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TEMA 4. LA PROSA III: QUEVEDO Y LA PROSA SATÍRICA.

Quevedo es una de las figuras más emblemáticas del Barroco español.


- Escribe multitud de temas desde obras de carácter político, histórico o religioso hasta la
sátira más burlesca.
- Su estilo literario (conceptismo) presenta una enorme riqueza y variedad de rasgos. Aunque
parezcan sencillos, es necesaria una introspección para adentrarse en el juego palabra-
concepto-figura-burla.

BIOGRAFÍA

Nació en Madrid en 1580, en una familia cristiano-vieja. Adquirió una formación humanística y
filosófica en el Colegio imperial de los jesuitas y universidad de Alcalá. En diversos testimonios se
hallan referencias a su ingenio, su defecto visual y su cojera, pero no sobre su vida amorosa.
Estuvo al servicio del duque de Osuna hasta que fue acusado falsamente de haber participado en la
conjuración de Venecia. Quevedo fue desterrado a la Torre de Juan Abad, y luego encarcelado en
Uclés, para ser reintegrado a la Torre.

Regresa después a la Corte y se relaciona con los nuevos favoritos, especialmente con Olivares. Se
casa con una viuda el agrado de la duquesa, aunque se separó. Tras problemas de corrupción el
conde empezó a desconfiar de él, y en 1639, tras oscuras acusaciones, fue encarcelado en el
convento de San Marcos de León hasta poco antes de su muerte. Puesto en libertad en 1643 muere
el 8 de septiembre de 1645 en Villanueva de los Infantes.

OBRAS DE QUEVEDO

1. Opúsculos festivos y satíricos.

Entre las obras tempranas de Quevedo destaca una serie de opúsculos y obritas festivas, en las que
ejercita sus dotes de satírico, caricaturista y experimentador verbal.

a) En Vida de corte y oficios entretenidos traza un cuadro burlesco de las figuras ridículas de la
corte.
b) En el Libro de todas las cosas y otras muchas más, parodia los repertorios enciclopédicos, y
ofrece una serie de tratados disparatados.
c) Las Indulgencias concedidas a los devotos de las monjas es un texto de dudosa atribución,
donde enumera distintos tipos de gracias burlescas para los que cortejan a las monjas.
d) Otra serie relevante la forman diversas epístolas jocosas como Cartas del caballero de la
tenaza.
e) Las premáticas son igualmente significativas en este corpus: parodia las ordenanzas legales,
ensartando disposiciones y castigos burlescos a determinados vicios.

Particular interés tienen las piezas de sátira literaria y lingüística donde destacan La culta
latiniparla y La Perinola, sátira literaria más violenta, burlona y eficaz de toda nuestra historia.
2. La prosa satírico-moral: fantasías morales.

Los sueños:

Cuadros expresionistas hechos al estilo de la fantasía lucianesca escritos con lenguaje conceptista
satírico e hiriente que utiliza hasta reflejar la visión más satírica y degradadora de la sociedad.

Sueño del Sueño que acomete al locutor tras haber estado leyendo en el libro del Beato
Juicio Final Hipólito sobre el fin del mundo.
El núcleo de la pieza será la descripción de juicio final, en dos secciones:
- La llamada al tribunal, con la resurrección de los muertos.
- El mismo juicio.
Aparece una colección de personajes viciosos que volverán a aparecer en los
restantes sueños y discursos: lujuriosos, mujeres hermosas, médico asesino, juez
corrompido.
El alguacil El narrador entra en la iglesia de San Pedro, donde encuentra al licenciado
endemoniado calabrés haciendo un exorcismo sobre un alguacil endemoniado.
El demonio establece un diálogo con el locutor y comenta la organización del
infierno.

Sueño del El narrador, guiado por su ángel custodio, ve dos sendas que nacen de un mismo
infierno lugar, que conducen a dos lugares opuestos: la salvación o el infierno.
Se hace la descripción del camino de la izquierda, de sus transeúntes y de su
destino final: el infierno.

El Mundo de El esquema es una alegoría en la que le narrador, orientado por el Desengaño,


por dentro (un viejo), observa el desfile de los paseantes en la calle de la Hipocresía, que es
la calle mayor del mundo. Hay 5 episodios nucleares.
En este mundo de hipocresías, solo el desengaño y la orientación hacia verdades
fundamentales de la muerte y la brevedad de la vida permiten enfocar de manera
correcta la conducta.
Sueño de la Fatigado el narrador por sus desengañadas melancolías, se queda dormido y
Muerte sueña una “comedia”: los personajes de esta comedia son conocidos en su
mayoría de las piezas precedentes.

Se ha debatido la mayor o menor unidad de los Sueños como conjunto orgánico. Se caracterizan
por:
- Buena parte de los temas tienen intención moralizante.
- Son de una brillantez estética.
- Hacen una crítica social y política, en la sátira contra validos y poderoso
- Usan un gran número de recursos: dilogías, antanaclasis, retruécanos…

El Discurso de todos los diablos o infierno enmendado.


Se trata de una fantasía moral en la línea de los Sueños y se suele considerar coda del ciclo, aunque
disminuyen las figuras ridículas de oficios y otras caricaturas, para aumentar los personajes
históricos que implican una sátira de más entidad moral y política.

En el infierno se reúnen un entremetido, una dueña y un soplón, que recorren las moradas infernales
y visitan los aposentos del César, Alejandro Magno, Calígula...

Los temas de la monarquía, la justicia en el gobierno, la reflexión sobre el poder y los poderosos
colocan a este discurso entre la sátira burlesca y la reflexión moral y política.
La hora de todos y la fortuna con seso.
Fantasía moral mitológica basada en el clásico motivo del mundo al revés.

Está organizada como una serie de escenas enmarcadas en la fantasía mitológica: Júpiter convoca
una asamblea de los dioses para poner remedio a los males que causa la ceguera de la Fortuna, que
distribuye sus dones de manera caótica. Se obligará a la diosa Fortuna a que actúe con seso y haga
su reparto de acuerdo a la razón.

Semejante práctica instaura el momento de la verdad (“la hora de todos”) la revelación de las
realidades profundas que subyacen a las apariencias, lo cual se manifiesta en la técnica del relato
por una típica inversión de situaciones según el modelo del mundo al revés: el médico se halla
debajo de su mula (en realidad es más ignorante que la caballería), el verdugo intercambia su puesto
con el reo, la casa del poderoso (construida con robos y abusos) se desintegra... En total hay
cuarenta situaciones de diversa extensión que siguen el mismo esquema.

Una segunda parte del libro se centra en temas políticos, y analiza la situación europea y española,
retratando satíricamente a diversos países.

El cuadro de La isla de los monopantos, sátira antisemita, que intercala en el libro, ha sido
interpretada como un ataque a la política favorable de Olivares respecto a los marranos.

La prosa conceptista de La hora es el resumen culminante de todos los recursos apuntados para los
Sueños o el Buscón en su grado más alto de madurez expresiva.
3. El Buscón.

Fecha de composición entre 1603-1623

Obra de juventud redactada probablemente en Valladolid, conocida en copias manuscritas mucho


antes de su publicación. Tiene un valor fundamental el manuscrito llamado B (que perteneció al
bibliotecario don José Bueno), conservado en el museo Lázaro Galdiano.
El Buscón, publicado por vez primera en Zaragoza en 1626, sin el consentimiento de Quevedo,
muestra diferencias respecto del manuscrito B.

Controvertida es la datación de la obra. Único dato seguro es que se coloca entre 1603 (muerte de
Alonso Álvarez de Soria, que se menciona en la novela) y 1626 (publicación en Zaragoza).

Las referencias históricas internas no son demasiado precisas, y la cronología interna es poco
coherente. Por la frecuencia de los detalles que remiten a los años 1603-1604 estas parecen ser las
fechas más probables de redacción de la novela.

Trama del relato

Peripecia vital del pícaro don Pablos de Segovia, desde su infancia a la fuga a Indias.
Entre ambas se sitúa una serie de aventuras catastróficas para el personaje, que fracasa en su
búsqueda de estabilidad económica y social, y cuyos fingimientos de nobleza son desenmascarados.

- Libro I: Desde su temprana infamia, hijo de ladrón y hechicera, don Pablos solo conoce la
humillación, el hambre y las penalidades en el pupilaje del dómine Cabra, y las burlas en la
Universidad de Alcalá.

- Libro II: reunión con su tío verdugo, que le guarda la herencia paterna. A la vuelta de su
estancia en Segovia, donde el tío narra al pícaro la ignominiosa muerte del padre y donde
asiste a un grotesco banquete, topa con el hidalgo chirle don Toribio, que lo introduce en la
vida buscona de la corte.

- Libro III: peripecias de Pablos como falso noble en diversas facetas, que está a punto de
casarse con una damisela para ser al fin desenmascarado por su antiguo amo don Diego.
Arrojado definitivamente del universo de la nobleza que intentaba escalar
fraudaulentamente, se hace cómico y se amanceba con la Grajal para terminar este tramo de
su vida con el asesinato de unos corchetes en un grupo de rufianes, y el proyecto de huir a
las Indias para intentar un cambio de vida que se anuncia igualmente improbable.

Personajes y caricaturización. (Hacer bien esta parte de personajes…)

Pablos: es el pícaro cuya única función es dar pie a que con sus aventuras podamos ser testigos de
un mundo en descomposición. El autor no nos lleva nunca a mirar en su interior.
Desde su actitud cruel e inmisericorde Quevedo, que no siente la menor simpatía por el personaje,
se complace en mostrarnos su fracaso. Pablos aspira a salir de su ignominia, le tienta el deseo de la
honra y el ascenso social. Sin embargo, el autor no ofrece el menor indicio de que Pablos pueda
cambiar de conducta y hacerse acreedor de una buena posición.

Incluso cuando lo vemos con dinero -los trescientos ducados de la herencia paterna- se sabe que
este es de origen turbio. El autor se permite un juego de palabras de lo más repulsivo cuando Pablos
dice que a la entrada del pueblo ve a su padre “hecho cuartos”. Se alude así al cadaver
descuartizado cuya carne aprovechará a los pasteleros, y el dinero que a su muerte le depara. El
empleo que tendrá la herencia no puede ser más sarcástico: sobornar al alguacil para que le deje
salir de la cárcel, mientras que sus nobles compinches se pudren en ella.

Lázaro Carreter ha subrayado la “frialdad” que caracteriza a Pablos. No vemos en él el menor


asomo de sentimiento afectivo o cariñoso. Ni siquiera la muerte de sus padres le conmueve lo más
mínimo. Esto puede deberse a la “organización guiñolesca del libro. Pablos no está verdaderamente
ligado a sus compañeros de aventura, sino al novelista; no hay un hilo que los embaste a todos, sino
cabos sueltos que paran en manos del tirititero”. Conviven en el relato porque es forzoso, pero no
llegan a establecer relaciones entre sí.
Este tratamiento desde fuera que da Quevedo al protagonista se hace extensivo a todos los demás
personajes. El autor no se compadece de los dolores humanos que describe: “miseria, sufrimientos,
ruindad, todas las lacras que son solo objetos para ser contemplados y mutados en sustancia
cómica”. (Lázaro Carreter).

Muchos de los personajes con que se topa Pablos son, como dice Mohlo, “grotescos y estrafalarios,
con el entendimiento trastocado […] monomaníacos”. El lector tendrá a veces la impresión de
moverse en un mundo de locos; quizá en ningún momento se acentúa tanto esta acumulación de
sinsentidos como en el camino de Alcalá a Segovia, en el segundo libro; el arbitrista, el maestro de
esgrima, el poeta y el soldado nos hacen creer que el mundo es como un gran manicomio en el que
cada cual se mueve a impulsos de sus manías; “los monstruos quevedianos alcanzan así la
angustiosa y dramática condición de objetos”

Otras veces la humanidad del personaje se destruye a fuerza de someterle a un proceso de


esperpentización. Tal es el caso del dómine Cabra que se convierta para el lector en una visión
grotesca, de la que sólo tenemos presente su patológica avaricia y los monstruosos detalles de su
aspectos físico que nos brinda el autor. Es un muñeco sin vida propia, el dómine Cabra, es una
caricatura maestra de Quevedo: “Él era un clérigo cerbatana, largo solo en el talle, una cabeza
pequeña, los ojos avecindados en el cogote,que parecía que miraba por cuévanos, tan hundidos y
escuros que era un buen sitio el suyo para tiendas de mercaderes; la nariz, de cuerpo de santo,
comido el pico, entre Roma y Francia, porque se le había comido de unas búas de resfriado que
aun no fueron de vicio porque cuestan dinero; las barbas descoloridas de miedo de la boca vecina
que de pura hambre parecí que amenazaba a comérselas; los dientes, le faltaban no sé cuántos; el
gaznate largo como de avestruz, con una nuez tan salida que parecía que iba a buscar de comer
forzada de la necesidad; los brazos secos; las manos como un manojo de sarmientos cada una.
Mirado de medio abajo parecía tenedor o compás...”

Raimundo Lida ha insistido también en “lo inhumano e inconcrreto de tales personajes, su


insuficiencia como personas.

Bc apunta que Pablos es el único personaje que se mantiene en toda la novela. Los demás,
“aparecen y desaparecen con sus episodios respectivos. Por eso no es posible presentarlos en su
evolución; por eso están presentados en forma estática; y siendo así no es posible dar de ellos una
imagen llena y completa; de ahí su esquematismo”.

Talens añade algo muy importante a los razonamientos del crítico checo “durante su existencia, son
vistos unilateralmente desde la única perspectiva del picaro-narrador”.

En esta galería de personajes, Don Diego Coronel parecía ser el único positivo, noble,
desenmascarador de Pablos, representante de la casta defendida por el narrador y dique de
contención contra los pícaros, pero la crítica reciente pone de manifiesto la existencia de una
conocida familia de Coroneles conversos en Segovia en los tiempos de Quevedo, de los cuales este
don Diego del Buscón sería pariente. Si el apellido Coronel estaba connotado inequívocamente pora
el lector del XVII, don Diego vendría a ser un representante más (y más peligroso) de los
ascendidos ilícitamente a la nobleza; más peligroso porque su mistificación está teniendo éxito, a
diferencia del pobre Pablos, que solo consigue el ridículo.

Estilo: el conceptismo burlesco. La técnica narrativa.

Como en el resto de su obra el conceptismo define el estilo quevediano, y más precisamente, en el


caso del Buscón, el conceptismo burlesco, extendido en una prodigiosa floración de juegos mentales
y verbales. Destaca la función de la metáfora y la comparación (agudezas de semejanza) que
implican asociaciones sorprendentes y animalizaciones o cosificaciones hiperbólicas. Nótense en la
caricatura de Cabra las comparaciones o metáforas que asimilan al clérigo ( o a partes de su
anatomía) a una cerbatana, avestruz, manojo de sarmientos, tenerdor, etc. otros personajes se
comparan con mastines, con culebras, con lechuzas.

Quizá el primero de los planteamientos de conjunto sobre la novela fuera el estudio clásico de
Spitzer “Sobre el arte de Quevedo en el Buscón”, que lo contempla como obra de arte estilística
orientada a producir en el lector admiración y placer etético, despojado de efectos didácticos o
morales. Frente a esa valoración principalmente estética surgirán interpretaciones morales y
religiosas: inexcusable resulta citar la posición de Parker que daría pie a las lucubraciones mucho
más disparatadas de un T.E. May, por ejemplo.

Para Parker, que se enfrenta a un análisis psicológico del protagonista, la novela, en la que ve una
estructura coherente y perfectamente ordenada, mostraría el proceso meidante el cual un niño se
convierte en pícaro a través de su deshonra familiar, sus complejos y frustraciones, y se constituiría
como una mediación en torno al pecado y al delito.

Contra semejantes excesos interpretativos reacciona Lázaro Carreter, quien insiste en que el Buscón
es una obra de ingenio juvenil, que renuncia a cualquier dimensión de crítica seria para ceñirse a la
prodigiosa invención verbal: este objetivo puramente esteticista explica, desde el punto de vista de
Lázaro, la ausencia de una estructura orgánica como esqueleto del relato quevediano, y el
predominio del microtexto ingenioso que explota todas las modalidades de la agudeza conceptista.

En la crítica más reciente han surgido otras interpretaciones, desde presupuestos teóricos,
psicoanalíticos o antropológicos, sociológicos, de genética textual, que añaden nuevos matices y
dimensiones al libro.

Hay, pues muchas cosas en la novela. Defender una dimensión única será siempre discutible: para
quien desee estudiar, por ejemplo, las relaciones sociales que se traslucen en el Buscón, serán
perceptibles, sin duda, en un primer plano, los ataques a los fraudes del linaje y de la clase, la
crudeza y crueldad que definen los enfrentamientos de amos y criados, o de los cristianos viejos (o
cristianos nuevos disimulados), la corrupción del sistema de la justicia, la denuncia de las falsas
apariencias, del poder del dinero, etc. Para quien se acerque a la obra como lector de literatura ( de
primordial dimensión estética) sin duda brillará en primer lugar la portentosa exhibición verbal
como obra de arte del lenguaje.

El Buscón y la novela picaresca.

Normalmente el Buscón se adscribe a la novela picaresca. El Buscón nos ofrece en este sentido,
una variedad de tratamiento del relato picaresco, distinguible de sus predecesores, pero que
continúa un proceso de creación con conciencia genética, y que no sería explicable sin los previos
experimentos del Lazarillo y de Mateo Alemán. Se adopta la técnica de la autobiografía, se exagera
la genealogía infame con que Lazarillo y Guzmán empiezan sus narraciones, se explora el mundo
de la marginalidad, se desenmascara la conducta de los pícaros en su intento de ascensión social,
intento de obligado fracaso, se explora el tema de la honra...

Para Mohlo (Introducción al pensamiento picaresco, Salamanca, Anaya, 1972), el Buscón se


encuadra en la etapa final de disolución del género, que relega a un segundo plano el contenido
picaresco para dar primacía al estilo; Parker advierte, en cambio, que la obra de Quevedo forma
parte de la etapa de esplendor; A. del Monte la incluye también en su momento de auge.

2.4.Otras obras.
2.4.1. Prosa histórica y política.
HLE VIII.6.4., Pedraza y Rodríguez 9.5.1.

La vida de Quevedo se vio marcada por circunstancias políticas que refleja en su amplia obra de
tema patriótico e histórico de distinta índole en un corpus que abarca desde tratados doctrinales
hasta pequeñas obras relativas a determinadas circunstancias históricas. Algunas de las principales
obras son: España defendida y los tiempos de ahora, Política de Dios y gobierno de Cristo, Obras
sobre política italiana: Mundo caduco y desvaríos de la edad, o Lince de Italia y zahorí español;
Grandes anales de quince días; El chitón de las tarabillas; Vida de Marco Bruto y otras.

A lo largo de su vida Quevedo se interesó por el devenir político español que tan de cerca conoció,
y plasmó su pensamiento en una abundante producción literaria que abarca obras de muy distinta
índole, junto a densísimos tratados doctrinales con disquisiciones teóricas, encontramos folletos
dictados por las circunstancias concretas del momento.

España defendida y los tiempos de ahora.

Esta obra fechada en 1609, año en que se inicia su amistad con Osuna; se sitúa, pues, en los inicios
de su carrera política. Es un escrito de escaso valor, panfletario y patriotero, según el cual todo lo
español es bueno y la culpa de lo malo la tienen los envidiosos extranjeros; he aquí la xenofobia de
que habíamos hablado. Su título completo es harto expresivo: España defendida y los tiempos de
ahora de las calumnias de los noveleros y sediciosos, Schmidt ha subrayado el nacionalismo
conservador y militarista que respira la obra.

Se nos describen además las características físicas de España, su riqueza y fertilidad y se remonta a
la historia antigua. También se tratan cuestiones lingüísticas, tales como el origen de su nombre y
las características y evolución de su idioma. Se analizan las costumbres españolas – que en otras
ocasiones él tanto critica – así como los muchos elogios que ha merecido de los sabios de la
antigüedad. Pertenece, evidentemente, al género del “laus Hispaniae”.

Política de Dios y gobierno de Cristo.

Es la obra clave para penetrar en el pensamiento político de Quevedo. Como afirma Fernández-
Guerra se trata de “un sistema de gobierno, el más acertado y conveniente”.

La primera parte, dedicada a Felipe IV y al conde-duque de Olivares, la escribió en torno a 1617,


pero no se editó hasta 1626, en Zaragoza. La segunda, dedicada al Papa Urbano VIII, se compuso
en torno a 1635 y se editó póstumamente en 1655, aunque había circulado en abundantes copias.
Las primeras impresiones llevan el título de Política de Dios, gobierno de Cristo, tiranía de
Satanás.

Expone en este tratado su concepto del perfecto monarca cristiano apoyándose en la autoridad de
los Evangelios, cuyo texto glosa, y en el modelo de Cristo. Recurre también a la literatura clásica
(Séneca y Tácito), a los Santos Padres, a la Escolástica, y a los humanistas del Renacimiento. El
tema de las fuentes literarias ha sido exhaustivamente estudiado por Crosby.

La primera parte consta de 24 capítulos que tienen como fondo histórico el reinado de Felipe III y el
valimiento del duque de Lerma. La segunda, con un total de 23, recoge la época de la privanza del
conde-duque con Felipe IV. Apunta Pérez Carnero que la segunda parte es “más barroca”, “sus
capítulos pierden brevedad, laconismo, austerida, y se vuelven más amplios y retorcidos. Admiten
con más largueza el ornato erudito y extreman la utilización de recursos barrocos”.

La estructura de todos los capítulos es básicamente la misma. Tras el título se adjunta un texto
evangélico, que luego será comentado en un discurso. Se citan otros muchos pasajes de las Sagradas
Escrituras de los que se extraen conclusiones de índole política y moral. Como dice Aranguren es
“comentario y sermón”. Hay en el texto un uso afortunado de las técnicas del predicador, que Pérez
Carnero resume en las siguientes: “diálogo directo con el auditorio – rey, ministros -; proposición
del texto evangélico; comentario, aplicaciones a las necesidades de los oyentes […] refuerzo
constante de los elementos auditivos como en un intento de superar su condición escrita y
transformarlos en voz viva”. Concluye que son unas auténticas “Filípicas cristianas”; no en vano
Quevedo cita más de una vez la obra de Demóstenes.

Es un escrito muy denso, complicado de resumir. Concibe la figura del monarca como pieza clave;
su poder es de origen divino y debe emplearlo para servir al pueblo, atento siempre a la satisfacción
de las necesidades colectivas, lejos de buscar su propio lucro. Aunque le reconoce poderes
soberanos, no acepta en modo alguno la tiranía ya que su autoridad está basada en un pacto con el
pueblo, al que debe respetar. Es primordial que sepa rodearse de colaboradores adecuados y
mostrarse implacable con aquellos que son indignos de su cargo. La insistencia de Quevedo en el
tema de la privanza, que ocupa buena parte del libro, demuestra hasta que punto él era consciente
del peso específico que este asunto tenía. Se alza contra todo tipo de abusos y propone una
monarquía basada en la justicia, la tolerancia, la prudencia y el cumplimiento del deber. Solo admite
la pena de muerte en circunstancias muy extremas; por lo común, prefiere atenerse a la
misericordia. Para Pérez Carnero el tema de la obra podría resumirse en la siguiente frase: “el rey
debe asumir absolutamente el cuidado político-cristiano”.

Sus ideas están expuestas con fogosidad, que se acentúa en determinados pasajes. Constantemente
se atiene al paralelo de la figura de Cristo en cuyo comportamiento se encierran todas las
enseñanzas que se pretende dar.

Es evidente que Quevedo no se propone solo teorizar en torno al poder político, sino también incidir
de forma muy directa sobre la situación española del momento. La sátira a actitudes concretas,
incluso del propio Felipe IV y sus colaboradores, está más que clara. Denuncia la situación insjuta e
intenta conseguir que se le ponga remedio.

Piñera dice que una cosa es la doctrina política que propone Quevedo y otra muy distinta la que él
llevaba a la práctica. El antimaquiavelismo que preside el texto está en las antípodas de la política
maquiavélica que el autor ejercía en Italia por esos mismos años al servicio del duque de Osuna.
Desde luego, la política de Dios no era la de Quevedo.

Hay que admitir con Piñera, que la obra no es todo lo desinteresada que en un principio pudiera
parecer. Se advierte con frecuencia su deseo de servir a la causa de Osuna y su intrincada política
italiana.

Es una obra valiosísima en la que la oratoria sagrada y la técnica aforística lucen sus mejores galas.
Quizá peca de una cierta pesadez, subrayada por la repetición de muchos temas y reflexiones. El
lenguaje extraordinariamente forjado, no presenta los habituales recursos conceptistas de su obra
satírica, está mucho más próximo al tono oratorio y aforístico.

Pérez Clotet no vacila en afirmar que “a pesar de la falta de orden en la exposición y estructuración
de sus materias”, es “uno de los tratados políticos de aquel tiempo más originales y valiosos”

Hay opiniones de signo distinto como la de Tierno Galván que no ve en la obra más mérito que el
literario o incluso el religioso, “mientras que en el orden político no se escapa del tópico más vulgar
y reiterado”. Con todo, predominan las opiniones favorables al texto.

Obras en torno a la política italiana.

Mundo caduco y desvaríos de la edad. Solo han llegado a nosotros fragmentos de este escrito,
posiblemente destinados a componer una obra de mayor extensión. Su redacción se inicia en 1621,
durante su estancia en la Torre de Juan Abad. Los acontecimientos que sobrevienen a la muerte de
Felipe III le desvían de este trabajo. Establece como límite para los hechos historiados las fechas de
1613 y 1620, pero alude a algunos posteriores.

Lo más importante son sus reflexiones acerca de la política veneciana, a la que tan ligado estaba.
Es, pues, de gran interés conocer su opinión basada en la observación directa de los hechos.

Lince de Italia u zahorí español. Trata el mismo tema, escrito en 1628, se lo dedica a Felipe IV y en
él da cuenta de todas sus experiencias políticas adquiridas en el contacto con los italianos. Se pasa
revista a las diversas repúblicas y su actitud respecto a España. Trata de llamar la atención sobre
algún personaje, como el duque de Saboya, cuya actuación se encarga de desprestigiar.

Grandes anales de quince días.

Su título completo es Historia de muchos siglos que pasaron en un mes. Memorias que guarda a
los que vendrán Don Francisco de Quevedo. Se escribe a raíz de la muerte de Felipe III el 31 de
marzo de 1621. Se nos habla aquí de los importantes acontecimientos que conmovieron la politica
española en el cambio de reinado. Insiste Quevedo en la dedicatoria “A los señores príncipes y
reyes que sucederán a los que hoy son en los afanes de este mundo”en que “yo escribí lo que vi, y
do a leer mis ojos, no mis oidos”. Es un testimonio de primera mano cuyo mayor interés reside en
la claridad con que queda reflejado el juego de fuerzas políticas en el momento de la transición.

Quevedo, como tantos otros, acoge esperanzado la venida del nuevo monarca y su valido, que más
tarde habrían de defraudarle. La obra fue sufriendo considerables modificaciones en manuscritos
posteriores al compás del cambio de actitud del autor. Son muchísimas las copias que han llegado a
nosotros.

Se nos habla del ajusticiamiento de don Rodrigo Calderón, cuya actuación en los últimos años es
minuciosamente relatada, sin ahorrarle censuras. A su muerte “no tuvo el cadalso luto ninguno […]
Viendo algunos tan robusta valentía donde nunca la presumieron, decían que como había
endurecido el ánimo en crueldades y con delitos que tenían prevenidos mayores tormentos, no
extrañó la muerte”

También se alude al asesinato del conde de Villamediana y a la suerte de los diversos ministros de
Felipe III, en especial los duques de Lerma y Uceda.

El chitón de las tarabillas.

Tiene también por título Tira la piedra y esconde la mano. Aparece como Obra del licenciado Todo
lo sabe a vuestra merced, que tira la piedra y esconde la mano.

Se advierte con claridad que el tono de este escrito está más próximo al de las Premáticas y otras
obras satíricas. No obstante, hay en él muy serias alusiones a la política monetaria. Se muestra
acorde con las medidas tomadas a este respecto por Felipe IV en los primeros años de su reinado.
Redactado en 1630, Quevedo aún cree con optimismo en la responsabilidad de remediar la
maltrecha economía española con la reducción de la moneda de vellón. Se analiza la historia de
España de los siglos precedentes.

Vida de Marco Bruto.

Es otro de sus tratados políticos fundamentales, que cierra la brillante serie. Se redactó en 1632,
pero lo retocó constantemente hasta que se imprimió en 1644. En los últimos meses de su vida
parece que trabajó en una segunda parte que nunca llegó a editarse.

El texto es en realidad una glosa de la biografía de Marco Bruto hecha por Plutarco en las Vidas
paralelas que Quevedo traduce. Su cultura humanística resplandece en todo momento. Está
presente la huella de los historiadores clásicos: Tácito, Salustio, Tito Livio, César, y de autores
como Séneca y Cicerón.

Pudo influir en la concepción de esta obra la traducción que él mismo había hecho en 1631 del
Rómulo del Marqués de Malvezzi, así como los Discursos sobre la primera década de Maquiavelo.

El libro comienza con un “Juicio que de Marco Bruto hicieron los autores en sus obras”, donde, tal
como indica el título, se expone el criterio que sobre el personaje manifestaron los más notables
entendidos. Veleyo, Séneca, Quintiliano, Suetonio, Floro, Cornelio, Tácito, Aurelio Victor... apunta
que el retrato de Marco Bruto la ha tomado de una medalla de plata de su tiempo. Tras una
advertencia “ A quien leyere”, en la que expone sus propósitos, comienza el núcleo de la obra.

El procedimiento que sigue consiste en traducir un fragmento más o menos breve -la oscilación es
mucha- del texto de Plutarco y añadir a continuación un Discurso en el que lo comenta y amplía con
la ayuda de otras fuente y de sus conocimientos y opiniones personales. Naturalmente, su análisis
rebasa los límites de la historia romana para proyectarse sobre los sucesos de la España
contemporánea, pero el centro de su atención lo constituyen los dos protagonistas de la obra: César
y Bruto, el tirano y el tiranicida., que ejercen sobre él una vivísima atracción.

El estilo es impecable; se advierten todas las modulaciones propias de la oratoria más depurada.

Otras obras políticas.

Sus escritos políticos se completan con otros muchos textos que, sin alcanzar los valores estéticos
de los ya citados, ayudan a la plasmación del pensamiento quevedesco.

En 1621 escribe un comentario a la Carta del rey don Fernando el Católico al primer virrey de
Nápoles, que se conserva en el archivo de esta ciudad. El tema es, evidentemente, la política
italiana.
El Memorial por el patronato de Santiago, escrito en 1627 y publicado al año siguiente, es una
apasionada toma de partido a favor del apóstol en la polémica que se había entablado por esos años
en torno a la decisión adoptada por Felipe III, instigado por los carmelitas, de considerar a Santa
Teresa de Jesús, segunda patrona de España junto a Santiago. Tal medida levantó airadas protestas,
entre ellas la de Quevedo, que no en vano era un caballero de la Orden. Volverá sobre el mismo
tema en Su espada por Santiago (1628).

La Carta al serenísimo, muy alto y muy poderoso Luis XIII, rey cristianísimo de Francia, se
escribió en 1635 al estallar la guerra con el país vecino. En ella le reprocha el haber apoyado a los
enemigos de España, y, muy especialmente, la actuación de su general, el hugonote Mos de
Xantillón, en la villa de Tillimon en Flandes.

La Visita y anatomía de la cabeza del cardenal Armando de Richelieu (1635) es una fantasía que se
finge escrita por el francés Monsieur D'Acnoste y dirigida al duque de Mercurio. En vista de los
males que aquejan a Francia, además del tradicional mal francés, los médicos han dictaminado que
“estos humores bajan de la destemplanza de alguna cabeza” que según las deducciónes del autor,
no es otra que la del cardenal Richelieu. Por este motivo se somete a exploración a la egregia
cabeza y se van descubriendo sus taras.

En Breve compendio de los servicios de don Francisco Gómez de Sandoval (1636) es una
semblanza de la vida del duque de Lerma, muerto en 1635.

La Relación en que se declaran las trazas con que Francia ha pretendido inquietar los ánimos de
los fidelísimos flamencos a que se rebelasen contra su rey y señor natural (1637) toca de nuveo el
tema tan espinoso de la intromisión francesa en la política de los Países Bajos, en contra del
monarca español.

En La sombra de Mos de la Forza (1638) vemos cómo esta se aparece al hermano del fallecido rey
de Suecia, Gustavo Horn, que está preso en la cárcel de Viena, y le da cuenta del “trágico fin
lastimoso y mísero que tuvieron las armas de Francia en Fuenterrabía”.

En Descífrase el alevoso manifiesto con que previno el levantamiento del duque de Braganza con el
reino de Portugal, don Agustín Manuel de Vasconcelos, escrito en 1641, pretende desenmascarar la
actuación del citado personaje, secretario de estado del virreinato de Portugal, que dio pie a la
sublevación contra el monarca español y al nombramiento del duque de Braganza como rey, cone l
nombre de Juan IV.

La rebelión de Barcelona ni es por el güevo ni es por el fuero se redacta entre 1642 y 1644; expresa
la indignación del autor, que a la sazón estaba preso en San Marcos, ante la sublevación de los
catalanes, acaecida en 1640. Su actitud respecto a los rebeldes parece excesivamente hostil.

El Memorial del duque de Medinaceli al rey don Felipe IV, escrito en 1643, carece de trascendencia.

El Penegírico a la majestad del rey nuestro señor don Felipe IV en la caída del conde-duque está
escrito en 1643 a raíz de este acontecimiento tan importante de la política española, que para
Quevedo supuso la recuperación de la libertad. Manifiesta su satisfacción ante la derrota de
Olivares, a quien responsabiliza de los grandes fracasos del reinado “La culpa tiene quien a vuestra
majestad le desconfió de todos; y el remedio ha sido que los sucesos han desconfiado dél a vuestra
majestad”.

Por último citar, las Suasorias de Marco Anneo Séneca, el retórico. (1644).
2.4.2. Obra ascética y piadosa.
HLE VIII.6.6. Pedraza y Rodríguez 9.5.2.

Defensor del estoicismo senequista cristianizado con el propósito de integrar la cultura filosófica de
los antiguos en el humanismo cristianizado.

En sus obras filosóficas Quevedo se muestra entusiasta defensor del estoicismo senequista, pasado
por el tamiz de la doctrina cristiana. Además de los dos libros fundamentales, cabe citar la
composición de unas Migajas sentenciosas, inéditas hasta que en 1932 las edita Astrana Marín, en
las que los breves aforismos alternan con reflexiones algo más extensas; de unos y otras se
desprende el pensamiento estoico del autor, que quedas expresado de forma ingeniosa y concisa.
Son un total de 1.224.

Sus obras ascéticas revelan una importante faceta e la moral quevedesca, guiadas por la autoridad
de las Sagradas Escrituras, la literatura patrística y las obras de Séneca. Quevedo exhorta al
desprecio de las riquezas mundanas y la ambición del poder. El pensamiento de la muerte debe
guiar nuestra vida, convertida en un espinoso camino. Como muy bien apunta Buendía, “nuestro
autor representa la lucha individual frente a la decadencia total de una sociedad y de un país”.

Nombre, origen, intento, recomendación y descendencia de la doctrina estoica.

Como su título indica, es un estudio de algunos aspectos de interés de la filosofía senequista. No


obstante, no se limita a esta escuela, sino que extiende sus reflexiones a los cínicos y, especialmente
a los epícureos. Consta de dos partes. La primera abarca propiamente la materia anunciada en el
título. Acaba con un rendido homenaje a la doctrina estoica. “Yo no tengo suficiencia de estoico,
mas tengo afición a los estoicos. Hame asistido su doctrina por guía en las dudas, por consuelo en
los trabajos, por defensa en las persecuciones, que tanta parte han poseído de mi vida”.

La segunda parte es una Defensa de Epicuro contra “las calumnias vulgares”. Hace una exhaustiva
relación de todas las Epístolas de Séneca en las que se alude a la figura y la doctrina de Epicuro, sin
que falten referencias a otros muchos textos clásicos.

La cuna y la sepultura. Para el conocimiento propio y desengaño de las cosas ajenas.

Es un tratado ascético con notables implicaciones del estoicismo senequista. López-Grigera en su


espléndida edición crítica ha intentado clarificar algunos problemas textuales que plantea la obra.
Todo parece indicar que en ella se fusionan dos escritos distintos que constituyen las dos partes La
cuna y la sepultura: Cuna y vida y Doctrina para morir.

Vemos como la filosofía estoica ha sufrido un proceso de cristianización con el influjo muy notable
del Libro de Job. Quevedo pretende preparar al hombre para la muerte y desmostrale que media un
trecho muy escaso entre el principio y el fin del camino. Aparecen aquí las paradojas que ya
habíamos visto en el Sueño de la muerte: “Empieza el hombre a nacer y a morir; por esto cuando
muere acaba a un tiempo de vivir y morir”. El sentimiento trágico de la inconsistencia y brevedad
de la vida se ve aliviado con la serenidad estoica con que Quevedo asume la muerte, que está
presente en cada uno de nuestros actos desde el momento de nacer.

Nos enseña a despreciar la vanidad de las cosas terrenas, a vencer el sufrimiento y a desengañarnos
de espejismos como la sabiduría.

La primera parte consta de cinco capítulos. En el quinto “perfecciona los cuatro capítulos
precedentes de la filosofía estoica con la verdad cristiana”. Se apoya en los Evangelios y en las
Epístolas de San Pablo. Hay una breve glosa del Padrenuestro.

La segunda parte, Doctrina para morir, es una especie de confesión dirigida a Dios en la que va
reconociendo todas sus faltas. Hay una constante alusión a los textos sagrados. Termina con una
glosa más amplia del Padrenuestro.

Virtud militante contra las cuatro pestes del mundo y cuatro fantasmas de la vida.

Se publicó póstumamente en Zaragoza en 1651. La obra en un principio estaba constituida por


cuatro tratados dedicados a las “cuatro pestes”: Envidia, Ingratitud, Soberbia y Avaricia, que
estaban escritos ya en 1636. Peor el impresor, Dupont, incluyó además otros cuatro sobre la Muerte,
la Pobreza, el Desprecio y la Enfermedad, que son los “cuatro fantasmas de la vida”, escritos en
1635. Vemos, pues, que la obra tal como ha llegado a nosotros consta de dos partes diferenciadas.

Es una diatriba contra los vicios mencionados apoyada en la autoridad e multitud e textos sagrados.
Son muy interesantes las paráfrasis de San Agustín, San Pedro Crisólogo y San Juan Crisósotomo.
No podían faltar tampoco las de Séneca. Hay aquí una auténtica exhortación a la lucha ascética
contra el pecado.

La segunda parte, que adopta la forma de cartas dirigidas a distintos personajes, nos enseña a
superar con la ayuda de la moral estoica y el cristianismo esos cuatro grandes azotes de la
humanidad.

Vidas de santos.

El Epítome de la historia de la vida ejemplar y religiosa muerte del bienaventurado fray Tomás de
Villanueva refleja su interés por el místico agustino, que pudo deberse a la vinculación de Quevdo
con Villanueva de los Infantes, cuna de fray Tomás. Al iniciarse el proceso de beatificación del
fraile, comenzó a escribir una larga historia sobre su vida en la que trabajó duarnte diez años:
Historia grande de Santo Tomás de Villanueva; a raíz de sus conflictos personales se perdió el
texto,de que solo tenemos referencias. Como esta larga biografía no estaba concluida en 1620, año
en que se celebró en España la beatificación, Quevedo preparó rápidamente un Epítome o resumen
que es el que conservamos. Es una obra de prosa sencilla que recoge muchos datos proporcionados
por las gentes del pueblo.

Vida de San Pablo apóstol (1644) que fue la última obra que vio publicada. La escribió durante su
reclusión en San Marcos, por lo que en ella se reflejan las pesadumbres íntimas de Quevedo. Su
contenido es denso y heterogéneo; no se limita a mostrarnos la figura del apóstol en su faceta
religiosa, sino que estudia también sus implicaciones históricas. Hay asimismo reflexiones políticas
y filosóficas. De nuevo sale a relucir la espléndida formación humanística del autor.

Otras obras religiosas.

La primera y más disimulada persecución de los judíos contra Cristo Jesús y contra la Iglesia en
favor de la sinagoga está escrita en 1619. Es un alegato antisemita y una exaltación de la figura de
Cristo por encima de Moises, Elías y los profetas. Se recurre constantemente a los Evangelios.

Sobre las palabras que dijo Cristo a su Santísima Madre en las bodas de Caná de Galilea (1626?)
es una glosa del célebre pasaje evangélico.

Homilia a la Santísima Trinidad: Consideraciones sobre el Testamento Nuevo y vida de Cristo;


Declamación de Jesucristo, hijo de Dios, a su Eterno Padre en el huerto; Afecto fervoroso del alma
agonizante, con las siete palabras que dijo Cristo en la cruz; Lo que pretendió el Espíritu Santo
con el libro de Sabiduría y el método con que lo consigue y el Martirio pretensor del mártir, el
único y singular mártir solicitado por el martirio, el venerable, apostólico y nobilísimo padre
Marcelo Francisco Mastrilli, napolitano son otros de sus escritos de índole religiosa basados en el
profundo conocimiento de las Sagradas Escrituras o en textos hagiográficos.

Son destacables dos obras dedicadas a Job, una figura bíblica con la que Quevedo se sintió
íntimamente identificado. La constancia y la paciencia del Santo Job fue escrita durante su estancia
en la cárcel. El alma de Quevedo parece haberse elevado por encima de las miserias humanas; su
estoicismo cristiano ha llegado al punto culminante. Tras cada fragmento del Libro de Job se
incluye una Consideración que sirve de comentario.

En las mismas circunstancias escribió la Providencia de Dios padecida de los que la niegan y
gozada de los que la confiesan. Doctrina estudiada en los gusanos y persecuciones de Job, que
intenta demostrar por encima de todo la existencia de la Providencia divina y la inmortalidad del
alma. Se advierte el influjo del Diálogo de la dignidad del hombre de Pérez de Oliva.

3. La prosa satírico-moral y costumbrista: El relato lucianesco. El costumbrismo.


HLE VIII.7. Pedraza y Rodríguez 4.4 y 5.5

Se trata de escritos que se centran de algún modo en la realidad social y cultural, con una
perspectiva satírica, estructurada sobre ficciones fantásticas, alegóricas y oníricas, en sucesión de
escenas o cuadros que siguen un determinado itinerario. (viaje, salida)

Como máximo exponente del relato lucianesco destacan: los Sueños de Quevedo, ya estudiados; El
diablo cojuelo de Luis Vélez de Guevara (1641); Las obras de Rodrigo Fernández de Ribera (1579-
1631): Los anteojos de mejor vista (1620-25) y El mesón del mundo (1631)

Autores cuya obra entra dentro de lo “costumbrista” son: Liñán y Verdugo, Remiro de Navarra,
Juan de Zabaleta, Francisco Santos, Agustín de Rojas, Cristóbal Suárez de Figueroa, etc

El objetivo satírico (valga decir, moral) y la técnica de la revista de escenas con un ingrediente de
acción elemental pone en relación la literatura de raíz lucianesca y el costumbrismo, que en el XVII
español observa siempre una perspectiva satírica y moral.

Los grados de “novelización” (o estructuración) del relato son variados y van desde la organización
más novelesca de las obras de Fernández de ribera (“auténticas novelas alegóricas” según Ferreras)
a la serie “anatómica” de Vélez de Guevara, que difícilmente se puede calificar de “novela” en el
sentido moderno, con propiedad, por más que de novela la califique el mismo autor.

El diablo cojuelo de Luis Vélez de Guevara.

En 1641 Luis Vélez de Guevara publica este relato satírico, repartido en diez trancos (por ser
cojuelo el diablo que los protagoniza).

El esquema argumental es sencillo, y parte de una anécdota oportuna: el estudiante don Cleofás
huye de la justicia que lo persigue por un estupro, y en un desván encuentra una redoma con el
Diablo Cojuelo dentro. Lo libera y el Diablo en agradecimiento lleva a Cleofás a la torre de San
Salvador de Madrid, desde donde le muestra “el pastelón de la corte”, “patentemente, que pr el
mucho calor estivo estaba con menos celosías, y tanta variedad de sabandijas racionales en esta arca
del mundo, que la del diluvio, comparada con ella, fue de capas y gorras”. Después lo llevará por el
aire a sobrevolar con la misma mirada satírica otras ciudades. Los núcleos más importantes son los
relativos a Madrid y a Sevilla, como era de esperar por la importancia de ambas ciudades en la
España barroca, que les permite ser representativas del teatro del mundo:otras como Toledo,
Córdoba, Écija y Carmona están en el camino.

Una vez planteada la excusa argumental en el Tranco I, empieza la revisión de la sociedad


madrileña, ese “teatro donde tantas figuras representan”: desde los primeros motivos, y juegos de
palabras se instala la mirada del satírico: estas figuras, por ejemplo, funcionan dilógicamente:
significan no solo dramatis personae (según la metáfora del teatro que acaba de emplear), sino
también, en sentido satírico, “personajes extravagantes o ridículos provocantes a risa o desprecio”:
efectivamente esta revista del Tranco II nos presenta una significativa serie de caricaturas: un
letrado de espesa barba, una parturienta, un lindo, una bruja, un hipócrita, dos ladrones con mala
suerte, una bodegonera rica y gorda, un caballero de hábito hambrón y miserable, taberneros
ladrones, alquimistas, matrimonios presumidos, gariteros, boticarios, médicos, cornudos, barberos,
sastres...; toda la galería, en fin, de los oficios y figuras habitualmente satirizados en el XVII, con su
séquito de motivos y rasgos burlescos, en su mayor parte codificados.

El Tranco III nos lleva a la calle de los Gestos, donde está el baratillo de los apellidos y la pila de
bautizar con los dones postizos; una casa de locos donde están los arbitristas, ciegos enamorados,
cocheros, etc. La sátira se continúa a lo largo de los trancos siguientes, aunque aparecen nuevos
elementos. En el IV se acelera un poco la acción: sucesos en la venta de Darazután, riñas varias
(con un extranjero, en defensa del rey de España, desafío de Cleofás con un mozo de Montilla, etc. )
se supone en los dos viajeros (Cojuelo y Cleofás) un trepidante movimiento.

El tranco VII introduce otro motivo importante en la vía alegórica del relato: la visión de la Fortuna
y su séquito, tema tradicional en la literatura clásica y en la medieval y muy frecuente en el XVII,
cuando expresa una lección de desengaño poniendo de manifiesto su ceguera y mutabilidad, y la
degradación que causa en el hombre.

Tras la descripción y elogio de Sevilla del Tranco VII, se inicia el VIII donde asistimos a la visión
de la nobleza madrileña, a través del espejo mágico que reproduce el desfile de una larga serie de
nobles, que se van citando y elogiando en un pasaje de lectura pesada, peor que responde a
objetivos habituales en la literatura del tiempo. Es dudoso que haya aquí intención satírica, como
sostiene Peale, quien asegura que Vélez “sutilizó su visión crítica en la contrastada disposición
estructural de los trancos II y VIII. El elogio semántico de la Corte Real es contradicho por la
misma armazón estructural que está revestida por aquel torrente laudatorio; a mi juicio el elogio
semántico es claro y las relaciones entre Vélez y la nobleza no dejan lugar a dudas.

En el Tranco X asisten los viajeros a una academia literaria, una de cuyas sesiones se describe , con
la lectura de sendos sonetos del Cojuelo y su compañero, y de unas Premáticas literarias. Es, pues,
un tranco centrado en materias de poesía, bastante comunes en la época. Se termina el capítulo con
la visita al garito de los pobres... Llegan los alguaciles que persiguen a Cleofás desde Madrid y los
diablos que persiguen al Cojuelo desde el infierno; el Cojuleo burla al alguacil metiéndose por la
boca, peor la final lo detienen, y la estuprada Tomasa, desengañada, trata de pasarse a las Indias
mientras Cleofás decide volver a sus estudios en Alcalá.

El resumen del contenido que antecede muestra la variedad de situaciones, materias, escenarios,
personajes, perspectivas y estilos que se acumulan con el leve hilo conductor citado.

Entre otros elementos abundan los motivos folclóricos y literarios: el mismo personajillo del
Cojuelo es reelaboración folclórica, y hay numerosas alusiones a refranes, coplillas y motivos
populares: la frasecilla procedente de un cuentecillo de duendes traviesos “acá estamos todos”
(Tranco II) y otras de análogo origen “con lo mío me haga Dios bien” (preliminares), “Dios te la
depare buena” (X), “todos somos locos” (III).

Todos los elementos del tranco X en la sesión académica pertenecen al mundillo literario, con sus
burlas sobre la poesía culterana (“se manda que todos escriban con voces castellanas, sin
introducillas de otras lenguas y que el que dijere fulgor, libar, numen, purpurear, meta, trámite,
afectar, pompa, tŕemula, amago, idilio, ni otras desta manera, ni introdujere prosposiciones
desatinadas, quede privado de poeta por dos academías.”); o sobre la frecuencia de poemas a
motivos fabulosos como el ave fénix; o sobre el estilo discreto de la galantería y los tópicos de la
comedia nueva...

Respecto al género ya he mencionado su habitual adscripción a la picaresca, que no me parece


convincente: no hay funcionalidad de la genealogía, ni perspectiva autobiográfica, ni proceso de
aprendizaje, ni el protagonista es un pícaro que deba explotar su ingenio frente a las dificultades que
le opone la vida y la sociedad para sus saltos de estrato social; no hay caso unificador, ni apenas
motivos específicos de la picaresca, salvo quizá el último tranco la sociedad mendicante (tema ya
utilizado por Mateo Alemán sobre todo) que nos introduce en un ámbito cercano al picaresco.

Peale ha estudiado con más detalle los problemas del género y sitúa al Cojuelo en el terreno de la
anatomía: esto es, un relato que no interesa tanto por los hechos de los personajes como por el libre
juego de la fantasía intelectual y de la acción fantástica y satírica.

El estilo del Diablo Cojuelo es uno de los aspectos más relevantes, que lo configura como una obra
sumamente representativa del ingenioso conceptismo aurisecular. El tejido verbal del libro es una
suma de juegos de palabras, metáforas hiperbólicas, multiplicidad de registros.. La polisemia se
explota constantemente: “familiar eres” (“familiar de la Inquisición” y “diablillo familiar”) “los
orfeos de la maesa... hacen una fuga de cuatro o cinco calles” (“huida”, “fuga musical”); y también
la paronomasia (“el uno a cansar ministros y el otro a casar”); la falsa etimología (“se llama río
porque se ríe”); el retruécano (“aquel preciado de lindo o lindo de los más preciados”), etc.

Las obras de Rodrigo Fernández de Ribera.

Rodrigo Fernández de Ribera (Sevilla 1579-1631) es autor de dos obras interesantes en este género,
Los anteojos de mejor vista (Sevilla, hacia 1620-1625), considerada a menudo como precedente del
Diablo Cojuelo y El mesón del mundo (1631). En Los anteojos se utiliza también un observatorio
desde el cual mirar: en lo alto de la Giralda se reúnen el narrador (Miser Pierres de Tal) y el
licenciado Desengaño, para ver el panorama moral que ofrece Sevilla a través de unos anteojos que
permiten al portador ver a los hombres tal como son, desenmascarando su verdadera condición.

El mesón del mundo basa su argumento en un motivo bien conocido: el del mundo como venta, o el
del mesón como ejemplo de mundo en compendio, por el que pasan diferentes tipos de personas,
que el narrador describe con un lenguaje sumamente conceptista, lleno de alusiones, juegos y
metáforas satíricas, que intentan captar el caos universal. Se insertan unos Arbitrios, imitación de
las premáticas quevedianas, que siguen insistiendo en la perspectiva satírica. Hay algunos reasgos
comunes entre El mesón y el Diablo Cojuelo (algunos episodios o escenas: riña entre dos
fanfarrones, como otras riñas en el Diablo; llegada de un noble al mesón, con gran aparato, como
los cómicos de la venta de Darazután...) sin mayor trascendencia: se trata de motivos o situaciones
que se hacen bastante tópicos en los textos costumbristas y satíricos del periodo.
El costumbrismo. Rasgos generales.

Al igual que la sátira lucianesca se separa de la estructura novelística, al supeditar la trama


argumental a la presentación de tipos y costumbres en escenas descriptivas. Por otro lado el
ingrediente costumbrista aparece frecuentemente en la novela o en otros libros como el Viaje
entretenido de Rojas Villandrando o El Pasajero de Súarez de Figueroa
Díez Borque apunta que el cuadro de costumbres surge cuando la estructura narrativa envolvente se
quiebra, y “aunque a veces sea difícil de distinguir entre cuadro costumbrista y narración frustrada,
es lo cierto que en el cuadro de costumbres domina la fragmentación – con valor más o menos
autónomo de los cuadros- y la sustitución del hilo narrativo por otros recursos formales o
intencionales de unidad”.

Característica general del costumbrismo español del siglo XVII es la preocupación docente que se
manifiesta en el enfoque satírico-moral de sus descripciones.

Liñán y Verdugo.
No hay muchos datos seguros sobre el escrito Antonio Liñán y Verdugo, ni tampoco está clara la
situación textual y de autoría del libro Guía y avisos de forasteros que vienen a la corte (1620), que
se ha pensado a veces podría ser obra del mercedario fray Alonso Remón. Varias de las novelas de
esta colección aparecen insertdas en la Mojiganga del gusto de Sanz del Castillo,y también en
Sarao de Aranjuez, de Jacinto de Ayala, sin que esté clara la relación textual entre estos libros,
algunos de ellos, como el del tal Jacinto Ayala, de autoría y composición confusa.

Esta colección se atribuye a Liñan, sigue una estructura de relato de marco, que arranca con la
conversación inicial de un maestro de teología, un cortesano viejo y un caballero joven recién
llegado a la corte, al que los otros dos dirigen las advertencias para que sepa orientarse en el mar de
engaños cortesanos. Para mostrar estos peligros de la corte se le dan ocho avisos relativos a la
elección de posada, de amigos, de lugares para frecuentar, actitud en los negocios, huida de los
entretenimientos inútiles y del ocio corruptor, etc.

Intercalados entre los avisos se introducen catorce relatos cortos, novelas y escarmientos que sirven
de ejemplificación práctica mediante la ilustración de una historieta concreta, los consejos para el
forastero. Lo interesante desde el punto de vista del costumbrismo es el retrato de diversos tipos de
cortesanos que configuran una galería satírica de personajes poco recomendables y representativos
de las asechanzas de la urbe.

En el estilo, además del conceptismo general, en el que coincide con otros muchos textos de la
época y del género, destaca la intensidad de la referencia erudita y de autores morales, filósofos y
juristas: “cuya importancia […] tocan maravillosamente Simancas en su República, y el licenciado
Francisco de Bovadilla en su Política, libro 2, “Platón […] en aquel su diálogo que intituló Lisis
vel de amicitia,en el libro 12 […] lo había enseñado el mismo dios en las Sagradas letras por boca
del profeta Jeremías, etc.”

Remiro de Navarra.

Apenas hay datos biográficos de Baptista Remiro de Navarra, salvo su propia información que
escribió en su libro Los peligros de Madrid en edad temprana (“esta travesura de mis años
juveniles”) durante las tardes de verano en Zaragoza. Por distintas páginas de su obra aparecen
elogios a Lope, Vélez de Guevara, Góngora, Villamediana..; debió de vivir en la corte largo tiempo.
González Ollé encuentra algunos rasgos lingüísticos que podrían apuntar débilmente a una
procedencia aragonesa o, quizá, por el apellido, navarra.
Los peligros de Madrid, por su temática y desarrollo se encuentra cercano a las fórmulas más
características del costumbrismo. Se concentra en diez capítulos, cada uno de ellos a modo de breve
cuadro que se ocupa de un peligro distinto, de los varios que ofrece la corte al ingenuo forastero que
llega a sus negocios y pretensiones, y con poco aviso se deja envolver por la fascinación de esta
Babilonia de confusiones y engaños. Tales peligros vienen a ser la Calle y Prado alto, el Soto, la
noche, la calle Mayor, la cazuela del teatro, los baños de julio en el Manzanares..., y en todos ellos
aparece la mujer pidona, la gran engañadora de todos: “Escribiré los peligros con coche de mujeres
y sin él, en calle y Prado, y tomo esta parte por el todo, porque riesgos de gastar con algunas los hay
en toda parte y lugar. Solicito decir la verdad, que es decir quiero ser su enemigo y que me digan
aquello que cada uno habla como quien es. Miente el adagio, porque no hablaré sino como son ellas
[…] Difiniré el genio de algunas y daré a conocer lo intrincado de sus naturales y lo interior de sus
dictámenes […] Inquiriré sus costumbres, que esto será muy fácil, porque la saben todos”.

El segundo peligro es un cuadro interesante de la fiesta del Sotillo, con su abigarramiento de


paseantes, meriendas, limeras, y conatos de acciones y burlas entre los personajes figuras,
caballeros y dams de nombres jocosos (doña Terencia, don Tadeo...), que siguen protagonizando los
siguientes cuadros, como la doña Bitrubia de Castilla (o Juana Borrego en el pueblo), mujer “ de
gran pecho, la boca pequeña como un clérigo menor, la frente ancha como su conciencia, las orejas
de mercader, no oía sino lo que quería y lo que no quería, habiendo dinero...”

Otra fiesta popular es el tema del peligro V (El Trapo, que se celebraba el 25 de abril, festividad de
San Marcos, cuando acudían los madrileños a una romería en la ermita del Santo Evangelista
cercana a Madrid) y en el VI es la famosa calle Mayor la revisada. Uno de los peligros más curiosos
es el VII dedicado a la cazuela del teatro, donde se capta el ambiente festivo de las representaciones
auriseculares, y la animación de la cazuela.

González de Amezúa subrayó con ingenuidad el estilo “descuidado e incorrecto de esta obra”, en la
que veía una prosa llena de faltas contaminadas del lenguaje oral: “Remiro de Navarra escribía
como hablaba”... Este juicio, evidentemente erróneo, ha sido corregido por el artículo citado de
González Ollé, que demuestra cómo las supuestas incorrecciones constituyen la mayoría de las
ocasiones un defecto de fijación textual provocado por una mala inteligencia del texto.

El estilo manifiesta simplemente la dificultad propia de los mecanismos del conceptismo. Los
peligros de Madrid explota las paronomasias (“son los coches otro elemento, y para algunos
alimento”), polípotes (“Una dama muy vana que de envanecerse se desvaneció”), etimología
chistosa (“le piden niñerías y no le parecen sino hombrerías”) onomástica simbólica-burlesca (“Ana
Cordera, que allá en el Prado se llamaba doña Ana León”) etc.

Juan de Zabaleta.

Nace en Madrid hacia 1610. Fue cronista de Felipe IV. No conocemos detalles de su juventud,
educación o situación familiar. Quedó ciego en 1664 y murió en torno a 1670.

Su actividad literaria es variada. Además, de las piezas costumbristas, escribió obras de


ejemplificación moral con personajes históricos ( Teatro del hombre: el hombre, historia y vida del
Conde de Matisio, El emperador Cómodo), reflexiones sobre temas de la naturaleza ( Problemas de
filosofía natural acompañados de consideraciones morales), meditaciones sobre el sufrimiento del
hombre como medio de cercanía a Cristo (Milagros de los trabajos), y los más conocidos Errores
celebrados, donde reúne una treintena de anécdotas sobre personajes y sucesos históricos, que han
sido celebrados por todos, y que son todas erróneas y equivocadas, como Zabaleta intenta
demostrar.
Las obras centrales por las que hoy es mencionado en las historias de la literatura y las que
mantienen con mayor vigor el interés del lector son las dos partes del Día de fiesta, Día de fiesta
por la mañana y Día de fiesta por la tarde (no llegó a escribir El día de fiesta por la noche).

El día de fiesta por la mañana describe las diversiones y ocupaciones de los madrileños en la
mañana del día de fiesta. El lector asiste a una serie de personajes y su actividad, casi siempre de
tipo doméstico, y ejemplo, para la perspectiva moralizante de Zabaleta, de empleo superfluo cuando
no francamente pecaminoso del tiempo. Así van sucediéndose el galán, la dama, el enamorado, el
adúltero, el celoso, hipócrita, cortesano, dormilón, tahúr, agente de negocios, vengativo, cazador,
avariento, linajudo...

Como se ve obedecen a distintas modalidades de figuras (en el sentido satírico peroyativo) morales
y sociales: uno son representantes de costumbres al uso, otros de vicios a la moda, otros, en fin, de
pecados capitales de vigencia universal. El conjunto, no obstante, define a la sociedad madrileña del
XVII como un territorio de vanidad y tontería.

La presentación de lo cotidiano no es realista, naturalmente, sino crítica y deformada por la visión


severa del moralista a quien toda actividad que no sean los ejercicios piadosos le parece censurable:
“Mi ánimo ha estado en esta escritura quitar los errores de que los hombres manchan el ocio santo
de los días santos. Espero en Dios que me ha de ayudar a conseguir el fin. Con los retratos de los
vicios procuro desenamorar al mundo de ellos, y en los retratos pongo algunas cosas que quizá
moverán a risa. Intente hacer un día de fiesta cabal, santo y entretenido”.

El día de fiesta por la tarde tiene el mismo protagonista colectivo, y continúa la técnica de la
primera parte. Aquí se centra especialmente en las diversiones: la comedia, el paseo, la casa de
juego, el estrado, el jardín, los libros, algunas fiestas (de modo análogo a Remiro de Navarra), como
la del Trapillo y Santiago el Verde, el domingo de Carnestolendas, la pelota, el juego de damas, la
merienda.

Unidas las dos partes del Día de fiesta completan, pues, el tratamiento de las figuras y personajes o
el de los ambientes o espacios de diversión.

De los distintos capítulos del Día de fiesta por la tarde el dedicado a la comedia tiene relevancia
particular, por la viveza de su pintura, la caricatura de los espectadores, la captación del ambiente de
las representaciones, el bullicio, las riñas de la cazuela, los estratos del público, el comportamiento
en el corral, las observaciones sobre los actores...

Francisco Santos.

Fue bautizado el 20 de Octubre de 1623 en la parroquia de San Ginés, tenemos pocos datos
biográficos, estuvo casado con María Muñoz, y vivió en la calle del Olivar, sirvió en la Guardia
Real durante los reinados de Felipe IV y Carlos II. Debió pasar frecuentes apuros económicos por
las referencias que dejó en sus obras. Murió en 1698.

DE 1663 a 1667 da a la imprenta dieciséis obras de contenido y expresión diversos, en las que se
integran elementos picarescos, fantasías, alegorías satírico-morales, diálogos lucianescos,
misceláneas didácticas y eutrapélicas, tratados de moralidad, costumbrismo...

El carácter heterogéneo de este conjunto dificulta una clasificación precisa. Rasgo común es la
levedad del hilo narrativo, a menudo soportado por un narrador-testigo acompañado de un guía. La
línea argumental es flexible y da entrada a episodios, comentarios, y unidades narrativas menores a
modo de ejemplos: fábulas, cuentecillos, historias sacras y profanas, etc.

En todos los casos ilustra sus obras con los tipos, ambientes y escenarios del Madrid aurisecular,
procesiones, costumbres, profesiones, romerías, fiestas, festejos..., lo que nos pemitirá sin excesiva
injusticia calificarlo de cultivador del costumbrismo con resalte de la intención moral, que es
corriente en el género: “Moralicemos, que fuera lástima dejar sin flor a raras
plantas”;”moralicemos, que no hablando de moral no acierto a escribir”, etc.

En todos sus libros el impulso moral va aliado a la denuncia de la corrupción y a la conciencia de


crisis política y moral de la España barroca. Los temas del engaño del mundo, de la fugacidad dela
vida, el pesimismo vital, son obsesivos: “somos pasajeros de la vida y vamos caminando a la ciudad
de la muerte y ha que dura nuestro viaje lo que nacimos” (El rey gallo). El tono predominante es el
del sermón, con rechazo, al igual que Zabaleta (al que confiesa por maestro y precedente) de todas
diversión que no sea la piadosa; los libros de vano entendimiento entre otros: en El arca de Noé
ataca al Estebanillo González, El viaje entretenido, La pícara Justina, La Celestina, el Don Fruelaa
(de Bernardo de Quirós)...”libros todos y cuanto tienen de bufonada y chulería, alcahuetas y
primeras damas”.

El primer libro impreso de Santos es Día y noche de Madrid (1663). Tiene un núcleo novelesco
estructurado en dieciocho discursos: tras la descripción de una tormenta, los salvados del naufragio
van a Madrid donde hace una acción de gracias. Entre ellos se cuenta Onofre, un joven napolitano
que quiere conocer Madrid, para lo cual solicita la guía de Juanillo. Este Juanillo cuenta su vida
(especie de relato antipicaresco: huérfano desamparado a los diez años, sirve en los juzgados de
Provincia, y pasa a servir a varios amos, a menudo malos, sin que para nada consiga corromper la
bondad y honradez de Juanillo, ayudado por la Providencia). A la mañana siguiente empiezan la
visita a Madrid, en cuyo recorrido Juanillo presta especial atención a los templos, iglesias y
hospitales.

El objetivo central de Juanillo es enseñar el desengaño a Onofre: el desfile de tipos satirizadoses el


habitual (ministros, alguaciles, sastres, lindos, estafadores, ricos ociosos, arbitristas, posaderos,
tenderos, mendigos falsos...), una galería conocida en precedentes como Quevedo, Zabaleta o
Liñán. Las escenas y ambientes de tipo costumbrista (el portal de los pañeros, la Plaza Mayor y sus
tiendas, el mentidero de las gradas de San Felipe, lances de un día de toros, la cárcel y la casa de
juego... (sirven siempre a la moralización. Es sumamente significativo en este sentido el episodio de
la academia literaria de discurso XVII: todos los poemas tratan de temas mortuorios funerales, el
paso del tiempo, etc.: uno es un soneto en que se pregunta a una calavera dónde dejó el lucimiento
que tuvo cuando vivía; otro es al retrato de una hermosa cuyo original había muerto; otro golosa
una copla que está en una tumba como epitafio, y así sucesivamente.

El proceso narrativo se interrumpe constantemente para integrar las glosas morales, ejemplificadas,
como en el caso de Zabaleta, con apólogos, fabularios, casos ejemplares como el de Belisario,
hagiografías, historias de animales... en intensidad aún superior a la de su modelo. La imagen de los
animales como ejemplo moral es característica de estilo expositivo de Santos: las numerosas
cualidades atribuidas en los bestiarios a los animales le sirven para ilustrar comportamientos,
establecer comparaciones, etc. En pocos textos auriseculares encontramos una explotación tan
intensa de estos repertorios y su simbolismo: compara por ejemplo al jugador con el pájaro cien
sayos, que según creencias recogidas por Santos es comedor de gusanos que lo envenenan; en el
discurso I establece una larguísima serie de relaciones que pueden servir de ilustración a esta
técnica: “en los animales podía notar los realces de grandeza que tiene a todos, pues el más prudente
es el elefante, que aprende lo bueno y lo malo que el maestro el enseña […] más discurso tiene el
hombre, pues no es el maestro […] el perro es el animal de más memoria que hay […] y llora por el
que más bien le hace, si le pierde […] y el mal hombre no paga ni agradece a Dios los beneficios
que de él recibe […].El lobo tiene la grandeza de lo reluciente de los ojos y la cabeza es contra los
hechizos; mejores ojos tiene el hombre […] , (sigue textos relativos al ciervo, oso, toro, león,
culebra...)

Las Tarascas de Madrid y Tribunal espantoso (1665) le dedica “ a todos los que nacieron para
morir” y explica desde el comienzo el sentido alegórico: “al hombre en pecado le llamo yo tarasca o
como a tal le retrato”. El doble título corresponde a las dos partes o a los dos tratados que componen
este libro: una relación y crítica de las costumbres de la Semana Santa madrileña, y la condena de
los que la hacen excusa para abusos y vicios.

El No importa España, loco político y mudo pregonero (1667) es una incursión en los tratados
políticos al uso, en la que examina el estado de decadencia del país. Para Rodríguez Puértolas es:
“la representación de la amargura del homo hispanicus de la decadencia; testigo del hundimiento sin
remedio de un imperio y de unos valores históricos y sociales, así como la expresión literaria de los
contrastes en que se debatían los espíritus españoles del barroco”.

Un loco sabio, el No Importa (personificación de una frasecilla con la que se excusaban las bromas
pesadas del Carnaval), recorre las calles de Madrid convocando a sus seguidores, ante una cárcel
donde figuran los males que aquejan al hombre. Allí revisa causas, dicta sentencias, y juzga con
criterio muy diferentes a los de la corrupta justicia ordinaria. El retrato emergente es el de una
sociedad venal, donde la virtud y la bondad son escarnecidas, donde los impuestos, la usura y la
miseria oprimen a los débiles.

Temas y juicios parecidos, con pinturas satíricas y morales de índole semejante continúan en otras
obras: Gigantones de Madrid y por defuera y prodigioso entretenido (1671),La verdad en el potro y
Cid resucitado (1671), El rey Gallo y Discursos de la Hormiga (1671), La Tarasca de parto en el
Mesón del infierno (1672), El diablo anda suelto (1677).

Agustín de Rojas.

Nace en Madrid en 1672, vivió una juventud bastante agitada, próxima a los protagonistas de la
picaresca. Durante cuatro o cinco años fue paje de la nobleza; parece ser que no descuida su
formación, asiste al Colegio Imperial de los jesuitas. No obstante, gran parte de su formación se
debe a sus lecturas en solitario. Se alista en ele ejercito y, tras una nutrida serie de aventuras no
siempre gratas, abandona la vida militar aquejado de una grave enfermedad. Desde 1595 intenta
lograr fama en el teatro, pero en 1603, año en que contrae matrimonio en Valladolid, ya ha roto con
el mundo de la farándula. Se supone que debió morir hacie 1635.

Es célebre por su Viaje entretenido (Madrid 1603), sobre todo por el fragmento en que se describen
los diversos tipos de agrupaciones teatrales. Es una obra miscelánea que toma la forma de diálogo,
muy apropiada para dar mayor vivacidad a los diversos episodios; se prescinde aquí de la finalidad
didáctica que acostumbra a tener el género. En sus páginas se acumulan las más variadas anécdotas
y noticias pintorescas y curiosas.

Sabemos que el libro se escribió con la intención de dar acogida a las cuarenta loas del poeta que
ocupan la mitad del mismo. Estas son sumamente desiguales, aunque en su conjunto no dicen gran
cosa al lector-espectador actual. Su valor dramático es forzosamente ocasional; se dirigen a un
público y una circunstancias muy concretas; fuera de ellas carecen de sentido. Las más valiosas
rozan el mundo de la jácara: Rojas y los rufianes, La ramera fea...Es interesante la loa de La
comedia en que se dan noticias sobre el teatro de la época.

Asimismo intercala una novela de corte sentimental: Leonardo y Camila,que está dentro de las
coordenadas convencionales que tenía marcadas el género. La levísima trama argumental que sirve
de sostén a tan variados elementos consiste en un viaje que cuatro profesionales de la farándula
hacen de Sevilla a Toledo. Sus nombres son: Ríos, Ramírez, Solano y el propio Rojas. No son
personajes ficticios, sino cuatro hombres de teatro de la época.
Para distraer las fatigas de la jornada entablan conversación sobre temas variados, que atañen muy a
menudo a las ciudades y pueblos que van recorriendo en su viaje. En ocasiones las anécdotas caen
en el terreno de la picaresca. No obstante, hay que señalar que a veces se ha exagerado el peso
específico que esta temática tiene en el conjunto de la obra. Tan solo afecta a algunos episodios
aislados.

Uno de los aspectos más valorados es lo que hay en la obra de documento de la vida teatral de ese
tiempo. Podemos conocer muy bien como vivían los actores, que concepto de ella tenía la sociedad,
cuál era su talante...

Contiene muchos datos autobiográficos. Toda la información sobre el teatro procede de su


experiencia personal. No todo el libro tiene ese carácter inmediato y vivido; abundan, sobre todo,
los recuerdos de las muchas lecturas llevadas a cabo por el autodidacta que fue Rojas.

Adquiere con frecuencia un tono erudito y cultista, en algunos momentos resulta pedante. Por
fortuna, el carácter misceláneo del texto le hace desviarse de esta ruta. Tuvo mucho éxito e influjo
entre sus contemporáneos. Solo en el siglo XVII tuvo siete ediciones.

Escribió otras dos obras Buen repúblico (1610), que es una miscelánea más o menos culta, pero no
hay diálogo ni alusiones a la vida teatral. Su tono es más severo y predomina la filosofía moral y los
comentarios políticos, aunque presenta analogías con la obra anterior. Cultivó el género dramático y
nos ha dejado una obra extensa El natural desdichado.

Cristóbal Súarez de Figueroa.

Nace en Valladolid en 1571. Sigue la carrera de derecho en las universidades de Bolonia y Pavía y
ejerce como juez y fiscal. Regresa a España y entra al servicio de don Juan Hurtado de Mendoza.
Comienza una etapa de gran fecundidad literaria. Cuando el duque de alba es nombrado virrey de
Nápoles, va con él. Obtiene el cargo de auditor de la Audiencia de Calabria. Tras sufrir un proceso
por su actuación en una causa, es nombrado abogado de la Audiencia de Trani. Muere en 1644. Un
rasgo sobresaliente de su personalidad es su carácter envidioso, irascible y avinagrado. Rezuma
malhumor y no pierde ocasión de manifestarlo.

Especialmente célebre es su diálogo titulado El pasajero (Madrid 1617). Se advierte en él la huella


del Viaje entretenido. Como en la obra de Rojas, el pretexto para sacar a colación los más diversos
temas es un viaje. También son aquí cuatro los interlocutores, que van de Madrid a Barcelona
rumbo a Italia. Cada uno de ellos se erige en representante de una clase social distinta: el Doctor,
que dirige el diálogo y parece estar en posesión de la verdad última, representa al intelectual; se ha
coincidido unánimemente en ver encarnado en él al propio Súarez de Figueroa; el maestro ejerce las
funciones de teólogo parece ser que encubre a la persona de Torres Rámila, enemigo de Lope; don
Luis es el militar de vida venturera e Isidro, el hombre que trabaja con sus manos, el platero. Para
distraer sus ocios y olvidarse del calor sofocante, deciden entablar conversación.

El recurso clásico resulta eficaz ya que da pie a Figueroa, para meter en el libro toda clase de
observaciones y sátiras. Su carácter misceláneo es bien patente. Se intercalan versos, a veces de
cierta calidad, así como relatos más o menos extensos. No falta aquí el elemento picaresco,
espléndidamente tratado en la novelita que nos cuenta la vida del ventero y cuadrillero Juan.

El tema más frecuente es la literatura. Su “natural maledicente”, que él mismo confiesa, le hace
prodigar los comentarios mordaces sobre los más célebres escritores contemporáneos. Lope de Vega
cuya fórmula dramática se analiza, es uno de los que sale peor librados. Algunas alusiones son de
una claridad meridiana; en otras la sátira está más velada y puede inducir a error.
También se recoge numerosa información acerca de la vida y costumbres de la época, que se
desvela ante nosotros de la mano de un hombre culto y con grandes dotes de observación.

García Morales apunta una doble finalidad en la elaboración de la obra: el afán didáctico, que le
lleva a proporcionar al lector una serie de “advertencias utilísimas a la vida humana” y, por otra
parte, la necesidad de expresar algunos de sus pensamientos íntimos. Crawford subraya el carácter
esencialmente subjetivo de este diálogo.

El estilo es digno de todo elogio. Predomina la frase cortada, conceptista. García Morales ha
señalado la existencia de algunos giros muy propios del autor, como la omisión del artículo y
algunas preposiciones. Es una obra trabajada, fruto de una labor esmerada.

Escribió otras obras de géneros diversos: La constante Amarilis (1609), novela pastoril; España
defendida (1612) poema épico sobre la figura de Bernardo del Carpio; Plaza universal de todas las
ciencias y artes (1615), trabajo enciclopédico que traduce y amplia las ideas expresadas por Tomas
Gazzoni en su Piazza Universale; contiene algunos datos interesantes sobre las artes e industrias del
siglo XVII.

Citemos, por último, la Historia y Anal Relación de las cosas que hicieron los padres de la
compañía de Jesús para las partes de Oriente (1614), Varias noticias importantes de la humana
comunicación (1621) y El Pusilipo (1629). Tiene, además, una traducción de El pastor Fido de
Guarini.

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