.
Suspiro.
—Sabes que esto no es fácil para mí.
Asiente una vez.
—Pero estás haciendo un buen trabajo.
—¿Cuándo crees que va a suceder?
No tiene que preguntarme a qué me refiero. Sólo puedo pensar en la
ceremonia de conversión y en que me lleven bajo tierra, a esas catacumbas,
tendida entre un montón de huesos viejos. Quiero gritar sólo de pensarlo.
—No lo sé. Podría ser esta noche, podría ser mañana, podría ser dentro
de un mes.
¡Un mes!
—¿Cuánto tiempo vamos a estar aquí? —Trago saliva.
—Tanto como ella desee. El tiempo es diferente para los vampiros,
especialmente para uno tan viejo como nuestra reina.
Miro a hurtadillas a los demás mientras bailamos. Todos visten igual,
como si hubiéramos viajado en el tiempo. Los demás invitados nos miran
de vez en cuando, pero la mayoría mantienen las distancias y se mezclan
entre ellos. Me pregunto qué reputación tendrá Adrian. Es un príncipe, así
que es importante, pero eso es todo lo que sé.
—Ni siquiera he podido despedirme de mi madre —susurro—. Quiero
que me devuelvan el teléfono.
—Tu teléfono está en Nueva Orleans. —Me acerca aún más hasta que
nuestros cuerpos están uno contra el otro—. Ya sabes que a Brisa no le
gusta la tecnología.
—Eso es bastante hipócrita...
Me interrumpe, poniéndome literalmente una mano en la boca. Mi
mirada se desorienta ante la furia de su expresión.
—Ven.
Me saca del salón de baile y me lleva al patio de medianoche. Incluso en
la oscuridad, es impresionante y huele a flores frescas de primavera a pesar
de ser principios de octubre. El césped parece no tener fin y hay más
jardines de los que podría contar. A lo lejos, un laberinto de setos a la altura
de los hombros serpentea sin fin. Los invitados a la fiesta deambulan por
aquí, algunas parejas encuentran los rincones más oscuros, pero la mayoría
se ha quedado dentro, donde está la acción.
Sigue acompañándome hasta que nos alejamos del resplandor de las
luces.
—Hay oídos que escuchan por todas partes —susurra, con voz siniestra
y grave—, así que solo diré esto una vez.
u madre está a salvo, y tus amigos están bien. Si deseas tener una
vida como humana, será mejor que me escuches con atención. No
— va a ser fácil y no puedo prometerte nada. Pero me esforzaré al
máximo. Si quiero tener éxito, debes aceptar todo lo que te pida. —Me
aprieta las manos—. Un paso en falso y estás muerta.
Dejo escapar un suspiro frustrado.
—Bien.
—Brisa está viviendo una fantasía en este momento. Lleva años
intentando hacerse con el control de este palacio, y ahora que lo ha
conseguido, quiere fingir que es María Antonieta durante un tiempo.
—¿No la asesinó su propia gente?
Le brillan los ojos.
—Entonces ya conoces la historia.
¿Intenta decirme algo? Doy un paso atrás y me suelta las manos.
—Sí, que coman pastel y todo eso.
—Brisa ni siquiera me deja a mi tener un teléfono aquí. Ha decidido que
ella es la única que puede tener acceso al mundo exterior, al menos por
ahora. Está paranoica por si alguien intenta usurparla. Esto es tanto una
prueba para mí como para ti.
—¿Pero no tienes negocios que atender en Nueva Orleans? No puedes
quedarte aquí.
—Los tengo —gruñe—, así que acabemos con esto lo antes posible para
poder volver a nuestras vidas.
Su vida. No la mía.
Me arrastra de vuelta a la fiesta y doy mi mejor espectáculo. Sonrío
alegremente y charlo con todo el mundo, aunque sin separarme nunca de
él. Actuamos como si fuéramos más que amigos, como si estuviéramos
locamente enamorados, cogidos de la mano constantemente, bailando
demasiado cerca, sin apartar su brazo o su mano de mi cuerpo ni un
segundo, con sus labios rozando mi mejilla o acariciando mi cuello. Todo
el mundo parece creérselo y, por unos momentos a lo largo de la noche, yo
también.
Y eso me asusta, porque no siempre sé lo que es real y lo que es falso
con Adrian. Sé lo que quiere mi cabeza: salir de aquí. Pero mi cuerpo me
traiciona, disfrutando de cada caricia. ¿Y mi corazón? Ni siquiera me
permito ir allí.
Estamos charlando con un grupo de vampiros que le hacen la pelota8 a
Adrian (los vampiros son muy buenos en eso) cuando una pareja entra en
el salón de baile y todo el mundo se calla. Todos los observamos absortos
y no puedo culpar a nadie, ni siquiera a mí misma.
Son sin duda la pareja más guapa que he visto nunca, y también la más
enamorada. Lo noto en la forma en que se miran, en cómo se toman de la
mano y en el brillo de sus ojos. Están locos el uno por el otro. No sabía que
los vampiros pudieran sentir algo así, y al darme cuenta me siento un poco
confundida.
—¿Quiénes son? —pregunto. La mujer parece japonesa, con una larga y
brillante melena negra que se riza y se corta a la altura de la cintura. Su
belleza podría rivalizar con la de Brisa en un mal día. El hombre es igual a
ella, con el pelo rubio cobrizo que le llega hasta la barbilla, hombros anchos
y un rostro singularmente masculino: podría ser un modelo para un anuncio
de colonia—. Parece un vikingo —añado.
—Eso es porque Magnus era un vikingo —responde Adrian—. Y
Katerina es su esposa.
Hay un sutil cambio en el aire cuando la pareja saluda a la reina. Ojalá
pudiera escuchar su conversación, porque desde aquí parece que a Brisa no
le gusta nada Katerina.
Adrian me agarra la mano y me conduce a través de la multitud hacia la
pareja, susurrándome al oído mientras avanzamos.
—Magnus es otro de los príncipes de Brisa. No se nos permite casarnos,
pero él conoció a Kat durante la Segunda Guerra Mundial y se la llevó a
nuestra madre, e insistió en que lo hicieran oficial. Fue un escándalo, pero
ella finalmente accedió a que se casaran.
—Qué romántico. —Me oigo decir.
¡No, no lo es! Kat es un vampiro ahora.
—No te equivoques, han caído en desgracia con la reina y han pasado
los años intentando demostrar su valía. Digamos que aún les queda mucho
camino por recorrer.
Me pregunto cómo siguen vivos. Adrian hace que suene como si Brisa
se saliera con la suya sin importar nada. La excepción que hizo por Magnus
debe haber causado un gran disgusto en su corte.
—¡Hermano mío! —Adrian se muestra encantador cuando nos
acercamos y le da una palmada en la espalda al vikingo. Me pregunto
cuánto de esto es real, pero él parece más feliz con Magnus que con
Sebastián o Hugo—. Ha pasado demasiado tiempo. ¿Qué has estado
haciendo?
—Me han estado ayudando —interrumpe Brisa y todos le prestan toda
su atención—. Viajando y eso. —Agita la mano vagamente. Pensé que
todos los príncipes dirigían diferentes áreas del mundo y encuentro esto
interesante... probablemente otro golpe a la pareja.
Magnus es uno de los últimos príncipes que quedan y me pregunto qué
significará eso para él y Katerina. Tal vez vuelvan a ser favorecidos
simplemente porque son los únicos que quedan en pie. O tal vez Brisa haga
más hijos, dándoles mejores papeles para fastidiar a Magnus. Pero no veo
ningún novato cerca de la reina y no lo he visto en toda la noche.
—Me alegro de verte feliz, Adrianos. —La rica voz de Brisa se dirige a
nosotros dos.
—Gracias, madre.
Sonríe y se me ponen los pelos de punta. Hay algo raro en su expresión.
Su mirada se vuelve hacia Adrian.
—Ven a mis aposentos conmigo, por favor. Tenemos que ponernos al
día.
—Siempre —afirma él, su tono se vuelve hueco.
No estoy segura de lo que quiere decir, pero creo que me está haciendo
saber que, aunque Adrian y yo tuviéramos una relación, ella sigue teniendo
el poder. Ella puede llamarlo a sus aposentos en cualquier momento, y él
irá. Ella es la que tiene el control, y no hay nada que yo pueda hacer para
detenerla. Incluso matarla está descartado ahora que sé cuál sería el
resultado.
Ella se despide de mí con un beso que huele a sangre fresca y a rosas. No
se aparta. Extiende los colmillos y me quedo helada. Podría morderme, ¿y
entonces qué pasaría? ¿Sabría que ya tengo veneno de vampiro en las
venas?
Pero se aparta, toma la mano de Adrian, se la rodea por la cintura y sale
de la habitación. Él no vuelve la vista atrás.
sola en una sala llena de vampiros. La mayoría de
ellos han tomado vidas como la mía sin un atisbo de remordimiento. Tal
vez todos lo han hecho. Brisa cambió las cosas para permitirles salir en
público, pero su naturaleza básica ha permanecido igual. En todo caso, mi
relación con Adrian me ha demostrado que no puedo olvidar lo que son y
que no debo confiar en ellos. Trago saliva, con ganas de escapar.
—Nos hizo lo mismo antes de casarnos —dice Katerina, sacándome de
mis pensamientos. Sacudo la cabeza y ella ladea la suya—. Oh, ¿Adrian y
tú no estáis juntos?
—No de esa manera. Sólo soy su novata.
—Hmm... —Levanta una ceja fina hacia su marido—. ¿Qué piensas de
esta, Magnus?
Él me mira por debajo de la nariz y siento que mido unos cinco
centímetros. La mirada cariñosa que tenía para su esposa se ha convertido
en una de fría indiferencia cuando me observa.
—Me gustaba más Kelly.
El susto me punza las mejillas.
—Kelly era encantadora. Qué pena.
Se dan la vuelta y se alejan, dejándome boquiabierta.
¿Qué carajo?
No sé si alguna vez me han insultado así tan abiertamente. ¡Y pensar que
al principio me gustaron! Esto demuestra que los vampiros pueden ser
atractivos para nosotros los humanos, pero eso no significa que debamos
buscarlos. Al fin y al cabo, somos comida, a veces potenciales sirvientes o
amantes o incluso prodigios, pero no estamos a su nivel. Y en sus mentes,
nunca lo estaremos.
Necesito salir de aquí. La salida está al otro lado del inmenso salón de
baile y me dirijo hacia allí, pero de algún modo acabo siendo arrastrada
hacia la pista de baile. Casi me caigo al suelo de mármol y un grupo de
vampiros se ríe al pisotear el dobladillo de mi vestido.
¡Farsantes! Actuaban como si les gustara cuando Adrian estaba cerca y
ahora no soy más que una humana inútil para su cruel diversión. Las
apuestas son más altas que nunca para mí. Un movimiento en falso y puedo
terminar muerta. Supongo que eso también me convierte en una farsante.
—Me alegro de volver a verte. —Una voz ronronea en mi oído, y me
giro hacia los brazos de Sebastián. Es la primera vez que lo veo desde el
día en que nos conocimos. Retrocedo involuntariamente—. ¿Me concedes
este baile? —Sus labios se curvan en la comisura y me atrae hacia sí—. No
te preocupes, a Adrian no le importará. Ni siquiera está aquí.
—¿Y Fiona?
—Ah, es verdad. Olvidé que la conociste. —Señala con la cabeza a otra
pareja que baila y veo a Fiona en brazos de un hombre—. Está ocupada.
Ahora vamos a bailar.
Al darme cuenta de que la gente nos está mirando, me acomodo en sus
brazos y empezamos a dar vueltas por la sala en un vals. No sé lo que estoy
haciendo, pero él es un experto guía, sus ojos nunca se apartan de mi rostro.
No digo nada, no sé qué decirle a esta criatura. Su mirada me eriza la piel:
se parece demasiado a Hugo.
—¿No tienes curiosidad? —Ladea la cabeza.
—¿Sobre qué?
—Sobre mis hallazgos —continúa—. Sabes que fui a Nueva Orleans a
investigar la muerte de mi hermano... una muerte de la que fuiste testigo.
Levanto la barbilla.
—¿Y qué has encontrado?
Pero en realidad, quiero saber cuánto tiempo se quedó en la ciudad y qué
más hizo allí. ¿Formó parte de la redada cuando los cazadores intentaron
acabar con el aquelarre hace unas noches? Porque si es así, seguro que sabe
demasiado sobre mí. O tal vez no. Yo no estaba allí y mi historia podría
seguir en pie.
Tal vez por eso Adrian me encerró en su suite.
—Sabes, es curioso —continúa, su agarre de repente se tensa—, todos
con los que hablé negaron tener algo que ver con la muerte de mi hermano.
Pero sin duda sabían quién eras.
Sus colmillos se extienden y sus ojos brillan asesinos.
—Eran cazadores —me apresuro a decir—, pero ninguno que yo
reconociera. —Mezclo mentiras con verdades, esperando que todo salga
sonando real—. Brisa y Adrian ya saben de mí. Espío para ellos. Pero te
das cuenta de que hay otros grupos de cazadores en Luisiana, ¿verdad?
—Sé que estás mintiendo —sisea—, y lo único que me impide arrancarte
la cabeza es una orden de mi reina para mantener a salvo a la nueva y bonita
mascota de Adrian. Más te vale estarle agradecida. Ella es la razón por la
que aún respiras.
Intento apartarme, pero él nos mantiene dando vueltas y vueltas por la
pista de baile como un titiritero. Y yo no soy más que una muñeca
indefensa. La multitud parece haberse engrosado, y la fiesta se ha vuelto
detestable desde que Brisa se fue. Necesito salir de aquí. Cada vez vamos
más rápido, mis pies empiezan a arrastrarse por el suelo de mármol, los
tacones en un ángulo extraño.
Mis tobillos gritan en señal de protesta.
—Me lastimas —chillo.
Se detiene bruscamente y me suelta.
—Te pido disculpas. A veces olvido lo débiles que sois los humanos.
Pero leo entre líneas. Es una amenaza, el equivalente a decirme que vigile
mi espalda porque me matará si tiene la oportunidad.
e apresuro a volver a la habitación y rezo por no encontrarme con
más vampiros por el camino. Incluso a la luz de las velas, el
palacio es impresionante, con altos techos pintados con escenas
renacentistas, intrincados tapices en las paredes y alfombras de felpa bajo
los pies. Hay muebles preciosos y todos los tonos de oro, azul y blanco
imaginables decorando los espacios abiertos. Y pasteles hasta donde
alcanza la vista.
Mi atuendo no desentona, ni siquiera las zapatillas que llevo en los pies.
Tienen unos tacones diminutos en la base y suenan suavemente al caminar.
Ojalá pudiera disfrutar más de este palacio, pero es imposible. Quiero
encontrar una forma de salir de aquí, pero Adrian tiene razón. Hay
demasiados guardias y es demasiado arriesgado. Su plan es la única
manera, pero no me parece un plan. Más bien una esperanza y una forma
de mantener la boca cerrada para que Brisa siga siendo feliz.
Unas luces parpadeantes guían el camino, ya que el lugar está iluminado
únicamente con velas. Salvo algunas excepciones, como el agua corriente,
los guardias con walkie-talkies y seguro que el Wi-Fi que utiliza Brisa, este
lugar es auténtico a las antiguas cortes francesas. Adrian dijo que ella se
infiltró durante un tiempo, así que debe saber cómo se hacían las cosas.
Tiene un pie firmemente plantado en el pasado y otro en el presente, lo que
le permite controlar su linaje sin dejar de vivir su vida con el lujo que
prefiere. ¿Pero a qué precio? Alguien tiene que pagar por todo esto, y no
me refiero literalmente al dinero que los vampiros han adquirido a lo largo
de los años como dragones míticos que atesoran montones de oro, me
refiero a las innumerables vidas que se han perdido por las ambiciones de
Brisa.
Fuera, el cielo negro está dando paso a la marina sin estrellas que llega
minutos antes del amanecer. Los vampiros abandonarán ahora la fiesta y
se retirarán a lugares más seguros del palacio. No duermen, así que estoy
segura de que sus celebraciones continuarán, pero yo estoy lista para irme
a la cama. Acelero el paso y doblo la esquina hacia la habitación que
compartimos Adrian y yo.
Pero no es la esquina que yo pensaba.
Y no sé dónde está mi habitación.
Una oleada de pánico me invade en cuanto me doy cuenta de que estoy
perdida. Miro a mi alrededor, desesperada por encontrar un sirviente que
me ayude. Seguro que conoce todos los rincones y puede llevarme a un
lugar seguro. Pero no están por ninguna parte. Quizá sean más listos que
yo. Los vampiros se retiran hacia las sombras, borrachos de sangre y
alborotados. Oigo a varios gritar por los pasillos. Me meto en una alcoba
oscura y espero a que pasen, pero nunca lo hacen.
Nadie entra en esta ala. ¿Por qué?
En un libro, aquí es donde me tropezaría con un pasadizo secreto. Me
llevaría a descubrir un misterio, o mejor aún, una salida de este palacio.
Por supuesto, eso no ocurre. No soy la heroína de una historia bien
diseñada. No soy más que una chica débil y tonta que sigue cometiendo
errores. Nunca debí aceptar venir aquí. Una persona más inteligente habría
averiguado cómo salvar a sus amigos y alejarse de los vampiros. Mejor
aún, una persona más inteligente habría evitado a los vampiros desde el
principio. Pero yo no soy esa persona. Soy la chica cuyo padre murió
cuando era niña, la chica que tuvo problemas para hacer amigos hasta que
encontró a la única amiga de verdad que le importaba. Y entonces también
la perdí. Soy la chica que fue mordida por un vampiro y terminó aquí por
eso.
Pero quizá tenga que dejar de culparme. Quizá otros se aprovecharon de
mí y yo sólo intentaba hacer lo correcto. Tal vez tenga que darme más
crédito.
Un aleteo me saca de mis pensamientos. Le sigue el dulce piar de un
pájaro. La melodía resuena en el gran vestíbulo, sugiriendo que el pájaro
está atrapado aquí dentro y no fuera. Decido encontrarlo, siguiendo los
sonidos. Sigo perdida, pero quizá pueda salvar al pajarito. Mejor aún, quizá
este pájaro me muestre una salida de aquí que no esté vigilada.
Canta, dando la bienvenida a la mañana, y yo lo sigo hasta que veo a la
cosita y sonrío. Es apenas más grande que mi pulgar, con plumas azules y
verdes. Se posa en el brazo de una silla y, cuando me acerco, sus brillantes
ojos negros parpadean. Pero me acerco demasiado y se aleja volando por
el pasillo. Continúo siguiéndolo hasta que oigo un pequeño golpe y lo
encuentro sentado en el alféizar de una ventana.
Salta sobre una pata, con las plumas extendidas a su alrededor en un
pequeño arco. Está herido, debe haber intentado volar a través de la ventana
a pesar de que está tintada.
—Oh no —le susurro—, no tengas miedo. Voy a ayudarte a salir de aquí.
Esta vez no tiene más remedio que dejar que me acerque y empujo la
ventanilla. No cede. Está atornillada al marco. Me miro el vestido,
intentando averiguar cómo utilizar el material para coger un pájaro sin
peligro. No quiero tocarlo con las manos desnudas por si está enfermo.
Aparece una mano, arrebatando el pájaro tan rápido que doy un respingo.
La mano de Brisa.
—Me sorprendiste —Jadeo. Me apresuro a hacer una reverencia,
esperando estar haciéndolo bien.
—Tengo tendencia a hacerlo. —Sostiene el pájaro en la palma de la
mano y le acaricia la cabecita con un dedo delicado—. A veces se meten
aquí cuando dejamos las puertas abiertas por la noche —dice
sonriéndole—. Dime, Evangeline. ¿Lo dejo libre?
Parece una pregunta capciosa. Trago saliva.
—Es un pájaro. No está hecho para vivir dentro.
—Ah, ¿no? ¿Y en una hermosa jaula de pájaros? Tenemos varias por
todo el palacio. Podría tenerlo como mascota.
—Quizá si se criara en cautividad, pero sería cruel meter a un animal
salvaje en una jaula.
—Hmm. —Asiente—. Pero está herido. ¿No sería cruel dejarlo volver
allí donde seguramente morirá?
Prefiere que le dé la razón o que diga mi verdad. Me enderezo, erguida.
—No lo sabes con seguridad.
—Llevo por aquí el tiempo suficiente para saber que es muy probable.
—Levanta un hombro descubierto. Ya no lleva el vestido de la fiesta. Lleva
un sedoso camisón crema, y tengo que obligarme a no pensar en Adrian en
su cama. Ella le ordenó que fuera a sus aposentos, así que es lógico que el
sexo tuviera algo que ver.
—Es decisión tuya —digo finalmente—. Confío en que sabrás lo que es
mejor.
Su sonrisa se tuerce.
—Ojalá te creyera. —Y entonces aprieta el pájaro. Grita con un graznido
destrozado y se calla en su mano de piedra. Me quedo mirando,
horrorizada. Lo deja caer al suelo como si fuera basura, con las plumas
dobladas y rotas—. A veces —dice—, es mejor acabar con una vida que
permitir que sufra. —Se acerca y me pasa los dedos por la mejilla; se me
revuelve el estómago, asqueada por las plumas pegadas a ellos—. Si sigues
viviendo como una humana, eso es lo que será tu vida. Dolor y sufrimiento.
Lo que te ofrecemos es una segunda vida, una vida mejor. Muy poca gente
recibe esa oferta.
—Y estoy agradecida —susurro.
—Ya veremos —responde, y luego se aleja flotando como un fantasma
en la noche.
Levita a unos centímetros del suelo y me pregunto si fue ella quien
enseñó a Adrian a hacerlo. ¿O tal vez porque es su madre? No me extraña
que haya sido capaz de sorprenderme. Trago saliva y miro al pájaro muerto.
Si no fuera por mí, aún estaría vivo, porque estoy segura de que no lo ha
hecho para acabar con su sufrimiento, sino para hacerme saber cuánto
poder tiene sobre mí.
Espero que me crea... que piense que quiero esto y que ella también lo
quiere. Pero no lo hago y nunca lo haré.
No me importa si su oferta de una segunda vida está llena de todas las
riquezas del mundo. Y como ese pájaro, quiere meterme en una bonita
jaula. No puedo permitirlo.
—Ahí estás. —Me llama Adrian mientras avanza por el pasillo—. No
deberías estar en esta ala del palacio. Esta es el ala de la reina.
Asiento con la cabeza.
—Sí, acabo de enterarme.
Frunce el ceño y se detiene al ver el pájaro muerto. No dice nada, y yo
tampoco. Me toma de la mano y me lleva lejos.
—Lo siento, me perdí después de la fiesta —susurro—. ¿Sabes que
Sebastián está aquí? Cree que maté a su hermano.
Él me lanza una mirada que dice: Bueno, tú mataste a su hermano, así
que yo le devuelvo una que dice: Sí, pero sólo porque tú me obligaste a
meterme en esa situación. Pone los ojos en blanco como diciendo: Vaya,
qué desagradecida eres.
O algo parecido.
No es como si pudiera leer su mente con sólo una mirada.
—Vamos, tenemos que movernos. —Me levanta, con vestido y todo, y
volamos por los pasillos. Sólo cuando veo el amanecer por una ventana me
doy cuenta de por qué. No quiere quedarse atrapado en ningún otro lugar
del edificio durante todo el día. Quiere quedarse conmigo.
Cuando volvemos a la habitación, me deja en el suelo como si el truco
de la levitación fuera algo normal para él. Sigo un poco aturdida, pero
también estoy muy cansada. Me quito el vestido, sin importarme que
Adrian vea toda mi ropa interior. El sueño se apodera de mi mente. Entre
el vuelo, el cambio de hora y haberme quedado despierta toda la noche de
fiesta con vampiros terroríficos, ya no puedo más. Me dejo la combinación9
porque es más fácil que encontrar un pijama y me meto entre las mantas,
me arranco las horquillas del pelo y las tiro a la mesita de noche. Me
acurruco en la mullida almohada y cierro los ojos. Adrian se acuesta a mi
lado. No sé qué esperaba que hiciera, pero no era eso. Antes de que pueda
interpretar nada, el sueño me arrastra.
Sueño con pájaros.
Hermosos pajaritos verdes y azules. Descienden sobre mí como una nube
de langostas, arañándome la cara, sacándome sangre. Las alas revolotean a
mi alrededor, un tornado de plumas, garras y picos. Grito y los espantó,
pero siguen viniendo. Cada vez más. Caigo de rodillas y empiezan a
picotearme: pequeños cuchillos me apuñalan. Una y otra vez. Sigo gritando
y luchando, pero es inútil.
Son demasiados. Pequeños y hermosos monstruos.
Algo frío me sacude.
—Ángel —dice una voz—. Despierta.
Abro los ojos de golpe y me levanto como un rayo. Estoy cubierta de
sudor y el corazón me late con fuerza. Mis ojos intentan adaptarse a la
oscuridad, buscando a los pájaros.
—Estás bien. Fue una pesadilla. —La voz de Adrian llega a través del
pánico como el agua a una llama. Me mete en su regazo y me frota la
espalda, haciéndome callar. A medida que me duermo, me inclino hacia él.
Esto no es bueno.
Esto es tan bueno. Esto es...
Me escabullo y salto de la cama.
—Ya estoy bien. Lo siento. —Me paso las manos por el cabello. Siguen
temblando.
—No tienes que disculparte conmigo. —Su voz flota en la oscuridad.
Apenas puedo distinguir su figura, pero sigue sentado en la cama—. Yo
también solía tener pesadillas. No es ninguna vergüenza.
—¿Qué hiciste para que se fueran?
—Me convertí en la pesadilla.
lgún tiempo después vuelvo a dormirme, y entonces el día se repite.
Y vuelve a ocurrir una y otra vez. Paso las horas del día durmiendo
por las fiestas nocturnas a las que Brisa nos obliga a asistir a todos.
Cada una parece volverse más salvaje que la siguiente. Nos vestimos con
atuendos de cortesanos para bailar y mezclarnos. La mayoría son vampiros,
pero también hay algunos humanos. Siempre hay comida y bebida para
nosotros y un sinfín de sangre para ellos. La mezclan con todo tipo de
alcohol, creando sus propias versiones de champán y vino y más opciones
de las que puedo contar. A los vampiros no parece afectarles mucho el
alcohol, pero les crea diferentes sabores y formas de disfrutar de la sangre.
Y, aun así, no puedo evitar fijarme en cómo nos miran a mí y a los demás
humanos. Ninguna bolsa de sangre se comparará a beber directamente de
nuestras venas. Nos desean. Somos la tentación que no pueden tener. No
sólo tienen prohibido alimentarse de humanos, sino que la línea de sangre
de Brisa les hace más difícil quebrantar sus órdenes. Sin embargo, sé por
experiencia que hay formas de evitarlo. Los vampiros pueden beber cuando
pretenden convertirnos, pueden beber si tienen instrucciones de matarnos,
y pueden saltarse sus órdenes cuando son tan jóvenes que la sed de sangre
se apodera de ellos.
No me permito olvidar que, de tener la oportunidad, cada uno de ellos
me comería viva. Adrian tampoco. Permanece a mi lado en todo momento,
a menos que Brisa le ordene que se aleje. Cuando lo hace, me obligo a no
pensar en lo que podrían estar haciendo. No vuelvo a caminar sola hasta
mi habitación y Adrian nunca me da una llave. Noche tras noche espero a
que venga a buscarme y siempre aparece justo antes del amanecer. Aunque
lo odio, aprendí la primera vez que es mejor quedarse donde está la gente,
sobre todo porque Sebastián siempre parece estar cerca. Ya no me habla,
pero observa y escucha. Está construyendo su caso contra mí, estoy seguro.
Quiere que pague con mi vida la muerte de Hugo.
Adrian y yo seguimos viviendo en la misma habitación, pero no me
muestra su afecto en privado como lo hace en la corte. Lo prefiero así.
Cuando duermo, él suele trabajar desde un portátil. Después de una semana
aquí convenció a Brisa para que le permitiera tener un ordenador con
conexión a internet para poder seguir haciendo negocios con su aquelarre
en casa, pero guarda el portátil bajo llave en una caja fuerte siempre que
no lo utiliza. Me ha prohibido expresamente que lo toque, pero sigo
esperando la oportunidad de meterle mano, con la esperanza de poder
enviar un mensaje a mis amigos y familiares en casa. Nunca sucede. Y así
continúa el ciclo: fiestas y sueño.
—¿Qué escribes siempre ahí? —Me pregunta Adrian una tarde. Estoy
sentada en la cama con una bandeja de fruta para desayunar a mi lado y el
cuaderno que me regaló Remi abierto en el regazo.
—No siempre escribo —contesto—, casi siempre estoy garabateando. Y
me sorprende que no lo hayas mirado.
—No tengo ningún interés en invadir tu privacidad.
Resoplo.
—Claro, sigue diciéndote eso.
He estado escribiendo algunos de mis sentimientos, pero nunca se los
mostraría a nadie. Hago sobre todo dibujos de casa, que no son tan
embarazosos. Son las cosas que quiero guardar en la memoria por si no las
vuelvo a ver. He intentado dibujar a Félix, a Ayla y a mi madre, pero me
han salido fatal. Con el tiempo, me haré con algunos aparatos electrónicos
y podré acechar sus vidas desde la distancia.
Pasé a los objetos, y últimamente he estado intentando acertar con el
talismán de plumas. Sé que sólo es un símbolo de plumas que se cruzan
con el ganchito en la parte inferior de una de ellas, pero no consigo hacerlo
exactamente bien. Me gusta lo que esa mujer dijo que representa:
protección. Me vendría bien un poco de eso ahora mismo.
Decido arriesgarme y darle la vuelta al cuaderno para que Adrian pueda
verlo. Está sentado en el sofá con el portátil en el regazo, tecleando. Al
parecer, ya se ha olvidado de que le importa lo que yo esté haciendo con el
cuaderno, porque ni siquiera levanta la vista.
—Como quieras —Suelto, y le doy la vuelta al cuaderno.
—Deberías tener cuidado con quién ve eso —dice.
Así que lo vio.
—¿Por qué?
Levanta un hombro.
—Porque no es lo que crees que es.
—Entonces, ¿qué es?
—Haces demasiadas preguntas.
—Tú empezaste.
Cierra el portátil y suspira.
—Tiene que ver con esos demonios de energía, como te gusta llamarlos.
Es todo lo que puedo decir, pero debería bastar.
Como sospechaba.
Cierro el cuaderno y me lo llevo para arreglarme esa noche. Remi es mi
única amiga aquí y no paso mucho tiempo con ella. Quiero preguntarle por
el símbolo, a ver si sabe algo más al respecto. Cuando llega la hora de ir al
vestuario, lo hago.
—Veo que has traído tu cuaderno. —Sonríe—. Estoy tan feliz de que lo
estés usando.
—Todos los días. Esto está salvando mi cordura. No puedo agradecerte
lo suficiente por dármelo.
—Fue un placer.
Se lo entrego. A pesar de que contiene mis pensamientos más profundos
y un montón de malos bocetos, espero que este paso me ayude en algo.
—Échale un vistazo.
Ha estado ocupada recogiéndome el cabello, pero se detiene para
cogerlo. La mitad de mi pelo cuelga alrededor de mi cara y la otra mitad se
arremolina artísticamente sobre mi cabeza.
Lo hojea, se detiene en algunas de las entradas del diario y recorre las
palabras con la mirada.
—Son muy malos. Los dibujos también —interrumpo—. Pero no pasa
nada, me gusta de todas formas. Mantiene mi mente ocupada y me ayuda
a procesar todo lo que estoy pasando.
Llega a las páginas que estaba esperando, las imágenes del talismán, e
inmediatamente me devuelve el cuaderno.
—Gira a la derecha, por favor.
—Espera. —Le enseño las páginas—. ¿Sabes algo de este símbolo? ¿Lo
habías visto antes?
Su rostro está imposiblemente inexpresivo mientras lo estudia durante
un minuto.
—No lo sé. Lo siento, Eva.
Hay algo diferente en su tono, algo temeroso, y sé que está mintiendo.
Quiero interrogarla más, pero insiste en que no tiene respuestas para mí,
así que al final guardo el cuaderno. Cuando llega el momento de pasar al
maquillaje y al vestuario, dice que le duele la cabeza y me deja con las
demás sirvientas. ¿Qué oculta Remi?
No aparece para vestirme la noche siguiente.
que estoy aquí y me despierto en mitad del día, sentada y
sin sueño. Mi reloj interno ha cambiado completamente del día a la noche.
Como Brisa me mantiene ocupada con sus fiestas, siempre acabo
durmiendo todo el día.

Esta vez no.


Parpadeo y busco a Adrian. No está aquí. He estado esperando a que
pasara esto. La idea se me ocurrió después de aquella noche en la que
tropecé accidentalmente con el ala de la reina en el palacio y Adrian me
levantó en volandas y nos llevó de vuelta a nuestra habitación antes de que
pudiera parpadear dos veces. El hecho es, que este palacio no está
completamente preparado para los vampiros, y eso significa que hay
lugares a los que puedo ir durante el día y que ellos no pueden.
Todavía en pijama, me dirijo a la puerta y me asomo al pasillo. Está
vacío. Esta parte del palacio es segura para los vampiros y sé que hacen
cosas durante el día, pero me mantengo lejos de lo que sea que estén
haciendo. Casi me da miedo averiguarlo.
Pero alguien es responsable de la muerte de todos esos príncipes. Mi
primer pensamiento es Tate, pero ahora que he conocido a Brisa, puedo
entender por qué tendría muchos más enemigos y algunos en su propia
corte. No sé qué estoy buscando exactamente, pero me enfrento al pasillo
y me apresuro en la dirección que he memorizado. Espero que Brisa aún
no haya equipado toda su ala con ventanas resistentes a los rayos UVA, o
estoy jodida.
—Fiona, ¿tienes hambre, mi amor? ¿Qué haces despierta? —Salto a una
alcoba cuando oigo la voz de Sebastián más adelante.
—Un mal sueño. Quería encontrarte. —Su voz es sensual y acogedora,
pero él no muerde el anzuelo.
—Conoces las reglas. Vuelve a la habitación. No puedes estar fuera
durante el día.
Así que no soy sólo yo. Puede que todos los humanos estemos relegados
a nuestras habitaciones durante el día. Hubo una noche durante una de las
fiestas que intenté "vagabundear" y los guardias me impidieron llegar muy
lejos. Parecían bastante enfadados conmigo entonces. No creo que pudiera
salirme con la mía dos veces.
Contengo la respiración cuando pasan ambos. Tiene la mano alrededor
de la muñeca de ella y le susurra con dureza al oído. No sé lo que dice, pero
está en apuros.
Tal vez ella es como yo. Quizás está aquí porque tiene que estar, no
porque quiera. Nunca pensé en eso, siempre asumí que los otros humanos
eran traidores a su propia especie. ¿Podría ser posible que no sea la única
fingiendo aquí?
Cuando se van, me enfrento a dos opciones. Seguir explorando y
arriesgarme a ser descubierta, o volver a la seguridad. Como soy yo, sigo
adelante.
Un par de minutos después estoy en el ala de Brisa. Hay silencio y la luz
del sol se cuela por las ventanas, una luz dorada que me hace llorar. No me
había dado cuenta de cuánto la echaba de menos. Quiero ir a ella,
empaparme y cerrar los ojos, pero sé que no puedo.
¿Qué estoy buscando? No lo sé. Algo. Tiene que haber algo, algún tipo
de pista. Es entonces cuando veo a dos sirvientas humanas caminando. Si
alguien conoce los secretos de este lugar, serían ellas, ¿verdad?
—¿Perdón? —Les hago señas para que se acerquen—. Me preguntaba si
podrían ayudarme con algo.
Me miran como ciervos delante de unos faros. Una señala y empieza a
gritar:
—¡Guardias!
Supongo que es mi señal para irme.
Los guardias vampiros no son como los guardias normales. Son mucho
más rápidos. Un humano no tendría ninguna oportunidad contra ellos, así
que menos mal que yo no soy como los demás humanos de por aquí.
Canalizo el veneno y despego a una velocidad increíble, doblando las
esquinas del pasillo y zambulléndome de nuevo en la habitación antes de
que puedan alcanzarme.
Me falta el aire cuando alzo la vista y veo a Adrian. Está por encima de
mí, con las manos en puños a los lados.
—Lo sé. —Jadeo—. No tienes que sermonearme.
—Si rompes las reglas de Brisa y te encuentran por ahí, te matarán.
—¡Qué injusto es que yo esté aquí y no pueda ni explorar!
—¿Es eso lo que estabas haciendo? No me mientas.
Me encojo de hombros.
—Esperaba descubrir quién ha estado matando a los príncipes. Por si lo
has olvidado, eso te incluye a ti. —Señalo—. Alguien te quiere muerto.
—Mucha gente me quiere muerto. Estoy acostumbrado. Ahora vuelve a
la cama.
Pongo los ojos en blanco, pero hago lo que me dice, la adrenalina me
impide conciliar el sueño. Ojalá lo hiciera, porque es esa misma noche, en
una de las monótonas fiestas de Brisa, cuando todo cambia.
Los franceses no suelen celebrar Halloween, pero Brisa anuncia que lo
haremos de todos modos, con un baile de máscaras. No puedo creer que
aún estemos en octubre y que no hayamos entrado ya en noviembre. El
tiempo ha empezado a dibujarse sobre sí mismo y eso no me gusta: me
siento desorientada y quiero exigir mirar un calendario. Pero no exijo nada.
No puedo. Aquí no.
Fieles al gusto de Brisa, estamos obligados a llevar trajes históricos. No
puedo elegir lo que me pongo. Nunca. Las sirvientas siempre se encargan
de eso, y nunca me quejo con ellas ya que nada de esto es su culpa. Supongo
que Brisa elige mis trajes, como una niña que juega con sus muñecas. Por
supuesto, no soy la única muñeca, soy una de al menos cien. Y todas
tenemos sonrisas pintadas en la cara porque sabemos que la alternativa
podría significar la muerte.
Esta noche me visten con un vestido blanco brillante. Es más holgado
que los otros y no requiere corsé debajo... ¡Por fin! Sonrío cuando la tela
brilla a la luz de las velas.
—Vaya —susurro, evaluándome en el espejo—. Este es mi favorito
hasta ahora.
—Sólo espera —dice Remi conspiradoramente—. No hemos terminado.
Odio que sea la única sirvienta humana aquí que sospecho que no está
bajo una compulsión. La mujer simplemente tiene demasiada vida ardiente
dentro de ella. Espero que un día abandone este lugar y no vuelva jamás.
Puedo ver su odio hacia Brisa en sus ojos color avellana y oírlo en su
cuidadosa voz cuando hablamos de la reina, aunque haga todo lo posible
por mantenerlo oculto. Prepara unas alas angelicales transparentes y las
sujeta a la espalda del vestido. Luego me pinta polvo dorado en el cuello y
en los pómulos. Me hace una intrincada trenza en la espalda con pequeñas
gemas de oro entrelazadas. Por último, me coloca un antifaz veneciano
dorado sobre los ojos ahumados. Me miro en el espejo porque creo que
nunca he estado más guapa.
—Buena suerte esta noche. —Me abraza y me susurra al oído—. Mantén
los ojos abiertos.
Me deja en el vestuario antes de que pueda interrogarla y las demás
corren tras ella. Las observo atentamente mientras se van, buscando las
auras como hago a menudo. Son tenues, pero siempre están ahí cuando me
esfuerzo por verlas. Espero que eso signifique que algún día puedan
salvarse de las compulsiones. Entrecierro los ojos para ver mejor. ¿Remi
tiene una? Por un momento pienso que quizá no. Se vuelve, me guiña un
ojo y cierra la puerta.
La sigo con la mirada, despierta a pesar de no haber dormido. ¿Es Remi
uno de los demonios de energía? Pero es tan amable, tan servicial. ¿Cómo
ha entrado aquí? ¿Planea ayudarme? ¿Hacerme daño?
Me dirijo hacia la puerta para seguirla, pero se abre hacia mí y casi me
derriba. Retrocedo dando tumbos y entonces Adrian está allí, atrapándome.
Me estabiliza el cuerpo y lo miro, momentáneamente hipnotizada. Va
vestido completamente de negro, desde el chaleco jubón y la fina túnica
hasta los calzones, las medias y las botas. Se ha quejado de la vestimenta
aquí suficientes veces como para saber que odia todo lo relacionado con
ella, pero ha llegado a gustarme así... mi príncipe oscuro. Su máscara
coincide con la mía, de forma elegante, pero es negra mate. Y en la parte
superior de su cabeza, descansando en sus rizos, hay dos cuernos
carmesíes.
—Así que se revela tu verdadero yo —bromeo.
Sonríe y me levanta. Me arde el cuerpo en cada lugar que toca.
—Pensé que sería apropiado que fuéramos a juego.
Así que eligió este vestido para mí. Mis mejillas se calientan al darme
cuenta.
—¿Un diablo y un ángel? —Levanto una ceja— ¿No se supone que son
enemigos?
—Eso es lo que lo hace interesante. —Me agarra de la mano y me lleva
al salón de baile, como ha hecho tantas veces antes.
Pero esta noche hay algo diferente. Estoy inquieta, intentando
comprenderlo. ¿Es esta la noche en que los vampiros me convierten? ¿Es
cuando los cazadores vienen a salvarme? ¿O las cosas-demonio están aquí
en algún tipo de misión?
No puedo entenderlo, pero estoy segura de que algo está pasando. Como
un cambio de clima, puede ser sutil al principio y luego, un día, una nueva
estación cubre el mundo. Está ocurriendo.
Le aprieto la mano.
—Prometiste que me ayudarías, ¿recuerdas? —susurro.
No hemos vuelto a hablar de ello desde que llegamos, no desde que me
sacó al jardín y me exigió que mantuviera la boca cerrada. Cuando me lleve
a las catacumbas para convertirme, me salvarán al día siguiente, me sacarán
de la tumba antes de que pueda convertirme. Seré libre para huir. No es la
vida que elegiría, pero es mejor que convertirme en un elemento
permanente de esta corte. Aún no estoy segura de lo que pasará después,
pero con el veneno de Adrian también en mis venas humanas, espero que
sea suficiente para mantenerme un paso por delante de Brisa.
Me aprieta la mano y asiente una vez.
Sé que no debería, sé que es una completa tontería, que me ha engañado
una y otra vez, pero creo que esta vez está siendo sincero.
—Confío en ti. —Le digo—. Por favor, no me lastimes otra vez.
Se detiene bruscamente, se gira y me mira fijamente a los ojos. No hay
nadie más en el vestíbulo, salvo unos cuantos guardias al fondo. No habla,
ni frunce el ceño, ni sonríe. No dice nada. Su expresión es indescifrable,
sus ojos se cubren de sombras tras su máscara veneciana mientras me
observa. Estoy segura de que quiere decirme algo, pero el momento pasa
sin una palabra. El corazón me da un vuelco por razones que ignoro.
l salón de baile está decorado en estilo gótico con rosas de color rojo
oscuro y velas negras que gotean largos ríos de cera. El techo está
cubierto con una tela negra de gasa, de modo que sólo cuelga la araña
de cristal central. Las velas arden suavemente, la luz envuelta crea un aire
de misterio en el evento. Es perfecto para Halloween, pero no sé si podré
disfrutar esta noche. Estoy demasiado nerviosa. Adrian me pasa el pulgar
por el borde de la muñeca, como si percibiera mis emociones y quisiera
que me relajara. A pesar de la máscara, mi cara debe de estar llena de
inquietud.
Nos mezclamos con los demás invitados durante unos minutos, y yo
despliego mi encanto lo mejor que puedo a pesar de los nervios.
—Estás preciosa esta noche, Evangeline —dice Katerina.
Va del brazo de Magnus y también van a juego, vestidos con colores de
pavo real y máscaras de plumas. Me han cogido un poco de cariño durante
el tiempo que llevo aquí, pero sigo pensando que preferirían que Kelly
fuera del brazo de Adrian esta noche. Empiezan a hablar con Adrian y mi
mente divaga.
—¿Te has enterado? Sólo quedan tres príncipes —susurra alguien detrás
de mí.
Hago ademán de escuchar.
—He oído que era un rumor. ¿Estás segura?
—Estoy seguro. Alguien los ha estado matando. Por eso Brisa trajo aquí
a todos sus cortesanos. Los príncipes también, por supuesto.
—¿Para protegernos o investigarnos?
—Ambas cosas.
Nunca me giro para ver quién habla. No me hace falta. Si es un cotilleo
entre las cortesanas, todo el mundo lo sabrá. Yo había asumido tontamente
que ya lo sabían... Adrian lo sabía. Me pregunto si esto cambiará las cosas.
Cuando llegué aquí me imaginé a mí misma como un poco detective,
pensando que descubriría cosas por mi cuenta, pero resultó imposible. ¿Es
Sebastián espeluznante y posiblemente el asesino? Seguro. Pero podría ser
Tate y cualquier organización con la que esté, o podrían ser Magnus y
Katerina. O cualquier otro. Lo que más me preocupa es que eventualmente
él o ella o ellos llegarán a Adrian. No sobreviviré sin él.
Finalmente, la multitud se separa y se calla cuando Brisa entra en la sala.
Está implacablemente guapa con un vestido color esmeralda de corte bajo
que deja ver sus flexibles curvas, pero eso no es lo que más llama la
atención de su traje. Una larga serpiente verde envuelve sus hombros y
brazos. Se enrosca en su dueña y se desliza mientras nos inspecciona con
ojos brillantes. Se me revuelve el estómago cuando camina hacia nosotros
e instintivamente doy un paso atrás. Las serpientes no son lo mío.
—Un diablo y un ángel. Nos saluda con una sonrisa tímida—. Qué
apropiado.
—Y déjame adivinar, ¿Medusa? —Adrian se inclina.
—Bueno, no podía sujetarme serpientes al cabello, así que decidí que
esto tendría que valer. —Guiña un ojo juguetonamente—. Pero será mejor
que te quedes atrás, Evangeline. La serpiente es venenosa y mortal para los
humanos.
Se me revuelve el estómago. Su mascota me mira como si fuera una
amenaza o una golosina, y doy otro paso atrás.
—Al menos tus ojos no pueden convertirme en piedra —bromeo
temblorosamente.
Ella sonríe.
—No estés tan segura de que no soy una gorgona y un vampiro.
Menos mal que las gorgonas son un mito, porque si fuera ambas, sería
imparable. Ya es imparable. Termina la conversación alejándose,
dirigiéndose al frente de la sala, y se aclara la garganta para hablar. La
charla se apaga cuando los invitados se dan cuenta. Todos se vuelven hacia
su reina.
—Bienvenidos, queridos míos. Me gustaría hacer un brindis. —
Ronronea y abre los brazos de par en par.
Los sirvientes humanos entran en seguida, pasando a través de nosotros
en fila con bandejas de copas de champán y aperitivos para los humanos.
Aparte de algunas copas normales para los novatos, las bebidas son de
color rojo oscuro por la sangre mezclada. Tomamos las copas y hago una
mueca al ver los trajes que llevan los camareros. Llevan abrigos negros con
máscaras de médicos de la peste, con espeluznantes picos de pájaro atados
a la boca y la nariz. Sus sombreros de ala ancha proyectan sombras sobre
sus ojos, lo que dificulta distinguir cualquier rasgo identificativo. Doy las
gracias al hombre que me sirve la bebida, pero no responde. Suspiro y doy
un sorbo tentativo. La carbonatación me quema la garganta.
—Como muchos ya sabéis, alguien me persigue. —La voz de Brisa se
agudiza—. Así que brindemos por la desaparición de mis enemigos,
especialmente los pretendientes de mi propia corte.
Ella levanta su copa y nosotros hacemos lo mismo, unos con más
entusiasmo que otros. Acaba de sembrar la desconfianza entre nosotros.
Las semillas se plantaron hace tiempo, pero esta noche, las cosas han
cambiado en cuestión de unas pocas palabras. Sólo quedan tres príncipes y
a estas alturas todos deben saberlo. El resto de los vampiros aquí tienen
otros títulos inspirados en las cortes francesas de antaño, pero no están tan
ligados a Brisa como Adrian, Sebastián y Magnus. Como humana, no soy
nada, y estoy bien con eso. Excepto por Sebastián, no me han seguido
muchos ojos durante mi estancia aquí. Me ven como el nuevo accesorio de
Adrian y nada más.
—Ahora, diviértanse —arrulla—, o pensaré que no os gusto.
Suena la orquesta y la gente se pone en marcha, algunos en la pista de
baile, otros en los bordes de la sala para mezclarse. Puede que la ropa sea
diferente, pero es como cualquier otra noche, y estoy cansada. No quiero
fiesta. No quiero cotillear. No quiero fingir que soy feliz aquí ni un
momento más. Han pasado semanas y no ha ocurrido nada. Todos estamos
atrapados aquí en un bucle sin fin, como copos de nieve que se agitan en
un globo de nieve.
—Vamos —susurra Adrian, tomándome de la mano—. Ya sabes qué
hacer.
Y es verdad. Ya me he aprendido los bailes. Empezamos el vals en grupo,
y el champán se asienta en mi sangre, haciéndome sentir más ligera. Me
pasan de Adrian, a otros vampiros, e incluso a otro humano novato. Es un
poco más divertido que otros bailes e intento pasármelo bien. Pero la
música se acelera. Esto no había ocurrido antes. Cada vez más rápido, hasta
que me zarandean como a una muñeca de trapo. Alguien me roza las alas
y me tira del omóplato. Grito cuando Sebastián me atrae hacia sus brazos
de acero. Va vestido de gris y lleva una máscara de lobo que cubre el lado
izquierdo de su atractivo rostro.
—Deja que te ayude —dice bruscamente, y luego baila conmigo tan
deprisa que se me enganchan los pies y tropiezo con el dobladillo del
vestido. Me levanta cuando caigo al suelo de mármol—. A veces olvido lo
torpes que pueden ser los humanos. —Se ríe como si fuera un juego.
—Por cierto, tu disfraz es perfecto —respondo mordaz. Me duelen las
rodillas y deseo sentarme. Miro a mi alrededor en busca de Adrian, pero
me da la espalda mientras baila con otra mujer—. Adr...
La mano de Sebastián me tapa la boca mientras sigue bailando conmigo.
Damos vueltas y vueltas. Me pican las manos pidiendo una estaca para
acabar con él, pero no he tocado una estaca desde que salí de Nueva
Orleans.
—No pienses cosas tan horribles. —Se ríe en mi cara—. Afirmas querer
formar parte de esta corte, ¿verdad? El angelito de Adrianos.
Abro mucho los ojos. ¿Sabe lo que estoy pensando? Como es un
príncipe, tiene que ser viejo. Adrian me dijo que Brisa hizo a todos sus
príncipes hace siglos y no ha convertido a nadie más desde entonces. Se
rodeó de hombres en los que podía confiar. Fue un movimiento estratégico
de su parte no hacer ninguna princesa vampiro. No quería a nadie que
pudiera competir con su belleza. ¿Qué piensa de las vampiresas de su
linaje? ¿Qué piensa de mí?
—Ya basta. —Adrian aparece a nuestro lado y, felizmente, dejamos de
bailar. Los otros bailarines no tienen ningún problema en continuar a
nuestro alrededor. Su boca se dibuja en una fina línea mientras mira
fijamente a Sebastián, la ira irradia de él—. Ahora yo bailaré con mi cita.
El gemelo me suelta fácilmente, como si todo esto fuera una broma
divertida.
—Realmente eres muy aburrido a veces, Adrianos. Todo ese estudio de
griego no te hizo ningún bien si me preguntas.
—Nadie te ha preguntado —responde él.
¿Estudio de griego? Me interesa mucho su pasado, pero después de su
confesión de haber matado a su mujer y a su hijo nonato, no le he
preguntado nada. Por lo que aprendí en la escuela, a los antiguos griegos
les gustaba mucho la filosofía y las artes, así que debe tener algo que ver
con eso. Quizá algún día me cuente todo sobre su vida antes de la
inmortalidad.
—Si tanto te importa, ¿por qué no eres más cariñoso con ella? —
pregunta su hermano—. Tal vez Evangeline quiere bailar con otros
hombres.
—Yo no. —Me apresuro a responder.
Adrian sigue mirándole
—No tengo nada que demostrarte.
—¿No? —Su tono burlón se disuelve en uno de acusación—. Porque
todo el mundo se pregunta qué te pasa, Adrianos. Rara vez aceptas
prodigios y hace poco perdiste a tu única hija.
—¡No hables de Kelly! —ruge.
—Y ahora, estás aquí con esta chica nueva, y estás arrastrando los pies.
Transfórmala ya. Puedes convertirla en cualquier momento. Brisa me dijo
que te dio permiso la primera noche que llegaste. ¿A qué estás esperando?
Parpadeo y se me aprieta el pecho. Adrian me ha estado protegiendo,
pero al hacerlo también me mantiene aquí en un bucle sin fin. Si siguiera
adelante con nuestro plan, ya estaría libre.
—Oh, ella no lo sabe. . . —Se ríe—. Bueno, parece que tienes que dar
algunas explicaciones, hermano. —Le da una palmada en el hombro y se
aleja a grandes zancadas, agarrando a otra pareja de baile humana. Le
susurra algo al oído y ella se ríe, con las mejillas sonrosadas. Me vuelvo
hacia Adrian y parpadeo.
—¿Es cierto?
No dice nada, lo que dice todo lo que necesito saber. Me doy la vuelta y
me alejo a grandes zancadas.
e terminado con esta fiesta. Desearía haber terminado con él y este
palacio y la estúpida pequeña habitación que compartimos. Ojalá
nunca hubiera entrado en ese casino. Ojalá nunca hubiera conocido
a Adrian. Desearía que nada de esto hubiera pasado.
Vuelvo corriendo a la habitación, intentando cerrar la puerta tras de mí,
pero Adrian la sujeta.
—Tienes que volver a la fiesta. —Me sisea a la espalda—. Brisa quiere
que todos estemos allí.
Le duele hablar, como si le doliera desobedecerla. Sé que es así. Y sin
embargo, aquí está. Me pregunto qué tipo de orden dio. ¿Fue una orden o
una petición?
—Lo arriesgo todo por seguirte hasta aquí —prosigue—, ¿no ves que me
importas?
Me giro para mirarle.
—Todo lo que veo es a un mentiroso con una máscara.
Se arranca la máscara y la tira al suelo.
—No debería estar aquí, pero lo estoy, contigo.
—Dime por qué.
Me agarra la mano y tira de ella, negando con la cabeza.
—Ahora mismo no importa. Tenemos que volver.
—¡Déjame en paz! No estoy bajo las órdenes de Brisa ni las tuyas —
gruño—. No puedes obligarme a hacer nada.
—¿Por qué tienes que ser tan tozuda? —Cambia de dirección, acechando
hacia mí.
—Se necesita uno para conocer a otro.
Me empuja contra el borde de la cama con dosel. Me aprieta la espalda
contra la columna de madera, pero apenas lo noto porque cada parte de mí
se ilumina. El veneno de mi sangre se enciende y puedo sentirlo, verlo y
sentirlo todo. Y todo se dirige hacia Adrian como si fuera la tormenta en el
horizonte. La electricidad entre nosotros es inconfundible. Me deja sin
aliento e intento apartar la mirada.
—Mírame —susurra. Me coge la cara con su mano fría y me gira hacia
él. Sus dedos me rodean la mandíbula, ligeros como plumas. Su pulgar
inclina mi cabeza hacia arriba para que le mire—. ¿Qué tienes que me atrae
tanto?
Mis labios se separan, pero no sé qué decir. A mí me pasa lo mismo, y
lo odio y lo amo a partes iguales. Es un dolor placentero, y estoy enferma
porque me gusta.
—¿Mi personalidad ganadora y mis increíbles habilidades de combate?
—respondo—. O quizá sea mi ingenio. O tal vez porque soy un inocente
angelito virginal. Sé cómo te gusta mi sangre.
—Eres insufrible. —Sus ojos azules se arrugan a los lados, la ira se
disipa.
—No hagas eso. —Aprieto las manos contra su pecho e intento
empujarlo hacia atrás. No se mueve. Es como empujar una estatua de
piedra.
—¿Qué no haga qué?
—Coquetear conmigo —gruño—. Jugar con mi corazón. Seducirme.
Mentirme. Hacerme daño.
No sé qué espero que haga. ¿Disculparse? ¿Poner mala cara? ¿Tejer más
mentiras? No hace ninguna de esas cosas.
—No acepto órdenes tuyas —dice, con los ojos oscurecidos.
—Entonces, ¿qué vas a hacer? —Mis manos vuelven a apretar su
pecho—. ¿Regresar a tu fiestecita?
—Brisa puede esperar. —Su voz sale entrecortada.
—¿Cómo esperaste tú para dejarme libre?
Agarra mis muñecas, tirándome de las manos y empujándome contra el
poste aún más fuerte. Me sujeta los brazos por encima de la cabeza y se
acerca, como un depredador a punto de abalanzarse sobre su presa. Su
cuerpo se acerca aún más, hasta quedar pegado al mío, hasta que puedo
sentir cada músculo. Percibo algo en él que lucha contra las instrucciones
de Brisa de disfrutar de la fiesta. Debería estar allí, pero quiere estar aquí,
y eso cambia las cosas.
Mi cuerpo me traiciona, el anhelo se me agolpa en el estómago. Todo
vibra, mi piel está viva con su presencia. Su aroma a cedro y bergamota me
envuelve y lo respiro. Desplaza las manos de modo que solo tiene una
sujetándome los brazos por encima de la cabeza. Esta vez no me resisto.
Su otra mano me recorre el brazo, me roza el hombro con las yemas de los
dedos, me sube por el cuello y me rodea la nuca. Me estremezco cuando
me desata la máscara. En cuanto cae al suelo y sus dedos se clavan en mi
cabello, me olvido de todo.
Sé lo que está pasando. Nada de esto me pilla por sorpresa, no como
debería. Ni siquiera por un segundo. En el momento en que sus labios
reclaman los míos, admito por fin que llevo meses esperando este
momento.
Es inevitable.
Y malo.
Y tan, tan bueno.
El beso no es tierno. Es exigente, demandante y explorador.
Nos dirigimos directamente a la cama, y las cosas avanzan rápidamente.
Lo permito. Lo deseo. Continuamos por un camino descarado hasta que
llega el momento de perder mi virginidad. No sólo me mantendrá más
segura alrededor de los otros vampiros, sino que estoy cansada de esperar
a que esto suceda. Lo necesito. Mi mente está lista. Mi cuerpo está
suplicando. Y mi corazón quiere... quiere que esto funcione, que sea real,
que él sienta todo lo que yo siento ahora mismo.
Y estoy asustada como el infierno.
Pero no por las razones que yo pensaba. El acto físico en sí es inevitable.
Soy una mujer adulta, y esto es una parte natural del crecimiento. No, eso
no es lo que me asusta. Es todo lo demás, es lo que cambiará entre nosotros,
son mis propias emociones, y especialmente las suyas. Me estoy abriendo
tontamente a ser vulnerable con alguien que podría arruinarme con su
frialdad. Puede tenerme y con la misma facilidad destruirme. Pero a pesar
de todo eso, todavía quiero esto con él.
Mis manos tiran de sus capas de ropa, ansiosas por quitárselas. Cuando
no hay nada entre su cuerpo y el mío, se detiene un momento y me mira
fijamente. Está congelado, y no sé cómo lo hace porque yo estoy ardiendo.
Algo ilegible parpadea en sus ojos y luego desaparece tan rápido como una
estrella fugaz.
—¿Estás segura? —Me pregunta, escrutándome la cara.
Me rio.
—Fuiste tú quien dijo que tenía que ocuparme de esto.
Gruñe un poco.
—Lo siento. Estaba pensando en tu seguridad entre mi aquelarre y no en
tus sentimientos como mujer humana.
Me acurruco contra él y le beso la clavícula. Hablo entre besos.
—Vaya, nunca pensé que vería el día en que Adrianos Teresi se
disculparía.
—No te acostumbres. —Me devuelve la risa y desciende sobre mí,
besándome esta vez por la clavícula.
Me recorre toda la espina dorsal y me arqueo contra él, lista para más.
—Sí, esto es lo que quiero.
Sus besos continúan durante largos y agonizantes minutos, algunos
suaves y otros no. Las emociones inundan mi cuerpo y no sé si mi corazón
aguantará un segundo más. Intento disimularlas, centrarme sólo en los
movimientos físicos, pero mis sentimientos por Adrian brillan con la fuerza
del sol. No hay nada que pueda hacer para impedir que me enamore de él,
que no caiga... que salte. Me lo estoy haciendo a mí misma. Puede que él
me haya traído hasta aquí, pero este momento es elección mía y una que
elegiría mil veces. Cuando le dije que quería esto, lo dije en serio. No tener
este momento dolería demasiado, me desgarraría y me daría por muerta.
Él se toma su tiempo, y es evidente que ha hecho esto innumerables veces
antes. Quizá soy como todas las mujeres que han estado en su cama, pero
me digo que no puede ser verdad. Me separo un momento para mirarle.
Quiero mirarle a los ojos, esperando encontrar algo real en ellos. Una
respuesta a la pregunta que me he hecho toda la vida. ¿Por qué tiene que
ser el hombre más hermoso que he visto nunca? Por muy malvada que sea,
no puedo culpar a Brisa por elegirlo, porque cualquiera lo querría. Sus ojos
azules están encapuchados de deseo, como si le matara contenerse, como
si esto le atormentara tanto como a mí.
—El poder que tienes sobre mí —susurra en voz baja—, es. . . —Su voz
se entrecorta. No tiene una palabra para eso. Tal vez sea lo más parecido
que ha dicho nunca, y en realidad no ha dicho nada.
—Lo sé. —Sonrío y me rio, ese poder me llena como una poseída—. No
tienes que explicármelo. Lo sé.
Porque yo siento exactamente lo mismo.
Volvemos a besarnos, y entonces hacemos algo más que besarnos.
Es surrealista, pero también es el momento más real de mi vida. Mientras
me toma, deseo simultáneamente que termine y que dure para siempre.
Sería más fácil si tratara esto como una transacción, como otro de sus
tratos. Pero él adora mi cuerpo, le da vida de una forma que no sabía que
fuera posible. Ningún otro hombre podría hacerme sentir tan bien. Nadie.
Mis emociones crecen al mismo tiempo que mis pensamientos se
desvanecen, hasta que todo se convierte en pura sensación, como las olas
del mar chocando con la orilla.
Me abraza mientras esas sensaciones empiezan a desaparecer,
susurrándome al oído en un idioma que desconozco. Me baja la nariz por
la mandíbula hasta el cuello, donde me besa mientras habla. Su aliento me
hace cosquillas y la piel se me pone de gallina. Sus manos frías me recorren
libremente hasta que no puedo más. Me giro para que nuestras piernas
queden entrelazadas y me aprieto contra él.
—¿Estás bien? —pregunta. Levanto la mirada y me doy cuenta de que
sus colmillos han aparecido. No tengo miedo. De hecho, me invade algo
que no esperaba: la necesidad de que mi amante me muerda.
—Sí —susurro—, por favor.
Se aleja con un gemido.
No puede. Ya lo sé. Incluso podría ser imposible sin el permiso de Brisa,
podría ser demasiado para él luchar esta vez. Y es estúpido quererlo.
Peligroso. Tonto. Pero recuerdo esa sensación de euforia cuando Hugo me
mordió, y sólo puedo imaginar cómo será con Adrian, especialmente con
mis sentidos tan vivos como están. Permitirle que se alimente de mí podría
incluso superar lo que acabamos de hacer, por imposible que parezca.
Consigue retraer los colmillos y vuelve a besarme. Es tan tierno como la
confesión de un amante, y me paraliza. ¿Ya estoy enamorada? ¿Ya ha
sucedido?
¿Está él enamorado?
No lo está, y yo tampoco, pero. . .
Alguien aporrea la puerta.
Adrian se detiene sólo el tiempo suficiente para gritar:
—Vete. —No funciona. Quienquiera que esté en la puerta sigue
llamando. Con un suspiro frustrado, se separa y se pone los calzones. Se
acerca para abrir la puerta y asoma la cabeza—. Más vale que sea
importante —sisea a la desafortunada alma que nos ha interrumpido.
—Brisa ha ordenado a todo el mundo que se reúna con ella fuera para
una sorpresa especial —dice alguien disculpándose. Parece uno de los
criados.
—Pasamos —gruñe Adrian.
—No puedes —continúa la voz—, ella pidió específicamente que nos
aseguráramos de que Eva y tú estáis allí. Está agitada porque te fuiste de
su fiesta.
Hay una larga pausa, pero ya sé que este momento ha terminado.
—Allí estaremos. —Adrian cierra la puerta y se vuelve hacia mí con
expresión compungida—. Vístete, ángel mío. Tenemos que irnos.
lgo que no le falta al palacio de Versalles son jardines. Son
impresionantes, difíciles de imaginar en la vida real. No se me ha
permitido explorarlos durante el día, pero por la noche Adrian y yo
nos hemos aventurado en su grandiosidad durante algunas de las fiestas.
Estoy segura de que no es la misma experiencia sin el sol, pero he dejado
que Adrian se convirtiera en mi sol sin darme cuenta. Quizá fue una
estupidez, quizá un error, pero también era inevitable.
Los jardines se extienden alrededor del palacio a lo largo de dos mil
acres. Adrian dice que son el doble de grandes que Central Park. Nunca he
estado en Central Park, ni quiero hacerlo. Se rumorea que Nueva York está
plagada de vampiros, mucho más que Nueva Orleans. Todas las mejores
ciudades tienen una infestación de sanguijuelas en este momento.
Cualquier pensamiento de viajar que hubiera tenido lo han arruinado ellos.
La verdad es que me encantaría ver mundo, y estar en París sin estar
realmente en París me duele en el alma. Pero después de esta experiencia,
los únicos lugares a los que me sentiría cómoda viajando son pequeñas
ciudades aburridas sin suficientes humanos para mantener satisfechos a los
vampiros. Pero los chupópteros han aparecido incluso en Hawai y en la
mayoría de las islas del Caribe, que ni siquiera están tan pobladas. No sé
cómo se quedó la gente; no me gustaría estar atrapada con vampiros en una
pequeña parcela de tierra rodeada por un vasto océano.
La mayoría de los días, este palacio parece una isla: estos jardines son
mi océano. Y en lugar de tiburones de los que cuidarme, tengo guardias
chupasangres con grandes armas y una reina a la que todavía no entiendo.
Algunos días creo que me odia, otros que le gusto, y la mayoría de los días
no creo que le importe lo más mínimo.
Adrian y yo caminamos por el pasillo cogidos de la mano y mi romántico
corazón da un salto. Sigo tan confundida. Sé lo que siento por él, sé que le
deseo, pero sigo siendo consciente de lo desastroso que es esto. Él es el
enemigo, todos lo son, y yo estoy pisando una línea muy peligrosa.
Cuando salimos, los invitados están reunidos en torno a la terraza del
salón de baile. La fina luna creciente cuelga en lo alto y la oscuridad cubre
el paisaje. Brisa está de pie en un pequeño podio, con el césped
extendiéndose a sus espaldas. Ya ha empezado un discurso, y Adrian y yo
nos escabullimos entre los curiosos. Me aprieta la mano con más fuerza.
—Venga —susurra—, vamos delante.
Preferiría no estar aquí, y mucho menos ir delante, pero Adrian ya está
zigzagueando entre la gente y me arrastra tras él. Quizá quiera asegurarse
de que Brisa nos vea para que no se enfade porque nos hayamos escapado
de su fiesta. Siento un escalofrío en las mejillas al darme cuenta de que
estos vampiros probablemente sepan lo que hemos hecho Adrian y yo. No
lo sabrían si no fuera porque el olor de mi sangre habrá cambiado con la
pérdida de mi virginidad. Pero no es que estos vampiros no se diviertan
cuando y donde quieran. ¿Por qué debería importarme? Levanto la cabeza
y sonrío a cualquiera que me eche una mirada de complicidad o una sonrisa
socarrona. No hay motivo para avergonzarse. Además, eso de que a los
vampiros les guste la sangre virgen es espeluznante y su problema, no el
mío.
La reina vacila al vernos, se le va la voz por un instante. Lo disipa y
vuelve a hablar.
—Hay una razón por la que os he hecho venir. Sois mi familia y mis
amigos más íntimos, y quería que volvierais a estar en mi presencia.
Lleváis al menos un mes viviendo en mi nueva corte. ¿Os lo habéis pasado
bien?
La gente aplaude y asiente con la cabeza, pero el entusiasmo es desigual.
Al igual que Adrian, muchos de estos vampiros están ansiosos por volver
a sus aquelarres y gestionar su trabajo. Puede que el tiempo sea arbitrario
para Brisa, pero no lo es para los muchos negocios y humanos que hay
fuera del palacio. Su mirada examina a la multitud, evaluándonos como
joyas de su colección, algunos de nosotros más brillantes y valiosos que
otros.
—Tengo noticias. —Hace un gesto a alguien del público para que se una
a ella. Cuando Sebastián sube al estrado junto a ella, se me endurece el
estómago—. Adelante, diles lo que sabes —su voz se vuelve aguda—, no
mientas.
Es una orden.
Si no dice mentiras, ¿tendrá que delatarse como el asesino? Me he
preguntado si ha sido él el responsable, actuando como si estuviera en una
misión para Brisa cuando en realidad estaba trabajando contra ella. No
tengo pruebas reales, sólo un pensamiento que me llevó a otro y a otro hasta
que empecé a convencerme. Cuando Kelly murió, Cameron apuntó a
Adrian, y me he preguntado si en parte fue obligado, porque cualquier
cazador en su sano juicio no habría intentado eso él solo.
Me lo he guardado para mí, pero ahora de repente desearía haberle
contado a Adrian mis sospechas.
Sebastián habla como si lo supiera todo.
—He descubierto al responsable de ir tras los príncipes. El traidor ha
logrado matar a todos menos a dos de nosotros. —¿Dos? ¿Y Magnus? —
Así es, por desgracia esta noche durante la fiesta Magnus se enfrentó a la
verdadera muerte.
—Sentí su pérdida en el momento en que me lo arrebataron —gruñe
Brisa enfadada, con los ojos llorosos—. Y Sebastián fue testigo de ello.
Aprieto la mano de Adrian ante la noticia. Esto no puede ser bueno. ¿Y
si me van a culpar de eso? Adrian y yo nos fuimos pronto de la fiesta, algo
que ya sabrán todos los que se preocupan por saber esas cosas. Y no puedo
olvidar sus numerosas amenazas. Cuando sus ojos se posan en mí y apunta
en mi dirección, me niego a creerlo. En realidad, no me está acusando,
¿verdad? Es cierto lo de Hugo, pero él no lo sabe a ciencia cierta. ¿Y cómo
es posible que yo haya matado a príncipes que ni siquiera estaban en el
mismo continente que yo?
—¡Katerina! —grita, con la voz quebrada como un látigo, y se desata el
infierno.
Me empujan al suelo y mis rodillas golpean primero las piedras. Luego
Adrian está encima de mí, protegiéndome con su cuerpo. La mujer está
justo detrás de nosotros y grita obscenidades entre sollozos.
—¡Eres un mentiroso, Sebastián! Le amaba.
Pero es inútil.
Los guardias la detienen y nadie la defiende. Adrian me ayuda a
levantarme y me froto las palmas de las manos en el vestido mientras
intento localizar a la mujer. Sus gritos son angustiosos y creo que amaba a
su creador y compañero incluso más de lo que se supone que el resto de
nosotros debemos hacerlo. ¿Y si es inocente? No creo que importe. Brisa
ya ha tomado una decisión.
Katerina es una mujer hermosa, y posiblemente se convirtió en una
amenaza para la lealtad de Magnus. Si hubiera tenido que elegir entre su
amante y su creadora, creo sinceramente que habría elegido a Kat. Y Brisa
también lo sabía. En este punto no importa, parece feliz de librarse de la
pareja.
—Katerina quiere acabar con nuestra monarquía, y tengo pruebas —
continúa Sebastián—. Hace poco viajó a todos los lugares donde fueron
asesinados los príncipes. Cuando fui a enfrentarlos, la sorprendí con la
estaca.
La vampiresa le mira boquiabierta.
—Yo no vi quién lo mató y tú tampoco. Sólo recogí la estaca cuando ya
se había ido. Y estaba haciendo mi trabajo cuando viajé. —Le corren
lágrimas por las mejillas y se le estropea el maquillaje—. Los dos lo
hacíamos.
—Ya basta. —Brisa mueve la muñeca hacia ella y los guardias—. Ya
sabéis lo que tenéis que hacer.
¿Y ya está? ¿Va a creer a Sebastián, así como así? Se le ordenó no mentir,
pero Brisa nunca cuestionó su historia. Es perfecto, si él es el verdadero
asesino, ahora tiene un chivo expiatorio y sólo una persona más entre él y
Brisa. Y esa persona es Adrian.
Los guardias la arrastran hacia los jardines, lo que no tiene sentido para
mí. ¿No la meterían en un calabozo? ¿Matarla en el acto? ¿Qué hay en los
jardines? Nos quedamos en nuestro sitio, todos en silencio en la terraza.
—¡Bueno, no estéis tan triste, esto es una fiesta! —La reina abre los
brazos de par en par—. Y tengo otra sorpresa para vosotros en unos
minutos, así que no os vayáis a ninguna parte.
Se da la vuelta, ansiosa por observar los jardines y ver si puede descubrir
qué le pasa a Kat. Para complacer a Brisa, hablamos entre nosotros.
Algunos parecen contentos de que se haya ido. Otros... no tanto. Sus bocas
están fruncidas y sus ojos tristes. Katerina era una favorita en la corte. ¿Es
esto lo que les pasa a las mujeres favoritas por aquí?
Me mantengo cerca de Adrian mientras nos mezclamos entre la multitud.
No volveré a dejar que se vaya. Bueno, eso sí Brisa no le ordena que me
deje. Desde aquella primera fiesta, lo ha llamado a sus aposentos en
múltiples ocasiones. Nunca hablamos de ello. Ahora de repente quiero
hablar de eso y exigirle que no vuelva a entretenerla, pero no lo hago.
—Venid delante. Los dos —dice Brisa, apareciendo a nuestro lado.
Me pasa un delgado brazo por la cintura, al igual que a Adrian, y nos
dirige al balcón que encabeza la gran terraza. Soy consciente de la serpiente
que descansa sobre sus hombros. Apoya su cabecita en el brazo de Adrian,
que la acaricia con suavidad. Me estremezco, deseando que esa cosa se
haya ido hace tiempo.
Brisa se interpone entre nosotros, una mujer diminuta con el poder de
arruinarlo todo. Respiro despacio, llenando mis pulmones de aire frío, con
la esperanza de ralentizar mi corazón. Necesito gustarle, que me quiera
aquí, o estoy muerta.
Nos apoyamos en la barandilla y ella le susurra a la serpiente:
—Ahora vete a casa, Preciosa. Lo has hecho bien.
Se desliza por los escalones.
—¿Puedes obligar a los animales?
—Uno de mis muchos talentos —responde.
—Es la única vampira que puede hacerlo —añade Adrian—. Los demás
podemos obligar a humanos adultos y eso sólo si somos lo bastante fuertes.
Brisa es una reina increíble.
Hace oídos sordos al cumplido, pero me doy cuenta de que está contenta.
Está oscuro, pero mis ojos se adaptan gracias al veneno de Hugo.
Entrecierro los ojos de todos modos, para estar segura. Sabe que estuve
involucrada con cazadores, pero no conoce lo del veneno de Hugo. Estar
tan cerca de ella me da ganas de vomitar... estoy muy nerviosa.
—¿Qué estamos viendo? —pregunto.
Brisa se ríe y se vuelve hacia Adrian.
—¿Es siempre tan impaciente?
—Siempre.
—Todos los humanos lo son. —Sonríe y me da unas palmaditas en la
espalda—. No pasa nada. Yo era igual cuando supe que mi tiempo en esta
tierra era tan limitado. De hecho, me recuerdas mucho a mí. Ahora dime,
¿te alegras de haber cambiado de bando?
Sonrío y me pongo mi mejor antifaz. Ojalá aún tuviera el veneciano
cubriéndome los ojos, pero sigue en el suelo del dormitorio. Espero que no
vea la preocupación en mi rostro.
—Los cazadores no pueden darme todo esto. Nadie puede, pero tú y
Adrian sí.
Ella asiente.
—Se ha tomado su tiempo, ¿verdad?
Todo vuelve a mí de golpe, toda la razón por la que estaba enfadada con
Adrian en primer lugar. Podría haberme metido en las catacumbas hace
semanas. Mi columna se endereza y no sé qué decir. No quiero que parezca
que no quiero esto. Lo quiero, pero sólo para poder escapar antes de que el
veneno se apodere de mí para siempre.
Los gritos frenéticos de una mujer recorren los jardines.
—Ah, esa será Katerina enfrentándose a su mortalidad.
Y entonces los gritos se cambian por estruendos atronadores. Los fuegos
artificiales iluminan el cielo, gloriosos y arrolladores en la oscuridad. Los
diez minutos siguientes son uno de los espectáculos más impresionantes
que he visto nunca, pero no soy capaz de disfrutarlo. No cuando me doy
cuenta de la verdad: Katerina ha muerto y esos fuegos artificiales han
acabado con ella. No sé exactamente cómo, pero si tuviera que adivinar,
asumiría que estaba atada a ellos. Siempre pensé que a los vampiros había
que matarlos con una estaca o con el sol, pero supongo que hay opciones
más creativas. Volar a alguien en pedazos parece ser el truco. O tal vez mi
imaginación se me está escapando y los guardias simplemente utilizaron el
ruido del espectáculo para amortiguar su muerte. De algún modo, lo dudo.
Terminan los fuegos y estoy impaciente por volver a la habitación y
olvidarme de todo esto. Brisa sonríe alegremente y me aprieta los hombros.
—Bienvenida a la familia, Evangeline. Parece que nuestro Adrianos por
fin te ha hecho suya esta noche. —Me guiña un ojo juguetonamente, pero
hay un trasfondo de veneno en su tono—. Está bien, no espero que sea
célibe. Además, dentro de tres días serás una de los nuestros.
La miro y luego miro a Adrian. Él sonríe malhumorado y mira hacia otro
lado. Ella levanta la comisura de los labios.
—¿No te lo ha dicho? Hoy era tu último día como humana.
o puedo moverme. Estoy entumecida. Miro a Adrian, implorando
respuestas con los ojos, pero los suyos están abatidos y su rostro es
ilegible. Brisa me coge de la mano y me tira de ella. Me agarra como
un tornillo de banco y con demasiada fuerza, aplastándome los dedos sin
cuidado.
—Será mejor que nos vayamos antes de que se nos acabe el tiempo —
dice.
Adrian nos sigue, y lo único que espero es que su plan siga en marcha.
¿Ha encontrado a alguien que me saque de allí? ¿Va a volver él mismo?
Sabía que esto iba a suceder, incluso lo vi venir. Pero por mucho que lo
supiera, esperara y viera, no podría haberme preparado para este momento.
Mi corazón golpea contra mi pecho como un tambor, y estoy segura de que
los vampiros pueden oírlo. Tal vez eso les excita más, tal vez es ese latido
lo que les da más hambre. Y quizá tenga suerte de que me lleven a las
catacumbas y no se alimenten de mí aquí mismo.
—Y entre tú y yo —susurra—, te dejaré alimentarte directamente de
humanos, e incluso te permitiré acabar con algunas de sus vidas. Es cruel
alejar a los nuevos vampiros de sus instintos básicos, pero se hace por el
bien de nuestra especie. Tendrás privilegios especiales ya que serás de la
realeza, pero tienen que permanecer en secreto o los otros vampiros se
enfadarán conmigo.
—¿Qué?
La miro con desconfianza. Me pregunto dónde tienen a estos humanos.
El palacio es tan grande que podrían estar escondidos en cualquier parte.
¡No me extraña que me prohibieran explorar! Además, los vampiros tienen
propiedades por todo el mundo. Es casi cómico que pensara que no se lo
permitían a sus favoritos, y seguramente a ella misma. Debería haberme
dado cuenta antes.
—Lo sé, no soy nada si no soy generosa. Vamos a por criminales y gente
que merece morir. He cultivado relaciones especiales con directores de
prisiones de todo el mundo. Me dan a los que no tienen amigos ni familia
que pregunte por ellos. —Se ríe—. No somos unos completos salvajes. Ya
no matamos inocentes. Hemos aprendido y ahora lo hacemos mejor.
Espera… mis pensamientos vuelven a algo que dijo antes.
—¿Realeza? —pregunto.
No tiene sentido. Voy a ser el prodigio de Adrian, lo que me convertiría
en... ¿qué? ¿Qué es la hija de un príncipe? No sé lo suficiente de estas cosas
como para saber el título de memoria, pero sé que me sitúa lo
suficientemente lejos de la corona como para que ya no se me considere
realeza. ¿O tal vez todavía lo sea? Supongo que la familia real inglesa, que
siempre sale en los tabloides, llama príncipes y princesas a sus nietos.
Así que tal vez eso es lo que quiere decir. Por favor, que sea eso lo que
quiere decir. . .
—Lo que es de Adrian es mío —responde ella.
Toda esta dinámica familiar vampírica es retorcida.
—Venid, por aquí.
El grupo se mueve por el borde del palacio hacia la misma zona donde
Adrian y yo fuimos llevados a un garaje semanas atrás. Todos ríen y están
alegres, actuando como si no acabaran de presenciar el brutal asesinato de
una de los suyos. Me cuesta pensar o respirar, sabiendo que mi vida
también está a punto de acabar. Aprieto y aflojo los puños sin saber qué
hacer. ¿Cómo puedo seguir con esto? Me siento como una niña que se
acerca al trampolín por primera vez, sólo que éste es uno de los altos
reservados a los profesionales. No sé cómo voy a salir viva.
Estoy rezando seriamente para que Adrian fuera honesto cuando dijo que
estaba trabajando en una manera de sacarme de esas catacumbas antes de
mi tercer día. Por suerte, estar allí abajo debería ser mejor que intentar
desenterrarme de una tumba de verdad.
Al doblar la esquina del palacio, varios de los sirvientes humanos
disfrazados de médicos de la peste aparecen con más bebidas para
recibirnos en la entrada. La zona está rodeada tres lados por el palacio y
uno por una gran valla dorada. Las estrellas centellean en lo alto.
Levantamos las copas.
—Un adiós de despedida. —Brinda Brisa justo antes de que alguien
grite.
Los humanos médicos de la plaga lanzan sus bandejas a los vampiros.
Se arrancan las máscaras y dejan caer sus largos abrigos, y el tiempo parece
detenerse. Reconozco a varios de ellos; son los cazadores de Nueva
Orleans. Mis cazadores... y mis amigos. Pero no tengo tiempo de
procesarlo demasiado, porque el tiempo vuelve a acelerarse y estalla la
lucha.
Estos cazadores están preparados, con montones de estacas atadas al
cuerpo y ballestas en varias de sus manos. Adrian me agarra y me empuja
hacia atrás.
—Quédate aquí —grita, y sale volando al encuentro de los cazadores.
Las estacas cortan el aire, van directas hacia él, pero las esquiva todas con
facilidad. Es mucho más rápido que el resto.
Hay muchos más humanos de los que he visto nunca. De alguna manera
se han infiltrado en el palacio. ¿Están aquí por mí? No estoy segura de
cómo averiguaron donde encontrarme, pero deben haberlo hecho. Una
parte de mí quiere ir a verlos, que me salven y me rescaten, y alejarme de
Brisa, de Adrian y del resto. Y otra parte de mí quiere gritar que están aquí,
porque no van a sobrevivir a esto. He visto con mis propios ojos lo cruel
que es esta corte... no habrá prisioneros. Es vivo o muerto y eso es todo.
Pero ya están aquí, y si puedo escapar de Versalles, sería estúpida no
aprovechar mi oportunidad. Corro hacia ellos, esperando que alguien me
dé una estaca para poder luchar a su lado. Alcanzo a ver a Seth y me
apresuro hacia él.
—Eh, ¿qué haces aquí?
Me mira con dureza.
—Apártate, no eres nuestro objetivo.
Y luego se va.
Vale, puede que esto no sea una misión de rescate. ¿Pero qué coño? ¿Por
qué me habló así? ¿Se supone que debo quedarme atrás y mirar?
Y ahí es cuando me doy cuenta de lo mucho que van a por Adrian por
encima de cualquier otro. Pensaría que irían a por la reina en persona, pero
no, todos parecen tenerlo a él como objetivo. A medida que la lucha estalla
en sangre y caos, los vampiros caen y los humanos también. Es duro de
presenciar, y daría cualquier cosa por participar.
La cara de Félix aparece mientras la multitud me rodea. Me coge por el
torso y me arrastra hasta el borde de la refriega.
—Tenemos que ponerte a salvo —murmura—. Tienes que salir de aquí.
Una vez fuera de la locura, tengo que preguntar.
—¿Qué estáis haciendo aquí? ¿Están tratando de matar a Adrian?
Me deja bruscamente en el suelo y retrocede. Sus ojos se entrecierran en
pequeñas rendijas y me mira como si me viera por primera vez.
—¿Te acuestas con él?
No sé qué contestar. Mis mejillas se calientan y miro hacia otro lado. Es
todo lo que necesita saber. Da otro paso atrás y suelta un pequeño suspiro.
—Estamos aquí por Tate. Nuestro objetivo es tu novio. Curioso, pensé
que te salvaría en el proceso y podríamos volver a cómo eran las cosas
antes de que desaparecieras.
—Lo siento —susurro.
—¿Has venido aquí voluntariamente? Respóndeme a eso.
—Por supuesto que no. —Sus labios se afinan y mira hacia otro lado, las
manos de nuevo en sus estacas—. ¿Por qué quieres matar a Adrian? Hay
peores vampiros aquí.
Esas palabras vuelven a centrar su atención en mí y me fulmina con la
mirada.
—¿Sabes qué, Eva? ¿Por qué no te salvas tu solita?
entonces, como si yo no fuera nada para él, vuelve corriendo a la
pelea y mi corazón se rompe y todo es culpa mía. Tiene razón y
debería odiarme. Me he vuelto demasiado blanda, demasiado
confiada, cuando mi corazón debería haber permanecido en guardia. Clavo
el pie en la hierba, porque ¿sabes qué? Creía que Félix era mi amigo.
Otro cazador viene hacia mí, con los ojos muy abiertos y enseñando los
dientes.
—¡Tú! ¡Todo esto es culpa tuya! —Me apunta con la estaca, con la
muerte en los ojos.
Preparo mi postura y canalizo mi entrenamiento. Lucharé contra él si es
necesario. Pero no tengo que hacerlo, porque Adrian llega primero y lo deja
inconsciente. Aterriza a un metro de distancia.
—¿Por qué Tate te odia tanto?
—Es una larga historia.
—¿Dónde está Brisa? —pregunto.
—Sus guardias ya la sacaron de aquí. Tenemos que ponerte a salvo a ti
también.
—No lo creo —respondo, con el corazón encogido mientras señalo hacia
el camino. La marea ha cambiado y ha quedado dolorosamente claro que
los vampiros son los más fuertes de los dos grupos.
—¡Muévanse! —grita Félix, y los cazadores despegan, corriendo en la
oscuridad.
Pero los vampiros que quedan están furiosos y hambrientos, y matarán a
quien puedan. ¡No puedo dejar que maten a mis amigos! Me vuelvo contra
Adrian. —Por favor, no dejes que los maten —grito—, por favor, no saben
lo que hacen. Tate les tendió una trampa. No son malas personas.
Él niega con la cabeza... y eso me libera. He terminado con él, con las
mentiras, las manipulaciones y las decepciones. Tengo que tomar cartas en
el asunto. Corro hacia los cazadores, con la esperanza de salvar a quien
pueda. Algo metálico resuena en el aire: una ametralladora. Todos caen al
suelo, yo incluida, y el corazón me late en los oídos. ¿Viene de los
guardias? ¿O de los cazadores? En cualquier caso, esto es todo. Todos
vamos a morir aquí, al pie del palacio.
Los disparos cesan y me descubro la cabeza para encontrar una bala de
plata incrustada en la tierra a escasos cinco centímetros de mi cara.
Recuerdo lo que dijo Tate de que las balas de plata se usaban para frenar a
los vampiros. Mi esperanza aumenta... ¿Significa eso que mis amigos han
escapado? Es difícil esperar estas cosas, cuando la esperanza me ha sido
arrebatada tantas veces antes. Pero cuando miro hacia arriba, veo que la
mayoría de los cazadores se han ido.
No veo a Seth ni a Félix.
Me levanto y deambulo entre los cadáveres de los cazadores que no
sobrevivieron. Cuando veo a Kenton tendido entre los muertos, se me para
el corazón. Tiene la pierna torcida hacia atrás en un ángulo incómodo y los
ojos muy abiertos, fijos en la nada.
No. No no no no. Esto no puede estar pasando.
Quiero caer de rodillas y sollozar, pero Remi está a mi lado y me aparta.
—No te sientas triste, no dejes que nadie te vea triste.
—¿Qué haces aquí?
Pero no tiene respuesta y no puedo evitar preguntarme si ha tenido algo
que ver con este ataque.
—¿Qué eres tú? ¿Eres humana o no? —Le pregunto sin rodeos.
Su cara se apaga y luego se da la vuelta y sale corriendo. Quiero
perseguirla y exigirle respuestas, pero no puedo moverme con Kenton a
mis pies. Los vampiros lo harán pedazos antes de que tenga la oportunidad
de enfriarse.
—La muerte es parte de ser vampiro. —Brisa aparece a mi lado—. Te
acostumbrarás. Ven, no voy a dejar que esto nos disuada de nuestras
intenciones para esta noche.
Parpadeo mientras me conduce hasta un coche, el primero que veo en un
mes, y nos subimos al asiento trasero de cuero afelpado. Al menos no es
uno de los que no tienen ventanas. El otro me pareció una tumba prematura,
pero supongo que es apropiado teniendo en cuenta adónde estoy a punto de
ir. También hay otros coches esperando en el ancho camino de entrada, y
otros vampiros que quedan suben a ellos. Me doy cuenta de que algunos
de los otros novatos me acompañan. ¿Sabían todos lo de esta noche?
¿Sabían que era su último día como humanos y Adrian decidió no
informarme?
Siempre he odiado las sorpresas.
Adrian también sube, y yo me siento entre ellos en la parte trasera del
vehículo mientras nos dirigimos a París. Tal vez esté en estado de shock,
pero no puedo creer que nada de esto esté ocurriendo, ni que los cazadores
acaben de atacar y ahora volvamos a las andadas minutos después.
Versalles está en las afueras de la ciudad, y he estado deseando entrar en
la ciudad misma desde el momento en que el jet tocó la pista. Puede que a
algunos de los miembros de la corte se les haya permitido entrar en París,
no estoy segura, pero a Adrian y a mí se nos ha ordenado quedarnos
quietos. Es una cosa más que puedo añadir a mi larga lista de
resentimientos contra Brisa.
Mientras conducimos por la hermosa ciudad histórica, me recuerda a
Nueva Orleans de noche, y eso me recuerda a mis amigos. Es difícil no
llorar, pero no me lo permito. En lugar de eso, me concentro en las vistas
y sigo señalándome las similitudes de las ciudades. No se trata sólo de la
arquitectura de algunos edificios, sino también de los pequeños grupos de
gente que pasean por las aceras de camino a casa desde las discotecas y los
bares. ¿A quién le importa que haya vampiros de por medio cuando los
vicios están servidos? Es un intercambio horriblemente brillante, y yo estoy
sentada junto al cerebro.
Me siento culpable por haberme metido en esta situación, por haber sido
una tonta. Y ahora hay gente muerta, entre ellos mi increíble, vibrante,
divertido, guapo y alucinante amigo Kenton.
Por un momento, finjo que es de día, que vamos de camino a disfrutar
de la ciudad como cualquier otro turista. Trato de imaginarme las dos
últimas horas como si nunca hubiera ocurrido nada destacable. Si pudiera
elegir, iríamos a los museos, a lo alto de la Torre Eiffel, a pasear por el
tesoro del Louvre, y pararíamos en una panadería o un café para disfrutar
de una comida maravillosa y observar a la gente. Si pudiera tener una
apariencia de vida normal antes de... antes de... antes de... antes de...
Llegamos a una iglesia que reconozco al instante, pero cuyo nombre se
me escapa en este momento. Mi cerebro se ha vuelto borroso porque los
nervios se han apoderado de mí.
—Si los humanos nos hubieran dejado apoderarnos de sus monumentos
antes —dice Brisa—, nunca habríamos permitido que un incendio
destruyera un edificio tan histórico. —Pronuncia incendio como si fuera
una molestia evitable y no un triste accidente—. Siempre me ha gustado
Notre Dame, lo mismo que toda la arquitectura gótica que ahora ha
desaparecido en su mayor parte. Francia es mi hogar. He viajado por todo
el mundo, por supuesto, pero siempre vuelvo aquí. Simplemente no hay
ningún sitio como Francia.
Notre Dame, eso es. Mirarla ahora es como llegar a una iglesia con una
confesión y que me digan que no estoy perdonada. Mis ojos lloran de
nuevo. No puedo llorar delante de ella, y eso lo hace aún más difícil.
Las luces de la ciudad centellean sobre el río negro. Lo que queda de
Notre Dame se cierne sobre nosotros como una oscura montaña gótica, con
gárgolas encaramadas en sus salientes. A través de la bruma de la tristeza,
recuerdo de qué me está hablando: de cómo, hace años, grandes partes de
esta histórica iglesia se incendiaron y ardieron hasta los cimientos. Los
investigadores dijeron más tarde que fue culpa de un cableado eléctrico
defectuoso o incluso de una colilla perdida. En cualquier caso, fue una
tragedia que el mundo entero había contemplado desde sus pantallas de
televisión.
¿Pero de verdad creen los vampiros que pueden evitar algo como un
incendio? ¿Y qué hay de un acto de Dios? ¿Podrían evitar un desastre
natural como la caída de un rayo o la furia de una tormenta?
—Lo has visto todo, ¿verdad? —pregunto entumecida—. ¿Y prefieres
los viejos métodos a los nuevos?
—En cierto modo, sí. —Sonríe con recato. Actúa como si el ataque de
los cazadores no hubiera arruinado su buen humor. ¿Qué le pasa a esta
señora? — ¿Sabes que nunca he hecho mi propia princesa? Sólo he hecho
hijos y los he criado para que sean príncipes poderosos. —Lo sabía, pero
no digo nada. Se queda pensativa mientras continúa—. Algunos dicen que
es porque me pongo celosa de las mujeres, pero en realidad no es por eso,
simplemente me parece que los hombres son mejor compañía.
Trago saliva, no sé qué quiere decir con eso. ¿Está hablando de sexo?
¿Debería ofenderme? ¿Debería agradecer estar en su presencia? Al final,
decido que lo mejor es callarme y dejar que continúe.
—Adrianos lo sabe muy bien. ¿No es así, Adrian?
Obviamente está hablando de sexo y eso me revuelve el estómago. Por
primera vez desde que subimos al coche, me mira a los ojos. La mirada de
dolor en sus ojos no me augura nada bueno.
—Sí, lo sé.
Tres palabras. Es todo lo que dice.
Desvío la mirada.
Entramos en la iglesia con otras treinta personas siguiéndonos. Gran
parte de ella aún está acordonada, pero no importa. Brisa nos conduce a
una escalera y bajamos inmediatamente.
—Hay todo tipo de entradas a las catacumbas de París, pero prefiero ésta.
Me gusta mantener el dramatismo. —Se ríe de sí misma y la mayoría de
sus secuaces también. Desde luego, sabe cómo montar un espectáculo.
Está demasiado oscuro para que los humanos puedan ver, pero yo sí. No
digo nada. Me agarro al brazo rígido de Adrian y actúo como si estuviera
tan ciega como el resto de los humanos. Alguien enciende unas antorchas
y las catacumbas se iluminan con un inquietante y cálido resplandor. Y
como aprendimos en la escuela, los largos pasillos están llenos de huesos
humanos, siglos de esqueletos apilados unos sobre otros en intrincados
patrones. Nunca me he asustado fácilmente, pero este lugar me pone los
pelos de punta.
Brisa y los otros vampiros saben exactamente a dónde van, como si
hubieran hecho esto innumerables veces. Probablemente sí.
—Tenemos un lugar seguro que los cazadores no conocen. —Oigo que
le dice uno de los otros vampiros a su novato.
Trago saliva, y por primera vez rezo para que no aparezcan los cazadores.
No querrían salvarme, no tal y como soy ahora. Me considerarían una de
ellos, una traidora a la humanidad. Y no les culparía.
Pero no vendrán, al menos no los míos. Ya sé que están más débiles que
nunca.
Según mis cuentas, hay ocho novatos. Otros siete humanos que eligen
esta vida... o, mejor dicho, esta vida después de la muerte. Una que se
alargará y alargará y alargará si tienen suerte, llena de aventuras y viajes y
oscuridad y sangre y muerte y respondiendo a alguien que tiene más control
sobre su libre albedrío que incluso ellos mismos. No entiendo cómo alguien
puede firmar voluntariamente para esto. No importa lo que sienta por
Adrian, aun así, no querría esto. Cuando era más joven, leí ese libro donde
la chica le ruega a su novio vampiro que la convierta, donde cumplir
dieciocho años se sentía como una horrible vejez. No lo entendí entonces,
y sigo sin entenderlo ahora.
¿Por qué la gente tiene tanto miedo a la muerte?
No es que desee morir. No es eso. Pero quiero vivir... vivir de verdad.
Quiero vivir una vida plena. Eso significa tomar el sol. Significa disfrutar
de comida y bebida de verdad e ir de vacaciones a descubrir lugares con
cielos azules. Quiero sentir el amor y el desamor y la familia -mis propios
hijos- y el paso del tiempo mientras envejezco.
Nunca pensé que quisiera tener hijos, no en este horrible mundo, pero
quizá algún día los tuviera.
No una familia formada por adultos que se convierten en chupasangres
inmortales, sino familias reales con problemas y alegrías humanas. La
forma en que los vampiros crean sus familias no puede sustituir a la real.
Quiero ser madre, quiero que mis hijos tengan hermanos y, con suerte,
primos y tíos y todo lo que eso conlleva. Todas las cosas que nunca llegué
a tener, esas son las cosas que quiero que mis hijos tengan algún día.
Nunca he pensado demasiado en una vida humana plena, o tal vez he
pasado incontables horas pensando en ello.
Pero ahora todo está a punto de ser me arrebatado, y sólo puedo rezar
desesperadamente para que el plan de Adrian funcione, que estaba siendo
honesto, y que puedo confiar en él. Puedo confiar en él, ¿verdad? Pero
entonces, ¿por qué no me dijo que hoy sería mi último día? ¿Por qué
mantenerlo en secreto?
Él sabía que yo había estado esperando que esto sucediera y que me
estaba impacientando, así que, ¿por qué no me lo dijo? Tal vez sólo quería
estar conmigo. Podría haber esperado a que cediera a mi atracción por él,
pero no creo que fuera tan egoísta.
Llegamos a una zona con varias pequeñas aberturas en las paredes y nos
detenemos. Obviamente son las criptas en las que nos van a meter.
Tomarán nuestra sangre y nos darán la suya. Nos meterán en esa pared y
dejarán que el veneno de vampiro haga su trabajo, y en tres días, cuando
vuelvan a por nosotros, resucitaremos como uno de ellos.
—Aquí es donde se producirá la transformación. —Brisa suena como
una madre orgullosa—. Estamos teniendo cuidado de separaros a todos
porque no podemos permitir que un vampiro despierte antes que los demás.
Digamos que tendréis mucha sed. —Los vampiros se ríen entre dientes y
se me hace un nudo en el estómago. Brisa se vuelve hacia mí—. Y tú,
querida, eres la primera. ¿Estás lista?
No, claro que no estoy lista, pero no tengo elección.
Le sonrío, es tan menuda y hermosa, pero mundana y poderosa. Ojalá
pudiera clavarle una estaca y odio no poder hacerlo. Ella me devuelve la
sonrisa.
—Por favor, querida, conserva tus alas de ángel. Me gustan bastante. Me
parece irónico, ¿no crees? Qué mejor atuendo que el de un ángel para mi
primera princesa.
Parpadeo y la realidad vuelve a su sitio.
—¿Tu princesa?
—Oh, ¿no te lo dijo Adrian? Este acuerdo se hizo hace años. De hecho,
antes de que vinieras. La única razón por la que quería que vinieras era para
poder examinarte y ver si serías digna del título. Lamento haberte mentido
y dicho que sería él quien lo hiciera. Quería asegurarme de que me
gustabas. Además, estaba esperando que te quitara la virginidad. —Arruga
la nariz—. Me desagrada bastante la idea de una vampiresa virginal como
mi hija, sin ofender.
Se me rompe el corazón y me invade la incredulidad. Miro fijamente
entre los dos y Adrian no me ofrece nada. Ni una disculpa, ni ira, ni
arrepentimiento.
Nada.
Y de repente, de la peor manera, conozco la respuesta a mi pregunta
recurrente.
No puedo confiar en Adrian.
Nunca pude.
Y soy una tonta por haberle creído por un segundo. Tuve semanas de
oportunidades para tratar de salir de este lugar y no lo hice porque él me
dio un plan ridículo sobre tener a alguien que me sacara de aquí antes del
tercer día. ¡Qué montón de mierda era eso! Y yo quería creerle, elegí
ignorar la estupidez de su plan porque la verdad era que quería estar con
él. Me estaba enamorando de él, y él jugó con eso a su favor. No soy más
que una estúpida niña para él, alguien a quien utilizar de la forma que él
creyera conveniente para complacer a su reina y cumplir sus propios
planes. Tal vez nunca se volvió contra mí. Quizás vez nunca estuvo de mi
lado para empezar.
Y mi virginidad. Tal vez esa parte es la que más duele, porque le di algo
que Brisa quería que tomara. Nunca le importé. Todo era mentira. Todo.
—¿Me has entregado a tu reina como un premio? —Le pregunto, con un
temblor en la voz que delata mi intento de estoicismo.
—Brisa necesita volver a construir su linaje. Deberías estar agradecida
de que te eligiera a ti —responde, y luego se funde con la multitud de
vampiros que nos rodea. No tiene sentido. Creía que la odiaba. Puede que
sí, pero aun así hizo lo que era mejor para ella antes que lo que era mejor
para mí... lo que me prometió.
—Entonces, ¿serás mi maestra? —Le pregunto a Brisa, aunque ya sé la
respuesta. Soy una incrédula. Soy...
Ella responde extendiendo sus colmillos, agarrándome y hundiendo sus
dientes profundamente en mi cuello.
is extremidades se entumecen y luego se debilitan. Me invade un
dolor atroz, seguido de una euforia exquisita. El éxtasis parece
curarme y enviarme lejos. Un segundo estoy de pie y al siguiente
en el suelo, con Brisa inclinada sobre mí, alimentándose de mí como
probablemente ha hecho antes con innumerables personas, pero para mí es
como enamorarse por primera vez. Le sonrío, disfrutando de cada increíble
segundo. No me importa que su veneno pique porque es maravilloso y
mucho más fuerte que el de Hugo. Tal vez sea porque es la reina y el
vampiro más viejo que existe.
Mis últimos pensamientos corren tan secos como mis venas.
Ya ni la veo, todo está en una niebla, pero mi cuerpo sigue
increíblemente vivo. Es como si cada célula fuera agitada, sacudida,
quemada y transformada por su veneno. Brisa chupa y chupa, bebiendo mi
sangre hasta que mi visión se nubla, los bordes se vuelven negros y todo se
tuneliza. Eso no me gusta, así que cierro los ojos. No grito porque no quiero
que pare. Así que suspiro, dejando que suceda, deseando que suceda, sea
lo que sea.
Pero en algún lugar, de alguna manera, todavía hay una parte de mí que
está luchando contra esto, una parte de mí que es la niña pequeña, que es
la adolescente, que es la mujer adulta. Todas ellas son Eva, y ella está
arremetiendo.
Quiere recuperar su vida. Y quiere a Brisa muerta.
Yo soy esa chica.
Ella soy yo.
Pero también soy esta cosa nueva, esta vampiresa en la que pronto me
convertiré. Brisa se aparta por fin, pero se queda inclinada sobre mí, con
sus ojos ámbar ardiendo como brasas.
—Puedo saborear el veneno de Hugo en ti —susurra en voz baja, con los
ojos cada vez más furiosos. Ella sabía que él iba a tomarme como suya esa
noche, pero no sabía que ya me había mordido. Al menos no lo creo, porque
con ella es muy difícil saber lo que piensa—. Tengo ganas de matarte ahora
mismo. —Se burla mientras sus labios acarician suavemente mi mejilla—
. Pero cuando seas mía, Evangeline, no podrás resistirte a nada de lo que te
pida. Me serás leal a través de nuestro vínculo. Y tal vez ese sea tu castigo.
Porque si me odias, esta transformación te obligará a amarme. —Se echa
hacia atrás y sonríe malvadamente.
Mi mente retrocede lentamente y busco a Adrian, pero no está aquí.
¿Adónde habrá ido en un momento así? ¿De verdad siente tan poco por mí
que me dejaría aquí en mi momento más vulnerable? Pero no, mi momento
más vulnerable ya pasó, y él estuvo allí muy presente. Mi corazón se
derrumba de nuevo. Las lágrimas me arden en los ojos mientras busco las
caras de la gente que me observa. Es un mar de rostros con pretensiones
depredadoras en sus ojos hambrientos, como si pudieran oler lo último de
sangre humana que aún queda en mi cuerpo. Aparto la mirada e intento
incorporarme, pero es inútil. He perdido demasiada sangre. Una vez fui
fuerte, y ahora apenas recuerdo lo que sentí.
Ella me acerca su delgado brazo a los labios y la sangre me llena la boca.
Empiezo a ahogarme e intento apartarme, pero ella es demasiado fuerte y
me sujeta. La sangre fluye por mi garganta y me atraganto con ella durante
un tiempo que parece eterno. Cuando termina, me levanta fácilmente en
sus fríos brazos como si no fuera más que una niña pequeña. A pesar de
que la gano por lo menos diez kilos, su fuerza vampírica es inigualable. Me
lleva a la pequeña cripta y me tumba en una cama plana.
—Duerme ahora, mi chiquitina —me arrulla como una loca—, porque
cuando despiertes, tu pasado no será más que un pesado sueño, y
comenzará tu verdadera vida.
Se aleja y me observa durante un largo rato con una sonrisa de
satisfacción. Es como si estuviera metiendo a su hija en la cama, no
matando a una humana. Esto es sádico. No es lo que quiero. Las lágrimas
salen de mis ojos y corren por mis mejillas, mezclándose con la humedad
de mi cuello ensangrentado.
No. Esto no puede suceder.
No puede dejarme aquí. ¿Dónde está Adrian? ¿Por qué no puedo hablar?
¿Seré capaz de luchar contra esto yo sola? De alguna manera, sé que no.
Un sollozo me recorre mientras algo me quema y me punza las manos.
¿Es el veneno que se abre paso a través de mí? El ardiente dolor se hace
cada vez más intenso y me sube por los brazos.
Brisa da un paso atrás.
Por fin encuentro mi voz.
—¿Qué me está ocurriendo?
—Desde el primer momento en que te vi en persona y tuve la
oportunidad de oler tu sangre, supe que eras diferente, y me emocioné.
Tenías que ser mía. Adrian estuvo de acuerdo.
—¿Por qué? —Mi voz me araña la garganta. El ardor continúa.
Se inclina y me susurra al oído.
—Entre tú y yo, es hora de una nueva generación de hijos reales. Pronto
todos serán reemplazados por hijos e hijas más dignos, incluso mi precioso
Adrianos debe ser sacrificado. Crees que me odias, pero querida, eso
cambiará. ¿No lo ves? Eres exactamente lo que he estado buscando.
Darse cuenta es como una flecha afilada en el pecho. Brisa es quien ha
estado matando a los príncipes... y culpando a todos los demás.
—Pero ¿por qué yo? —La pregunta sigue en pie.
—Porque eres especial. Eres parte de ellos, pero ahora también serás
parte de nosotros. Eres ambas... exactamente lo que necesito.
—No sé de qué me estás hablando. —El dolor se intensifica y grito—:
¡Por favor, detén esto!
Una luz parpadea tan fuerte que mis ojos no pueden soportarla y los
cierro con fuerza. Se oye un grito, el grito de Brisa, y luego más gritos que
no son suyos.
Todos los vampiros, los jóvenes, todos...
Y luego no hay nada.
Y no soy nada.
o sé cuánto tiempo estoy perdida por el fuego. ¿Horas? ¿Días? O tal
vez sólo minutos. Pero estoy allí todo el tiempo, y no sé lo que
significa. El miedo me atormenta durante la eternidad que
permanezco esperando, aterrorizada de estar transformándome en una de
ellos. Si pudiera arrastrarme fuera de aquí, lo haría, pero no puedo
moverme. Finalmente, el ardor se disipa lo suficiente para que pueda abrir
los ojos y no me ciegue la luz. Me miro las manos, pero no hay señales de
quemaduras. Ni siquiera están rojas.
Observo a mi alrededor, esperando que me encierren aquí, ya que ése era
el plan. Ladrillo a ladrillo, nos encerrarían en nuestras criptas como a un
niño en el vientre de su madre hasta que llegara el momento de volver a
nacer. Pero no hay ningún muro que me retenga, y me pongo en pie,
dirigiéndome hacia la entrada. Cuando me asomo, no sé lo que espero, pero
no esto. Porque no es nada... no hay nadie aquí, ni vampiros que nos
vigilen, ni luces, ni antorchas.
Sólo vacío.
Pero puedo verlo todo, cada grieta en los muros empedrados, cada hueso
viejo apilado, cada huella de bota en la tierra, todo. Es como si hubiera
salido a la calle en pleno día en lugar de estar muy por debajo de la ciudad
del amor. No importa... me voy de aquí.
Corro por el pasillo encorvado de huesos viejos y mohosos, vuelvo a la
iglesia y salgo, más rápido que nunca. El sol ya está en el horizonte e
inmediatamente vuelvo a las sombras de Notre Dame. ¿Podría ser ahora?
¿Podría ser esta mi oportunidad de acabar con mi vida ahora en lugar de
empezar una nueva como un monstruo? Siempre pensé que sería capaz de
ofrecerme al sol si esto ocurría, pero ahora que me enfrento a la realidad
de mi situación, no estoy tan segura de ser lo bastante fuerte.
Extiendo una mano tentativa, con un dedo apuntando, preparada para
convertirlo en polvo. Imagino que el dolor será similar al que sentía en la
cripta, o tal vez incluso peor, pero cuando se desliza hacia la luz del sol, no
ocurre nada. La luz envuelve las puntas de mis dedos, igual que siempre.
Salgo despacio el resto del camino y sigue sin pasar nada. Suspiro, aliviada
y los sollozos vuelven a sacudirme el cuerpo. Caigo de rodillas y aprieto la
cabeza contra el pecho, llorando. Nunca he sido muy llorona, pero este
momento es quizá el que más agradezco en toda mi vida. Porque estoy
viva. Estoy aquí. Estoy a salvo. Y sigo siendo yo.
Y en este punto, todo lo que puedo hacer es aferrarme a la esperanza de
que Adrian no me mintió sobre esta cosa tan importante. Afirmó que si no
me quedaba las tres noches podría evitar esta transformación. Gruño para
mis adentros porque, ¿cómo puedo fiarme de todo lo que me ha dicho? ¿Y
cómo pude ser tan estúpida de dejar que me manipulara como lo hizo? Caí
en su trampa voluntariamente. Ha demostrado a quién es leal, y no es a mí.
Suspiro, me pongo en pie y salgo a la acera. Mi transformación no se ha
producido, y me preocupa que tal vez tenga demasiado veneno, tal vez me
mate, pero quizás sea exactamente lo que necesito para liberarme. Mis
sentidos están a tope. Con Hugo, iban y venían, pero ahora que tengo el
veneno de Brisa en mis venas, ardo de poder.
Y es hora de correr.
No hay ni la más remota posibilidad de que vuelva a entrar en esa cripta
o a cualquier lugar cerca de un cementerio nunca más, ni tampoco voy a
acercarme a los vampiros en un futuro próximo. Estoy a punto de
convertirme en una mujer perseguida, supongo. Menos mal que es de día
porque tengo que salir de aquí. Tengo que encontrar una manera de escapar
de París y no volver jamás. ¿Adónde debo ir? ¿Dónde puedo estar a salvo
de ellos? Pueden olerme, eso ya lo sé, pero ¿serán capaces de olerme lo
suficiente como para que no pueda adoptar otra identidad? Porque si me
encuentran, estoy muerta. Puedo luchar y derribaré a todos los que pueda,
pero sé de lo que es capaz Brisa y conozco sus números.
Mi mente se arremolina con posibilidades y entonces caigo en la cuenta:
no puedo volver a Nueva Orleans. Jamás.
Darme cuenta de esto me duele quizás más que cualquier otra cosa. Tal
vez incluso más que darme cuenta de que Adrian me traicionó, me había
ocultado secretos importantes. Sabía que me resistiría al momento en que
su reina me transformara, y por eso nunca dijo una palabra. Lo sabía, y no
hay nada que pueda hacer o decir para que lo perdone. He terminado de
confiar en los vampiros, y he terminado con él.
Mis manos siguen ardiendo, pero no se escapa ninguna luz de ellas.
Recuerdo lo que vi con aquella luz cegadora, sin querer admitirlo, pero
forzándome a hacerlo de todos modos. Las palmas de mis manos
desprendían luz, la luz más brillante que he visto nunca. Me aprieto las
manos al pensarlo, deseando que se enfríen. Quizá encuentre un lugar
donde pueda sumergirlas en el río. La acera en la que estoy es ancha y se
extiende por kilómetros. El río está abajo, pero es inalcanzable desde aquí.
Sigo caminando. Paso a paso. Primero, mojarme las manos y enfriar la
quemadura. Segundo, salir de aquí y encontrar un lugar seguro donde
esconderme. Y, por último, averiguar qué me está pasando.
Un pequeño deportivo descapotable rojo con la capota hacia atrás se
detiene a mi lado. La cara que me mira desde el asiento del conductor me
hace detenerme sorprendida. No sé quién esperaba encontrarme. ¿Félix, tal
vez? Pero vi la expresión de su cara, nunca me perdonará lo que hice con
Adrian. En mis semanas en Versalles, no dejaba de imaginar a mis amigos
sacándome del palacio. Qué idiota fui al abandonarlos. Cuando más me
necesitaban, fui inútil. Y Kenton pagó el precio más alto.
No, no son ellos sonriéndome, y nunca volverán a serlo.
Es Leslie Tate.
—Entra, Eva —dice cansado—, tenemos mucho de qué hablar.
Doy un paso atrás, a punto de saltar al río para alejarme de él. Lo último
que necesito es otro hombre dispuesto a utilizarme para sus propios fines.
—¿Los enviaste allí? ¿Fue cosa tuya?
—Lo habrían hecho con o sin mi ayuda.
—¿Cómo iban a saber dónde buscar? Entraste en la suite de Adrian la
noche del ataque. ¿Qué te llevaste?
—Acompáñame y te lo diré.
Le fulmino con la mirada.
Él resopla.
—Escucha, la toma de Versalles por Brisa es noticia internacional. En
cuanto tus amigos se dieron cuenta de que era allí donde probablemente
estarías, acudieron a mí. No al revés.
—He terminado contigo —gruño, y empiezo a andar de nuevo. Él
conduce a mi lado y yo sigo hablando—. Mira, sé que eres algo diferente,
¿vale? Sé que estabas dispuesto a masacrar a mis amigos para llegar a
Adrian. Y eso me dice todo lo que necesito saber sobre alguien como tú.
—Entra en el coche, o te obligaré a entrar —me replica—, esto no es una
negociación.
—No puedo confiar en ti. —Me rio maníacamente—. Ya puedes
largarte.
—Créeme, Eva, no puedes fiarte de nadie. Pero eso no es lo importante
ahora. Ahora mismo, tenemos que ponerte a salvo, y sé cómo hacerlo.
—Puedo cuidarme sola.
Otros vehículos le rodean y algunos tocan el claxon. Es lo bastante
temprano como para que no ralentice demasiado el tráfico, pero intenta
decírselo a los taxis. No es que a él le importe.
—¿No quieres saber lo que eres? —grita—. ¿No quieres saber lo que te
pasa?
No le miro a pesar de que despierta mi interés. Abro y cierro las manos,
pero ya sé que la luz ha desaparecido. Mis manos están normales, y quizá
sea bueno que él no haya visto lo que yo vi en esa cripta.
O quizá todo esté en mi cabeza. Tal vez fue algún tipo de alucinación
por el fuerte veneno de Brisa. Pero no... eso no puede ser. ¿Por qué yo no
estaba sellada en esa cripta? ¿Por qué Brisa respondió con palabras sobre
quién era yo? ¿Por qué cuando ese pinchazo ocurrió en mis manos, le siguió
el destello de luz? Y luego los gritos. Y después nada.
Me detengo en seco con un grito ahogado.
¿Será posible? ¿He matado yo a los vampiros? ¿Qué tipo de luz emití ahí
abajo?
Y si ella está muerta, entonces los vampiros del mundo están ahora
sujetos a quienesquiera que sean sus más altos amos en las líneas de sangre,
amos que podrían querer lastimar a los humanos mucho más de lo que ella
jamás lo hizo. Y si se corre la voz de lo que hice, me convertiré en la
persona más buscada del planeta Tierra.
Por una vez, espero que un vampiro esté vivo y bien...
Me detengo y me acerco a Tate, inclinándome sobre el borde del coche.
—¿De verdad puedes ayudarme?
—Sí, puedo ayudarte. Ahora, por favor, Eva, entra porque no tenemos
mucho tiempo.
No tengo adónde ir.
Nadie más que él está dispuesto a ayudarme.
Y sobre todo, necesito respuestas.
Así que, en contra de mi buen juicio, hago lo que me dice, abro la puerta
del coche y me meto en el asiento del copiloto. Se aleja a toda velocidad
antes de que pueda abrocharme el cinturón. El aire me revuelve el pelo,
que ya está casi suelto. Y mi maquillaje debe de ser un desastre. Y mi
vestido está roto y ensangrentado. Aún llevo puestas las alas de ángel. Echo
la mano hacia atrás, las arranco del vestido y las tiro. Que se las quede otro
o que sean basura, pero no quiero volver a verlas.
Mientras nos alejamos de la ciudad, nos sentamos en silencio, sin
escuchar nada más que el viento. Conducimos y conducimos, una carrera
contra el sol. Y de algún modo, en el fondo, sé que me está llevando a un
lugar al que he estado esperando ir toda mi vida, porque sea lo que sea Tate,
también debe ser lo que yo sea. No quería afrontarlo, pero explica por qué
nunca fui capaz de ver mi propia aura, por qué los vampiros se interesaron
tanto por mí, por qué Remi me hizo aquel guiño, por qué Brisa dijo lo que
dijo antes de que la luz se apoderara de mí.
Sus últimas palabras resuenan en mi mente: Porque eres especial.
Porque eres ambas.
¡Asegúrate de prepararte para Wicked Sun! Y gracias por leer Cruel
Stakes: espero que hayan disfrutado de esta historia. La escribí durante una
de las épocas más duras de mi vida, y encontré mucha evasión en este
mundo y con estos personajes. Gracias a los fans de la serie por mantener
esto vivo y el impulso. Os quiero mucho por lo que habéis hecho por mí.
Feliz lectura,
Nina
Gracias a mi editora Ailene Kubricky, a la diseñadora de portadas Yocla
Book Designs, a las correctoras Sarah Mostaghel, Kate Anderson y Cassie
Buethe, al equipo de ARC y a todos los lectores por hacer esto posible.
Gracias a mi marido Travis y a mi madre Karren por todo lo que hicieron
por mí en un momento tan difícil. Estoy más que agradecida por el amor y
el apoyo de todos.
Nina Walker escribe novelas románticas paranormales, fantasía urbana,
fantasía distópica y mucho más. Cruel Stakes es su decimocuarta novela.
Vive en el sur de Utah con su marido, dos hijos y tres mascotas. Le encanta
pasar tanto tiempo al aire libre explorando el mundo real como explorando
la brillante imaginación de otros autores
1: Detrimento: Daño moral o material en contra de los intereses de alguien o uno mismo.

2: Salero: Se refiere a su gracia natural, su alegría, y también hace referencia a la sal de la vida,
cuando anteriormente dice lo de salada de 18 años.

3: Muscle cars: Automóvil de tamaño medio o grande con rasgos deportivos y cualidades muy
llamativas, con un motor muy potente y un precio de compra relativamente barato.

4: Sims: Serie de videojuegos de simulación social. Diseñar y construir es parte de la gran


experiencia que permite diseñar y decorar una casa desde los cimientos.

5: 500 Fortune: “La Lista Fortune 500”, es una lista publicada de forma anual que presenta las
500 mayores empresas estadounidenses de capital abierto a cualquier inversor según su volumen de
ventas.

6: Per se: ‘por sí mismoʼ o ‘en sí mismoʼ.

7: CW: The Cw Television Network, cadena de televisión estadounidense llamada así al estar
conformada por las iniciales de CBS y Warner Bros.

8: Hacer la pelota: Alabar o tratar de agradar a una persona con el único objetivo de conseguir
un favor o un beneficio.

9: Combinación: Ropa interior femenina.

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