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Marcelo Percia
El relato de Gombrowicz es una amargura que ríe, una exageración que muestra la
estúpida solemnidad de los sometidos. Esa solemnidad es un oropel de miedo y engaño:
se ponen de rodillas ante el ideal por terror o conveniencia, pero se comportan como si
estuvieran ante un santo.
En Gombrowicz la parodia no es sólo una imitación que se burla del modelo, es también
ruptura con el sentido común: sus caricaturas hieren lo establecido, sus ironías avisan de
la debilidad de los poderosos, sus sátiras ponen a la vista que la unanimidad es veneno y
antídoto de la sociabilidad. 2
1
perspectivas. Al mismo tiempo, la paródica quebranta los pactos sociales de prudencia y
discreción.
Entre Freud y Gombrowicz, la civilización recibe dos malas noticias: una, Dios ha
muerto; otra, la Razón de Estado puede devenir en una máquina paranoica de matar.
Dios ha muerto es una proposición que ya estaba en las filosofías de Hegel y de
Nietzsche: muerto Dios no hay esperanza de salvación ni garantía de retorno al paraíso
perdido. Muerto Dios la historia dependerá de lo que hagamos con nuestras vidas. El
Banquete es el relato de la unanimidad como deliro tras la muerte de Dios.
Gombrowicz denuncia el mundo ficticio y falsificado del poder. Parodia sus debilidades
y flaquezas con la mirada del extranjero. Su ironía es aflicción de un hombre que es
testigo de la razón violenta de los Estados modernos masificados. Presenta un rey
contrahecho, sin nobleza, capturado por un impulso venal: el dinero es el único ropaje
que cubre su desnudez sin misterios ni atractivos.
El relato comienza así: “Las sesiones del Consejo…las sesiones secretas del Consejo se
desarrollaban en la oscuridad de la sala de los retratos, cuya autoridad multisecular
superaba y anulaba hasta la misma autoridad del Gran Consejo”.
Una sala rodeada de rostros pintados de los que emanan miradas de una moral superior.
La autoridad de los retratos es presencia que manda inmovilizada en el tiempo.
En ese espacio sagrado, la figura del Gran Canciller y Ministro de Estado, un anciano
astuto y conservador, invita a los ministros y viceministros a solemnizar un histórico
momento: tras largas y complicadas gestiones, tendrá lugar el casamiento del Rey con la
archiduquesa Renata Adelaida Cristina quienes, hasta el momento, sólo se conocen por
fotografías.
3
El codicioso monarca de Gombrowicz recuerda al personaje de Ubú Rey de Alfred Jarry (obra estrenada
en París en 1896), ese extraño rey polaco de cuerpo amorfo y voluminoso, con sólo tres dientes (uno de
madera, otro de hierro y otro de piedra) con una oreja única y un gran espiral trazado alrededor de su
propio ombligo. Una criatura que vive sin registro de su miserabilidad ética y política. Una caricatura
anticipada del consumidor de nuestros días sólo pendiente de su pequeño interés.
2
“Aquella excelsa unión acrecentaría y multiplicaría hasta el infinito el prestigio y el
poder de la Corona. ¡La Corona! ¡La Corona!”.
La Corona: cerco de metales nobles y piedras preciosas que se ciñe sobre la cabeza del
elegido para soportar el Ideal. La Corona: insignia que sostiene la existencia de todos,
símbolo de una muralla protectora, adorno de felicidad, punto más alto de la virtud. La
Corona es Dios, el Ejército, la Sangre Real.
“Sin embargo, una terrible preocupación, una profunda inquietud, peor todavía, un
terror manifiesto se mostraba en los rostros expertos e inteligentes de los ministros y de
los viceministros de Estado, y algo informulado y dramático se ocultaba entre sus
viejos y fatigados labios”.
“¿Cuál era la razón de ese silencio? Ninguno de los elevados funcionarios allí
presentes hubiera podido, ni siquiera osado, formular un pensamiento, un pensamiento
que se imponía con fuerza irresistible, y cuya expresión habría constituido ni más ni
menos un delito de lesa majestad. Y era por eso que todos callaban. En efecto, ¿cómo
decir que el Rey…que el Rey era… oh, no…nunca, primero la muerte…que el Rey era…
¡oh, no ay, no!...que el Rey era venal? ¡Que el Rey se dejaba sobornar! Impúdica,
insaciable, rapazmente, el Rey era venal…pero de una venalidad como la historia no
había conocido otra hasta el momento. Sí, venal y corrupto, eso era el Rey. El Rey se
vendía y vendía a puñados su propia Majestad”.
El Rey es venal: se vende a cualquier precio, es tan miserable que se ofrece por
pequeñas cantidades, Gombrowicz dice que “lo seducen más las propinas que las
grandes fortunas”. Venal porque la corrupción corre por sus venas. El Rey se deja
sobornar: el soberano es súbdito de su ambición.
3
De pronto, el Rey Gnulo se hace presente en la reunión del Consejo y se sienta en medio
de las reverencias de todos, pero no representa la autoridad ideal, su excepcionalidad es
la avaricia y el interés personal sin límites: es un héroe mezquino.
Con mirada pícara y gestos groseros, el Rey destaca las enormes ventajas que la boda
con la archiduquesa tiene para el reino, acentúa la gran responsabilidad que pesa sobre
sus hombros y reconoce la importancia de darle una buena impresión a la archiduquesa
en el banquete que se preparaba para celebrar el compromiso, dando a entender que su
sacrificio por la Corona merecería una retribución.
“No cabía la sombra de una duda: el corrupto monarca deseaba una gratificación por
participar del banquete. Y repentinamente, el Rey comenzó a quejarse de que los
tiempos eran difíciles…”.4
Gnulo trafica con su investidura, especula con su dignidad, contradice la iconografía del
buen monarca: no es un santo, no tiene belleza física ni moral, no pesan en su historia
hazañas ni tragedias personales.
“En aquel momento el férreo anciano se inclinó ante el Rey e, imitando su gesto, se
inclinaron también las cabezas de los ministros y se doblaron las rodillas de los
viceministros de Estado. El poder de la reverencia del Consejo fue tremendo por su
inesperada aparición en la sala silenciosa. Aquella reverencia golpeó al Rey en el
propio pecho, le inmovilizó brazos y piernas, le devolvió al Rey su Realeza…al grado
de que el pobre Gnulo gimió terriblemente en medio de la sala y trató una vez más de
reír…pero la risa volvió a secarse en sus labios… En la inmovilidad de aquel silencio,
el Rey se aterrorizó… y el terror fue profundo… pero finalmente logró huir del Consejo
y de sí mismo, y su espalda envuelta en el uniforme de gala desapareció en la penumbra
de un corredor”.
Fingen una estima que no le tienen a la vez que se conducen como si no hubieran oído
nada, se inclinan en señal de respeto. En la sala silenciosa, le responden con un gesto de
admiración, se ponen casi de rodillas para encerrarlo en una imagen consagrada. No
tratan de destituirlo con el desprecio sino de elevarlo más allá de sí mismo.
“En ese momento se escuchó un grito atroz y venal: ¡Ya me la pagaréis! ¡Ya me la
pagaréis!”.
La clave del relato es que no se note lo ostensible. El Rey de Gombrowicz dice lo que el
poder debe callar: le reprochan su indiscreción. La discreción es el encanto de la
arbitrariedad, la hipocresía prefiere la prudencia. Lo que no se le perdona a Gnulo no es
que sea venal, sino que muestre esa pasión que debe mantenerse oculta y escurridiza.
Me las vas a pagar es el estereotipo de la amenaza que delata que el dinero es la medida
de toda satisfacción. Pero, al lado de la fría serie del mundo capitalista (desigualdad,
explotación del otro, injusticia), la mezquindad de Gnulo, su defectuoso espíritu
personal, es un reflejo inocente y pueril.
4
El tono de esta escena bufa recuerda comportamientos de funcionarios públicos o comisarios de policía.
4
Tras la retirada del Rey se reabren los debates en silencio en el Gran Consejo. Una de
las preguntas que nadie se atrevía a formular era: “¿Cómo impedir que el Rey, furioso
por no haber logrado la cantidad que deseaba provocara un escándalo en pleno
banquete? (...) Sin embargo, cuando, a eso de las cuatro de la mañana, el Consejo, con
voto unánime, ofreció su dimisión, el viejo timonel de la nave del Estado no la aceptó y
pronunció las siguientes memorables palabras:
-Señores, es necesario constreñir al Rey en el Rey, encarcelar al Rey en el
Rey…Debemos enclaustrar al Rey en el Rey”.
La madurez del Gran Canciller decide que lo mejor para la Corona es elevar al Rey
hasta el lugar del Rey. Gombrowicz muestra cómo una montaña de reverencias sirve
para ocultar un vacío. Si el rey se aparta de las normas y convenciones de la Corona, las
normas y las convenciones están dispuestas a apartarse de sí mismas para constreñir al
rey en el rey. 5
La estrategia del Gran Canciller es hacer de esa codicia un signo sagrado, transformar la
caricatura de lo innoble en nobleza. Sabe que la magnificencia es una vestidura
imaginaria.
5
En la memoria de las políticas de Estado argentinas, los grupos de poder económico conspirarían a
través de un golpe militar para destituir a Gnulo y remplazarlo por la figura del Gran Canciller, pero en la
sociedad del relato (más europea) impera la idea de constricción del rey en el rey, de atrapar a Gnulo en
un ideal.
6
García, Germán Leopoldo (1992). Gombrowicz. El estilo y la heráldica. Atuel. Buenos Aires, 1992.
5
Gombrowicz presenta una prisión hecha de reverencias, percibe que la inclinación de
las rodillas es más importante que la persona venerada: la investidura es la reverencia
misma.
Una proposición de Pascal dice: “Ponte de rodillas y creeréis”, pero en este caso, la
devoción no provoca la fe de los escépticos, sino que obliga al reverenciado a
disciplinarse detrás de las rejas de esa mentira.
“En este espíritu emanaron las directivas del Gran Canciller y por esa misma razón el
banquete que tuvo lugar al día siguiente, en la sala de los espejos, revistió todo el
esplendor imaginable y rozó, como los golpes de una campana, las esferas sumibles,
casi celestiales, de la magnificencia”.
En la sociedad del relato, todo depende de un gesto magnánimo del Rey, si ese gesto no
se consigue, la fachada del poder se resquebraja. El absurdo de El Banquete recuerda
cómo funciona el mundo del Ideal. No importa quien es Gnulo, sino que no se rehúse a
portar la máscara. La dignidad del poder es sólo un disfraz. Gombrowicz percibe que la
sociedad de masas es adicta a las investiduras. Pero, ¿cómo vestir a ese Rey venal con
los ropajes de la virtud?
“La archiduquesa Renata Adelaida Cristina fue introducida en la sala por el Gran
Maestro de Ceremonias y Mariscal de la Corte, y tuvo que cerrar los ojos, deslumbrada
por la augusta y secular luminosidad de aquel archibanquete”.
6
La admiración no celebra al otro, celebra a la admiración. El deslumbramiento es un
exceso reducido: abundancia luminosa que enceguece y estrechez convencida de que no
hay otra cosa. El deslumbramiento repudia los infinitos signos de su desconfirmación.
Sin embargo, el relato de Gombrowicz no repite la moraleja del cuento que Andersen da
a conocer a mediados del siglo XIX. El banquete no relata la denuncia del engaño, sino
cómo es la vida en un mundo que sabe que la verdad es un espectáculo de ideales
muertos. 7
“El inicio del banquete fue anunciado con toques de trompeta, y su orden inapelable
obligó a Gnulo a posar su vulgar trasero al borde del sillón real, y tan pronto como se
hubo sentado se sentó toda la asamblea. Se sentaron, se sentaron, se sentaron los
ministros, los generales, el clero y la corte. El Rey acercó la real mano al tenedor, lo
tomó, y se llevó a la boca el primer bocado de carne y, al mismo tiempo, el Gobierno, la
Corte, los generales, los sacerdotes se llevaron a la boca el primer bocado, mientras
los espejos repetían hasta el infinito ese gesto. Atemorizado, Gnulo dejó de comer...
pero entonces toda la Asamblea dejó de comer, y el acto de no comer se volvió aún más
poderoso que el de comer... Para interrumpir cuanto antes esa situación, Gnulo se
acercó a los labios una copa de vino... e inmediatamente todos levantaron las copas en
7
En el relato El traje nuevo del Emperador del escritor danés Hans Christian Andersen se cuenta la
historia de un vanidoso Soberano obsesionado por lucir vestidos hermosos. Cierta vez, dos mentirosos
llegan a su imperio haciéndose pasar por tejedores de telas maravillosas que “poseían la milagrosa virtud
de ser invisibles a toda persona que no fuera honrada para su cargo o que fuera estúpida”. Sin dudarlo,
el Emperador encargó que le confeccionaran un traje. Los estafadores montaron un telar y durante
semanas simularon trabajar en sus máquinas vacías. Al tiempo, el Emperador envío al ministro de más
confianza para saber cómo era esa tela majestuosa. El anciano fiel no pudo ver nada en los telares vacíos,
pero temiendo ser tonto e inepto para el cargo, optó por fingir que había visto una tela increíble y eso le
trasmitió al Emperador. Mientras tanto los habitantes de la ciudad, informados de que la maravillosa tela
tenía la propiedad de ser invisible para deshonestos y estúpidos, esperaban ansiosos el gran test de
honradez e inteligencia social. Al tiempo, el Soberano quiso ver la tela con sus propios ojos. Seguido de
sus colaboradores llegó hasta el taller. Los mentirosos, mostrando el telar vacío, fingieron presentarle una
tela esplendorosa con vivos colores y maravillosos dibujos. Al no poder ver nada, el Emperador temió
descubrir que él mismo era indigno de su nobleza. Con grititos de admiración y con gestos de sabiduría
exclamó que nunca antes había visto nada igual y admitió que la tela era perfecta. Todos los seguidores
confirmaron su opinión. El Emperador decidió estrenar su nuevo vestido ante el pueblo. Los
embaucadores simularon vestir al Soberano con un traje inexistente: lo persuadieron de que las telas eran
tan livianas y que era normal que le pareciera que no llevara nada puesto. El Monarca fingió mirarse
satisfecho en el espejo y la opinión de que se trataba de un traje precioso fue unánime. El Emperador
pagó una fortuna por el traje y, así, salió seguido de la corte, sus ministros y embajadores. A su paso, todo
el pueblo simulaba ver lo que no existía y expresaba admiración. Nadie quería ser tomado por deshonesto
y estúpido. Cuando, de pronto, un niño gritó: “¡Pero si no lleva nada! ¡El Emperador está desnudo!”. Y
así llegó la verdad que, de a poco, todos comenzaron a reconocer.
7
un brindis estruendoso y mil veces repetido, en un brindis que explotó y permaneció
suspendido en el aire... al que Gnulo respondió dejando su copa en el mantel. También
los otros bajaron las copas. El Rey entonces volvió a tomar la copa. Y hubo otro brindis
estruendoso. Gnulo dejó en la mesa la copa, pero, al ver que todos dejaban las copas,
volvió a levantar la suya... y, una vez más, la Asamblea, elevando la copa, elevó hasta
las nubes la dignidad del Rey entre el estruendo de las trompetas, el esplendor de los
candelabros, los reflejos de los antiguos espejos. El Rey, aterrorizado, bebió otro
sorbo”.
Los personajes del cuento de Gombrowicz trastornan la proposición del fetichismo que
tan bien describe Octave Mannoni8. No se conducen como si dijeran: “Ya sé que el Rey
es corrupto, pero aun así lo reverencio porque lleva las insignias del Rey”, actúan
como si razonaran “Ya sé que el Rey no es el Rey, por eso, conociendo su
miserabilidad, decido enaltecerlo, no por negar lo que sé, sino para obligarlo a parecer
lo que necesito que sea”.
8
Mannoni, Octave (1969). Ya lo sé, pero aun así.... En La otra escena. Claves de lo imaginario.
Amorrortu Editores. Buenos Aires, 1979.
9
Escribe Deleuze en Spinoza: filosofía práctica: “Muy posteriores a Spinoza, biólogos y naturalistas
intentaron describir mundos animales, definidos por afectos y poderes de afectar o ser afectados. Por
ejemplo, J. Von Uexküll lo hará para la garrapata, animal que chupa la sangre de los mamíferos.
Definirá este animal mediante tres afectos: el primero luminoso (trepar a lo alto de una rama); el
segundo, olfativo (dejarse caer sobre el mamífero que pasa bajo la rama); el tercero calorífico (buscar la
zona pelada y más cálida). Tan sólo un mundo de tres afectos, rodeado por todos los acontecimientos del
bosque inmenso”.
8
Ante la no disimulada repulsión de la archiduquesa, los miembros de la corte, los
generales y los sacerdotes, dirigieron sus miradas hacia la figura del Gran Canciller
como si estuvieran en un barco a punto de hundirse y en sus manos quedara el timón del
Estado.
“Entonces vieron salir heroica, lentamente, de los pálidos labios de aquel hombre
notable una vieja y estrecha lengua. El Canciller se había lamido los labios. ¡Se había
relamido el Canciller del Reino!”.
Tratan de ocultar que Gnulo es vulgar. No soportan que sus pequeñas ambiciones se
parezcan tanto a las que tiene la gente común del pueblo que no sabe guardar las buenas
formas. Gnulo es un apasionado de las menudencias y migajas. Los miembros de la
corte, los ministros, los embajadores y los representantes del clero, lo miran con el
mismo desprecio que sentirían ante una criatura que encontraran revolviendo basura.
Gnulo no posee el refinamiento de una aristócrata que ordena ejecuciones con gestos
suaves y precisos, ni la capacidad de encubrimiento del presidente de un imperio que
justifica una matanza con argumentos humanitarios. 10
“Por un instante el Consejo luchó contra el desmayo, pero al final aparecieron las
lenguas de los ministros, y después de ellas las de los obispos, las lenguas de las
condesas, las de las marquesas... y todos se relamieron de un extremo al otro de la
mesa, en medio del misterioso esplendor de los cristales. Los espejos repitieron ese acto
hasta el infinito, bañándolo de reflejos glaciales”.
El banquete no relata la desesperación de los que sin líder se pierden en la deriva del
mundo, sino el cinismo de los que, tras la caída de las vestiduras simbólicas, redoblan
hipocresías y engaños.
“El Rey, enfurecido al ver que nada le estaba permitido, ya que todo lo que hacía era
de inmediato imitado, empujó violentamente la mesa y se levantó. Pero también se
levantó el Gran Canciller y, tras el Gran Canciller, se levantaron todos los demás”.
10
El poder, esa es la costumbre, debe practicar buenas maneras, como en la conferencia de prensa de
diciembre de 1979, en la que Videla, ante periodistas nacionales e internacionales, se permitió este prolijo
y calmo razonamiento, que expreso casi inexpresivo y, por momentos, con una dulzura moderada:
“Frente al desaparecido, en tanto esté como tal, es una incógnita el desaparecido, si el hombre
apareciera, tendría un tratamiento x, y si la desaparición se convirtiera en certeza de su fallecimiento,
tendría un tratamiento z, pero mientras sea desaparecido no puede tener ningún tratamiento especial, es
una incógnita, es un desaparecido, no tiene entidad, no está ni muerto ni vivo, está desaparecido”.
11
El salón de los espejos en el que cada acto se repite hasta el infinito anticipa la lógica moralizante del
sentido común de las empresas de radio y televisión de nuestros días.
9
El Banquete es la historia de una sociedad de ricos e influyentes que defienden sus
intereses, partidarios que para sobrevivir son capaces de cualquier cosa. Gombrowicz
percibe que la supervivencia del poder es el reflejo amoral de la civilización.
“El Gran Canciller, en efecto, no tenía ya ninguna duda tras tomar la decisión cuya
increíble audacia pulverizó todas las conveniencias sociales. Al comprender que no
podría ocultar a Renata Adelaida Cristina la verdadera naturaleza del Rey, el Gran
Canciller decidió lanzar abiertamente a todos los invitados al banquete en una lucha
por la salvación de la Corona. No quedaba otro remedio... los invitados debían repetir
inexorablemente no sólo aquellos actos del Rey que se prestaran a la emulación, sino
precisamente todos los que no admitían imitación. Sólo de esa manera podían convertir
sus gestos en archigestos, y esa violencia sobre la persona del Rey se convirtió en algo
necesario e indispensable”.
“Cuando el enfurecido Gnulo golpeó la mesa con el puño, rompiendo dos platos, el
Canciller, sin la más mínima duda, rompió dos platos y todos los demás rompieron dos
platos como si se tratara de honrar a Dios. ¡Y sonaron las trompetas! ¡Los invitados
estaban a punto de ganar al Rey! El Rey, encadenado, volvió a dejarse caer en la silla y
permaneció en ella en silencio, mientras los invitados permanecían a la expectativa de
cualquier gesto suyo. Algo increíble, algo fantástico nacía y moría entre las
exhalaciones de esa intensa convivencia”.
Gnulo es la pantomima del poder como grosería sin envoltura metafísica: no dice querer
salvar a la Corona, tampoco se manifiesta a favor del bienestar del pueblo ni se ofrece
en sacrificio por la humanidad. Gnulo es berrinche de sí, reacción sin resguardo. Lo
cubren para cubrirse porque lo imaginario nos protege de la venganza de la nada.
“El Rey se puso de pie. Todos los invitados se pusieron de pie. El Rey dio unos pasos,
los comensales también. El Rey comenzó a deambular, los comensales comenzaron a
deambular. Y, en aquel deambular, en ese caminar monótono e interminable, se
alcanzaron alturas tan grandiosas del archideambular que Gnulo, repentinamente
mareado, lanzó un alarido y, con los ojos inyectados de sangre, se derrumbó sobre la
archiduquesa y, sin saber qué hacer, comenzó a estrangularla lentamente ante la Corte
entera. Sin dudarlo un instante, el timonel del Estado se dejó caer sobre la primera
dama que encontró a mano y comenzó a estrangularla. Los otros invitados siguieron su
ejemplo. Y el archiestrangulamiento repetido por multitud de espejos se liberaba de
todos los infinitos y crecía, crecía, crecía... hasta que la estrangulación cesó... ¡Y de
esa manera el banquete rompió los últimos lazos que lo unían con el mundo normal y se
liberaba de cualquier control humano!”.
10
Así, la archiduquesa muerta junto a otras muchas damas estranguladas, multiplicaba una
horrorosa inmovilidad en los espejos. Pero esa reacción en masa no es encono con el
otro o manotazo de un desesperado que, en la confusión, ahoga al que todavía flota en
su proximidad; esa reacción es crueldad sin malicia, crueldad vaciada de agresión, pura
necesidad administrativa del sistema. El salvajismo de los estrangulamientos no es el
desborde de un colectivo en estado de irracionalidad como supondría Le Bon, ni la
celebración de una unidad perdida a través del amor, sino un acto que forma parte de
una estrategia de Estado seguida hasta la perfección.
“Crecía. Crecía sin tregua y se multiplicaba en los océanos de la quietud, entre las
inmensidades del silencio, y reinaba, la archiinmovilidad en persona, la quintaesencia
de lo inmóvil que, al descender a la Tierra, se imponía y reinaba... Fue entonces
cuando el Rey se dio a la fuga”.
“Gesticulando, presa de un pánico indecible, con las dos manos en el culo, el Rey
comenzó a huir, corrió hacia la puerta, con la obsesión de dejar tras de sí, muy atrás,
todo aquel archirreino. Los invitados advirtieron que el Rey, su Rey, escapaba... ¡Un
instante más, y el Rey habría huido! Observaban todo lo que estaba ocurriendo con
estupefacción, pues ellos no tenían derecho a detener a un rey... al Rey. ¿Quién podía
atreverse a hacer uso de la fuerza para detener al Rey?
— ¡Sigámosle!— gritó el anciano—. ¡Sigámosle! ¡Tras él!”
“El Rey huía por la carretera, le seguía muy cerca el Gran Canciller, y todos los
invitados corrían a sus talones. Y entonces el archigenio de aquel estadista se reveló
una vez más en todo su archipoder... en efecto, LA IGNOMINIOSA HUIDA DEL REY
SE TRANSFORMO EN UNA CARGA DE INFANTERÍA, y ya no se sabía si EL REY
HUÍA, O si EL REY DIRIGÍA EL ASALTO”.
11
“¡Oh, las aladas colas de los embajadores, las túnicas violeta o escarlata de los
prelados, las chaquetas negras de los ministros, las ropas de etiqueta de los grandes
señores, oh, qué galope, qué archigalope de tantos dignatarios! Los ojos de la plebe
jamás habían visto nada semejante. ¡Los magnates, los latifundistas, los descendientes
de las estirpes más gloriosas galopaban junto a los oficiales del Estado Mayor, cuyo
galope se unía al de los ministros todopoderosos, al de los mariscales y chambelanes, y
al galope desenfrenado de algunas grandes damas de la Corte! ¡Oh, qué carrera, qué
archicarrera de mariscales, de chambelanes, la carrera de los ministros, el galope de
los embajadores en medio de la noche tenebrosa, bajo las luces de las lámparas, bajo
la bóveda del cielo! Los cañones del castillo dispararon. ¡Y el Rey se lanzó a la carga!
Y archicargando a la cabeza de su archiescuadrón, el archirrey archicargó en las
tinieblas de la noche.”.
Asistimos a la alianza entre el signo vacío del poder y lo masivo. Lo masivo es la fuerza
que da la adhesión de muchos detrás de algo, altas dosis concentradas de gente
seguidora de cualquier cosa que ratifique sus privilegios. Ya no se trata de tener o
reencontrar un Ideal sino de gozar de una exención o ventaja social. Cualquier cosa con
tal de mantener una excepción social que exima de la incertidumbre y la
vulnerabilidad.13
Así, en el final del relato, los que viven al margen de esa escena asisten a esa estampida
como si vieran pasar criaturas de un zoológico raro.
Ese conglomerado viviente que todavía suele llamarse pueblo (difusa reserva humana
que vive expectante de las decisiones del poder), ahora asiste a la carga de los nobles,
ricos e influyentes, con indiferencia; tal vez porque ya se rompió el hilo histórico de
verdad y consecuencia de las lógicas sociales. 14
12
La novela de Robert Musil El hombre sin atributos fue escrita entre 1930 y 1942.
13
Leyendo el Diario Argentino de Gombrowicz se puede pensar que Gnulo es una parodia literaria de
Hitler y que el Gran Canciller representa la moral del capitalismo ario alemán que se mete en el cuerpo de
un hombre pequeño, vulgar y mezquino, transformándolo en un Gigante.
14
El mundo del relato se divide dentro del banquete y fuera del banquete: el salón de los espejos que
repiten las mismas imágenes hasta el infinito y la intemperie de los que se reflejan en los rostros
desdentados de semejantes que se abrigan con alcohol y aspiran gas de los encendedores; sin embargo,
esa división no es la que describe Freud entre los que representan el poder ideal y el rebaño de almas que
identifican su propio ideal con la figura de la gran oveja (que, como ya todos saben, es un lobo). El
mundo del relato de Gombrowicz es el del ideal vacío y el del fin de ese colectivo pulsional que
insistimos en llamar pueblo o masa.
12
Si El Banquete de Platón es la narrativa de la sociedad como composición de
vinculaciones de amor, poder y saber; si Psicología de las Masas y análisis del yo de
Freud, es la narrativa de la sociedad como solidaridad de narcisos solitarios que
localizan una misma figura como relevo del Ideal; El Banquete de Gombrowicz es el
relato de una sociedad en la intemperie: la reverencia desnuda en tiempos del
narcisismo vacío. No es la civilización en su inmadurez histórica, sino la pura
solemnidad de un mundo en descomposición.
Narcisismo vacío que sabe que no hay dios en el dios, que no hay rey en el rey, que no
hay ideal en el ideal, que no hay plenitud en las turbulencias felices y dolorosas del
amor.
Epílogos
13