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"Pero esto no es sólo válido para la piel; también para las mucosas, como se los muestro
en los labios y la lengua del enfermo. Si introduzco un rollito de papel en el conducto
auditivo externo y luego por el orificio nasal izquierdo, no provocará ninguna clase de
reacción. Repito el experimento del lado derecho y compruebo una sensibilidad normal en
el enfermo. Como corresponde a la anestesia, también los reflejos sensibles están
cancelados o disminuidos. Así, puedo introducir el dedo y tocar el fondo de la garganta
del lado izquierdo sin que sobrevenga ahogo. (...) como ustedes ven, puedo atravesar
con una fina aguja cualquier pliegue de la piel sin que el enfermo reaccione. Las partes
profundas –músculos, tendones, articulaciones-, deben de tener, por fuerza, asimismo,
esa extrema insensibilidad, pues puedo retorcer la muñeca, estirar los tendones, sin
provocar en el enfermo ninguna reacción." 1
SIGMUND FREUD.
Presentación de histérico ante los médicos de Viena.
26 de noviembre de 1886.
"Por algún camino doy en preguntarle por qué ha tenido dolores de estómago, y de dónde
provienen. Yo creo que en ella los dolores de estómago acompañan a cada ataque de
zoopsia. Su respuesta, bastante renuente, fue que no lo sabe. Y doy plazo hasta mañana
para recordarlo. Y hete aquí que me dice, con expresión de descontento, que no debo
estarle preguntando siempre de dónde viene esto y estotro, sino dejarla contar lo que
tiene que decirme. Yo convengo en ello, y prosigue sin preámbulos." 3
SIGMUND FREUD. 1890.
En 1973-1974, Freud emerge como objeto de captura de la maquinaria genealógica
foucaultiana 4. En la exposición pública de sus investigaciones históricas (y no de su
‘enseñanza’) 5 Foucault va a realizar una serie de menciones críticas del psicoanálisis
que constituirán el antecedente inmediato de la futura inscripción de Freud, de su terapia
y de su ‘saber’ en el proyecto de una Historia de la sexualidad (1976) en la que el padre
del Inconsciente ocupará un lugar eminente y culminante.
Situado en relación con las maniobras psiquiátricas de finales del siglo XIX y principios
del siglo XX, el psicoanálisis triunfa allí donde el dispositivo psiquiátrico había fracasado.
Frente a los logros teóricos de la neuropsiquiatría de la época de Charcot que habían
permitido identificar a la histeria como enfermedad sintomatológicamente estable, se
alzaron rápidamente las críticas que enarbolaban, combativas, el fracaso de la clínica del
maestro de Freud, denunciando en las maniobras del médico de la Salpêtrière una
producción ficticia de la enfermedad y de sus síntomas (Bernheim-Escuela de Nancy).
Las maniobras del médico para producir teatralmente la verdad de la enfermedad en las
presentaciones de enfermos (crisis) fueron inmediatamente consideradas como la
manifestación perversa de un poder que inmoderadamente se ejercía sobre el cuerpo y la
mente de los pacientes: las crisis y los síntomas eran provocados por el médico. Si bien
las histéricas jugaban gozosas como maniquíes funcionales para entronizar al médico
como médico y para constituirse ellas mismas como enfermas ‘ verdaderas’; hipnotizadas
y drogadas, ante la demanda del médico de un relato sobre el ocasionamiento del trauma
(porque toda histeria era traumática al haber asumido el modelo de los enfermos
masculinos asegurados), ellas confesaban y escenificaban todos los avatares de una
sexualidad insatisfecha que destituía el poder-saber del médico ‘serio’.
Dentro del campo de las instituciones terapéuticas se imponía, pues, para Foucault, una
doble alternativa de superación de la crisis provocada por el acontecimiento Charcot: en
tanto que suceso traumático en el que toda la elaborada construcción teórica de la
neuropsiquiatría era impugnada por el poder que el médico ejercía en la producción de
las crisis, cayendo en la trampa de la simulación de las enfermas. Primero, una posición
anti-psiquiátrica, que será la vía ejercida por la escuela de Nancy y, por un momento,
por Freud mismo: 11 utilizar el poder sugestivo del médico asilar para el bien terapéutico
del paciente, justificando por tanto la intervención en el interior del hospital y salvando así
al médico y al paciente de toda posible acusación de producción de síntomas o de
simulación. Se tratará pues, utilizando la hipnosis, no de producir teatralmente la
enfermedad para corroborar el saber del médico e instaurarlo en su lugar de poder
(Charcot); sino de aplicar la hipnosis –con todos sus peligros- para demostrar con la
curación del enfermo (y no en sus síntomas) la validez de la teoría y de la terapéutica,
justificando así la intervención terapéutica y aceptando la intervención de unas relaciones
de poder, esta vez humanitaras, en el ejercicio de las actividades médicas.
Contra la utilización del poder sugestivo del médico como maniobra terapéutica que
fracasaba insistentemente en sus intentos de cura y contra la reducción ascéptica del
poder del médico en el interior del hospital que rechazaba la crisis; Freud puede articular
a la vez un saber coherente explicativo de la producción de los síntomas y unas
estrategias curativas revestidas de la asepsia necesaria para evitar las posibles
consecuencias negativas, porque lo destituyen, del ejercicio del poder del médico. El
psicoanálisis freudiano es, al decir de Foucault, una segunda forma de
despsiquiatrización: 14 no se trata de aplicar el poder sugetivo del médico sobre el cuerpo
mismo del enfermo para borrar los síntomas (reconociendo a la vez la posible simulación
del paciente y el poder ejercido por el médico), ni de reducir al máximo las
manifestaciones sintomáticas de la enfermedad para que ésta aflore en el hospital en su
desnudez diagnosticable (creyendo así llevar al mínimo las intromisiones del poder del
médico). El psicoanálisis establecerá, en el corazón del consultorio privado entre el
médico (que detenta un saber sobre el Inconsciente) y el enfermo, una relación de saber-
poder totalmente adecuada para la producción de la verdad de los síntomas. La escena
psicoanalítica será también, para Foucault, una relación táctica y estratégica de poder,
que será necesario valorar respecto al fracaso de Charcot.
Si Charcot retrocedía, paralizado y sordo, ante el relato de las histéricas; si Bernheim las
manipulaba para borrar sus síntomas; si Babinsky las medicalizaba como simuladoras
para silenciar todas sus manifestaciones patológicas con el tratamiento; Freud, por el
contrario, podía incitar a todos los neuróticos a la producción del relato de sus polimorfos
traumatismos -asignando a la confesión misma un valor terapéutico- (oreja/Freud frente al
sordo y visuel Charcot); podía acoger la multiplicidad de sus síntomas confiando en el
poder de su táctica para producirlos en su verdad (porque ninguna sintomatología del
paciente lo destituía de su lugar); y podía establecer una nueva relación con el paciente -
en el interior de la consulta privada íntima- como lugar privilegiado de ejercicio de un
poder médico específico y diferencial, espacio clínico-terapéutico en el cual el
psicoanalista podía desplegar sin contemplaciones una voluntad de saber insaciable
sobre el síntoma, espacio privilegiado de producción de la verdad.
Identificar las maniobras originarias del padre fundador, que pasan como im-pensadas
para los psicoanalistas, exige a Foucault poner a Freud en relación estrecha con el
dispositivo psiquiátrico de finales del siglo XIX. Allí donde Charcot fracasa en el hospital,
Freud se blinda en la nueva clínica: en un primer momento, la escena analítica debe
situarse en relación de ruptura con la escena-Charcot, organizando una redistribución
completa del lugar del médico y el paciente por la que es valorada por Foucault como
maniobra de despsiquiatrización. Pasaje terapéutico del interior del hospital al interior de
la clínica privada gracias al cual el psicoanálisis pone "fuera de circuito todos los efectos
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propios del espacio asilar. (Se hacía) necesario evitar ante todo la trampa en la cual había
caído la taumaturgia de Charcot; impedir que la obediencia hospitalaria se burle de la
autoridad médica y que, en ese lugar de complicidades y de oscuros saberes colectivos,
la ciencia soberana del médico no se enc(ontrara) envuelta en los mecanismos que ella
habría involuntariamente producido" 17
Freud se verá obligado, por tanto, a orquestar una redistribución total del espacio en el
que se desarrolla la relación terapéutica y deberá instaurar una serie de reglas
fundamentales de la cura que no son sino el negativo de los principios de la intervención
psiquiátrica sobre el enfermo: una nueva escena, una nueva relación y un nuevo saber
surgirán en Occidente. En efecto, de la escena neuro-psiquiátrica de Charcot con sus
histéricas hipnotizadas (maniquíes), drogadas y sexualmente parlanchinas sobre sus
traumatismos; a la escena psicoanalítica de Freud con sus enfermos arrojados en el
diván, el espacio se re-distribuye (decorado), nuevas técnicas terapéuticas afloran (sin
contactos físicos), y un nuevo saber se conforma (sobre el trauma Inconsciente) al
servicio de un poder-saber detentado por el nuevo médico (psicoanalista), un poder-saber
sin afuera y sin contestación posible. Foucault avanzará, en 1974, una valoración de las
modificaciones que Freud opera en la clínica:
permitieran ser manipuladas como maniquíes funcionales para ser confrontadas con los
enfermos traumatizados; que se inmolaran ante otros al ser utilizadas como objeto
probatorio de la veracidad del discurso del médico en la presentación de enfermos; que,
voluntariamente o violentamente, permitieran ser medicalizadas disciplinaria o
terapéuticamente cuando el médico consideraba innecesaria la manifestación de la crisis;
finalmente, que se prestaran a elaborar, en medio de la presentación del caso, el relato
del acontecimiento traumático como origen de su enfermedad. La relación entre el médico
y el enfermo en el espacio hospitalario desplegaba todos sus efectos (terapéuticos,
disciplinarios y epistemológicos) a partir de las múltiples demandas del médico. A las
solicitudes constantes de Charcot, las obedientes histéricas respondían produciendo en
cantidad y en ‘calidad’ sus síntomas, sus crisis, sus teatralizaciones, sus relatos más que
menos obscenos. En ese cuerpo a cuerpo entre el médico y el enfermo, en esa
dependencia mutua (el enfermo que ofrece su enfermedad para ser objeto de captura y
atención del médico, el médico que necesita de esos dones que justifican la intervención
y verifican su teoría), será finalmente la instancia médicas la que terminará siendo
desposeída, porque era el médico quien se hallaba en situación de dependencia en las
maniobras físicas que orquestaba: de las histéricas dependía la elaboración del saber
psiquiátrico, de ellas dependía también la corroboración del saber médico y la
entronización del médico como instancia de poder (médico neurólogo y no psiquiatra). El
placer de las histéricas por verse constituidas como objeto precioso para el médico, o
mejor, al saberse constituidas como el objeto dócil y deseable que debe corresponder y
corroborar el poder y el saber del médico, será el motor que las impulsará a introducirse,
gozosas, en el juego que el médico despliega. En esta escena teatral, en este cuerpo a
cuerpo perverso y placentero de poder-placer-saber orquestado con el fin de coronar al
personaje del médico como instancia suprema, el médico se arruina: Charcot se hace
sordo, ante lo que destituye su propio saber y desvela que no es un médico serio. Sordo
Charcot, sus discípulos no podrán negar el tipo de poder sugestivo que allí se ponía en
juego, y el falso-saber que allí se construía. Freud, por el contrario y como negativo de la
escena-Charcot, va a reducir a la mínima expresión posible la relación médico-paciente.
Por ello, para Foucault, su escena terapéutica va a centrarse únicamente y
exclusivamente en el puro nivel discursivo. Así, va a evitar por principio mantener un
cuerpo a cuerpo con el enfermo, va a negar valor terapéutico a toda manipulación o
contacto (sea para el diagnóstico, sea para el tratamiento –manipulación física, 24
hipnosis sugestiva, 25 concetración sugestiva 26-), reduciendo la demanda del médico a
una orden simple y absoluta: Freud sólo exigirá a sus pacientes que relaten todo, que
confiesen acríticamente todas sus representaciones, recuerdos, sueños, sentimientos.
Sólo en este nivel discursivo y sólo a partir de él, el saber sobre el Inconsciente que el
médico posee, capturará el origen de los síntomas, no exigiendo nada más, no incitando
a más dones sintomáticos (exigencias que habían colocado al médico psiquiatra en
situación de dependencia de los actos del enfermo). Limitando la relación y sus efectos,
Freud asegura que el lugar de poder y de saber del médico nunca será cuestionado ni
atrapado por las insidiosas maniobras del enfermo. Así, frente a la relación
epistemológica de dependencia en la que se había situado Charcot con sus incesantes
demandas y estrategias en torno al cuerpo de la histérica, la relación psicoanalítica, con
su simple exigencia discursiva aparece ahora, exenta de toda teatralización (paciente) y
mínima en sus demandas (médico), como terapéutica sintomática pura a partir de la
palabra: la verdad no aflora ya en el contacto corporal, sino en la aséptica y sutil relación
entre un cuerpo que habla arrojado en el diván y que no ve la oreja atenta que escucha lo
que dice, y un ojo-oreja que persigue sus reacciones sintomáticas. Foucault hace decir a
Freud: "(‘No te pido más que una cosa, decir, pero decir efectivamente todo lo que se te
pasa por la cabeza’)." 27 La asociación libre, técnica producida por Freud a partir de su
fracaso en el interior de la consulta al aplicar otras técnicas (hipnosis sugestiva y técnica
de la concentración sugestiva), va a impedir, en todo momento, que el psicoanalista sea
destronado de su lugar de poder-saber. 28
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del paciente. Sólo en ese ritual, sólo en esas horas semanales, sólo a nivel discursivo, le
está permitido al médico (oreja-ojo invisible que en esa hora todo lo ve y todo lo escucha,
palabra ‘en off’ que habla del paciente sobre lo que el enfermo dice o hace), sólo allí el
médico podrá ejercer un poder que debe permanecer, para el enfermo, discretamente
oculto. El poder inapresable que el psicoanalista ejerce sutilmente sobre el paciente no
tiene efecto de retorno posible, ya no hay ninguna maniobra que el enfermo pueda
realizar frente a él, salvo asumir –en el interior de la cura- la verdad de la interpretación.
Si toda negativa del enfermo frente a la interpretación verdadera del médico no es sino
producto de la propia resistencia patológica, el psicoanálisis sólo permitirá al cuerpo
inerte del enfermo arrojado en el diván dos alternativas: o bien debe avenirse a aceptar la
verdad sobre el síntoma que el médico, a través de su confesión, le manifiesta; o bien,
peor para él, romper la única relación terapéutica en la que la verdad profunda de su
deseo puede ser producida. La relación entre el médico y el paciente, como relación de
poder, será problematizada por el mismo Freud bajo el concepto analítico de la
‘transferencia’ que, como condición de la cura, mienta la adecuación entre producción de
verdad y esa nueva forma de poder escenificada en el diván: la cura será a partir de
Freud una transacción económica en todos los sentidos del término. Intercambio de la
economía de lo imaginario del lado del paciente, que debe hacer recaer sobre la figura
fantasmática (positiva o negativa) del médico sus representaciones y afectos, como una
de las condiciones de la cura. Transacción monetaria real del lado del médico, que recibe
el pago del enfermo por las maniobras terapéuticas (de efecto positivo o negativo) que
organiza; pago que impide, en todo momento, que la producción de la verdad en el
análisis se transforme en una batalla que cuestione la autoridad y el poder del médico: si
el paciente paga es porque reconoce un supuesto saber sobre el síntoma detentado por
el analista. 32 ‘Ejerceré sobre ti un poder que para curar debe ocultarse.’
b) El psicoanálisis como estrategia de reforzamiento del poder médico.
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contexto familiar y los recluía en el ámbito cerrado y comunitario del hospital, instaurando
el libre contrato como condición de una técnica que se aplica a nivel discursivo). Freud
organizará así un espacio médico privado y discreto en el que será posible "volver
adecuadas producción de verdad y poder médico" 35 conservando intacto el poder que el
médico ejercía, desde antiguo, sobre la enfermedad mental y los enfermos y haciendo de
este espacio privatizado el ámbito idóneo para que la verdad se produzca.
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Parafraseando a Foucault, podemos hacer decir a Freud frente al enfermo: ‘De tus
síntomas, tus sueños, tus disfunciones psíquicas sé muchas cosas (que tu no sospechas,
ni sabes, ni imaginas) como para reconocer que, en su gravedad, todas tus
perturbaciones se constituyen como una enfermedad con sentido (histeria, obsesión,
psicosis, neurosis, fobia). Conozco tanto (sobre lo que tu ignoras) como para saber que tu
no puedes ejercer sobre tu enfermedad y en relación con ella ningún derecho. La nueva
ciencia del deseo me permite sólo a mí identificar el origen de tus padecimientos
patológicos, y, por lo tanto, yo, el médico que detenta un saber sobre los procesos
psíquicos inconscientes, soy el único cualificado para diagnosticar tu enfermedad,
interpretar tus síntomas e intervenir sobre ellos. Pero, si te sirve de consuelo, no lo haré
sin tu ayuda. Tu me darás, libremente, la oportunidad de aplicar sobre la confesión
exhaustiva que te pido sobre ti mismo (que yo te impongo) todo mi saber interpretativo.’
Sólo ejerciendo ese discreto poder sobre el paciente, un poder médico real aplicado
sobre el sujeto (objetivado como enfermo, patologizado en sus conductas, constituido
como objeto de conocimiento) el psicoanalista podrá producir la verdad oculta del
síntoma, podrá sacar a luz la estructura fundamental de la enfermedad, podrá desvelar la
identidad más íntima del enfermo en los acontecimientos que se pierden en la infancia.
Así, finalmente, el psicoanalista podrá enfrentar al enfermo, capturado en el interior de un
juego analítico, con la Verdad –biográfica, histórica, familiar- de la Identidad subjetiva
oculta de su deseo.
Fuera de las estrategias del poder psiquiátrico, pero conservando el poder que el médico
ejerce sobre la enfermedad, el psicoanalista podrá sostener un saber y podrá incitar en el
enfermo, en el interior de la nueva relación médico-paciente, un discurso sobre la
sexualidad, un saber-científico que exige justamente un discurso que Charcot no podía ni
debía escuchar. Asumiendo el riesgo de poner fuera de circuito los efectos del asilo,
Freud maniobrará para reinvestir médicamente el cuerpo sexual de los enfermos gracias
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Si por un lado Freud retira a ciertos enfermos –identificados gracias a las maniobras
teóricas de la neuropatología- del espacio asilar en el que tradicionalmente se producían
los síntomas, se elaboraban los discursos de verdad (del lado del paciente como
respuestas a la consigna médica, del lado del saber psiquiátrico identificando una
sintomatología estable), y se alcanzaban las curas más o menos disciplinarias; por otro
lado, Freud, fuera del asilo, reconstituirá el lugar y el papel del médico desde una nueva
posición de saber-poder: evitando la dependencia del saber del médico respecto de los
síntomas visibles que demandaba constantemente al paciente, impidiendo la relación
cuerpo a cuerpo causa de todos los fracasos simulatorios de la clínica psiquiátrica,
modificando el interrogatorio asilar (en el que la credulidad del médico asignaba un ‘decir
verdad’ al enfermo) al establecer la orden estricta de ‘confesarlo todo’; recluyendo el
poder del médico en un espacio de invisibilidad y de silencio en el que nunca podía ser
capturado por las astucias o el placer del enfermo. Así, esta nueva escena analítica,
organizada como ámbito terapéutico extra-disciplinario y extra-psiquiátrico, es
conformada por Freud como espacio médico productor de verdad que supera y evita
todas las trampas en las que había caído el neuropsiquiatra de la Salpêtrière. Producir la
verdad de la enfermedad no se transformará nunca, gracias a las precauciones
terapéuticas, arquitectónicas y teóricas de Freud, en un contra poder que pueda anular o
invertir el saber-poder del médico.
Notas
2 BREUER, J. y FREUD, S. "Estudios sobre la histeria", Obras completas, Tomo II, Amorrortu, pág. 72.
El texto es publicado en 1895.
4 Ver FOUCAULT, Michel. Dits et écrits. 1954-1988, Édition établie sous la direction de Daniel Defert
et François Ewald, Gallimard, París. 1994, Cuatro Tomos, Tomo II (1970- 1975), pág. 675-686 (en
adelante DeE II) y Le pouvoir psychiatrique. Cours au Collège de France 1973-1974, Édition établie sous la
direction de François Ewald y Alessandro Fontana, por Jacques Lagrage, Ed. Haute études Gallimard
Seuil, París, 2003, pág. 323-325. En adelante Curso PS. La traducción de los textos siempre es nuestra.
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14 Ver FOUCAULT, Michel. DeE II, pág. 682 y ss. Además, Curso PS, pág. 137.
20 En la consulta privada de Freud los clientes estaban aislados espacialmente, esto es, el enfermo que
esperaba en la sala nunca podía ver o saber quién era el enfermo que estaba en el interior con el
médico, ni siquiera cuando terminaba la sesión. Concluida la hora de análisis, el cliente salía del
consultorio por otra puerta distinta a la de la sala de espera. Relatando las modificaciones que en 1908
Freud realiza de su vivienda, Jones afirma que "otra modificación más fue necesaria para que los
pacientes, al final de la hora del tratamiento, pudieran retirarse sin volver a la sala de espera, de manera
tal que raramente podían producirse encuentros entre ellos. La criada, a su debido momento, les
alcanzaba el sombrero y el abrigo." Ver JONES, Ernest. Tomo II, Cap. 24, ‘Hábitos de vida y de
trabajo’, op. cit., pág. 390.
21 "como regla, alejar al enfermo de su medio habitual y aislarlo del círculo en el que se generó el
estallido. Estas medidas no sólo son benéficas en sí mismas, sino que además posibilitan una severa
vigilancia médica y esa atención intensa del enfermo sin la cual el médico nunca conseguirá éxito
alguno en el tratamiento de histéricos." FREUD, Sigmund. "Histeria", Obras completas, Tomo I,
Amorrortu, pág. 59-60. Y es la primera medida terapéutica que toma como médico de la señora Emmy
von N., histérica, de 40 años, viuda, de familia de fortuna, es paciente de Freud en mayo de 1888. Ver
BREUER, J. y FREUD, S. "Estudios sobre la histeria", Obras completas, Tomo II, Amorrortu, Apéndice
A, Cronología del caso de la Sra. Emmy von N., pág. 311-313.
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24 A la que Freud somete, en la única presentación de enfermos que realiza, a August P. Ver FREUD,
Sigmund. "Observación de un caso severo de hemianestesia en un varón histérico.", Obras completas,
Tomo I, Amorrortu, pág. 27-34.
25 A la que somete a la Sra Emmy, luego de un análisis físico en el seno de un sanatorio privado. Ver
BREUER, J. y FREUD, S. "Estudios sobre la histeria".
26 Que aplica como parte del tratamiento a Elisabeth von R. Y a Lucy R. Ver BREUER, J. y FREUD,
S. "Estudios sobre la histeria".
28 Fracaso por no poder hipnotizar a las histéricas, fracaso por no poder hacer surgir recuerdo alguno
a partir de la imposición de manos. Frente a unas enfermas que dicen NO (no quiero ni puede
hipnotizarme, no puede provocar en mí recuerdo alguno, su técnica no sirve), Foucault incide en la
estrategia por la que Freud produce la nueva técnica de la asociación libre. Más que inscribirla en una
historia de los ‘descubrimientos’ freudianos, el genealogista debe justificar por qué Freud se ve obligado
a generar y aplicar una técnica en la que no haya contactos físicos.
32 "La noción de transferencia, como proceso esencial a la cura, es una manera de pensar
conceptualmente esa adecuación en la forma del conocimiento, el pago del dinero, contrapartida
monetaria de la transferencia, es una manera de garantizarla en la realidad: una manera de impedir que
la producción de la verdad no se vuelva un contra-poder que entrampe, anule, invierta el poder del
médico." FOUCAULT, Michel. DeE II, pág. 683.
38 Considerado por Foucault en 1977 como el texto en el que Freud inscribe la sexualidad en una
lógica del Inconsciente, insertándola en el dispositivo de alianza con el Edipo (sueños típicos). Ver
FOUCAULT, Michel. DeE III, pág. 315, 320 y 323.
39 FREUD, Sigmund. "La interpretación de los sueños", ‘Advertencia (primera edición) ‘, op. cit., pág.
15.
enfermo, ahorrándole el gasto psíquico que suponen los conflictos interiores, dándole la mejor
formación que admitan sus disposiciones y capacidades y haciéndolo así, en todo lo posible, capaz de
producir y de gozar." FREUD, Sigmund. "Dos artículos de enciclopedia: Psicoanálisis y Teoría de la
libido", Obras completas, Tomo XVIII, Amorrortu, pág. 246.
42 En el análisis que Foucault realiza de las maniobras terapéuticas y disciplinarias concertadas por
Charcot, el relato del traumatismo sexual funciona como un signo de victoria de la histérica frente al
poder del médico. "Bajo ese cuerpo neurológico, y al término de esa especie de gran batalla entre el
neurólgo y la histérica en torno al dispositivo clínico de la neuropatología, bajo el cuerpo neurológico
aparentemente capturado y por el cual se quería juzgar la locura, interrogándola en su verdad, y del cual
el neurólogo esperaba, o creía que lo había capturado en verdad, vemos que aparece un nuevo cuerpo,
ese cuerpo, no es ya el cuerpo neurológico, es el cuerpo sexual." FOUCAULT, Michel. Curso PS, pág.
324-325. El psicoanálisis se constituye, aceptando el reto de capturar aquello frente a lo que Charcot
retrocede, como una "tentativa para rodear la envoltura histérica, para reinvestir médicamente ese
nuevo objeto que ha surgido de todas partes en torno del cuerpo neurológico que los médicos habían
fabricado. (...) Forzando las puertas del asilo, dejando de ser locas para consitituirse como enfermas,
entrando en manos de un verdadero médico, es decir el neurólogo, ofreciéndole verdaderos síntomas
funcionales; las histéricas, por su gran placer, pero sin duda para nuestro pesar, han dado pie a la
medicina sobre la sexualidad." FOUCAULT, Michel. Curso PS, pág. 325.
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