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¿Qué es la filosofía política?

Es la rama de la filosofía que sopesa los méritos y defectos de los distintos órdenes
políticos, tales como el liberal, el democrático, el social democrático y el fascista. El
filósofo político nos dice qué regímenes favorecen los intereses de las mayorías y cuál
es los de las minorías; qué gobiernos protegen los derechos y cuáles los restringen; qué
Estados promueven el progreso y cuáles lo obstaculizan. Además, y por esto hace
filosofía antes que ideología, el filósofo político procura dar argumentos en favor o en
contra de los distintos órdenes sociales. Por ejemplo, nos dirá que la libertad
incontrolada del individuo es tan enemiga de la democracia como la opresión, porque
supone que no hay valores sociales y que todo está en venta. O nos dirá que la libertad y
la democracia vienen de abajo, no de arriba, ya que el privilegio es enemigo de la
libertad y de la igualdad .¿Para qué sirve la filosofía política? Unas veces para bien,
otras para mal, y otras más para nada. Veamos algunos ejemplos. El liberalismo político
nació en el cerebro de John Locke, el gran filósofo del siglo
XVI.Según Karl Popper, el fascismo fue concebido por Hegel, mientras que Isaiah
Berlin lo hace nacer en el cerebro de Joseph de Maistre. El filósofo y economista John
Stuart Mill defendió el socialismo democrático ,en tanto que su homólogo Marx abogó
por el socialismo dictatorial .Nietzsche, Gentile y Heidegger fueron fascistas, mientras
que Engels y Antonio Labriola abogaron por el socialismo marxista. Benedetto Croce
fue liberal pero no democrático, mientras que Norberto Bobbio osciló entre el
liberalismo y el socialismo. John Rawls combinó el liberalismo político con el
socialismo estatal, mientras que Ronald Dworkin hace filosofía liberal limitada al
ámbito jurídico. Pero es verdad que la mayoría de los filósofos políticos han sido
inanes, por haberse limitado a comentar ideas políticas de otros.Los filósofos políticos
contemporáneos creen poder desligarlas ideas políticas de una concepción del mundo.
Sin embargo, toda concepción de la política presupone una concepción del mundo .Por
ejemplo ,si todo dependiera de las ideas, la acción política se reduciría a hablar y
escribir ;si estamos sometidos a la voluntad de Dios ,la oración será más eficaz que la
acción; si la naturaleza humana es invariable, las reformas sociales serán inútiles; y si,
en cambio, somos cambiantes, no debemos diseñar sociedades rígidas, por perfectas que
nos parezcan ahora .Sólo unos pocos filósofos, en particular Platón, Aristóteles,
Locke,Hegel y Marx, ubicaron sus ideas políticas en amplios sistemas. Pero algunos de
esos sistemas fueron incoherentes. Por ejemplo, Marx no advirtió que el igualitarismo es
incompatible con la dictadura del proletariado ; casi todos los filósofos políticos fueron
indiferentes a la dependencia de la mujer; y a ninguno de los héroes del liberalismo le
interesó la suerte del Tercer Mundo .Pero lo más importante no es la obra de tal o cual
filósofo político ,sino el hecho de que la plataforma de cualquier movimiento político es
una declaración de principios filosóficos. Este partido proclamará la prioridad de la
libertad, aquél el de la igualdad; este otro sostendrá el primado de la democracia, y
aquél el de la justicia social; uno será laico y otro religioso; éste dará prioridad a la
eliminación de la pobreza, aquél a la libertad de empresa. Recordemos un par de
ejemplos de actualidad. Cuando se anunció la crisis económica actual, el super banquero
norteamericano Alan Greenspan se declaró sorprendido, porque la filosofía política que
había aprendido de su mentora, la novelista y filósofa pop Ayn Rand, afirmaba que el
capitalismo es el orden social natural, ya que responde al egoísmo propio de la
naturaleza humana. (Obviamente, nunca trabajó en una ONG de forma voluntaria.)
Greensp mantuvo la honestidad de admitir que se había equivocado; pero persistió en su
creencia de que la situación actual se repetirá indefinidamente debido a las incorregibles
fallas humanas. En otras palabras, recurrió al mismo argumento de los estalinistas: el
sistema es perfecto, pero los en-cargados de mantenerlo son imperfectos, de modo que,
cuando fallan, merecen ser destruidos. ¿Cómo sabemos que el sistema actual es
perfecto? Porque lo afirmó una profetisa. Y ¿cómo sabemos que todos los seres
humanos son egoístas? Porque lo aseguró otro profeta. Poco después de anunciarse la
crisis, los presidentes Bush y Sarkozy,y los primeros ministros Brown y Merkel,
anunciaron el fin del laissez faire, y el comienzo de una política de salvamento. Ésta
consiste en sonsacar el dinero a los pobres contribuyentes, para dárselo a las grandes
corporaciones en peligro de bancarrota. La derecha de la derecha norteamericana puso
el grito en el cielo: declaró que el llamado «paquete deestímulo» era socialismo. Esta
protesta puso en evidencia que esos ultraderechistas no conocen el ABC de la filosofía
política. En efecto, el socialismo propone la socialización de la esfera pública, mientras
que la política procapitalista consiste en salvar al sistema a costillas del pueblo: en
socializar las pérdidas y privatizarlas ganancias. Es verdad que la nacionalización de
algunos bancos, que se efectuó en Gran Bretaña y amenaza con realizarse en Estados
Unidos, huele a socialismo, pero solamente a las narices que no distinguen el socialismo
del estatismo, ni por lo tanto el socialismo del estalinismo. La filosofía política estudia
las ideologías sociales pero no se limita a ellas. También estudia el sistema político
como componente de la sociedad; en particular, estudia los intereses privados y los
sentimientos morales que mantienen o alteran un orden político dado, así como los
derechos y deberes del ciudadano en los distintos sistemas políticos . Pone particular
interés en la justicia como equilibro entre derechos y cargas sociales; e investiga la
cuestión de si la justicia social es una meta alcanzable o un espejismo. Una filosofía
política amplia reconocerá que la política no se limita a la lucha por el poder, sino que
incluye la gobernanza y los problemas técnicos y políticos que ésta plantea. En
particular, el filósofo político a tono con su tiempo indaga la posibilidad de la
gobernanza científica, o sea, planeada y ejecutada a la luz de las ciencias sociales antes
que de la oportunidad política del momento. En particular, el filósofo político debe
reconocer que la protección del medio ambiente requiere medidas que limiten la
propiedad privada y que, por lo tanto, susciten la resistencia de quienes la poseen. Y
debe saber que la Revolución Verde, y en general el uso de organismos modificados
genéticamente, aumenta tanto el rendimiento de las cosechas como las diferencias entre
las empresas agrícolas y los campesinos pobres. O sea, el filósofo político tendrá que
examinar los efectos de todo tipo que causen los insumos científicos y tecnológicos al
Estado. Si el filósofo político es favorable a la mejora de la calidad de vida, deberá
empezar por averiguar cómo se mide ésta. Si un economista le dice que la mejor medida
es el PIB, un socio economista le informará que la riqueza total no basta: que también
hay que saber cómo se distribuye, ya que hay naciones, tales como Arabia Saudí, con un
enorme PIB, en que la mayoría vive mal; y hay otras, como Costa Rica, que son pobres
pero donde la gente vive mucho mejor y más. Por este motivo, la Organización de las
Naciones Unidas propuso medir la calidad de vida por su índice de desarrollo humano,
que promedia tres variables: salud, ingreso per cápita y educación. Pero aquí faltan dos
variables: desigualdad de ingresos y sostenibilidad eco social. La sostenibilidad importa
si se admite que somos responsables de nuestra descendencia. Y la desigualdad también
importa porque, cuando es pronunciada, es causa de conflictos sociales y daña a la salud
aun más que la pobreza absoluta. Por este motivo es preciso ampliar el índice de las
Naciones Unidas, agregándole indicadores de desigualdad y de sostenibilidad.
En definitiva, la filosofía política no es un lujo sino una necesidad, ya que es vital para
entender la actualidad política y, sobre todo, para pensar un futuro mejor. Pero para que
preste semejante servicio, la filosofía política deberá formar parte de un sistema
coherente al que también pertenezcan una teoría realista del conocimiento, una ética
humanista y una visión del mundo acorde con la ciencia y la técnica contemporáneas.
Características de la Filosofía Política
La filosofía política se encuentra en una relación muy intrigante con la política. Por un
lado, su enfoque en lo normativo, en las formas de la buena vida, en lo que es
moralmente apropiado y en el tipo correcto de decisiones, la ha colocado en el centro de
lo que la mayoría de los académicos contemporáneos consideran como teoría política:
una guía, un correctivo y una justificación para las formas ilustradas y civilizadas de la
vida social organizada y las instituciones políticas. Por otra parte, las restricciones
disciplinarias que se aplican a la producción de una buena filosofía han distanciado con
demasiada frecuencia a sus practicantes de la materia real de la política y han
contribuido a una sensación general de alejamiento de la filosofía de la vida política. No
es de extrañar que no haya un acuerdo completo sobre lo que hacen los filósofos
políticos, y hay grandes divisiones entre, por ejemplo, los filósofos analíticos
angloamericanos y las variedades de la filosofía continental, una distinción que es más
sustantiva que geográfica. Los filósofos analíticos no son necesariamente estudiantes
específicos de política; a menudo se puede considerar que aplican sus conocimientos
generales al ámbito de la política. Es decir, los filósofos políticos suelen ser filósofos
antes de su examen de lo político, y aplican técnicas y métodos típicos de los filósofos
más que de otros estudiantes de política. Por ejemplo, una de sus preocupaciones
centrales se refiere a lo que constituye un buen argumento. ¿Cuál de los siguientes
argumentos, por ejemplo, justificaría la desobediencia civil: el incumplimiento de
promesas pasadas, la falta de beneficios sociales o materiales cruciales, o la violación de
un principio moral categórico? En opinión de los filósofos analíticos, un buen
argumento es aquel que es racional, que identifica distinciones conceptuales y vías
lógicas de razonamiento, ya sean deductivas o inductivas, y que construye
compatibilidades coherentes entre unidades conceptuales. Se espera que los productores
de un buen argumento emprendan al mismo tiempo procesos de pensamiento
particulares que sean reflexivos y autocríticos. A veces, este enfoque también implica
una apelación a las intuiciones (vinculadas también a un interés filosófico por los
argumentos de sentido común), cuya detección debería servir de guía para las prácticas,
aunque tales intuiciones -se suele afirmar lo contrario- pueden estar ellas mismas
vinculadas a la cultura.

Además, un buen argumento político puede tener una dimensión ética, además de
analítica; de hecho, para algunos estudiosos la filosofía política es un subconjunto muy
específico de la filosofía moral. Desde este punto de vista, un argumento político digno
se presenta como uno que realza y promueve los valores que son deseables para los
individuos en su calidad de miembros de las comunidades políticas. Esos valores
delinean lo que es bueno o malo, correcto o incorrecto, para todos los seres humanos,
independientemente de su distancia en el tiempo (considerando las generaciones futuras
o pasadas) o en el espacio; los derechos, deberes y obligaciones morales (sistematizados
como deontología) que se derivan de esos entendimientos; y sus expresiones políticas.
Su realización se basa en la consecución del equilibrio reflexivo propuesto por John
Rawls, o la comunicación libre y racional defendida por Jürgen Habermas (1981).
Mientras que en el pasado las cuestiones relativas a la obligación y la autoridad políticas
eran predominantes entre los filósofos políticos, porque el Estado seguía siendo
percibido como una institución política suprema que proporcionaba principalmente
seguridad y estabilidad, en la literatura reciente el valor político se ha atribuido
normalmente a la justicia distributiva, a la salvaguarda de la autonomía individual, al
fomento del sentido de comunidad, a las formas de democracia deliberativa, a los tipos
de pluralismo beneficiosos y a la preservación de un medio ambiente sostenible. Todo
ello refleja una visión del Estado como facilitador del florecimiento humano y social,
aunque también permite eludir al Estado mediante una gran variedad de intentos de
reafirmar al individuo racional y contemplativo como fuente de la inteligencia política
y, no pocas veces, a la comunidad cultural como lugar de la identidad y la autonomía
individuales.

Los fines filosóficos se caracterizan con frecuencia por la búsqueda de la certeza y la


verdad, no sólo por la búsqueda de la pureza metodológica o la comprensión autocrítica.
La certeza se refiere a la huida de la contingencia y a la aspiración a un conocimiento
inconmovible. Esa aspiración emplea, a veces involuntariamente, modelos tradicionales
pero erróneos de las ciencias naturales. Aquí, posiblemente, surja una coalición infiel
entre los filósofos y los que ejercen el poder, ambos con la intención de cerrar el debate.
De hecho, fue uno de los primeros y más grandes filósofos políticos, Platón, quien
prescribió la necesidad de convergencia entre el poder y el conocimiento en la figura del
rey-filósofo. La verdad es una cuestión mucho más difícil. Como señaló Hannah
Arendt, los gobiernos y la política se basan en la opinión, no en la verdad de los hechos.
Para ella, la verdad fáctica es un componente esencial de la libertad de pensamiento que
requiere el pensamiento político.

Pero la verdad de los filósofos era una verdad racional, que implicaba axiomas y teorías.
Esa verdad era singular y, por tanto, apolítica.Entre las Líneas En enfoques como estos,
el estatus apolítico de la verdad se basa en la suposición de que es conocible, y a
menudo en supuestos fundacionalistas ostensiblemente inatacables sobre la naturaleza
humana, mientras que se supone que la política implica contiendas fundamentales sobre
el bien y el derecho. Sin embargo, para la política, la retórica de la certeza o de la casi
certeza -como característica de la convicción más que del conocimiento- puede ser
necesaria como paso previo a la toma de decisiones, ya que la toma de decisiones es una
característica central ineliminable de la política. Una decisión política o ideológica es un
intento de elección inequívoca, superpuesta a un campo indeterminado, un campo en el
que ningún camino es indiscutible, o en el que son posibles muchos caminos. Sin
embargo, no todos los cierres del debate consiguen salvar la distancia entre la certeza y
la verdad. La certeza es a menudo un sustituto necesario de la inalcanzabilidad de la
verdad, y es aquí donde el papel de las ideologías es indispensable y decisivo para
adaptar el pensamiento político a las exigencias de lo político. Alternativamente, la
filosofía política de Mill permitía verdades provisionales -y en ese sentido, relativas-.
Como él afirmaba, si las listas se mantienen abiertas, podemos esperar que si hay una
verdad mejor, se encontrará cuando la mente humana sea capaz de recibirla; y mientras
tanto podemos confiar en haber alcanzado la aproximación a la verdad que es posible en
nuestros días. Este es el grado de certeza que puede alcanzar un ser falible.

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