Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Serge Lebovici René Diatkine
Michel Soulé
NOUVEAU TRAITÉ DE PSYCHIATRIE DE
L´ENFANT ET DE L´ADOLESCENT
PUF
Traducción: Carmen Casanova
Pascual Palau
1
2
EL LACTANTE
116
La clínica psicosomática del lactante
LÉON KREISLER
La patología psicosomática del lactante ocupa un lugar privilegiado en la psiquiatría del
primer año en que figuran, a su lado, los trastornos del desarrollo, la expresión
motora, las formas patológicas reveladas por componentes suficientemente definidos
para autorizar a designar muy temprano en el niño funcionamientos neuróticos,
depresivos, comportamentales, psicóticos. Las orientaciones generales que contiene
están en correspondencia con los datos psicosomáticos de los periodos ulteriores de la
infancia.
Obtiene su conocimiento de dos orientaciones principales, unas pediátricas, otras
psicológicas y psicoanalíticas.
Los trabajos de los pediatras condujeron primero a la anorexia y los trastornos del
sueño. Estos síndromes han contribuido mucho al conocimiento psicológico del niño
pequeño en los medios médicos.
Los estudios analíticos contemporáneos han apostado por la observación directa de los
trastornos psicosomáticos de la primera edad in status nacendi, en el “curso del
desarrollo”. El iniciador de la observación directa de la patología somática del lactante
en una perspectiva psicoanalítica fue René Spitz. Nuestros primeros trabajos, a partir
de 1965, fueron orientados por Spitz y Winnicott, pero según otra metodología. Ésta
resultó de la observación conjunta de los trastornos en una colaboración
trasdisciplinar pediátrica, psicosomática y psicoanalítica [Kreisler L,. et al 1966, 1967,
1972, 1973], para estudiar sucesivamente: cólicos, insomnio, mericismo, vómitos,
anorexia [1966]; los problemas de expresión anal, encopresis y megacolon psicógeno
[1967]; los trastornos de expresión respiratoria: espasmos del sollozo,[1972] y asma
[1973]. Estos trabajos, reunidos en El niño y su cuerpo [1974‐1987], afrontan
principalmente la patología funcional. Yo debía esmerarme más particularmente en la
patología de alto riesgo (funcional y lesional) y retomarla dentro de las concepciones
del Instituto de Psicosomática de Paris (IPSO) [Kreisler L., 1981, 1987].
Conjuntamente, la patología de expresión somática de la primera edad fue fecundada
por las aportaciones contemporáneas que conciernen a las competencias precoces y la
prevalencia de la perspectiva interactiva.
La patología psicosomática es el aspecto principal pero no exclusivo de la expresión
somática, cuyas otras variedades son:
1 / las consecuencias físicas de los comportamientos anormales – del niño mismo y de
su entorno: accidentes repetidos, lesiones consecutivas a las costumbres nerviosas, a
las aberraciones alimentarias, etc.;
2
3
2 / los falsos problemas somáticos que representan la cohorte de los niños conducidos
al pediatra por razones fútiles, falsos problemas somáticos del niño, pero problemas
reales de la familia que pueden conducir a la larga a una patología verdadera del niño;
3 / los fenómenos de conversión precoces que plantean controversias teóricas y para
las cuales debemos rendirnos a la evidencia de que se encuentran con relativa
frecuencia en la experiencia del pediatra (falsas impotencias de la locomoción, algias
de los miembros, dolores abdominales…), y esto, desde el final del segundo año.
Por definición, la edad del lactante abarca los treinta primeros meses. Se puede
distinguir tres periodos significativos de la cronología de los trastornos psicosomáticos:
1 /la fase primaria en que los trastornos aparecen bien desde el nacimiento o casi, bien
en el primer trimestre;
2 / del segundo semestre hasta la edad de los 15‐18 meses, es el periodo constitutivo
del apego, llamada a veces fase anaclítica para subrayar el papel de apuntalamiento
en la construcción de la relación objetal;
3 / fase terminal de la primera edad que se extiende desde la mitad del segundo año
hasta la mitad del tercero.
Cada fase contiene sus trastornos privilegiados. El cólico idiopático estalla hacia el
duodécimo o décimoquinto día, en el momento en que se entablan las primeras
relaciones. Cesa de forma “dramática” en el tercer mes, en el momento en que
aparecen las estructuras mentales del primer organizador de Spitz. La aparición del
insomnio es bien precoz en el primer trimestre, bien más tardía en el segundo o tercer
año. El segundo semestre es un periodo electivo de los trastornos del comportamiento
alimentario. El espasmo del sollozo es una enfermedad del segundo y tercer año. [Field
T., 1984].
La patología lleva la huella de la edad en la diacronia del desarrollo, a la vez biológico y
mental. De ello resulta que sería insuficiente hacer un repertorio de los trastornos
según la función orgánica afectada. Hay más diferencias que similitudes entre una
anorexia o un insomnio del periodo neonatal, del segundo semestre, o de cualquier
otro periodo más tardío del desarrollo.
El estudio de los trastornos revela un gran abanico de formas y de gravedad, desde las
más serias a las más comunes, hasta las variaciones de la normalidad, pues el niño
mejor equilibrado puede “escoger” un día el registro somático para expresar su
malestar ligado al abandono o al conflicto. Los trastornos pueden afectar a todos los
aparatos. En la nomenclatura pediátrica, están ordenados según el impacto de la
función electivamente afectada. (Tabla 1).
La nosografía médica reagrupa los síntomas para codificarlos en síndromes y
enfermedades. El conocimiento psicosomático los integra en la economía relacional y
mental del lactante.
El análisis clínico del trastorno psicosomático procede de la precisión y de la finura de
todo enfoque médico. El mismo cuidado debe aportarse al análisis fisiopatológico cuya
comprensión aclara no solamente el mecanismo del trastorno sino también sus
incidencias psicológicas y psicodinámicas.
La investigación psicosomática de un bebé, por la singularidad de su objeto, necesita
una adaptación de los observadores somatólogo o psiquiatra, que deben tanto uno
como el otro acondicionar su enfoque habitual a las dimensiones corporales y
psicológicas conjuntas.
3
4
TABLA 1 ‐ Patología psicosomática precoz. Nomenclatura médica
‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐
Trastornos de expresión nerviosa
Trastornos del sueño. Convulsiones
Conductas alimentarias desviadas
Anorexia. Vómitos. Mericismo
Geofagia. Coprofagia. Tricofagia. Pica
Bulimia. Potomanía
Trastornos digestivos
Cólicos del primer trimestre. Dolores abdominales.
Estreñimiento. Diarrea
Colitis. Colon irritable. Rectocolitis
Úlceras digestivas
Síndromes y enfermedades respiratorias
Espasmos del sollozo
Asma
Afecciones rinofaríngeas, otitis de repetición
Bronquitis. Neumonías recidivantes
Enfermedades cutáneas
Eczema. Urticaria. Pelada. Psoriasis
Síndromes generales
Enfermedades alérgicas
Malnutrición. Retraso del crecimiento
Obesidad
Infecciones de repetición.
‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐
Su intención táctica es polivalente:
‐Penetrar la calidad de la interacción entre la madre y el niño;
‐Precisar las características psicológicas del niño en su perfil general y más
particularmente las modalidades de su funcionamiento mental;
‐Evaluar la personalidad del personaje clave de la relación, habitualmente la madre, su
estructura, sus posibilidades de movilización y más electivamente su funcionamiento
en su rol maternal; situar los elementos precedentes en relación al padre, en el
contexto familiar y social.
‐Señalar los acontecimientos desencadenantes en su relación con la evolución del
niño, su biografía, siendo interpretadas todas las circunstancias en la dinámica de la
interacción. Es preciso subrayar la importancia del tiempo del examen que aborda los
acontecimientos que han marcado el embarazo, el parto y el tiempo posterior. En la
patología psicosomática del recién nacido, aparece que muchos problemas precoces
están en relación con los avatares del investimiento materno primario.
Los datos recogidos son reagrupados alrededor de los tres ejes directores de la clínica
psicosomática, moduladas por las particularidades propias del lactante:
4
5
1 / Las estructuras interactivas y/o mentales portadoras de una vulnerabilidad habitual
o episódica frente a la enfermedad física.
2 / Los mecanismos mentales de la desorganización psicosomática que son la
depresión – fenómeno mayor de la somatización a cualquier edad‐ y la sobrecarga de
excitación que le iguala en frecuencia en el niño [Kreisler l,. 1987].
3 / Las influencias traumáticas, responsables de la ruptura de una economía
psicoafectiva, expuesta a la desorganización por una fragilidad permanente o
contingente.
Los conceptos defendidos en el Instituto de Psicosomática (IPSO) han aportado un
enfoque nuevo al conocimiento del lactante en estado de sufrimiento físico. No
pueden resumirse sin ser deformados. He aquí sin embargo un breve extracto.
Crítica del modelo agresológico
Hemos hecho ya alusión al simplismo conceptual que reduce la perturbación a la
consecuencia de un fenómeno “acción‐reacción”. Así se ve bajo la pluma de
alergólogos indicar para el asma la importancia de los factores psíquicos, pero éstos
están alineados en la lista de los factores antigénicos, infecciosos, endocrinos,
climáticos, atmosféricos. La misma concepción agresológica elemental es fácilmente
localizable detrás en ciertas descripciones del cólico de primer trimestre, del insomnio
o de los espasmos del sollozo, trastornos que los neurofisiólogos conciben como un
fenómeno reflejo provocado por el choque emocional, puesto en paralelo con las
causas de síncopes‐reflejos por traumatismo físico, eficaz en razón del punto de
impacto del estímulo y de características del terreno que les recibe.
Estas precisiones están destinadas a desmarcarnos de los conceptos psicofisiológicos
de la medicina psicosomática salidos del condicionamiento, cuya patología córtico‐
visceral y la psicología comportamental son las formas actualmente más extendidas.
Caeríamos en el modelo agresológico, al promover el acontecimiento o el conflicto al
rango de factor psicógeno. El término de “stress”, con frecuencia usado por diversos
autores, no tiene sentido más que en función del estado del organismo que le recibe.
Crítica del modelo simbólico
Se han expuesto en otra parte las reticencias que se ligan a los conceptos analíticos
derivados de la “neurosis de órgano” y de la conversión (cf. cap. 92, p. 1646).
Parafraseando el aforismo de Freud, “la neurosis es el negativo de la perversión”, se
podría decir que el trastorno psicosomático es el negativo de la neurosis. Más que la
dinámica de los procesos inconscientes está en tela de juicio la intensidad pulsional
que invade las capacidades de elaboración mental. Según el punto de vista económico
que domina en las concepciones del Instituto de Psicosomática de Paris, el trastorno
no es un equivalente simbólico.
Igualmente se asocia un interés privilegiado a las fallas de los mecanismos mentales
por los cuales se opera la desorganización somática.
5
6
Defensa del punto de vista económico
La economía del funcionamiento psíquico domina la teoría psicosomática del IPSO.
A cualquier edad, el funcionamiento sin desfallecimientos de una economía
psicoafectiva plena, equilibrada y estable, ocupa un lugar esencial entre las defensas
que se oponen a la desorganización somática.
Para el bebé cuya organización mental es inmadura, la instancia defensiva está
asegurada por el universo de los cuidados maternales: el funcionamiento interactivo
en la relación dual asegura la gerencia de la homeostasis psicosomática.
La génesis de la economía psicosomática en el curso del desarrollo puede ser
considerada como el paso del funcionamiento interactivo primitivo hasta la
elaboración de las defensas mentales. A partir del segundo semestre se puede ya
reconocer un funcionamiento psíquico protector y disfunciones que exponen al niño a
la desorganización aunque la intervención del funcionamiento interactivo sea todavía
prevalente.
Pierre Marty ha dado a conocer la importancia del recurso al preconsciente para
integrar en la práctica y en la concepción analítica el estudio de estos pacientes que no
pertenecen a las neurosis clásicas y que exigen nuevos modelos teóricos. El
preconsciente no es sólo una denominación verbal teórica sino más bien una realidad
clínica. La precisión individual del preconsciente está en el centro de la investigación
psicosomática que evalúa sus cualidades esenciales:
1 / El espesor cuyas estratificaciones contienen a la vez los diferentes niveles de
representación y la densidad de los afectos.
2 / La permeabilidad que asegura la circulación entre el preconsciente, el inconsciente
y el consciente y, en el interior del preconsciente, la movilidad de las formas de
representación entre sus diferentes capas.
3 / La permanencia, es decir la estabilidad del funcionamiento psíquico para su
equilibrio.
Plenitud, flexibilidad y estabilidad
Es digno de constatar que las cualidades necesarias para un funcionamiento
psicosomático aceptable son precisamente las de la economía funcional interactiva en
la mutualidad entre la madre y su bebé.
La plenitud, es toda la riqueza contenida en la interacción imaginaria y fantasmática.
Fecunda las funciones biológicas con su infiltración libidinal, apuntala el apego con su
carga afectiva, impulsa hacia el desarrollo la anticipación de los proyectos de la madre
construidos para su bebé, captado a la vez en su presencia actual y en su porvenir.
La flexibilidad designa la permeabilidad de la adaptación mutua a sus esferas de
influencia temporales y espaciales que son infinitas.
La estabilidad está basada ante todo en la permanencia de la relación con el objeto del
investimiento –la madre o su sustituto‐ y, en esta relación, la coherencia de los
cuidados maternales.
Sus defectos indican las líneas directrices de las categorías interactivas patógenas.
6
7
LAS INFLUENCIAS INTERACTIVAS DE RIESGO PSICOSOMÁTICO
Pueden clasificarse, por claridad, en dos orientaciones categoriales que, desde luego,
no son exclusivas una de otra: por una parte, las insuficiencias, generadoras de fallas
afectivas, fundamentales o parciales, y por otra parte, las sobrecargas inductoras de
excedentes de excitación.
1/ La carencia y la frustración graves inducen la patología psicosomática de la carencia
que es la más grave, ya se trate de trastornos funcionales de alto riesgo, como ciertas
anorexias o insomnios, los vómitos psicógenos y el mericismo, o de trastornos
lesionales. Estas formas no encuentran casi su ilustración en las instituciones de
lactantes como en los tiempos de Spitz pero son de una frecuencia, sin duda,
creciente, en las condiciones contemporáneas, florecientes en situaciones que afectan
a la continuidad de la relación: las separaciones de repetición, la inestabilidad de la
custodia, o incluso las circunstancias intrafamiliares de una “relación blanca”, una
madre acaparada en otra parte por sus problemas personales o familiares.
La falta de apuntalamiento tiene como consecuencia una desviación del
funcionamiento mental en su primer escalón, y un desarrollo psicosomático
vulnerable. Los índicios pueden aparecer desde el periodo neonatal, como lo muestran
la anorexia y el insomnio primarios.
Los desordenes psicosomáticos graves aparecen como el resultado de desviaciones de
las funciones vitales. Todo sucede como si el ejercicio de una función no se redujera a
mecanismos biofisiológicos, sino que precisara, para realizarse, su infiltración por el
investimiento afectivo que diera un impulso necesario para su cumplimiento. Su falta
crea la disfunción. Privado de su apoyo pulsional, la función se arriesga a entrar en un
proceso repetitivo, como en el insomnio grave o en el proceso auto‐erótico
desenfrenado de la actividad mericista.
La insuficiencia de investidura es unas veces global y continua, de intensidad diversa,
otras veces intermitente o incluso afectada por distorsiones. Estos defectos
cuantitativos y cualitativos permiten orientar la patología. Por ejemplo, a los vómitos
psicógenos graves se asocian condiciones marcadas por una insuficiencia redoblada o
cargada de intermitencias: en el nanismo psicógeno, una insuficiencia masiva y
continua asociada a maltratos morales y a veces físicos. [Kreisler L., 1981, 1987]. La
clínica psicosomática grave es en gran parte la de la autodestrucción (M. Fain). En El
niño del trastorno psicosomático se relata la observación de dos niñas, dos hermanas,
muertas una tras otra, a la edad de 20 meses, en un cuadro de conductas alimentarias
aberrantes, anorexia y vómitos. Tales estudios nos confrontan a la pulsión de muerte,
en una realidad brutal, observable. “Las relaciones de los movimientos individuales de
vida y de muerte constituyen la base de la economía psicosomática, en la globalidad de
una dualidad pulsional fundamental.” [Marty P., 1980]
2 / A la patología somática de la carencia se opone la del excedente de excitación y la
sobre‐estimulación. La sobrecarga de excitación aparece en particular en la patología
funcional corriente, los cólicos, los trastornos del sueño, los espasmos del sollozo…. El
exceso de excitación contiene un potencial inmediato de descarga funcional. Así
coincide con la noción de para‐excitación de Freud, función por la cual el organismo
7
8
está protegido contra las excitaciones que provienen del ambiente y cuya intensidad
excesiva corre el riesgo de perjudicarle. El exceso de excitación y la coacción se revelan
como generadores de una amplia franja de la patología psicosomática. En El nuevo
niño del trastorno psicosomático, hemos relatado un caso de lupus eritematoso
localizado, en una niña de dos años sometida a presiones intensas y discontinuas a la
vez que desarrollaba una patología neurótica ultra precoz.
El insomnio primario y el cólico del primer trimestre son los ejemplos más precoces de
una respuesta somática a una situación conflictual. En el lactante como en todas las
edades de la infancia, los trastornos del sueño están en el primer plano de la patología
del exceso de excitación.
El exceso de excitación es a veces global, a veces selectivo. Un examen más refinado
permite reconocer numerosas situaciones que pueden agruparse bajo el término de
distorsiones. Algunas son suficientemente precisas como para orientar la patología
psicosomática. Son, a título de ejemplos: 1 / la excitación continua dirigida a una
esfera funcional electiva (la alimentación o la evacuación intestinal por ejemplo) que
contribuye a la génesis y al desarrollo de trastornos tales como la anorexia y el
estreñimiento y al megacolon psicógeno.; 2 / los comportamientos de sobreprotección
materna con exclusión del padre que incitan una relación simbiótica a costa del
desarrollo de la separación‐individuación como puede observarse en los niños afectos
de asma o de eczema.
Las incoherencias y las discordancias cuantitativas y temporales de la relación merecen
ser subrayadas en las condiciones de vida contemporáneas. Están a menudo,
desgraciadamente, reguladas más por las exigencias materiales del entorno que por las
necesidades del niño, desde entonces encerrado en el conformismo, demasiado a
menudo marcadas por la discontinuidad.
Las irregularidades cualitativas y cuantitativas del apego influencian globalmente la
organización afectiva y perjudican a la construcción de las defensas psicosomáticas
para el presente y a veces sin duda para el futuro. Las circunstancias que amenazan al
niño pequeño en nuestras civilizaciones no son extrañas a las formas actuales de la
psicopatología de la adolescencia y de la edad adulta. Son cada vez más a menudo
atípicas y afectadas por una característica común que es la enfermedad de las
capacidades de comunicación. En estas estructuras inciertas ocupan un lugar
importante las neurosis de comportamiento y las neurosis de carácter de alto riesgo
psicosomático.
Del funcionamiento interactivo al funcionamiento mental
En los periodos iniciales, las defensas psicosomáticas están aseguradas por los
cuidados maternales: el funcionamiento interactivo es el regulador del equilibrio
psicosomático. Desde la fase anaclítica, las disfunciones psíquicas comienzan a
intervenir en la patología, aunque el sistema interactivo sea todavía prevalente. El
último periodo es fundador de las defensas mentales autónomas frente a la
desorganización somática, antes de las etapas cruciales posteriores de su puesta en
forma y de su terminación que son el periodo edípico y la adolescencia.
Así, la génesis de la economía psicosomática en el curso del desarrollo puede ser
considerada como el paso del funcionamiento interactivo primitivo hasta la
8
9
elaboración de las defensas psicosomáticas autónomas que se construyen a partir del
segundo año.
Las disfunciones de riesgo psicosomático nos han sido reveladas sucesivamente
primero por la depresión del lactante y después en el síndrome llamado del
comportamiento vacío y las inorganizaciones estructurales graves. Las formas más
frecuentes interesan a los funcionamientos neuróticos descritos más recientemente.
LA DEPRESIÓN DEL LACTANTE
MECANISMO MENTAL MAYOR DE LA SOMATIZACIÓN
El comportamiento vacío y las inorganizaciones estructurales graves de la primera
edad, contexto psicosomático de las carencias afectivas prolongadas.
Paralelamente a la depresión anaclítica, Spitz aportó a nuestro conocimiento el
hospitalismo, modelo histórico de la carencia afectiva prolongada de los lactantes, en
medio institucional. [Spitz R.A., 1945].
Pretendemos primero situar la depresión del bebé en su contexto psicosomático. Un
esfuerzo comparable está justificado por las consecuencias somáticas de las
insuficiencias crónicas del apego, resituadas en las condiciones etiológicas actuales y
sus formas psicopatológicas. Éstas son de una gran diversidad. Dos de entre ellas serán
descritas bajo los vocablos del “síndrome del comportamiento vacío” y de las
“desorganizaciones estructurales graves” de la primera edad [Kreisler L., 1981, 1987]
El comportamiento vacío del niño pequeño
La ocasión de diferenciar una estructura marcada por un funcionamiento de tipo
comportamental en las condiciones de una insuficiencia relacional crónica del apego
nos ha sido dada por una serie de pacientes menores de tres años, todos afectos de
trastornos psicosomáticos graves. Estos trastornos eran de naturaleza muy diferente:
insomnios graves, infecciones de repetición, retraso de crecimiento, pelada
decalvante, poliartritis crónica evolutiva. Los elementos esenciales del
comportamiento vacío señalan un embotamiento afectivo próximo a la atonía
depresiva.
El encadenamiento comportamental es coherente en el plano cognitivo, pero privado
de infiltración fantasmática. Está enganchado a lo factual y vacío de representaciones.
Las actividades son puestas en marcha y se prosiguen bajo el efecto inmediato de las
incitaciones perceptivo‐motoras y de las situaciones concretas a medida de su
desarrollo.
La impresión es la de un funcionamiento mecánico de una inquietante extrañeza, “la
impresión que producen las figuras de cera, las muñecas y los autómatas” (Freud
citado por J. Loriod a propósito de la neurosis de comportamiento).
La pobreza de los afectos no es menos notable. Puede llegar hasta una inexpresión casi
total. Dos de estos niños no habían llorado nunca, hasta tal punto que en uno de ellos
se había sospechado una anomalía lacrimal. Varios parecían indiferentes al dolor e
9
10
inaccesibles a la inquietud.; su pasado estaba privado de la fase de la angustia ante el
extraño. La indistinción relacional recubre una indiferenciación de la relación objetal.
Van hacia cualquiera, estando las personas englobadas en el anonimato de las cosas;
seguirían a cualquiera. Hay que añadir la pobreza, incluso la ausencia de las actividades
auto‐eróticas orales y transicionales. En varios niños, los trastornos del sueño estaban
en primer plano. Se trataba de insomnios intensos y de una cualidad particular. La
duración del sueño era muy corta, el adormecimiento muy tardío: arrastrados en su
torbellino, rehusaban irse a la cama hasta caer como una masa, vencidos por el
agotamiento, sin “el espacio transicional del adormecimiento”. Los despertares
estaban marcados no por la angustia sino por una entrada inmediata en la actividad. El
índice estructural más significativo del comportamiento vacío, el más inquietante
también, es la indiferenciación de la relación de objeto.
Las circunstancias que rodean a estos niños son de una gran diversidad, pero están
unidas por la constancia del vacio relacional: una vida en el aislamiento afectivo o
escandido de separaciones repetidas. Otro rasgo notable se obtiene de las
propiedades evolutivas del síndrome: su reversibilidad posible por las intervenciones
que modifiquen las condiciones relacionales, y eventualmente, la psicoterapia. Esta
reversibilidad da la prueba del poder de los instintos de vida del niño que no son
sofocados más que en apariencia, listos para ser reanimados a poco que las
condiciones nuevas permitan avivarlos. Este último elemento, entre muchos otros, lo
opone a la psicosis. No es la psicosis lo que amenaza a estos sujetos, sino, si no se
interviene, la neurosis de comportamiento del niño, estructurada y constituida sin que
se pueda inferir de ello una continuidad con la neurosis de comportamiento de la edad
adulta.
El mericismo puede darnos una ilustración de ello:
El bebé rumiante muestra un enganche igual respecto a cualquier persona.
Esta conducta, a menudo considerada como una búsqueda apasionada de un vínculo
relacional, ¿no es más el indicio de un vacío afectivo que el de una avidez afectiva?
Este comportamiento indiferenciado es más bien el indicio de la no constitución de la
relación objetal y de la ausencia de la introyección duradera de la imago maternal. Los
medios defensivos entrañan un desequilibrio económico fundamental en el reparto de
los investimientos auto‐eróticos por una parte y objetales por otra: una báscula masiva
hacia una actividad de tipo auto‐erótico. Pero ¿puede hablarse realmente de auto‐
erotismo respecto a tal actividad anárquica ejercida, se puede decir, por puro placer de
órgano, vacía de investimiento relacional, mortífera?
En pocas palabras, el síndrome del comportamiento vacío se identifica por una atonía
afectiva, la ausencia de actividades eróticas y transicionales, síntomas todos ellos que
revelan fallos inquietantes en la construcción de la relación objetal.
El comportamiento vacío, como el del niño deprimido ‐ del cual es la prolongación de
algún modo – es verdaderamente de tipo operatorio. Es una situación psicoafectiva
con alto riesgo de somatización.
Las inorganizaciones estructurales del niño pequeño
10
11
Estos síndromes pertenecen a la patología psicosomática de la miseria afectiva. Hemos
tenido la ocasión de reconocerlos con ocasión de fenómenos de somatización que son
de gravedad variable y de una gran variedad: conductas alimentarias aberrantes
(anorexia, mericismo, vómitos psicógenos), trastornos graves del sueño,
complicaciones infecciosas de repetición, diarreas de curso prolongado, retraso o
detención del crecimiento…
Las inorganizaciones estructurales graves contienen muchos de los elementos del
comportamiento vacío, especialmente los graves defectos de la relación y el
funcionamiento objetal. A ellos les añaden otros fallos fundamentales de la
personalidad. Al vacío relacional se añade la discontinuidad o la incoherencia. Las
variantes clínicas están ligadas a las circunstancias y especialmente a la edad.
En el primer semestre aparecen sobre todo la indiferencia, la pobreza de la sonrisa y de
las vocalizaciones, la debilidad de la comunicación, la apatía, la atonía, el
embotamiento o la distorsión de los comportamientos de competencia, el desvío de la
mirada, el malestar del bebé ante el contacto corporal…resumiendo, los indicios
semiológicos de la insuficiencia primaria del apego.
En el segundo semestre y el segundo año, el cuadro se dibuja en la afectación de la
mayor parte de los sectores del desarrollo y de la personalidad: el retraso en la
totalidad o en una de sus partes, la motricidad, el lenguaje…apatía o, por el contrario,
excitación, inestabilidad y conductas vacías, deambulaciones, dispersión en el caos;
defectos en la organización témporo‐espacial y del esquema corporal; retraso o
ausencia de los procesos de individuación; defectos masivos de la identidad,
comprendiendo la identidad sexual especialmente afectada en frecuencia y en
duración. Lo que domina en este mosaico psicopatológico es la inmadurez, así como la
ausencia de conexión entre los diferentes sectores de la personalidad.
Desde el final del segundo año, se precisan características comportamentales. El hacer
y el actuar invaden la escena de la expresión clínica con este signo de un paso al acto
inmediato de las emergencias pulsionales, sin control ni elaboración por la
mentalización. Un ejemplo de los aspectos comportamentales de la patología ha sido
detallado en el nanismo por sufrimiento psicológico, bajo la forma de conductas
alimentarias aberrantes y de trastornos particulares del sueño. Powell ha descrito las
curiosas bulimias y polidipsias no diferenciadas de estos niños que absorben
cantidades extraordinarias de alimentos sin discernimiento.
Las características etiológicas de las inorganizaciones estructurales graves son las de
una insuficiencia del apego cargada de discontinuidad. Las interacciones están
marcadas por la irregularidad, la anarquía de los ritmos de vida y a menudo la
violencia. Desde el punto de vista económico, la interacción puede ser descrita en
términos cuantitativos de sumas desorganizantes de alternancia de vacío y de exceso
de excitación desordenada. Hay dos modelos interactivos dominantes para estos
lactantes de familias carenciales [David M. et al., 1984]. El niño es unas veces
abandonado, otras atrapado en un aflujo de interacciones que tiene como
características el ser cercanas, ruidosas, lo más a menudo bruscas si no violentas,
apareciendo de improviso. Las discontinuidades pueden revestir dos formas. Una, la
más aparente, está hecha de una sucesión de hospitalizaciones o de internamientos.
La otra se sitúa al nivel de la vida cotidiana, sentida por el niño como una sucesión de
mini‐abandonos. Estos niños oscilan entre el rechazo y la sumisión a conductas que
pasan del maltrato a contactos corporales de una estimulación desbordante y de una
11
12
gran crudeza erótica. Estas discontinuidades, que se infiltran en el interior mismo de
las secuencias de la interacción, son la fuente de una agitación mutuamente
desorganizante. La personalidad de los padres está marcada por graves fallos
narcisistas; ellos mismos han sido a menudo víctimas en su infancia de rechazos y de
frustraciones que reproducen en su niño en una repetición transgeneracional. La
función maternal está profundamente perturbada. La ambigüedad alterna entre una
necesidad de captación en un acercamiento fusional y la incapacidad de un contacto.
A menudo se perfilan, en un segundo plano, condiciones etiopatogénicas particulares
tales como la gran prematuridad, la carencia de cuidados maternos, las familias de
riesgos múltiples, llamadas todavía familias “atípicas” o “a la deriva” o “sin calidad”. Se
ha podido notar cuán confusa queda la patología de estos bebés en estas
descripciones, “desapareciendo el lactante, de algún modo, detrás de la pesadez de los
problemas y la demanda de los padres”.
El pronóstico a largo plazo de estos niños plantea el problema, muchas veces
afrontado en la literatura, del pronóstico de las carencias afectivas precoces. Muchos
piensan que el porvenir está gravemente comprometido y que una gran parte de ellos
estarán seriamente afectados en sus capacidades de adaptación familiar y social, hasta
el punto de reproducir sobre sus hijos los traumatismos antiguamente vividos. Otros
autores, sobre la base de investigaciones prospectivas, ponen en tela de juicio la
fatalidad lineal de estas condiciones precoces [Gauthier Y., 1982].
En esta controversia, nosotros no podemos aportar más que la experiencia limitada de
observaciones aisladas. Su ventaja, sin embargo, es haber afrontado conjuntamente
las condiciones etiológicas, interactivas y estructurales. Estos estudios nos han
conducido a la convicción de que estas circunstancias y estas estructuras inquietantes,
ya se trate del comportamiento vacío o de las inorganizaciones estructurales graves,
pueden retroceder, pero con la condición de que lo esencial sea hecho y hecho a
tiempo. Es evidente que esta acción es tanto más eficaz cuanto se dirija a niños más
pequeños y que es necesario un largo seguimiento terapéutico incluso para niños muy
pequeños.
Las inorganizaciones estructurales graves han justificado un lugar en la nosografía del
lactante que nosotros hemos propuesto (cf. cap. 112). Estos estados se han prestado a
designaciones diversas: defecto de la organización narcisista o de integración primaria
[Cahn R., 1972], estados atípicos o disarmónicos o incluso prepsicóticos. Estas tres
últimas nominaciones son reveladoras de una tendencia a incluir estos casos en el
cuadro de la psicosis mientras que se las podría oponer punto por punto. Un
funcionamiento desviante organizado es el drama de las psicosis precoces. Las fallas
afectivas de las inorganizaciones graves revelan en filigrana un fondo depresivo
siempre importante y sin duda percibido por el adulto que se acerca a ella. “Es la cosa
a la cual somos probablemente más sensibles desde el principio en estos cuadros que
nos sacan del autismo. El autismo no nos hace vivir el sentimiento de carencia, de
vacío, de sufrimiento, de llamada que hacen sentir estos niños”. (Misés). El potencial
de reversibilidad del comportamiento vacío y de los estados de inorganización
contrasta con la tenacidad desesperante de la psicosis.
La integración nosológica más satisfactoria de las inorganizaciones estructurales se
encuentra en las patologías límites de la infancia según la designación y los conceptos
12
13
de R. Misés [1990]. En su obra se analizan nuevas perspectivas sobre los riesgos
evolutivos.
LAS DISFUNCIONES DE TIPO NEURÓTICO
De una gran variedad y de una frecuencia mucho más elevada que la del vacío
comportamental arriba descrito, las estructuras neuróticas con riesgo de somatización
aparecen como las más actuales en la reflexión tanto en el adulto como en el niño (ver
cap.64 y 92). Esta prevalencia no se desmiente en el lactante cuyo equilibrio está
afectado por lo necesarias que son para él la regularidad y la homogeneidad de los
funcionamientos interactivos y mentales.
La vulnerabilidad de estas estructuras se debe menos a la calidad del contenido
fantasmático que a los fallos económicos del funcionamiento psíquico, es decir
conjuntamente o en proporción variable: la inestabilidad y la irregularidad de este
funcionamiento; la debilidad de las capacidades de representación; la intensidad de los
afectos que invaden las capacidades defensivas, en particular la función
representativa; la sensibilidad receptiva de estos sujetos cuya reactividad es un punto
de vulnerabilidad psicosomática esencial.
Los trastornos neuróticos señalados son variados, con prevalencia de perturbaciones
ansiosas y fóbicas, y la precisión de que sean difusas, mal elaboradas, tenida cuenta la
corta edad. Hay que evitar ceder a la tentación de interpretar los fenómenos
corporales según el modelo simbólico de la conversión o de las neurosis clásicas.
La influencia traumática de los acontecimientos y de las interacciones patógenas se
encuentra sobre todo en la sobrecarga de excitación, la coacción y la irregularidad.
Una observación, evocada en otra parte [Kreisler L., 1989] permitirá ilustrar estas
breves notas.
Se nos trajo un niño de dos años por bronquitis de repetición alternando con
manifestaciones alérgicas cutáneas (urticaria, edema de Quincke). Los accesos eran
claramente inducidos por circunstancias emocionales. La angustia de la separación era
de una gran intensidad; reaccionaba con pánico a los ruidos, sobre todo del vecindario,
así como a la vista y al contacto con objetos domésticos que había sido necesario
eliminar de la casa. La madre había organizado a su alrededor, desde las primeras
semanas, un sistema de protección cada vez más complicado por miedo a los
accidentes y a las enfermedades. Esta mujer, que se creía calmada hasta entonces,
había, desde la aparición de su bebé al nacimiento, sentido crecer en ella una angustia
indecible, al mismo tiempo que resurgía todo un pasado traumático de su infancia,
representado en pesadillas repetitivas: la muerte por accidente de un hermano
pequeño, una depresión de larga duración en la madre.
Este caso, reúne una condición que no es rara y en la que nosotros hemos tenido la
ocasión de profundizar: la reviviscencia, con ocasión del embarazo y del nacimiento, de
una problemática materna antigua cuyo resultado es una amputación seria de las
capacidades maternales primarias. Aparece igualmente la importancia de un duelo no
hecho en la madre, circunstancia que ha impresionado a muchos observadores de la
patología del niño muy pequeño.
En la observación tomada como ejemplo, el comportamiento de la madre podría ser
resumido en términos de sobreprotección ansiosa, de exceso de excitación y de
inadecuación de respuestas frente a las necesidades del niño. Una originalidad del caso
13
14
es la doble expresión a la vez somática y mental. Desde los primeros meses, una
sensibilidad receptiva aguda era atestiguada por la intensidad de las reacciones
emocionales. El mecanismo de la descompensación somática era del orden del exceso
de excitación y no de la depresión.
Deducciones sobre las variedades interactivas y estructurales
Un enfoque decisivo de la psicosomática contemporánea fue sustituir la noción de los
perfiles de personalidades específicas para las enfermedades (el ulceroso, el colítico, el
asmático, etc.), por la de las estructuras vulnerables y los procesos mentales de la
desorganización psicosomática. Estas estructuras son ciertamente electivas, pero están
privadas de una especificidad.
La patología del niño y del lactante ilustra con abundancia este principio, como lo
muestran las variedades estructurales para un mismo estado mórbido y las variedades
mórbidas para una misma estructura, sin desconocer por otra parte la electividad y la
originalidad propia de unas y de otras. Así, la anorexia mental del bebé muestra al lado
de la anorexia común del segundo semestre – sugestiva de una conducta activa de
rechazo y de dominio – formas psicoclínicas fóbicas, depresivas o psicóticas. El asma
revela, al lado de la estructura llamada alérgica que aparece en proporción
significativa, funcionamientos de tipos ansiofóbicos, comportamentales u otros. Para
los trastornos del sueño se encuentran con mayor frecuencia el exceso de excitación y
la intermitencia, al lado de las relaciones vacías, mucho más raras. Añadamos que una
correlación impresionante concuerda las estructuras interactivas y/o mentales con la
gravedad de la patología, como lo muestran los funcionamientos depresivos,
comportamentales o gravemente inorganizados.
CONCLUSIONES
1/ Los concepciones psicosomáticas actuales (IPSO) han permitido descubrir al lactante
bajo un enfoque singular.
A cualquier edad, una constitución psicoafectiva plena, equilibrada y estable, ocupa un
lugar esencial entre las defensas que se oponen a la desorganización psicosomática.
Para el lactante cuya organización mental está inacabada, la instancia defensiva está
asegurada por la función maternal: en este periodo, el funcionamiento interactivo
asegura la gerencia del equilibrio psicosomático.
2/ La organización mental del bebé está estrechamente ligada a la regulación
cuantitativa de los intercambios entre los dos socios de la relación. Las condiciones
económicas requeridas para una buena homeostasis psicosomática, interactiva y
mental, son; a / la plenitud de los aportes afectivos; b / la flexibilidad de la adaptación
a las necesidades del bebé; c /la estabilidad de la relación. Ellas designan las
principales variedades de influencias patógenas: a / la insuficiencia del apego; b /la
rigidez y la coacción; c / las incoherencias y las discordancias cualitativas temporales
de la relación. Conviene evaluar igualmente las influencias del ambiente y las
capacidades de comunicación propias del lactante.
3/ Desde la primera edad, se afirman los principales mecanismos mentales de la
somatización que son el exceso de excitación y la depresión.
14
15
La sobrecarga de excitación desborda las capacidades funcionales mentales y se vierte
unas veces en los funcionamientos biológicos que ha desarreglado (trastornos del
sueño, cólicos y colon irritable, vómitos, espasmos del sollozo…), otras bajo la forma
de una afectación lesional que puede afectar a todos los aparatos.
La depresión del lactante, forma primaria de la depresión esencial, priva al psiquismo
de sus apetencias relacionales y afectivas, lo vacía de sus funciones fantasmáticas y
representativas, abriendo la brecha a las desorganizaciones somáticas más graves:
trastornos funcionales invadidos de un automatismo de repetición de alto riesgo
(mericismo, insomnio y anorexia graves precoces), patología orgánica lesional
(infecciones de localización variable diversas, retraso de crecimiento, asma grave, etc.).
4/ Esta complejidad necesita un reagrupamiento, según los principios de una
clasificación pluri‐axial expuesta antes (cf. cap 112).
He aquí el esquema nosográfico:
EJE nº 1.‐ Referencia médica
Reúne los síndromes y enfermedades de la nomenclatura médica clásica (Tabla 1).
EJE nº 2.‐ Referencia estructural
2.1. Según el tipo de la interacción
Ej.: insuficiencia relacional crónica, sobre‐estimulación, coacciones, distorsiones.
2.2. Según el funcionamiento psíquico (a partir del segundo semestre)
EJ.: comportamental, neurótico…
2.3. Según el proceso de la somatización
Ej.: depresión, exceso de excitación.
EJE nº 3.‐ Referencia etiológica
3.1. Según la edad
Ej.: Fase primaria, periodo anaclítico, fase tardía.
3.2. Según las influencias exteriores
Ej.: depresión materna, separaciones repetidas, malos tratos o abusos, familias de
riesgos múltiples.
EJE nº 4.‐ Según el riesgo
4.1 Grado de gravedad: débil, medio, alto riesgo.
4.2 Naturaleza del riesgo distinguido según los ejes nº 1, 2 ó 3.
Ej.: asma grave, incoherencias relacionales, comportamiento vacío, condiciones
socioeconómicas desfallecientes.
5 / Más allá de sus intereses inmediatos, clínicos y terapéuticos, esta patología precoz
incita a una reflexión sobre la organización psicosomática y sus fallas originarias. Esta
aportación del lactante al conocimiento psicosomático será analizada en el artículo
siguiente.
15