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IES Nº1 “Dra.

Alicia Moreau de Justo”


Seminario: “Hacia una pedagogía de la resistencia y la
decolonialidad: otra manera de pensar Nuestra América”
Curso de extensión académica, segundo cuatrimestre 2021

Docentes: Chiaradía, Esteban


García, Daniela Camila

Una intro al pensamiento de Rodolfo Kusch

Rodolfo Kusch fue un filósofo argentino (1922-1977), hijo de padres alemanes,


docente de filosofía en escuelas medias y universidades, formado dentro del cánon
académico. Más allá de los datos que pueden encontrar en cualquier reseña
bibliográfica, nos interesa distinguir particularidades de su obra y de su metodología
que lo hacen un autor distinto, raro, un maldito de la filosofía.

La seducción de la barbarie, publicada en 1953, es la primera obra que ve la luz y,


ya desde su título, da cuenta de una dicotomía fundamental para pensar la identidad
americana: “civilización y barbarie”; estas
nociones son repensadas por Kusch y
puestas al servicio de pensar lo americano
desde una perspectiva diferente a cómo
se piensa desde la academia y las
grandes ciudades. Si bien comienza su
prolífica obra en Buenos Aires, lleva a
cabo viajes a distintos lugares del altiplano
donde, en 1976, se instala definitivamente
Ilustración 1 Rodolfo Kusch, viaje a Bolivia
con la que era su esposa,

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específicamente en Maimará, en la provincia de Jujuy. Es allí que a partir de conocer
a los integrantes de la comunidad y participar de sus costumbres, emplea lo que
podríamos llamar una metodología más antropológica: con un grabador y cámara
fotográfica toma registro de lo que le dicen sus “informantes” y es a partir de estas
vivencias que sistematiza su filosofía, entre medio de libros de Heidegger, Jung, de
otros argentinos como Astrada, tomando en las chicherías y bailando en el carnaval.

En América Profunda -obra publicada en 1963- en su exordio, Kusch busca la


definición de ‘lo americano, en su dimensión humana, social y ética’ a partir de una
convicción central, que resultará fundamento a lo largo de su obra: se trata de la
continuidad del pasado precolonial en el presente americano, más allá de que ahora
esté ‘poblado de inmigrantes’. La investigación universitaria ignora en su mayor
parte, dirá Kusch, esta continuidad fundamental. Lo que se propone entonces es
una ‘aventura al margen de la cultura oficial’. La perspectiva desde la que propone
abordar esta búsqueda es la siguiente: ‘En América se plantea ante todo un
problema de integridad mental y la solución consiste en retornar al mundo antiguo
para ganar la salud.’ Con evidentes influencias del psicoanálisis –que tomará no
tanto de Freud, sino de Jung, por la importancia que este último da a la religión y a
los arquetipos y la concepción de inconciente colectivo- Kusch propone este retorno
porque ese mundo antiguo, si continúa siendo ignorado, maltratado, destruido,
resultará una continua fuente de trauma psíquico y social. En este sentido, el autor
afirma que es necesario comprender que la clave no está en arreglar a América sino
en someterse a ella. Afirmaciones de este tipo, interpelantes, polémicas, son
comunes en toda su obra, y esperables siempre que la intención es remover
estructuras coloniales arraigadas, las de la pedagogía oficial. ¿Qué nos querrá decir
con qué debemos “someternos” a América? “Sometimiento”, una palabra tan
denostada siempre para nuestra cultura occidental; se trata justamente de des-
enrollar, de poder visibilizar esa mitad de humanidad que ocultamos los americanos
occidentalizados, y que gravita desde el suelo, desde las profundidades de América.

Ahora bien, ¿Cuál es la propuesta de Kusch para pensar este continente? El autor
nos dice que a partir del trabajo con las comunidades consiguió una intuición: los

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dos polos americanos, el ser y el estar. El ser es el plano de lo que arriba con la
conquista, relacionado con la actividad burguesa del siglo XVI europeo; el estar, la
cultura americana precolombina. Ambas conforman las ‘dos raíces profundas de
nuestra mente mestiza’.

En la introducción, Kusch da cuenta de una experiencia vivida en carne propia: su


entrada a la zona de la iglesia de Santa Ana de Cuzco como la entrada a otro
mundo, o más bien, un mundo otro que el de la ciudad. Y allí, dos cosas se
combinan: el hedor, como algo profundamente distinto a la pulcritud citadina, y el
temor. ‘El paisaje, el clima, el borracho de chicha, la chola que vende sentada en el
suelo, el mendigo, resultan extraños, hostiles, nos producen inseguridad’, dice
Kusch; la única defensa está en pensar que uno está limpio y el otro es el sucio, el
hediento. Ese hedor que no entendemos y que despierta aversión; que está en las
villas miseria, en las favelas y en cualquier manifestación popular.

La solución que ha adoptado la filosofía y la historia y nuestra primera actitud como


pulcros, cuidadanos, empleados, psicoanalizados, académicos, está en lavarle el
rostro sucio a América: ese es el juicio de los algunos próceres, de los pedagogos,
de los que han buscado y
buscan transformar América
en Europa. Desde ahí se armó
una oposición irremediable: ahí
aparecieron dice Kusch, Tupác
Amaru, Rosas, Peñaloza,
Perón, (¿Maradona? Podemos
pensar nosotros) como signos
salvajes del hedor. Es la Ilustración 2 17 de octubre de 1945, una multitud de trabajores/as exigen la
libertad de Perón y se refrescan con "las patas" dentro de una de las fuentes de
dimensión política de este, que Plaza de Mayo

aparece como reacción al intento –nunca logrado- de lavarle la cara a América, de


querer enterrar el pasado americano y convencerse de este ha quedado atrás para
siempre, de allí, surgen los signos de lo hediento, como gestores culturales y
políticos de lo popular.

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¿Qué implicaría retomar el antiguo mundo, reconocer esa mitad de nuestra
humanidad que invisibilizamos, como Kusch nos propone? Implicaría revivir un
mundo aparentemente superado –y con él un miedo antiguo que se buscó tapar con
el progreso y la civilización. Es un miedo primitivo, a lo inesperado, a aquello que
no podemos controlar, a la tormenta imprevista, a que se nos presenten los
demonios, en fin, a reconocernos hedientos. En la introducción de América
Profunda, el autor relata como un mendigo en el Cuzco le pide una limosna y de
repente, aparece el malestar. ¿Nos ha sucedido? Hagamos el ejercicio de pensar
qué sensaciones nos atraviesan en situaciones como la descripta. A esta sensación,
dirá Kusch, no logramos identificarla, nos sentimos desarmados, desenmascarados
y humillados: el mendigo es el que nos humilla porque en el fondo tenemos
escondido lo mismo que él indio lleva. Sólo que él no lo lleva escondido. El miedo y
la humillación aparecen con esta amenaza de perder las pocas cosas que se tiene
(los bienes materiales, el patrón, la policía, la ciudad, los próceres) porque fuera del
patio de los objetos, no hay diferencia entre nosotros y el indio. Este, busca
identificarse con el medio y está inmerso en un mundo que necesita ser conjurado
para funcionar, que busca soluciones políticas y económicas de amparo y
comunitarias. Nosotros creemos en la meritocracia, en la ciencia como único
conocimiento indubitable y en la bondadosa idea de transformar el mundo,
sometidos al “gran plan” de una burguesía europea, siempre tensos, en una ciudad
amurallada, desconociendo esa mitad de humanidad que es América y que somos.
El indio, pero no solo el indio sino el pueblo, lo popular, no sigue el gran plan: cree
en la magia para la buena cosecha, mete las patas en la fuente y hace asado con
el parquet. En definitiva, no sigue el “gran plan” porque ya tiene uno propio.

El problema de América es así psicológico, en tanto se cree que se ha superado


aquello que solo está enterrado. El miedo actúa de este modo desde el inconsciente:
el miedo a quedar atrapados en lo americano.

La oposición entre ser y estar tiene una salida: lo que Kusch llama fagocitación, es
decir, la absorción de lo pulcro de Occidente por las cosas de América, retomando
un equilibrio y reintegración. Todo lo puro ha de ser contaminado por su opuesto:

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eso es la fagocitación. Así nacen los que llamamos los símbolos de lo hediento,
como conciliadores de opuestos. La vida y la muerte, lo blanco y lo negro, el día y
la noche… Eso es la sabiduría de América.

La crítica kuscheana a la pedagogía desarrollista de Paulo Freire

Como sabemos, uno de los pensadores latinoamericanos más importantes que ha


pensado en una pedagogía alternativa, popular es Paulo Freire. Este creía que la
educación era el medio para la
liberación. Sin ahondar en los
conceptos propios de la pedagogía de la
liberación podemos decir que esta
propone la educación como
“desalienante”. Esta es práxis, es acción
que modifica al sujeto y a su vez, el
sujeto modifica al mundo que lo rodea.
Ilustración 3 Paulo Freire
En la década del ’60 Freire piensa en un
nuevo método para alfabetizar a las masas campesinas de Brasil, y lo logra en gran
medida. Dicho método parte de la idea de diálogo, en el cual el educando no es
pasivo, no es un mero receptor, sino que es protagonista de su proceso de
concientización y, a su vez, enseña también al educador, a partir de sus
conocimientos previos; el hombre no es una tábula rasa.

La teoría freireana es cuestionada por Kusch, podemos decir que este se atreve a
lo que muchos pensadores del momento no, “corre por izquierda” a Freire. En
Geocultura del hombre americano, una obra de 1976, Kusch hace una crítica al
desarrollismo en general y menciona a Freire como parte de esa corriente. Allí dice
que lo que el desarrollismo hace es intentar incluir al hombre en una dinámica
ciudadana desde la externalidad, dejando afuera lo interior, privándolo de lo que
llama el domicilio existencial. Uno de los puntos centrales de la teoría freireana, es
la dicotomía hombre-naturaleza y la idea de transformación de la última como

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misión, con la cual el hombre alcanza su realización. Esta idea, dice Kusch, es
antigua: desde Comte, pasando por Marx han hecho de la misma la base de nuestra
cultura occidental. Sin embargo, esta idea es, para el autor, un mito; no existe una
absoluta conciencia de que el hombre esté destinado a transformar la naturaleza, la
verdad es que esta solo es usada para el consumo interno de la sociedad humana.
Así, la idea de situarse como transformadore de la naturaleza es una psicosis
colectiva de la burguesía sudamericana, cuyo fin es canalizar la tremenda sensación
de inseguridad que la ciudad nos genera.

Freire pretendía el progreso desde la educación, Kusch dice a esto que no se puede
educar en general, sino que se educa a alguien para que este se adapte a una
comunidad y al sentido de realidad que le es propio, y que, por tanto, cuando se
inculca al campesino el ideal dinámico de la transformación de la naturaleza tal
como invita Freire, este ideal de educación solo sirve para la cultura occidental y
nada más. Freire, dice Kusch, se olvida de que toda educación tiene un hondo
sentido local. Según el autor, para que exista desarrollo, tiene que haber un
despliegue de la subjetividad, del carácter interno, es un “des-enrrollamiento”,
justamente, de algo que está “arrollado”.

Bajo estas consideraciones, Freire


aparenta tener una solución universal
para la educación, y con la intención de
encontrar un método crítico lo que hace
es imponer ese método al campesino. Si
pensamos que existe un método capaz de
alcanzar una dimensión objetiva común,
caemos en modo de colonialidad del
saber, e invalidamos otros modos de
producción y difusión del conocimiento. Ilustración 2 Kusch en Maimará, Jujuy.
Freire, dice Kusch, parece no tener en
cuenta el código cultural que prevalece en cada pregunta y respuesta de esos

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sujetos a los que se propone educar, así occidentaliza al campesino con su ideal
educativo. En este sentido, si se intenta aplicar el método crítico como una receta,
este se convierte en un mero dispositivo formal sin asidero. La cuestión es, quizás,
no crear una pedagogía para los oprimidos, como donación, sino desde los
oprimidos.

La pregunta que, desde la perspectiva kuschena, podemos hacernos es ¿por qué


el campesino debería cambiar su método? La respuesta que da el ideal educativo
freireano es que debería hacerlo para sustituir el pensamiento mágico por el
científico, aquel que le permite aggionarse para dejar de ser explotado. Y esta
invitación de Freire, dice Kusch, genera resistencias que no provienen de la falta de
conciencia crítica o de alienación, sino en que la propuesta no responde a un código
cultural propio, en el cual el campesino se siente amparado por la comunidad y la
historia, por su domicilio existencial. Este, en definitiva, se resiste a seguir el “plan
de la humanidad” porque ya tiene uno propio.

Sugerencias biblio-videográficas

• Kusch, R., (2000), América Profunda, Obras Completas, Tomo II, Editorial
Ross, Rosario.
• Kusch, R., (1976), Geocultura del Hombre Americano, Editorial Fernando
García Cambeiro, Buenos Aires. pp.72 -90.
• Audio La fe de los antiguos:
https://www.youtube.com/watch?v=czhAGBauF7U&t=157s

Daniela García y Esteban Chiaradía, noviembre de 2021.

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