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TRADUCCIÓN
ZD

CORRECCIÓN 3

SHURA

DISEÑO
MORGANA

EPUB
SHURA
INDICE
Mensaje de OBSESIONES AL MARGEN
Staff
Índice
Título
Argumento
Capítulos
1. Presente 2. Pasado
3. Presente 4. Pasado
5. Presente 6. Pasado
7. Presente 8. Pasado 4

9. Presente 10. Pasado


11. Presente 12. Pasado
13.Presente 14.Pasado
15. Presente 16. Pasado
17. Presente 18. Pasado
19. Presente 20. Pasado
21. Presente 22. Pasado
23. Presente 24. Pasado
25. Presente 26. Pasado
27. Presente 28. Pasado
29. Presente 30. Pasado
31. Presente 32. Pasado
33. Presente 34. Pasado
35. Presente 36. Pasado
37. Presente 38. Pasado
39. Presente 40. Pasado
41. Presente 42. Pasado
43. Presente 44. Presente
45. Presente 46. Presente
47. Presente
Seis meses después
Sobre el autor

5
HIJA
DE LA
6

OSCURIDAD

JULIANA HAYGERT
ARGUMENTO

Ella está destinada a matar a un demonio.


Él es enviado para protegerla.
Uno de ellos está a punto de fracasar...

Pasó siglos en la oscuridad...


Después de pasar 300 años en el inframundo como castigo,
los dioses llaman al guerrero Devon para que tenga la oportunidad
de corregir su error y ganar su redención. Pero hay un problema:
los dioses no le dirán los detalles de su misión. Se supone que debe
sufrir mientras trata de descubrir qué hizo mal en el pasado y
arreglarlo en el presente. 7

Todo lo que Kenna siempre quiso fue ser dueña de su propia


vida y destino. Pero por ahora todo lo que puede hacer es huir del
mal que quiere reclamar sus poderes
... hasta que ella vino ...
Cuando Devon se enreda sin querer en la vida de su nueva
vecina, no puede evitar sentir que está más cerca de su propósito.
Cada momento que pasa con Kenna lo confunde, y cada vez que la
toca, vislumbres del pasado, de su misión fallida, regresan para
atormentarlo.
... y le mostró la luz.
La oscuridad se acerca y, con la ayuda de Kenna, Devon
necesita juntar las piezas del rompecabezas antes de que falle
nuevamente en su misión y el mal consuma el mundo.
Solo que esta vez, está seguro de que no será el único
condenado.
HIJA DE LA OSCURIDAD

Esta es una obra de ficción, de fantasía, y no pretende ser


históricamente exacta.
Que la disfrutes.

8
1
PRESENTE

Devon

9
HABÍA LUCHADO contra demonios y fantasmas y todo tipo
de seres malignos, pero los humanos se llevaron el trofeo al más
horrible de todos ellos.
Desde mi lugar bajo el oscuro toldo de la pérgola de la plaza
del pueblo, jugué con el anillo que colgaba de mi cuello y observé
cómo un grupo de jóvenes, de no más de dieciocho años, cruzaba
sigilosamente la calle de la plaza en dirección a la vieja tienda de
música.
Un suspiro pasó por mi garganta.
Estos malditos chicos. Los conocía a todos. Sabía sus
nombres. Conocía a sus familias, a qué escuela asistían y qué clases
suspendían. También sabía que estaban borrachos como cubas y
que acababan de hacer una apuesta para ver quién robaba más
discos de vinilo de la tienda antes de que sonara la alarma y
tuvieran que huir; ya lo habían hecho antes.
Malditos bastardos.
El dueño de la tienda era un anciano cuya única pasión en la
vida desde que su esposa durante cuarenta años murió no hacía ni
un año, eran sus putos vinilos. Y, aun así, pensaban que esto era
una broma.
Intenté mantenerme al margen del drama de este pueblo de
mierda, pero ciertas cosas, como que los adolescentes se metan con
un anciano y su medio de vida, no podía dejarlas pasar. Exhalando
por la nariz, me metí el anillo dentro de la camisa y salí de las
sombras.
Una figura apareció frente a mí.
—Ryder. —Miré la hora en mi teléfono—. Llegas pronto.
El guerrero, vestido con su armadura negra y con su espada
envainada atada a la espalda, se encogió de hombros.
—Terminé mi misión anterior más rápido de lo esperado.
Estaba presumiendo. Le odiaba. No por presumir, sino porque 10
a él se le asignaban múltiples misiones, mientras que a mí me
tocaba resolver un acertijo.
—Sigamos con esto. —dijo—. El informe, Devon.
—Sí. —Miré por encima de su hombro a los adolescentes que
se preparaban para romper la ventana—. Vuelvo enseguida.
Esquivé al guerrero y corrí, más rápido de lo que cualquier
humano podría, y alcancé a los cuatro adolescentes cuando uno de
ellos -Paul- levantaba la mano, dispuesto a lanzar una piedra contra
la ventana de cristal.
—No lo creo. —Le cogí el brazo y se lo retorcí a la espalda.
Paul gritó y dejó caer la piedra.
—¡Suéltalo, hombre!
—¿Qué coño crees que estás haciendo?
—¡Amigo, cálmate!
Doblé más su brazo y él gritó.
—Si quieres que tu brazo siga unido a tu cuerpo, te sugiero
que olvides esta estúpida idea.
—Sólo nos estábamos divirtiendo. —Ladró Paul, con la voz
temblorosa por el dolor.
La furia recorrió mis venas, y fue todo lo que pude hacer para
no romperle el brazo allí mismo. ¿Diversión? ¿Llamó diversión a
destruir una tienda y provocarle un ataque al corazón a un anciano?
Le doblé la muñeca y lloró de dolor.
—Suéltalo, hombre. —gritó John. Levantó los puños—.
Suéltalo o te daré una patada en el culo.
No pude evitarlo. La risa, hueca y oscura, burbujeó entre mis
labios.
—En tus sueños.
John avanzó hacia mí. En serio, no lo entendí. El pequeño
bastardo estaba borracho y apenas podía dar un puñetazo. ¿Por qué 11
hacer el ridículo?
Veloz como el viento, me moví, dejando caer a Paul en la
acera, su estómago golpeando el pavimento con fuerza, y bloqueé
el débil puñetazo de John con mi muñeca. Giré mi mano, agarrando
la suya a su vez, y tiré de él hacia delante. Tropezó y cayó junto a
Paul. Miré fijamente a los otros dos chicos.
—¿Quién es el siguiente?
Los dos temblaron, su mirada se desvió hacia algo que estaba
sobre mi hombro. ¿Qué demonios? Seguí su línea de visión.
Ryder, con su armadura completa de guerrero y sus armas,
estaba justo detrás de mí, con los brazos cruzados sobre el pecho.
Aunque éramos de la misma altura, sus hombros eran más anchos
y, con el ceño fruncido, era fácilmente un hijo de puta que daba
miedo.
Luché contra el impulso de poner los ojos en blanco y volví a
mirar a los chicos. Los otros ayudaron a John y Paul a levantarse y
salieron corriendo.
—Eso debería mantenerlos alerta. —afirmó Ryder.
—Los humanos no están acostumbrados a ver a los guerreros
vestidos de gala, Ryder. Ni siquiera saben que existimos.
—Lo sé, pero funcionó, ¿no? Salieron corriendo.
—Los habría hecho correr con o sin ti. —Recogí la piedra que
habían cogido y la volví a poner en el parterre del borde de la
acera—. Sólo espero que no les cuenten a sus padres lo del bicho
raro con las espadas que anda por el pueblo.
Ryder se encogió de hombros.
—No me importaría.
—Por supuesto que no. —Los guerreros se revelaban a los
humanos sólo si era necesario, pero en realidad, debíamos fingir
ser humanos, como hacia yo—. Pero me importa a mí. El padre de
Paul es el director del banco. Trato con él para mi cuenta e
inversiones. Y la madre de John trabaja en la biblioteca. Ella sabe 12
quién soy.
—¿Lo sabe?
Me quejé. Ryder había sido un buen amigo durante la mayor
parte de mi vida, pero a veces le gustaba molestarme.
—Ya sabes lo que quiero decir. Creen que me conocen.
Me habían trasladado a esta maldita ciudad hacía unos dos
años, y no creía que ninguno de los ciento veintitrés residentes
supiera realmente mucho de mí. Pero yo lo sabía todo sobre ellos.
Sabía todos sus nombres, edades, ocupaciones, afiliaciones. Si no
habían nacido aquí, sabía por qué habían venido a este pueblo
adormecido. También conocía su historial médico y criminal. Aquí
vivía gente muy jodida.
Y yo era el peor de todos ellos.
Para la gente del pueblo, yo era un huérfano rico de veintiún
años con una afición por la soledad. En realidad, su tranquilo
vecino llevaba vivo más de quinientos años, si se cuentan los
trescientos y pico que pasé en el infierno.
El tiempo no existía en el infierno. Ni el día, ni la luz. Sólo el
dolor. El sufrimiento. Miseria.
Todo por una misión fallida que no recordaba.
—Lo sé, lo sé. —contestó.
Dejé escapar un suspiro.
—Muy bien, estás aquí por tu maldito informe, ¿no?
—Sí, pero...
—No hay nada nuevo de que informar —espeté—. Nada ha
cambiado. No he visto nada, no he sentido nada, no he descubierto
nada. Este pueblito de mierda es aburrido y ni siquiera aparece en
el mapa o en el GPS. Ni siquiera los demonios menores vienen
aquí. Para ser honesto, estar aquí parece otro castigo de los dioses.
—Sabes que no es así. Si quisieran que sufrieras, te habrían
dejado pudrirte en el infierno.
13
Hice una mueca. Ambos sabíamos que los guerreros no se
pudrían, lo que significaba que podría haber pasado la eternidad
sufriendo en el infierno si los dioses lo hubieran querido.
—Pero sacarme del inframundo hace diecinueve años y
abandonarme en este lugar sin siquiera una instrucción de lo que
debería hacer es mucho mejor.
—Al menos no te están torturando... —Sus palabras murieron
cuando le lancé una mirada fulminante—. Además, sí te dieron
instrucciones. Arregla lo que salió mal y no falles esta vez.
El problema era: ¿Qué había salido mal? ¿Cómo había
fallado? ¿De qué misión se trataba? Los dioses no tan
misericordiosos borraron todos mis recuerdos relacionados con esa
misión fallida cuando me sacaron del infierno. No recordaba ni un
solo momento, ni una sola acción. Apenas sabía cuándo había sido
y dónde. No es que ayudara saber cuándo y dónde. No era como si
el historial de misiones de un guerrero estuviera disponible en un
libro o en un ordenador.
Pero el guerrero que estaba frente a mí lo sabía. Lo sabía todo
sobre esta maldita misión, pero no podía decírmelo. Los dioses
prohibían a los otros guerreros ayudarme.
—Ese es mi informe. —afirmé, con un tono duro—. Vuelve
dentro de cinco años. Estoy seguro de que nada habrá cambiado
para entonces.
Me giré y me alejé.
—Devon, no seas así.
Tenía toda la intención de ignorar a Ryder, pero cuando un
escalofrío rozó mi piel, enviando una perturbación a través del aire,
me detuve y miré por encima del hombro.
—¿Sentiste eso?
Él sacó su espada.
—Sí, lo sentí.
14
El frío se extendió, trayendo pesados y aceitosos zarcillos de
oscuridad.
—Demonios. —susurré.
En un abrir y cerrar de ojos, mis ropas humanas normales -
vaqueros oscuros y polo- habían desaparecido, sustituidas por la
gruesa armadura de cuero oscuro del guerrero, y mi espada atada a
la espalda. Con pasos cautelosos, Ryder y yo regresamos a la plaza
principal. La oscuridad era espesa y se acercaba a nosotros. Él hizo
girar su espada en la mano.
—Prepárate.
Desenvainé mi espada.
Medio segundo después, los pequeños cabrones saltaron de
las sombras, justo hacia nosotros. Docenas de demonios menores
en forma de serpientes negras de sombra. Algunos eran tan
pequeños como mi antebrazo; otros medían dos metros.
Giré mi espada en un amplio arco, alcanzando a la mayoría
de ellos de un solo golpe. Las serpientes explotaron en bocanadas
de humo oscuro que se disolvieron en el cielo nocturno. Unas
cuantas más se deslizaron desde las sombras, acercándose a
nosotros desde el suelo. Siseaban con sus lenguas bifidas, como si
se burlaran de nosotros. Lo único que quería hacer era pisotearlas
y acabar con ellas. Matarlos con las espadas mientras se deslizaban
por el suelo no era la lucha más práctica.
—Odio estas cosas.
—Yo también. —concordó Ryder, y clavó su espada en el
suelo, atravesando la cabeza de una serpiente—. Pero al menos son
lo más bajo del escalón.
Es cierto. De todos los demonios que existían, las serpientes
eran las más débiles.
Una de las serpientes se abalanzó sobre mí, con la boca
abierta y los dientes afilados preparados. Me hice a un lado, pasé
por encima de su cuerpo viscoso y le corté la cabeza. Se convirtió
en humo a mis pies. Levanté la vista, dispuesto a dar más tajos, 15
pero lo único que sentí fue que la oscuridad se retiraba.
Fijé una mirada estrecha en Ryder.
—¿Qué coño ha sido eso?
—No lo sé. —Sus ojos recorrieron la zona, como si esperara
otro ataque sorpresa—. No era normal.
Asentí con la cabeza. Llevaba casi dos años en esta ciudad y
nunca me había encontrado con ningún demonio. Ni siquiera
serpientes de sombra. Eran débiles y se sentían atraídos por lugares
malvados y oscuros, como el callejón de un mal barrio de una gran
ciudad. Se pegaban a las sombras hasta que los humanos se
acercaban a ellas y se convertían en sus víctimas.
—Los demonios tipo serpiente no atacan así.
Él envainó su espada.
—No, no lo hacen.
La presión y el frío de la oscuridad se disiparon, pero una
sensación de asfixia flotaba en el aire. No me gustaba.
—Algo está definitivamente mal.

Makenna

NO IMPORTABA lo lejos que corriéramos o lo rápido que


lo hiciéramos, él siempre nos encontraba. Siempre nos encontraría.
Lo sabía con tanta fuerza como mi corazón latía dolorosamente
contra mi pecho.
Miré más allá de la gruesa cortina verde oscura hacia el
aparcamiento de abajo. Yo había argumentado en contra de 16
quedarme en moteles de carretera, y Cecilia nunca me escuchaba.
—Deja de obsesionarte, Makenna. —dijo, con un tono
demasiado ligero para la ocasión—. Necesitamos una buena noche
de sueño. Sólo... para, y ven a descansar.
Miré por encima de mi hombro y la vi mullendo las
almohadas de una de las camas de matrimonio.
¿Era esta la vida que pretendía para nosotras cuando nos
escapamos? ¿Qué quería para nosotras? Habíamos estado huyendo
y escondiéndonos sin parar durante casi dos años, y cada vez que
nos establecíamos durante más de medio día, nos encontraba. No
podía negar que era mejor que sufrir en sus manos, cumpliendo sus
órdenes sin poder elegir, pero estaba jodidamente cansada de huir.
Mis únicas opciones eran sufrir o huir. A veces, sólo a veces, me
preguntaba si no estaría mejor muerta.
La última vez que nos detuvimos durante más de doce horas,
nos había encontrado. Tuvimos que luchar para escapar. Tuvimos
que matar. Se me revolvió el estómago al recordar la sangre, las
vísceras, la oscuridad. Un rastro oscuro quedaba detrás de mí
dondequiera que fuera.
—¿Cómo puedes descansar cuando sabes que nos atacarán
pronto? —pregunté, con veneno en mis palabras.
Esperaba que Cecilia arremetiera contra mí, pero era
demasiado dulce para eso, demasiado tranquila. Podía contar con
los dedos de la mano las veces que había perdido la compostura, y
esas habían sido durante los momentos más horribles de nuestras
vidas. En cambio, ella soltó un largo suspiro y cruzó la habitación
para colocarse frente a mí. Apoyó sus manos en mis hombros y me
miró.
—Por favor, ten un poco de fe. —Fe. Era un concepto tan
extraño viniendo de ella. ¿Cómo podía creer en la fe? Sus cálidos
ojos marrones centellearon—. Hemos estado en la carretera durante
mucho tiempo. No hemos dormido en casi cuarenta y ocho horas.
Necesitamos dormir.
17
Otra vez. Se olvidó de decir otra vez. Cuando nos escapamos
por primera vez, destrozamos el segundo coche que robamos.
Ahora, sabíamos dos cosas: Una, que teníamos que hacer
descansos, aunque fueran siestas de una o dos horas bajo un árbol
sombreado, y dos, que no podíamos quedarnos con un coche
robado más de medio día.
Como no teníamos documentos, y apenas dinero en efectivo,
no podíamos comprar un coche. Así que los robábamos, los
tomábamos prestados, como le gustaba decir a Cecilia. Cogíamos
los coches, los usábamos durante unas horas y luego los dejábamos
donde los encontrara la policía y los devolviera a sus dueños.
—Bien. —Solté, aunque ambas sabíamos que no me relajaría,
no hasta que el cansancio ganara y me desmayara en la cama.
—Bien. —Me acarició la mejilla y, por alguna razón, el gesto
me recordó a una madre. A veces, pensaba en ella como una madre.
No era sólo mi amiga. Cecilia era, en cierto modo, la madre que no
recordaba—. Voy a tomar una ducha rápida .
Me limité a refunfuñar mientras ella se alejaba y cogía la
bolsa de lona con las únicas cosas que teníamos: unas cuantas
mudas de ropa y artículos de aseo. Una vez más, pensé en el tipo
de vida que estábamos viviendo, en el tipo de vida que tendríamos
en el futuro. ¿Llegaríamos a escapar de él? Esperaba que lo
hiciéramos, pero no tenía fe en ello.
Miré hacia atrás. Ella estaba de pie frente al espejo del baño,
con la puerta entreabierta, y desde donde yo estaba, pude ver cómo
se quitaba la camisa. Me estremecí al ver las cicatrices que cubrían
su espalda y sus hombros. Varias marcas largas grabadas para
siempre en su piel. Ella había sido secuestrada años antes que yo,
pero había visto cómo le infligía la mayoría de esas cicatrices.
Había llorado mientras se desangraba en su cama más tarde, su
respiración entrecortada me hacía temer que muriera.
Pero a pesar de su corazón bondadoso y su comportamiento
tranquilo, Cecilia era una luchadora. Si no hubiera sido por su
meticulosa planificación y espera, nunca habríamos escapado. Al 18
menos, no vivas. Aunque mi libertad fuera otro tipo de prisión, se
lo debía todo a ella.
Bajé la mirada.
Y fue entonces cuando lo sentí.
Los zarcillos de la oscuridad extendiéndose como garras,
agarrando la tierra, y avanzando y profanando todo a su paso.
Me congelé. Cerrando los ojos, abrí mis sentidos y sentí la
oscuridad, espesa y lenta. No era la oscuridad de los demonios, por
desgracia.
Era su oscuridad.
Slater no había venido personalmente. Estaba segura de ello,
pero la oscuridad que ahora rodeaba el motel había sido enviada
por él junto con sus hombres.
Me impulsó a actuar.
—¡Cecilia! —grité mientras recogía mi chaqueta, mi cartera
y mi teléfono de la cama.
Sujetando su camisa sobre el pecho, asomó la cabeza por la
puerta del baño, con su largo cabello castaño cayendo como una
cortina alrededor de sus hombros.
—¿Qué?
—Están aquí.
Su rostro palideció.
—Mierda.
Se volvió a poner la camisa, se subió la cremallera de los
pantalones y se metió los pies en las botas.
—¿Cuántos minutos tenemos?
La oscuridad se acercaba más rápido ahora.
—Dos, tres como mucho.
Sus manos temblaban mientras se recogía el pelo en una
coleta. 19

—No hay tiempo para correr.


Yo no era mucho mejor que Cecilia, pero fingía que era
mejor. De alguna manera, pude disimular los temblores que me
recorrían el cuerpo. Cogí la bolsa de lona y me la colgué de los
hombros.
—Podemos huir, después de aturdir a unos cuantos.
—Nosotras. —resopló—. Como si yo pudiera hacer mucho
contra ellos.
Sabía que odiaba cuando nos enfrentábamos a los hombres de
Slater o a los demonios, porque ella no podía hacer más que unos
pocos movimientos de defensa personal que había aprendido hacía
mucho tiempo. Aparté esos pensamientos y me concentré.
—¿Lista?
Con los ojos brillantes de determinación, asintió.
—Preparada.
El poder zumbaba en mis venas, como si lo hubiera
despertado la oscuridad que nos rodeaba. Extendí las manos a los
lados y empujé mi poder hacia las luces de la habitación del motel.
Las bombillas parpadearon y se apagaron. Me aferré a la oscuridad,
creando una mortaja sobre nosotras. Nos apoyamos en la pared
junto a la puerta y esperamos.
La puerta se abrió de golpe y un puñado de hombres -todos
vestidos de negro, con un colgante de plata con una serpiente
enroscada en el cuello- irrumpieron en la habitación. Envié la
oscuridad, espesa y palpable, hacia ellos. Como la niebla, el negro
los rodeó, manteniéndolos perdidos en una nube de confusión.
Cecilia y yo corrimos.
Dos hombres esperaban fuera de la habitación. Uno se
abalanzó sobre ella. Ella le agarró la muñeca, la retorció y la dobló
hacia fuera. El hombre gritó y se inclinó hacia delante para quitarse
la presión de la muñeca. Cecilia le dio un rodillazo en la cara y lo
20
soltó. El hombre cayó al suelo.
El otro se acercó a mí, pero no me tocó. Sabía de lo que era
capaz. Como si eso fuera a detenerme.
Ordené a la oscuridad de la esquina de la pared, del espacio
bajo las escaleras, del cielo nocturno, que lo rodeara. La oscuridad
giró hasta crear un tornado que se enroscó alrededor del hombre.
—¡Corre! —grité, soltando mi poder.
El tornado hizo girar al tipo de cara a la pared y cayó al suelo,
inconsciente.
Bajamos los escalones de la escalera exterior de tres en tres.
Nos detuvimos en el aparcamiento. Habíamos abandonado nuestro
anterior coche a unas pocas manzanas de distancia, y teníamos
planes de conseguir otro en cuanto estuviéramos listas para salir.
Como de costumbre, nuestra parada no fue según lo previsto y
ahora estábamos sin coche.
A menos que...
Miré el todoterreno que el lacayo de Slater había conducido
hasta aquí.
—¡Sube!
—Pero ese es su coche.
—Lo sé, pero no podemos ser exigentes ahora mismo. —Me
deslicé en el asiento del conductor—. ¡Vamos!
Gimiendo, corrió alrededor del todoterreno y se metió dentro.
—No me gusta esta idea.
—¡Es la única que tenemos! Nos desharemos del coche más
tarde, pero primero tenemos que salir de aquí.
Puse el todoterreno en marcha atrás mientras el grupo de
hombres salía de nuestra habitación en el segundo piso.
—¡Espera! —gritó uno de ellos.
Oh, sí, como si fuera a hacerlo. 21

Pisé el acelerador, los neumáticos se despegaron del


pavimento, y corrimos por la carretera. Condujimos durante unos
quince kilómetros por la autovía de las afueras de la ciudad antes
de permitirnos respirar de nuevo con normalidad.
—Ha sido inesperado. —dijo Cecilia, apoyándose en el
asiento del copiloto y relajándose un poco.
Mis nudillos se volvieron blancos mientras agarraba el
volante.
—Sabes que no lo fue. Me lo esperaba.
—Lo sé. —susurró ella.
Mis ojos se dirigieron al espejo retrovisor por enésima vez,
segura de que pronto vería un coche o un todoterreno
persiguiéndonos. En cambio, lo único que había detrás de nosotras
era la luz de la luna que se reflejaba en las marcas de la carretera.
Respiré profundamente, soltando mi agarre mortal al volante, e
inmediatamente sentí que los músculos de mis hombros se
desencajaban.
Por ahora, estábamos a salvo.
Al menos hasta que nos encontrara de nuevo.

22
2
PASADO

Devon

EL GUERRERO SE APOYÓ en el borde del tejado,


23
contemplando las calles vacías. A esta hora de la noche, el pueblo
dormía en su mayoría, salvo los clientes habituales de la taberna. A
pesar del toque de queda impuesto desde que comenzaron los
ataques, un par de hombres seguían saliendo a hurtadillas a beber.
Uno de ellos sería la próxima víctima, él estaba seguro.
No tuvo que esperar mucho para que dos hombres salieran a
trompicones de la taberna, tropezando con sus propios pies. Sus
risas resonaban en la noche. La guardia del pueblo seguro que los
oiría, pero no antes de que les ocurriera algo.
Como una sombra, el guerrero saltó del tejado y los siguió.
Uno de ellos llegó a su casa no más tarde de dos minutos. El
afortunado bastardo tropezó con el umbral al empujar la puerta,
cayendo al suelo de su casa. Se arrastró hasta la habitación poco
iluminada y cerró la puerta de una patada tras de sí.
El segundo se tambaleó varias casas más abajo, y luego giró
hacia un callejón. Ni cinco segundos después, el guerrero lo sintió.
El cambio en el aire, la espesura y el frío que envolvían la zona, el
mal acercándose.
Un demonio de cuerpo largo y gris, ojos negros y colmillos
afilados se materializó en medio del callejón, a pocos metros del
tipo. Los ojos del borracho se abrieron de par en par y un grito de
sorpresa se le quedó atascado en la garganta. Dio un paso atrás para
retroceder y cayó de culo, mirando al demonio.
El guerrero se echó la mano a la espalda y la desenvainó, la
empuñadura negra descansaba cómodamente en su palma.
El demonio avanzó hacia el borracho.
El guerrero se precipitó desde las sombras y atravesó el torso
del maligno ser con su espada, cortando su pecho. La criatura soltó
un aullido de dolor y rabia. No había muerto, pero hizo
exactamente lo que quería: desvió su atención hacia él, dejando
solo al borracho.
—Corre. —Le ordenó.
Tardó un momento, pero el tipo se puso en pie y huyó, medio
24
arrastrándose y cayendo sobre sí mismo mientras intentaba escapar.
Él siempre se preguntaba qué contaban los humanos que se
encontraban con demonios y sobrevivían. ¿Que habían visto el mal
en carne y hueso? ¿Que habían escapado de un monstruo? ¿Les
creerían? No es que se preocupara realmente por ello. Tanto si los
humanos conocían a los demonios como si no, su trabajo no
cambiaba.
Todavía tenía que cazarlos y matarlos.
Tal y como haría con éste.
El demonio soltó un gruñido, mostrando sus largas garras, y
se abalanzó sobre el guerrero. Él se movió, esquivando el ataque.
Se giró, de cara a la espalda del ser demoniaco, y barrió con su
espada, cortándole la cabeza.
La cabeza cayó al suelo con un golpe húmedo.
Ahora estaba muerto.
Se limpió la hoja en los pantalones, luego envainó la espada
en la vaina que llevaba a la espalda y en su mano apareció un
pequeño bastón blanco. Se arrodilló junto al cuerpo del demonio y
le atravesó el pecho con la punta. El cuerpo se disolvió en un humo
negro que se desvaneció en el aire nocturno.
Repitió el proceso con la cabeza.
Luego, el bastón también desapareció.
Una vez terminada su misión, se levantó, dispuesto a
marcharse, cuando otra figura apareció frente a él.
—Ryder. —Saludó, llamando al hombre por su nombre.
Como él, Ryder era un guerrero. También llevaba la misma
armadura de cuero negro y la misma espada mágica a la espalda.
—Devon. —contestó el recién llegado—. Estoy aquí para
entregarte un mensaje.
Él enderezó la espalda.
—¿Qué mensaje?
25
—Los dioses te llaman. —declaró Ryder—. Tienen una
misión para ti.

DEVON SE QUEDÓ entre las sombras de los árboles,


observando cómo la joven se arrodillaba junto a la orilla del lago,
se subía la falda por encima de los tobillos para no mojar el
dobladillo y se lavaba las manos. Miró el agua, los rayos del
atardecer encendiendo su bello rostro, y sonrió como si saludara a
un amigo.
Algo en el pecho del guerrero se tensó.
No podía tener más de dieciocho años. ¿Y era ella de la que
le habían hablado los dioses? ¿Se suponía que era malvada? ¿Con
su brillante sonrisa? ¿Su bonita cara? ¿Sus delicadas manos?
Un pequeño chillido y el sonido de unos pasos rápidos
llegaron desde su derecha, y el guerrero echó mano de la espada
que llevaba atada a la espalda. Dos niños irrumpieron en la línea de
árboles, tropezando con la chica, sus hermanos. Todavía sonriendo,
la joven se puso en pie.
—Selina, Calvin. ¿Qué estáis haciendo?
—¡Me ha tirado del pelo! —Escupió la niña. Era una versión
en miniatura de la chica, con una brillante cabellera dorada y
brillantes ojos azules.
El niño, probablemente más joven que ambos, negó con la
cabeza, aflojando su cola de caballo.
—No, no lo hice.
La joven se rió.
—Por supuesto que no lo hiciste. ¿Y qué hizo para ganarse
ese destino?
—¡Me dio una patada en la espinilla!
El guerrero frunció el ceño. ¿El chico había confesado que 26
había tirado del pelo a la niña? La chica se puso las manos en las
caderas y miró fijamente a la niña.
—¿Por qué le has dado una patada?
—Porque estaba siendo un pesado. —contestó simplemente.
La joven puso los ojos en blanco.
—Y yo que pensaba que estabais jugando.
—Lo hacíamos. —afirmó el pequeño.
—Hasta que empezó a molestarme. —dijo la niña.
La joven negó con la cabeza. La larga y pesada trenza dorada
que le caía hasta la cintura apenas se movía.
—Deberíais intentar llevaros bien durante más de cinco
minutos.
Se dirigió a un cerezo solitario situado a unos metros del lago
y se sentó en el banco de madera que había debajo. Con un suspiro,
se apoyó en el tronco del árbol. El suave color rosa de las flores del
árbol y los rayos del sol poniente daban un suave tono rosa-dorado
a sus mejillas.
La niña tomó asiento junto a ella.
—¡Lo intento! Él es el que siempre me molesta.
El niño trotó hacia ellas.
—¡No lo hago!
La joven se rió, el sonido resonó en el aire como pequeñas
campanas.
A lo lejos, un movimiento llamó la atención de Devon. Una
mujer mayor apareció por la puerta abierta de la mansión de piedra
situada en lo alto de una pequeña colina.
—¡Kianna, Selina, Calvin! La cena está lista. —gritó.
—Ya vamos. —respondió la joven mientras los niños se
dirigían hacia la casa. 27
Otra sonrisa adornó sus labios rosados mientras se ponía de
pie y observaba a sus hermanos correr hacia la colina. Con un
suspiro, dobló la cintura y recogió la pesada cesta llena de ropa. La
apoyó en su cadera y dio un paso hacia la casa. Entonces, se detuvo
como si hubiera recordado algo. Con una arruga en el entrecejo,
Kianna se puso de puntillas y cogió una flor del cerezo. Se la puso
detrás de la oreja, como si fuera un gesto común, y luego volvió a
mirar hacia el lago como si estuviera compartiendo un secreto o
deseando un milagro.
A pesar de luchar contra su creciente curiosidad, Devon se
preguntó qué veía ella cuando miraba el lago.
Un momento después, Kianna se dio la vuelta y subió
trotando la colina como si no le importara en absoluto el lago.
3

PRESENTE

Kenna

28
—YA ESTAMOS. —anunció Lia mientras introducía el
coche en la entrada.
Estaba oscuro y las pocas lámparas que había a lo largo de la
calle no iluminaban mucho, pero podía ver la forma de la estrecha
casa de dos plantas que tenía delante.
—¿Esta es la nuestra? —pregunté, escéptica.
Lia se encogió de hombros.
—Bueno, la hemos alquilado esta tarde, así que sí, es nuestra.
—Buscó su bolso en el asiento trasero—. Hogar, dulce hogar.
Vamos. —Con un salto en su paso, salió del coche y se apresuró
hacia el porche delantero.
Yo no moví ni un músculo.
Para cuando nos instaláramos en la casa, tendríamos que
volver a mudarnos. Durante los dos últimos años, Cecilia -Lia-
había insistido en que nos alojáramos en moteles de carretera y
apartamentos de mala muerte.
—Ya es hora de que dejemos de hacerlo y nos construyamos
una vida, Makenna. —Había dicho antes de la última mudanza.
Pensé que estaba bromeando. Soñando en voz alta, como
solía hacer. Las dos lo hacíamos. ¿Quién no quería dejar de correr
y establecerse y vivir en paz? Pero no había paz para nosotras.
Nunca la habría. No mientras Slater viviera. A pesar de mis
protestas, Lia había arreglado -a mis espaldas- todo. Desde la
última vez que nos encontraron en el motel, tres meses atrás,
habíamos zigzagueado por todo el país, parando sólo cuando era
necesario.
Y no nos habían atrapado ni una sola vez.
Eso le dio a Lia la confianza necesaria para seguir adelante
con la segunda parte de su plan: conseguir documentos falsos y
establecerse en una bonita y tranquila ciudad en medio de la nada.
Con un gruñido, cogí la mochila que tenía a mis pies y seguí
a la mujer al interior de la casa. Había encendido las luces y ahora 29
caminaba de una habitación a otra. Asomó la cabeza desde lo que
parecía una cocina en el fondo y me sonrió.
—Sé que es pequeña, pero tiene una pinta estupenda.
Volvió a desaparecer.
Miré a mi alrededor. ¿Qué tenían de bueno los suelos rayados,
la pintura desconchada, las telas de araña y el polvo? Di dos pasos
hacia el vestíbulo y puse la mano en la barandilla de madera de la
escalera que llevaba al segundo piso. Suelta, como yo pensaba. A
la derecha había un salón con una pequeña chimenea. Ladrillos
rojos, desconchados y desgastados por la edad, trepaban por la
pared. A la izquierda, una araña de cristal colgaba precariamente
del techo. Suspiré. La casa parecía vieja. Se estaba cayendo a
pedazos.
Igual que nosotras.
—¿Cuánto tiempo vamos a quedarnos aquí? —pregunté,
alzando la voz para que se me oyera desde cualquier lugar de la
casa.
Ella apareció por la otra puerta del comedor.
—Firmé el contrato de alquiler por dos años, pero espero que
más.
Fruncí el ceño, segura de no haberla escuchado bien.
—Espera. ¿Qué?
—¿Por qué tanta sorpresa? Llevamos mucho tiempo
hablando de encontrar un lugar para nosotras.
Desde hace más de siete años, pero ¿quién llevaba la cuenta?
—No podemos quedarnos aquí. No por más de una semana,
tal vez un mes, y eso podría ser demasiado tiempo.
Lia me cogió las manos.
—Han pasado meses, Kenna. —Desde que empezamos a
movernos sin rumbo, habíamos cambiado nuestros nombres. Yo ya
no era Makenna. Durante los últimos tres meses, sólo había sido 30
Kenna—. No nos encontrará aquí.
Aparté mis manos de las suyas y di un paso atrás.
—Nunca dejará de buscarnos. Aunque le lleve diez años,
veinte. Nos encontrará.
Ella negó con la cabeza.
—No podemos huir eternamente. Tú eres joven. Diablos, yo
también soy joven. Merecemos vivir nuestras vidas.
¿Qué vidas? Apenas recordaba mi infancia, y las únicas
imágenes grabadas en mi memoria eran malas. Sangrientas. En
cuanto a Cecilia... se la habían llevado cuando tenía veinte años.
Eso fue hace dieciocho años. ¿Conocía realmente otra forma de
vida?
Miré el suelo de madera, avergonzada de mí mismo. Cecilia
había sufrido durante mucho tiempo. Las dos lo habíamos hecho.
Por supuesto que querría una vida mejor. Realmente se la merecía.
Pero aquí... vivir en esta casa, en este pequeño pueblo al otro lado
del país, no era suficiente. Tal vez si la convenciera de mudarse a
una isla remota, o a algún otro rincón lejano del mundo, entonces
podríamos tener una oportunidad.
En este punto, realmente dudaba que lo consiguiéramos.
Y sin embargo, no pude evitar caer en el sueño de Cecilia.
Mañana. Hablaría con ella sobre este tonto sueño mañana.
Antes nos vendría bien dormir.
—De acuerdo. —susurré.
Sus ojos marrones se iluminaron.
—¿De verdad?
¿Cómo iba a decirle que no?
—De verdad.
Sonriendo, avanzó hacia mí y me apretó en un fuerte abrazo.
—Todo irá bien. Ya lo verás. —Me dio un beso en la mejilla 31
y continuó revisando la casa. Volvió a la cocina y abrió la puerta
trasera. Las luces exteriores se encendieron, iluminando lo que
parecía un pequeño porche—. ¡Dios mío, ven a ver esto!
¿Qué? ¿La casa tenía piscina? Para que Lia la alquilara, tenía
que ser súper barata, y dudaba que una casa barata tuviera piscina.
Sabiendo que me molestaría hasta que le dejara mostrarme el patio
trasero, arrastré los pies hasta el porche.
Un gran cerezo se encontraba en el lado derecho del patio,
asomado sobre la corta valla de madera y desbordándose hacia el
patio trasero del vecino. Sus suaves flores rosas estaban en plena
floración y emanaban un dulce aroma.
—Vaya. —susurré.
—Lo sé. —dijo ella—. Es tan bonito.
Realmente lo era. De hecho, era hipnotizante. Si el árbol era
así de bonito por la noche, me pregunté cómo sería de hermoso
durante el día, cuando el sol estaba alto en el cielo y brillaba sobre
sus pétalos.
—Creo que nunca he visto un cerezo tan de cerca. —
murmuré.
—Mis padres solían tener algunos en el huerto de nuestro
rancho familiar. —Su voz adquirió un tono triste, como solía hacer
siempre que hablaba de su familia. Hacía dieciocho años que no los
veía. Ni siquiera sabía si seguían vivos, pero como estábamos y
estaríamos siempre en peligro, no se atrevía a buscarlos—. Muy
bien. Tenemos mucho trabajo que hacer. —Volvió a entrar en la
casa, sólo para cruzar la cocina y el pasillo y salir por la puerta
principal.
Probablemente había ido a buscar las pocas bolsas que
teníamos en el coche. No es que tuviéramos mucho, pero Lia había
planeado incluso eso. Había vendido la última pieza de oro que le
había robado a Slater, y con el dinero se había comprado un Corolla
cutre que había visto días mejores. También utilizamos parte para
comprar ropa y comida, y adquirir documentos falsos. Ahorramos
un poco porque Lia insistió en que necesitaríamos dinero para 32
comprar muebles para la casa. Por supuesto, no me habló de este
plan hasta hace una semana, cuando finalmente compró el coche y
recogió nuestros documentos.
Al principio, me negué a seguir su temerario plan. Me había
mentido. Sabía, mejor que yo, lo peligroso que era quedarse en un
sitio durante mucho tiempo. La consentí, porque pensé que ese
pequeño rayo de esperanza era suficiente para que siguiera
adelante. En realidad, no creía que fuera a hacerlo.
Sacudí la cabeza y una risa triste brotó de mi garganta al
recordar lo ansiosa y emocionada que había estado Lia. Siempre
intentaba encontrar el lado positivo. Me había ayudado a sobrevivir
a muchas noches oscuras. Esa era una de las razones por las que la
quería tanto.
Volví a entrar en la casa y la observé de nuevo. La pared del
vestíbulo manchada, la tabla rota de la escalera, los estribos
agrietados. Tal vez, si la manejáramos con amor, esta casa podría
convertirse en un hogar.
¿Pero por cuánto tiempo?
Sacudí la cabeza. No, no pensaría en eso ahora mismo. Por
un momento, aunque sólo fuera por una noche, me sumergiría en
el sueño de Cecilia, y fingiría que todo estaba bien.

Devon

MIS PIES Y MI RESPIRACION acelerada retumbaban en mis


oídos mientras corría por la calle principal del pueblo. A estas
alturas de la noche, era raro ver algo abierto, y mucho menos gente
fuera. Después de las diez, incluso la única gasolinera y la tienda 33
que estaba conectada a esta cerraban, razón por la cual elegí esta
hora para salir y hacer ejercicio, para no ser molestado por nadie.
Rara vez me topaba con Paul, John y sus amigos delincuentes.
Pero, a menos que estuvieran haciendo algo malo -como entrar en
la tienda de discos-, les daba esquinazo y seguía corriendo.
Por suerte, no había visto a nadie fuera y tampoco tenía que
informar a Ryder. Por mucho que me gustara ver a mi viejo amigo,
también me dolía más de lo que me atrevía a admitir. A diferencia
de mí, él y los demás guerreros seguían yendo a misiones -misiones
asignadas por los dioses en las que los guerreros buscaban y
apresaban o mataban demonios, manteniendo el mundo en
equilibrio- porque no la habían cagado como yo. Y lo que más me
cabreaba era que no tenía ni idea de lo que había hecho mal, de
cómo podía arreglarlo o de cómo podía escapar de esta vida
humana sin sentido.
Giré hacia mi calle y frené, molesto conmigo mismo por dejar
que mis pensamientos volvieran a mi castigo. Mi maldita
maldición. Pero ¿cómo no iba a pensar en eso? Hace dieciocho
años, diez meses y seis días, los dioses me sacaron del infierno y
me ofrecieron una segunda oportunidad.
—No falles esta vez. —dijeron.
Había pasado trescientos años en la miseria, ¿y ni siquiera me
daban una pista sobre lo que venía después?
—Si no sé qué pasó la primera vez, si no sé qué hice mal,
¿cómo puedo arreglarlo?
—Cuando llegue el momento, lo sabrás. —respondieron. Me
entregaron un anillo y me dijeron—: Nuestro regalo para ti. Traerá
luz incluso en los momentos más oscuros.
Entonces, me enviaron a la Tierra.
Llevaba casi diecinueve años vagando por el mundo,
buscando lo que debía encontrar, pero ¿cómo iba a empezar si no
tenía ni idea de lo que buscaba?
Finalmente, me instalé en Misty Hill. Pero no porque lo haya 34
querido. Los dioses me habían enviado aquí por alguna razón, una
que aún no había descubierto. Pero, aunque me dijeran que me
mudara de nuevo, no lo haría. Hasta que los dioses vinieran a mí y
me contaran más sobre mi misión, no me movería. Me quedaría
aquí y viviría una vida solitaria y sin rumbo, mi único interés era
tomar el siguiente aliento.
Me detuve, mis zapatillas de correr patinaron sobre el
cemento áspero y mis manos se apoyaron en las caderas mientras
aspiraba el aire fresco.
Tenía nuevos vecinos.
Dos mujeres habían aparcado su destartalado Corolla en la
entrada de la casa de al lado. Lentamente, me dirigí a mi casa,
observando cómo llevaban sus bolsas. Desde el porche de mi casa,
la oscuridad era envolvente, pero parpadeé, ajustando mis ojos a la
oscuridad, y vi casi tan claro como el día: una parecía tener unos
treinta años, la otra no era mucho mayor que una adolescente.
Fruncí el ceño. ¿Quiénes eran esas mujeres y qué clase de
vecinas serían? Si perturbaban mi paz...
Cerré las manos en puños y expulsé el aire de mis pulmones.
Relájate, me dije.
Si me molestaban, podía hacer que las echaran de la casa. Así
de sencillo. Por ahora, las vigilaría por si acaso daban problemas.

35
4

PASADO

Kianna

UNA VEZ AL AÑO, Kianna sacaba todos sus libros de las 36


estanterías de la mansión, limpiaba las superficies y los
reorganizaba. Era su forma de conectar con sus libros y, a veces,
encontrar una joya oculta de la que se había olvidado y releerla.
—¿De verdad has leído todos estos? —preguntó Catherine
mientras volvía a colocar unos cuantos volúmenes en la estantería
del salón, tal y como le había dicho Kianna.
—Sí —respondió ella desde el otro lado de la habitación. Se
sentó en el suelo, con varios libros esparcidos a su alrededor,
mientras los apilaba por autor.
—¿Y todos son romances?
Ella levantó la vista. Cat alzó un libro con sólo dos dedos,
como si le diera asco tocarlo. Una sonrisa se dibujó en los labios de
Kianna ante la tonta acción de su mejor amiga. Cat siempre había
sido tonta y divertida. Si tuviera que adivinar por qué las dos se
hicieron amigas de pequeñas, diría que fue porque Cat podía
hacerla reír como nadie más podía.
—Sí, la mayoría son historias de amor. —admitió.
Cat arrugó la nariz y sacudió el pelo, haciendo rebotar su mata
de rizos oscuros.
—Así que supongo que lo sabes todo sobre el romance. Y sin
embargo, no estás comprometida. ¿Estás esperando a tu príncipe?
—La sonrisa en los labios de Kianna se desvaneció—. No quise
decir eso. Yo no... lo siento.
No entendía por qué se alteraba tanto al hablar de amor,
matrimonio y del futuro. El amor y el matrimonio estaban
descartados desde hacía unos años.
A los dieciocho años, ya ni siquiera se creía apta para el
matrimonio. No con los callos en las manos y el dolor constante en
la espalda. Tal vez cuando su padre vivía y su granja era próspera,
cuando tenían más ayudantes y ella no necesitaba trabajar, habría
tenido pretendientes. Ahora, apenas ponía un pie fuera de la granja,
y mucho menos en la ciudad. Aunque hubiera posibles
pretendientes, no sabían de su existencia.
37
Molesta por el giro que habían tomado sus pensamientos,
agarró un libro y lo apretó con fuerza como si fuera su enemigo.
¿Por qué estaba pensando en el matrimonio? No necesitaba un
hombre para ser feliz. Era muy feliz con su madre y sus hermanos.
Entre la mansión, la granja y su familia, no tenía tiempo para pensar
en nada más.
—Está bien. —Se levantó—. El amor y el matrimonio son
cosas del pasado. Lo único que importa ahora es la granja y mi
familia. —Recogió una pila de libros del suelo y los llevó a la
estantería vacía que tenía a su lado—. No te preocupes por mí.
Háblame de ti y de ese joven que mencionaste la semana pasada.
—Miró a su amiga—. ¿John? ¿Joseph?
—Jonás. —respondió Cat, con las mejillas enrojecidas—.
Ayer fui al pueblo con mi madre.
—¿Lo viste?
Cat asintió.
—Le mentí a mi madre sobre que tenía que parar en la
panadería, sólo para que pasáramos por la herrería.
Una sonrisa se dibujó en los labios de Kianna.
—¿Lo viste?
—Sí. —El rojo de sus mejillas se oscureció—. De hecho, dejó
su trabajo y salió a saludarnos.
—¿De verdad? —Se alegró por su amiga. Si tenía que vivir a
través de ella, lo haría—. ¿Y?
—Mi madre se sorprendió, pero cuando nos fuimos me dijo
que era guapo.
Kianna aplaudió.
—¡Eso es genial!
Cat venía de una familia modesta. No tenía muchas
perspectivas de matrimonio, como las que tuvo ella en su día. A
decir verdad, si se casaba con el hijo de un herrero, elevaría la
posición social de su familia.
38
—Quiere que lo invite a cenar. —dijo, sonando nerviosa—.
Pero...
—¡Catherine!
Su cara palideció y se escondió detrás del sofá.
Kianna se puso las manos en la cintura.
—¿Por qué te escondes?
—Porque se supone que no debo estar aquí. —susurró Cat.
—¿Qué ha pasado?
—Estaba recibiendo un castigo. —Intervino Giles, entrando
en el salón. El anciano sonrió a Kianna, mostrando las arrugas
alrededor de sus ojos, y bajó la barbilla, en señal de respeto hacia
la hija de su jefe.
Sus abuelos lo habían contratado cuando su padre era un niño.
Más tarde, cuando sus abuelos murieron, Giles se había quedado
para ayudar a su padre. Y cuando este murió y todos los demás
trabajadores se fueron, Giles se quedó con su familia, prometiendo
trabajar para ellos hasta el día de su muerte. Pero él tenía su propia
familia de la que ocuparse, y tener a Catherine como hija podía ser
bastante agotador.
Cat espetó desde detrás del sofá.
—¿No puedes fingir que no me has visto?
—Si tu madre descubre que te has ido y que yo lo sabía, nos
despellejará a los dos. —respondió él—. Ven. El sol está a punto
de ponerse. Es hora de irse.
Cat la miró como si ella pudiera salvarla de tan cruel destino.
Kianna se rió. ¿Qué era lo peor que podía pasar? Su madre la
castigaría de nuevo, y no se verían en los próximos dos días.
Podrían sobrevivir a eso.
—Vete, Cat. —Le hizo un gesto para que se fuera—. Vete
antes de que tu próximo castigo sea pasar una semana entera
encerrada en tu habitación.
Los ojos de su amiga se abrieron de par en par. Giles asintió, 39
serio.
—Eso podría pasar.
—¡Bien! —Se levantó, haciendo un mohín—. Me voy, me
voy.
Giles se volvió hacia Kianna y olfateó el aire.
—Puedo oler la canela.
Ella le ofreció una pequeña sonrisa.
—Puede que haya algo en el horno.
—Apuesto a que tendrá un sabor delicioso. —El anciano
volvió a asentir hacia ella—. Buenas noches, señorita. —Se dirigió
hacia la puerta.
Cat arrastró los pies, agitando los brazos de un lado a otro,
como si intentara agarrar la cuerda que la ataba a Kianna.
—No me hagas ir. —susurró.
—¡He oído eso! —exclamó su padre, desde algún lugar de la
mansión.
—Maldita sea. —Cat dejó de jugar y se despidió—. Nos
vemos mañana. Con suerte. —Luego, corrió detrás de su padre.
La sonrisa de Kianna se mantuvo mientras terminaba de
organizar los libros y colocarlos en los estantes. Dio un paso atrás
y admiró su trabajo. La mitad de los libros estaban terminados.
Mañana se ocuparía de la otra mitad. Siguiendo el olor, se dirigió
a la cocina. Se inclinó frente a la estufa de leña y abrió con cuidado
la pequeña puerta de metal. Vio el pastel que ya se estaba
hinchando. Sólo un poco más. Para cuando estuviera listo, su
familia debería estar de vuelta.
Miró por la ventana y comprobó la posición del sol. Se había
puesto casi por completo. Su madre y sus hermanos habían ido al
mercado a vender productos y a comprar algunos artículos de
primera necesidad. Ya deberían haber regresado. Si no llegaban a
40
casa en quince minutos, seguiría el camino hacia el pueblo para
encontrarlos.
Para distraerse, cogió la escoba y barrió el suelo de cerámica
de la cocina. Luego, preparó la mesa en el comedor adyacente.
Cuatro platos, cuatro tazas y cuatro...
—No era necesario.
Kianna se enderezó. Esa era la voz de su madre, pero era
demasiado dulce para estar hablando con sus hermanos, a menos
que hubieran sido ángeles en la ciudad, lo cual ella dudaba.
—No es nada. —respondió una nueva voz.
Ella frunció las cejas. Curiosa, cruzó el pasillo, abrió la puerta
principal y se encontró cara a cara con su madre.
—Kianna, querida. La saludó con una sonrisa. Tenía las
manos llenas de lo que parecían libros. ¿Libros? Su madre se hizo
a un lado, dándole una vista completa del dueño de la extraña voz—
. Este es Devon. —explicó—. Me vio en el camino y se ofreció a
ayudar.
La arruga en su frente se hizo más profunda. ¿Por qué iba a
ofrecerle ayuda un desconocido? Además, aunque su hermana y su
hermano eran pequeños, podrían haber llevado algo, disminuyendo
la carga de su madre. Pero tal y como estaban las cosas, los niños
corrían detrás de ellos en el porche, ya burlándose uno de otro, lo
que a menudo conducía a una pelea.
Devon inclinó la cabeza hacia ella.
—Hola.
Se mantuvo erguida.
—Hola. —Señaló el banco de madera a su derecha—. Puedes
dejar todo allí. Gracias.
—¡Kianna! —Su madre perdió la sonrisa—. Me gustaría al
menos ofrecer un vaso de agua a este joven caballero antes de que
se vaya. —Dio un paso, pero cuando ella no se movió, hizo un
gesto—. Kianna, por favor.
41
Ella miró fijamente al desconocido. Lo primero que notó fue
su rostro. Tenía un rostro serio con ángulos agudos y cejas gruesas.
Su nariz era recta y sus labios de color rosa claro. Sus ojos oscuros
la miraban fijamente, y ella sintió como si se sumergiera en
interminables piscinas de ébano. Llevaba el pelo oscuro recogido
en una coleta desordenada, con algunos mechones sueltos,
enmarcando su rostro. Su ropa era de tela negra y le quedaba bien,
aunque era alto, más alto que su padre, y también más ancho. Era
delgado, pero sus hombros estaban bien formados.
Sacudió la cabeza, avergonzada por haberse fijado en él más
de lo debido. Se obligó a pensar en el asunto que tenía entre manos:
un buen joven no se limitaba a vagar por el campo ofreciéndose a
ayudar a las mujeres necesitadas.
Ella quería que se fuera.
—Traeré un poco de agua. —Ladró.
Su madre suspiró.
—No seas tonta. —La empujó, aturdiendo a su hija con su
descaro materno; ella retrocedió a trompicones.
El desconocido se adelantó y le agarró la muñeca antes de que
se cayera de culo.
—Cuidado. —Sus ojos oscuros se fijaron en los de ella.
El calor se deslizó por sus mejillas y soltó el brazo de un tirón.
—Ven. —dijo su madre. Sin ceremonias, el desconocido
entró en su casa—. Por favor, pon eso aquí. —Señaló una mesa
auxiliar en el vestíbulo.
El forastero depositó las bolsas en la mesa, luego se giró y
olfateó el aire.
—Huelo canela.
El calor en su rostro aumentó.
—Estoy horneando algo.
Se apresuró a ir a la cocina en la parte trasera de la casa. Sacó
el pastel de la estufa. Lo había hecho para su madre y sus hermanos, 42
no para un extraño, pero no podía permanecer más tiempo en el
horno o se quemaría. Volvió al comedor y puso el pastel en el
centro de la mesa. Los ojos de su madre se abrieron de par en par.
—¿Lo has hecho tú?
—Sí. —respondió.
Su madre sonrió.
—Tiene un aspecto increíble. —Miró al desconocido—.
Devon, estoy a punto de hacer la cena. ¿Por qué no te quedas a
comer con nosotros? También puedes comer un trozo de pastel.
Él miró a Kianna. Ella estaba segura de que podía ver sus
mejillas encendidas, sus ojos incrédulos, pero a él no parecía
importarle. Sonrió a su madre.
—Gracias por la oferta, Ofelia. Me quedaré, pero sólo si
puedo ayudar mientras tanto.
Kianna los miró sorprendida. ¿Ofelia? ¿Ya se tuteaba con su
madre?
—Bueno, ahora que lo mencionas...
Su madre le pidió al desconocido que llevara algunos equipos
al granero detrás de la casa, donde se guardaban las herramientas
agrícolas más pequeñas. Ella mencionó algo sobre una carreta rota
y él le dijo que lo investigaría. Hizo una reverencia doblando la
cintura y salió de la casa por la puerta trasera. Desde la ventana,
ella observó a los niños, que correteaban por el patio de la parte
trasera de la casa. El desconocido les hizo reír antes de dirigirse al
granero. Cuando se aseguró de que estaba fuera del alcance de sus
oídos, se giró hacia su madre.
—¿En qué estabas pensando? —exigió—. ¿Traer a un
extraño a nuestra casa?
Su madre cogió una olla y la llenó de agua.
—¿Por qué eres tan mala? Parece un caballero.
—¿Pero por qué? Nadie ayuda sin motivo.
La miró con el ceño fruncido.
43
—¿Es esa tu visión del mundo? Querida, tienes que creer que
hay bien ahí fuera.
—¿Y si es un criminal?
—¡Kianna! —gritó la voz y ella se estremeció. Su madre rara
vez levantaba la voz—. Deja esta tontería ahora mismo. Por favor,
ayúdame con la cena y sé educada con Devon. —Le dio un
cuchillo—. Ahora, corta las zanahorias, por favor.
Cogió el cuchillo, pero mientras cortaba las zanahorias, su
mente no se detuvo. Un joven solo en el camino... ¿a dónde iba?
¿Por qué se ofrecería a ayudar y descartaría sus planes de ayudar a
su madre? Se asomó a la ventana. ¿Por qué estaba ahora arreglando
la carreta? No vio nada fuera de lo común en él. Estaba arrodillado
en el suelo junto al granero, con las herramientas repartidas a su
alrededor, trabajando en una carreta rota.
No parecía una coincidencia.
Pero entonces... ¿quién era ese hombre y qué quería de su
familia?
5

PRESENTE

Kenna

ME QUEDÉ DE PIE EN EL vestíbulo y miré hacia el salón.


44
Esta mañana había empezado a despegar la pintura vieja y
manchada de las paredes, pero estaba muy harta de trabajar en la
casa durante los últimos tres días. Nos levantábamos temprano y
estábamos hasta altas horas de la noche, sólo descansando para
comer o para discutir nuestros planes de futuro.
Uno de los temas principales que discutimos Lia y yo fue que
ella encontrara un trabajo. No podíamos vivir del poco dinero que
aún teníamos, y además de intentar conseguir un trabajo como
camarera en algún sitio, no había mucho que pudiera hacer, no sin
un diploma de secundaria. Pero Lia había terminado el instituto e
incluso había empezado la universidad antes de que le robaran la
vida. Ahora había solicitado todos los puestos de trabajo
disponibles en la ciudad, que no eran muchos.
Yo había empezado a buscar trabajos de camarera, pero Lia
me había amenazado con quitarme mi recién adquirido Smartphone
si no me centraba en los estudios.
Ahora mismo, quería concentrarme en la casa, porque no
había manera de que pudiera vivir en una casa que se caía a
pedazos. Si es que nos quedábamos aquí mucho tiempo. Lo cual,
sinceramente, dudaba.
Mi estado de ánimo se agravó en dos segundos. Decidí que
necesitaba un descanso, tiré el rascador sobre el plástico que cubría
el suelo y me dirigí a la cocina para coger un bocadillo. Abrí la
nevera y los armarios y, como de costumbre, nada me atraía. Me
apetecía algo dulce y suave... Siempre podía hacer un pastel.
Nunca había cocinado, pero estaba segura de que podría
seguir algunos vídeos en YouTube y hacer una tarta. No podía ser
tan difícil. Cuando Lia volviera a casa de comprar más suministros
para la remodelación, estaría impresionada.
Hice clic en la aplicación de YouTube en mi teléfono y...
El timbre de la puerta sonó.
Se me congelaron las entrañas y el teléfono se me resbaló de
la mano, aterrizando con fuerza en el suelo de madera.
45
—No, no, no. —murmuré, tanto como petición de no haber
roto mi flamante teléfono, como para equivocarme con el timbre.
Había sido mi imaginación.
El timbre volvió a sonar.
Miles de pensamientos pasaron por mi mente. Eran Slater y
sus matones. Nos habían encontrado, y ahora nuestra breve paz y
tranquilidad sólo serviría para atormentar nuestros propios
recuerdos y…
Un golpe resonó en la puerta.
Fruncí el ceño.
Si fueran Slater y sus matones, no tocarían el timbre ni
llamarían a la puerta. Tirarían la puerta abajo, sin avisar, aunque
fuera en pleno día y los vecinos pudieran vernos. Aun así, mientras
me dirigía a la entrada, canalicé mi poder. Las luces del vestíbulo
parpadearon, e inhalé profundamente, tranquilizándome. El
parpadeo cesó. Conteniendo la respiración, abrí la puerta.
Una chica con rizos castaños cortos y ojos avellana brillantes
me sonrió.
—Oh, hola. —Dejó caer su mano, que había estado a punto
de golpear la puerta de nuevo—. Sabía que estabas aquí.
Entorné los ojos hacia ella. Probablemente tenía mi edad, y
llevaba una camiseta del equipo de fútbol del instituto Misty Hill.
Una estudiante y probablemente una animadora.
—Hm, ¿puedo ayudarte? —pregunté.
Ella me tendió la mano.
—Soy Caroline, tu vecina. —Me quedé mirando su mano,
pero no la cogí. Sin perder la sonrisa de tres mil vatios, la bajó y
señaló la casa a mi derecha—. Vivo allí con mis padres. —Rebotó
sobre las puntas de los pies—. Me di cuenta de que alguien se había
mudado a esta casa hace un par de días, pero hasta esta mañana no
os he visto a ti y a tu madre, supongo.
46
—Sí. —murmuré.
—Me iba a la escuela, así que no pude venir a saludar. Pero
ahora he vuelto y quería hacerlo. —Levantó la mano y me saludó—
. Hola.
—Hola.
—Entonces... ¿cómo te llamas?
—Kenna.
—¿Y tu madre?
—Lia.
—¿De dónde os habéis mudado? —Como no respondí de
inmediato, continuó—: ¿Te vas a trasladar a la escuela aquí? Sólo
hay un instituto, bastante pequeño en realidad, así que apuesto a
que estaremos en la mayoría de las mismas clases. ¿Por qué os
habéis mudado aquí? ¿Tu madre consiguió un nuevo trabajo?
Sus palabras eran como balas saliendo de un rifle automático,
rápidas y golpeando fuerte. Con cada pregunta que disparaba, me
mareaba más y más.
—Hm, Caroline. —Interrumpí—. Dijiste que acababas de
volver de la escuela, ¿verdad? ¿No tienes deberes?
—Lo hice todo en el autobús. —respondió sonando orgullosa
de sí misma.
—¿Y tus padres? ¿Están en casa?
Ella negó con la cabeza.
—Son médicos en la sala de urgencias de aquí. Tienen un
horario de locos. Es raro que estemos juntos en casa.
Por alguna razón, eso me hizo sentir un poco mal por ella. No
recordaba mucho antes de ser llevada por Slater cuando tenía once
años. Ni siquiera recordaba a mis padres, ni si tenía hermanos, pero
sabía lo mucho que los había anhelado, que figuras sin rostro me 47
encontraran y rescataran y me llevaran a casa y cuidaran de mí.
Saber que esta chica de dieciocho años pasaba la mayor parte de
sus días sola me hizo estar un poco menos irritada con ella, pero no
lo suficiente como para invitarla a entrar. Abrí un poco más la
puerta y señalé el desorden que había por todas partes.
—Como puedes ver, esto es un poco caótico, y tengo mucho
que hacer, así que...
La sonrisa de la chica vaciló.
—Hm, por supuesto. Te acabas de mudar y sé que esta casa
necesita mucho amor y cuidado. —Dio un paso atrás—. Bueno,
cuando termines o necesites un descanso, puedes venir a pasar un
rato conmigo. —Volvió a señalar su casa—. Ahora ya sabes dónde
vivo. —Dejó escapar una risa nerviosa.
—Suena bien. —dije, intentando sonreír también, pero estaba
segura de que había salido más bien una mueca.
Con la cabeza baja, se dio la vuelta y bajó corriendo los
escalones del porche y cruzó el patio hasta su casa. Cerré la puerta
principal, sintiéndome de repente pesada. Sucia. Si pudiera decirle
que no estaba tratando de ser grosera, en realidad no, pero que era
mi manera de protegerla. Lia y yo no podíamos hacer amigos. No
podíamos. Si lo hiciéramos, ellos también estarían en riesgo.
Podrían ser asesinados.
Y ya había demasiada muerte a nuestro alrededor.

Devon

MIS NUEVAS VECINAS llevaban aquí tres malditos días y


no había aprendido nada de ellas. Eso nunca había ocurrido.
48
A estas alturas, debería haber sabido sus nombres, su fecha
de nacimiento, dónde habían nacido y por qué estaban aquí. Pero
hasta ahora, sólo había averiguado por el viejo de enfrente que se
llamaban Lia y Kenna. Nada de apellidos. Ni siquiera podía
buscarlas en Internet así.
No saber quiénes eran y por qué estaban aquí me molestaba.
Anoche me había despertado dos veces tras soñar que eran
demonios disfrazadas de humanas que intentaban matarme
mientras dormía. Por eso, cuando vi a Lia llegar a casa con el baúl
lleno, pensé que era la oportunidad perfecta para acercarme a ellas.
Lia se inclinó sobre el baúl, tratando de sacar una caja de su
interior, cuando me detuve a su lado.
—Hola.
Dejó caer la caja y saltó, con los ojos muy abiertos y la cara
pálida, como si hubiera visto un fantasma. No, como si tuviera algo
que ocultar.
—Oh, Dios mío. —Se llevó una mano al corazón—. Me has
asustado.
—Lo siento. —Me disculpé, tratando de sonar amigable. Por
lo general, no lo era—. No era mi intención. Sólo pensé que era la
oportunidad perfecta para presentarme. —Le tendí la mano—. Soy
Devon Knight. Tu vecino de al lado. —Señalé mi casa, casi una
copia exacta de la suya. Sólo que mejor cuidada.
Ella tomó mi mano.
—Soy Lia Jones. Encantada de conocerte. —Retiró la mano.
—Deja que te ayude con eso. —Alcancé la caja en el
maletero.
—Oh, no, no es necesario. —contestó ella, con la voz
apretada.
Cogí la caja y me di cuenta de que había muchas bolsas de la
ferretería. Latas de pintura, brochas... estaban arreglando la casa.
—Está bien. No hay problema.
No le di la oportunidad de volver a decirme que no mientras 49
me apresuraba hacia la puerta principal. Llevando bolsas, Lia
aceleró el paso y me abrió la puerta.
—La casa es un desastre...
—No pasa nada. —Volví a decir, pero confieso que me
sorprendí un poco cuando entré en el vestíbulo.
El pasamanos había desaparecido. Faltaban algunas tablas del
suelo de madera. Había más botes de pintura y brochas en el pasillo
que llevaba a la cocina. A la derecha de la puerta, una lámina de
plástico cubría la mayor parte del suelo, y a la izquierda, una
lámpara de araña descansaba en la tarima.
—La casa es estupenda, pero estaba en mal estado, así que
nosotras la estamos arreglando. —Lia dejó caer sus bolsas en el
primer escalón de la escalera—. Puedes dejarlo allí. —Señaló una
esquina del vestíbulo.
—¿Nosotras? —pregunté, fingiendo que no había visto a la
chica más joven con ella.
Desviando la mirada, se limpió las manos en los vaqueros.
—Sí, mi hija vive aquí conmigo.
Puede que sea sólo yo, o mi formación de guerrero, pero
estaba convencido de que estas dos mujeres ocultaban algo.
Mientras depositaba la caja en el rincón indicado, un golpe resonó
en la parte trasera de la casa. Mi cuerpo se puso rígido, en alerta.
—¡Mierda! —gritó una voz.
Olfateé el aire.
—Algo se está quemando.
—Oh, no —murmuró Lia. Giró y corrió hacia la cocina.
La seguí, dispuesto a proteger a la humana. Me detuve en la
puerta. Del horno abierto salía humo. La otra chica, Kenna, sacó
una fuente del interior con unas manoplas de cocina. Cerró el horno
con el pie, cortando el humo, y dejó caer el pastel sobre la isla de
la cocina. Tosió y se abanicó el humo de la cara. A diferencia del
resto de la casa, la cocina estaba casi intacta. Las paredes y los 50
armarios estaban bien conservados y, al parecer, los
electrodomésticos funcionaban, cuando Kenna no le estaba
prendiendo fuego al horno.
—Mierda. —Volvió a murmurar.
—¿Qué en.…? —Lia se quedó mirando el horno, y luego el
pastel quemado—. ¿Estabas tratando de cocinar de nuevo?
—Estaba aburrida y tenía ganas de algo dulce. —Lanzó la
manopla contra el pastel. Aterrizó en el montículo quemado y cayó
a un lado, justo encima de un cuaderno abierto. Fruncí el ceño. Los
libros, los cuadernos y los bolígrafos estaban por toda la isla.
—Mierda.
—¡Cuida tu lenguaje! —Carraspeó Lía.
Ella, parpadeando el humo de sus ojos, miró hacia nosotros.
Sus ojos se abrieron de par en par al verme.
Se me cortó la respiración.
Sus ojos... azules como el océano bajo el brillante sol.
Aunque no me importaba el tinte naranja que rayaba su pelo
castaño, el color mezclado con su piel clara resaltaba lo brillante de
sus ojos.
—¿Quién eres tú? —Dirigió una mirada a su madre—.
¿Quién es él?
—Oh, se llama Devon y es nuestro vecino de al lado. —
contestó. Me miró a mí—. Esta es Kenna, mi hija.
Le tendí la mano.
—Encantado de conocerte.
Ella se quedó mirando mi mano extendida y luego se volvió
hacia su madre.
—¿Qué está haciendo aquí? —La mordacidad de su tono
aumentó mis sospechas.
—Estaba... 51

—Vi a tu madre luchando con las cajas. Pensé que podría


ayudar. —Casi vomité por mi mentira—. Además, pensé que sería
una buena oportunidad para presentarme.
—Bien, ya nos conoces. —Soltó—. Gracias por tu ayuda. Ya
puedes irte.
—¡Kenna! —La amonestó Lía—. No seas antipática. —Me
ofreció una tímida sonrisa—. Lo siento. Es que... no estamos
acostumbradas a tener compañía. —Sus cejas se juntaron—. ¿Y tus
padres? ¿Están en casa?
Detrás de ella, Kenna negó con la cabeza. Si pensaba que Lia
había sido cautelosa conmigo, estaba seguro de que su hija lo era
todavía más. Quería que me fuera hace cinco minutos, lo que no
hizo más que avivar mi curiosidad.
—Murieron hace tiempo. —Mentí de forma automática.
Los ojos marrones de la mujer brillaron con simpatía.
—Lo siento.
Murmurando maldiciones, Kenna recogió la fuente y la tiró
al fregadero.
—No pasa nada. —Le aseguré—. Como dije, fue hace mucho
tiempo. Hace tiempo que estoy solo.
—Debe haber sido solitario. —dijo Lia, con la voz baja. Pude
ver cómo cambiaba su comportamiento. De la cautela a la
simpatía—. ¿Sabes qué? Estoy a punto de hacer la cena. —La chica
se quedó mirándola con la boca abierta por la sorpresa. Ella fingió
no verla—. ¿Por qué no te quedas? Estaría bien compartir una
comida con un vecino agradable.
Miré a Kenna. Me estaba observando con furia, hirviendo por
todos los poros. Por alguna razón, me complacía irritarla.
—Por supuesto. Me encantaría.
La mujer se giró en la cocina.
—Vale, déjame ver. —Dejó escapar una risa nerviosa—. 52
Siento el desorden. Todavía estamos organizando todo, y con las
reparaciones, será un desastre durante un tiempo. —Abrió un
armario lleno de condimentos—. Kenna, por favor, prepara la isla
para la cena.
Con las fosas nasales encendidas mientras dejaba escapar un
largo y furioso aliento, la chica recogió sus libros, los apiló y se los
llevó. Mientras se iba, su madre cogió una olla y la llenó de agua
del grifo. A continuación, sacó pasta de uno de los armarios y
albóndigas congeladas del congelador.
Mis cejas se curvaron hacia abajo. ¿Qué coño estaba
haciendo? Nunca me había interesado tanto por mis vecinos. Una
vez que investigaba todos sus sórdidos detalles y descubría que no
ocultaban nada mítico o un lado mágico, terminaba con ellos. Pero
a estas dos... le eché la culpa a que no había nada en Internet sobre
ellas. Esa fue la única razón por la que sentí curiosidad e incluso
acepté la invitación para quedarme a cenar, joder.
¿Había compartido una cena con un humano desde que me
convertí en guerrero hace quinientos años? Bueno... hubo un breve
período de tiempo, antes de mi castigo, que no recordaba, pero
sinceramente dudaba que hubiera compartido una comida con una
familia humana entonces tampoco.
Simplemente no era yo.
Pisando fuerte, Kenna volvió a la cocina y cogió los platos de
la cena del interior del armario cercano al fregadero.
—Puedo ayudar. —dije, alcanzando los platos.
Mis manos se posaron en las suyas.
Imágenes borrosas estallaron en mi cráneo.
Una chica con un vestido beige y amarillo suave que
retrocedía y se caía, y yo que me acercaba a ella, la agarraba de la
muñeca y la mantenía firme.
—¿Devon? —Parpadeé y las imágenes desaparecieron. ella
levantó una ceja hacia mí—. ¿Estás bien?
Le quité los platos. 53
—Sí, lo estoy. —Me di la vuelta y los coloqué delante de tres
de los cuatro taburetes que había alrededor de la isla de la cocina,
consciente de que sus ojos vigilaban mi espalda.
Cuando se movió y fue a coger los vasos, dejé escapar una
lenta respiración. ¿Qué coño fue eso? Había sido mi imaginación,
estaba seguro. ¿Una visión? ¿Un recuerdo? ¿Pero por qué? ¿De
qué? ¿Y por qué había ocurrido cuando había tocado a la joven?
Ella se puso a mi lado y colocó los vasos junto a los platos.
Luego, abrió un cajón donde estaban los utensilios. Tratando de ser
útil para que no me echaran, miré alrededor y encontré las
servilletas. Las llevé a la isla. Ella negó con la cabeza, luego se
dirigió a la encimera y jugó con su teléfono.
No quería que me echaran. Todavía no. Porque si antes había
sentido curiosidad por mis nuevas vecinas, no era nada comparado
con la curiosidad que sentía ahora.
6

PASADO

Kianna

DESPUÉS DE TODO UN DÍA trabajando en la granja, estaba


54
cansada. Cuando el sol empezó a ponerse, señalando el final de la
jornada laboral, no pudo sentirse más aliviada. Hasta que vio las
herramientas que seguían en el campo. Algunas no podían dejarse
a la intemperie, y otras debían limpiarse antes de guardarlas; de lo
contrario, se oxidarían y se romperían. Y ahora mismo no podían
permitirse herramientas nuevas.
Miró a su alrededor. Giles ya se había ido. Catherine había
venido a llamarlo para cenar. No podía culparle por haberse
marchado murmurando sólo un adiós. Además de su edad, su casa
estaba a un buen paseo de la granja de su familia, y a él le gustaba
estar en casa antes de que se pusiera el sol.
Sonrió. Mañana se aseguraría de parar antes y pedirle ayuda
antes de que se fuera. Con un largo suspiro, se arrodilló y recogió
algunas de las herramientas más pequeñas, agrupándolas en su
delantal. Un movimiento a su derecha le llamó la atención y levantó
la vista.
Devon.
Seguía arando la segunda mitad del campo, donde pronto
plantarían nuevas semillas. Lo observó fijamente, no porque
estuviera sin camiseta y sus músculos se flexionarán con cada uno
de sus movimientos, ni porque su largo pelo negro, atado en una
coleta baja, se le pegara a la espalda sudada -las mejillas se le
calentaron al pensar en eso-, sino porque era un misterio para ella.
El hombre callado, que no era mucho mayor que ella, llevaba
aquí casi cinco días y, desde entonces, había estado trabajando sin
descanso. Se levantaba temprano, tomaba el desayuno que le daba
su madre y salía a trabajar. Se tomaba un descanso para almorzar
rápidamente, y luego trabajaba hasta más allá de la puesta de sol.
La mayoría de las noches se unía a la familia para cenar después de
darse un rápido lavado, pero permanecía casi siempre callado,
observando a la familia.
A veces, Kianna se cuestionaba si había perdido la memoria,
pero no quería preguntar. Había sufrido algún tipo de accidente,
había perdido la memoria, se había encontrado solo y vagando por 55
el camino, y cuando su madre le mostraba amabilidad, no podía
resistirse.
Pero si eso era cierto, ¿por qué no intentaba encontrar a su
familia en lugar de trabajar insistentemente por la de ella? No tenía
sentido.
Sacudiendo la cabeza y apartando esos pensamientos, llevó
las herramientas al banco de madera que había junto al granero. Las
dejó caer en el suelo y luego levantó la manivela de la bomba,
moviéndola hacia arriba y hacia abajo hasta que el agua brotó en la
palangana. Se lavó las manos, cogió un trapo y limpió las
herramientas.
Le dolían los brazos y los hombros al quitar la suciedad de
cada una. Intentó no hacerlo, pero siguió echando miradas al joven
que seguía trabajando en el campo. Los últimos vestigios de luz
permanecían como un fantasma en el horizonte, y él seguía arando,
como si no estuviera cansado en absoluto. Con esa resistencia,
energía y fuerza, no podía ser humano. Se rió. Claro, porque ¿qué
otra cosa podría ser?
El sol casi había desaparecido detrás de los árboles en el
horizonte, cuando escuchó risas, seguidas de gritos molestos. No
pudo evitar sonreír mientras miraba en su dirección. Su madre y
sus hermanos habían vuelto por fin del pueblo. Habían ido a ver la
nueva escuela que se había construido. Su madre tenía la esperanza
de que los niños pudieran asistir a ella, aunque todavía no conocían
la logística. ¿Quién los llevaría al pueblo? ¿Y luego los traería de
vuelta? Pero hasta que fueran aceptados, no se preocuparían de los
detalles.
Calvin tiró de la larga trenza de Selina y salió corriendo hacia
la casa.
—¡Tú... plaga! —Selina corrió tras su hermano.
Sacudiendo la cabeza, su madre caminó hacia la parte trasera
y se acercó a ella.
—Esos dos —dijo con un suspiro—. ¿Cuándo dejarán de
molestarse el uno al otro? 56

—Cuando crezcan, se casen y se vayan de casa. —contestó


ella. Pero a medida que las palabras se hundían, su estómago se
revolvía. Ni siquiera ella parecía que fuera a asegurar un
matrimonio para ayudar a su familia. Por lo que parecía, trabajaría
siempre en el campo y envejecería sola y arrugada. Dios, esperaba
que sus hermanos tuvieran una vida mejor que esa—. Entonces,
¿cómo fue?
La cara de su madre cayó.
—No estoy segura. Había muchas familias ricas allí.
—Ser rico o pobre no puede ser una prioridad para ser
aceptado en la escuela.
—No lo es, pero tú y yo sabemos que favorecerán a los niños
de familias ricas.
Kianna agarró las grandes tijeras, sus nudillos se volvieron
blancos. En otro tiempo, ellos también habían sido acomodados. Si
hubiera sido hace unos años, los habrían aceptado en la escuela sin
pensarlo dos veces. Ahora que lo habían perdido casi todo, eran
objeto de cotilleo y de lástima.
—Esto es absurdo.
—Incluso Jocelyn estaba allí, balbuceando sobre la tradición,
la cultura y los modales. —Su madre suspiró, y ella se erizó.
Jocelyn solía ser una buena amiga de su madre, pero no había
hablado con ellas desde que se habían visto obligadas a
economizar—. Está bien, sin embargo. Si no pueden entrar, nos las
arreglaremos de otra manera. Tengo que pensar en buscarles un
tutor.
—Puedo seguir dándoles clases particulares. —afirmó ella—
. No me importa.
—Lo sé, cariño, pero es un nuevo tutor u otro peón, y por
desgracia, no puedo dividirte en dos.
Kianna miró al joven que trabajaba en el campo. El sudor le
57
cubría los hombros, haciendo que su piel brillara bajo el sol
poniente. Desvió la mirada.
—Devon es el nuevo peón.
—Encontrar a Devon fue una bendición. —respondió su
madre, prácticamente desmayada—. Hace unos días, diría que
tienes razón, pero si queremos sacar provecho de esta temporada,
aunque sea un poco, necesitamos ampliar el campo, plantar más, y
para eso, necesitamos otro trabajador. —Miró el cielo que se
oscurecía—. Muy bien, basta de hablar. Se está haciendo tarde y
todavía tengo mucho que hacer. Tengo que comprobar que los
niños no se han hecho daño mientras se lavaban, y luego prepararé
la cena. —Acarició su brazo—. Te llamaré cuando esté lista.
Ella observó cómo arrastraba los pies hacia la casa por la
puerta trasera, con los hombros encorvados y la cabeza baja. Todo
lo que había pasado desde la muerte de su padre, todo el peso que
había recaído sobre su madre, la estaba desgastando. Además de
intentar quitarle algo de esa carga, ella no podía hacer mucho. A
menos que se casara con un noble rico, ¿quién cuidaría de su
familia? La idea de casarse por conveniencia era repulsiva, pero no
le dio importancia. Ningún noble rico la miraría en el estado en que
se encontraba.
Tras un largo suspiro, volvió al trabajo. Tenía que terminar
de limpiar las herramientas antes de que anocheciera; de lo
contrario, tendría que encender una vela o una lámpara de gas, y si
podía evitarlo -el gas era ahora caro para ellos- lo haría.
Pero sus pensamientos seguían rodando. Sobre su padre, su
madre, sus hermanos, su situación económica. Si las cosas seguían
yendo mal, tendrían que deshacerse de lo único que aún tenían: la
granja y la gran mansión de piedra que había detrás de ella.
Perdida en sus pensamientos, frotó el trapo sobre las hojas de
las tijeras. Se le resbalaron de las manos, abriéndose al caer, y las
cuchillas corrieron sobre su palma.
Un grito salió de su garganta cuando el corte picó, el dolor se
extendió por toda la mano y por el brazo. En un instante, Devon
estaba frente a ella, con sus ojos oscuros muy abiertos, preocupado. 58

—¿Qué ha pasado?
Acunando su mano, Kianna se apartó del banco, sintiéndose
estúpida.
—Nada. Estoy bien.
Él se quedó mirando el corte, con las cejas fruncidas.
—No pasa nada. —Le tendió la mano, pero ella retrocedió
otro paso—. Hay sangre en tu vestido. Déjame verla. Por favor.
¿Sangre? se miró la mano y el vestido. La sangre se
acumulaba en su palma y goteaba por el corpiño del vestido. Oh,
no. La sangre manchaba como ninguna otra cosa. Acababa de
perder un vestido, y no podía permitirse perder ninguno más. La
frustración y el dolor se mezclaron, y sintió ganas de llorar.
—Estoy bien. —espetó.
—Kianna, tu cara está pálida, lo que significa que no estás
bien. Y deberías limpiar ese corte.
Ella dio otro paso atrás.
—Estoy bi... —El mundo giró, su visión se nubló.
—¡Kianna! —Devon se precipitó hacia ella, deslizando sus
brazos bajo ella antes de que cayera al suelo. La atrajo contra su
duro y sudoroso pecho desnudo, sujetándola con firmeza—.
Aguanta.

Devon

CUANDO KIANNA GRITÓ, sintió pánico, pero la sensación


que se apoderó de su pecho cuando ella casi se desmayó fue aún
peor. Le dolía como si fuera él quien se hubiera cortado. 59
Agarrándola contra su pecho, se apresuró a entrar en la casa y la
depositó en una silla de la cocina.
—Vuelvo enseguida. —dijo, después de asegurarse de que, si
ella se desmayaba, caería de frente a la mesa y no de espaldas al
suelo de cerámica. Luego, corrió hacia el armario de la cocina con
los ungüentos y las hierbas medicinales. Cogió algunas y se volvió
hacia ella. Depositó la caja sobre la mesa y se sentó junto a
Kianna—. Déjame ver.
Ella se resistió, como solía hacer cada vez que él intervenía,
pero sólo durante unos segundos. Gimiendo, le tendió la mano.
Él aspiró con fuerza. Había mucha sangre, pero el corte no
parecía profundo. Quizá había tocado una pequeña vena y por eso
sangraba tanto. Con movimientos suaves, le limpió la sangre,
confirmando que el corte no había sido grave, y aplicó un ungüento
curativo sobre él.
Ella siseó.
—Escuece.
—Entonces está funcionando. —Cogió una venda y empezó
a envolverle la mano.
Se atrevió a mirarle la cara. Su belleza le impactó. Su larga
trenza rubia estaba suelta por la espalda, su piel era más clara que
la de la mayoría, pero sólo por la pérdida de sangre, y sus ojos -
Devon nunca había visto unos ojos azules brillantes como los
suyos. Si hubiera sido humano, estaba seguro de que ya se habría
enamorado de ella, a pesar de que lo trataba con frialdad y recelo
la mayor parte del tiempo. Pero todo era una fachada, él lo sabía.
Para protegerse, para proteger a su familia, para proteger su
corazón.
En realidad, Kianna era una de las personas más amables y
cariñosas que había conocido en su vida. Trabajaba duro en la
granja y no se quejaba, al menos no en voz alta, de su situación.
Daba clases a sus hermanos en su tiempo libre, y los cuidaba
siempre que lo necesitaban. Cocinaba, limpiaba la casa, lavaba la
ropa, todo ello con una sonrisa en la cara. Trataba a Giles con 60
respeto y amabilidad, y casi parecía una joven normal cuando
Catherine, su mejor amiga, la visitaba.
Él sabía que nadie era perfecto, pero no podía pensar en un
solo defecto que ella tuviera.
Frunció el ceño. Seguía sin entender por qué los dioses le
habían dicho que era malvada y le habían enviado aquí para
vigilarla. Estaba tan claro como el agua que Kianna no tenía ni una
pizca de maldad en su interior.
—¿Qué estás mirando? —Se llevó la mano libre a la
mejilla—. ¿Tengo algo en la cara?
Devon se aclaró la garganta.
—Todavía estás pálida.
Ella desvió la mirada.
—Creo que... no me he desmayado por la pérdida de sangre.
Quiero decir, no era mucha sangre, pero no he comido en un
tiempo.
Sus tripas se apretaron.
—¿Desde cuándo?
—Esta mañana. —susurró ella.
Algo parecido a la ira le recorrió el cuerpo.
—¿Por qué?
—Porque estaba ocupada. Sinceramente, no me di cuenta.
Hasta ahora. —Presionó su mano libre sobre su estómago—. Ahora
me muero de hambre.
Él metió el borde de la gasa, cerrando el vendaje.
—Te traeré algo.
Comenzó a levantarse, pero la mano de ella se disparó hacia
adelante, agarrando su muñeca. Frunció el ceño ante su agarre, un
poco sorprendido de que le tocara así. Un leve tinte rosado se
extendió por sus mejillas. 61
—No pasa nada. Mamá dijo que bajaría pronto a prepararnos
la cena. —Se quedó mirando el vendaje alrededor de su mano—.
Me pregunto si podría empezarla por ella.
—Quédate sentada. —Se puso de pie—. Yo lo haré.
Ella lo miró, con las cejas en alto.
—¿Sabes cocinar?
—Un poco. —contestó él.
No era una mentira total. No había cocinado en muchos,
muchos años, pero sabía que al menos podía encender el fuego,
calentar el agua, preparar el arroz. Cuando Ofelia bajara, podría
hacerse cargo. Cogió un vaso, lo llenó de agua de la jarra y se lo
dio a Kianna.
—Gracias. —susurró ella al tomar el vaso.
Se quedó mirándola un segundo más. No debería sentirse así.
No debería preocuparse por ella ni por su familia. Llevaba menos
de una semana aquí y se sentía como si ya hubiera caído en un
agujero interminable. Cuanto más tiempo pasaba con Kianna y su
familia, más confundido estaba. No recordaba su vida humana,
ningún guerrero lo hacía, pero probablemente tenía una familia, de
eso estaba seguro. No recordaba haber sido amado y cuidado, ni
haberse sentado a comer juntos. Y, aunque ella se mostraba
recelosa con él y callada siempre que estaba cerca, volvía a
experimentarlo todo. Ofelia lo trataba como a un hijo, a Selina y a
Calvin les encantaba jugar con él, e incluso su frialdad le parecía
reconfortante. Todo le confundía. Nuevos sentimientos -no,
olvidados- se agitaron dentro de su pecho. Y el sentimiento más
fuerte era hacia la chica que se sentaba frente a él.
—¿Qué es esta vez? —preguntó ella, acariciándose las
mejillas de nuevo—. ¿Sigo estando demasiado pálida?
Devon no había tenido la intención de mirarla durante tanto
tiempo, pero cuando se trataba de ella, no tenía mucha opción, o
control.
—No, estás muy guapa, como siempre. —El rojo se extendió
62
rápidamente por sus mejillas y se quedó mirando el vaso de agua
que tenía en las manos. Maldita sea, no debería haber dicho eso—.
Voy... a empezar con la cena ya.
Se dirigió a la estufa de leña y llenó una olla con agua.
Pero no pudo resistirse. La observó por encima de su hombro.
En silencio, ella se levantó de su asiento y se dirigió de puntillas al
rincón del comedor, donde había una alta estantería llena de libros.
Él la había visto leer antes, especialmente bajo el cerezo a la orilla
del lago. Mientras ella acariciaba el lomo de los libros ahora,
eligiendo su próxima lectura, él hizo una nota mental. La próxima
vez que fuera al pueblo, se pasaría por la librería y compraría un
libro nuevo, o varios, para ella.
Por alguna razón, la idea de hacerle un regalo le llenaba de
ilusión.
7

PRESENTE

Kenna

LLEVABAMOS UNA SEMANA en esta ciudad y no había 63


pasado nada. Con cada hora que pasaba, esperaba que Slater y sus
hombres rompieran la puerta principal y nos llevaran de nuevo,
pero todo había estado tranquilo. A veces dudaba de que esta paz
fuera real. Incluso la oscuridad que suele perseguirme, trayendo
demonios, había estado ausente.
Mi voluntad de permanecer impasible ante este movimiento
se deslizó hacia la esperanza. La esperanza de que esto fuera así.
Finalmente habíamos escapado de las garras de Slater. Éramos
libres.
Pero, desde que habíamos dejado de huir, me estaba
aburriendo fácilmente. Lia había salido a una entrevista de trabajo
a media mañana, y yo me senté en el porche trasero a leer. Pero
hacia el mediodía me rugió el estómago y me dirigí a la cocina. En
la nevera había algunas sobras, pero como siempre, nada me
llamaba, así que decidí cocinar.
Después de mi fiasco con la tarta, estaba decidida a triunfar.
Mucha gente cocinaba, ¿por qué yo no?
Lo preparé todo: descongelé las gambas, cociné la pasta, pero
cuando llegó el momento de trabajar en la salsa, las cosas fueron
cuesta abajo. Debido a nuestra escasa liquidez, Lia y yo habíamos
visitado un par de ventas de garaje y habíamos adquirido un
montón de cosas viejas, sobre todo de cocina, como una tostadora,
cuencos y un juego de ollas azules. Entre esas cosas había un robot
de cocina. Corté una cebolla en grandes rodajas y la puse en el
robot. En el momento en que pulsé el botón de encendido, un
extraño silbido salió de la maldita cosa, seguido de humo.
—Oh, mierda —murmuré mientras pulsaba el botón de
apagado. Pero la cosa no se detuvo. Salió más humo del robot de
cocina hasta que salieron chispas por debajo de las cuchillas. Grité
y cogí el cable de alimentación, pero al sacarlo de la toma de
corriente, otra chispa salió del aparato, pinchándome la mano. Grité
mientras me la acunaba contra el pecho—. Mierda, mierda, mierda.
La puerta trasera se abrió de golpe y, por un momento, mi
corazón se detuvo. 64

Esto era todo. Slater estaba aquí, y me llevaría.


Devon parecía un poco desaliñado con su pelo oscuro
revuelto por el viento.
—¿Qué ha pasado? —Sus ojos escudriñaron el lugar, como
si buscaran un enemigo. Entonces, su mirada encontró el
procesador de alimentos humeante, y mi mano apretada contra mi
pecho—. ¿Qué ha pasado? —Volvió a preguntar, con un tono
menos urgente.
Fruncí el ceño.
—¿Por qué estás aquí?
Se enderezó hasta alcanzar su máxima estatura, el tipo debía
de medir más un metro ochenta y se pasó una mano por el pelo,
echándose los mechones más largos hacia atrás—. Estaba en mi
patio trasero. Oí tu grito.
—¿Y simplemente irrumpes en la casa de otra persona
cuando oyes un grito?
Sus gruesas cejas se curvaron hacia abajo.
—Sí.
Con mi mano buena, señalé hacia el procesador de alimentos.
—Como puedes ver, tuve un pequeño problema técnico.
—¿Y tu mano?
Me la miré. Las yemas de los dedos estaban un poco rojas y
en carne viva, y me picaban como si hubiera tocado una sartén
caliente.
—Yo... estoy bien.
En tres largas zancadas, Devon estaba delante de mí. Me
agarró la mano. Tomando una bocanada de aire, cerró los ojos por
un breve momento, luego sacudió la cabeza y la miró fijamente.
¿Qué demonios fue eso?
—Deberías aplicarte crema para quemaduras en los dedos. — 65
Miró a su alrededor—. ¿Dónde está tu botiquín de primeros
auxilios?
Le miré fijamente. ¿Cuál era su problema? Lo había visto por
su casa un par de veces durante la semana pasada. Incluso había
venido una vez cuando Lia le pidió ayuda con la nueva cómoda que
había comprado para mi dormitorio y, por supuesto, insistió en que
se quedara a cenar después. Cuanto más lo miraba, menos lo
entendía. Por lo que yo sabía, tenía veintiún años y vivía solo.
Había mencionado que sus padres habían muerto, aunque nunca
había dicho cómo. Pero además de su turbio pasado, probablemente
le ocurría algo, porque ¿cómo podía seguir solo? No estaba ciega
y tenía que admitir que era demasiado guapo para su propio bien.
Un rostro digno de portada de revista con ángulos agudos que
podían cortar con una mirada; labios rojos y carnosos, que apuesto
a que eran buenos besando; ojos enigmáticos y oscuros que me
perforaban el alma. Llevaba el pelo sedoso y corto, salvo unos
cuantos mechones más largos en la parte superior, que se le caían
obstinadamente sobre la frente cada dos por tres. Y por si su rostro
perfecto no fuera suficiente, era alto, con hombros anchos. Su
camiseta se ajustaba bien a su duro pecho, y sus brazos estaban
acordonados con músculos delgados. Guapo, sexy, soltero y
discreto. ¿Cómo no iba a ser esa la receta perfecta para tener al
menos una novia?
Tal vez tenía una, y simplemente no la había mencionado
todavía.
Di un paso atrás, golpeando mi cintura con la encimera de la
cocina, y él soltó mi mano.
—Estoy bien. Puedo ocuparme de esto.
—Kenna. —Volvió a cogerme la mano.
¿Qué demonios? ¿Por qué estaba siendo así? ¿No sabía que
quería que se fuera? Nuestra primera noche aquí, me había hecho
una promesa. Me quedaría aquí sin rechistar por el bien de Lia, pero
no dejaría que nadie se acercara a nosotras. Si Slater nos
encontraba, los usaría para hacernos daño. Les haría daño.
66
Mi angustia y frustración se desbordaron, haciéndome perder
el control de mis poderes por un segundo. Las luces de la cocina
parpadearon.
Devon levantó la vista.
—¿Qué ha sido eso?
Respiré profundamente, calmándome.
—No lo sé.
Por si acaso, me dirigí al otro lado de la cocina. No tenía
previsto tratar mis quemaduras, pero para tener algo que hacer, cogí
el botiquín del armario. Cuando espié por encima de mi hombro, vi
como él cogía el libro que había estado leyendo de la encimera de
la cocina.
—Creo que esto se ha estropeado. —Me lo tendió.
La esquina superior estaba negra.
—Oh, no.
Me apresuré a ir a su lado; cogí el libro con mi mano buena.
Lo había dejado al lado del robot de cocina, porque mi intención
era leer algunos párrafos más mientras se cocinaba la salsa. Una
chispa debió salir disparada hacia él, quemando la esquina de varias
páginas. Ojeé las páginas. Un buen trozo de texto estaba quemado.
Ahora no podía leerlo así.
—Mierda.
Sus labios se levantaron, y traté de no notar que estaba todavía
más guapo con esa media sonrisa.
—¿Qué es tan gracioso?
—Estás más preocupada por el libro que por tu mano.
Encogiéndome de hombros, coloqué el libro estropeado en la
isla de la cocina, junto a los formularios de GED* y los libros de
estudio. Hacía siete años que no iba a la escuela, pero Lia me había
enseñado mucho de lo que recordaba, especialmente en los dos
67
últimos años. En cada parada que hacíamos, me compraba un
nuevo libro de texto: química, biología, matemáticas. Había
aprendido mucho por mi cuenta, pero ella insistía en que me
sumergiera en nuestra nueva vida. Debía estudiar, hacer el examen
de GED* y solicitar la entrada en la universidad. Había un par de
pequeños colegios comunitarios cerca.
Devon se quedó mirando los formularios.
Una sensación de vergüenza me atravesó. ¿Qué pensaba él de
una joven de dieciocho años -diecinueve en menos de dos meses-
que no había ido a la escuela? Seguramente ahora estaba tratando
de pensar en una excusa para marcharse. Estaba bien. Podía darle
una.
—Puedo seguir sola. —Cogí la crema para quemaduras del
botiquín—. Gracias, sin embargo, por venir a verme.

*GED: General Educational Development Test (examen de desarrollo de educación general) certificado para
el estudiante con los requisitos necesarios de escuela preparatoria estadounidense o canadiense.
Sus ojos oscuros se clavaron en los míos, y sentí que intentaba
ver más allá de mí, para encontrar la razón por la que lo estaba
echando de la casa a través de mis ojos. Sin embargo, mientras me
miraba fijamente, me di cuenta de que una chica realmente podía
perderse en esos estanques de ébano suyos.
—De nada. —contestó finalmente, con la voz tensa.
Se dio la vuelta y se fue, cerrando la puerta trasera tras de sí.
En el momento en que se fue. Dejé escapar un largo suspiro,
como si no hubiera podido respirar bien durante todo el tiempo que
él había estado aquí.
No me gustaba.
No me gustaba cómo reaccionaba mi cuerpo cuando él se
acercaba ni lo amable que era. Especialmente no me gustaba la
posibilidad de que se acercara demasiado y se hiciera daño. 68
Esta noche, iba a tener una charla con Lia. Pasara lo que
pasara, tenía que dejar de pedirle ayuda a Devon e invitarlo a cenar.
Ella entendería de dónde venía. Después de todo, yo había sufrido
a manos de Slater durante cinco años, pero ella había sufrido
durante dieciséis. Si alguien entendía por qué debíamos mantener
las distancias con la gente, era ella.
Habíamos elegido escapar y vivir, pero ambas sabíamos que
nunca podríamos llevar una vida normal. La única manera de
hacerlo era abrazando la soledad que nos proporcionaba nuestra
libertad.
Solas, pero vivas.
8

PASADO

Kianna

EL AGUA FRÍA del lavabo de la cocina era un bálsamo para 69


sus manos en este día tan húmedo y caluroso. La primavera estaba
muy avanzada, pero había días en los que Kianna se preguntaba si
el verano había decidido aparecer antes. Deseaba poder abandonar
sus obligaciones, aunque sólo fuera por unos minutos, para ir a
darse un refrescante chapuzón en el lago bajo la colina. Seguro que
el agua estaba agradable y fresca. Cerró los ojos y se imaginó a sí
misma nadando en el agua cristalina.
—Aquí hay más. —La voz de Cat interrumpió su sueño.
Abrió los ojos cuando depositó una cesta llena de productos
junto al lavabo.
—Esto es mucho. —Cogió una cabeza de lechuga—. ¿Dijo
que íbamos a usar todo esto?
Cat negó con la cabeza.
—Tu madre acaba de decir que tienes que lavarlas todas.
Gimiendo, lavó una lechuga, asegurándo de quitarle todos los
trozos de tierra, luego la dejó a un lado y cogió otra. Supuso que
estar de pie en la cocina y lavar las verduras era mejor que estar
bajo el caluroso sol y trabajando en el campo como estaban
haciendo Giles y Devon. A pesar de ella misma, miró por la
ventana. Allí, en medio del campo, él trabajaba como un loco, sus
músculos se flexionaban y movían con cada movimiento repetitivo.
Cat se acercó a ella y siguió su mirada.
—Hm. Sé que aún desconfías de él, pero tienes que admitir
que ha sido una bendición para la granja.
Un largo suspiro recorrió sus labios.
—Lo sé.
Era cierto. Giles se estaba haciendo viejo y no tenía la
resistencia necesaria para trabajar todo el día en el campo,
especialmente cuando hacía demasiado calor o demasiado frío. Su
madre tenía treinta y ocho años, no era demasiado vieja. Pero
después de años trabajando en el campo, llevando la casa y
cuidando a los niños, la espalda le dolía la mayoría de los días, tenía
70
las manos cubiertas de callos y la cara se le estaba llenando de
arrugas. Ella pensaba que su madre seguía siendo hermosa, pero
era fácil ver que todo el trabajo duro le pasaba factura.
—Y tampoco es incómodo para la vista. —Cat le guiñó un
ojo, y esta gimió—. ¿Qué? ¡Es verdad! —Señaló la ventana—.
Míralo. Es guapísimo y fuerte, y ha ayudado a tu familia como
nadie lo ha hecho. —De nuevo, tenía razón—. Si yo fuera tú, me
olvidaría de un matrimonio concertado y me casaría con él.
Kianna jadeó.
—¡Cat!
La chica se encogió de hombros.
—¿Qué?
—Eso... ni siquiera es una posibilidad. —Bajó la mirada,
centrándose en los productos del lavabo.
Si no era una idea a tener en cuenta, ¿por qué se le había
apretado el estómago al pensarlo? Era una tontería, en realidad.
¿Sólo porque era guapo, ayudaba a cuidar de su familia y la trataba
con respeto? Ella no sabía de dónde venía él, su familia. ¿Y si ya
estaba casado? ¿O tenía una deuda mayor que la de su familia?
Casarse con él, o incluso pensar en ello, era imposible.
—Tu madre me ha dicho que se queda.
Ella asintió. Había tenido su primera gran discusión con su
madre cuando le dio la noticia la noche anterior.
—Mi madre dijo que él no recuerda nada de su pasado y que
no tiene a dónde ir. Así que le ofreció quedarse aquí. Trabajará en
la granja a cambio de alojamiento y comida y una pequeña
compensación. —Señaló con una mano húmeda la vista del
exterior—. Aceptó la oferta.
Aunque ella no consideraba que dormir en un catre en el
granero junto a las herramientas fuera un alojamiento, pero a él no
parecía importarle. No es que ella quisiera que durmiera dentro de
la casa. Si su madre intentara trasladarlo a la habitación de
invitados, se pondría firme. 71

—¿Quién no lo haría? —preguntó Cat.


Ella la miró fijamente.
—¿Qué?
—Quiero decir que es como él dijo. No recuerda nada y no
tiene dónde ir. Está solo, pero encontró a tu familia, que ha sido
amable y acogedora con él. —Kianna entrecerró los ojos y Cat se
rió—. Muy bien, la mayoría de vosotros le habéis acogido con los
brazos abiertos. ¿Por qué querría irse?
Su mirada volvió al joven en el campo. Cuando su amiga se
lo planteó así, cuando ella permitió que se desvanecieran sus
prejuicios y su miedo hacia el desconocido y sus intenciones,
entonces también pudo entenderlo. Si fuera ella, perdida y sola, se
aferraría a cualquier ayuda ofrecida con todo lo que tenía.
Y eso era exactamente lo que Devon estaba haciendo.
Entonces, ¿por qué, incluso después de saber esto, sentía
que tenía que proteger a su familia y a sí misma de él?
Devon se enderezó, bajando el arado que tenía en las manos,
y miró hacia el fondo de la colina. Dos segundos después, su madre
pasó por delante de la ventana, dirigiéndose a la parte delantera de
la casa. Selina y Calvin corrieron tras ella.
—¿Qué está pasando?
Kianna dejó caer las verduras y se secó las manos en el
delantal atado a la cintura. Cat frunció el ceño.
—No lo sé.
Las dos se precipitaron por la casa. Kianna se detuvo ante las
pesadas puertas dobles de madera del vestíbulo cuando se oyó una
voz estridente y fuerte.
—Oh, no —murmuró.
Abrió las puertas de golpe e inmediatamente se arrepintió.
Un gran carruaje con una capota de terciopelo rojo y bordados
dorados descansaba frente a los escalones de piedra que conducían 72
a la mansión, y una mujer regordeta, con los labios rojos brillantes
y el pelo color trigo recogido sobre su gran cabeza, saludaba desde
la ventana abierta sobre la puerta.
—¡Ofelia! Ha pasado mucho tiempo.
Un cochero bajó de la parte delantera del carruaje y abrió la
puerta. La mujer le cogió de la mano y bajó los escalones, hasta
que estuvo de pie a un par de metros de su madre, con su elegante
vestido azul oscuro derramándose a su alrededor.
—Hola, Jocelyn. —Saludó su madre, con la voz ribeteada de
ira disimulada—. ¿Qué te trae por aquí?
El estómago de Kianna se apretó mientras miraba la falsa
sonrisa de la mujer.
—Oh, iba de camino al pueblo y recordé que solía parar a
tomar el té aquí de vez en cuando. —Sus ojos recorrieron la
mansión que se cernía sobre ella. Kianna deseó poder poner un velo
sobre el rostro de la mujer, o cubrir sus ojos con las manos. La
mansión no había sido cuidada adecuadamente en los últimos años,
y eso empezaba a notarse. Ciertamente, ése sería el nuevo tema
añadido a su lista de cotilleos. Su mirada apagada volvió a dirigirse
a Ofelia—. Sólo quería asegurarme de que todo estaba bien.
Las manos de su madre se cerraron en puños, y pudo ver
cómo luchaba por controlarse delante de su vecina, por no alisar su
vestido liso y sucio, o acariciar su pelo desordenado o arreglar sus
ondas castañas, o esconder su cara arrugada y sin maquillaje.
La ira la recorrió, e intentó con todas sus fuerzas no mandar
a la mujer a paseo.
—Estamos bien. —respondió su madre, con la voz tensa.
—Seguro que sí, querida. —Su sonrisa le falsa hizo hervir la
sangre—. ¿No te vi hace un par de días en la asamblea del nuevo
colegio? Lo hice, ¿no? Oh, mis hijos han sido aceptados en la
escuela. Empiezan la semana que viene. Apuesto a que los tuyos
también, ¿no?
73
Apostaría las pocas monedas de oro que había ahorrado con
mucho esfuerzo a que la mujer sabía que no habían sido aceptados,
aún no, y estaba pidiendo que se lo restregaran por la cara.
Finalmente, su mirada se posó en ella.
—Oh, querida, estás tan encantadora como siempre. —Otra
mentira. Ella sabía que, con su vestido harapiento, su delantal
sucio, sus zapatos raídos y su pelo rubio suelto y salvaje cayendo
en terribles marañas por su espalda, no parecía encantadora—.
¿Has llamado a tus amigas últimamente? ¿Hattie y Olive? Oh, he
oído que sus compromisos van viento en popa. Pronto estaremos
recibiendo invitaciones de boda.
Su estómago cayó. ¿Hattie y Olive estaban comprometidas?
¿Se iban a casar? Sabía que acabaría ocurriendo, pero pensar en
ello era una cosa. Saberlo era otra. ¿Qué le importaba? No era que
ninguna de las dos hubieran sido nunca verdaderas amigas suyas.
Una vez que su padre murió y su situación cambió, Hattie y Olive
no volvieron a hablar con ella. Hubo una vez, no hace mucho, en
que fue al pueblo a visitar al boticario. Las vio, pero cuando fue a
saludarlas, las chicas fingieron no haberla visto y se fueron.
—Eso será encantador. —afirmó forzando una sonrisa.
—Sí, ya decía yo que...
Devon bajó la colina y se detuvo justo delante de Jocelyn, de
espaldas a ella. Todos lo miraron sorprendidos, Jocelyn más que
nadie.
—Disculpe, señora. —dijo él, dirigiéndose a su madre.
Sonaba sin aliento y desconcertado, e incluso después de trabajar
todo el día bajo el sol abrasador, Kianna nunca había visto a Devon
sin aliento—. Pero tengo que enseñarte algo. —Señaló hacia la
colina, donde el campo se extendía sobre la propiedad—. Allí.
El rostro de su madre se contorsionó, pasando de la guardia a
la preocupación.
—¿Qué ha pasado?
Respirando profundamente, él se balanceó y dio dos pasos
hacia atrás. Ensuciando el dobladillo del vestido de Jocelyn con sus 74
botas embarradas. La mujer dejó escapar un jadeo exasperado, su
cara se puso roja.
—¡Oye, tú!
Él se giró hacia ella.
—Oh, mis disculpas. No la vi ahí. —¿Hablaba en serio? ¿No
había visto el gran carruaje y la gorda con el vestido? Se acercó a
ella, rozando la falda con sus manos sucias, donde no había estado
sucia antes. Bajó la cabeza—. Mis disculpas.
Con un siseo, Jocelyn se apartó de su alcance.
—Sr. Flynn, vámonos.
Entrecerró los ojos hacia él, y luego hacia la madre de Kianna,
antes de deslizarse hacia su carruaje. No se despidió mientras el
coche se alejaba. Con una media sonrisa, Devon se volvió hacia
ellas.
—Perdona si he sido exagerado, pero no podía soportar el
modo en que te estaba tratando.
Ella se tragó un grito ahogado, Cat soltó un aullido, su madre
sonrió y sus hermanos chillaron de alegría.
—Eso fue... se lo tenía bien merecido. —contestó su madre,
acercándose a él y acariciando su brazo—. Lo has hecho bien.
Gracias. —Ofelia dejó escapar un largo suspiro y agitó los brazos
a un lado—. Digo que nos tomemos las próximas dos horas libres
y disfrutemos de un largo y perezoso almuerzo. Creo que nos lo
merecemos. —Llevó a los niños al interior de la mansión para que
se lavaran antes de poner sus patas sobre los muebles.
Devon la miró.
—Yo... dile a tu madre que voy a terminar una cosa que
estaba haciendo, luego me lavaré y me reuniré con todos vosotros
para comer. —Bajó la mirada y comenzó a marcharse hacia la
colina.
Algo tiró del pecho de Kianna, un sentimiento que no quería
reconocer, pero que tampoco podía ignorar. 75

—Devon. —Lo llamó antes de perder el valor. Él movió la


cabeza hacia atrás y la miró fijamente. Ella sintió que la comisura
de sus labios se deslizaba hacia arriba en una pequeña sonrisa.
Después de todo, lo que él había hecho por ellos había sido bastante
grande—. Gracias.
La media sonrisa estaba de vuelta, iluminando todo su
comportamiento.
—Fue un placer.
9

PRESENTE

Kenna

—¿YA CASI HAS TERMINADO? —Le pregunté a Carol.


76
Sentada en el suelo del vestíbulo, con sus libros en el regazo,
ella me miró.
—Sólo tengo... —Contó los problemas de matemáticas en su
hoja de deberes—. Cuatro más. Y ya he terminado.
Refunfuñé en voz baja y seguí pintando la pared del salón.
Carol era persistente. Aunque prácticamente la había echado de
casa hace unos días, seguía viniendo a mi casa en cuanto llegaba
del colegio y hablaba sin parar de cosas hasta que le cerraba la
puerta en las narices.
Era por su seguridad, me decía. Lia y yo estábamos jugando
a las casitas ahora, pero cuando tuviéramos que volver a correr, ella
sólo saldría herida en el proceso.
Sin embargo, hace dos días, Lia había abierto la puerta y la
había invitado a entrar. Nos preparó una merienda y nos instaló en
el porche trasero con galletas y café. No tuve más remedio que
hablar con la chica, y me sentí frustrada cuando, tras treinta
minutos a su lado, me di cuenta de que no era ni la mitad de mala
de lo que pensaba al principio.
Más tarde, esa misma noche, tuve una discusión con Lia sobre
los riesgos de dejar que otras personas se acerquen a nosotras.
—No podemos vivir a medias, Makenna. —Había dicho,
llamándome por mi nombre real por primera vez en semanas—. No
podemos unirnos a la sociedad, escondernos de ella. Podemos
tener cuidado, pero seguir viviendo. ¿Sabes lo que quiero decir?
Sí que sabía lo que quería decir, pero no me resultaba nada
fácil. Había vivido en la oscuridad y el terror durante cinco años, y
luego había estado huyendo cada segundo de los dos años
siguientes. No podía culparme si era recelosa y desconfiada.
Recelosa. Esa era la mejor palabra para describirme ahora
mismo.
—Todo listo. —La voz de Carol me sacó del oscuro agujero
emocional. Miré por encima de mi hombro. Ella apartó sus libros,
luego cogió otro rodillo y se puso a mi lado—. ¿No hicimos esta
pared ayer? 77

—No, hicimos esa. —Señalé con la barbilla la pared de la


izquierda.
Ya que quería pasar tiempo conmigo, podía ayudarme con la
remodelación de la casa mientras hablábamos.
Lia y yo nos habíamos inventado una historia de fondo, así
que cuando la gente nos preguntara de dónde veníamos y por qué
nos habíamos mudado aquí, teníamos algo preparado: mi padre, el
marido de Lia, había muerto en un accidente hacía un par de años.
Después de eso, el dinero era escaso y mi madre pensó que era
mejor mudarse a una ciudad más pequeña. ¿Por qué Misty Hill?
Porque le gustó el pueblo mientras conducíamos.
Eso era todo.
Y eso era exactamente lo que le había dicho a Carol durante
su entrevista de mil preguntas. Cuando volvió a preguntarme si
quería ir a la escuela -ella acababa de cumplir dieciocho y estaba
en el penúltimo año, así que todavía tenía un año completo de
instituto por delante- le dije que no. Ya era abril y la escuela
terminaba la primera semana de junio. Para que valiera la pena,
tendría que entrar en su clase de junior, pero ya tenía casi
diecinueve años. No quería ser la mayor de su instituto. Así que era
más fácil hacer el GED y acabar con él.
—... ¿y sabes lo que dijo? —preguntó ella.
La chica no dejaba de hablar. Al principio, me molestaba
muchísimo, pero al final, llenaba el incómodo silencio. Era fácil
hablar con ella cuando todo lo que tenía que hacer era incitarla para
que siguiera con su historia.
—¿Qué?
—Que iba a decirle a mis padres que le había tirado del pelo
y la había insultado. ¿Puedes creerlo? Qué perra.
Me reí. No pude evitarlo. Carol hablaba de las zorras de su
colegio como si yo supiera de quiénes hablaba, y yo tenía que fingir
que lo sabía.
—Menuda zorra. —repetí. 78
—¿Verdad? Uf, quería abofetearla.
Bajé el rodillo y la miré.
—¿Por qué no lo hiciste?
Sus ojos se abrieron de par en par.
—Bueno... eso no está bien, ¿verdad? Aunque sea mala
conmigo, con todo el mundo, no puedo serlo también con ella.
Fruncí el ceño. Si fuera yo, habría invocado mis poderes, la
habría envuelto en la oscuridad y le habría provocado sus peores
pesadillas. Lloraría durante una semana. Pero así era como solía
lidiar con los matones y demonios de Slater. Probablemente no
debería hacerle eso a la gente normal.
—Supongo que tienes razón. —contesté, tomando nota
mental de no hacer eso a los humanos inocentes.
Suspiré. Tenía tanto que aprender sobre cómo vivir como una
persona normal, que ni siquiera era gracioso.
—Así que... hay una fiesta este sábado. —empezó ella.
Me quedé helada.
De acuerdo, había permitido que Lia me obligara a tener una
amiga, y estaba intentando ser amable con la chica, pero ¿ir a una
fiesta? ¿Con otros adolescentes? Todavía no estaba preparada para
eso.
—Oh. —murmuré.
Su teléfono sonó. Bajando el rodillo, sacó el teléfono del
bolsillo y comprobó el mensaje.
—Mierda. Es mi madre. Va a venir a cenar a casa. Es un
milagro. —Su boca hizo una pequeña O—. Oh, mierda, la cocina
es un gran desastre. Será mejor que vaya a limpiar antes de que
llegue.
—¿Qué? —Señalé a la pared—. ¡Pensé que me estabas
ayudando!
Dejó caer el rodillo en la bandeja. 79
—Lo siento. —Se retiró al vestíbulo—. Lo siento mucho. —
Recogió su mochila del suelo—. Volveré más tarde si puedo.
Me reí.
—No pasa nada. Vete. —Le hice un gesto para que se fuera.
—Adiós. —Se colgó la mochila al hombro y salió corriendo
por la puerta. La oí cerrarse de golpe, seguida de sus pisotones en
los escalones y el camino de piedra de la entrada.
Todavía sonreía un par de minutos más tarde, pensando en lo
loca, agitada y contagiosa que era Carol. Quizá Lia tenía razón.
Todo lo que necesitaba ahora era una amiga de mi edad, y la
oportunidad de ser una adolescente y vivir un poco. Tenía que
admitir que relajarse un rato y olvidarse de todo lo malo del pasado
era adictivo.
Bajé el rodillo a la bandeja y me di cuenta de que la pintura
estaba casi agotada. Miré alrededor de la sala de estar. Varios de
los botes ya se habían utilizado, pero había dos que aún estaban
cerrados. Hice un rápido cálculo: la cantidad de botes de pintura
que ya habíamos usado y la cantidad de paredes que ya habíamos
cubierto. Mierda, necesitaríamos más botes de pintura.
Esto de la remodelación no terminaba nunca.
Agarré los botes vacíos con los brazos y arrastré los pies
descalzos hasta la cocina, donde encontré una gran bolsa de basura
y los tiré. Luego, me detuve junto al fregadero y me lavé las manos.
Miré por la ventana. Mis manos se aquietaron bajo el agua corriente
cuando vi a Devon en su porche, sentado en una tumbona, con un
grueso libro en las manos. Tenía un aspecto muy apuesto y varonil
con los pies apoyados y la mirada fija en las páginas del libro.
Me miré las manos, recordando el día en que me las quemé y
él vino a rescatarme. Eso había sido hace unos días, y desde
entonces, había venido una vez para ayudar a Lia con algo. La
sermonee una vez más por acercarse demasiado a la gente del
pueblo, un punto que se volvió discutible después de que me
convenciera de permitir que Carol se convirtiera en mi amiga.
80
¿Pero qué pasa con Devon?
Para ser sincera, a veces me preguntaba si estaba solo y
recluido no por un defecto, sino por algún secreto horrible, como
si fuera un asesino en serie. ¿Qué tan horrible sería eso? Un hombre
guapo como él, ¿un asesino en serie? Sacudí la cabeza y regresé a
la sala de estar. Me incliné para coger el rodillo de nuevo cuando
sonó el timbre.
Probablemente era Carol, pero se había marchado hacía unos
minutos. Sabía que la puerta no estaba cerrada. Nunca se paraba a
llamar cuando venía. Si fuera ella, no tocaría el timbre;
simplemente entraría y me asustaría.
Entonces, ¿quién era?
No pude evitar los rápidos latidos de mi corazón mientras me
acercaba a la puerta. Esta ansiedad, este miedo, era un reflejo. No
podía controlarlo. Cada vez que sonaba el timbre, me ponía en
tensión, temiendo que fuera Slater.
Conteniendo la respiración, abrí la puerta.
—Hola, querida. —Una mujer alta y redonda me sonrió con
sus brillantes labios rosados—. Soy Roselyn, tu vecina. —Señaló
una casa dos veces más grande que la mía al otro lado de la calle—
. He querido venir a conocerte a ti y a tu madre, pero he estado
ocupada. —Me puso en los brazos una tarta bellamente decorada—
. Bienvenida al barrio.
Sostuve el pastel como si fuera una bomba.
—Gracias.
Ella miró por encima de mi hombro, a las escaleras sin
barandilla, a las latas de pintura esparcidas por el suelo del salón, a
la lámpara de araña que aún estaba en el suelo del comedor.
—Oh, veo que están haciendo una pequeña remodelación.
Eso es bueno. —Sus ojos se desviaron hacia el exterior de la casa,
su nariz se arrugó—. ¿Tu madre y tú planean arreglar el exterior
también? —Se acercó más—. Entre nosotras, a tu casa le vendría
bien al menos una nueva capa de pintura. Haría que todo el 81
vecindario tuviera mejor aspecto.
Me la quedé mirando con incredulidad. ¿Qué demonios
acababa de decir?
—Eso está en la lista de cosas por hacer. —murmuré.
—Bien. —Dio una palmada con sus grandes manos—. Ahora
dime, ¿dónde está tu madre?
Fruncí el ceño.
—En el trabajo.
Lia había aceptado uno de los trabajos para los que se había
entrevistado y había empezado inmediatamente.
—Ah, sí, ¿dónde trabaja? —La señora apretó los labios—. No
puede ser nada demasiado glamuroso, no en esta ciudad. Supongo
que es camarera. ¿Tal vez una criada? ¿Para quién trabaja? —
Parpadeé mirándola. ¿Hablaba en serio? — ¿Es buena? Tuve que
despedir a mi criada, y me vendría bien alguien ahora mismo. —
Entrecerró los ojos y me miró de pies a cabeza. Estaba descalza,
con unos vaqueros sueltos y manchados, y una camiseta vieja con
agujeros y manchas de pintura. Me había recogido el pelo largo en
un moño suelto encima de la cabeza. Sabía que mi aspecto no era
maravilloso, pero la forma en que me miraba me hacía revolver el
estómago—. ¿También trabajas como criada? Puedo pagarte bien
por un servicio urgente. —Abrió su bolso y sacó la cartera de su
interior—. Después, podemos llegar a una tarifa, dependiendo de
lo que me guste tu trabajo. —Me sonrió—. ¿Qué dices?
Un ataque de ira me recorrió. Mis poderes se despertaron y
sentí un cosquilleo en los dedos mientras mi magia pedía ser
liberada. Las luces de la sala de estar parpadearon y respiré
profundamente, tratando de controlar mi poder.

Devon 82

LA VOZ ESTRIDENTE de la Sra. Thompson llegó a mis


oídos. Frunciendo el ceño, me levanté de la silla y miré a mi
alrededor, tratando de localizarla. No pude verla, pero cuando
volvió a hablar, supe de dónde venía.
—Entre nosotras, a tu casa le vendría bien al menos una nueva
capa de pintura. Haría que todo el vecindario se viera mejor.
¿Qué coño?
Me tragué la rabia que me subía por dentro.
No era mi problema. No era mi problema. No era mi
problema.
—¿Tal vez una criada? ¿Para quién trabaja? ¿Es buena? Tuve
que despedir a mi criada, y me vendría bien alguien ahora mismo.
Muy bien, eso fue todo. No podía quedarme al margen.
Más rápido que cualquier humano, corrí a la casa de Lia y
Kenna, saltando la valla baja sin ningún esfuerzo, y entré en su casa
por la puerta trasera. Miré a mi alrededor y cogí lo primero que vi:
cinta de pintor.
—¿Qué dices?
Me abrí paso por el pasillo hasta el vestíbulo. En mi camino,
las pocas luces que estaban encendidas parpadearon, y fruncí el
ceño cuando un zarcillo de oscuridad me rozó. Kenna estaba de pie
frente a la puerta, con una de sus manos cerrada en un puño, con
los nudillos blancos. Frente a ella, la señora Thompson parecía una
depredadora dispuesta a arrancarle la cabeza a alguien. La de
Kenna.
—Toma. —dije, corriendo a su lado.
Los ojos de la señora Thompson se abrieron de par en par.
Kenna me miró fijamente. Lentamente, dejó escapar un largo
suspiro y flexionó los dedos, como si estuvieran rígidos después de 83
haberlos apretados de esa manera.
—¿Qué...?
—Lo encontré en la cocina. —La corté antes de que delatara
mi artimaña. Le entregué la cinta y luego dirigí mi mejor sonrisa
despreocupada al diablo que estaba en el porche—. Hola, señora
Thompson. ¿Cómo ha estado?
—Devon. —contestó, como si mi nombre tuviera un sabor
agrio. Bien por mí—. Estoy... bien. —Ofreció una sonrisa apretada
a Kenna—. Volveré para conocer a tu madre más tarde.
Sin esperar una respuesta, la mujer bajó las escaleras y se
apresuró a regresar a su casa como si estuviera huyendo de un
demonio.
Si ella supiera...
—¿Qué fue eso? —preguntó Kenna.
Bajé la mirada hacia ella. Llevaba ropa vieja, manchas de
pintura por todas partes, incluso en los brazos y los pies descalzos,
y tenía el pelo castaño recogido en la cabeza. Así, parecía tan
pequeña, tan frágil, con su frente apenas llegando a mi barbilla, y
por alguna razón, un repentino impulso de protegerla me golpeó
con fuerza.
¿No acababa de hacerlo?
—¿Por qué estás aquí?
Di un paso atrás y me pasé una mano por el pelo, tratando de
tirar de los largos mechones que no habían estado allí en casi
diecinueve años.
—Lo siento. Es que... la oía desde el fondo de mi casa y no
me gusta nada. Para ser honesto, esa mujer me pone enfermo. Y las
cosas que te decía... —Sacudí la cabeza una vez.
—¿Así que viniste y ella huyó?
Una esquina de mis labios se levantó.
—Sí, a ella tampoco le gusto. No se lo pongo fácil, ya que
ella no merece mi respeto. 84

—Ya veo. ¿Así que cada vez que venga, debería llamarte?
¿Eso hará que se vaya?
—Debería funcionar. —contesté, sintiendo que se me
formaba una sonrisa en la boca.
Ella levantó el pastel en sus brazos.
—Toma.
Me acerqué y le cogí la tarta. Mis dedos rozaron los suyos.
Una imagen extraña llenó mi mente. Una mujer joven con un
vestido y una larga trenza rubia que me sonreía.
—Gracias. —dijo ella.
Entrecerré los ojos, intentando ver la cara de la chica en mi
mente, pero todo estaba borroso. El orgullo me llenó el pecho.
—¿Devon?
Parpadeé.
¿Qué coño era eso? Era la tercera vez que ocurría. Cada vez
que la tocaba aparecían imágenes en mi mente. ¿Visiones?
Parecían recuerdos.
—Estoy bien. —Desviando la mirada, me dirigí hacia la
cocina.
—Por cierto —dijo, sus pies apenas hacían ruido mientras me
seguía—, gracias.
El sentimiento de orgullo había vuelto, pero esta vez era real.
En el presente, y a pesar de todas mis reservas y las fuertes
campanas que sonaban en mi mente, sonreí.
—De nada.

85
10

PASADO

Devon

SI FUERA POSIBLE, Devon se mantendría al menos a un


86
kilómetro de Kianna en todo momento. Pero no era posible. Tenía
que avisar a los dioses, informar a los demás guerreros. Así que
cuando Ofelia anunció que tenía que ir a la aldea, él se ofreció a
acompañarla.
Nunca había estado en esa aldea en particular, pero en este
lado del país, todas parecían iguales: un barrio pobre con caminos
polvorientos flanqueados por casas y tiendas destartaladas, y un
distrito más rico, rodeado de muros de piedra, donde los nobles y
señores de la aldea residían en sus opulentas mansiones.
Mientras entraban en el pueblo en el pequeño carro, tirado por
un caballo que necesitaba desesperadamente más comida, la mirada
de Ofelia se detuvo en las murallas de piedra en la distancia, con
añoranza. Antes de que su marido muriera, habría pasado mucho
tiempo al otro lado de esas piedras, cenando con la élite adinerada
de la ciudad.
Aparcaron la carreta a un lado del camino, con el caballo
atado a una barandilla baja. La gente se arremolinaba disfrutando
del día primaveral o yendo a las tiendas o al trabajo. El aroma del
pastel de arroz y la sopa de pollo flotaba en el aire.
—Toma. —Ofelia le entregó un tarro lleno de cerezas—.
Dale esto a Laina en la botica. Ella sabrá qué hacer.
Él frunció el ceño ante el tarro, pero no lo cuestionó.
—¿Algo más?
Ella negó con la cabeza.
—Puedo hacer el resto yo. Sólo reúnete conmigo aquí en una
hora para que podamos estar en casa antes de la hora de comer.
—Sí, señora. —Inclinó la cabeza hacia ella y ella le hizo un
gesto para que se fuera.
Con una leve sonrisa, Devon se alejó. Ofelia siempre le
reprendía cuando la llamaba señora, pero la mayoría de las veces
se sentía raro llamándola por su nombre de pila. A pesar de todas
sus mentiras, había llegado a respetarla y a preocuparse por su
familia.
Cuidar de Kianna. 87

No, no estaba bien. No se preocupaba por ella. No podía. Era


un guerrero inmortal. No podía preocuparse por una humana así.
La botica se encontraba al otro lado de la aldea -quizás por
eso Ofelia le había encomendado sólo una tarea-, pero Devon llegó
a la pequeña tienda en poco tiempo. Observó los estantes llenos de
frascos con líquidos, polvos y hierbas, todos cubiertos por una fina
capa de polvo. Al fondo había una pequeña mesa de madera. Una
mujer salió de una puerta detrás de la mesa y le sonrió.
—¿En qué puedo ayudarle?
—Estoy aquí para darle esto a Laina. —Le mostró las cerezas.
—Ah, sí, soy Laina. —Ella cogió el tarro. Él se lo dio de mala
gana. Con cuidado, lo depositó sobre la mesa—. Un segundo. —
Luego, se dirigió a uno de los armarios que flanqueaban la mesa.
Abrió una de las puertas y sacó un pequeño frasco lleno de líquido
rojo—. Aquí está.
Él entrecerró los ojos. Parecía sangre aguada.
—¿Qué es eso?
—El perfume de Kianna. —Sus ojos se abrieron de par en par
y la mujer se rió—. Ella me envía las cerezas y yo hago el perfume
para ella.
Devon tomó el frasco de la mujer.
—¿Cuánto le debo?
La mujer negó con la cabeza.
—Nada.
—¿Está segura?
—Por supuesto. Le debo mucho a la familia de Kianna. Esto
es lo menos que puedo hacer.
Un sentimiento humano se apoderó del pecho de Devon: la
curiosidad.
—¿Puedo preguntarte qué pasó? ¿Por qué estás en deuda con 88
la familia?
—Mis padres murieron cuando apenas era una adolescente.
Ofelia me acogió y me ofreció un hogar a cambio de trabajo. Al
principio, me mantuve al margen, aprendiendo de las otras criadas
de su mansión. Pero el tiempo pasó y Kianna se convirtió en una
dama. Ofelia me asignó como su doncella. —Una suave sonrisa
adornó sus labios—. Me encariñé con la chica y la consideré como
una hija. —Su sonrisa se desvaneció—. Pero entonces el amo
murió y llegaron los cobradores. Despidieron a la mayor parte de
la ayuda, incluida yo. Pero Ofelia me ayudó a conseguir este
trabajo.
—Y por eso haces el perfume de Kianna gratis.
Ella asintió.
—Me gustaría poder hacer más.
A mí también, pensó él.
Pero estaba haciendo mucho; lo sabía. Hacía años que no
contaban con ayuda adecuada en la granja y él había asumido la
mayor parte del trabajo. Y lo que más le asustaba era que no le
importaba. Quería ayudar.
Le dio las gracias a la mujer y se marchó para reunirse con
los guerreros antes de que se acabara su tiempo. Estaba perdido en
sus pensamientos, asustado por sus sentimientos, cuando se volvió
hacia el callejón para encontrarse con ellos. Ryder, Lucien y
Warren estaban uno al lado del otro al final del callejón, luciendo
sus armaduras de cuero y sus espadas.
—No tienes buen aspecto. —Se burló Ryder—. ¿Qué ha
pasado?
Se metió el frasco con el perfume en el bolsillo y se enfrentó
a ellos.
—Nada.
Lucien entrecerró los ojos.
—Estás mintiendo. 89
Un sentimiento de protección surgió en su interior.
—¿Acaso importa? Estoy aquí para informar. Llevo casi dos
semanas siguiendo a Kianna y no ha pasado nada. No hay
oscuridad a su alrededor, y definitivamente no tiene ningún poder.
—Hizo una pausa, seguro de la reacción que provocarían sus
siguientes palabras—. Ella no es malvada. Los dioses se equivocan
con ella.
Warren se cruzó de brazos.
—Puede que la chica no sea malvada, pero sus poderes sí.
—Esa es la cuestión; no hay ningún poder. —Insistió—.
Podemos sentir la oscuridad, y no percibo nada de ella.
Lo único que Kianna despertaba eran sus emociones humanas
que debían estar dormidas.
Ryder señaló sus manos.
—¿Qué es eso?
Devon las miró.
—¿Qué?
—Los callos. —aclaró Lucien—. El enrojecimiento. Tus
manos están arañadas y en carne viva.
—¿Has estado trabajando para ellos? —preguntó Warren,
con un tono de desaprobación.
Él se puso rígido.
—¿Mantener una tapadera no es parte de la misión? La
familia de Kianna está luchando. Tenía que ser útil para
mantenerme cerca.
Ryder negó con la cabeza.
—Estás en un terreno peligroso.
—No importa. —contesté—. Está funcionando.
—¿Te han dicho los dioses cuánto tiempo tienes que proteger
a Kianna? —preguntó Lucien. 90
—Sólo que tengo que protegerla hasta que pase el peligro. —
respondió él.
El único peligro ahora mismo era un campo entero de
productos que se estaban pudriendo, los vecinos presuntuosos y los
cobradores de deudas. Devon podía ocuparse fácilmente de ellos.
—Estate atento. —dijo Warren—. Los dioses no te habrían
enviado a ella por nada.
—Lo sé. —En los cien años que había servido a los dioses,
había ido a innumerables misiones, y nunca se habían equivocado.
Y eso le asustaba—. Si hemos terminado aquí, debería volver.
Ryder apretó los labios formando una fina línea, claramente
sin expresar lo que tenía en mente, y Warren cambió su peso,
también había terminado con esta reunión. Lucien asintió.
—Ve. Haz tu trabajo. Reúnete con nosotros en una semana.
—Lo haré. —Se alejó.
—Devon —Lo llamó Ryder. Él se detuvo y miró al guerrero
por encima del hombro—. Ten cuidado.
Agachó la cabeza una vez y salió del callejón. Acarició el
frasco de perfume que llevaba en el bolsillo, como si se asegurara
de que seguía allí, como si siguiera conectado a Kianna de alguna
manera, aunque se suponía que no debía encariñarse con ella o con
su familia. ¿Pero cómo no iba a hacerlo? Si hubiera podido
quedarse atrás y vigilarla desde las sombras, no se habría
involucrado tanto. Pero los dioses le ordenaron específicamente
que se acercara a ella y a su familia, que se convirtiera en un
humano, en un amigo. ¿Qué debía hacer él mientras su amable y
bondadosa familia luchaba? Necesitaban ayuda desesperadamente,
y él podía ofrecérsela. Era mejor que sentarse y esperar a que pasara
algo.
Eso ya estaba hecho. Había entrado en sus vidas, como los
dioses querían, y se había involucrado con la familia. No había
nada que pudiera hacer para cambiar eso ahora.
A decir verdad, no quería hacerlo.
91
Exhalando un largo suspiro, buscó en la calle, observando el
tipo de tiendas que había. Una librería en una esquina le llamó la
atención. Recordó su nota mental: conseguir más libros para
Kianna. No tenía ni idea de lo que les diría sobre cómo había
conseguido el dinero para pagar los libros, pero ahora mismo no le
importaba.
Lo único que le importaba era verla sonreír de nuevo.
11

PRESENTE

Devon

HASTA AHORA, mis informes habían sido entregados por


92
la noche, porque los guerreros podían esconderse fácilmente en las
sombras, pero esta vez, fui convocado durante el día.
Pasé con mi Maserati por delante de la posada de Misty Hill
y me detuve en el borde del aparcamiento que había detrás. Ryder,
con su atuendo de guerrero, salió de detrás de una hilera de árboles
altos y marchó hacia mi coche. La espada que llevaba atada a la
espalda desapareció y se metió en el vehículo.
—Conduce por el pueblo para que no parezca sospechoso. —
dijo Ryder en cuanto cerró la puerta.
—Si la gente ve a un extraño en mi coche, pensará que es
sospechoso. —Me crucé de brazos—. Nos quedamos aquí.
—Aguafiestas. —murmuró su amigo. Sacudí la cabeza,
divertido. Las misiones de Ryder eran técnicas, y nunca se acercaba
demasiado a los humanos. No es que quisiera mezclarse con ellos,
pero sabía que tenía curiosidad—. De todos modos, informa.
Miré fuera del vehículo, observando los altos árboles que
rodeaban el aparcamiento y los arbustos verdes. El alto sol de
primavera se filtraba a través de las hojas, como rayos dorados
divinos.
Un juego de los dioses.
Así era como se sentía mi vida ahora mismo.
—Todavía nada. —contesté—. Aparte de esos demonios
menores de hace un par de meses, no ha pasado nada más. —Podía
decirle que tenía nuevas vecinas, pero eso era mi lado humano
entrometiéndose y no estaba relacionado con mi misión. Suspiré—
. No sé qué quieren los dioses de mí. Llevo diecinueve años en esto.
Necesito pistas o nada cambiará.
—Todavía no han pasado diecinueve años.
—¡Lo sé! —Me quejé—. Ryder, sé que se supone que no
debes decirme qué pasó y qué debo hacer aquí, pero indícame la
dirección correcta. Dime una sola palabra que tenga sentido. —
Vivir como un maldito humano me estaba afectando—. Por favor.
93
—Devon... —Negó con la cabeza—. No puedo. Si pronuncio
media palabra, los dioses me enviarán al inframundo durante los
próximos trescientos años. Has sido mi amigo durante siglos, y
haría cualquier cosa por ti. Casi. —Hizo una pausa, observándome
con ojos cómplices—. Además, creo en ti. Puedes resolverlo y
hacerlo bien esta vez.
—Pero...
—No, Devon, no me pidas más. —Abrió la puerta y se
deslizó fuera del auto—. Me pondré en contacto contigo en unos
días. Buena suerte. —Empujó la puerta y se adentró en el bosque.
Me quedé mirando el lugar entre los árboles por el que había
desaparecido, con la mente en vilo y el pecho pesado. Hacía tiempo
que no me sentía tan agitado. Probablemente desde mis primeros
días de vuelta del inframundo, cuando creía que podría resolver
este misterio rápidamente y acabar con él. La ansiedad no hacía
más que aumentar a medida que pasaban los días, y no encontraba
pistas, ni direcciones, nada. Pero después de dos años de
preocupación y de apenas dormir, me rendí. Estaba jodidamente
cansado, agotado y enfadado con los dioses y los guerreros que
venían a verme. Durante unos años, me había sentido como un puto
fantasma, a la deriva por el mundo humano. Pero incluso eso se
volvió extenuante con el tiempo.
Entonces... no lo sabía. Sólo traté de vivir tranquilamente y
prestar atención a todo lo que me rodeaba. No iba en busca de pistas
como cuando volví por primera vez, sino que esperaba
simplemente tropezar con algo, cualquier cosa.
Como un maldito cuento de hadas.
Estaba harto de esto.
Conduje de vuelta a la ciudad, sólo con la mitad de mi mente
en el tráfico de Misty Hill. A esta hora del día, los niños estaban en
la escuela y la mayoría de los adultos estaban ocupados en el
trabajo. Las calles estaban casi desiertas.
Paré el coche delante de la biblioteca.
Una de las cosas que había arrastrado de mi vida humana -al 94
menos eso creía, ya que no recordaba los detalles, era el amor por
la lectura. No tenía ni idea de cómo había empezado, pero me
encantaba perderme en los libros, sobre todo en los de fantasía en
los que el bien se imponía al mal. Los humanos pensaban que era
ficción, pero yo sabía que no era así. Antes de estar atrapado en
esta aburrida rutina, esa había sido mi vida.
Debido a mi amor por los libros, me había convertido en
mecenas de la biblioteca pública del pueblo desde la primera
semana que me había mudado aquí. Y por la cantidad de dinero que
había donado hasta la fecha, era casi como una celebridad en el
pueblo. Al principio, me quedaba callado y nunca pedía nada, pero
no dejaban de enviarme informes y actualizaciones de las cosas que
pasaban en la biblioteca. Mi vida era tan jodidamente aburrida que
acabé involucrándome más de lo que había planeado. Era difícil de
admitir, pero disfrutaba de esta pequeña parte de mi vida.
Entré en la biblioteca y me recibió Miles, un anciano que
había sido el recepcionista del lugar durante años. Parecía frágil,
pero contento. Aunque ya le había sugerido que se jubilara -cubriría
anónimamente los fondos que necesitara-, se había negado. Su
mujer había muerto hacía años y sus hijos ya eran mayores y vivían
lejos con sus familias. Sólo le quedaba la biblioteca.
No podía quitarle eso también.
—¡Sr. Knight! —Me sonrió—. Me alegro de verte. —Me
estrechó la mano con las dos suyas—. Aunque, debo confesar, no
esperaba hacerlo. ¿Qué puedo hacer por ti hoy?
Con mi mano libre, le di una palmadita en el hombro.
—Estoy bien, amigo. Sólo pensé en pasar a recoger algo de
material de lectura nuevo.
—Esta mañana hemos recibido algunas cajas con libros
nuevos. He abierto la mayoría de las cajas para organizarlas, pero
no he tenido tiempo de introducirlas en el sistema y sacarlas
todavía. —Señaló la parte trasera de la biblioteca—. Si quiere,
señor, no dude en hojearlos.
—Eso suena como un... 95
—Miles. —Llamó una voz. Un momento después, Lia salió
de entre dos estantes altos, con un pesado libro de cuero en los
brazos—. Estoy confundida con esto. —Levantó los ojos del libro
y se detuvo, conmocionada.
—Oh, sí. —contestó Miles—. Hm, Sr. Knight, esta es...
—Lia Jones. —La señalé con la cabeza—. ¿Qué la trae a la
biblioteca? —Mi mirada encontró la pequeña etiqueta rectangular
prendida en su camisa—. ¿Trabaja aquí?
Sonrió.
—Sí. Empecé hace unos días.
—Este es el lado bueno de un pueblo pequeño. —afirmó
Miles, ligeramente divertido—. Todo el mundo se conoce, incluso
las caras nuevas.
—Lia y su hija son mis nuevas vecinas. —Le dije—. Lia me
invita a menudo a cenar a su casa. —Me incliné más hacia el
anciano y fingí susurrar—: Es una gran cocinera.
—Oh, no mientas. —El rojo tiñó las mejillas de la mujer—.
Por cierto, pensaba hacer una lasaña casera esta noche. Estáis
invitados a pasaros.
—¿Puedo ir yo también? —bromeó Miles.
—No me opondría. —contestó Lia, aunque su sonrisa flaqueó
un poco.
—Tengo una cita a última hora de la tarde. —dije—. Intentaré
llegar, pero si no aparezco, gracias por la invitación.
—Bueno, te guardaré un poco, aunque sea en un tupper para
que te lo lleves a casa.
Había sonreído más en las últimas dos semanas que durante
toda mi vida de guerrero. Los músculos de mi cara gritaron.
—Gracias. —Les saludé con la cabeza una vez más—. Ahora,
si me disculpan, voy a echar un vistazo a esos libros.
Lia y Miles se apartaron para dejarme pasar y desaparecí entre 96
las estanterías. Mientras caminaba hacia el fondo de la biblioteca,
me masajeé la cara. Si sonreía más, tendría que aplicarme hielo en
las mejillas.
Encontré las cajas y los carros con los libros nuevos en el
almacén. Decidí ayudar un poco ya que no tenía ningún sitio donde
estar. Vacié todas las cajas, apilé los libros en el carro y luego los
llevé todos al ordenador que estaba en la esquina del almacén y los
introduje uno a uno en el sistema. ¿Por qué no tenían todavía un
lector de códigos de barras en la parte de atrás? Pensé que había
donado suficiente dinero para que hubiera lectores de códigos de
barras en toda la biblioteca. Mientras tecleaba los números y los
títulos, tomé nota mentalmente para decírselo al gerente.
Era fácil perderse en la tarea y olvidarse de los problemas que
se agolpaban en mi mente. Tal vez debería hacer algo más. Buscar
un pasatiempo. Leer más libros. Hacer más ejercicio. Cualquier
cosa que me mantuviera a mí y a mi mente ocupados. Seguro que
eso ayudaría a pasar mis eternamente largos días.
Apenas pensaba en nada mientras trabajaba, hasta que cogí
uno de los libros. La portada me atrapó. En el centro de la cubierta
había una silueta oscura de una pareja con un gran cerezo detrás.
Sus ramas se curvaban hacia abajo, como si abrazaran a los
amantes. Protegiéndolos.
Algo en esta portada, en este libro, me llamaba.
Fruncí el ceño y leí la reseña. Parecía una fantasía romántica,
como la que Kenna quemó el otro día. Tal vez debería llevárselo
a...
Dejé el libro y cogí otro, reanudando el trabajo. Pero mientras
intentaba perderme en el trabajo, me di cuenta de que no podía.
Seguía echando miradas al puto libro y pensando en Kenna, en su
reacción cuando le llevara el libro.
¿Le gustaría? ¿Me lo lanzaría? ¿Me daría las gracias?
Como un maldito idiota, volví a coger el volumen. Hice otra
97
nota mental: comprar un nuevo ejemplar del libro para la
biblioteca, porque éste me lo iba a llevar como regalo.
12

PASADO

Kianna

DESPUÉS DEL INCIDENTE CON JOCELYN, Kianna vio a


98
Devon bajo una nueva luz. Intentó no hacerlo, pero era imposible.
Él estaba dondequiera que ella mirara. Siempre dispuesto a ayudar,
siempre ofreciendo una sonrisa alentadora, siempre
sorprendiéndola.
El silencioso granjero se había hecho amigo de Selina y
Calvin, los dos parásitos que nunca hacían lo que se les decía.
Cuando menos lo esperaba, miraba por la ventana y veía a los niños
jugando alrededor de él. Al principio, siempre parecía que sus
hermanos lo molestaban, hasta que Devon dejaba caer sus
herramientas y perseguía a los niños, haciéndolos chillar y reír de
alegría.
Esa visión le alegraba el corazón.
Esta vez no fue diferente.
Sentada en el banco de madera del porche trasero, cosía los
agujeros de los pantalones de Calvin y los vestidos de Selina.
Suspiró, convencida de que pronto tendría que comprarles ropa
nueva. La tela estaba raída. No había mucho que pudiera hacer con
una aguja e hilo. Además, su hermana tenía los viejos vestidos de
ella para usarlos, pero Calvin seguía creciendo y necesitaba ropa
nueva a menudo.
Más dinero que no podían gastar.
Molesta, levantó la vista de su trabajo. Su madre estaba en el
campo con Giles, mientras Devon arreglaba una herramienta rota
al lado del granero. Se suponía que Selina y Calvin estaban
limpiando las herramientas, pero en lugar de eso se estaban
pinchando el uno al otro, intentando provocar un juego de
persecución. Finalmente, Calvin no pudo aguantar más. Dejó caer
las herramientas y corrió hacia la niña. Ella soltó un chillido y huyó
de él. Chilló aún más fuerte cuando Devon se puso en pie,
enganchó su brazo alrededor de la cintura de ella, la apartó de su
camino y la empujó para darle ventaja. Su risa resonó en el campo
mientras corría.
Calvin dio un pisotón en la hierba.
—¡No es justo! —Intentó rodear a Devon, pero éste se hizo a 99
un lado, bloqueando el camino—. Fuera...
Un sonido como un rugido salió de Devon cuando cargó
contra él, que se quedó mirando al hombre, demasiado sorprendido
para reaccionar. Devon rodeó la cintura de su hermano con las
manos y tiró de él por encima del hombro, como si el chico fuera
un saco de patatas. Calvin se rió mientras se sacudía para liberarse.
Juguetonamente, Devon dejó que se deslizara por su espalda,
sujetando al chico por los tobillos. El pequeño gritó y rió al mismo
tiempo, rogándole que no lo dejara caer. Selina regresó. Dio un
salto y aplaudió emocionada.
—¡Suéltalo! ¡Suéltalo!
Como si Calvin no pesara más que una flor, Devon tiró de él
hasta los hombros y luego se arrodilló para poner al niño de pie.
—¡Tú! —gruñó su hermano antes de abalanzarse sobre él.
Como apenas le llegaba a la cintura, no podía hacer mucho,
pero Devon fingió estar herido por los ataques del chico. Se
arrodilló y cayó hacia atrás mientras Calvin lo atacaba. Se produjo
un combate de lucha libre.
Por mucho que Kianna quisiera ignorarlos, no pudo. Se
encontró sonriendo y riendo con ellos. Hasta que Devon le dio la
espalda y la luz del sol iluminó su camisa blanca empapada,
mostrando cada centímetro de su espalda, hombros y brazos
musculosos. La risa se apagó en su garganta. El calor se le acumuló
en el estómago. Hasta el cuello y las mejillas le empezaron a arder.
—¡Kianna! —Giró la cabeza en dirección al patio lateral.
Agitando un papel en sus manos, Cat rodeó la casa y corrió en su
dirección. Redujo la velocidad cuando estuvo cerca y frunció el
ceño—. ¿Qué te ha pasado en la cara?
Ella se llevó las manos a la cara y se acarició las mejillas.
—¿Qué? ¿Qué tengo en la cara?
Tomó asiento junto a ella y entrecerró los ojos hacia su amiga.
100
—Te estás... sonrojando. —Cat miró a su alrededor, pero no
tuvo que buscar mucho. Devon seguía jugando con los niños, con
su cuerpo largo y duro a la vista bajo los pantalones marrones
ajustados y la camisa semitransparente—. Ah, por eso.
Ella resopló, dejando caer las manos.
—Eso es una tontería. —Realmente lo era. Devon era un
hombre atractivo, pero no era nada más que eso. No para ella, al
menos.
—Lo que tú digas. —respondió, claramente poco convencida.
Deseosa de cambiar de tema, miró el papel que tenía su amiga
en la mano.
—¿Qué es eso?
Una sonrisa se dibujó en los labios de Cat mientras
enderezaba el papel y se lo mostraba.
—Se ha anunciado el festival de las lámparas. Será en un par
de semanas.
Jadeando de alegría, Kianna tomó el papel de las manos de
Cat.
—¡Por fin! Pensé que este año se lo saltarían.
—¿El festival? —preguntó Calvin. Había dejado de jugar y
ahora caminaba hacia ellas.
—¿Lo es? —preguntó Selina, sonando esperanzada. Ella
también dejó atrás a Devon—. ¿Es el festival de las lámparas?
Los hermanos se inclinaron sobre Kianna para echar un
vistazo al papel. Ella no pudo evitar notar que Devon también se
había acercado a ellos, con un leve surco entre las cejas. Se aclaró
la garganta y volvió a prestar atención al periódico.
—Sí, es el festival de las lámparas.
Los niños se sonrieron. A los hermanos les encantaba el
festival de las lámparas. A Kianna también le encantaba. Bueno, a
todo el mundo en el pueblo le encantaba. Era el evento más 101
esperado del año.
—¿Qué es el festival? —preguntó Devon.
Cat jadeó.
—¿No conoces el festival de las lámparas?
—No tiene recuerdos. —susurró ella.
Se preguntó cómo funcionaba eso. ¿No recordaba nada? ¿Ni
siquiera los grandes acontecimientos? ¿O su cumpleaños? Todavía
sabía las cosas básicas, como escribir y leer, que eran poco
comunes para la clase baja. Sabía cuidar los cultivos, arreglar las
herramientas rotas. Todas estas preguntas no hicieron más que
despertar su curiosidad.
—Oh. —Cat miró al granjero—. Lo siento. Lo había
olvidado.
Él se encogió de hombros.
—No pasa nada.
—El festival de las lámparas es genial. —aseguró Calvin,
sonriéndole—. Hay comida, y baile, y exposiciones de arte, y…
—¡Y las lámparas! —Terminó Selina. Se balanceó sobre las
puntas de los pies, claramente emocionada. Se volvió hacia
Kianna—. ¿Habrá una demostración de baile este año?
Ella señaló la parte inferior del periódico.
—No, pero habrá un concurso de baile.
La sonrisa de Selina cayó.
—¿Un concurso? —Miró a Calvin—. No somos tan buenos.
No podemos competir.
Kianna se puso las manos en la cintura.
—¿Quién lo dice? No veo por qué no podéis competir.
Tratadlo como una demostración. Sube al escenario y baila con
todo tu corazón. Si no ganas, no pasa nada. Al menos te divertirás.
102
Los niños se miraron como si estuvieran conferenciando
sobre el asunto en sus cabezas. Devon cruzó los brazos sobre su
camisa sudada y fijó sus ojos en ella. Sus mejillas se calentaron
bajo el peso de su mirada, pero no apartó los ojos. Le sostuvo la
mirada.
—Lo haremos. —anunció el niño.
Inmediatamente, ella se dio cuenta de lo que había estado
haciendo y, avergonzada, volvió a prestar atención a sus hermanos.
—Pero tenemos una condición. —dijo Selina.
—¿Y cuál es? —preguntó ella, curiosa.
—Tienes que ayudarnos a practicar. —añadió Calvin.
—Por supuesto. —aceptó.
—¿Y yo qué? —preguntó Cat, sonando ofendida—. ¡Yo
también quiero ayudar!
Selina negó con la cabeza.
—Tienes dos pies izquierdos.
Cat exageró un jadeo, con la mano apretada contra su pecho.
—¡Oye!
El grupo se rió, y no pudo evitar notar la forma en que los
labios de Devon se curvaron como si él también quisiera sonreír y
reírse de la broma de su hermana. Hace unos momentos había
estado jugando y riendo con ellos. ¿Por qué se contenía ahora?
Selina aplaudió con entusiasmo.
—¿Cuándo podemos empezar?
Ella miró el campo. Todavía quedaba mucho por hacer. Tenía
que terminar de coser la ropa, luego empezar con la cena, y cuando
terminara, debería ayudar con los cultivos.
—Yo no...
—En cuanto termine esto. —Devon señaló la ropa en su
regazo. Ella lo miró con ojos grandes, preguntándole en silencio
cómo lo haría—. No te preocupes. —La tranquilizó él, con voz 103
suave—. Yo me encargaré del campo. Tú ve a ayudarles.
Kianna se mordió su labio inferior con los dientes,
considerándolo. Esto era muy amable de su parte.
—¿Estás seguro?
La media sonrisa volvió a los labios de Devon.
—Lo estoy.
A pesar de sí misma, Kianna le devolvió la sonrisa.
Devon

EL GUERRERO MIRÓ la mansión en lo alto de la colina.


Una vela parpadeaba junto a las ventanas, lo que indicaba que
alguien, probablemente Kianna, seguía despierta, a pesar de ser
casi medianoche. La joven nunca se detenía. Se levantaba temprano
y se acostaba tarde. Preparaba el desayuno, limpiaba lo que
ensuciaba, trabajaba en el campo, escolarizaba a sus hermanos,
lavaba, cosía y barría... era una rutina interminable.
Y nunca se quejaba. Al menos no en voz alta. Él sabía que
ella tenía que estar sufriendo por dentro. O agotada.
A pesar de todo lo que tenía en su plato, cuando Selina y 104
Calvin le pidieron que les ayudara a ensayar el baile para el festival
de las lámparas, sólo dudó porque conocía el peso de su deber.
Devon no podía dejar de ocuparse de eso. Él podía encargarse del
campo mientras ella pasaba un par de horas con los niños.
La sonrisa en su rostro había valido la pena.
Su hermoso rostro. Su hermoso espíritu.
Miró al oscuro cielo, salpicado de millones de estrellas. Los
dioses tenían que estar equivocados. No había otra explicación.
Apostaría su alma, que pertenecía a los dioses, a que ella no tenía
un solo hueso maligno en su cuerpo. Ni siquiera una pizca en su
sangre. Era la persona más amable y trabajadora que había
conocido. Y la mujer más hermosa que jamás había visto.
Su corazón se estrujó y dejó escapar una serie de maldiciones.
¿Por qué estos sentimientos serpenteaban dentro de su pecho sin
ser invitados? Quería resistirse a sus encantos, pero cada vez que
la miraba, se encontraba impotente. A pesar de su fuerza, ella podía
desarmarlo con una sola mirada, con una pequeña sonrisa.
Sacudió la cabeza y le dio la espalda a la mansión. Tenía que
detener esos pensamientos, esos sentimientos. Era un guerrero de
la luz y tenía un trabajo que hacer aquí. Nada más.
Patrulló el perímetro de la propiedad. Pasó junto al cerezo y
el banco que tanto le gustaba a Kianna; en el poco tiempo libre que
tenía, se la podía encontrar en el banco, normalmente con un libro
en la mano. Devon se detuvo en seco. Ahí estaban de nuevo, sus
pensamientos volvían a ella.
¿Qué le pasaba?
Un gruñido surgió en su pecho. Decidido a cumplir con esta
maldita patrulla sin más interferencias, pasó por delante del lago.
Rodeó la línea de la finca en medio del bosque, y luego recortó
detrás del campo. Echó un vistazo a los cultivos en crecimiento.
Ofelia le había dicho que el campo no solía estar tan cerca de la
casa, pero una vez que su marido murió y se hundieron en las
deudas, tuvieron que vender muchas de sus posesiones, incluyendo
105
su casa en la ciudad y la mayor parte de la finca, dejando sólo el
área alrededor de la mansión. Así, el campo se pegaba a la parte
trasera de la casa familiar. Si este año no obtenían beneficios,
aunque fuera poco, tendría que plantearse vender el resto de la finca
y trasladarse a una pequeña casa en el barrio más pobre de la
ciudad. No sabía cómo se alimentarían entonces, pero al menos no
gastarían tanto en la mansión, en el campo y en los empleados.
Si tan sólo pudiera ayudar. Los guerreros de la luz podían
tener casas en el mundo humano si lo deseaban y dinero, mucho
dinero. Devon no tenía casa, pero sí dinero, y cada vez que veía a
Kianna y a su familia luchando, deseaba poder dárselo todo.
¿Pero cómo explicaría su fortuna?
Se detuvo en su camino una vez más.
Santo... ¿por qué se preocupaba por ellos?
Cerró los ojos y dejó escapar un largo suspiro. Tenía un
trabajo que hacer, maldita sea. No quería, no podía, involucrarse
tanto con esta familia. No estaba bien.
Abrió su mente y sus sentidos.
Sus ojos se abrieron de golpe y se le erizó la piel.
Podía sentirlo. La oscuridad. Espesa y poderosa. Estaba
lejos, pero no tanto como él hubiera querido. Con un nudo entre las
cejas, miró hacia el bosque, donde en la distancia, la oscuridad
aguardaba.
Tal vez los dioses no se equivocaron después de todo.

106
13

PRESENTE

Kenna

EL ASESOR DE VENTAS me abrió la puerta.


107
—Vuelve pronto.
—Lo haré. —respondí, con una pequeña sonrisa—. Gracias.
Salí de la pequeña tienda y respiré el aire fresco de la
primavera; este pueblo podía ser pequeño y pueblerino, pero las
calles estaban limpias y eran hermosas, con muchos parterres
alrededor de arbustos y árboles bien cuidados.
Y la gente era agradable. La señora de la tienda había sido un
poco curiosa, queriendo saber de dónde me había mudado, a qué
colegio había ido, si iba a la universidad y cuál era mi especialidad,
todos los que Lia y yo habíamos conocido hasta entonces habían
querido saber las mismas cosas, pero había sido amable y servicial.
Empecé a caminar hasta casa, balanceando la bolsa en la
mano. Por fin había encontrado mi perfume favorito. Era un
perfume de cereza dulce hecho por una pequeña empresa de
perfumería. No lo distribuían en las grandes tiendas de comestibles
y farmacias, por lo que era difícil de encontrar. Pero nunca dejé de
buscarlo. El aroma a cereza... me encantaba. Me calentaba el alma
y me hacía feliz.
Con un humor inusualmente bueno, volví a casa de un salto.
Doblé la esquina de mi calle y me detuve cuando una niña y un
niño vinieron corriendo hacia mí. Se abalanzaron sobre mí y la niña
se agarró a la correa de mi bolso, tirando con fuerza. Me agarré al
bolso con más fuerza.
—¡Oye!
Volvió a tirar.
—¡Suéltalo!
Me acerqué a ella y le cogí la muñeca.
—No lo creo. —La niña no podía tener más de diez años, ¿y
el niño? Probablemente tenía ocho. La niña me lanzó dagas con sus
ojos azules y el pequeño me dio una patada en la espinilla. Lo
fulminé con la mirada—. ¡Eso no está bien!
—¿Qué sabes tú de lo que está bien? —Me espetó la mocosa.
¿A qué se refería? Los miré bien. Sus ropas tenían agujeros y 108
manchas, su pelo estaba desordenado como si no hubiera visto un
cepillo en meses, y estaban demasiado delgados.
¿Eran indigentes?
Mi corazón se hundió.
—Toma. —Saqué la mano de la chica de mi bolso. —Puedo
daros algo de dinero y podéis compraros comida. ¿Os parece bien?
Los pequeños intercambiaron una mirada significativa.
¿Podían leer la mente del otro? Imposible. Bueno, yo sabía de cosas
imposibles que eran reales...
Se volvieron hacia mí y asintieron.
Cogí mi cartera y saqué un billete de veinte dólares. El dinero
en efectivo era limitado ahora mismo con nuestros escasos fondos
y el bajo salario de Lia, pero algo me tiraba del pecho. Quería
ayudarles. Lo necesitaba. Con suerte, podrían comprar la cena con
eso.
—Gracias. —dijo la muchacha, alcanzando el billete.
Le retiré el dinero.
—Sólo... no robes más, ¿vale?
La chica frunció el ceño.
—Lo intentaré.
Me quedé mirándola, sin esperar tanta sinceridad. Pensé que
me mentiría a la cara. Le entregué el dinero. Los dos niños echaron
a correr. Un segundo después, el autobús escolar se detuvo a unos
metros de mí y Carol se bajó.
—Hola. —Se acercó a mí cuando el autobús se fue—. ¿Qué
estás haciendo aquí?
Señalé al otro lado de la calle.
—Casi me roban una niña y un niño.
Se detuvo a mi lado.
—La chica es así de alta… —puso una mano junto a su 109
hombro—. con pelo largo y rubio y ojos azules, y el chico es un
poco más bajo, con pelo castaño y ojos grises...
La miré fijamente.
—¿Sí? ¿Los conoces?
Ella asintió.
—Todo el mundo en el pueblo los conoce. Sabrina y Kevin.
Ella tiene once años y él nueve. Son hermanos, pero viven con
padres de acogida a unas cuadras de aquí.
—¿En una casa de acogida? Parecen indigentes.
—Lo sé. —suspiró—. Sus padres adoptivos no se preocupan
realmente. Los trabajadores sociales intentaron quitarles a todos los
niños, pero al parecer, no es tan fácil.
—¿Así que van por ahí robándole a la gente?
—Probablemente sólo lo hicieron porque eres nueva. —
Enganchó su mano alrededor de mi brazo y me dirigió hacia
nuestras casas—. Son buenos chicos, pero no tienen a nadie que los
cuide.
Mi corazón volvió a dar un tirón. Ni siquiera los conocía y,
sin embargo, me encontraba deseando ir a por ellos y ayudarles.
Hacer más por ellos.
Mientras caminábamos los pocos metros que nos separaban
de nuestras casas, Carol me contó su día, citando los nombres de
sus amigos y compañeros de clase como si yo los conociera.
Supongo que supuso que sí, ya que me habló mucho de ellos. Giré
hacia la entrada de mi casa, pero ella no me siguió.
—¿No vas a entrar?
—Ahora mismo no. Voy a dejar mis libros en casa, resolver
los deberes que tengo que hacer y luego vendré más tarde.
—De acuerdo. —dije, sorprendida por mi decepción. A pesar
de que era molesta, habladora y burbujeante, quería pasar tiempo
110
con ella. Probablemente me estaba volviendo loca—. Hasta luego.
Me saludó con la mano mientras se dirigía a su casa.
Me quedé en el mismo sitio, un poco perdida. Había estado
sintiendo tantas emociones a las que no estaba acostumbrada, me
daba miedo.
—Hola.
Metida en mis pensamientos, no me había dado cuenta de que
alguien se había acercado a mí. Me giré y encontré a Devon de pie
a unos metros de mí. Tragué con fuerza mientras el calor se
extendía por mis mejillas. A pesar de mis intentos de no mirarlo,
no pude evitarlo. El hombre estaba empapado de sudor. Los
mechones negros le caían sobre los ojos y la camisa blanca se le
pegaba al hombro, al pecho y al estómago. Joder, con todos esos
músculos, probablemente se había pasado todo el día en el
gimnasio. Una gota de sudor rodó por su mejilla, pasando por su
mandíbula, bajando por su cuello, y me encontré queriendo lamer...
Parpadeé y me retracté.
—Hola. —Me fijé en sus ojos. Sólo estaban sus ricos y
profundos ojos oscuros—. ¿Saliste a correr?
Asintió con la cabeza.
—Sí.
Volví a mirarle fijamente.
—Entonces...
—Sí. —Se pasó una mano por el pelo—. Hm, yo... tengo algo
para ti.

Devon
111

SUS BRILLANTES OJOS se redondearon y sus labios


rosados hicieron una pequeña O. Sopló una brisa que le echó el
pelo largo y castaño hacia atrás. Quise estirar la mano y recorrerlo.
Sacudí la cabeza. ¿En qué coño estaba pensando?
Ella borró la expresión de sorpresa de su rostro.
—¿Algo para mí?
—Sí. —¿Por qué me sentía tan ansioso por esto? — Está en
mi casa. ¿Quieres venir conmigo a buscarlo?
Un pequeño nudo apareció entre sus cejas. Una vez más me
asaltó el impulso de estirar la mano y tocarla, esta vez para alisar
el nudo.
—C-claro.
Me hice a un lado y le permití que me acompañara. Codo con
codo, subimos el camino de entrada a mi casa. En esos pocos
segundos, el silencio no era incómodo. Era exactamente lo
contrario, pero no podía evitar querer hablar con ella. La miré,
intentando encontrar algo de lo que hablar. La pequeña bolsa que
llevaba en la mano me llamó la atención.
—¿Saliste de compras?
Levantó la bolsa unos centímetros y la dejó caer de nuevo.
—Sí. Encontré mi perfume favorito en una pequeña farmacia
de la ciudad.
—¿Supongo que es bueno?
—Sí, lo es. Es difícil de encontrar.
—Me estás haciendo sentir curiosidad. —Lo cual me
sorprendió. Normalmente, no podría importarme menos ese tipo de
cosas.
Sus labios se levantaron.
—No es nada especial. —Sacó el perfume de la caja—. Ves,
no tiene nada de especial. 112
Un pequeño frasco de vidrio rectangular y un líquido brillante
de color rojo-púrpura en su interior. El nombre de la marca era de
alguna granja, pero el dibujo del lateral estaba bien hecho.
—¿Cereza?
Un cerezo, una flor y una fruta ilustraban el frasco.
Ella asintió.
—Soy adicta a ella.
Fruncí el ceño, con curiosidad por oler el perfume ahora. Qué
pensamiento más ridículo. Sacudiendo la cabeza, subí los
escalones del porche. Introduje mi contraseña en la cerradura y giré
el pomo.
—Está aquí dentro.
Me acerqué a la mesa auxiliar del vestíbulo y lo cogí. Se lo
extendí a Kenna. Ella se quedó mirando el libro en mi mano, con
los ojos muy abiertos.
—¿Cómo? ... ¿Por qué?
—Estaba en la biblioteca el otro día. Vi este libro y me acordé
del que quemaste el otro día.
Levantó sus ojos hacia los míos. Su mirada, tan sorprendida,
desprevenida e intensa, me dejó sin aliento. ¿Sabía lo guapa que
era? ¿Lo hermosa que era? Las luces del porche parpadearon una
vez. Dos veces. Tres veces.
—¿Qué demonios?
Entré en mi casa y pulsé el interruptor. Las luces estaban
apagadas. ¿Cómo podían estar parpadeando? Kenna me arrebató el
libro y sus manos rozaron brevemente las mías.
Una imagen llenó mi mente.
Una mujer joven de pelo largo y rubio con un vestido beige
desgastado, sentada en un banco de madera, sosteniendo un papel
en sus manos. Sonrió a los niños que tenía delante. Mi pecho se
apretó cuando ella levantó la barbilla. Por fin iba a ver su rostro con
113
claridad.
La imagen se desvaneció antes de que pudiera verla bien.
Frente a mí, Kenna abrazó el libro.
—Es un detalle por tu parte. —Se aclaró la garganta—.
Debería irme ya.
Sacudido por lo que acababa de suceder, ¿era la cuarta vez
que la tocaba y aparecía una imagen al azar en mi mente?, tragué
con fuerza y di un paso atrás.
—Sí, sí, por supuesto.
Señaló el libro.
—Gracias.
—De nada.
Me sostuvo la mirada un momento más, luego me dio la
espalda y se fue corriendo a su casa. Me quedé mirando tras ella,
embelesado por ella y por el estúpido conocimiento de que estaba
causando estragos dentro de mi pecho. ¿Y qué eran esas malditas
imágenes? Una vez más, me pregunté si serían recuerdos del
tiempo que había perdido, pero ¿qué tenía que ver Kenna con ellos?
Eso fue hace trescientos años.
Cerré la puerta principal y me dirigí a la cocina, donde cogí
una botella de agua de la nevera y me la tragué. Se suponía que
correr no sólo mantendría mi cuerpo humano, sino que despejaría
mi mente, quemaría mi energía para poder relajarme. Sin embargo,
aquí estaba, con los pensamientos tambaleándose en mi mente y
girando demasiado rápido como para tratar de darle sentido a nada.
Abrí la puerta trasera, me apoyé en el marco de la puerta e
inhalé el rico aroma primaveral.
A cereza.
Me quedé mirando el cerezo y sus ramas, que se inclinaban
sobre mi patio trasero. El aire estaba cargado de cerezas.
Un gemido me atravesó la garganta.
114
Maldita sea. Parecía que cuanto más tiempo pasaba Kenna
aquí, más llenaba mis pensamientos. Intentando recuperar la
concentración y olvidarme de ella al menos durante un segundo,
cerré los ojos y respiré profundamente. Rodeado por el aroma de la
cereza, medité por un momento, buscando mi interior. Era un puto
guerrero de la luz y expulsaría a esta chica de mi mente de una
forma u otra. Mis sentidos se precipitaron hacia el exterior.
Y chocaron con la oscuridad.
Miré fijamente al horizonte, donde se escondía la oscuridad,
a las afueras de la ciudad.
Esto no era bueno.
Esta noche, iba a ir de caza.
14

PASADO

Kianna

—AQUÍ. —Le dio la vuelta al libro y mostró el texto a


115
Selina y Calvin. Aunque los hermanos tenían edades diferentes y
habrían estado en niveles distintos en la escuela, era mucho más
fácil para Kianna si les enseñaba lo mismo. Así que se situó justo
en el medio: les enseñó lo que aprendería un niño de diez años.
—¿Todo esto? —Calvin hizo una mueca.
Odiaba leer, y mucho más escribir sobre lo que había leído
después, pero era un requisito si quería estar a la altura de los otros
niños que podían asistir a una escuela de verdad.
Una pizca de fastidio serpenteó dentro de las venas de
Kianna. Tenía demasiadas cosas que hacer. Enseñar a los hermanos
sus lecciones diarias, preparar las lecciones para mañana, revisar la
ropa en el tendedero, lavar algunas más, preparar la cena,
comprobar si había algo en lo que pudiera ayudar en el campo antes
de que se pusiera el sol, asegurarse de que las herramientas
estuvieran lo suficientemente funcionales y limpias para mañana,
cena, acostar a los niños, limpiar la cocina, lavarse, y sólo entonces
podría pensar en irse a dormir. Sería de nuevo más de medianoche.
Lo que no daría por un día libre, un día en el que pudiera hacer
lo que quisiera: se pasaría el día durmiendo.
—Esto es demasiado largo. —Soltó Selina, echando más leña
al fuego.
Kianna apretó las manos bajo la mesa antes de abalanzarse
sobre ella y abofetear con fuerza a cada uno de sus hermanos.
Nunca les había pegado, pero no prometía que nunca lo haría.
Cat golpeó la mesa, sobresaltándola.
—Cállate y lee esa estupidez. —Señaló con un dedo su propio
libro, abierto frente a ella—. Estoy tratando de estudiar aquí.
Cat tampoco podía pagar la escuela. Su madre no le permitía
venir todos los días, porque temía que hiciera el tonto y no
estudiara, pero Giles pudo interceder y acabó estudiando con Selina
y Calvin al menos tres tardes a la semana. La única diferencia era
que ella estaba en un nivel más avanzado.
116
Sus hermanos murmuraron algunas quejas, pero bajaron la
mirada y leyeron del libro. Ella dejó escapar un suspiro de alivio.
Miró a su mejor amiga, sentada a su lado.
—Gracias.
Esta le guiñó un ojo y luego ella también volvió a prestar
atención a su libro. Como ya había terminado sus estudios, Kianna
los observó, esperando a que terminaran para explicarles el texto.
Para no perder tiempo, sacó papel, tinta y una pluma, y comenzó
sus apuntes para las lecciones del día siguiente. Ni dos minutos
después, Selina se quejó.
—Tengo hambre.
Se resistió a poner los ojos en blanco.
—El almuerzo no fue ni hace tres horas, y la cena será en dos.
—Yo también tengo hambre. —murmuró Calvin—. ¿No
podemos comer un bocadillo?
Abrió la boca para decirles que se callaran y leyeran.
—Yo también tengo algo de hambre. —susurró Cat.
Miró fijamente a su mejor amiga. La chica hizo un mohín y
movió los ojos. Esta vez, Kianna no reprimió su mirada.
—Bien. Seguid estudiando. Voy a ver qué tenemos.
Se levantó de la silla y arrastró los pies hasta la cocina. Se
limpió las manos en el lavabo y miró por la ventana. Sólo era
primavera y el sol ya calentaba demasiado para soportarlo. Su
pobre madre, Giles, y Devon estaban fuera, trabajando en el campo
y achicharrándose bajo el sol. Ella había querido cambiarle el lugar
con su madre: era joven y estaba sana. Podía soportar el trabajo
pesado en el campo bajo el sol abrasador, mientras su madre se
quedaba dentro, enseñando a los niños. Pero ésta insistía en que era
más inteligente que ella y la mejor opción para educar a sus
hermanos.
Pero mientras veía a su madre limpiarse la frente sudorosa
con un trapo sucio en medio del campo, su corazón se estrujó. Su 117
madre era demasiado mayor para ese tipo de trabajo. Si al menos
pudieran pagar a un trabajador más, a un jornalero tan enérgico y
fuerte como Devon.
No, nadie era tan enérgico y fuerte como Devon.
Y ni siquiera le pagaban. Todo lo que recibía era un techo
sobre su cabeza, comida en su plato y una pequeña asignación para
comprar cosas personales y baratas. Kianna nunca entendería por
qué soportaba un trabajo tan duro a cambio de migajas. Bueno, ella
no le había preguntado por eso, por qué se mataba trabajando para
gente que no conocía.
Cogió las zanahorias y las manzanas de la despensa y las lavó
en la palangana sobre la encimera. Una vez más, miró por la
ventana. Era fácil divisarlo en el campo. Era como si su cerebro
estuviera sintonizado con él y sus ojos supieran dónde mirar.
Como prueba del calor que hacía fuera, Devon se había
quitado la camisa y la había atado alrededor de su largo pelo para
mantener los mechones sueltos hacia atrás. Su piel lisa se hundía y
crestaba sobre los músculos de los hombros y la espalda. Se movía
con vigor, haciendo que sus músculos se contrajeran y expandieran.
Brillando por el sudor y la luz del sol, parecía más un ángel que un
hombre normal.
El calor subió por sus mejillas. Apartó los ojos, avergonzada
por el rumbo que habían tomado sus pensamientos.
No podía pensar en él de esa manera. No podía pensar en él
de esa manera. Era más fácil decirlo que hacerlo.
Puso las zanahorias y las manzanas en una tabla de cortar y
empezó a trocearlas. Intentó concentrarse en la preparación de la
merienda, pero su mente y su cuerpo la traicionaron. Cuando
menos lo esperaba, sus ojos levantaban la vista y lo miraba.
Sin embargo, la siguiente vez que echó un vistazo por la
ventana, se sorprendió al ver a Devon junto al granero, bebiendo
agua de la jarra que había quedado a la sombra. Levantó la barbilla,
tragando el agua, con la nuez de Adán moviéndose hacia arriba y
hacia abajo. 118

Ella se quedó sin aliento.


Devon dejó la jarra y se volvió hacia la mansión. La miró
directamente. Sus labios se curvaron. Kianna dejó caer el cuchillo
y dio un paso atrás de la tabla de cortar, rompiendo la línea de
visión con Devon. Más le valía prestar atención a lo que estaba
haciendo o perdería uno o dos dedos.
Molesta consigo misma, inhaló profundamente, tratando de
razonar lo que estaba sucediéndole. ¿Por qué se sentía así? ¿Por
qué se sentía tan atraída por ese hombre extraño, silencioso y
misterioso? ¿Por qué no podía controlar su mente y su corazón?
Tenía que demostrarse a sí misma que sólo era lujuria. Era un
hombre atractivo y estaba cerca. Eso hacía que fuera fácil pensar
que se estaba enamorando de él. Porque se estaba enamorando de
él.
Eso era estúpido. Sólo era lujuria.
Sólo lujuria.
La puerta trasera se abrió y Kianna gritó, asustada. Se llevó
una mano al pecho, tratando de calmar su carrera. Devon, todavía
sin camisa, entró.
—Lo siento. No quería asustarte. —Sus ojos oscuros la
observaban con tanto interés, con tanta atención. Ella sintió que su
resolución se desvanecía.
—No, está bien. —Se volvió hacia la tabla de cortar. Mejor
enfrentarse al cuchillo que arriesgarse a mirar su pecho desnudo.
—Yo ... —Devon dio un paso más. De espaldas a él, Kianna
contuvo la respiración—. Tengo algo para ti.
No pudo evitarlo. Se giró y lo miró.
—¿Algo para mí?
Él le ofreció un regalo.
—Sé que te gusta leer, así que...
119
Kianna dudó un segundo, pero su curiosidad ganó. Cogió el
rectángulo envuelto y rasgó el papel de regalo.
—Un libro. —Y no era un libro cualquiera. Era uno que había
querido comprar. Un romance de fantasía sobre mujeres guerreras
y caballeros ángeles. Abrazó el precioso regalo—. ¿Compraste un
libro para mí?
Devon se pasó una mano por el pelo, apartando un poco la
camisa convertida en bandana.
—Estaba haciendo un recado en el pueblo y lo vi en la
librería. —Hizo una pausa y ella esperó, con los latidos de su
corazón heridos por la anticipación. Él señaló el libro—. Bueno,
pensé en ti y lo compré.
Ella miró el libro como si fuera un tesoro precioso. Pero
¿cómo? ¿Cómo podía permitirse un libro así? Los libros eran caros.
¿Se había gastado su escaso dinero en ella? ¿Por qué? Quería
hacerle todas esas preguntas, pero no encontraba el valor.
—Gracias. —susurró, ahogándose. Hacía tiempo que alguien
no hacía algo bueno por ella. Y Devon no era sólo… alguien—. No
he tenido tiempo para leer últimamente... —O el dinero para
comprar libros nuevos—. Pero realmente aprecio el gesto.
Una pequeña sonrisa adornó sus labios.
—De nada.

120
15

PRESENTE

Devon

APENAS RECORDABA MI VIDA humana antes de


121
convertirme en un guerrero de la luz, y había vivido como inmortal
durante mucho tiempo, tanto que muchos sentimientos y cosas que
los humanos hacían o decían me resultaban extraños. Pero había un
gusto que había adquirido desde que me rescataron del inframundo
y me devolvieron a la Tierra: los vehículos.
Cuando mis días eran demasiado aburridos o asfixiantes, salía
a correr o a conducir. Lo que más me gustaba de tener que vivir
como un humano era mi Maserati. No había nada como bajar las
ventanillas, poner una balada de rock y conducir sin rumbo. Pero
no podía conducir eternamente, así que acabé volviendo a mi casa
en el pueblo de mierda de Misty Hill.
Era tarde cuando volví de un viaje de seis horas, y mientras
subía el coche a mi entrada, vi a Kevin merodeando por la casa de
Kianna y Lia.
Como todo el mundo en esta ciudad, conocía el pasado de
Kevin y Sabrina. Abandonados a la edad de tres y un año,
colocados en el sistema de acogida. Estaba seguro de que con los
que vivían ahora eran probablemente los peores del grupo, y sin
embargo, no tenían mucho que decir al respecto.
Preocupado por si Kevin se colaba en la casa de mi vecina
para robar algo, apagué el motor de mi auto y le seguí. Doblé la
esquina de la casa cuando abrió la puerta trasera y se coló dentro.
El muy cabrón.
Subí corriendo los escalones del porche y cogí la puerta antes
de que la cerrara.
—¡Te tengo! —dije, acercándome a él.
Pero me quedé helado al ver la escena.
Alrededor de la isla de la cocina, Kenna me miraba fijamente,
con un cuchillo cubierto de mantequilla en una mano y una
rebanada de pan en la otra. Carol estaba a su lado, con un cartón de
leche en la mano. Sabrina estaba sentada en uno de los taburetes,
con los libros abiertos frente a ella. El sitio de al lado estaba vacío,
pero había más libros, los de Kevin.
Mis hombros se hundieron. 122
—¿Qué pasa? —preguntó Kevin, con los ojos enormes y la
cara pálida, como si temiera que le golpeara. Joder. Sus padres
adoptivos probablemente le daban una paliza sin razón.
—Yo ... —Me enderecé.
Kenna bajó el cuchillo y el pan a un plato.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Yo ... —Lo intenté de nuevo. ¿Por qué no ser sincero? Los
hermanos no se ofenderían, estaba seguro—. Vi a Kevin
merodeando por la casa. Pensé que iba a ... —Mis palabras se
desvanecieron cuando algo que rara vez experimentaba me llenó el
pecho. La vergüenza. Vergüenza por haber asumido lo peor del
pequeño.
—Pensaste que iba a entrar a robar. —Terminó Sabrina—.
No te culpo. Probablemente yo habría supuesto lo mismo.
Entorné los ojos hacia ella. ¿Acaba de decir eso una niña de
once años?
Carol asintió.
—Sí, yo habría pensado lo mismo.
Relajándose por fin, Kevin se colocó al lado de su hermana.
—Pero no estaba robando.
Miré alrededor del extraño grupo. Los hermanos y Carol
estaban estudiando, y Kenna les estaba preparando la merienda.
—Ya lo veo. —Señalé hacia ellos—. Si no les importa que
pregunte, ¿cómo empezó esto?
Kenna cogió espinacas y tomates de la nevera y los puso junto
al pan y la mantequilla.
—Bueno, Carol siempre está aquí, a pesar de mis muchas
insinuaciones de que debería irse.
La chica se rió.
—Cree que puede ahuyentarme. 123

—En cuanto a Sabrina y Kevin —continuó Kenna—,


intentaron robarme el bolso el otro día. Al principio me enfadé,
pero luego Carol me explicó su situación. —Sacudió la cabeza. Los
hermanos miraron sus libros—. No podía hacer nada, ¿sabes? Así
que... llevan tres días viniendo aquí después del colegio.
—Nos hace la merienda. —Señaló Kevin.
—Y nos ayuda con los deberes. —añadió Sabrina.
—No te olvides de la ropa. —dijo Carol.
—Oh, sí. —Sabrina señaló su camisa y sus pantalones. No
me había dado cuenta hasta ahora, pero por primera vez su ropa
parecía limpia y bien cuidada—. Lavó nuestra ropa, la remendó e
incluso nos compró algunas cosas nuevas.
Me quedé mirando a Kenna. ¿Qué coño estaba haciendo?
¿Intentaba adoptarlos o algo así? Tenía dieciocho años, por el amor
de Dios. No tenía la madurez ni los medios para hacerse cargo de
dos niños. A pesar de todo, me sorprendió. Conmovido, en
realidad, otro sentimiento humano que sólo se da una vez cada
siglo. En lugar de reprender a los hermanos y denunciarlos, los
acogió. Los estaba ayudando.
—Nos quedamos aquí hasta que no podemos más. —confesó
Kevin, con la voz baja.
Se me contrajo el pecho. Por supuesto. Quedarse en su casa
de acogida significaba ser un niño más que molestaba a sus padres
adoptivos y, finalmente, todo llevaba a un castigo o a una paliza.
Permanecer escondidos todo el tiempo que pudieran en la casa de
ella significaba que estarían más seguros durante más tiempo.
Mis ojos volvieron a Kenna, que pasaba los platos con
sándwiches a sus invitados. Su largo cabello castaño tenía ahora
mechas verdes y sus uñas estaban pintadas de color turquesa.
Parecía relajada y despreocupada con unos vaqueros, una camiseta
de tirantes y descalza, pero no podía engañarme. Debajo de toda
esa actitud de vigilancia había alguien que se preocupaba mucho.
Era como si ella hubiera entrado en un reto sin saberlo: 124
impresionar a Devon en todo momento. Definitivamente estaba
ganando.
El sonido de una puerta abriéndose llegó desde la parte
delantera de la casa.
—¿Kenna? —Llamó Lía—. Traigo comida. ¿Puedes
ayudarme?
No tenía ni idea de lo que me hizo moverme, pero sin dudarlo,
salí al pasillo.
—Puedo ayudar yo.
Con los brazos llenos de bolsas de papel, Lia me sonrió.
—Oh, estás aquí.
—Nosotros también. —dijo Sabrina, viniendo justo detrás de
mí. Kevin se puso de pie con ella.
—Genial. —Lia levantó la barbilla hacia el coche—.
Ayudadme con la compra, luego cocinaré la cena para nosotros
mientras vosotros termináis los deberes. —Los niños pasaron
corriendo junto a ella, hacia el vehículo. Ella me miró—. Devon,
tú también te quedas, ¿verdad?
Abrí la boca.
—¡Se queda! —gritó Carol desde la cocina. Oí un silencio de
Kenna y algún murmullo encubierto de Carol.
Fruncí el ceño. ¿Qué coño estaba haciendo? No tenía ni idea,
pero no podía parar ahora.
—Sí, me quedo.
—Genial. —Pasó junto a mí y dejó las bolsas en la isla de la
cocina. Sonrió a Kenna y Carol—. Me encanta una casa llena.
La comisura de mis labios se levantó mientras me giraba para
ayudar con la compra. Luego, borré la sonrisa de mi cara. Estaba
aquí por mi misión, nada más. Cada vez que tocaba a Kenna, veía
una visión. Encontraría la manera de volver a tocarla casualmente
esta noche para ver si tenía otra, porque ahora estaba convencido 125
de que estas visiones estaban relacionadas con mi misión.
Esa era la única razón por la que soportaba a Kenna, a su
madre y a sus amigos.
O eso me decía a mí mismo.
16

PASADO

Devon

DEVON SE LIMPIÓ el sudor de la frente con la camisa que 126


llevaba colgada sobre los hombros. Con este calor, ni siquiera sabía
por qué se molestaba en ponerse una camisa cuando se levantaba
de la cama por la mañana. Sus ojos recorrieron el campo. Giles
trabajaba tan duro como él, y Ofelia estaba más lejos, haciendo un
trabajo más ligero. Hasta hace una hora, Kianna había estado allí
con ellos.
Se enderezó y miró más allá del campo, colina abajo, hacia el
cerezo y el lago que había detrás. No pudo evitar el tirón en el
pecho al ver a la chica rubia sentada en el banco, con un violín en
la mano, observando cómo sus hermanos pequeños ensayaban su
baile para la competición.
Al principio, ella se había resistido a ensayar más de una vez
al día, pero al saber que este baile era importante para Selina y
Calvin, pronto cedió. Ahora pasaban la mitad del tiempo asignado
a la escuela, ensayando en su lugar.
A menudo, él se asomaba desde el campo para observar el
baile. Aunque le intrigaba que ella supiera tocar el violín, seguía
pensando que las mejores partes eran cuando se levantaba del
banco y mostraba a los hermanos un paso o dos, los corregía o
añadía el siguiente movimiento al baile.
Como si los dioses le hubieran concedido sus deseos, Kianna
se levantó y se colocó entre sus hermanos. Levantó los brazos,
moviéndolos de lado a lado, sus manos ondulando con el
movimiento. Pasó una brisa que alborotó la falda de su vestido y
echó hacia atrás su larga cabellera. La superficie del lago brillaba
detrás de ella, convirtiéndose en un halo a su alrededor.
Un ángel.
No podía ser malvada, porque él estaba seguro de que era un
ángel.
Sus pies se movieron antes de que pudiera registrar lo que
estaba haciendo. Cuando por fin volvió en sí, estaba a mitad de
camino bajando la colina, con los ojos pegados a la joven que
bailaba junto al alegre árbol. Dudó un momento, pero se había
ganado un descanso. Se limitaría a observarlos durante unos 127
minutos, luego bebería un poco de agua y volvería al campo.
Calvin fue el primero en verlo.
—¿Quieres bailar con nosotros?
Kianna y Selina detuvieron el movimiento que estaban
practicando y se volvieron hacia él. Sus mejillas se calentaron.
—Oh no, no puedo bailar. —Soltó rápidamente—. Sólo
estaba tomando un descanso y os vi bailando.
—¿Quieres ver lo que tenemos hasta ahora? —preguntó
Selina con una sonrisa. Parecía emocionada por tener público.
—Claro.
La niña agarró la muñeca de Kianna con una mano, y la de
Devon con la otra, y los empujó hacia el banco.
—Entonces siéntate ahí y disfruta.
Él tropezó con el tosco banco de madera, justo al lado de
Kianna. Al instante, se escabulló hasta el borde del banco.
—Lo siento. —murmuró.
Ella entrecerró sus brillantes ojos azules hacia él.
—¿Por qué?
Se señaló a sí mismo.
—Estoy sudando y huelo mal.
Los ojos de ella siguieron su mano, y él podría jurar que sintió
su mirada rozando su piel. Ella le observaba, fijándose en su pecho
y en su estómago. Sus mejillas se tiñeron de rojo y desvió la mirada.
—No pasa nada. —Se aclaró la garganta, cogió su violín y le
hizo un gesto a los niños—.
—¿Estáis listos?
—¡Sí! —gritaron al unísono.
Comenzó a tocar, aunque no parecía una experta, podía tocar
lo suficientemente bien una canción sencilla y los niños bailaron. 128
Al cabo de cinco segundos, la cabeza de Devon se volvió hacia ella
y sus ojos se posaron en la joven sentada a su lado. Tenía una leve
sonrisa en los labios, su barbilla se balanceaba con el ritmo de la
canción y sus manos se movían hábilmente sobre las cuerdas a
través de los acordes. Por un momento, deseó que fuera ella la que
se presentara al concurso. Le habría encantado verla bailar. Sus
uñas se engancharon en las cuerdas y perdió el ritmo.
—Lo siento. Continúa.
Se puso al día y los chicos volvieron a encontrar el ritmo.
—¡Ta-da! —exclamó Selina.
Él parpadeó y los miró. Habían dejado de bailar y ella había
dejado de tocar. Y no había visto mucho del baile.
—Eso es todo por ahora. —dijo Calvin—. Kianna todavía
tiene que enseñarnos algunos movimientos más.
—Entonces. —La pequeña se acercó a él rebotando—. ¿Qué
te parece?
Él la miró fijamente.
—Creo... que, con suficiente práctica, ustedes dos lo harán
muy bien.
—¿En serio? —chilló la niña—. Todo se debe a Kianna. Ella
es la experta.
Kianna negó con la cabeza.
—No, no. Vosotros dos sois los que bailáis.
—Pero no serían tan buenos si no tuvieran una buena
profesora. —Las palabras salieron volando de su boca antes de que
las pensara. Ella lo miró fijamente, con los ojos entrecerrados.
Maldita sea. Si pudiera, retiraría esas palabras.
—¿Podemos tomar un descanso rápido? —preguntó Calvin,
llamando la atención de Devon. El niño se palpó la garganta—.
Necesito un poco de agua.
—Yo también. —dijo Selina.
—Claro. —Kianna sujetó su violín con fuerza—. Cinco 129
minutos.
Los niños corrieron colina arriba, hacia la casa. Ella se quedó
sentada junto a Devon bajo el cerezo, agarrando el violín. La
maldita curiosidad había vuelto y él no pudo evitarlo.
—Es obvio que solías bailar, y también se te da bien el violín.
La joven dejó el instrumento en su regazo y lo miró como si
fuera un amante olvidado.
—Solía tomar clases. Baile, canto, música, pintura. No se me
daban bien todas, excepto el baile. Me encantaba. Creo que por eso
era una bailarina decente.
¿Decente? Por la forma en que sus manos se movían, su
cuello se alargaba, su barbilla sobresalía y su espalda se arqueaba,
había sido mucho más que una bailarina decente.
—Pero tú también eres buena con el violín.
Sacudió la cabeza, con su pelo rubio cayendo sobre los
hombros.
—Podía seguir un ritmo y tocar canciones sencillas, pero
nunca fui realmente buena en esto. Pero cuando los niños tienen
que seguir un ritmo, es suficiente.
—¿Y el festival? ¿Tocarás para ellos, entonces?
—No, Dios, nunca lo haría. —Se rió como si eso fuera
gracioso—. Habrá una banda que tocará para los concursantes.
Estoy segura de que tocarán la canción completa y sonarán mucho
mejor que yo.
Pero él dudaba que alguna de ellas fuera tan graciosa y
hermosa como Kianna. Devon frunció el ceño.
La misión. Tenía que concentrarse en su misión. En nada
más.
—Si tú lo dices. —respondió, su voz repentinamente fría. Se
puso en pie—. Debería volver al trabajo.
Ella lo miró, con sus delicadas cejas fruncidas. ¿Había 130
decepción en su mirada? No, no podía serlo.
—Claro, deberías.
Tras una leve inclinación de cabeza, Devon subió la colina.
Maldiciéndose a sí mismo por los estúpidos sentimientos que se
agitaban dentro de su pecho, se detuvo frente al granero y se sirvió
un vaso lleno de agua fría. Pero en lugar de beberla, se la tiró por
la cabeza, esperando que sus sentidos volvieran a la normalidad.
Pero cuando se pasó una mano por la cara, supo que había sido un
desperdicio de buena agua. Sus sentidos estaban alterados desde
que la había visto por primera vez, y hasta que los dioses lo
liberaran de esta misión, estaba convencido de que se dejaría
cautivar cada vez más por su encanto.
Se le apretó el pecho.
Un día, esta misión llegaría a su fin, y tendría que dejar atrás
a Kianna y a su familia.
Devon no quería pensar en eso.
17

PRESENTE

Kenna

ESTUDIAR PARA EL GED siempre me daba dolor de


131
cabeza. Había tanto que me faltaba, tanto que aún tenía que
aprender... Me preguntaba si alguna vez me pondría al día. Lo
normal era graduarse en el instituto a los dieciocho o diecinueve
años. Si seguía así, podría obtener el GED a los veintidós años. ¿Y
luego también iría a la universidad? ¿Qué edad tendría cuando me
graduara? ¿Treinta?
Por supuesto, estaba exagerando, pero me parecía que era así,
en su mayor parte. Carol se graduaría en el instituto el próximo año,
mientras que yo sentía que podría estar en la misma clase que
Sabrina.
Me tomé un Tylenol para el dolor de cabeza que se avecinaba,
recogí el libro de la isla de la cocina y me dirigí al exterior. Era
primera hora de la tarde y el calor arreciaba, a pesar de ser
primavera, pero me senté en la hierba junto a las raíces del cerezo
y me acobardé bajo su sombra. Por alguna razón, me gustaba
mucho este lugar. Inhalé profundamente. Seguramente era por el
aroma del árbol, que me recordaba a mi perfume de cereza.
Abrí el libro y empecé a leer. El dolor de cabeza se
desvaneció: no estaba estudiando. La lectura era divertida y
relajante, y me sumergí en el mundo de los cuentos.
En el fondo de mi mente, no podía olvidar que Devon me
había dado el libro. ¿Por qué lo había hecho? ¿Porque me había
visto quemar el otro? Esa no era respuesta suficiente. Casi había
muerto de sorpresa cuando me lo regaló, lo que a su vez había
alimentado mis poderes. Las luces de su porche parpadeaban, y
había pensado que había algo malo en ellas. En aquel momento, lo
único que quería era darle las gracias como es debido, pero temía
no ser capaz de controlar mis poderes, así que huí.
El otro día, cuando había venido a comprobar por qué Kevin
se colaba en mi casa y acabó quedándose a cenar, porque Lia
insistió, abrí la boca varias veces para hacerle saber que estaba
disfrutando del libro, pero no pude hacerlo.
¿Qué me pasaba? 132
Sacudí la cabeza y volví al libro. Leí y leí, sin prestar
realmente atención a la hora, hasta que Sabrina y Kevin entraron
en el patio trasero, de vuelta del colegio.
—¿Sigues leyendo ese libro? —preguntó la niña.
Sonriendo, me puse de pie.
—Sí, estoy intentando tomármelo con calma. —Aunque sólo
había leído cincuenta páginas. Tendría que ir más despacio o
acabaría con él en poco tiempo—. ¿Tenéis hambre?
—Siempre. —respondió Kevin. Arrastró su mochila por el
patio y subió de una patada los escalones del porche.
—¿Pasa algo? —pregunté al entrar en la cocina.
Sabrina tiró su mochila al suelo y se sentó en uno de los
taburetes de la isla.
—Casi se mete en otra pelea.
La chica me había hablado de las peleas. Kevin era un niño
pequeño para su edad. En lugar de nueve, yo había supuesto que
tenía ocho, pero la mayoría de la gente pensaba que tenía siete. Por
lo visto, había algunos niños grandes en su clase, y a un chico que
ya tenía once años -que repetía curso- le gustaba meterse con
Kevin, ya que era la mitad de su tamaño.
—¿Quieres hablar de ello? —pregunté, tratando de mantener
la calma.
No me importaba que a sus padres adoptivos les importara un
bledo. A mí me importaba. Y si esto continuaba, no me quedaría
callada. Iría al maldito colegio y le daría una lección a ese chico.
Él negó con la cabeza.
—No. Sólo quiero comer.
Sonreí.
—Bueno, tengo una sorpresa. —Cogí el precioso pastel de
chocolate de la cocina y lo coloqué en el centro de la isla—. ¡Ta-
da! 133
Los ojos de Kevin se redondearon y la mandíbula de Sabrina
se abrió.
—¿Lo has hecho tú? ¿Para nosotros? —preguntó Sabrina,
sonando un poco conmovida.
Resoplé.
—Ya me gustaría. Si lo intentara, probablemente quemaría la
casa. No, lo compré en la tienda, pero de todos modos es para
vosotros.
No podía explicar, no con palabras, por qué me sentía tan
atraída por esos dos pequeñajos, por qué quería ayudarlos, por qué
quería comprarles pasteles y ropa nueva con el poco dinero que
tenía. Cada vez que los miraba y veía un cuaderno roto, o un nuevo
moratón en sus caras, o sus ropas sucias, o sus brazos y estómagos
flacos, me dolía el corazón. Por suerte, Lia sentía exactamente lo
mismo. Se alegraba de que ahora no sólo tuviera a Carol como
amiga, sino también a Sabrina y a Kevin.
Y a Devon.
A Lia no le gustaban los chicos jóvenes, o yo habría pensado
que estaba enamorada de Devon. No había otra explicación de por
qué seguía invitándolo a cenar, o se alegraba tanto cuando me lo
encontraba fuera.
Los hermanos devoraron tres gruesas rebanadas de pastel
antes de acomodarse para hacer los deberes. Yo quería volver a mi
libro, pero saqué los apuntes de GED y estudié junto a ellos.
Poco después, Carol llegó del instituto. Había pasado por su
casa, como de costumbre, para dejar su bolsa de libros y ordenar
sus deberes, y luego vino a la mía. Había traído un cuaderno y un
libro, pero esta vez también tenía algo más.
—Mira lo que tengo aquí. —Agitó algo en su mano.
Sabrina levantó la vista de sus libros.
—¿Qué es eso?
Los ojos de Kevin brillaron. 134
—¿Boletos? ¿Son billetes?
Sabrina jadeó.
—¿Para el festival de la luz?
La sonrisa de Carol era más brillante que un faro.
—¡Sí!
Sabrina cogió las entradas.
—¿Cómo las conseguiste?
—Creo que las consiguieron mis padres —respondió ella con
indiferencia—. Siempre reciben un montón en el trabajo. Guardé
una para mí, y ahí hay cinco.
—Una para cada uno —dijo Kevin—. ¿Y la quinta?
—Para Lia —explicó Carol—. Si ella quiere, por supuesto.
La confusión se prolongó demasiado.
—Espera. —Levanté un dedo, como pidiendo un tiempo
muerto—. ¿Qué pasa? ¿Qué festival?
Sabrina me miró con el ceño fruncido.
—El festival de la luz.
—Dios mío, ¿nunca has oído hablar del festival? —preguntó
Carol con incredulidad.
—Hm, llevo un mes aquí. —Me encogí de hombros—. Por
supuesto que nunca he oído hablar del festival.
—El festival de la luz. —Intervino Kevin—. Es una gran
fiesta en Willow Grove.
Ese nombre no era extraño. ¿No estaba ese pueblo a cuarenta
minutos de aquí?
—Es el mayor festival de la región. —añadió Sabrina. Su
sonrisa se apagó—. Sólo fuimos una vez, hace un par de años, pero
recuerdo que fue lo mejor.
Miré las dos entradas restantes en la mano de Carol.
135
—¿De qué trata este festival?
—Oh, hay comida y juegos. —explicó Carol.
—¡Y baile! —Sabrina casi saltó de su taburete—. Tienen
demostraciones de baile. Siempre es genial. Un día quiero
participar en una. —Se le cayó la cara—. Me encanta bailar.
Algo me dio un tirón en el pecho. Lo que daría por retroceder
en el tiempo y volver a bailar. Apenas recordaba mi vida antes de
Slater, pero sí recordaba haber bailado. Había estudiado ballet
clásico, jazz y claqué, y recordaba que me encantaba todo. Habían
pasado muchos, muchos años desde la última vez que bailé.
—Pero lo mejor son las luces. —dijo Kevin, devolviéndome
al presente.
—Claro. —Aplaudió Carol. ¿También estaba emocionada?
— Cuando oscurece, hacen un desfile de luces. Gente con
hermosos disfraces, carros, coches, todos con cientos de pequeñas
y coloridas luces en ellos, caminan y bailan por una larga calle.
—Luego están los fuegos artificiales. —añadió Sabrina—.
Después del desfile, lanzan muchos fuegos artificiales mientras la
gente anima y baila un poco más.
Kevin dejó escapar un largo suspiro.
—Es increíble.
Sonaba muy bien, pero demasiado lleno de gente. Tal vez
algún día esto sería lo mío, pero yo vivía escondida, aunque
últimamente no se sintiera exactamente así. Tenía que evitar los
lugares con demasiada gente. Pero con los grandes ojos de Kevin,
y la sonrisa emocionada de Sabrina, ¿cómo no iba a ir? Cogí las
entradas de la mano de Carol.
—No estoy segura de que Lia venga, pero os llevaré a los dos
al festival.
Los gritos que salieron de aquellos dos chiquillos casi me
dejan sorda. Se levantaron de sus lugares y se estrellaron contra mí,
136
abrazándome con fuerza. Yo era el queso de su sándwich, y podía
contar con los dedos de la mano cuántas veces me había sentido así
de feliz.
Les devolví el abrazo.
Carol se rió.
—Sabes que voy a ir contigo, ¿verdad?
Puse los ojos en blanco.
—Como si fueras a dejar que me olvidara.
18

PASADO

Kianna

LOS OLORES SE DERRAMARON por el pueblo, llegando a


137
la nariz de Kianna incluso antes de estar cerca de la calle principal.
Azúcar caliente, canela, vainilla y otras especias. La gente se
agolpaba en las calles desde todos los lados, siguiendo todos la
misma dirección. Esta era la única noche en la que todo el pueblo
se detenía: pobres, ricos, viejos y jóvenes. Todos celebraban juntos
la fiesta de las lámparas como amigos.
Finalmente, la calle más pequeña se abrió a la principal y su
corazón se calentó. En brillante contraste con el cielo nocturno, las
lámparas y las cintas de colores se alineaban en las calles. A lo
largo de la vía había puestos con comida, joyas y juegos, y los
músicos se reunían en cada esquina, tocando canciones que iban
desde las dolientes hasta las alegres baladas. La gente paseaba,
deteniéndose a comprar comida, a mirar los collares y las
horquillas, a jugar a los juegos o simplemente a hablar con los
demás.
Selina y Calvin se adelantaron a ella y a su madre, mientras
Devon se quedaba unos pasos por detrás de ellos, asimilándolo
todo. Era extraño observarlo mientras miraba a su alrededor.
Todos los años, desde la muerte de su padre, su madre
montaba un puesto de bolas de arroz, rellenas de verduras de su
granja, con Giles y su mujer. Kianna y Cat ayudaban, pero ella
siempre podía escabullirse unos minutos ya que tenía que llevar a
sus hermanos a la demostración o concurso de baile.
El puesto estaba montado justo en la parte central de la calle,
por donde pasaba todo el mundo, lo que significaba que, con suerte,
venderían muchas bolas de arroz esta tarde. Sobre todo, porque era
un hermoso día de primavera, que atraería a más gente de lo
habitual.
Cat vio la venir desde un kilómetro de distancia. Sus labios
se estiraron en una gran sonrisa y se precipitó hacia delante.
—Dame eso. —dijo, cogiendo las sartenes de sus brazos.
—¿Cómo va todo? —preguntó ella, con los ojos puestos en
el grupo de personas estacionadas frente al puesto, probando toda
la comida. 138

—Ven a ver.
La siguió detrás del puesto. Giles y su esposa estaban
trabajando duro, atrayendo a los clientes con su animada charla y
encantándoles con la comida. Debajo del puesto, había dos
cacerolas vacías.
—Oh, Dios mío —susurró su madre desde su lado—. Si se
siguen vendiendo así, nos quedaremos sin bolas de arroz.
—Eso es bueno, ¿no? —Cat dejó caer las sartenes sobre la
mesa en la parte trasera del puesto.
—Claro que lo es. —respondió su madre. Ella y Devon
siguieron su ejemplo con las bandejas que habían estado
sosteniendo.
Kianna miró a los numerosos clientes que se agolpaban
alrededor del puesto.
—¿Quieres que me quede?
Su madre negó con la cabeza.
—Está bien. Creo que los cuatro podemos arreglárnoslas. Tú
y Devon llevad a los niños al concurso de baile. Si puedo, iré a
verlos más tarde.
—De acuerdo. —Besó la mejilla de su madre, saludó a su
amiga y luego huyó con Devon. Se detuvo en medio de la calle y
miró a su alrededor—. ¿Dónde están esas dos plagas?
—Allí. —Señaló él un puesto de lanzamiento de anillos.
Efectivamente, Selina y Calvin observaban el juego,
prácticamente babeando de emoción. Su corazón dio un tirón. Si al
menos le quedara algo de cambio para comprarles unas rondas...
Reunieron a los niños y se dirigieron al final de la calle, que
se abría a la plaza principal. Al igual que el resto del festival, la
plaza estaba decorada con lámparas y cintas de colores, pero aquí
había menos puestos, porque la mayor parte del espacio estaba
ocupado por una plataforma de madera improvisada, que serviría
de escenario para el concurso de baile. Las bailarinas, en su 139
mayoría vestidas con hermosos trajes y disfraces, ya estaban de pie
alrededor del escenario, esperando que comenzara la competición.
Kianna miró a sus hermanos. Eran los niños más bonitos del
mundo, pero por desgracia su ropa no era la mejor. Había lavado
uno de sus viejos vestidos para Selina; era bonito, pero ya estaba
viejo y pasado de moda. Para Calvin, había encontrado una de las
viejas camisas blancas abotonadas de su padre, que cortó y cosió
de nuevo en la talla adecuada. Si ella estrechaba los ojos, le
quedaban perfectas.
—¿Estáis listos los dos? —preguntó.
Su hermana la miró con sus grandes ojos azules.
—Creo que no.
Kianna le dio un codazo.
—Claro que sí.
—Habéis ensayado mucho. —dijo Devon—. Estoy seguro de
que lo haréis muy bien.
—Sólo recuerda divertirte. —dijo ella—. Esto no es una
competición. Es una demostración. Sólo diviértete.
Calvin hinchó el pecho.
—¡Estoy listo! —Tomó la mano de Selina en la suya—.
Vamos a hacerlo.
La pequeña bajó la barbilla.
—Tienes razón. Podemos hacerlo. Vamos.
Kianna se llevó una mano al pecho mientras observaba a sus
hermanos marchando a un lado del escenario. Con aspecto de
adultos, Selina y Calvin hablaban con la señora que sostenía un
delgado libro de contabilidad, probablemente la organizadora. Se
registraron y esperaron. Nerviosa por ellos, se retorcía las manos
en su vestido. Devon se acercó a ella y le estrechó las manos.
—No estropees tu bonito vestido.
Ella se congeló mientras varios pensamientos y sentimientos 140
se agolpaban en su interior. Su vestido no era bonito. Era una cosa
sencilla de color azul oscuro que había intentado adornar con
bordados de plata. En comparación con los vestidos de las otras
mujeres, se sentía terriblemente mal vestida. Sus manos no estaban
tan llenas de callos como ella pensaba. De hecho, su piel era cálida,
acogedora. Se sentía bien tener su mano en la grande de él.
Sorprendida, la retiró.
—Es que estoy nerviosa por ellos.
Él la miró fijamente, con una pequeña sonrisa en los labios.
—Lo sé.
Kianna se aclaró la garganta, avergonzada por sus
pensamientos, y desvió la mirada. Centró su atención en el
escenario vacío. Había sido un reto ignorar al hombre que estaba a
su lado, pero al cabo de unos minutos, los músicos ocuparon sus
puestos en el lado derecho del escenario y comenzó la competición.
Se perdió en los bailes.
Había algunos actos inexpertos, pero la mayoría de los
bailarines que salieron al escenario eran buenos. Vio que la fila
junto al escenario se movía. Miró a su alrededor, pero su madre no
aparecía por ningún lado. Se perdería el baile de los niños, lo cual
era bueno si eso significaba que estaba vendiendo sus bolas de
arroz como pasteles calientes en una noche de invierno.
—Hola. —Cat se puso a su lado.
Ella la miró fijamente.
—¿Dónde está mi madre?
—No ha podido venir. —contestó—. El puesto está
demasiado ocupado y a los clientes parece gustarles más charlar
con ella que conmigo, así que me envió aquí en su lugar.
—Está bien. —dijo, con la voz baja. Estaba un poco
decepcionada, pero lo entendía.
Finalmente, fue el turno de sus hermanos. Entraron en el 141
escenario y se detuvieron en el centro. Desde donde estaba, pudo
ver que las manos de Selina temblaban ligeramente. Cuando la niña
la miró, ella respiró hondo y lo soltó lentamente. La pequeña siguió
su indicación e hizo lo mismo.
La banda empezó a tocar y los chicos bailaron al ritmo de la
canción. Sus primeros movimientos fueron inseguros y un poco
rígidos, pero a medida que el ritmo aumentaba, se dejaron llevar y
bailaron con el corazón. Una sonrisa se dibujó en sus labios.
La canción terminó, los chicos se quedaron inmóviles en su
pose final y el público aplaudió. Kianna fue la que aplaudió más
fuerte de todos. Incluso dejó escapar una ovación. Devon se rió a
su lado. Los niños saltaron del escenario y corrieron hacia ella. Los
abrazó a ambos y les besó la parte superior de sus sudorosas
cabezas.
—Estoy muy orgullosa de vosotros.
—Ha estado genial. —afirmó Cat, dándoles una palmadita en
la espalda.
—Lo habéis hecho bien. —Le aseguró Devon.
—Gracias. —respondió Calvin.
—Estaba muy nerviosa. —admitió Selina.
—Lo sé, pero lo superaste.
Cat hizo una mueca.
—Debería volver. Le diré a vuestra madre que os habéis
portado muy bien. —Se despidió con la mano y se alejó corriendo.
Los cuatro se quedaron cerca del escenario y vieron el resto
de las actuaciones. Hubo una pausa de diez minutos después, para
que los jueces pudieran votar y decidir los ganadores, y luego la
señora de antes subió al escenario y anunció los ganadores.
Como esperaba, sus hermanos no ganaron. Había piezas
mejores y bailarines más experimentados en la competición.
—¿Recordáis lo que dije? —Les preguntó—. No penséis en
esto como una competición. Era una demostración divertida, ¿no?
142
Calvin asintió con la cabeza.
—Correcto.
Selina, en cambio, no parecía contenta. Le apasionaba la
danza, incluso más de lo que a ella le había gustado nunca. Una
punzada atravesó su pecho. Si al menos tuvieran más dinero. Si no
lo hubieran perdido todo, podría haber tomado clases de baile como
lo había hecho ella.
—Toma. —Devon le extendió su mano cerrada a Calvin. El
niño se quedó mirando el puño. Agarró su bracito y dejó caer un
puñado de monedas en sus manos—. Ve a jugar. —La cara del
pequeño se iluminó—. Comparte con Selina.
Los labios de la niña se estiraron en una gran sonrisa.
—¡Gracias!
Los hermanos corrieron hacia el puesto de juegos más
cercano. Con las cejas fruncidas, Kianna se volvió hacia él.
—¿Por qué...?
—Vamos. —Devon se dio la vuelta y se alejó.
Kianna se quedó mirando tras él durante un momento. ¿Qué
estaba haciendo? ¿Por qué estaba siendo tan amable, atento y
gentil? ¿Por qué le hacía palpitar tanto el corazón? Dios, más que
eso, ¿cómo podía mirarlo y no sentirse atraída por él? Se había
lavado el pelo largo, se lo había recogido en una coleta suelta y se
había puesto una camisa y unos pantalones negros bonitos y
limpios. Desde la primera vez que lo había visto, le había parecido
guapísimo, pero ahora pensaba que era majestuoso.
Devon desapareció entre la multitud y ella se apresuró a
alcanzarlo. Uno al lado del otro, fueron deambulando de puesto en
puesto, mirando baratijas, probando muestras y hablando del
festival y de lo que les había gustado hasta el momento. Para su
sorpresa, pasar tiempo con él era fácil. Sencillo. Cómodo.
A ella le gustaba.
El siguiente puesto en el que se detuvieron fue uno de joyas.
Su mano pasó por encima de los collares, las pulseras y los
143
pendientes. No se consideraba vanidosa, pero echaba de menos
tener joyas. Ahora sólo tenía los pequeños pendientes de perlas que
llevaba, un fino collar que su padre le había regalado por su
cumpleaños justo antes de morir y una horquilla que había sido de
su abuela. Sus ojos recorrieron los anillos y uno le llamó la
atención. Una banda de plata y una piedra azul brillante. Parecía
que la piedra había sido moldeada y cortada alrededor del metal, y
luego incrustada. Unas pequeñas garras aferraban la piedra. Era
delicada y hermosa.
—Se parece a tus ojos. —dijo Devon. Ella frunció el ceño—
. El azul brillante de la piedra coincide con tus ojos.
No importaba si coincidía o no, no tenía dinero para pagar los
juegos de los niños, y desde luego no tenía dinero para desperdiciar
en un anillo superfluo. Un fuerte suspiro escapó de su garganta.
Necesitando alejarse de esas cosas, le dio la espalda a la caseta y
siguió caminando. Su mente se quedó paralizada cuando un caballo
apareció justo delante de ella. Ordenó a sus piernas que se
movieran, pero eran demasiado lentas. Un brazo se enganchó
alrededor de su cintura y tiró de ella hacia atrás.
—¡Perdón! —gritó el jinete mientras maniobraba con su
animal entre la multitud.
¿Por qué estaba montando un caballo en medio de una calle
llena de gente? Pero sus palabras se perdieron cuando miró a su
salvador. Devon la había agarrado y tirado hacia atrás. Sus brazos
estaban contra el pecho de él, los brazos de él apretados alrededor
de su cintura, sus ojos fijos en los de él, y su boca a sólo unos
centímetros de distancia.
—¿Estás bien? —Le preguntó, en voz baja. Sus ojos oscuros
brillaban de preocupación.
Se le escapó la respiración, no sólo por su casi accidente con
el caballo, sino porque los brazos de Devon encapsulaban su
cuerpo. Asintió.
—Creo que sí.
Quiso moverse, recuperar una distancia respetuosa con él,
144
pero no pudo. Estaba completamente congelada en su sitio.
Como una mosca en una tela de araña.
Había sido atrapada mientras revoloteaba y pronto estaría
muerta.

Devon

UN GUERRERO FUERTE, mágico e inmortal que se ve


impotente por una hermosa doncella. Parecía el argumento de una
novela romántica poco práctica, pero por mucho que luchara contra
eso, los hermosos ojos azules de Kianna lo habían atrapado.
Dioses, ¿era esto una tortura? ¿O un castigo? ¿Había hecho
algo terriblemente malo para que ahora lo condenaran a los males
de una vida humana, de la que nunca podría formar parte? ¿Por qué
enviarle a esta joven impresionante, amable y generosa con la
excusa de proteger al mundo de ella? ¿Sólo para verlo fracasar?
¿Para reírse a su costa?
Había sido un guerrero de la luz durante mucho tiempo, y
sabía que los dioses podían ser crueles y despiadados, pero nunca
lo había visto, nunca lo había creído.
Hasta ahora.
Ya no podía contener el deseo en su interior. Sin aflojar su
agarre, movió su mano por la espalda de Kianna. Quería tocar su
piel, acariciar su mejilla... Sus dedos rozaron su nuca, justo por
encima de la línea del vestido. El cuerpo de ella se tensó y aspiró
una respiración aguda. Los ojos de él parpadearon hacia sus labios
rosados.
—¡Es la hora! —gritó alguien a su lado.
Ella dio un salto hacia atrás y miró a todas partes menos a él.
145
A su alrededor, la multitud se agitó. Mucha gente gritó es la hora
y se alejó corriendo. Él frunció el ceño.
—¿La hora de qué?
Kianna lo miró, pero volvió a bajar la mirada.
—Para encender las lámparas y pedir deseos.
La calle se llenó de gente que sostenía los faroles de tela. Él
seguía confundido.
—¿No tienes uno?
Ella negó con la cabeza.
—No tengo dinero para comprar uno.
Devon apretó los labios. Ya había gastado demasiado en ella
y en su familia. El libro, la cuota de inscripción para el concurso de
baile, que Kianna no conocía, el dinero para los juegos... no hacía
mella en sus ahorros, pero ¿cómo podía explicar todos esos gastos
si se suponía que no tenía nada? Sin embargo, al mirarla y ver el
anhelo en sus bonitos ojos, supo que no podría resistirse. A estas
alturas, estaba seguro de que cuando se trataba de ella, no podía
resistirse a nada.
—Espera aquí. —dijo, y luego corrió hacia el puesto más
cercano que vendía faroles. Compró ocho faroles. Sosteniéndolos
en una mano, corrió hacia Kianna—. Vamos. —La cogió de la
mano y tiró de ella hacia el puesto donde su madre, Giles y su
familia vendían bolas de arroz.
—Ahí estáis. —dijo Selina—. Pensé que os habíais perdido.
—O desaparecido. —Puntualizó Cat mientras tosía, lo que
hacía que sus palabras fueran difíciles de entender.
Devon frunció el ceño. Se alegró de que todos estuvieran en
el puesto y no tuviera que perseguirlos.
—Tomad. —Pasó una linterna a cada persona.
Los niños gritaron emocionados, Cat inclinó la cabeza y sus
padres le dieron las gracias. Ofelia cogió una en sus manos y lo 146
miró con los ojos como platos.
—Devon, no deberías haberlo hecho.
La sinceridad en su voz, el entusiasmo de los niños y la
sorpresa en la cara de Kianna cuando le quitó el penúltimo farol.
Todo ello le hizo sonreír.
—Quería hacerlo. —Le respondió a Ofelia, pero su mirada
estaba pegada a Kianna.
El ángel.
Su ángel.
Sus delicadas cejas se volvieron hacia abajo.
—Esto es demasiado. Has gastado demasiado en nosotros.
Así que, ella se había dado cuenta. Él sabía que lo haría. Se
encogió de hombros.
—Recibo comida y refugio de tu familia. No gasto el dinero.
—Miró las caras sonrientes del grupo mientras encendían sus
lámparas—. Sin embargo, creo que este es un buen uso. —Señaló
la lámpara que tenía en sus manos—. ¿Qué hago ahora?
Conteniendo visiblemente una sonrisa, ella se acercó a su
linterna y le ayudó a encender la mecha de su interior. La tela se
llenó de aire caliente, convirtiéndose en un globo blanco.
—Ahora, pide un deseo y déjala ir. —Ella cerró los ojos,
pidiendo su deseo. Un momento después, volvió a abrir los ojos y
empujó el farol hacia arriba. Flotó junto a docenas, cientos de otras
linternas, llenando el cielo de puntos blancos y brillantes que
rivalizaban con las estrellas—. Tu turno.
Miró fijamente su farol. ¿Qué desearía?
La idea le vino como un rayo.
Deseo que todos los deseos de Kianna se hicieran realidad.
Con un pequeño empujón, soltó su lámpara, seguro de que no
había mejor deseo que pudiera pedir. Miró al cielo, observando 147
asombrado como su lámpara volaba y se perdía entre todas las
demás.
—¿Qué has deseado? —Le preguntó Calvin, con una voz
alegre.
Miró al niño. Abrió la boca para decírselo y...
—No puede decírselo. —Le espetó Selina.
Devon estaba confundido.
—¿Por qué no?
—Si cuentas tu deseo, no se hará realidad. —explicó Kianna.
¿Pedían deseos en lámparas de tela, los dejaban flotar en el
cielo, y si alguien contaba sus deseos, no se hacían realidad? Qué
cosa más extraña. Por desgracia, los humanos eran criaturas
extrañas.
A causa de los faroles, el festival parecía haberse detenido por
un momento. Todas las personas que estaban en la calle o en la
plaza miraban cómo se alejaban las lámparas.
Los humanos eran criaturas extrañas, sin duda.
Cuando las lámparas se convirtieron en pequeños puntos
contra el lienzo negro, fácilmente confundibles con las estrellas, la
multitud se revolvió. Bajaron los ojos y reanudaron los festejos:
charlaron, rieron, caminaron, comieron, bailaron y jugaron. Los
disfrazados se acercaron al puesto y el grupo volvió a la carga.
Incluso Kianna se acercó a la mesa para ayudar. Cogió una pequeña
bola de arroz con una servilleta y se la entregó a una niña y a su
madre con una sonrisa.
Una sonrisa que iluminaba todo su rostro. Una sonrisa que la
hacía más bella cada vez que la ofrecía. Una sonrisa que escondía
sus preocupaciones y luchas. Una sonrisa que mostraba lo fuerte
que era realmente. Una vez más, golpeado por un sentimiento muy
humano, Devon sintió deseos de pedirle que bailara con él.
Haciendo acopio de valor, inhaló un largo suspiro.
La oscuridad se abalanzó sobre él como un muro de ladrillos.
148
Estaba aquí. La oscuridad estaba aquí. Muy, muy cerca.
Miró fijamente a Kianna, que había retrocedido para
reorganizar las cacerolas vacías. Ella se quedó quieta y una de sus
manos voló hacia su pecho. Devon se precipitó a su lado.
—¿Qué pasa?
—No lo sé. —susurró ella—. Algo se siente extraño. Es
como... no sé. Es una locura.
¿Podría ser? ¿También estaba sintiendo la oscuridad?
La ola oscura avanzó, empujando contra los sentidos de
Devon. Con los ojos muy abiertos, ella jadeó. Las lámparas de
colores que colgaban sobre el puesto parpadeaban.
Qué en el inframundo...
—Kianna, escúchame. —La agarró por los hombros y la giró
hacia él para que lo mirara— Quédate aquí. Pase lo que pase,
quédate con tu madre y los demás. ¿Entiendes?
Ella inhaló profundamente. Las llamas de las lámparas
volvieron a parpadear.
—¿De qué estás hablando?
—No es nada. —respondió él—. Sólo... quédate aquí. ¿De
acuerdo? —Ella dudó—. ¿De acuerdo?
—De acuerdo.
Sin querer perder ni un segundo más, se dio la vuelta y corrió.
Se metió en un callejón y corrió hacia la oscuridad. Tenía que
encontrarla. Tenía que detenerla antes de que la encontrara, antes
de que le hiciera daño.
Fuera de la calle principal, la ciudad estaba prácticamente
muerta, pero Devon seguía pegado a los callejones. Usando sus
poderes, cambió sus ropas humanas por su armadura negra
reforzada, y su espada apareció, atada a su espalda. Dobló la última
esquina y se detuvo en medio de la intersección.
Podía sentirla. El espesor del aire. El cambio de presión.
La oscuridad que se avecina. 149
Salieron de las sombras. Azerinthe. Pequeños bastardos con
cuerpos parecidos a los de los chimpancés, con una complexión
corta y acartonada y un pelaje negro y corto, pero con cabezas de
águila, con una parte superior calva, sin orejas, ojos amarillos y
afilados y picos largos. Pero la principal diferencia eran los dientes
afilados como cuchillas y la lengua larga y bífida dentro de ese
pico.
Los demonios avanzaron, rozando con sus garras el suelo.
Devon desenvainó su espada y separó los pies.
Era la hora de jugar.
19

PRESENTE

Kenna

HABÍA VENIDO porque les había prometido a los niños que


150
los llevaría al maldito festival, pero no podía mentir; fue mucho
más divertido de lo que esperaba.
Lia estaba tan emocionada de que saliera con mis amigos que
me dejó el coche esa mañana. Mi única tarea era llevarla al trabajo.
—No estaré aquí cuando salgas. —Le dije mientras paraba el
coche frente a la biblioteca.
Ella me hizo un gesto para que me fuera.
—Volveré andando. —contestó, como si caminar treinta
minutos en un día caluroso de primavera no fuera nada. Protesté,
pero ella insistió.
Carol, Sabrina y Kevin estaban entusiasmados. Bajaron del
autobús escolar y se metieron en el coche, ansiosos por ir. Yo sólo
negué con la cabeza y conduje hasta Willow Grove, que estaba a
unos cuarenta y cinco minutos.
Cuando llegamos, el festival ya había comenzado y el lugar
estaba abarrotado de gente de todas las edades y razas. El sol nos
daba de lleno. ¿Por qué me puse una chaqueta sobre la camiseta?
Me la quité y me la até a la cintura.
Carol me contó que el festival se celebraba siempre en este
terreno vacío, justo al lado de un campo de béisbol abandonado.
Había atracciones y juegos de feria, puestos de comida y una zona
abierta con un pequeño escenario en la esquina donde una banda
tocaba canciones. La calle principal había sido decorada con
farolillos, y más tarde el desfile de luces recorrería la franja de la
carretera.
Cuerdas de luces LED blancas colgaban de un puesto a otro,
en los salones recreativos y en las atracciones.
Era hermoso, contagioso, cálido.
El olor a palomitas, algodón de azúcar, perritos de maíz y
perritos calientes aumentaba el encanto del lugar.
Miré a mi alrededor, divertida y sorprendida al mismo
tiempo. Nunca había estado en un lugar así, o al menos no lo
recordaba. Había oído hablar del circo, los cines y los carnavales.
Incluso había visto la televisión, pero hasta hace poco, disfrutar de 151
esas cosas nunca había sido una realidad.
Ahora... ahora Lia y yo éramos libres. Llevábamos un mes
escondidas en Misty Hill y no había pasado nada. La idea me
emocionaba y me llenaba de temor.
Por fin nos habíamos escapado. Por fin habíamos podido
escondernos. ¿Pero hasta cuándo? Al final, Slater siempre nos
había encontrado. No importaba a dónde fuéramos, dónde nos
escondiéramos, él enviaba a sus lacayos tras nosotras. Sólo nos
escapamos porque aún subestimaba mis poderes, gracias a Lia. Si
ella no me hubiera instruido para que le ocultara todo mi potencial,
se habría preparado mejor. Habría hecho su lugar más seguro.
Habría puesto más guardias a mi alrededor. No habríamos podido
escapar tan fácilmente.
Estaba segura de que se daría cuenta de que yo era más
poderosa de lo que imaginaba. Al igual que estaba segura de que
esta pequeña vida perfecta me sería arrebatada. Sería arrancada,
hecha pedazos, destruida y quemada hasta los cimientos.
Y yo me quedaría sufriendo, llorando, lamentando.
—Tierra a Kenna. —Carol chasqueó los dedos frente a mi
cara—. ¿Dónde estás?
Forcé una sonrisa.
—Aquí mismo. Estoy aquí mismo.
Ella arqueó una ceja, como si no me creyera. Por suerte, no
me presionó. En cambio, enganchó su brazo con el mío.
—Vamos a jugar a ese juego.
Me dirigió a una cabina de juegos de baile. Había cuatro
plataformas de baile, con una alfombra iluminada y una pantalla.
Sabrina y Kevin ocupaban dos de ellas: Sabrina parecía saber lo
que hacía, mientras que Kevin se dejaba llevar. Carol me empujó
hacia una de las plataformas y luego tomó la otra.
—El nuestro está terminando. —dijo Sabrina, con los ojos
fijos en la pantalla que tenía delante. Siguió los movimientos a la
perfección—. Espera y podremos bailar todos juntos. 152
No tuvimos que esperar mucho. Todos elegimos la misma
canción de hip hop y empezamos al mismo tiempo. Al principio,
estaba un poco tensa bailando así en medio de un festival, pero
pronto la canción, los movimientos y la emoción de mis
compañeros de baile me llenaron las venas y lo solté todo.
Carol silbó.
—¡Chica, qué movimientos tienes!
Me reí. Siempre me había gustado bailar el ballet clásico y el
contemporáneo, pero hacía años que no bailaba. Pensé que había
olvidado cómo hacerlo. Al parecer, lo único que necesitaba era un
pequeño empujón.
Kevin fue el primero en salir del juego, nada más empezar la
segunda canción. Carol perdió el juego en medio de la tercera
canción. Los dos animaron mientras Sabrina y yo seguíamos
bailando con el corazón. Creo que nunca me había divertido tanto.
Continuamos otras seis canciones. La expulsaron del juego quince
segundos antes de que terminara la décima canción. La terminé y
gané el juego.
Cuando me volví, me sorprendió la multitud que se había
reunido para vernos bailar. El hombre que dirigía la cabina se
acercó a mí y me trajo un pequeño oso de peluche blanco.
—Has batido nuestro récord. Enhorabuena.
—Gracias. —susurré, cogiendo el oso de peluche. Bajé por el
andén y la gente me palmeó los hombros, felicitándome. Kevin me
chocó los cinco.
—¡Ha sido increíble!
—Sí. —Asintió Carol—. Bailas muy bien.
—Sabrina también. —dije, sonriéndole a la joven. Ella se
encogió de hombros—. Toma. Quiero que lo tengas.
Sus ojos azules brillaron. Dudó un momento, como si no
estuviera segura de sí debía cogerlo o no. Pero empujé el oso hacia
su pecho. Ella lo rodeó con sus brazos y me sonrió.
—Gracias. 153

Miré a mi alrededor.
—¿Y ahora qué?
No debería haber dicho eso. Sabrina, Kevin y Carol
deambularon por los puestos del festival. Jugamos a docenas de
juegos, comimos algodón de azúcar y perritos calientes, vimos
tocar a los músicos y a varios grupos de baile, y caminamos y
caminamos. Me detuve en un puesto de joyas. Mis manos se
posaron sobre los sencillos collares y pendientes hechos a mano,
pero hubo un anillo que me llamó la atención. Tenía un aspecto
extraño, con una banda de plata y un centro azul. Ese anillo me
resultaba familiar, pero no del todo, y no podía explicarlo.
—El sol se está poniendo. —dijo Carol, tirando de mí hacia
delante—. Ya casi es la hora del desfile.
A nuestro alrededor, todo el mundo hablaba del desfile, y la
mayoría ya caminaba hacia la calle principal, tratando de conseguir
un buen sitio. Kevin y Sabrina corrieron delante de nosotras, para
guardarnos un sitio, mientras Carol y yo subíamos por la calle,
abrazadas. Al principio, tener a Carol tan cerca y siempre agarrada
a mí había sido incómodo. Pero ahora me estaba acostumbrando y,
para ser sincera, me gustaba.
—Gracias. —susurré.
Ella entrecerró los ojos.
—¿Por?
—Por las entradas. Por hacer que me lo pase bien.
Su boca se estiró en una sonrisa de complicidad.
—Te has divertido, ¿verdad?
Asentí con la cabeza.
—Como nunca.
Me apretó el brazo.
—Me alegro. 154
Salió de la nada, pero con una fuerza que no había sentido en
mucho tiempo. La oscuridad se abalanzó sobre mí como un toro
enloquecido. Jadeando, me detuve y me llevé una mano al pecho.
—¿Qué ha pasado? —Carol se volvió hacia mí—. ¿Estás
bien?
Mis sentidos no eran perfectos, pero los había perfeccionado
a lo largo de los años, y por lo que pude ver, la oscuridad estaba
fuera de la ciudad, pero avanzaba rápidamente.
Venía hacia aquí.
Viniendo a por mí.
Y Carol, Sabrina y Kevin estaban conmigo.
No podía dejar que les hicieran daño. Simplemente no podía.
Me desenganché de su agarre.
—Estoy bien. Sólo... creo que necesito ir al baño. —La
empujé hacia la calle principal—. Tú ve delante con Sabrina y
Kevin. Me reuniré con vosotros en un rato.
Ella frunció el ceño.
—Suenas rara. ¿Seguro que estás bien?
Apoyé una mano sobre mi estómago e hice una mueca.
—Sí, creo que toda esa comida no me sentó bien. —Mentí—
. Ahora mismo vuelvo. —Le hice un gesto para que se fuera.
Ella dudó, pero siguió adelante. Observé cómo se abría paso
entre la multitud, dirigiéndose hacia donde habían ido Sabrina y
Kevin. Una sensación de desesperación me llenó las venas. La
oscuridad estaba aquí. Por mi culpa. Me había encontrado. Si me
atrapaba, mi vida aquí se acabaría. Mis amigos podrían resultar
heridos por mi culpa.
Tenía que protegerlos. Tenía que salvarlos.
Canalizando mi poder, giré sobre mis talones y corrí hacia el
borde del festival, donde estaba desierto ya que todo el mundo se
estaba reuniendo alrededor de la calle principal. Me detuve en 155
medio del aparcamiento y abrí mis sentidos. La oscuridad estaba
más cerca, más fuerte. Podía esperarla aquí, o podía ir hacia ella,
alejar el peligro de los demás.
De mis amigos.
Sin ninguna duda, corrí hacia la oscuridad. Pasé el
aparcamiento, crucé otra carretera y llegué a un terreno con un
edificio abandonado. Me desaté la chaqueta y me la puse para
proteger mi piel. Luego, inhalé profundamente e invoqué mis
poderes. Llenaron mis venas, empujaron contra mi piel, pidiendo
ser liberados.
Un momento después, los demonios salieron de las sombras.
Me quedé helada.
Estos no eran los demonios o lacayos de Slater. Nunca había
visto a estos seres. La mitad de sus cuerpos eran parecidos a los de
un lagarto y la otra mitad a los de un gato, con escamas oscuras.
Sus ojos eran una mezcla de rojo y amarillo, como un río de lava,
y sus amplias bocas estaban llenas de cientos de dientes pequeños
pero afilados.
Un escalofrío me recorrió la espalda.
No importaba. Habían venido por mí. Me habían percibido.
Yo era un faro para ellos.
Y ahora, tenía que matarlos a todos.

Devon

ÚTIMAMENTE MI MENTE estaba demasiado llena de


tonterías y mi cuerpo de emociones humanas. Por eso, había salido
a correr más de una vez al día. 156

Me estaba preparando para mi tercera carrera del día, cuando


miré por la ventana. A estas alturas, ni siquiera necesitaba mirar el
reloj. Sabía que todos los días de la semana a esa hora Sabrina y
Kevin llegaban a casa de Kenna. En una media hora, Carol se uniría
a ellos.
Lo extraño de este día era que el coche de Lia estaba en la
entrada. ¿No estaba Lia en el trabajo? Por lo que sabía, trabajaba
casi todos los días de la semana de ocho a cinco, y a veces también
trabajaba los sábados por la mañana.
Las cosas se pusieron aún más raras cuando Kenna salió de la
casa con Sabrina y Kevin. Los chicos saltaban y hablaban
animadamente, con la voz alta, aunque no podía entender lo que
decían, mientras ella sacudía la cabeza, con una sonrisa tocando su
boca perfecta. Se montaron en el coche y se marcharon.
Intenté ignorarlos. Realmente lo hice. Pero un tirón me
atravesó el pecho, como una llamada, o incluso magia, que me
decía que fuera tras ellos. Que los siguiera y los comprobara. En
mis largos años, había aprendido muchas cosas, y una de ellas era
no ignorar nunca el poder de una llamada.
Refunfuñando en voz baja, me puse unos vaqueros, una
camiseta y unas botas, me subí al coche y seguí el tirón. Alcancé a
Kenna cuando se detuvo en el instituto y recogió a Carol.
Como por arte de magia, el tirón murió. A partir de aquí,
tendría que seguirla por mi cuenta. Desde el instituto, salieron de
la ciudad. Al festival.
Por supuesto, el maldito festival.
Había ido allí una vez, por curiosidad, y juré no volver nunca
más. Por desgracia, aquí estaba, siguiendo a Kenna y a sus amigos
a ese lugar abandonado.
Los seguí a una distancia segura, para que no se dieran cuenta
de mi presencia. El volumen de vehículos en la carretera, que se
dirigían a Willow Grove, era asombroso, lo que hacía que fuera
157
fácil pasar desapercibido. Era como si todos los habitantes de los
pueblos vecinos hubieran salido temprano del trabajo, sólo para ir
al festival de la luz.
Observé cómo recorrían el lugar, probando la comida,
deteniéndose en los puestos, charlando y riendo.
El momento más sorprendente de la noche llegó cuando
Kenna se unió a los demás en el juego de baile. Kevin y Carol se
esforzaron al máximo, pero ambos quedaron pronto fuera del
juego. Pero Sabrina y ella persistieron. Tengo que confesar que
disfruté viéndolas. Sabrina era buena, pero no tanto como Kenna.
Si tuviera que adivinar, diría que había recibido al menos diez años
de clases de baile. La forma en que movía las manos, los hombros
y las caderas al ritmo de la danza era impresionante y
completamente seductora. No podía apartar los ojos de ella, aunque
lo intentara.
Tuve que luchar contra el impulso de acercarme a ella, de
observar su baile desde más cerca, hasta que Sabrina perdió y
Kenna ganó. La amplia sonrisa que se extendió por su rostro no era
como ninguna otra que hubiera visto antes en ella. Estaba feliz.
Podía verlo.
Podía sentirlo.
A partir de ahí, continuaron.
Me llamó la atención cuando se detuvo en un puesto de
joyería artesanal. Por alguna razón, parecía estar fascinada por las
joyas. Carol la llamó diciendo que el sol se estaba poniendo, lo que
significaba que el desfile de luces empezaría pronto. Al instante,
ella se olvidó de lo que le atraía de la joyería y se dirigió hacia la
calle principal con su amiga.
Varios pasos atrás, las seguí.
Como una ola en el lejano océano, la oscuridad inundó mis
sentidos.
Me quedé paralizado.
A unos metros delante de mí, Kenna también se congeló. Mi 158
atención estaba dividida entre la oscuridad que se avecinaba y la
chica que parecía estar abandonando a su amiga justo antes de la
atracción principal del festival.
Ella empujó a su amiga hacia delante. Sólo después de que
Carol siguiera caminando, se dio la vuelta y se movió. Se abrió
paso entre la multitud y la perdí de vista.
¿A dónde coño iba?
Abriendo mis sentidos, busqué la oscuridad y a Kenna. La
oscuridad seguía acercándose, de puntillas, a las afueras de la
ciudad, pero no pude encontrarla a ella. No era fácil sentir a una
persona, y por alguna razón, ella era más difícil que la mayoría.
Miré a mi alrededor, caminé unos pasos a la derecha, a la
izquierda, pero en el mar de cabezas en la luz tenue, no pude
encontrarla.
Pero sabía dónde habían ido los demás.
Me abrí paso entre la multitud hasta la calle principal,
buscando a Carol, Sabrina y Kevin. Como la mayoría de la gente
todavía estaba buscando sitio y acomodándose para el desfile, fue
fácil localizarlos. Kevin me vio acercarme.
—Hola, Devon. ¿Has venido? Creía que odiabas este tipo de
cosas.
Fruncí el ceño. ¿Cómo sabía eso de mí? ¿Dejé entrever más
de lo que quería? ¿O este chico era simplemente atento? Sacudí la
cabeza. No tenía tiempo para preocuparme por el momento.
—¿Dónde está Kenna?
—Dijo que iba al baño. —respondió Carol—. ¿Por qué? ¿Qué
pasa?
Joder.
—Quédate aquí. —Le dije.
Algo me inquietaba mientras corría hacia los baños. Estaba
seguro de que ella no había ido a ninguno, pero ¿dónde más podía
buscarla? 159

Me detuve de golpe.
La gente chocaba conmigo mientras se dirigía a la calle
principal. Ella se había quedado quieta como yo cuando sentí la
oscuridad. Momentos después, desapareció. ¿Podría haberla
sentido? ¿Podría haber ido hacia ella?
No podía ser.
Pero mis pies no escuchaban a mi cerebro. Paso a paso, se
movieron, hacia el borde del festival.
No podía ser.
No puede ser.
Los latidos de mi corazón se aceleraron y mi paseo se
convirtió en un trote.
Di un paso hacia el aparcamiento y reduje la velocidad. Al
otro lado, una mujer caminaba en dirección al festival. Una mujer
con el pelo largo y rubio.
Entrecerré los ojos.
Qué...
Tardé dos latidos en darme cuenta de que era Kenna. Era la
joven que marchaba hacia el festival. Pero su pelo era rubio y su
chaqueta estaba rasgada con algunas manchas rojas.
Sangre.
Estaba sangrando.
Corrí hacia ella.
Kenna dio un salto hacia atrás y levantó las manos, como si
fuera a atacarme, o a defenderse, pero en cuanto vio que era yo,
bajó los brazos y su rostro palideció más.
—Devon. —susurró, poniendo la mano sobre su pecho—. Me
has asustado.
—¿Qué ha pasado? —La miré. Su chaqueta estaba desgarrada
alrededor de la parte superior del brazo derecho y del pecho, pero
sólo el primero parecía estar sangrando—. ¿Estás bien? —A pesar 160
de sus heridas, no pude evitar el hecho de que su pelo había pasado
de castaño a rubio en cuestión de minutos—. ¿Qué te ha pasado en
el pelo?
Recogió un mechón suelto y se lo llevó a la cara.
—Mierda. —Agitó una mano temblorosa, descartando mi
pregunta, y pasó por delante de mí—. No es... nada. Olvida que lo
has visto.
—¿Cómo puedo olvidarlo? —La alcancé. ¿Realmente quería
volver al festival con ese aspecto? Aunque la gente no supiera lo
de su pelo, alguien iba a ver su herida. Espera, ¿eso era una cojera?
— Estás herida. ¿Qué ha pasado?
Ella dio dos pasos más -sí, cojeaba un poco- y se volvió para
mirarme.
—Esto no es de tu... incumbencia.
Abrí la boca para discutir, pero cerré los labios cuando sus
ojos se encontraron con los míos. Eran de un azul tan brillante, tan
encantador. De repente, era un mosquito tonto atrapado en una
telaraña.
—Kenna —susurré, dando un paso más hacia ella. Quería que
me dijera qué había pasado, por qué estaba en ese estado. Quería
que me dejara ayudarla. Me acerqué a ella.
—¡Ahí estás! —La voz de Carol fue como un balde de agua
fría.
Kenna dio un gran paso atrás. Se volvió, con una leve sonrisa
en los labios.
—¿Me estabas buscando?
Sabrina y Kevin corrieron detrás de Carol, pero los tres se
detuvieron en seco y se quedaron mirándola un segundo después.
—¿Qué te ha pasado?
—¿Qué pasa con tu pelo?
161
—¿Te lo has teñido?
—¿Es eso... sangre?
Los tres soltaron una serie de preguntas, las que yo quería
hacer, pero ella las desechó también.
—No hay tiempo para eso. —dijo—. Iba a buscarte. Tenemos
que irnos.
La cara de Kevin cayó.
—¿Por qué? El desfile acaba de empezar y aún no hemos
podido verlo.
—Lo sé. Lo siento. —Sacó el móvil del bolsillo—. Mi madre
ha llamado. Me necesita en casa, así que tenemos que irnos. Lo
siento.
Fruncí el ceño. Estaba mintiendo.
Quería ir tras ella, confrontarla, hacer que respondiera a todo,
pero la forma en que guiaba a sus amigos hacia el aparcamiento,
tratando de ocultar su cojera y sus manos temblorosas, me hizo
detenerme.
Me enfrentaría a ella, pero no ahora.
Desconcertado, observé cómo subían a su coche y se
alejaban. Sólo entonces recordé la oscuridad y los demonios que
habían estado acechando en los alrededores de la ciudad antes de
toparme con ella. Abrí mis sentidos, tratando de localizarlos para
poder ir tras ellos y matarlos a todos.
Pero la oscuridad y los demonios habían desaparecido.

162
20

PASADO

Kianna

KIANNA MIRO SUS MANOS temblorosas. Quizás había sido


163
el calor del momento, la emoción de la noche. Después de todo, no
siempre se lo había pasado tan bien -sobre todo por culpa de
Devon-, pero estaba segura de que había sentido algo en el festival.
Algo extraño, algo diferente.
Una sensación espesa como un mar de aceite que se agitaba
en su interior, que venía a por ella, que extendía sus oscuros
zarcillos hacia ella. Un escalofrío sacudió su cuerpo. Dejó caer las
manos y miró el lago, el débil reflejo de la luna en la superficie del
agua. Era plena noche y todos dormían. Todos menos ella.
Después de dar vueltas en la cama durante horas, pensando y
agonizando por esa sensación perversa, tiró las mantas, se puso un
fino sobrevestido sobre el camisón, bajó la colina y ocupó su lugar
en el banco bajo el cerezo. Ahora, si pudiera hacer que sus manos
dejaran de temblar y su respiración se ralentizara, podría relajarse
y volver a dormir.
Una sombra cayó a su izquierda. Su corazón se aceleró.
—¿Quién está ahí?
—Sólo soy yo. —contestó Devon, mientras se acercaba a ella.
La luz de la luna daba a su rostro un brillo pálido, haciéndolo
parecer un dios oscuro. ¿Tal vez el dios de la muerte? Tenía las
características que ella había leído en las novelas: esotérico, fuerte,
alto, con el pelo oscuro, la cara cortada con ángulos agudos y
misterioso. El dios de la muerte era siempre un personaje popular.
En algunos libros, era el villano inteligente; en otros, era el amante
maldito. ¿Podría Devon ser algo así?
Kianna sacudió la cabeza, expulsando esos pensamientos de
su mente.
—Me has asustado.
—Lo siento. —Se detuvo a unos metros del banco—. ¿Qué
estás haciendo aquí?
Ella se encogió de hombros.
—No podía dormir. ¿Y tú?
—Lo mismo. —Se acercó un paso más—. ¿Está bien si me 164
siento?
Ella se apartó a un lado del banco.
—Por supuesto.
Devon se sentó a su lado.
—Gracias. —Miró hacia el agua—. Se está tranquilo aquí por
la noche.
Kianna se rió.
—Quieres decir que aquí se está tranquilo cuando los niños
duermen.
Él se rió.
No pudo evitar notar que su rostro se iluminaba cada vez que
sonreía. Se le apretó el estómago. Buscando otro tema, frunció el
ceño.
—Hm, ¿qué ha pasado esta noche? Quiero decir, ¿en el
festival? ¿A dónde fuiste?
La había preocupado. Le dijo con vehemencia que se quedara
con su familia y luego desapareció. Ella había pensado que él
volvería pronto, pero nunca lo hizo. El festival terminó,
desmontaron el puesto, recogieron sus cosas y volvieron a casa sin
ninguna señal o nota de él. Esa era la otra razón por la que no había
dormido, pero no quería admitirlo ni siquiera a sí misma.
Él se pasó una mano por el pelo, desordenando un poco su
coleta.
—Yo... me pareció ver a una banda de ladrones recorriendo
el festival. Fui a buscar a los guardias del pueblo para detenerlos.
Ella entrecerró los ojos.
—Pero... no has vuelto en toda la noche. ¿Fue difícil
encontrar a los guardias?
Estaba segura de haber visto a unos cuantos guardias
paseando por la fiesta.
165
—Sí, lo fue. —contestó rápidamente—. Pero fue aún más
difícil localizar a la banda de ladrones después de que los perdiera
por primera vez. Como los guardias pensaron que les estaba
gastando una broma, no me dejaron ir hasta encontrarlos.
—¿Así que los encontraste? ¿Y la guardia los arrestó?
Devon asintió.
—Sí. Los encontramos en un callejón, escapando del festival
con los bolsillos llenos.
Ella lo observó por un momento. Nunca había pensado que él
fuera de los que se desviven por ayudar a los desconocidos. Bueno,
la había ayudado a ella y a su familia muchas, muchas veces, pero
ya no eran realmente extraños, ¿verdad?
—Eso es bueno. —susurró.
A pesar de sí misma, su mirada se posó en sus manos,
cruzadas en sus piernas. Kianna ya no temblaba, pero los recuerdos
de aquella oscura sensación aún perduraban. ¿Sería capaz de volver
a dormir, o esa sensación la asustaría hasta el más allá?
Él giró su cuerpo hacia ella.
—Veo que algo te preocupa. ¿Qué es?
Lentamente, Kianna volvió a levantar las manos.
—No estoy segura. —respondió, un poco sorprendida de
querer decírselo—. En el festival, justo antes de que te fueras, sentí
algo. —Se llevó las manos al pecho—. Justo aquí. Algo... —
Sacudió la cabeza—. Voy a sonar como una loca. No importa.
Sorprendiéndola, Devon se acercó y agarró sus manos,
apartándolas de ella. Las acunó entre las suyas.
—Digas lo que digas, te aseguro que nunca pensaré que eres
una loca. —Sus ojos oscuros se clavaron en los de ella, tan intensos,
tan crudos. Ese tipo de miradas habían sido pocas, pero ahora
mismo, se encontró deseando más de ellas.
—Tengo miedo de que dejes de mirarme así si te lo cuento.
—susurró ella. 166
Una de sus manos subió. Sus dedos se deslizaron por su
mejilla y le acariciaron la cara. La mano de él no era tan callosa
como pensaba, y se encontró inclinada hacia su contacto.
—Imposible. —dijo él, con la voz baja. Se inclinó hacia
ella—. Kianna, yo...
—¡Kianna!
Ella se levantó de un salto del banco, casi golpeando a Devon
y cayendo sobre sus pies tambaleantes.
—¡S-sí! —Miró hacia la colina y encontró a Calvin en el
porche delantero, abrazando su manta. Corrió hacia la colina—.
¿Qué pasa? ¿Por qué estás levantado?
—He tenido una pesadilla.
—Ya estás bien. —Lo atrajo hacia sus brazos—. ¿Quieres
hablar de ella?
Sintió la presencia de Devon unos pasos detrás de ella. Por
supuesto, él la habría seguido. ¿Por qué no lo haría? No era como
si ella hubiera estado huyendo de él o de lo que fuera que casi pasó
junto al cerezo.
Calvin sacudió la cabeza contra su estómago.
Devon se arrodilló junto a ellos.
—Oye, ¿sabes lo que hago cuando tengo una pesadilla? Me
bebo una taza de leche caliente, luego me tumbo en la cama y
pienso en las cosas buenas que han pasado el día anterior. Con el
festival, seguro que tienes muchas cosas buenas en las que pensar,
¿no?
Calvin asintió.
—Es que... —Miró a Kianna—. El monstruo te atrapará si
cierro los ojos.
—¿Q-qué? —preguntó ella.
—Mi pesadilla. —explicó el niño—. Los monstruos entraban
en el pueblo y te buscaban. Querían matarte. 167

Miró a Devon. Había una profunda línea entre sus cejas.


—¿Es la primera vez que tienes una pesadilla así, Calvin? —
preguntó.
Asintió.
—No pasa nada. —afirmó Kianna rápidamente—. Estoy
bien. Ningún monstruo me atrapará, ¿de acuerdo? —No era la
primera vez que Calvin se despertaba en mitad de la noche a causa
de una pesadilla y la buscaba, pero sí era la primera vez que
mencionaba a los monstruos. ¿Venir a por ella? Qué imaginación
tan salvaje tenía—. Vamos. —Le palmeó la espalda—. Te
prepararé un poco de leche caliente y luego te pondré de nuevo en
la cama. ¿De acuerdo?
El pequeño asintió de nuevo. Ella deslizó su mano en la de él
y lo arrastró hacia la casa. A su lado, Devon se puso en pie, con el
ceño fruncido.
—Buenas noches, Calvin. —Le dijo, con la voz tensa.
Kianna lo miró.
—Gracias.
Él bajó la barbilla en señal de agradecimiento.
—Buenas noches.
Sus ojos permanecieron clavados en los de ella durante un
momento más, luego giró y marchó alrededor de la casa,
probablemente hacia el granero donde aún dormía.
—Vamos. —Lo condujo al interior de la mansión y se
concentró en cuidar de su hermano pequeño, apartando a propósito
de su mente todos los pensamientos sobre Devon.

168
21

PRESENTE

Devon

MIRÉ CON ATENCIÓN con atención la pizarra que tenía


169
delante. Recortes de periódicos sobre avistamientos de monstruos,
o ataques extraños que sólo los otros guerreros y yo sabíamos que
habían sido demonios, y lugares donde había luchado contra ellos
en las cercanías.
Notas de lo que podía recordar de mis pesadillas.
Una lista de ideas de lo que podría haber ocurrido en el pasado
y de por qué los dioses me habían castigado.
Una foto del anillo que llevaba en una cadena alrededor del
cuello.
Y ahora: fotos de Kenna y Lia, y una lista de todas las visiones
que había tenido al tocar a Kenna. También, una nota garabateada
sobre su pelo rubio la noche anterior en el festival.
Líneas de hilo conectaban todo lo relevante: rojo para los
demonios, azul para los humanos. Había empezado el tablero hace
años, cuando me trajeron por primera vez del inframundo con sólo
el anillo como pista. El tablero empezó siendo de tres por cuatro, y
yo estaba decidido a llenarlo rápidamente y a descifrar esta maldita
maldición. El tiempo pasó y apenas cubrí una pequeña esquina.
Pero desde que mis vecinas habían aparecido, había añadido dos
tableros más uno al lado del otro, y si las cosas seguían
evolucionando así, pronto tendría que comprar otro.
Para ser sincero, prefería resolverlo todo antes de eso, y
acabar con esto.
Miré por la ventana. Desde el dormitorio de invitados, podía
ver la pequeña ventana del lado de la cocina y una esquina del
porche y el patio trasero. Kenna había estado activa desde primera
hora de la mañana, recorriendo la casa, aunque no tenía ni idea de
lo que había estado haciendo. La única vez que fue fácil saberlo fue
cuando apareció en el porche trasero con una toalla enrollada
encima de la cabeza. Unos minutos más tarde, se acercó a la
ventana, con el pelo castaño oscuro de nuevo. Esta vez, le había
añadido mechas azules.
Una vez más, me pregunté por qué se había teñido el pelo.
¿Qué intentaba ocultar? ¿También estaba Lia metida en esto?
170
No podía quedarme quieto. No cuando sabía que ella estaba
a unos metros, y que podía tener las respuestas que necesitaba.
Debía tenerlas, ¿no? Al menos un par de ellas. Algo, cualquier cosa
que me indicara la dirección correcta.
Necesitaba una maldita dirección.
Fui a su casa. Lia se había ido antes, probablemente a trabajar,
pero por alguna razón, yo quería hablar sólo con Kenna por ahora.
Llamé al timbre y esperé. No pasaron ni treinta segundos y abrió la
puerta.
—Devon, ¿qué estás haciendo aquí?
Las palabras pasaron volando por mi garganta, pero se
quedaron atascadas en mi lengua. ¿Qué? ¿Realmente había
planeado venir aquí y preguntar quién era ella? ¿Si ella estaba en
esto con los dioses? ¿Si era parte de mi castigo? ¿Si sabía algo de
los demonios?
¿Y si todo esto era una coincidencia y la asustaba?
Realmente no quería eso.
Me aclaré la garganta y señalé el vendaje que asomaba por
debajo de las mangas cortas de su camisa.
—Te hiciste una herida la pasada noche. Quería comprobar si
estabas bien.
Entrecerró sus brillantes ojos azules hacia mí. El pelo castaño
recién teñido resaltaba más el hermoso tono de sus ojos, pero por
lo poco que había visto, seguía siendo encantadora con el pelo
rubio.
¿En qué coño estaba pensando?
—Soy torpe. ¿No lo sabías? —Desvió la mirada—. Me caí y
me arañé el brazo. Ya está bien.
¿En serio estaba tratando de colarme esa mierda?
—¿Y tú pecho?
Dio un paso atrás como si se preparara para defenderse. O
correr. 171

—¿Qué pasa con eso?


—Había un rasguño en tu chaqueta justo en el pecho. —Abrió
la boca, pero no salió ninguna palabra. Aproveché la oportunidad
y entré en su casa—. ¿Y tu pelo? Estoy seguro de que ayer por la
tarde era castaño. Luego, de repente, era rubio durante el festival.
Ella se retiró.
—¿Cómo sabes cómo era mi pelo ayer? ¿Me estás espiando?
Cerré la puerta tras de mí.
—Somos vecinos. Es muy probable que te vea cada vez que
salga. —La perseguí mientras se retiraba hacia la cocina—. ¿Y?
¿Qué te ha pasado en el pelo?
Sacudió la cabeza.
—No lo entenderías. —susurró.
En la cocina, rodeó la isla, interponiéndola entre nosotros.
¿Tenía miedo de mí? No tenía planes de atacarla, pero no la dejaría
escapar tan fácilmente.
—Pruébame.
—¿Por qué? No es que te importe.
Fruncí el ceño. ¿Qué sabía yo de esta chica? Ella y su madre
se habían mudado aquí de la nada; nunca pude averiguar dónde
habían vivido antes. Su apellido era Jones, pero por alguna razón,
pensé que estaban mintiendo. Kenna pronto cumpliría diecinueve
años y aún no había terminado el instituto. Ni siquiera intentó
solicitar el ingreso y terminarlo. Iba directamente a por el GED. Lia
había encontrado un trabajo en la biblioteca, pero su currículum
estaba en blanco. No tenía experiencia laboral previa. Parecían
ocultar algo, pero al mismo tiempo permitían que la gente se
acercara, como Carol, Sabrina, Kevin y yo. Además, estaban las
visiones que tenía cada vez que la tocaba. ¿Había sucedido
realmente o estaba imaginando cosas? Tenía que encontrar la
manera de volver a tocarla ahora mismo.
—¿Qué? ¿Tu abuela es una sirena y cada vez que se moja, su
172
pelo cambia de color? ¿Lo has heredado de ella? —Estaba siendo
más que ridículo, pero en un mundo que se suponía que no debía
existir, las sirenas no estaban tan lejos de los demonios y los
guerreros divinos.
Me miró fijamente, con una ceja enarcada.
—¿Has estado bebiendo?
—Rara vez bebo.
—¿Entonces qué? ¿Drogas? Porque algo debe estar mal en tu
mente. ¿Sirenas? ¿En serio? —Sacudiendo la cabeza, abrió el
armario y cogió una caja de palomitas.
Fruncí el ceño.
—¿Tienes hambre?
—Yo no. —Cogió tres paquetes cerrados de la caja. Luego,
señaló la puerta trasera—. Pero ellos sí.
Miré la puerta justo cuando se abrió.
—Hola. —dijo Sabrina al entrar. Kevin la siguió dentro y me
saludó——. ¿Estamos de fiesta?
Kenna arrancó el plástico de uno de los paquetes y lo metió
en el microondas.
—¿Por qué crees que vamos a hacer una fiesta?
Sabrina me señaló.
—Porque él está aquí.
—Simplemente ignóralo. —murmuró ella.
Kevin cogió una botella de zumo de la nevera, mientras
Sabrina abría un armario y cogía un gran bol redondo.
—¿Ahora estáis aquí todo el tiempo? —pregunté antes de
poder medir mis palabras. Era desconcertante ver a los dos
hermanos actuar como si también vivieran aquí.
—Más o menos. —respondió Kevin. 173
—Mejor que quedarse en la maldita casa. —murmuró la niña.
—¡Oye! —Kenna le apuntó con una cuchara de madera—
¿Qué te he dicho? Cuida tu lenguaje.
Sabrina puso los ojos en blanco.
¿Qué coño estaba pasando aquí? Cuando acogió a los
hermanos por primera vez, me emocioné. Nadie se había
preocupado por ellos; era algo refrescante y reconfortante. Pero,
¿por qué Kenna se comportaba como su madre o como una
hermana mayor? ¿Realmente se preocupaba tanto por estos
desconocidos? ¿Qué habían hecho para ganarse su afecto?
—Oh, cuéntaselo a ella. —Sabrina dio un codazo en el brazo
de Kevin.
Kenna cogió el primer paquete de palomitas del microondas.
—¿Contarme qué?
La chica le quitó el paquete, lo abrió y vertió las palomitas en
el bol.
—Tuvo una pesadilla en la que estabas tú.
—¿Una pesadilla? —Kenna puso otro paquete de palomitas
en el microondas—. ¿Quieres contármela?
Mirando las palomitas en el bol que tenía delante, el pequeño
se encogió de hombros.
—La verdad es que no.
—Se despertó en medio de la noche llorando. —intervino
Sabrina.
—¿Qué? Kevin, cuéntame.
Levantó sus ojos grises hacia ella.
—Estabas en un callejón de noche y te rodeaban monstruos
de piel oscura y brillante, con enormes garras y dientes afilados. —
Tragó saliva—. No quiero hablar del resto.
¿Monstruos con piel oscura y brillante, garras enormes y 174
dientes afilados? ¿Rodeando a Kenna? ¿Estaba Kevin soñando con
demonios?
Ella se quedó mirándolo, con los ojos grandes y el cuerpo
rígido. Luego, sacudió la cabeza una vez y rodó los hombros. Se
acercó a la isla y le acarició la mano.
—No te preocupes, Kev. Estoy bien, como puedes ver.
Ningún monstruo me atrapará.
Él puso los ojos en blanco y se metió un puñado de palomitas
en la boca.
—¿Has soñado alguna vez con los monstruos? —pregunté,
curioso.
No había visto qué demonios habían estado en Willow Grove
anoche, pero podían ser los que Kevin había descrito. Aunque, ¿por
qué no habían avanzado? ¿Por qué había desaparecido la
oscuridad? Miré a Kenna.
—No. —contestó Kevin—. Nunca. —Se estremeció—. Y
espero no volver a hacerlo.
Kenna sacó el otro paquete de palomitas del microondas.
—Ya pasó todo. Estás despierto. Ningún monstruo puede
llegar a mí, ¿de acuerdo?
Él asintió y se metió más palomitas en la boca. Agitó la
cuchara de madera hacia los hermanos.
—Guardad un poco de eso para Carol. No tardará en llegar.
—Se giró y puso el tercer paquete en el microondas. Me
miró—. Vamos a ver una película. Puedes quedarte, si quieres.
Dudé. La observé fijamente, con la mente dando vueltas a
todo lo que estaba pasando.
—¿Te quedas o no? —preguntó Sabrina.
Parpadeé.
—Sí. Sí, me quedo.
Cómo no iba a hacerlo si todas las piezas del rompecabezas 175
parecían estar escondidas en esta cocina. Alrededor de esta gente.
Sabrina gimió.
—Será mejor que hagas más palomitas.
22

PASADO

Devon

A PESAR DE TODO LO QUE HABÍA PASADO, había días en


176
los que Devon realmente dudaba de que los dioses le hubieran
enviado a la chica adecuada. Días como hoy, cuando Kianna tenía
que hacer varios recados en la ciudad y él la acompañaba. Cuando
hacía cosas desinteresadas como pasar por la botica y entregar un
pastel de cerezas recién horneado a Laila, su antigua criada. Llevar
la ropa vieja de sus hermanos a un orfanato. Ayudar a una anciana
con su pesada cesta. Dando galletitas a un niño sin hogar.
Era imposible pensar que era mala, o que se volvería mala.
Era amable y cariñosa. Los dioses tenían que estar equivocados.
Devon rezó para que así fuera. Pero si lo estaban, su misión
terminaría y no volvería a verla.
Él no podía soportar pensar en eso.
Tenía que quedarse aquí, quedarse con Kianna.
Había terminado de fingir que no sabía lo que estaba pasando.
Puede que no sea humano ni haya experimentado sentimientos
humanos durante siglos, pero sabía qué sentimiento estaba
floreciendo en su pecho.
El amor.
Se estaba enamorando de ella y no podía hacer nada para
evitarlo. La verdad era que no quería detenerlo.
Cuando terminó sus recados, ella le informó que estaba lista
para ir a casa.
—¿Tú también has terminado? —Le preguntó, con sus
brillantes ojos azules.
Le llevó un segundo recordar que había mentido y dicho que
también tenía recados en el pueblo, así que podía acompañarla.
—Sí, ya he terminado.
Salieron del pueblo, siguiendo el camino de tierra hacia la
mansión. Un trueno retumbó en la distancia. Kianna miró el cielo
que se oscurecía.
—Creía que la lluvia aguantaría hasta la noche.
Devon miró hacia arriba. Las nubes oscuras se acercaban
rápidamente, pesadas y listas. Los truenos retumbaron sobre ellos, 177
esta vez más cerca.
—La tormenta se acerca rápidamente.
—Será mejor que corramos, entonces. —dijo ella, levantando
su falda un centímetro.
Dos segundos después, sintió una gota en su mano.
Refunfuñando en voz baja, él se quitó su fina chaqueta y la puso
sobre la cabeza de Kianna mientras el cielo caía.
—Por aquí. —La cogió del brazo y la dirigió hacia los árboles
que flanqueaban la carretera. Los árboles estaban llenos de flores y
hojas, creando un dosel que los protegía de la lluvia. Señaló una
rama doblada sobre la hierba, casi como un banco—. Aquí.
Quitándose la chaqueta, ella se sentó. Miró la lluvia que
golpeaba el camino.
—Espero que no dure mucho.
Parecía un aguacero de verano, duro y breve. Se despejaría,
al menos lo suficiente para que pudieran volver a la casa sin
empaparse. Sin embargo, seguro que se embarrarían los pies.
—Debería parar pronto. —La tranquilizó.
—Toma. —Le tendió la chaqueta—. Gracias.
Le dio la chaqueta, pero él no se la puso.
—¿No te has mojado?
Ella negó con la cabeza, con su pelo rubio tan bonito como
siempre.
—No, gracias a ti. —inclinó la cabeza hacia él—. ¿Vas a
quedarte ahí hasta que deje de llover?
Devon frunció el ceño.
—No lo sé.
Acarició la mancha de la rama a su lado. 178

—Puede que tarde un rato. Será mejor que descanses.


Él dudó. Una cosa era saber que se estaba enamorando de ella,
y otra no mantener la distancia, respetar los límites. Cuanto más se
acercará a ella, más difícil sería evitar tocarla.
No era prudente.
Sin embargo, cuando ella volvió a acariciar la rama, él no se
resistió. Se sentó, pero se mantuvo a un buen pie de distancia de
ella.
—Habría sido un buen día, si no fuera por la lluvia.
Kianna se inclinó hacia atrás, con una suave sonrisa en sus
labios rosados.
—Fue un buen día. Todavía lo es. —Volvió los ojos hacia
él—. Ya que tenemos tiempo, ¿por qué no me cuentas algo?
—¿Cómo qué?
—No lo sé. —Sus bonitos ojos se entrecerraron—. ¿No
recuerdas nada? ¿De antes?
¿De antes de ser un guerrero?
—No.
—Lo siento —susurró—. Debe ser duro, no saber. Tu familia
debe estar preocupada por ti.
—Estoy bien aquí. —afirmó él, su voz baja pero firme, sus
ojos fijos en ella. Si ella supiera cuán cierta era esa afirmación.
Parpadeando, Kianna volvió a mirar la lluvia.
—Cuando era pequeña, me encantaban los días de lluvia,
porque mi padre no tenía que trabajar, así que jugaba conmigo bajo
la lluvia todo el día.
Devon sabía que la pérdida de su padre había sido dura para
ellos, pero se alegraba de que ella tuviera esos recuerdos a los que
aferrarse. Calvin y Selina eran jóvenes cuando él murió y apenas lo
recordaban.
Una suave brisa pasó junto a ellos, arrastrando algunos 179
mechones de su pelo por encima del hombro. El aroma de la dulce
y deliciosa cereza invadió sus fosas nasales y llenó su mente.
Por los dioses...
Se levantó de un salto, poniendo espacio entre ellos, antes de
rendirse a su perfume y hacer algo estúpido. De espaldas a ella,
inhaló profundamente, dando la bienvenida al refrescante aroma de
la lluvia en sus pulmones.
—¿He dicho algo malo?
Devon se aclaró la garganta antes de mirarla por encima del
hombro.
—¿Qué? No. Sólo pensé que la lluvia estaba parando.
Por favor, dioses, haced que deje de llover. Os lo ruego.
Como si le hubieran escuchado por una vez, la lluvia se
suavizó hasta convertirse en un chapoteo antes de detenerse. El
camino se había convertido en barro. Volvió a mirar las botas de
Kianna. Eran de las bonitas, con un tejido delicado y un tacón bajo.
El barro le arruinaría los zapatos y, ahora mismo, su familia no
podía permitirse unos nuevos.
Se agachó frente a ella.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Kianna, con los ojos muy
abiertos.
—Vas a estropear tus botas si vuelves a casa ahora. —Le
cogió la mano y tiró de ella hacia delante—. Te llevaré a caballito.
Ella frunció el ceño.
—Eso no es necesario.
—Es eso, o quitarte las botas y caminar descalza por el barro.
Ella lo miró fijamente.
—Pesaré...
Él estaba seguro de que ella era tan ligera como una pluma.
Tiró de su brazo una vez más. 180

—Sólo ven.
Con las mejillas enrojecidas, Kianna se levantó y dejó que él
se rodeara el cuello con sus brazos. Intentó mantener la mente en
blanco mientras se echaba hacia atrás y le agarraba las piernas, con
los dedos extendidos alrededor de sus muslos. Aún más tentador
que eso, era su pecho presionado contra su espalda, su aliento en
su cuello y su aroma a cereza envolviéndolo de nuevo.
Por los dioses...
Devon contó hasta veinte antes de concentrarse en un paso
tras otro y llevarlos a casa.
—Agárrate fuerte.
Y ella lo hizo. Se aferró a él como si su vida dependiera de
ello.
23

PRESENTE

Kenna

CUANDO NECESITABA UN DESCANSO de estudiar para el


181
examen GED y reparar la casa, salía a dar un paseo. Llevábamos
ya seis semanas aquí. Todavía sentía que había mucho por
descubrir, aunque la ciudad era del tamaño de un botón.
Durante mis paseos, conocí a algunos de los propietarios de
las tiendas, saludé al anciano que siempre estaba sentado en el
banco de la plaza principal, leyendo un periódico, tuve que huir de
un chaparrón de manguera mientras una señora de mediana edad
limpiaba la acera frente a su casa, y me sobresalté cuando los perros
ladraban desde detrás de las vallas.
Era un pueblo pintoresco y tranquilo.
Y eso me preocupaba.
Los demonios me habían detectado dos pueblos más allá. ¿No
me encontrarían aquí? ¿No vendrían a por mí y harían daño a todos
los presentes? ¿No deberíamos irnos Lia y yo antes de que eso
sucediera?
No le había contado a Lia lo del ataque de la otra noche. Se
asustaría conmigo y me prohibiría salir de casa, pero dudaba que
quisiera abandonar la ciudad.
—Llevamos seis semanas con esto. —Le dije mientras
almorzábamos juntas. Había sido el mediodía cuando emprendí el
regreso. Sin ganas de estar sola en esa casa, me dirigí a la biblioteca
e invité a Lia a comer—. Sabes que no durará para siempre. —
Aunque deseaba que así fuera.
—Hay que pensar en positivo. —respondió ella entre bocados
de su ensalada. La había llevado a una cafetería en la esquina de la
plaza principal para comer hamburguesas, no ensalada, y sin
embargo, ella no quería dejar su dieta, la misma que había estado
haciendo durante los últimos dos años, y aún no había perdido ni
una libra—. Todo va tan bien. Tengo un trabajo y tú tienes amigos.
Aprobarás el GED y solicitarás el ingreso a la universidad.
Fruncí el ceño. La universidad. No había buenas
universidades de cuatro años en la zona, sólo un montón de
universidades comunitarias.
—Ni siquiera sé por qué estoy estudiando para el GED. No
182
es que vaya a ir a la universidad.
Si quisiera ir a una universidad mejor y más grande, tendría
que mudarme y quedarme en una zona determinada durante al
menos cuatro años. Si quedarme aquí seis semanas me ponía
nerviosa, imagínate cuatro años.
No era práctico, no con nuestras vidas.
Tarde o temprano, tendríamos que mudarnos, y esperaba que
lo hiciéramos antes, antes de que alguien en este pueblo saliera
herido.
Lia siguió hablando de la universidad y de qué carreras serían
las mejores, como si yo no hubiera dicho nada. La dejé divagar.
Estaba demasiado enamorada de nuestras vidas como para recordar
que teníamos a un tipo malo y sus demonios buscándonos.
No descansarían hasta encontrarnos.
Hasta que me encontraran a mí.
Después del almuerzo, me dirigí a casa. El cielo se había
oscurecido considerablemente desde que había entrado en la
cafetería con Lia, y las espesas nubes parecían que iban a estallar
en cualquier momento. Apuré mis pasos, pero la tensión en mi
cuerpo no hizo más que aumentar. Para distraer mi mente y mis
nervios, intenté pensar en cosas buenas. Como que Sabrina
mencionó su recaudación de fondos para la escuela y que tendría
que trabajar un par de horas a la semana en el centro de rescate de
mascotas de la ciudad. ¿Jugar con perros de peluche gratis? Me
encantaría ayudar con eso. Cuando llegara a mi casa después de la
escuela esta tarde, le preguntaría cuándo le gustaría ir. Apuesto a
que incluso Carol querría unirse a nosotras.
Luego, pensé que debía pasar por la panadería y comprar
algunas magdalenas para regalarles a Sabrina y Kevin. Siempre se
quejaban de que ellos nos habían encontrado a Lia y a mí, pero los
otros niños de acogida de su casa no tenían a nadie. Aunque no
podía ocuparme de todos ellos, podía enviarles magdalenas. Por
desgracia, yo era malísima en la cocina, así que tendría que
comprarlas. Doblé la esquina, dirigiéndome a la panadería, cuando 183
empezó a llover.
—Mierda. —murmuré, corriendo hacia el toldo más cercano.
Me escondí bajo la tela roja frente a un autoservicio de
lavandería, y miré hacia afuera mientras la lluvia caía en gotas
gordas y pesadas. Saqué la mano de debajo del toldo. Además de
ser fuerte, la lluvia era demasiado fría. Solté un suspiro. Podía
correr a casa, empaparme, luego darme una ducha caliente y
ponerme ropa limpia y seca.
¿Pero quería hacerlo?
Miré el cielo oscuro. ¿Quién sabía cuándo pararía esta
maldita lluvia? Si me quedaba aquí, podría esperar hasta mañana.
Maldita sea.
De acuerdo, me iba.
Di un paso adelante y me paré cuando un elegante coche
negro se detuvo en la acera.
Una fracción de la ventanilla del pasajero se bajó. Los ojos de
Devon se encontraron con los míos.
—Sube.

Devon

DESPUÉS DE MI ENCUENTRO CON RYDER, salí a conducir


durante un par de horas. No hay nada como ir a toda velocidad por
carreteras secundarias y oír el rugido del motor para aliviar la
tensión de mis músculos.
184
Durante mi informe semanal, le conté a Ryder muchas cosas
sobre mi investigación: las visiones que había tenido al tocar a
Kenna, los demonios que habían desaparecido en Willow Grove, el
cambio de color de su pelo y mucho más. Esperaba que viera mis
progresos y me revelara algo, una pista mayor que me orientara en
la dirección correcta. Pero el guerrero había estado tan callado
como un mimo. Ni siquiera dijo sí o no, ni mostró ninguna emoción
para que yo pudiera medir su silencio.
Nada. No me había dado nada.
¿Era esto parte de mi castigo?
Le di un puñetazo al volante. ¿Qué coño había hecho para
merecer tanto dolor y frustración? ¿Por qué me habían enviado a
las fosas ardientes del inframundo y me habían traído de vuelta a
este mundo para vivir como un puto humano?
Era poco más de mediodía cuando volví a la ciudad. La fuerte
lluvia que amenazaba con caer desde media mañana finalmente
apareció, descargando su furia. Reduje la velocidad y pasé por la
plaza principal. Como si mis ojos estuvieran entrenados para
encontrarla, miré hacia delante y vi a Kenna encogida bajo el toldo
rojo de la lavandería. ¿Le había pillado la lluvia sin estar
preparada?
Mi cuerpo volvió a tensarse y aceleré.
No me detendría. No me detendría. No me...
¿A quién quería engañar?
Detuve el coche junto a ella, las ruedas tocando el bordillo,
para poder acercarme, y bajé un poco la ventanilla del pasajero. ella
me miró fijamente, con los ojos brillando de sospecha.
—Sube. —Le dije.
Dudó, pero se precipitó hacia delante. Por suerte, el toldo
llegaba hasta la mitad de la acera y la cubría bien. Para ayudarla,
abrí la puerta de mi coche. Ella subió y cerró la puerta. Me acerqué
a ella y le di una toalla de mano que siempre tenía allí.
—Toma.
185
Cogió la toalla y se secó los brazos.
—Gracias.
Me aparté de la acera.
—¿Quieres que te deje en algún sitio, o ibas a casa?
—A casa. —dijo, con la voz baja.
Empecé a ir en esa dirección. Aquí, en este espacio cerrado,
era muy consciente de ella. De cómo su blusa azul claro, mojada,
se pegaba a sus brazos y a su pecho. De cómo su pelo, ahora castaño
con mechas rosas, estaba un poco húmedo, enmarcando su hermoso
rostro. De su dulce y delicioso aroma a cereza.
Inhalé por la boca.
Otra cosa que no pude evitar fue ver cómo se le erizaba el
vello de los brazos y el cuello. Extendí mi brazo y subí el aire
caliente.
—Esto podría ayudar.
—Gracias. —murmuró.
—No hay problema.
No dijo nada más de camino a casa, pero el silencio no era
incómodo. Sólo estaba cargado. Tenso. Como si ambos tuviéramos
demasiadas cosas en la cabeza, demasiadas cosas de las que
quisiéramos hablar, pero no pudiéramos encontrar las palabras
adecuadas. Antes de que pudiera pensar en algo que decir, llegamos
a nuestra calle. Acerqué el coche a la entrada de su casa, lo más
cerca que podía estar de su porche, y aparqué.
—Toma. —dijo ella, devolviéndome la toalla.
Se la cogí y mis dedos rozaron los suyos. Una descarga
eléctrica me subió por el brazo y una visión me nubló la vista.
Estaba sentado junto a la chica rubia en la rama baja de un
árbol. La brisa pasaba junto a nosotros y su pelo se movía con ella.
Ella giró la cara. La vería; vería su cara. Sabría quién era. Pero antes
de que vislumbrara su rostro, la visión se rompió. Parpadeé y miré
los ojos entrecerrados de Kenna. 186

—¿Estás bien?
—Sí. —contesté. Me aparté un poco, pero no podía apartar
mis ojos de ella.
Ese pelo castaño. Era falso. Ella tenía el pelo rubio y yo lo
sabía. ¿Era la chica de mis visiones? Sólo las veía cuando la
tocaba. Era la única explicación que tenía. Estaba noventa y nueve
por ciento seguro, pero no diría nada hasta tener pruebas.
¿Cómo carajo iba a encontrar pruebas?
—Gracias... por la toalla, y por el viaje.
—De nada.
Abrió la puerta y salió corriendo del vehículo. La lluvia había
disminuido desde que la recogí, pero todavía la mojaba un poco
mientras subía los escalones del porche hasta la puerta de su casa.
Por alguna razón, deseé haberla detenido. Me hubiera gustado
decirle que se quedara y hablara conmigo. Quería volver a tocarla
y aferrarme a ella hasta que pudiera ver claramente el rostro de la
chica rubia. Quería preguntarle de quién estaba huyendo. Pero ¿y
si hacía todo eso, y al día siguiente, ella y Lia habían desaparecido?
No podía arriesgarme. Todavía no.
Con una exhalación baja, salí de su entrada y entré en la mía,
mientras pensaba en lo que tendría que hacer para que me invitaran
a cenar en su casa más tarde esta noche.

187
24

PASADO

Kianna

LA TORMENTA HABÍA PARADO, pero había traído una


188
noche inusualmente fría a la granja. Antes de acostar a los niños,
Ofelia y Kianna encendieron las chimeneas de sus habitaciones
para mantenerse calientes.
Ella se tumbó en su cama, bajo sus gruesas mantas, y a pesar
de estar cansada de ir y venir del pueblo, y luego ayudar a los niños
con sus lecciones, hacer la cena y limpiar, no podía dormirse. No
podía dejar de pensar en el hombre que dormía en el granero con
este frío. Allí no había chimeneas, y probablemente tampoco tenía
una manta gruesa.
Estaba bien. Estaría bien. Sobreviviría a la noche y mañana
ella podría darle un par de mantas más.
Los truenos resonaron en la casa.
Kianna se sentó en su cama. ¿Iba a llover más? La
temperatura también bajaría. Cediendo, tiró la manta a un lado. Se
puso una chaqueta sobre el camisón, cogió una bonita manta del
armario de la ropa blanca y bajó las escaleras. Salió por la puerta
trasera y gritó, casi dejando caer la manta. Devon se levantó del
banco junto a la pared.
—¿Estás bien?
—S-sí —dijo ella, abrazando la manta con más fuerza—.
¿Qué haces aquí?
Volvió a sentarse, con los ojos puestos en el oscuro horizonte.
—No podía dormir.
Estaba completamente vestido, pero su chaqueta era la misma
de antes: demasiado fina para este tiempo tan loco. Le entregó la
manta.
—Toma. Pensé que tendrías frío.
Él volvió sus ojos oscuros hacia ella.
—¿Preocupada por mí?
Ella chasqueó la lengua.
—Probablemente no.
189
¿Por qué se mostraba tan hostil de repente? Él le había hecho
compañía mientras ella hacía sus recados, iba y venía del pueblo,
le había prestado su chaqueta cuando llovía y la había llevado a
cuestas a casa después de la lluvia. En general, habían pasado un
buen día juntos. Con un resoplido, se sentó en el banco junto a él.
—¿Por qué no has podido dormir? ¿Fue por el frío?
Devon se echó la manta sobre los hombros.
—No lo creo. Me acosté y mi mente no paraba.
Ella odiaba la curiosidad que sentía por él, pero no pudo evitar
que las palabras se formaran.
—¿En qué estabas pensando?
Él la miró fijamente y, a pesar de la oscuridad que los
rodeaba, pudo sentir la intensidad de su mirada sobre ella.
—En esto y en lo otro. —contestó él, como si esa fuera una
respuesta suficiente.
—Yo tampoco podía dormir. —reveló ella, aunque no quiso
decirle por qué no podía dormir.
Más truenos cortaron el cielo, trayendo una brisa fría. Kianna
se estremeció.
—Ven aquí. —Se acercó a ella y extendió la manta sobre los
hombros de ambos. La apretó hasta que el hombro de ella quedó
enterrado en el costado de su pecho—. Así está mejor.
Ella lo miró. Estaba tan, tan cerca. Si estiraba un poco más la
espalda, sus labios tocarían los de él. Frunciendo el ceño, echó la
cabeza hacia delante y fijó la vista en el horizonte. Esto no estaba
bien. Era una dama. No debería estar presionada a un hombre que
apenas conocía. A ningún hombre, en realidad, especialmente si no
era su prometido o su marido. Debería moverse. Debería alejarse.
Debería volver a la cama. En cambio, se relajó junto a él.
—Gracias.

190
25

PRESENTE

Kenna

LA EXPLOSIÓN DE UN TRUENO sacudió la casa.


191
Gruñendo, me senté en la cama. Maldita sea, esta tormenta.
No había dejado de llover desde ese mismo día. De hecho, sólo
había empeorado a medida que avanzaba la noche. Odiaba cuando
llovía así. El destello de los relámpagos y el sonido de los truenos
me recordaban las noches que había pasado encerrada en casa de
Slater. Si no era la lluvia, entonces los estruendos que había oído y
la luz que había visto debían haber sido las batallas que Slater
libraba contra sus enemigos y sus subordinados; a veces, contra mí.
Intenté volver a tumbarme. Incluso me coloqué los
auriculares y puse música a todo volumen para ahogar el sonido.
Me tapé la cabeza con la manta, para no ver los relámpagos. Pero
no había mucho que pudiera hacer cuando podía sentir la maldita
cosa.
Renunciando a dormir, tiré las mantas a un lado y bajé las
escaleras. Estar despierta y oír y ver conscientemente la lluvia no
era la mejor idea, pero era mucho mejor que estar en mi cama,
tratando de ignorarla, y sólo sintiendo más miedo y perturbación
en el proceso. En la cocina, cogí un vaso y lo llené de agua. Casi se
me cae el vaso cuando un trueno volvió a sacudir la casa.
—Mierda. —murmuré.
Esto era ridículo. Ya no era una niña. No podía tener miedo a
las tormentas, aunque fuera por los malos recuerdos. Este miedo no
era razonable. Sólo conocía una forma de vencer al miedo:
enfrentarlo.
Inhalando profundamente, abrí la puerta de la cocina y salí al
porche trasero. Un brillante destello de luz recorrió el cielo,
seguido de un fuerte trueno. Me sobresalté, pero me quedé allí, en
el borde del porche, al margen de la lluvia, obligándome a
enfrentarme a ella, a superarla. Un nuevo sonido llegó a mis oídos
entre los relámpagos y los truenos.
Un grito.
No, un rugido.
Miré a mi alrededor, tratando de encontrar qué animal estaba
haciendo eso.
192
El rugido volvió a sonar.
Mi cabeza se dirigió a la casa de Devon.
Venía de dentro.
Los relámpagos y los truenos volvieron a brillar, pero esta vez
apenas me moví mientras esperaba otra señal, otro grito. Un
momento después, el rugido volvió a sonar, seguido de un fuerte
estruendo.
No pensé.
Corrí hacia la lluvia, salté la valla y me precipité hacia su
casa. Mierda, la puerta trasera estaba cerrada. Llamé a mi poder,
fue pan comido debido a toda la oscuridad que me rodeaba. Nunca
había hecho algo así, pero además de derribar la puerta, era lo único
que podía hacer. Envié mi oscuridad al interior de la cerradura y la
moldeé alrededor de los pasadores, obligándola a moverse con mi
voluntad. Sonó un débil clic, amortiguado por la tormenta, y giré
el pomo.
La puerta se abrió.
Otro rugido me heló la columna vertebral.
Entré corriendo en la casa y subí las escaleras.
Me detuve bajo el marco de la puerta y observé cómo Devon
se agitaba en su cama, gimiendo y respirando con dificultad. Sus
brazos se movieron hacia un lado y golpeó la mesita de noche, casi
derribándola. Volvió a gritar.
Con cuidado con los fragmentos que había en el suelo -lo que
antes era una lámpara estaba ahora caído junto a la pared, con un
millón de trozos de cristal esparcidos por la habitación- me
precipité hacia él.
—Devon. —Le llamé. No dejó de moverse ni de gruñir. Me
senté a su lado y le agarré por los hombros—. ¡Devon! Despierta.
Se abalanzó sobre mí. Con los dientes desnudos, me presionó
los hombros sobre la cama, con su cuerpo cerniéndose sobre el mío.
El miedo me llenó las venas al darme cuenta de que, así, parecía
193
peligroso. Un monstruo. Alguien que podía hacerme daño.
Entonces, abrió sus ojos oscuros y parpadeó.
—¿Kenna? —Finalmente consciente de lo que estaba
pasando, se retiró al otro lado de la cama—. ¿Qué estás haciendo
aquí?
Tragándome el miedo alojado en la garganta, me senté.
—He oído gritos y un estruendo. —Señalé la lámpara rota en
el suelo—. Pensé que algo iba mal. Lo siento. No debería haber
irrumpido.
Se pasó una mano temblorosa por su rostro angustiado.
—No pasa nada.
Entonces me di cuenta de dos cosas: Devon estaba sin
camiseta, e incluso en la tenue oscuridad de la habitación, podía
ver todos los músculos de su pecho y sus hombros. Y mis brazos y
mi pelo estaban un poco mojados por haber corrido bajo la lluvia.
Me levanté de un salto, temiendo mojar sus sábanas.
—Lo siento. Por irrumpir y por sentarme en tu cama. —Di un
paso atrás—. Debería irme.
—Espera. —dijo, levantándose de la cama. Cogió una
camiseta y se la puso por encima de la cabeza, y luego cogió una
toalla del armario y me la lanzó—. ¿Quieres un poco de té?
Le miré con el ceño fruncido. Eran casi las tres de la mañana,
¿y me ofrecía té?
—Como no voy a poder volver a dormir ahora, voy a preparar
un té.
Debería irme. Debería irme e ir a casa y volver a dormir. En
cambio, asentí con la cabeza. Un momento después, estábamos en
su cocina. Puso una tetera en el fuego y cogió dos tazas de los
armarios. Su casa era muy parecida a la mía, pero bien cuidada, con
suelos de madera más nuevos y muebles más contemporáneos. Su
cocina tenía elegantes armarios grises, encimeras de mármol negro
y elegantes electrodomésticos de acero inoxidable. 194

Sentada en uno de los altos taburetes metálicos que rodeaban


la isla, intenté no mirarle demasiado. Pero era bastante difícil
cuando llevaba pantalones negros y una fina camiseta blanca que
le abrazaba los hombros. Su pelo negro estaba desordenado, pero
por alguna razón, me gustaba así, tal vez incluso más que cuando
lo peinaba en un estilo limpio. Vertió el agua caliente en las tazas
y me dio una.
—Es infusión de manzanilla.
—Está bien. —Cogí la taza y la rodeé con las dos manos—.
Me gusta la manzanilla. —Con cuidado de no quemarme los labios,
di un sorbo.
Él se apoyó en la encimera del otro lado de la isla y me
observó.
—Perdona si te he asustado.
Me encogí de hombros.
—Mientras estés bien.
Miró su taza humeante.
—Tengo pesadillas a menudo.
—Deben ser realmente terribles. —¿Qué demonios estaba
diciendo? — Lo siento, eso no es asunto mío.
Con sus ojos en los míos, asintió.
—Tienes razón, son terribles. Aunque esté agotado, me siento
mejor despierto.
Un trueno retumbó. Casi salté de mi piel y dejé caer mi
infusión.
—Mierda.
Los ojos de Devon se entrecerraron en rendijas.
—¿Miedo a los truenos?
—¿Fue obvio? —Intenté bromear, pero seguía asustada.
195
Una esquina de sus labios se levantó.
—Un poco. —Se llevó la taza a los labios y bebió.
Le observé. Algo en él me llamaba. Tal vez me sentía atraída
por él porque no debería estar haciendo esto. No debería acercarme
a nadie, ni a él, ni a Carol, ni a Sabrina y Kevin. No debería invitarle
a cenar, ni dejarle entrar en mi casa, ni ir a verle en mitad de la
noche. Desde luego, no debería tomar el té con él a las tres de la
mañana.
Pero no podía evitarlo. Sentí que, de alguna manera, él era
como Lia y yo. Como si tuviera secretos y estuviera tan solo como
yo.
Tal vez, sólo tal vez, podríamos estar solos juntos.
26

PASADO

Kianna

—¡KIANNA, VEN AQUÍ!


196
La joven se levantó de donde había estado agazapada en el
campo y miró en dirección a la voz de su madre. De pie en el porche
trasero, la mujer le hizo señas para que se acercara.
Con un gemido, ella atravesó el campo. Llevaba el pelo
recogido en una coleta alta, la falda levantada con alfileres y las
botas de trabajo marrones por la suciedad, como sus uñas. Se
detuvo junto al granero, se quitó las botas y se lavó las manos antes
de dirigirse a donde la esperaba su madre.
Los niños debían estar haciendo los deberes, y su madre debía
estar trabajando en la casa. Ni siquiera era hora de parar para hacer
la cena. ¿Qué podía querer su madre de ella? Se detuvo ante Ofelia
cuando Cat salió del interior de la casa. Su mejor amiga había
estado aquí desde el amanecer, huyendo de sus tareas en su propia
casa.
—¿Me has llamado? —preguntó amablemente.
Su madre agitó un sobre de costoso papel de seda frente a ella.
—Esto acaba de llegar.
Kianna frunció el ceño.
—¿Qué es eso?
Con una gran sonrisa, la mujer rompió el sello rojo del sobre
y sacó la carta de su interior.
—Es una invitación. A un baile.
Cat espetó por encima del hombro de Ofelia.
—Oh, Dios mío, te han invitado a un baile.
No tenía sentido. Ya nadie en la ciudad las invitaba a nada.
—¿Qué?
Su madre señaló hacia la parte delantera de la casa, donde
podían ver un carruaje alejándose.
—Vino un sirviente. Dijo que un hombre llamado Lord
Sandler se mudó al pueblo y que está organizando un baile para
conocer a todos. 197

—¿Y me invita a mí? ¿Por qué? —preguntó.


Si este hombre era nuevo en el pueblo, entonces ni siquiera
sabía que su familia había sido rica alguna vez. Y que eran pobres
ahora.
—No importa. —contestó Ofelia, con un tono ansioso en su
voz—. ¿No lo ves? Esta es una oportunidad fabulosa. ¿Y si este
señor tiene un hijo de tu edad? Puedes casarte por fin.
Y salvar a la familia.
Su madre tenía razón. La única forma de salvarlos ahora
mismo era a través del matrimonio, ya nadie en la ciudad miraba
hacia ellos. Pero un nuevo señor que los había invitado por error a
un baile no lo sabría. Ella podría caerle en gracia antes de que
descubriera que era pobre, y tal vez asegurar una boda.
A pesar de ella misma, Kianna miró el campo. Devon estaba
en el borde, trabajando duro bajo el sol caliente, sus fuertes
hombros tensos, sus labios fruncidos como si algo le molestara.
¿Podría estar molesto por esta invitación? ¿Sobre un posible
matrimonio? Sacudió la cabeza, expulsando tales pensamientos
absurdos de su mente.
—Madre, no estoy segura...
Cat arrebató la invitación de las manos de Ofelia.
—Si no vas a ir, lo haré yo en tu lugar.
Su madre la miró y le quitó la invitación.
—Kianna, por favor, vas a hacer esto. Por ti. Por nosotros.
Segura de que no había nada que pudiera o dijera que la
hiciera cambiar de opinión, asintió.
Debería haber vuelto al campo y seguir trabajando, pero de
repente le apetecía estar sola. Arrastrando los pies, se dirigió al
cerezo que había en la orilla del lago. Se sentó en el banco,
preguntándose por qué tenía el corazón tan pesado.
198

Devon

EL GUERRERO HABÍA INTENTADO NO escuchar, pero


estaba cerca, y no era que hubieran susurrado. Cualquiera los
habría oído. Pero no todos se sentirían tan molestos y celosos como
Devon. Ofelia quería llevar a Kianna a ese baile, para conocer al
nuevo señor de la ciudad y asegurar un matrimonio.
Un matrimonio.
El rastrillo cayó de su agarre y cerró las manos en puños.
Olvida el matrimonio. Kianna no debería estar fuera cuando
había demonios corriendo por ahí. No había habido ningún
avistamiento desde el festival de las linternas, pero eso no
significaba que estuviera a salvo.
hacia abajo de la colina. Ella estaba sentada en el banco bajo
el cerezo, claramente molesta por la idea. Cat se acercó a ella,
probablemente para tratar de aligerar su estado de ánimo. Ojalá,
Cat, no estuviera de acuerdo con su madre.
Sin estar seguro de qué otra cosa podía hacer para impedir
que fuera, Devon marchó hacia Ofelia, que seguía de pie en el
porche, radiante ante la invitación que tenía en sus manos.
—No creo que sea una buena idea. —Soltó Devon.
Un nudo apareció entre las cejas de la mujer.
—¿Qué quieres decir?
—Hay mucho trabajo que hacer en la granja. —argumentó,
aferrándose a cualquier excusa—. Kianna no debería perder el
tiempo yendo a un baile.
—No seas tonto. —Le hizo un gesto para que se fuera—. Si
puedo arreglarle un matrimonio, entonces no necesitaremos 199
trabajar más en el campo. —Ella levantó un dedo hacia él—. Oh,
espera aquí.
Aún más frustrado que antes, se quedó de pie mientras Ofelia
corría hacia la casa. Un momento después, regresó con una
pequeña bolsa de terciopelo en la mano. Él frunció el ceño.
—¿Qué es eso?
—Lo guardé por si no obteníamos un buen rendimiento de las
cosechas, pero creo que esta ocasión se merece esto. —Le ofreció
la bolsa. Receloso, Devon la cogió y sintió el pesado peso de las
muchas monedas que había en su interior—. Lleva a Kianna al
pueblo, por favor, y ayúdala a comprar el vestido más bonito que
encuentre. —Le dio una palmadita en el brazo y luego se volvió
hacia la casa. Entró con un salto extra en sus pasos.
Devon se quedó mirando la bolsa en sus manos. Eran todos
sus ahorros y los iban a malgastar en un vestido. Al mismo tiempo,
deseó que ella y su familia se salvaran de alguna manera; pero no
quería que este plan funcionara.
Sin mucha opción en el asunto, se embolsó la bolsa y se
dirigió colina abajo para invitarla a ir al pueblo y comprar su
vestido. Con cada paso que daba hacia ella, el dolor y la decepción
no hacían más que crecer en su interior. Apartó el dolor y se
concentró en su misión.
Estaba aquí para proteger a Kianna, nada más.

200
27

PRESENTE

Kenna

—ESTO ESTÁ BUENO. —dijo Sabrina, masticando una


201
magdalena—. ¿Las has hecho tú?
—No del todo. —admití—. Compré la mezcla y seguí las
instrucciones.
Era lo mejor que podía hacer con mis terribles habilidades
culinarias. Me había prometido aprender a cocinar, pero hasta
ahora no iba bien. Kevin cogió una magdalena de la bandeja que
había en el centro de la isla de la cocina.
—A mí también me gusta.
Carol, que ya se había comido dos, asintió.
—Yo digo que sigas practicando. Te han salido bien. Pronto
las harás desde cero.
—Si no quemo la casa... —murmuré.
Todos se rieron. Puse los ojos en blanco, pero acabé
sonriendo también. ¿Qué podía hacer? Parecía que la cocina no era
para mí. Por suerte, tenía a Lia, que llegaría pronto a casa para
prepararnos la cena. Al igual que yo, prácticamente había adoptado
a Sabrina y Kevin, y si no estaban, me pedía que los buscara.
También era así con Carol, pero hoy en día era más difícil no
encontrarla en nuestra casa.
—Basta de cocinar, ¿qué pasa con los deberes? —pregunté,
echando un vistazo a los libros y cuadernos repartidos por la isla de
la cocina—. ¿Ya has terminado?
—Casi, mamá. —Se burló Carol.
—Buen trabajo, hija. —Le seguí el juego.
Ella se rió de mí.
Mientras ellos terminaban los deberes, yo saqué uno de los
libros que estaba estudiando para el GED. No tenía ganas de leerlo,
pero no podía molestarlos mientras todos hacían sus deberes. Era
eso, o ver la televisión, que los distraería, o leer alguna novela de
ficción, pero ya había terminado la que Devon me había dado.
Tenía que comprar otra. O pedirle a Lia que trajera un par de la
biblioteca.
202
Cogí el teléfono, esperando que llegara tarde y siguiera allí
para poder preguntar, cuando la puerta principal se abrió y ella
irrumpió.
—Hola, chicos. —Saludó, entrando en la cocina. Dejó su
bolso sobre la encimera y sacó un sobre blanco de su interior—.
Mirad. Tenemos una invitación para un baile de recaudación de
fondos.
—Oh. —Carol se enderezó—. ¿El baile de recaudación de
fondos de la biblioteca? Eso es genial.
—¿Baile de recaudación de fondos de la biblioteca? —
pregunté, perdida.
—Es algo anual. —explicó Carol—. Recaudan dinero para
comprar libros para las escuelas locales. He oído que está muy bien,
aunque nunca he ido a uno.
—Vas a ir conmigo. —anunció Lia, con una gran sonrisa.
Fruncí el ceño. ¿Quería que fuéramos a un baile? Claramente,
no estaba pensando; de lo contrario, no sugeriría algo así. Era
prácticamente como señalarnos con flechas y luces de neón,
gritando: ¡Estamos aquí!
El sentimiento de culpa me atormentaba, porque había ido al
festival y atraído a los demonios. No quería que eso volviera a
ocurrir tan cerca de casa.
En casa.
Discutía con Lia todo el tiempo porque debíamos irnos y no
mirar atrás, pero no podía negarlo. Este lugar se sentía como un
hogar ahora, el único hogar que había tenido en muchos años, el
único que recordaba. Tampoco quería irme.
—¿Puedo ir yo también? —preguntó Carol con voz aguda.
—Lo siento, sólo puedo llevar un acompañante. —dijo Lia—
. Sin embargo, estoy segura de que tus padres estarán invitados.
Deberías ir con ellos.
Carol se cruzó de brazos. 203
—Siempre están invitados, pero nunca van, y yo no puedo ir
sola.
—Ojalá pudiéramos ir nosotras también. —murmuró
Sabrina.
—Creo que eres demasiado joven para eso, señorita. —Le di
un golpecito en la nariz y ella arrugó la cara hacia mí—. Cuando
seas mayor, dejaré que ocupes mi lugar y vayas con Lia.
Sus ojos brillaron.
—Trato hecho.
Kevin se rió.
—Lia. Siempre llamas a tu madre por su nombre.
Mierda.
—Es mi manera de burlarme de ella. —contesté rápidamente.
Lia se rió, una cosa nerviosa que ralló mis oídos.
—Sí, siempre está haciendo el tonto. —Cogió un delantal de
un cajón—. De todos modos, tienes tu tarjeta de crédito. —La que
me había dado para emergencias—. Sal mañana y cómprate un
vestido.
Carol casi saltó del taburete.
—¡Iré contigo! Te ayudaré a elegir un vestido.
La ignoré y miré fijamente a Lia.
—¿Estás segura?
No sobre la compra del vestido, aunque apenas había cobrado
aún y ya estábamos otra vez escasas de dinero, sino sobre el baile.
Prefería quedarme en casa, viendo una película y comiendo helado,
escondiéndome de los demonios y los desconocidos.
—Estoy segura. —Su tono era decidido.
No iba a discutirlo ahora. Iba a esperar a que los hermanos y
Carol se fueran a casa para recordarle por qué no debíamos ir a ese 204
baile. Mientras tanto, ella nos preparó una buena cena y yo disfruté
de estar en casa.
28

PASADO

Devon

HABÍA IDEADO QUINIENTAS excusas para que Kianna y su


205
madre no fueran al baile en casa de Lord Sandler, pero ninguna
había satisfecho a Ofelia. Al final, lo único que consiguió fue
convencerla de que debía ir con ellas. De alguna manera, Lord
Sandler se había enterado de que ya no tenían carruaje, así que
envió uno a recogerlas. También había ofrecido una niñera para
que se quedara con Selina y Calvin, pero Ofelia le había hecho
saber que los niños se quedarían con Giles y su familia.
De pie junto al carruaje estacionado frente a la mansión,
Devon evaluó al conductor, pero el anciano parecía bastante
inofensivo. Se alisó el traje que había comprado: pantalones
elegantes, una camisa blanca y una chaqueta negra entallada. Ofelia
le había preguntado de dónde lo había sacado, y él mintió diciendo
que se lo había prestado un rico comerciante del pueblo. Por suerte,
ella no le pidió detalles. Para la ocasión, incluso se había peinado
con esmero y se había atado el pelo en una apretada coleta a la
altura de la nuca. Por alguna razón, quería estar lo mejor posible
para la ocasión.
Hacía un par de días, había llevado a Kianna y a Cat al pueblo
a comprar un vestido nuevo. Aunque las había acompañado, no
había entrado en la tienda. La anticipación lo estaba matando. Ella
siempre estaba guapa. Con un vestido elegante y un maquillaje
adecuado, probablemente rivalizaría con las diosas. Creía estar
preparado, pero cuando ella salió de la casa con Ofelia, su corazón
dejó de latir durante cuatro segundos.
Divina. Impresionante. Deslumbrante.
Todavía no se había inventado una palabra para describir la
belleza de Kianna.
Llevaba un vestido rojo con un corpiño ajustado, cubierto de
pequeños cristales rojos, y una falda completa. El escote era
modesto, pero las mangas del vestido empezaban por debajo de la
línea de los hombros y se extendían hasta los codos, mostrando la
suave piel de su cuello y clavícula. La mitad de su larga melena
rubia se había recogido en un complicado moño, con cristales rojos
entrelazados entre los mechones, y la otra mitad caía por su espalda
en rizos perfectamente planchados. Su maquillaje era sencillo pero
206
eficaz. Sus ojos azules brillantes estaban delineados con kohl y sus
labios eran tan rojos como su vestido.
Preciosa. Kianna era hermosa.
Devon no podía apartar los ojos de ella mientras se detenía en
los escalones. Despertando de su aturdimiento, se precipitó hacia
delante y le ofreció el brazo. Ella le sonrió y enganchó su mano en
el brazo de él.
—Gracias.
—Es un placer. —susurró él.
Después de ayudarla a subir al carruaje, ayudó a Ofelia. La
mujer se había puesto un vestido azul oscuro, menos opulento y
elegante que el de Kianna, pero igualmente agraciado. Hacían una
hermosa pareja, se dio cuenta.
De camino al baile, la ansiedad era palpable dentro del
carruaje. Él sabía que Ofelia estaba ansiosa por encontrar un buen
pretendiente para su hija, y ella estaba nerviosa por ser exhibida
como un animal en venta.
Y Devon quería ocultar a Kianna del resto del mundo.
El baile se celebraba en la nueva casa de Lord Sandler, una
mansión situada en la zona rica del pueblo. Con un extenso césped
verde, un largo camino de piedra dentro de la propiedad que
atravesaba un jardín cuidadosamente cuidado, tres fuentes de
piedra frente al edificio de piedra marrón de tres pisos.
Los carruajes se alineaban en el camino. Cuando llegó su
turno, un joven paje le tendió la mano para ayudar a Kianna a salir
del carruaje, pero Devon lo apartó. En su lugar, le dio el brazo una
vez más. Sin dudarlo, ella colocó su mano en el pliegue de su brazo
y dejó que la guiara fuera. Confundido, el paje ayudó a Ofelia a
bajar del carruaje.
Los dirigió alrededor de la mansión, por un amplio camino de
piedra, que se abría a un jardín muy decorado. Luces blancas
colgaban de cuerdas que zigzagueaban desde los pilares que
flanqueaban el liso pavimento de piedra. Mesas con adornos
207
florales y sillas con cojines de terciopelo se alineaban a los lados
de la zona, dejando el centro abierto, probablemente para bailar
más tarde. En un extremo, había largas mesas con impecables
manteles blancos, apiladas con comida que probablemente tenía
mucho mejor aspecto que sabor. En el otro extremo, una pequeña
plataforma acogía a un grupo de cuerda, que tocaba una melodía
lenta en ese momento. Y a su alrededor, los señores y señoras y sus
hijos se mezclaban, se saludaban, hablaban, reían y bebían. El
fuerte olor a licor y cigarros llenaba las fosas nasales de Devon.
Hizo lo posible por ignorar las miradas que los demás
lanzaban en su dirección, la mayoría de ellas de disgusto e
incredulidad. ¿Tan indignados estaban de que Kianna y Ofelia
hubieran sido invitadas al baile? Tratando de que no se dieran
cuenta de las miradas, dirigió a las mujeres hacia la comida.
Cogieron unos cuantos aperitivos y se sentaron en una mesa al
borde del jardín.
Un momento después, Jocelyn, la vecina entrometida que una
vez irrumpió para presumir, se sentó en la mesa junto a ellas con
su marido, su hijo y la mujer de éste. Con una sonrisa falsa, saludó
a Ofelia, y luego se inclinó rápidamente hacia su marido, con la
mano cubriendo su boca, ocultando sus palabras ciertamente
hirientes.
Devon suspiró. ¿Podrían irse ya a casa?
Ofelia comenzó a mirar a su alrededor.
—¿Has visto a Lord Morris? Si no me equivoco, tiene un hijo
de tu edad. Deberíamos saludarles.
Bajo la mesa, sus manos se apretaron en puños. Tenía que
hacer algo para evitar que su madre asegurara un contrato de
matrimonio para ella esta noche. No podría soportar que se
comprometiera. Antes de que pudiera pensar en algo, la multitud
se silenció. Un hombre de unos cincuenta años, vestido con un
esmoquin oscuro a medida, salió de un lado de la mansión, seguido
por una mujer con un vestido color perla y dos adolescentes, un
niño y una niña.
208
—Bienvenidos a mi humilde hogar. —dijo el hombre. Así
pues, se trataba de Lord Sandler, y los demás eran probablemente
su mujer y sus hijos—. Gracias por aceptar mi invitación. Estoy
ansioso por conocerlos a todos. —Abrió los brazos de par en par—
. Por favor, disfruten de la noche.
Con eso, él y su mujer empezaron a hacer la ronda, parando
en una mesa tras otra, conociendo a todo el mundo; los niños
salieron corriendo, probablemente para esconderse de la fiesta y
hacer travesuras; y empezó la música.
Los sentidos de Devon estaban en alerta máxima, pero esta
vez no estaban en sintonía con los demonios, sino con la gente
malvada, como muchos de los hombres y mujeres ricos que los
rodeaban. También se dio cuenta de que varios jóvenes miraban a
Kianna, lo que hizo que se le retorcieran las tripas de rabia. Se
tensaba cada vez que pasaba uno de ellos, pensando que se
detendrían y la sacarían a bailar. Si lo hacían, sacaría su espada y
los mataría en el acto.
¿En qué estaba pensando?
Sacudió la cabeza, avergonzado de cómo sus sentimientos se
apoderaban de él. Si no los controlaba pronto, tendría un gran
problema.
Finalmente, Lord Sandler y su esposa se acercaron a su mesa.
Ofelia, Kianna y Devon se levantaron para saludarlo.
—Me alegro de que hayáis podido venir. —dijo Lord Sandler
con una amplia sonrisa.
—Agradecemos la invitación. —contestó Ofelia, bajando
ligeramente la cabeza, como gesto de agradecimiento.
Lord Sandler hizo una mueca.
—Es un placer. —Volvió los ojos hacia Kianna—. Había
oído que eras una belleza, pero déjame decirte, querida, que eres
mucho más que eso.
Las mejillas de ella se tiñeron de rojo.
—Gracias. 209

—Tiene razón. —afirmó su esposa, con una cálida sonrisa—


. Ojalá, mi hijo, fuera mayor, para poder presentárselo.
—Hablando de hijos... —Lord Sandler se volvió y saludó a
alguien. Un joven alto, con el pelo rubio arena y un fino bigote, se
acercó a la mesa—. Noel es el hijo de mi socio y mi ahijado. —
Sonrió a Kianna y le guiñó un ojo—. Sólo tiene veintidós años y
está soltero.
Las mejillas de ella se enrojecieron un poco más.
—Es un placer conocerla, Lady Kianna. —Le tendió la
mano—. ¿Me harías el honor de bailar conmigo?
Sus ojos se abrieron de par en par. Dudó. Ofelia le dio un
empujón con el codo y ella se movió, con la mano insegura, para
alcanzar la de Noel.
—S-sí.
Sus manos estrecharon las de ella con fuerza.
Devon quería ponerse el uniforme de guerrero y quemar esta
fiesta. Esta mansión. Tal vez todo el pueblo.
Noel la guió a la pista de baile. El rojo cegó a Devon cuando
su otra mano encontró la parte baja de su espalda y la acercó a él,
antes de empezar a bailar.
Lord Sandler y su esposa intercambiaron algunas palabras
más con Ofelia, pero él no escuchó nada por encima de sus celos.
Volvió a sentarse y se cruzó de brazos, tratando de pensar en
cualquier cosa que no fuera en Kianna en brazos de otro hombre.
Un guerrero. Era un guerrero divino. Tenía misiones
importantes. Salvaba al mundo del mal. Luchaba contra los
demonios todo el tiempo. Era inmortal. No se molestaría por esta
simple cosa.
Sin embargo, una dolorosa punzada le atravesó el corazón
cuando Noel dijo algo y ella le sonrió.
210
Esa sonrisa.
No le gustaba que nadie más viera esa sonrisa.
—Se ven tan hermosos juntos. —Señaló Ofelia. Él giró la
cabeza hacia ella, pero la mujer observaba cómo su hija bailaba con
un desconocido. Había un brillo en sus ojos, como si todos sus
sueños se hicieran realidad—. Espero que le guste.
Él se mordió la lengua antes de decir algo de lo que se
arrepentiría. Por suerte, una pareja se acercó a ellos y se sentó a la
mesa. Saludaron cordialmente a Ofelia y pronto los tres se
enfrascaron en una conversación: parecía que no todos los ricos
eran maleducados.
Aparentemente olvidado, se deslizó de su silla y vigiló a
Kianna y Noel. Los encontró al otro lado de la pista de baile. Una
vez más, le dijo algo y ella sonrió.
Mientras caminaba hacia ellos, se dio cuenta de algo.
Esa no era su verdadera y amplia sonrisa.
La estaba fingiendo.
Con un nuevo salto en su paso, caminó justo a su lado y
extendió su mano a Kianna.
—No te importa que te interrumpa, ¿verdad? —No esperó
una respuesta. Cogió su mano entre las suyas y la atrajo hacia él.
Noel se quedó congelado, con la boca abierta, mientras Devon la
hacía girar lejos de él—. Dime que te estoy salvando.
Ella dejó escapar un largo suspiro.
—Sí, me estás salvando. Gracias. —Le sonrió, ahora su
verdadera y amplia sonrisa. Su corazón se aceleró. Fue demasiado
consciente de cómo la mano de ella se apoyaba en su hombro, de
la mano de él en su espalda, de lo cerca que estaban sus cuerpos,
de lo brillantes que eran sus ojos azules, de lo dulce que era su
perfume de cereza—. Era realmente aburrido, hablando de
negocios sin parar.
—Me alegro de haber interferido, entonces.
211
—Yo también. —Se relajó en sus brazos y él apretó su agarre
sobre ella, sólo ligeramente, lo suficiente para tomar la delantera y
girar alrededor de la pista de baile con ella sin esfuerzo—. ¿Sabes
si mi madre se aburre? Espero que sí. Estoy lista para irme.
Devon negó con la cabeza.
—Creo que tu madre se lo está pasando bien.
Ella hizo un mohín. Luego, una de las comisuras de sus labios
se levantó.
—Bueno, al menos ahora estoy bailando contigo. Si alguien
intenta colarse, por favor, no le dejes.
Devon sonrió, orgulloso de que prefiriera pasar su tiempo con
él que con cualquier otra persona de la fiesta.
—No lo haré. —La soltó, sólo para enroscarla bajo su brazo
y luego volver a atraerla hacia él.
Su sonrisa se amplió.
—Mírate. Puede que no recuerdes mucho, pero sí recuerdas
cómo bailar.
—Eso parece, ¿no?
Como guerrero divino centenario, sabía mejor que nadie que
algunas cosas eran imposibles de olvidar, la mayoría de ellas
reacciones a determinadas situaciones. Como el miedo, la rabia y
los celos cuando la mujer que adoraba bailaba con algún otro
hombre.
Como si fuera la cosa más natural del mundo, bailaron
durante mucho tiempo. Cada vez que veía que un hombre la
observaba, o se acercaba a ellos, probablemente para
interrumpirlos, los hacía girar hasta que estaban fuera de su
alcance. Si podía, se alejaba bailando con Kianna hasta que estaban
fuera de su alcance.
Eso le dio una idea.
—¿Quieres tomar un descanso? —preguntó. Los ojos de ella
se abrieron de par en par—. No te preocupes. No dejaré que nadie
más te saque a bailar. 212

Ella asintió.
Devon tomó su mano y la enganchó alrededor de su codo. La
guió hasta la larga mesa con comida y bebidas, y cogió dos copas
de vino. Mientras se alejaban, se dio cuenta de que un hombre los
observaba desde una de las mesas del fondo. Lo había visto
mirando a Ofelia y Kianna desde que habían llegado al baile.
Rebuscó en su mente hasta recordar al hombre. Lord Cooper, un
señor con el que el padre de Kianna hacía muchos negocios. Por lo
que él sabía, nunca se habían llevado bien. Lord Cooper la
observaba con los ojos entrecerrados, como un depredador. A
Devon no le gustaba esa mirada.
Tomó un camino de piedra que se adentraba en el jardín,
donde los altos setos y árboles los ocultaban de la fiesta.
Disminuyeron la velocidad de sus pasos y bebieron un sorbo de
vino, admirando las flores y los arbustos tan bien cuidados.
—Esto es precioso. —susurró ella. Miró desde un macizo de
flores amarillas y naranjas hasta el cielo nocturno salpicado de
estrellas.
—Lo es. —afirmó, mirándola.
Caminaron un poco más, hasta que llegaron al borde de un
estanque de reflexión curvo que atravesaba el jardín. Devon frunció
el ceño cuando Kianna le quitó la mano del brazo.
—Gracias de nuevo por sacarme de allí.
El nudo entre sus cejas se hizo más profundo.
—A tu madre no le gustará saber que has huido de todos tus
pretendientes.
Ella puso los ojos en blanco.
—No soy un animal que ella pueda vender. La mayoría de
esos hombres me conocen desde hace tiempo. Me observaban más
de cerca esta noche por este vestido y este peinado falsos.
—No son falsos.
—Sí, lo son. —Hizo una pausa—. Sigo siendo pobre, Devon, 213
y probablemente no quieran admitirlo. —Miró su traje—. Debería
vender este vestido. Puede que ya no valga mucho, pero es mejor
que colgarlo en mi armario y no volver a usarlo.
¿Por qué las cosas eran tan complicadas? Él tenía mucho
dinero. Podía pagar el vestido. Podía comprarles un carruaje.
Incluso podría pagar más trabajadores, para que Kianna y su madre
pudieran llevar una vida más tranquila.
Pero no podía hacer eso. Era un maldito guerrero, y además
de mantenerla viva, no debía interferir en su vida. Sin embargo, lo
había hecho muchas veces.
No debería permitirse enamorarse de ella. No debería
permitirse acercarse tanto a ella. No debería tocarla, bailar con ella,
sonreírle. Esto era todo. Tenía que llevarla a casa, y patrullar la
mansión en modo guerrero. Nada más, nada más.
—Kianna...
—¿Sí? —Dirigió sus brillantes ojos azules hacia él y él se
sintió perdido de nuevo.
¿Cómo podía resistirse a esos ojos? Como un tonto, se
rindió. Devon sacó el anillo de su bolsillo.
—Tengo algo para ti.
Las cejas de Kianna se curvaron hacia abajo.
—¿Para mí? —Cogió su mano derecha y deslizó el anillo en
su dedo. Ella jadeó al admirar el anillo: un círculo de metal con una
piedra azul, tan brillante como sus ojos—. El anillo del festival.
—Pensé que te gustaría tenerlo.
—Devon. —Lo miró fijamente, con un nuevo brillo en los
ojos: lágrimas no derramadas—. Me encanta, pero no deberías
haberlo comprado. Era caro y...
—Está bien. —La cortó, aunque no pudo ofrecer más
explicación que esa—. Quiero que lo tengas.
Una lágrima se le escapó de los ojos.
214
—Gracias. —susurró ella.
Sin pensarlo, levantó la mano, le cogió la cara y le limpió las
lágrimas con el pulgar. Sin pensarlo, la miró a los ojos y luego a la
boca. Sin pensarlo, se inclinó hacia ella.
Sin pensarlo, Devon la besó.
Había habido momentos en su vida inmortal en los que se
había sentido realmente poderoso, orgulloso de su fuerza, de su
deber, satisfecho de su actuación. En esos momentos, había
acuchillado a sus enemigos como si fueran humo en el viento, había
levantado el infierno en la Tierra y había enviado a los demonios
de vuelta al inframundo. Se sentía fuerte, imparable, invencible.
A diferencia de este momento, cuando sus labios se movieron
contra los de Kianna y un grito ahogado atravesó su garganta.
Cuando las manos de ella se apretaron a su chaqueta,
manteniéndolo cerca, como si temiera que él la abandonara.
Cuando su dulce aroma y su aún más dulce sabor invadieron todos
sus sentidos, y todo lo que quería era a ella. Sólo a ella. Siempre
ella.
Este momento podría ponerlo de rodillas. Podría partirlo en
dos. Podría ser su fin. Y ahora mismo, no le importaba, mientras
pudiera seguir abrazándola. Mientras pudiera seguir besándola.
Mientras pudiera seguir teniéndola. Aunque nunca había besado a
nadie en su vida inmortal, ¿había besado a alguien cuando era
humano? Nunca lo sabría; tener los suaves labios de Kianna contra
él, su lengua burlándose de la suya, era tan natural, perfecto y
sencillo como respirar. Se sentía bien. Se sentía correcto. Se sentía
como el destino.
Sorprendido, Devon se apartó. Kianna parpadeó antes de
mirar hacia abajo, con las mejillas enrojecidas.
Por los dioses, ¿cómo podía resistirse a ella?
Pasó los dedos por debajo de la barbilla de ella y le levantó la
cabeza hasta que sus ojos se encontraron con los de él. Una pequeña
sonrisa se dibujó en su boca antes de inclinarse hacia ella y rozar
sus labios de nuevo. Estaba dispuesto a profundizar el beso, a
215
demostrarle lo mucho que significaba para él con ese simple y
maravilloso gesto, cuando unos gruesos y aceitosos zarcillos
arañaron sus sentidos.
Respirando con dificultad, Devon miró a su alrededor.
La oscuridad. Los demonios. Estaban cerca.
Se estaban acercando.
—Devon —susurró Kianna—. ¿Qué pasa?
Tratando de mantener la calma, tomó sus manos entre las
suyas.
—Kianna, escúchame. Busca a tu madre, coge el carruaje y
vete a casa. No salgas de la granja hasta que yo vuelva.
—¿Q-qué? —Ella negó con la cabeza. Él empezó a
retroceder, pero Kianna le sujetó las manos—. Devon, ¿qué está
pasando?
Él dejó escapar un largo suspiro. Acarició su rostro.
—Todo irá bien. Haz lo que te he dicho. —Apretó sus labios
contra los de ella una vez más—. Ahora vete.
Sabía que ella no se iría, aunque la empujara, así que
esperando que ella siguiera su orden, giró sobre sus talones y se
marchó primero para encontrarse con los demonios antes de que
llegaran. Antes de que se acercaran demasiado.

Kianna

EL CARRO SE MOVIÓ RÁPIDAMENTE por el camino que


salía del pueblo. Sentada frente a ella, su madre parecía estar de
mal humor. Después de que Devon la dejara, ella estaba demasiado
216
conmocionada para moverse.
Primero, no podía creer lo que había pasado. Se quedó
mirando el anillo en su dedo, pensando en el beso. En la fantástica
forma en que los labios de Devon se cerraron sobre los suyos, en
sus manos asegurándola contra él, en su poderoso cuerpo apretado
contra el suyo.
El calor inundó su cuerpo.
Pero cuando pensó en la forma desesperada en que la miró
después, en el tono casi frenético de su voz cuando le dijo que se
fuera, lo apartó todo y se concentró en sus palabras.
Ella conocía a Devon. Él no le diría que se fuera y
desaparecería así sin una razón. Todo lo que tenía que hacer era
confiar en él. Así que volvió a la fiesta, ignoró a todos los hombres
que intentaban hablar con ella, encontró a su madre enfrascada en
una conversación con un viejo amigo y mintió diciendo que no se
sentía bien. Momentos después, estaban dentro del carruaje,
volviendo a la granja.
Se recostó en el asiento, observando el oscuro exterior a
través de la ventanilla, como si pudiera vislumbrar a Devon,
estuviera donde estuviera.
¿Qué había sido todo aquello?
Se llevó los dedos a los labios y dio unas suaves palmaditas.
¿Quizás ahora se veían diferentes? Nunca la habían besado. Por
supuesto, como cualquier chica de su edad -y más joven- lo había
imaginado muchas veces, pero nada la había preparado para ello,
para lo increíble que se sentía, para lo perfecto que podía ser. Y no
había sido sólo el beso, sino todo. La forma en que la tocaba, la
forma en que la miraba, su aroma picante y varonil, su sabor a
menta. Todo había sido perfecto.
¿Podría ser siempre así, o era porque había sido Devon?
No era la primera vez que se daba cuenta de que se estaba
enamorando de él, pero aun así la asustaba. Miró a su madre. A su
madre le gustaba él, pero después de ver lo ansiosa que estaba por 217
casarla con una familia rica, dudaba que aprobara una relación con
su ayudante de granja.
Devon, que de repente se puso nervioso y la dejó allí, después
de decirle que se fuera a casa. La preocupación se apoderó de su
alegría. ¿Qué estaba pasando? ¿Dónde estaba él? ¿Qué estaba
haciendo?
—¿Cómo te sientes? —Le preguntó su madre, con la voz
tensa.
Recordándose a sí misma que estaba mintiendo acerca de
estar enferma, se relajó contra el asiento, como si no le quedaran
fuerzas para mantenerse erguida.
—No muy bien. —Se llevó la mano al estómago—. Tal vez
fue algo que comí.
Los labios de su madre se apretaron.
—De todos los días para enfermar, tenía que ser esta noche,
cuando por fin podríamos haber...
—Madre —dijo, más como un ruego que como una
reprimenda—. No me gusta cuando haces eso.
Su madre frunció el ceño.
—¿Hacer qué?
—Poner el destino de todos nosotros en mis manos, como si
todo lo que tuviera que hacer es casarme con cualquier hombre
rico, y todo estaría bien.
—Bueno... —Bajó la mirada. Un momento después,
exhaló—. Entiendo lo que quieres decir. Siento que te hayas
sentido presionada. No era mi intención. Supongo que estaba
ansiosa y emocionada por haber sido invitada de nuevo a un baile,
y por las oportunidades que ello supondría. No pensé con claridad.
Lo siento.
Kianna sabía que lo sentía, no por haberla obligado a ir al
baile y a tratar de encontrar un marido, sino por estar en esta
218
situación.
—Está bien. —La tranquilizó.
Estuvieron en silencio el resto del viaje a casa. Como los
niños estaban con Giles, había un silencio inusual, y ella sintió frío
y extrañeza al entrar. Se volvió hacia la puerta cuando su madre la
cerró, esperando que Devon irrumpiera en el segundo.
—¿Quieres que te prepare un té? —Le preguntó. Ella frunció
el ceño—. Para tu malestar estomacal.
—Oh. —Por un momento, se había olvidado de su mentira—
. No, creo que me iré directamente a la cama.
Otra mentira. En cuanto su madre se perdió de vista, se
cambió ese enorme vestido por uno más sencillo, de color marrón,
y salió al porche delantero, donde se sentó en un banco de madera
y esperó a Devon.
Intentó mantener la mente ocupada leyendo un libro a la tenue
luz de las velas, pero resultó más difícil de lo que quería. Leyó el
mismo párrafo cinco veces y siguió sin poder asimilar una sola
palabra. Lo único en lo que su mente quería pensar era en él.
¿Qué estaba pasando? ¿Dónde estaba? ¿Por qué la había
enviado tan rápido, con tanta urgencia?
A medida que pasaba el tiempo, su preocupación se convertía
en desesperación. ¿Estaba bien? ¿Y si no volvía?
Finalmente, tras horas de espera, oyó sus pasos antes de ver
su silueta subiendo la colina hacia el porche delantero. Se levantó
del banco y dio dos pasos hacia él. Su corazón se desplomó cuando
la luz de las velas lo iluminó, y ella lo vio.
Seguía llevando la misma ropa, pero arrastraba los pies con
el hombro encorvado, como si estuviera demasiado cansado para
mantenerse en pie. Llevaba el pelo suelto y sin arreglar, el sudor le
cubría la piel y había sangre goteando por debajo de la manga.
Ella contuvo la respiración.
—¿Estás bien?
Él se detuvo ante ella. 219
—Estaré bien.
Un millón de preguntas brotaron en la punta de su lengua:
¿dónde había estado? ¿Quién le hizo daño? Pero se contuvo. No lo
molestaría con su curiosidad. No importaba ahora. Lo único que
importaba era que él había vuelto, como había dicho que lo haría.
Deslizó su mano en la suya.
—Vamos. Voy a limpiar y vendar tu herida.
Con las cejas fruncidas, Devon no se resistió a ella. Dejó que
lo guiara por la casa hasta la cocina, donde se sentaron y le curó las
heridas. Una vez que vio el feo corte en su antebrazo, más
preguntas subieron a su garganta. El corte era limpio, pero poco
profundo, como el de una espada. ¿Por qué había estado luchando
con alguien que llevaba una espada?
Sacudió la cabeza mientras aplicaba una mezcla de hierbas al
corte. Él siseó. Un momento después, dejó escapar un largo
suspiro.
—Gracias.
Ella lo miró, a sus ojos oscuros, a la preocupación y el dolor
estampados en ellos. Fuera lo que fuera lo que había estado
haciendo, estaba segura de que había sido lo correcto. Porque
conocía a Devon, confiaba en él, y él nunca, jamás, haría algo que
la perjudicara a ella o a su familia. Le ofreció una pequeña sonrisa.
—Me alegro de que hayas vuelto.
Devon puso su mano sobre la de ella.
—Yo también.

220
29

PRESENTE

Kenna

A PESAR DE TODAS MIS PROTESTAS Y DUDAS, acabé


221
yendo al baile de recaudación de fondos de la biblioteca con Lia.
El día anterior, había salido con Carol y me había comprado un
vestido rojo sin tirantes con un corpiño ajustado y una falda
vaporosa. Los vestidos no eran lo mío, pero tenía que admitir que
éste me gustaba. Para la ocasión, me dejé el pelo suelto, sujetando
sólo unos mechones cortos a un lado, y me maquillé por primera
vez en... no sé ni cuándo: ojos ahumados y lápiz de labios rojo.
Tampoco era lo mío, pero según Carol, que me vio antes de salir,
estaba elegante y sexy, una combinación difícil de encontrar.
Me reí de su descripción, pero decidí creer sus palabras. Al
menos por esta noche. Las necesitaría si tenía que soportar una
fiesta tan aburrida.
El baile se celebraba en un lujoso salón de un hotel con una
gruesa alfombra, grandes mesas redondas alrededor, candelabros
de cristal y altas puertas como ventanas que daban a un balcón
exterior. Había un bar en un lado de la sala y un escenario en el
otro, donde calentaba una banda. Los camareros se movían entre
los invitados que llegaban, trayéndoles bebidas y aperitivos.
Con un vaso de whisky en la mano, Devon estaba junto a una
de las mesas, hablando con un hombre mayor. Quería negarlo, pero
no podía, no a mi misma. Con el pelo peinado hacia atrás y con un
esmoquin negro, parecía elegante. Demasiado guapo para su propio
bien.
—No sabía que Devon había sido invitado al baile. —Le dije
a Lia mientras ocupábamos nuestros lugares en una mesa cercana
al escenario.
—Oh, me olvidé de decírtelo. —contestó ella—. Es un cliente
de la biblioteca y uno de los organizadores del baile.
—¿En serio?
Eso era sorprendente. Y yo que pensaba que era un vividor,
que tenía demasiado dinero y que ni siquiera sabía utilizarlo bien
ya que vivía en aquella casita. Pero parecía que sí. Invertir en libros
siempre era bueno.
222
Vino un camarero y pedimos copas de vino; por suerte, en el
baile no pedían identificaciones. La mía era falsa, pero tenía mi
edad real.
Entre la multitud que se reunía, reconocí muchas caras,
incluso la de nuestra vecina, Roselyn, a la que le encantaba difundir
chismes. Estaba segura de que mañana el pueblo ardería con algún
rumor que ella había iniciado.
Un momento después, un puñado de hombres se acercó al
escenario.
—Buenas noches. —Empezó uno—. Gracias por
acompañarnos esta noche.
Siguió explicando quién era -el director de la biblioteca- y
más sobre el evento. Presentó a los demás hombres que le
acompañaban, todos ellos usuarios de la biblioteca. Miré desde el
escenario hacia donde estaba Devon de pie en la esquina, como si
se estuviera escondiendo. ¿Por qué no estaba allí arriba con los
demás clientes? Los hombres se turnaron para hablar de la
biblioteca y del evento, agradeciendo nuestra generosidad y
amabilidad.
—¡Que empiece la fiesta! —anunció el director.
Él y los demás bajaron del escenario y la banda comenzó a
tocar. El compañero de trabajo de Lia, Miles, se acercó a nuestra
mesa con su mujer para saludarnos, y luego un par de personas más
que había conocido mientras trabajaba en la biblioteca. Luego se
levantó.
—Tengo que ir a saludar a algunas personas. Vuelvo
enseguida.
Antes de que pudiera protestar, se marchó, dejándome sola en
nuestra mesa. Qué bien. Había venido a este maldito baile porque
ella había insistido, y luego simplemente me dejaba. Di un largo
trago a mi vino. Cuando bajé la copa, me encontré con un hombre
que me miraba desde el borde de la pista de baile. Estaba de pie
junto al director y un cliente y hablaba con ellos, pero cada pocos
segundos me miraba a mí. Fruncí el ceño. Era... guapo, en cierto
modo. Alto, con el pelo rubio sucio y lo que parecía una sonrisa
223
fácil. Probablemente tenía poco más de veinte años, pero su
comportamiento desprendía orgullo y encanto, como si fuera el
director general de una gran empresa o un actor famoso. Sus ojos
volvieron a encontrarse con los míos y una sonrisa apareció en sus
labios.
¿Estaba coqueteando conmigo ahora?
No llegué a averiguarlo porque Devon apareció al otro lado
de mi mesa.
—Esperaba ver a Lia aquí, pero no a ti.
Me encogí de hombros.
—¿Qué puedo hacer? Ella prácticamente me obligó a venir.
—No pareces muy alterada.
—Estoy gritando internamente.
Una esquina de sus labios se levantó.
—Bueno, tal vez pueda ayudar a que esta noche sea un poco
menos aburrida. —Me tendió la mano—. ¿Te gustaría bailar
conmigo?
Fruncí el ceño al ver su mano. Detrás de él, las parejas
empezaron a llenar el espacio abierto entre las mesas, bailando
juntas al ritmo de la música. ¿Por qué iba a bailar con él?
—Hm, no, gracias. —Frunció el ceño. Incliné mi copa y me
terminé el vino de un solo trago. Copa en mano, me levanté—.
Tengo que ir a por otra copa. Discúlpame.
Me dirigí a la barra, ahora casi vacía, ya que la gente se iba
hacia a la pista de baile o a las mesas para comer los pequeños
bocados que traían los camareros, y me senté en uno de los
taburetes altos.
—Otra copa de vino, por favor. —Le pedí al camarero. Él
asintió con la cabeza.
224
Devon se apoyó en la barra del bar a mi lado.
—Oye, Paul, ¿me pones otro whisky, por favor?
El camarero, Paul, hizo una pausa y sonrió.
—Claro. —Fue a buscar nuestras bebidas.
—¿Puedo al menos sentarme aquí, o debería coger mi bebida
e irme?
Mantuve mi mirada en la pared llena de botellas al otro lado
del mostrador.
—Es un país libre. Puedes sentarte donde quieras.
Él tomó asiento, apoyó el codo en la barra y se volvió hacia
mí.
—¿He hecho algo que te haya molestado?
Le miré.
—No.
—Entonces, ¿por qué estás más hostil que de costumbre?
¿Por qué? Desde que me puse este vestido y vine aquí, estaba
de mal humor. Dejé escapar un largo suspiro y me enfrenté a él.
—Supongo que me estoy rebelando ya que no quería venir.
Lo siento. No quería ser grosera.
El camarero colocó las bebidas en el mostrador frente a
nosotros, y luego pasó al siguiente invitado. Devon recogió la suya.
—Un brindis por el tratado de paz.
Una suave carcajada salió de mis labios.
—¿Un tratado de paz? Quien nos oiga pensará que estaba
intentando matarte. —Levantó su copa. Poniendo los ojos en
blanco, cogí mi copa de vino y la choqué con la suya—. Salud.
—Salud. —Se bebió su whisky.
Yo sólo tomé un sorbo de mi vino. No estaba acostumbrada a
beber mucho. Desde que me escapé con Lia, había probado el
alcohol unas cuantas veces, pero nunca nos habíamos 225
emborrachado: no podíamos permitírnoslo por si necesitábamos
huir de un momento a otro. Ahora me sentía demasiado joven para
esto, pero ya que había venido a este baile contra mi voluntad, ¿por
qué no rebelarme un poco más? Me devané los sesos buscando algo
que decir.
—Terminé el libro que me disté.
—¿Lo hiciste? —Inclinó ligeramente la cabeza—. ¿Te ha
gustado?
Asentí con la cabeza.
—Sí, mucho.
—¿Quieres que te consiga otro así?
Mis cejas se curvaron hacia abajo. ¿Por qué estaba siendo tan
amable conmigo? No sabía mucho sobre mí, y todo lo que creía
saber estaba absolutamente equivocado. ¿Intentaba que lo invitara
a más cenas? No necesitaba ser amable conmigo para eso. Estaba
segura de que Lia seguiría invitándolo, pasara lo que pasara. No era
mi verdadera madre, pero actuaba como tal. No sólo conmigo, sino
con todos los que nos rodeaban.
En ese momento, me di cuenta de que estaba demasiado cerca
de mí. Su taburete estaba justo al lado del mío, y si se giraba un
centímetro más hacia mi lado, su pierna rozaría la mía y su codo
me pincharía el brazo. El calor me subió por el cuello y las mejillas
cuando, sin darme cuenta, me fijé en su hermoso rostro, en la piel
bien afeitada que se extendía sobre los ángulos agudos de su
barbilla y su mandíbula, y en sus ojos. Aquellos ojos oscuros e
intensos me perforaron.
Joder, Devon era guapísimo.
Y justo en ese momento, me sentí como lo haría cualquier
chica. Me sentí atraída por él. Su mirada se dirigió a mi boca y se
inclinó hacia mí. Se me cortó la respiración. Algo tiró de mi pecho
y luego de mi mente. Algo familiar, algo poderoso.
—¿Qué...? —Entrecerrando los ojos, busqué el cuello de su 226
camisa. Dejó de moverse cuando enganché el dedo bajo el cuello y
saqué la fina cadena.

Devon

ERAN DOS RANURAS, los ojos de Kenna viajaron desde


mi cara hasta mi pecho.
—¿Qué...?
Se inclinó hacia delante, desconcertándome mientras bajaba
el cuello de mi camisa y sacaba la fina cadena de plata de debajo.
Las yemas de sus dedos rozaron mi piel cuando sacó el anillo y una
rápida visión apareció en mi mente. La misma chica rubia de antes,
de pie frente a mí con una gran sonrisa en los labios mientras
deslizaba el anillo, este mismo anillo, en su dedo. Intenté mirarla
más, pero su cara estaba borrosa.
La visión se desvaneció como el humo, y me quedé mirando
a la falsa chica morena que tenía delante. La que acunaba el anillo
unido a la cadena de plata en su mano.
—Este anillo. —susurró.
Por una vez, me quedé sin palabras. ¿Cómo... cómo sabía lo
del anillo? ¿Me había visto llevarlo? Me devané los sesos tratando
de recordar. Ya había estado sin camiseta delante de ella, cuando
había salido a correr, pero siempre me quitaba el collar cuando
hacía ejercicio.
Era imposible que ella lo supiera.
Sin embargo, aquí estaba ella. Sosteniéndolo en sus manos
como si supiera por qué lo tenía, por qué los dioses me lo habían
enviado.
227
—¿Cómo sabías lo del anillo? —pregunté, confundido.
—No lo sé. —susurró, con la mirada fija en la sortija. El azul
de la piedra y el azul de sus ojos eran exactamente iguales.
—¿Has visto este anillo antes?
—No creo. —contestó ella, pero su voz temblaba, como si no
estuviera segura de su respuesta—. Yo sólo... —Lo dejó caer como
si se hubiera quemado y se llevó una mano al corazón. Un segundo
después soltó una sonora carcajada—. Es una locura.
Para un humano, toda mi existencia y mi vida eran una locura.
¿Guerrero divino? ¿Misiones enviadas por dioses? ¿Demonios?
¿Poderes mágicos? Todo era una locura.
Pero no para mí.
Esto -Kenna sabiendo lo del anillo- no era una coincidencia,
estaba seguro de ello.
—Kenna, yo...
—Disculpe. —Una nueva voz interrumpió nuestra
conversación. Miré al recién llegado y encontré a Nigel de pie junto
a nosotros—. Hola, Devon, me alegro de verte de nuevo.
—Nigel. —Solté apretando los dientes.
Era el hijo de un gran inversor inmobiliario. Lo había visto
un par de veces en la ciudad cuando había venido a evaluar
propiedades para comprar. Sin embargo, nunca se había quedado
por aquí. ¿Qué hacía aquí ahora, durante este baile?
Volvió su sonrisa hacia Kenna.
—Siento si esto suena atrevido, pero no he podido evitar
acercarme y presentarme. —Le tendió la mano—. Soy Nigel
Monroe.
Con una sonrisa cortés, ella le estrechó la mano.
—Soy Kenna Jones.
—Es un placer conocerte, Kenna. —Sosteniendo firmemente 228
su mano, la miró como si estuviera totalmente enamorado de ella.
¿Qué demonios? — ¿Te gustaría bailar conmigo?
—Yo... —Apretó los labios con fuerza, luego se puso de
pie—. Claro.
¿Qué mierda?
Me quedé mirando, con la mandíbula en el suelo, mientras
Kenna se alejaba, cogiendo la mano de Nigel. Me había dicho que
no, pero luego le había dicho a él que sí. ¿Por qué?
Mis entrañas ardían casi tan calientes y dolorosas como las
fosas de fuego del inframundo mientras la veía bailando con él,
sonriendo y hablando con él como si fueran amigos de toda la vida.
No sabía por qué no esperaba verla aquí. Sabía que Lia iba a
venir, pero sinceramente pensé que ella se habría quedado en casa
con Carol, y tal vez con Sabrina y Kevin, y habría visto una película
mientras comía cubos de palomitas. En cambio, entró en el salón
de baile y sentí que mi mundo se ponía patas arriba. A pesar de
pensar que tenía una conexión con mi castigo, era demasiado
hermosa para ser ignorada. Con un elegante vestido rojo que dejaba
al descubierto sus hombros y su cuello, y algo de maquillaje, estaba
tan impresionante que dolía. Intenté contener mi curiosidad y mi
atracción por ella, pero no pude evitarlo. Me acerqué a ella y me
puse en ridículo. La invité a bailar y me rechazó de plano.
Mi ego estaba herido.
Hasta que empezó a hablar del libro que le había regalado. En
ese momento, parecía menos protegida, un poco vulnerable. Sentí
unas ganas increíbles de besarla.
Iba a hacerlo.
Pero entonces ella encontró el anillo.
¿Cómo diablos sabía lo del anillo?
No tenía sentido.
O lo tenía. Sólo necesitaba tiempo para pensar en esto y
conectar los puntos. 229

Esta noche no sería la noche, sin embargo.


Esta noche, estaba demasiado ansioso y.… de acuerdo, lo
admití, celoso. ¿Por qué negarlo? Me había sentido atraído por
Kenna desde que la vi por primera vez. Y cuanto más conectada
parecía a mi dilema, más me gustaba.
Ella volvió a reírse con él, haciendo que mis celos fueran más
dolorosos.
Muy bien, eso era todo. Lo había soportado durante
demasiado tiempo.
Con pasos decididos, marché hacia los dos.
—Mi turno. —dije, simplemente tomando su mano del
hombro de Nigel y tirando de ella hacia mí.
—Oye. —protestó él.
No podría importarme menos este imbécil.
Pero Kenna me frunció el ceño mientras la alejaba de él.
—Devon, ¿qué demonios ha sido eso?
—Nada. —respondí, mirando su mano sobre la mía. Esperaba
obtener otra visión del pasado, pero supongo que no funcionaba
cada vez que la tocaba.
Ella estrechó sus bonitos ojos hacia mí.
—¿Más pesadillas?
Me estremecí. Habían pasado un par de días desde que ella
había irrumpido en mi dormitorio en mitad de la noche y me había
salvado de la peor pesadilla que había tenido en mucho tiempo. En
ese momento, había pensado que habíamos llegado a una tregua, a
una especie de entendimiento, tal vez incluso a los débiles rastros
del comienzo de una amistad. Pero hoy ha vuelto a mostrarse hostil.
Lo dejé pasar, sólo porque había dicho que su mal humor se debía
a que la habían arrastrado al baile contra su voluntad. Para ser
sincero, yo tampoco estaba de buen humor.
230
—Todas las noches. —confesé, sorprendiéndome a mí
mismo—. Pero por lo general, no son tan malas como esa.
—Lo siento. —susurró.
Me encogí de hombros.
—No pasa nada. Estoy acostumbrado.
Bailamos durante un par de canciones más, luego decidí que
le vendría bien un descanso de mí. Estaba a punto de acompañarla
de vuelta al bar, para evitar la multitud, pero la multitud nos
encontró. El director de la biblioteca y los demás clientes se
acercaron. Estaban acompañados por sus esposas y parejas.
—Devon, eres parte de nuestra familia desde hace poco más
de dos años. —declaró el director—. Este es tu tercer baile y es la
primera vez que te veo bailar. —Miró a Kenna, con un brillo
divertido en sus ojos. Sentía curiosidad por ella—. Ya veo por qué.
—Me guiñó un ojo—. Es una belleza.
Una ráfaga de rabia y celos me recorrió.
—Oh, deja de molestarlo. —Se burló su esposa. Al notar mi
incomodidad, cambió rápidamente de tema.
Kenna varió su peso a mi lado, claramente tan aburrida como
yo. Miró por encima del hombro. Apareció un nudo entre sus cejas.
—Disculpe. —dijo, antes de volver a su mesa. Allí, Lia estaba
sentada sola, con las manos en la sien. La seguí.
—¿Estás bien?
—Sólo un desagradable dolor de cabeza. —Lia hizo un gesto
con la mano, despidiéndola—. Puedo soportarlo. Ve a divertirte.
Ella resopló.
—Como si me estuviera divirtiendo. —Fruncí el ceño.
¿Significaba que ella no disfrutaba bailando conmigo, o era sólo la
última parte, cuando la gente de la biblioteca se agolpaba a nuestro
alrededor? Agarró el brazo de su madre y tiró de ella—. Vamos.
Vamos a casa. 231
—Yo puedo llevarte. —Le ofrecí.
Kenna me miró.
—No hace falta.
—Gracias por el ofrecimiento. —respondió Lia con una
sonrisa forzada.
Sin mirar atrás, acompañó a su madre fuera del salón de baile.
Sintiéndome sin rumbo, fui a la barra y tomé otro whisky. Me bebí
la mitad del líquido dorado de un solo trago. Luego, miré a la
multitud y me arrepentí al instante. El director me hizo señas para
que me uniera a ellos de nuevo. Gimiendo, arrastré los pies de
vuelta al grupo. ¿Por qué no insistí en llevarlas a casa? ¿Por qué no
las seguí y me fui yo también?
—Devon, seguro que te acuerdas de Nigel, ¿no? —Me
preguntó el director en cuanto entré en el círculo.
—Sí, ya hemos hablado brevemente esta tarde. —contesté,
con la voz tensa.
Él me sonrió, una sonrisa llena de desdén.
—Sí, lo hicimos.
El director se volvió hacia él.
—He oído que tu padre va a comprar una propiedad en la
ciudad esta vez.
Nigel asintió.
—Sí, está negociando el contrato. Debería estar finalizado en
un par de días.
La conversación continuó, y le explicó para qué quería su
padre utilizar la propiedad. El director sugirió que se asociaran para
la comercialización y otros eventos. Empezó a sonar una vieja
canción. La mujer del director le cogió del brazo.
—Cariño, ¿te acuerdas de esta canción? Vamos. —Le
arrastró a la pista de baile, detrás de nuestro círculo.
232
—Perdona. —Se disculpó, antes de sacarla a bailar.
Esta era mi oportunidad de irme. Pero tal como estaba, Nigel
se puso a mi lado.
—Así que parece que eres amigo de Kenna. —indagó, con un
tono curioso en su voz. Apreté mi mano libre. Me mostró una
sonrisa socarrona—. Tengo que decir que ella es algo más. Dime,
¿tienes su número?
¿En serio?
No le contesté, porque si lo intentaba, acabaría dándole un
puñetazo en su bien cuidada cara. En su lugar, me bebí el resto del
whisky, le entregué el vaso vacío y salí del salón de baile.
Había terminado con este maldito evento.
Preparado para la lucha, me desabroché la corbata que llevaba
al cuello y abrí mis sentidos, tratando de encontrar algún demonio
o criatura maligna que estuviera por allí, para poder descargar mi
rabia sobre ellos. Pero mientras conducía por la ciudad,
buscándolos, no encontré ninguno. Los demonios estaban todos
escondidos esta noche.

233
30

PASADO

Kianna

DOS DÍAS DESPUÉS DEL BAILE, Kianna se sentía como si


234
nunca hubiera ocurrido. ¿Los vestidos elegantes y los carruajes?
Eso pertenecía a un sueño lejano, sobre todo cuando llevaba su
vestido marrón con varios agujeros remendados y sus botas de
trabajo con las suelas medio rotas, y estaba metida hasta las rodillas
en el campo, con las manos sucias y la frente cubierta de sudor.
Otra cosa que parecía un sueño lejano era el beso que
compartió con Devon, y cómo él había regresado tarde esa noche,
cubierto de heridas. No le había preguntado por eso, no lo haría,
pero al mismo tiempo, odiaba que él no confiara en ella lo
suficiente como para contárselo. ¿Era un secreto? ¿Era algo de su
pasado? ¿Estaba recordando cosas? No se lo dijo. En general, las
cosas habían estado bastante bien entre ellos. Aparte de algunas
miradas anhelantes, Devon apenas la había tocado estos últimos
días. Sólo lo hacía cuando no era a propósito, lo que la llenaba de
dudas. ¿Se arrepentía de haberla besado? ¿O tal vez tenía
demasiado miedo de su madre? No, no podía ser eso. Ofelia amaba
a Devon... pero probablemente no lo suficiente como para darle la
mano de su hija.
Ahí iba de nuevo. Sus pensamientos se adelantan a sí mismos.
No, no debería pensar en eso. No pensar en Devon mientras
trabajaba. Ninguno. Ningún pensamiento en absoluto.
—¡Dime que no he venido aquí para nada! —gritó Cat desde
el borde del campo.
Kianna sacudió la cabeza, contenta de que Cat pudiera dirigir
sus pensamientos en otra dirección. Cat debería haber sabido que
hoy iba a trabajar duro. Su madre y Devon habían ido al pueblo a
vender y comprar provisiones. Sólo quedaban Giles y ella hasta el
final de la tarde.
—¿Por qué no te unes a mí? —Se burló—. Iría más rápido
con cuatro manos en lugar de dos.
Cat arrugó la nariz.
—¿Me vas a pagar?
Kianna se rió. 235
—Con un vaso de agua, tal vez.
Intentó ignorar a su amiga durante unos minutos más, pero
Cat le estaba dando dolor de cabeza. Si se tomaba un descanso
ahora y le prestaba su atención sin filtros durante quince minutos,
podría luego despedirla sin sentirse mal por ello.
—Bien. —dijo, saliendo del campo. Se detuvo junto a la
bomba al lado del granero y se lavó las manos—. Sólo unos
minutos. Luego, tengo que volver al trabajo.
Ella sonrió ampliamente.
—No te preocupes, te convenceré de que te quedes conmigo
el resto del día pase lo que pase.
Kianna puso los ojos en blanco.
—No hagas que me arrepienta de esto.
Cat enganchó su brazo alrededor del de ella.
—¿Cuándo lo he hecho?
Resopló. Había perdido la cuenta de las veces que les había
creado problemas.
Con una sonrisa traviesa, la arrastró hacia la casa, pero se
detuvieron cuando Selina y Calvin subieron corriendo la colina,
llamando a su hermana.
—¿Qué pasa? —preguntó, dándose cuenta de que nunca
actuaban así.
—Un carruaje. —Soltó Calvin, sin aliento.
—Está llegando un carruaje. —explicó Selina.
Frunciendo el ceño, se dirigió hacia la colina, con Cat, Selina
y Calvin justo detrás, mientras el carruaje rodeaba la entrada y se
detenía frente a la mansión. Cuatro hombres montados en grandes
caballos se pararon detrás del carruaje.
Birch Cooper bajó e inclinó la cabeza.
—Buenas tardes, Lady Kianna. 236

—Hola. —respondió ella, un poco recelosa. Recordaba a


Lord Cooper. Había hecho negocios con su padre. En algún
momento, podría haber dicho que habían sido amigos—. ¿Qué le
trae por aquí?
—¿Dónde está tu madre? Necesito hablar con ella.
—Se fue al pueblo.
El hombre hizo una mueca.
—Entonces me temo que tendré que apañarme contigo. Estoy
aquí para cobrar la deuda de tu padre.
—¿Perdón? —Sus cejas se hicieron más profundas—. No
sabía que mi padre había dejado alguna deuda.
—Oh, lo hizo. —afirmó Lord Cooper—. Tiene deudas por
toda la ciudad. La mayoría de nosotros habíamos decidido
olvidarnos de ellas, ya que tu familia no parecía estar en una buena
situación financiera. Pero verás, acabas de ir al baile de lord
Sandler con un vestido nuevo, un carruaje caro y hasta un criado.
Eso me dice que la situación de tu familia no es tan mala como
habéis hecho ver. Así que estoy aquí para cobrar mi deuda.
Extendió la mano, como si ella simplemente fuese a sacar una
bolsa de oro de su bolsillo y entregársela.
—Lord Cooper, lo siento mucho, pero se equivoca. —
contestó—. El carruaje fue enviado por Lord Sandler, el hombre
que usted considera un sirviente es en realidad un amigo de la
familia, en cuanto a los vestidos... los reparamos nosotras mismas.
—Mintió sobre los vestidos, pero si le hubiera dicho que los había
comprado, él no dejaría de insistir—. Realmente no tenemos
dinero.
—No tenéis dinero, hm. —Miró a su alrededor. ¿Qué estaba
haciendo? — Entonces, me llevaré algunas de tus herramientas de
labranza. Demonios, me las llevaré todas.
Dio un paso adelante, pero Kianna se interpuso en su camino.
237
—Por favor, señor, no puede. Esas herramientas son lo único
que tenemos para trabajar el campo. Si no podemos trabajarlo, nos
moriremos de hambre.
—No es mi problema.
La empujó a un lado y siguió adelante. Ella tropezó con sus
pies, pero corrió tras el hombre. Le agarró la mano y casi se
arrodilló en la hierba.
—Por favor, señor, tiene que creerme. No tenemos nada. No
somos nada.
Él se detuvo y la miró de arriba abajo.
—No eres nada, hm. Entonces supongo que te aceptaré como
pago. —Cerró la mano alrededor de su muñeca.
El pánico se apoderó de su pecho. Cat gritó, mientras Selina
y Calvin protestaban.
—No puedes hacer esto.
—Déjala en paz.
Dejando ver su temperamento, Selina se acercó al hombre e
intentó agarrar la mano de su hermana. Lord Cooper la abofeteó
con fuerza en la cara. Selina voló hacia atrás, aterrizando en la
hierba.
No se levantó.
—¡No! —Kianna se sacudió contra el agarre del hombre en
vano.
—¡Selina! —gritó Calvin mientras Cat se lanzaba al lado de
la niña para ver cómo estaba.
—Ven conmigo. —El hombre tiró de su brazo, arrastrándola
hacia su carruaje.
Lágrimas de miedo, frustración y rabia llenaron sus ojos,
nublando su visión. Intentó zafarse de su agarre, intentó llamar a
Selina, pero nada funcionó. Incluso la voz se le había escapado. Él
la empujó hacia la puerta del vagón. Su pánico cobró vida.
238
Sus manos temblaron al sentirlo de nuevo. La misma
sensación de antes, ese aire espeso que la rodeaba, ese tirón y
empuje dentro de su pecho, una llamada oscura. Sea lo que sea lo
que estaba haciendo, se sentía poderosa. Invencible. La abrazó,
deseando que tomara el control de ella, que encontrara una solución
para esta situación imposible. Una sensación aceitosa y espesa
llenó sus venas. El mundo que la rodeaba se oscureció. Las sombras
crecían en los árboles y en la mansión.
¿Era ella? ¿Estaba haciendo esto?
—Entra. —dijo Lord Cooper, empujándola al interior del
carruaje.
Ella perdió el control de lo que fuera cuando cayó al duro
suelo del carruaje. Él entró detrás de ella y sus ojos brillaban con
algo que Kianna no quería reconocer. Cerró la puerta del carruaje.
—Vámonos.
El carruaje empezó a rodar, llevándose a Kianna.
Devon

ANTES, CUANDO OFELIA EXPRESÓ su interés por ir al


pueblo a por algunas provisiones, Devon aprovechó la oportunidad.
No le gustaba dejar a Kianna sola, pero tenía que reunirse con
Ryder para hacer un informe.
El problema era, ¿qué le diría a Ryder? ¿Que todo estaba
bien? ¿Que seguía pensando que ella no era malvada como los
dioses pensaban al principio? Aunque, ya no estaba tan seguro. La 239
había percibido en el festival, mientras ella notaba a los demonios
por primera vez, mientras se asustaba por lo que fuera que estuviera
pasando. Pero sólo porque ella pudiera sentir la oscuridad, no
significaba que fuera malvada, ¿verdad?
Tal vez era parcial. O más bien, estaba enamorado.
Besarla, ¡por los dioses! había sido el mejor sentimiento, la
mejor sensación que había experimentado. Si pudiera, pegaría sus
labios a los de ella para poder besarla eternamente. Pero entonces
los sintió. Los demonios. Venían a por ella. La envió lejos y fue a
su encuentro. Los mató a todos sin piedad, pero no antes de ser
herido.
Esa noche, casi no volvió a la granja. Sabía que Kianna lo
estaría esperando y no quería que lo viera así. Pero si no iba, ella
lo esperaría toda la noche. Así que había regresado, y se alegró
cuando ella se limitó a limpiarle las heridas y a reconfortarle, pero
no le pidió detalles. Si ella hubiera preguntado, no sabía qué le
habría dicho. No quería mentirle, pero tampoco podía decirle la
verdad. Sintiéndose culpable, intentó mantener las distancias al día
siguiente. Eso significó que pasó todo el tiempo que pudo cerca de
ella, pero contuvo el deseo que inundaba sus sentidos y no volvió
a besarla.
Confundido y molesto, Devon se adentró en el callejón donde
solía reunirse con uno de los guerreros. Ryder se cruzó de brazos.
—¿Qué hay de nuevo?
—Nada. —Mintió—. No ha pasado nada. Todo está tan
tranquilo como puede estarlo.
Ryder frunció el ceño.
—Eso no puede ser.
—¿Por qué no? —preguntó, dispuesto a discutir si era
necesario.
—Ya ha pasado tiempo. —declaró Ryder, dejando caer los
brazos a los lados—. Los dioses no te habrían enviado aquí por
nada.
240
Si él supiera...
—Me temo que todo está en calma. Demasiada calma incluso.
Fue como si los cielos le hubieran escuchado. En el momento
en que las palabras salieron de su boca, el aire se espesó y se agitó.
No era la oscuridad en sí misma, sino algo que le resultaba familiar.
—¿Sientes eso? —preguntó Ryder, alarmado.
—Lo siento. —Cerró los ojos y trató de sentirlo. Siguió la
perturbación. Salió del pueblo, bajando por el camino hacia la
granja. Sus ojos se abrieron de golpe—. Tengo que irme. —Giró
sobre sus talones y corrió.
—¡Devon, espera! —Le llamó, pero no se detuvo.
No disminuyó la velocidad. De hecho, una vez que salió
corriendo del pueblo, utilizó sus poderes de guerrero para aumentar
su velocidad. En un instante, encontró la fuente del alboroto. Un
carruaje y cuatro jinetes detrás de él, sólo sabía que ella estaba
dentro.
La ira roja llenó sus venas. Devon se detuvo en el camino del
carruaje. El cochero tiró de las riendas, haciendo que el carruaje se
detuviera.
—Quítate de en medio. —gritó.
La puerta se abrió y Lord Cooper salió.
—¿Qué está pasando?
—Este hombre no se aparta. —dijo el conductor, señalando a
Devon.
Lord Cooper se encogió de hombros como si estuviera
aburrido.
—Atropéllalo. —Se dispuso a entrar de nuevo en el carruaje.
Él lo recordaba del baile. Había mirado a Kianna y a Ofelia
demasiadas veces, de forma que a Devon se le hizo un nudo en el
estómago de disgusto.
241
—Tienes algo que es mío. —afirmó, con voz dura.
—¿Devon? —gritó Kianna desde el interior del carruaje—.
¡Ayúdame!
—Silencio, moza. —El hombre dio una patada en el interior
y ella chilló.
Oh, ¡será bastardo!
Devon dio un paso adelante, con la intención de exprimir la
vida de ese inútil, pero trató de controlar su impulso. Matarlos a
todos delante de ella no le haría ganar puntos.
—Suéltala. —advirtió.
Los jinetes desmontaron de inmediato y sacaron sus espadas.
Reprimió una risa divertida. Si supieran contra quién iban a luchar.
—¿Por qué debería escucharte? —preguntó Lord Cooper.
—Porque es mía.
Una sonora carcajada salió de la garganta del tipo.
—No, ella es mía.
Devon estaba perdiendo la paciencia.
—¿Cómo es eso?
El hombre lo miró de arriba abajo, como si juzgara si valía la
pena su tiempo. Finalmente, suspiró.
—Su familia me debe mucho dinero. Como ya no tienen, me
la llevo como pago.
Esto era una barbaridad. La esclavitud era ridícula, y llevarse
a una dama de una familia así era aún peor. Todo lo que quería era
atravesarlo con su espada. Estaba seguro de que, si lo hacía, sus
jinetes se le echarían encima en cinco segundos y él acabaría con
todos ellos en dos más. Pero no podía matarlos cerca de Kianna.
¿Qué le diría a ella? Estaba seguro de que tampoco había forma de
razonar con ese idiota. Nunca la dejaría ir por la bondad de su
corazón.
Sólo había una cosa que podía hacer.
242
—¿Cuánto es la deuda? —preguntó.
El tipo entrecerró los ojos antes de hacer sonar una cantidad
absurdamente alta de oro. Devon se llevó la mano a la espalda y
conjuró una bolsa llena de oro, sacada de sus ahorros personales.
Se trataba de una pequeña parte de su fortuna y estaba más que
contento de poder pagarla y acabar con este problema.
—Toma. —Le ofreció la pesada bolsa de cuero—. Aquí hay
un diez por ciento extra, así que mantendrás la boca cerrada y no
volverás a molestar a esta familia.
El hombre le arrebató la bolsa de la mano y comprobó su
contenido. Le dirigió una pequeña sonrisa.
—Hecho. —Se inclinó sobre la puerta del carruaje, pero
Devon extendió el brazo, en su camino.
—Yo lo haré. —gruñó, mirándolo.
Entró en el carruaje y aspiró con fuerza. Kianna estaba en el
suelo, encogida contra el banco, con las manos temblando. Tenía
el labio agrietado y la mejilla roja. Por los dioses, la había
golpeado. Devon apretó el puño. Rezó para que los dioses le dieran
fuerzas para soportar esto sólo un poco más. Todo lo que tenía que
hacer era sacarla de allí, y dejar que los hombres se fueran. Una vez
que estuvieran fuera de alcance, se concentraría en ella y se
olvidaría de ellos.
Ese era el plan.
Se arrodilló y se acercó suavemente a ella.
—Hola, soy yo.
Ella se sobresaltó cuando él la rodeó con sus brazos, pero
cuando vio que era él, sus brillantes ojos azules se llenaron de
lágrimas. La levantó, salió del carruaje y se alejó de aquellos
hombres. Cuando estuvo seguro de que estaba lo suficientemente
lejos como para no sentir la necesidad de volver y asesinarlos a
todos, se detuvo y la ayudó a sentarse a una rama baja a un lado del
camino.
243
—¿Estás bien? —preguntó, preocupado por ella.
—¿Qué ha pasado? —Lo miró fijamente y negó con la
cabeza—. Le oí mencionar que habías pagado. ¿Cómo lo engañaste
así? —Él bajó la cabeza, sin saber qué decirle—. Pero... le vi con
una bolsa y unas monedas de oro en las manos. —Sus ojos se
abrieron de par en par—. Realmente le pagaste. ¿Cómo?
Devon se quedó inmóvil.
—Kianna...
—¿Cómo? —Su voz se elevó.
—Yo... —suspiró. Se acercó a ella de nuevo, pero retrocedió
en la rama, alejándose de él. Tenía miedo de él—. Sí, tenía algo de
dinero y le pagué.
—No era sólo algo de dinero. Era una gran suma.
—Lo sé. —murmuró.
Ella frunció el ceño, con los ojos fijos en él como si fuera un
extraño.
—¿De dónde sacaste el dinero? ¿Robaste a alguien?
¿Vendiste algo de valor? —Aspiró un fuerte suspiro—. Tenías
dinero, lo que significa que sabías que no eras pobre. —Se puso de
pie y retrocedió unos pasos—. ¿Por qué estás con mi familia y
conmigo si no eres pobre? ¿Por qué te sometes a nuestras
condiciones? —Sus manos temblaron más—. Eso no tiene sentido.
—Kianna, por favor. —suplicó.
—¿Por favor qué? Dame una explicación.
Pero no pudo. No podía decirle la verdad.
Kianna, soy un guerrero inmortal enviado por los dioses
para protegerte. Por cierto, he estado ahorrando dinero durante
más de cien años. Soy rico.
Devon negó con la cabeza.
—No me lo dices porque es un secreto, y probablemente sea
malo, ¿no? —Lo rodeó, manteniéndose a una distancia prudencial 244
de él, y retrocedió hacia el camino—. Aléjate de mí. Aléjate de mi
familia. —Giró sobre sí misma y corrió en dirección a la granja.
Derrotado, se sentó en la rama y enterró la cara entre las
manos. Por los dioses, ¿qué había hecho?
31

PRESENTE

Kenna

APOYADA EN EL TRONCO, miré las ramas del cerezo. Las


245
flores blancas estaban ahora en plena floración y el aroma de las
cerezas llenaba el patio trasero. Era mi lugar favorito de toda la
casa. Demonios, de todo el mundo.
Si pudiéramos quedarnos aquí para siempre...
Sacudí la cabeza, deshaciéndome de esos pensamientos. No,
no pensaría así. Miré el grueso libro que tenía en el regazo y
empecé a leer de nuevo. Odiaba estudiar para el GED, pero era lo
único que podía hacer ahora.
Más interesante que el cerezo o el examen de GED era mi
vecino. Apenas le había visto los dos últimos días después del baile.
No dejaba de mirar por encima de la valla, intentando echarle un
vistazo.
Esa noche... dos cosas me molestaron del baile. Bueno, tres.
Una, la forma en que me sentí tan protegida contra él y lo
insolente que fui. Le había dicho que no quería estar allí, y era
cierto, pero, aun así, fui casi demasiado perra para mi gusto. Dos,
en un momento dado, estaba segura de que iba a besarme. Y yo le
habría dejado. Pero entonces ocurrió lo tercero. No sabía qué me
había pasado, cómo supe que Devon llevaba un anillo en la cadena,
y por qué ese anillo me resultaba tan familiar. Pero después de eso,
sólo me sentí más irritada que antes. Fue un alivio cuando Lia y yo
nos fuimos a casa.
Aunque admito que me quedé despierta la mitad de la noche,
mirando por la ventana, esperando ver a Devon regresar.
Llámame acosadora.
Carol me pinchó el pie en la rodilla.
—¿Has terminado de estudiar?
Claro, estudiando. Fruncí el ceño ante las palabras de mi
libro.
—No. ¿Has terminado los deberes?
Se rió.
—Por supuesto que no. 246
—Entonces deja de molestarme y termínalos.
Me volvió a pinchar.
—¿No podemos hacer un descanso? ¿Por favor?
Levanté la cabeza y la miré. Estaba tumbada en la hierba bajo
la sombra del árbol, con los libros esparcidos por el suelo a su
alrededor.
—¿Y qué quieres hacer? —Le pregunté.
Se apoyó en los codos.
—No lo sé. Hacer palomitas y ver algo en Netflix.
Puse los ojos en blanco. Típico. Le encantaban las palomitas
y Netflix. Miré mi teléfono y comprobé la hora.
—Sabrina y Kevin deberían llegar pronto. Cuando terminen
sus deberes, podemos tomar un descanso.
Ella me mostró un gran puchero.
—No es justo.
Me reí. Tomando un largo respiro, miré de nuevo mi libro,
decidida a concentrarme y estudiar esta vez.
—¡Kenna! —Salí disparada ante el grito. Kevin subió
corriendo por el lateral de la casa—. ¡Kenna, ayuda! —Su rostro
estaba rojo y tenía lágrimas en la cara.
Le agarré de los brazos.
—¿Qué ha pasado?
—Es Sabrina —dijo entre sollozos—. ¡Va a matarla!
—¿Qué? ¿Qué quieres decir?
—M-mi padre adoptivo. Va a matarla. —Me agarró la
muñeca con firmeza y tiró—. Por favor, ayúdala.
No pensé, sólo dejé que me jalara. Corrimos hacia el frente
de la casa, con Carol pisándonos los talones.
—Oye. —dijo Devon mientras pasábamos corriendo por 247
delante de su casa—. ¿Qué pasa?
—No hay tiempo para explicar. —Le gritó Carol.
Las piernas de Kevin eran muy cortas, y corría rápido para
ser un niño pequeño, pero no más rápido que yo. Un poco asustada
por lo que estaba pasando, le dejé ir y corrí delante de él. Cuando
llegué a su casa de acogida, la puerta principal estaba entreabierta.
Irrumpí justo a tiempo para ver a su padre adoptivo levantando un
grueso cinturón y haciéndolo caer sobre Sabrina, que estaba
encogida en una esquina del sofá. La niña soltó un grito que me
rompió el corazón.
¿Qué demonios...?
La furia dentro de mí se elevó y explotó en un milisegundo.
Sentí que mi poder aumentaba con ella, tan fuerte que era difícil de
controlar. Las luces de la casa parpadearon y las sombras crecieron
en las esquinas.
—¡Dé-ja-la! —amenacé con los dientes apretados.
El hombre se dio la vuelta, tropezando con los pies. Por su
torpeza, sus ojos aturdidos y su ridícula sonrisa, por no hablar de
su terrible olor, supe que estaba borracho.
—¿Qué? ¿También quieres una paliza? —preguntó,
arrastrando las palabras.
Las sombras de las esquinas avanzaron. Mataría a este
hombre. Lo golpearía como él golpeó a Sabrina y lo mataría. Él
rogaría, pero yo no pararía hasta que se desangrara en mis manos.
—¿Qué mierda?
La voz de Devon se filtró en mi cabeza. Eso me sobresaltó y
solté mi poder. Las sombras se retiraron y las luces dejaron de
parpadear. ¿Lo había visto Devon? ¿Se había dado cuenta de lo que
había hecho? Aunque hubiera visto las sombras, no las entendería.
Pensaría que era producto de su imaginación.
—Oh, Dios. —Jadeó Carol cuando entró unos segundos
248
después de él.
El hombre levantó el cinturón hacia mí. Devon lo abordó
antes de que yo pudiera reaccionar; lo habría hecho. Estaba
preparada para agarrarle del brazo, quitarle el cinturón, y tirarlo al
suelo. Los esquivé y alcancé a una Sabrina que lloraba y sangraba.
—Vamos. —Le pasé el brazo por el hombro con suavidad y
la guié hacia la puerta—. Salgamos de aquí.
Mientras nos dirigíamos a la puerta, Devon lo amenazó.
—La próxima vez que toques a los niños, estás acabado. Te
haré papilla.
—Carol, ve con Kevin y ayúdale a coger sus cosas. —Le dije
a mi amiga.
Salió de su asombro y asintió con la cabeza. Cogió la mano
del niño y los dos corrieron hacia el interior de la casa, y esperé que
fueran rápidos. Mientras tanto, acompañé a Sabrina fuera de la casa
para que pudiera alejarse de este horrible lugar lo antes posible.
Desde el interior, oí a Devon.
—Te denunciaremos a los servicios sociales. Perderás a los
niños y todo el dinero que consigues por ellos.
Dos minutos después, él, Carol y Kevin se unieron a nosotras
fuera y nos dirigimos a mi casa.

Devon

A MEDIO CAMINO DE LA CASA DE KENNA, cogí a Sabrina


en mis brazos y la cargué. Su antebrazo tenía un fino corte, donde
esquivó el cinturón cuando cayó sobre ella.
Mi rabia se disparó de nuevo. Ese maldito hombre... si Kenna, 249
Carol y los niños no hubieran estado allí, le habría dado una
lección. Estaba tan borracho que, si hubiera llevado mi uniforme
de guerrero y mi espada, lo habría descartado después como una
alucinación, pero desde luego no olvidaría la paliza que le habría
dado.
Ayudé a la niña a sentarse en un taburete de la isla de la cocina
y Kenna sacó el botiquín. El aire de la habitación estaba tenso
mientras ella le limpiaba el corte y lo vendaba. Le dio algunos
medicamentos para el dolor, mucha agua, y les dijo a Sabrina y a
Kevin que subieran al dormitorio de invitados.
—Está prácticamente vacía, pero encontraré una cama y
mantas para vosotros dos. —afirmó.
—¡Tengo un colchón inflable! —exclamó Carol, un poco
demasiado ansiosa por ayudar—. Lo traeré. —Salió corriendo de
la casa mientras los niños arrastraban los pies hacia arriba.
En cuanto se perdieron de vista, Kenna soltó un largo suspiro.
Se paseó por la cocina, con los brazos temblando.
—Maldita sea, ese hombre. Podría haber... —Sus manos se
cerraron en apretados puños. Luego, los abrió a la fuerza—. Te juro
que, si no hubieras aparecido, creo que lo habría matado yo misma.
Ese pequeño pedazo de mierda.
Una vez más, me sorprendió su actitud. Se preocupaba tanto
por esos chicos que, hace apenas un mes, eran unos desconocidos.
Incluso estaba dispuesta a luchar por ellos, a ayudarles, aunque eso
le supusiera problemas. ¿Cómo podía tener un corazón tan grande?
Me puse delante de ella y la obligué a dejar de pasearse. Mis
manos rozaron la carne desnuda de sus brazos.
—Ya pasó. —dije—. Todo está bien ahora.
Ella me miró con ojos grandes y brillantes. Su rostro fue
sustituido por la imagen borrosa de una chica rubia que se levantó
de una rama baja y dio un gran paso atrás. Parecía asustada de mí.
Por dentro, mi corazón se rompía porque...
250
La amaba.
Un pesado sentimiento de amor me asfixiaba.
Inspiré profundamente y, de repente, Kenna volvió a aparecer
ante mí. Estaba tan quieta como una estatua, con sus ojos clavados
en los míos. No sabía qué pensar ni qué hacer. ¿La chica rubia era
Kenna? ¿Era por eso por lo que me sentía tan atraído por ella? Todo
lo que quería hacer era ceder a la sensación de mi visión, a ese
inmenso amor que me abrumaba. ¿Por qué quería besarla tan
desesperadamente?
Lentamente, mi mano subió por su brazo y rodeó su hombro.
Mirándola a los ojos, me acerqué, acortando la distancia entre
nosotros, y me incliné hacia ella. Ella no se apartó. No, en lugar de
eso, inclinó la cabeza hacia arriba, manteniendo mi mirada fija, con
seguridad.
Su aroma a cereza me llegó y aspiré profundamente,
queriendo más. Era tan jodidamente embriagador. Mis ojos se
dirigieron a sus labios y me sumergí en ella.
—¡Kenna! —La voz de Kevin sonó en toda la casa.
Ella dio un salto hacia atrás, con las mejillas enrojecidas, y yo
inhalé profundamente y me alejé. Se volvió hacia el pasillo cuando
el niño entró en la cocina.
—¿Sí?
—Sabrina dice que tiene hambre. —Le dijo—. Y yo también.
—Por supuesto. —murmuró ella, alcanzando la despensa—.
¿Qué te apetece?
Y sin más, se puso a trabajar en la cocina, preparando una
merienda para los niños como si no nos hubiéramos casi besado...
otra vez. Odié sentirme engañado e ignorado.
—Tengo algunas mantas de repuesto en mi casa. —dije
sacudiendo la cabeza. Ella dejó de hacer lo que estaba haciendo y
me miró—. Las traeré más tarde.
—De acuerdo. —contestó—. Gracias. —Una vez más, se
concentró en la merienda. 251
Sintiéndome como un idiota, salí de la casa antes de hacer
más el ridículo.
32

PASADO

Kianna

DURANTE LA ÚLTIMA SEMANA, se había sentido perdida.


252
Enfadada.
Asustada.
Traicionada.
Sola.
Cuando volvió a la granja sin Devon, lloró. Se acostó en su
cama y fingió estar enferma, para que los demás no la molestaran
por lo ocurrido. Un par de días más tarde, cuando por fin tuvo
fuerzas para salir de la cama, les dijo a los demás que Devon se
había ido. Sin palabras, sin explicaciones, sin despedidas.
Simplemente se había marchado.
Su madre estaba desolada. No podía entender por qué él
simplemente se había ido. ¿Había recuperado la memoria? ¿Había
encontrado a su familia? Aun así, se habría despedido antes de irse.
Y ahora que ya no estaba, el trabajo en la granja sólo se acumulaba.
Había demasiado que hacer y no había suficiente tiempo en un solo
día. Kianna trabajaba hasta altas horas de la noche, hasta que su
cuerpo cedía y prácticamente se desmayaba en el campo.
Su madre intentaba hacer lo mismo, pero su cuerpo no podía
aguantar más. Por lo general, acababa desmayándose un par de
horas antes. Giles también trabajaba más que nunca, pero el pobre
hombre era aún más viejo que Ofelia. E incluso Cat, a la que le
gustaba venir de visita para evadirse de sus propios quehaceres,
intentaba ahora ayudar todo lo que podía.
Pero ninguno de ellos tenía la fuerza y la resistencia de
Devon. Sin él, estaba segura de que la cosecha se marchitaría o se
pudriría antes de que pudieran recogerla toda.
Casi una semana después de su desaparición, Kianna se
obligó a dejar de trabajar antes de desmayarse. Arrastró los pies
hasta el granero, donde se lavó la cara y las manos. Luego, respiró
largamente y miró el cielo estrellado.
Su mente huyó de ella y volvió al único tema que no debía.
Devon.
253
Si sabía que tenía dinero, seguro que recordaba más cosas de
su vida. Tal vez lo sabía todo. Tal vez les mintió y quiso quedarse
por alguna razón. ¿Pero por qué? ¿Por qué mentirles? ¿Por qué
quedarse cuando parecía que tenía una vida bastante cómoda en
otro lugar?
No tenía sentido.
Ella lo había alejado y le había dicho que se marchara sólo
por rabia. Tenía miedo. Ella no lo conocía. Podía estar jugando con
todos ellos, sólo para hacerles daño al final.
El estómago se le revolvió al pensarlo.
El dolor se disparó en su núcleo. Tenía hambre. No había
comido desde la mañana. Tras otro largo suspiro, entró en la oscura
mansión. Los niños seguramente estaban en la cama, y con suerte
su madre también. Llegó a la cocina y cogió un trozo de pan seco.
Con las dos mujeres trabajando todo el tiempo, los niños quedaban
a su suerte. Selina era la que se ocupaba de la cocina, o de las cosas
sencillas que podía cocinar ella sola. Calvin intentaba ayudar, pero
era demasiado torpe y estaba demasiado agitado para hacer nada,
lo que sólo hacía que Selina se pusiera más nerviosa. Él debía
mantenerse alejado de la cocina mientras Selina cocinaba.
Kianna se sentía culpable. Su hermano había perdido a su
compañera de juego. Los niños no estudiaban porque ella siempre
estaba ocupada. Su madre envejecía día a día y pronto se
derrumbaría de verdad. Tenía que haber algo que pudiera hacer
para aliviar su situación.
Comiéndose el pan, se dirigió a su dormitorio y cerró la puerta
suavemente, para no despertar a los demás. Con el corazón
encogido, abrió el primer cajón de su cómoda y recogió el anillo
que había dejado dentro de una pequeña caja. Cuando descubrió
que Devon le había estado mintiendo a ella y a su familia, se quitó
el anillo y lo tiró en el cajón. Esa sortija había significado mucho
para ella, pero ahora sabía que había sido mentira. Todos los
sentimientos y momentos ligados a ese anillo habían sido mentiras.
Y por eso, mañana lo vendería en el pueblo.
254

Devon

DURANTE DÍAS, SE MARTILIZÓ a sí mismo. Se devanaba


los sesos tratando de pensar en que debería haber intentado para
solucionarlo de otra manera en lugar de pagarle a ese hombre, pero
aparte de mostrar sus poderes, no se le ocurría nada. Y ahora había
sido expulsado de la granja. Despedido. Echado. Y eso dolía
mucho.
Aunque Kianna le había dicho que se alejara de ella y de su
familia, él no podía hacerlo. Su misión era protegerla. Proteger al
mundo de ella.
Se mantuvo en las sombras. Observó cómo Kianna, Ofelia,
Giles e incluso Catherine se mataban trabajando. Le destrozaba
verlos así y no poder ayudar. Sabía que había hecho más por la
granja que todos ellos juntos. Después de todo, cuando ellos no
miraban, él usaba su fuerza y agilidad superiores para trabajar el
campo. Ahora todo se estaba consumiendo, porque no podía cuidar
los cultivos por sí mismo.
Necesitaba todo su autocontrol para no interferir, para no
colarse en medio de la noche y trabajar el campo por ellos. Varias
veces estuvo a punto de hacerlo, pero se detuvo, porque sabía que
Kianna se daría cuenta de lo que estaba pasando y no se quedaría
callada. Lo encontraría y le diría que se fuera de nuevo.
No podía soportar esa angustia una vez más.
Aunque le mataba, permaneció escondido, en las sombras de
los árboles y en la oscuridad de la noche.
Una mañana, vio como ella salía de la mansión temprano, 255
antes de que todos los demás se hubieran despertado, y caminaba
hacia el pueblo con determinación. Devon frunció el ceño. ¿Qué
estaba haciendo ahora? ¿No debería estar preparándose para un día
completo de trabajo?
Como siempre, la siguió.
El sol acababa de salir, iluminando su cabello dorado,
haciéndola parecer un ángel.
Su ángel.
Se le apretó el corazón.
Cuando estaba cruzando el pequeño puente de madera, a
pocos metros de la entrada del pueblo, un grupo de hombres se
acercó a ella. Se detuvieron justo al final del puente.
Ella se detuvo y levantó la barbilla.
—¿Qué significa esto?
Lord Sandler apareció detrás de sus lacayos y se acercó a
Kianna. Por instinto, ella retrocedió un paso. Mientras tanto, Devon
se inquietaba, y le costaba quedarse en su sitio en lugar de lanzarse
a protegerla de aquel hombre y sus lacayos, que sin duda no
tramaban nada bueno.
No lo hizo porque sabía que Kianna no lo querría.
No ahora. No esta vez.
—Me alegro de volver a verla, Lady Kianna. —dijo Lord
Sandler, caminando a su alrededor. Evaluándola.
Uno de sus lacayos se acercó a él.
—¿Está seguro de que es ella, mi señor?
Sin dejar de mirarla, Lord Sandler asintió.
—Estoy seguro.
¿De qué estaban hablando?
Ella dio un atrevido paso adelante.
256
—Lord Sandler, tengo que ir a un sitio. Discúlpeme, por
favor.
—¿A qué lugar tienes que ir? —musitó él. Una esquina de sus
labios se curvó—. Todo el pueblo se está despertando. ¿Con quién
podrías reunirte a estas horas?
El aire cambió. Sintió la pesadez en el viento, los zarcillos del
mal avanzando.
Su corazón se detuvo.
No, no, no.
Devon parpadeó y los demonios aparecieron. Los altos
monstruos de las sombras, con sus largas extremidades y afiladas
garras, rodearon el puente, atrapando a Kianna con Lord Sandler y
sus lacayos. Dejando de lado todas sus reservas, Devon se precipitó
hacia adelante.
Los demonios lo vieron venir, pero no importaba. Estaba
preparado para ellos. Con la voluntad de sus pensamientos, su ropa
cambió. Apareció su uniforme de guerrero completo, junto con la
espada atada a su espalda.
Atravesó al primer demonio con un corte limpio, pero al
segundo, tuvo que esquivarlo. Ahora estaba muy cerca. Todo lo
que tenía que hacer era dar unos cuantos pasos más, matar a unos
cuantos demonios más, y Kianna estaría a salvo. Un tercer demonio
fue a por él. Devon giró su espada en diagonal, cortándolo por la
mitad. Se estrelló contra un muro invisible y tropezó con él.
—En nombre de los dioses, ¿qué? —murmuró. Levantó las
manos y empujó hacia delante. Una sacudida cortó el aire, hacia él.
Una barrera invisible.
Volvió a chocar con ella, sin importarle el dolor que recorría
su cuerpo cada vez que la tocaba.
—¡Kianna!
Pero ella no se movió. Ni siquiera lo miró. No podía.
Lord Sandler tenía la mano levantada, apuntando a Kianna,
que estaba arrodillada en el suelo, mirando sus propios brazos con 257
los ojos muy abiertos.
Unos zarcillos negros envolvían sus brazos.
—¿Ves? —preguntó Lord Sandler. Giró la mano y ella chilló.
Los zarcillos negros la envolvieron por los hombros—. Tienes
poder. Lo sabía. Sabía que eras tú.
¿Qué...? ¿Slander sabía que Kianna tenía oscuridad dentro de
ella? ¿Y él la estaba sacando?
La rabia y la desesperación de Devon se dispararon. Utilizó
sus sentimientos para encender su poder, su fuerza. Entonces,
levantó la espada y la hizo caer sobre la barrera. El muro invisible
se agrietó y se sacudió, y se desvaneció.
Y Devon se abalanzó sobre él.
Los demonios se volvieron hacia él, pero estaba preparado.
La rabia pura y la desesperación guiaron sus movimientos. Giró
sobre sí mismo, apartándose del camino. Barrió su espada hacia
fuera y a lo ancho, cortando a los demonios. Retrocedió, hizo girar
el arma cambiándola de mano, amplió su postura, apuñaló y
avanzó. Todos los movimientos eran automáticos, concentrados
con un solo pensamiento: matar al hombre que estaba hiriendo a
Kianna.
Pero no tuvo esa oportunidad.
El cobarde envió a más demonios a atacarle y huyó,
dejándola, jadeando, con la oscuridad saliendo de ella sin que se lo
propusiera.
Devon gruñó. Tan rápido como pudo, acabó con los
demonios. Cuando todos se fueron -muertos o huyendo con su
amo- envainó su espada y avanzó lentamente hacia ella.
Se adentró en la oscuridad y, sin ver nada, se arrodilló frente
a la chica. Con cuidado, apoyó sus manos sobre las de ella. La
oscuridad desapareció de inmediato. Pero Kianna permaneció con
los ojos cerrados, sus manos temblando contra las de él.
—Kianna. —dijo con voz suave.
258
Ella sólo apretó más los ojos y sacudió la cabeza.
—Está bien. —Tuvo una idea—. Sólo... aguanta. —La
levantó en sus brazos. Ella jadeó, pero no abrió los ojos.
—¿Qué estás haciendo?
—Ya lo verás. —Sosteniéndola en sus brazos, la llevó a un
lugar seguro. La puso en el suelo y, tras asegurarse de que estaba
firme sobre sus pies, le dijo—: Ya puedes abrir los ojos.
Lentamente, los ojos de Kianna se abrieron. Miró a su
alrededor, pero el reconocimiento brilló en su mirada. Miró al otro
lado del lago, a la mansión situada en lo alto de la colina. Respiró
entrecortadamente.
—No puedo. —susurró, antes de que sus piernas cedieran.
Devon la alcanzó y la sujetó por los codos. Suavizó su caída,
ayudándola a sentarse en la hierba alta. Luego, retrocedió varios
metros, aun temiendo lo que ella pensara de él. Esta mañana, ella
había visto demasiado. Probablemente su mente se tambaleaba.
Necesitaba darle espacio, pero quería estar aquí para responder a
sus preguntas. No creía que pudiera responder a todas, pero haría
lo posible. Por eso, ni siquiera se quitó la armadura de guerrero.
Quería que ella lo viera, que se diera cuenta de que lo ocurrido era
real y no una pesadilla.
Sentada en el suelo, Kianna miraba sus manos temblorosas
como si le fueran ajenas.
—¿Estás bien? —Le preguntó. Obviamente no lo estaba, pero
él necesitaba que ella dijera algo. Cualquier cosa.
—¿Viste lo que pasó? —preguntó ella, su voz temblando
tanto como sus manos—. ¿Viste lo que salió de mis manos?
—Sí. —Le contestó, deseando que su voz se mantuviera
uniforme y tranquila para ella—. Puedes manejar la oscuridad,
Kianna.
Ella levantó los ojos hacia él.
—¿Q-qué? 259
—Tienes oscuridad dentro de ti. —Se odiaba a sí mismo por
decir esas palabras—. Pero tu corazón es puro, el más puro que he
visto en mucho tiempo. Puedes controlarla. Te ayudaré.
Lentamente, ella bajó las manos.
—¿Y tú? —Sus doloridos ojos lo examinaron—. Tu
armadura, tus armas. ¿Q-qué eres?
Él respiró largamente.
—Lo único que puedo decirte es que estoy aquí para
protegerte.
Sus delicadas cejas se curvaron hacia abajo.
—¿P-por eso estás aquí? ¿Por eso has venido a nosotros?
—Sí. —confesó—. Pero no es por lo que quiero quedarme.
Sus brillantes ojos azules se llenaron de lágrimas.
—No digas eso.
Devon se acercó un poco más a ella.
—Pero es verdad.
—¿No tienes miedo de mí? —Sacudió las manos—. ¿De la
oscuridad que hay en mí?
—Ni siquiera un poco. —afirmó, sacudiendo la cabeza—.
¿Me tienes miedo?
Ella se quedó mirando su armadura, las armas que llevaba a
la espalda y, finalmente, sus ojos. Él le sostuvo la mirada,
inquebrantable, sin fisuras. Necesitaba que ella viera que no estaba
mintiendo. Quizás no podía revelarle todo todavía, pero no le
mentiría más si podía evitarlo.
—No. —susurró ella, sus hombros se relajaron—. Ya no.
Esas simples palabras se aferraron a su corazón y lo
calentaron.
Todavía había esperanza para ellos.
260
33

PRESENTE

Kenna

AFORTUNADAMENTE, LÍA NO PUSO objeciones cuando le


261
dije que Sabrina y Kevin se quedarían con nosotras durante unos
días; no le dije que era más bien por tiempo indefinido. El único
problema era que ahora teníamos que fingir que éramos madre e
hija las veinticuatro horas del día.
Al día siguiente, llevé a los niños a la parada del autobús y les
prometí que estaría allí cuando volvieran. Y por la forma en que el
cielo se oscurecía con pesadas nubes, tendría que venir con
paraguas.
—No dejaré que nadie os separe de mí, ¿vale? —susurré,
abrazando a ambos. Luego, los conduje al interior del autobús.
Me arrastré hasta la casa, justo cuando Lia salía por la puerta
principal.
—¿Están bien? —preguntó, dirigiéndose a su coche en la
entrada. Los había visto brevemente esta mañana cuando se
preparaban para el día.
—Creo que sí. —Me detuve a su lado—. Sabrina no quería ir
por el moratón que tenía en la cara, pero se lo he tapado con algo
de maquillaje. Les dije que me llamaran si pasaba algo.
—Bien. —Asintió—. Intentaré llegar a casa a tiempo esta
noche, para que podamos tener una buena cena familiar
Sonreí. Luego, la sonrisa desapareció rápidamente.
—Oh, pero tenemos que comprar comida.
—Oh, mierda. —Miró su coche—. Supongo que puedes
llevarme al trabajo y luego ir a comprar la comida.
Asentí.
—Puedo dejarte el coche cuando termine. —Y entonces me
arriesgaría a volver caminando bajo la lluvia. Bueno, no sería un
problema si me mojaba un poco.
—Puedo llevarte. —La voz de Devon llegó a mis oídos y me
congelé. Lia y yo nos volvimos hacia su casa y lo vimos de pie en
el porche, con unos vaqueros negros y una camiseta oscura. Tenía
una taza de café en la mano—. Puedo llevar a Kenna al
supermercado. 262
—Eso sería maravilloso, Devon. —dijo Lia con una enorme
sonrisa.
—Pero...
—Adiós. —Soltó, deslizándose hacia su coche.
Me quedé mirando mientras ella se alejaba de la entrada con
un brillo de vete a por ellos ve a por él en los ojos. Maldita sea.
Tendría que hablar con ella esta noche. Sin ninguna opción, suavicé
mi expresión y me volví hacia Devon.
—Hm, no quiero molestar.
—No pasa nada. ¿A qué hora quieres ir? —Dio un sorbo a su
café.
—Cuando estés libre.
Levantó su taza un centímetro.
—Déjame terminar mi café. Nos vamos en diez minutos.
Sin más, se dio la vuelta y entró en su casa. Me quedé en el
sitio, momentáneamente aturdida. ¿Qué acababa de pasar aquí?
Entonces, me recuperé. Volví a entrar en mi casa, cogí la cartera y
el teléfono y me detuve junto al espejo ovalado que Lia había
colgado en el vestíbulo sobre una mesa auxiliar desvencijada que
había encontrado en una tienda de segunda mano. Me pasé la mano
por el pelo castaño, admiré las mechas rosas y me miré la cara.
Me quedé helada, con los ojos abiertos de par en par mientras
me miraba en el espejo. ¿Qué demonios estaba haciendo?
Sacudiendo la cabeza, salí de la casa a toda prisa.
Devon ya estaba al lado de su coche, con la puerta del
conductor abierta.
—¿Lista?
Asentí con la cabeza, crucé el pequeño trozo de césped que
separaba nuestras entradas y me subí al asiento del copiloto. El aire
entre nosotros estaba tenso, algo palpable, crepitando un poco con
todo lo que había pasado. No habíamos hablado mucho desde que
casi nos besamos ayer. Más tarde, la noche anterior, había traído 263
las mantas que había prometido, junto con un par de almohadas. Le
había dado las gracias, y eso había sido todo. Y ahora estábamos
en su coche, sentados uno al lado del otro, y su aroma fresco y
especiado inundaba mis sentidos. ¿Por qué tardábamos tanto en
llegar al supermercado?
En realidad, tardamos ocho minutos en llegar, pero con él tan
cerca de mí, embarrando mis pensamientos, me pareció una
eternidad. Una vez en el súper, arranqué la mitad de la lista y se la
entregué.
—Divide y vencerás. —Solté, necesitando un poco de
espacio.
Cogí un carrito y me apresuré a llegar al final de la tienda. Me
concentré en la lista, cogiendo artículos a medida que avanzaba, y
no en el guapísimo hombre que me había traído hasta aquí. ¿Por
qué había hecho eso Devon? Cuando Lia y yo nos mudamos aquí
por primera vez, parecía tan molesto por tener vecinos y querer
tener su espacio y tranquilidad. Incluso se resistió a muchas de las
invitaciones de Lia a cenar. Hasta que dejó de hacerlo. Empezó a
venir por su cuenta, por cualquier número de razones, y a veces sin
ninguna razón. ¿Cómo ahora? ¿Cuál era su verdadera intención al
traerme al supermercado? ¿Estaba súper aburrido, o tenía una
agenda secreta?
De repente, me detuve, con una bolsa de patatas fritas en las
manos. Si trabajaba para Slater, ya habría intentado algo, ¿no?
Sacudí la cabeza, avergonzada por mis pensamientos. Basta,
Makenna, me dije a mí misma y traté de concentrarme de nuevo
en las compras.
Muy pronto, terminé con mi lado de la tienda. Devon me
encontró en el centro, con una cesta llena de cosas en los brazos.
—No sabía qué marca querías de cada cosa. Algunas las
recordaba de haberlas visto en tu casa, pero otras simplemente las
elegí yo.
Me encogí de hombros.
—Está bien.
264
Colocó los artículos en el carrito y nos dirigimos a uno de los
cajeros abiertos. La señora del mostrador acababa de empezar a
escanear los artículos cuando sonó mi teléfono. Lo cogí y fruncí el
ceño ante un número desconocido. No había ninguna razón para
responder a una llamada así, así que pulsé el botón rojo y seguí
prestando atención a la señora mientras colocaba los artículos en
bolsas de papel.
Mi teléfono volvió a sonar.
Él me lanzó una mirada curiosa.
—¿No vas a contestar?
—No. —Volví a apagar la llamada. Y una vez más sonó mi
teléfono.
Devon me apartó suavemente.
—Sólo contesta. Yo me encargo de esto.
—Pero...
Sacó su cartera.
—Por las muchas cenas que me ha hecho tu madre. —Fruncí
el ceño, no me gustaba esto—. Sólo vete.
Quise discutir, pero me vino a la mente un nuevo
pensamiento: ¿y si esa llamada era del colegio y Sabrina o Kevin
preguntaban por mí? Tenía que contestar. Me alejé del cajero y
pulsé el botón verde. Pero llegué demasiado tarde. La llamada ya
había cesado.
Empezando a sentir un creciente pánico en mi interior, salí
del supermercado y devolví la llamada perdida. Sin pensar, me
dirigí al lado del edificio, donde había menos coches aparcados y
menos gente caminando. Mi teléfono sonó y sonó, pero nadie
respondió. Apagué la llamada y me quedé mirándolo. ¿Quién
demonios era? Pulsé la pantalla del aparato e intenté llamar de
nuevo.
—Hola. —Me llegó una voz.
Miré hacia la esquina de la tienda. Un hombre caminaba hacia 265
mí, con una media sonrisa en los labios. Bajé el teléfono,
olvidándome de la llamada.
—Hm, hola.
El hombre de hombros anchos se detuvo a una buena
distancia de mí, pero me tensé, no estaba acostumbrada a que los
desconocidos fueran tan amables. Llevaba el pelo castaño corto y
tenía tatuajes en el cuello. Miró a nuestro alrededor.
—Mi jefe te está buscando. —dijo con un gruñido.
Se me apretó el estómago cuando un solo pensamiento se
agolpó en mi mente. Esto no era una coincidencia. Este hombre
estaba aquí por una razón. Y esa razón era yo.
Había sido enviado por Slater para atraparme.
Haciendo a un lado mi inseguridad, me concentré en mi
fuerza, en mi ira, en mi voluntad de vivir. Llamé a mis poderes justo
cuando el cielo se oscureció más. Sombras aparecieron desde el
lado del edificio.
Demonios.
—No tienes a dónde huir. —gruñó.
—Entonces puedo imaginar...
—¡Kenna! —El grito de Devon llegó desde detrás de mí. Giré
la cabeza y le vi precipitarse hacia mí, soltando el carrito de la
compra con los víveres. Se detuvo a mi lado, con el rostro cerrado
y los ojos oscuros impasibles—. ¿Qué está pasando?
Me quedé boquiabierta por un momento. Mierda, ¿ahora
qué? Devon no podía estar aquí. No podía ver esto. Y lo que es más
importante, era completamente humano. Si estos demonios
atacaban, le harían daño.
Podrían matarlo.
Mierda. Sabiendo que tendría que lidiar con las
consecuencias más tarde, me puse delante de él. Los demonios
salieron de las sombras y se lanzaron hacia nosotros. Extendí las
manos y envié mi oscuridad hacia ellos.
266

Devon

POR UN MOMENTO, creí que estaba soñando. Parpadeé. No.


La mierda era real. Kenna estaba realmente frente a mí,
aprovechando la oscuridad y haciendo retroceder a los demonios.
Y su pelo volvía a ser rubio.
—¡Atrás! —Me gritó.
Eso me sacó de mi trance. Mi armadura negra me cubrió y mi
espada apareció en mi espalda mientras me ponía a su lado.
—¿Qué...? —Sus brazos se aflojaron por la sorpresa. Un
demonio se abalanzó sobre ella, aprovechando su distracción.
Desenfundé mi espada y lo corté por la mitad. Se convirtió en humo
y desapareció por encima de nosotros—. ¡Cuidado! —gritó,
extendiendo las manos hacia dos que venían hacia mí desde un
lado.
Con un giro de sus manos, Kenna invocó la oscuridad de los
rincones del edificio, de nuestras sombras, incluso del cielo oscuro
sobre nosotros, y rodeó con ella a los demonios. Aunque eran
criaturas del infierno, no podían luchar contra esta oscuridad.
Fueron engullidos y desaparecieron en su interior. La oscuridad se
disipó y fue como si nunca hubieran existido.
Kenna y yo luchamos codo con codo contra todos y los
eliminamos en pocos minutos. Era una cosa extraña, este
sentimiento repentino dentro de mi pecho, que se parecía mucho al
orgullo. Cuando todos los demonios se fueron, nos enfrentamos al
único humano del grupo. El hombre corrió. Di dos pasos tras él y
me detuve. No me gustaba matar humanos, y si podía evitarlo, lo
haría.
267
—¡No! —gritó ella, alcanzándome—. No podemos dejar que
se vaya.
La miré.
—¿Quieres matar a un humano?
Ella gimió, pero no respondió. En lugar de eso, marchó hacia
donde había dejado el carro con la compra y lo empujó hasta mi
coche. Hice que mi armadura y mi espada desaparecieran y la
seguí, contento de que fuera una ciudad pequeña y de que nadie
hubiera salido a luchar contra los demonios en un aparcamiento
público.
Sacudiendo la cabeza, me reuní con ella en mi coche, metí la
compra en el maletero y me puse al volante. Condujimos en
silencio, pero no era tenso como antes. Era un silencio diferente,
como si ahora compartiéramos un secreto, algo único que nadie
más en el mundo compartía. A pesar de que no decía ni una palabra,
mi mente daba vueltas a tantas malditas preguntas. ¿Cómo es que
tenía poderes? ¿Cómo funcionaban? ¿Quién era ella? ¿Quién era
ese hombre? ¿Sucedía a menudo?
Aparqué mi coche en su entrada y la ayudé con la compra.
Sólo cuando todo estaba encima de la isla de la cocina le pregunté
por fin.
—Vuelves a tener el pelo rubio. —Señalé, empezando por
algo ligero.
Ella cogió las cajas de pasta de la bolsa de papel.
—Sí.
—Supongo que el rubio es tu color natural.
Colocó la pasta dentro del armario detrás de ella.
—Sip. —Dejó escapar un largo suspiro y volvió a mirar hacia
mí, con sus brillantes ojos azules un poco recelosos—. Me lo tiño
de marrón, aunque cada vez que uso mis poderes, el tinte se
desvanece. No sé por qué.
Fruncí el ceño.
268
—¿Por qué te tiñes el pelo?
Ella desvió la mirada y jugueteó con las bolsas sobre la isla,
pero sin hacer realmente nada.
—Porque no me gusta el rubio.
Era una mentira. Y ella sabía que yo sabía que era mentira,
pero no le importaba.
—¿Y tus poderes?
Volvió a mirarme a los ojos.
—Nací con la capacidad de conjurar y controlar la oscuridad.
No sé cómo ni por qué. Lo único que sé es que mis poderes son
malignos y que hay gente que haría cualquier cosa por utilizarlos.
¿Era ese el problema? ¿Alguien ahí fuera quería sus poderes?
¿Por eso se había teñido el pelo y era reacia a dejar que la gente se
acercara a ella? ¿Ella y Lia estaban huyendo de alguien? Quería
preguntar todo eso en voz alta, pero me preocupaba llevarla
demasiado lejos y que me echara. Se fue abriendo poco a poco,
contestando algo aquí y allá. Tenía que ir despacio. Sin embargo,
podía hablarle un poco de mí. Le tendí la mano.
—Ven conmigo.
Sus cejas se curvaron y sus ojos se fijaron en mi mano.
—¿Dónde?
—Quiero enseñarte algo.
Kenna dudó y luego deslizó su mano en la mía. En ese
momento, otra visión me golpeó. La chica rubia estaba sentada en
el suelo, y yo me arrodillaba frente a ella, con la necesidad
desesperada de mantenerla a salvo. Aquella sensación era tan
intensa que aspiré con fuerza. La visión desapareció y me quedé
mirando el hermoso rostro de Kenna. Ella inclinó la cabeza hacia
mí.
—¿Qué pasa?
Clavé mis ojos en los suyos, sabiendo que el mismo 269
sentimiento de antes se aplicaba ahora, por Kenna. La comprensión
de que haría cualquier cosa para protegerla me golpeó con fuerza y
se me hizo difícil respirar. Agarrando con fuerza su mano, tiré de
ella hacia mi casa, siempre consciente de su delicada mano en la
mía, de su cercanía, de su dulce aroma a cereza tan delicioso cada
vez que soplaba una brisa o se acercaba demasiado. Sólo le solté la
mano cuando llegamos a la habitación libre del segundo piso,
donde guardaba el tablero con toda la información que había
reunido a lo largo de los años.
Ella se quedó paralizada en la puerta, con los ojos
desorbitados y la boca abierta. Lentamente, arrastró los pies hasta
acercarse a la pizarra y le echó un buen vistazo.
Aquí, estaba completamente expuesto a ella. Puede que no
entendiera un par de cosas, pero podía entender que yo era
diferente. No era humano. Sus ojos escudriñaron el trozo de papel
donde tomaba nota de las visiones que tenía cada vez que la tocaba,
excepto la de hace unos minutos. Luego, vio una foto del anillo, el
dibujo de unos demonios que encontré en la ciudad en las últimas
semanas y, por último, una foto de Lia y de ella, y mis notas al azar
sobre ellas, seguidas de varios signos de interrogación.
Kenna señaló la foto de Lia en la pizarra.
—No es mi madre.
Me quedé boquiabierto. Para ser sincero, ya lo había
sospechado antes, pero opté por creer lo que me vendían.
—¿Quién es ella, entonces?
—Sólo alguien que conocí. —respondió, sus ojos hurgando
en la pizarra—. Alguien que me ayudó en los momentos difíciles.
Alguien que merecía una vida mejor que la que nos impusieron.
Entonces, estaba huyendo de alguien. Y Lia también. Se
escondían aquí, y fingían ser madre e hija. Ella había llegado a
teñirse el pelo para esconderse. Por fin estábamos llegando a algo.
Se estaba sincerando y definitivamente no quería estropear esto.
De repente, volvió sus ojos hacia mí. Para mi sorpresa, no 270
parecía enfadada o sospechosa, simplemente curiosa.
—¿Y quién eres tú?
Inspiré profundamente. ¿Cuánto podía decirle? ¿Cuánto
debía decirle? Estaba seguro de que ella estaba involucrada en todo
esto, pero ¿y si la involucraba más y los dioses me castigaban?
¿Castigarla a ella?
—Soy un guerrero, enviado aquí en una misión. —comencé,
esperando no abrumarla con todo—. No tengo detalles de mi
misión, pero tengo la fuerte sensación de que tú estás relacionada
con ella.
Sus cejas se curvaron hacia abajo.
—¿No tienes los detalles de tu misión? ¿Qué significa eso?
—Que tengo que averiguar por mí mismo cuál es mi misión
y qué hacer. —Incluso para mis oídos, esa explicación sonaba a
locura, pero era la puta verdad.
—¿Y por qué crees que estoy conectada a ella?
Señalé la lista de visiones.
—Cada vez que te toco, veo lo que parecen recuerdos. Viejos
recuerdos, de hace siglos. —Metí la mano bajo la camisa y saqué
el collar con el anillo—. Y tú sabías de esto. No sé cómo, pero
sabías que lo tenía.
Se quedó mirando el anillo. Lentamente, se acercó a mí y lo
alcanzó. En el momento en que lo tocó, una sacudida de energía
me recorrió, haciendo temblar mis entrañas. Ella se puso el anillo
en el dedo y encajó perfectamente.
—No sé cómo lo supe. —susurró, admirando el anillo en su
dedo—. Pero me llama. Casi como...
No terminó la frase, así que lo hice yo.
—Como si fuera nuestro.
Sus ojos se alzaron y se fijaron en los míos. Joder, ¿cuándo
se ha acercado tanto a mí? Si levantaba el brazo, podía rodear su 271
cintura. Si me inclinaba, podía besarla fácilmente. Mi mirada se
dirigió a sus labios rosados. Realmente quería besarla.
Lo que había entre nosotros no era una simple conexión. Lo
sabía. Lo sentía. Y me moría por explorarla.
Bajando la guardia, subí mi mano y ahuequé su mejilla. Ella
se inclinó hacia mi tacto, como si esto fuera algo prohibido que no
podía tener, pero lo quería de todos modos. Por los dioses, era tan
hermosa, y su aroma me estaba volviendo loco.
—Kenna. —susurré, bajando mi boca a la suya.
El timbre sonó.
Se apartó de mí de un salto, perdiendo el equilibrio cuando su
dedo se enganchó al anillo. El collar tiró con la fuerza, pero
entonces su dedo resbaló y casi se cayó hacia atrás. Me acerqué a
ella, pero se puso en pie y levantó las manos para evitar que me
acercara.
—Está bien. —dijo, con la voz ronca. Su mirada se volvió
hacia abajo—. Estoy bien. Ve a abrir la puerta.
Sí. La puerta.
—¿Y tú?
—Yo ... —Sacudió la cabeza una vez, luego se encontró con
mi mirada de nuevo. El momento que acabábamos de compartir se
había ido, y la fría y vigilante Kenna estaba de vuelta—. Debería
irme a casa.
No me gustó. Había demasiadas cosas de las que hablar, que
resolver. Por no mencionar que todavía tenía muchas ganas de
besarla. Pero antes de que pudiera protestar, el timbre volvió a
sonar. Asentí con la cabeza.
—Ya conoces la salida.
De mala gana, me alejé de la habitación y bajé las escaleras.
Oí cómo ella bajaba también y se dirigía a la parte trasera de la
casa. Con un fuerte suspiro, abrí la puerta principal.
Una mujer de mediana edad me sonrió. 272
—Hola. —Me ofreció un folleto de una nueva iglesia en la
ciudad—. ¿Le interesa?
—No. —espeté, cerrándole la puerta en la cara.
Me burlé. Por supuesto, tenía que ser algo sobre Dios y la
iglesia para interrumpirnos a Kenna y a mí. ¿Por qué no? Los
malditos dioses tenían un seco sentido del humor.
34

PASADO

Devon

LAS COSAS ENTRE DEVON y Kianna no volvieron a la


273
normalidad de inmediato, aunque su conexión se profundizó con
su secreto compartido. Él era cuidadoso con ella, siempre se
aseguraba de que estuviera bien, y de que no tuviera dudas de lo
mucho que le importaba, de que estaba ahí para ella en cualquier
momento, en cualquier segundo del día.
En un hermoso día de primavera, le dijo a Kianna que tenía
que ir al pueblo, para hacer algo relacionado con lo que era. No dio
más detalles, y agradeció que ella no preguntara más al respecto.
Debido al buen tiempo, la invitó a ir con él. También invitó a Selina
y a Calvin, que no pestañearon ante la oportunidad de escapar de
los deberes escolares y de sus tareas.
—¿Y el campo? —preguntó Kianna, mirando a su madre y a
Giles que ya estaban trabajando.
—Lo compensaré cuando volvamos. —prometió—. Sabes
que puedo.
Finalmente, ella aceptó y se dirigieron al pueblo. Lo primero
que hizo él cuando llegaron fue llevarlos a la tienda de dulces. Les
dijo que cogieran lo que quisieran.
Ella le tiró del brazo.
—No hace falta que te gastes el dinero en nosotros.
Devon le ofreció una pequeña sonrisa, su corazón se alegró al
ver que ella estaba preocupada por eso, pero aún más al saber que
podía darle mucho más.
—Quiero hacerlo. —Le dio un beso en la mejilla y su cara se
calentó—. Quédate aquí. Vuelvo enseguida.
Vio la pregunta en el nudo de su frente, pero una vez más, se
alegró de que ella no indagara. Se apresuró a salir de la tienda y se
dirigió directamente al callejón donde solía encontrarse con los
guerreros. Esta vez, Ryder le esperaba.
—Hemos descubierto quiénes son ese hombre y sus
demonios. —informó en cuanto vio acercarse al guerrero.
Se detuvo ante él, preparándose.
—¿Quiénes son? 274

—Son miembros de la Orden D'Ingur. —declaró Ryder—.


Como sospechábamos.
Devon maldijo en voz baja. Esto no era bueno. Si la Orden
D'Ingur iba tras Kianna, significaba que los dioses tenían razón. Tal
vez no sobre su maldad, sino sobre la oscuridad que llevaba dentro.
Sobre gente malvada usando su oscuridad para cosas malvadas.
Ryder prometió investigar más y buscar a la Orden D'Ingur,
mientras él la mantenía a salvo. O mantenía el mundo a salvo de
ella.
La frustración se extendía por los músculos del guerrero y,
aunque vio a Kianna, Selina y Calvin riendo cuando volvió con
ellos a la tienda, seguía sintiendo aprensión. Era sólo cuestión de
tiempo que la Orden volviera a perseguirla. No podía dejar que eso
sucediera. No lo permitiría. La protegería a ella y a su familia, y
mataría a cada uno de esos hombres y demonios malvados.
Si ella se dio cuenta de lo tenso que estaba él de camino a
casa, lo ocultó bien. En lugar de eso, enganchó su brazo con el suyo
y batió sus largas pestañas hacia él, haciendo que sus ojos azules
brillaran aún más. Un impulso de detenerse en medio del camino y
besarla lo golpeó con fuerza, y sólo no lo hizo porque los niños
corrían y jugaban mientras ellos caminaban.
Devon la miró, luego a los niños, y su pecho se llenó de
afecto... de amor. Aunque era un guerrero, aunque sabía que no
debía tener sentimientos humanos, no podía evitarlo.
Los amaba, simple y llanamente.
De vuelta a la granja, entregó una bolsa de caramelos a Selina
y Calvin. Los niños se la arrebataron de las manos y corrieron hacia
la mansión. Kianna parpadeó ante él.
—Eso es mucho azúcar. Si no duermen esta noche, serás tú
quien los cuide.
Deslizó sus manos sobre las de ella.
—No me importaría. —Miró más allá de su hombro, hacia el 275
campo de atrás. Tenía que recuperar el tiempo perdido mientras
estaba con Kianna y los niños, pero quería unos segundos más con
ella.
—Vamos.
La arrastró hasta el cerezo y el banco junto al lago. Se sentó,
pero ella no lo hizo. Se quitó los zapatos y los calcetines, se levantó
el vestido hasta las rodillas y se metió en el lago.
—Ah. —Soltó con un suspiro—. Esto es refrescante.
El sol brillaba en la superficie del lago. Su pelo parecía hecho
de fuego y su sonrisa era contagiosa. El corazón de Devon se
apretó. Y una vez más, se preguntó cómo una persona tan hermosa
y amable podía tener tanta oscuridad en su interior. ¿Por qué era
ella? ¿Por qué no otra persona, con el corazón y el alma podridos?
Sintió el tirón alrededor de su pecho, tirando de él hacia ella. Sus
ojos se fijaron en ella y la siguió.
—¿Devon? —preguntó, al ver que iba directo hacia ella.
Él no se detuvo. Rodeó su cintura con los brazos, acercó sus
labios a los de ella y los llevó al lago. Kianna dejó escapar un grito
contra sus labios, pero esa fue su única protesta. Medio segundo
después, le rodeó el cuello con los brazos y le devolvió el beso. Sus
labios eran suaves y su aroma a cereza era como una droga. Nunca
se cansaría de ella. Nunca se acostumbraría a lo increíble que era
tocarla y que ella le correspondiera.
Se sumergieron bajo el agua.
Cuando por fin salieron, sin aliento, pasó la mano por su pelo
mojado, peinándolo para apartarlo de su hermoso rostro.
—Te quiero. —Le confesó.

276
35

PRESENTE

Devon

SABÍA QUE ERA UNA MALDITA PESADILLA, pero hiciera 277

lo que hiciera, no podía despertar.


En mis sueños, Kenna caminaba por un camino de tierra unos
pasos delante de mí. Sus vaqueros y su camiseta se habían
transformado de repente en un vestido marrón, y su pelo se había
vuelto rubio. Mi anillo en su mano izquierda reflejaba la luz del sol.
Se dio la vuelta y me sonrió.
Entonces, la oscuridad descendió sobre nosotros y los
demonios se abalanzaron sobre ella. Ella gritó y desapareció en
medio del enjambre. Me puse la armadura, pero antes de que
pudiera desenfundar la espada, los demonios también me atacaron.
—¡Kenna! —grité, tratando de llegar a ella.
Volvió a gritar, esta vez de forma tan aguda, tan
ensordecedora, que el sonido penetrante explotó en mi cabeza.
Me desperté con una sacudida y me senté en la cama, con una
fina capa de sudor sobre mi pecho desnudo. Por los dioses, ¿qué
coño era esa pesadilla? Normalmente soñaba que estaba de vuelta
en el infierno, siendo torturado y castigado por los errores que
había cometido, los errores que no podía recordar. Pero esta vez,
había soñado con Kenna.
Algo de este sueño, de cómo ella estaba allí, llevando mi
anillo, sonriéndome, y luego siendo atacada por los demonios,
hacía cosquillas en mi mente. Había algo en él. Una pista, una pieza
de rompecabezas... algo. Sólo que no podía poner el dedo en la
llaga. Unos pesados pasos llegaron desde las escaleras. Dos
segundos después, Kenna irrumpió en mi dormitorio, la luz del
pasillo dejaba su silueta oscura.
—¿Estás bien? —preguntó, respirando con dificultad.
La miré fijamente.
Estaba apoyada en la jamba de la puerta, con el pelo castaño
que le caía como una cascada por la espalda y alrededor de los
hombros. La camiseta de tirantes que llevaba estaba pegada al
cuerpo, y no más que los diminutos pantalones cortos que
abrazaban sus muslos y su culo. Tragué saliva y encendí la tenue 278
luz de la lámpara de cabecera.
—¿He vuelto a gritar? ¿Te he despertado?
—Estaba despierta, no podía dormir. —Se apartó un mechón
de pelo—. Esta vez fue aún más aterrador. —Dio dos pasos hacia
mi dormitorio—. ¿Quieres hablar de ello?
Me pasé una mano por el pelo desordenado y bajé brevemente
la mirada. Cuando volví a mirarla, estaba de pie a un par de metros
de mi cama, pareciendo una visión.
—Se trataba de ti. —confesé.
Sus cejas se torcieron y se sentó en el borde de la cama junto
a mis piernas.
—¿Sobre mí?
—Sí... —Un zumbido recorrió mi cuerpo ante su cercanía—.
Normalmente mis pesadillas son sobre mi estancia en el infierno
y...
Se puso rígida.
—¿Estancia en el infierno?
Joder.
—Hace mucho tiempo, fallé en una misión y mi castigo fue
pasar un tiempo en el infierno.
—Mierda. —murmuró—. Te juro que, si no pudiera controlar
la oscuridad, diría que estás loco y que estás diciendo tonterías. Por
desgracia... —Señaló a los lados—. Aquí estamos. Un guerrero
mágico y una chica que tampoco es del todo humana. Qué pareja.
Una pareja.
No pude evitar preguntarme si ella era la chica de mis
visiones. Tenía que serlo. Había soñado que se transformaba de una
a otra, y por alguna razón, creí que este sueño había sido algo más
que eso. Me sentía atraído por ella de una manera que no podía
explicar. Ella conocía el anillo y tenía magia propia, magia oscura,
que atraía a los demonios hacia ella. Demonios que fui elegido para
279
matar. El hecho de que se mudara aquí, justo a mi lado, y este
empuje y atracción entre nosotros no era una maldita coincidencia.
Kenna inclinó la cabeza.
—No pareces estar bien.
Me di cuenta de que estaba mirando fijamente y bajé la vista.
Pero sólo por un segundo, porque no podía dejar de mirarla, aunque
quisiera.
—La pesadilla. Me asustó.
Sosteniendo mi mirada, preguntó en un susurro.
—¿Te asustaste por mí? —Bajé la barbilla en señal de
afirmación. Ella se acercó más—. Estoy bien. Ves, estoy aquí.
Dioses, ella no tenía ni idea de que yo sentía que estaba justo
aquí, y de lo mucho que estaba luchando por abrazarla, por tocarla,
por asegurarme de que estaba realmente bien.
—Yo... —Me acerqué y cogí su mano con la mía.
Una visión apareció ante mis ojos. De mí abalanzándome
hacia la mujer rubia, de sus gritos cuando la empujé al agua y de su
breve vacilación cuando mis labios se encontraron con los suyos.
Parpadeé y miré a Kenna, con el corazón acelerado.
—¿Has visto algo? —preguntó, con la voz baja. Asentí con
la cabeza. Llevé su mano a mi pecho desnudo y puse su palma sobre
mi corazón—. Está acelerado.
—Es por ti. —Mi voz era áspera, y mi corazón se aceleró más
con su piel presionada contra la mía.
Sus ojos azules brillaban en la penumbra. Dioses, no podía
soportar más esto.
Tiré de su brazo y la atraje hacia mí.

280

Kenna

NO ME RESISTÍ. Cómo iba a hacerlo cuando me miraba con


unos ojos oscuros tan intensos, cuando su corazón latía tan rápido
bajo mi palma, cuando parecía tan guapo y vulnerable en su cama,
con su escultural torso desnudo y llamándome.
Me desplacé hacia su regazo y me incliné hacia él al mismo
tiempo que me rodeaba con sus brazos y me abrazaba con fuerza.
Su respiración se convirtió en jadeos superficiales cuando inclinó
la barbilla hacia arriba y nuestros labios se encontraron. Una
sacudida me recorrió, encendiendo mis entrañas, calentando mi
deseo.
Su boca se movía contra la mía, tan suave, tan dura, tan
implacable. Separé mis labios y él tomó el control. Se apoderó de
mi cuerpo y mi alma con su beso, dejándome sin aliento, mareada.
No sabía que un beso pudiera saber tan bien, que pudiera hacerme
sentir tantas cosas al mismo tiempo.
Devon tiró del dobladillo de mi camiseta y yo levanté los
brazos. Rompimos brevemente el beso para que pudiera deslizar
mi camiseta por encima de mi cabeza. Luego, su boca volvió a estar
sobre la mía, con mi pecho pegado al suyo. Su piel estaba caliente
sobre la mía y podía sentir su corazón latiendo dentro de mí. Se me
escapó un grito ahogado cuando volvió a romper el beso y nos dio
la vuelta. Me tumbó en su cama y su poderoso cuerpo se cernió
sobre el mío. Sus ojos oscuros me absorbieron, explorando cada
centímetro de mi cara, de mis pechos desnudos, de mi vientre. El
calor se extendió por mis mejillas.
—Eres tan hermosa. —susurró.
Bajó su cuerpo hacia el mío y volví a jadear, disfrutando de
su peso presionado sobre mí. Se tragó mi jadeo con su boca antes
de profundizar el beso y mover sus caderas contra las mías,
281
provocando otro jadeo en mí.
Me sentía más grande que la vida, como si fuera a explotar en
cualquier momento, como si no pudiera saciarme de él, de sus
labios, de su cuerpo duro y caliente, de sus manos sobre mí. Todo
eso sólo se multiplicó una vez que toda nuestra ropa desapareció y
nos convertimos en uno. ¡Maldita sea! Me aferré a él mientras me
llevaba tan alto que nunca creí posible, con pequeños gemidos
escapando de mi garganta cada pocos segundos.
Después, Devon se tumbó a mi lado y me atrajo hacia él. Me
rodeó con sus brazos, abrazándome con fuerza, con su cabeza
acurrucada en mi hombro.
—Eres mi destino. —Me susurró al oído—. Estoy seguro de
eso.
Ese único pensamiento me apretó el corazón con fuerza.
Porque por mucho que me gustara la idea de ser su destino y
quedarme con él, sabía que no era posible. Lía y yo tendríamos que
irnos. Eso era seguro, sobre todo porque los demonios ya me habían
encontrado en esta ciudad. Mierda, ni siquiera se lo había contado
a Lia. Me pregunté si lo atribuiría a una coincidencia y lo ignoraría,
ya que ahora era feliz.
Giré la cabeza hacia él, queriendo verle, ese nuevo trozo de
mi propia felicidad, pero sus ojos estaban cerrados. Su respiración
se había ralentizado. Estaba profundamente dormido.
Me quedé allí, dejando que me abrazara, mientras yo lo
abrazaba a él, deseando que esto fuera un futuro viable.

282
36

PASADO

Devon

DEVON SABÍA QUE NO MERECÍA la felicidad que sentía. 283

Después de todo, no era humano.


No debería sentirse como un humano.
No debería amar a otro humano.
Pero no podía evitarlo. Amaba a Kianna más que a cualquier
otra cosa en este mundo, y tenía la sensación de que nunca había
amado a nada ni a nadie así en su anterior vida humana.
Siempre que podía, pasaba tiempo con ella. Tocándola,
haciéndola sonreír, cuidándola, besándola. Se sentía borracho,
completamente adicto a ella. Pero había momentos en los que se
obligaba a separarse de ella para poder trabajar en el campo.
Trabajaba sin descanso, a veces hasta bien entrada la noche, todo
para poder tomar más pausas al día siguiente, y estar al lado de la
mujer que le había robado el corazón.
Una tarde soleada, Devon trabajaba en el campo con Ofelia y
Giles, mientras Kianna educaba a los niños dentro de la mansión.
Contaba los minutos que faltaban para la hora de la cena, cuando
podría pasar unos minutos con ella. Con suerte, podría llevarla al
cerezo junto al lago, donde podrían estar a solas. Un carruaje
apareció a lo lejos en el camino de entrada a la granja. Devon se
puso rígido, observándolo.
—¿Quién puede ser? —preguntó Ofelia desde atrás. Se
limpió las manos en el delantal y salió rápidamente del campo.
Después de quitarse el delantal y lavarse las manos y la cara,
la mujer bajó la pequeña colina hasta la parte delantera de la
mansión mientras el carruaje se detenía a unos metros de ella.
Devon miró con curiosidad cuando un hombre mayor y otro más
joven salieron del carruaje y se inclinaron ante Ofelia. Ella les
sonrió ampliamente y les hizo pasar a la mansión.
Algo le dio un tirón en el pecho.
Al principio, lo ignoró y volvió al trabajo.
Pero al cabo de unos minutos, el tirón se convirtió en una
dolorosa punzada. Dejando caer sus herramientas, salió también
284
del campo. Se lavó la cara y las manos, se puso una camisa sobre
el torso sudado y se dirigió a la parte trasera de la mansión. Se quitó
los zapatos sucios y entró. Se detuvo en seco cuando vio que Ofelia
había invitado a ambos hombres a sentarse en su comedor,
raramente utilizado, y ahora estaba ocupada preparando el té.
—Ya basta. —Le dijo en voz baja a Kianna, que sostenía una
bandeja de plata en sus manos. Su madre colocó el agua caliente de
la tetera en una jarra pintada a mano y luego sobre la bandeja—.
Sólo escucha lo que tienen que decir.
Ninguna de las dos mujeres le vio allí mientras volvían al
comedor con su mejor vajilla y los últimos trozos del pastel que
Kianna había horneado ayer para los niños.
Ofelia indicó a ella que tomara asiento junto al joven,
mientras se sentaba al otro lado de la mesa. El hombre mayor se
situó en la cabecera de la mesa.
Frunciendo el ceño, Devon se acercó al comedor, pero
permaneció oculto a la vista. Algo le decía que no debía ser visto.
—Decías. —Instó Ofelia, sirviendo el té a ambos hombres.
El hombre mayor le sonrió. Devon los reconoció ahora. Lord
Sandler y Noel, el del baile. Era el que había bailado con Kianna.
—Parece que mi ahijado está enamorado de su hija. —declaró
Lord Sandler con una amplia sonrisa—. Tiene una pregunta para
usted, Lady Ofelia.
Noel se aclaró la garganta y enderezó la espalda.
—Me gustaría pedir la mano de Kianna en matrimonio.
Un cuchillo invisible me atravesó el corazón y lo retorció. La
mujer sonrió. Los ojos de Kianna se abrieron de par en par,
horrorizados.
—Eso sería maravilloso...
—¡Madre!
Ella soltó un chasquido, cortando lo que su madre hubiera
dicho. Pero Devon sabía lo que Ofelia quería. Habría estado de
acuerdo. Si de ella dependiera, su hija se casaría con ese joven 285
mañana mismo. Viendo que eran ricos y tenían estatus, Ofelia
incluso les daría a Selina gratis.
No. Devon sacudió la cabeza. La mujer no era tan despiadada.
Sí, quería que ella se casara con alguien rico, para que pudiera tener
un futuro mejor, y también para mantenerlos. Pero no iría en contra
de los deseos de su hija. ¿Lo haría?
Ofelia dirigió una sonrisa incómoda a ambos hombres.
—Discúlpenos.
Agarró el brazo de Kianna y tiró de ella hacia la cocina. Justo
en su camino. Los ojos de Kianna se abrieron aún más.
—Devon... —murmuró.
Una ola de rabia y celos se apoderó de los sentidos de Devon.
Antes de decir algo que no quería, salió de la casa y se dirigió al
campo. Comenzó a trabajar, tan rápido y furioso como pudo. ¿En
qué estaba pensando? Era un guerrero divino, no estaba hecho para
las emociones humanas. Estaba aquí para protegerla, para proteger
al mundo de ella. Nada más. Él no debía interferir en su vida, no de
esta manera. Si ella encontraba un hombre que pudiera darle un
futuro sólido, eso era bueno. ¿No es así? Sin embargo, no podía
borrar los sentimientos que había desarrollado por ella.

286
37

PRESENTE

Kenna

ESTA MAÑANA, me escabullí de la cama de Devon antes 287


de que se hubiera despertado. Fue más difícil de lo que esperaba,
dejar su cálida cama y su cuerpo caliente. Pero tenía que volver a
mi casa antes de que nadie se despertara. Pensé en dejarle una nota,
pero decidí que era demasiado. Más tarde, le enviaría un mensaje
de texto.
En mi casa, me puse una bata larga sobre la ropa de dormir y
me lavé la cara, fingiendo que acababa de despertarme en mi propia
cama. Preparé el desayuno para Lia, Selina y Kevin, luego ayudé a
los niños a prepararse para el colegio y los acompañé a la salida.
Cuando se fueron, me preparé otra taza de café y salí al porche
trasero. Sorbí el líquido caliente y me quedé mirando el cerezo.
El calor me envolvió al recordar lo que había sucedido
anoche. Después de lo que había pasado ayer por la mañana en el
supermercado, y de la pizarra que Devon me había enseñado en su
casa, no había podido dormir.
Había tenido razón. Estábamos conectados de alguna manera,
y Slater y sus demonios se estaban acercando. Esta paz era
temporal. Mi mundo perfecto se rompería más pronto que tarde.
Entonces, le oí gritar y corrí a su casa.
El resto... suspiré. Mis mejillas se calentaron al pensar en su
boca sobre la mía, su cuerpo deslizándose contra el mío, su aliento
en mi cuello, en mi oreja, en él abrazándome con fuerza mientras
dormía, espero que sin sueños.
Miré hacia su casa. No había ningún movimiento, ningún
sonido. Probablemente seguía durmiendo.
Continué con mi día: me duché, limpié mi habitación, lavé la
ropa, estudié para el GED, mientras miraba mi teléfono. Varias
veces, empecé a escribirle un texto...
¿ é á
ñ
í
288
¿
Pero cada vez, lo borraba. Todo lo que escribía sonaba
patético, a necesitada. No quería convertirme en una persona
pegajosa antes de que nada hubiera empezado.
¿Por qué tampoco me mandaba mensajes de texto? ¿Por qué
no había venido a hablar conmigo? ¿Se arrepentía de haberse
acostado conmigo?
No me arrepiento de haberme acostado con él.
Sacudiendo la cabeza, aparté los pensamientos de Devon de
mi mente y continué como si mi vida no hubiera cambiado de
alguna manera, sólo que aún no entendía cómo.
Me ocupé de otras tareas para mantener mi mente en otra cosa
hasta que Carol regresó de la escuela. Sabrina y Kevin llegaron
poco después y, como de costumbre, todos trabajaron en sus
deberes mientras comían los bocadillos que les había preparado.
Yo también aproveché ese tiempo para estudiar, aunque estaba
segura de que Lia y yo tendríamos que mudarnos pronto y no
podría hacer el GED. Carol acababa de irse a casa cuando Lia
volvió de la biblioteca.
—Kenna, ¿dónde estás? —Llamó desde la puerta principal.
—Aquí. —grité desde la cocina. Había estado cortando
cebollas y tomates con Sabrina para la cena, mientras Kevin
limpiaba las encimeras. Ella entró en la cocina con una enorme
sonrisa.
—¿Por qué esa sonrisa tan rara?
Se aclaró la garganta y señaló el pasillo. Un joven entró en la
cocina.
—¿Te acuerdas de Nigel? De la recaudación de fondos de la
biblioteca.
Fruncí el ceño, confundida.
—Sí, me acuerdo. —Le hice un gesto con la mano—. Hola
Nigel. 289

—Hola, Kenna. —Saludó con una pequeña sonrisa—. Siento


irrumpir así.
—Tonterías. —dijo Lia—. Me encontré con Nigel en la
biblioteca. Preguntó por ti y le sugerí que viniera a cenar. —
Rápidamente rodeó la isla y me apartó de la encimera—. Ve a
hacerle compañía mientras preparo la cena.
La miré fijamente, pero ella evitó mi mirada, sabiendo muy
bien que le daría una paliza por esta maniobra. ¿Estaba loca? ¿No
era suficiente tener a Devon, Carol, Sabrina y Kevin en nuestra casa
todo el tiempo? ¿Ahora tenía que traer a otro extraviado?
—Mamá. —murmuré apretando los dientes.
—Puedo ocuparme de todo. —Siguió empujándome hasta
que estuve al lado de Nigel. Nos hizo un gesto para que nos
alejáramos—. No te preocupes. Sólo... divertiros.
Él señaló la sala de estar y yo le seguí torpemente.
—Lo siento. —Se detuvo frente al sofá.
A nuestro alrededor, latas de pintura y brochas y otras
herramientas cubrían el suelo, un recordatorio de las continuas
mejoras en el hogar en las que habíamos estado trabajando desde
hacía tiempo.
—No pasa nada. —Me detuve a una buena distancia de él,
aún sin saber qué hacer con él hasta la hora de la cena.
—Tengo que confesar que no me encontré con tu madre por
casualidad. —Sus ojos se fijaron en los míos—. Fui allí porque
quería verte. No puedo dejar de pensar en ti. No desde la
recaudación de fondos.
Me acomodé un mechón de pelo alrededor de la oreja,
contenta de que hubiera vuelto al castaño y no al rubio. Lo último
que necesitaba era que alguien más viera más allá de mi disfraz.
—No sé qué decir. —admití.
Está bien, era agradable tener la atención de un chico guapo,
290
pero ya me había enamorado de otro, uno que era aún más guapo.
Mis mejillas se calentaron de nuevo sólo de pensar en Devon. Y
por supuesto, pensó que me sonrojaba por él.
—¿Te importa? —Señaló el sofá detrás suyo.
—Por supuesto que no.
Me acerqué y acabé sentándome en una pequeña escalera
plegable, ya que no me apetecía darle señales contradictorias
sentándome a su lado. Él inició una conversación, hablándome de
su trabajo y preguntando un poco sobre mí. Respondí
amablemente, pero no pregunté mucho, mientras echaba miradas a
la puerta de entrada y a mi teléfono, deseando que Devon entrara o
me enviara un mensaje de texto.
Pero no hizo ninguna de las dos cosas.
De hecho, ni siquiera vino a cenar. En su lugar, acabamos
entreteniendo a Nigel, que parecía decidido a complacerme. Lia me
empujó hacia él, como si fuéramos una pareja hecha en el cielo,
ignorando totalmente mis señales de que dejara de hacer esta
tontería. Sabrina y Kevin eran ajenos a todo esto, o simplemente
no les importaba.
Después de la cena y el postre, Lia me propuso acompañarlo
hasta su coche. Mi vientre se tensó en el momento en que salí al
porche delantero, siguiéndolo. ¿Y si Devon me veía con él? ¿Y si
Nigel intentaba algo mientras él miraba?
Me detuve en lo alto de la escalera. Nigel se dio cuenta de que
no le había seguido después de unos segundos y se dio la vuelta.
—¿Todo bien? —preguntó, regresando. Se detuvo al pie de
los escalones, a un par de metros de distancia.
Quería apartarlo, dar un paso atrás y poner más distancia entre
nosotros, pero temía ser irrespetuosa. Había sido muy educado esta
noche. No había razón para que yo fuera grosera con él.
—Sí. —contesté, manteniéndome firme.
—Kenna... —Hizo una pausa. Dio el primer paso, poniendo 291
su cabeza a mi altura, y muy, muy cerca—. Yo…
—Oye.
Giré, con los ojos muy abiertos ante la figura que se acercaba.
Como un depredador, Devon caminaba desde su porche hasta el
mío.

Devon

DESPERTARSE POR LA MAÑANA y no encontrar a Kenna


en la cama conmigo había sido un puto golpe para mi ego. ¿Qué
coño había pasado y por qué se había ido? ¿Se arrepentía de haberse
acostado conmigo?
Me levanté de la cama de mal humor y seguí con mi día como
si me hubieran metido un palo en el culo. No dejaba de mirar mi
teléfono, esperando un mensaje de ella, explicando por qué se había
ido, o pidiéndome que fuera.
Nada.
Salí a correr dos veces, ya que era la única manera de quemar
mi frustración y calmarme. Pero ni siquiera eso duró mucho. Lo
único que quería era ver cómo estaba, pero me comporté como un
niño y me negué a ceder primero. Hasta que vi el coche aparcado
junto al de Lia. ¿Quién coño había venido de visita? Seguí espiando
desde la ventana lateral, pero no pude ver mucho. Quienquiera que
estuviera aquí se quedó después de la cena.
Entonces, Kenna acompañó a una persona hasta la puerta
principal.
Nigel.
Me hirvió la sangre de celos, y antes de darme cuenta de lo
que estaba haciendo, salí de mi casa y marché hacia la suya.
292
—Oye. —Solté, llamando la atención de ambos.
Él retrocedió al instante un gran paso, y Kenna me miró con
ojos enormes, como si la hubieran pillado con las manos en la
masa.
Nigel enderezó la espalda.
—Buenas noches, Devon.
No estaba de humor para tonterías. Subí los escalones de la
entrada y me detuve justo al lado de ella, con mi cuerpo rozando el
suyo. Si no entendía la indirecta, entonces era más tonto de lo que
pensaba.
—¿Qué te trae por aquí? —pregunté, con una mordacidad
perceptible en mi voz.
—He venido a visitar a Kenna y Lia. —Su mirada se desplazó
entre los dos, con una pregunta en sus ojos. Luego, se posó en
ella—. Gracias por tu hospitalidad, Kenna. Hablaré contigo en otro
momento.
—Buenas noches, Nigel. —dijo ella, con la voz tensa.
En el momento en que salió de la calzada y empezó a andar
por la carretera, me dirigí a Kenna.
—¿Así que eso es lo que estuviste haciendo todo el día?
¿Saliste a escondidas esta mañana para poder pasar el día con él?
Me tapó la boca con la mano.
—Shhh. Alguien te va a oír.
Empujé su mano, pero me aferré a ella, temiendo que se
escapara de nuevo. ¿Desde cuándo me había obsesionado con una
chica? No era humano, por el amor de Dios.
Y, sin embargo, no podía ignorarlo. No podía ignorarla.
La atraje más hacia mí.
—¿Qué? ¿No quieres que nadie se entere de lo nuestro?
Ella inclinó la cabeza hacia arriba, más cerca de mí.
—¿Hay un nuestro? 293

Me acerqué y pasé las yemas de los dedos por su mandíbula,


por su cuello.
—Creía que lo había. Pero te fuiste esta mañana sin una
explicación.
Se estremeció ante mi contacto.
—No quería que Lia o los niños se despertaran y no me
encontraran en casa. —Apretó los puños en el borde de mi camisa,
acercándome aún más—. Pensé en dejar una nota, pero creí que me
enviarías un mensaje de texto cuando te despertaras.
—¿Y por qué no me enviaste un mensaje de texto?
Se encogió de hombros.
—Supongo que te estaba esperando.
Dejé escapar un fuerte suspiro.
—Supongo que los dos somos un poco tercos.
Se rió.
—¿Un poco?
Sentí que las comisuras de mis labios se levantaban. Me
incliné hacia ella, apoyando mi frente en la suya, y la rodeé con mis
brazos, abrazándola con fuerza.
—Ven esta noche otra vez. Te prometo que no me enfadaré
si desapareces antes de que me despierte. —Roce mis labios con
los suyos.
Ella volvió a temblar.
—Lo haré. —susurró.
Perdiendo la batalla contra mi autocontrol, le cogí la nuca y
cerré mi boca sobre la suya, besándola.

294
38

PASADO

Kianna

CUANDO DEVON LE PIDIÓ hablar con su madre y ella


295
después de que los niños se acostaran, su corazón empezó a
acelerarse y su mente dio vueltas. ¿De qué quería hablar? ¿Pediría
su mano en matrimonio? La idea era absurda. Devon no era del
todo humano, estaba segura de ello. No sentaría la cabeza y se
casaría con una humana, aunque le hubiera dicho que la amaba.
Pero aparte de esa idea, no podía pensar en nada más.
Finalmente, Selina y Calvin se fueron a la cama. Ella preparó
un té y se reunió con su madre y Devon en la cocina. Se sentaron
alrededor de la mesa, con sendas tazas de té de manzanilla
humeante. Él dejó escapar un largo suspiro y fijó sus ojos oscuros
en ella.
—Tenéis que iros. Todos vosotros. Esto no es seguro.
Mañana por la mañana, cuando los niños se despierten, empaquen
algunas cosas y váyanse.
Lo que Kianna esperaba que dijera, no era eso. ¿Irse? ¿De qué
estaba hablando?
—Devon, lo que dices no tiene sentido. —dijo su madre,
frunciendo las cejas.
—Vete tan lejos como puedas —continuó—. Incluso así,
puede que no estés a salvo. —Dio un golpe en la mesa,
sobresaltando a ambas mujeres—. Deberíamos despertar a los
niños e irnos ahora mismo.
—Espera, Devon. —Kianna sacudió la cabeza—. ¿De qué
estás hablando?
—¿Recuerdas a ese hombre? ¿Esos demonios? —preguntó.
Ella se quedó quieta. No pensó que él sacaría el tema delante de su
madre. ¿Cómo iba a explicarlo si ni siquiera ella lo entendía? Fuera
lo que fuera lo que había visto aquel día, prefería fingir que no
existía—. Son miembros de la Orden D'Ingur, y van detrás de ti.
Tras tus poderes. No descansarán hasta tenerte.
Ella se levantó de golpe y retrocedió unos pasos.
—Para. —murmuró.
—Sabes que no estoy mintiendo. —Se puso en pie, pero no
296
se movió de su sitio en la mesa—. Prometí que no volvería a
mentirte. Este soy yo, diciéndote la verdad.
Con el pecho apretado, ella negó con la cabeza.
—Eso no tiene sentido. —Se enfrentó a él con ojos muy
abiertos—. No soy nadie. No soy nada.
—Eso no es cierto. —dijo él en voz baja—. Puedes controlar
la oscuridad. Para esta gente, eres lo más preciado que podrían
tener.
—Pero...
—Es suficiente. —Su madre se levantó de la silla y miró
fijamente a Devon, con ojos duros—. No sé qué te pasa, Devon,
pero tengo que pedirte que pares. Lo que dices no tiene sentido, y
no permitiré que te quedes si continúas.
—Ofelia, por favor. —comenzó—. No he perdido la cabeza,
y no estoy mintiendo. —Se atrevió a rodear la mesa y acercarse a
ella—. Tú y tu familia os habéis convertido en algo especial para
mí. No quiero que os pase nada. Necesito que estéis a salvo, y para
eso, tenemos que irnos. Ahora.
—¡Devon! —gritó Ofelia, perdiendo la paciencia.
Kianna jadeó. Podía contar con una mano las veces que su
madre había perdido la compostura en su vida, y ahora era una de
ellas. Todo lo que pensaba de él antes se desmoronaba, ante esta
faceta suya.
—Por favor. —rogó él.
Un fuerte golpe vino de afuera.
Devon se puso rígido. Kianna aspiró con fuerza. El rostro de
Ofelia palideció.
—¿Qué fue eso? —preguntó su madre en un susurro.
Después de apagar la vela más cercana, Devon se acercó a la
ventana y miró hacia afuera. Maldijo en voz baja. Sus graves ojos
se encontraron con los de Kianna.
—Están aquí.
297
39

PRESENTE

Devon

DURANTE LAS TRES ÚLTIMAS NOCHES, Kenna había


298
venido a mi casa después de que todos en la suya estuvieran
durmiendo. Y volvió a marcharse por la mañana temprano, antes
de que se despertaran. Mi cama se sentía vacía una vez que ella se
iba. Para ser honesto, toda mi puta casa se sentía vacía y fría sin
ella, lo cual no tenía ningún sentido ya que había vivido aquí
durante casi dos años antes de que Kenna apareciera, y siempre me
había sentido cómodo aquí.
Ahora ya no.
Ahora sólo me sentía cómodo y aliviado y relajado cuando
estaba cerca de mí, al menos al alcance de la mano, si no podía
tener mi brazo alrededor de ella.
¿Cómo coño podía sentirme así por una mujer que acababa
de conocer? Pero no acababa de conocerla, ¿verdad? Aunque
seguía vislumbrando recuerdos cada vez que la tocaba, las visiones
no se habían aclarado. Sin embargo, estaba seguro de que Kenna
era la chica rubia de mis recuerdos. La había conocido hace muchos
años. Me había enamorado de ella. Y cualquier misión que había
fallado antes, estaba conectada con ella. Lo que significaba que mi
nueva misión también tenía que ver con ella. El hecho de no saber
de qué se trataba exactamente me provocó una sensación de
inquietud que no pude quitarme de encima.
Kenna y yo no sólo pasábamos las noches juntos. Después de
que los niños se fueran al colegio y Lia al trabajo, yo había ido a su
casa y habíamos pasado la mayor parte del día juntos. A veces sólo
hablando, a veces en un silencio familiar, y a veces en su cama. Me
pregunté cómo había vivido antes de conocerla. La respuesta era
jodidamente sencilla: No había vivido. Sólo había sobrevivido.
Después de que se fuera esa mañana, intenté dormir más. Su
presencia me había cambiado. Desde que ella empezó a dormir
aquí, no había soñado. Sólo me aferraba a ella y dormía. Pero ahora,
en el momento en que cerraba los ojos, las imágenes de mi última
pesadilla volvían corriendo hacia mí.
Kenna siendo tragada por los demonios.
Me senté en la cama con una fuerte inhalación. Aquello no
era un sueño. Lo sentí como una advertencia. Mis músculos se 299
tensaron de ansiedad mientras me levantaba de la cama, me ponía
unos pantalones, una camisa y unas botas y bajaba las escaleras.
Me paseé por el salón, observando desde las ventanas, esperando a
que los demás se fueran. Cuando los niños y Lia se marcharon,
crucé el patio y llamé a su puerta. Ella abrió y entrecerró los ojos
hacia mí.
—No te esperaba tan pronto.
Empujé y cerré la puerta tras ella.
—Yo ... —Me froté el talón de la mano sobre el pecho cuando
un dolor sordo comenzó allí. Me enfrenté a ella, todavía en pijama
con la bata atada a la cintura, y tomé sus manos entre las mías—.
Tengo un presentimiento. Una sensación de que las cosas no van
muy bien.
Sus cejas se fruncieron.
—¿Te refieres a ti y a mí?
Sacudí la cabeza.
—No, me refiero a mi misión. Siento que me falta una gran
pieza del rompecabezas, o piezas, y que algo está a punto de
explotarnos en la cara. —Volví a presionar una mano sobre mi
corazón—. No me gusta esta sensación.
Ella dio un paso más hacia mí y presionó su mano sobre la
mía.
—Sé lo que quieres decir. Desde aquel día en el
supermercado, siento que mi vida es una bomba de relojería. Será
sólo cuestión de tiempo que me encuentre.
—¿Quién? ¿De quién huyes?
Con un fuerte suspiro, soltó mis manos y retrocedió unos
pasos.
—Slater. Es el líder de la Orden D'Ingur. —Ese nombre. Me
llamó la atención, pero no pude recordar por qué exactamente—.
Me secuestró cuando tenía doce años. Sea lo que sea lo que me
300
hizo, no recuerdo mi vida antes de eso. —Se encogió de hombros.
Una bola de rabia floreció en mi pecho. ¿Ese tal Slater
secuestró a una niña?
—¿Te secuestró por tus poderes?
Ella asintió.
—Sí. Me enseñó a usar mis poderes. Y antes de que pienses
que estaba dispuesta, no lo estaba. Me torturó y allí conocí a
Cecilia. Me convertí en una hija para ella, así que la utilizó contra
mí.
No había preguntado por qué Slater había secuestrado a Lia,
y no lo haría ahora. Estaba claro que ella era sólo la guarnición
mientras Kenna era el plato principal.
—¿Qué quería contigo?
Sus manos empezaron a temblar.
—No importa. Lo único que importa es que no puede
encontrarme de nuevo. —Sus ojos azules se abrieron de par en
par—. No puede volver a cogerme, Devon. No puede. Si lo hace,
el mundo entero está condenado. —Se acercó a mí y me miró
profundamente a los ojos—. Devon, tienes que prometerme. Si
viene a por mí, no me dejes ir, aunque eso signifique que tengas
que matarme tú mismo.
Mi corazón se apretó dolorosamente. La rodeé con mis brazos
y la abracé con fuerza, inhalando su dulce aroma a cereza.
—No dejaré que te lleve. No dejaré que te haga daño.
Se apartó un poco y me miró a los ojos.
—Prométemelo.
Sacudí la cabeza.
—No puedo.
—Tienes que hacerlo. Prométemelo.
Llevé una mano a su cara y ahuequé su mejilla.
—Kenna, no puedo hacerlo, porque te quiero demasiado. 301

Se le cortó la respiración.
No había pensado antes de decir esas palabras; ni siquiera me
había dado cuenta de que mis sentimientos eran tan profundos hasta
que las palabras salieron de mi boca. Pero ahora que lo había dicho,
sabía que era cierto. La amaba. La quería muchísimo.
Ella se aferró a mis hombros.
—Yo también te quiero. —susurró.
Esas palabras...
Gemí y me abalancé sobre ella, reclamando su boca con la
mía. Separó sus labios y me dejó entrar, su lengua se entrelazó con
la mía. Joder, era divina. No me importaban sus poderes. Aunque
tuviera oscuridad pura en su interior, tenía que ser divina. No había
otra explicación.
La arrinconé contra la pared más cercana, apretando mi
cuerpo contra el suyo. No habían pasado ni un puñado de horas
desde la última vez que tuvimos sexo, pero no pude evitarlo. La
necesitaba. Era adicto a ella.
Pasé las manos por su muslo y tiré de ella, con la intención de
llevarla hasta su dormitorio, pero la solté rápidamente y salté hacia
atrás cuando se oyeron pasos desde fuera. La puerta se abrió y
Sabrina y Kevin entraron con grandes sonrisas.
—¿Qué hacen los dos aquí? —preguntó Kenna, alisando su
mano sobre su pelo—. ¿Habéis perdido el autobús?
—No. —respondió Sabrina, abriendo más la puerta. Un
hombre apareció detrás de ella—. Estaba esperando fuera. Nos
pidió que lo trajéramos aquí. Dice que es tu amigo.
Nigel entró en la casa, pero estaba diferente. Había una
energía a su alrededor que no estaba allí antes. Una pesada
oscuridad. Y por la forma en que Kenna se puso completamente
rígida a mi lado, supe que ella también lo sentía.

302
40

PASADO

Devon

—¿Q-QUÉ? —PREGUNTÓ KIANNA. Sus manos 303


empezaron a temblar.
—¿De qué estás hablando? —Ofelia se acercó a la ventana—
. ¿Quién está aquí? —Se asomó.
Devon volvió a mirar hacia fuera, más allá de la forma de
Ofelia. La colina estaba iluminada por cien antorchas, tal vez más,
cada una de ellas sostenida por un hombre o un demonio. Exhaló
un largo suspiro.
—Kianna, coge a tu madre, a los niños y escóndete en el
sótano bajo la mansión. Yo crearé una distracción para que
podamos escapar. —Lo miró fijamente, pero sus ojos estaban
desenfocados. La agarró por los hombros y la sacudió con fuerza—
. ¡Kianna!
Ella parpadeó, como si se despertara de un aturdimiento.
—Sí, sí. Lo haré.
Con movimientos rígidos, agarró los brazos de su madre. Tiró
de ella, que ahora estaba en shock después de ver la silueta de los
monstruos fuera de su casa. Pero, mientras las mujeres subían las
escaleras, un estruendo resonó en toda la casa. Las ventanas de
cristal se hicieron añicos cuando los demonios irrumpieron y
avanzaron hacia ellas. Kianna empujó a su madre a su espalda,
Ofelia gritó y Selina y Calvin salieron de sus camas gritando por
su madre.
El atuendo de Devon cambió en un abrir y cerrar de ojos y
desenfundó su espada, caminando hacia atrás hasta situarse frente
a Kianna y su familia. Era demasiado difícil frenar su rabia, su
frustración, mientras los demonios los rodeaban.
—¿Qué está pasando? —preguntó Selina, aferrándose a las
faldas de su madre y hermana.
—Haced lo que os digo. —Les ordenó Devon en voz baja—.
Y ahora mismo, intentad no moveros demasiado.
Cerró los ojos por un segundo y envió una oración a los
dioses. Necesito ayuda. Por favor, enviad a los guerreros.
304
Los demonios, con su piel resbaladiza y sus ojos rojos y
dientes afilados, les gruñeron. Él sabía que querían una carnicería.
Si de ellos dependiera, ya habrían matado a todos. No estaba seguro
de poder contener a tantos demonios, pero lo intentaría con todas
sus fuerzas.
Algo más estaba en juego aquí. Alguien más.
Como si hubiera escuchado sus pensamientos, un humano se
adelantó y los demonios se separaron, dejándolo pasar. Noel, el
joven señor que había pedido la mano de Kianna en matrimonio,
los miró con una sonrisa divertida.
—Así que tú eres el guerrero asignado para proteger a la
chica. Interesante.
Detrás de Devon, Kianna jadeó.
—¿Quién eres tú?
—Soy Noel. —dijo simplemente, como si eso respondiera a
la pregunta.
Ella gimió. Por el rabillo del ojo, vio como ella levantaba las
manos. Sintió el temblor en el aire mientras ella invocaba sus
poderes. Pero no tenía control sobre ellos, todavía no. No había
practicado; no sabía lo que estaba haciendo. En cuanto se apoderó
de la oscuridad, ésta desapareció de su control. Su rostro palideció.
—Buen intento. —Se rió Noel—. Es una pena que nos dijeran
que mantuviéramos un prisionero. —Levantó la mano por encima
de su cabeza—. Llévate a la chica. Maten al resto.
El miedo se apoderó de él. Los demonios se abalanzaron
sobre ellos. Devon blandió su espada, cortando a tres demonios a
la vez. Detrás de él, sintió el poder que provenía de Kianna mientras
lo invocaba, tratando de usarlo. Una bola de sombra apareció en
sus manos. Parpadeó, como si fuera inestable. La lanzó, pero
desapareció antes de golpear a ningún demonio. En cambio, ellos
le enseñaron sus afilados dientes. Luego, hundieron sus dientes en
su madre y sus hermanos.
305
El grito de Kianna llenó la mansión. Las lámparas de la
habitación parpadearon y luego se apagaron, sumergiéndolos en la
oscuridad. Los ojos de Devon se adaptaron enseguida a la
oscuridad, pero ella cayó de rodillas, temblando y sollozando.
Buscó los cuerpos de su familia, pero los demonios se los llevaron,
o lo que quedaba de ellos. Se le apretó el pecho por ella.
Mató a un demonio tras otro, intentando retenerlos, pero eran
demasiados. Las criaturas lo separaron de Kianna, y pronto, ella
había sido invadida por ellos. La retuvieron y ni siquiera intentó
defenderse.
—¡Kianna! —gritó, blandiendo su espada con más fuerza,
más rápido, tratando de cortar un camino de vuelta a ella. Pero por
cada monstruo que mataba, tres más entraban en la mansión,
manteniéndolo ocupado. Le pareció un segundo y una eternidad al
mismo tiempo, pero finalmente, los demonios la arrastraron fuera
de la mansión.
—¡No! —gritó, le dolía el pecho, sus músculos protestaban,
su cabeza se nublaba. ¿Qué estaba pasando?
Derrotado, Devon bajó la espada y se puso de rodillas.
No podía ganar esta batalla, no solo.

306
41

PRESENTE

Kenna

EL MIEDO ME ASALTÓ cuando Nigel entró en la casa, con 307


una sonrisa fácil en los labios y sus ojos oscuros fijos en mí. No era
el mismo Nigel de antes, el que había venido a cenar y quería pasar
más tiempo conmigo. No, ese Nigel había desaparecido. El cuerpo
que caminaba frente a mí había sido poseído por la oscuridad, por
el poder de un demonio, y sólo conocía una orden que pudiera
haber hecho algo así. Agarré a Sabrina y a Kevin y los arrastré
detrás de mí. Comprendiendo que algo iba mal, Devon se puso a
mi lado, un muro de poder.
—Mi querida Makenna. —dijo, con un tono espeso como la
miel. Y completamente falso—. Slater te ha echado de menos.
Mis ojos se entrecerraron mientras lo observaba. Podría
pedirle que se fuera, pero sabía que no lo haría. Podría preguntarle
por qué estaba aquí, pero ya sabía por qué. Además de decirles a
los niños que corrieran, no veía otra forma de evitar esta situación.
Dio un paso más y le apunté con la mano.
—¡Atrás! —Advertí, invocando mi poder.
—¿O qué? —preguntó divertido.
Era media mañana, pero de repente, el cielo se oscureció y
aparecieron sombras fuera de la casa.
Demonios.
Estábamos completamente rodeados.
—O te mataré. —Siseé.
No me consideraba una asesina, cuando lo único que hacía
era matar demonios y monstruos malvados, pero por él, haría una
excepción. A decir verdad, ya se había ido. En el momento en que
el demonio retirara su agarre sobre él, Nigel sería un cuerpo sin
vida.
Una bulliciosa carcajada estalló en su garganta y se llevó la
mano al estómago, como si yo hubiera contado el chiste más
divertido del planeta. Al segundo siguiente, la risa desapareció. Sus
ojos volvieron a fijarse en los míos, con un destello oscuro en sus
profundidades.
308
—Atrapadla. —gruñó.
Los demonios irrumpieron en la casa.
—¡Los niños! —Le grité a Devon, empujando a una Sabrina
gritona y a un Kevin llorón hacia él—. Llévatelos. Sácalos de aquí.
Dudó durante medio segundo. Luego, agarró a los niños por
los hombros y los empujó por la casa. Y me enfrenté a Nigel y a
los demonios, con mi magia al alcance de la mano.

Devon

POR INSTINTO, empujé a los niños hacia la puerta más


cercana, la magia a mi alrededor funcionando y mi atuendo
cambiando a mi uniforme de cuero de guerrero, con las espadas a
mi espalda.
Los demonios que habían roto las ventanas para entrar en la
casa aparecieron ahora en nuestro camino hacia la puerta principal,
haciendo que los niños gritaran más.
—Sólo... no os separéis de mí. —Les dije mientras los guiaba
a ambos detrás de mío.
Observando a los demonios, saqué mi espada de la vaina y
me abalancé sobre el primer demonio antes de que pudiera
atacarnos. Atravesé su pecho y su sangre oscura manchó mi espada
y el suelo a mis pies. Seguí con el siguiente demonio, y el siguiente,
y el siguiente, hasta que el camino volvió a estar despejado.
—Vamos. —Me volví hacia los chicos, pero ambos se
quedaron unos metros atrás, con los ojos enormes, las caras blancas
y los miembros temblando como bambúes al viento. Joder, esto era
demasiado para ellos—. No tengo tiempo para explicarlo. —Los 309
agarré por los hombros y los dirigí hacia la puerta. Más demonios
entraron en la casa a través de las ventanas rotas. Abrí la puerta y
empujé a los niños hacia fuera—. ¡Corred! ¡Corred a ver a Lia en
la biblioteca! Ella sabrá qué hacer. No os paréis por nada. —Los
dos me miraron fijamente, demasiado aturdidos para moverse—.
¡CORRED! —rugí.
Tropezando con sus propios pies, salieron hacia la calle.
Envié una oración silenciosa a los dioses y esperé que los chicos
estuvieran bien, que encontraran a Lia y escaparan de esta ciudad.
Hice girar la espada en mis manos y me volví hacia los
demonios que se agolpaban en el pasillo. Corrí hacia ellos, a través
de ellos, acuchillando y cortando y empujando donde fuera
necesario. Aunque el pasillo sólo tenía unos metros de largo, me
pareció que tardaba una eternidad en cruzarlo. Las luces de la casa,
que habían estado apagadas, parpadearon y la oscuridad llenó la
cocina.
—¡Fuera! —gritó Kenna, liberando su poder en Nigel.
Lentamente, su pelo comenzó a cambiar, el color marrón se
desvaneció, mostrando el rubio de sus hebras. El hombre levantó
los brazos y la oscuridad se reflejó en él, como si sostuviera un
escudo. Ella se tambaleó, sorprendida por esto.
—¿Te gusta mi nuevo truco? —preguntó, manteniendo su
sonrisa enfermiza—. Entonces prueba éste.
Lanzó su brazo, una daga apareció en su mano y voló hacia
Kenna. Ella gritó cuando la hoja se enterró en su hombro.
—¡Kenna! —grité, cortando mi espada a través de la garganta
de un demonio.
—Mátalo. —ordenó Nigel, sin dejar de mirarla. Más
demonios pululaban por el pasillo desde la cocina, interponiéndose
entre ella y yo.
La rabia roja llenó mi visión y blandí mi espada.
Pero no fue suficiente. 310
Herida, Kenna no podía luchar contra él y los demonios.
Nigel se inclinó sobre ella, le puso un paño blanco sobre la nariz y
la boca, y cuando se desmayó, un demonio la levantó en brazos.
—¡No! —grité, moviéndome más rápido, matando más
rápido.
Pero cuando maté a todos en mi camino, ya era demasiado
tarde. Se habían llevado a Kenna.
Una soga se apretó alrededor de mi pecho, dificultándome la
respiración. El mundo se oscureció y caí de rodillas, mareado. Este
dolor... este dolor que asaltaba mi corazón, esta desesperación por
salvarla, lo había sentido antes.
Un dolor de cabeza sordo empezó a surgir detrás de mis
sienes mientras mis recuerdos regresaban.
42

PASADO

Kianna

DENTRO DE UNA JAULA en la parte trasera de un carruaje,


311
Kianna permanecía drogada. En los pocos momentos en los que
obtuvo claridad, pudo comprobar que llevaba varios días en el
camino. Pero no sabía cuántos, y cada vez que miraba a su
alrededor, no reconocía nada. Incluso el paisaje había cambiado,
no una, sino varias veces. Primero había un espeso bosque, luego
un largo lago, y ahora un camino trillado, y muchas rocas y
acantilados.
Pero más que el hecho de estar encerrada y no saber dónde
estaba, lo que la llenaba de un miedo puro e insólito, era la gente
que la rodeaba.
No, no la gente.
Demonios.
Así los había llamado Devon, así los había llamado Noel
cuando la había metido en la jaula. Sus brazos temblaban y su
estómago se retorcía cada vez que sus ojos se posaban en ellos.
Algunos se parecían, con una piel resbaladiza y grisácea,
extremidades largas y rostros deformes con ojos amarillos y dientes
afilados. Pero también había otros distintos. Algunos bajitos y
fornidos, otros que parecían hechos de sombras, e incluso otros que
parecían fantasmas con cuerpos translúcidos que flotaban sobre el
suelo.
En sus breves momentos de claridad, bajó la cabeza, cerró los
ojos y se dijo a sí misma que esto no podía ser real. No estaba
sucediendo. No había demonios, ni personas que la persiguieran.
No estaba en una jaula. Y su familia no había sido asesinada delante
de sus narices.
Las lágrimas le quemaban los ojos y sollozaba recordando sus
rostros aterrorizados, sus gritos. Su sangre salpicando por todas
partes.
—Estás despierta. —dijo Noel.
Ella se escabulló hacia una esquina de la jaula, pero fue en
vano. Los demonios cerraron sus garras alrededor de sus brazos a
través de los barrotes de madera. El hombre rodeó la jaula y le puso
la tela blanca sobre la nariz. Trató de no respirar, pero fue 312
imposible. Sus párpados se volvieron pesados, su visión se
oscureció, sus miembros se ablandaron y volvió a caer en un
profundo sueño.

CUANDO KIANNA VOLVIÓ A DESPERTAR, no estaba en


la jaula. No, estaba en el frío suelo de piedra de una sala cavernosa,
con las manos atadas por cuerdas que se clavaban en su piel en
carne viva. La cuerda estaba atada a un gancho en el suelo. Se
mordió un sollozo. No había estado soñando. Había demonios por
todas partes, observándola con ojos hambrientos. Si se movía en
sentido contrario, se la comerían viva.
¿Acaso le importaba ya? Su madre, Selina y Calvin se habían
ido. ¿Y Devon? ¿Seguía vivo? Dios, esperaba que lo estuviera, y
que fuera lo suficientemente inteligente como para mantenerse
alejado. Incluso con sus poderes, no sería lo suficientemente fuerte
como para rescatarla de tantos demonios.
Estos se separaron y un hombre caminó hacia ella. No era el
mismo hombre de antes -Noel estaba unos pasos atrás-. Otro
hombre, más alto, con un rostro más áspero, más imponente. Lord
Sandler, el que la había invitado al baile semanas atrás.
—Kianna, es un placer volver a encontrarte. —dijo, con voz
grave—. Es un gran honor tenerte aquí con nosotros.
Ella hinchó el pecho, tratando de ser valiente.
—¿Quiénes son ustedes? ¿Dónde estoy? ¿Y qué demonios
quieres de mí?
Sandler le mostró una sonrisa brillante.
—Soy el líder de la Orden D'Ingur, y tú, querida, eres la llave.
Ella frunció el ceño.
—¿Llave?
—Eres la única persona en el mundo que puede conjurar y 313
manejar la oscuridad, lo que significa que eres la única que puede
abrir esta cámara. —Se hizo a un lado, con el brazo extendido,
señalando la oscuridad más allá de él.
Al principio, ella no vio nada más que la piedra que formaba
la caverna, pero luego su vista se ajustó y lo vio. Dos altas puertas
talladas en la piedra, con símbolos grabados en su superficie
iluminados por la luz oscura. Unos dedos invisibles le recorrieron
la columna vertebral, helándole los huesos.
—¿Qué hay en esa cámara?
—Ingur, el mayor demonio de todos los tiempos. —afirmó,
como si eso fuera de dominio público—. Hace mucho tiempo, los
guerreros lucharon contra Ingur y lograron apresarlo y esconderlo
aquí. Llevó tiempo, pero la orden nunca se rindió. Y aquí estamos.
—Le sonrió triunfalmente—. Lo encontramos y te encontramos a
ti, la única que puede liberarlo.
Si pensaba que ella le abriría las malditas puertas, estaba muy
equivocado.
—No voy a abrir eso.
Su sonrisa se desvaneció.
—¿Quién dice que tienes alguna opción en el asunto? —Se
dirigió hacia ella, con pasos tan medidos que le pusieron la piel de
gallina—. Sería más fácil si lo abrieras de buena gana, pero dudaba
que fuera así, por eso que lo tengo todo preparado. —Golpeó el
suelo con sus botas. Los mismos símbolos de la puerta estaban
grabados en el suelo de piedra, formando un círculo a su
alrededor—. Una vez que active el hechizo, no habrá vuelta atrás.
La desesperación floreció en su pecho. No podía permitir que
este loco liberara a un poderoso demonio. Se sacudió contra las
cuerdas que la ataban al suelo, pero sólo se clavaron en su piel en
carne viva.
—¡No te lo permitiré! —gritó, con la frustración y el pánico
subiendo a su garganta.
Él se rió.
314
—Pobrecita. —Extendió la mano y Noel se adelantó. Puso
una daga de plata en la mano de Sandler—. Gracias por tu ayuda.
—Se inclinó sobre ella, con la daga apuntando a su pecho.
Un gemido sacudió su cuerpo, pero cerró los ojos y trató de
quedarse lo más quieta posible. Si iba a morir, lo haría con
dignidad. Un ZOOM resonó en la caverna y el tintineo del metal.
Sus ojos se abrieron de golpe y vio a Sandler, con la daga en el
suelo de piedra a varios metros de ella.
Miró a su alrededor, pero no tuvo que buscar mucho.
Devon. Estaba en la entrada de la caverna, estoico y fuerte.
Y no estaba solo.
Devon

NUNCA SE PERDONARÍA por no haber podido salvar a


Ofelia, Selina y Calvin. Pero aún podía salvar a Kianna.
Poco después de que se la llevaran, llegó la caballería. Ryder,
Owen y una docena de guerreros más irrumpieron en la mansión,
matando a todos los demonios que había en su camino. Desde allí,
fueron llamados ante los dioses. Devon no quería ir, ya que tenía
que ir tras Kianna, pero no podía desafiar una orden directa.
Los dioses le explicaron lo que estaba sucediendo. La famosa
Orden de D'Ingur había vuelto. A decir verdad, nunca se había ido,
sólo estaba en un segundo plano, reuniendo miembros e
investigando. Hasta ahora. Habían encontrado el lugar oculto
donde los guerreros habían apresado a Ingur hacía siglos, y habían
315
encontrado a la única humana que podía liberarlo.
Kianna y sus poderes.
Por eso lo habían enviado a protegerla. Para proteger al
mundo de ella. Porque si Sandler, el líder de la Orden D'Ingur, le
ponía las manos encima, el mundo estaría en grave peligro. Los
dioses permitieron a Devon y a los otros guerreros ir, para intentar
detener a la Orden D'Ingur antes de que fuera demasiado tarde.
—Aunque tengas que matarla tú mismo. —dijo una de las
diosas justo antes de irse—. Si eso es lo que hace falta para evitar
que este demonio se alce, entonces tienes que hacerlo.
Él quería discutir, pero no tenía tiempo que perder. En lugar
de eso, se puso en marcha con los guerreros, siguiendo las débiles
huellas dejadas por los demonios. Mientras tanto, su mente daba
vueltas rápidamente, tratando de encontrar una solución.
Cuando llegaron a la cueva oculta en medio de la nada, aún
no había encontrado una solución. Si se daba el caso, no sería capaz
de matarla. Si llegaba a eso, sabía que incluso lucharía contra los
otros guerreros, sus hermanos, para salvarla.
Sintiéndose agitado, se lanzó al interior. Sandler sostenía una
daga, preparado para apuñalar a Kianna en el pecho.
Tan rápido como pudo, sacó una daga más pequeña y la lanzó,
con una puntería certera. La punta golpeó la mano del líder,
haciendo que la daga saliera volando.
Sandler se dirigió hacia él, con los dientes apretados.
—¡Mátenlos a todos! —rugió, y las palabras resonaron en la
cueva.
Los demonios se abalanzaron sobre ellos, pero los guerreros
estaban preparados. Se encontraron a mitad de camino. Devon los
atravesó como si fueran de papel, tratando de llegar a Kianna.
Sandler se inclinó sobre ella y le agarró la garganta,
asfixiándola.
—¡No! —gritó—. ¡Kianna!
Su rabia se volvió roja. Blandió su espada aún más rápido, 316
con más fuerza. Mató sin pensar. Si otro guerrero se hubiera
interpuesto en su camino, ni siquiera se habría dado cuenta. Mataría
a cualquiera para llegar a ella.
Su mundo se congeló.
El líder hundió una daga en su estómago.
—¡No! —gritó.
El mundo se congeló. Devon se detuvo, su espada cayó de su
mano.
Sandler soltó a Kianna y ésta cayó al duro y frío suelo, como
una muñeca de trapo. Las sombras se deslizaron desde ella, sin que
lo supiera, con fuerza, flotando hacia las enormes puertas que
atravesaban la cueva. Una luz negra brilló desde los símbolos
tallados en la puerta y a través de las grietas. Un escalofrío retumbó
en la caverna y, lentamente, las puertas se abrieron.
Todos los presentes en la cueva se detuvieron, observando.
Otro estruendo resonó en las puertas de piedra, como un suspiro o
un gemido.
Entonces, unas piernas grandes y negras aparecieron por la
entrada.
Ingur.
—¡Maten al demonio! —gritó Ryder desde algún lugar detrás
de él.
Eso lo sacó de su aturdimiento, pero no fue a por el demonio.
Fue hacia Kianna. Se precipitó hacia ella, resbalando sobre la
sangre roja que se acumulaba debajo. Reprimió un sollozo mientras
se arrodillaba junto a ella y la cogía en brazos.
—No, no, no.
Su cabeza se cayó hacia atrás en el surco de su codo y sus
ojos parpadearon, como si estuviera buscando su rostro.
—¿Devon?
Su voz era muy débil. Otro sollozo sacudió su cuerpo.
317
—Estoy aquí. —La abrazó con fuerza—. Por favor, aguanta.
Voy a arreglar esto.
Ella levantó una mano temblorosa hacia su cara, pasó sus
dedos por su mejilla.
—Sólo... quédate conmigo.
Volvió a sollozar.
—Para siempre. —susurró.
Ella dejó escapar un suspiro superficial, parpadeó una vez
más. Su mano se deslizó hacia abajo de la cara de Devon.
Su pecho dejó de moverse.
Su corazón dejó de latir.
Devon gritó, un sonido estridente que hizo temblar las
paredes, el mundo entero. Y, sin embargo, la lucha continuó, como
si el amor de su vida no hubiera muerto en sus brazos.
Por su culpa.
Porque no pudo protegerla.
Porque no podía mantenerla a salvo.
La recogió en su regazo y le puso las manos sobre el pecho.
Entonces, lo vio. El anillo que le había regalado. El anillo que ella
no se había quitado, excepto durante su breve malentendido.
Inhalando profundamente y limpiando sus lágrimas, deslizó el
anillo de su dedo y se lo puso en su dedo meñique, le quedaba
demasiado apretado, pero no le importó. Con cuidado, la depositó
en el suelo, prometiendo volver, para darle a ella y a su familia un
entierro adecuado.
Luego, recogió su espada y se volvió hacia Ingur. Aunque lo
matara, pondría a este demonio en su lugar y haría todo bien.

318
43

PRESENTE

Devon

ME LLEVÉ UNA MANO A LA CABEZA mientras el resto de


319
los recuerdos volvían a mí. No había matado a Ingur. Ni entonces,
ni después. La batalla contra él se prolongó durante años. Destruyó
pueblos y ciudades, y mató a mucha gente.
Pero no había podido luchar en esa guerra. Yo había sido
llamado por los dioses y ellos me castigaron por no impedir que
Sandler abriera la cámara de nuevo: Me enviaron al infierno por
algunos siglos.
Y ahora sabía por qué me habían traído de vuelta. Porque
Kianna había renacido en Kenna, y yo tenía que hacer todo esto de
nuevo.
Golpeé la isla de la cocina a mi lado. Ya había vuelto a
fracasar en este maldito asunto. Noel, ahora Nigel, me la había
arrebatado.
Pero esta vez... esta vez, no fallaría.
Esta vez, la salvaría.
44

PRESENTE

Devon

320
TODO MI DUELO, toda mi desesperación pasó a un segundo
plano ante la rabia y la determinación que sentía. Aferrándome a
esos sentimientos, me moví. Fui a mi casa e invoqué a los dioses.
A los guerreros. A quienquiera que quisiera escucharme. Ni cinco
minutos después, Ryder apareció en mi patio trasero. Salí y me
encontré con él.
—¿Has fallado? —Miró a la casa junto a la mía, a las
ventanas rotas y al porche arruinado—. ¿Otra vez?
Me crucé de brazos y me enfrenté a él.
—Todavía no he fracasado. Y permíteme decir que este
contratiempo sólo existe porque los malditos dioses no me contaron
una mierda sobre esta misión. —Mi voz se elevó. A estas alturas,
los vecinos probablemente nos estaban observando. La casa
destruida. Los dos tipos con ropas extrañas, portando armas. Y
ahora los gritos. No me importaba un carajo—. Ahora, ¿dónde coño
está la tumba?
Ryder dejó escapar un largo suspiro.
—Está bajo un fuerte abandonado a sesenta kilómetros al sur
de aquí. —Asentí con la cabeza y comencé a marchar por el patio.
Me siguió al interior—. Voy contigo.
Apreté los dientes.
—No necesito tu ayuda.
Me agarró del brazo y me tiró hacia atrás.
—Soy tu amigo. Quiero ayudar.
Le solté el brazo de un tirón.
—Como quieras.
La verdad era que me alegraba de que viniera conmigo. No
estaba seguro de poder enfrentarme a Nigel y a docenas de
demonios yo solo. No estaba seguro de que los dos pudiéramos
hacerlo. Pero tenía que intentarlo.
Nos subimos a mi coche. Un momento después, estábamos 321
en la carretera, dirigiéndonos al fuerte. Pisé el acelerador y fui tan
rápido como el coche lo permitía. Como esperaba, alcanzamos a
Nigel en menos de treinta minutos.
Una fila de furgonetas negras seguía la curva de la carretera
como una serpiente que se retuerce. Acelerando un poco más, pasé
por delante de ellas y lancé mi coche en su dirección. La primera
furgoneta intentó desviarse y adelantarme, pero puse la marcha
atrás y golpeé su parte delantera, deteniéndola por completo. La
siguiente furgoneta no tuvo mucho tiempo para frenar. El
conductor la sacó de la carretera y se estrelló contra la cuneta, con
el humo brotando del radiador. Esperaba que ella no estuviera en
esa. Las siguientes furgonetas se golpearon entre sí al frenar para
evitar los vehículos detenidos.
Ryder y yo nos movimos, yendo de una a otra, buscando a
Kenna y acabando con los demonios. Despejamos las dos primeras.
Para entonces, los demonios habían salido de las otras y se pusieron
en posición alrededor nuestra. Y justo detrás de ellos estaban Nigel
y Kenna. Sus ojos se fijaron en los míos y su nombre subió a mi
garganta, pero me contuve. Tenía las muñecas y los brazos atados
con gruesas cuerdas y un trozo de tela le amordazaba la boca; su
pelo rubio volaba detrás de ella. Él sostenía una daga sobre su
pecho.
—Un paso más y la mataré. —declaró, con la voz lo
suficientemente alta como para ser oírlo por encima de los siseos y
gruñidos de los demonios.
—Va de farol. —Me susurró Ryder.
—Lo sé. La necesita viva hasta que esté cerca de la cámara.
—¿Al ataque?
—Oh, sí.
Nos abalanzamos sobre los demonios. Los atravesamos como
si estuvieran hechos de aire. Por el rabillo del ojo, observé a Nigel.
Como pensé, simplemente se aferró a ella y se retiró a la camioneta
en la parte trasera. La metió dentro y se puso al volante. Giró la
llave. El motor chisporroteó, pero no volvió a la vida. 322
Cuando había menos de diez demonios con los que lidiar, fui
tras Kenna, sabiendo que Ryder podía encargarse de ellos. Nigel
me vio llegar y abrió de golpe la puerta del conductor, con la daga
en la mano.
—¡Detente!
—¿O qué? —pregunté, con los dientes apretados.
No le di tiempo a responder. Golpeé mi espada con fuerza,
arrancando la daga de su mano. Luego, le clavé la espada en el
pecho, justo en el corazón. Aparté la espada y dejé que su cuerpo
cayera a mis pies. Asqueado, pasé por encima y abrí la puerta de la
furgoneta.
Kenna se encogió en la parte trasera, con los ojos ligeramente
aturdidos. Lo que sea que le habían dado todavía la confundía. Pero
cuando me vio, sus hombros se relajaron y un sollozo sacudió su
cuerpo. Me acerqué a ella y le arranqué la mordaza de la boca y las
cuerdas de los brazos y el torso. Se inclinó hacia mí y la atraje hacia
mi regazo.
—Shh, ahora estás a salvo.
Le pesaban las extremidades, pero se abrazó a mis hombros,
con su cara en mi pecho. Levantó la barbilla y me miró.
—Viniste.
Asentí con la cabeza, y finalmente la presa se rompió dentro
de mí. El alivio recorrió cada centímetro de mi cuerpo. Lo había
hecho. La había salvado.
Y no la dejaría ir.
La protegería hasta el final de nuestros días.
Nada más, nadie más, le haría daño.
—Por supuesto que vine. —Le cogí la cara y le pasé el pulgar
por la mejilla, contento de que estuviera bien—. Siempre vendré.
Apoyó su mano en la mía. Sus cejas se curvaron hacia abajo
y su mirada se dirigió a mi cuello. No, a mi clavícula. Levantó la 323
mano y tiró del cuello de mi chaleco hacia abajo, dejando al
descubierto la cadena de plata. Sacó el collar de debajo y se quedó
mirando el anillo -su anillo- como había hecho antes.
—Este anillo. —susurró. Lo apoyó en la palma de su mano.
Un grito ahogado salió de sus labios y sus ojos se abrieron de par
en par. Parpadeó rápidamente un puñado de veces y luego me miró,
con sus ojos en los míos, todavía enormes—. Me acuerdo. —
susurró—. Lo recuerdo todo.
45

PRESENTE

Kenna

DE VUELTA A MISTY HILL, volví a colocarme la venda a


324
medias que Nigel me había puesto en la herida del hombro, la que
él me había infligido. Al menos no era profunda y debería curarse
bien. Le conté a Devon mi pasado en esta vida. O al menos, lo que
sabía de él. Supongo que Slater me había borrado los recuerdos de
mi infancia para facilitarle las cosas, para que no luchara contra él.
Pero siempre luché. Desde el momento en que me secuestró y me
encerró en su mansión oculta, luché contra él. Había otras chicas
allí, chicas humanas a las que vendía como si fueran ganado;
Cecilia estaba entre ellas. Pero Slater no la había vendido. La
mantenía allí para cuidar de las chicas antes de venderlas al mejor
postor. Gracias a eso y a la venta de drogas tenía dinero para poseer
una mansión tan grande y tener tantos lacayos para llevar a cabo su
operación principal: encontrar la tumba de Ingur.
Esto, por supuesto, se dividía en dos pasos: encontrar al que
podía abrir la tumba y encontrar la tumba. Recordé lo emocionado
que había estado cuando me trajo por primera vez a su mansión.
Me trató de pequeña como a una reina, dándome todo lo que pedía,
menos la libertad. Pero a medida que pasaba el tiempo y no podía
encontrar la tumba, se agravaba. Empezó a arremeter contra Cecilia
y contra mí. Empezó a utilizarme a mí y a mis poderes en su
beneficio, robando gente y socavando a poderosos demonios. Yo
siempre me negaba, pero él amenazaba con hacer daño a Cecilia,
la única persona que me importaba, la madre que no tenía, la que
cuidaba de mí. Así que hice todo lo que me pidió, y después, lloré
durante días, sin poder dormir por las pesadillas que me asaltaban.
Intenté escapar varias veces, pero me rendí porque cada una
de ellas me atrapaban. Él me golpeaba hasta casi matarme, y luego
también hería a Cecilia.
Cuando fui mayor y más fuerte, empezó a formarse un plan
en mi mente. Mis poderes crecieron conmigo, pero no se lo revelé.
No le mostré todo lo que podía hacer, porque si lo hubiera sabido,
habría reforzado la seguridad alrededor de la mansión, alrededor de
mí. Habría tenido más demonios vigilando cada movimiento que
hacía. En cambio, pensó que yo era más débil de lo que realmente
era, y sólo servía para abrir la cámara. Que nunca dejó de buscar.
De hecho, las pistas empezaron a alinearse, y parecía que estaba
cada vez más cerca de encontrar la maldita tumba, lo que 325
significaba que tenía que huir. Cecilia y yo esperamos el momento
adecuado. Tardamos unos meses, pero en una de las pocas salidas
a las que nos llevó a las dos -cuando yo debía usar mis poderes en
su beneficio, y él llevaba a Cecilia como refuerzo para que yo
cooperara- nos defendimos y escapamos.
Al principio, fue una persecución mortalmente salvaje, y
Cecilia y yo no dejamos de correr durante meses, temiendo que si
nos deteníamos un segundo, nos atraparían.
Hasta ahora.
—Debería haberlo sabido. —murmuré, mirando por la
ventana el paisaje—. No deberíamos habernos detenido aquí
durante tanto tiempo. En el fondo sabía que nos encontraría, y aun
así, permití que nos quedáramos.
Devon se acercó desde el otro lado del asiento y cogió mi
mano entre las suyas.
—Me alegro de que hayas parado aquí. Si no, no te habría
encontrado. —Levantó mi mano y depositó un rápido beso en mi
piel, sus ojos siempre en la carretera.
Un escalofrío recorrió mi brazo, llenándome de amor. A pesar
del poco tiempo que llevábamos juntos en esta vida -y en la
anterior- mis sentimientos por él eran exactamente los mismos. Lo
amaba con todo mi corazón, y tenerlo aquí, sosteniendo mi mano,
cuidando de mí, era más de lo que mi pobre corazón podía soportar.
Se me llenaron los ojos de lágrimas, pero aparté la mirada antes de
que él pudiera verlas.
Su vehículo chisporroteó, el motor hizo un ruido extraño,
haciendo que ambos nos pusiéramos tensos. Pero volvió a girar
suavemente. El lateral del coche se había golpeado mucho cuando
chocó con las furgonetas, pero, por suerte, seguía funcionando y
nos llevaba a casa.
Entonces, le tocó a él. Cuando terminé de hablarle de mí,
Devon me habló de sí mismo. Después de que me mataran en mi
vida anterior, los guerreros y él lucharon contra Ingur, pero era
demasiado fuerte. Y, antes de que pudieran detener al demonio, los
dioses lo castigaron enviándolo al infierno. 326

Al infierno. Maldita sea, estos dioses no se andaban con


chiquitas.
Cuando renací, los dioses me sintieron y lo sacaron del
infierno. Le dieron mi anillo y le dijeron que averiguara cuál era su
misión y que esta vez lo hiciera bien.
Resoplé.
—Eso es una locura.
—¡Lo sé! —golpeó el volante—. Se lo he dicho a Ryder miles
de veces, pero los dioses nunca me dieron otra pista. Hasta que
apareciste tú y empecé a tener visiones, o más bien destellos de
memoria del pasado, estaba perdido. —Agarró el volante con
fuerza, sus nudillos se volvieron blancos—. Bueno, esta vez
tampoco fui lo suficientemente bueno, ¿verdad? Después de todo,
te cogieron a ti y...
—Casi me cogen —Le corregí—. Esta vez me has salvado.
—Le apreté la mano, asegurándole que estaba aquí y bien.
Condujimos hasta la ciudad y aparcamos su coche en su
entrada. Lia y los niños irrumpieron en la puerta principal de su
casa, con un tipo alto siguiéndoles.
—¿Qué estáis haciendo? —pregunté, saliendo del coche y
señalando la casa de Devon. Luego, fruncí el ceño ante el extraño
hombre—. ¿Y quién es ese?
—Es Owen. —dijo Devon, uniéndose a mí al otro lado de su
auto—. Es un guerrero como yo.
Este era el tercer guerrero que había conocido. El primero fue
Devon, el segundo fue Ryder, que lo había ayudado a rescatarme.
Se había quedado para limpiar el desastre que dejamos en la
carretera.
—Me alegro de verte viva y bien en esta vida, Kianna. —dijo,
con una voz profunda y estoica.
—Gracias. —respondí, sin saber qué más decir.
327
—Le pedí que se quedara aquí con Lia y los niños para
asegurarse de que estuvieran a salvo. —explicó Devon.
Empecé a caminar hacia el porche, pero Sabrina y Kevin se
abalanzaron sobre mí y me abrazaron. Sonreí mientras les devolvía
el abrazo. Eran Selina y Calvin. Mi hermana y mi hermano. Mi
corazón se llenó de amor por ellos, por volver a encontrarlos. Las
lágrimas brotaron de mis ojos cuando levanté la vista, mirando a
Cecilia. Ahora era una amiga y una mentora, pero hace mucho
tiempo había sido mi madre. Mi verdadera madre. Le hice un gesto
para que se acercara a nosotros, y lo hizo. Nos abrazó a los tres.
—Estaba tan preocupada. —dijo, un sollozo rompiendo sus
palabras.
—Ya pasó todo. —Besé las cabezas de Sabrina y Kevin y su
mejilla—. Estaremos bien. —Todavía abrazándolos, miré a
Devon—. ¿Cuál es el plan?
—Os ayudaré a hacer las maletas, a todos, y os pondréis en
marcha. —informó, con un tono firme—. Cuanto antes, mejor. Si
trabajamos todos juntos, deberíamos estar en la carretera en una
hora. ¿No crees?
Lia se sobresaltó.
—¿Huir otra vez?
Fruncí el ceño, mis pensamientos coincidían con los de ella.
—Estoy cansada de huir.
—Pero si no huyes, Slater y sus demonios volverán a por ti.
Me recordó él.
Miré a mi alrededor, un poco preocupada por los vecinos
entrometidos que nos escuchaban hablar de demonios y poderes.
—¿Podemos hablar de esto dentro de tu casa? —pregunté.
Él asintió y señaló la puerta principal. Una vez que estuvimos
todos dentro de su salón, se dirigió a mí.
—¿Por qué no quieres huir? 328

—Porque, aunque lo hagamos, vendrán a por nosotros de


todos modos. —Le expliqué—. No hay ningún lugar seguro para
nosotros. Estaremos huyendo para siempre. Por mi culpa. —Miré
a Lia y a los niños, que estaban cerca de mí—. No puedo hacerles
esto. —Levanté la barbilla, tratando de parecer más fuerte de lo que
me sentía—. Quiero enfrentarme a Slater y a sus demonios de una
vez por todas.
—¿Qué? —chilló.
—Soy fuerte, pero no puedo hacerlo sola. —afirmé. Miré a
Owen, que parecía una estatua en el vestíbulo—. Sé que a los
guerreros les interesa detener la Orden D'Ingur. Tenemos que
encontrar una forma de matar a Ingur.
—No podemos matarlo. —declaró Owen.
—¿Qué quieres decir?
—Ingur es demasiado fuerte incluso para todos nosotros
juntos. —explicó Devon—. No podemos derrotarlo, sólo
encerrarlo en esa cámara.
La comprensión cayó sobre mí.
—Así que, cuando muera, espero que de vieja esta vez,
acabaré renaciendo y vendrán de nuevo a por mí. —Devon asintió.
Mierda—. Más razón para derrotar a la orden ahora. Los matamos
a todos y ponemos fin a esto. No habrá más orden que intente
liberar a Ingur. Con el tiempo, será olvidado.
—Tiene razón. —dijo Owen.
Devon lo fulminó con la mirada. Con un fuerte suspiro,
volvió a mirarme.
—Incluso si estoy de acuerdo con esto, tenemos que enviar a
Lia, Sabrina y Kevin lejos.
Los tres protestaron, pero yo asentí.
—Llamaré a los otros guerreros. —anunció Owen antes de
desaparecer en el aire.
Me quedé mirando el lugar donde había estado. 329

—¿Puedes hacer eso? —Le pregunté a Devon. A pesar de


conocerlo desde hacía siglos, nunca había comprendido el alcance
de sus poderes.
—Algunos de nosotros —dijo—. Pero yo no.
Kevin se acercó a él y parpadeó.
—¿Así que eres un ángel?
Él y Sabrina se estaban tomando todo esto demasiado bien.
Esperaba que Lia, que sabía de demonios, no se sorprendiera
demasiado por los guerreros, pero los chicos eran otra cosa. En
cambio, Kevin lo fulminó con la mirada como si fuera un
superhéroe.
Los labios de Devon se curvaron.
—No exactamente.
Apreté el hombro de Lia.
—¿Qué tal si tomamos todos unos aperitivos mientras
hablamos de dónde iréis los tres?
Ella asintió, y luego dirigió a los chicos hacia la cocina.
Devon se cruzó de brazos y se enfrentó a mí, con los ojos duros de
nuevo.
—Esto no me gusta.
Caminé hacia él, hasta estar a un metro. Pasé mis manos por
sus brazos tensos.
—Podemos hacerlo.
—Podemos, pero preferiría que te fueras con Cecilia y los
niños.
Me puse de puntillas y me incliné más cerca, apuntando mi
boca a la suya.
—¿No confías en mí?
Su mirada se dirigió a mis labios.
—Sabes que sí. Eso no cambia el hecho de que quiero 330
mantenerte a salvo, pase lo que pase.
—Por ahora, abrázame. —susurré—. Y cree que estaremos
bien.
Sus brazos me rodearon. Sus manos se extendieron sobre mi
espalda, apretándome contra él muy fuerte.
—Estaremos bien —repitió, como si necesitara decirlo en voz
alta para convencerse.
Yo también tenía que creer que esta vez lo estaríamos.
46

PRESENTE

Kenna

NO QUERÍA HUIR, pero eso no significaba que quisiera que


331
Lia, Sabrina y Kevin estuvieran aquí mientras luchábamos contra
Slater. Al principio, Lia discutió conmigo, diciendo que no me
dejaría. Pero después de contarle el pasado, quién era ella para mí,
quiénes eran los niños, empezó a desmoronarse. Hace muchos
años, Sabrina y Kevin también habían sido sus hijos. Había sido su
deber ponerlos a salvo, y esperaba que ella sintiera lo mismo ahora.
Afortunadamente, lo hacía. Pero ella también se sentía así por mí.
Aunque, lo entendía. Tenía mi magia y lucharía junto a guerreros
poderosos y divinos.
Después de prometerles que los volvería a ver, vi cómo se
alejaban. Los niños miraron hacia atrás y saludaron, mientras yo
me quedaba en la acera, devolviéndoles el saludo, con lágrimas en
los ojos. Devon me rodeó la cintura con un brazo y me atrajo a su
lado.
—Estarán bien.
—Lo sé. —conteste, en voz baja—. Sólo tengo miedo de no
volver a verlos.
Cuando el vehículo dobló una esquina y desapareció de mi
vista, él se volvió hacia mí, con sus manos suavemente sobre mis
caderas.
—Los volverás a ver. Te lo prometo.
Rodeé su cintura con mis brazos y apoyé mi cabeza en su
pecho.
—Al menos estás aquí conmigo.
Me plantó un beso en la parte superior de la cabeza.
—Siempre.
—¿Qué pasa?
Era Carol, que llegaba de la escuela.
—Oh.
Me separé de Devon, pero no me aparté. Ella ya sabía lo
nuestro, por supuesto. Pero ahora también estaba preocupada por 332
ella. En el pasado, había sido Cat, mi mejor amiga, y no había
muerto con mi familia, pero eso no significaba que no estuviera en
peligro en esta vida. Su mirada se dirigió a la parte superior de mi
cabeza.
—¿Qué pasa con tu pelo?
Me pasé una mano por mis mechones, rubios de nuevo.
—Hm, nada. Sólo he cambiado un poco. —Me balanceé
sobre las puntas de los pies—. Así que ya has vuelto de la escuela.
—Han pasado treinta minutos desde el último timbre. —
Entrecerrando los ojos, se subió la mochila al hombro—. Acabo de
ver a Lia alejándose con Sabrina y Kevin. ¿Adónde van? —Miró
más allá de nuestros hombros, hacia nuestras casas. La mía medio
destruida y la de Devon llena de guerreros. Seguí su mirada y vi a
muchos de ellos a través de las ventanas—. Hm, ¿qué está pasando?
¿Quiénes son?
Mierda. Intercambié una mirada con Devon.
—Carol, ¿por qué no te vas a tu casa por ahora? Prometo
pasarme y explicártelo todo más tarde.
Ella ladeó la cabeza, con los ojos entrecerrados hacia mí.
—Vaaa-le. —No parecía muy contenta, pero agradecí que no
discutiera. Empezó a girar hacia su casa, pero algo tiró de mí y,
antes de darme cuenta, la agarré del brazo y la abracé con fuerza.
Se quedó helada—. Hm, ¿y esto a que viene? —Entonces, sus
brazos también me envolvieron—. Me estás asustando. ¿Estás
bien?
Asentí, mi barbilla rozando su hombro.
—Lo estoy. Todo estará bien. —Me obligué a apartarme de
ella—. Ahora vete. Me pasaré más tarde.
—Lo prometes.
—Lo prometo.
Sólo esperaba poder cumplirlo. Ver a Carol caminar hacia su 333
casa me trajo la misma sensación de desesperación de ver a Lia y a
los niños alejarse. Devon deslizó sus manos entre las mías y las
apretó con fuerza.
—Ella también estará bien.
Dejé escapar un largo suspiro.
—Lo sé. —Entonces, me volví de nuevo hacia él, con la
necesidad de decirle algo, al menos en esta vida—. Te quiero. —
susurré, con mis ojos en los suyos.
Sus ojos se redondearon durante un breve segundo, luego se
arrugaron cuando el fantasma de una sonrisa se apoderó de sus
labios.
—Yo te quiero más.
Su mano encontró mi nuca y sus labios encontraron los míos.
Sólo esperaba tener la oportunidad de decírselo de nuevo.
47

PRESENTE

Devon

ALCANCE LA CONSOLA CENTRAL de mi coche y deslice


334
mi mano hacia la de Kenna. Si pudiera, la tocaría, la abrazaría, la
miraría fijamente, cada segundo de cada día durante toda la
eternidad.
Inspiré profundamente, la aprensión crecía en mi interior
mientras nos dirigíamos al encuentro de los guerreros. El plan era
atraer a la orden a un lugar de nuestra elección. Kenna estaría allí
como cebo, esperándolos. Al igual que los guerreros y yo. Había al
menos veinte en mi casa, pero Ryder me había garantizado que
habría más de cien guerreros allí, listos para matar a Slater y a sus
malditos demonios, y mantener a Kenna a salvo.
Ella puso su otra mano sobre la mía.
—Relájate, Devon. Todo irá bien.
Le dediqué una rápida mirada antes de volver a centrarme en
la carretera. Ella intentaba ser fuerte y valiente, sobre todo por mí,
pero sabía que por dentro estaba temblando, con el corazón a mil
por hora. Se había entrenado para huir de Slater toda su vida, y
ahora caminaba voluntariamente hacia él. Si había alguna
posibilidad de que este plan pudiera fallar, no quería pensar en eso.
Quería creer que no pasaría nada malo. Ella estaría en medio del
claro, los guerreros y yo al acecho en el momento en que Slater
mostrara su cara.
Kenna sería libre para siempre.
De alguna manera, yo haría que eso sucediera. Le daría todo
lo que siempre quiso.
—Estoy relajado. —Mentí.
Ella se rió.
—Claro.
La miré de nuevo.
Un fuerte chillido llenó mis oídos, y mi cabeza se echó hacia
atrás, mis ojos veían más de lo que mi cerebro podía registrar, y no
veía nada en absoluto. El dolor comenzó en la parte posterior de mi
cabeza, pero no era nada comparado con el pánico que sentía. El
vehículo rodó por el arcén varias veces antes de detenerse, con la 335
parte trasera aplastada por un árbol. Parpadeé, con la cabeza dando
vueltas.
—K-Kenna. —Intenté llamarla, pero la voz no me salía.
Antes de que pudiera levantar el brazo, abrir completamente
los ojos o gritar, una banda de demonios rodeó el coche. Ellos lo
habían hecho. De alguna manera, lo habían empujado fuera de la
carretera y nos habían enviado al barranco. Uno de ellos dio un
puñetazo al cristal restante que no se había hecho añicos cuando
rodamos y alcanzó a Kenna. Le grité a mi cerebro que se despertara,
que dejara de estar tan confuso, que mis brazos la agarraran, que
mi espada apareciera en mis manos para poder mandar a esos
demonios al infierno, pero no pude hacer nada.
Sólo podía ver cómo cerraban sus manos alrededor de sus
brazos y la sacaban de los restos del vehículo.
Una vez más, la alejaron de mí.
FUE COMO UN MAL DEJA VU. Intenté hacer las cosas de
forma diferente, siguiendo una estrategia distinta, pero cuando
entré en la cámara donde Ingur había sido encerrado durante
cientos de años por los guerreros, con la intención de salvar a la
mujer que amaba y evitar que la orden liberara al demonio, los
escalofríos me cubrieron los brazos.
Esta vez, el demonio había sido encerrado bajo los escombros
de una fortaleza, pero la cámara donde se encontraba su puerta se
parecía a la misma caverna de hace muchos años. Y para mi horror,
Kenna estaba atada a unos ganchos en el áspero suelo de piedra,
con el pelo revuelto y una mancha de sangre en la ceja. Decenas de
demonios la rodeaban, y Slater estaba de pie frente a ella, con la
misma maldita daga de antes. 336
Se me revolvieron las tripas.
—Llegamos demasiado tarde otra vez. —murmuró Ryker.
No. No podíamos perder de nuevo. No podía perder a Kenna
de nuevo. Slater retiró la daga, dispuesto a matarla. Como antes,
cogí una de mis dagas ocultas, la sujeté por la hoja y se la lancé,
pero esta vez apunté a su muñeca. La hoja le cortó la muñeca,
haciendo volar la daga.
El caos se desató cuando comenzó la batalla.
Me abrí paso entre la masa de demonios que me atacaban,
cortándolos por la mitad, decidido a no fallar esta vez.
No podía fallar.
La esperanza floreció en mi pecho cuando ella llamó a su
oscuridad. Una pequeña y breve sonrisa se apoderó de mis labios.
En esta vida, no estaba aprendiendo a manejar sus poderes. En esta
vida, sabía exactamente qué hacer con ellos, cómo utilizarlos.
Astillas de oscuridad envolvieron las cuerdas y las rompieron.
La oscuridad surgió del suelo, envolviendo a Slater. Pero él no era
el líder de la orden por nada. Tenía sus propios trucos. Pisó el suelo
y la oscuridad se retiró, como si hubiera soplado un fuerte viento
sobre las sombras.
¿Qué demonios era eso?
Seguí adelante, matando a cuántos se pusieran en mi camino
antes de llegar a Kenna.
Cuatro.
Ella envió a la oscuridad a las cuerdas que rodeaban sus
muñecas.
Tres.
Slater recogió su daga.
Dos.
Ella se soltó las manos y lanzó la oscuridad hacia Slater.
Uno. 337

Él alejó la oscuridad.
Me giré, listo para golpearle con mi espada, pero él ya se
estaba moviendo, con su daga preparada. Ni siquiera tuve tiempo
de parpadear.
Su daga se clavó en el pecho de Kenna.
La emoción dentro de mí era más de lo que podía soportar. El
color rojo cubrió mi visión mientras blandía mi espada, cortándole
garganta y salpicando su sangre en mi armadura.
Sobre Kenna.
Me volví hacia ella y la sujeté de los brazos mientras sus
rodillas se doblaban. Cayó de rodillas en el suelo y me agaché con
ella, tomándola en brazos. Un sollozo salió de mi garganta cuando
sus ojos abiertos se encontraron con los míos.
—No, no, otra vez no. —susurré. Pasé la mano por encima
de la daga incrustada en su pecho, la oscuridad salía de la herida y
se dirigía directamente a las marcas de la puerta. Si sacaba la daga,
moriría desangrada. Si no lo hacía, moriría igualmente—. No, por
favor, quédate conmigo.
Ella levantó su mano y tocó mi cara.
—Lo siento —susurró—. Siento que no hayamos podido
detener al demonio esta vez.
Me incliné hacia delante y apoyé mi frente en la suya.
—No me importa el demonio. Me importas tú. Te amo.
Quiero que te quedes conmigo.
—Yo también lo siento. —Su voz era débil, su respiración
entrecortada—. Te amo.
Parpadeó, luego sus ojos se cerraron y no los volvió a abrir.
Contuve la respiración, esperando que me mirara, que me dijera
que todo era una mala broma y que estaba bien. Pero no lo estaba.
Sus brazos bajaron, pesados, y su pecho dejó de moverse.
Otro sollozo subió a mi garganta. 338

No, no, no...


Las puertas se abrieron con un fuerte gemido, haciendo
temblar las paredes de la cámara, y un viento helado entró en ella.
El demonio se había despertado.
Ahora mismo, realmente no me importaba ningún maldito
demonio. El sonido del metal, los gritos y los gruñidos resonaban
en la cámara mientras la lucha se desarrollaba a nuestro alrededor.
Volví a inclinarme hacia Kenna, tocando su hermoso rostro,
pasando los dedos por su pelo. En esta posición, el collar se deslizó
por debajo de mi armadura y el anillo brilló entre nosotros.
El anillo que le pertenecía a ella.
El anillo que los dioses me habían dado como única pista de
todo este lío.
Te traerá luz, habían dicho.
Luz en la oscuridad.
Mi corazón se aceleró y tiré del collar de mi cuello,
rompiendo la cadena, y deslicé el anillo en el dedo de Kenna.
Observé, con la respiración entrecortada, cómo una oleada de poder
la recorría.
Inhaló. Sus pestañas se agitaron y sus ojos se abrieron. Me
miró fijamente.
—¿Qué... qué está pasando?
—Los dioses nos han dado una segunda oportunidad. —dije,
con la voz quebrada por la emoción—. Me alegro mucho de que
estés viva.
Ella se levantó y me acarició la mejilla.
—Yo también. —Luego miró a su alrededor—. Pero tenemos
que ayudarles.
El demonio salió de las puertas.
Ingur era un gigante hecho de piedra gris y ceniza. Su gran 339
cabeza, rematada por largos y gruesos cuernos, casi llegaba al techo
de la cámara. Dejó escapar un rugido, mostrando sus afilados
dientes negros, y provocando un escalofrío en mi columna
vertebral. Sus ojos, totalmente negros, observaron la sala, midiendo
a sus víctimas. Para él, probablemente parecíamos hormigas que
podían ser aplastadas fácilmente. Agarrando su mano entre las
mías, me puse de pie y la arrastré conmigo.
—Es un demonio poderoso. No podemos matarlo. Podemos
volver a encerrarlo en la cámara.
Sus cejas se curvaron mientras miraba sus manos y luego al
demonio.
—Puedo quitarle la oscuridad. —susurró, el descubrimiento
la dejó atónita. Sus ojos se abrieron de par en par—. Puedo
debilitarlo.
La observé por un momento. Todo en mí gritaba que me la
llevara de aquí, que huyera lo más lejos posible y no mirara atrás.
Pero sabía que no era lo correcto. Asentí con la cabeza.
—Mantendré alejados a los otros demonios.
Me ofreció una pequeña sonrisa y luego se concentró en su
magia. Con la mitad de mi atención todavía puesta en ella, me giré
y me involucré en la lucha, ayudando a los guerreros a deshacerse
de los demonios menores, mientras intentaba mantener a Ingur
atrás. Mis movimientos eran automáticos, practicados durante
siglos, especialmente ahora, cuando Kenna levantó los brazos y
llamó a la oscuridad del antiguo monstruo. Las sombras brotaron
de sus miembros y el demonio rugió. La miró, centrándose en ella.
—¡Mantened a Ingur atrás! —grité.
Un puñado de guerreros y yo nos dirigimos a Ingur y nos
unimos a los otros guerreros que ya luchaban contra él. Para dar a
Kenna la oportunidad de hacer lo que podía, el demonio no podía
alcanzarla.
Siguió adelante, atrayendo más de su oscuridad hacia ella. Al
principio, sólo unos pocos zarcillos negros flotaban desde Ingur 340
hasta ella, pero a medida que luchaba con sus poderes, más y más
oscuridad lo abandonaba.
Y él cambió.
El antes gigante y poderoso demonio empezó a encogerse, su
piel se volvió opaca y sus afilados dientes se acortaron. Pronto,
tuvo el tamaño de un humano alto, con rasgos no tan aterradores.
Atravesé su cuerpo con mi espada, junto con los demás guerreros.
Él soltó otro rugido, pero esta vez no hizo temblar las paredes de la
cámara. No nos infundió miedo. Esta vez, su sangre negra
rezumaba de las heridas. Retiramos nuestras espadas y cayó hacia
atrás.
El demonio estaba muerto.
No solo contenido, no solo debilitado.
Muerto.
Un gemido llenó la caverna y me di la vuelta.
Mi corazón se hundió.
La oscuridad que Kenna había sacado de él se había filtrado
en ella. Lo había absorbido todo y eso la había cambiado. Sus ojos
eran negros, su pelo antes rubio era ahora negro, su piel clara era
blanca y translúcida. Y nos miraba con pura hambre.
Se había convertido en él.
—No —susurré, mi corazón se rompió al verla—. No, Kenna,
por favor. —Dejé caer mi espada y di un paso hacia ella—. Kenna,
por favor, lucha contra esto.
—Devon, quédate atrás. —advirtió Ryder desde algún lugar
detrás de mí—. Parece que ya no es ella misma.
Le ignoré porque sabía, en el fondo sabía que ella nunca me
haría daño, ni siquiera transformada en demonio.
Lanzó su mano, enviando una ola de oscuridad hacia
nosotros. Me agaché y sólo sentí que me rozaba, pero la onda se
estrelló contra el pecho de los demás guerreros y los hizo volar por
341
la caverna.
Me gruñó, mostrando sus afilados dientes. Se me heló la
sangre. No se parecía a mi Kenna, pero tenía que serlo. Mi Kenna
no podía haber desaparecido.
—Kenna, escúchame. —Levanté las manos a los lados, un
signo de paz, aunque no estaba seguro de que un demonio lo
reconociera—. Estás ahí dentro, sé que lo estás. Lucha contra esto.
Aléjalo. Puedes hacerlo.
Volvió a enviar su magia, dirigida a mí. Intenté esquivarla,
pero no fui lo suficientemente rápido. Su oscuridad me golpeó justo
en el pecho, robándome la respiración. Me envolvió con fuerza y
rapidez, y antes de darme cuenta estaba en el suelo, retorciéndome
de dolor mientras la oscuridad recorría mi cuerpo, reclamando cada
centímetro de mí.
Hasta que detuvo mi corazón.
Kenna

NO HABÍA PAREDES A MI ALREDEDOR, ni suelo, pero


todo era oscuro y frío. Me moví hacia un lado, luego hacia el otro.
Abrí los brazos de par en par. Llamé.
—¡Hola!
Pero no había nada.
Sólo yo y la oscuridad.
De repente, una voz, un pequeño susurro sonó en el fondo de 342
mi mente.
—Kenna, por favor, lucha contra esto.
¿Luchar? ¿Luchar contra qué?
No sabía dónde estaba, qué estaba haciendo. Ni siquiera
estaba segura de quién era. Y, sin embargo, esa voz... me tiraba del
pecho. Me hizo querer averiguarlo. ¿Quién era yo? ¿A quién
pertenecía esa voz? ¿Qué estaba pasando? Atravesé la oscuridad,
escuchando esa voz.
—Kenna, escúchame.
Se hacía más fuerte cuanto más arañaba y me movía, cuanto
más luchaba por nadar hacia ella.
—Estás ahí dentro. Sé que lo estás.
¿Ahí dentro? ¿En qué? ¿En un gran abismo? Aun así, seguí
la voz. Cada vez más fuerte.
—Lucha contra esto. Aléjalo. Puedes hacerlo.
Puedo hacerlo.
Esto...
Entonces, reconocí la voz. Sabía a quién pertenecía, incluso
cuando ni siquiera sabía mi nombre.
—Devon. —susurré en la oscuridad.
Parpadeé y la oscuridad se desvaneció, como una niebla que
se levanta. Allí estaba él. Devon.
El corazón se me estrujó cuando la espesa oscuridad lo
envolvió. Con los ojos muy abiertos, se echó hacia atrás, temblando
bajo el oscuro poder.
—No, no, no. —susurré, corriendo a su lado. Avancé
derrapando, casi tropezando con él y cayendo de rodillas. Puse mis
manos, ahora temblorosas, sobre su cuerpo, invocando la oscuridad
que había en su interior, consumiéndolo—. ¡No! —grité,
sacándola.
Pero llegué demasiado tarde. 343
Su corazón se detuvo.
Devon estaba muerto y yo lo había matado.
Enterré mi cara en mis manos, avergonzada por lo que había
hecho. Con el corazón roto porque él había confiado en mí. Me
había llamado. Se había aferrado a mí.
Y yo le había matado.
Dejé caer mi cabeza sobre su pecho y lloré.
—Kenna. —Alguien me llamó desde detrás de mí. Ignoré la
voz. No me importaba nada ni nadie. Todo lo que quería era a
Devon—. No te preocupes, Kenna.
Una ráfaga de ira atravesó mi dolor. ¿No te preocupes? ¿Qué
carajo? Levanté la cabeza y miré fijamente a Ryder. Abrí la boca
para gritarle, pero Owen se adelantó, con una pequeña sonrisa en
los labios.
—Estará bien.
Me quedé helada.
—¿Qué has dicho?
—Probablemente estará desorientado cuando vuelva, pero
estará bien. —afirmó Ryder. Me quedé boquiabierta—. Es la forma
en que estamos diseñados. Sólo hay una forma de matarnos. Si no,
somos inmortales. Cuando recibimos un golpe mortal, 'morimos'
—hizo comillas con los dedos— durante un par de minutos, pero
luego volvemos.
Volví a clavar mis enormes ojos en Devon. Justo en ese
momento, inhaló profundamente y sus ojos se abrieron de golpe.
Me quedé medio boquiabierta, medio riendo. Frotándose el pecho,
se incorporó.
—Hola, preciosa. —Me ofreció su media sonrisa—. Sabía
que podías hacerlo.
Mi mirada estaba empañada por las lágrimas. Me miré a mí
misma. Hacía unos instantes, había sido una demonio, con el pelo
negro, la piel blanca como la leche y los dientes afilados. Aunque 344
no había sido consciente de lo que ocurría, lo recordaba. Y ahora
volvía a ser yo misma. La oscuridad se había desvanecido de mí en
el momento en que envié el golpe mortal a Devon.
—Pero yo te maté antes de eso. —susurré.
Se encogió de hombros.
—No, no lo hiciste. Estoy bien. —Me rodeó los hombros con
sus brazos y me atrajo hacia él—. Lo hicimos. Matamos al
demonio. Lo enviamos lejos. Destruimos la orden. Ahora eres libre.
Otra media risa burbujeó en mi garganta.
Era libre.
Por primera vez en mi vida, era libre de hacer lo que quisiera.
Para ser quien quisiera. La emoción que me invadió con esa noticia
fue demasiado para soportarla. Me derretí en los brazos de Devon,
contenta de que estuviera aquí conmigo. De que lo hubiéramos
soportado. Que lo hubiéramos hecho.
Juntos.
SEIS MESES DESPUÉS

Makenna

LA VIDA NO PODÍA SER MÁS diferente de lo que había


imaginado, pero tampoco podía ser mejor. Di un paso atrás y eché 345
un buen vistazo al árbol. A la gran sala de estar que lo rodeaba. A
la chimenea de piedra en la esquina de la habitación. Pensé que con
decorar la casa y montar el árbol sería suficiente, pero aún faltaba
algo. Toqué el anillo de mi dedo índice con el pulgar. Se había
convertido en una costumbre desde que empecé a llevar el anillo
que Devon me había regalado hacía siglos. Al principio, no me di
cuenta de lo que hacía, pero él sí. Me enseñó que siempre lo
buscaba con la punta del pulgar, como si tuviera que palparlo, para
asegurarme de que seguía ahí.
Que no lo había perdido de nuevo.
Kevin entró corriendo en la habitación, sobresaltándome.
Llevaba un cuaderno rosa en la mano, agitándolo salvajemente por
encima de su cabeza. Corrió detrás de mí y me agarró de los brazos.
—Sálvame.
Fruncí el ceño.
—¿De qué?
Un momento después, Sabrina entró pisando fuerte en el
salón, con una mirada mortal.
—¡Idiota!
Jadeé.
—¡Sabrina, esa boca!
—Ugh. —Señaló a su hermano—. ¡Se llevó mi diario y no
me lo devuelve!
—Kevin. —grité, mirándolo por encima del hombro. Él
conocía las reglas. Nada de meterse con su hermana de esa
manera—. Devuélvelo.
—Pero...
—No hay peros. —Sacudí la cabeza—. Tienes tres segundos
para devolverlo. —Levanté un dedo—. Uno. Dos. Tres. —No lo
hizo, pero no podía enfadarme con él por eso.
346
Así que canalicé mi magia. Las luces de la sala de estar
parpadearon y la oscuridad se arremolinó en torno al pecho de
Kevin, haciéndole cosquillas en los costados y bajo el brazo. Se rió
a carcajadas, contorsionando su cuerpo para escapar de mi tiranía.
Soltó el diario. Cayó como una roca, pero antes de que pudiera
golpear el suelo de madera, una mini nube de oscuridad apareció
debajo de él y flotó hacia Sabrina. Ella lo agarró.
—Gracias. —Ladró, aún molesta. Con un resoplido, se
revolvió el pelo y volvió a subir las escaleras.
Al instante, Kevin corrió tras ella.
Estos dos...
Volví a mirar el árbol alto de la esquina, con luces blancas,
serpentinas rojas y doradas, algunos otros adornos y una pequeña
estrella que había venido con los adornos en la parte superior.
Todavía no me parecía que estuviera terminado.
Una puerta se abrió a lo lejos. Me volví hacia la cocina y vi a
Cecilia entrando por la puerta del garaje, con los brazos cargados
de bolsas de la compra.
—Hola. —Saludó, poniendo las bolsas en la isla de la cocina.
—¿Qué tal la tienda? —Le pregunté.
—No estuvo mal. —dijo—. Con la llegada de la tormenta y
la Navidad en unos días, pensé que estaría llena, pero estuvo bien.
—Se dirigió de nuevo al garaje.
—¿Quieres ayuda? —pregunté, levantando la voz.
—¡Claro!
Di un paso en su dirección, pero entonces las puertas
correderas del porche trasero se abrieron, dejando entrar un viento
frío que me hizo sentir escalofríos. Devon entró y se quitó al
instante la chaqueta y los zapatos. Más allá de él y de las puertas
ahora cerradas, pude ver la débil silueta del cerezo que habíamos
plantado en el patio trasero, cubierto de nieve. ¿Qué habría sido de
nuestras vidas sin ese árbol?
—Puedo ayudarla. —dijo, caminando hacia mí. Se inclinó 347
hacia mí, entrelazó su dedo índice en mi pelo rubio -lo que se había
convertido en una costumbre-, me besó la frente y luego continuó
hacia la cocina.
Sonreí a su espalda.
A veces seguía siendo extraño estar aquí, viviendo esta vida,
y a veces simplemente se sentía bien.
Después de que los guerreros, Devon y yo derrotáramos a
Ingur y borráramos la Orden D'Ingur del mapa, los dioses le
concedieron un deseo, y él había elegido convertirse en humano y
vivir su vida conmigo.
Su deseo no podía ser más perfecto.
Nos habíamos mudado a una casa más grande en Misty Hill
y habíamos comenzado el proceso de adopción de Sabrina y Kevin.
Cecilia seguía trabajando en la biblioteca, y yo había aprobado el
GED y me habían aceptado en una universidad; había elegido
especializarme en trabajo social y hacer todo el curso en línea para
no tener que volver a mudarnos.
Devon continuó con su vida del huérfano más sexy y rico de
Misty Hill, que patrocinaba los eventos de la biblioteca. Aunque
ahora ya no era el soltero más codiciado.
Ahora estaba casado conmigo.
A veces hablábamos de un matrimonio de verdad, pero yo
había cumplido diecinueve años hacía sólo un par de meses.
Todavía era demasiado joven. Además, no necesitábamos un papel
firmado para confirmar nuestra relación. Nuestros sentimientos.
¡Llevábamos siglos enamorados! Nada cambiaría eso.
Volví a mirar el árbol de Navidad. Al pequeño muñeco de
nieve y al cascanueces que había encima de la chimenea, y a los
calcetines con nuestras iniciales. Todo era precioso, lo sabía, pero
seguía teniendo la sensación de que faltaba algo. Esta sensación
había comenzado hace un par de semanas, cuando nuestra nueva
vida se asentó, y no me abandonaba.
Los ruidos de la cocina se encendieron en mis oídos, y me uní 348
a Devon y Cecilia para sacar las compras de las bolsas y colocar
cada cosa en el lugar correcto. No tardaron ni treinta segundos en
unirse a nosotros Sabrina y Kevin, para comer. Estos dos siempre
estaban comiendo.
—¿Qué vamos a cenar? —preguntó Kevin, con la boca ya
llena de palomitas que había sacado del microondas hacía un
segundo.
Cecilia lo miró boquiabierta.
—¿Sólo piensas en la comida?
Devon soltó una risita.
—Creía que eso era un hecho.
—¿Qué? —preguntó el niño, después de tragar—. ¡Me gusta
comer!
—Hablando de eso, ¿qué vamos a cenar? —preguntó Sabrina
mientras colocaba las botellas de zumo en la nevera.
Cecilia puso los ojos en blanco.
—¡Sólo pensáis en la comida!
—Estamos creciendo. —Las palabras de Kevin quedaron
amortiguadas por todas las palomitas que tenía en la boca.
El débil pitido del teclado sonó desde el vestíbulo y, un
momento después, todos oímos cómo se abría y cerraba la puerta
principal. Pasaron unos segundos y Carol entró en la cocina. Tenía
en la mano dos grandes bolsas marrones.
—¿Quién ha pedido café con leche y deliciosos bollos?
—Dios mío —murmuró Cecilia—. Ahí va nuestra cena.
Carol frunció el ceño.
—¿Qué cena? Esto es una merienda. Podemos cenar más
tarde.
Ella refunfuñó y se ocupó de quitarle a mi amiga las bolsas
marrones y de distribuir los cafés con leche y los bollos. Aunque
Carol se había mudado a una ciudad más grande con una buena 349
universidad a dos horas de aquí, venía a menudo los fines de
semana y las vacaciones y probablemente pasaba más tiempo en
nuestra casa que en la suya, sobre todo porque sus padres estaban
siempre ocupados en el hospital. Al final, nunca le contamos lo que
nos había pasado. Al menos no la verdad. Le contamos todo lo que
creíamos que era suficiente: el secuestro, el hombre que nos
perseguía a Cecilia y a mí, lo de que Devon nos ayudó y que
adoptamos a los niños porque los queríamos. Nunca le hablamos
de poderes, magia, guerreros divinos, dioses y demonios. Eso
habría sido demasiado para ella. En el momento en que había
llegado para las vacaciones de invierno de la universidad, hacía un
par de días, había venido a nuestra casa, y había pasado al menos
el ochenta por ciento de su tiempo aquí. Con una sonrisa, señaló el
árbol.
—Me gusta lo que estás haciendo ahí.
Entorné los ojos hacia el árbol.
—Me gusta, pero creo que aún le falta algo.
—No falta nada. —Cecilia señaló los nuevos paños de cocina
que colgaban del tirador de la puerta del horno y el bote de galletas
rojas que había encima de la encimera, también de temática
navideña—. Pronto parecerá que Santa Claus vive aquí.
—¿No puedo exagerar un poco con nuestra primera Navidad
de verdad? —bromeé, pero era cierto. Esta era la primera Navidad
que pasaríamos libres y juntos, con una familia de verdad. Quería
exagerar todo lo que pudiera.
—Claro que puedes. —dijo Devon, dándome un codazo.
—¿Sabes qué podemos hacer? —preguntó Sabrina, con los
ojos muy abiertos—. Galletas de Navidad.
—Esas las hicimos la semana pasada. —Le recordó Cecilia.
—Y no duraron ni dos días. —dijo Kevin.
Ella resopló.
—Cielos, me pregunto por qué. 350

—Toma. —Carol sacó su teléfono del bolsillo—. Busquemos


otra receta de galletas navideñas.
Sabrina se acercó a ella.
—Genial. Podemos hacerla mañana.
Los labios de Kevin se volvieron hacia abajo.
—¿Mañana?
Siguieron discutiendo sobre las galletas y cuándo hornearlas,
y yo me limité a poner los ojos en blanco, acostumbrada ya a este
tipo de escenas. Devon deslizó su mano en la mía y me acercó. Dio
un paso atrás y yo le acompañé. Nos detuvimos en medio del salón.
Le miré, un poco recelosa.
—¿Qué pasa?
—Sé que has dicho que sientes que te falta algo. —Me soltó
la mano—. Quizá pueda ayudarte. Espera aquí. —Levantó un dedo,
luego se dio la vuelta y desapareció de nuevo de la casa, a través
de las puertas correderas del porche trasero.
¿Qué demonios estaba haciendo?
Volvió un segundo después, con un gran panel en las manos.
—Iba a envolverlo muy bien y a dártelo a ti, a todos vosotros,
en Navidad. —Me entregó el panel—. Pero veo que lo quieres
ahora.
Curiosa, le quité el panel, sorprendida por su peso, y le di la
vuelta. No era un panel en absoluto. Era un marco de fotos. Un
hermoso e intrincado marco de bronce cepillado alrededor de una
imagen aún más hermosa. Éramos todos nosotros: Carol, Sabrina,
Kevin, Cecilia, Devon y yo posando delante de nuestra nueva casa,
el día que nos mudamos. La agente inmobiliaria había insistido en
tomar la foto. Me la había enviado por correo electrónico y yo la
había guardado con toda la intención de imprimirla, colocarla en
un marco y ponerla en algún lugar de la casa, pero en todos los
ajetreados días de la mudanza y todos los días posteriores -porque,
seamos sinceros, con Sabrina y Kevin, y a veces incluso con Carol,
351
nuestros días estaban siempre súper ocupados- me olvidé. Me
olvidé de la foto. Miré a mi alrededor. No había ninguna foto
nuestra en la casa. Ninguna.
Eso era lo que faltaba.
Sujetando el gran marco con ambas manos, me dirigí a la
chimenea. Lo levanté en alto y lo coloqué sobre la repisa, detrás
del muñeco de nieve y el cascanueces, que enseguida aparté hacia
los lados, para no tapar el cuadro. Luego, retrocedí hasta situarme
al lado de Devon, y lo admiré.
Los seis, sonriendo delante de nuestra casa. Nuestra pequeña
y feliz familia. Era perfecto. Las lágrimas me nublaron la vista.
—Esto es hermoso.
Él se inclinó hacia mí y presionó sus labios sobre mi frente.
—Sabía que te gustaría.
—Me encanta. —Me volví hacia él, pasando mis manos por
sus hombros y acercándolo—. Te amo.
Una esquina de sus labios se curvó.
—Yo te amo más —susurró, con los ojos fijos en los míos.
Me puse de puntillas y él se reunió conmigo a mitad de
camino, presionando su boca contra la mía. El beso fue lento, dulce
y suave. Un recuerdo de un amor eterno que había soportado
demasiado, y que sin embargo se mantenía fuerte.
Todos éramos fuertes.
Rompí el beso y me limité a abrazarlo, con mi mejilla
apoyada en su pecho. Me abrazó con fuerza, como siempre hacía.
En sus brazos. Era exactamente el lugar al que pertenecía.
Miré desde el árbol hasta el cuadro de la chimenea, a mis
amigos y familia, y al hombre que amaba. Mi corazón nunca se
había sentido tan lleno, y tenía la intención de asegurarme de que
esta sensación nunca desapareciera.
Ahora, todo era perfecto.
352
FIN
SOBRE LA AUTORA

Mientras que la autora del USA Today Bestseller Juliana


Haygert sueña con ser la Mujer Maravilla, Buffy o una sacerdotisa
de la sombra de los elfos de sangre, se conforma con la vida menos
emocionante -pero igualmente gratificante- de esposa, madre y
autora. Reside en Carolina del Norte y pasa sus días escribiendo
sobre heroínas increíbles y los héroes que las vuelven locas.

353
TAMBIÉN DE JULIANA HAYGERT

Academia de Cazadores Blackthorn


El beso del demonio (Libro 1)
El Secreto del Cazador (Libro 2)
El Vínculo del Alma (Libro 3)
Las Pruebas de la Sombra (Libro 4)
La Maldición Infernal (Libro 5)

354
El mundo del rito
El heredero vampiro (Libro 1)
La Reina Bruja (Libro 2)
El Voto Inmortal (Libro 3)
El Señor Brujo (Libro 4)
El Lobo Consorte (Libro 5)
La Rosa de Cristal (Libro 6)
El lobo abandonado (Libro 7)
El Lobo Atado (Libro 8)
El Pacto de Sangre (Libro 9)

Las Crónicas del Corazón de Fuego


El buscador de corazones (Libro 1)
Lanzallamas (Libro 2)
El Portador del Dolor (Libro 3)
Agitador de la Tierra (Novela)
Vagabundo del alma (Libro 4)
Invocador del Destino (Libro 5)
War Maiden (Libro 6)

La serie Everlast
Regalo del Destino (Libro 1)
Juramento del Alma (Libro 2)
La Copa de la Vida (Libro 3)
Círculo Eterno (Libro 4)

355
Serie Willow Harbor
La Venganza del Cazador (Libro 3)
Siren's Song (Libro 5)

Serie Breaking
Breaking Free (Libro 1)
Rompiendo el hielo (Libro 2)
Abriéndose paso (Libro 3)
Rompiendo con todo (Libro 4)

Standalones
Hija de la oscuridad

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