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El documento discute cómo la mente, el cerebro y el cuerpo interactúan de forma interactiva e intermodulada, influyéndose mutuamente. Explica que la psicoinmunoneuroendocrinología estudia esta red funcional entre los sistemas nervioso, endocrino e inmune, y cómo emergen propiedades globales como la adaptación y supervivencia. También analiza cómo los estados emocionales y psicológicos afectan la salud física y cómo ciertos factores de personalidad influyen en el riesgo de en
El documento discute cómo la mente, el cerebro y el cuerpo interactúan de forma interactiva e intermodulada, influyéndose mutuamente. Explica que la psicoinmunoneuroendocrinología estudia esta red funcional entre los sistemas nervioso, endocrino e inmune, y cómo emergen propiedades globales como la adaptación y supervivencia. También analiza cómo los estados emocionales y psicológicos afectan la salud física y cómo ciertos factores de personalidad influyen en el riesgo de en
El documento discute cómo la mente, el cerebro y el cuerpo interactúan de forma interactiva e intermodulada, influyéndose mutuamente. Explica que la psicoinmunoneuroendocrinología estudia esta red funcional entre los sistemas nervioso, endocrino e inmune, y cómo emergen propiedades globales como la adaptación y supervivencia. También analiza cómo los estados emocionales y psicológicos afectan la salud física y cómo ciertos factores de personalidad influyen en el riesgo de en
José Bonet. Pine Psicoinmunoneuroendocrinología .
Cuerpo, cerebro y emociones
Idea central: Los estados emocionales y psicológicos influyen en la salud física o corporal, y viceversa: 1) la idea de que los pensamientos, emociones, cogniciones, recuerdos: el psiquismo o la mente, influyen en el funcionamiento corporal, y por lo tanto, en mantener la salud o que se desencadene una enfermedad; 2) que los distintos sistemas fisiológicos reguladores de la función corporal funcionan de una manera interactiva, modulándose entre sí y generando una red funcional que está al servicio de la adaptación y la supervivencia, y 3) que el ambiente físico, emocional y sociocultural impacta en el mantenimiento de la salud o en la susceptibilidad para el desarrollo de enfermedades: la forma y los caminos en los que el ambiente o el contexto “se meten bajo la piel”. Capítulo I. La influencia de la mente Las evidencias científicas de la influencia de la mente sobre el cuerpo tiene tres áreas convergentes de investigación: Investigaciones fisiológicas que estudian conexiones biológicas y bioquímicas entre el cerebro y otros sistemas del cuerpo. Investigaciones epidemiológicas que muestran correlaciones entre ciertos factores psicológicos y ciertas enfermedades. Investigaciones clínicas que testean la efectividad de estos abordajes en la prevención, alivio o tratamiento de enfermedades específicas. Postura emergentista: Está tomada de la idea filosófica inicial de emergencia o emergentismo. Postula que la mente emerge del cerebro; la mente es considerada como un conjunto de propiedades sistémicas a que da lugar el funcionamiento del sistema nervioso central. A esas propiedades se las llama propiedades globales emergentes. La Teoría de la Emergencia surge a comienzos del Siglo XX y postula básicamente que la mente emerge del cerebro. Según el diccionario de Ferrater Mora, el vocablo emergente ha sido usado sobre todo para caracterizar una de las teorías generales sobre la evolución: la evolución emergente. Esta afirma que cada nivel del ser es emergente respecto del nivel anterior –e inferior. Es decir, que cada nivel del ser tiene respecto del anterior una cualidad irreductible. Por niveles o capas del ser se entienden realidades tales como materia, organismo, vida, conciencia. El término emergente fue sugerido como contraste de resultante; estos distinguen entre a) las propiedades exclusivamente sumatorias y substractivas, que son predecibles, y b) las cualidades nuevas e impredecibles. Lo resultante es producto de la suma, lo emergente es una cualidad nueva. De estas ideas surge el Paradigma conexionista, también llamado Conexionismo, Emergentismo, Dinámica de red o Complejidad, que se refiere a la emergencia de estados globales en una red de componentes simples. Un ejemplo de lo dicho es la mente, que emerge a partir de la conexión y de la relación de elementos sin mente (componente simple), es decir, la conexión de las neuronas de las diferentes partes del cerebro, que no tienen mente. Marvin Minsky publicó La sociedad de la mente: supone a la mente como un producto formado por una sociedad de agencias sin mente. Con este planteo, se acerca a las filosofías orientales al indicar que no hay un yo unido y centralizado, un autómata, una suerte de hombrecito que controla y dirige las actividades del ser humano, sino que habla de un yo desunido. El autor habla de esta especie de sociedad que niega la existencia de un centro coordinador único. No existe un yo sólido, centralizado y unitario, sino un sistema organizado y complejo donde lo importante radica en el conexionismo y la emergencia de las propiedades globales emergentes. Psicoinmunoneuroendocrinología Mente, el cerebro y el cuerpo en un funcionamiento interactivo e intermodulado. Cuando hablamos de la red psiconeuroinmunoendocrinológica podemos considerar que la adaptación y la supervivencia pueden ser estados globales emergentes de la conversación cruzada, bidireccional, de los diferentes sistemas implicados, a través de los sistemas de información principales que son el SNC, el SE, el SI, con sus señales compartidas. Ya no es solamente una influencia de los “factores psicológicos”, sino que la mente, los pensamientos, los recuerdos, las emociones, las conductas, son participantes activos y determinantes en los estados globales al servicio de la adaptación. Pasa a formularse una fisiología integrativa que da lugar a diferentes formas de Medicina y Psicologías integrativas. La medicina psicosomática El concepto de psicosomático. En un tiempo se refería exclusivamente a una etiología psicológica de las enfermedades somáticas. Enfermedades específicas tales como asma, artritis, úlceras, colitis ulcerosa, etc. eran vistas como psicosomáticas y, en contraste, otras enfermedades se consideraba que tenían un origen exclusivamente orgánico o biológico. Algunas teorías sostenían que factores psicológicos específicos eran la etiología de enfermedades específicas, mientras que otras postulaban que las enfermedades psicosomáticas eran el resultado de una reacción de estrés sostenida y generalizada, impactando en un organismo vulnerable. Apoyando esta última hipótesis, en recientes estudios metaanalíticos se encontró que la depresión, la dupla ira-hostilidad y la ansiedad estaban fuertemente relacionadas no solo con la enfermedad coronaria cardíaca, sino también con las llamadas enfermedades psicosomáticas como asma, úlceras, artritis y cefaleas. También se produjo una evolución en otro sentido, ya que se empezó a pensar que muchas enfermedades podían tener etiología psíquica, una especie de psicogénesis, sobre todo en aquellas en las cuales no se conocían ni el mecanismo ni la causa. Una especie de concepción mecanicista, psicologista en este caso. Este enfoque tiene su desarrollo y su apogeo en la década del 50 y del 60 en los Estados Unidos, con autores como Franz Alexander y la llamada Escuela de Chicago. Esencialmente, consideraban que cada enfermedad de las llamadas psicosomáticas, “las siete grandes de Chicago”, se debían a un conflicto inconsciente específico. Intentando resumirlo de una manera muy esquemática, podemos decir que: En el asma bronquial el conflicto era entre una excesiva dependencia materna no resuelta y el miedo al abandono por parte del hijo. En la dermatitis atópica o neurodermatitis el conflicto inconsciente era entre una especie de exhibicionismo, como forma de obtener amor y ser favorecido, combinado con culpa y masoquismo por ese deseo de exhibición. En la colitis ulcerosa, una esperanza frustrada de cumplir una tarea o las obligaciones y no poder llevarlas a cabo. En la hipertensión describen conflictos con la expresión de la ira e impulsos hostiles. En la úlcera duodenal, frustración de las necesidades de dependencia. En el hipertiroidismo, miedo a la muerte y desarrollo de fobias relacionadas con ese miedo. En los últimos quince años, los estudios en esta rama de la relación del psiquismo con la Medicina han ido cambiando y se han focalizado en tres grandes líneas. No tanto en el descubrimiento del significado, que fue perdiendo vigencia, sino en la investigación y en la concepción. Estas tres grandes líneas serían: La detección de la psicopatología que acompaña a las enfermedades, como por ejemplo la relación de la diabetes, el cáncer o el infarto con la depresión, o la ansiedad, es decir la psicopatología comórbida. La influencia de la personalidad en el riesgo a una determinada enfermedad o en la adherencia a un tratamiento. No es lo mismo atender a un paciente diabético sin un trastorno de la personalidad que atender a uno borderline (fronterizo o con trastorno límite de la personalidad o TLP). El diseño de intervenciones psicológicas centradas en mejorar la calidad de vida. Indudablemente hay que mejorar la tecnología psicológica, la tecnología de intervenciones, no tanto en curar desde el punto de vista psicológico. No se trata de curar la enfermedad con la psicoterapia, sino de mejorar la calidad de vida, mejorar el pronóstico, cambiar hábitos, mejorar la comunicación con el médico. La Psicoinmunoneuroendocrinología Relación entre varias disciplinas (endocrinología, inmunología, neurociencias, psicología, etc.), lo que constituiría una disciplina híbrida que se nutre de los conocimientos generados en cada una de ellas. Su objetivo fundamental es la integración de partes de información previamente aportada con y desde distintas herramientas disciplinarias. Inicialmente, se consideró a la PINE como el estudio integrado del comportamiento o la conducta, lo neural, lo endócrino y las funciones inmunes, que permiten a un organismo adaptarse a las múltiples demandas que están constantemente presentes sobre él, desde su medio ambiente interno y externo. Entonces, abarcaría todo lo que se conocía acerca de la interacción entre la función de la conducta, neural, endócrina e inmune en el proceso de adaptación. Después se fueron sumando otras maneras de definirla, a través de la influencia de procesos psicosociales como la psicopatología o la personalidad sobre la inmunidad, o factores ambientales y conductuales que impactan en el bienestar psicológico y simultáneamente ejercen efectos inmunomodulatorios, con consecuencias sobre la salud. O también como todo lo que tiene que ver con la relación entre el sistema nervioso, el sistema inmune, el sistema endócrino y el psiquismo. La comunicación estructural, funcional y constante entre los sistemas nervioso, endócrino, inmune y el psiquismo, lo cual fundamentaría la concepción de red de trabajo. Esto es, que los sistemas corporales funcionan de una manera interactiva, intermodulada o interregulada. Se deja de pensar que los sistemas se autoregulan, —como el sistema inmune autoregulado operando independientemente—, para comenzar a comprender el funcionamiento como una red. Por ejemplo, que el principal freno del mismo son los corticoides, un producto del sistema endócrino. Es decir, que el principal freno de la acción del sistema inmune es un producto del sistema endócrino; que este freno funcione de una manera muy ajustada es esencial dado que un sobredisparo del sistema inmune tiene consecuencias letales para el organismo total, como se ve en las enfermedades autoinmunes. Podemos considerar al sistema nervioso, al sistema inmune y al sistema endócrino como los tres principales sistemas de información del organismo. Son tres medios de señales químicas que reciben y transportan información desde y hacia el cerebro, y desde y hacia el resto del organismo. Comparten: las señales químicas y los receptores, es decir, la capacidad de recibir el mensaje que trae esa señal química. Las señales nerviosas son los neurotransmisores, como la adrenalina, la noradrenalina y otros. Las señales endócrinas son las hormonas, producidas por la diferentes glándulas endócrinas; las señales inmunes son las citoquinas o interleuquinas, que son proteínas producidas por los linfocitos y otras células del sistema inmune. El cerebro Es el organizador central, el decodificador principal de los diferentes estímulos externos captados por los diferentes sistemas sensoriales —vista, oído, tacto, etc.— e internos —virus, bacterias, inflamatorios, neoplásicos—, captados por el sistema inmune; hay además estímulos ambientales y metabólicos, captados por el sistema endócrino, y estímulos cognitivos: pensamientos, recuerdos, emociones. Recibe la información, la decodifica, es decir, la interpreta, y envía respuestas nerviosas, endócrinas, inmunes y conductuales. Esta información va y viene, de una manera bidireccional, por vía nerviosa, a través del sistema nervioso autonómico, la rama del sistema nervioso dedicada a las funciones involuntarias o automáticas, que llega a cada órgano del cuerpo. Las citoquinas y las hormonas circulan por vía humoral, o sea por la sangre y otros líquidos corporales. En resumen, podríamos decir que la mente y el psiquismo son un componente activo de la red. La mente y la conducta participan en el proceso adaptativo y en el proceso de sobrevida. Las emociones, la conducta y las cogniciones tienen que ver con el grado de activación o no de esa red PINE. Las alteraciones de la red están relacionadas con la fisiopatología de las enfermedades y también intervienen en la prevención y en la curación de las enfermedades, según como sea ese estado de actividad. La emoción y la conducta no son un “fenómeno agregado” secundario, sino que forman parte de la respuesta adaptativa. Por ejemplo, el miedo, que tiene una emoción específica, pensamientos específicos y una actividad motora, que inducen a actuar al servicio de la supervivencia. Como veremos más adelante, algo similar ocurre con la función inmune. Algunas conclusiones: los sistemas inmunitario y nervioso relacionan al organismo con el mundo externo y evalúan sus componentes. Tienen memoria y aprenden por experiencia. Ambos contribuyen a la homeostasis. Los errores en la defensa pueden producir enfermedad, por ejemplo autoinmunidad o alergias por un lado y fobias o pánicos por el otro. Muchos autores las comparan: mientras la fobia es una reacción exagerada frente a un estímulo banal, las alergias constituyen una hipersensibilidad inflamatoria frente a un estímulo no peligroso.
LAS FUNCIONES DEL SISTEMA INMUNE
el SI puede percibir una imagen interna del cuerpo y reaccionar ante cambios y distorsiones de esta imagen; y, al mismo tiempo, es el encargado de informar al cerebro de estas modificaciones internas que el cerebro “ve” o capta por su intermedio. Con el propósito de comprender la relación de los estresores psicológicos con el sistema inmune, es útil distinguir: inmunidad natural o inespecífica e inmunidad adquirida o específica. 1- La inmunidad natural es una respuesta inmune característica de los mamíferos pero también de organismos de bajo orden como las esponjas. a-Las células involucradas en la inmunidad natural no proveen defensas contra un patógeno en particular, sino que más bien son células “todo propósito” que pueden atacar diferentes patógenos y lo hacen en un tiempo relativamente corto (de minutos a horas), cuando son desafiadas. El grupo más grande de células involucradas en la inmunidad natural es el de los granulocitos. Incluyen los neutrófilos y los macrófagos, células fagocíticas que, como su nombre lo indica, “comen” sus objetivos. b- La respuesta generalizada desplegada por estas células es la inflamación, en la cual neutrófilos y macrófagos se congregan en el sitio del daño o infección y liberan sustancias tóxicas, como radicales oxidativos, que atacan a los invasores y fagocitan a ambos, invasores y tejido dañado. Los macrófagos en particular también liberan moléculas de comunicación, o citoquinas o interleuquinas, que tienen amplios efectos en el organismo, incluyendo fiebre e inflamación, y también promueven la curación. Otros granulocitos incluyen los mastocitos y los eosinófilos, involucrados en la defensa frente a parásitos y alergias. c- Otras células involucradas en la inmunidad natural son las natural killer, que reconocen la falta de una molécula que permite identificar el tejido propio en la superficie de las células (característica de muchos tipos de células infectadas por virus y algunas células cancerosas) y eliminan estas células liberando sustancias tóxicas. Se cree que las natural killer son importantes en limitar las fases tempranas de las infecciones virales, antes que la inmunidad natural comience a actuar, y para atacar células propias que se han malignizado. d- sistema del complemento, que es una familia de proteínas involucradas en la inmunidad natural. Proteínas del complemento unidas a microorganismos pueden estimular la fagocitosis y la inflamación. El complemento también puede ayudar en la inmunidad mediada por anticuerpos. 2- La inmunidad específica se caracteriza por mayor especificidad y menor rapidez que la respuesta inmune natural. Los linfocitos tienen sitios receptores en sus membranas celulares. El receptor de cada célula calza con una y solo una pequeña forma molecular, o antígeno, en un invasor dado y por lo tanto responde a un solo tipo de invasor. Cuando son activadas, estas células antígeno- específicas se dividen para crear una población de células con la misma especificidad antigénica en un proceso llamado proliferación clonal o respuesta proliferativa. Aunque este proceso es eficiente en términos del número de células que tienen que ser mantenidas cotidianamente, crea un retraso de varios días antes de que se monte una defensa completa, y durante ese tiempo el organismo debe apoyarse en la inmunidad natural para contener la infección. A- Hay tres tipos de linfocitos que median la inmunidad específica: Las células T-helper tienen como función principal producir citoquinas, que dirigen y amplifican el resto de la respuesta inmune. Las células T-citotóxicas reconocen los antígenos expresados por las células que están infectadas con virus o comprometidas de alguna manera (por ejemplo, células cancerosas) y lisan estas células. Las células B producen proteínas solubles, llamadas anticuerpos, que pueden cumplir varias funciones, incluyendo la neutralización de toxinas bacterianas, uniéndose a virus libres para prevenir su entrada a las células, y la opzonización, una cobertura de anticuerpos que aumenta la efectividad natural. 3- INMUNIDAD ESPECÍFICA Un importante desarrollo inmunológico es el reconocimiento de que la inmunidad específica en seres humanos se compone de respuestas humorales y celulares. Las respuestas de la inmunidad celular se montan contra patógenos intracelulares como los virus y son coordinadas por un subgrupo de linfocitos T- helper llamados células Th1. En la respuesta Th1 las células T- helper producen citoquinas que incluyen IL-2 e interferón gamma (IFNγ). Estas citoquinas selectivamente activan células T- citotóxicas y células natural killer. Las respuestas inmunes humorales se montan contra patógenos extracelulares tales como parásitos y bacterias y son coordinadas por un subgrupo de linfocitos llamados células Th2. En la respuesta Th2, las células T-helper producen diferentes citoquinas, incluyendo IL-4 e IL-10, las que selectivamente activan células B y mastocitos para combatir patógenos extracelulares. Hay cinco tipos de anticuerpos: 1)Inmunoglobulina (Ig)A, que se encuentra en las secreciones. IgE, que se une a los mastocitos y está involucrada en la respuesta alérgica. IgM, que es una gran molécula que limpia antígenos del torrente sanguíneo. IgG, que es un pequeño anticuerpo que difunde en los tejidos y cruza la placenta. IgD, cuyo significado no es conocido, puede ser producido por células B inmaduras. Experimento de las ratas mostró que hay una capacidad de memoria y aprendizaje del sistema inmune, que podemos verla como otra evidencia de la conexión entre el sistema nervioso y el sistema inmune. Al igual que las neuronas, los dos sistemas tienen las propiedades de aprendizaje y memoria. Además, tiene sentido funcional que el sistema inmune, el cerebro y el psiquismo deban unirse, ya que relacionan al organismo con el mundo externo y evalúan sus componentes como indemnes o peligrosos; ambas funciones sirven de defensa y adaptación; poseen memoria y aprenden por la experiencia; contribuyen a la homeostasis; los errores en la defensa pueden producir enfermedad, por ejemplo autoinmunidad o alergias por un lado y fobias o pánico por el otro. En endocrinología se habla de “ejes”, porque en el funcionamiento de las principales hormonas participan varios órganos de una manera jerárquica y que se retroalimenta a sí mismo. Por ejemplo, el eje tiroideo; el gonadotrófico, o de las hormonas sexuales, cuyo producto terminal son los estrógenos y la progesterona en las mujeres; el de la prolactina; el de la hormona de crecimiento, etc. El hipotálamo es un grupo de núcleos que se encuentra profundo, en el centro del cerebro, sobre la glándula hipófisis o pituitaria. Entre ellos hay una gran conexión funcional, lo que constituyó uno de los descubrimientos del Premio Nobel argentino, Bernardo Houssay. En el hipotálamo se forman una moléculas que se llaman factores liberadores, que salen por la sangre y van a la hipófisis, donde activa la producción y liberación de hormonas hipofisarias, que salen a la circulación general para finalmente llegar a la glándula que producirá la hormona final, la que tendrá el efecto específico. El más estudiado por la gran cantidad e importancia de sus efectos es el eje HPA. El hipotálamo produce el factor liberador de corticotrofina (CRF), que llega a la pituitaria y la estimula para liberar una hormona hipofisaria, la adenocorticotrofina (ACTH) Esta va por la sangre, llega a las glándulas suprarrenales, una vez allí activa la liberación de cortisol y aldosterona, llamados corticoides internos, y son las hormonas que se difundirán por todo el organismo cumpliendo las funciones biológicas. Dentro de ellas quizá la principal es que el cortisol es el encargado de proveer energía, o sea glucosa, durante la reacción de estrés, y en todo momento es el encargado de que llegue glucosa al cerebro, por ejemplo. La segunda función importante es frenar o inhibir la respuesta inmune, a través de diferentes mecanismos. Una vez en la sangre, y cumpliendo su función, el cortisol puede llegar al cerebro y se liga o une con unos receptores especiales que se encuentran en el hipocampo —otro núcleo muy importante—, en el hipotálamo y en la pituitaria; estos receptores de corticoides, cuando el cortisol y la aldosterona se ligan, empiezan el proceso de regulación de la secreción de corticoides. A esto se lo denomina retroalimentación negativa o mecanismo de feedback negativo. ¿Por qué? Porque con esta ligadura del cortisol a su receptor, el hipotálamo y la hipófisis toman noticia que la cantidad de cortisol es la adecuada y que hay que empezar a disminuir la liberación del mismo. Cuando este receptor funciona mal, como veremos en el capítulo de la depresión, el cerebro no puede recibir la información de que ya es suficiente y sigue produciendo y liberando CRF y ACTH, generando así un estado de hipercortisolismo; es decir, el circuito no cierra, ha perdido la regulación normal. Esto ocurre en algunos estados de estrés crónico y en algunos tipos de depresión. Otro dato importante, que habla de la relación del sistema endócrino con el inmune, es que en los linfocitos se encontraron receptores para diferentes sustancias del sistema endócrino; por ejemplo, receptores para agonistas alfa y beta adrenérgicos, receptores para la acetilcolina, corticoides, ACTH y CRF, para insulina, para hormona de crecimiento, para angiotensina, para sustancia P, para el VIP (péptido intestinal vasoactivo), somatostatina, betaendorfinas y opioides. Es decir, los linfocitos pueden recibir señales de estas hormonas. La conexión sistema inmune-cerebro Las citoquinas son moléculas producidas por células del sistema inmunológico encargadas de la comunicación intercelular y regulan interacciones de las células del sistema inmune, por lo cual pueden afectar las funciones de muchas células distintas. Son un conjunto de proteínas de pequeño peso molecular sintetizadas especialmente en respuesta a un estímulo, y su actividad se detiene cuando cesa el estímulo, bien por mecanismos regulatorios dentro del sistema inmune o externos como son los corticoides. Ejercen su acción en dosis muy pequeñas uniéndose a receptores específicos en la superficie de las células en las cuales tienen que actuar. Las citoquinas pueden actuar en forma local o en forma sistémica. Su función inmunorreguladora es clave en la respuesta inmune, en la inflamación y en la hematopoyesis (proceso de formación de las células sanguíneas) de distintos tipos celulares. Son fundamentales en la comunicación y en las interacciones que establecen las células del sistema inmune entre sí y con otras células. Para ello activan a macrófagos, eosinófilos, células NK y neutrófilos. Las citoquinas tienen diferentes funciones en el sistema inmunitario: Inician la respuesta inmunitaria, fundamental para defendernos de las infecciones. Regulan de alguna forma la barrera hematoencefálica (BHE), utilizando las moléculas de adhesión; las citoquinas activadas regulan la BHE. Generan mecanismos de desarrollo, reparación y crecimiento post-injuria. Tienen una acción de factores neurotróficos que generan reparación y crecimiento neuronal. Regulan el sistema nervioso autónomo y el sistema endócrino, estimulan la producción de CRF. Tienen un efecto activador e inhibidor sobre algunos neurotransmisores, como adrenalina, serotonina, dopamina y la acetilcolina. CÓMO LLEGA LA INFORMACIÓN El cerebro y el sistema inmune se comunican a través de diferentes vías. 1- Una es la neural, una vía rápida en la cual las citoquinas producidas en la zona de injuria o infección o trauma activan nervios aferentes sensoriales, que van hacia el cerebro, tales como los nervios vagales durante la infección o lesiones, es decir estímulos abdominales y viscerales. Se conectan con zonas del cerebro como el núcleo tracto solitario, el núcleo parabraquial, el hipotálamo, núcleos paraventricular y supraóptico y la amígdala central. Llega a las áreas de proyección neural, genera la producción de citoquinas y produce efecto en las áreas blanco. 2- La vía humoral, una vía más lenta, implica que las citoquinas y linfocitos activados circulan por la sangre, llegan al cerebro y en ciertas zonas por donde pueden entrar inducen la producción y liberación de citoquinas proinflamatorias por células y macrófagos cerebrales, aunque todavía no se conocen del todo algunos mecanismos. Tenemos evidencias en trabajos en animales y en humanos que la activación inmune produce cambios en los niveles de neurotransmisores cerebrales, como la adrenalina, la noradrenalina, la serotonina y la dopamina. Estos neurotransmisores son los moduladores de los distintos circuitos cerebrales y están asociados al funcionamiento óptimo del cerebro; cuando se desregulan, a las patologías mentales, y también son blanco de muchas de las drogas utilizadas en Psiquiatría. CITOQUINAS Y CEREBRO Las citoquinas, cuya función principal es la de actuar como moléculas de señalización del sistema inmune, han sido implicadas en el desarrollo o la exacerbación de conductas y estados emocionales y anímicos específicos. Los efectos fisiológicos y psicológicos de la activación inmune, denominados colectivamente comportamiento o conducta de enfermedad (sickness behaviour), están mediadas por citoquinas derivadas de células inmunes activadas. Diferentes estímulos inmunes como infecciones, lesiones o células cancerosas producen sus efectos iniciales en la periferia, pero la información sobre su presencia es casi inmediatamente transmitida al cerebro, en un proceso similar al sensorial. Dentro del cerebro, esta información producida por el sistema inmunológico activado estimula varias áreas e induce las células gliales y las neuronas, los dos tipos de células del cerebro, para empezar a producir y liberar citoquinas como la interleuquina 1 o el factor de necrosis tumoral-alfa (TNF-alfa), que también actúan como neurotransmisores y neurorreguladores. Es decir que, dentro del cerebro, la información que llega de “afuera” activa también la producción de algunas citoquinas; dentro de ellas, la más estudiada e importante es la IL-1. La conducta de enfermedad se refiere al estado corporal y psicológico, por ejemplo cuando tenemos gripe; sentimos fatiga, disminución del apetito, un estado de apatía, de letargo, de desgano, con pérdida de interés social y sexual e incremento del sueño, además de una cierta debilidad general. También se la llama estado de malestar general, y es importante considerar que de alguna forma es una situación parecida a la depresión. Este estado no es producto de la infección o la enfermedad, es una reacción del organismo para defenderse de la infección; la fiebre no es producto del germen, sino una reacción adaptativa del organismo coordinada por la IL-1, que está al servicio de la defensa y la adaptación. La respuesta defensiva y adaptativa consiste en una respuesta corporal febril, inflamatoria o metabólica. a- La respuesta febril, como el aumento de la temperatura; b- la inflamatoria, como proliferación y activación de células y otros mecanismos inmunes (las únicas células que se reproducen y que se activan con una temperatura corporal mayor a 37 grados son las del sistema inmunitario) y cambios metabólicos, y c- una respuesta conductual y emocional, la conducta de enfermedad. La señal química que coordina esta respuesta es, fundamentalmente, la IL-1, pero también participan las otras citoquinas llamadas proinflamatorias, que coordina toda esa respuesta; es decir, modifica la red psiconeuroinmunoendócrina para activar esa respuesta de defender al organismo. En síntesis, la conducta de enfermedad es una conducta adaptativa y al servicio de la defensa. Las citoquinas, que son un producto del sistema inmunitario, tienen un efecto conductual, con lo cual podemos comprobar la estrecha relación que existe entre el psiquismo, el cerebro y el sistema inmune. La conducta y la emoción participan en una respuesta adaptativa general. Actualmente se considera a la conducta de enfermedad como una manifestación externa de episodios reversibles de expresión y acción de CTQ en el cerebro en respuesta a la estimulación inmune periférica. Las CTQ inducen la conducta de enfermedad, que es un fenómeno totalmente reversible y adaptativo, pero puede volverse desadaptativo, o sea patológico. Como el miedo o el dolor, también puede devenir anormal o patológica. Estos son mecanismos que ayudan a la supervivencia, pero cuando se hacen crónicos o fuera de tiempo o excesivos, pierden esa capacidad adaptativa y se transforman en un problema. Por ejemplo, el dolor crónico, las fobias y el exceso de miedo. La conducta de enfermedad también se puede trasformar en desadaptativa: cuando se convierte en patológica o cuando ocurre fuera de contexto en ausencia de estímulos inflamatorios, es decir que se activa de forma inadecuada; o cuando es de una intensidad o duración exagerada. ¿En qué condiciones se puede dar esta situación? Cuando las CTQ proinflamatorias son producidas en cantidades mayores que lo normal y por más tiempo. Cuando fallan las moléculas regulatorias que frenan la activación de los componentes moleculares y celulares de la respuesta. Cuando los circuitos neuronales, que son los encargados o los mediadores neurales y organizan la SB, devienen hipersensibilizados. Cuando ocurre fuera de contexto en ausencia de estímulos inflamatorios o cuando es de una intensidad o duración exagerada. La principal manifestación puede ser que, después que pasó la enfermedad, sigue el estado de agotamiento, de apatía, de fatiga, con diferentes niveles de intensidad. Esto lo relaciona con el tema de la depresión. Dado que la conducta de enfermedad es muy parecida clínicamente, se consideró que otra manifestación de la alteración de la conducta de enfermedad era la depresión. Existen personas que luego de un proceso de enfermedad son más vulnerables a presentar un episodio depresivo como complicación de la conducta de CONDUCTA DE ENFERMEDAD Y DEPRESIÓN La depresión mayor se asocia con una elevación significativa de los niveles circulantes de citoquinas proinflamatorias. Capítulo 2. Estrés y sistema inmune El estrés es un concepto multidimensional que involucra: los estímulos de estrés, o estresores, los sistemas de procesamiento biológico y psicológico del estrés, y la respuesta o reacción de estrés. Hans Selye, científico húngaro creador del concepto, lo definió como un síndrome causado por diversos agentes nocivos que producen una respuesta inespecífica del organismo, a la que llamó Síndrome general de adaptación. Describió tres etapas o estadios: la reacción de alarma o alerta aguda ante el peligro o la injuria; la etapa de resistencia, que si el estímulo continúa en montos pequeños puede llevar a un estado de nueva adaptación, manteniendo esa resistencia, y de continuar la injuria en alto nivel puede llevar a una pérdida de la resistencia, entrando en la tercera etapa, la fase del agotamiento la reacción de estrés sería el conjunto de todas las respuestas montadas por el organismo que intentan contrarregular las demandas o los desafíos, tanto internos como externos, que amenazan con desorganizar la homeostasis. Los organismos para sobrevivir tienen que responder a esas fuerzas internas o externas que tienden a desorganizar o a sacar al organismo de esa homeostasis. Los estímulos de estrés o estresores son fuerzas perturbadoras que amenazan la homeostasis y las respuestas adaptativas incluyen reacciones físicas y/o mentales que intentan compensar los efectos de los estresores; fuerzas de reequilibrio que consisten en un complejo repertorio de respuestas celulares, moleculares, fisiológicas y conductuales. De acuerdo a como sea esta respuesta generará efectos protectores o dañinos, como si fueran dos caras de la respuesta. Hay dos modelos: El modelo clásico o modelo homeostático se puede resumir mediante el ejemplo de la presión arterial: Exposición al estresor → alerta → sube la presión → cesa el estímulo → baja la presión. el modelo alostático no es tan rígido, sino que plantea una fluctuación continua, por ejemplo de la presión arterial y de otros sistemas reguladores, ante las diferentes actividades y momentos de la vida, y es esa fluctuación y posibilidad de cambio lo que permite la adaptación. Es decir, se mantiene el equilibrio a través de la realización de cambios constantes. Cuando el alerta deviene crónico, el cuerpo se adapta produciendo cambios estables como el adelgazamiento de la musculatura y de la pared de las arterias, para mantener más efectivamente la presión alta. Entonces, cuando el sujeto se relaja, la presión ya no baja a los niveles anteriores. El sistema vascular bajo la coordinación del cerebro alerta ajusta, resetea sus parámetros frente a un ambiente estresante de alerta crónico; cambia algunos parámetros frente a una demanda para los cuales el sistema no venía preparado. De esta manera, la alostasis otorga viabilidad al sistema, cambiando temporalmente sus rangos óptimos y puntos de equilibrio de manera de adaptar el sistema ante las circunstancias enfrentadas. ¿Por qué es estresante para mí y no para otros? Eventos estresantes: Eventos de vida de primer tipo: los cataclismos, inundaciones, terremotos, guerras; situaciones que son desbordantes, que generan reacciones intensas, pero que al mismo tiempo son compartidas por muchas personas, por lo que se puede generar toda una serie de mecanismos compensatorios de la gravedad del suceso, como la solidaridad. Eventos de vida de segundo tipo: cambios importantes en la vida personal, como un nuevo trabajo, casarse o divorciarse, la muerte de un familiar, una mudanza, un proceso judicial. A partir de allí se hicieron escalas en las que se adjudicaba un valor a los eventos vitales, que luego se utilizaba para calcular el riesgo potencial del sujeto para las pólizas de los seguros de vida. Se basaba en trabajos epidemiológicos que mostraban que a mayor puntaje en este tipo de escala, más posibilidades había de enfermarse o de morir. Eventos “menores”: no son importantes en sí mismos, pero sumados pueden “amargar” la vida. En consonancia con el desarrollo de la psicología y de la psicoterapia cognitiva, se produjo un cambio en la investigación, y esta pasó a focalizarse en el proceso psicológico interno que se llevaba a cabo, más que en los eventos estresantes. Ya el filósofo Epícteto, con un papel central en la creación de la escuela de la filosofía estoica, que nació esclavo y luego fue liberado por la importancia que tuvieron sus aportes, en sus enseñanzas sostenía que “las personas no sufren por las cosas del mundo, sino por la visión que tienen de esas cosas”. También Marco Aurelio, emperador de Roma y admirador de Epícteto, escribió: “La felicidad de tu vida depende de la calidad de tus pensamientos”. Tomando la teorización de Richard S. Lazarus, la evaluación cognitiva inicia el proceso del estrés, y se divide a su vez en otras dos: Evaluación primaria: es un mecanismo esencial para distinguir situaciones peligrosas de las que no lo son, condición necesaria para sobrevivir. Podemos definir a la evaluación primaria como “aquel proceso que tiene lugar de forma continua durante todo el estado de vigilia, y determina las consecuencias que un acontecimiento dado provocará en el individuo”, que hace referencia a repercusiones y consecuencias. Mediante la evaluación primaria se pueden distinguir tres clases de estímulos: 1) irrelevantes, 2) benigno-positivos y 3) estresantes. Cuando se evalúa que el encuentro con el entorno no conlleva implicaciones para el individuo, se evalúa como irrelevante; las evaluaciones benigno-positivas tienen lugar si las consecuencias del encuentro se valoran como positivas; es decir, si preservan o logran el bienestar o si parecen ayudar a conseguirlo. Se caracterizan por:generar emociones placenteras tales como amor, alegría, felicidad, regocijo o tranquilidad. Entre las evaluaciones estresantes se encuentran aquellas que implican daño/pérdida, amenaza o desafío. Daño/pérdida es cuando el individuo ya ha recibido algún perjuicio. La amenaza se refiere a aquellos daños que todavía no han ocurrido pero se prevén. Como genera valoración del potencial lesivo, se generan emociones negativas como miedo, ansiedad y malhumor. El desafío tiene en común con la amenaza que ambos implican la movilización de estrategias de afrontamiento. En el desafío hay una valoración de las fuerzas necesarias para vencer en la confrontación, lo cual genera emociones placenteras como impaciencia, excitación y regocijo. Estas no son excluyentes entre sí y pueden darse en forma simultánea o alternarse y cambiar en una misma situación. Las personas para las cuales los acontecimientos significan un desafío disponen de ventajas en la calidad de funcionamiento y salud del organismo sobre aquellas que se sienten fácilmente amenazadas; tienen más confianza, emocionalmente están menos abrumadas y son más capaces de desarrollar recursos adecuados. Evaluación secundaria: es cuando el individuo está en peligro, es preciso actuar sobre la situación y predomina una forma de evaluación dirigida a determinar qué puede hacerse. Es característica de cada confrontación estresante, ya que los resultados dependen de lo que se haga, de que pueda hacerse algo y de lo que está en juego. Las evaluaciones primarias de lo que está en juego, y las secundarias de las estrategias de afrontamiento, interaccionan entre sí determinando el grado de estrés y la intensidad y calidad de la respuesta emocional y de estrés en general. Los factores personales que influyen en la evaluación el grado de compromiso, que es aquello que es importante para el individuo, y las creencias, que todos tenemos, y sin darnos totalmente cuenta, intervienen y modifican el proceso de evaluación modelando el entendimiento y el significado. Por ejemplo, no es lo mismo un divorcio en una persona que cree que “el matrimonio es para toda la vida”, que para otra que piensa lo contrario. Estas creencias se inician en la infancia y se van elaborando y consolidando a lo largo de toda la vida. Los factores situacionales que influyen sobre la evaluación son variados. Por ejemplo, la novedad de la situación y la predictibilidad o incertidumbre del acontecimiento. También podemos considerar factores temporales que influyen en la evaluación como la inminencia o la duración de la situación. Filtros. Otros autores consideran que el propósito de la respuesta no es solo eliminar los estímulos en sí mismos, sino también afrontar la situación que les da lugar. Esto quiere decir que la razón en la falta de respuesta lineal entre un estímulo y lo que ocurre dentro del organismo se da porque el estímulo es evaluado o “filtrado” antes de que se produzca una reacción corporal. Estos filtros del estímulo reducen el impacto del potencial estresor. Los filtros más importantes serían la evaluación de la amenaza potencial, o expectativas del estímulo, y la evaluación del rendimiento o de las respuestas disponibles, expectativa de respuestas de desempeño. La expectativa del estímulo se refiere a la información archivada en la memoria acerca de los estímulos: cuando se produce uno que sucede a otros, se ponen en marcha mecanismos de evaluación y respuesta. Cuando un evento adverso, penoso es reconocido (señalado por otro estímulo que evoca una experiencia anterior) aparece la respuesta de estrés. El segundo tipo de filtro surge de las expectativas de desempeño, y tiene que ver con el conocimiento acerca de las consecuencias de los actos propios. Este tipo de expectativas está referido a la relación entre los actos y el resultado, entre lo que se hace y lo que se logra, y da lugar a tres tipos de estados psicológicos y conductuales: La sensación de estar en control: cuando se afronta con una expectativa positiva, con sensación de control, lo que configura un afrontamiento exitoso, por lo tanto una reacción de estrés más adecuada. La sensación y conducta de desamparo o indefensión: cuando se considera que el resultado no depende de lo que se haga. La conducta de desesperanza: cuando se espera que, más allá de lo que se haga, el resultado va a ser negativo. Estos dos últimos estados producen una reacción de estrés significativa. Con respecto al afrontamiento, uno de tipo exitoso reduce el estrés y el sufrimiento psicológico; mientras que la incapacidad o estilos de afrontamiento inadecuados resultan en altos niveles de estrés y, además, en un gran sufrimiento psicológico. Podemos decir que se refiere a las acciones cognitivas, fisiológicas y emocionales o a las conductas que la persona pone en marcha con el fin de enfrentarse a los eventos de la vida. Por lo tanto, los recursos de afrontamiento del individuo están formados por todos aquellos pensamientos, interpretaciones, conductas y emociones que puede desarrollar para tratar de conseguir los mejores resultados posibles en una determinada situación. Lazarus define al afrontamiento como “aquellos esfuerzos cognitivos y conductuales constantemente cambiantes que se desarrollan para manejar las demandas específicas externas y/o internas que son evaluadas como excedentes o desbordantes de los recursos del individuo”. Este autor toma el afrontamiento como proceso y no como rasgo, se produce una diferenciación entre afrontamiento y conducta adaptativa automatizada, al limitar el afrontamiento a aquellas demandas que son evaluadas como excedentes o desbordantes de los recursos del individuo. Afrontar puede significar minimizar, evitar, tolerar y aceptar las condiciones estresantes, y no solamente dominar el entorno. El afrontamiento es un proceso cambiante en el que el individuo, en determinados momentos, debe contar principalmente con estrategias, digamos defensivas, y en otros con aquellas que sirvan para resolver el problema, todo ello a medida que va cambiando su relación con el entorno. Esto no puede describirse con una medida estática de un rasgo general o un tipo de personalidad. La clasificación de tipos de afrontamiento que hace Lazarus: Métodos dirigidos a la emoción: estrategias diseñadas para modificar las emociones, en general para atenuarlas, y entonces hacer más soportable la vida, evitando las realidades que podrían ser desbordantes si se las afrontara directamente. Métodos dirigidos al problema: estrategias dirigidas a resolver el problema, búsqueda de soluciones alternativas, consideración costo-beneficio. Otras formas de describirlo: Afrontamiento instrumental: está orientado hacia el manejo; es operativo, activo, un estilo de orientación hacia la meta con un sentimiento de control personal. Afrontamiento emocional: muestra una expresión emocional adecuada hacia los problemas. También se han descrito otras categorías, como: el incrementador, sujeto vigilante y muy sensible con la información relacionada con las amenazas; el atenuador, donde predomina la evitación o transformación cognitiva de la información relativa a la situación amenazante, y otros tipos como el confrontador o el evitador, que es una de las que genera más patología mental. Un compromiso del cerebro, la mente y el cuerpo La respuesta al estrés puede entenderse como una de alerta generalizado, de alerta o de activación del cerebro que lleva la actividad del mismo a un nivel más alto y lo mantiene activado en ese nivel. La activación normal tiene varias fases: la primera, aguda, 1- sigue inmediatamente al estresor, consiste en varias respuestas y afecta casi todos los sistemas regulatorios y órganos. 2- Todos los sistemas endócrinos, el sistema autonómico y el sistema inmune son sensibles a los cambios ambientales a través de estos mecanismos. 3- Esta activación puede ser experimentada como placentera o displacentera, dependiendo del contexto de la situación y de las atribuciones con las que el individuo clasifica al estímulo. 4- El objetivo central es la redirección adaptativa de la energía, como el oxígeno y la glucosa dirigidos al cerebro y a los músculos, que en ese momento requieren energía adicional. 5- Además de una inhibición transitoria del crecimiento y de la reproducción, de los mecanismos del dolor, o analgesia, para enviar la energía a lugares que en ese momento la necesitan más. CIRCUITO CEREBRAL DEL ESTRÉS: PROCESADO CENTRAL ¿Qué sucede en el cerebro durante la respuesta de estrés? El cerebro tiene un rol determinante, como coordinador central de la respuesta y como interpretador y respondedor de la respuesta de estrés y de la carga alostática. A partir de la neurociencia actual, y de la teoría conexionista y emergentista de la mente, se piensa que es imposible entender el funcionamiento del cerebro si no se considera que una neurona individual participa en muchos patrones globales cambiantes, que se conforman y se desarman para determinada actividad, pero tiene escasa significación cuando se la toma aisladamente, solo si está activada o desactivada. Este enfoque —conexionismo, emergentismo, asociación, dinámica de red— sostiene que lo importante es la emergencia de estados globales en una red de componentes simples; por ejemplo, en el sueño lo que está despierto o dormido es el animal, no las neuronas. Los cerebros son sistemas altamente cooperativos, no son redes estructuradas con uniformidad pues consisten en muchas redes conectadas de varias maneras. Antonio Damasio, piensa que algunos sistemas neurales no se desarman, sino que permanecen constantes, en especial los evolutivamente más antiguos. Es decir que existen ciertos circuitos que permanecen estables y con una misión específica. Dentro de ellos se encuentra lo que podemos denominar circuito central del estrés. Este circuito, que realiza el procesado central, cerebral, del estrés está compuesto por la amígdala, el hipocampo, el hipotálamo, el locus coeruleus y la corteza prefrontal. Estas son estructuras interconectadas, anatómica y funcionalmente, que integran las funciones psicológicas con las funciones autonómicas, neuroendócrinas e inmunes en la respuesta de estrés. Participan en procesos cognitivos, emocionales, conductuales y viscerales. Tanto el hipocampo como la amígdala, el hipotálamo y la corteza prefrontal son lugares estratégicos que conectan redes involucradas en diferentes aspectos de la respuesta al estrés. La amígdala es un pequeño núcleo de cuerpos neuronales localizado en la profundidad del cerebro, que participa en otorgarle el contenido emocional a las vivencias, fundamentalmente el miedo. El miedo es una emoción que tiene mucho en común con la ansiedad y con el estrés, son muy parecidas, y tienen un mecanismo biológico y psicológico similar. Cuando se activa la amígdala, se despliega el miedo. El hipocampo es otro núcleo o grupo de cuerpos neuronales íntimamente comunicado con la amígdala, que tiene una importancia fundamental con respecto a la memoria, le otorga significado y la guarda del contexto o hábitat, o memoria contextual. Ante cualquier estímulo captado por los órganos de los sentidos, que puede ser tanto interno (un pensamiento o una sensación física) como externo (vista, oído, olfato, etc.), inmediatamente se informa al cerebro de esta percepción; existe una puerta de entrada, que es una especie de filtro, un núcleo que se llama tálamo; de aquí se activa la amígdala, para evaluar si es peligroso o no, y luego se comunica con el hipocampo, con la corteza cerebral y con el hipotálamo. La amígdala está situada en una vía que es interfaz entre el sistema sensorial, por un lado, y el sistema motor, por otro; probablemente es el sitio donde la información sensorial es transformada en señales neurales, químicas y luego emocionales, llevando a la determinación cuando una amenaza ambiental existe o no y, si existe, determinando cuándo y cómo debe ser respondida. La amígdala es entonces la puerta de entrada cognitiva y sensorial y participa en la evaluación del estímulo, que indica no solamente si el estímulo es dañino o no, sino también bajo qué condiciones puede serlo. Está constituida por varios núcleos internos interconectados en los cuales se produce un flujo de información y activación, y luego parten proyecciones o conexiones hacia los otros centros componentes del circuito del estrés como son el hipocampo, el hipotálamo, el locus coeruleus y la corteza prefrontal. Funciona muy aceitadamente con el hipocampo, que es esencial para la acumulación de recuerdos y para la memoria; sobre todo con la memoria del contexto o ambiente en el cual se llevó a cabo alguna experiencia o situación. Cuando la situación es urgente, la amígdala evita algunos pasos y activa y dispara el sistema de estrés para mantener el foco de atención y de actividad en el peligro presente, para no distraerse en situaciones en las que debe actuar. Más tardíamente, una vez cesada la situación de peligro, cuando la situación lo permite, hará una reevaluación junto con el hipocampo, la memoria y la corteza prefrontal para producir una acción más específica. La hiperactivación de la amígdala podría ser un paso esencial que lleve a la sobreactivación de los sistemas involucrados en la respuesta de estrés. El locus coeruleus es un pequeño núcleo del tronco cerebral formado por los cuerpos de las neuronas productoras de noradrenalina, y es donde nace el sistema nervioso simpático, encargado principal de la respuesta de lucha-fuga ante signos de peligro, sean reales o imaginarios. Este núcleo, ampliamente conectado con el resto del cerebro —tiene más de 100 mil terminales neuronales que salen del mismo— produce y mantiene las respuestas excitatorias e inhibitorias en distintas partes del cerebro. Tiene una especie de funcionamiento tónico, necesario para el desarrollo normal de la función cerebral; en una situación no estresante hay como un funcionamiento silencioso, pero la acción de la noradrenalina en el cerebro permite que se mantenga la función neural. Ante una situación de estrés, la tasa de descarga se activa y consecuentemente se activa el sistema de alarma, que será el que genere la reacción de estrés. Una de las teorías sobre cómo se producen los ataques de pánico indica que se trata de un incremento en la velocidad de descarga del locus coeruleus. Tiene como funciones estimular el sistema nervioso simpático, estimular el hipotálamo, inhibir el sistema parasimpático, activar el rol de la amígdala e inhibir la corteza prefrontal. El hipotálamo es un centro cerebral compuesto por diferentes núcleos menores en los cuales se encuentran los cuerpos neuronales que van a producir factores liberadores, señales químicas que se dirigen a la glándula hipófisis o pituitaria para activar la producción de diferentes hormonas que van a constituir los llamados ejes hormonales, como el tiroideo o el de las hormonas sexuales, o el eje hipotálamo pituitario adrenal (HPA), fundamental en el estrés. Dentro del hipotálamo existe un núcleo que produce una neurohormona, es decir una hormona producida por neuronas, que se llama factor liberador de corticotrofina (CRF, por sus siglas en inglés). Tiene una función nuclear en la reacción de estrés, porque es el regulador primario del eje HPA; pero últimamente se ha descubierto que, además de esta función endócrina, se encuentra ampliamente diseminado por el cerebro y participa en otras actividades como por ejemplo en las respuestas conductuales. Nos vamos a referir en detalle en otro capítulo del libro. La corteza prefrontal ocupa un tercio del volumen del cerebro humano, tiene una participación y un rol central en respuestas cognitivas, conductuales, afectivas y fisiológicas, antagónicas de las que se necesitan en momentos de estrés agudo. En momentos de estrés agudo necesitamos una acción rápida y enérgica para mantener la vida; en cambio, la corteza prefrontal participa en respuestas que no son necesarias en ese momento, por ejemplo las funciones intelectuales superiores: lenguaje, aprendizaje, toma de decisiones, planeamiento, discernimiento, capacidad de espera. En el circuito del estrés, la corteza prefrontal tiene efectos inhibitorios sobre la amígdala, el locus coeruleus y el hipotálamo; y estos núcleos tienen un efecto inhibitorio sobre la corteza prefrontal: se inhiben mutuamente. Podemos decir entonces que el sistema o circuito del estrés o procesado central del estrés consiste en que tres núcleos —la amígdala, el locus coeruleus y el hipotálamo— funcionan interconectados y se activan entre sí, y de esta intermodulación depende la activación de los efectores que desplegarán la respuesta en el resto del organismo. Estos tres núcleos a su vez inhiben la función de la corteza cerebral prefrontal, que tiene funciones más específicas, y no tan útiles en el momento agudo; pero cuando se activa, la corteza prefrontal tiene un efecto inhibitorio del funcionamiento de los tres núcleos anteriormente nombrados. En conclusión: en los momentos de estrés se requiere un sistema activado y la corteza prefrontal inhibida, y en los momentos más calmos empiezan a tener importancia otras funciones intelectuales, como la capacidad de juicio, la afectividad y la cognición en general, para lo cual se requiere de una corteza prefrontal activa y de un sistema de estrés inhibido. Cuando el sistema de estrés está activado, interfiere en el funcionamiento de la corteza prefrontal y altera su funcionamiento. De este funcionamiento conjunto interactivo e intermodulado dependerá el grado de activación de los efectores periféricos que desplegarán la respuesta de estrés a lo largo de todo el organismo. EFECTORES PERIFÉRICOS: SE DIFUNDE LA NOTICIA Los efectores periféricos de la respuesta de estrés más importantes son el eje HPA y el sistema nervioso autónomo, en su rama simpática. Si bien se activan todos los ejes hormonales, la mayoría de los sistemas reguladores y el sistema inmune, la reacción de estrés consiste, fundamentalmente, en la activación del sistema nervioso periférico autonómico y del eje HPA. La función fundamental del simpático es asegurar la llegada de sangre, y la del cortisol —corticoide producto final del HPA— es asegurar la llegada de glucosa, un “combustible” que va a los lugares más necesitados, el cerebro y los músculos, en los momentos de urgencia. El sistema nervioso se divide en dos ramas: el central y el periférico. El central comprende el cerebro y la médula, y el periférico, los nervios que se conectan con la periferia del organismo. El sistema nervioso periférico se divide en otras dos ramas, el musculoesquelético o voluntario, que transporta las ordenes voluntarias, y el autónomo o autonómico o neurovegetativo, que es la rama del sistema nervioso que regula las funciones que nos son voluntarias como la respiración, la micción, la postura, la digestión, etc. Este a su vez se subdivide en dos ramas: la simpática, en general activadora, que interviene en la reacción de estrés, y la parasimpática, en general inhibidora, que interviene en la respuesta de relajación. En realidad, funcionan como dos “riendas” que se regulan mutuamente. En la reacción aguda de estrés, se produce inicialmente una activación simpática, que genera una respuesta conductual, corporal y emocional generalizada que se conoce como respuesta de lucha o fuga. Aunque también debemos considerar una tercera posibilidad de respuesta, que es la de parálisis o freezing, cuando el sujeto queda “congelado” o paralizado porque predominan los circuitos inhibidores centrales y se produce un exceso de la respuesta de miedo y de estrés. Cuando se activa el sistema nervioso simpático se producen varios cambios fisiológicos necesarios en la preparación del cuerpo para responder a una amenaza o peligro, mediante lo que se conoce como respuesta de lucha o fuga. Es decir, se prepara al organismo para correr o para pelear. Y provoca cambios corporales esenciales para la acción: aumenta la frecuencia cardíaca y la presión arterial, aumenta la frecuencia respiratoria, aumenta la sudoración, se produce piloerección o piel de gallina, aumenta el deseo de micción, se dilatan las pupilas (lo que da la expresión de ojos de miedo), etc.; y a nivel psicológico aumenta la frecuencia de pensamientos, se incrementa la sensación de alerta y aparece lo que se llama ansiedad anticipatoria. La capacidad de tener una reacción adecuada al estrés es indispensable para sobrevivir y reproducirse con éxito. El otro efector periférico es el eje HPA, que es el eje hormonal que produce corticoides internos. Ya vimos que el CRF del hipotálamo una vez liberado es transportado, y actúa en el lóbulo anterior de la hipófisis o pituitaria, muy importante glándula que se encuentra en el centro del cerebro y produce y coordina varios ejes hormonales. Aquí se inicia un proceso por el cual esta produce otra hormona adrenocorticotrofina (ACTH) que es liberada por la pituitaria en la sangre, y a través de la circulación llega al tercer componente del eje HPA, las glándulas adrenales o suprarrenales. Una a cada lado del cuerpo, se encuentran situadas sobre ambos riñones, como una especie de sombrero. La ACTH actúa estimulando las células adrenocorticales para liberar corticoides, fundamentalmente cortisol y aldosterona, que son los principales efectores del metabolismo energético, que producen la disponibilidad de “combustible”, fundamentalmente glucosa; y también son mediadores en la función antiinflamatoria para suprimir la respuesta inmune y evitar el “sobredisparo” del mismo. O sea que son hormonas, productos del sistema endócrino, que a la vez constituyen el principal freno del sistema inmune. Finalmente, los corticoides salen por la sangre a la circulación general, entran al cerebro de nuevo y se unen a receptores para corticoides en la hipófisis, el hipotálamo y el hipocampo e inhiben la secreción de CRF. A esto se lo llama hacer feedback negativo, dado que el incremento de cortisol por la activación del eje HPA frena la producción y liberación de CRF, es decir, “apaga” el eje. Estos estados tardíos de la respuesta pueden funcionar como un mecanismo supresor que enfría la respuesta aguda y reestablece el balance fisiológico, en condiciones normales y cese de la estimulación. “¿Es cierto que baja las defensas?” Dentro de los factores psicológicos que pueden impactar en la función inmunológica más estudiados se encuentran estados emocionales, como el duelo; rasgos de la personalidad, como el optimismo; trastornos psicopatológicos asociados a trastornos o a la función inmunológica, entre ellos el más conocido es la depresión. Pero además es necesario considerar momentos especialmente susceptibles, en los cuales hay una cierta vulnerabilidad, por lo cual el estrés impacta de una manera más potente. Básicamente son dos: el estrés pre y post natal temprano, es decir en los primeros momentos de la vida, tema que consideraremos en otro capítulo; y el que se produce durante el envejecimiento. Son dos momentos en los que el sistema inmune se encuentra particularmente vulnerable, y sobre todo susceptible al estrés psicosocial. ESTRÉS AGUDO: REACCIÓN NORMAL En el estrés agudo, el sistema inmune, como todo el organismo, se prepara para la acción. Los cambios que se producen son parte de la respuesta de lucha o fuga, en guardia para enfrentar la situación de estrés. Para esto se producen diferentes pasos. Si bien en los corticoides, productos del eje HPA, la función fundamental es inhibitoria de la respuesta inmune, inicialmente amplifican esa respuesta. La activación del eje HPA y del cortisol, uno de los corticoides, estimula la respuesta inicial y pone en alerta la memoria inmune, es decir las células de memoria. Los linfocitos de memoria son los que guardan el “recuerdo” de que una vez ya se estuvo en contacto con el antígeno. Ese tipo de contacto queda guardado en la memoria de ciertos linfocitos, y cuando el antígeno invade nuevamente, la respuesta es muchísimo más rápida. Se saltea el período de enseñanza o de aprendizaje de los linfocitos y dispara la respuesta en menor tiempo. Es el fenómeno de las vacunas. Los linfocitos y monocitos se movilizan desde la sangre hacia las paredes de los vasos, nódulos linfáticos y médula ósea, preparando la respuesta. Esto se evidencia por la reducción de los leucocitos sanguíneos. Hay alrededor de un 50% menos de leucocitos en la sangre en el momento de estrés agudo, y un 80% más de neutrófilos. Hay, además, un incremento de leucocitos en otras áreas de choque, por ejemplo en la piel. Allí, los mastocitos —que son una especie de células presentadoras de antígenos de la piel, que empiezan a producir localmente diferentes citoquinas inflamatorias, como interferón, interleuquina 1, interleuquina 6, TNF, que amplifican la respuesta en la zona— despliegan una reacción inflamatoria local. Hoy se sabe que esta respuesta “local” es capaz de activar la respuesta general de estrés, y a su vez la respuesta general activa la respuesta local. Esto configura lo que actualmente se llama el eje cerebro-piel. Este efecto de activación aguda puede mantenerse de 3 a 5 días. Luego comienzan los fenómenos del estrés crónico o efectos de la carga alostática. Pero en los días iniciales la reacción inicial es de activación, sobre todo de la inmunidad innata o inespecífica. Podemos encontrar una especie de evolución, o un esquema evolutivo de cómo ha sido considerado el impacto del estrés en el sistema inmune; serían diferentes modelos que se han ido produciendo en la evolución del conocimiento. El primero es el modelo de la “inmunosupresión global” de Selye, por la involución del timo, del bazo, etc. El segundo es el “modelo bifásico”, según el cual el estrés agudo amplifica la respuesta inmune, y el estrés crónico la suprime. El estrés agudo, con la respuesta lucha o fuga, prepara al sistema inmune para actuar más rápido y eficientemente. Cuando aparece la idea de clasificar la respuesta en dos —inmunidad inespecífica o innata y específica o adquirida —, se considera que el estrés altera el balance entre ambas respuestas, se activa la inmunidad inespecífica y se inhibe la específica. Sabemos que la respuesta inespecífica es más rápida, hay menos mecanismos inhibitorios, consume menos energía, es la respuesta inmediata del sistema inmune; es más rápida pero menos específica. Se activa la inespecífica y se inhibe la específica. Más adelante, al avanzar el conocimiento se empezó a pensar que altera la estructura de secreción de citoquinas, altera el balance entre la activación de citoquinas proinflamatorias y citoquinas antiinflamatorias. Entonces el estrés crónico amplifica y suprime simultáneamente: amplifica algunas funciones y suprime otras. Las citoquinas proinflamatorias intervienen fundamentalmente en la inmunidad celular para la defensa contra infecciones y neoplasias; cuando están inhibidas, disminuye la protección frente a estas. Las citoquinas antiinflamatorias intervienen fundamentalmente en la inmunidad humoral, que cuando predominan exacerba alergias, y varias formas de enfermedades autoinmunes. En el estrés crónico encontramos algunas funciones inmunitarias inhibidas y otras activadas. Evidencias de la relación entre el estrés y la función inmune Los Glaser investigaron los efectos del estrés agudo y del crónico sobre la inmunidad, tomando como modelo de investigación situaciones propias de la vida, de mayor valor que las situaciones artificiales de laboratorio. Los modelos o diseños utilizados fueron: Estrés académico, Disrupción en relaciones, Separación y conflicto marital, Depresión por duelo y, como modelos de estrés crónico, Familiares cuidadores de pacientes con Alzheimer y Habitantes de una población en riesgo por una amenaza nuclear: Estrés académico: estudiaron ciertos parámetros inmunes en estudiantes de Medicina o de una maestría de posgrado durante el período de exámenes, en el que encontramos mayor nivel de estrés agudo. Hallaron alteraciones como la disminución de la toxicidad de las natural killers y del número total de linfocitos; disminución de la proliferación linfocitaria; aumento de anticuerpos para virus del herpes, del citomegalovirus, y del virus de Epstein Barr, y aumento en la incidencia de infecciones y de síntomas de resfríos. Estrés conyugal: el conflicto marital es una forma que se ha vuelto muy popular como modelo de estrés agudo; más tarde incluyeron otras formas como disrupción en las relaciones, separación marital, etc. En los primeros trabajos, con respecto al conflicto marital concluyeron que las conductas negativas durante el conflicto se asociaban con una peor regulación inmunológica. Después de una selección muy rigurosa, quedaron alrededor de 100 parejas, a las que se invitaba al centro de estrés de la Universidad, se constataba el tipo de interacción previa a través de filmes e interrogatorios, y se tomaba una serie de escalas psicológicas. Querían detectar, fundamentalmente, conductas hostiles y negativas. Considerando en términos generales que las personas con este tipo de comportamientos tienden a mantener y a amplificar el conflicto, y que las personas con conductas menos hostiles o negativas tienden a contemporizar y a resolverlo, al mismo tiempo se les tomaba una serie de parámetros inmunológicos, neuroendócrinos y fisiológicos. Al otro día se invitaba a discutir un tema particularmente conflictivo para la pareja por un tiempo determinado, y se medían las variables bioquímicas y fisiológicas antes, durante y después del conflicto. Encontraron que en las parejas que tenían un nivel alto de conductas hostiles y negativas se producían un aumento de las catecolaminas, la adrenalina y noradrenalina, disminución de la prolactina y cambios inmunológicos como disminución de la proliferación de linfocitos y de la función de las células natural killers. En cambio, en las parejas que tenían un nivel bajo de conductas hostiles y negativas no se presentaban esos cambios inmunitarios. Las alteraciones se encontraban en mayor medida, y persistían más, en la mujer que, por lo tanto, estaría más afectada que el hombre. Estrés del cuidador de un paciente con una enfermedad crónica: se lo tomó como modelo de estrés crónico. El rol de cuidador es muy estresante, por varias razones; entre otras, porque es un trabajo de 24 horas. Cuando hay que cuidar a un familiar enfermo, sobre todo con enfermedades graves, como Alzheimer, o enfermedades discapacitantes, es una función con pocos momentos de descanso, porque se “tiene en la cabeza” el tema durante todo el tiempo. Este rol es un trabajo para el que no se estudia, sino que se es cuidador “de hecho”. Muchas veces se pretende que el familiar sepa cómo se hacen las cosas, cuando en realidad no se tiene entrenamiento, que se va adquiriendo con mucho costo personal. Es un trabajo muy poco reconocido y, más aún, cuando todo funciona bien, no se nota. Como otra característica negativa, la expectativa es de peoría: aunque se haga el trabajo lo mejor posible, el paciente suele empeorar. Es decir que constituye una serie de características que hacen que sea un trabajo de tiempo completo, poco recompensado y con un futuro a largo plazo incierto y negativo. Teniendo en cuenta estas particularidades, estudiaron a familiares cuidadores de pacientes con Alzheimer, en los que encontraron alteradas varias funciones inmunológicas, como la de proliferación linfocítica claramente disminuida. También estaba muy afectada la actividad de las células natural killers, comparadas con los controles. Al mismo tiempo, en estos pacientes se encontró un incremento significativo del riesgo de depresión, una disminución de los índices de salud en general, una caída de varios índices inmunitarios que no se adaptaban con el tiempo. Los cuidadores de pacientes más demenciados sufren un mayor impacto: a mayor gravedad del paciente, más estrés, menor soporte social y mayores cambios inmunes. Contamos con importante evidencia que demuestra que durante diferentes eventos estresantes de la vida —exámenes, divorcios, conflictos maritales—, el aumento del nivel de anticuerpos indica que se reactiva el virus, que hasta ese momento estaba controlado; el estrés aumenta la actividad antiviral y por lo tanto lo vemos reflejado con el aumento de anticuerpos. En esos momentos se puede desplegar una reactivación del virus del herpes genital y del virus del herpes simple, aumentando tanto la frecuencia como la duración de las enfermedades. El virus de Epstein-Barr, cuando se reactiva, puede generar una faringitis o una amigdalitis común y simple; o, en los adultos, mononucleosis infecciosa. Esto se confirma en estudios tempranos que indicaban que otros tipos de herpesvirus, el HSV 1 y 2, y el citomegalovirus pueden activarse por el estrés y afecta tanto a personas inmunocompetentes como inmunodeprimidas. Es en los pacientes inmunodeprimidos en los que produce complicaciones severas. Como otros virus de su familia, es posible que el citomegalovirus se reactive, que actúe como una nueva infección. Este tipo de infección es recurrente y puede ocurrir en cualquier momento, pero especialmente cuando el sistema inmune está alterado o débil. El sistema inmune es una ventana frágil, en especial en la infancia y en la vejez, que son períodos en los que la actividad inmune está más vulnerable, más susceptible a las enfermedades y a la influencia del ambiente. Estos estudios demuestran que el proceso inmune que mantiene los virus latentes fue afectado por el estrés psicológico. En un muy reciente trabajo es posible evidenciar la asociación entre el estrés laboral y marcadores alterados de la función inmune. En general, la exposición a estrés laboral psicosocial (alta demanda, bajo nivel de control y libertad, insatisfacción, desbalance entre el esfuerzo y la recompensa, sobreinvolucramiento, burnout) tiene un impacto medible sobre algunos parámetros inmunes como actividad reducida de linfocitos y de las natural killers,y un incremento de los indicadores de inflamación, o marcadores inflamatorios. Estas evidencias sostienen que este tipo de estrés tiene un efecto disruptivo en la respuesta inmune. Capitulo 3. Emociones, función inmune y salud ¿Las emociones influyen en la salud? las emociones han jugado un papel esencial en la supervivencia y en la adaptación de la especie humana. La capacidad de las personas de experimentar emociones positivas y negativas tiene una perspectiva evolutiva y la presencia de sentimientos diseñados para influir en el comportamiento así debería reflejarse en las interacciones fisiológicas e inmunológicas. Una emoción es un estado psicobiológico que incluye un afecto o sentimiento, sus pensamientos característicos y una variedad de tendencias a actuar. Son impulsos que la evolución nos ha inculcado para afrontar la vida. La raíz de la palabra emoción es motere, que quiere decir mover, y el prefijo e, de alejarse. Cuando se trata de tomar decisiones los sentimientos cuentan tanto o a veces más que la razón. El psicólogo estadounidense Paul Ekman dice: “Son una guía en momentos difíciles y tareas demasiado importantes para dejarlas en mano de la razón: los peligros, las pérdidas, la persistencia hacia una meta a pesar de los fracasos, los vínculos con un compañero, la formación de una familia”. Cada una ofrece una disposición definida a actuar, nos señala una dirección que ha funcionado bien en los desafíos repetidos de la vida humana. El repertorio emocional implica tendencias innatas y automáticas importantes para la supervivencia, confirmado con el hecho de que han quedado grabadas en nuestro organismo. Pero frecuentemente nos enfrentamos a dilemas posmodernos con un repertorio emocional adaptado a urgencias del pleistoceno. Si bien no existe un consenso generalizado, actualmente se considera que existen emociones básicas o primarias y emociones secundarias, de un modo similar a como se describen los colores en primarios y secundarios. El argumento de que existe un puñado de emociones centrales o primarias o básicas se basa, entre otros, en la observación que las expresiones faciales para cuatro de ellas (temor, ira, placer, tristeza) son reconocidas por personas de todo el mundo, incluidos los pueblos prealfabetizados, presumiblemente no contaminados por la televisión o el cine. Cada una de estas familias tiene un núcleo emocional básico y estados emocionales cercanos, sus “parientes”, formando ondas a partir de ese núcleo básico. Podríamos considerar como: una de esas ondas al temperamento, que sería la prontitud de evocar una emoción, la facilidad que tiene un sujeto de expresar una determinada emoción y que hace que la persona sea miedosa, melancólica, tímida o alegre. Otra onda serían los estados de ánimo, que son más apagados, y duran mucho más tiempo que una emoción; es raro mantener el calor de la ira todo el día, pero no es tan raro que se mantenga el humor irritable en el cual se activan fácilmente ataques de ira más cortos. Más allá de estas ondas, encontramos los trastornos de la emoción, como la ansiedad extrema y persistente o la depresión clínica, en la que alguien se siente constantemente atrapado en un estado negativo y no puede dejar de estar triste. Las emociones, entonces, son respuestas transitorias fisiológicas, cognitivas, emocionales y conductuales que constituyen soluciones adaptativas críticas para la supervivencia. El humor o estado de ánimo es un estado emocional más estable, predominante durante un tiempo dado. Los sentimientos, por su parte, serían el componente consciente. Otros autores consideran que existen familias y dimensiones emocionales, donde las familias principales son: ira tristeza, temor, placer, amor, vergüenza. Cada una de estas familias tiene a su vez un núcleo emocional básico con muchas combinaciones posibles: celos (ira + tristeza + temor), furia, ultraje, resentimiento, cólera, exasperación, indignación, aflicción, acritud, animosidad, fastidio, irritabilidad, hostilidad y, en el extremo, violencia y odio patológico. También hay quienes las dividen en dos grandes categorías: Emociones positivas: desplegadas por estímulos que connotan alimento, seguridad u oportunidades reproductivas. Generan conductas de acercamiento y curiosidad. Emociones negativas: desplegadas bajo estímulos que connotan peligro, desafíos, dolor u otras condiciones nocivas. Generan conductas defensivas como evitación o escape. ¿TIENEN OTRAS FUNCIONES? Se considera que las emociones cumplen otras funciones tanto a nivel inter como intraindividual: A nivel interindividual tienen la capacidad de informar a otros acerca de los estados internos de cada uno. Este intercambio de información es esencial para las relaciones humanas, un factor crucial del bienestar social y psicológico. Se ha demostrado que personas de todo el mundo interpretan estas expresiones de manera similar. A nivel intraindividual, sería como un marcador o indicador somático; es decir, genera una especie de conocimiento del estado interno, que es un factor motivacional crítico, e influye en la toma de decisiones, entre otras funciones. En los estados emocionales tenemos que considerar la experiencia subjetiva, lo que experimenta el sujeto; la respuesta motora visceral, que sería el componente visceral de las emociones, y la respuesta motora somática, es decir, la acción que se toma. Algunos autores consideran a esto como el sistema motor emocional. Clásicamente se consideraba que las emociones no participaban en la toma de decisiones racionales. Sin embargo, a partir de los importantes trabajos del neurólogo portugués Antonio Damasio se piensa que la emoción, los sentimientos y la regulación biológica juegan un papel fundamental en la razón humana. También considera que la esencia de un sentimiento puede no ser una elusiva cualidad mental ligada a un objeto, sino más bien una percepción directa en un paisaje específico: el cuerpo. El cuerpo, en tanto representado en el cerebro, puede constituir el marco de referencia indispensable para los procesos neurales que experimentamos como mente. NATURALEZA DE LAS EMOCIONES Actualmente los psicólogos consideran a nuestras emociones como un producto del modo en el cual se interpreta el mundo. Una mirada neurobiológica considera a las emociones como una expresión de programas heredados para una acción en situaciones específicas, que han sido importantes para los humanos y especies relacionados por millones de años. Existen otros investigadores que postulan que el sistema neural puede llevar a cabo algunas formas simple de evaluación, pero no hablan acerca de una relación compleja persona-situación en la que la emoción debe ser desplegada. La teoría cognitiva de las emociones nos dice que las emociones y sentimientos dependen de los pensamientos, y no de los hechos objetivos de la realidad, aunque generalmente la mayoría de las personas crean lo contrario, que los sentimientos dependen de los hechos. Es decir, sentimos lo que pensamos y lo que interpretamos a partir de un hecho. No es el hecho en sí mismo, sino nuestra interpretación lo que genera la emoción o sentimiento: por ejemplo, el miedo. Esto es muy importante, dado entonces que si podemos cambiar lo que pensamos y creemos, podremos modificar lo que sentimos. La interpretación que cada persona haga de los hechos o situaciones del mundo se genera a partir de creencias más profundas que, aunque no nos demos cuenta, constituyen la forma de ver el mundo, de verse a sí mismo y de ver a los demás. Esto se llama tríada cognitiva. De esta tríada se generan lo que llamamos pensamientos automáticos negativos, es decir que surgen espontáneamente sin intervención de la voluntad del sujeto, en forma telegráfica, o en forma de imágenes, y de estos surgirá el sentimiento o emoción que experimentemos. El paciente con trastorno de pánico, por caso, produce una interpretación catastrófica de un hecho en sí mismo inofensivo; por ejemplo, a partir de una palpitación normal (latido cardíaco hecho consciente) piensa automáticamente, o le surge automáticamente la interpretación, que es un infarto de miocardio, y que por esto está en peligro de muerte, o que se está muriendo. Es decir, a partir de un hecho simple, lo interpreta catastróficamente. Surge un flujo de pensamientos negativos automáticos que le hace creer que se está muriendo o que tiene una enfermedad grave o que está por volverse loco, y esto genera pánico o terror. Concomitantemente con esto, por lo general se ve a sí mismo como más vulnerable de lo que realmente es, lo que configura una autoimagen pobre y vulnerable. Esta deviene de las creencias profundas a las que nos referíamos anteriormente, y que se han ido formando a lo largo de nuestra vida, fundamentalmente en los primeros años, a partir de nuestras relaciones con padres hermanos, maestros, amigos, vecinos, etc. En síntesis, un trastorno de ansiedad es una respuesta inapropiada, que está basada en una sobreestimación del peligro y en una subestimación de las habilidades personales para poder enfrentarlo. La terapia cognitiva consistirá en modificar lo que pensamos para modificar lo que sentimos. REPRESENTACIÓN DE LAS EMOCIONES EN EL CEREBRO Los circuitos neurales de las emociones involucran regiones del cerebro que incluyen la amígdala, el hipocampo, la corteza prefrontal, el núcleo Accumbens, que es fundamental en el circuito del placer y la recompensa, y conexiones con el hipotálamo y el tronco cerebral. Estos circuitos evalúan la potencia y valor del estímulo y activan las respuestas apropiadas. La evaluación de los estímulos requiere la integración de información sensorial y cognitiva que desde las cortezas de asociación proyectan a los circuitos que procesan las emociones para luego activar la respuesta. Emociones importantes inhiben ciertas conductas para privilegiar otras conductas automáticas defensivas. Este flujo incluye la activación del alerta y la atención, del sistema nervioso autónomo y de los sistemas neuroendócrino e inmune. ¿Qué sucede una vez que los estímulos han sido captados e ingresados al cerebro? ¿Qué media entre estímulos externos y las respuestas subjetivas y fisiológicas? ¿Cómo se integra la Información? Es decir, ¿cuál es el proceso que transforma el sentimiento de horror en activación simpática o una obra de arte, como una canción, en un sentimiento de placer? Existen lo que se llaman estructuras de asociación emocional; estas son organizaciones cerebrales que median la emoción, entre ellas el sistema límbico, la amígdala, el hipotálamo, el tronco cerebral. El sistema límbico proviene de la palabra limbo, que quiere decir borde. Es la llamada corteza arcaica, como veremos más adelante. Se configura como el vínculo entre la actividad cortical alta de la corteza prefrontal, y los sistemas bajos que controlan la respuesta emocional y conductual. Los procesos corticales altos serían los que intervienen en las emociones secundarias, típicamente humanas. En el miedo, por ejemplo, vemos que la corteza prefrontal participa de manera central en la memoria de trabajo, el planeamiento y la toma de decisiones, el control de las conductas impulsivas, y la modulación hacia abajo inhibe la reacción aguda de estrés. La amígdala participa en la percepción emocional del miedo, la ansiedad y la agresión, modula hacia arriba, activa la reacción de estrés. En tanto, el hipocampo tiene un rol central en la memoria contextual, espacial y episódica, y modula hacia abajo, inhibe o frena la reacción de estrés. El hipocampo y la amígdala son estructuras cerebrales límbicas, que procesan experiencias y forman una interfaz que conecta áreas cerebrales vegetativas, como el hipotálamo y el tronco cerebral, con áreas corticales altas, como la corteza prefrontal. CEREBRO TRINO DE PAUL MACLEAN Este es un modelo neural amplio y especulativo sobre la emoción, creado a partir de la idea de que en nuestro cerebro se encuentran resumidas todas las especies por efecto de la evolución. Básicamente considera que el cerebro humano puede considerarse como un sistema de tres capas: La primera tiene que ver con nuestra naturaleza reptil, que es controlada por el tallo cerebral. Es la capa más antigua y profunda, herencia de los reptiles, por lo tanto lo llama cerebro reptiliano. La estructura relevante de esta parte sería el tronco encefálico, o tallo cerebral, que ante un estímulo emite respuestas automáticas, rápidas, simples, sin sentimientos, e intermedia actos estereotipados y rutinarios. Por lo tanto, tienen repertorio limitado, fundamentalmente acciones que han de realizarse para sobrevivir, como respirar y comer. La segunda capa de nuestro cerebro se desarrolló con el tiempo y la evolución. Es el cerebro mamífero en el cual aparecen las emociones. La estructura relevante es el aparato neural, que incluye el sistema límbico y la zona tálamo cingulada, y media las emociones, tales como la reacción de lucha y fuga, la evitación del dolor, la conservación de la especie y del individuo y la búsqueda del placer. Es lo que vemos en los animales domésticos: exhiben emociones pero no tienen el proceso de culturización como los seres humanos; por ejemplo, el sentido del tiempo o el pensamiento de prioridades. La tercera y última capa es el cerebro humano, que incluye el sistema límbico, con la participación central y el control de la corteza prefrontal. La estructura relevante es la corteza cerebral, o sea el aparato neural que activa el pensamiento racional. Esta capa es la clave para el desarrollo del proceso de culturación, dado que el cerebro humano es capaz de procesos cognitivos superiores como percibir el tiempo, reflexionar, el sentido espiritual y de trascendencias, etc. Este es un breve resumen del modelo de MacLean, de los tres cerebros: el reptil, el mamífero y el humano. Esta división puede dar la idea errónea de un funcionamiento simple, separado. Sin embargo, nuestro cerebro debería pensarse como una interacción dinámica e intermodulada de las habilidades de los tres. Sobre todo cuando consideramos, en línea con la neurociencia actual, que la emoción no solamente es subcortical y límbica, ni que la razón es todo cortical, sino que tanto emoción como razón surgen de la integración dinámica de los tres “cerebros”. ¿CUÁNDO UNA EMOCIÓN SE VUELVE UN TRASTORNO? Esto es muy importante porque nos da una pauta de cuándo hay que tratar a la persona, cuándo deja de ser normal para transformarse en una enfermedad. Entonces se dice que hay un trastorno del estado de ánimo: cuando no guarda relación con el evento que lo desencadenó, cuando la reacción es exagerada para la situación. Segundo, cuando no responden a medidas tranquilizadoras comunes o simples. Tercero, cuando se generan consecuencias interpersonales y disminución del funcionamiento en general, por ejemplo afectación del juicio o dificultades con las relaciones de trabajo. Desde hace tiempo se propone la hipótesis de que las personas que indican experimentar emociones negativas tienen mayor riesgo de enfermarse, y aquellos que reportan emociones positivas tienen menor riesgo. Con respecto a lo primero tenemos mayor evidencia, dado que se ha estudiado desde hace más tiempo y con más intensidad, que las emociones negativas se encuentran positivamente asociadas con resultados adversos en salud. Están asociadas a incremento de mortalidad por cualquier causa, enfermedades cardiovasculares, inmunoinflamatorias, progresión del cáncer, VIH-sida. Al mismo tiempo, las emociones y estados emocionales negativos tienen correlatos inmunológicos: duelo, depresión, ira- hostilidad, soledad-aislamiento, soporte social, agotamiento vital. Más aún, en los últimos años han sido testigos de un creciente interés en estudiar la relación entre las emociones y los sentimientos positivos, llamado estilo de humor y afectividad positiva, con el bienestar psicológico y físico y su asociación con un menor riesgo de contraer enfermedades y, finalmente, reducir la mortalidad. Estos sentimientos pueden ser transitorios, pero por lo general son estables, como un rasgo constitutivo de la personalidad. Curiosamente, el afecto positivo es en gran medida independiente del afecto negativo: alguien puede ser generalmente una persona feliz y contenta, pero de vez en cuando puede estar ansiosa, enojada o deprimida. Rápidamente se pensó que uno de los caminos que podía relacionar las emociones con los resultados en la salud era la función inmune, el impacto de las emociones en el sistema inmune. Por lo tanto en este capítulo vamos a estudiar los efectos inmunes de las emociones, estados emocionales negativos, y luego de las emociones y estados positivos. Duelo y función inmune A través de la historia se ha comprobado que ciertas situaciones vitales como la muerte de un ser amado, la guerra y otras situaciones traumáticas juegan un rol importante en el bienestar psicológico y físico de las personas y, por lo tanto, tienen la posibilidad de desencadenar trastornos afectivos, cognitivos y conductuales. Así, la asociación entre experiencias adversas de la vida y los trastornos psiquiátricos ha sido reconocida desde hace siglos. Por ejemplo, el gran psiquiatra francés Philippe Pinel preguntaba rutinariamente a sus nuevos pacientes: “¿Ha sufrido vejación, duelo o algún revés en su fortuna?”. El duelo es una reacción humana universal, adaptativa a la pérdida de un ser querido; por lo tanto es una respuesta emocional completamente normal y esperable ante la pérdida. El Manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales (DSM-IV) de la Asociación de Psiquiatría de los Estados Unidos, distingue claramente el duelo normal y esperado después de la pérdida de los síntomas más persistentes y graves de depresión clínica. Y lo hace por buena razón: a pesar de que el duelo puede ser muy penoso, es de corta duración y de naturaleza benigna, y no afecta seriamente la función ni aumenta el riesgo de suicidio como sí lo hace la depresión mayor. Algunos autores diferencian entre duelo agudo o simple, que es la respuesta penosa inicial, que puede adaptarse o no, y duelo complicado, al que a veces se le dice no resuelto o prolongado, en el que el dolor sigue siendo intenso y persistente. En el duelo agudo, sin importar la causa de la muerte, las personas pueden experimentar emociones intensas y angustiantes. Inmediatamente después de la muerte, las personas en duelo a menudo experimentan sensaciones de embotamiento emocional, sorpresa y una especie de negación inicial. Esta negación podría ser adaptativa y defensiva, ya que disminuyendo temporalmente la pena, otorga tiempo y energía para ir aceptando la muerte y, además, hacer frente a cuestiones más prácticas, legales, planificación del funeral, atención de los niños y otras personas TEORÍAS ACERCA DEL DUELO Existen algunas aproximaciones teóricas que intentan entender la naturaleza del duelo. La más sencilla es la que postula que la pérdida es un evento traumático, perturbador y que requiere una gran capacidad y recurso de adaptación, no siempre disponibles; menos aún en ese particular momento de vulnerabilidad. Otra idea que se ha tomado en cuenta es la Teoría del apego de Bowlby, del psiquiatra británico John Bowlby, que sostiene que el estilo de vínculos que se establecen con las relaciones afectivas cercanas, padres e hijos, o parejas, es a partir de la confiabilidad que se tuvo en la relación con la figura de apego; algunos autores sostienen que es como una especie de condicionamiento conductual regulador durante el cual se instalan ciertos procesos y representaciones mentales de esta figura. La figura de apego en general produce una reducción de la angustia y genera tranquilidad y calma. Por lo tanto, la calidad del apego condiciona el comportamiento en las sucesivas relaciones afectivas cercanas, por ejemplo el mantenimiento de mayor o menor cercanía, o de cierta calma ante la ausencia, y la angustia o desesperación ante la separación o pérdida de la figura de apego. La pérdida de una figura confiable puede ser entendida en términos de la eliminación de la figura reguladora psicológica, emocional, y fisiológica, corporal; y además, reguladora intra e interpersonal. En este sentido, el duelo sería una especie de proceso o trabajo que consiste en la desaparición gradual de las representaciones mentales de la figura de apego. Cuando se logra reorganizar psicológicamente los sentimientos y pensamientos, se logra el final del trabajo de duelo. REGULACIÓN FISIOLÓGICA De la misma manera que el apego confiere regulación emocional, también otorga una forma o capacidad de regulación fisiológica, por lo tanto el duelo incluye la pérdida de los reguladores fisiológicos, y no solo el estrés psicológico. Se sabe que el duelo provoca una respuesta de estrés agudo tipo lucha- fuga, con activación del sistema nervioso autónomo y del eje hipotalámico-pituitario-adrenal (HPA); existen datos de investigación que han demostrado el aumento de las catecolaminas y el cortisol en las primeras etapas del duelo. Hay autores que sostienen que, además de la respuesta de estrés habitual, el duelo tendría otras respuestas particulares generadas por la pérdida de los aspectos tranquilizadores y gratificantes de la relación fiable y estable del apego. Indican que la sensación de seguridad que produce esta figura estaría sostenida por los sistemas fisiológicos específicos del apego, como son el sistema de la dopamina, el de opioides y el de la oxitocina. El sistema de la dopamina es una catecolamina que actúa como neurotransmisor en el cerebro, tiene un papel importante en la motivación en general, en la motivación de búsqueda de recompensas o gratificaciones y en la búsqueda del objeto deseado. Es muy importante en la asociación de la experiencia de recompensa con objetos específicos. En este caso, crea el apego a una figura particular, pero también puede ser en otras situaciones como observamos en la adicción a las drogas. Los opioides son otros neurotransmisores, ciertas formas de “morfinas” endógenas que intervienen en situaciones de relajación, calma y placer; también se liberan en una variedad de interacciones sociales y con el contacto físico suave. La oxitocina es una hormona que tiene funciones importantes en el nacimiento y la lactancia en todos los mamíferos, pero por sus funciones en los seres humanos últimamente se la llama la hormona del apego y la confianza; se la vincula con la supresión de la ansiedad durante el estrés psicosocial. En síntesis, la dopamina es importante en la búsqueda de recompensas; los opiáceos son importantes en cuanto al goce de esos premios, y la oxitocina, en el apego y la confianza. En el duelo, entonces, se perdería la modulación adecuada de estos sistemas vinculados a la regulación emocional asociada a la figura del apego. Y predominarían, desregulados, los circuitos del estrés, el miedo y la ansiedad. Existen trabajos que indican que hasta el 10% y el 20% de las personas que sufrieron una pérdida de un ser querido desarrollan duelo complicado o patológico. Estos individuos pueden tener un déficit en el funcionamiento físico y psicológico y en la actividad social y laboral. En ellos existe un aumento de las tasas de depresión mayor y de trastorno por estrés postraumático (TEPT), dos patologías psiquiátricas que complican la situación de duelo. Además de las consecuencias en la salud mental, el duelo, particularmente el complicado, se asocia con peores rendimientos en salud física, lo que configura un verdadero estado de deterioro, vulnerabilidad física y malos resultados en salud. Las personas se enferman más y se mueren en mayor número en estado de duelo. Por lo tanto, rápidamente se pensó que uno de los caminos a través de los cuales se podría producir esto era la afectación de la función inmune. CAMBIOS INMUNOLÓGICOS ASOCIADOS En cuanto al mecanismo a través del cual se puede producir esta alteración inmune durante el duelo, parecería que no existe una respuesta inmune específica del estrés del duelo, sino más bien que el duelo es una respuesta de estrés común, inespecífica, o una forma de estrés de la vida, que aunque es muy grave, opera a través de los sistemas conocidos de respuesta al estrés. Además, sabemos que en el estrés hay un incremento del cortisol, y que una de las acciones principales de este es el “frenado” de la respuesta inmune; en algunos estudios encontraron una asociación entre el cortisol alto y las alteraciones inmunes. Sin embargo, existen otros estudios que investigaron el cortisol y los parámetros inmunes al mismo tiempo y no han encontrado cambios en el cortisol que pudieran estar relacionados con la disminución en la función inmune. Se pensó entonces que podrían estar actuando otros mecanismos alternativos, con lo cual rápidamente se pensó en la intervención del sistema nervioso simpático y sus catecolaminas en exceso como otro mecanismo responsable: la angustia lleva al aumento de la respuesta de lucha-fuga, y esto conduce a una reducción de la función inmune celular. Sabemos que las catecolaminas tienen como una especie de respuesta dual, son necesarias en el estrés agudo, unos pocos días, pero si se mantienen en exceso por un tiempo largo inhiben algunas funciones en los linfocitos. El duelo complicado o prolongado ha sido poco estudiado desde la perspectiva inmune, y tal vez podría arrojar un poco más de luz. También se ha postulado que el estrés prolongado ante la pérdida lleva a la depresión, y solo las personas en duelo con depresión muestran las alteraciones inmunes, a partir de varios estudios que encuentran que las viudas que estaban deprimidas tenían las alteraciones inmunes descriptas mientras que las viudas que no estaban deprimidas no las tenían. A partir de estudios como estos, y de la semejanza clínica entre el duelo y la depresión, es que se empezó a estudiar este tema que veremos en el próximo punto, y que es central en la PINE: la relación entre la depresión y la inmunidad. Depresión y función inmune De acuerdo con las proyecciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS), en el año 2020 las dos mayores contribuyentes a la carga global en el mundo entero serán la enfermedad coronaria y la depresión mayor; para el año 2030 la depresión se traducirá en más años de vida perdidos por discapacidad que cualquier otra enfermedad. Para agravar el enorme peso de la depresión por sí sola, hay un reconocimiento cada vez mayor de una alta prevalencia de comorbilidad entre la depresión y muchas de las enfermedades médicas importantes de nuestro tiempo (por ejemplo, enfermedad cardíaca, accidente cerebrovascular, cáncer, VIH- sida), evidencia de que la depresión es un factor de riesgo y un indicador pronóstico negativo para muchas de estas enfermedades, y un consenso de que la relación entre depresión y enfermedades es bidireccional y, al menos en parte, depende de varios procesos biológicos, incluyendo la desregulación inmune. Al mismo tiempo, la aparición de la epidemia del VIH y el reconocimiento del papel de la inflamación en la patogénesis de las enfermedades del corazón, Ataque cerebrovascular y la enfermedad de Alzheimer han establecido un papel central para el sistema inmune a través de todo el espectro de las enfermedades crónicas. Cuando hablamos de depresión estamos hablando de varias cosas a la vez, por lo cual es útil detenernos un poco y aclarar algunos conceptos. Podemos estar hablando de síntomas depresivos, depresión leve o grave, aguda o crónica, unipolar o bipolar. Es decir, desde síntomas depresivos que no llegan a ser una enfermedad, sino que se presentan frente a situaciones de la vida difíciles, como una reacción normal, también llamada depresión situacional, con sentimientos como tristeza, congoja, pesar, melancolía, pesimismo, pena, autocompasión, soledad, abatimiento, desesperación, hasta síntomas de una enfermedad que puede ser grave, o también la manifestación en la conducta de una enfermedad médica, como un cáncer u otra. Podemos decir que existe un temperamento depresivo; el temperamento sería una estructura en parte heredada y en parte adquirida que indica la facilidad para expresar determinado sentimiento; es decir, el primer sentimiento que se expresa ante cualquier circunstancia. El temperamento depresivo incluiría rasgos como melancolía, incapacidad de disfrute y diversión, tendencia a lamentarse. También falta de humor, escepticismo, pesimismo, propensión a la culpa, baja autoestima y preocupación por el fracaso. Así, quien sufre de depresión sería alguien introvertido con vida social restringida, poco activo, pocos intereses pero constantes, pasivo, confiable, formal, leal e hipersomne. Uno de los problemas más grandes con respecto al diagnóstico de la depresión es que está basado principalmente en experiencias subjetivas, es decir en base a lo que siente la persona, como humor depresivo o anhedonia; no contamos todavía con pruebas de laboratorio, de neuroimágenes u otros estudios auxiliares que colaboren con el diagnóstico. Es verdad que existen indicadores bioquímicos, y otros que pueden ser de gran ayuda, pero todavía no cuentan con un consenso entre los psiquiatras, investigadores y médicos en general. A pesar de eso es una enfermedad muy frecuente, causa mucha discapacidad y estudios epidemiológicos realizados en grandes poblaciones calculan que 1 de cada 6 personas van a tener al menos una depresión en su vida, mientras que en la diabetes, por ejemplo, será 1 de cada 3 individuos. Aunque quizá la característica central sea su heterogeneidad, con respecto a qué la provoca, en la mayoría de los casos es idiopática, es decir que no se conoce la causa. Con respecto al origen genético, se están haciendo avances muy importantes en este campo. Se sabe que existe una vulnerabilidad genética, es decir que existe cierta participación de la herencia, que se calcula en riesgo genético o de heredabilidad de alrededor del 40%; pero no se ha podido encontrar “un gen” responsable o causante de la enfermedad. Con respecto a los factores que aumentan el riesgo de tener una depresión también contamos con una gran heterogeneidad. Se han citado desde situaciones psicosociales como eventos de vida estresante, pérdidas afectivas, crisis personales. Se han podido encontrar otros rasgos o perfiles psicosociales como mayor prevalencia de depresión en grupos de población con menos ingresos, por ejemplo 23% de mujeres trabajadoras contra el 6% de mujeres no trabajadoras de clase media. Un perfil psicosocial muy frecuente es una mujer que tiene un hijo pequeño, menor de 6 años, una relación marital de indiferencia, desempleada, con una vivienda “subestándar”. Otro factor que aumenta el riesgo para la depresión, como veremos en detalle en otro capítulo, es el abuso sexual temprano. En algunos estudios, las mujeres que han tenido abuso temprano tienen un riesgo hasta 2 o 3 veces mayor que las que no lo sufrieron; y las formas más severas del abuso aumentan considerablemente la tasa de depresión mayor. También se ha encontrado una fuerte evidencia de la asociación entre depresión y carencia de soporte social, esto es, una red social que es fundamental como sostén y contención para las personas. En esta línea se encuentra el tener una relación de “intimidad” y confianza con otra persona; se ha visto que las personas que carecen de este vínculo tienen un riesgo mucho más alto de depresión. En estudios en chicos que luego padecieron una depresión una vez adultos se encontró que tres variables independientes indicaban mayor riesgo: sucesos de vida negativos precediendo al primer episodio, historia familiar de depresión y ajuste psicosocial en el colegio. También un factor de riesgo psicológico para la depresión serían ciertos rasgos de la personalidad, como puede ser un nivel exagerado de perfeccionismo o detallismo; exceso de responsabilidad, rigidez psicológica y una tendencia general a los pensamientos negativos automáticos, producto de creencias irracionales, todo lo que determina un perfil cognitivo depresivo especial. Siguiendo la idea de que el estado de ánimo no se produce por las cosas, sino por la interpretación y por los pensamientos que generan los hechos de la vida real, o sea que el estado de ánimo, la tristeza, la depresión, no depende de los eventos, sino de la interpretación de los hechos. Además de estos factores psicosociales podemos encontrar alteraciones biológicas corporales como factores que aumentan el riesgo de una depresión mayor. Entre ellas, modificaciones endócrinas como hipo e hipertiroidismo o hiper e hipocortisolismo; alteraciones inmunoinflamatorias, como artritis reumatoidea, lupus eritematoso y otras enfermedades autoinmunes. También puede ser secundaria a enfermedades sistémicas, como los accidentes cerebrovasculares o el cáncer, como de páncreas o mama. Además, la depresión puede surgir como un efecto secundario de algunas drogas utilizadas en tratamientos médicos de otra patología, como interferon-α, que se utiliza en el tratamiento de algunas hepatitis crónicas; o reserpina, que antiguamente se utilizaba para el tratamiento de la hipertensión arterial, entre otras drogas. Se han postulado diferentes mecanismos cerebrales que intervienen en su génesis o fisiopatogenia, como la actividad anormal del eje HPA, con exceso de cortisol o con déficit de cortisol; actividad anormal del eje tiroideo con alteraciones en señales neurotróficas del cerebro, es decir que el mecanismo de alimentación, reparación y sobrevida cerebral o la disminución de la neurogénesis del hipocampo están disminuidos o anormales. Este proceso es un mecanismo de producción de neuronas jóvenes o nuevas que hasta hace pocos años se pensaba que en el sistema nervioso central no se producía, como sí en el resto del organismo. O déficits en el proceso de recompensa cerebral, es decir que se interfiere el mecanismo a través del cual se tiene la experiencia de placer, de ahí que la anhedonia, síntoma esencial del trastorno depresivo, se refiere a la imposibilidad de sentir placer: an-hedonismo. También se ha atribuido a procesos psicológicos anormales, como la predominancia de un estilo cognitivo anormal, que incluye los pensamientos negativos automáticos. EL DIAGNÓSTICO DE TRASTORNO DEPRESIVO En primer lugar tenemos que decir que, según los manuales que utiliza la mayoría de psiquiatras y psicólogos en el mundo entero, el diagnóstico es esencialmente clínico. Se basa en la presencia de cierta cantidad de síntomas durante cierto tiempo. Quizá sea necesario diferenciar en primer lugar lo que es un episodio depresivo de un trastorno depresivo mayor. Un episodio depresivo mayor se puede dar en un trastorno depresivo o en otras enfermedades mentales —trastorno bipolar, esquizofrenia, etc.— y no mentales. Para recibir un diagnóstico de episodio depresivo mayor el paciente debe tener fundamentalmente dos síntomas centrales: el estado de ánimo deprimido y la pérdida de la capacidad para el placer, la anhedonia. Estos síntomas deben permanecer la mayor parte del día y cada día, según lo explicado por el propio sujeto o de acuerdo a la observación de otro. Debe haber una disminución acusada del interés o de la capacidad para el placer, de todas las actividades, la mayor parte del día. También se necesitan 5 o más de los siguientes síntomas asociados durante un período de dos semanas que representan un cambio con respecto a la actividad previa: pérdida de apetito, insomnio o hipersomnia, agitación o enlentecimiento psicomotor casi cada día, fatiga o pérdida de energía, sentimientos de inutilidad o de culpa excesivo o inapropiados, disminución de la capacidad para pensar o concentrarse o indecisión, pensamientos recurrentes de muerte, no solo de temor a la muerte, sino de ideación suicida recurrente. Es necesario descartar que no se deba a una enfermedad médica, ni a ninguna droga que los pueda estar ocasionando. Estos síntomas son los que indican un episodio depresivo mayor, que puede ser único o recurrente. Este episodio no se explica mejor por la presencia de un trastorno afectivo y no está superpuesto a una esquizofrenia. Es importante investigar si se ha producido un episodio maníaco, porque si es así pasa a ser una enfermedad bipolar. En la última actualización de este año del Manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales, el DSM5, cambian algunas cosas con respecto al diagnóstico y a su nomenclatura: los llama trastorno disruptivo con desregulación del estado de ánimo, trastorno depresivo mayor, episodio único, trastorno depresivo mayor, recurrente, depresión crónica (distimia), trastorno disfórico premenstrual, trastorno mixto ansiedad- depresión, trastorno depresivo inducido por sustancias, trastorno depresivo asociado a una enfermedad médica conocida, otros depresivos especificados y trastorno depresivo no especificado. Existen dos subtipos de depresión mayor según el manual DSM4: el tipo melancólico y el atípico. La depresión melancólica es cuando hay una hiperactividad del eje HPA y la atípica es cuando hay una hipoactividad. El melancólico está hiperalerta, en cambio el atípico está hipoalerta, apático; el melancólico está ansioso y el atípico no. Esto es lo que se conocía como depresión ansiosa y depresión inhibida. El melancólico no es reactivo al ambiente (no escucha, está tan ocupado en su ideación melancólica que no puede recibir ningún estímulo) y el otro sí. El otro tema importante es el afecto, que siempre es el mismo si es estereotipado, siempre hay una cosa displacentera, de tristeza y de angustia. Anhedonia presentan los dos, pero en el melancólico hay una disminución de la concentración, mientras que el atípico puede enfocarse más. La conducta en el melancólico es repetitiva, algo típico de la ansiedad, tienen una hiperactividad inútil o inefectiva; en cambio, en el atípico la actividad está disminuida y en general no es reactivo. Con respecto a los síntomas vegetativos, el melancólico tiene insomnio o mala calidad de sueño, en general no puede dormirse o se despierta muy temprano y angustiado, en cambio el atípico tiene un incremento del sueño pero es característico que se levante cansado. El melancólico no tiene hambre y disminuye de peso, dice “se me cierra el estómago”, y en el atípico hay un incremento del apetito y en general hay un aumento de peso. El nivel de energía es variable en el primero, en cambio en el segundo hay un letargo y una fatiga marcada. La libido está disminuida en ambos. “¿BAJA LAS DEFENSAS?” En este momento hay dos teorías explicativas de la depresión, aunque tienen muchas cosas en común y pueden ser complementarias: una es la que tiene que ver con la hipótesis del receptor de corticoides y otra es la de los factores neurotróficos hipocámpicos. La primera dice que un defecto en la señal del receptor de corticoides es el mecanismo primario de la patogénesis de la depresión. ¿Por qué? Porque ese receptor que se encuentra en el cerebro, en el hipocampo, en el hipotálamo y en la pituitaria o hipófisis, es el lugar donde se “pega” el cortisol para indicar que ya hay mucho, y que necesita frenar la producción; ese receptor es el lugar en donde llega la señal que hay que parar con la actividad del eje HPA. Cuando ese receptor no funciona bien, “no escucha” la señal del cortisol y el circuito no se frena; sigue hiperactivo, se sigue liberando CRF en el hipotálamo, que produce no solo hiperactividad del eje pituitario adrenal, sino diferentes signos de la depresión. Es decir, el receptor de corticoides tanto en el hipotálamo como en el hipocampo y en otros lugares del organismo no funciona bien, pero eso genera una hiperactividad del CRF y una hiperactividad HPA, que se manifiesta en exceso de cortisol en el organismo, o hipercortisolismo. El tema de por qué ese receptor no funciona bien es un tema muy importante, pero excede el límite de este trabajo; no obstante, hoy día se sostiene que es necesario que exista en el sujeto una cierta vulnerabilidad genética, más la existencia de eventos traumáticos en la infancia temprana, como separaciones, abuso sexual y/o conductual, muertes, etc. Esa combinación alteraría el funcionamiento del circuito del eje HPA, que finalmente sería uno de los mecanismos de la depresión. Tanto el tratamiento antidepresivo con medicamentos, como la psicoterapia y otras técnicas, mejoran la acción del receptor de corticoides y bajan el cortisol plasmático, es decir, vuelven a regular el eje HPA. Si bien existen otras hipótesis, esta es la más útil para entender lo que sigue, es decir la relación de la depresión con el sistema inmune. El tema de la relación de la depresión con los cambios inmunológicos es uno de los más importantes de la PINE. Es uno de los temas más estudiados que vinculan un trastorno, que implica un estado emocional y un estado psicológico, que sería la depresión, con las alteraciones inmunológicas. La relación entre la depresión y la inmunidad se conoce y se estudia desde hace muchos años. Partiendo de estas evidencias y descripciones queda claramente expresado que tanto los síntomas como el trastorno depresivo acompañan a diversas enfermedades en humanos y modelos experimentales animales. Enfermedades infecciosas y no infecciosas se asocian con la depresión. Otras evidencias sugieren que el sistema inmune puede ser uno de los mecanismos fisiológicos implicados; y, más aún, que la depresión asociada con las diferentes condiciones médicas no es simplemente una reacción al dolor, o incapacidad, o alteraciones que acompañan al proceso de la enfermedad física: no solo es parte de la respuesta general del organismo, sino que puede ser causada directamente por la activación del sistema inmune. La respuesta inmune tiene dos ramas fundamentales: la inmunidad humoral, que es la que va por los humores o líquidos del cuerpo, por ejemplo la sangre; y la inmunidad celular, que es la que va por los tejidos y células. También es útil distinguir entre dos tipos de respuesta inmune: la inmunidad inespecífica o natural y la inmunidad específica o adquirida: Inmunidad inespecífica: es una respuesta característica no solo de los mamíferos sino también de organismos de bajo orden evolutivo, como las esponjas. Las células involucradas en la inmunidad natural no proveen defensas contra “un” patógeno en particular sino más bien son células “todo propósito” que pueden atacar diferentes patógenos y cuando son estimuladas lo hacen en un tiempo relativamente corto (de minutos a horas). El tipo principal de células involucradas es el de los neutrófilos y los macrófagos, son células fagocíticas que, como su nombre lo indica, “comen” sus objetivos. La respuesta generalizada desplegada por estas células es la inflamación, en la cual neutrófilos y macrófagos se congregan en el sitio del daño o infección y liberan sustancias tóxicas como radicales oxidativos que atacan a los invasores y fagocitan a ambos, invasores y tejido dañado. Los macrófagos en particular también liberan moléculas de comunicación, o citoquinas que tienen amplios efectos en el organismo. Otros granulocitos incluyen los mastocitos y los eosinófilos, involucrados en la defensa frente a parásitos y alergia. Otras células involucradas en la inmunidad natural son las natural killer, que reconocen y se activan ante la falta o ausencia de una molécula que permite identificar en la superficie de las células el tejido propio, lo que sucede en muchos tipos de células infectadas por virus y en algunas células cancerosas, y liberan sustancias tóxicas que destruyen estas células. Inmunidad específica: se caracteriza por mayor especificidad y menor rapidez que la respuesta inmune natural. Las células principales son los linfocitos que tienen sitios receptores en sus membranas celulares. El receptor de cada célula calza con uno y solo un antígeno, que se presenta en un invasor dado y por lo tanto responde a un solo tipo de invasor. Cuando son activadas, estas células antígeno-específicas se dividen o proliferan para crear una población de células con la misma especificidad antigénica; este proceso es llamado proliferación clonal o respuesta proliferativa. Aunque este proceso es eficiente en términos del número de células que tienen que ser mantenidas en el día a día, crea un retraso de varios días antes de que se monte una defensa completa, y DEPRESIÓN Y CITOQUINAS PROINFLAMATORIAS Con el avance de la tecnología biomédica se empezó a conocer y poder estudiar las citoquinas y el efecto de las mismas en el cerebro. Como hemos visto, su función principal es la de actuar como moléculas de señalización y comunicación del sistema inmune. Las citoquinas son proteínas producidas por las células inmunes. Las principales citoquinas inflamatorias son las IL 1, la 6 y factor de necrosis tumoral alfa y las principales citoquinas antiinflamatorias son la IL 4 y la IL 2 e IL10. Basándose en la observación de que las citoquinas producidas por los macrófagos tienen efectos conductuales, la conducta de enfermedad, y que inducen síntomas de depresión cuando se administran en humanos, e incluyendo la activación del eje hipotalámico pituitario-adrenal, se propuso la primera teoría, que se llamó Teoría de los macrófagos de la depresión. De acuerdo con esta idea, la producción excesiva de mediadores inflamatorios por los macrófagos desempeñan un papel causal en la depresión. Al mismo tiempo, se encontró que las citoquinas interleuquina 1B, IL-6, IL-2 y otras se encuentran activadas en los pacientes deprimidos; en estos hay un incremento en la concentración plasmática de IL6 y otras con una diferencia bastante significativa comparada con los controles no depresivos. Entonces se comenzó a hablar de la depresión como una enfermedad inmunoinflamatoria. Como no todos los pacientes que reciben inmunoterapia finalmente desarrollan depresión clínica, es importante determinar los factores de riesgo de estos efectos secundarios. En los pacientes con cáncer, las personas con riesgo de desarrollar depresión inducida por citoquinas tenían un estado de ánimo depresivo mayor al inicio del estudio, según lo expresado por los sentimientos de tristeza y pesimismo, junto con los trastornos del sueño y el apoyo social bajo. El conocimiento de la depresión clínica inducida por citoquinas es muy útil como modelo para comprender la relación entre inflamación y depresión. Inicialmente se pensó que los cambios psíquicos y conductuales eran inducidos por las dosis masivas que se administraban a los pacientes. Sin embargo, en estudios más recientes, tanto en voluntarios como en pacientes, utilizando dosis más bajas, se producen efectos depresivos similares. De todo esto se concluye que la aparición de estado de ánimo depresivo se asocia con aumento de la producción de citoquinas proinflamatorias. Esto contrastaba con los hallazgos de inmunodepresión que se había informado en estos pacientes, basada en la actividad de células natural killer y ensayos de proliferación de linfocitos. Se puede decir que en la depresión hay aparentemente un estado proinflamatorio porque se produce un aumento de las citoquinas proinflamatorias plasmáticas, y al mismo tiempo hay una reducción de la actividad celular, de la inmunidad celular, de la proliferación de linfocitos y de la actividad de las células natural killer. Entonces no se puede decir que la inmunidad está disminuida o está baja, que bajan las defensas: hay fenómenos inmunológicos variados. CITOQUINAS, IRA Y AGRESIÓN La ira y la hostilidad constituyen un complejo fisiológico emocional adaptativo, que en determinadas situaciones puede transformarse en desadaptativo y aumentar el riesgo a contraer ciertas enfermedades. Lo más estudiado en esta relación ha sido el incremento del riesgo para enfermedad coronaria y para eventos agudos de isquemia coronaria, es decir, infarto de miocardio y muerte súbita. A partir de que en los pacientes con enfermedad coronaria se encuentran en un estado proinflamatorio con activación de citoquinas inflamatorias y TNF o factor de necrosis tumoral, existe mucha evidencia de la asociación entre el incremento de citoquinas y el aumento del rasgo de hostilidad e ira. Hay mucha literatura en donde vemos que los pacientes con depresión y hostilidad tienen un incremento de citoquinas proinflamatorias. A partir de esto, estudios recientes han sugerido una relación importante entre las citoquinas, la inmunidad y el conducta hostil. En principio, existen informes clínicos de pacientes que reciben inmunoterapia con citoquinas en los cuales se describen niveles altos de hostilidad, ira e irritabilidad; existen informes de una asociación positiva entre los niveles de citoquinas y la conducta agresiva. En base a estos datos se empezó a pensar en la acción de diferentes citoquinas en regiones del cerebro asociadas con el comportamiento agresivo. Por ejemplo, parecería que la IL-1 y la IL-2 tienen potentes efectos en la modulación de rabia defensiva en animales. La investigación actual está tratando de definir con mayor precisión el papel de las citoquinas en la conducta agresiva y comenzar a conocer los circuitos cerebrales que participan de estos procesos. EMOCIONES POSITIVAS: ¿FUNCIÓN EVOLUTIVA? Fredrickson se pregunta: ¿Qué clase de problemas adaptativos han resuelto de una manera fiable los estados emocionales positivos? ¿Se podría hacer un análisis evolutivo funcional de las emociones positivas? ¿Para qué eran útiles y para qué han evolucionado? Como el resto de las emociones, las positivas debieran considerarse como un repertorio de pensamientos, sentimientos y acciones, que en algún momento de la evolución fue adaptativo y eficaz para la supervivencia; un repertorio que activa e induce a la acción para resolver una situación difícil, y que luego evolucionó porque otorgó una ventaja para la especie. En este sentido evolutivo funcional sería necesario considerar las condiciones del ambiente en el cual se produjeron las emociones positivas. Es habitual que las circunstancias que provocan alegría, interés, amor se produzcan en condiciones en las cuales existe una percepción de seguridad, saciedad, carencia de daños o injurias y ausencia de necesidades del cuerpo. El entorno ancestral de nuestros antepasados humanos, cazadores recolectores, se caracterizó por fluctuaciones entre momentos de seguridad y estados de saciedad, con momentos y contextos, más habituales, de peligro. En esas condiciones y circunstancias es importante aprender a reconocer y aprovechar las oportunidades que se ofrecen en los momentos de seguridad, saciedad y calma; en esos momentos de predominio de emociones positivas. ¿Qué cosas podría hacer en esos momentos de predominio de emociones positivas? Jugar, explorar, saborear, con la finalidad, tal vez, de promover el descubrimiento de ideas nuevas y creativas y acciones que a su vez ampliaran los recursos personales, físicos, intelectuales o sociales del individuo. A través del proceso de selección natural, la capacidad de experimentar emociones positivas se ha convertido en parte de la naturaleza humana universal, y luego en una capacidad genéticamente codificada. En este sentido, actualmente se podría pensar que las emociones positivas han evolucionado para cumplir una amplia gama de propósitos en la vida de las personas, y no solamente la “búsqueda de felicidad y bienestar”; que pueda reflejar algo más que el hecho de que son hedónicamente agradables y gratificantes. En resumen, la funcionalidad adaptativa de las emociones positivas sería construir recursos en momentos de seguridad y saciedad, como jugar, explorar o disfrutar, y otro repertorio de acciones y recursos para construir supervivencia. ESTILO EMOCIONAL, INYECCIÓN DE VIRUS Y SUSCEPTIBILIAD AL RESFRÍO La tendencia a experimentar emociones positivas se asocia con una mayor resistencia a los resfríos objetivamente verificables, y con un menor número de síntomas, tal vez asociado con una tendencia a subestimar la gravedad de los síntomas en relación con los marcadores de enfermedades objetivas. En otro trabajo posterior, el mismo grupo confirmó el hallazgo de que el estilo emocional positivo predice mayor resistencia a contraer una infección de las vías aéreas superiores luego de una exposición experimental al virus de la influenza o rinovirus, controlando factores sociales y cognitivos, y además con un grupo de control. LOS EFECTOS SOBRE LA SALUD Podemos pensar en tres vías mediatizadoras posibles del efecto de la afectividad positiva sobre la salud: La primera posibilidad especula acerca de una cierta vulnerabilidad genética. La segunda refiere como responsable de estos efectos al estilo de vida; los individuos felices tienen hábitos de vida más saludables, más favorables que las personas menos felices. Dentro de estos últimos estarían presentes el consumo de alcohol, el tabaquismo y las conductas sexuales de riesgo, mientras que el ejercicio físico regular y la elección de la dieta estarían potencialmente asociados con la afectividad positiva. La tercera vía posible es a través de la activación psicobiológica y la variación en las vías neuroendócrinas, autónomas, inmunes e inflamatorias. Entre otros caminos a través de los cuales la afectividad positiva puede ejercer su influencia sobre la salud, rápidamente aparece la función del eje hipotálamo-pituitario- adrenal (HPA), y su producto final el cortisol, que junto con la aldosterona son los principales corticoides internos. El otro es la función del sistema nervioso autonómico, con sus catecolaminas; y finalmente la función inmune, con su proceso inflamatorio. Dentro de los caminos neuroendócrinos, el eje HPA y cortisol podemos decir que tanto la inducción experimental, como alto nivel de rasgos y/o estados de ánimo positivos, en diferentes estudios está asociado con menores niveles de cortisol, incremento de la hormona de crecimiento y con un aumento de los opioides endógenos. En general, diferentes estudios han demostrado que el cortisol tiende a ser menor cuando las personas tienen mayor afecto positivo. Que la producción de cortisol sea menor quiere decir que la respuesta HPA es menor, y que entonces puede tener menos efectos sobre la función inmune. El especialista Andrew Steptoe se pregunta si los individuos más felices o las personas con mayor rasgo de afecto positivo difieren en su perfil de cortisol de los demás. La mayoría de los estudios han demostrado un menor volumen de cortisol en las personas con niveles más altos de afecto positivo, pero hay variaciones dependiendo de la hora del día, la edad y el método de medir el afecto positivo. Con respecto a la activación simpática, se ha encontrado que la afectividad positiva se asocia con un perfil de disminución activación simpática y posible activación parasimpática; que se traduce en una disminución de la adrenalina y noradrenalina, es decir, las catecolaminas plasmáticas. De nuevo parecería que predomina una respuesta de relajación, parasimpática, sobre una respuesta de activación simpática; en resumen, una menor respuesta de estrés. PROCESOS INMUNOINFLAMATORIOS La relación entre la función inmune y el afecto positivo ha sido objeto de mucho interés recientemente. Dentro de las vías que conectan la afectividad positiva con la función inmune, se encuentra la competencia inmune celular. A la afectividad positiva se la encontró asociada con un aumento de la competencia inmune celular evaluada en términos de citotoxicidad de las células natural killer; cuatro estudios muestran un incremento en esta capacidad. AISLAMIENTO SOCIAL Y SENTIMIENTOS DE SOLEDAD Los seres humanos necesitamos de los demás para sobrevivir y prosperar. El aislamiento social, conocido más popularmente como la “soledad”, se caracterizó en los primeros estudios científicos como “una angustia crónica sin remedio”. Investigaciones recientes sugieren que la sensación de soledad es: un estado psicobiológico que ha evolucionado como una señal de que el vínculo con los demás se están debilitando o perdiendo. Además, es una motivación para la reparación y el mantenimiento de las relaciones con otros que son necesarias para nuestra salud, bienestar y supervivencia de nuestros genes. También es necesario decir que la soledad no es simplemente estar solo; es algo más complejo, pero que excede el propósito de este trabajo, pero aun así vamos a tocar algunos temas. De la misma manera que el dolor físico es una señal desagradable que se desarrolló para que se tomaran medidas tendientes a minimizar el daño al cuerpo, sentirse desconectado y aislado socialmente desencadena una señal desagradable que se desarrolló para tomar acciones que minimizaran las amenazas o daños en el ámbito social. La percepción de aislamiento social, o la soledad, aumenta la vigilancia, el alerta, los sentimientos de vulnerabilidad y, al mismo tiempo, el deseo de volver a conectarse. El aislamiento social tiene efectos significativos sobre la salud. James House, Karl Landis y Debra Umberson publicaron una revisión de estudios epidemiológicos sobre el aislamiento, cuya principal conclusión, que ha sido posteriormente confirmada, es que es un factor de riesgo significativo para la morbilidad y mortalidad; es decir, que la gente con mayor aislamiento y soledad se enferma y se muere más, comparada con la que está menos sola. Otra conclusión del mismo es que el aislamiento social era un factor de riesgo tan fuerte como el tabaquismo, la obesidad, el sedentarismo y la hipertensión arterial. Después se confirmó que el aislamiento social predice la morbilidad y la mortalidad por cáncer, enfermedades cardiovasculares y una serie de otras causas. Los mecanismos a través de los cuales produce el impacto sobre la salud no están del todo claros, pero la percepción de aislamiento social, o la soledad, es un estado emocional- fisiológico y cognitivo que activa circuitos y sistemas regulatorios que se desajustan y se transforman en patológicos. La evidencia empírica de las enfermedades endócrinas, autonómicas y el funcionamiento inmune sugiere que los efectos fisiológicos de la soledad se desarrollan durante un período de tiempo relativamente largo. Además, está el hecho de involucrarse en hábitos poco saludables y la falta de cuidado y mantenimiento personal. Estudios experimentales en animales sociales indican que el aislamiento tiene efectos fisiológicos directos dañinos. En general, estos estudios experimentales sugieren que el aislamiento social aumenta la actividad del sistema nervioso simpático, tiene una activación HPA y mayor cortisol crónicamente elevado; al mismo tiempo, disminuye el control de los mecanismos inflamatorios y de la inmunidad. En humanos, el aislamiento es predictor de elevación de la presión arterial, incremento del cortisol matinal, dificultades con el sueño (menor cantidad y calidad) y estilos de vida sedentarios. También se ha encontrado una disminución de la sensibilidad de los linfocitos a regulación fisiológica por el cortisol, es decir que tienen alterado el mecanismo de regulación y frenado inmune. Uno de los primeros estudios demostró que en estudiantes de Medicina ante una situación de estrés académico, los más asilados tenían niveles significativamente más bajos de actividad natural killer y un incremento de las inmunoglobulinas A, lo que los colocaba en un estado de vulnerabilidad para las afecciones alérgicas, ya que estaba afectada también la rama humoral de la inmunidad. Al preguntarse si la Psicoterapia puede reducir la incidencia de problemas de salud, James Pennebaker, Janice Kiecolt-Glaser y Ronald Glaser hicieron una serie de experimentos con voluntarios intentando demostrar si la explicitación de experiencias traumáticas -hablar, escribir o conversar con alguien anónimo de temas difíciles de su vida- podría tener efectos sobre la función inmune y por lo tanto sobre la salud. Basados en el modelo clásico general de la psicosomática, que indica o asume que la falta de la comunicación o hablar, confesar o compartir ciertas experiencias produce consecuencias a largo plazo como el estrés y la enfermedad. Entonces iniciaron la experiencia de que voluntarios contaran, o escribieran activamente, experiencias perturbadoras con la presunción de que así iban a disminuir los efectos negativos del silenciamiento y la evitación. Se encontró que la autoconfesión incrementa o realza la actividad de las células natural killer, y también genera un mayor número de anticuerpos para el virus de la hepatitis B luego de la vacuna. Esto quiere decir que los sujetos que siguieron el protocolo de la confesión tuvieron estas dos funciones inmunes realzadas. Este hallazgo podría ser un dato más en la búsqueda de los caminos que vinculan al desahogo emocional con la salud. EFECTOS BIOLÓGICOS DE LA CONFESIÓN O EL DESAHOGO Existe evidencia de que las emociones tienen efectos sobre la salud física y el bienestar de las personas. Y de que las emociones tienen un componente neuroinmunoendócrino, vías por las cuales median sus efectos. La afectividad positiva se asocia con cambios predominantemente antiinflamatorios y de activación parasimpática. Las emociones sociales se asocian con hipercortisolemia, incremento de las citoquinas proinflamatorias. También hay muestras de cambios inmunes en otros estados emocionales como la soledad o la confesión de un episodio traumático. La medicina ha tenido avances importantes tanto en prevención como en diagnóstico y tratamiento, que han reducido la mortalidad en un número sustancial de personas. Del mismo modo, se ha avanzado en la relación entre las emociones y la salud física, aunque de forma menos espectacular con respecto al cambio emocional y conductual. No menos importantes son los procedimientos que ayudan a conseguir que las personas mejoren su manejo y regulación emocional para mejoría de su salud mental y física y, por lo tanto, de su calidad de vida. Capitulo 4 EL EJE MENTE-CEREBRO-CORAZÓN Emociones negativas, potentes enemigos del corazón Dentro de los estados psicológicos y emociones negativas asociados a la enfermedad coronaria, de las que tenemos mayores evidencias científicas son la depresión y los estados psicológicos parecidos, como el agotamiento vital; el complejo ira- hostilidad, al que más adelante nos vamos a referir; el nivel patológico de ansiedad, y sobre todo de preocupación; los estados tanto agudo como crónicos de estrés. Después, el estrés en el trabajo, también llamado Job Strain; el nivel de soporte o sostén social, que sería como un indicador también de aislamiento de la persona. Y por último, los eventos sociales o psicosociales estresantes, que tienen sus propias características. Las emociones tienen una función adaptativa, con el propósito básico de preparar al ser humano para responder ante situaciones ambientales. Sin embargo, al extenderse a otros contextos pueden dejar de ser útiles, resultando en una activación crónica que se asocia con una conducta disfuncional, produciendo un costo biológico mayor. Por emociones negativas (EN) se consideran aquellas desplegadas por estímulos que connotan peligro, desafíos, dolor u otras condiciones dañinas, y que generan conductas defensivas como evitación o escape. Recientes revisiones han identificado tres disposiciones afectivas negativas —el agotamiento vital y la depresión, la ansiedad y el complejo ira- hostilidad— como factores de riesgo para EC y eventos coronarios agudos. En estas emociones se puede describir un estado psicocorporal que incluye pensamientos, sentimientos y una situación afectiva específica. En general, los diferentes equipos del mundo que están estudiando la relación de las emociones con las enfermedades cardíacas las estudian por separado. Nosotros pensamos que, en realidad, en la misma persona hay una tendencia general a las emociones negativas, por lo tanto se dan conjuntamente. Pensamos que existe una especie de disposición general a la afectividad negativa, en la que hay irritabilidad, ataques de ira, un estado anímico depresivo, preocupaciones. ESTRÉS AGUDO Y ENFERMEDADES CARDÍACAS Vamos a considerar en primer lugar el tema del estrés agudo y su impacto cardiovascular. Todos sabemos que en parte de la reacción corporal frente a una situación de estrés agudo, es muy importante la activación del sistema cardiovascular, neural y hormonal. Por ejemplo, se produce un aumento de la frecuencia cardíaca, de la presión arterial y de otros parámetros cardiovasculares. Al mismo tiempo se activa el eje de las hormonas tiroideas, y las hormonas del eje HPA, es decir, los corticoides internos. Esta activación está al servicio de adaptar el organismo ante un peligro o desafío, efectuar cambios, preparar al cuerpo y a la mente para la lucha o la fuga. Es decir que la respuesta cardiovascular es muy importante como uno de los componentes somáticos —es decir, físicos— de la reacción de estrés. La situación de estrés agudo produce una activación cardíaca, respiratoria, endócrina neural, e inmune, y las señales químicas encargadas de avisar el peligro son las llamadas catecolaminas —la adrenalina y la noradrenalina, entre otras— y algunas hormonas como el cortisol, que es producida por las glándulas suprarrenales, y tienen como misión, entre otras, la de preparar al organismo. En las personas con alguna vulnerabilidad cardíaca esto va a tener consecuencias, como veremos más adelante. Una de las situaciones paradigmáticas del efecto del estrés agudo en el corazón, en las enfermedades cardíacas, es la cardiomiopatía de Tako-Tsubo, también llamada cardiomiopatía aguda de estrés. Si bien tiene diferentes nombres, se caracteriza por un desencadenamiento agudo de dolor en el pecho o precordial típico de infarto, y disnea, o dificultad para respirar; hay cambios en el electrocardiograma, pero inespecíficos; existe también hay una leve elevación de las enzimas cardíacas, que indicarían la lesión cardíaca; y además, lo que le da el nombre, existe una anormalidad transitoria de la movilidad de la pared del corazón, que se ve en el ecocardiograma; esta imagen es similar a las redes utilizadas por los pescadores de pulpos japoneses, cuyo nombre es Takotsubo. O sea que todo el cuadro semeja un infarto de miocardio. Lo más llamativo es que cuando se estudian las arterias coronarias de estos pacientes, pensando que es un evento coronario, las arterias son normales, hay ausencia de enfermedad arterial de las coronarias. Esta cardiomiopatía no es muy habitual, pero desde que se la describió se la está diagnosticando más frecuentemente. No se conoce la causa, pero lo que está muy claro es que habitualmente se asocia con estresores emocionales agudos; en estos pacientes hay presente Un evento emocional agudo cercano en las horas previas al desencadenamiento del cuadro. Los diferentes eventos emocionales descriptos en sujetos que presentaron uno de estos episodios en general son situaciones súbitas como la muerte de un ser querido, o inclusive en varias de estas personas fue una fiesta sorpresa. El pronóstico de corto y largo plazo es favorable, y a menudo requiere solamente psicoterapia o tratamiento de las situaciones psicosociales. EVENTOS NEUROLÓGICOS AGUDOS Y ENFERMEDADES CARDÍACAS Dentro de las situaciones de estrés agudo, también podemos involucrar, porque de alguna manera están asociadas, a las patologías cardíacas que se dan en contextos de trastornos neurológicos agudos. Habitualmente, la patología cardíaca en estas situaciones queda disimulada por la importancia que tiene la patología neurológica, pero muchas veces la lesión cardíaca es la causa de la muerte del paciente, y es otro indicador del eje cerebro-corazón, de la asociación que existe entre ambos, del impacto del sistema nervioso y del cerebro sobre el sistema cardiovascular. Dentro de las patologías cardíacas y catástrofes neurológicas, tenemos fuerte evidencia que indica que hay una sobreactividad del sistema nervioso autonómico en su rama simpática, es decir, una hiperactividad de adrenalina y noradrenalina que generaría como una toxicidad catecolamínica (por exceso de catecolaminas), fenómeno común vinculante de estas patologías cardíacas en estos trastornos neurológicos. Estos efectos “centrales” —es decir, por lesión neurológica sobre el corazón— contribuyen a la tasa de mortalidad de muchas afecciones primariamente neurológicas, como son el stroke (accidente cerebrovascular); el “status epiléptico”, que es un estado epiléptico muy grave, o diferentes traumas encefálicos. Este es un tema para tener muy en cuenta, porque puede ser importante en la patogénesis (origen y evolución de una enfermedad) de la muerte súbita en el adulto durante, por ejemplo, ciertos ataques de asma, o la muerte inducida por cocaína o anfetaminas, o los estados de abstinencia de alcohol. Es decir, tener en cuenta esta especie de sobreactividad o toxicidad catecolamínica, que es un fenómeno habitual en patologías centrales que impactan en el corazón. En la anatomía patológica de estos pacientes se encuentra una afección que se llama “miocitolisis coagulativa”, o Stone-heart, que sería como la patología o la anatomía patológica de la lesión neurocardíaca; esto consiste en bandas de necrosis por contracción cardíaca y degeneración de las fibras musculares. ESTRÉS CRÓNICO Y ENFERMEDADES CARDÍACAS Así como vimos el impacto del estrés agudo en la función y en las enfermedades cardíacas, nos vamos a ocupar del estrés crónico en las enfermedades coronarias. claramente establecida la estrecha relación y la incidencia del estrés psicosocial como un factor que aumenta el riesgo para la enfermedad coronaria y el infarto de miocardio. Con respecto a qué mecanismos intervienen, lo veremos más adelante, pero la red psiconeuroinmunoendócrina es una descripción muy útil para entenderlo. DEPRESIÓN Y ENFERMEDAD CORONARIA La depresión, y estados depresivos relacionados, y la enfermedad coronaria han sido vinculadas desde hace mucho tiempo. En este momento es un tema muy estudiado, por la importancia del mismo, dado que ambas constituyen padecimientos extremadamente frecuentes; existen estadísticas que dicen que la depresión será una de las enfermedades más comunes para el año 2020. En casi todos los congresos de Cardiología, lo mismo que en los congresos de Psiquiatría, hay simposios, mesas redondas y presentación de trabajos acerca de la relación entre la depresión y la enfermedad coronaria. Desde el punto de vista de la PINE podemos decir que en ambas enfermedades se encuentran alteraciones de la red PINE, como por ejemplo activación de citoquinas pro inflamatorias; alteración del equilibrio simpático-parasimpático; alteraciones en el eje HPA, con aumento de los corticoides internos. A la depresión la encontramos como una situación premonitoria —es decir, estados depresivos previos al evento coronario—, y como una complicación posterior al evento coronario, asociada con la repetición de nuevos eventos coronarios, relacionada con el incremento de la mortalidad, y luego de una cirugía coronaria. Con lo cual podemos decir que tenemos evidencias de que la depresión interviene tanto en la etiología, en el curso, como en el pronóstico de esta enfermedad. Cuando hablamos de depresión y estados relacionados nos referimos a un amplio arco y a las diferencias que existen entre la depresión como enfermedad, que se llama Trastorno Depresivo Mayor, a otros estados depresivos que no son una enfermedad, y otros estados clínicos que comparten algunos síntomas con la depresión, que podemos llamar “espectro depresivo”. La mayoría de los investigadores en este tema encuentran que lo que está más ampliamente asociado es un estado de humor depresivo, que no llega a ser una enfermedad. Este espectro depresivo incluiría ciertos síndromes relacionados a la depresión, como es el síndrome de Burnout, la personalidad de tipo D y el síndrome de agotamiento vital, que en realidad no son una depresión mayor, pero reúnen muchos criterios similares a los de depresión mayor. Los más frecuentes son la fatiga, la desmoralización, la irritabilidad y la anhedonia, que es la imposibilidad de sentir placer. DEPRESIÓN PREMONITORIA Con esto nos queremos referir a personas con depresión que se presenta como premonitoria de eventos coronarios en personas sanas, es decir, sin enfermedad coronaria al inicio. Para este tema es necesario conocer lo que es un “metaanálisis”. Se trata de un recurso utilizado desde hace algunos años, y es una forma de analizar y comparar mediante complejos procesos informáticos todos los trabajos publicados en un período con respecto a un tema. Sería como un análisis de análisis publicados. Es un método al que se le otorga un muy buen nivel de calidad y cuyos resultados se consideran como una muy buena evidencia, de mucha utilidad para la toma de decisiones médicas. Desde hace algunos años, existen varios metaanálisis publicados en los cuales se evidencia a la depresión como factor predictor para la enfermedad coronaria. En este tipo de estudio se analizan muchos trabajos publicados sobre el tema, y en este caso concluyen que la depresión, como enfermedad y como sintomatología depresiva, predice el desarrollo de enfermedad coronaria en pacientes sanos al inicio. También existen otros que comparan el riesgo para eventos coronarios de los factores tradicionales versus el riesgo asociado con depresión, y se encuentra que son similares, tanto al humor depresivo como la depresión clínica. La depresión clínica tiene mayor riesgo, pero el humor depresivo también lo tiene, y es comparable con el riesgo de los factores más conocidos antes mencionados. La Organización Mundial de la Salud nos dice que la depresión clínica se asocia con aproximadamente dos veces más probabilidades de enfermedad coronaria subsecuente, y que esta asociación permanece significativa tras ajustar las variables de consumo de cigarrillo, alcohol y café; también indica un metaanálisis que compara 28 estudios en 80.000 sujetos y encuentra que la depresión se asocia a un mayor riesgo de enfermedad cardiovascular, fundamentalmente de infarto agudo de miocardio. Es decir, sigue la línea de lo que veníamos trabajando: la depresión como una enfermedad premonitoria de la enfermedad coronaria. En la Argentina recientemente publicamos un trabajo de nuestro grupo en la Fundación Favaloro, en el cual vimos que tanto la depresión clínica como los síntomas depresivos se encontraban asociados a la presencia de placa de aterosclerosis en las coronarias de pacientes que se iban a hacer un estudio muy actual que se llama tomografía computada multicorte coronaria. Los pacientes que en la tomografía tenían presencia de placa estaban deprimidos o con sintomatología depresiva EL SÍNDROME DE AGOTAMIENTO VITAL La fatiga y la pérdida de la energía son una condición clínica muy frecuente, y ambas han sido señaladas dentro de los síntomas más comunes premonitorios de eventos isquémicos coronarios como Infarto Agudo de Miocardio (IAM) y muerte súbita. A partir de esto, ha sido descripto a finales de la década del 80 por el psicólogo holandés Adrian Appels, de la Universidad de Maastricht, el síndrome de Agotamiento Vital. Este síndrome se ha transformado en uno de los factores psicosociales vinculados con la enfermedad cardíaca más estudiados. A pesar de ello, muchos autores dicen que en realidad no se distingue de la depresión mayor, mientras muchos otros, fundamentalmente europeos, dicen que es diferente, lo que representa una discusión teórica que todavía no está resuelta. Para su diagnóstico podemos decir que hay criterios mayores y criterios menores, y que se detectan mediante el cuestionario y la entrevista pautados para hacer el diagnóstico de este síndrome, que fueron traducidos a 8 idiomas e investigado en numerosos países, incluida la Argentina. Los criterios mayores son la presencia de una fatiga inusual y falta de energía, incremento de la irritabilidad y sentimientos de desmoralización. Lo que podemos llamar criterios menores, a su vez los podemos dividir en tres dimensiones: la dimensión de la fatiga incluye despertarse cansado, debilidad permanente, dificultades para resolver problemas, falta de concentración, sensación de “batería agotada”, de ya “no tener lo que se necesita para seguir adelante”. La dimensión del afecto depresivo incluye desesperanza, sensación de estar en un callejón sin salida y darse por vencido, crisis de llanto, trastornos de sueño, sensación de no poder enfrentar y, a veces, deseos de estar muerto. Y la dimensión de la irritabilidad, con pequeñas cosas que irritan más que antes, molestia fácil, explosión. Con respecto a las causas del AV, los estudios inicialmente se focalizaron en factores psicológicos causales, tales como hostilidad excesiva, estrés crónico, déficit de afrontamiento ante el estrés, trabajo excesivo y prolongado, exceso de horas extras, problemas financieros, sobrecompromiso en el trabajo. Estos hallazgos, tomados juntos, nos indican que el AV puede reflejar un quiebre en el proceso de adaptación ante una situación de estrés prolongado, un estado al cual se llega cuando los recursos adaptativos se han agotado o han fracasado. Publicaciones posteriores han intentado descubrir mecanismos biológicos asociados con el AV. Estudios psicobiológicos encontraron que personas exhaustas o agotadas se caracterizan por un incremento en algunos factores de la coagulación y la disminución de la fibrinólisis; activación de marcadores serológicos de inflamación e inmunitarios como nivel incrementado de interleuquina 1 (IL-1), Interleuquina 6 (IL-6), factor de necrosis tumoral (TNF), proteína C- reactiva, incremento en la agregación plaquetaria y trastornos del sueño. Últimamente se ha encontrado una asociación positiva del AV con la obesidad, ya que se vio que las personas con alto AV tenían mayor índice de masa corporal (BMI), que permanecía a los 3 y a los 6 años. Asimismo, se lo ha asociado con la reactivación de una infección de citomegalovirus y chlamidia pneumoniae , que podrían estar involucradas en la progresión de la enfermedad coronaria. De tal forma que desde el punto de vista biológico existen evidencias del vínculo del AV con alteraciones metabólicas, inmunoinflamatorias y coagulatorias, a partir de lo cual se postula que el AV podría ser una conducta o estado psicológico adaptativo al proceso inflamatorio coronario, y por lo tanto un marcador subclínico de enfermedad coronaria. Con respecto al tratamiento del mismo, en los últimos tiempos se han diseñado ensayos de intervención psicológica con dos metas mayores: primero, mejorar el estado de agotamiento, y segundo, probar si la reducción del agotamiento reduce el riesgo de nuevos eventos coronarios. Estos ensayos han presentado resultados mixtos: si bien mejoran el estado de agotamiento, no logran reducir el riesgo de nuevos eventos coronarios. CÓMO SE PRODUCEN LOS EFECTOS CARDIOVASCULARES DE LA DEPRESIÓN A partir de la concepción PINE, cuando hablamos de una fisiología integral también estamos hablando de una fisiopatología, o de mecanismos de enfermar integrales. A partir de lo cual podemos decir que este tipo de enfermedades complejas, como la depresión, podemos considerarlas como enfermedades de la mente, el cerebro y el cuerpo. Si bien lo que más llama la atención es el aspecto “psíquico” o mental de la depresión, desde la evidencia PINE podemos afirmar que se encuentran alterados no solamente la mente, sino también el cerebro y el cuerpo. En este punto vamos a hacer una síntesis de cuáles son los sistemas alterados que nos encontramos en la depresión y que pueden producir los efectos cardiovasculares. Hoy en día, además, sabemos que esos sistemas también se encuentran alterados en la enfermedad coronaria, que es otra enfermedad compleja; lo que quiere decir que la depresión puede influir en la enfermedad coronaria y está presente en los mecanismos de la depresión, muchas veces sin poder determinar qué se produjo primero. En los trastornos depresivos sabemos que hay alteraciones del eje hipotálamo-pituitario- adrenal, en la funcionalidad del sistema nervioso autónomo y del sistema inmune, alteraciones metabólicas y de la coagulación. Los pacientes con depresión se involucran en estilos y hábitos de vida perjudiciales. Como ya hemos visto en otro capítulo, muchos autores consideran que la depresión, o al menos algunos subtipos, es la consecuencia de una respuesta de estrés alterada; en la mayoría de estas personas, a partir de cierta vulnerabilidad genética, sumada a la presencia de situaciones traumáticas en la vida temprana, se crean las condiciones biológicas para que esa persona tenga una tendencia a producir una respuesta de estrés exagerada a lo largo de la vida. Frente a situaciones cotidianas, la respuesta de estrés es hiperactiva, lo que en el largo plazo llevará a la depresión. Se produciría una secuencia progresiva y creciente de estrés, ansiedad y, finalmente, depresión. Dentro de los mecanismos corporales alterados, en el estrés, la ansiedad y la depresión producen una hiperactividad del eje hipotálamo-pituitario-adrenal, produciendo una hiperactividad del CRH y el cortisol, es decir de los corticoides internos. Los corticoides elevados en el momento agudo son beneficiosos para una serie de funciones del organismo; pero cuando están crónicamente elevados producen efectos perjudiciales. Por ejemplo, la hipercortisolemia está muy asociada con alteraciones en las grasas que pueden llevar a la obesidad; sobre todo a la acumulación de grasa visceral, que es la obesidad más dañina y produce toda una alteración metabólica, como el aumento de los ácidos grasos no esterificados, que genera una alteración por el aumento de los triglicéridos y la disminución del colesterol HDL, llevando a una dislipemia o alteración de los lípidos. También produce alteraciones en el metabolismo de los hidratos de carbono, con un incremento de la glucosa en la sangre, y esto va a provoca una serie de alteraciones en la insulina, con generación de insulinoresistencia. A su vez, esto está relacionado con el aumento de la presión arterial. También existe evidencia de la relación entre la depresión y la alteración del funcionamiento del sistema nervioso autonómico. Vemos que existe un predominio simpático sobre el parasimpático. La estimulación simpática se asocia con una disfunción en la rama parasimpática: en los pacientes depresivos el parasimpático funciona menos. Al mismo tiempo, encontramos niveles elevados de catecolaminas plasmáticas circulantes y un incremento de la frecuencia cardíaca en reposo, comparado con los pacientes no depresivos, con lo cual hay una variabilidad cardíaca disminuida. La variabilidad de la frecuencia cardíaca es un dato muy importante con respecto a la salud cardiovascular. También vemos que se agregan alteraciones inmunológicas, como es el aumento de las citoquinas proinflamatorias, como la citoquina 1, el factor de necrosis tumoral o TNF-a, y la citoquina 6, que nos indica que existe un estado proinflamatorio que va a colaborar con la inflamación endotelial, proceso muy relacionado con la formación de ateromas en la pared de las arterias coronarias. Al mismo tiempo de este aumento de los ácidos grasos, hay un aumento del fibrinógeno y de otros factores que intervienen en la coagulación, con lo cual lo que produce el estado procoagulativo; es decir, hay un aumento de la agregación plaquetaria. Esto es importante porque este estado colabora con la formación del ateroma en la pared de la arteria coronaria. Teniendo eso en cuenta, la depresión está asociada a modificciones hormonales, neurales y metabólicas, y produce alteraciones como dislipemia, insulinoresistencia, aumento de la presión arterial, un estado procoagulatorio y un estado proinflamatorio. Estas alteraciones generan un cuadro que se llama síndrome metabólico, muy asociado a un mal pronóstico cardiovascular. La relación entre la depresión, la inflamación y el sistema inmune es otro de los temas que en este momento se están estudiando más a fondo, por lo que algunos autores llegan a considerar algún tipo de depresión como una enfermedad inflamatoria. Entonces, vamos a ver la relación entre la depresión, la inflamación y el sistema inmune. Desde hace algunos años se conoce que en los pacientes con depresión mayor existe un incremento de la concentración plasmática de la interleuquina 6, de interleuquina 1 y otros factores. Desde la década del 90 comenzaron las publicaciones en las que se ve una activación aberrante o exagerada de las interleuquinas inflamatorias. Más tarde aparecieron otros trabajos, en los cuales se relaciona el estado mental de agotamiento vital y un aumento bastante significativo de las interleuquina 1, de la interleuquina 6 y del factor de necrosis tumoral, que son las denominadas citoquinas inflamatorias. En conclusión, podemos decir que existe una asociación entre la depresión y el agotamiento con un incremento de marcadores de inflamación, y por eso se habla de un estado proinflamatorio en estos pacientes. También es conocido que en la enfermedad coronaria existe un incremento de estos indicadores de inflamación. Más aún, el ateroma o la placa ateromatosa de pared de la arteria coronaria es una verdadera reacción inmunoinflamatoria que va obstruyendo la luz de la pared, y que cuando se rompe o lesiona, se desprende el pedazo roto. Este circula por la arteria hasta que llega a una más pequeña y obstruye toda su luz. Esto es lo que produce el infarto de miocardio en el músculo regado por esa pequeña arteria ahora obstruida. Al conocer estos procesos, rápidamente se pensó en la relación entre depresión, enfermedad coronaria e inflamación. Existe otro mecanismo recientemente descubierto que es la vía colinérgica antiinflamatoria, que tiene efectos antiinflamatorios; a partir de la activación de ciertas fibras receptoras sensoriales que se activan frente a una injuria producida por un antígeno, una bacteria o un virus, o una lesión traumática, se produce como defensa una inflamación con liberación y producción de citoquinas en la zona, por ejemplo la piel o la pared de la arteria coronaria. Estas citoquinas producidas activan las terminales sensoriales del nervio, por ejemplo el vago, un nervio muy importante. La información entonces viaja al cerebro a través de las ramas aferentes, o sea que es información que recibe el cerebro, y este a su vez envía a través de las ramas motoras descendentes del mismo nervio una señal química, un neurotransmisor llamado acetilcolina que es el principal neurotransmisor de la rama parasimpática del sistema nervioso autónomo. Esta señal es captada por receptores especiales que se encuentran en la pared o membrana de unas células inmunes llamadas magrófagos, linfocitos productores de citoquinas y factores centrales en el proceso de inflamación y dolor. Cuando llega la señal se produce un efecto inhibidor de la secreción de citoquinas inflamatorias. Este es un trabajo publicado recientemente por un grupo de investigadores de la Cleveland Clinic, que se encargan de investigar también el eje cerebro- corazón. Como sabemos, en la depresión la rama acetilcolinérgica del sistema nervioso parasimpático se encuentra afectada. Sería otro mecanismo que influye en este estado proinflamatorio con aumento de citoquinas y de otros marcadores inflamatorios, y con disminución de la función de las vías antiinflamatorias. En conclusión, podemos decir que la enfermedad coronaria contribuye con la depresión mayor y el agotamiento, y estos con la enfermedad coronaria. Dentro de los mecanismos posibles serían la hiperactividad del cortisol, el desbalance autonómico simpático parasimpático, el estado proinflamatorio por activación de las citoquinas, el estado procoagulatorio y las alteraciones metabólicas. Efectos cardiovasculares de la ira La rabia o ira o cólera es una emoción primaria natural, biológicamente necesaria e innata; es un estado agudo, que dura unos minutos, o un estado de ánimo de intensidad más leve que puede durar días. La hostilidad es un rasgo normal componente de la personalidad. Los rasgos de la personalidad son características personales estables a largo plazo, que facilitan la expresión de ciertas emociones específicas; en este caso, la hostilidad facilita la expresión de ira. La ira y la hostilidad, términos relacionados, a veces son usados de manera intercambiable aunque tienen importantes diferencias entre sí. Las vamos a considerar por separado, pese a que hoy frecuentemente se describe el “complejo ira-hostilidad”. DEFINIENDO TÉRMINOS Cuando hablamos de hostilidad nos referimos a un rasgo de la personalidad, que puede estar presente en menor o en mayor nivel, o que puede ser de mayor o menor intensidad, pero que básicamente se define como una serie de actitudes negativas como enojo, animosidad, odio, que se extienden a largo plazo; es decir, son estables en el tiempo, persisten sin estimulación y usualmente están dirigidas contra otra persona. En general, la hostilidad se acompaña de otra característica que se llama cinismo, también llamada hostilidad cínica, que consiste en un grado muy alto de desconfianza e insatisfacción con las relaciones sociales, que genera una actitud desconfiada y defensiva con respecto a los motivos de los demás, y que se traduce en una creencia negativa de la humanidad en general, llevando a un estado de alerta contra el “mal comportamiento” esperado. A veces se la llama atribución hostil, que es la creencia que la conducta de los otros es malintencionada y dirigida. Todas estas actitudes y creencias facilitan la explicitación del ataque de ira. La hostilidad es de naturaleza predominantemente cognitiva, es un concepto más amplio que la ira e involucra creencias, expectativas y actitudes negativas duraderas y estables sobre los otros, la tendencia a esperar lo peor de los demás y estar siempre a la defensiva y alerta. Las personas hostiles presentan bajos niveles de apoyo social, tanto en cantidad como en calidad, dificultades en la adherencia a las indicaciones médicas y mayor probabilidad de padecer ataques de ira. Dentro de las características que nos ayudan a detectar alto nivel de hostilidad encontramos síntomas conductuales como: Irritación fácil, intensa y desmedida ante errores “triviales” de los otros. Frecuente pérdida del control conduciendo autos. Incredulidad en el altruismo. Insomnio por rumiaciones que generan rabia y/o frustración. Dificultades crónicas en la relación con los hijos. Tensión y competencia intramarital. Dentro de los signos psicomotores: Hiperpigmentación periorbital (de la piel alrededor de los ojos). Retracción de ambos párpados, ojos muy abiertos o desorbitados. Retracción bilateral de los músculos de los labios, generando una semisonrisa irónica y desconfiada. Cualidades vocales y risa hostiles. Con respecto al ataque de ira, de nuevo lo podemos definir como un complejo emocional fisiológico, con un componente afectivo o de sentimientos específicos, un componente cognitivo o pensamientos específicos y un componente motor o conductas también específicas. Dentro de los sentimientos podemos decir que son diversos y de diferente intensidad, desde moderados hasta graves, y podríamos pensarlos como un “mix” de furia, ultraje, resentimiento, cólera, exasperación, indignación, aflicción, acritud, animosidad, fastidio y, en el extremo, violencia y odio patológico. Estos sentimientos van acompañados de una mayor reactividad cardiovascular y neuroinmunoendócrina; es decir que se activan todos los sistemas reguladores del organismo. Para describir y diagnosticar la importancia de un ataque de ira tenemos que pensar en tres datos a tener en cuenta: la frecuencia, la intensidad y la duración. Con respecto a la duración, es habitual que dure algunos minutos, pocos, no se puede estar con un ataque de ira que dure varias horas. En general el ataque de ira es similar al ataque de pánico, pero está menos estudiado, y ha recibido menos atención. Con respecto a su intensidad, puede ir desde un fastidio o un enojo leve, sin demostrarlo, o bien un crescendo con enojos, gritos, insultos, golpes, lanzamiento de objetos, furia. Es decir que hay diferentes escalas que dividen el ataque de ira en diferentes grados. Luego de los ataques es habitual que permanezcan rumiaciones sobre la situación pasada que denotan frustración. La evidencia empírica ha demostrado que las rumiaciones, es decir, las representaciones cognitivas de los eventos pasados, cuando son sostenidas en el tiempo prolongan la experiencia subjetiva de ira y la reactividad cardiovascular. Recientes estudios han evidenciado que el incremento de la actividad autonómica continúa durante varias horas, incluso durante el sueño, luego de que una cognición perdurable es procesada conscientemente. Otra característica importante es la forma de expresión; actualmente se consideran tres formas de expresión de la ira: Anger-in: cuando el sujeto está muy enojado, tiene el ataque de ira pero no lo expresa por fuera, “se traga la rabia”. Se refiere a aquellas personas que tienden a suprimir o dirigir su rabia contra sí mismos, lo cual podría resultar en sentimientos de culpa y depresión cuando el sentimiento de rabia actual está siendo reprimido. Anger-out: cuando expresa su rabia hacia otros en forma de insultos verbales o manifestaciones físicas, lo hace con el cuerpo y con la conducta; esta expresión de rabia puede ser dirigida al objeto provocador o a otros objetos cercanamente vinculados con este. Anger-control: que es cuando el sujeto está enojado y tiene el ataque de ira, pero puede ser controlado; mitiga la expresión de rabia. Personas que demuestran anger control intentan controlar los sentimientos amargos y resolver el problema que causa la rabia. Esto último sería la meta para llegar con los tratamientos de los ataques de ira. A veces no se puede evitar el enojo, no tener ira, pero es necesario poder controlar la expresión del mismo, que no es lo mismo que “reprimirlo”. Otro punto a tener en cuenta cuando hablamos de ataques de ira y corazón, es que puede funcionar como una especie de gatillo, o de disparador, de infarto de miocardio en personas con alguna patología cardiovascular. Las personas con patología cardíaca, y que presentan ataques de ira, son personas altamente vulnerables, con un riesgo incrementado para los eventos coronarios agudos. En el DSM-IV, que es una clasificación de las enfermedades mentales confeccionada por la APA, la asociación de psiquiatría de los Estados Unidos, y muy utilizada por los psiquiatras de todo el mundo, describe una patología que se llama trastorno explosivo intermitente. Este se focaliza solamente en la fenomenología externa del ataque de ira, sin extenderse en otros aspectos tan importantes como la fenomenología externa, como el componente cognitivo y afectivo, que son fundamentales para que el sujeto sufra el ataque de ira. ORÍGENES DE LA HOSTILIDAD Y LA IRA El desarrollo de la hostilidad y la ira ha comenzado a ser estudiado recientemente, y algunos autores dicen que puede reflejar la calidad del apego en la relación padre-hijo. Esta teoría, basada en observaciones de cómo los niños se relacionan con sus madres, ha identificado tres tipos mayores de relación de apego entre infantes y sus padres: el niño seguramente apegado; el niño evitador, inseguramente apegado, y el inseguramente apegado ambivalente. Algunas observaciones indican que el inseguro-evitador muestra reacciones similares a la conducta anger-in en niños grandes y adolescentes. Estos chicos, siete años después eran más hostiles, de enojo rápido y más agresivos socialmente. Madres que eran inseguras-evitadoras demostraron mayor expresión de enojo hacia el niño. Los maestros tienden a demostrar más enojo con los niños evitadores. Otra hipótesis estudiada es que un clima familiar de involucración y soporte, positivo, se asocia con un nivel disminuido de estado de alerta e ira, mientras que un clima familiar con una estructura rígida y controladora, autoritario, se asocia con un nivel incrementado de ira y hostilidad. También se ha definido a la hostilidad como una orientación oposicionista hacia los demás, desarrollada en la infancia. El niño desarrolla sentimientos inseguros acerca de sí mismo y sentimientos negativos hacia los demás como consecuencia de conductas parentales que carecen de aceptación genuina, interferencia con los deseos propios del niño e inconsistente con las acciones disciplinarias. Otros estudios han mostrado que los estudiantes con alto nivel de hostilidad cínica fueron menos aceptados por sus padres, interfirieron en sus deseos genuinos y tuvieron un mayor control punitivo por parte de sus padres, comparados con personas con niveles bajos de hostilidad cínica. Finalmente, a modo de conclusión, hemos revisado la relación entre el cerebro, la mente y las enfermedades cardíacas, lo que se puede llamar eje mente-cerebro-corazón, a partir de la estrecha relación fisiológica que existe entre el cerebro y el corazón, cómo cada uno influye en la actividad del otro. Después, vimos la estrecha relación que hay entre algunas patologías neurológicas asociadas a dolencias cardíacas, o cómo patologías que inicialmente fueron neurológicas después se transforman en cardíacas, como en las grandes catástrofes neurológicas en las que aparecen patologías cardíacas. Más tarde nos dedicamos al tema de las emociones negativas, y de la relación entre estas y el aumento del riesgo, tanto en sujetos sanos como en quienes ya tienen enfermedad coronaria, para el desarrollo de patología cardíaca. Y también las emociones negativas que analizamos fueron la depresión y el agotamiento, el estrés agudo y crónico, y el complejo de ira-hostilidad. La idea de nuestro equipo, para lo cual mostramos algunas publicaciones, es que en la misma persona hay una tendencia a tener una disposición general a la emocionalidad negativa, en la que tienden a agruparse las emociones negativas en un mismo sujeto. Finalmente, analizamos algunos mecanismos fisiológicos que intervienen en la relación entre las emociones y el corazón, como son la alteración del eje hipotálamo-pituitario-adrenal, alteraciones del sistema nervioso autonómico, alteraciones metabólicas, alteraciones inmunes y alteraciones coagulatorias. La idea de estudiar el eje mente-cerebro-corazón es que interviniendo tempranamente en estos pacientes, que son psicosocialmente vulnerables, podemos modificar o ayudar a modificar el curso del pronóstico de enfermedades, tanto psiquiátricas como cardiovasculares.