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específicamente en Maimará, en la provincia de Jujuy. Es allí que a partir de conocer
a los integrantes de la comunidad y participar de sus costumbres, emplea lo que
podríamos llamar una metodología más antropológica: con un grabador y cámara
fotográfica toma registro de lo que le dicen sus “informantes” y es a partir de estas
vivencias que sistematiza su filosofía, entre medio de libros de Heidegger, Jung, de
otros argentinos como Astrada, tomando en las chicherías y bailando en el carnaval.
Ahora bien, ¿Cuál es la propuesta de Kusch para pensar este continente? El autor
nos dice que a partir del trabajo con las comunidades consiguió una intuición: los
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dos polos americanos, el ser y el estar. El ser es el plano de lo que arriba con la
conquista, relacionado con la actividad burguesa del siglo XVI europeo; el estar, la
cultura americana precolombina. Ambas conforman las ‘dos raíces profundas de
nuestra mente mestiza’.
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¿Qué implicaría retomar el antiguo mundo, reconocer esa mitad de nuestra
humanidad que invisibilizamos, como Kusch nos propone? Implicaría revivir un
mundo aparentemente superado –y con él un miedo antiguo que se buscó tapar con
el progreso y la civilización. Es un miedo primitivo, a lo inesperado, a aquello que
no podemos controlar, a la tormenta imprevista, a que se nos presenten los
demonios, en fin, a reconocernos hedientos. En la introducción de América
Profunda, el autor relata como un mendigo en el Cuzco le pide una limosna y de
repente, aparece el malestar. ¿Nos ha sucedido? Hagamos el ejercicio de pensar
qué sensaciones nos atraviesan en situaciones como la descripta. A esta sensación,
dirá Kusch, no logramos identificarla, nos sentimos desarmados, desenmascarados
y humillados: el mendigo es el que nos humilla porque en el fondo tenemos
escondido lo mismo que él indio lleva. Sólo que él no lo lleva escondido. El miedo y
la humillación aparecen con esta amenaza de perder las pocas cosas que se tiene
(los bienes materiales, el patrón, la policía, la ciudad, los próceres) porque fuera del
patio de los objetos, no hay diferencia entre nosotros y el indio. Este, busca
identificarse con el medio y está inmerso en un mundo que necesita ser conjurado
para funcionar, que busca soluciones políticas y económicas de amparo y
comunitarias. Nosotros creemos en la meritocracia, en la ciencia como único
conocimiento indubitable y en la bondadosa idea de transformar el mundo,
sometidos al “gran plan” de una burguesía europea, siempre tensos, en una ciudad
amurallada, desconociendo esa mitad de humanidad que es América y que somos.
El indio, pero no solo el indio sino el pueblo, lo popular, no sigue el gran plan: cree
en la magia para la buena cosecha, mete las patas en la fuente y hace asado con
el parquet. En definitiva, no sigue el “gran plan” porque ya tiene uno propio.
La oposición entre ser y estar tiene una salida: lo que Kusch llama fagocitación, es
decir, la absorción de lo pulcro de Occidente por las cosas de América, retomando
un equilibrio y reintegración. Todo lo puro ha de ser contaminado por su opuesto:
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eso es la fagocitación. Así nacen los que llamamos los símbolos de lo hediento,
como conciliadores de opuestos. La vida y la muerte, lo blanco y lo negro, el día y
la noche… Eso es la sabiduría de América.
La teoría freireana es cuestionada por Kusch, podemos decir que este se atreve a
lo que muchos pensadores del momento no, “corre por izquierda” a Freire. En
Geocultura del hombre americano, una obra de 1976, Kusch hace una crítica al
desarrollismo en general y menciona a Freire como parte de esa corriente. Allí dice
que lo que el desarrollismo hace es intentar incluir al hombre en una dinámica
ciudadana desde la externalidad, dejando afuera lo interior, privándolo de lo que
llama el domicilio existencial. Uno de los puntos centrales de la teoría freireana, es
la dicotomía hombre-naturaleza y la idea de transformación de la última como
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misión, con la cual el hombre alcanza su realización. Esta idea, dice Kusch, es
antigua: desde Comte, pasando por Marx han hecho de la misma la base de nuestra
cultura occidental. Sin embargo, esta idea es, para el autor, un mito; no existe una
absoluta conciencia de que el hombre esté destinado a transformar la naturaleza, la
verdad es que esta solo es usada para el consumo interno de la sociedad humana.
Así, la idea de situarse como transformadore de la naturaleza es una psicosis
colectiva de la burguesía sudamericana, cuyo fin es canalizar la tremenda sensación
de inseguridad que la ciudad nos genera.
Freire pretendía el progreso desde la educación, Kusch dice a esto que no se puede
educar en general, sino que se educa a alguien para que este se adapte a una
comunidad y al sentido de realidad que le es propio, y que, por tanto, cuando se
inculca al campesino el ideal dinámico de la transformación de la naturaleza tal
como invita Freire, este ideal de educación solo sirve para la cultura occidental y
nada más. Freire, dice Kusch, se olvida de que toda educación tiene un hondo
sentido local. Según el autor, para que exista desarrollo, tiene que haber un
despliegue de la subjetividad, del carácter interno, es un “des-enrrollamiento”,
justamente, de algo que está “arrollado”.
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sujetos a los que se propone educar, así occidentaliza al campesino con su ideal
educativo. En este sentido, si se intenta aplicar el método crítico como una receta,
este se convierte en un mero dispositivo formal sin asidero. La cuestión es, quizás,
no crear una pedagogía para los oprimidos, como donación, sino desde los
oprimidos.
Sugerencias biblio-videográficas
• Kusch, R., (2000), América Profunda, Obras Completas, Tomo II, Editorial
Ross, Rosario.
• Kusch, R., (1976), Geocultura del Hombre Americano, Editorial Fernando
García Cambeiro, Buenos Aires. pp.72 -90.
• Audio La fe de los antiguos:
https://www.youtube.com/watch?v=czhAGBauF7U&t=157s