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Jackie Pigeaud

Nacimiento de la Psiquiatría*
La locura es de todas las épocas. La psiquiatría es un arte (entendamos una técnica) bastante
reciente. El término psiquiatría (Psychiatere) es una invención del médico alemán Reil, el autor
de Rapsodien über die Anwendung der psychischen Curmethode auf Geisteszerrüttungen (Halle,
1803). El término aparece en Francia a partir de 1809, en la “Bibliothèque médicale” dirigida por
A. A. Royer-Collard. Sin embargo, fue a partir de 1860 que remplaza al de medicina alienista.
(Cf. Dictionnaire de la psychiatrie, bajo la dirección de J. Postel, Paris, Larousse, 1993). En lo
que concierne a Pinel, él habla del tratamiento de la alienación mental. A primera vista, parecería
entonces bastante fácil hacer la historia de algo cuyo nacimiento data de finales del siglo XVIII;
de una medicina cuyo fundador se conoce, Pinel, quien de hecho elaboró su teoría.
Desgraciadamente, esto es un profundo error. ¿Qué es, por otra parte, la historia de la psiquiatría?
Se conoce la fecha de nacimiento de la Historia de la medicina. Es la obra de Daniel Leclerc
(Historie de la médecine, 1701). Se asiste entonces al comienzo de una historia verdaderamente
historizante de la medicina, es decir, con finalidades que no están inmediatamente orientadas
hacia una práctica. Sin embargo, ese mismo período es también el del renacimiento de una
medicina que quiere tomar las vías de la historia y mantenerse como práctica histórica, que quiere
unir, de hecho, la historia y la práctica, que practica su propia historia. La historia de la medicina
ha sido por mucho tiempo una apuesta de la medicina. ¿Qué queda de ella ahora? De modo muy
evidente, la pregunta por el origen, los debates en pro o en contra del hipocratismo, el
reconocimiento y la designación de un sistema por medio de una historia antigua de la medicina
desaparecieron. Actualmente, la historia de la medicina haría entonces parte de la cultura posible
del médico, como de la de todo hombre común. La pregunta “¿En qué la historia de la medicina
es útil al médico?”, planteada por Sprengel en un ensayo en 1794, ya no tendría ahí, por fin,
sentido, y la historia de la medicina se habría convertido en una historia desinteresada, sin otro
fin que ella misma, sin otro problema que el de integrarse a una historia más general, a la historia
de las ideas, a la antropología, y vaya uno a saber. Existe al menos un campo de la medicina en
el cual la pregunta por el origen, de cualquier manera que se plantee, todavía no está solucionada.
Se trata de la psicopatología.
La psiquiatría moderna, anexo de la medicina (no existe psiquiatría antigua), es en gran parte
un objeto histórico. Se trata de una ampliación o de una especialización, dependiendo de la
opinión, del campo de la medicina. Precisamente, se puede asistir a su fundación en ese final del
siglo XVIII, en Francia, con Pinel. La psiquiatría nace al situarse en la historia. Ahora bien, cuando
Pinel mira en retrospectiva, no encuentra lugar de origen para lo que él considera como una
medicina nueva. Se queja de que no hubo historias de enfermos maníacos, en el sentido en que
Hipócrates describió tal o cual enfermedad en sus Epidemias. Fabrica, inventa un origen histórico
al reunir medicina y filosofía, Hipócrates y Cicerón, reintegrando así, con la historia estoica de
las pasiones, la cuestión del dualismo o del monismo del hombre. Los psiquiatras se ven siempre
confrontados al problema de su historia, historia de su origen, historia de sus conceptos, etc. Y
les sucede que fabrican ellos mismos su propia historia, cuando buscan su propio lugar original
mítico. Esa historia que producen y utilizan no es necesariamente la que intentan construir los
historiadores, quienes pretenden practicar una historia “historizante” de la psiquiatría. Se

* Traducción de francés: JORGE MÁRQUEZ VALDERRAMA. Correcciones: CRISTIAN ROJAS OBANDO. Para la
asignatura Prácticas discursivas 1 3008122, “Historia de la locura”, Universidad Nacional de Colombia, sede
Medellín, febrero de 2023. Fuente : Jackie PIGEAUD, «Psychiatrie», en : LECOURT, D. Dictionnaire de la
pensé médicale, Paris, PUF, 2004 : 925-930.

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encuentran exactamente en la situación de los médicos del siglo XVIII, con una historia que se
pretende desinteresada de un fin práctico y una historia fabricada por médicos. La pregunta de
Sprengel, a condición de modificarla un poco de acuerdo a esto, posee todavía un sentido pleno
y actual: “¿En qué la historia de la medicina psiquiátrica le es útil a los psiquiatras?” Esta historia
puede tener alguna utilidad si sabe jugar su papel de auxiliar, sin soñar nunca con dirigir ni
moralizar. No se conoce fundador de la Historia de la psiquiatría. Sin embargo, ¿existe, por otra
parte, una historia de la psiquiatría? Parece que lo que hay son unas historias: historia de las
instituciones, de los conceptos, de la taxonomía, de los tratamientos. Hay monografías sobre
algunos médicos. Todas esas historias son útiles y justificadas. Es difícil desentrañar lo que las
une. El artículo de Otto M. Marx, “What is the History of Psychriatry” (History of Psychiatry,
Vol. 3, Part 3, No 11, sept. 1992), recuerda cierto número de problemas. Denuncia ante todo el
mito del progreso constante. “El tema de la ignorancia y de la superstición que habrían sido
superados gradualmente por una ciencia esclarecida y familiar, y la idea de que el avance del
saber se vea acompañado de un mejoramiento progresivo de la práctica vuelve continuamente en
las historias de la medicina y de la psiquiatría. Es un mito que autoriza la mayor parte de los
escritos de historia de la medicina. Su atracción por la imagen que el médico se hace de sí mismo
contribuye al éxito del mito en el siglo XIX y a su supervivencia hasta nuestra época”. A menudo
se cree, dice Marx, en un paralelismo con el desarrollo de otras especialidades. Kornfeld, Krafft-
Ebing describieron el desarrollo de la psiquiatría como “la evolución progresiva de una
especialidad cuyo objeto sería la enfermedad mental”. “Sin embargo, el devenir de la psiquiatría
no sigue ese modelo general, y el desarrollo de la psiquiatría es mucho más difícil de trazar”.
Tampoco se podría proceder mediante añadidos. “Pues escribir la historia de la psiquiatría no
solamente exige un punto de vista particular de la concepción de la historia, sino que implica
invariablemente que hayamos definido lo que es la psiquiatría, y que tengamos alguna idea de lo
que debería ser”. Simplemente, ya no se puede marcar esta imbricación entre la historia y la
práctica. Por otra parte, escribe Marx, “Ackerknecht, (Psychopathology, Primitive Medicine and
Primitive Culture) mostró que la enfermedad mental era definida culturalmente, y reclamó que
la comprensión de las prácticas médicas se inscribiera en el contexto más amplio de las culturas
que las rodean”. Por otra parte, es evidente que la historia de la medicina es insuficiente para
aportar fundamentos a una historia de la psiquiatría. Todo lo que puedo proponer es una reflexión
sobre la manera como la psiquiatría se ha constituido y ha solucionado sus problemas en cuanto
al origen. Las cosas habrían podido ser de otra manera. Es lo que he intentado mostrar en otra
parte (en (Aux portes de la psychiathrie, Paris, Aubier, 2001). Ha habido opciones, entonces
libertad.
Pinel rechaza a Galeno. De hecho, rechaza una línea de reflexión que es también la de Gaub y
la de Cabanis, y que toma por objeto la relación entre el alma y el cuerpo (sin importar el sentido
que se le dé a la palabra alma), su influencia recíproca, la escogencia entre la moral y el
medicamento, etc., vía en la cual se había comprometido Galeno. Pinel rechaza también las
búsquedas sobre el sentido interno, el sentido íntimo. Ignora, por otra parte, un nuevo concepto,
lo que el alumno de Reil, Hübner, llama el sentido de la cenestesia (Gemeingefühl), “por la cual
el alma se representa la condición de su cuerpo, mediante el efecto de los nervios distribuidos a
través de todo el cuerpo”. La anatomía tampoco está en su línea. Claro está que cita las
introducciones de Greding y las suyas; pero lo hace para decir que eso no conduce a nada. Se ve
más atraído por la forma. Pensemos en sus reflexiones sobre Audran, Winckelmann, el Apollon
de Belvédère, Camper, etc. No hay que omitir lo que dice de la expresión de las pasiones en los
pintores. “Las pasiones, en general, son modificaciones desconocidas de la sensibilidad física y
moral cuyos caracteres distintivos solo los podemos separar y asignar mediante signos exteriores.
Por opuestas que puedan parecer algunas de ellas, como la cólera, el terror, el dolor más vivo, un
gozo súbito, están marcadas sobre todo por espasmos variados de los músculos de la cara, y se

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dibujan en el exterior por rasgos marcados cuyo estudio más profundo lo han hecho los poetas,
los escultores y los pintores de primer rango”. Es evidente que estos enunciados preparan la
iconografía de Esquirol. En las vías que se ofrecían a Pinel, rechaza finalmente el poder de la
visceralidad, retoma a Van-Helmont, de quien solo conserva, para condenarlo vigorosamente, el
baño por sorpresa. Sin embargo, hay que volver a lo que Pinel llama la historia médica de las
pasiones. “¿Puede el médico permanecer ajeno a la historia de las pasiones humanas más vivas,
cuando estas son las causas más frecuentes de la alienación del espíritu?” Ciertamente, esta
pregunta no es nueva. Y no deja de ser terriblemente difícil. El problema más delicado es el de
la introducción de las pasiones en el proceso genético de la alienación mental. De hecho, el
médico nunca ha permanecido indiferente a los efectos orgánicos de las pasiones (cf. Galeno).
Siempre ha estado atento a los productos de las pasiones violentas, que pueden ser terribles y
llegar hasta la muerte. Sin embargo, Pinel se ha interesado en fenómenos fisiológicos de la
“economía animal”. La cuestión propiamente filosófica no es, hasta ese momento, de su
incumbencia. ¿Entonces qué hay que entender por historia médica de las pasiones? Es una
expresión muy ambigua. La historia médica de las pasiones entra necesariamente como nociones
preliminares en ese Tratado; ¿cómo concebir la alienación más frecuente, la que proviene de una
exaltación más extrema de las pasiones, si no se consideran, ante todo, con cuidado, sus efectos
sobre lo moral y lo físico? Un autor inglés ya citado (Crichton) sintió vivamente esa verdad,
puesto que, en su obra sobre los alienados, trazó los caracteres y los efectos generales del gozo,
la tristeza, el temor, la cólera y el amor. Ese lenguaje aparece, a primera vista, como muy claro.
No hay ningún médico para contestar que las pasiones tales como el terror, la cólera y las demás
puedan modificar la fisiología de manera considerable. Que lo moral, por su parte, se vea también
alterado, modificado, no es una revelación. Sin embargo, la expresión de Pinel contiene cierta
vaguedad que hay que intentar discernir. ¿La historia? ¿Cuál sentido dar a ese término? Hay una
historia médica, ante todo en el sentido en que se habla de la historia de los enfermos. Según
Pinel, hay que describir las pasiones con el espíritu y en el estilo de Hipócrates, cuando éste hace
la historia de tal o cual enfermo. Habría entonces un enfoque específicamente médico de las
pasiones. Sin embargo, la formulación es tanto más arriesgada cuanto que hay una historia de las
pasiones, o más bien que la concepción de las pasiones tiene que ver con la historia. Esta
afirmación de Pinel (es al médico a quien le corresponde la historia, es decir, toda la historia, de
las pasiones) es en verdad una sacudida y solo se la comprende al captar bien el sentido de esta
apropiación. En efecto, en cierto momento se produjo una ruptura entre medicina y filosofía, a
propósito, precisamente, de las pasiones, definidas como enfermedades del alma. Lo que se está
cuestionando es la extensión del campo de la medicina. ¿Va entonces Pinel a utilizar ese
vocabulario caduco del alma y el cuerpo, después de Condillac, y en el momento en que Cabanis
utiliza un lenguaje más moderno, el de las relaciones entre lo físico y lo moral? Sin embargo, ¿es
que esto avanza las cosas desde el punto de vista de lo que yo persisto en llamar el problema del
monismo y del dualismo? La cuestión de la sede física, de la localización, en lo que concierne a
la locura, no ha avanzado. De hecho, como lo escribirá Esquirol, “que las afecciones morales,
que las pasiones tengan su sede en el corazón, en el centro frénico, en el plexo solar, en el nervio
trigémico, en los ganglios, en el cerebro, o bien que solo sean el efecto de una reacción del arco
o del principio vital, siempre ocurre que las pasiones ejercen una influencia muy enérgica sobre
las funciones de la vida y sobre nuestro entendimiento”. ¡Cuánta ambigüedad en esta conjunción
y! ¡Cómo se parece esto a una pura yuxtaposición entre una concepción que llamamos galénica
y la definición ciceroniana de las pasiones! Pues es bien esta última, por último, la que
encontramos algunas líneas más adelante en el texto de Esquirol: “El temor, que es la percepción
de un mal futuro o que nos amenaza; el terror, que es la percepción de un mal presente...” es la
definición estoica de las Tusculanas, en cuyo estudio Pinel sumergió a sus alumnos. Kraepelin
tiene razón al considerar esta etiología esquiroliana como algo confuso. La experiencia nueva del

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hospital, el espectáculo de los locos, la práctica inteligente del enfermero Pussin en la gestión
cotidiana, ofrecen un teatro admirable a Pinel. Es ahí donde se da su iluminación, cuando describe
con su lirismo discreto. “Por otra parte, penetrado yo mismo de la insuficiencia de las luces que
se pueden encontrar en los libros sobre el tratamiento de la manía, ávido de instruirme mediante
el examen atento y la aproximación de los hechos; y olvidando profundamente que un bonete de
doctor hubiera adornado mi cabeza, ponía en provecho el espectáculo de una gran reunión de
alienados sometidos a un orden regular, las escenas móviles y a veces extrañas que su delirio
hace brotar, la habilidad del vigilante para regularizar esos movimientos, y para restablecer en
casos frecuentes una razón alienada, por los únicos medios de la suavidad y de una represión
enérgica, pero sabia y humana...” La locura no es tan anárquica como parece a primera vista.
Como todas las enfermedades, presenta constantes y leyes. En consecuencia, se podrá observar,
describir y actuar, se cuenta ya con una experiencia, un uso de la locura, gracias a Pussin y a su
mujer, ciertamente; se la puede extraer también de la experiencia inglesa. Pero lo que es nuevo,
es la expresión de Pinel: “La historia filosófica y médica de las pasiones, es decir, de sus efectos
en lo moral y en lo físico”. El médico no se contentará con la historia médica. Se preocupará en
utilizar la historia filosófica y en practicarla. Es necesario que la medicina anexe el todo de la
pasión. Es evidente que Pinel no nace como un solitario, se aprovecha de un entorno y de una
actividad cultural. La philosophie de la folie de Daquin, entre otros, muestra interrogaciones de
la misma naturaleza que las de Pinel. Había sido necesario también, además del espíritu de la
época, condiciones “objetivas” para el nacimiento de esta nueva medicina. El final del siglo XVIII
ha sido un período de reflexión filantrópica y de una inmensa actividad institucional. El Rey pide
informes a las Academias. La investigación y el censo, que están entre los rasgos del “espíritu
enciclopédico”, son solicitados en cuanto a los hospitales y a la medicina que se practica en ellos.
Se viaja, se encuesta, se compara y se propone. En algunos años, toda la problemática está
servida. Los grandes responsables de esto son Colombier y Doublet, Tenon, y Pinel. En 1785, se
publicó el informe de Colombier y Doublet sobre la reforma que habría que realizar en los
hospitales (Instruction sur la manière de gouverner les insensés et de travailler à leur guérison
dans les asyles qui leur sont destinés, Paris, Imprimerie royale, 1785). De ello obtendremos dos
conclusiones. Se distinguirá entre los enfermos curables y los incurables; esto determina, en
efecto, dos especies de lugares, unos destinados a los tratamientos, los otros a contener a los
enfermos que no se someten a ellos (entendamos aquí los establecimientos de guardia reservados
a los incurables). Terrible responsabilidad. Como escribe Reil, en sus Rhapsodien, está prohibido
aceptar enfermos incurables [en las casas de cuidados]. Entonces si la Dirección los reconoce
como tales desde el comienzo, o si la incurabilidad de su estado no se manifiesta sino durante su
estadía en el establecimiento de cura, hay que transferirlos al establecimiento de guardia. Este
acto, mediante el cual los desgraciados serán por siempre librados a su destino, es tan importante
que hay que cumplirlo con el mayor cuidado y el mayor escrúpulo. La búsqueda de signos, por
los cuales el enfermo debe ser reconocido como incurable, pertenece al dominio médico. “Por
otra parte, se ve nacer la idea de una arquitectura terapéutica”. Los lugares y los cuidados
concurren juntos para el alivio y la curación del estado de los enfermos. “Estos últimos
practicarán paseos, respirarán un aire libre”, pues por insensatos que sean la mayoría de esos
desafortunados tienen la inteligencia de su cautiverio y el sentimiento de las suavidades que se
les procure.” “También, la idea fundamental es que se pretende que algo de humano subsista,
cuando no la razón, al menos ciertos sentimientos de autonomía y de bienestar. Sin embargo, el
más determinante es sin duda el informe de Jacques René Tenon (Mémoires sur les Hopitaux de
Paris, Paris, 1788). Este excelente médico se desplazó en compañía de Coulomb a Inglaterra
donde se los recibió con muchas atenciones. En cuanto a los locos, anota en una de sus Mémoires,
el Hôtel-Dieu era solamente para tratarlos; Bicêtre, La Salpetrière y les Petites Maisons para
encerrarlos, cuando eran declarados incurables”. Sin embargo, los hospitales para los locos son

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otra cosa: ejercen por sí mismos función de remedio. Es necesario que el loco, durante el
tratamiento, no sea contrariado; que pueda, en los momentos en que es vigilado, salir de su celda,
recorrer su galería, desplazarse al paseadero, hacer un ejercicio que lo disipe, y que la naturaleza
le ordena. He ahí lo que se encuentra establecido en los dos hospitales de Londres para los locos,
Bethleem y Saint Luc. Nada de todo eso existe en el Hôtel-Dieu. “[...] Un hospital es de alguna
manera una especie de instrumento que facilita la curación; pero hay esta diferencia sorprendente
entre un hospital de afiebrados y heridos y un hospital de locos curables, que el primero ofrece
solamente un medio de tratar con más o menos ventaja, según que esté más o menos bien
distribuido, mientras que el segundo ejerce por sí mismo función de remedio; pues como lo
hemos dicho, un punto esencial en el tratamiento de la locura es no contrariar a quienes se ven
afectados por ella, no privarlos de su libertad, sino cuando ellos podrían ser nocivos, por lo
demás, dejarlos a su voluntad en sus celdas, enfermerías, galerías, paseaderos, etc.” En ese
reporte que debía volverse fundador, se ve radicalizarse lo que se convierte en una teoría: el
hospital de los locos curables no debe ser un establecimiento como los demás, es un aparato de
la cura y que debe ser construido para ella. Forma parte de los remedios, cunado no es El remedio
en sí mismo. Ahí hay algo diferente a los sentimientos filantrópicos, hay un pensamiento, que
podemos considerar como queramos. Él estructurará el futuro. Para Pinel, es necesario un
establecimiento específico de cuidados. En esto sigue a Tenon. Este establecimiento responde a
reglas médicas de clasificación de las enfermedades y de distribución de los enfermos. El médico
deberá aconsejar al arquitecto. La “Ley fundamental de todo hospicio de alienados es la de un
trabajo mecánico”. Tal es el título de un capítulo de Pinel (TAM1, XXI, p. 224-226). El
establecimiento debe considerar las ocupaciones de los enfermos, el trabajo, que tiene tres
virtudes, higiénica, moral y disciplinaria, sin importar el tipo de locura, sin importar el sexo.
Como lo recuerda Calmeil, “los trabajos agrícolas y en general todos los trabajos manuales han
sido elogiados por los consejos y la autoridad de Pinel”. Se trata sobre todo del tratamiento de la
melancolía. El trabajo mecánico conviene a todos excepto a los ricos que se rehúsan a ejercerlo;
el melancólico es más apto a experimentar lo bello. Se puede tener alguna idea de los jardines
con los que sueña Pinel: “Los melancólicos se mantienen voluntariamente encerrados en sus
celdas, o erran libremente bajo cúpulas de verdor que tienen la doble ventaja de recrear su vista
y de atemperar los ardores del sol. La fuente que está en el medio de su patio les provee en
abundancia el agua que puede servir para sus necesidades y para refrescar sus estancias solitarias.
Las mujeres dementes o las que están en el declive de la manía y a las cuales el menor objeto
puede exasperarles el carácter, gozan de toda su libertad sea en los patios o en las avenidas que
les están destinadas, sea en el jardín adyacente cubierto de prados, y ya sombreado por jóvenes
tilos que van creciendo cada día”. En Zaragoza, según Pinel, se encuentra un modelo de hospicio
que será el modelo para todo el siglo XIX. Allí se encuentra “atractivo y encanto por el cultivo de
los campos, [...] instinto natural que lleva al hombre a fecundar la tierra y a satisfacer así sus
necesidades mediante los frutos de su industria. [...] Se ve a la mayoría dividirse en cuadrillas,
bajo la dirección de algunos vigilantes inteligentes y esclarecidos, expandirse con gozo en las
diversas partes de un vasto dominio cerrado, dependiente del hospicio, compartir entre ellos con
una especie de emulación los trabajos relativos a las estaciones, cultivar el trigo, las legumbres,
las hortalizas, ocuparse por turnos de la cosecha, del trillado, de las vendimias, de la recolección
de las olivas, y encontrar al atardecer en su asilo solitario la calma y un sueño tranquilo. La
experiencia más constante ha enseñado en ese hospicio que ese es el medio más seguro y más
eficaz de devolver al individuo a la razón; y que los nobles que rechazan con desprecio y altivez
toda idea de un trabajo mecánico, también tienen la triste ventaja de perpetuar sus desvíos
insensatos y su delirio.”
Pinel no se contenta con pensar en la agricultura como actividad física y fisiológica o
económica. Sueña con la relación entre el hombre y la tierra, y la glorifica. Sin embargo, en Pinel,

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eso constituye un rasgo de carácter, la ensoñación no excluye la visión “realista” de las cosas.
“Sería llenar el objeto en toda su extensión el adjuntar a todo hospicio de alienados un vasto
dominio o convertirlo en una especie de finca, cuyos trabajos campestres estarían a cargo de los
alienados convalecientes, y cuyos productos del cultivo servirían para consumo y
sostenimiento...” He ahí un programa al cual los alienistas se referirán seguidamente. Entonces,
hay que construir el asilo. Hemos visto los principios de Pinel. Sin embargo, inmediatamente
llega su alumno Esquirol. Es el responsable de los informes de los asilos de alienados (Des
Établissements consacrés aux aliénés en France et des moyens de les améliorer, 1818, retomado
en Esquirol, Maladies mentales, Paris, 1838, t. 2, p. 399), lo que revela una Francia miserable, a
él, director de Charenton, asilo que quiere organizar, autor también de un plan famoso de hospital
especializado que parece reticente a comunicar, pero que todo el mundo conoció antes de que
fuera publicado. Esquirol retoma el gran principio: el plan no debe ser dejado en las solas manos
de los arquitectos; un hospital de alienados es un instrumento de curación. M. Lebas, arquitecto,
realizó un plano a partir de sus datos. Se trata de organizar el tiempo de los enfermos mediante
el trabajo. “Convocando hacia el trabajo a los alienados, se distrae a estos enfermos, se detiene
su atención en temas razonables, se los reduce a hábitos de orden, se activa su inteligencia, y se
mejora la suerte de los más indigentes. [...] Se ocupa a los alienados en los trabajos domésticos,
en el cultivo de los jardines, en la agricultura; como se lo hacía [...] en Saragoza; como lo hacía
hacer Langermann en Bayreuth; como lo hacía un finquero de Escocia del que habla Pinel. [...]
Si esas ocupaciones no convienen a la gente rica, se les debe procurar distracciones análogas a
su educación; ponerlos a que hagan gimnasia y juegos que ejerciten sus músculos”. Esquirol no
es el único en reflexionar sobre la arquitectura asilar. Por ejemplo, B. Desportes, quien insiste en
algunos principios importantes, apuntaba a diferenciar el asilo de una prisión, imponiéndole una
estética. (Programme d'un hôpital consacré au traitement de l'aliénation mentale pour 500
malades des deux sexes. Proposé au Conseil géneral des hôpitaux et hospices civils de Paris
dans sa séance du 5 mai 1821, publicado en 1824). El jardín calma la fisiología y la imaginación.
Es necesario, en cuanto sea posible, hacer desaparecer la idea de una prisión o de una reclusión
forzada, ocultando los muros mediante masivo verdor, mediante cercos vivos, lilas, o mediante
árboles verdes. Todo el tratamiento moral se reduce a aprovechar impresiones que debe
experimentar el alienado desde su admisión hasta su salida, y graduar así los efectos según los
períodos y los caracteres de su locura.
Entonces hay que hablar de Parchappe, el “Napoleón de los asilos”, y de los debates que
surgieron en la segunda mitad del siglo XIX. La obra de Parchappe es fundamental (Des principes
á suivre dans la fondation et la construction des Asiles d'Alienés, Paris, 1853. Cf. también
Discours de Parchappe dans la discussion sur les différents modes d'assistance des aliénés,
Paris, 1865). Contrariamente a algunas tendencias, la finalidad del trabajo no debe tener como
prioridad el objetivo económico. El trabajo debe ser, ante todo, dice Parchappe, un bienestar. La
explotación es segundaria. “Los jardines para paseos deben estar situados por fuera de los
edificios, en la periferia del establecimiento; deben corresponder exclusivamente cada uno al
edificio de la sección del cual forma parte; y en las secciones diferentes a las de los alienados
agitados, epilépticos y sucios, y deben, por uno de sus lados, terminar por un foso que permite a
la vista extenderse más allá del paseo.” El asilo está reservado a los pobres; puede tener
pensionados, pero no ricos.
Los debates están ligados a la concepción y al papel de los trabajos en el hospicio. Se organizan
en torno al problema de las colonias y de lo que se ha llamado el “mito de Gheel”. Se trata de
una tradición secular que distribuye a los enfermos entre los habitantes de la aldea. ¿Es la colonia
la solución del asilo? Ella es al mismo tiempo un germen destructor. Como lo subraya Parchappe,
se pierde la esencia del asilo, que es el principio afirmado desde Tenon, el asilo como remedio
en sí. Es imposible, por ejemplo, pensar el jardín asilar por fuera de la concepción del asilo de la

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cual depende y que al mismo tiempo reproduce, en lo concerniente a la clasificación de los
enfermos, la separación de los sexos, la distinción de los personales y de las clases sociales. Hay
que estar en guardia, pues por interés podría suceder, de que no se retenga a los enfermos curados
como mano de obra barata. Ver los ataques de Türck, que refuta a Parchappe: los trabajos
excesivos matan a los alienados en los asilos. Los directores se aprovechan del trabajo de los
alienados válidos y conservan a los válidos curados. Suaviter in modo, fortiter in re. Esas palabras
de Ferrus resumen bastante bien la función del jardín, que es también la de disimular la prisión.
El horizonte no debe estar limitado; de ahí la importancia del foso que protege la perspectiva.
Habría que tener el tiempo, lo que ha hecho Claude Quétel, de estudiar la ley de 1838 y los
informes que fueron redactados sobre su funcionamiento. Habría que estudiar el papel de esos
dos conceptos que Esquirol ha reinventado y a los cuales ha dado una función esencial para el
diagnóstico, la ilusión y la alucinación, entre los grandes alienistas como, entre otros, Moreau de
Tours, Lélut, Brierre de Boismont, en el siglo XIX.
Para concluir una exposición tan rápida, sería necesario marcar los límites teóricos de esta
exposición. Lo que he hecho aquí, a lo sumo: me detengo a mediados del siglo XIX. En efecto,
hay que considerar largamente la construcción de este aparato complejo de la institución y de la
ideología. La continuación no podría resumirse. Es evidentemente un escándalo no evocar a
Charcot, no ver llegar el nombre de Freud, ignorar la fenomenología... Eso no puede ser asunto
para una sola persona. La historia del período contemporáneo, por su parte, debe volverse objeto
de médicos arrancados al ejercicio de la historia, o que colaboran con historiadores. Es una
cuestión de ética y de deontología. Sin embargo, ¿qué historiadores practican cuál historia? ¿Una
historia de las instituciones? ¿Una historia de las ideas? ¿Son filósofos, etnólogos, sociólogos?
Todos esos intentos son legítimos. La historia de las enfermedades, la de las clasificaciones o sea
la de los diagnósticos, del funcionamiento de las instituciones, de los tratamientos y su evolución
a veces tan rápida, supone una competencia práctica. Sobre el largo plazo, ¿los problemas
fundamentales han cambiado tanto? ¿No existen resistencias y lentitudes que provienen de una
larga historia? Esta no es una pregunta polémica. Pienso que la larga duración debe ser
interrogada, y que se debe volver, de vez en cuando, a la formación, a los nudos que parecen
entonces desatarse mientras que otros se refuerzan. Algunas reflexiones entonces para terminar.
Estas conciernen al período contemporáneo. La historia de la psiquiatría parece mantenerse en
buena forma, en los libros y en las revistas. Sin embargo, ¿a quién se dirige? A veces escucho
hablar a los estudiantes que se destinan a la profesión psiquiátrica y que reclaman una enseñanza
de su historia (cf. por ejemplo, la revista Psychiatrie francaise y su número consagrado a la
formación del psiquiatra, marzo del 2000).
También hay que reflexionar sobre las fronteras. Dos artículos de Ch. Brisset me parecen
particularmente significativos. Uno se titula “Por una psiquiatría de la convivialidad”, el otro
“Psiquiatría y medicina” (vueltos a publicar en Psychiatrie francaise, 1999, “Treinta años
después”. Se consultará también el Livre Blanc de la Psychiatrie francaise, 2 vol., 1965-1966).
El subtítulo del segundo artículo es elocuente y muy cierto: “La necesidad psiquiátrica desborda
la psiquiatría”. ¿Quién va a ocuparse de los “enfermos crónicos” de los “condenados a término”,
de los “funcionales”, de aquellos “que no tienen nada”, de los dejados de lado, de los solitarios,
de los “pequeños mentales”... de los enfermos llamados “simples” o “funcionales”, o
“imaginarios”? El número de psiquiatras nunca será sufieciente. El médico general, desbordado,
enviará a su paciente donde el psiquiatra como donde un especialista ordinario, si me atrevo a
decir. El psiquiatra se acerca al neurólogo, al biólogo, todas disciplinas que han logrado progresos
fantásticos.
Ciertamente, la historia de la psiquiatría no se confunde con la historia de la locura. Habrá que
estudiar los archivos, reintroducir al enfermo. Kraepelin experimenta “la necesidad de una mirada
retrospectiva”, la necesidad de escribir, en 1917, una corta historia de la psiquiatría (cf. Cien años

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de psiquiatría, seguido de La locura maniaco-depresiva, traducción de M. Géraud, Bordeaux,
1997). “Ante la enormidad de las tareas que nos incumben, ante la oscuridad impenetrable que
envuelve los procesos sutiles de nuestro cerebro y las relaciones que tejen con las manifestaciones
psíquicas, ante la insuficiencia de los medios de que disponemos para responder a preguntas de
una complejidad extrema, incluso los más confiados podrían dudar de que un progreso notable
de nuestro saber sea simplemente posible...” Ahora bien, Kraepelin está profundamente
convencido de que el progreso avanza necesariamente. Evoca la opinión de Reil sobre las casas
de locos, el informe de Esquirol de 1818. El siglo XIX no es tan brillante. Evoca los medios de
coacción, los castigos corporales... La camisa de fuerza y además la silla y la cama de fuerza;
pero también el olor de las salas de alienados, descrito por van Swieten y Boerhaave. Friedreich
considera ese olor incluso en 1836 como uno de los signos de la locura. Vuelve sobre el martirio
de los alienados y la humanidad de Pinel. Finalmente, saca una conclusión negativa sobre esa
medicina del siglo XIX, con gérmenes de progreso. ¿Antigüedades? No hace mucho tiempo que
los medicamentos vaciaron considerablemente los hospitales especializados, que sus rejas se
abrieron.

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