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Jairo Javier García Sánchez
La cantidad vocálica y el acento en el latín vulgar
BIVIRHUM
LICEUS
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Jairo Javier García Sánchez
La cantidad vocálica y el acento en el latín vulgar
ISBN: 978-84-9822-759-8
Resumen
Se abordan en este artículo dos aspectos fundamentales en el paso del latín a las
lenguas románicas: la pérdida de la pertinencia distintiva de la cantidad vocálica,
considerada como la transformación más importante del fonetismo, y, por otro lado,
la nueva naturaleza y función del acento. Todos los procesos que llevaron a tales
cambios ocurrieron, naturalmente, en el latín hablado, en el latín vulgar.
Esquema:
1. La cantidad vocálica
1.1. La cantidad vocálica en latín
1.1.1. Consideración fonológica de las vocales largas
1.1.2. Posibilidades de representación de la cantidad vocálica
1.2. Pérdida de la capacidad distintiva de la cantidad vocálica en latín vulgar
1.2.1. Causas del colapso de la cantidad
1.2.2. Cronología y testimonio del cambio
2. El acento
2.1. Aparición del acento de intensidad
2.2. El aspecto fonológico en el acento del latín vulgar
2.3. La colocación del acento en latín vulgar tardío
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La cantidad vocálica y el acento en el latín vulgar
1. La cantidad vocálica
Uno de los contrastes tipológicos más acusados entre el latín y las lenguas
románicas que de él proceden consiste en que en la lengua latina la duración de las
vocales, también conocida como “cantidad vocálica”, era pertinente y podía
diferenciar palabras y significados; en las lenguas románicas esto ya no será así. La
llamada “desfonologización” de la cantidad o, dicho de una manera mejor, la pérdida
de esa capacidad distintiva, tuvo lugar en el latín vulgar.
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Por analogía, se podría considerar que las vocales largas son diptongos de
timbre igual, isófono o constante, y de la misma forma, cabría interpretar los
diptongos como vocales largas de timbre cambiante o anisófono.
Conviene tener en cuenta que hay una cierta analogía histórica entre
vocales largas y diptongos. Como ya se ha indicado, buena parte de las vocales
largas latinas procedían de la monoptogación de un diptongo, es decir, de la
asimilación de sus dos elementos (ei > ī; eu > ou > ū; etc.), y los diptongos –nadie lo
cuestiona– son grupos difonemáticos.
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Otros métodos para marcar la larga fueron, por un lado, el ápex –un signo
diacrítico, como la tilde acentual–: múrum, foró; y por otro lado, para la ī, la llamada i
longa, una especie de i puesta encima de otra (uIta = uīta), que fue el procedimiento
más duradero.
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i=i<Ī Ū>u=u
ẹ<Ĭ-Ē Ō-Ŭ>ọ
ę<Ĕ Ŏ>ò
a < (Ā - Ă) = a
Éste es, sin duda, el cambio más importante en el fonetismo latino vulgar.
Son varias y de distinto orden las explicaciones que se han ofrecido para
intentar aclarar el colapso de la cantidad vocálica, que tuvo lugar en el latín vulgar.
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cerradas:
i u
ẹ ọ
a
ę
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Como afirma Weinrich, desde antiguo se observa una tendencia que lleva a
hacer depender una cantidad de la otra, de manera que irán desapareciendo las
secuencias de igual cantidad vocálica y consonántica. Weinrich ya dice que la cuarta
de las combinaciones señaladas era poco corriente en latín y tiende pronto a
desaparecer (ss. I-II d.C.). Puede servirnos de ejemplo, dentro de la morfología
verbal latina, el lat. mīttere, que tenía una combinación de vocal larga y consonante
larga, y que hace el perfecto en mīsi, con disimilación de la cantidad, por un antiguo
*mīssi.
Así las cosas, la cantidad vocálica habría pasado a ser un rasgo meramente
fonético, y estaría condicionado por la cantidad consonántica. Las vocales tendrían
dos variantes alofónicas, que se alternarían en función de las consonantes. Se daría
el alófono largo cuando fuera en contacto con una consonante breve, simple; se
daría el alófono breve cuando fuera en contacto con una consonante larga,
geminada. Esto explicaría la pérdida de operatividad de la cantidad.
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De esta manera, si tenemos, por ejemplo, ē larga y cerrada (ẹ), esta vocal se
realizaría generalmente de dos modos en el sistema expresivo del latín vulgar: como
larga [ē] (y cerrada), si va en contacto con una consonante simple, y como breve [ĕ]
(pero también cerrada), si va en contacto con una consonante geminada. Si la vocal
tiene estas dos posibilidades de articularse, eso significa que la cantidad ha dejado
de ser fonológica o distintivamente operativa, mientras el rasgo concomitante –la
abertura– no ha variado, se mantiene. El rasgo fonológico resultaría ser ahora el
grado de abertura (ẹ) porque es la constante que diferencia esos alófonos de los de
la ĕ breve y abierta (ę) del latín clásico. La distinción habría pasado a ser entonces ẹ
/ ę, en vez de ē / ĕ.
Por otro lado, algún lingüista ha puesto en duda el carácter de rasgo primario
para la cantidad frente a la abertura, puesto que la articulación entre ambas era tal
que podría discutirse hablar de un rasgo primario y otro secundario; irían
íntimamente unidos. No parece que pueda descartarse, por ello, la idea de que el
grado de abertura tuviera operatividad ya en latín clásico. Lloyd recoge esta idea y
señala que el grado de abertura introduce matices más ricos que el de la cantidad.
Ésta, la cantidad, es binaria (breve / larga), mientras que la abertura mantiene una
correlación de diferentes grados y articula conjuntamente todo el sistema vocálico.
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Por todos estos testimonios, se deduce que en el s. III d.C. la cantidad no era
ya un elemento necesario para la versificación.
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Unos y otros testimonios conducen una vez más a una cronología temprana
para la “desfonologización” de la cantidad vocálica.
2. El acento
En cierto modo podría dar igual el tipo de acento, pero éste ya no es solo de
tipo tonal, sino que se convierte en articulatorio, enfático. Es decir, en latín vulgar el
acento pasa a ser de intensidad y, además, como ya se ha señalado, se convierte
en fonológicamente distintivo.
En las lenguas con acento intensivo, como lo son las románicas, la sílaba
tónica se opone a las átonas por la fuerza articulatoria. En las lenguas con acento
tonal, como el latín o el griego, la diferencia es de tono, de frecuencia. Es cierto que
las sílabas sobre las que va un acento tonal también tienen mayor intensidad y, de
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igual manera, las sílabas con acento de intensidad tienen más tono; no obstante,
uno de los dos rasgos será predominante y pertinente.
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El latín es una lengua de acento vinculado. Esto quiere decir que el acento
no está fijado a una sílaba concreta de la palabra, sino que depende de
determinados factores formales. Así es, en latín la acentuación está ligada a la ley
de la penúltima: en palabras de más de dos sílabas, el acento recae en la penúltima
sílaba si ésta es larga, o en la antepenúltima si la penúltima es breve. Conviene
recordar que hay lenguas de acento fijo (en las finougrias, siempre recae en la
primera sílaba de la palabra; en francés, en la última), y lenguas de acento libre, en
las que el acento puede ir en cualquier sílaba (normalmente en las tres últimas,
como el español).
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esp. tinieblas, fr. ténèbres (< lat. ténĕbras); esp. entero, fr. entier (< lat. íntĕgrum).
Consecuentemente, en latín vulgar se debió producir un desplazamiento del acento.
Hay dos posibles explicaciones: 1) que los grupos de oclusiva y líquida acabaran
generando sílaba cerrada; así, la penúltima sílaba de esas palabras resultaría ser
larga y el acento recaería sobre ella. Ya en poetas clásicos, como Virgilio, se
encuentran medidas como esta: īntēgrō; también en la Eneida la voz volŭcres, con
oclusiva y líquida, aparece medida como volūcres; 2) por anaptixis, es decir, habría
surgido una vocal de apoyo entre los sonidos consonánticos. La pronunciación
popular de tenebra llevaría a un “tenebera”, y una vez consolidada esa
pronunciación, el acento ya no podría ir en la sílaba inicial y pasaría a la siguiente; la
posterior corrección de la anaptixis no provocaría ya un regreso a la primera
acentuación. Pese a ser probable, esta explicación tiene el inconveniente de no
contar con testimonios documentales.
La i –y eventualmente la e, previo paso a i (cf. lat. linteŏlum > lintiólum > esp.
lenzuelo)–, que constituye el primer elemento del hiato, pierde su condición silábica
nuclear, se consonantiza. A consecuencia de ello, el acento, que solo puede ir sobre
el centro de sílaba, pasa al segundo elemento del hiato. En general, los hiatos,
como los grupos consonánticos complejos, son articulatoriamente problemáticos.
Los hiatos tienden a resolverse creando sonidos consonánticos.
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BIBLIOGRAFÍA
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