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Realizar un texto que toque los siguientes temas (un solo texto integrado) – semana 3

 Identificar y explicar los aspectos de la economía peruana más resaltantes de este periodo
 Evaluar, con sus propias palabras, si se puede afirmar que las empresas exportadoras se volvieron "menos nacionales".
 Explicar la situación del mercado laboral durante la República Aristocrática.

 Por el lado económico, los gobiernos civilistas propiciaron el desarrollo de las exportaciones, que se vieron alentadas en dichos años
por la demanda de los nuevos países europeos que accedían a la industrialización y la apertura del Canal de Panamá. Al azúcar,
algodón y cobre se añadieron el caucho de la Amazonía, el petróleo, las lanas del sur andino, el café y la cocaína (que hasta 1911 fue
una exportación legal, por sus aplicaciones terapéuticas y medicinales).

 La explotación de las materias primas demandó capitales que comenzaron a provenir del extranjero, con la consiguiente
desnacionalización de las empresas. La Cerro de Pasco Corporation y la International Petroleum Company desarrollaron gigantescas
explotaciones en la sierra central y la costa norte, respectivamente, erigiendo los típicos “company towns” que la literatura social
denunciaría más tarde como enclaves imperialistas. Las haciendas azucareras y algodoneras permanecieron en su mayor parte en
manos de hacendados nacionales (muchos eran descendientes de inmigrantes), pero para la comercialización de sus cosechas
dependían en ocasiones del crédito de las casas mercantiles extranjeras.

 Las empresas dedicadas a la exportación crecieron en tamaño. Se volvieron “más burguesas a condición de ser cada vez menos
nacionales”, como anotó el historiador Heraclio Bonilla. Implantaron procesos de trabajo más eficientes en cuanto al producto
conseguido por cada trabajador empleado o por cada dólar invertido, pero no demandaban insumos nacionales o de otros sectores,
como en la época de los arrieros. El transporte de la caña de azúcar hasta los ingenios fue mecanizado, al tiempo que éstos
comenzaron a usar motores en vez de mulas o bueyes; grandes máquinas desmotadoras separaban el algodón de la semilla en las
plantaciones.

 Estas transformaciones volvieron el sector exportador menos nacional, no solo porque ocurrieron en gran medida bajo la
conducción de capitales extranjeros, sino porque la moderna tecnología desempleo muchos recursos internos que hasta el
momento habían conseguido que las exportaciones transmitiesen efectos multiplicadores al resto de la economía. Los ganaderos de
Huancavelica que producían llamas para el transporte de los minerales; los talabarteros de Huamanga, Tarma y Jauja que fabricaban
las riendas, alforjas y aparejos de los animales; los arrieros que conducían los productos, así como lo veterinarios, salineros y
artesanos que colaboraban hasta los inicios del siglo XX con la actividad exportadora quedaron desenganchados del crecimiento
económico. Sólo con muchas dificultades conseguirían algunos reciclarse como trabajadores ferroviarios u obreros modernos en las
unidades productivas.

 La adopción de nueva tecnología ocurrió también porque la bonanza exportadora demandó miles de trabajadores que, al comienzo,
el país no estuvo preparado para proveer. La falta de hombres dispuestos a vender cotidianamente su trabajo a cambio de un
salario había sido un problema crónico en el Perú desde la época colonial. En el siglo XIX la quietud de la economía, desgarrada
apenas por la locura del guano y la fiebre constructora de los ferrocarriles, no logró impulsar la formación de un mercado laboral.
Esclavos africanos hasta 1854, coolíes chinos primero y japonés después atendieron hasta los inicios del siglo XX las demandas
laborales que esporádicamente hizo el sector empresarial. El auge exportador de las primeras décadas del siglo XX cambiaría este
panorama. La transición fue complicada y lenta. Los empresarios debieron recurrir al empleo de enganchadores, unos hombres que
de ordinario eran comerciantes o autoridades políticas locales y que procuraban atraer a campesinos de los pueblos al trabajo en las
haciendas o minas. Los campesinos no tenían muchas necesidades monetarias que los impulsasen a buscar salarios. Su consumo era
ascético y limitado a los bienes de la propia economía rural.

 Los enganchadores desarrollaron la práctica de adelantar regalos e incluso salarios a los potenciales operarios. Hablaban cosas
estupendas de los lugares de trabajo, consiguiendo con estas artes conducir un buen número de hombres a las empresas
exportadoras. Una vez en el lugar de trabajo los campesinos no siempre se acomodaron a las condiciones reales, surgiendo disputas
entre los trabajadores, los enganchadores y los empresarios. Dada la escasez de mano de obra, éstos trataban de retener a los
trabajadores, incluso cuando su contrato (éstos pactaban periodos de sólo seis a 12 semanas) ya había terminado. Para ello
inventaban deudas o incentivaban a los operarios a tomarlas, instalando bazares de bebidas y alimentos en los campamentos.

 El enganche se convirtió así en un tema de denuncia social. Los casos más graves de abuso de los trabajadores ocurrieron en las
plantaciones de caucho de la Amazonía, donde el Estado carecía de presencia. Los nativos eran ahí esclavizados y forzados a trabajar
bajo amenaza de castigos físicos. Lentamente, los enganchados aprendieron a ser obreros dóciles y disciplinados ya apreciar las
ventajas de un empleo estable que les rendían un salario monetario. Al final de la primera Guerra Mundial los obreros contratados
por la economía de exportación sumaban alrededor de 150000 hombres, que incluidas sus familias se acercaban al millón de
personas. Añadido a este número el de los trabajadores que indirectamente creaba el sector de exportación, como el de las tiendas
de comercio en las ciudades y los empleados públicos, podríamos decir que una mitad de la población peruana quedaba inscrita
dentro de la modernidad.

 Bibliografía

Contreras, C. y Zuloaga, M. (2014). Historia mínima del Perú. México, D.F.: Turner, El Colegio de México. Páginas 214-217.

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