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TRADUCCIÓN

CORRECCIÓN

LECTURA FINAL

DISEÑO
Staff ____________________________________________________________________ 3
Índice ___________________________________________________________________ 4
Sinopsis ________________________________________________________________ 6
Nota de la autora ________________________________________________________ 8
Prólogo _________________________________________________________________ 9
Capítulo 1 _____________________________________________________________ 10
Capítulo 2 _____________________________________________________________ 31
Capítulo 3 _____________________________________________________________ 41
Capítulo 4 _____________________________________________________________ 50
Capítulo 5 _____________________________________________________________ 62
Capítulo 6 _____________________________________________________________ 71
Capítulo 7 _____________________________________________________________ 81
Capítulo 8 _____________________________________________________________ 92
Capítulo 9 _____________________________________________________________ 97
4
Capítulo 10 ___________________________________________________________ 105
Capítulo 11 ___________________________________________________________ 111
Capítulo 12 ___________________________________________________________ 113
Capítulo 13 ___________________________________________________________ 121
Capítulo 14 ___________________________________________________________ 131
Capítulo 15 ___________________________________________________________ 145
Capítulo 16 ___________________________________________________________ 156
Capítulo 17 ___________________________________________________________ 164
Capítulo 18 ___________________________________________________________ 172
Capítulo 19 ___________________________________________________________ 177
Capítulo 20 ___________________________________________________________ 185
Capítulo 21 ___________________________________________________________ 197
Capítulo 22 ___________________________________________________________ 206
Capítulo 23 ___________________________________________________________ 212
Capítulo 24 ___________________________________________________________ 219
Capítulo 25 ___________________________________________________________ 227
Capítulo 26 ___________________________________________________________ 232
Capítulo 27 ___________________________________________________________ 241
Capítulo 28 ___________________________________________________________ 247
Capítulo 29 ___________________________________________________________ 259
Capítulo 30 ___________________________________________________________ 270
Capítulo 31 ___________________________________________________________ 279
Capítulo 32 ___________________________________________________________ 282
Capítulo 33 ___________________________________________________________ 291
Capítulo 34 ___________________________________________________________ 295
Capítulo 35 ___________________________________________________________ 303
Capítulo 36 ___________________________________________________________ 315
Capítulo 37 ___________________________________________________________ 323
Capítulo 38 ___________________________________________________________ 330
Capítulo 39 ___________________________________________________________ 335
Capítulo 40 ___________________________________________________________ 343
Capítulo 41 ___________________________________________________________ 354
5
Epílogo _______________________________________________________________ 360
Escena extra de the coldest winter _____________________________________ 366
Sobre la Autora _______________________________________________________ 372
Conocí a Milo Corti durante su época autodestructiva, y él me conoció
durante la mía. Aquella noche en que nos cruzamos en una fiesta universitaria,
solo teníamos un objetivo en mente:

Después de separarnos, había planeado no volver a verlo nunca más. Eso


fue hasta que me presenté a mi primer día como profesora en prácticas y lo
encontré sentado justo frente a mí.

Cuanto más tiempo pasábamos juntos, más atraída me sentía hacia él.
Cuando su mundo cambió para peor,
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Toda mi vida había hecho lo correcto. Por primera vez, quería hacer algo
muy malo. Quería de la única persona que estaba fuera de los
límites.

¿Cuál era el problema de enamorarse de algo prohibido?


Para cualquiera que se haya perdido y haya luchado como un demonio para
encontrar el camino de vuelta a casa.

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Esta historia surgió de un lugar de amor y el mayor cuidado. Es una
historia sobre las diferentes etapas por las que puede pasar una persona
cuando sufre la pérdida de un ser querido. Quería crear una historia cruda y
honesta para mostrar que el camino hacia la curación difiere para cada
individuo que recorre dicho camino.

Por eso, me gustaría advertir que algunas partes de esta historia pueden
resultar delicadas para algunos lectores debido a su temática, en el que se
incluye el abuso de sustancias, la depresión, la enfermedad y el tema de la
muerte.

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Hace once meses

Mi mundo,

El primer año es el más difícil.

Eso es lo que recuerdo de cuando perdí a mi madre. Recuerdo que me sentía


como si el mundo se moviera en cámara lenta y, al mismo tiempo, girara sin
control a una velocidad perversa.

Era como si cada pequeña cosa me provocara algo. Incluso las ocasiones
felices me deprimían porque me daba cuenta de que ella no estaba allí para
celebrar los grandes momentos conmigo. Lo peor era que no estaba allí para los
pequeños momentos. Esos que, a veces, me parecían incluso más importantes
que los grandes.
9

Siento perderme esos momentos. Los grandes. Los pequeños. Los


intermedios. Siento no estar ahí para darte los pedazos de mí que necesitarás
cuando el mundo se vuelva pesado.

Siento que nuestra despedida haya llegado antes de lo que esperábamos.

Pero quiero dejarte algo. Una especie de regalo. Es mi caja de recetas. Sabes
lo mucho que significa para mí, y quiero pasártela. Cientos de mis comidas
favoritas que hice para ti a lo largo de tu vida están dentro de ella. Si alguna vez
te sientes inspirado para cocinar una comida, quiero que tengas esto. Espero que
esto te ayude a sentirme cuando pierdas el rumbo. Espero que saborees mi amor
en cada bocado.

Te quiero siempre. Y un poco más después de eso.

Encuéntrame en los amaneceres. Siempre estaré ahí, esperando para brillar


sobre ti.

Con amore,

Mamá
Enero (En la actualidad)

Starlet

El día que cumplí catorce años, elaboré un plan de vida. Sabía lo que
quería y vi el plan de acción para conseguir todo lo que deseaba. El primer
paso era graduarme de la universidad con un título en educación como lo hizo
mi madre. El segundo paso era comprometerme con mi novio, John, antes de
la graduación. El tercer paso era comenzar mi carrera docente y conseguir un
trabajo fantástico. Luego, tener hijos a los veintitrés años siempre me pareció
lo correcto.
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Sabía cómo se suponía que debía ser mi vida y, cuando ingresé al segundo
semestre de mi tercer año de universidad, estaba segura de que iba por el buen
camino para hacer realidad mis sueños.

Me enorgullecía de ser sensata. Si hubiera una palabra para describirme,


sería perfeccionista. Siempre hacía lo correcto porque tenía un miedo irracional
al fracaso. No me atrevía a salir de mi caja de seguridad, ya que conocía todos
los ángulos de dicha caja. Conocía los entresijos de mis muros protegidos de
estabilidad. No tenía problemas para mantenerme en el camino correcto: me
gustaba mi red de seguridad.

Aquella tarde, de pie frente al espejo de cuerpo entero de mi dormitorio


compartido, pasé las manos sobre mi vestido blanco acampanado. Junto al
espejo estaba el tablero de visión que había creado con todos los objetivos que
me proponía alcanzar. Muchas personas actualizan sus pizarras cada año,
pero yo tuve la suerte de tener la misma visión precisa desde que era
adolescente. Sabía quién era. Por lo tanto, sabía en qué me estaba
convirtiendo, y esa tarde me estaba acercando un paso más a mi “felices para
siempre”.

Era mi vigésimo primer cumpleaños, y mi novio, John, iba a proponerme


matrimonio esa noche.
John no era muy listo cuando se trataba de sorpresas. Cuando me dijo que
debía hacerme la manicura para mi cumpleaños y usar un vestido blanco,
quedó claro lo que iba a suceder. Además, cuando estaba en su dormitorio la
otra noche estudiando para nuestro examen de física, había abierto el cajón
superior de su escritorio para buscar un bolígrafo y vi la caja del anillo.

El momento no podía haber sido mejor, ya que quería estar comprometida


por lo menos un año antes de casarme. Si todo iba según lo previsto,
tendríamos nuestro primer hijo a los veintitrés años, solo un año más que mis
padres cuando me tuvieron.

Decir que la historia de amor de mis padres fue mi inspiración era un


eufemismo. Aunque mi madre falleció hace unos años, papá seguía hablando
de ella como si fuera el mejor regalo del mundo. Tampoco se equivocó en eso.
Mi madre era una santa.

En casi todos los sentidos posibles, yo había sido la hija de mi madre.


Cada decisión que había tomado desde que ella falleció había sido creada con
la idea de lo que ella pensaría de mí debido a dichas elecciones. Mis
calificaciones eran perfectas porque sabía que eso la haría sentirse orgullosa.
Nunca maldije porque ella nunca lo hizo. Entré a la educación porque ella era
una de las mejores educadoras que había conocido. Usaba lápiz labial rojo y
tacones altos porque eran sus dos elementos básicos. También usaba sus
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joyas. Cada día, un trozo de ella descansaba sobre mi cuerpo.

Mi madre era una hermosa mujer italiana de piel mediterránea y cabello


rubio oscuro, todo lo contrario al mío. Mi padre era un apuesto hombre de piel
morena y los ojos más bondadosos que conoce la humanidad. Yo tenía cabello
negro, que solía coincidir con el de papá cuando tenía cabello en la parte
superior de su cabeza, y mis ojos castaños oscuros se parecían a los de mamá.
Papá siempre decía que mi piel era de un tono dorado, la mezcla perfecta del
ADN de mis padres. Mi cabello, sin embargo, era casi siempre indomable en su
estado natural. Mis rizos eran una tarea diaria con la que tenía que lidiar y que
ninguno de mis padres había experimentado nunca. Sin embargo, mamá había
aprendido a cuidar de mi cabello y, antes de morir, me enseñó todos sus trucos
y consejos.

Cuando la extrañaba, alisaba mi cabello para verla mirándome en el


espejo. Alisaba mucho mi cabello. Ella me habría regañado por hacerlo tanto
porque le encantaban mis rizos naturales, pero lo único que yo quería era ser
como ella.

La vi en mis ojos cuando terminé de prepararme para encontrarme con


John. Pensar en lo que ocurriría esa noche me produjo una oleada de
mariposas.
Ojalá estuvieras aquí, mamá.

Ojalá hubiera podido llamarla después del compromiso para que ella y yo
pudiéramos habernos puesto en modo de planificación de la boda. No verla
durante los grandes momentos se sentía extremadamente injusto.

A mamá le hubiera gustado John. Era como yo en muchos aspectos:


estructurado, estable y seguro. Sabía lo que quería de su vida y a dónde lo
conducía su plan de acción.

Se suponía que debía encontrarme con John en su dormitorio en una hora


para que pudiéramos salir a cenar, pero los nervios que me invadían me
hicieron llegar una hora antes de lo previsto. Mi mente iba en picada mientras
me preguntaba cuándo me propondría matrimonio. ¿Sería antes o después de
la cena? ¿Sería después de beber mi primer sorbo de alcohol, que sería un vaso
de prosecco, el favorito de mamá? ¿O esperaría hasta bien entrada la noche y
lo haría cuando volviéramos a casa después de cenar, en las escaleras de
Rader Hall, donde nos conocimos en nuestro primer año de universidad
durante la clase de Historia 101?

La emoción de las posibilidades hacía que la propuesta fuera mucho más


emocionante. Sabía que iba a llegar, pero no sabía cómo.
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Cuando llegué al dormitorio de John, escuché música a todo volumen en
su habitación. Debía ser la música de su compañero de habitación, Kevin.
John no era de los que escuchaban música rap, aunque le decía que algunos
de los mejores genios de la lírica provenían de la música rap; ese rasgo lo
heredé de mi padre.

Giré el pomo de la puerta para entrar como siempre hacía, viendo que los
chicos nunca cerraban con llave su habitación, y me quedé paralizada en mi
lugar mientras miraba a John en su cama completamente desnudo, con una
chica entre las piernas dándole una mamada.

Sus ojos azules se agrandaron mientras mi pecho se oprimía por la falta de


aire que circulaba por mis pulmones cuando me vio. El pánico comenzó a
acumularse segundo a segundo mientras miraba a mi novio y a la chica
arrodillada ante él.

—¡Oh, maldición! —gritó John, alejando a la chica de su mitad inferior.

—Lo siento —exclamé. Aturdida y confundida, salí rápidamente de la


habitación, cerrando la puerta detrás de mí. ¿Me disculpé por atrapar a mi
novio engañándome? Mis ojos ardían por las emociones mientras sacudía la
cabeza, completamente estupefacta por lo que había encontrado. Empecé a
caminar rápidamente por el pasillo porque me sentía al borde de un colapso
emocional.

—¡Starlet! ¡Starlet, espera! —gritó detrás de mí.

Miré por encima de mi hombro y vi a John metiendo apresuradamente la


pierna izquierda en su chándal, aún sin camiseta, corriendo hacia mí.

Mis ojos se desorbitaron al verlo. Por el pasillo caminaban algunos chicos


más, y todos sus ojos se dirigieron a la situación entre John y yo.

—¡No es lo que parecía! —dijo John, enviando una ola de ira a través de mí.

Pero no lo demostré. Lo último que necesitaba era que los desconocidos del
pasillo supieran que había atrapado a mi novio recibiendo una mamada de otra
chica. Muchas personas tienen diferentes miedos en su vida, y la mortificación
pública ocupaba un lugar destacado en mi lista. Lo último que necesitaba era
empezar a sollozar frente a los demás después de enterarme de que John era
un infiel.

Aceleré el paso, casi corriendo hacia el ascensor. Presioné repetidamente el


botón como si eso fuera a hacer que el ascensor apareciera por arte de magia.
Por desgracia, no fue así, y John me alcanzó. Estaba sin aliento y jadeando 13
cuando llegó hasta mí, pero para ser justos, estaba jadeando en la cama con
ella. Con ella. ¿Quién era ella? ¿Importaba?

No.

No importaba.

No importaba con quién estaba engañando el infiel, lo único que importaba


era que estaba engañando.

El ascensor se abrió y entré, mientras John me seguía.

—Déjame en paz —espeté, presionando el botón del primer piso sin parar.

—Starlet, no era lo que parecía —instó. Mis ojos se abrieron con sorpresa
ante sus palabras. Él pellizcó el puente de su nariz y suspiró—. De acuerdo,
era lo que parecía. Pero tú no lo entiendes. Ella y yo estábamos estudiando
para un examen de matemáticas al principio y…

—Y déjame adivinar, ¿uno más uno es igual a tu pene en su boca? —


interrumpí—. Apuesto a que te encantan ese tipo de ecuaciones. —Las
lágrimas acumuladas en mis ojos comenzaron a caer mientras él me miraba
con remordimiento. ¿Se sentía mal por lo que sucedió o porque lo atraparon?
—Lo siento, Star —susurró, con los ojos inundados de lágrimas.

¡Qué imbécil! ¿Qué clase de persona se ponía a llorar cuando era a él a


quien habían atrapado siendo infiel? ¡Precisamente el día de mi cumpleaños!
Hubiera hecho lo que ella le hizo más tarde ¡Y probablemente lo hubiera hecho
mejor! Como dije, soy perfeccionista.

—¿Cómo pudiste? —grité, sintiéndome ridícula de que él fuera testigo de


mi colapso—. ¡Es mi cumpleaños e ibas a proponerme matrimonio!

Sus ojos se entrecerraron.

—¿Sabías que te iba a proponer matrimonio esta noche?

—Por supuesto. —Levanté mis uñas rojas recién pintadas—. ¡Me hice las
uñas!

Rascó su nuca.

—Aun así, iba a proponértelo esta noche. Sobre el papel, tú y yo somos


una gran pareja, Starlet. A mis padres les gustas. Creen que eres buena para
mí, a diferencia de Meredith. Ella es salvaje y divertida mientras que tú eres…
tú. 14
—¿Qué se supone que significa eso? —pregunté, ofendida por su tono.
Sonaba como si se estuviera burlando de mí.

—Ya sabes. Un poco aburrida y predecible. En el buen sentido, claro —


comentó—. Me gusta saber siempre cómo vas a actuar. Nunca te sales de tu
esquema. Eso es muy bueno. Eres como los Cheerios: un poco básico, pero
bueno para el corazón. Meredith es como un cereal azucarado que conduce a la
diabetes o algo así. Quiero decir, es bueno, es muy bueno, pero como... malo
para ti. Pero tú eres Cheerios. Me gustan los Cheerios. A mis padres les gustan
más, pero creo que yo sería más fan con la edad. Probablemente, me gustarías
mucho a los treinta.

¿Estaba comparando a las mujeres con cereales en este momento? Mi


mejor amiga, Whitney, tendría un día de diversión con eso.

Las lágrimas continuaban cayendo y mi corazón seguía rompiéndose. Ojalá


hubiera podido apagar mis emociones. John no las merecía, pero estaban en
exhibición pública para que él las viera. Apuesto a que a su arrogante ego le
encantaba ver cómo me estaba afectando. Whitney me dijo una vez que ciertos
hombres de baja calidad se excitaban al ver cómo herían los sentimientos de
una mujer. No creía que ese fuera John, pero en realidad no tenía ni idea de
quién había sido, al fin y al cabo.
—¿Quién es Meredith? —pregunté.

—Oh, es la chica que me estaba dando... —Sus palabras se desvanecieron.


Se encogió de hombros—. Si te hace sentir mejor, yo nunca saldría con
Meredith. Es una especie de zorra y se mueve por ahí.

Me quedé boquiabierta mientras comencé a golpearlo con mi bolso


repetidamente. No sabía si le estaba pegando por Meredith o por mí. En
cualquier caso, iba a seguir golpeando su brazo.

—¡Eres escoria! —grité, sintiéndome disgustada por sus palabras. Las


puertas del ascensor se abrieron mientras lloraba y lo golpeaba con mi bolso—.
¡Eres escoria, John, escoria! ¡Y no quiero volver a verte nunca más! —grité.
Cuando me alejé de él, un grupo de personas se quedó de pie en el vestíbulo
mirándome durante mi colapso.

Mortificación pública.

Excelente.

Simplemente genial.

Feliz cumpleaños para mí. 15

***

Aun así, iba a proponértelo esta noche.

John dijo eso como si fuera un cumplido, y debería haberme emocionado


por el concepto.

Si tuviera una máquina del tiempo, le habría advertido a Starlet del riesgo
de entrar al dormitorio de su novio sin que él supiera que ella iría.

Atrapar a John engañándome en mi cumpleaños no era uno de mis


propósitos para el nuevo año. Sabía que era un pésimo dador de regalos, pero
éste tenía que ser el peor regalo de la historia.

Sabías que estabas mal cuando “Angel” de Sarah McLachlan sonaba


repetidamente en tu dormitorio, y tenías el Diario de Bridget Jones en espera
para verla, seguido de Simplemente no te quiere.

¡Él simplemente no me quiere!


Allí estaba yo, en mi habitación, emocionalmente agotada y sin
compromiso. Estaba soltera como una patata en el fondo de la lata.

Sola.

Solitaria.

Patética.

Feliz cumpleaños, Starlet Evans.

Si nadar en los sentimientos fuera un deporte olímpico, me llamarían


Michael Phelps.

—Oh, Dios mío. ¿Dónde está el cachorro triste y hambriento pidiendo una
donación de dinero? —preguntó Whitney mientras entraba en nuestra
habitación.

Allí estaba yo, en todo mi esplendor, sentada en mi cama con el rímel


rodando por mis mejillas completamente angustiada. Como lo había usado
como pañuelo, mi vestido blanco estaba manchado de maquillaje.

—Soy yo —sollocé—. Soy el cachorro triste y hambriento que necesita tus 16


donaciones.

Rápidamente se acercó a mí y me abrazó, entrando con firmeza en su papel


de mejor amiga.

—No, no, no. Me niego a que esto sea así. No puedes estar triste el día de
tu cumpleaños. Eso va contra todas las reglas de la vida. ¿Qué pasó?

—¡John estaba recibiendo una mamada de otra chica cuando fui a su


dormitorio!

Ella entrecerró los ojos.

—¿En serio?

—Sí. ¿Por qué iba a mentir sobre eso?

—No, claro que no lo harías. Solo estoy un poco sorprendida, viendo cómo
es John.

—Lo sé. —Asentí—. Porque normalmente es muy leal.

—No, quiero decir porque es feo. ¿Cómo encontró a una chica que quisiera
hacerle sexo oral?
—¿Qué? —jadeé—. Él no es feo.

—Oh, vamos, Starlet. Es medio-feo. Eso no se puede negar. Y no puedes


defenderlo después de lo que te hizo. ¡En tu cumpleaños!

—¡En mi cumpleaños! —grité, levantando las manos en el aire—. ¡Es medi-


feo!

—Muy medi-feo.

—¿Qué es medi-feo? —sollocé dramáticamente.

Se rio de mi teatralidad. Después de vivir conmigo durante los tres últimos


semestres de nuestra carrera universitaria, Whitney no estaba demasiado
desconcertada por mí.

—Es una persona que no es completamente fea, sino medianamente fea.


Medi- feo.

Resoplé.

—John es tan medi- feo.

—Y tú eres ardiente. Doblemente sexi. Tal vez no ahora con todo el


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maquillaje de chica exorcista que tienes, pero nena, eres un bombón. Estabas
haciendo una obra de caridad, cariño. Pero el problema con una doblemente
sexy saliendo con un medi-feo es que la mayoría de las veces, el medi-feo se
vuelve arrogante pensando que está bueno porque tiene una doblemente sexy
¿sabes?

—Deberías dar un curso universitario sobre este tema.

—Salvaría a millones de mujeres del desamor. Lo peor del mundo es tener


el corazón roto por un chico feo. Probablemente, tuviste que convencerte a ti
misma para salir con él en primer lugar. En todo caso, probablemente, te
sientas avergonzada ahora mismo de que, de todos los penes del mundo, fue
ese el que te lastimó. No tenía derecho a lastimarte, viéndose así.

—¿Porque soy doblemente sexy?

—Sí. Todas las mujeres están buenas. La mayoría de los hombres son
medi- feos. Pero ellos son idiotas engreídos que salieron con mujeres sexis, ¡y
ahora sus egos están fuera de control! Es alarmante, y culpo al patriarcado.
Esta es una historia tan antigua como el tiempo. ¿Sabes por qué Napoleón era
tan imbécil? Porque probablemente alguna chica sexi le dijo que no era tan
bajito, y ¡BOOM! El resto fue historia.
Solté una risita y los ojos de Whitney se iluminaron.

—Eso es lo que me gusta escuchar, risas —dijo con alegría.

Se apresuró, saltó sobre mi cama, agarró mi teléfono y apagó la canción.

—¡Oye! Es una gran canción —me quejé.

—No. ¿Sabes lo que es una buena canción? Cualquier cosa de Lizzo ahora
mismo. O “Flowers” de Miley Cyrus.

—¿Tal vez Sza?

—¡No! Nada de Sza ahora mismo. Hay un momento y un lugar para Sza,
pero no es durante una ruptura.

Me parece justo.

Agarró una banda elástica de mi mesita de noche, luego sujetó mi cabello


en un moño en mi cabeza. Secó mis lágrimas con sus pulgares. Tomó mi rostro
entre sus manos y miró mis ojos marrones con los suyos azules.

—¿Sabes lo que vamos a hacer esta noche?


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—¿Comer Ben & Jerry's y mirar viejas fotos de John conmigo?

Ella me dio la mirada de “no me hagas golpearte en la cabeza”.

Suspiré.

—¿Qué vamos a hacer?

—Vamos a una fiesta de fraternidad. —Meneó las caderas sobre mi cama y


aplaudió emocionada—. ¡Vamos a una fiesta de fraternidad para celebrar tu
cumpleaños!

—Yo no voy a fiestas.

Yo era lo opuesto al tipo de chica que “va a fiestas”. Mi vida universitaria


giraba en torno a clase, clase y otra vez clase. Luego me sentaba en mi
dormitorio y estudiaba durante horas. No dejaba que nada me distrajera de
mis objetivos, sobre todo las fiesta. ¿Quién tenía tiempo para resacas, dramas
y disfraces mientras perseguía sus sueños?

Oh, Dios mío. John tenía razón. ¡Yo era Cheerios!

Whitney colocó sus manos sobre mis hombros y me sacudió.


—Starlet.

—¿Sí?

—Vamos a ir a esta fiesta. Vas a beber alcohol barato y malo, y vas a


coquetear con hombres que no sean medi- feos. Y te juro que si te veo con un
medi- feo, te gritaré MU.

—¿Y si el chico está bueno?

—Entonces inclinaré mi sombrero invisible hacia ti, y procederás con


cautela. Los chicos buenos también son idiotas.

—Recuérdame por qué nos gustan los chicos otra vez.

—Fuimos programadas en nuestra juventud para encontrar atractivo lo


opuesto, lo que nos llevó a manipularnos psicológicamente a nosotras mismas
durante años debido al impulso de la sociedad para empujar las normas
sociales del pasado en nuestros platos para hacer que nuestros padres y
abuelos sintieran que no desperdiciaron décadas de sus vidas sin vivir en su
verdad, lo que, a su vez, los llevó a querer que permaneciéramos en sus
mentiras.
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Whitney siempre tenía las respuestas más largas para las preguntas más
sencillas.

Me encogí de hombros.

—Y aquí estaba yo pensando que era porque nos gustaban los penes.

—Ah, sí. —Asintió—. Sí, nos gustan los penes. Ahora, dúchate y vístete.
Saldremos en unas horas.

***

Estaba de pie en la cocina de una casa de fraternidad débilmente


iluminada, sintiéndome completamente fuera de lugar. Mi cabello todavía
estaba ligeramente húmedo por la ducha y vestía una camiseta negra de
tirantes con unos jeans negros ajustados. Los jeans eran de Whitney, juró que
harían que mi trasero se viera increíble. Nunca me había puesto unos jeans
tan ajustados, pero mi trasero parecía bastante regordete cuando me miré en el
espejo antes de salir.
Por desgracia, Whitney no me permitió llevar una novela a la fiesta porque
mi misión era socializar. Incluso me robó los auriculares para que no pudiera
escuchar mis audiolibros a escondidas. Me dijo que me relacionara con los
demás en lugar de ser mi habitual cangrejo ermitaño. Aun así, no sabía cómo
hablar con las personas en esta casa. Mis manos seguían frotando mis brazos
arriba y abajo mientras observaba a mi alrededor.

La cantidad de botellas de alcohol esparcidas por las mesas y encimeras de


la cocina me asombró. Junto a ellas había unos cuantos barriles de cerveza y
dos enormes neveras con lo que la gente llamaba “ponche mágico”. Nunca
había visto tanto alcohol en mi vida. La música resonaba en el espacio,
creando un ligero zumbido en mis oídos mientras la gente se reunía alrededor,
riendo y charlando. Un puñado de hombres coqueteaba en los rincones con
mujeres, y también había muchas sesiones de besos.

Whitney volvió a acercarse y me entregó un vaso de plástico rojo.

—Aquí tienes, bebe esto —me dijo—. Es el ponche mágico.

Olfateé la bebida y mi nariz se arrugó.

—¿Qué es exactamente el ponche mágico?


20
Se encogió de hombros y bebió un buen trago del suyo.

—Esa es la parte mágica, nadie lo sabe. Pero se rumorea que al final de tu


segunda copa, estarás de camino a Hogwarts.

—Espléndido. —Me reí a medias.

Levantó su vaso hacia mí.

—Un brindis. Por la cumpleañera. ¡Que esta noche sea una noche que
nunca haya experimentado, llena de diversión, risas y chicos sexis!

—¡Eso, eso! —vitoreé, golpeando mi vaso con el suyo antes de dar un


sorbo. En cuanto lo probé, lo escupí—. Oh, Dios mío, ¿qué es eso? ¿Alcohol
etílico?

—Mira eso. Tu primer sorbo de alcohol. —Whitney sonrió ampliamente y


colocó su mano sobre su corazón—. Mi pequeña está creciendo.

—Sí, mírame. Estoy viviendo y estoy vibrando. Lo estoy haciendo —dije,


tratando de actuar más genial que nunca—. John se equivocó cuando me
llamó Cheerios.

Ella arqueó una ceja.


—¿Te llamó Cheerios?

—Sí. —Mientras pensaba en sus palabras, mis ojos comenzaron a llenarse


de lágrimas—. ¡Porque soy aburrida y básica!

—Oh, Dios mío, qué idiota. Que se joda. Es un imbécil mentiroso que no te
merecía.

—Tienes razón —dije, apoyándome en la encimera de la cocina. En cuanto


sentí su pegajosidad, me incliné hacia delante. Ya estaba soñando despierta
con mi ducha de vapor una vez que llegara a casa—. Este es el momento
perfecto para demostrarle a John que se equivoca. No soy aburrida. Soy
divertida. Soy salvaje. Puedo ser como Meredith.

—¿Quién es Meredith?

—La chica de la mamada.

—Oh. ¡A la mierda con ella también! —exclamó Whitney—. La imbécil.

Fruncí el ceño.

—No sé si es una imbécil. No sé si ella sabía que él tenía una relación 21


porque a veces los chicos mienten, y es posible que la otra chica no supiera
que era una rompe-hogares. ¿Y puede una mujer romper un hogar, o el hogar
ya estaba roto antes de que ella llegara? Sigmund Freud dijo una vez…

Whitney hizo una mueca y colocó un brazo sobre mi hombros.

—Cariño, por favor, no me digas que estás a punto de citar filósofos porque
eso sería un momento aguafiestas para mí. No puedes ser ese tipo de borracha
esta noche, ¿de acuerdo?

—¿Qué clase de borracha se supone que debo ser?

—No lo sé. El tipo de borracha que baila encima de las mesas, se vuelve
salvaje en el buen sentido y se enrolla con un desconocido. Pero no de las que
citan a Freud.

—De acuerdo. Sabes, ni siquiera iba a citar a Freud. Solo era yo estando de
un humor tonto y bobo.

—Starlet.

—¿Sí?
—Eres mi mejor amiga, mi compañera de cuarto, mi autostop o muerte, así
que créeme cuando digo que sé que estabas a punto de citar a Freud.

Justo.

Él era fascinante, sin embargo, tenía grandes pensamientos.

—Sin embargo, creo que es bueno que no estés avergonzando a la chica. Es


muy amable de tu parte —señaló Whitney—. Yo los odiaría a las dos.

—¿Qué puedo decir? Soy una chica de chicas.

Suspiré, pensando en lo que había sucedido no hacía tanto tiempo.

Todavía no podía quitarme de la cabeza la imagen al entrar en la


habitación de John. Papá me dijo que John no era el adecuado para mí. ¿Su
razón? Tenía unos tatuajes horribles. Mi padre era dueño de uno de los salones
de tatuajes más famosos de Chicago y juzgaba a las personas por sus tatuajes;
quizá no a toda las personas, pero sí a John.

—Voy a bailar sobre las mesas y a buscar a alguien con quien enrollarme
—le dije a Whitney, inflando mi pecho.
22
No iba a dejar que ese chico arruinara mi cumpleaños. Acababa de cumplir
veintiún años, y lo último que quería era que John estropeara lo que se
suponía que iba a ser una noche muy emocionante para mí.

—¡Estupendo! Quiero escuchar eso porque es tu cumpleaños y no


dejaremos que el pequeño John lo arruine.

—El pene de John no es pequeño.

Suspiré.

—¿Cuántos penes has visto antes, en vivo y en acción?

—Solo el suyo.

Ella negó con la cabeza.

—Entonces créeme, el pene de John es pequeño.

—¿Cómo lo sabes?

—Ese hombre rezuma energía de pene pequeño. ¿Recuerdas cuando


escogió una rosa para ti, la llamó rosa con voz de bebé y la colocó en tu
cabello? —Ella simuló una arcada—. Asco instantáneo detectado. Actué de
manera simpática durante años porque te quería, pero él es un imbécil con un
pene totalmente pequeño. Estás mejor así.

—Lo sé.

Si tan solo mi corazón pudiera creer eso también.

—De todos modos, ¡por mí! —vitoreé.

—¡Por ti! —celebró ella. Whitney bebió su bebida y luego me dio una
palmada en el trasero—. Esa es mi chica.

—Voy a encontrar un chico con quien enrollarme esta noche. —Dije las
palabras, pero apenas las creía.

Whitney negó con la cabeza y clavó sus ojos azules en los míos.

—No, querida amiga. Sal ahí fuera y encuentra a un hombre con el que
enrollarte. No un chico, un hombre.

—Sí —exclamé, saltando de un lado a otro como un boxeador a punto de


entrar al cuadrilátero para su primer combate—. Pero antes de irme, ¿puedo
decirte la cita de Freud? 23
Sonrió.

—Por supuesto.

—“De tus vulnerabilidades surgirá tu fortaleza”. —Sonreí—. Maldito Freud,


¿verdad?

—El hombre, el mito, la leyenda —coincidió, riéndose mientras sacudía la


cabeza—. Nunca cambies, mi extraña amiga.

No estaba segura de poder hacerlo, aunque quisiera.

Whitney se dirigió, probablemente, a bailar sobre una mesa, dejándome


para verter el cóctel en mi vaso rojo. Me apresuré a llenarlo con el jugo de
ponche de frutas en la isla. Puede que esta noche no estuviera bebiendo, pero
llegué a una fiesta. Eso tenía que contar para algo.

Cuando me di la vuelta, tropecé y me tambaleé hacia un lado después de


pisar algo pegajoso y perder el equilibrio. Antes de que pudiera estrellarme y
caer, una persona instintivamente extendió su brazo y envolvió sus manos
enormes, callosas y firmes alrededor de mis brazos. El calor de su agarre y la
aspereza de sus manos chisporrotearon contra mi suave piel. El contraste de la
calidez y aspereza de su tacto con mi piel suave calentó mi sangre. Mis ojos
estudiaron inquisitivamente sus manos en mis brazos antes de inclinar la
cabeza para observarlo. Cuando mis ojos se encontraron con los suyos,
catalogando cada centímetro de su ser, rápidamente me soltó y apartó sus
manos.

No detuve mi observación porque no podía. Mi ritmo cardíaco se intensificó


cuando nuestros ojos se encontraron una vez más. Era la persona más
atractiva que había visto nunca, con unos ojos llenos de tanta tristeza. Me
preguntaba si él sabía que sus ojos se veían así, tan dolorosamente tristes. Aun
así, era hermoso, el tipo de belleza que solo había visto en las revistas.

El misterioso hombre, duro como una roca, podría haber sido uno de los
individuos más llamativos que había visto en mis veintiún años de existencia.
Vestía como si fuera medianoche y se movía como una piedra. Todo parecía
concentrado en él. Aunque su tacto era cálido, su espíritu parecía helado.
Tardé unos instantes en darme cuenta de que había derramado mi jugo sobre
su camiseta, pero una vez que me di cuenta, no pude dejar de mirarlo. Su
camiseta negra húmeda abrazaba su pecho con fuerza, mostrando sus brazos
tonificados. Era más alto que yo, medía por lo menos un metro noventa y cinco
y tenía el tipo de boca que parece que nunca esboza sonrisas, solo muecas o
ceños fruncidos. Su barba también estaba perfectamente recortada, lo que
hacía que la mueca fuera aún más pronunciada. 24
Sin embargo, tenía labios carnosos y su piel impecable. O tenía una rutina
de cuidado de la piel fantástica o era uno de esos imbéciles afortunados que
nunca tuvo un día de acné.

Luego estaban sus ojos.

Nunca me había encontrado con una mirada que me hipnotizara, pero me


quedé paralizada en mi lugar.

Aquellos ojos enviaron una ráfaga de sensaciones directamente a la boca


de mi estómago, creando un charco de calor mientras se fijaban en mí. Orbes
verdes con chispas marrones entrelazadas. O tal vez eran marrones con toques
verdes. Era difícil saberlo con mi mente medio cansada y mi corazón medio
roto. Lo único que sabía era que me gustaba mirarlos, incluso si parecían fríos.

No, fríos no.

¿Tal vez abatidos?

Los ojos abatidos tenían una forma de parecer algo fríos.

Los suyos parecían contener tanto dolor como mi corazón.


Lo notabas en las personas cuando te dolía a ti mismo: cómo su dolor
reflejaba el tuyo.

—Maldición, lo siento mucho —tartamudeé.

Dejé mi vaso rojo sobre la encimera y luego, sin pensarlo, froté mis manos
arriba y abajo por el pecho del extraño hombre, intentando quitar el líquido de
su ropa. Permaneció inmóvil, tan oscuro y amenazante como una estatua de
gárgola en un parapeto, con los ojos clavados en mí. Su mirada era penetrante,
pero extrañamente distante. Como si pudiera ver todos mis pensamientos, pero
no quisiera hacerlo.

Descubrí sus abdominales duros como rocas mientras las yemas de mis
dedos acariciaban su pecho. No ayudaba a mejorar la situación, pero por
alguna razón no podía dejar de limpiarlo. Mis manos no eran una máquina
secadora, pero las movía por su cuerpo como si la rapidez fuera a secar la tela.

—Si vas a frotarme, también podrías hacerlo un poco más abajo. —Su voz
emanó de su boca con tal facilidad y seguridad que casi se me escapa su
comentario inapropiado.

Mis manos se quedaron inmóvil sobre su pecho mientras inclinaba la


cabeza para encontrarme con sus ojos. 25
—Lo siento, ¿qué?

—Si vas a frotar mi pecho, también podrías frotar mi pene.

Aparté las manos de él, completamente estupefacta.

—¿Eh?

—¿He tartamudeado? —Su voz era suave como el whisky, con la misma
sensación de hormigueo cuando su sonido llegaba a mis oídos. Era baja, grave
y estable sin una pizca de duda. No sabía que las voces pudieran ser tan
fuertes, tan seguras cuando hablaban. No era como si estuviera exigiendo
poder. Era poderoso sin siquiera intentarlo.

Definitivamente no era un chico.

Definitivamente un hombre.

Un hombre doblemente sexi.

—Eh, no. No tartamudeaste.

—¿Entonces?
Arqueé una ceja.

—¿Entonces qué?

—¿Vas a frotar mi pene o te apartarás de mi camino para que pueda tomar


una cerveza?

—¿Siempre eres tan grosero?

—No soy grosero —dijo—. Solo voy directo al grano.

—¿Y cuál es el punto, exactamente?

—Estás a punto de frotar mi pene.

—Deja de decir pene.

Hice una mueca.

—Deja de preguntar cuál es mi punto, entonces —replicó.

Puse las manos en mis caderas y sacudí la cabeza con incredulidad.

—¿Eso es lo que hacen ustedes? ¿Eso funciona para ti? ¿Simplemente 26


pedirles a las mujeres que toquen tu miembro?

—¿Mi miembro? —Resopló, y su boca se torció ligeramente con una


sonrisa diabólica—. Tan formal, tan correcto. —Se burló.

—Podría haber dicho falo.

Se inclinó ligeramente y su cálido aliento se derritió contra mi rostro.

—Puedes chupar mi falo si quieres. Junto con mis testículos solo para
divertirnos.

—¿Qué les pasa a los hombres con las mamadas? ¡Lo que sea por una
mamada, lo juro!

Se encogió de hombros.

—Yo también doy mamadas.

—¿Qué significa eso?

—Significa que puedes sentarte en mi rostro.

Mi mandíbula se desencajó y mis ojos se abrieron ampliamente.


—¡Oh, Dios mío!

Arqueó una ceja.

—Sentarte en los rostros te hace sentir tímida, ¿eh?

—¿Qué? No. Pish, por favor. No me hace sentir tímida en absoluto. —Me
alcé en mis zapatos—. No tengo problemas con eso. Me parece bien. Soy
moderna.

Malditos Cheerios, Star.

—¿Moderna? —Casi se rio, pero no estaba segura de que su voz pudiera


emitir tal sonido—. ¿Cuántos años tienes?

—Oh, cállate. No salgo de mi camino para encontrarme con extraños que


me digan que puedo sentarme en sus rostros.

—Siento escuchar eso. Espero que este año te traiga más sesiones de
sentadas. Es mi propósito de Año Nuevo para ti. Por supuesto, seré tu primer
asiento.

Mis mejillas se sonrojaron. 27


—Basta.

—¿Qué? Te estaba ofreciendo un asiento. ¿Qué necesitas? ¿Una


proposición de matrimonio? —bromeó.

Eso no estaría tan mal, pensé para mis adentros.

—Sin ofender… —comencé.

—Estás a punto de ser ofensiva…

—Dije sin ofender.

—Eso es lo que las personas dicen antes de ser ofensivas. Pero continúa.

Me encogí de hombros.

—Eres un poco idiota.

—Mis amigos me llaman Dick.

—¿Cómo te llamas en realidad?


—No importa —dijo, pasando el pulgar por el puente de su nariz—. Porque
al final de la noche, me llamarás imbécil o montarás mi pene. De cualquier
manera, es Dick para ti.

—Oh, Dios mío, ¿siempre eres así de explícito?

—Depende. ¿Siempre eres tan mojigata?

—¿Parezco una mojigata?

Sus ojos recorrieron mi figura varias veces antes de encontrar mi mirada


nuevamente. La curva de sus labios casi me hace sonrojar. No odió lo que vio.
Caderas y todo.

—Pareces una mujer que debería estar sentada sobre mi rostro.

Me reí y sacudí la cabeza.

—He terminado con esta conversación.

Cruzó los brazos sobre su ancho pecho y se inclinó hacia mí.

—Lo entiendo, pero solo intento ayudarte con tu propósito de Año Nuevo de
sentarte en algunos rostros.
28

—Ese no fue mi propósito de Año Nuevo. Ese fue el tuyo para mí.

—¿Qué puedo decir? Quiero lo mejor para ti.

Odiaba admitirlo, pero estaba disfrutando de nuestras bromas. John


nunca bromeaba conmigo. Ah. John. Vete a la mierda, John, chico estúpido.

Me giré hacia el hombre.

—Creo que ahora es cuando dejamos de hablar.

—Sí. Menos hablar y más sentarse.

Abrí la boca para hablar, pero mi mente se apagó mientras lo miraba.

Ladeó la cabeza y entrecerró los ojos mientras parecía cada vez más
cautivado por mí. Me estudió como si yo fuera la Mona Lisa, algo único pero
ajeno a su mente. Me miraba como si tratara de recopilar las pistas sobre un
misterio del que yo no sabía que formaba parte. ¿Por qué me estaba estudiando
así? ¿Y por qué sus ojos me hacían sentir aterrorizada y protegida a la vez?

Aléjate, Star.
Pero no lo hice. No pude.

Nos quedamos allí de pie, sin hablar mientras el ritmo de la música


pulsaba a nuestro alrededor. El parloteo de los demás asistentes a la fiesta
zumbaba en mis tímpanos mientras permanecíamos en nuestro lugar.

¿Por qué me seguía mirando?

¿Y por qué no podía apartar la mirada?

Esbocé una sonrisa incómoda.

—De acuerdo, bueno, esto fue… extraño. Está bien. Sí. Adiós.

Empecé a pasar junto a él. Mi brazo rozó el suyo y, una vez más, me
encontré con la misma calidez de su tacto cuando su mano se posó en mi
antebrazo.

Ladeó la cabeza y entrecerró los ojos.

—¿Quieres olvidar?

Las mariposas revolotearon en mi estómago.


29
—¿Olvidar qué?

Se acercó más y su boca se posó cerca del lóbulo de mi oreja. Su aliento


caliente se fundió con mi piel helada mientras susurraba:

—Todo.

Mi estómago dio un vuelco por los nervios cuando levanté la vista para
encontrarme de nuevo con sus ojos verdes salpicados de marrón. Volví a ver el
destello de dolor en sus ojos. Duró poco, pero ahí estaba. Oculto detrás de
secretos e historias que nunca había compartido con nadie. Una parte de mí
casi pensó que lo había inventado, pero no. Estaba ahí. Juré que estaba ahí.
Sentí su tristeza recorriendo mi cuerpo mientras seguía aferrándose a mí. Era
como si su intensidad explotara en mi alma. No solo fui testigo de su
oscuridad, sino que la sentí a través de su tacto.

—¿Quién te hizo daño? —pregunté.

Sus ojos volvieron a brillar. Ahí estaba de nuevo el dolor. Era imposible que
me hubiera equivocado.

Sus ojos se endurecieron y respondió:


—Nadie.

—Mentiroso.

—Mentiroso —estuvo de acuerdo—. ¿Qué tal si nos acostamos juntos


mientras… mentimos juntos? —ofreció.

Su mano seguía en mi antebrazo, y el calor que desprendía perturbaba mi


mente. Me gustaba su cálido tacto. Me gustaban sus parpadeos de dolor. Me
gustaba que me recordara a una montaña rusa, aterradora pero emocionante,
y que valiera la pena pagar la entrada.

También me gustó que oliera a roble y a limonada.

Mientras miraba más allá de él, mis ojos se encontraron con los de
Whitney. Arqueó las cejas y asintió mientras articulaba “SS” en mi dirección.

Sí. Un hombre doblemente sexy.

En ese momento, supe que tenía dos opciones. Podría haber sido la Starlet
segura y aburrida que siempre hacía lo correcto. La que siempre tomaba
decisiones inteligentes. La que siempre pensaba en el futuro y en las
consecuencias de la vida. O podría ser la Starlet desquiciada. La chica que 30
apagaba su cerebro y se dejaba llevar por su lado salvaje. La que se dejaba
llevar y era libre, la que quería trepar a ese hombre como a un árbol y tomar
un asiento adecuado. Ya no quería ser Cheerios. Quería ser el fondo de una
caja de Frosted Flakes donde se asentaban todas las cosas excelentes.
Azucarada, divertida y deliciosa.

Mi mirada se posó en su mano y luego se elevó para encontrarse de nuevo


con aquellos ojos.

—De acuerdo —exhalé.

Él arqueó una ceja.

—De acuerdo, ¿qué?

—Necesito un asiento.

Me dedicó una sonrisa diabólica.

Eso también me gustó.

Giré mi mano para ser yo quien sujetara su muñeca y comencé a tirar de él


hacia una habitación.
Starlet

Una vez que encontramos un dormitorio, cerré la puerta detrás de


nosotros. Le di la espalda a Dick y aseguraba la puerta, encerrándonos en
nuestra fantasía. La anticipación aumentó cuando el cerrojo encajó en su
lugar, haciéndolo más real. Cuando me puse de puntillas para mirarlo, me
encontré con que me observaba, asimilándolo todo mientras su respiración se
volvía más agitaba y sus manos se cerraban en puños a los costados.
Permaneció paciente y en su lugar, como si estuviera esperando a que le diera
el visto bueno para tocarme.

Sonreí tímidamente, mordiendo mi labio inferior. Me sentía un poco


nerviosa por ser el centro de su atención. Nunca un hombre me había mirado
como él... como si fuera una bestia hambrienta lista para el festín más grande
31
de su vida. Caminó hacia mí, presionándome contra la puerta helada. Mi
espalda se posó suavemente contra la madera, y sus grandes manos acunaron
mi cabeza para evitar que me golpeara contra la puerta.

Sus labios se cernieron brevemente sobre los míos y su nariz rozó la mía.
Mis labios se entreabrieron cuando su aliento cayó sobre mi boca. Sus
exhalaciones se convirtieron en mis inhalaciones segundos antes de que su
boca se estrellara contra la mía. Su lengua se introdujo en mi boca,
descubriendo mi sabor.

Su mano subió por la parte de atrás de mi camiseta de tirantes,


acariciando mi piel mientras profundizaba el beso. Mi mente daba vueltas
mientras la emoción de su sabor se volvía cada vez más adictiva. Mis manos se
envolvieron alrededor de su cuello mientras su cuerpo se presionaba contra el
mío. Una sensación de temblor se estableció entre mis muslos cuando su otra
mano se envolvió alrededor de mi nuca. Mi cuerpo se arqueó hacia él, incapaz
de recordar cómo se sentía antes de que nuestros cuerpos se enredaran. Me
sentía pervertida, pero anhelaba que él lo hiciera más pervertido. Quería que
me destruyera de todas las mejores maneras. Contra la pared. Sobre la
cómoda. Sobre la cama. Nunca me había sentido así... drogada con besos.

¿Era así como se suponía que se sentía besar?


¿Potente? ¿Voraz? ¿Eufórico?

¿De esto se trataba ser malvado?

¿Era por esto que las personas tiraban la precaución al viento?

Mi cuerpo empezó a palpitar mientras sus manos seguían explorando mi


cuerpo. Mis caderas, mis muslos, mis curvas… su boca bajó hasta mi cuello
mientras su mano izquierda desabrochaba el cinturón de mis jeans.

Gruñó contra mi piel mientras me saboreaba, haciéndome arquear el cuello


hacia un lado para que pudiera arrastrar su lengua hasta mi clavícula, lo cual
hizo, saboreando cada parte de mí.

Una vez que quitó el cinturón, desabrochó mis jeans y los deslizó hacia
abajo. Salí de ellos rápidamente después de patear mis zapatos a un lado de la
habitación.

Se detuvo, colocó un dedo debajo de mi barbilla e inclinó mi cabeza para


que fijara mi mirada en la suya. Allí estaba de nuevo, penetrando en mi alma y
leyendo las páginas recién hechas, sumergidas en la tinta de los problemas y
escritas con letra cursiva de pecado.
32
Todo se ralentizó.

Me quedé sin aliento cuando me examinó.

Era tan intenso sin siquiera tratar de serlo.

Sus ojos buscaron los míos deliberadamente como si estuviera


investigando algo, buscando una respuesta dentro de mis ojos marrones.

—¿Está bien? —susurró, rozando su boca contra la mía.

Los latidos de mi corazón se intensificaron cuando me di cuenta.

No me estaba quitando nada; me estaba honrando. No solo esperaba


complacerse a sí mismo, sino que estaba pidiendo permiso. Por alguna razón,
eso solo me excitó más.

—Está bien —musité.

Con eso, sus labios se encontraron con los míos una vez más. Sus besos
me excitaban. Mi cerebro estaba confuso y mi corazón vibraba. Me gustaba
cómo se sentía contra mí. Me encantaba, con toda honestidad. Era como si el
cielo se mezclara con el infierno, como un ángel caído que, de alguna manera,
aún podía volar.
Cuando sus labios terminaron contra los míos, tiró de los bordes de mi
camiseta de tirantes y la lanzó a un lado de la habitación. Sus manos
acunaron mi sostén y su boca bajó para dejar un rastro de besos a lo largo de
las curvas de mis pechos. Luego bajó más y más, saboreando cada parte de mí
mientras se acercaba cada vez más a la línea de mis bragas.

—Es mi cumpleaños —dije con dificultad.

No sabía por qué las palabras salieron de mi boca. O por qué mi mente
intentaba pasar al primer plano y dejar de lado mis deseos.

Esos ojos marrones-verdosos volvieron a encontrarse con mi mirada. Ladeó


la cabeza confundido, esperando a que le diera más detalles.

Me aclaré la garganta.

—Mi novio me engañó hoy. En mi cumpleaños.

—Ese imbécil —gruñó, casi de una manera protectora.

Me reí.

—Creía que ese era tu nombre. 33


—Créeme, lo es.

Pasó el dedo por la fina tela de mis bragas y mantuvo sus ojos fijos en los
míos. Las deslizó por mis muslos y me permitió quitármelas. Luego sus manos
cayeron a mis caderas y me levantó.

—¡Espera! —Negué con la cabeza. Por una fracción de segundo, me sentí


demasiado cohibida. No me avergonzaba de mis curvas, en absoluto. Sin
embargo, me preocupaba no ser tan liviana como una pluma, seguramente
como las otras mujeres con las que estaba acostumbrado a relacionarse—. Te
vas a lastimar la espalda. Soy un poco más curvilínea que la estudiante
promedio. No puedes levantarme como…

—Te veo —dijo, sus manos recorrieron mis curvas, mi piel, mi estómago—.
Te deseo —susurró, su boca besó las partes de mí que John evitaba. Masajeó
mi piel antes de deslizar sus manos por debajo de mis nalgas y levantarme en
brazos sin esfuerzo para llevarme a la cama. Estaba casi segura de que fue
entonces cuando se produjo el primer orgasmo de la noche.

—Esta noche eres mía —prometió con voz baja, empapada de deseo y
necesidad—. Ahora, agárrate a la cabecera —instruyó, colocándome encima de
él—. Y déjame darme un festín.
Dejé de pensar cuando levantó mi cuerpo de más de setenta kilos y me
sentó sobre su pecho. Agarró mi cintura y me levantó sobre su rostro mientras
yo perdía la noción de la realidad. Su lengua se deslizó dentro y fuera de mi
interior, obligándome a gritar de placer. Mis caderas se mecían contra su boca,
contra su barba que ahora goteaba mi esencia.

Mis manos se aferraron a la cabecera y él se alimentó de mí como si fuera


su última cena, lamiendo mi clítoris, succionándolo, tragando cada gota de mí.
Me bebió como si estuviera perdido en el desierto, y yo fuera la primera en
saciar su sed. Sentí cómo me deseaba tanto como yo a él.

—Voy a… voy a… —gemí sin aliento mientras la sensación de un orgasmo


aumentaba con cada segundo que pasaba. Mis uñas se clavaron en la cabecera
mientras él se enterraba en mí.

Sí, sí, sí, por favor…

Su lengua se movió más rápido como si pudiera escuchar mis


pensamientos suplicantes. Me arqueé hacia atrás, apoyando mis manos en la
parte superior de sus muslos, moviéndome como si su lengua fuera el ritmo y
mi cuerpo su melodía favorita.

Me derrumbé contra él, el tembloroso orgasmo me hizo gritar en voz alta. 34


En el momento en que sentí que era demasiado y poderoso, comencé a
alejarme, pero él envolvió sus manos alrededor de mis muslos, impidiéndolo.

—Todavía no —dijo, antes de tirar de mí para que siguiera. Fue entonces


cuando se puso bueno. Fue entonces cuando realmente di en el blanco.
Hubiera suplicado más, pero él me lo dio libremente, desinteresadamente, con
instrucciones. Me hizo sentir como una reina y trabajó como si no fuera más
que un campesino tratando de ganarse mi buena gracia. Sin embargo,
cabalgué su rostro como si fuera un rey, y yo quisiera ser su humilde
servidora.

Mientras me arqueaba hacia atrás, recostada contra él, podía sentir su


dureza presionando contra mi espalda. Estaba totalmente despierto y listo para
jugar. Sentirlo palpitar contra mi solo hizo que lo deseara más.

Cuando terminé, me acostó sobre su estómago. La mirada de placer en sus


ojos hizo que mis mejillas se calentaran cuando una ola de timidez me invadió.
Su barba brillaba con mi esencia antes de que pasara su mano por ella. Su
sonrisa era igual a la de Hades, y yo ansiaba ser su Perséfone.

—Feliz cumpleaños —susurró, acercándome a su rostro y besándome con


mi sabor—. Eres increíble. Cada parte de ti.
El elogio me golpeó de una manera que nunca había sentido antes. Nunca
había estado con un hombre que me admirara en la cama con sus palabras.
Eso solo aumentó mi confianza.

Con él, mi cuerpo hizo cosas que no sabía que podía hacer. No sabía que
podía responder tan bien a las palabras, los elogios y las caricias adecuadas.
No solo me estaba transformando físicamente, sino también mentalmente. Me
hizo disfrutar de mis curvas femeninas, explorándome de una nueva manera.

Sus manos me dieron la vuelta sin esfuerzo por lo que estaba acostada
sobre mi espalda, y él se cernía sobre mí. Me gustaba cómo lo hacía, cómo me
movía como a una muñeca de trapo, como si mi peso fuera un concepto
imaginario que solo existía en mis imperfectas inseguridades.

No sabía que podía sentir tanta confianza estando desnuda con un


desconocido cuando mi anterior pareja apenas me miraba cuando
intimábamos. Con John, el sexo se sentía como una tarea, algo que teníamos
que quitarnos de encima antes de regresar a nuestras otras tareas. Esa noche,
sin embargo, se convirtió en una aventura, un viaje de descubrimiento.

Mientras se cernía sobre mí, no podía dejar de mirarlo. Me resultaba tan


familiar, aunque sabía que no nos conocíamos. Era como un recuerdo que mi
mente había olvidado por el camino. Un sueño perdido que finalmente volvía a 35
ser imaginado.

Quité su camiseta y él desabrochó sus jeans. Un jadeo audible escapó de


mi boca cuando bajó sus pantalones junto con su bóxer.

El tamaño y la circunferencia de su pene deberían haber venido con una


señal de precaución y una advertencia justa.

Advertencia, consumidor. Peligro de asfixia. La ingestión de este artículo


puede provocar rigidez de mandíbula e hinchazón de labios. Puede conducir a la
muerte si uno no sale a tomar aire. Se recomienda discreción del espectador.
Explórelo bajo su propia responsabilidad.

Ya me dolía la mandíbula con solo mirarlo, pero un trato justo era un trato
justo.

Empecé a bajar y él se rio un poco, negando con la cabeza.

—Es tu cumpleaños —comentó, acostándome de nuevo y besando mi


cuello—. Soy yo quien hace los regalos, no tú —susurró contra el lóbulo de mi
oreja mientras separaba mis piernas y se presionaba contra mí. Se apresuró a
sacar un condón del bolsillo de su pantalón y se lo puso antes de regresar a
mí. Su dureza se frotó contra mi centro mientras su mano se movía detrás de
mi espalda. Desabrochó mi sostén con lo que pareció un chasquido de dedos.

Mi mente se convirtió en papilla cuando sus labios se posaron en mi pecho


izquierdo y comenzó a mover su lengua de un lado a otro contra mi pezón de
forma rítmica. Tomó su enorme pene y frotó la punta contra mi clítoris varias
veces. Sentí la acumulación de anticipación mientras me provocaba deslizando
su longitud hacia delante y atrás contra mis húmedos pliegues. El deseo y la
necesidad de tenerlo dentro de mí me estaban volviendo loca mientras le
rogaba que me penetrara por completo.

—Por favor —murmuré sin aliento—. Quiero todo…

Sus labios bailaron sobre los míos como si siempre hubieran pertenecido
allí. Su lengua se deslizó en mi boca mientras me penetraba con una hermosa
y fuerte embestida.

—Sí, sí, sí —grité cuando entró en mí.

Mi espalda se arqueó mientras él profundizaba. Al principio fue lento, cada


centímetro se sentía como un kilómetro. Mis manos se posaron en su pecho
duro como una roca y él levantó mis piernas sobre sus hombros. Me dobló
como un panqueque y aumentó su velocidad. Mis piernas temblaban contra él 36
mientras mis manos volaban por encima de mi cabeza. Empujé las palmas de
mis manos contra la cabecera, amando su ritmo, su grosor, su todo.

Sí, sí, sí…

Colocó una mano en la base de mi cuello, sin apretar con fuerza, pero
sujetándolo lo suficiente para intensificar mis sensaciones más de lo que creía
posible. Eso era nuevo, y me gustaba… Me gustaba que me estrangulara.

Su boca bajó hasta la mía y lamió mis labios de abajo hacia arriba antes de
susurrar contra ellos.

—¿Quién es la buena cumpleañera?

—Yo —susurré.

Sus ojos se dilataron y mi corazón se aceleró, deseando nada más que


perderme en él durante un rato. También me abrazó con fuerza, como si le
importara. Acarició cada parte de mí, tanto física como mentalmente. Calmó
las partes más ruidosas de mis inseguridades mientras presionaba contra mi
boca.

—Así es —dijo suavemente—. Eres mi buena cumpleañera.


En ese momento, me perdí.

En ese momento, él me descubrió.

Mis piernas temblaron contra él y gruñó de placer cuando descubrí otro


orgasmo. Él también lo sintió, todo. Mientras yo temblaba, él gemía de placer.
Me di cuenta de que luchaba con todas sus fuerzas para no unirse a mí en su
destino final. No estaba buscando detener la celebración en el corto plazo.

Me puso de lado, me rodeó con las piernas y me penetró por detrás.

—Oh, Dios mío —exhalé, descubriendo que diferentes ángulos alcanzan


diferentes objetivos, y me encantó cada segundo.

Presionó su rostro contra mi costado mientras sus palabras se deslizaban


de su lengua.

—Me gusta eso —murmuró—. Me gusta poder verte entera. —Sus manos
se posaron en mis pechos, masajeándolos mientras mordisqueaba el lóbulo de
mi oreja—. Me gusta poder sentir todo de ti.

Nos quedamos allí el uno con el otro, perdiendo el tiempo y todas las
inhibiciones que teníamos. Yo no conocía sus heridas, y él apenas conocía las 37
mías, pero durante estos momentos sagrados, nos sentimos como uno solo. Un
desastre sorprendentemente hermoso.

Me puso boca arriba y volvió a mirarme fijamente. Esos ojos marrones


verdosos eran adictivos. Podría haberme pedido cualquier cosa entonces, y yo
le habría concedido todos sus deseos. Si me hubiera pedido una estrella, yo
habría encontrado una escalera lo bastante alta como para alcanzar el cielo,
porque así era como anhelaba su placer. Lo deseaba tanto como él
aparentemente me deseaba a mí.

—Vente conmigo —ordenó mientras su punta se frotaba contra mi clítoris.

Empujó dentro de mí, manteniendo el contacto visual, sosteniendo la


mirada como si yo fuera la única persona a la que querría volver a mirar. Hice
lo que me ordenó.

Se vino dentro de mí, y yo me vine rápido, fuerte, extensa y libremente.

Sí, sí, sí…

Cuando terminamos, se desplomó sobre mí.

—Demonios —murmuró, complacido.


Dejó un rastro de besos por mi cuello antes de acostarse a mi lado,
completamente empapado por la montaña rusa en la que habíamos montado el
uno con el otro.

—Es fue… —exhaló.

—Sí…

Asentí.

Inclinó la cabeza hacia mí, y esbozó una sonrisa maliciosa.

—Te dije que te sentarías en mi rostro.

Puse los ojos en blanco, sintiéndome ligeramente avergonzada.

—Lo que sea.

Me miró con una expresión extraña. Entrecerró los ojos, inclinando


ligeramente la cabeza mientras observaba mi rostro. La sonrisa maliciosa que
esbozó sus labios se evaporó cuando me miró a los ojos. Luego se levantó
apresuradamente de la cama y recogió su ropa. Se movió como si acabara de
presenciar un fantasma dentro de mi mirada. 38
La sensación de su urgencia envió escalofríos de confusión por mi espalda.

¿Cómo pudo mirarme hace un segundo como si lo fuera todo y luego


parpadear y hacerme sentir como si no fuera nada?

Puse la manta sobre mi cuerpo, con la esperanza de que funcionara como


un escudo para proteger mi tímido corazón. Una ráfaga de nervios me golpeó
cuando mi mente volvió a la realidad. Un extraño sentimiento de rechazo se
instaló en mi mente cuando su calor se evaporó de mi piel. Al bajar de lo más
alto me encontré con las desafortunadas consecuencias de sentirme sola.
Todavía estaba en la habitación, pero se sentía tan lejos. Quizá no físicamente,
pero sí mentalmente, lo había comprobado en el segundo en que sus pies
dejaron la cama y encontraron tierra firme.

Toda la situación me dejó un extraño sabor en la boca, pero intenté


tragarlo. ¿Qué esperaba, de todos modos? Ni siquiera sabía su nombre. No me
debía nada, ni siquiera un adiós. Lógicamente, mi cerebro lo entendía, ¿pero mi
corazón? Lo sentía ligeramente agrietado.

Mordí mi labio inferior.

—¿Ya te vas?
Sus ojos se encontraron con los míos y volví a ver su crudeza, su
confusión. Algo estaba carcomiendo su mente y revolviendo sus pensamientos.
Tal vez se sentía tan confundido como yo. ¿Él no sintió lo que yo sentí? No fue
solo sexo. No podía ser. Nunca había sentido algo tan personal con alguien que
conocía, y mucho menos con un extraño. Pero tal vez eso era lo que eran las
aventuras de una noche: situaciones falsas que parecían reales.

Se detuvo durante un fugaz segundo. Sus labios se separaron ligeramente


como si fuera a expresarse, pero en vez de eso, los cerró con fuerza antes de
continuar vistiéndose. Se estaba poniendo la ropa como si fuera un paramédico
que sale corriendo por la puerta para asistir a la escena de un accidente.
Nunca había visto a nadie apresurarse tanto para alejarse de mí. Le habría
preguntado qué había hecho para ofenderlo, pero dudaba que hubiera sido
sincero. No lo conocía, pero sabía que sus ojos decían la verdad más que sus
labios.

La culpa me invadió al pensar en lo que podría haber hecho mal.

—¿Tienes novia? —cuestioné ¿Era por eso que se apresuraba a alejarse de


mí? ¿Era yo su Meredith en esta situación? ¿Tenía su propia caja de Cheerios
en casa?

—¿Qué? No. 39
—Entonces ¿por qué tienes tanto apuro por irte?

—¿Qué esperabas? —Hizo una mueca, evitando el contacto visual a toda


costa—. ¿Caricias?

No esperaba caricias, pero habría sido agradable.

La forma en que evitaba mi mirada me resultaba muy extraño. No era


como si él pensara que yo era una especie de plaga, sino más bien como si yo
fuera su droga favorita, y él hubiera estado tratando desesperadamente de
estar sobrio.

—Oye —grité, haciéndolo mirar una vez más—. ¿Estás bien?

Quería examinar su expresión. Tener unos minutos más antes de que


dejara ir lo que sea que acabábamos de hacer. Pero esta vez, cuando me miró,
estaba diferente.

Sus ojos no eran tan amables como lo fueron durante nuestra actuación.
Esa frialdad distante había regresado, pero no sabía cuál era su verdadero yo.
¿Era el caballero que pedía permiso? ¿El que a veces parecía el alma más triste
del mundo? ¿O era simplemente un hombre que tenía aventuras de una noche
y no sentía nada?

—Estoy bien. Esto no es un final de cuento de hadas. Solo tuvimos sexo.


Ahora nos vamos —dijo mientras subía sus jeans—. Bienvenida al mundo real.

—Eres un imbécil.

—Te lo dije desde el principio. Feliz cumpleaños —agregó—. Gracias por los
dulces.

Después que se marchó, me quedé en la cama unos segundos más. Las


emociones comenzaron a empujar a través de mi sistema, y no pude domarlas.
Las lágrimas inundaron mi mirada, y comencé a sollozar en las palmas de mis
manos, dándome cuenta de lo que acababa de hacer. No sabía quién había sido
esta noche y siempre había tenido un fuerte sentido de identidad personal.
Era confiable. Responsable. Estable. La chica buena que nunca hacía lo malo.
Todo lo que ocurrió en esa habitación estuvo mal. Nunca debería haber
ocurrido. Nunca debí haber estado en esa situación. Sin embargo, quería
revivir cada segundo en cámara lenta. Sus manos agarrando mi cintura... su
lengua lamiendo mi cuello... sus labios contra los míos...

No, Starlet. Esto estuvo mal. 40


Mi mente y mi corazón estaban en guerra mientras las lágrimas brotaban
de mis ojos porque no lo entendía.

¿Cómo algo tan malo podía sentirse tan bien?


Starlet

Me desperté sin un solo dolor de cabeza por descubrir.

¡Es un milagro de vigésimo primer cumpleaños!

Supuse que un sorbo de ponche mágico no habría bastado para


concederme una resaca.

Lo primero que me vino a la mente mientras estiraba los brazos en la cama


de mi dormitorio fue cómo John me había engañado. Por suerte, el segundo
pensamiento que me vino a la cabeza fue el pene, ambos, la persona y el falo.

Mi cuerpo todavía se sentía dolorido por cómo me había dado la vuelta 41


como a un panqueque.

¿Le dije que era una buena cumpleañera?

Oh Dios, Starlet. ¡Qué noche, qué noche!

Después de saltar de la cama, caminé hacia el baño para tomar una


ducha. Una de las ventajas de ser estudiante de último año era que tenías
muchas posibilidades de conseguir un dormitorio con ducha adjunta. Eso era
mucho mejor que compartir el baño con otras veinte chicas en tu piso: las
ventajas de avanzar en la escuela.

Había terminado de ducharme y estaba secando mi cabello cuando


Whitney se movió en su cama. Bostezó abriendo ampliamente la boca y luego
palmeó su estómago cinco veces, como hacía todas las mañanas.

—Buenos días, compañera —dijo.

—Buenos días, compañera —contesté.

Se incorporó y estiró los brazos.

—¿Tienes resaca?
—Ni una pizca.

Arqueó una ceja.

—¿En serio?

—Quizá soy inmune a las resacas.

Eso, o no bebí ni un trago anoche.

—No tientes a la suerte, amiga. ¿Recuerdas aquella vez que me tomé


veintiún chupitos de gelatina?

Me estremecí al recordarlo.

—Sí, me acuerdo.

Volvió tambaleándose a nuestro dormitorio como si estuviera hecha de


gelatina. Sonrió.

—Terminé en la enfermería y me dijeron que la resaca me alcanzó dos días


después. Nunca había bebido tanto Gatorade en mi vida.

—Esperemos que no sea mi caso. —Me reí—. Me encuentro bastante bien. 42


—Bien. Eso es bueno, viendo cómo John fue un completo un idiota. Pero
entonces, basándome en la noche que tuviste… —Dejó escapar una sonrisa
maliciosa y movió las cejas—. Ni siquiera llegamos a hablar de la noche que
tuviste después de escaparte con el chico doblemente sexy.

Así fue. Whitney y yo volvimos a casa tabaleándonos y riéndonos como


colegialas por cualquier cosa. Tropecé sobre todo por las actividades del
dormitorio, y ella caminó de lado debido al ponche mágico. Ni siquiera
comenzamos a profundizar en mis aventuras con Dick.

Sentí que mis mejillas se sonrojaban al pensar en la noche anterior. No me


sentía súper cómoda hablando de mi vida sexual, principalmente porque el
sexo con John era bastante mundano y aburrido. ¿Pero anoche?

Sobre todo anoche…

Me senté en mi tocador y saqué un cepillo para peinarme.

—Anoche fue… diferente.

—¿Tenía un gran equipaje? ¿Uno pesado y grande?

Me reí, negando con la cabeza.


—¿Por qué estás así?

—No lo sé. Mis padres son raros. Creo que el gen también se me transfirió
a mí. Pero, en serio, ¿cómo fue?

—Fue…

Cerré los ojos un momento y me desmayé para mis adentros.

—Oh, Dios mío. —Whitney jadeó, haciéndome abrir los ojos. Señaló con un
dedo acusador en mi dirección—. ¡Sacudió tu vagina!

—Él sacudió mi vagina —repetí, negando con la cabeza por la incredulidad


de la noche anterior.

—¡Diablos, sí! Estoy muy orgullosa de ti, compañera. Entonces, ¿es cierto
ahora? ¿John tenía un pene pequeño?

—No creo que podamos clasificarlo como un pene. Era más bien un
cacahuete.

—Y el señor doblemente sexy tenía…

—Trompa de elefante.
43

Whitney levantó los brazos en señal de victoria.

—¡Feliz cumpleaños, Starlet Evans!

Feliz cumpleaños de verdad.

—Espero que no puedas caminar derecho en todo el fin de semana —dijo—


. Hablando de… en una escala del uno al diez, ¿qué tan básicas nos sentimos
en este momento? ¿Nivel de tostada de aguacate? —preguntó Whitney mientras
intentaba peinarme.

Mi cabello castaño rizado era una comedia de errores cada mañana. La


cantidad de veces que había pensado en afeitarme dicho cabello era de al
menos cincuenta veces al día.

Para Whitney, los sábados solo significaban una cosa: brunch. Era su
forma favorita de recuperar la sobriedad después de sus salvajes noches de
viernes. Por lo general, mi compañera de piso era una nerd de los libros que se
tomaba su educación demasiado en serio, ¿pero cuándo llegaban los viernes?
Estaba fuera de su horario como chica educada y fichaba en su hoja de horario
de chica salvaje fiestera.
Ella lo llamaba el equilibrio perfecto de la vida. Después de lo de anoche,
entendí por qué y me sentía un poco decepcionada por haberme perdido dos
años de fiestas universitarias por estar demasiado concentrada en mis
estudios.

—Eso suena increíble. Con un huevo revuelto —ofrecí.

—Hervido duro, rallado con un rallador de queso —corrigió—. Y queso de


cabra con salsa picante, Mike's Hot Honey. —Ella gimió de deseo—. ¿Podemos
ir a Eve's Place a almorzar? Yo invito por tu cumpleaños.

Eve's Place era nuestro lugar favorito para el brunch por dos razones:
podíamos caminar desde el campus e incluía un menú del tamaño de mi
antebrazo. Si querías comer como un loco sano o ahogarte en sirope de arce y
crema batida, Eve tenía un plato para ti.

Después de renunciar a cepillar mi cabello, lo recogí en un moño


desordenado que caía sobre mi cabeza.

—No puedo ir a almorzar, ¿recuerdas? Le prometí a mi padre que podría


tenerme todo el fin de semana por mi cumpleaños.

Gritó desesperada como si le hubiera dicho que Londres había sido 44


destruida.

—Pero ¿qué pasa con nuestras tradiciones de brunch de fin de semana?

—La tradición tendrá que hacer un paréntesis durante un fin de semana. A


menos que quieras unirte a nosotros.

Entrecerró los ojos pensativa.

—Eric es bastante atractivo.

Me estremecí.

—No importa, no puedes venir.

—¿Estás segura de que no quieres una nueva madrastra?

—Me molestas a diario.

Me reí mientras recogía mis zapatillas y me las ponía antes de agarrar mi


abrigo rosa de invierno, bufanda y las manoplas.

Después de abrigarme y empacar mi mochila, me acerqué a Whitney y besé


su frente.
—Cómete una tostada de aguacate por mí.

Refunfuñó y me hizo un gesto para que me fuera.

—Saluda a mi futuro esposo de mi parte.

Me reí a carcajadas de mi amiga antes de tomar mi cesto de ropa para


lavar en la casa de papá. Me dirigí a mi auto y me subí para conducir hasta
Chicago para pasar el fin de semana. Estudiar en la Universidad de Wisconsin-
Milwaukee me venía muy bien, ya que estaba a solo dos horas en auto de la
casa de mi padre. Todos los domingos pasábamos tiempo juntos, momento de
padre e hija. Era el único día que él no trabajaba en el salón de tatuajes y el
único día que yo pasaba lavando la ropa. Pasar el sábado y el domingo con él
este fin de semana sería lindo. Día tras día, yo era una niña de papá.

Conduje directamente a Inked, sabiendo que papá estaría allí el sábado por
la mañana. Vivía y respiraba por esa tienda, y estaba casi segura de que él y
sus empleados estarían trabajando en algunas piezas fantásticas. Cuando era
niña, pasaba mucho tiempo allí sentada viendo a papá, a sus chicos y chicas
tatuar a las personas. Era increíble la cantidad de personas que lloraban de
alegría al ver que sus obras maestras cobraban vida.

Si no estuviera ya en mi carrera y tuviera una mano firme y una pizca de 45


habilidades artísticas, con mucho gusto me habría pasado mi vida trabajando
en el salón de papá.

Estacioné el auto a la vuelta de la esquina de la tienda y salí al clima


helado. Me apresuré hacia la puerta principal cuando mis mejillas fueron
azotadas por el viento helado.

—¡Sorpresa! —gritó el equipo, provocándome un completo frenesí de


sorpresa. El salón se había engalanado con adornos de cumpleaños—. ¡Feliz
cumpleaños, Starlet! —exclamaron.

Una de las cosas más geniales del mundo fue ver a un grupo de moteros
fornidos y tatuados sosteniendo globos rosas y morados para celebrarme. Todo
el grupo estaba formado por los mejores amigos de papá, y yo había crecido
rodeada de ellos toda mi vida. Nelson fue el primero en apresurarse a darme un
fuerte abrazo de oso.

—Feliz cumpleaños, pepita —dijo, frotando su puño sobre mi cabello


rizado.

Nelson era la definición de una Starlet del rock. Además, parecía un


defensor: genial y gigantesco sin esfuerzo. Nelson medía un metro noventa y
pesaba al menos noventa y cinco kilos. Pero no estaba gordito. Era todo
músculo. Me levantó del suelo como si fuera lo más fácil de hacer. Su mujer,
Joy, fue la siguiente en acercarse a mí. Joy era una hermosa mujer negra
tatuada de pies a cabeza. Tenía el cabello gris vibrante y afeitaba los costados
de su cabeza. Siempre llevaba tacones altos de al menos diez centímetros y
seguía siendo más baja que su esposo.

Prácticamente los consideraba mis tíos. Eran lo que papá llamaba su


“contigo hasta la muerte”. Nos rodearon de mucho amor durante algunos días
bastante oscuros de nuestras vidas y, sinceramente, no creo que hubiéramos
superado los días difíciles si ellos no nos hubieran bañado con su luz.

Harper fue el siguiente en abrazarme. Era un hombre mayor, de unos


sesenta años, y uno de los mejores tatuadores del mundo. Venían personas de
todo el mundo para que Harper los tatuara. Era un hombre tranquilo, en
contacto con la energía y el universo. A veces, si notaba que una persona
estaba nerviosa antes de una sesión de tatuaje, sacaba su baraja de cartas del
tarot y le hacía una lectura, seguida de una rápida sesión de reiki. Lo
llamábamos nuestro gurú hippie.

—Brillantes saludos, nuestra amada.

Harper sonrió y me abrazó. Harper daba los mejores abrazos. Abrazaba a


alguien como si hubiera estado esperando toda su vida para hacerlo. El tipo de 46
abrazo que hacía que una persona se derritiera en sus brazos.

A continuación, Cole, el fiestero. Tenía treinta y tantos años, pero seguía


celebrando como si tuviera veintiuno. Cole decoraba su cuerpo con piercings, el
más reciente era su mordedura de delfín justo debajo del labio inferior. Era un
hombre delgado, con cabello rubio desgreñado y unos brillantes ojos verdes.
Nunca lo había visto tener un mal día. Cole vivía para disfrutar de la vida. No
debería haberme sorprendido cuando salió con una bandeja de chupitos
preparada para todos.

—¡Veintiún malditos años! —gritó Cole mientras soplaba una corneta que
colgaba de su boca—. Feliz cumpleaños, vaquera —dijo mientras dejaba la
bandeja y besaba mi frente.

Por último, estaba papá, el mejor papá del mundo.

—Feliz cumpleaños, princesa —murmuró mientras me abrazaba—. No


puedo creer que ya seas mayor.

Besó mi frente varias veces.

Mi padre y yo nos parecíamos mucho, aunque él tenía unos cuantos


tatuajes más en su piel y yo ninguno. Él llevaba años tratando de tatuarme,
pero yo aún no estaba preparada para lo que quería que creara sobre mi piel.
Algún día lo haré.

Papá era un hombre apuesto con profundos hoyuelos que siempre se le


marcaban cuando reía, cosa que hacía a menudo. Yo tenía esos mismos
hoyuelos. También tenía sus ojos marrones y su amplia sonrisa. Medía un
metro ochenta y tenía una cabeza calva brillante que a todo el mundo le
gustaba frotar para que le diera buena suerte.

—Pensé que ese novio ¿vendría contigo? —preguntó papá.

Arrugué la nariz.

—Digamos que eso no funcionó, y espero no volver a verlo nunca más.

Papá entrecerró los ojos, debatiendo si pedir más detalles, pero luego se
encogió de hombros.

—Bien. Tenía unos tatuajes de mierda.

Sonreí.

—Lo peor de lo peor. 47


—¡Chupitos! —gritó Cole, empujando uno en mi mano.

Me reí.

—De acuerdo, pero no podemos ponernos demasiado salvajes. Tengo un


gran día el lunes y no puedo volverme demasiado loca —advertí.

Cole me hizo un gesto con la mano.

—Es tu vigésimo primer cumpleaños. Se supone que debes soltarte.

Si tan solo supiera lo mucho que me había soltado la noche anterior. Mis
mejillas ardían solo con pensar en eso.

—No te preocupes, tesoro —comentó papá—. Yo cuidaré de ti.

Todos parecían tan emocionados que no podía decepcionarlos.

Además, ¿qué tan malo podía ser un chupito comparado con el ponche
mágico de anoche?

Tomé el chupito de Cole, todos aplaudimos y lo bebimos.


—¡Oh, Dios mío! —grité. Peor. Podía ser mucho, mucho peor que el ponche
mágico.

Harper soltó una carcajada y me dio una palmada en la espalda.

—Deja que te prepare una bebida de verdad. Una que no te dé ganas de


vomitar. Créeme. Te lo dice una chica que odia el sabor del alcohol.

En Harper, confío.

Me preparó un trago, que fue un verdadero ponche mágico porque no


podría decir que hubiera una gota de alcohol en él.

Bebí esas bebidas mezcladas como un marinero. Pusimos música a todo


volumen todo el día, bailando en el salón con total libertad. No sabía que podía
beber tanto hasta que bebí demasiado. Lo siguiente que supe fue que era
sábado por la noche y estaba abrazando el retrete de mi padre mientras él
sujetaba mi cabello.

—Me siento como muerta —dije después de vomitar por tercera vez.

¿La resaca que creía haberme perdido el sábado por la mañana? Tuvo la
amabilidad de alcanzarme el sábado por la noche. 48
Papá se rio.

—Recuerdo mi primera resaca. Tenía catorce años y vomité en el par de


zapatos favoritos de mi padre.

—¡¿Catorce?! —jadeé.

—No todos fuimos buenos chicos como tú, princesa. Algunos tomamos
malas decisiones día tras día.

—Nunca volveré a beber —gemí mientras me sentaba y me apoyaba en la


bañera.

Papá se sentó a mi lado y apoyé la cabeza en su hombro.

—Eso es lo que todos dicen cuando se enferman por beber. Entonces,


¿qué? Pasa otra noche para olvidar, y el ciclo se repite.

—Yo no —prometí—. He terminado.

Él besó mi frente.
—Toma una ducha y ponte un pijama. Hueles a culo. Voy a prepararte
unas palomitas de maíz para que tu estomago se asiente. Hoy no has comido
suficiente. —Se puso de pie—. ¿Qué tal algo de Taco Bell? Eso hace que todas
las resacas sean un poco mejores.

49
Milo

Mi casa estaba llena de risas y luz cuando estaba mi madre. Cada mañana
me despertaba con ella bailando en la cocina mientras sonaba música y
preparaba el desayuno antes de ir al colegio. Y nunca era un desayuno sencillo.
Siempre iba más allá y haciendo muffins recién horneados junto con una
frittata o alguna tontería.

Hacía la taza más grande de café, se lo bebía casi todo y luego trataba de
involucrarme en su baile también. Yo nunca lo hacía, ya que era todo lo
opuesto a una persona madrugadora. Ese rasgo lo heredé de mi padre.

Nunca me di cuenta de lo mucho que lo di por sentado hasta que aquellos


días desaparecieron. Odiaba que no fuera un desvanecimiento rápido, 50
tampoco. Cuando enfermó, la música ya no sonaba tan fuerte como antes.
Entonces el baile se ralentizó. Tampoco podía hacer los desayunos elegantes.
Yo sabía que era difícil para ella, así que a veces cocinaba para ella. Pondría la
música cuando ella se olvidará. Bailaba de vez en cuando para hacerla reír.

Su risa...

Lo que más extrañaba era su risa.

También preparaba su gran olla de salsa casera para nuestra cena de los
domingos. Era una salsa para pasta de cocción lenta que sabía cómo si la
hubieran hecho los dioses. Las cenas de los domingos eran muy importantes
en nuestra casa. Solíamos invitar a docenas y docenas de personas a la
comida, incluidos algunos de mis amigos, y nos reíamos hasta que se ponía el
sol mientras todos se volvían locos con la comida de mamá.

Extrañaba el sabor de su amor. Sabía que parecía una locura, pero no se


trataba de los ingredientes que utilizaba, sino de cómo los utilizaba. Papá
siempre bromeaba diciendo que la magia estaba en su cuchara de madera
favorita con la que mezclaba la salsa. Ahora, la cuchara estaba en la despensa
con el resto de sus utensilios de cocina, casi sin tocar.
Era extraño pensar en lo animada que solía ser la casa. Ahora, todas las
mañanas eran tranquilas, especialmente los fines de semana. La mayoría de
las veces, papá no estaba cuando yo me despertaba, que era bastante
temprano. Aunque no era una persona madrugadora, solía levantarme
temprano para ver los amaneceres, algo que empecé a hacer después de la
muerte de mamá. No tenía ni idea de adónde había ido aquel hombre. Solo
sabía que no estaba en casa.

Cuando me levantaba los fines de semana, preparaba mi desayuno, me


arrastraba de regreso a mi habitación y me sentaba en la oscuridad de una
casa que alguna vez fue un hogar. Era una casa llena de inquietantes
recuerdos de lo buena que era la vida antes. Los días en que el silencio se
hacía demasiado fuerte, hacía una de dos cosas. Recurría al sexo para
distraerme o salía con mis amigos.

El sexo era mi principal recurso desde que perdí la virginidad hace unos
años. Tenía bastante reputación en mi vecindario. No era un secreto que
intentara guardar. Muchos me conocían por muchos nombres. Algunos me
llamaban prostituto, otros me llamaban papi, pero la mayoría de las mujeres
me llamaban Dick.

Como la chica que estaba de cumpleaños.


51
Maldita cumpleañera.

¿Qué fue eso?

Anoche no salió como estaba planeado. Bueno, lo hizo… hasta que no lo


hizo.

Mi mente seguía pensando en la noche en la casa de fraternidad y en la


mujer estrafalaria y extraña. Algo en ella me inquietó. Me miraba como si
pudiera ver mi verdadero yo. El yo que la mayoría de la gente pasa por alto
fuera de mi pequeño grupo de amigos. Eso me molestó mucho. O me intrigaba,
una de las dos.

Además, el sexo...

Esa fue una de las noches más agradables de mi vida, y ni siquiera sabía
su nombre. Me había acostado con una buena cantidad de personas, pero
nadie me hizo sentir como aquella mujer, y ni siquiera me lo había mamado.

Ella también era caótica, lo cual era extrañamente divertido. Tampoco me


sentía así a menudo: divertido. Desde que nos enrollamos ayer, ella había
pasado por mi mente más de lo que me hubiera gustado. Normalmente,
después de mis encuentros, las mujeres no volvían a cruzar por mi mente.
Nunca había salido dos veces con la misma chica. Dejaba poco espacio para
que las emociones se involucraran. Pero por alguna razón, extrañaba su sabor
en mi lengua. La noche que compartimos fue casi demasiado para mí.

En el momento en que salí de esa habitación, me largué de allí. No podía


explicar lo que había sentido. Fue como si mi mundo se hubiera
desequilibrado. Me sentí como un imbécil mientras me ponía la ropa y me
dirigía a la salida, pero no podía quedarme allí con ella. Algo en sus ojos me
hizo querer ser real, y yo no quería eso. Sentí la inquietud de su suave mirada
creando pánico en mi pecho porque me parecía tan diferente a todas las
mujeres anteriores a ella. La mayoría de ellas me hacían olvidar la vida. Ella
me hizo cuestionarme.

A juzgar por mi reacción, probablemente pensó que era un idiota, pero no


tenía ni idea de que mi cuerpo se estaba apagando. Mis manos se pusieron
sudorosas cuando ella se sentó en la cama, mirándome. Mis ojos se pusieron
vidriosos mientras una sensación de pánico me abrumó. Había tenido muchos
ataques de pánico en los últimos tres años, pero nunca después del sexo. El
sexo era lo que domaba mi ansiedad, no lo que la reforzaba.

Los ataques de pánico normalmente solo se presentaban cuando pensaba


demasiado en mi madre. Y créeme, cuando estuve en esa habitación, no estaba
pensando en mi querida madre. No tenía ni maldita idea de por qué esa mujer
52
provocaba ese nivel de malestar. Esperaba que no volviéramos a cruzarnos por
mi bienestar. Pero, aun así, no podía dejar de pensar en el sexo. Fue tan bueno
que no tuve ganas de acostarme con otra chica esa noche.

Por lo tanto, tuve que acudir a la segunda cosa que me ayudaba cuando mi
mente hacía demasiado ruido y el silencio era demasiado: mis amigos.

No era ningún secreto que había sido un mal amigo en los últimos años,
pero todavía me dejaban estar con ellos. Supuse que ésas eran las personas
que más importaban, las que te veían en tu peor momento y aún así querían
tenerte cerca.

La mayor parte de mi grupo de amigos pasaba los fines de semana en casa


de Savannah. Savannah era mi amiga más antigua. Nos conocíamos desde
antes de poder decir nuestras primeras palabras. Nuestras madres eran muy
amigas. Savannah siempre se comportó como mi hermana mayor a pesar de
que solo era unos meses mayor que yo. Su instinto era ser maternal con todo
nuestro grupo de amigos y conmigo.

Sus padres eran acomodados y vivían en un barrio exclusivo. No podías


conducir por la cuadra sin ver un auto de lujo estacionado en cada entrada.
Ese fin de semana, sus padres estaban fuera de la ciudad, así que invitó a
todos a beber y fumar un poco, que parecía ser lo que yo necesitaba.
Nuestro grupo principal de amigos era pequeño, de seis, pero teníamos
personalidades fuertes. Todos nos conocimos en la escuela primaria, excepto el
chico nuevo, Tom.

Primero estaba Brian, el jugador. Siempre hablaba de los juegos que iban a
salir al mercado y de las últimas novedades. No dudaba de que algún día sería
el multimillonario propietario de una empresa de videojuegos. Sus
conocimientos eran extraordinarios. Además, era un año mayor que yo y había
estudiado en la Universidad de Wisconsin-Milwaukee. Por él acabé en una
maldita fiesta de fraternidad la noche anterior.

Luego estaba Chris. Era bastante tímido. Savannah y yo lo conocimos en


tercer grado, cuando dos niños lo intimidaban en el patio de recreo. Savannah
les puso un ojo morado y le dijo a Chris que se quedara con nosotros. Nunca se
fue después de eso.

Bonnie era la novia de Savannah. Llevaban juntas dos años, y nunca había
visto una pareja más adecuada la una para la otra. Tom era el más nuevo,
conoció a Bonnie en su trabajo en el Target local. No sabía mucho sobre él
porque me conoció en mi época emo. No me había conocido antes de que mi
madre enfermara, así que solo había visto mi lado cerrado.

La noche transcurrió sin incidentes. Siempre terminábamos en el sótano 53


de la casa de Savannah porque sus padres nos decían que si íbamos a fumar
hierba o a beber, teníamos que hacerlo allí. De ese modo, sabían que
estaríamos a salvo en lugar de beber y conducir. Me parecía raro que sus
padres estuvieran de acuerdo con eso. La gente rica vivía con un conjunto
diferente de reglas. Mi madre nunca lo habría permitido.

Estaba pensando en mamá otra vez. Estaba demasiado sobrio.

Chris, Tom y Brian estaban sentados frente al televisor, jugando a un


videojuego y discutiendo sobre algo. No estaba escuchando con suficiente
atención como para captar la conversación. No podía recordar la última vez que
hablé con ellos. La mayoría de las veces, simplemente aparecía, fumaba y
bebía.

—Deja de ser un cerdo. Pásamelo —dijo Savannah, dándome un codazo en


la pierna mientras nos sentábamos en su sofá con Bonnie. Le di otra calada al
porro antes de pasárselo a Savannah—. Estás siendo raro —musitó antes de
pasárselo a Bonnie—. ¿Estás bien?

Eso se sintió como una pregunta capciosa.

Savannah siempre me preguntaba si estaba bien. Siempre se preocupaba


por mí. Con razón, supuse.
—Estoy bien —contesté. La misma respuesta de siempre.

—Se rumorea que anoche te acostaste con una chica en esa fiesta de
fraternidad —mencionó Bonnie.

—¿Ese es el rumor? —pregunté.

—Ese es el rumor —dijeron al unísono.

—Entonces el rumor debe haber sido cierto.

—Necesitamos que encuentres otra forma de sobrellevarlo, Milo —dijo


Savannah—. Las infecciones de transmisión sexual son reales. Hablando de
eso, espero que todavía estés envolviendo tu pepinillo.

—Por favor, no te refieras a mi pene como un pepinillo —respondí


rotundamente.

—Sí, Savannah. Seguro que es más bien una salchicha de verano —añadió
Bonnie—. Si es un pepinillo, significa que está verde, lo que significa que hay
una enfermedad de transmisión sexual.

Savannah se giró hacia mí. 54


—¿Tu pepinillo está verde, Milo? Si es así, podemos ayudarte con eso. No
es nada de lo que debas avergonzarte. —Lo dijo con tanto cariño maternal que
me hizo extrañar a mi madre.

Volví a quedarme callado porque hablar de un pene verde como un


pepinillo no era lo primero en mi lista de cosas para hacer esa noche. Sentirme
entumecido era lo único que buscaba.

Savannah volvió a darme un codazo.

—¿Qué te pasa?

—Nada —respondí.

Ella frunció el ceño porque le importaba. Odiaba lo mucho que le


importaba. A todos mis amigos les importaba. Me habían visto pasar los peores
años de mi vida y permanecieron a mi lado incluso cuando traté de alejarlos.
No los merecía. No merecía casi nada de nadie.

—Estás muy raro esta noche. ¿Seguro que estás bien?

No. No lo estoy, Savannah.


Ella no estaba equivocada.

Yo estaba raro esta noche. Porque mientras estaba aquí, no estaba


realmente aquí. Mi mente estaba en otra parte.

Ha pasado casi un año, mamá.

Un año sin ti.

Maldición.

Todavía estaba demasiado sobrio porque mi corazón seguía latiendo, y mis


pensamientos seguían pensando. Sabía que mis amigos querían que me
abriera, pero no sabía cómo. Además, no necesitaba hablar de mi tristeza. Vivía
con ella día tras día. Me parecía suficiente tormento por sí solo, no necesitaba
ponerle palabras.

Ignorando a mis amigos, me levanté del sofá y me dirigí al bar. Metí la


mano en el armario, saqué un vaso de plástico rojo y me serví medio vaso de
Hennessy. Ya casi no podía pensar en mamá, lo que significaba que estaba casi
a punto de perder el conocimiento.

Bebí el alcohol. Me quemó al tragarlo, pero apenas me inmuté. 55


Me serví otro vaso lleno y también lo bebí. Lo hice unas cuantas veces más
cuando nadie me miraba y, después de un tiempo, el ruido en mi cabeza
disminuyó.

—Hola, Milo. Tengo una pregunta para ti. Escuché que tú y Erica Court se
enrollaron antes ¿no? —preguntó Tom mientras se acercaba y me daba unas
palmaditas en la espalda.

Tenía que reconocerlo. El chico no dejaba que mi actitud cerrada lo


perturbara. Siempre fue amable conmigo, como lo era con todos los demás.
Hablaba demasiado para mi gusto, pero yo pensaba que todos hablaban
demasiado. La mayoría de las veces deseaba que las personas supieran
callarse.

Le daba puntos extra porque siempre tenía un bote de menta con pastillas
para sentirse bien por si alguien necesitaba un estímulo extra. Eso, y Jolly
Ranchers. Estaba obsesionado con los dulces, tanto los legales como los
ilegales.

—No sé quién es —respondí.

—Erica Court. La chica linda que siempre lleva coletas altas. Le gusta el
anime, a veces se viste con orejas de gato.
Oh, la chica de las orejas de gato. Sí. Me acosté con ella. Maulló durante
todo el asunto.

—¿Qué pasa con ella?

—¿Te gusta?

Arqueé una ceja.

—¿Ella?

—Sí. Ya que ustedes dos se enrollaron, quería asegurarme de que no me


estaba metiendo en ningún lío porque me invitó a salir. No quería faltarle el
respeto a nuestra amistad. Quería pedirte permiso primero.

Oh, Tom. Dulce y considerado Tom.

—Por supuesto, adelante —murmuré, sirviéndome otro vaso y bebiéndolo.


Probablemente no lo necesitaba.

Le di una palmada en la espalda a Tom.

—Doy por terminada esta noche.


56
—¿Qué? ¡Todavía es temprano!

—Son las dos de la mañana y tengo un lugar donde ir mañana —murmuré,


tomando las llaves y la chaqueta del respaldo de una de las sillas—. Me voy.

Tropecé hacia las escaleras, chocando con una mesa auxiliar que no vi.

—Mierda —murmuro, tratando de deshacerme del dolor punzante que


atravesaba el dedo de mi pie—. Mierda —me quejé.

Savannah saltó del sofá y se acercó a mí.

—¿Estás bien?

—Estoy bien —refunfuñé, subiendo las escaleras.

—Siempre te tropiezas con cosas. Ayudaría si abrieras más los ojos. Mi


perro ciego ve mejor que tú.

—No vi la maldita mesa —comenté mientras continuaba caminando hacia


la puerta principal.

—¿Adónde vas? —preguntó.


—A casa.

—Estás borracho y drogado.

—Gracias, capitana obvia —respondí sarcásticamente. Era malo cuando


bebía. Como dije, era un mal amigo. Llegué a la puerta principal, y ella bloqueó
mi camino—. Muévete, Savannah.

—No es seguro, Milo.

—No es seguro —repetí.

Puso una mano en mi antebrazo, miró alrededor de la habitación, y se


acercó para susurrar:

—Milo, sé que las cosas han sido difíciles para ti desde que tu madre
murió, y sé que el primer aniversario es…

—No lo hagas —advertí—. No sigas hablando.

Sus ojos azules se volvieron sombríos, pero no me importó. Cómo se


atrevía a parecer triste cuando no tenía motivos para estarlo. Sus padres
seguían vivos. Aún celebraban los cumpleaños con ella. Aún podían enfadarse 57
con ella por sus malas decisiones. Aún le decían “te quiero”. No sabía nada de
la tristeza y de cómo infectaba cada centímetro del alma de una persona. No
sabía nada de las pesadillas diurnas y nocturnas. No sabía lo que era el
verdadero dolor. Diablos, ella todavía tenía cuatro abuelos. Lo más cerca que
Savannah había estado de la muerte era lo que veía en las películas. Yo había
visto la muerte de cerca y personalmente con la única persona que alguna vez
significó algo para mí. Eso no parecía justo. Pero ¿quién dijo que la vida era
justa?

—Milo…

—Muévete, Savannah —bramé, borracho, grosero y sin corazón.

Sus ojos brillaron con más emociones.

Seguía sin moverse, así que hice lo que tenía que hacer. Puse mis manos
sobre sus brazos, levanté su cuerpo y la aparté de la puerta.

Caminé a trompicones hasta mi auto y me senté en el asiento del


conductor. Mi visión se desvanecía. No podía pensar ni ver con claridad, así
que no podía conducir. Ojalá pudiera conducir. Lo único que quería era irme a
casa.
Salí del auto y miré el cielo. Estaba oscuro y nevaba. No veía ninguna
estrella, pero sentía la nieve. A mamá le encantaba la nieve. El invierno era su
estación favorita. Todo me recordaba a ella.

Caminé hasta el jardín de Savannah y dejé caer mi cuerpo sobre el metro


de nieve que había caído en los últimos días. Extendí los brazos y empecé a
hacer un ángel de nieve. Mamá solía hacer ángeles de nieve conmigo cuando
era niño. Luego nos preparaba cacao caliente casero. Siempre añadía más
malvaviscos al mío.

Me encantaban los malvaviscos extra.

Debería haber sentido frío aquí fuera. Debería haber estado temblando o
algo así.

Tal vez estaba temblando. Tal vez me estaba congelando.

Tal vez me estaba muriendo.

Sería un giro monumental.

Mis brazos y piernas se deslizaron arriba y abajo, formando un ángel en la


nieve antes de perder el conocimiento. 58
A la mañana siguiente me desperté en una cama cualquiera. La habitación
estaba completamente a oscuras y tardé un segundo en enfocar la vista. Aún
estaba oscuro. Miré mi ropa y no la llevaba puesta.

—¿Qué demonios? —murmuré, mirando a mi alrededor.

—Buenos días, solcito —comentó una voz. Levanté la vista y me encontré a


Tom sentado en el escritorio frente a mí—. Has tardado mucho en levantarte.

—¿Dónde estoy?

—En mi humilde morada. Anoche te encontré desmayado en la nieve. Te


metí en mi auto y te traje hasta aquí. No preguntes cómo te cambié de ropa. —
Se estremeció como si tuviera escalofríos—. Estoy marcado para siempre por lo
que vi —bromeó.

Estaba en casa de Tom con un fuerte dolor de cabeza usando su ropa.

De cualquier manera, no me estaba muriendo.

Maldita sea.

—¿Quieres desayunar? —preguntó.


Arqueé la ceja, tratando de determinar cuánto lo había arruinado la noche
anterior.

—No, me iré a casa.

Me levanté de la cama, sintiendo náuseas, pero no quería quedarme mucho


tiempo.

Miré afuera y vi el sol.

Maldita sea.

Me perdí el amanecer.

Lo siento, mamá.

Ese era el problema de estar jodido: te perdías las cosas importantes.

Tom me llevó de regreso a casa de Savannah a recoger mi auto. Le di las


gracias por ayudarme y dijo en cualquier momento. Parecía que lo decía en
serio, lo cual era extraño. El chico ni siquiera me conocía, pero me trataba
como si fuéramos los mejores amigos.

Cuando me detuve en mi camino de entrada, suspiré, viendo el auto de


59
papá en el garaje. Lo había dejado abierto de par en par y estaba estacionado
en ángulo. Él no se había desmayado borracho en la nieve la noche anterior.
Debió de pensar que ponerse al volante era una buena idea.

Al menos no conduje hasta casa borracho, pensé para mí mismo como si


tratara de justificar que yo no era mi padre. Aunque, habría conducido a casa
como el idiota de mi padre si hubiera podido. No era mejor que él. Era él en
tantos aspectos que me incomodaba. Mamá siempre decía que yo era una copia
al carbón de mi padre. Siempre sentí que eso era un insulto, aunque ella lo
decía como si fuera un elogio.

Odiaba las partes de mí que lo reflejaban y, últimamente, esas partes


parecían moverse en rítmica armonía. Borracho, drogado y desconectado del
mundo.

De tal palo, tal astilla.

Entré en la casa y el olor a quemado llegó a mi nariz. Doblé la esquina


hacia la cocina y gemí.

—¿Qué demonios, papá? —gruñí, corriendo hacia el horno y sacando una


pizza negra como la noche. Quemado hasta quedar crujiente. Sabrosa.
El horno echaba un humo salvaje y me apresuré a abrir las ventanas para
ventilar la casa. No fui lo bastante rápido porque el detector de humos se
activó, resonando por todo el espacio.

Tomé un periódico y empecé a abanicar el detector para que se apagara


mientras el humo se disipaba.

—¿Qué demonios estás haciendo? —murmuró papá, entrando en la cocina,


todavía borracho, frotando el sueño de sus ojos. Llevaba un traje,
probablemente el mismo que había usado para trabajar hace dos días. Me
sorprendía que aún no lo hubieran despedido, pero a juzgar por su aspecto,
probablemente eso estaba a la vuelta de la esquina.

—Tu pizza está lista —murmuré, molesto, enfadado y triste.

—Maldición. Me olvidé de eso. Cerré los ojos por un minuto.

—Podrías haber quemado todo este lugar. Tienes que ser más inteligente.

—¿A quién crees que le hablas así? —espetó, pasando las manos por su
cabello desaliñado—. No olvides quién paga las facturas aquí. Cuida tu lengua.
¿Me entiendes?
60
No contesté porque no me importaba.

—Hablando de inteligencia, recibí una llamada de tu tío. Dice que estás


reprobando las clases. ¿A qué viene eso?

—No es para tanto.

—Sí es para tanto. Si tu madre… —Hizo una pausa como si se hubiera


congelado en el tiempo. Las palabras que salían de su lengua parecían
funcionar como un recordatorio de que su esposa, su mejor amiga, se había
ido. Se deshizo de la pena que a veces lo ahogaba a mitad de frase—. Necesitas
disciplina. Lo mejor sería que te alistaras después de graduarte. Sin duda
alguna.

Aquí vamos de nuevo.

La idea de crianza de mi padre me decía que me convirtiera en lo que él


había sido, empezando por alistarme en el ejército, lo contrario de lo que yo
haría. Intentaba huir lejos de lo que mi padre había sido, no ir hacia allí.

—No voy a hacer esto —dije, pasando junto a él.

Choqué con su hombro y me giró para que lo mirase.


—No hagas eso. No me desprecies. Tienes que alistarte.

—No lo haré —repetí—. Estás borracho.

—No me hables así —me ordenó.

—Tú no me hables —respondí escuetamente.

—Escúchame —gruñó, agarrando mi brazo.

Clavó sus ojos en los míos y volvió a suceder: la asfixia de la pena. Yo sabía
por qué ocurría eso. Tenía sus ojos. Supuse que por eso apenas me había
mirado durante el último año. Puede que tuviera las tendencias idiotas de mi
padre, pero tenía los ojos de mi madre.

Soltó mi brazo y desvió la mirada. Se acercó a la nevera, la abrió y sacó un


paquete de cerveza.

—Haz tus malditos deberes y vuelve a encauzar tu vida —ordenó.

Tú primero, queridísimo padre. Tú primero.

En los días siguientes, supe que la tensión en la casa solo empeoraría. Nos
molestaríamos, tratando de evitar enfrentarnos al hecho de que nos
61
acercábamos al año de la muerte de mamá. Él bebía más, yo fumaba más y
fingíamos que no nos estábamos desmoronando hasta que finalmente nos
estrellamos.

Una bomba de relojería.


Milo

Los lunes eran mis días menos favoritos de la semana. Especialmente los
lunes después de pelearme con mi padre. Esos lunes siempre apestaban más.

Anoche, mi padre me llamó adolescente deprimido. Le dije que era un


imbécil borracho que me había abandonado. Ambos comentarios eran ciertos,
pero él solo se centraba en mis fallas, no en las suyas. Sabía que estaba
deprimido. Era un hecho. Mi depresión se había prolongado durante más de
tres años desde que a mamá le diagnosticaron cáncer. Empecé llorando solo en
la oscuridad de mi armario a los catorce años porque no quería que ella
escuchara mi llanto. Sabía que eso solo la haría sentir peor, así que escondí mi
dolor lo mejor que pude. Daba lo mejor de mí cuando estaba cerca de ella y de
los demás. Todos me creían, excepto mamá. Ella siempre notaba las partes
62
agrietadas de mí que los demás parecían pasar por alto. Me miraba de la
misma manera que la chica del cumpleaños, como si estuviera escudriñando
las profundidades de mi alma.

La mayoría de las personas pensaban que la depresión significaba estar


acostado en la cama o sentado en la oscuridad durante semanas, pero no fue
así para mí. Al principio, me reía de mi depresión. Y cuando empecé a ser
sexualmente activo, tenía sexo para evitar sentir dolor. Construí una falsa
sensación de confianza que me ayudó a encontrar mujeres que me ayudaron a
olvidar por un tiempo. Me movía por la vida como si fuera una persona normal,
pero era en las partes tranquilas de mí donde prosperaba la depresión. Solo
sentía una tristeza paralizante o una indiferencia absoluta hacia todos y todo lo
que me rodeaba.

Mamá me mantuvo en terapia y tomando medicación para ayudarme con


la depresión hasta que murió. Detuve todo eso después de que ella se fue. La
medicación me hacía sentir mejor mentalmente. Funcionaba de maravillas, y
sabía que sonaba mal, pero no creía que mereciera sentirme mejor cuando ella
ya no estaba. No quería sentirme mejor. No quería sentir nada. La mayor parte
del tiempo también había deseado estar a dos metros bajo tierra. Porque, ¿qué
sentido tenía la vida si ya no tenías a tu mejor amiga?
Papá y yo teníamos la misma mentalidad. No lo discutimos, pero yo lo vi en
su forma de beber. Él también estaba tratando de no sentir.

Pensaba más en los muertos que en los vivos. Culpaba a mi madre por eso.
Mi mente era un vertedero tóxico de negatividad y mi alma nadaba a diario en
esos pensamientos envenenados.

Me desinflé en la silla de la oficina del director Gallo, aburrido de su


sermón repetitivo.

Su oficina olía a alitas de pollo y proteínas en polvo. No era el aroma más


agradable del mundo, aunque parecía la nueva norma cada vez que acudía a
nuestra reunión semanal. Me recordaba que estaba a semanas de tener que
repetir mi último año debido a mis malas calificaciones.

El fracaso parecía ser uno de mis mayores talentos. Pregúntale a mi padre.


Se aseguraba de señalar mis defectos constantemente. Era su cuento favorito
cada noche. Si tan solo supiera que mi habilidad para desconectarme estaba
en su punto más alto con respecto a sus estilos de crianza. Además,
últimamente se entretenía más con la botella de whisky que conmigo. Nunca
fue un verdadero padre: mamá asumió esa tarea. Y ahora, sin ella…

—Milo. ¿Me escuchaste? —preguntó el director Gallo, chasqueando los 63


dedos.

Levanté la vista de la mancha de café en su alfombra amarilla, la mancha


en la que me había concentrado desde que me citó en su oficina. Ningún
producto de limpieza podría quitarla.

—Deberías haber absorbido eso —murmuré, sin gracia por… todo.

Arqueó una ceja poblada.

—¿Qué?

Señalé la mancha.

—Eso no va a salir nunca. Tu alfombra está jodida.

Se tensó ante mi comentario. Yo era un profesional en estresar al director


Gallo.

—Vamos a quitar la alfombra en dos semanas. Milo, ¿estás...?

—¿Van a poner pisos de madera?

—Milo…
—Un bonito roble te sentaría bien. Tal vez un poco más de pintura en las
paredes y…

—¡Milo! —gritó, golpeando su mano contra el escritorio—. Concéntrate.

¿Por qué?

De todos modos, estaba en una situación desesperada. ¿Qué importaba si


me concentraba o no?

—Tenemos una de las mejores tutoras preparadas para ti. Te reunirás con
ella todos los días en la biblioteca después de la escuela. Ha sido tutora de
estudiantes desde que asistió a la escuela aquí, y todas las personas a las que
ayudó han aprobado sus cursos. Ella está ocupada con las clases de la
universidad, pero hablé bien de ti.

—No. —Empecé a levantarme de la silla—. Gracias, de todos modos.

—Milo —gruñó—. Vuelve a sentarte.

Consideré decirle brevemente que se fuera a la mierda, pero mamá


probablemente me habría dado un sermón sobre la falta de respeto.
64
¿Por qué me importaba lo que pensara mi madre? Estaba muerta. Su
opinión ya no tenía peso. Aun así, la respetaba.

El director Gallo juntó las manos.

—Verás a la tutora.

—¿O?

—O estás reprobando.

—Reprobaré por doscientos —me burlé de él como si la vida fuera un juego


de Jeopardy.

El programa favorito de mamá era ¡Jeopardy!

Lo veía con ella todos los días después de la escuela.

Ahí estaba otra vez, pensando en los muertos.

El director Gallo suspiró y pellizcó el puente de su nariz.

—Milo, ¿qué haría tu madre…?


—No lo hagas —interrumpí con un leve movimiento de cabeza—. No hables
de mi madre.

—Entiendo que perder a Ana fue duro para ti. Créeme, lo sé.

—No tienes ni idea.

—Era mi hermana, Milo. Yo también la perdí.

Miré a mi tío y sentí un hueco en mi estómago. Por supuesto que sabía que
él también la había perdido. Por eso acudía semanalmente a su oficina para
hablar de cómo estaba arruinando mi vida. Por eso me sentaba en su
incómoda silla. Por eso miraba su alfombra olvidada por la mano de Dios.

Porque él tenía sus ojos.

Tenía su sonrisa.

También tenía su genuina preocupación.

Lo odiaba y lo amaba a la vez por esas razones.

Se quitó las gafas y frotó el puente de su nariz. Así era como siempre sabía
que había llegado el momento de hablar con mi tío en lugar de con mi director.
65
Cuando se quitaba las gafas, el director Gallo se convertía en Weston.

—Estoy preocupado por ti, Milo —expresó.

—Estoy bien.

—No lo estás. Tus calificaciones están bajando y estás reprobando tres


clases, casi cuatro. Ana no querría esto para ti. Yo no quiero esto para ti.
Tienes que aceptar la ayuda de la tutora.

—¿Qué pasa si repruebo? ¿Sería eso lo peor del mundo?

Estaba cansado de preocuparme. No me quedaba mucha energía para


preocuparme.

—No vas a reprobar. Me niego a permitir que eso suceda.

—Desafortunadamente para ti —coloqué las manos en los brazos de la silla


y me impulsé para levantarme de ella—, no puedes tomar esa decisión por mí.

Comencé a caminar hacia la puerta para salir de su oficina y él me llamó,


pero lo ignoré. Volvió a llamarme. Seguí ignorándolo.

—Ella te dejó una carta —dijo Weston.


Los vellos de mi nuca se erizaron. Me giré para mirarlo.

—¿Qué?

—Tu madre… te dejó una carta.

—No, no lo hizo.

—Sí —insistió—. Sí lo hizo. Se supone que debo dártela en…

—Dámela —ordené. Mi corazón frío y cansado comenzó a latir con rapidez.

Weston negó con la cabeza.

—No puedo dártela. Se supone que debo dártela en tu graduación.

—¿A quién demonios le importa? Ella no está aquí para controlar la línea
temporal. Dámela.

—No lo haré.

—Weston…

—Fue su último deseo para mí, Milo. No voy a desobedecer su petición. 66


—Te odio —le dije.

Weston asintió.

—Lo sé. —Volvió a ponerse las gafas y se sentó más erguido en la silla.
Ahora volvía a ser el director Gallo. Espléndido—. También tendrás que asistir
a todas tus clases para conseguir la carta.

—¿Esa es una instrucción de mamá, o solo estás siendo un imbécil?

No contestó a mi pregunta.

—Tu tutoría empieza hoy, Milo, a las tres en la biblioteca. Por favor, no le
hagas pasar un mal rato. Si lo haces, ella me informará.

Maldita chismosa. ¿Por qué tenía la sensación de que esa mujer se


convertiría en la ruina de mi existencia durante las próximas semanas?

Cuando estaba a punto de irme, resoplé.

—¿Sabes que faltan dos semanas desde hoy? —pregunté.

—Sí. —Hizo una mueca—. El primer aniversario del fallecimiento de Ana.


Aniversario.

Qué palabra más extraña para usar en una situación tan trágica.

Empujó las gafas sobre la cabeza.

—¿Cómo lo estás manejando?

No respondí porque no lo estaba manejando en absoluto. Me estaba


cerrando mentalmente cada segundo que pasaba.

Caminé hacia el pasillo, hacia un tornado de estudiantes que pasaban a mi


lado, pero sentía como si me estuviera moviendo en cámara lenta, pisando
arenas movedizas que a veces consideraría permitir que me tragaran por
completo. Me preguntaba si otras personas se sentirían así, como si preferirían
hundirse en la tierra, para no volver a ser vistas antes que seguir caminando
sin sentido a través de la niebla.

Ella me dejó una carta.

¿Qué decía?

¿La mantenía Weston en su poder? 67


Ese pensamiento me hizo querer irrumpir en la casa de mi tío y ponerlo
todo patas arriba en busca de dicha carta. Si conocía a mi tío lo suficiente,
probablemente tenía esas cosas en una caja fuerte cerrada.

No estaba de humor para la escuela ese día, pero honestamente, no estaba


de humor para la escuela ningún día. Sin embargo, tenía ganas de recibir la
carta de mi tío al final del semestre, así que caminé lentamente hasta la clase
de inglés.

—Qué amable de su parte unirse a nosotros, señor Corti. Estaba


empezando a pensar que había olvidado cómo era estar en este salón de clases
—dijo el señor Slade cuando entré con quince minutos de retraso.

—Ya me conoce. No puedo evitar un viaje por el carril de los recuerdos —


murmuré. Tiré mi mochila a un lado del pupitre y me senté en la silla,
decepcionado por haber decidido presentarme en clase. Mi tío se metió en mi
cabeza con la maldita carta que me dejó mi madre.

—Espero que se hayan puesto al día con la lectura, ya que hoy tenemos un
examen sorpresa —informó el señor Slade mientras recogía una pila de
papeles. Toda la clase gimió de fastidio. Estaba casi seguro de que a los
profesores les gustaba estresar a los estudiantes con exámenes sorpresa.
Probablemente era el mejor subidón de su semana.
—¿Sabe siquiera qué libro estamos leyendo, señor Corti? —me preguntó
mientras se paraba frente a mi pupitre.

—Déjeme adivinar, ¿See Spot Run?

Unos cuantos estudiantes se rieron.

—Apuesto a que su futuro aprecia esas bromas —dijo el señor Slade—. O


la falta de uno.

Lo fulminé con la mirada cuando me dio la espalda.

El señor Slade era un imbécil, pero estaba seguro de que él sentía lo mismo
por mí. No era el estudiante más fácil de tratar, y había un 99% de
probabilidades de que fracasara en el examen que había puesto sobre mi
pupitre. Él también lo sabía. Pero no me importaba su falta de fe en mí. Yo
tampoco creía en mí mismo. Parecía ser un patrón de creencia universal.

Me agache para buscar en mi mochila un bolígrafo para destrozar el


examen cuando una persona entró corriendo en el salón de clases.

—Lo siento, lo siento. Perdí la noción del tiempo y había tráfico, lo cual no
es excusa porque debería haber salido antes, así que lo siento por eso, pero 68
estoy aquí. Ya estoy aquí. Lo siento. Hola. —La voz estaba cargada de energía
nerviosa. No me importó lo suficiente como para ver quién entraba. Todavía
necesitaba un maldito bolígrafo.

El señor Slade se aclaró la garganta.

—No se preocupe. Llega justo a tiempo.

Resoplé para mí mismo, sin levantar la vista. Claro, ella podía llegar tarde,
pero yo no. Hipócrita.

Seguí rebuscando en mi mochila, incapaz de encontrar un maldito


bolígrafo. Fue entonces cuando Savannah extendió la mano con un bolígrafo
extra. Hermana mayor al rescate. Me preguntaba si estaría harta de mis
tonterías de los últimos años. Si lo estaba, nunca mostró ningún signo de
molestia. Seguía vigilándome para asegurarse de que estaba bien.

Asentí.

—Gracias.

—Siempre —respondió ella.

El señor Slade aplaudió como un niño pequeño llamando nuestra atención.


—Clase, me gustaría presentarles a la señorita Evans. Nuestra nueva
estudiante de magisterio para este semestre. Me seguirá de cerca y se
encargará de las clases de vez en cuando —dijo el señor Slade.

Cuando miré hacia el frente de la clase, la sorpresa me invadió cuando la vi


allí de pie. La cumpleañera.

—Demonios —musité sin pensar.

Los músculos de mi cuello y hombros se tensaron cuando todas las


miradas se dispararon en mi dirección, incluida la suya. Sus ojos marrones
que hace solo unos días estaban clavados en los míos. Sus labios carnosos que
hace solo unos días gemían por mí. Su expresión atónita reflejaba la mía.

Mis dedos se agitaron mientras una sensación de inquietud se apoderó de


mí. No me gustaba la sensación de tener todos los ojos puestos en mí. Sobre
todo los suyos, porque me miraban de una manera muy distinta.

Retorcí mis manos varias veces antes de frotarlas contra mis pantalones.
Ella negó con la cabeza, apartando rápidamente sus ojos de los míos. Se giró
hacia el señor Slade y esbozó una sonrisa tensa. No era su verdadera sonrisa.
Yo había visto su verdadera sonrisa. Era hermosa. Inocente. Extraña. No todos
los días veías la verdadera sonrisa de alguien. Sin embargo, en ese momento, 69
su sonrisa estaba cubierta de ansiedad y nervios. Estaba mortificada.

¿Yo, en cambio?

Ligeramente inquieto, pero intrigado.

Realmente intrigado.

—Tengo muchas ganas de trabajar con todos ustedes y entablar buenas


relaciones de trabajo con cada uno —dijo, señalando a todos los estudiantes.

El señor Slade nos indicó que empezáramos nuestros exámenes mientras


acercaba a la señorita Evans a su escritorio, donde comenzó a hablar de
trabajo o de alguna tontería. No podía dejar de mirarla, y me di cuenta de que
su mirada se estaba esforzando para evitar mirar en mi dirección. Estaba un
poco nerviosa y era hermosa. No había manera de evitar eso. Lo supe desde el
primer momento en que la miré, desde sus largas piernas hasta sus
fenomenales curvas. Esta tarde su cabello estaba liso, a diferencia de cuando
mis dedos se enredaron en sus rizos tres días atrás. Se veía bien con el cabello
lacio, pero me gustaba un poco más sus rizos salvajes. Llevaba un top azul
marino con una falda lápiz y zapatos de tacón color canela. Estaba
completamente cubierta de la cabeza a los pies, pero aún podía imaginar lo que
había debajo de la tela apoyada contra su piel.
Sus labios estaban pintados de carmesí, y mis ojos no dejaban de mirarla.

Sabía que esta situación la estaba matando, pero tenía que seguir siendo
profesional. Tenía que reconocer su mérito. La mayoría de las personas habrían
salido corriendo presas del pánico.

Señorita Evans.

La idea de llamarla así en la cama podría haber cruzado mi mente. Aunque


al final de nuestra noche juntos, me encontré en medio de un ataque de
pánico, los momentos previos habían sido algunos de los más satisfactorios de
mi vida. El ataque de pánico fue probablemente una situación única que no
tenía nada que ver con ella. Al menos, eso era lo que me decía a mí mismo
mientras soñaba despierto con saborearla una vez más.

Señorita Evans.

Señorita. Maldita. Evans.

Muchos pensamientos inapropiados se formaron en mi cabeza en ese


momento, cosas que sabía que la habrían hecho sonrojar. No sabía por qué,
pero esa idea me emocionaba un poco. Verla vestida profesionalmente con
aquella falda lápiz ceñida me hizo desear arrancarla de su piel. Quería enterrar 70
mi rostro entre sus piernas, tirar de sus bragas con mis dientes para bajarlas
por sus gruesos y deliciosos muslos. Me preguntaba cómo se vería inclinada
sobre el pupitre del profesor conmigo detrás de ella, pasando una mano por su
trasero desnudo.

Tal vez me estaba equivocando. Tal vez me gustaba esto de la escuela. Con
el incentivo adecuado, podría esperar con impaciencia las lecciones.
Starlet

—¿Qué diablos estás haciendo aquí? —le gruñí al hombre misterioso


después de terminar la clase de inglés.

Le dije al señor Slade que me apresuraría al baño entre clase y clase, pero
la verdad es que tenía la misión de hablar un segundo con Milo para averiguar
qué estaba pasando.

Milo.

Se llamaba Milo Corti.

Lo deduje de la práctica lista de alumnos que me proporcionó el señor 71


Slade. Cielos, qué nombre para él. Parecía presumido, como su personalidad.
Pude sentir sus miradas clavadas en mí en el momento en que él también se
dio cuenta. Casi como si estuviera orgulloso de la sorprendente trama de su
vida y la mía.

Me sentí mal del estómago en el momento en que lo miré a los ojos.


Necesitaba darme la ducha más larga y caliente de mi vida para lavar lo que
habíamos hecho juntos.

¡Era un estudiante! ¡Un estudiante de secundaria!

Estaba con su casillero abierto y me miraba. También odiaba eso, que


tuviera que mirarme con desdén. Necesitaba sentirme más alta que él o, bueno,
más dueña de la situación, y eso no era fácil cuando él me miraba desde
arriba.

Mis ojos seguían recorriendo el pasillo para asegurarme de que no había


nadie cerca que pudiera escuchar nuestra conversación.

—Escucha, estoy tan sorprendido como tú —dijo, su voz seguía siendo tan
fuerte y segura como cuando lo conocí.

—¿Cuántos años tienes? —grité susurrando.


—Diecinueve —respondió—. De niño tuve problemas de salud. Empecé el
jardín de infantes a los siete años. ¿Por qué, señorita Evans? ¿Le preocupa
algo?

Mis mejillas se sonrojaron cuando me llamó señorita Evans.

Odiaba eso.

Odiaba escuchar mi nombre salir de su lengua de esa manera. De la


misma lengua que se deslizó sobre mí. En cada. Parte. De. Mí. Incluso las
partes que apenas podía alcanzar.

—¡Estás en la escuela secundaria! —recriminé—. ¿Qué diablos estabas


haciendo en una fiesta de fraternidad?

—Estoy bastante seguro de lo que te estaba haciendo a ti, así que…

Le di un manotazo en el brazo.

—No. No. No hagas eso. No bromees con esto. No es gracioso.

—Es un poco gracioso.

—No. No lo es. ¿Cómo es que estás en la escuela secundaria? Cuando


72
hicimos esa… esa… cosa… no lo hiciste como lo haría alguien de tu edad.
Pensé que eras mayor que yo. Estabas muy —mi rostro se calentó mientras me
ponía nerviosa—, avanzado.

Sonrió, tan engreído como siempre.

—Lo tomaré como un cumplido.

—Bueno, no lo hagas. Lo único que digo es que las cosas que hiciste… esos
movimientos que hiciste fueron de personas muy maduras.

Su sonrisa perversa se hizo más grande.

—Gracias, señorita Evans. Me gustaría que supiera que usted también me


enseñó algunas cosas. Como que le gusta que la estrangulen…

—¡Cállate! —susurré con fuerza—. ¡Cállate, cállate, cállate!

Las lágrimas inundaron mis ojos, pero me esforcé para evitar que cayeran.
Mi nariz ardía por las emociones desbordantes debidas al aprieto en que me
encontraba. Mi estómago burbujeaba por el miedo a que todo por lo que había
trabajado durante los últimos años estuviera ahora en peligro. Mis manos
estaban sudorosas y mi mandíbula tensa mientras lo miraba fijamente. Estaba
a segundos de quebrarme por completo, y el martillo que podía destruirme
estaba en manos de Milo.

Ladeó la cabeza como si fuera a responder algo sarcástico, pero en vez de


eso se mordió la lengua. Se apartó ligeramente de mí y volvió a mirarme.

—No voy a decir una mierda al respecto, ¿de acuerdo? No hagas eso.

—¿Que no haga qué?

—Llorar.

—No voy a llorar.

Dios mío, iba a llorar.

—No te preocupes. No se lo diré a nadie.

Mi pecho se aflojó un poco.

—¿Lo juras?

—¿Quieres mi dedo meñique o algo así? —espetó.


73
Sí, bueno, algo así…

Negué con la cabeza.

—No. Está bien. Nada de tocarnos nunca más. Estaremos bien mientras
seamos profesionales y nos mantengamos alejados el uno del otro.

—Sí. Es solo una hora al día.

—Solo ochenta y seis horas juntos hasta que te gradúes.

—¿Acabas de hacer esos cálculos? ¿Se te vino a la cabeza el ochenta y


seis?

—Lo hice mientras hacías el examen. Necesitaba calmarme.

Arqueó una ceja.

—Nerd.

—No me llames Nerd —le ordené, cruzándome de brazos.

—De acuerdo, señorita Evans.


—¡Tampoco me llames así! —Me estremecí. Ojalá fuera un escalofrío de
disgusto, sin embargo, si soy honesta, el que me llamara así envió una ráfaga
de calor directo a mi núcleo. Las palabras cayeron de su boca como un sucio
pecado, y secretamente me encantó cómo se sentían en mis oídos. Su tono
profundo y aterciopelado transmitía tanta confianza y aspereza que resultaba
dolorosamente seductor. Mi cuerpo se estaba sobrecalentando y sentía que mi
sistema se autodestruiría en cualquier momento. Pero él no podía saberlo.
Nunca lo sabría—. En serio, no lo hagas. Es raro.

—¿Cómo se supone que debo llamarte?

Pregunta sólida.

—No sé… nada. Llámame nada. Finge que soy como el resto de tus
profesores. Finge que no existo.

—Bastante fácil.

—Bien.

—Excelente.

—Estupendo. 74
Hizo una mueca y cerró su casillero.

—¿Puedo ir a mi próxima clase, o ibas a acompañarme hasta allí? —


comentó sarcásticamente.

Me hice a un lado.

Antes de que pudiera irse, el director Gallo nos llamó a Milo y a mí.

—Milo, señorita Evans. Parece que ya se conocieron —dijo, caminando


hacia nosotros.

Ese pánico que de alguna manera se apaciguó en mi pecho comenzó a


volver con fuerza cuando el director de toda la escuela se acercó a mí. Oh, Dios
mío, ¿lo sabía? ¿Milo compartió lo que pasó entre nosotros con otro
estudiante? ¿Me habían delatado? ¿Iba a ir a prisión? Dios mío, me quedaba
horrible el naranja. No resaltaba mis ojos.

—Hola, director Gallo —saludé, sin saber qué más decir.

Milo permaneció allí de pie con la correa de su mochila sobre un hombro,


tranquilo, fresco y sereno. No sabría decir si estaba nervioso o si era así de
relajado con respecto a todo en la vida. No parecía tan aterrorizado como me
sentía yo. Por otra parte, él no tenía tanto que perder como yo.

El director Gallo sonrió, lo que me desconcertó. Si hubiera sabido lo que


pasó, no tendría una sonrisa en su rostro.

—Milo, ¿recuerdas la tutora que te conseguí? Es ella. Te ayudará en la


biblioteca todos los días después de clase. Gracias de nuevo, señorita Evans,
por ofrecerse como voluntaria para ayudar.

Oh.

Dios.

Mío.

Cielos.

¡No!

¡No, no, no, no!

Esbocé una sonrisa y asentí.


75
—Sí, por supuesto. No hay ningún problema.

El director Gallo siguió hablando, pero mi mente se convirtió en un charco


de nada cuando una pequeña sonrisa apareció en los labios de Milo. Después
de disculparse y marcharse, Milo volvió a mirarme. Capté sus ojos recorriendo
mi figura de arriba abajo también, lo que me hizo cruzarme de brazos.

—Supongo que ya son ciento setenta y dos las horas que pasaremos
juntos, ¿eh, señorita Evans? —dijo antes de marcharse, dejándome aturdida y
confundida.

Bueno...

Parecía que no necesitaría mucho de mi ayuda con las matemáticas.

***

Durante las últimas horas, no pude dejar de pensar en lo que mamá


habría pensado de mí, de mis decisiones. Se me revolvía el estómago solo de
pensar en su decepción hacia mí. Cuando le revelé a Whitney lo que había
sucedido, la culpa en mi alma solo se intensificó.

—¿Te acostaste con tu alumno? —exclamó Whitney; sus ojos se agrandaron


con nada más que puro asombro.

Gemí y me desplomé sobre la cama.

—No lo digas de esa manera. Suena muy mal así.

—Creo que suena mal de cualquier forma que lo mires.

—Lo sé, lo sé. Créeme, ha sido un día difícil. También se supone que tengo
que darle clases particulares después de la escuela todos los días durante una
hora o dos.

Por primera vez, Whitney se quedó sin palabras. Ni siquiera sabía que mi
mejor amiga sabía cómo estar callada.

—¿Es tan malo? —pregunté con los dientes apretados.

—Quiero decir, no es bueno.

—Se supone que debes hacerme sentir mejor con esto, Whit.
76

—Lo siento, pero… ¡te acostaste con tu alumno! Estoy bastante segura de
haber leído un libro romántico sobre esto. —Frotó su barbilla—. Pero no te
preocupes, terminaba con bebés y un felices para siempre.

—Esto no terminará con bebés y felices para siempre.

Arqueó una ceja.

—Eso depende. ¿Tuviste tu período desde que te fuiste a ciudad del polvo
con un estudiante?

—¡Whitney! Por favor, no vuelvas a decir “ciudad del polvo”. Y para ser
justas, él no era mi alumno cuando ocurrió, y tiene más de dieciocho años, y...
Oh, Dios mío, me fui a la ciudad del polvo con mi alumno —gemí, frotando mi
rostro con las manos.

Eso fue lo que obtuve por escuchar al diablo sobre mi hombro aquella
noche en lugar de al ángel que me decía que llorara y mirara Simplemente no te
quiere.

Culpaba a John por esto.


Nunca hubiera estado en esa fiesta si no fuera por él.

—De todos modos, ¿qué hacían estudiantes de secundaria en una fiesta


universitaria? —Me quejé—. Deberían hacer controles de identificación en la
puerta o algo así. Esa es una demanda a punto de ocurrir.

—Tú pusiste la mierda Señorita aguafiestas. No era un club, Starlet. Era


una sucia y lúgubre fiesta de fraternidad. La cama en la follaste esa noche
probablemente tenía sábanas sucias de meses en las que otros follaron.

Me estremecí al pensarlo.

—Está bien, de acuerdo, un resquicio de esperanza —empezó Whitney.


Debió ver el pánico en mis ojos—. No te acostarás con él nunca más, y nadie
aparte de mí, tú y él lo sabe, ¿verdad?

—Sí. Y dijo que no se lo diría a nadie.

—Perfecto. —Ella aplaudió—. Ves, como dicen, “bien está lo que bien
acaba”.

—Shakespeare sabía de lo que hablaba.


77
Enarcó una ceja.

—¿Es Shakespeare? Pensé que era Harry Styles.

—“Como sea” es de Harry Styles.

—Eso es más o menos lo mismo.

—No es lo mismo.

—Potato-potahto —lo que sea. ¿Alguna vez supiste cuál es su verdadero


nombre en lugar de Dick?

—Milo Corti.

—Oh, maldición. —Ella suspiró—. Hasta tiene un nombre sexy.

Dímelo a mí.

Me encogí de hombros.

—De acuerdo, puede que las fraternidades no necesiten controles de


identificación, pero yo sí. A partir de ahora, antes de enrollarme con alguien,
tendré que pedir identificación.
Whitney soltó una carcajada.

—Hola, soy Starlet, y me gustaría ir a ciudad del polvo contigo. Pero primero,
necesitaré ver tu licencia y registro.

—A mí me parece bien.

—¿Sabes en qué he estado pensando todo este tiempo mientras me


contabas la historia de pesadilla de tu vida?

—Cuéntame.

—Tacos.

Sonreí.

Ella siempre pensaba en tacos.

¿Yo, en cambio? Pensaba en todo lo que podría arruinar mi vida para


siempre si, por alguna razón, Milo se enfadaba conmigo un día, se volvía
deshonesto y les decía a todos que le dejé soplar las velas de mi pastel de
cumpleaños.

Pero los tacos fueron el segundo pensamiento que se me pasó por la


78
cabeza.

Suspiré y dejé caer las manos sobre mi regazo.

—¿Martes de tacos?

—¡Martes de tacos! —vitoreó ella, levantando las manos en señal de


victoria.

***

Llegué a la escuela al día siguiente, dispuesta a enfrentarme a mis miedos.


Llegué quince minutos antes y me senté en mi auto, esperando para entrar.
Las mariposas en mi estómago se sentían como si estuvieran en una intensa
guerra contra dragones. Mis intestinos se sentían como si estuvieran en nudos.
La idea de volver a ver a Milo me producía náuseas, y el hecho de que
simplemente no podía evitar mirar en su dirección me estaba volviendo loca,
teniendo en cuenta que se suponía que era yo quien le daba clases
particulares.
Consideré preguntarle al señor Slade si podía cambiarme a otra de sus
clases para no tener que ver a Milo dos veces al día, pero no podía hacerlo
funcionar con mi horario de clases de la universidad. Me gustara o no, tendría
que estar cerca de Milo Corti durante dos horas todos los días de la semana
durante el resto del semestre.

Caminaba por los pasillos de Brooks con el maletín bien pegado a mi


costado. El día que compré el maletín, me sentí empoderada y como una
auténtica chica mala a punto de ser profesional. Mi padre me llevó de compras
para comprar atuendos apropiados para profesores, y me sentí como si
estuviera arrasando. Los llamaba mis trajes de poder de Michelle Obama.
Cuando me los probé, estaba casi segura de que podía arrasar en cualquier
salón de clases en el que entrara.

Los pasillos de la escuela estaban abarrotados de estudiantes, todos con


los ojos pegados a sus teléfonos, ya sea tomándose selfis o viendo algún video
de moda. Caminaban rápidamente sobre las baldosas de linóleo con las
mochilas colgadas de sus hombros y los libros metidos debajo de las axilas
mientras sus ojos permanecían pegados al celular. En las paredes había
pancartas y globos festivos que promocionaban la próxima representación de
Hairspray en el club de teatro y el baile de graduación. Los olores de una
escuela eran muy característicos. Una mezcla de perfumes embriagadores y 79
spray corporal Axe con toques de calcetines de gimnasia sudorosos.

Casilleros color granates se alineaban en grupos de diez, separados por


puertas que conducían a las aulas. Algunos casilleros habían sido adornados
con pegatinas y adornos que reflejaban las personalidades e intereses de los
alumnos. No podía contar el número de decoraciones de Harry Styles, Taylor
Swift y Beyoncé que había encontrado. Sin embargo, nada era más ruidoso y
orgulloso que el amor por BTS. No podía culparlas. Yo misma era una orgullosa
miembro del EJÉRCITO.

Me moví por los pasillos de la escuela como un ratón tratando de evitar a


los leones. La escuela secundaria daba miedo cuando eras estudiante. Yo no
era muy buena durante mis años de secundaria. En todo caso, era la
estudiante torpe que sacaba sobresalientes, mantenía la cabeza en los libros y
apenas tenía vida social. Ese era el nivel de nerd en el que había vivido. Pero
ahora, la escuela secundaria era cincuenta veces más aterradora siendo
profesora. Una estudiante de magisterio, pero aún así. Especialmente cuando
te acostaste accidentalmente con uno de los estudiantes.

—Hola, señorita Evans —dijo una voz grave cuando me acerqué a la puerta
del salón de clases. Esos mismos escalofríos fueron recreados por su sonido
embriagador, moviéndose a través de mi cuerpo y bajando por mi espalda.
—Deja de llamarme así —susurré, levantando la vista para encontrarme
con la mirada de Milo.

Odiaba que siguiera oliendo a roble y limonada.

También odiaba que hoy tuviera mejor aspecto que el día anterior.

Me preguntaba si lo hacía para irritarme o si simplemente se veía mejor


con cada momento que pasaba. Apuesto a que sería un zorro plateado a los
sesenta.

Ingresé al salón de clases justo cuando Milo hacía lo mismo.

Nuestros hombros chocaron.

—Muévete —ordené.

Ladeó la cabeza, aparentemente divertido. Dio un paso atrás y señaló hacia


el marco de la puerta con una leve reverencia.

—Después de usted, señorita Evans.

Hice una mueca mientras caminaba por la puerta, y mientras lo hacía,


pude sentir su aliento caliente no muy lejos detrás de mí. Milo me siguió muy
80
de cerca, casi presionando pecho contra mi espalda. Su calor saturó mi traje de
poder, desconcentrándome por completo. Aceleré el paso, apresurándome
hacia mi escritorio, intentando librarme de su intensidad. ¿Cómo sobreviviría
estando cerca de Milo cuando solo hizo falta tan poco de él para causar tal
conmoción en todo mi sistema?

Por suerte para mí, la primera semana como estudiante de Magisterio del
señor Slade consistió en observar desde la distancia. No tuve que decir ni una
palabra delante de la clase ni delante de Milo. Solo me senté en el pupitre que
el señor Slade trajo al salón de clases para mí y observé mientras impartía la
clase.

Aun así, sentí los ojos de Milo clavados en mí.


Milo

—Apareciendo dos días seguidos, señor Corti. Me sorprende —dijo el señor


Slade cuando entré en clase.

—Tú y yo. Tú y yo, ambos —murmuré.

Mi mente seguía en el trasero de la estudiante de magisterio que me guio


hasta dicho salón de clases. Era una buena chica. Eso me lo dijo la forma en
que casi se echó a llorar el día anterior. Pero el problema de que fuera una
buena chica era que yo era un chico malo que quería que ella fuera mi chica
buena. Todavía quería saborearla contra aquel pupitre, bajo las luces
fluorescentes, mientras me regañaba por no seguir el plan de la clase.
81
Después de sentarme, la miré e intenté que mi mirada no pareciera tan
obvia. Esta tarde se veía bien. Incluso mejor que el día anterior. Seguía siendo
una profesora, con el cabello liso recogido en una apretada coleta. No pude
evitar pensar cómo habría sido tirar un poco de esa coleta mientras ella estaba
a cuatro patas con su trasero frente a mí.

Pensamientos que no deberías estar pensando, Milo.

Se llamaba Starlet, no como la letra, sino como las constelaciones del cielo.

Lo averigüé con una rápida búsqueda en internet porque necesitaba saber


su nombre, no solo su apellido. Señorita Starlet Evans.

No tenía mucho en Internet en cuanto a redes sociales, y las cuentas que


poseía eran privadas, lo cual era desafortunado. Lo único que quería hacer
anoche era profundizar en quién era. Ni siquiera sabía por qué. En general,
odiaba a las personas. No… Odio era una palabra demasiado fuerte. Me eran
indiferentes los demás seres humanos. No podrían haberme importado menos
si lo hubiera intentado. Sin embargo, el giro argumental de que Starlet
terminara siendo mi profesora y tutora fue algo que no vi venir.

Tuve dificultades para concentrarme en lo que fuera que el señor Slade


estuvo diciendo durante la hora porque no podía apartar los ojos de ella,
sentada en aquel pupitre, haciendo todo lo posible para evitar mirarme. Estaba
tan claro como el agua que me evitaba. No podía culparla.

Con la forma en que funcionaba su conciencia, probablemente se estaba


castigando a sí misma por los desafortunados acontecimientos entre nosotros.
Pero para ser honesto, no veía nada desafortunado en ello. Después de
enrollarnos, soñé despierto con eso durante mucho tiempo. Ni siquiera había
estado con otra mujer desde entonces. Todavía estaba embriagado con ella.
Nunca antes había probado algo así, como ella. Starlet sabía a cielo empapado
en pecado, y después de salir de aquel dormitorio con ella, su sabor persistía
en mi lengua.

Con la forma en que funcionaba mi conciencia, solo anhelaba más.


Probablemente por eso yo estaba destinado al infierno, y ella estaba hecha para
el cielo. Éramos lo opuesto el uno del otro. Demonios, nunca había conocido a
una mujer como ella. Alguien tan tímida pero sexi. Inteligente, pero peculiar.
Voluptuosa, pero tan... de acuerdo, todavía no había hecho eso. Me encantaba
lo voluptuosa que era. Levantarla sobre mi rostro y tenerla encima de mí fue lo
más destacado de mi noche.

Y pensar que ni siquiera iba a asistir a esa fiesta, pero era eso o sentarme
en casa solo con mis pensamientos.
82
Ella mantenía los ojos clavados firmemente en el señor Slade. No pude
evitar sonreír porque sabía que estaba haciendo todo lo posible por no mirar en
mi dirección. Me moría de ganas de tener la oportunidad de sentarme cerca de
ella. Olerla. Estar lo suficientemente cerca como para tocarla, pero sabiendo
que estaría prohibido. Era el tipo de tortura más dulce; una que no podía
esperar a experimentar durante nuestra sesión de tutoría después de clase.

El señor Slade empezó a repartir los exámenes corregidos del día anterior.
Cuando dejó el mío sobre mi escritorio, negó ligeramente con la cabeza.

—No es una calificación sorprendente, señor Corti.

Miré el papel y vi la gran F roja escrita en la parte superior. Juraba que el


señor Slade se esforzaba para que mis F fueran grandes y llamativas. Era casi
como si gritara: Que te jodan, Milo, y a tu estupidez.

Sin embargo, la broma era para él. Yo no era estúpido. Simplemente no lo


intenté. Había una gran diferencia.

Levanté la vista de mi fracaso y capté a Starlet mirándome. Esta vez no


apartó la mirada como había hecho durante los últimos cuarenta y cinco
minutos. En cambio, inclinó la cabeza con ojos llenos de curiosidad. Debe
haber escuchado el comentario del señor Slade hacia mí.
Por primera vez en esta hora, Starlet me puso incómodo. Sus ojos color
ocre eran tan suaves, tan gentiles que me hicieron enfadar. Me miraba como si
sintiera lástima por mí. No necesitaba la compasión de una persona. La mayor
parte del tiempo, lo único que necesitaba era que me dejaran en paz.

En nuestro juego de miradas, fallé al apartar primero la vista. No me gustó


especialmente que su atención fuera de lugar me hiciera sentir incómodo.

Cuando terminó la jornada escolar, recogí mis cosas y me dirigí a la


biblioteca local para reunirme con Starlet en nuestra sesión. Elegí una sala de
estudio al fondo y me desplomé en la silla. Esperé un rato, y mi irritación
aumentó con el tiempo. Veníamos del mismo maldito lugar. ¿Cómo es que
llegaba tarde?

—Lo siento, lo siento —murmuró, entrando en la sala de estudio. En


cuanto la vi, me senté más erguido. Una sensación extraña que no reconocí se
apoderó de mí. ¿Era... excitación? ¿El placer de verla aparecer? O tal vez solo
gases en la boca del estómago. Tal vez tenía que ir al baño. Difícil de decir, ya
que apenas sabía cómo funcionaban los sentimientos. Lo único que sabía era
que la incomodidad era terriblemente molesta.

Se sentó frente a mí, sin dejar de hablar.


83
—Tuve que pasar por la oficina del director para hablar con él sobre la
tutoría y…

—¿Ya estás buscando una razón para renunciar? —interrumpí.

No la culparía.

Yo también reconocía una causa perdida cuando la veía.

Entrecerró los ojos, confundida.

—¿Qué? No. Tuve que reunir los libros de tus clases para ponerme al día y
asegurarme de que estuviéramos en la misma página en todos los aspectos.

Oh.

Cierto.

—Y lo estamos, ¿verdad? —preguntó, arqueando una ceja—. Estamos en la


misma página, ¿correcto?

—¿Estás hablando de la escuela o de nosotros follando?


Sus labios se entreabrieron ligeramente y su mandíbula se desencajó. Negó
la cabeza.

—Ambas cosas. Estoy hablando de las dos cosas, Milo. Y por favor, no lo
digas así. Me hace sentir sucia.

—Eres una chica muy sucia.

—Milo —advirtió.

Me moví en mi silla.

—Te sientes incómoda conmigo.

—Sí. Sobre todo, cuando dices cosas así y me miras fijamente durante la
clase.

—No puedo evitarlo. Estás ahí arriba.

—Sí, pero… —miró alrededor de la biblioteca y suspiró—. ¿Hablabas en


serio cuando dijiste que no le contarías a nadie lo que pasó entre nosotros?

—¿Por qué no iba a decirlo en serio?


84
—Porque no sé… pareces… no sé… —Ella tiró más fuerte de su coleta—.
No sé lo que pareces. No te conozco. No sé qué esperar, o el tipo de persona que
eres, o si usarías eso en mi contra de alguna manera si te hago enojar o…

—Crees que soy malicioso y conspirador.

Sus ojos de cierva se abrieron ampliamente y negó con la cabeza.

—No es eso lo que estoy diciendo.

—Es lo que estás pensando.

—Yo… —Sus palabras vacilaron.

Me irritaba que pensara esas cosas de mí. Ni siquiera me conocía. Estaba


juzgando mi libro por su portada, pero si ella tuviera algo de sentido común,
habría mirado más de cerca y se habría dado cuenta de que no me importaba
una mierda como para ser conspirador o siniestro con una persona. Sin
embargo, su inquietud acerca de mí me irritó un poco.

Yo también odiaba este nuevo descubrimiento. La mayoría de las personas


no me afectaban, pero por alguna razón, Starlet lo hacía sin esfuerzo.

¿Qué te pasa, mujer?


¿Por qué me molestas tanto?

Me moví en mi silla y pasé el pulgar por la base de mi mandíbula.

—Supongo que tendrás que comportarte lo mejor posible, ¿eh?

Un destello de pánico apareció en su mirada.

Casi me sentí mal por eso, también.

—Eso no es justo —susurró.

—La vida no es justa. Bienvenida a la fiesta —respondí—. ¿Vas a


enseñarme algo, o vas a quedarte aquí sentada pensando en la noche en que
mi lengua estuvo tan dentro de ti que te viniste varias veces?

Se quedó boquiabierta y sus ojos se llenaron de lágrimas.

—No otra vez con el llanto. Era una maldita broma. No me digas que eres
tan sensible —refunfuñé, pero al instante me sentí mal.

Sus emociones me hacían sentir tan incómodo como yo a ella. Una parte
de mí quería calmar sus nervios y hacerlos desparecer porque quería que
estuviera relajada. ¿Por qué me importaba su comodidad? Se suponía que ella
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era una distracción para mí, algo que me impedía pensar demasiado en mi
estado depresivo. Sin embargo, cada vez que ella casi lloraba, me dolía el
pecho. Me carcomía vivo saber que yo también era la causa de su expresión de
dolor. Sabía que era un imbécil, pero no uno tan grande. Al menos, no quería
serlo.

—Soy así de sensible —expresó—. Y, no fue gracioso. Esta es mi vida, Milo.


Estás jugando con mi vida.

—Incorrecto. Tus nervios están jugando con tu vida. Y perdona que me


ofenda que pienses que te amenazaría con esa mierda para conseguir lo que
quiero. Ya te dije que soy un imbécil, pero no tanto. No te preocupes, Starlet.
No estoy aquí para arruinar tu vida. Solo intento graduarme.

Eso también era cierto, porque la graduación significaba que recibiría una
carta de mamá. Ese era el único objetivo que tenía en mente.

—De acuerdo. Bien. —Metió la mano en su maletín y sacó unos


cuadernos—. Empecemos. Me dijeron que necesitas ayuda con el curso de
inglés, historia, español y matemáticas…

—Y fotografía. Eso se basa en un gran proyecto.


—Oh, qué bien. Por suerte para ti, I speak English.

—No tengo ni idea de lo que estás diciendo. No hablo en inglés.

Me miró fijamente y suspiró.

—De acuerdo. Esto será un proceso, pero no me rendiré. Todo va a salir


bien.

—Suena como una cita que un millennial pondría en una taza y bebería
bajo su cartel de “vive, ríe, ama”.

Sonrió.

Al diablo con ella y sus sonrisas. Se sentían como calor en mi frío mundo.

Mi pecho se oprimió. Maldición. Ahí estaba otra vez... la extraña sensación


de pánico acumulándose en mi pecho. Hice todo lo que pude para alejar la
sensación.

Solo piensa en follarla. Olvídate de su sonrisa, Milo.

—Mi padre me lo dice todo el tiempo —dijo—. Después de que mi madre


falleciera cuando yo era más joven, me lo decía todas las noches antes de
86
acostarme. Todo va a salir bien. Al principio pensé que me lo decía para que me
sintiera mejor, pero rápidamente me di cuenta de que también lo decía para
sentirse mejor él. Desde entonces, es lo nuestro. Está como tatuado en mi
cerebro cada vez que me siento abrumada.

Mi pecho se oprimió aún más cuando sus palabras se repitieron en mi


mente. Mis manos se humedecieron y se cerraron en un puño debajo de la
mesa. Las primeras fases del pánico crecían segundo a segundo mientras la
miraba. Arqueé una ceja.

—¿Perdiste a tu madre?

—Sí. Tenía trece años.

—¿Cómo?

—Accidente automovilístico. Un conductor borracho la atropelló mientras


iba en bicicleta.

Maldita sea.

Al menos vi venir la muerte de mi madre con su enfermedad. Un accidente


automovilístico no avisaba a las personas en absoluto. Sin embargo, a veces
me preguntaba qué era peor: saber que la muerte estaba a la vuelta de la
esquina y arrastrarse hacia ella a diario o ser completamente ingenuo ante el
hecho.

Algunos días, la certeza me parecía un reloj torturador que sonaba más y


más fuerte con cada segundo que pasaba.

Levanté la vista hacia ella, sintiendo la extraña necesidad de contarle a ella


también una parte de mi angustia. Nunca había conocido a alguien de mi edad
que también hubiera perdido a su madre. Quería hablar, pero las palabras no
salían de mis labios.

Mi madre también murió. Se fue. Cáncer. Dentro de unas semanas se


cumplirá un año desde que se fue. La extraño tanto que me cuesta respirar. Todo
a mi alrededor se siente oscuro, excepto cuando te miro a veces.

En lugar de decir mis verdades, murmuré un silencioso y hastiado:

—Lo siento.

Ninguna persona debería perder a su madre. Sobre todo, a los trece años.

¿Cómo se las arreglaba para estar bien? ¿Para ser la buena chica que 87
había sido? Una parte de mí deseaba que pudiera dibujar un mapa de ruta de
la vida después de perder a un padre para saber cuántas paradas me
quedaban antes de estar bien como ella. La mayor parte del tiempo tenía la
sensación de que nunca volvería a estar bien. Lo mismo le ocurría a mi padre.
Éramos la sombra de lo que una vez fuimos, un eco de nuestras vidas pasadas.

Ella colocó un mechón de cabello detrás de su oreja.

—Está bien. Mi padre y yo… estamos bien.

—Sí. Todo va a salir bien —murmuré, burlándome un poco de sus palabras


y esperando un poco que tuviera algo de verdad.

Ella volvió a sonreír.

Mi pecho se oprimió…

Mis palmas se humedecieron…

Mi mente se retorció…

Me moví en mi silla y golpeé mi cuaderno.

—¿Por dónde empezamos, señorita Evans?


Ella vaciló como si fuera a corregirme por llamarla así, pero en lugar de
eso, dijo:

—Inglés. Empecemos por ahí.

Asentí y saqué los deberes de la clase.

—¿Cómo te fue en el examen de ayer? —preguntó.

Saqué el papel y lo puse frente a ella.

—Muy bien —me burlé.

Ella frunció el ceño.

¿Cómo era posible? ¿Cómo era posible que su ceño fruncido también fuera
hermoso?

—¿Te dijo que no está sorprendido de cómo te ha ido? —preguntó.

—Algo así.

—Eso no está bien, Milo.


88
—Es solo mi realidad.

Sus cejas se fruncieron mientras sacudía la cabeza con decepción. Solo


que esta vez, ella no estaba dirigiendo su decepción hacia mí.

—¿Es la primera vez que hace un comentario así?

—No. Dudo que sea la última tampoco.

—Milo.

—No llores otra vez, señorita Sensible. No es gran cosa.

—Es un gran problema.

—Te di suficientes razones para no creer en mí.

—Ese no es su trabajo —dijo ella, ligeramente irritada.

Maldición. Esta mujer no tenía ni un aspecto negativo en su interior. Todo


era notable. Eso era molesto.

—Su trabajo es educarte, pase lo que pase. No ridiculizarte y hacerte sentir


menos por los defectos y errores que cometas en el camino.
—Si quieres patearle el trasero por mí, adelante —bromeé. Estaba
acostumbrado a que mis amigas se preocuparan por mí, pero que Starlet se
preocupara era algo muy personal. Que me defienda cuando no tenía que
hacerlo alteraba mis pensamientos. No sabía cómo definir mis sentimientos,
pero verla irritada por mi causa me hacía sentir… bien.

Sí.

Ella se sentía bien para mí.

Se rio.

—Lo tendré en cuenta. O podemos conseguir que apruebes y luego


demostrarle que se equivoca repetidamente durante el resto del semestre. En
todo caso, eso lo haría enojar.

Bueno, me gustaba la idea de hacer enojar a mis profesores.

—Se supone que tienes que leer La Odisea para mañana, ¿no?

—No soy de leer mucho —confesé.

Mis ojos se perdían en las palabras que tenía delante. Mi vista no era la 89
mejor, ni de cerca ni de lejos. La mitad de las veces, no podía ver lo que había
en la pizarra frente al salón de clase, y cuando llegaba el momento de leer en
voz alta, tenía miedo. Los profesores que obligaban a los alumnos a leer en voz
alta delante de sus compañeros merecían un lugar especial en el infierno.

Lo estoy mirando a usted, señor Slade.

Probablemente necesitaba lentes, pero no me importaba lo suficiente como


para hacerme revisar. Mi mamá era lectora. Le encantaba esa mierda. Yo no
heredé ese rasgo de ella.

—De acuerdo —respondió Starlet—. Déjame ver tu celular.

—¿Me vas a dar tu número? —bromeé.

—Sí —dijo con naturalidad.

—¿Qué?

—No puedo darte tutoría para todas estas clases durante una hora cada
día. Así que tendremos que estar en comunicación también después de clase.
Algunos días, podemos vernos en la biblioteca los fines de semana para
mantenerte al día con el trabajo. Las primeras semanas serán un infierno, pero
lo superaremos.
Me gustó que dijera infierno. Sonaba dulce en sus labios.

—De acuerdo —respondí.

Me lanzó una mirada severa.

—No hagas mal uso de este número, Milo.

—No me atrevería a hacer tal cosa —mentí. Ya estaba pensando en los


mensajes que podría enviarle mientras ella tecleaba sus dígitos en mi teléfono.

—¿Te gustan los podcasts? —preguntó—. Pareces un chico de podcast.

—Escucho podcasts de vez en cuando. ¿Por qué?

—A veces, cuando las personas no son lectores, son oyentes o


espectadores. No podemos ver los libros que hay que leer, pero podemos
escucharlos. Ahora estoy descargando una aplicación para audiolibros en tu
teléfono. Como no eres lector, puedes escuchar el libro. Mismo concepto, mejor
salida para cómo funciona tu mente.

Eso fue… considerado.

Cuando una vez le dije al señor Slade que no era un lector, me dijo que me
90
aguantara.

—Gracias —mencioné, un poco desconcertado por lo considerada que


estaba siendo. Pero supongo que ése era su trabajo. No estaba recibiendo un
trato especial ni nada por el estilo.

—No hay problema. No todos aprenden de la misma manera. Lo mejor es


descubrir qué funciona para cada uno y determinar cómo preparar los pasos
para que lleguen a la misma meta. También estaré escuchando el libro, y cada
noche puedes hacerme una llamada de quince minutos para discutir lo que
ocurrió en esos capítulos, de modo que estés preparado para cualquier cosa
que el señor Slade pueda presentarte.

—De acuerdo. Suena bien.

La verdad es que sonaba muy bien. La idea de escuchar su voz cada noche
antes de acostarme era como una especie de regalo. Algo en el sonido de su voz
era muy atractivo. Tenía una cualidad susurrante, saliendo tan suavemente
con un ritmo tan lento. Cuando estudiábamos, tenía una pizca extra de
asertividad que me resultaba tremendamente atractivo.

Enséñeme, señorita Evans. Me gusta cuando hace eso.


Siguió escribiendo una guía para abordar cada clase sin agobiarme. Eso
era algo con lo que yo también lidiaba. A veces (todo el tiempo), dejaba que todo
se acumulara tanto que cuando miraba todo lo que había que hacer, no hacía
nada porque era imposible decidir por dónde empezar.

Starlet no solo hizo que pareciera factible, sino que lo hizo parecer fácil.
Incluso programó un tiempo para que me relajara y tuviera una vida fuera de
la escuela.

—Los descansos son necesarios. Ahí es cuando tu cerebro puede


descansar y recuperarse para que puedas afrontar mejor las cosas. Por lo
tanto, los domingos están libres para ti. Nada de trabajo —explicó.

—Estás bromeando —comenté.

—No estoy bromeando —replicó—. Es importante. Nuestra hora terminó,


pero por favor escucha los dos primeros capítulos del libro esta noche. Puedes
enviarme un mensaje de texto para comentarlo o llamarme en cualquier
momento a partir de las siete de la tarde. Estaré de vuelta en mi dormitorio y
terminaré con la mayor parte de mi trabajo por la noche.

—Deben estar pagándote muy bien para que hagas esto por mí. Te quitan
mucho tiempo de tu vida. 91
Con una sonrisa, recogió su maletín y se levantó.

—No me pagan nada por esto. Me alegro de hacerlo gratis. Te veré mañana,
pero quiero noticias tuyas esta noche.

Entendí por qué quería ser profesora. Era buena en eso. Estupenda,
incluso.

Cuando se fue, mis ojos siguieron la siguieron a su salida.

Tomé mi teléfono y miré el número y el nombre que había agendado.

Profe. Solo llámame profe.

Demonios.

Me gustaba su descaro.

Eso iba a ser un problema para mí.


Starlet

Milo: ¿Este tipo se folló a su madre?

Solté una carcajada mientras me sentaba en mi cama, leyendo el mensaje


de texto de Milo.

Starlet: ¿Cómo es que ya estás tan metido en la historia?

Milo: Audiolibros para la victoria. No, en serio. ¿Se está follando a su 92


madre?

Starlet: No a propósito.

Milo: No hay vuelta atrás de eso. Espero que salte de un acantilado al


final. Es la única forma de que se recupere. La muerte.

Casi podía imaginar sus expresiones en mi mente mientras escuchaba el


audiolibro. El mero impacto de lo que estaba sucediendo era suficiente para
hacerme reír.

Starlet: Así que ya adelantaste la lectura de este fin de semana. ¿Lo ves?
Ponerse al día no será difícil. No olvides escribir una redacción sobre alguien
que te inspire. Tienes que entregarlo el lunes. Puedes enviármelo y lo corregiré.
Hazlo esta noche o mañana. Recuerda, los domingos son días libres.

Milo: No tengo una persona que me inspire.

Starlet: No te preocupes. Puedo ayudarte a elegir un tema. Puede ser


cualquiera. Un profesor, un amigo, tus padres. Incluso un famoso.
Vi los puntos suspensivos aparecer en la pantalla antes de que
desaparecieran. Reaparecieron y volvieron a desaparecer. Milo estaba tratando
de ordenar sus pensamientos, pero seguía borrándolos antes de que yo pudiera
recibirlos.

Dejé mi teléfono y volví a leer mi novela, pero estaba un poco


desconcentrada. No pude evitar pensar en el Milo de aquella noche. ¿Seguía en
casa haciendo los deberes o se había encontrado en otra fiesta? ¿Será por eso
que no respondió? ¿Y si se había ido a buscar a otra mujer para olvidar
durante un tiempo?

Sentí celos mientras intentaba continuar con mis actividades normales del
sábado por la noche, que incluían mascarillas, libros y comida china. Traté de
deshacerme de esa extraña sensación. ¿De qué tenía que estar celosa? ¿Y por
qué tenía ganas de enviarle un mensaje para preguntarle qué planes tenía para
esa noche? ¿Se quedaría en casa? ¿Saldría? ¿Estaba con otra mujer? ¿Ella le
recordaba a mí?

Basta, Star.

Compórtate. 93
La línea entre el profesionalismo con Milo estaba dibujada con un
rotulador, y no se borraría.

Aun así, me preguntaba dónde había estado esa noche y con quién.
¿Sabrían sus besos como los míos, o extrañaba la suavidad de mis labios?

Horas más tarde, mi teléfono volvió a sonar.

Milo: ¿Tú también sigues pensando en eso?

Se me hizo un nudo en el estómago con sus palabras. Él no lo sabía, pero


me puso muy nerviosa. Una oleada de sentimientos se agitaba en mi interior
cada vez que decía algo que podría haber malinterpretado. De manera
inapropiada. Sentía como si mis deseos fueran pecados, y no podía evitar que
se calentaran con impulsos y deseos estrictamente prohibidos. Su pregunta
podría haber significado cualquier cosa, pero mi mente fue directamente a la
noche de la fiesta.
Milo: ¿Cómo es que se folló a su madre?

El aliento que quedó atrapado en mi pecho se evaporó lentamente.


Entonces volvió a enviarme un mensaje.

Milo: De eso pensabas que estaba hablando, ¿verdad? No se te cruzó otra


cosa por la cabeza, ¿eh?

Estaba jugando con mi cabeza, y él también lo sabía. Estaba tratando de


alterarme, y estaba funcionando. ¿Y por qué me gustaba? ¿Por qué me gustaba
la provocación en sus palabras? ¿Por qué me excitaban tanto?

Starlet: Milo. Solo mensajes sobre tu trabajo escolar, por favor.

Milo: Sí, profe.


94
Starlet: Gracias. Por favor, envíame tu tarea de matemáticas de hace dos
semanas que escribí para que la termines mañana, junto con tu redacción de
inglés, ¿de acuerdo?

Milo: De acuerdo, profe.

Starlet: Estás siendo un imbécil sarcástico, ¿no?

Milo: Cuida tu lenguaje, profe.

Este hombre me iba a provocar una migraña o un orgasmo. Uno o lo otro.

No respondí y él se quedó callado, así que supuse que era el final de la


conversación. Volví a leer mi novela, aunque Milo seguía nadando por mis
pensamientos sin ser invitado. Unas horas más tarde, mi teléfono sonó justo
antes de que me quedara dormida.

Milo: Voy a escribir una redacción sobre mi abuelo.

Starlet: Bien. Ese es un buen plan.


Milo: Buenas noches, profe.

Starlet: Buenas noches, Milo.

Milo: Yo también pienso en eso, ¿sabes? En cómo me dejaste ser tu silla


esa noche. Pienso mucho en eso y en cómo me gustaría que volviera a suceder.

Apagué mi teléfono rápidamente, haciendo mi mejor esfuerzo para no caer


tan profundamente en las palabras que me había escrito.

Por el amor de todas las cosas justas...

Debería haber sabido que no iba a dejarlo pasar fácilmente. ¿Lo peor de
todo? Pensaba en eso. Al menos una vez al día. A veces dos. Estaba
oficialmente arruinada, y era Milo Corti quien me estaba arruinando.

***

95
Los cubículos del baño de la escuela secundaria eran un espectáculo
interesante para contemplar. La cantidad de garabatos en las paredes
mostraba exactamente dónde estaban las mentes de muchas chicas. En el
tercer compartimento había una lista de los chicos más atractivos de la
escuela, y en lo más alto de la lista estaba el nombre de Milo.

¿Me sorprendió? En absoluto. Milo era ridículamente guapo. Era molesto lo


atractivo que era. Tuve que hacer que mi cerebro se desconectara de ese hecho
cuando me di cuenta de que yo era su profesora.

Quiero sentarme en el rostro de Milo Corti estaba escrito en la puerta del


cubículo.

No podía culpar a la chica.

Era un buen asiento.

A veces, cuando caminaba por los pasillos, notaba que las chicas se fijaban
en él, pero él nunca devolvía la mirada. Parecía desinteresado en la idea de
alguien… excepto yo.

Él y yo nos cruzábamos en el pasillo y sus ojos se encontraban con los


míos. Se negaba a apartar la mirada primero, manteniéndola fija hasta que los
nervios me dominaban. Yo rompería el contacto visual, pero, de algún modo,
aún podía sentir el peso de su mirada sobre mí. Me sentía en conflicto con todo
eso, pero nunca se lo mencioné. Pensé que cuanto menos hablara de sus
miradas, mejor. Porque estaba claro que le encantaba sacarme de quicio.
Cuando se trataba de él y de sus ojos marrones verdosos, era muy fácil.

Aunque, en los últimos días, parecía un poco más distante de lo normal.


Durante nuestras sesiones, hizo menos comentarios sarcásticos. Una parte de
mí quería preguntarle si estaba bien. Otra parte entendió que no era asunto
mío.

96
Milo

Todos los días me despertaba en un mundo de oscuridad. Tanto en sentido


figurado como literal. Cada vez que me despertaba, mis ojos tardaban un
segundo en adaptarse al espacio que me rodeaba. Tuve que parpadear unos
segundos para apartar la oscuridad antes de levantarme de la cama. Eso me
había pasado desde que tengo memoria.

No ayudaba que me despertara antes de que saliera el sol. Llevaba un año


haciéndolo. Antes del amanecer, salí por la puerta principal y bajé al parque
que no estaba lejos de mi casa. Estes Park era el parque favorito de papá desde
que era niño. Fue donde él y mamá se conocieron. Dentro del parque había un
área boscosa que conducía a la orilla del lago si tomabas un camino escondido.
Nadie lo conocía, excepto mis padres y yo. Papá incluso compró un pequeño
97
banco para mamá con sus iniciales talladas en la madera y lo instaló allí. Era
el lugar favorito de mamá en todo el mundo. Los tres solíamos pescar allí
durante horas.

Ahora solo iba yo, y este invierno el lago estaba congelado. Probablemente
ni siquiera debería haber estado aquí con el viento helado que había, pero juré
que intentaría no perderme ni un solo día de estar todos los días frente a este
lago, mirando al cielo.

Mamá me dijo que la encontrara en los amaneceres, así que intenté verlos
todos desde que falleció, sin importar el clima. Algunos días, las nubes cubrían
los amaneceres, pero imaginaba que el sol seguía ahí. Esta mañana la había
extrañado más, y ver amanecer no me parecía suficiente para consolarme este
día.

Starlet había funcionado como una agradable distracción durante un breve


período. Evitó que pensara demasiado en el día que estaba a la vuelta de la
esquina por un momento, pero una vez que llegó ese día, mi mente no pudo
soportar su dolor.

Hacía un año que se había ido.

Un año hoy.
Feliz día de la muerte, madre. Jódete por dejarme aquí en este planeta.

Además, te extraño tanto que es difícil respirar.

Observé el amanecer, sintiéndome vacío por dentro, luego me dirigí a casa


y me preparé para ir a la escuela.

La reunión semanal con Weston era el último lugar en el que quería


encontrarme este lunes por la mañana. Habían arrancado la alfombra de su
oficina, dejando al descubierto un feo suelo de madera que lucía espantoso.
Weston me dijo que las reformas de su oficina estaban en una fase intermedia
y que el nuevo suelo no estaría listo hasta la semana siguiente.

Los pisos se veían como yo me sentía, como una mierda.

Weston tomó un sorbo de su café mientras me miraba de arriba abajo. A


decir verdad, ni siquiera sabía cómo había logrado llegar a su oficina esta
mañana. Principalmente porque cada vez que cierro los ojos, los recuerdos de
mi pasado me persiguen. Y cuando eso no ocurría, me atormentaba la
situación de mi presente.

—¿Estás drogado en este momento? —preguntó Weston.


98
Levanté la vista de la silla y arqueé una ceja.

—¿Quién pregunta? ¿Weston o el director?

—Ambos —dijo Weston, dejando la taza de café sobre la mesa.

—Bueno, creo que ya sabes la respuesta, dado que eres tú quien pregunta.

—Son las siete de la mañana, Milo.

—Se llama despierta y fúmatelo —respondí.

Weston no debería haberse sorprendido. Fue un fin de semana de mierda.


Papá se emborrachó y decidió desquitarse conmigo cuando llegó a casa oliendo
como un marinero cubierto de orina. Pasarme el fin de semana lidiando con un
hombre borracho y afligido a quién tuve que obligar a ducharse y alimentar no
era mi idea de diversión. Encima de tener que cuidar de él, tuve que lidiar con
escuchar lo decepcionante que había sido. Además, esa mañana se cumplía un
año del fallecimiento de mamá. Así que perdóname si me drogué antes de venir
a la escuela para intentar lidiar con la mierda que rondaba por mi cabeza.

Weston frunció el ceño. No sabría decir si estaba decepcionado conmigo o


triste por mí.
Tal vez una mezcla de ambas cosas.

—Deberías haberte tomado el día libre —me dijo.

—Dijiste que no podría recibir la carta a menos que asistiera a mis clases.
Así que estoy aquí.

—Estás aquí, pero no.

Estoy aquí, pero no.

Se movió en su silla.

—¿Quieres hablar de ella hoy? Tal vez eso…

—No. —Lo interrumpí.

Había un millón de cosas que quería hacer este día. Quería drogarme.
Quería emborracharme. Quería hacer todo lo posible para olvidar que hoy se
cumplía un año del peor día de mi vida. Quería sentir menos y desaparecer
más. Quería que el dolor se detuviera y sentir que había alguna posibilidad de
que algún día estuviera bien. Quería volver a respirar. Deseaba tanto poder
respirar. Pero no podía. Elegí no hacerlo, al menos. Se sentía egoísta de mi 99
parte respirar cuando mamá ya no podía hacerlo.

El dolor era una criatura compleja. Un día estabas triste y al día siguiente
te llenabas de rabia. En raras ocasiones, eran ambas cosas. Tan agresivamente
furioso, tan deprimentemente triste.

—Deberías haber sabido que estaría bien si te tomabas el día libre —


mencionó Weston—. Hoy, de todos los días, habría estado bien.

—Sí, bueno, tal vez deberías haber mencionado eso antes de sostener esa
carta sobre mi cabeza.

—Milo.

—¿Qué?

Su boca se entreabrió cuando sonó la campana para la primera hora del


día. No dijo nada más, así que me agaché y agarré la mochila que estaba al
lado de mi silla.

—No puedo llegar tarde a clase, director Gallo —murmuré mientras me


levantaba de la silla.
Me llamó, pero no me di la vuelta para mirarlo. Ya no tenía ganas de
hablar. No tenía ganas de mirar unos ojos que se parecían tanto a los de ella.

Me dirigí a los concurridos pasillos, moviéndome a través de mis arenas


movedizas, y fui directo al casillero de Tom.

Me miró.

—¿Quién te atropelló con un autobús?

—Necesito pastillas —dije, yendo directamente al grano.

No me gustaban las charlas triviales, y todavía me sentía un poco mal por


el día que transcurría. Sabía que me sentiría peor a medida que las horas se
acercaran a las tres de la tarde, la hora en que mamá tomó su último aliento.
Necesitaba estar entumecido en ese momento. Necesitaba alargar mi subidón
todo lo que pudiera.

—Bueno, buenos días para ti también, sol —se burló.

—En serio, Tom. ¿Qué tienes?

—¿Empiezas tu periodo hoy o algo así? Irritable, irritable. 100


Me quedé callado.

Arqueó una ceja y se puso un poco sombrío.

—¿Mañana de mierda?

—Algo así.

Por una fracción de segundo, sus ojos mostraron una pizca de lástima por
mí. Rápidamente la apartó porque sabía que yo no lo apreciaría. Metió la mano
en su mochila, sacó una lata de caramelos de menta, la abrió y agarró una
pastilla para mí.

—Esto debería hacerte sentir… bueno… bien. Te sentirás bien.

Perfecto.

—Dame unas cuantas más.

—Amigo, no sé si…

—Te pagaré.

—Sabes que no es por el dinero.


—Tom. Por favor —musité. No era de los que suplican por nada en la vida,
pero en este momento, sentí la necesidad de hacerlo.

Eso debió de desconcertarlo. Sin dudarlo, me dio unas cuantas pastillas


más. Luego me puso una mano en mi hombro.

—Oye, hombre. Sé que no hacemos esas cosas de corazón a corazón, pero


si alguna vez necesitas hablar…

—No lo necesito. —Metí una pastilla en mi boca y guardé las otras en mi


bolsillo para repartirlas a lo largo del día.

—Tomo nota. —Retiró la mano y cerró su casillero—. Dicho esto, buen


viaje.

Nos vemos el próximo otoño.

***

Bien.
101

Me sentía bien.

Incluso genial. Demonios, me sentía genial.

Las arenas movedizas de mis movimientos habían cambiado en las últimas


horas, y ahora estaba flotando por los pasillos. Todo se intensificó, todos mis
sentidos. Estiré los dedos y me quedé mirando el espacio entre ellos. Podía
sentirlo. Podía sentir el aire.

Mierda, me había ido.

—¿Estás bien? —dijo una voz, desviando mi mirada de mis dedos. Me giré
para encontrar a Starlet de pie frente a mí con ojos preocupados.

Vaya.

Tenía unos ojos preciosos.

—Tienes unos ojos hermosos —le dije.

Miró alrededor de los pasillos y se alejó un paso de mí.


—No vuelvas a decir eso, Milo —me advirtió en voz baja—. La campana
sonó. Deberías estar en clase.

Me reí.

Porque las cosas eran graciosas. Todo era gracioso: Starlet, la escuela, la
vida, la muerte.

Aunque ella no lo encontraba gracioso. Tal vez debía mostrarle la comedia


de la vida.

Metí la mano en el bolsillo y saqué una pastilla. Se la tendí.

—Toma. Te hará reír, profe.

—Oh, Dios mío —susurró, acercándose a mí—. ¿Son drogas?

—Bueno, no es menta verde.

—Guarda eso y vete a clase —ordenó.

Los pasillos estaban bastante vacíos, probablemente porque ella tenía


razón. Se suponía que tenía que estar en una clase como todo el mundo en la
escuela. ¿Pero qué clase? ¿Qué hora era? Mierda. La carta. La carta.
102
Necesitaba conseguir esa carta.

—Tengo que ir a clase por la carta —murmuré. Sentía la cabeza un poco


confusa y mi estómago se revolvió un par de veces. Estaba a punto de meter la
pastilla en mi boca, pero Starlet me la quitó de la mano.

—Milo, ¿qué demonios estás haciendo? No puedes tomar pastillas en la


escuela —me regañó Starlet. Cada vez sonaba más como una profesora. Qué
fastidio.

—Tú no quisiste.

—Eso es porque no consumo drogas.

—Pero la vida sería mucho mejor si lo hicieras, profe. —Me tambaleé un


poco y ella me atrapó. Sus ojos se clavaron en los míos y solté un suspiro—.
Tienes unos ojos hermosos —repetí.

—Milo. Detente.

—No me siento muy bien, profe.

—Sí. Eso está claro.


—No puedo fallar. No puedo. Necesito esa carta. La necesito.

Entrecerró los ojos, confundida. Ella no lo entendería. Nadie lo entendería.


Miró alrededor del pasillo y suspiró.

—Ven, vamos. Tenemos que ponerte sobrio.

Empezó a tirar de mí por el pasillo y dobló la esquina. Bajamos un tramo


de escaleras y abrió el armario del conserje. Me empujó dentro y cerró la
puerta.

—Siéntate —ordenó, empujándome al suelo. A continuación, bloqueó la


puerta con un palo de escoba para que nadie pudiera entrar.

—¿Vamos a desnudarnos ahora? —murmuré. Mierda, estaba hecho un lío.

—¿Qué? No. Dios, estás hecho un desastre —murmuró mientras


rebuscaba en su maletín. Sacó una botella de agua y me la entregó.

La aparté de un empujón.

—No.

—Necesitas recuperar la sobriedad, Milo.


103

—No. Mi padre necesita estar sobrio, no yo. Yo estoy bien. Estoy bien. Soy
feliz —balbuceé, agitando la mano en su dirección—. Estoy bien.

La miré y vi la expresión triste en sus ojos.

—Tienes unos ojos hermosos —repetí.

Su ceño se frunció.

—Vas a estar bien, Milo.

—Ya te dije que estoy bien —murmuré, encorvándome contra el cubo del
trapeador.

Se acercó a mí, colocó su mano debajo de mi barbilla y acercó la botella de


agua a mis labios. Apenas podía mantener los ojos abiertos. Todo se sentía
pesado y liviano al mismo tiempo. Cada movimiento me parecía una tarea
pesada. A través de mi mirada entrecerrada, seguía viendo sus ojos. Esos
malditos ojos.

—Bebe —ordenó.

—No —dije, apartando la botella.


—Bebe —repitió.

—Te odio —refunfuñé, sin querer beber.

—Bien —respondió—. Eso significa que todavía sabes cómo sentir. Ahora,
bebe.

Bebí.

—Vas a estar bien, Milo —dijo una vez más, y por alguna razón, eso hizo
que mi pecho se oprimiera aún más.

—Ella se fue —susurré, sintiéndome a segundos de caer en espiral—. Ella


realmente se fue —espeté antes de hacerme un ovillo y perderme.

Starlet no dijo una palabra más. Puso una mano reconfortante en mi


espalda y la frotó con movimientos circulares. De vez en cuando me hacía
sorber el agua. En un momento dado, me quedé dormido. O me desmayé. Era
difícil saberlo. Lo único que sabía era que la mano de Starlet seguía apoyada en
mi espalda cuando volví en mí.

Sus palabras resonaban como una mentira en mi cabeza.


104
Vas a estar bien, Milo.

Vas a estar bien, Milo…

¿Cómo?

¿Cómo sería eso posible… cómo podría volver a estar bien?


Starlet

Lo estaba arriesgando todo al sentarme en el armario del conserje con Milo.


Ni siquiera sabía por qué lo había hecho. En todo caso, debería haber
denunciado sus acciones inapropiadas a la dirección y hacer que lo
disciplinaran. Sin embargo, algo dentro mío no quería que lo vieran de esa
manera. No lo conocía, pero sentía que mi trabajo era protegerlo. Ayudarlo a
superar lo que sea que estuviera enfrentando.

Además, el dolor en sus ojos…

¿Qué estás haciendo, Star?

Todo mi futuro estaba en peligro, todo por lo que había trabajado, por un 105
simple extraño. Si me atrapaban en el armario de las escobas con ese chico,
sería el fin de cualquier expectativa de ser profesora. Mis sueños se verían
empañados en un instante por la decisión precipitada de empujar a Milo en un
armario.

¿Qué le pasó? Sabía que era mucho, y sabía que tenía un puñado de dolor
basado en sus ojos marrones verdosos, pero hoy día se sentía diferente.
Especialmente con las pocas pistas que había recibido sobre él mencionando el
alcoholismo de su padre. ¿Estaba en una situación segura? ¿Qué luchas
enfrentaba, y por qué consumía drogas para reprimir esas luchas?

Le envié un mensaje al señor Sloan diciéndole que había surgido una


situación personal y que no podría asistir a clases esta tarde. Otra mala
decisión. ¿Qué pasaba conmigo tomando malas decisiones cuando se trataba
de estar cerca de Milo Corti?

Chica estúpida, estúpida.

Pasaron las horas mientras le daba a Milo sorbos de agua, y cuando estuvo
lo suficientemente bien como para sentarse derecho, le ofrecí una media
sonrisa.
—Vas a estar bien —prometí, con la esperanza de no convertirme en una
mentirosa.

Presionó la mano en su frente y luego la pasó por su cabello.

—Sí, todo bien.

—Debería irme antes de que alguien entre aquí. ¿Puedes salir un momento
después de mí si te parece bien?

Asintió.

Antes de levantarme, apoyé una mano en su rodilla.

—Milo, sé que no quieres hablar, y está bien. No voy a pedírtelo, ni a


obligarte. Pero necesitas hablar pronto con alguien. Confía en ellos, porque las
cicatrices que llevas contigo no se están curando. Están abiertas y sucias, te
lastiman de todas esas maneras diferentes, y no te mereces eso.

—¿Qué pasa si no merezco sanar?

—Todos merecen sanar. Especialmente tú.

Apreté ligeramente su rodilla antes de ponerme de pie y pasar las manos


106
por el pantalón de mi traje.

—¿Oye, profe?

—¿Sí?

—No le digas a nadie sobre esto, ¿de acuerdo?

—Por supuesto que no.

—Lo digo en serio. No necesito que el director se entere de esta situación.


Arruinaría todo.

Sonreí.

—¿Qué, quieres mi meñique o algo así?

Me burlé de cómo me había preguntado lo mismo semanas antes.

La comisura de la boca de Milo se curvó ligeramente.

Casi sonrió.

Eso me hizo respirar un poco más tranquila, pensando que estaría bien.
Cuando salí del armario del conserje, doblé la esquina y me topé con el
director Gallo, lo que me produjo una oleada de ansiedad. Hice todo lo posible
por no mostrar dicho pánico.

—Señorita Evans, aquí está. La estaba buscando —dijo mientras se


acercaba a mí—. Quería hablar con usted sobre Milo. ¿Podemos ir un rato a mi
oficina?

Tragué saliva con fuerza, queriendo huir de la confrontación en la que


estaba a punto de encontrarme. Mi mente comenzó a pensar en formas de
expresar mis más profundas disculpas por lo que había pasado. Esa tenía que
ser la razón por la que me estaba llamando a su oficina, ¿verdad? Porque
sabía lo que había pasado con Milo esta tarde. No había otra razón.
Especialmente con su expresión sombría.

Entramos en su oficina y cerró la puerta detrás de él. Señaló la silla vacía


que había frente a mí, invitándome a sentarme. Hice lo que me pidió.

El director Gallo se sentó en su silla, giró un poco y detuvo sus


movimientos.

—¿Cómo estás, Starlet? ¿Cómo van las cosas con Milo?


107
No estaba segura de si era una trampa en la que estaba tratando de
hacerme caer.

—Bien, bien. Ha estado trabajando y creo que nuestras sesiones de estudio


han ido bien.

—Estupendo. Sí. Maravilloso. Hablé con algunos de sus profesores, y me


han dicho que han recibido tareas antiguas y que él se estaba presentado a
clase.

Excepto hoy.

Pero yo tampoco aparecí.

Permanecí en silencio, sin saber muy bien qué debía decirle.

Sonrió antes de que se le escapara un fuerte suspiro. Se quitó las gafas y


pellizcó el puente de su nariz.

—Lo siento, Starlet, ¿podemos ser sinceros por un momento?

—Sí, claro.

—Milo es mi sobrino, así que esta situación es bastante personal.


Oh.

Bien.

Eso agregó algunas piezas faltantes al rompecabezas del director Gallo y


Milo.

—No me malinterpretes, me preocupo por todos mis alumnos, pero Milo ha


pasado por muchas cosas el año pasado, así que me preocupo por su
bienestar. Entonces, si te da problemas en algún momento, por favor házmelo
saber. Lo último que quiero es añadir estrés a tu vida. Debería haberte escrito
también sobre faltar a la sesión de hoy con él, viendo que hoy es el primer
aniversario del fallecimiento de su madre, mi hermana Ana.

Ahí estaba.

La razón del espiral de Milo.

Se me hizo un nudo en el estómago y sentí que mi corazón se hizo añicos


por él. Sabía lo difícil que tenía que ser para Milo. Ojalá no lo hubiera sabido,
pero lo sabía.

—Siento su pérdida, director Gallo. 108


Sus ojos brillaron con las mismas emociones que los de su sobrino en el
armario del conserje. Me asombraba cómo personas tan diferentes podían
sufrir, y la tristeza seguía pareciendo la misma en sus ojos.

—Gracias —murmuró. El director Gallo se aclaró la garganta y juntó las


manos, dejando de lado sus sentimientos. Se sentó más erguido—. Sé que Milo
es difícil de manejar, pero no siempre fue tan duro y frío. Creo que bajo su
duro exterior aún vive ese chico dulce y amable que extraña a su madre.

—No dejaré de ser su tutora, director Gallo. Ahora que sé estas cosas,
puedo abordar la situación desde un ángulo diferente y asegurarme de que
estoy haciendo su vida más fácil, no más difícil. Yo también perdí a mi madre,
así que sé lo difícil que puede ser.

—También lamento tu pérdida, Starlet.

Asentí.

—Ya han pasado algunos años, así que estoy bien.

—Estoy aprendiendo que el paso del tiempo no lo hace más fácil. A veces
solo hace que el dolor sea más silencioso.
Eso fue lo más cierto que jamás había escuchado.

—Te mantendré actualizado sobre cómo va todo —prometí.

—Por favor, hazlo. Día o noche. Por favor.

El director Gallo realmente se preocupaba por Milo. Podía verlo en sus


ojos. Le dolía ver a su sobrino luchando tanto.

Asentí y me puse de pie.

—Gracias de nuevo por reunirte conmigo.

Él también se levantó.

—Por supuesto. Gracias, Starlet. Que pases una buena tarde.

Empecé a caminar, pero me detuve y me di la vuelta para mirar al director


Gallo.

—Tengo una pregunta. Milo mencionó una carta... ¿es algo que debería
saber?

El director Gallo exhaló un fuerte suspiro. 109


—Su madre le dejó una carta. Se supone que debo dársela el día de su
graduación. Le dije que tiene que asistir a todas las sesiones de tutoría y
graduarse para recibir la carta.

—Gracias por explicármelo —dije.

—Por supuesto. Que tengas una buena tarde.

Después de la reunión con el director Gallo, volví al armario del conserje


para comprobar que Milo estaba bien. Cuando abrí la puerta, sentí un ligero
cosquilleo en mi estómago.

Se había ido.

***

Starlet: ¿Estás bien?


No debería haberle enviado un mensaje esta noche, pero durante las
últimas horas, todo en lo que podía pensar era en Milo. Apenas podía
concentrarme en mis estudios porque él seguía apareciendo en mi mente.
Whitney estaba en su clase nocturna, lo que me vino muy bien porque si
hubiera estado en nuestra habitación, habría sabido al instante que algo iba
mal.

No sabía poner rostro impasible. Cada emoción, tanto buena como mala,
que sentía se mostraba en mis expresiones. Lo heredé de mi madre. Siempre
sabías lo que ella sentía en cuanto la mirabas. Papá decía que era la guía más
fácil para saber cuándo había cometido un error.

Miré mi teléfono durante mucho tiempo, sin ver respuesta.

Mi mente comenzó a dar vueltas. ¿Y si le pasó algo malo?

¿Y si consumió más después de salir de aquel armario?

¿Y si necesitaba ayuda de verdad y tomé la mala decisión de no


denunciarlo al director?
110
Nadé en un charco de culpa hasta que recibí un mensaje de texto suyo
alrededor de las once.

Milo: Bien.

Exhalé profundamente por lo que se sintió como la primera vez esta noche.

Bien.
Milo

Llegué tarde a casa después de pasarme la mayor parte del día hecho un
lío. Me sentía mal del estómago. No era para menos. Todo lo que sube tiene que
bajar. La caída siempre era lo más duro. Tom fue lo suficientemente bueno
para encontrarme mientras caminaba por los pasillos en mal estado. Me metió
en su auto, llevándome a su casa y me escondió en su baño hasta que estuve
lo bastante aliviado para llegar a casa. Cuando me dejó, murmuré un gracias.

—Milo, sabes que somos amigos, ¿verdad? —dijo Tom antes de que pudiera
salir del auto.

—Sí, seguro.
111
—No. Lo digo en serio. Sé que soy nuevo en esta ciudad, y sé que somos
diferentes en casi todos los aspectos posibles, pero te considero un buen amigo
mío. Así que, si alguna vez necesitas a alguien con quien hablar o simplemente
estar tranquilo, te puedo ayudar. Puede que no sea tan callado como Chris,
pero puedo aprender a callarme.

Lo miré y asentí.

—Gracias, T.

—¿T? —jadeó, llevándose las manos al pecho—. ¿Me acabas de poner un


apodo? ¿Estamos tomando confianza con los apodos?

—No hagas de esto una cosa —me queje, abriendo la puerta del pasajero.

—Es totalmente una cosa.

Salí de su auto, bajó la ventanilla y gritó:

—¡Hasta luego, Mi-Mi!

Mi-Mi.
Odiaba eso más de lo que él podría imaginar, pero estaba casi seguro de
que me llamaría así el resto de mi vida.

El auto de papá estaba en la entrada, lo cual era una buena señal. Supuse
que estaría desmayado en algún bar o encerrado por exhibicionismo, por orinar
en la entrada de un edificio o algo así. En lugar de eso, entré a la casa y lo
escuché en su dormitorio. La puerta estaba cerrada, pero podía oírlo
claramente.

Estaba sollozando.

Se ahogaba en sus inhalaciones. Sollozando a través de sus exhalaciones.

No sabía que su angustia podía empeorar la mía.

Ya no éramos cercanos, pero había algo muy doloroso escuchar llorar a tu


padre. Pasó la mayor parte de su vida siendo un hombre fuerte y duro que
nunca mostró debilidad. Ahora, oírlo derrumbarse me resultaba tan extraño.

Sin pensarlo, trate de girar el pomo de la puerta para ver cómo estaba,
pero estaba cerrado.

Me senté en el suelo fuera de su habitación, apoyando mi espalda contra la 112


pared y doblando mis rodillas. Mis brazos descansaban en mis piernas
mientras papá gemía de dolor.

Me derrumbé con él, sentado contra la pared con mi rostro enterrado en


las palmas de mis manos.

Nuestro dolor era diferente. Él perdió a su esposa; yo, a mi madre.

Aun así, los dos nos rompimos en mil pedazos.

Eso era lo que pasaba con el dolor: no discriminaba. Simplemente hacía


que todos nos ahogáramos.
Milo

Pasé la mayor parte del fin de semana intentando recomponerme.

No solía avergonzarme, pero sí lo hacía cuando llegaba el lunes y era hora


de mi sesión de estudio con Starlet, después de que ella hubiera presenciado
mi crisis total.

—Siento lo del viernes. No era yo —le dije a Starlet mientras me sentaba en


la sala de estudio de la biblioteca. Dejé la mochila sobre la mesa y me quejé del
dolor de cabeza. Ningún ibuprofeno me aliviaba el malestar. Probablemente
debería haber bebido más agua durante todo el fin de semana, pero no estaba
en el mejor estado de ánimo para emprender esas acciones.
113
Starlet me sonrió. Su mirada no contenía enfado, juicio ni culpa.

—No estás enfadada —comenté.

—No, no lo estoy.

—¿Por qué no estás enfadada? Podría haberte metido en un buen lío.

—No pasa nada.

Se movió en su silla y luego extendió su mano y la apoyó en mi antebrazo.


Mis ojos se movieron hacia su toque. Debería haber retirado mi brazo de ella,
pero el calor era demasiado adictivo.

—¿Por qué me tocas? —pregunté.

—Hablé con el director. Mencionó lo del viernes.

Oh.

Eso lo explicaba.

Ella se estaba compadeciendo de mí.


Moví mi brazo hacia atrás y lo puse en mi regazo.

—Sólo fue un día.

—No. —Ella negó con la cabeza—. No lo fue.

No, acepté en silencio. No lo fue.

Revolví en mi mochila para sacar mi libro de matemáticas y dije:

—Pensé que deberíamos empezar con las tareas de matemáticas y...

—¿Cómo se llama? —interrumpió Starlet.

Arqueé una ceja.

—¿Qué?

—Tu madre. ¿Cómo se llama?

Se me hizo un nudo en la garganta y me quedé helado en mi lugar.

—¿Por qué me preguntas eso?


114
—Porque sé que es importante para ti. Quiero saber qué cosas son
importantes para ti.

Ella es importante para ti.

Como si mi madre aún estuviera por aquí.

Odié cómo dijo eso.

También me encantaba cómo lo decía.

Hice una mueca.

—No, no es cierto. Te sientes mal por mí.

—Me siento mal por ti —confesó—. Pero también quiero saber las cosas
importantes. Dos cosas pueden ser ciertas al mismo tiempo.

—Se supone que tienes que ser mi tutor. No preguntar sobre mi vida
personal. Qué tal si haces tu trabajo —resoplé.

Sus ojos se encontraron con los míos y sonrió, completamente indiferente a


mi mala actitud. Cruzó las piernas y se reclinó en la silla, sin apartar su
mirada de la mía.
—Mi madre se llamaba Rosa. Era mi mejor amiga. Lo que más le gustaba
en el mundo era hacer cosas caseras. Jabones, lociones y puré de manzana
hecho en casa, del manzano de nuestro patio trasero. Era alérgica a los perros,
pero aun así siempre se acurrucaba con ellos cuando alguno se le acercaba.
Odiaba las verduras, pero fingía no hacerlo para que yo las comiera. Y nos
quería a mi padre y a mí hasta la médula. Nosotros también la queríamos.
Perderla fue como perdernos a nosotros mismos durante mucho tiempo. Tardé
años en llorar cuando veía una fotografía suya. Todavía lloro a veces, pero
menos. Una vez también me construyó una bicicleta. Me construyó una para
mí y otra para ella, y las bajábamos juntas por las colinas más empinadas. Yo
estiraba los brazos y ella me tomaba de las manos mientras hacía lo mismo, y
bajábamos juntas.

—¿Qué estás haciendo, Star? —susurré.

—Comparto algunas de mis cicatrices para que te sientas lo bastante


seguro como para compartir las tuyas. Si no quieres compartirlas, no pasa
nada. No insistiré más, pero me siento feliz cuando la gente me pregunta por
mi madre. Me encanta hablar de ella porque es como si todavía estuviera aquí
cuando puedo compartirlo. La mayoría de la gente dice que lo siente y sigue
con su vida. No quiero hacer eso contigo, Milo. Quiero saber más.

Me recosté en mi asiento, debatiendo cómo seguir adelante. Una gran parte


115
de mí quería levantarse e irse, no volver nunca más a la escuela. Pero otra
parte de mí sabía que Starlet tenía razón. La mayoría de la gente daba el
pésame y se quedaba ahí.

¿Cómo se llama?

¿Cómo me sacudieron esas palabras de Starlet?

—Ana —confesé—. Se llama Ana.

—Es un nombre precioso.

—Sí. Lo era.

—¿Cuál era su pasión?

—La cocina. Era chef. Era italiana y vivió en Italia hasta los trece años.
Estudió cocina toda su vida y tenía un restaurante aquí llamado Con Amore.

—Con amor —exhaló ella, traduciendo el nombre. Se llevó la mano al


pecho—. Era el restaurante favorito de mi madre. Ella también era italiana.
Decía que era la comida italiana más auténtica que se podía encontrar por
aquí. Solíamos ir allí todos los domingos a comer panecillos recién horneados y
jamón. Tu madre tenía mucho talento en su oficio, Milo. Me alegro de haber
podido experimentar una parte de ella.

No era de los que lloran, pero ese comentario casi me hizo llorar.

—¿Cómo le gustaba pasar los fines de semana? —preguntó a continuación.

Mordí mi mejilla con la lengua mientras intentaba contener las emociones


que me habían provocado las preguntas de Starlet. Nadie me había hecho
nunca esa pregunta. Nadie me había dado espacio ni siquiera para compartir el
nombre de mi madre.

Miré mis manos y aclaré mi garganta.

—Junto al agua. Le encantaba pescar. Mi abuelo la llevó a pescar cuando


era pequeña y se convirtió en su afición favorita. Todos los fines de semana del
verano íbamos a pescar a Estes Park con mi padre. Es su parque favorito y la
parte del lago preferida de mamá. Encontrábamos una zona escondida que la
gente no conocía y allí pescábamos durante horas. Incluso íbamos a pescar en
hielo al norte durante el invierno. Era la época favorita de ella y de mi padre.
Yo lo odiaba. Hacía frío y nos quedábamos allí sentados mucho tiempo. Pero
siempre pedía ir con ellos. Era algo nuestro. Ahora echo de menos los días fríos
en el hielo, haciendo eso con ellos. 116
—¿Ya no vas con tu padre?

Mi mandíbula se tensó.

—Mi padre murió el día que falleció mi madre.

Se quedó boquiabierta.

—Dios mío, no sabía...

Sacudí la cabeza.

—No. Sigue aquí físicamente, pero lo que quiero decir es que el día que mi
madre se fue, mi padre también se fue mentalmente. Es como un muerto
viviente.

—Milo... lo siento mucho. No puedo imaginar lo duro que es para ti.

Me encogí de hombros.

—Háblame de tus padres —dije, necesitando cambiar la conversación.

Starlet sonrió, pero me pareció triste. Aun así, aceptó mi petición.


—Nunca he ido a pescar, pero a mis padres les encanta la naturaleza.
Cuando era niña, íbamos de excursión y en bicicleta todas las semanas. Hace
mucho que no lo hago, pero eso me recuerda a mi madre. Me alegro de que la
pesca te recuerde a la tuya.

—Ya no pesco porque me recuerda a ella.

—Ya no ando en bicicleta ni hago senderismo porque me recuerda a ella.

Me quedé callado. No sabía cómo procesar lo que sentía. Mamá era mejor
explicándome mis propias emociones que yo mismo.

—¿Cuál era su dulce favorito? —preguntó Starlet.

La comisura de mis labios se extendió.

—Reese's Cups. Se comía primero el borde irregular antes de comerse el


interior.

—Tiene sentido. La mantequilla de cacahuete es la mejor parte.

Sonreí un poco.

Sólo un poco, pero ella lo notó y su sonrisa también se hizo más grande. Se
117
le daba bien eso de sonreír. Probablemente las sonrisas se crearon
principalmente para gente como Starlet. Las dos cosas iban muy bien juntas. A
mí me gustaban más las muecas.

—¿Cuál era el dulce favorito de tu madre? —pregunté.

Se estremeció de disgusto.

—Regaliz negro.1

—Siento oír que tu madre era una psicópata.

Se rio, y sonó como algo que querría en un disco de vinilo para poder
reproducirlo repetidamente.

—Sí, tenía sus defectos, y el regaliz negro era el primero de la lista.

Me relajé un poco en la silla.

—¿Cuál es tu caramelo favorito?

1 Regaliz negro: es un dulce con una textura similar a la goma que se saboriza con
los extractos de las raíces de la planta del regaliz.
—El regaliz rojo, pero el de espiral que se puede pelar. Cualquier otra cosa
es aburrida.

—Así que eres de una familia de regaliz.

Ella se inclinó y susurró:

—Sí, pero me gustan de los buenos, no con sabor a Satán.

Sonreí un poco más.

Ella lo hizo involuntariamente.

—Mi favorito es el Sour Patch Kids —mencioné. Ella no preguntó, pero,


aun así, lo compartí.

Me lanzó una mirada diabólica.

—¿Te relacionas con tus dulces?

—¿Qué quieres decir?

—¿Eres primero agrio y luego escandalosamente dulce?


118
Resoplé.

—No. Soy como un kilo de agrio.

Volvió a reírse.

Que me jodan, esa risa.

—Me gustan los Sour Patch Kids. Sin embargo, lamo el sabor amargo de
los caramelos, en vez de succionarlo en la boca —explicó.

La idea de que lamiera el caramelo me agradó más de lo que admitiría.

—Qué raro.

—Soy un bicho raro.

—Sí, lo eres. —Me moví y jugueteé con mis manos—. ¿Puedes hacerme un
favor?

—¿Qué cosa?

—Hazme más preguntas sobre mi madre.


Hizo exactamente eso. Me hizo lo que me parecieron un millón de
preguntas, y aun así, no me parecieron suficientes. Nos quedamos en la
biblioteca más tiempo de lo previsto. Hablamos de nuestras madres como si
aún estuvieran vivas. Le conté historias sobre mi madre que nunca había
compartido con nadie. Starlet lloró, pero eso no me sorprendió. Parecía el tipo
de persona que siente todo un poco más profundo que los demás. Me pregunté
cómo sería eso de sentirlo todo tan profundamente en todo momento, sin
importar nada.

No fue hasta que el bibliotecario llamó a la puerta de la sala de estudio que


salimos del extraño mundo que habíamos creado entre los dos.

—Lo siento, la biblioteca está cerrando —nos dijeron.

—Dios mío, lo siento. Nos hemos dejado llevar. Gracias —dijo Starlet
mientras recogía sus cosas para irse. Hice lo mismo.

Mientras salíamos de la biblioteca, me dio las gracias por abrirme a ella de


una forma tan íntima.

—No es para tanto —dije—. Pero gracias por lo de hoy. Aunque no


hayamos estudiado.
119
—Tienes razón, no lo hicimos —estuvo de acuerdo—, pero aprendimos
mucho, y creo que eso es importante.

—Gracias.

—¿Por?

—Por preguntar por ella.

No sabía hasta qué punto mi alma necesitaba que alguien me preguntara


por mi madre.

Volvió a sonreír.

—Gracias por preguntar por la mía. Nos vemos mañana en la escuela.

—Sí, nos vemos.

Cuando dobló la esquina, me quedé allí, un poco estupefacto por lo que


había ocurrido en las últimas horas.

Su sonrisa permaneció en mi mente esa noche. Acostado en la cama,


repasaba nuestras conversaciones sin parar. No recordaba la última vez que
me había quedado despierto pensando en una chica, pero Starlet me parecía
casi imposible de olvidar. Ni siquiera podía procesar cómo me había hecho
sentir vivo. Ella me hizo sentir un poco más vivo que los días anteriores.

Maldición...

Me hizo sentir de nuevo.

Casi había olvidado cómo era eso.

Después de que ella tuviera que lidiar conmigo y que yo estuviera drogado
al otro día, no debería haberle hecho la vida más difícil de lo que tenía que ser.
Así que esa tarde hice mi tarea. Pensé que eso la haría sentir orgullosa o algo
así.

120
Starlet

Durante las últimas semanas, Milo entregó casi el 70 por ciento de las
tareas que le faltaban. Además, asistía todos los días a nuestras sesiones de
estudio sin quejarse. Me hacía algunos de sus comentarios sarcásticos, pero yo
estaba aprendiendo que él era así. Me gustaban sus comentarios porque sabía
que no eran malintencionados.

Algunos días me contaba algunos detalles sobre su madre y otros, yo sobre


la mía. Nos sentíamos como en un lugar seguro para hablar de cosas con las
que mucha gente de nuestra edad no tenía que lidiar.

Después de una de las noches que compartí con él, frunció el ceño,
sacudió la cabeza y dijo: 121
—Ningún niño de trece años debería perder a un padre.

—Tú tampoco deberías haber perdido a la tuya.

—La vida es una mierda.

Otro día me contó que durante semanas, después de la muerte de su


madre, iba a la cocina, cerraba los ojos y rezaba para que, al abrirlos, ella
estuviera allí preparando el desayuno.

Él no lo sabía, pero lloré por él en mi auto, después de que compartió ese


hecho. Me dolía el corazón por él y por las cosas que había perdido con la
muerte de su madre. Era una de la versión de sí mismo, lo cual fue
desgarrador. Me preguntaba cómo era antes de la angustia. Preguntándome
cómo era antes de perder el rumbo.

Starlet: Tengo una idea para tu proyecto final de la clase de fotografía.

Milo: ¿Lo voy a odiar?


Starlet: Es muy probable que lo odies. Pero eso es porque pareces odiarlo
todo.

Milo: No te equivocas.

Sonreí mirando mi teléfono mientras me sentaba en la cama del


dormitorio. A veces me preguntaba si estaba bien que sonriera como lo hacía
cuando el nombre de Milo aparecía en mi teléfono. O estaba jugando a un
juego peligroso que acabaría como una tragedia de Shakespeare.

Milo: ¿Cuál es la idea, profe?

Starlet: El encargo es mostrar una emoción o un sentimiento. Quiero que


sea tan auténtico como tú y que sea tu verdad en este momento. Creo que eso
sería lo mejor.

Milo: ¿Cuál sería...?

Starlet: Vacío. Frío. Cerrado. 122


Milo: Me alegro de que descubras quién soy.

Starlet: Aprendo rápido. Así que tu tema sería el invierno. Tenemos mucha
nieve por aquí, e incluso si quisieras viajar al norte para hacer algunas fotos,
es una posibilidad, ya que tendrán más. Puedo acompañarte en estas sesiones
para ayudarte a preparar las fotos y todo eso.

¿Por qué? ¿Por qué ofrecí eso? ¿Por qué quería eso? ¿Por qué quería
encontrar razones para estar cerca de él cuando se suponía que no debía
estarlo? ¿Por qué deseaba más días, más horas y más minutos con Milo?

Esperé pacientemente a que Milo hiciera algún comentario sarcástico o me


dijera que era una idea estúpida. Pero todo lo que dijo fue...

Milo: Genial. Estoy dentro.

Genial, estoy dentro.


Nada más y nada menos, pero de alguna manera fue mucho más de lo que
pensé que conseguiría.

Luego envió una foto de su tarea de matemáticas, que yo revisé. Todas las
respuestas eran correctas. Rápidamente me di cuenta de que Milo no carecía
de inteligencia. Podría ser una de las personas más inteligentes del mundo.
Simplemente no se aplicaba. Después de saber lo de su madre, también lo
entendí mucho más. No quería estudiar esos primeros años después de perder
a mi propia madre. No quería sentir nada. Si no fuera porque mi padre me
empujó, no lo habría conseguido, si soy sincera.

Me sentí bien siendo esa persona para Milo, la que estaba a su lado. Tenía
talento. Sólo tenía que encontrar el camino de vuelta a casa.

Lo que no esperaba era lo protectora que me había vuelto con él. Una
tarde, cuando el señor Slade repartía las tareas realizadas, puso la de Milo
delante de él y dijo:

—Un día voy a descubrir de quién son las tareas que está copiando, Señor
Corti. Recuerde lo que le digo.

—Lo hizo él mismo y se ganó esa calificación —dije sin pensar.


123
El señor Slade se volvió y me miró con una ceja arqueada.

—¿Disculpe, señorita Evans?

Tragué con fuerza, sintiendo que todas las miradas caían sobre mí.

—Es que creo que es un comentario inapropiado para hacerle a un


alumno.

El señor Slade frunció las cejas y soltó un pequeño suspiro. Miró a los
alumnos.

—Todos, abran sus libros en el capítulo veintidós y empiecen a leer por el


resto de la clase. —Luego se volvió hacia mí—. Señorita Evans, hablemos en el
pasillo rápidamente.

Me sacó del salón de clases, cerrando la puerta tras de sí. Luego se cruzó
de brazos y me miró con severidad, como si yo fuera la alumna a la que podía
disciplinar.

—Señorita Evans, preferiría que no cuestionara mis enseñanzas delante de


la clase. Demuestra falta de liderazgo y es totalmente inaceptable. ¿Me ha
entendido?
—Sí, por supuesto. Lo siento.

Bajó las cejas y volvió a entrar.

—Es solo que... —empecé.

—¿Es sólo qué?

—Soy la tutora de Milo, lo he ayudado con los deberes. He visto cómo


dedica tiempo y esfuerzo. Por eso, que su profesor lo menosprecie cuando lo
hace bien puede ser perjudicial para su autoestima. Se supone que debe
ayudarlos a tener confianza en sí mismos. No regañarlos cuando están
esforzándose.

Gruño en voz baja.

—Tan joven, tan ingenua. Por favor, hábleme del asunto cuando lleve más
de treinta años en esto. Hasta entonces, señorita Evans, conozca su papel y no
se salga de él. ¿Lo ha entendido?

—Sí —dije, pero realmente quería decir que no. La rabia que se acumulaba
en mi interior por su desprecio a mis comentarios era suficiente para hacerme
ir a la guerra. Esa era exactamente la razón por la que quería ser profesora. 124
Para ayudar a los alumnos que podrían haberse topado con los señores Slades
del mundo y haber perdido la confianza en sí mismos.

Volvimos al salón justo cuando sonó el timbre para dar por terminada la
clase. Me quedé en la puerta, sonriendo a los alumnos que salían. Cuando Milo
pasó junto a mí, sus ojos se encontraron con los míos. Su brazo rozó mi
hombro y susurró:

—Gracias, profe.

Quise decir siempre, pero me quedé callada.

Aquella tarde llegue antes a la biblioteca que Milo. A veces me preocupaba


que no se presentara. Cuando pasaron quince minutos, se me formó un nudo
en el estómago. Por suerte, a los veinte minutos, Milo me envió un mensaje de
texto diciendo que estaba en camino.

Cuando entró, sentí un suspiro de alivio.

—Siento llegar tarde —me dijo, dejando la mochila sobre la mesa. Tomó
asiento—. Tuve que parar en la gasolinera.

—No te preocupes. No has llegado tan tarde.


—No hagas eso.

—¿Hacer qué?

—Mentir para no herir mis sentimientos.

Abrí la boca para hablar, pero antes de que pudiera, sacó unos cuantos
objetos de su mochila: un paquete de regaliz rojo y una gaseosa light.

Arqueé una ceja.

Se encogió de hombros.

—Me he dado cuenta de que los has estado comiendo en clase.

El corazón me dio un vuelco, cosa que no debería haber hecho tratándose


de Milo Corti. Por otra parte, a los corazones no les importaba cuando la mente
les decía que se comportaran.

—¿Por qué me los compraste? —pregunté.

—Porque me defendiste y te lo agradezco. Iba a regalarte flores, pero no


sabía si te gustaban o cuáles eran tus favoritas.
125
—Eso es dulce. Esto es perfecto, aunque innecesario.

—Mi mamá hubiera querido que lo hiciera.

—Tu mamá siempre suena como una mujer maravillosa.

—¿Por qué haces eso? —preguntó.

—¿Hacer qué?

—Hablar de los muertos en presente como si aún estuvieran aquí.

Fruncí los labios.

—Sí, es extraño. Es que cuando falleció mi madre, hablaba de ella como si


aún estuviera aquí, usando el tiempo presente, y se me quedó grabado. No me
había dado cuenta de que lo hago con otros que han fallecido.

—Me gusta.

Arqueé una ceja, sorprendida.

—¿Qué? ¿A Milo Corti le gusta algo?


—Un fallo en la Matrix.

—Me encanta un buen Glitch de Milo. Me entretienen.

—No te acostumbres. Volveré a ser sarcástico y maleducado enseguida.

—No te apresures —dije—. Me gusta esta versión de ti.

Sus ojos se encontraron con los míos y juré que casi vi que su boca se
curvaba. ¿Casi me sonrió? Y no era una de sus sonrisas burlonas que recibía
cuando se daba cuenta de que estaba metiendo debajo en mi piel. No, era
genuina. Las sonrisas genuinas de Milo eran escasas y poco frecuentes, así que
cada vez que se le escapaba una, me sentía como si me estuvieran
consintiendo. Su casi sonrisa fue suficiente para que mis propios labios se
levantaran.

Bajó la cabeza, interrumpiendo nuestra conexión.

—Ojalá no hicieras eso, profe.

—¿Hacer qué?

—Sonreír a mi manera. Me altera el cerebro. 126


—¿Y eso por qué?

Levantó ligeramente la cabeza. Su mirada, normalmente intensa y fría, era


ahora suave, amable, incluso tímida.

—Porque cuando veo tu sonrisa ahora, me acuerdo de tu sonrisa de la


noche que nos conocimos. Y cuando pienso en tu sonrisa de la noche que nos
conocimos, pienso en…

—Milo. —Lo interrumpí.

Levantó las manos en señal de rendición.

—Lo sé, lo sé. No hablamos de eso. Pero... —Se inclinó sobre la mesa,
juntando las manos—. Soñamos despiertos con eso, ¿verdad, profe?

Sí, soñamos...

Mis manos temblaban mientras metía mi cabello detrás de mis orejas. Pasé
mi lengua por los labios repentinamente resecos cuando interrumpí nuestra
mirada. Una batalla interna se desató en mi interior. Sabía que mis
pensamientos sobre Milo eran inapropiados. Sabía que mi mente había cruzado
en secreto la línea de la profesionalidad, pero no podía detenerla. A veces
parpadeaba y recordaba mis manos sobre su cuerpo... sus labios sobre mi
pecho... mis piernas colgando contra sus hombros... Tenía que sacudirme
físicamente para escapar del hechizo que ejercía sobre mí. Se me daba bien ser
responsable. Nunca anduve con rodeos... no hasta él, al menos. ¿Qué clase de
mago era Milo Corti, y por qué su magia me hechizaba tanto?

Me aclaré la garganta.

—Saca tu libro de matemáticas, por favor. Repasaremos la tarea que vence


mañana.

Volvió su sonrisa malvada. Hacía tiempo que no veía su sonrisa siniestra y,


por alguna razón, me sentí un poco bien al presenciarla. El Milo sarcástico y
grosero era lo que prefería al Milo con el corazón roto y luchando.

Después de terminar nuestras tareas de la tarde, Milo sacó un folleto de su


mochila. Lo puso delante de mí y lo miré.

—Se supone que las Islas Apóstol tienen unas cuevas de hielo geniales.
Pensé que podría hacer algunas fotos allí para mi clase de fotografía.

—Oh, eso es muy al norte, ¿no?


127
—Sí. Pensé que valdría la pena la caminata. Está a unas seis horas.

—Muy bien, Milo.

—¿Quieres venir? —preguntó—. Sé que mencionaste que solías ir mucho


de excursión con tu madre, y la caminata hasta las cuevas es de unos tres
kilómetros. Además, sería bueno tener a alguien que ayude con el equipo y a
preparar las tomas. Hay un hotel barato donde podríamos quedarnos un día y
luego volver. Incluso puedo conducir si quieres.

—¿Quieres quedarte en un hotel? —comenté, un poco aturdida por aquella


idea—. ¿Juntos?

Sonrió.

—Si quieres compartir cama, sólo tienes que decirlo, profe.

—Milo, detente —afirmé severamente en voz alta, pero por dentro, mis
pensamientos empezaron a correr. Mi rostro se sonrojó mientras mi mente
imaginaba cómo sería esa situación. Yo en su cama, fingiendo no sentir lo que
sentía. Intentando por todos los medios que nuestros brazos no se rozaran
accidentalmente mientras nos movíamos durante la noche. Parecía una receta
para los problemas.
—Habitaciones separadas —ofreció.

¿Por qué sentí una pizca de decepción?

—Por supuesto, habitaciones separadas —repetí, esperando que no


pudiera leer mi lenguaje corporal—. ¿Y quieres que vayamos en un solo auto
juntos?

—Me pareció lógico para ahorrar gasolina. —Arqueó una ceja—. ¿Es eso un
problema?

Sí, Milo. Claro que lo es. Es completamente inaceptable.

En lugar de decir eso, tropecé con mis palabras.

—Quiero decir, bueno, es parte de tu tarea... y me ofrecí a ayudarte, así


que supongo que tiene sentido.

¡No! ¡No, Starlet! Eso definitivamente no tiene sentido.

—Como una especie de excursión —dije, tratando de resolver el


sentimiento de culpa contra el que luchaba.

Después de que me lo pidiera, sentí un tira y afloja de conflicto en el pecho.


128
Sin embargo, la mayor parte de mí quería ir. Quería ver las cuevas de hielo.
Quería hacer senderismo. Quería pasar un fin de semana con Milo.

Esa era la verdad más preocupante de todo.

—Estupendo. ¿Dentro de dos semanas? —preguntó.

—Claro —respondí. Lo dije tan libremente, también, como si no estuviera


tomando una decisión terrible. ¿Qué tenía ese hombre que me hacía querer
tomar malas decisiones en la vida?

Mientras lo miraba fijamente, mi pecho se oprimió ligeramente. Su


expresión había cambiado a algo que no había visto a menudo en él. ¿Parecía
estar... sonriendo? Una sonrisa de verdad, incluso un poco tímida. La pizca de
anticipación que se filtraba detrás de sus expresiones normalmente sarcásticas
y mundanas hizo que mis propios labios se curvaran. Milo era todo un
profesional a la hora de utilizar el descaro para encubrir sus verdaderos
sentimientos, así que el hecho de que se me escapara aquella sonrisa me
pareció algo muy importante. ¿También estaba nervioso por el viaje? ¿Y estaba
emocionado? ¿Sentía las mismas mariposas que yo? ¿Hasta qué punto nos
estábamos volviendo peligrosos los dos juntos?

—Reservaré las dos habitaciones de hotel —ofrecí.


—¿Seguro que no quieres que nos acurruquemos? —bromeó.

—Cállate.

Sonrió satisfecho. Aquella sonrisa sarcástica, grosera y molesta que me


revolvía el estómago en un frenesí de mariposas había vuelto de la sonrisa algo
tímida que compartía accidentalmente. Lo odiaba.

Suspiro.

Me encantaba. Odiaba que me gustara.

La verdad era que amaba cada tipo de sonrisa y cada tipo de mueca que
compartía conmigo.

—Nunca vas a dejar de mencionar la noche que nos enrollamos, ¿verdad?

—No, probablemente no. Me gusta la forma en que te hace sentir tímida.

—Te odio.

—Bien —dijo, metiendo sus cosas en la mochila—. Significa que aún sabes
cómo sentir.
129
Puse los ojos en blanco al verlo repetir las palabras que le había dicho.
¿Cómo se acordaba de eso si estaba completamente borracho?

—¿Qué le dirás a tu padre sobre estar fuera el fin de semana? —pregunté


mientras me levantaba y recogía mis cosas.

—Créeme. No se dará cuenta.

Eso me entristeció por él.

Ya sabía que mi padre me haría un millón de preguntas sobre el viaje, y ni


siquiera vivía bajo su techo.

—Que pases buena noche, Milo —dije mientras pasaba a su lado para salir
de la sala de estudio.

—¿Cuál es la respuesta? —me dijo.

—¿La respuesta a qué?

—¿A tu flor favorita?

—No importa.
—¿Pero y si importara?

—Milo…

Se acercó a mí y las puntas de sus zapatos rozaron los míos. Agachó la


cabeza y su boca se acercó perversamente a mi oreja. Se movía a cámara lenta,
o tal vez su mera existencia parecía ralentizar el tiempo. Su aliento hizo
cosquillas en mi cuello mientras me susurraba.

—¿Y si importara, profe? —Sus palabras, la cadencia y el timbre de su tono


erizaron mi piel. Su cercanía, el calor y sus intenciones se combinaron para
hacer que los latidos de mi corazón se intensificaran. Mi respiración se
entrecortó a medida que él se acercaba a mí.

Me mantuve firme aunque quería derretirme en un charco de nada. Quería


portarme mal con el chico malo que ponía mi mundo patas arriba sólo con su
presencia. Pasé la lengua por mis labios sedientos antes de que se separaran y
murmuré:

—Me encantan las peonías.

130
Milo

Las últimas dos semanas han transcurrido a velocidad de tortuga. Me


sentía como un niño pequeño justo antes de Navidad mientras anticipaba el
viaje con Starlet. Me moría de ganas de escapar de mi realidad actual y
encerrarme con Starlet durante el fin de semana.

Cuando llegó el sábado, estaba más que preparado para estar a solas con
ella. No estaba acostumbrado a esta sensación de excitación. Había pasado
mucho tiempo sin sentir nada, pero ahora, con Starlet, era como si todas las
emociones del mundo volvieran a invadirme. Miedo. Alegría. Felicidad.
Ansiedad. Lo sentía todo, y no estaba seguro de cómo analizar esas emociones.
Simplemente se quedaron dentro de mí. Además, una parte de mí no podía
dejar de pensar en las sucias posibilidades de este viaje. ¿Y si acabábamos
131
perdidos en el bosque y la única forma de mantener el calor era apretar su piel
contra la mía? ¿Y si venía a dejarme algo a la habitación del hotel y yo la
invitaba a entrar para que probara la cama?

Hice todo lo posible por no revelar mis pensamientos a través de mi


exterior, aunque fue difícil no reaccionar cuando llegó a mi casa en su Jeep,
tan guapa como siempre.

—¿Crees que has hecho suficiente equipaje? —bromeé. Todavía estaba


muy oscuro, ya que nos íbamos el sábado por la mañana temprano.

El sol aún no había salido y no lo haría hasta dentro de una o dos horas.
Su maletero estaba lleno de maletas, ropa de invierno y equipo de senderismo.
Parecía que íbamos a estar fuera un mes en lugar de dos días, por lo mucho
que había empacado.

—Más vale prevenir que lamentar —dijo. Durante una fracción de segundo,
se detuvo y me miró. Buscó más profundamente que la mayoría de la gente
cuando me estudiaban. Lo hacía a menudo, como si buscara secretos de mi
alma que nunca había compartido con los demás.

Sus labios esbozaron una sonrisa.


—Eres una persona madrugadora —afirmó como si hubiera recogido ese
dato de mis ojos.

—Estoy contigo —respondí.

Una oleada de timidez apareció en sus ojos, pero su sonrisa amable


permaneció.

—Bueno, buenos días, sol.

Sus suaves palabras atravesaron mi duro exterior y se posaron en mi alma.

—Buenos días, preciosa.

Hubo un ligero temblor en ella cuando escuchó mis palabras.

¿Te pongo nerviosa, Starlet?

Separó los labios y se peinó el cabello detrás de las orejas.

—Pongámonos en camino.

—¿Segura que no quieres que conduzca yo? —pregunté aunque mi


conducción nocturna era terrible. Todo se volvía borroso cuando tenía que 132
conducir de noche.

—Está a unas seis horas —dijo—. Así que yo haré las primeras tres horas,
y tú puedes hacer las siguientes.

—La persona que no conduce está a cargo de la música —mencioné


mientras me sentaba en el asiento del copiloto.

—Trato hecho. Pero, por favor, no tengas un mal gusto musical.

—Esto podría hacer o deshacer nuestra conexión, ahora que lo pienso,


profe.

—No tenemos una conexión —corrigió ella.

Sonreí con satisfacción.

Teníamos una conexión. Aunque ambos lo negáramos.

Algo en nosotros nos acercaba el uno al otro. Y ni siquiera creía que fuera
por lo de las madres muertas. Lo sentí la noche de la fiesta. Algo en ella me
resultaba tan familiar, una extraña que sentía como si estuviera en casa. No
sabía que eso existía hasta que conocí a Starlet.
Desde ella, no he salido con nadie más. No quería hacerlo. No me acerqué
a nadie que conociera, buscando revolcarme en las sábanas para ayudarme a
olvidar mi vida. Estaba viviendo en lugar de ser el muerto andante que había
sido en los últimos años. Trabajaba duro en mis tareas, escuchaba audiolibros,
por diversión y encontraba motivos para hablar con Starlet cada vez que podía.
El sexo sin sentido o perder el conocimiento ya no me atraían. Ya no quería
esconderme del mundo. Quería volver a sentir. Y Starlet Evans era la mente
maestra en hacerme sentir de nuevo.

Conecté mi teléfono al Bluetooth y puse mi lista de reproducción favorita.

Starlet enarcó una ceja al instante mientras empezaba a conducir.

—Tonterías. Esta no es tu música.

—¿Por qué no?

—Es jazz suave.

—Sí, lo es.

—¿Te gusta el jazz suave? —preguntó ella, atónita.


133
—Me gusta. Me gusta toda la música así. Junto con el folk y la acústica
lenta.

—Vaya. Eso me sorprende.

Arqueé mi ceja.

—¿Qué música pensabas que me iba a gustar?

—No sé... ¿el heavy metal?

Me reí entre dientes.

—Toda esa angustia que llevo dentro, ¿eh?

Ella soltó una risita y se encogió de hombros.

—A veces me cuesta juzgar un libro por su portada. Eso es cosa mía.

Me quité los zapatos porque odiaba llevarlos durante los viajes largos en
auto, y luego me puse lo más cómodo que pude en su auto, lo cual fue
bastante fácil con sus asientos con calefacción y espacio extra para las piernas.

—También toco el saxofón.


Sus ojos se abrieron de par en par mientras mantenía la mirada fija en la
carretera.

—¡Mentira!

—Toco desde niño.

—Dios mío. Alguna vez tocarás para mí.

—Realmente, ya no lo hago. No desde... —Mis palabras se desvanecieron.


No desde lo de mi madre.

Ella asintió en señal de comprensión.

—Lo entiendo.

—Me gustaría tocar para ti —solté.

Ni siquiera sabía de dónde había salido. ¿Qué demonios, Milo? En realidad


no tocaba música para nadie, pero sentí el impulso de tocar para ella. Me
preguntaba qué pensaría. Si estaría impresionada. Si le gustaría. Si yo le
gustaría.

¿Por qué quería tanto gustarle a esta mujer? ¿Por qué vivía en mi mente
134
más que la mayoría de las cosas?

Era como si Starlet fuera una droga para mi mente, pero en lugar de
aturdirme, aclaraba mis pensamientos. Hacía que las partes tristes de mí
fueran más fáciles de soportar. No habían desaparecido del todo. Sabía que la
depresión no funcionaba así. Pero me sentía menos solo cuando luchaba
contra ellas, con ella cerca. Ella veía la pesada carga de mi dolor y se ofrecía a
llevarla conmigo de las formas más sutiles. Además, hacía cosas que
temporalmente me daban mucha paz, como sus sonrisas.

Starlet y sus malditas sonrisas.

Una gran parte de mí se sorprendió de que aceptara venir al norte conmigo


y quedarse el fin de semana para esta sesión de fotos. Pensé que habría
rechazado la idea rápidamente y sugerido ir a una zona de senderismo o algo
así.

No me malinterpretes. No me estaba quejando. Estar atrapado en un auto


durante seis horas con Starlet Evans no era mi idea de tortura.

Las conversaciones entre los dos eran fáciles. Las primeras dos horas
pasaron volando. Había aprendido más sobre su mente y su humor en ese
lapso de tiempo que en las pocas semanas que pasamos juntos en la biblioteca.
En un momento dado, le pregunté si podíamos parar a ver el amanecer. Lo
hizo sin dudarlo. Salió de la autopista y se detuvo a un lado de la carretera que
daba a las zonas boscosas de abajo. Los árboles estaban deshojados y
cubiertos por el polvo de la última nevada. El viento soplaba y sacudía las
ramas, esparciendo la nieve suavemente por el suelo.

Nos subimos encima de su Jeep y doblamos las rodillas hacia el pecho. Su


pierna rozó la mía y dudé en acercarme a ella para sentirla más. Bastó un
pequeño roce para llenarme de su cálida energía.

La oscuridad comenzó a desvanecerse desde arriba a medida que la


iluminación del cielo descubría tonos morados y azules. Poco después,
tonalidades rosas y naranjas se extendieron por el paisaje, asomándose entre
las nubes, encontrando su lugar en el mundo. El cálido resplandor se extendía
por el cielo, haciéndose más intenso a cada segundo que pasaba. Cuanto más
se elevaba el sol, más vibrantes se volvían los tonos antes de empezar a
cambiar a tonos pastel más suaves y apagados. Cada fase del amanecer
parecía una obra maestra personal.

Nunca había compartido un amanecer con otra persona desde que murió
mamá. Era algo mío, mi momento secreto de soledad, pero, por alguna razón,
me sentía aún mejor teniéndola a mi lado. Mientras Starlet estudiaba el cielo,
yo la estudiaba a ella. Sus ojos marrones se volvieron vidriosos mientras
135
observaba con asombro.

—Vaya —murmuró en un completo estado de felicidad.

—Sí —susurré, sin dejar de mirarla—. Vaya.

Starlet se sentía así para mí. Desde el día en que la conocí, no había sido
capaz de entender qué era lo que sentía.

Se sentía como el amanecer.

Brillante, vibrante y asombrosa, con una calidez alucinantemente


satisfactoria.

Starlet comenzó a dejar que las lágrimas recorrieran sus mejillas. Parecía
no avergonzarse de dejarlas caer. Sin pensarlo, mi pulgar rozó sus lágrimas,
secándolas lentamente. Inclino su rostro hacia mí, sorprendida por mi acción.

—Lo siento —murmuré, sintiéndome tonto por pensar que podía tocarla
cuando quisiera. No era mía para tocarla, pero maldita sea, cómo deseaba que
lo fuera.
—No lo sientas —dijo ella, apartando algunas lágrimas por su cuenta—.
Lamento ser tan emocional que lloro con los malditos amaneceres.

—No lo sientas —dije, haciéndome eco de sus palabras—. Me gusta eso de


ti.

Se rio entre dientes.

—¿Que lloro por los amaneceres?

—No. —Negué con la cabeza—. Que sientas. Me gusta que sientas las cosas
tan profundamente.

Me hizo querer sentir cosas también.

Respiré profundo mientras miraba el amanecer, que ahora se estaba


desvaneciendo.

Buenos días, mamá.

No tardamos mucho en volver a la carretera. A la tercera hora, el sol ya


estaba despierto y brillaba a través del parabrisas, así que Starlet se puso sus
gafas de sol oscuras y me preguntó qué planes tenía para después de 136
graduarme.

Para ser sincero, no había pensado en mí plan.

No era de los que tenían sueños o metas, lo que me dejaba un poco a la


deriva.

—Ni una maldita pista —dije.

—¿Has pensado en la universidad?

—Es demasiado tarde para inscribirme. Además, ni siquiera sé qué


estudiaría.

—No pasa nada. Siempre puedes tomarte un año sabático para resolver las
cosas o no ir. La universidad no es para todos.

—Para mi padre, sólo hay dos caminos: la universidad o el ejército.

—¿Te unirías al ejército?

—Ni en sueños.

Me miró y luego volvió a mirar la carretera.


—Si pudieras hacer algo, ¿qué harías?

—¿Cualquier cosa?

—Cualquier cosa del mundo.

Entrecerré los ojos.

—¿No hay respuesta incorrecta?

Ella soltó una risita.

—Esto no es un examen, Milo. No hay respuesta incorrecta.

Me encantaba cuando se reía. Me estimulaba más que cualquier píldora.

—Sería un viajero. Me compraría un autocaravana e iría por América,


viendo tantos amaneceres y atardeceres como pudiera. Haría un blog sobre ello
en YouTube o alguna cosa así. Enseñaría a la gente el mundo, y todos los
lugares únicos y diferentes.

—Dios mío —dijo. Contuve la respiración, pensando que estaba a punto de


decirme lo ridícula que era la idea. Pero sus ojos se abrieron de par en par y
dijo—: ¡Es uno de mis sueños! He querido hacerlo desde que era una niña.
137

—Mentira.

—Tonterías no.

Sonreí.

Me gustó que, en vez de maldecir, utilizara otras palabras, como idiota. Era
bonito.

Tuvo el mismo sueño que yo. Eso creó una extraña sensación de tumulto
en mis pensamientos. No podía dejar de preguntarme si mamá había hecho
esto. ¿Hizo a Starlet para mí? ¿Hizo que nuestros caminos se cruzaran? ¿Algo
en las estrellas nos unió? No creía en el destino, pero esperaba que fuera
cierto. Eso también era algo nuevo para mí: tener esperanzas.

—El objetivo de mi vida era transformar un autobús escolar o una vieja


furgoneta en una casa rodante —explica—. Me había pasado un número
ridículo de horas buscando vídeos así. En mi mundo perfecto, tendría una casa
rodante e iría con ella a todas partes. Eso o una casita. Creo que las casas
pequeñas son las más bonitas. O una casa en un árbol —comenta emocionada.

—¿Star?
—¿Sí?

—Creo que me acabo de enamorar de ti —medio bromeé.

Pero ella no se rio. En todo caso, se puso un poco más sombría.

—Estaba bromeando —dije, sintiéndome como un idiota por haber hecho


ese comentario.

—No, ya lo sé. No es eso. Es que... me gusta cuando haces eso. Me gusta


mucho.

—¿Cómo qué?

—Cuando me llamas Star. Sólo las personas más cercanas a mí me llaman


Star.

El maldito músculo de mi pecho empezó a latir más rápido.

—¿Y te gusta cuando lo hago?

Ella asintió.

—Me gusta cuando lo haces. 138


—¿Significa eso que estamos unidos?

Giró la cabeza hacia mí y sus ojos marrones se encontraron con los míos.
Fue sólo un segundo antes de que volviera a centrar su atención en la
carretera, pero su mirada me pareció eterna. Esperaba que me mirara así más
a menudo. Como si cuando me mirara, viera para siempre.

—Deberíamos detenernos y cargar gasolina —dijo, cambiando de


conversación.

Estaba claro que me había pasado de la raya al hacerle esa pregunta, pero
para ser justos, ella me había acercado a esa raya cuando mencionó que la
llamaba Star. Además, cada día parecía como si nuestras líneas de lo
apropiado y lo inapropiado estuvieran trazadas en la arena, y con un pequeño
suspiro, podrían haber saltado por los aires.

Líneas borrosas, Starlet. Caminábamos sobre líneas borrosas.

Cuando salió de la autopista y entró en una gasolinera, salí del auto para
cargar gasolina.

—Oh, no, no tienes que... —empezó Starlet, pero la detuve.


—Hace frío aquí fuera, y no necesitas congelarte el trasero. Yo me encargo.

Una cosa que aprendí de mi padre fue que nunca se permitía a una mujer
llenar el depósito del auto. Honestamente, mi padre me impuso un montón de
buenas lecciones de vida antes de que lo perdiera en el dolor. Siempre trató a
mamá como si fuera su reina, y él un campesino que tenía suerte incluso de
existir en su órbita. Eso era algo en lo que mi padre destacaba: en querer a mi
madre.

Llené el depósito y le dije a Starlet que podíamos cambiar de conductor, ya


que estábamos a unas tres horas de nuestro destino. Ella aceptó. Abrí su
puerta del copiloto y se metió en el auto. Mientras se acomodaba, me incliné
sobre ella, le agarré el cinturón de seguridad y se lo pasé lentamente por el
cuerpo. Mis nudillos se deslizaron por su pecho mientras colocaba la hebilla en
su sitio.

—La seguridad es lo primero.

Abroché su cinturón, le guiñé un ojo y cerré la puerta.

Agradecí el paseo de dos segundos hasta mi lado del auto, con el aire
fresco. Necesitaba calmarme del leve roce de su pecho contra mi mano.
139
—Me sorprende un poco que confíes en mí para conducir tu auto —dije
después de subir al auto y girar la llave en el contacto.

—¿Qué puedo decir? No sé juzgar bien a las personas. No hagas que me


arrepienta —bromeó mientras ponía la música.

Kendrick Lamar sonó por los altavoces y ella se puso a rapear las letras del
genio de las letras.

Y así, sin más, deseé a Starlet Evans más que nunca.

***

Una vez en el pintoresco hotel, me dispongo a dormir unas horas antes de


prepararme para la excursión y la sesión de fotos. Cuando ella fue a registrarse
para conseguir nuestras habitaciones, recogí nuestras maletas para llevarlas
dentro. Cuando entré en la habitación, vi la rabia en su rostro mientras iba y
venía con la recepcionista.
—No, no. Usted no lo entiende. Tenemos que tener dos habitaciones —
argumentó Starlet—. ¿Cómo has podido reservar de más? He reservado dos
habitaciones.

—Sí, señora, pero por desgracia, usted entró a través de un sitio web de
terceros, y el otro huésped entró a través de nuestro sitio. Por lo tanto, la
habitación debió ir a ellos. Pero su habitación es una de las mejores. Es
nuestra suite de luna de miel extra grande.

—¿Suite de luna de miel? Me gusta cómo suena eso.

Sonreí satisfecho mientras me acercaba a Starlet, pero la molestia en su


lenguaje corporal me hizo dar cuenta de que no era una broma.

—¿Hay otro hotel cerca? —preguntó Starlet a la trabajadora.

—Sí, pero están todos reservados debido al festival de invierno de este fin
de semana.

Starlet golpeó el mostrador con la mano y gimió.

La empleada me miró y pestañeó.


140
—Se me ocurren hombres de peor aspecto con los que compartir
habitación. —Se burló.

Starlet levantó la cabeza y puso los ojos en blanco de la forma más


dramática que jamás había visto.

—Por favor, no acaricies su ego.

—No, por supuesto, acarícialo. Me encanta que me acaricien. Díselo, Star.


Dile que me encanta que me acaricien.

Starlet golpeó mi pecho mientras se ponía tímida. Atrapé su mano contra


mi pecho. Mi mirada se posó en nuestro contacto, igual que la suya, y la tome
de la mano un segundo más de lo debido.

Aparto su mano y se peinó detrás de las orejas. Siempre hacía eso cuando
se ponía nerviosa o la desconcertaban mis comentarios absurdos. Era lindo.
Había tantas cosas bonitas en ella. Mi mente hizo una lista mental de todo lo
que encontraba adorable en aquella mujer.

Sonreí ante su enfado mientras metía las manos en los bolsillos.

—Tomaremos la habitación —le dije a la empleada.


Estaba claro que Starlet estaba sufriendo un colapso emocional, así que
cuanto antes la lleváramos a una habitación para que se volviera loca, mejor.

El personal llevó nuestro equipaje a la habitación y les agradecí el gesto.


Poco después, nos enviaron una botella de champán a la habitación. No debían
saber que yo era menor de edad, pero el carné de Starlet mostraba que tenía
más de veintiún años. Yo lo llamé una victoria. Starlet lo calificó de desastre.

—Esto es malo. Esto no es bueno. Esto está muy, muy mal —murmuró,
paseándose de un lado a otro de la habitación. Era un espacio impresionante.
Era grande, con una cama King, un sofá cama y un cuarto de baño con una
bañera profunda.

—No te preocupes. Dormiré en el sofá.

—Milo. —Ella suspiró, entró en el cuarto de baño y se metió en la ducha,


bloqueada por una pared transparente—. ¡Vas a poder verme duchándome! —
Se quejó—. ¿Para qué poner esta pared si iba a ser transparente?

—Si te hace sentir mejor, ya te he visto desnuda.

—¡Milo!
141
—Está bien, está bien, estás un poco estresada.

Se dirigió de nuevo hacia mí y se desplomó sobre la cama gigante.

—Este es el peor día de mi vida.

—Eso es gracioso. Pensé que era el mejor día de tu vida.

Ella giró dramáticamente la cabeza en mi dirección, todavía acostada en la


cama.

—¿Por qué eres tan pesado?

—Nací así. No te preocupes. Cuando te duches, saldré de la habitación y te


daré tu espacio. Palabra de explorador. —Me acerqué a la botella de
champán—. ¿Quieres un poco...?

—¡No te atrevas a abrirla, Milo Corti! Nada de beber este fin de semana.

Sonreí.

—Me gusta cuando usas mi nombre completo. Me excita.

—Bueno, contrólate. Habrá reglas básicas para esta pijamada.


Se incorporó, se quitó los zapatos y cruzó las piernas como un pretzel
sobre la cama.

—Odio las reglas.

—Sí, me doy cuenta. Por eso las necesitamos.

Me dejé caer en el sofá frente a ella.

—De acuerdo, déjame oírlo.

—Absolutamente nada de tocar.

—Decepcionante, pero justo. Continúa.

—Sin comentarios sexuales de ningún tipo.

—Haré lo mejor que pueda. ¿Siguiente?

—No moverse en la cama.

—¿Y si me muevo en ella?

Me miró con severidad. 142


Levanté las manos.

—Muy bien, nada de mimos. Entendido.

—Y por último, mantenemos las cosas al nivel de la superficie.

—Lo dice la investigadora que siempre me hace preguntas sobre mi madre.

Sus ojos se suavizaron y negó con la cabeza.

—Lo sé. No hago más que aumentar la confusión, pero me da la impresión


de que estamos en una pendiente resbaladiza, sobre todo compartiendo
habitación de hotel. No te estoy culpando de nada de esto, ya que he
participado voluntariamente. Sin embargo, creo que ahora me doy cuenta de
cuántas líneas hemos cruzado. —Tragó saliva—. No puedo perder mi trabajo,
Milo. Esto significa demasiado para mí.

Me senté más erguido, menos relajado.

—Star, sé que hago muchas bromas inapropiadas, pero nunca haría nada
que pusiera en peligro tu carrera. Soy un idiota, pero no tanto.

—Gracias, Milo.
Tomé una almohada de la cama y la tiré en el sofá.

—Toma una siesta —dije mientras me acostaba en el sofá, sin molestarme


en ponerlo en forma de cama—. Tenemos que hacer una larga y fría excursión
dentro de unas horas.

Ella sonrió.

Me encantó.

Pero mantendría ese secreto para mí. No quería presionarla a menos que
supiera que ella me presionaría a mí.

Di vueltas en el sofá, intentando ponerme cómodo. Por desgracia, las


piernas me colgaban del borde, lo que hacía casi imposible acomodarme.

—Bien.

Starlet suspiró.

Abrí un ojo y la miré.

—Bien, ¿qué?
143
—Podemos compartir la cama. Está claro que estás incómodo. —Tomó
todas las almohadas de la cama e hizo una barrera en el centro—. Tú te quedas
en tu lado y yo en el mío.

Sonreí con satisfacción.

—Es muy generoso por tu parte, profe.

—¿Qué puedo decir? Soy una buena persona. —Señaló con un dedo
acusador después de que me subiera a la cama—. No te atrevas a tocarme.

—No te tocaré. A menos que cambies de opinión —bromeé—. Porque si


cambias de opinión, mis manos irán directas a tu coño…

Me golpeó con la almohada.

—Duérmete, Milo.

Hice lo que me dijo, esperando que mis sueños fueran conmigo entre sus
muslos.

***
Después de unas horas, me desperté cuando sentí que un brazo rozaba el
mío. Abrí los ojos y descubrí que la barrera de la almohada había desaparecido
por completo. De algún modo, Starlet se había acercado a mi lado de la cama y
su cabeza descansaba plácidamente contra mi omóplato.

Pensé en acercarla más, envolver su cuerpo entre mis brazos y dejar que
nuestro calor se fundiera. En lugar de eso, la dejé donde estaba porque temía
que, si la movía, se despertara y se alejara por completo de mi contacto.
Tenerla durmiendo contra mi hombro me parecía una pizca de alegría que no
quería perder.

Así que cerré los ojos y me volví a dormir, esperando que se acercara poco
a poco.

144
Starlet

Me desperté con la cabeza apoyada en el pecho de Milo. Al levantarme,


estuve a punto de gritarle por traspasar el límite de la almohada, pero entonces
me di cuenta de su posición. Estaba justo donde debía estar. Me había
desplazado hacia él.

Me eché hacia atrás y dejé que mis manos se apoyaran en su pecho


mientras escuchaba los latidos de su corazón. El calor de su abrazo me
produjo un escalofrío reconfortante. Permanecí contra él más tiempo del que
debería, pero no podía apartarme. Respiré su aroma a roble y limonada,
deseando poder quedarme allí todo el día.

Me quedé cinco minutos más. 145


Luego diez.

Tal vez veinte.

Desee que no se sintiera tan bien teniéndolo debajo de mí. Su brazo me


rodeaba ligeramente, y me dejé caer contra él como si siempre hubiera estado
destinada a estar allí.

Muévete, Starlet.

Suspiré suavemente antes de volver lentamente a mi lado de la cama. Volví


a colocar la hilera de almohadas en su sitio. Intenté volver a dormirme, pero
echaba demasiado de menos su tacto. Sin embargo, mantendría ese hecho
para mí.

***

—¿Guantes y calcetines térmicos? —preguntó Milo mientras le entregaba


una mochila llena de cosas esenciales. Hacía mucho tiempo que no salía de
excursión en invierno, así que quizá me había pasado con las precauciones,
pero siempre decía que más valía prevenir que lamentar.

—Nunca se sabe lo que puede pasar ahí fuera —advertí mientras me subía
la cremallera del abrigo y estacionábamos el auto en una zona apartada para
salir de excursión. Unos cuantos excursionistas ya estaban en el sendero hacia
las cuevas de hielo, y yo iba cargada de un fuerte nivel de ansiedad
entremezclado con excitación. Era la primera excursión que hacía desde la
muerte de mamá. Una parte de mí pensaba que, si era sincera, no volvería a
encontrarme en un sendero. No estaba acostumbrada a no tenerla a mi lado.

—¿Y barras de granola? —mencionó.

—Mi mamá siempre empacaba barras de granola. Si abres la cremallera


superior de la mochila, encontrarás Fruit Roll-Ups y mezcla de frutos secos en
bolsitas.

Hizo lo que le dije y arqueó una ceja, divertido.

—Estoy impresionado, profesora.

Sonreí.
146
—¿Qué puedo decir? Soy bastante impresionante.

—Sí, lo eres.

Sentí que mis mejillas se sonrojaban por su comentario. No creía que lo


dijera con mala intención, pero aquel hombre era un maestro en hacer que mi
estómago se llenara de mariposas sin ni siquiera intentarlo. A veces se
quedaba quieto y mi cuerpo reaccionaba ante su mera existencia.

Odiaba como mi mente no podía controlar mi cuerpo. Si pudiera, toda la


atracción que sentía hacia Milo se habría disipado.

Recogimos nuestras cosas, junto con el equipo fotográfico y nos pusimos


en marcha hacia el sendero. Antes de pisarlo, Milo me detuvo poniéndome una
mano en el hombro.

—Starlet, espera.

—¿Qué?

—¿Estás bien?

Arqueé una ceja.


—¿Qué quieres decir?

—Sé que no has ido de excursión desde lo de tu madre, y quería


asegurarme de que realmente estás bien para hacer esto.

Ahí estaba.

El dulce Milo.

El tierno que no salía a jugar tan a menudo.

Mi estúpido corazón y cómo eligió latir por él.

—Estoy bien —dije con una sonrisa. Inclinó la cabeza, estudiándome como
si intentara averiguar si estaba siendo sincera con él o no—. Estoy bien —
repetí.

Asintió.

—Si en algún momento no lo estás, házmelo saber, ¿de acuerdo?

—Lo haré.

Comenzamos la caminata, y la fría brisa del invierno rozó mi rostro 147


ligeramente expuesto. Era, en efecto, uno de los inviernos más fríos que había
experimentado en algún tiempo. Sin embargo, el mundo que nos rodeaba era
hermoso. La nieve cubría la hierba y las ramas desnudas de los árboles. Los
rayos del sol se colaban entre los árboles, añadiendo un toque de calor de vez
en cuando. Cuando nos acercamos a un pequeño lago, nos detuvimos para que
Milo hiciera algunas fotografías. Inspiré profundamente mientras miraba el
agua helada. Había algo tan hermoso en la idea de que algo tan congelado en el
tiempo pronto fluiría libremente una vez que la primavera lo tocara.

Estudié a Milo mientras tomaba sus fotografías. Por la forma en que


preparaba la cámara y colocaba los fondos, me di cuenta de que no era
simplemente un buen fotógrafo. Era genial. Eso lo había aprendido de él en las
últimas semanas: Milo Corti era genial.

Era bueno en casi todo cuando se esforzaba. Sabía que el problema


principal de sus dificultades tenía que ver con el duelo, lo cual era
comprensible. El dolor tenía ese efecto en las personas. Podía hacer que
personas extraordinarias parecieran nada más que poco inspiradas, débiles y
congeladas por la tristeza.

Sin embargo, lo más sorprendente para mí fue la secuela del dolor, cuando
los corazones congelados empezaron a descongelarse.
—Mira ésta —dijo Milo, acercándose con su cámara en la mano. Tenía una
pequeña sonrisa en la boca, mostrando orgullo por la fotografía, y en cuanto la
vi, entendí por qué.

—¡Vaya! —expresé, asombrada por su ojo artístico para los detalles.

—¿Te gusta?

—Me encanta.

Su sonrisa aumentó.

Se aclaró la garganta.

Desvió la mirada.

Él también se puso tímido.

¿Qué significaba eso sobre nosotros? ¿De nosotros? Como si eso pudiera
ser una posibilidad.

Froté mi mano contra el pecho y negué con la cabeza.

—¿Seguimos? Ya casi deberíamos estar en las cuevas. 148


—Sí, seguro. Vámonos.

Continuamos la caminata, y una vez que llegamos a las cuevas de hielo, el


mero asombro me dejó sin aliento.

—Dios mío —exhalé, sintiendo que mis ojos se llenaban de emociones.

—Vaya —murmuró Milo, tan atónito como yo.

Cristales de hielo colgaban de las cuevas de hielo sobre nuestras cabezas.


Las paredes y los techos de la cueva eran pulidos y lisos, con un tono opaco.
Había varios tonos de azul, verde y blanco en las grandes cuevas. Era
extraordinario. Ni siquiera me había dado cuenta de que las lágrimas caían
mientras estudiaba las formaciones únicas de los túneles helados. También se
podía ver dónde se habían congelado las cascadas, lo que creaba estas
intrigantes situaciones que eran pura obra de arte.

Cuando me volví hacia Milo, ya tenía la cámara desenfundada y me


sorprendió ver que me apuntaba con ella.
Separé los labios para discutir con él si me hacía una foto, pero luego
sonreí y lo permití. Una parte de mí quería recordar este momento. Quería
recordarlo el resto de mi vida.

Se acercó a mí y nos hizo unas cuantas fotos a los dos juntos. Sonreímos,
hicimos muecas y nos reímos. Dejamos de lado todas las preocupaciones que
llevábamos dentro aquella tarde. Nos permitimos divertirnos juntos. Bailé en
las cuevas y me sentí más libre de lo que me había sentido en mucho tiempo.
Milo sonreía más de lo que nunca lo había visto sonreír.

Sentí como si fuera él. El verdadero él. La versión de él que había estado
durmiendo durante tanto tiempo.

Era un honor verlo despertar. Recé en silencio para que no volviera a


dormirse pronto.

Cuando llegó la hora de partir, inhalé y contemplé la belleza sobrenatural


del paisaje helado que nos rodeaba.

—¿Alguna vez has deseado poder congelar el tiempo? —le pregunté a Milo.

—Hoy sí.
149
Me gire hacia él y para encontrar su mirada fija en mí. Sus ojos eran tan
sinceros que casi lloro sólo por su mirada.

—¿Estás contento hoy? —pregunté.

Su sonrisa se hizo más profunda.

—Hoy soy feliz. ¿Eres feliz hoy?

—Hoy estoy feliz.

—Bien. Regresemos y traigamos un poco de chocolate caliente. Estoy


nervioso de que se te caiga la nariz, Rudolph.

Emprendimos la caminata de tres kilómetros de vuelta al auto, parando de


vez en cuando para respirar el aire frío. Cuando le dije a Milo que a mi madre
le habrían encantado las vistas, me dijo que estaba orgulloso de mí por ser tan
valiente como para volver a ir de excursión.

Oírlo decir que estaba orgulloso de mí me llegó al alma. Era como si su


orgullo por mí significara más que nada para mi espíritu.

Yo también estaba orgullosa de mí misma.


Espero que tú también lo estés, mamá.

Y esperaba que, dondequiera que estuviera, pudiera ver las cuevas de hielo
y toda su belleza. Esperaba que mi madre acabara en algún lugar con multitud
de rutas de senderismo y pudiera explorarlas todas. Esperaba que pudiera reír,
saltar, brincar y correr por la naturaleza de la misma forma que yo lo había
hecho aquella tarde.

—La siento en el viento —le confesé a Milo cuando terminamos la


caminata—. Sé que suena estúpido, pero la siento en el viento.

—Nada de eso es estúpido —discrepó—. Yo siento a mi madre en el sol.

¿Quién diría que dos polos opuestos podrían tener tanto en común?

Cuando llegamos al auto, descargamos nuestro equipo en el maletero.


Estábamos estacionados entre árboles en una zona algo aislada. Parecía que la
mayoría de los viajeros de aquel día ya se habían ido, pues el sol empezaba a
ponerse.

Una vez terminado, Milo cerró el maletero y me dirigí al lado del conductor
para deslizarme dentro.
150
—Pensé en besarte —confesó Milo antes de que abriera la puerta. Hice una
pausa antes de mirar hacia él, pensando que tal vez me imaginaba las palabras
que salían de su boca. Dio unos pasos hacia mí—. Sé que se supone que
debemos fingir que lo que pasó entre nosotros nunca pasó entre nosotros, pero
después de hoy, después de verte ser la versión más real de ti, no puedo mentir
sobre esto.

—Mi…

—Pensé tanto en besarte que es lo único que consumió mis pensamientos


en el momento en que llegamos a las cuevas de hielo.

Suspiré porque yo también lo había pensado. Lo había pensado tanto en


las últimas semanas que sus pensamientos sobre él y su boca, sus labios y su
lengua me perseguían en sueños. Algunas noches, cerraba los ojos e intentaba
recordar lo que sentí aquella noche en la que éramos extraños, y sin embargo
lo sentí todo durante un breve periodo de tiempo. Algunas noches, fingía que
estaba acostado en mi cama conmigo.

Me odiaba por desear tanto su contacto. ¿Por qué ansiaba algo tan malo
para mí? Siempre había hecho lo correcto. Nunca me había portado mal. Era
una persona que le gustaba siempre caminar por la senda correcta. Nunca
vacilé. Sin embargo, cuando se trataba de Milo Corti, todo lo que quería era
más. Más de sus miradas, más de sus sonrisas, más, más, más...

—No tienes que explicarme por qué no puedo besarte, Star. Lo entiendo.
No soy tonto, y nunca querría ponerte a ti o a tu trabajo en peligro. Pero
después de verte hoy, de verte libre, sólo quería que te dieras cuenta de que
eres todo lo que querría en una persona, y si pudiera, te besaría el resto de mi
vida sin dudarlo ni un segundo.

Se acercó más a mí. Con cada paso, mi corazón saltaba un par latidos. No
importaba. Un corazón palpitante no era un requisito de vida.

Sus ojos se encontraron con los míos y no pude apartar la mirada, aunque
quisiera. Él me hizo eso. Me enganchó y me hizo quedarme.

—Estaba pensando... quizá no sea capaz de besarte... pero quizá, sólo


quizá... —Tragó con fuerza y parecía tan nervioso, tan tímido—. ¿Quizás
podamos ser amigos?

—¿Amigos? —Me ahogué, mi mente daba vueltas a pensamientos de sólo


sus labios.

—Sí, amigos. 151


Mi espalda estaba contra mi auto, pero él seguía acercándose. Tan cerca
que su cuerpo alto y ancho se cernía sobre el mío. Me sentí pequeña pero
segura. Fui encerada por el chico que nunca debería haberse acercado tanto.
No parecía una amistad. Era todo lo contrario a la amistad. Se sentía... salvaje.
Emocionante.

Cerré los ojos.

—Milo... no creo que deba ser amiga de los estudiantes.

—Pero quieres serlo.

Quiero serlo.

Ay, cómo quiero serlo.

—Nosotros... yo, nosotros no podemos... —tartamudeé, abriendo los ojos


para encontrar sus verdes marrones en los míos. ¿Por qué sus ojos tenían que
hacer eso? ¿Hacerme sentir todo a la vez?

—¿Amigos secretos?

Me reí, pero sentí las lágrimas agolparse en mis ojos.


Ninguna parte de mí quería ser su amiga.

Cada centímetro ansiaba mucho más.

—De acuerdo —acepté—. Amigos secretos.

Se acercó más. Su boca se detuvo junto a mi oreja, su aliento caliente se


derretía contra mí.

—Siempre quise una amiga como tú.

Levanté la cabeza y una pequeña sonrisa curvó mis labios.

—¿Los amigos siempre están tan cerca el uno del otro?

—Los amigos secretos sí. Es lo que mejor hacen los amigos secretos.

—¿Qué más hacen los amigos secretos?

Bajó la mirada y sus manos se juntaron con las mías.

—Los amigos secretos se toman de la mano.

—Milo. 152
—No hago las reglas, Star.

—Parece que sí.

Lo miré fijamente cuando su lengua rozó ligeramente su labio inferior


mientras miraba fijamente mi boca. Debería haberlo empujado. Debería
haberle dicho lo irresponsables que estábamos siendo. Debería haber usado mi
cerebro. Sin embargo, mi corazón tomó la iniciativa, apagando por completo mi
cerebro.

Se acercó más.

Y más cerca.

Y más...

Mi pecho yacía contra el suyo, nuestros cuerpos estaban tan cerca que me
costaba saber dónde empezaba él y dónde acababa yo. Tan cerca que su tacto
se sentía como el mío propio.

—¿Qué más? —susurré—. ¿Qué más hacen los amigos secretos?


Puso una mano en la parte superior de mi auto y acercó su rostro. Sus
labios rozaron los míos mientras mi ritmo cardíaco se intensificaba. Tenía los
ojos dilatados y estaba segura de que sus pensamientos eran tan absurdos
como los míos. Repletos de deseos, necesidades y anhelos. Y pecados...

Tantos pecados silenciosos suplicaban ser desatados.

—Los amigos secretos hacen lo que quieren, y el mundo nunca lo sabría.

—¿Cómo esto? —pregunté, deslizando suavemente mi lengua contra su


labio inferior.

No, Star...

Su lengua separó mi boca antes de mordisquear mi labio inferior.

—Así.

Está mal...

Sus ojos se cerraron mientras apretaba su frente contra la mía.

—Starlet, si no quieres esto, me alejaré. Si no me quieres, te dejaré ir. Pero


si alguna parte de ti lo hace, entonces di que sí, y en el momento después de
153
ese sí, voy a llevarte a dentro de la parte trasera de tu Jeep.

Sabía lo que debería haber dicho.

Sabía las palabras que deberían haber salido de mi boca, pero no salieron.
El santo que había en mí guardó silencio mientras mi lado malo se liberaba.

—Tómame toda —gemí.

En cuestión de segundos, la boca de Milo se estrelló contra la mía. Me besó


como si hubiera esperado décadas para hacerlo. Sus labios en los míos eran
todo lo que quería, todo lo que anhelaba desde hacía mucho tiempo. Abrió la
puerta trasera de mi auto y me metió dentro. Nos apresuramos, nos quitamos
capa tras capa de ropa, pero nos dejamos las camisas puestas.

Me colocó sobre su regazo y sentí su dureza rozándome el muslo. Hacía


mucho frío afuera, sin embargo, lo único que sentía era su calor contra mí, que
calentaba cada centímetro de mi ser. Buscó su cartera y sacó un preservativo.
Lo tomé, lo abrí y lo deslicé lentamente por su pene, manteniendo el contacto
visual todo el tiempo. Empecé a tocar su longitud con las manos unas cuantas
veces antes de colocarlo en mi entrada. Me cerní sobre él, sin darle todavía lo
que quería. Cuando sus labios se separaron, quise ver hasta dónde llegaba su
necesidad. La desesperación de sus ojos dilatados me excitaba aún más.
Levantó su gran mano hacia un lado de mi cuello y me agarró,
acercándome a su rostro. Sus labios bailaron sobre los míos antes de pasar la
lengua por ellos.

—No me provoques, Star —murmuró con una sonrisa malvada—. Porque te


lo devolveré —ordenó antes de tomar la otra mano y frotar suavemente mi
clítoris. Se me escapó un gemido de deseo cuando se llevó el labio inferior a su
boca y lo mordisqueó—. Y soy un maldito provocador. —Deslizó un dedo dentro
de mí y mis caderas se balancearon involuntariamente para intentar que
cayera más profundo. Detuvo su movimiento, apretó su mano alrededor de mi
cuello y me acercó aún más—. ¿Te gusta?

—Sí —respondí sin aliento.

—¿Quieres más de eso o todo de mí? —siseó, su tono embriagador me


excitó.

—Todo de ti —susurré. Saqué su dedo de mi interior, me lo llevé a los


labios y lo chupé lentamente, saboreándome en su piel. Mis ojos se
encontraron con los suyos y vi cómo el movimiento le excitaba aún más—.
Quiero todo de ti.

La pasión y el calor del momento se volvieron incendiarios. Estábamos 154


hambrientos el uno del otro, mientras los cristales se empañaban por la
química de nuestros cuerpos. Bajé completamente sobre él y empezó a empujar
con más fuerza y profundidad mientras me agarraba a la parte trasera del
asiento. Me sentí sucia de la forma más excitante mientras mi cabello rizado
colgaba en su rostro. Lo apartó de delante de los ojos y agarró mi nuca,
obligándome a no romper el contacto visual. Su calidez e intensidad me
hicieron sentir como si volara por el mundo sin miedo a caer. Las semanas de
abstinencia entre nosotros, las semanas de anhelo secreto y de soñar
despiertos, se estaban desbordando y ahora chocaban contra nuestros
cuerpos. Nuestras lenguas se lamían, hambrientas la una de la otra, nuestras
manos exploraban y nuestras caderas se mecían juntas como si fuéramos uno
solo. Me daba embestidas más rápidas y mis uñas se clavaban en su espalda
mientras me ordenaba que lo follara más fuerte, más salvaje, más profundo.
Más, más, más... eso era todo lo que quería de él. Más.

Mi boca cayó sobre su cuello mientras gritaba de placer al sentirlo llenar


cada centímetro de mí. Me encantaba cómo se sentía dentro de mí. Me
encantaba cómo me apretaba contra su cuerpo, asegurándome que sabía que
era adicto a cada parte de mi ser.

—Me encanta cómo te sientes —susurró contra mi cuello, lamiendo mi piel


antes de acercar su boca al lóbulo de mi oreja. Gemí mientras mis caderas se
mecían contra las suyas. Mi mano se posó en la ventana, y la huella de mi
mano se quedó contra el frío cristal mientras arqueaba la espalda por el
intenso viaje al que Milo me estaba llevando—. Esa es mi chica —dijo, con la
voz impregnada de deseo—. Me encanta cuando gimes por mí —dijo,
mordisqueándome el cuello.

Me vine contra él con fuerza y, al mismo tiempo, él soltó un gemido


torturado, con el rostro contorsionado por el éxtasis. La expresión de cierto
asombro en sus ojos cuando nos vinimos juntos me demostró exactamente lo
que había estado sintiendo todo este tiempo. Esto era diferente a lo de antes.
Éramos diferentes. La forma en que nos habíamos deshecho, la forma en que
nos habíamos perdido y, sin embargo, nos habíamos encontrado, era un
territorio nuevo e inexplorado por el que deambulamos.

En ese momento, rodeados de árboles mientras caía la noche sobre


nosotros, Milo y yo nos convertimos en algo especial. Algo más.

Más, más, más...

—Maldición —exhaló mientras se deslizaba fuera de mí.

Me quedé sin aliento mientras mi cuerpo se aferraba al suyo. Me besó por


el cuello antes de encontrar mis labios y besarme lentamente. Suavemente.
Sus besos eran muy cuidadosos. Había tanta protección en sus ojos. 155
Más, más, más...

—Quiero esto —me dijo entre beso y beso—. Te quiero a ti, Star —juró
mientras me besaba de nuevo. Una fracción de segundo de preocupación me
invadió cuando besó mis labios. Milo sabía a promesas que no podía cumplir. A
promesa de mañana cuando sólo teníamos el día de hoy.

Sin embargo, no podía obligarlo a volver a la realidad porque yo también lo


deseaba. Lo deseaba más de lo que nunca había deseado nada. Lo sentía como
la pieza que faltaba en el rompecabezas de mi alma, y no quería que se me
escapara. Estar con él era embriagador, y no me interesaba descubrir mi
sobriedad, al menos no durante las siguientes veinticuatro horas.

Era como si estuviéramos en nuestro propio cuento de hadas. Seis horas


lejos de la realidad y de cualquiera que supiera quiénes éramos. Creíamos en
un tiempo y un lugar que eran sólo para nosotros. Yo, por mi parte, no estaba
preparada para despertar de nuestra cautivadora fantasía. Sólo había una cosa
que ansiaba en aquel momento… más, más, más.
Starlet

Tuve sexo con Milo en la parte trasera de mi Jeep.

Dios mío, ¡me acosté con Milo en la parte de atrás de mi Jeep!

Y no me arrepentí. Sentí un tirón en mi estómago que me decía que debería


haberme arrepentido de lo que pasó entre nosotros, pero no me atreví a
hacerlo. Me sentí tan bien, tan bien, estando en su regazo, sintiéndolo dentro
de mí.

Una vez que regresamos a nuestra ciudad natal, sabía qué pensaría
demasiado en todo lo que había pasado entre nosotros ese fin de semana, pero
por el momento, me permitiría ser salvaje. Ser indomable. 156
Regresamos a nuestro hotel y Milo llevó todas nuestras maletas a la
habitación. Antes de que pudiera decir que me moría de hambre, llamaron a la
puerta.

Me acerqué a abrirla y me encontré con una hermosa mujer mayor con un


deslumbrante cabello gris sedoso que caía por su espalda y sonreía de oreja a
oreja.

—Hola, señorita Evans. Nos hemos dado cuenta de su regreso y quería


pasar a saludarla. Soy Emily Turner, la dueña del hotel.

—Encantada de conocerla.

—Igualmente. Me han informado de la confusión con su reservación, y


quería expresarle mis más sinceras disculpas. Nos encantaría ofrecerle uno de
nuestros iglús frente al Lago Superior para una cena romántica para usted y
su pareja. Por cuenta de la casa, por supuesto.

—Oh, él no es mi... —Mis palabras se desvanecieron mientras arqueaba


una ceja—. ¿Por la casa?
—Completamente. Podemos hacer la reserva para ti ahora, y puedes bajar
y disfrutar de las vistas. Además, el iglú tiene calefacción, así que no tienes que
preocuparte por pasar frío.

—Eso sería increíble, de hecho. ¿Qué tal a las ocho?

—Podemos hacer que eso funcione. Gracias, Señora Evans. Esperamos que
disfrute de su estancia.

Emily se fue y cerré la puerta tras ella.

Cuando me di la vuelta, vi a Milo allí de pie con una sonrisa en el rostro.

—¿Qué? —pregunté.

—¿Tu pareja? Parece que no discutiste mucho.

Me encogí de hombros.

—Te sorprendería lo que haría por una comida gratis.

—¿Me atrevo a preguntar qué harías por una barra de Klondike? —bromeó.

—Usted, Señor Corti. Lo haría por una barra de Klondike. 157


Me miró de arriba abajo con una sonrisa diabólica.

—Parece que lo harías por menos que eso.

Sentí cómo se me encendían las mejillas por su comentario, porque no se


equivocaba.

—Voy a ducharme antes de cenar —me dijo mientras se quitaba la camisa


de un tirón. Se desabrochó los jeans y pasó junto a mí directo al baño. Escuché
cómo se abría el grifo y vi cómo su silueta entraba en el agua. Mi cuerpo
reaccionó al verlo meterse bajo el chorro de agua.

Sin pensarlo mucho, me desnudé y me uní a él.

***

—¿Tienes hambre? —preguntó Milo mientras me acercaba una silla a la


mesa de nuestro pequeño iglú.
—Estoy hambrienta —respondí, tomando asiento.

No era de extrañar, teniendo en cuenta las veces que nos habíamos


enredado el uno con el otro aquella noche. Uno pensaría que estaríamos
completamente agotados después de pasar el día de excursión, y sin embargo,
de alguna manera, habíamos encontrado la manera de dar una vuelta tras otra
juntos. Quizá fuera simplemente porque ambos sabíamos que lo que habíamos
hecho en el norte no podría ocurrir cuando volviéramos a casa.

Tal vez, sólo tal vez, estábamos tratando de meterlo todo antes de que
nuestra fantasía de la historia de nosotros llegara a su fin.

Milo tomó asiento y me sonrió.

—Estás preciosa esta noche.

Un escalofrío me recorrió.

—No estoy acostumbrada a que me hagas cumplidos así.

—Si te resulta más fácil, he pensado en ello todos los días que te he visto.
He pensado en lo impresionante que eres. No lo he dicho.
158
—Es bueno oírlo.

—La amistad secreta nos está funcionando de verdad.

Me reí.

—No creo que esto sea lo que sería una amistad secreta. Esto se siente más
como un secreto... —Mis palabras se desvanecieron, pero Milo estaba allí para
terminarlas.

—Relación —dijo—. Parece una relación secreta.

Mordí mi labio inferior.

—Esto es malo, ¿no?

—Horrible.

—Nos vamos a arrepentir de esto.

—Totalmente.

—Así que deberíamos dejarlo.

—Absolutamente —estuvo de acuerdo—. Pero...


—¿Pero?

—No lo haremos.

—¿No lo haremos?

Negó con la cabeza y extendió la mano por encima de la mesa.

—¿Sabes por qué?

—Dímelo.

—Porque me siento demasiado bien siendo malo contigo.

Sonreí, aunque no debía, porque tenía razón.

Éramos el error más grande que se sentía tan bien.

—Nos vamos a estrellar.

Me reí, sacudiendo la cabeza ante lo irresponsables que nos estábamos


volviendo. Whitney se habría sorprendido por la chica que había sido en el
último día.
159
—Y quemarnos, tal vez —Milo estuvo de acuerdo—. Pero sin
remordimientos.

Mordí mi labio inferior.

—¿Lo prometes?

—Sí. —Extendió el meñique hacia mí y lo rodeé con el dedo—. Lo prometo


—dijo—. Ahora, vamos a cenar para que pueda comerme el postre esta noche.

—Me gusta cómo haces eso —confesé.

—¿Hacer qué?

—Hablar sucio. Cuando estamos juntos... —Sentí que mis mejillas se


sonrojaban mientras la timidez me invadía—. A mí también me gustaría
hacerlo.

Arqueó una ceja.

—Tienes más que permitido unirte —juró.

—Lo sé, pero me da vergüenza. No puedo hacerlo al azar. Me sentiría


demasiado tonta.
—¿Y si cierro los ojos mientras lo haces?

Me reí.

—Sigo siendo demasiado tímida.

—Podemos empezar con sexo telefónico. Así no me verás y no te veré.

—Dudo que encontremos un momento para tener sexo telefónico.

Milo se inclinó hacia mí.

—Créeme. Encontraré tiempo para que me susurres cosas sucias a través


del auricular del teléfono, Star.

No lo dudé en absoluto.

Nos habíamos reído tanto aquella noche que me dolían las mejillas de tanto
sonreír. En un momento dado, después de nuestras risas, Milo se sentó en su
silla y sacudió la cabeza con incredulidad.

—¿Qué pasa? —pregunté.

—Es que no creía que fuera capaz de volver a sentirme feliz. 160
Y así, poco a poco, mi corazón empezó a convertirse en el suyo.

Hablamos más de nuestras madres y nuestros padres. Le conté de la


bicicleta rosa con margaritas amarillas pintadas por todas partes que mi madre
me construyó, con una cesta de mimbre blanca y un manillar morado.

—Fue increíble. Se descompuso hace unos años, pero hombre, solía ir en


ella a todas partes.

—Podía imaginarme a la pequeña Starlet montando en esa bicicleta por la


ciudad.

—También tenía un casco a juego. —Sonreí de alegría.

También hablamos de las cosas pesadas.

—¿Cuáles son los días más difíciles para ti? —preguntó Milo.

—En realidad, sólo hay uno. El cumpleaños de mi madre solía ser duro,
pero ahora es sólo una celebración. Mi padre y yo siempre nos reunimos y
preparamos su pastel favorito. El más difícil para mí es el Día de la Madre. Es
como un recordatorio constante cada año de lo que ya no tengo físicamente.
—Sí, ese también es duro para mí. Todos siguen siendo duros para mí.

—Algunos serán más fáciles, y eso está bien. Otros no, y tampoco pasa
nada.

Después de una comida increíble, salimos y nos quedamos mirando las


estrellas que cubrían el cielo oscuro. Milo rodeó mi cintura con los brazos y
levanté la vista, asombrada.

—¡Mira las constelaciones! —comenté señalando el cielo.

—No las veo —dijo.

Me reí un poco.

—Estás de broma, ¿verdad?

Sacudió la cabeza.

—No las veo.

Por un momento pensé que me estaba tomando el pelo. Pero cuando vi la


expresión seria de su rostro, me quedé un poco confusa. Señalé una vez más.
161
—Justo ahí. Hay docenas de estrellas.

Milo seguía sin decir nada.

Me giré hacia él, apoyé las manos en su pecho y me puse de puntillas para
darle un beso.

—Creo que necesita lentes, señor Corti.

Sus labios se transformaron en una sonrisa burlona.

—Creo que ahora mismo te necesito más a ti. —Con el dedo, trazó el
contorno de mis labios—. Y créeme cuando te digo que no necesito lentes para
explorarte.

—Entonces, por supuesto... —Mis mejillas se sonrojaron un poco antes de


tomar sus manos entre las mías—. Explora.

***
Aquella noche todo era un poco diferente a las veces anteriores que
habíamos estado juntos. La primera vez, en la fiesta, no hubo ninguna
conexión emocional. La segunda vez, en la parte de atrás del coche, fue rápida
y cargada de tanta adrenalina que sucedió de forma salvaje.

Esa noche, sin embargo, nos tomamos nuestro tiempo. Una parte de
nosotros sabía que nos acercábamos cada vez más al final de lo que fuera que
habíamos estado haciendo el uno con el otro, lejos de nuestra realidad. Cuando
volviéramos a nuestro pueblo, no podríamos encontrarnos abrazados como
habíamos estado las últimas veinticuatro horas.

Sabía que debería haberme preocupado por lo que seríamos cuando


volviéramos a casa, pero no me atreví a preocuparme. Me permití vivir el
momento. Estar allí con Milo y no preocuparme por los mañanas que pronto
arruinarían nuestros sueños despiertos.

Milo me desnudó lentamente, quitándome la ropa para dejar al descubierto


mi sujetador negro y mis bragas. Su boca encontró la mía mientras sus manos
se dirigían a la parte trasera de mi sujetador y lo desabrochaba con dos
movimientos de sus dedos. Cayó al suelo en cuestión de segundos. Me dispuse
a empezar a quitarle la ropa, pero él me detuvo.

—Déjame a mí —susurró mientras besaba mi cuello. Me invadieron 162


escalofríos de deseo mientras veía cómo sus ojos se dilataban y su boca
empezaba a saborear cada centímetro de mí. No sabía que era posible excitarse
por la simple forma en que otro te estudia, te toca y te explora. Milo me recostó
contra la cama y me adoró como si fuera una diosa. Sus manos recorrían mi
cuerpo mientras se tomaba su tiempo para besar cada centímetro de mí. Y
cuando digo cada centímetro, me refiero a que no pasó por alto ni un solo
punto. Su boca se pegó a mi piel como si estuviera hambriento y necesitara mi
existencia para sobrevivir un día más. Tiró de mí hasta el borde de la cama.
Mis piernas colgaban por un lado y él se arrodilló frente a mí.

Su boca besó la tela de seda de mis bragas mientras su pulgar empezaba a


frotar mi clítoris a través de la tela de las bragas.

Gemí de placer cuando el leve roce me provocó una oleada de excitación.

Sus dedos rodearon los bordes de mis bragas y empezó a bajármelas


lentamente. Una vez me las quitó, me besó el interior de los muslos, haciendo
que mis caderas se arquearan en señal de necesidad.

—Abre las piernas, Starlet —ordenó—. Quiero verte toda.

Mis piernas se abrieron y él se colocó entre ellas. Su boca encontró mi


clítoris y lo chupó lentamente antes de pasar la lengua por él varias veces.
Jadeé, deseando cada vez más sus exploraciones. Apretó las palmas de sus
manos contra mis muslos, abriéndome más.

—Ojalá pudieras ver lo hermosa que te ves —susurró antes de deslizar un


dedo dentro de mí.

Cada paso de la noche se sentía como si se estuviera moviendo en cámara


lenta, pero demasiado rápido al mismo tiempo. Saboreé cada segundo de Milo
mientras me penetraba.

¿Qué estábamos haciendo aquella noche?

No era sólo sexo, como la primera noche que nos conocimos. Lo sabía a
ciencia cierta. Pero tampoco estaba segura de que fuera amor. ¿Qué era lo que
había entre esos dos terrenos?

Estábamos cediendo.

Eso era lo que estábamos haciendo esa noche.

Nos estábamos enamorando el uno del otro.

Cayendo, cayendo, cayendo... 163


Milo

Me desperté en una cama vacía. Starlet no estaba por ninguna parte. Se


me formó un nudo de preocupación en el estómago cuando me preocupé de
que ella se arrepentía de lo de la noche anterior. Nunca me había preocupado
de verdad por el rechazo hasta ese mismo momento.

La noche anterior había sido una de las mejores que había pasado en
mucho tiempo. Había soñado despierto con probar cada centímetro de Starlet
desde la primera noche que nos conocimos. La única diferencia entre cuando
nos conocimos y la noche anterior era, bueno... todo. Lo sentía todo por Starlet
Evans. Sentía más de lo que sabía que una persona de corazón frío como yo
podía sentir por otra persona.
164
Froté el cansancio de mis ojos. Cada vez que me despertaba, había unos
segundos de oscuridad, incluso cuando mis ojos estaban completamente
abiertos. Mi visión tardaba unos instantes en reaparecer, y cuando vi que
Starlet no estaba allí, temí que hubiera vuelto a la realidad y se hubiera dado
cuenta de que lo ocurrido la noche anterior había sido un error para ella.

Ese era mi mayor temor: que se diera cuenta de que yo no era más que un
error.

Antes de que mi mente pudiera traumatizarse con sus pensamientos


tóxicos de que yo no era digno, la puerta del hotel se abrió y Starlet entró con
una bandeja de café y magdalenas.

—Buenos días, sol. —Sonrió radiante, abrigada con su ropa de invierno.

Solté un suspiro y se estremeció mi cuerpo. Ella volvió.

—Buenos días —murmuré, frotándome los ojos una vez más mientras me
sentaba en la cama—. ¿Qué hora es?

—Un poco más de las nueve. Tienes buen sueño.

—¿Cuánto tiempo llevas despierta?


—Desde las seis más o menos. Pensé en hacer una excursión temprano y
ver el amanecer.

—¿Ya has ido de excursión? ¿Esta mañana?

Asintió mientras dejaba la bandeja. Luego se quitó el abrigo y los zapatos.

—¿Qué puedo decir? Has despertado mi amor por el senderismo.


Necesitaba ver cómo era el amanecer esta mañana antes de volver a la ciudad.

—Habría ido contigo. Podrías haberme despertado.

Tomo una magdalena y un café y se acercó a mí. Lo colocó en el escritorio


junto a la cama y se inclinó para besarme. Me sentí bien al saber que
seguíamos besándonos. Temía que, cuando saliera el sol, dejáramos de
besarnos.

—Te veías demasiado tranquilo durmiendo. No quería despertarte. Además,


tenía que asegurarme de que todo estaba en orden para nuestra última
actividad de hoy antes de regresar a casa.

Arqueé una ceja.


165
—¿Última actividad?

Sonrió ampliamente y sus ojos de cierva brillaron de emoción.

—¿Qué te parecen las sorpresas?

—Odio todo lo relacionado con ellas.

Frunció ligeramente el ceño.

—Bueno, ¿qué te parecen las sorpresas que te doy yo?

Sonreí y la atraje hacia mí, besándola en la frente.

—Podría convertirme en un fanático de ese tipo de sorpresas.

***

Pesca en hielo.

Me llevó a pescar en el hielo.


No solo se las arregló para encontrar un lugar en el agua, alquilar un
todoterreno para llevarnos al hielo y conseguir todo el equipo necesario para la
aventura, sino que incluso cortó el cebo para que lo usáramos.

—No puedo creer que hayas hecho todo esto —dije, un poco boquiabierto
ante el pensamiento que Starlet se puso en esta actividad para hacerla
realidad.

—Había un cincuenta por ciento de posibilidades de que hubieras odiado la


idea, y de que todo esto me estallara en el rostro, y de que tuviéramos un viaje
a casa muy incómodo y silencioso, pero quería que tuvieras un momento para
sentirte cerca de tu madre de la misma forma que me hiciste sentir cerca de la
mía en la excursión.

Comprendí que una mujer no podía curar la depresión de una persona.


Pero maldita sea, Starlet hizo que respirar fuera un poco más fácil.

Tuve que esforzarme al máximo para no dejarme llevar por mis emociones
mientras permanecíamos sentados en el hielo durante varias horas.

No pescamos nada, pero me llené de sentimientos por una mujer que entró
en mi vida cuando más la necesitaba.
166
Si hubiera tenido la oportunidad, me habría quedado en el hielo con ella
un millón de horas más. Habría hecho más y más preguntas sobre su vida, sus
sueños y sus metas. Me habría reído cuando intentaba desenredar la caña de
pescar y habría sonreído cuando ni siquiera me miraba. Habría pasado mis
dedos por sus mejillas y besado sus hoyuelos. Le habría dicho que me
aterrorizaba porque me hacía sentir. Esa mujer me hizo sentir de nuevo, el
alma fría del invierno.

La hubieras amado, mamá.

La habrías amado más de lo que me amaste a mí.

Mientras ese pensamiento cruzaba mi mente, una ligera brisa se abrió


paso, soplando mi rostro. Era como si mamá me respondiera con las palabras:

«Nunca tuve la oportunidad de amar a alguien más.»

Solía decírmelo todo el tiempo cuando era niño. Me acostaba por la noche,
me arropaba y juntaba su frente a la mía. Decía: "Te quiero, mi Milo Antonio.
Nunca tuve la oportunidad de amar alguien más".

—Haces mucho eso —mencionó Starlet mientras nos sentábamos en


nuestras sillas sobre el hielo.
—¿Hmm?

—Murmuras para ti mismo.

No sabía que se había dado cuenta. Fruncí el ceño y negué con la cabeza.

—No para mí mismo. Con mi madre. Sigo hablando con ella.

—Bien —dijo Starlet mientras enrollaba un poco su caña de pescar—. Eso


está bien.

Eso es bueno.

Qué extraña reacción al saber que alguien aún hablaba con su madre
muerta.

—¿Starlet?

—¿Sí?

—Eres muy rara.

Se rio, y yo quería nadar en el sonido.


167
—Soy malditamente rara.

—Bien —dije, dándole un codazo—. Eso está bien. —La miré más de cerca
y entrecerré los ojos. Estaba temblando—. ¿Te estás congelando el trasero
ahora mismo?

—Dios mío, sí. Estoy bastante segura de que perdí la sensibilidad en la


nalga izquierda hace como treinta minutos.

—Dios, Star, deberías haber dicho algo. Pongámonos en marcha.

—No, no, está bien, estoy bien —dijo entre dientes—. Esto es genial.

Sonreí al ver cómo hacía todo lo posible por aguantar, pero sabía que era
hora de irnos. Empecé a recoger nuestras cosas y volvimos al auto. Después de
cargarlo todo, me acerqué a Starlet y la abracé. La abracé durante más tiempo
de lo normal, porque hacía mucho tiempo que no recibía un abrazo de verdad.
La última vez que abracé así a una persona fue cuando abracé a mi madre
para despedirnos por última vez. Había pasado más de un año. Un año desde
que mis brazos rodearon a otra persona. Hacía un año que no sentía el
consuelo auténtico de una persona. No sabía cuánto había echado de menos
esa interacción hasta que la tuve delante.
Mi cuerpo la envolvió mientras su calor se hundía en mí. El olor de su
cabello alcanzó mi nariz mientras la rodeaba con mis brazos. Mi abrazo era lo
bastante fuerte como para importarme, pero no lo bastante como para
restringir su libertad. Sentí como si su bondad se transfiriera a mi alma y le
diera lo mejor de mí en la misma medida. No sabía que aún tenía eso. No sabía
que mi espíritu aún tenía partes buenas que compartir.

—Gracias por hoy —dije—. Necesitaba el día de hoy.

—Creo que necesitaba este fin de semana —estuvo de acuerdo—. Te


necesitaba a ti.

Apoyé la frente en la suya y cerré los ojos.

—Si hay vida después de la muerte, ¿crees que nuestras madres son
amigas?

—Sí —respondió rápidamente—. Y creo que nos enviaron el uno al otro.

La besé y sentí la realidad de que no podría hacerlo libremente cuando


volviéramos a la ciudad.

—¿Puedo contarte un secreto? 168


—Sí —dijo suavemente, con su cálido aliento fundiéndose contra mi piel.

—Ya te echo de menos, y sigues aquí.

Se acercó más, apretó su cuerpo contra el mío y apoyó la cabeza en mi


pecho.

—¿Puedo contarte un secreto?

—Sí.

—Te echaba de menos antes de saber que existías.

***

Conduje las primeras horas antes del anochecer, y Starlet terminó de llegar
a casa, estacionándose en mi entrada poco después de las once. La única luz
que había en la casa era la del porche, que siempre permanecía encendida.
Mamá era quien solía apagarla cada noche, pero después de su muerte, ni
papá ni yo asumimos esa responsabilidad.

Starlet apagó el motor de su auto y nos sentamos en silencio durante unos


instantes.

Ninguno de los dos habló de cómo sería la transición de nuestro regreso a


la ciudad. No hablamos de lo que estaba dentro y fuera de los límites de
nuestra recién descubierta amistad secreta.

Todo lo que sabíamos era que no podíamos hacer lo que habíamos hecho
en los últimos dos días.

—¿Y ahora qué? —preguntó, volviéndose para mirarme.

Sus ojos marrones parecían tan tristes, y odiaba eso. Nunca quise que me
mirara con tristeza en los ojos. Los ojos de algunas personas estaban hechos
para la tristeza, pero los de Starlet no. Estaban hechos para la sonrisa, la risa
y la alegría.

—No lo sé —dije—. Pero sé que en cuanto salga de este auto, todo va a


cambiar. Y no quiero que cambie.
169
Apoyó la mano contra la consola que nos separaba y coloqué la mía sobre
la suya.

—Tal vez actuemos con normalidad. Como amigos —ofreció.

—Normalmente no como a mis amigos de postre —bromeé.

—Milo —regañó ella, poniéndose tímida—. Lo digo en serio. No podemos


hacer lo que hemos hecho. Es demasiado arriesgado.

—Sí, lo sé. —Llevé su mano a mi boca y besé su palma—. Entonces dime


qué hacer, profesora.

Sus labios temblaron durante un segundo y sus ojos destellaron


emociones, pero no lloró.

—Aparecerás en la escuela y fingirás que no existo. Haré lo mismo.


Entonces nos encontraremos en la biblioteca, y traerás tus comentarios
sarcásticos como antes, y seremos quienes éramos antes de convertirnos en...
quienes somos.

—¿Cuándo volveremos a ser quiénes somos?

Se quedó sin aliento.


No contestó.

Se me paró el corazón.

Me quedé callado.

—Lo siento, Milo. Yo... tenemos que pasar estos próximos meses y la
graduación.

—Noventa y tres días —dije—. Noventa y tres días hasta que seas mía.

Arqueó una ceja.

—¿Has hecho las cuentas?

Asentí.

—He echado cuentas.

Se mordió el labio inferior y unas lágrimas obstinadas rodaron por sus


mejillas.

—Todo en mi cabeza me dice que esto está mal. Que se supone que debo
ser más lista y no enamorarme de ti, no sentir lo que siento, pero mi corazón... 170
lo siente todo, y no sé cómo apagarlo, y no creo que quiera hacerlo, pero sé que
esto no debería sentirse tan bien. Pero así es. Te sientes bien para mí, Milo. Y
eso me asusta. Y no es justo de mi parte esperar que esperes estos próximos
tres meses para que descubramos lo que podemos ser. Me parece muy egoísta
que te lo pida.

Seguí tomando su mano. No sabía si sería capaz de soltarla.

—Starlet... necesito que entiendas algo. Antes de ti, estaba sonámbulo en


el invierno más frío de mi vida. No estaba seguro de poder superarlo. Entonces
llegaste y me salvaste. Así que créeme cuando te digo que puedo esperar hasta
la primavera para sentirte de nuevo. Puedo esperar hasta la primavera para
hacerte mía.

Se inclinó hacia mí y me besó.

Sus labios contra los míos, sus verdades no dichas cayendo en mí a través
de su sabor.

Intentamos besarnos en ese mismo momento, pero me pareció un adiós.

Deseé que no hubiera sido así.


No estaba preparado para el adiós, no con ella, al menos, nunca con ella.

Permanecimos conectados todo el tiempo que pudimos antes de que


abriera la puerta y me diera las buenas noches.

Cuando se alejó aquella noche, no lo sabía, pero se llevó con ella trozos de
mi corazón. No me importó. Sabía que si alguien los mantendría a salvo, sería
ella.

—Es ella, mamá —murmuré mientras tomaba mi maleta.

El viento sopló en mi rostro como si mamá dijera: Lo sé.

171
Starlet

Lo que más valoraba en mi vida eran las opiniones de tres personas: mi


madre, mi padre y Whitney. Una cosa que nunca pude hacer con Whitney fue
decirle una mentira. Me leía como un libro abierto. Las páginas, los párrafos,
las frases y las palabras de mi historia siempre se reflejaban en mi rostro. Ya
estaba preocupada de que se enterara de lo del fin de semana, y sabía que
sería imposible ocultárselo.

—¿Qué tal tu aventura de senderismo? —preguntó Whitney cuando por fin


llegué a nuestro dormitorio. Estaba exhausta y emocionalmente agotada
cuando colapse en mi cama.

Whitney seguía estudiando, y yo esperaba que no lo hubiera hecho. Aún no 172


estaba preparada para contarle todo lo que había pasado durante el fin de
semana, pero sabía que tarde o temprano se lo contaría todo.

—Fui con Milo —solté—. Pasé el fin de semana con él en el norte.

Sus ojos se abrieron de par en par y se sentó más derecha.

—Perdona, ¿pasaste el fin de semana con quién?

—No puedes juzgarme —dije, la culpa del fin de semana por fin se había
apoderado de mí.

—¿Te acostaste con él? —preguntó. Mi rostro le dijo la respuesta—. ¡Oh,


Dios mío, Starlet!

—¡Lo sé, lo sé! Suena tan mal.

—No suena mal. Es malo. ¿En qué estabas pensando?

—No lo sé. Supongo que no pensaba. ¿No eres tú la que siempre me dice
que debería soltarme un poco? ¿Ser un poco más libre?

Sus ojos se desorbitaron.


—Sí, soy esa persona. Dije que te soltaras un poco. Un poco, Star. Quise
decir, como, fumar un porro o tomar una clase de pole dance. No me refería
tirarte a tu alumno.

Me estremecí ante sus palabras.

—No me estaba tirando a mi alumno. Con Milo es diferente.

—Lo siento, pero pareces un poco loca ahora mismo. No puedes estar
poniendo en peligro toda tu carrera universitaria por un hombre. ¡¿Por un
hombre?! ¡Ni siquiera nos gustan los hombres! —vociferó, levantando las
manos en señal de asombro y disgusto.

Una gran parte de mí estaba desconcertada por la reacción de mi


compañera de cuarto. Siempre fue tan adicta a la idea de que yo viviera una
vida fuera de mis estudios, y ahora que lo había hecho, me regañaba como si
fuera la peor persona del mundo.

—Whitney, déjame explicarte...

—No, Star. No intentes explicármelo. Eres más lista que esto. Has
trabajado demasiado para tirarlo todo por la borda por un chico. Lo conoces,
¿cuánto? ¿Tres meses? Llevas tres años en la universidad. No tiene sentido 173
arriesgar tanto por un hombre.

—No es un simple imbécil —argumenté, acalorándome por la molestia.


Porque, ¿cómo podía no entenderlo? ¿Cómo podía ser tan lógica en ese preciso
momento? Sabía que mi enojo venía de un lugar de saber que ella también
tenía razón. Tenía razón al cien por cien, y si la situación fuera al revés, le
habría dado el mismo discurso.

Eso era lo que más me molestaba. Mi cerebro sabía que estaba jugando
con fuego, pero a mi corazón no le importaban las quemaduras. No estaba
enfadada con Whitney. Estaba furiosa conmigo misma. Lo sabía mejor.

Lo sabía, pero aun así...

—Él es algo diferente, Whit —dije—. Él es... él es...

—Tu alumno —me regañó.

Mi corazón empezó a romperse porque ella no veía lo que yo veía. No sentía


lo que yo sentía. ¿Cómo podría? Que todos tuviéramos corazón no significaba
que latiera de la misma manera.

—Me estoy enamorando de él —confesé en voz baja.


Me dolía el pecho cuando las palabras se evaporaron en mi lengua. Me
sentía loca, ridícula y enamorada, y eso me aterrorizaba. Sentía como si ya ni
siquiera tuviera el control de mis propios pensamientos y sentimientos. Sentía
como si el amor me tragara entera, y rezaba para que no me escupiera porque
me sentía bien cuando estaba con él. Me sentía como si flotara cuando Milo
estaba a mi lado.

Sin embargo, cuando no lo estaba, cuando mi mente hacía ruido y la


realidad se instalaba, comenzaba a colapsar.

¿Se suponía que el amor debía sentirse así?

¿Embriagador y despiadado?

¿O se suponía que el amor debía ser más suave, sin tantas emociones
complejas unidas a él?

—Entonces deja de enamorarte, Starlet —vociferó Whitney, con los ojos


muy abiertos y todo—. Ponte de pie.

Las lágrimas empezaron a correr por mis mejillas y sacudí la cabeza con
incredulidad ante sus palabras.
174
—No debería habértelo dicho —murmuré, arrastrándome bajo las mantas.
El arrepentimiento se apoderó de mí rápidamente.

Whitney se levantó y caminó hacia mi lado de la habitación. Se subió a mi


cama y me abrazó, mostrándome que sus palabras no venían de un lugar de
dureza, sino de amor y honestidad.

—No, deberías habérmelo dicho, y sabías que también debías hacerlo, por
eso lo hiciste. Una gran parte de ti sabe que esto no está bien, por eso acudiste
a mí. Podría ser una amiga falsa y decirte lo que quieres oír, pero eso no es lo
nuestro, cariño. Nunca hemos sido así. Somos sinceras la una con la otra, pase
lo que pase. Así que esta soy yo siendo real. Sería mejor si detuvieras cualquier
sentimiento que sientas por este tipo, Starlet. Y mientras sigas dándole clases,
seguirás enamorándote de él. Necesitas detener eso. Concéntrate en tu carrera
y en tu vida. Esto no terminará bien.

Me quedé callada.

Una gran parte de mí quería discutir con ella. Una gran parte de mí quería
llamar su atención, ser infantil y decirle que nunca se había enamorado. Por lo
tanto, no lo entendería. Pero una parte mayor de mí la comprendía y sabía que
tenía razón. No estaba siendo cruel, sino sincera. Eso era lo mejor de tener una
verdadera mejor amiga: tener a alguien que dijera la verdad, incluso cuando
era difícil.

Sin embargo, no podía dejar de dar clases a Milo.

No podía dejarlo ir.

Por mucho sentido lógico que tuviera.

—Si fuera yo, Star, ¿qué me dirías que hiciera? —preguntó.

Odiaba esa pregunta, y me negué a contestarla esa tarde porque sabía la


respuesta.

Le habría dicho que dejara de enamorarse del chico y se centrara en sí


misma. Era como si mi corazón y mi cabeza estuvieran distanciados el uno del
otro. Como si fueran enemigos de guerra, disputándose el control de mi alma.

Más tarde, esa misma noche, mi padre llamó para ver cómo iba todo. Salí
del dormitorio y me dirigí a la sala de estudio para poder hablar con él en
privado.

—¿Cómo estuvo tu escapada de fin de semana? —preguntó—. Me 175


preocupaba un poco que fueras de excursión sola.

Tragué saliva, sintiéndome culpable por la mentira que tenía que decir.
Papá creía que había ido al norte a hacer senderismo sola. Incluso se había
ofrecido a acompañarme.

—Fue grandioso. Tendremos que ir allí en algún momento. Te encantarían


las cuevas de hielo.

—Apúntame para el próximo invierno. Te extrañé esta noche para la cena,


pero empaqué algunas comidas para ti y Whitney cuando vengas el próximo fin
de semana. Tendrás el doble de comida para llevarte.

—Gracias, papá. Eres el mejor.

—¿Cómo te sientes esta noche? ¿Estás bien?

Dudé y mordí mi labio inferior. Parecía que el buen subidón que tuve
durante el fin de semana estaba llegando a su fin por completo.

—Estoy bien.

—Está bien, ahora dime la verdad.


Me senté encima de una de las mesas y miré la nieve que caía fuera.

—¿Crees que mamá estaría orgullosa de mí? ¿De la persona que soy?

—Claro que lo haría. Estaría asombrada de ti, botón de oro.

—¿Aunque cometiera errores?

—Creo que te querría aún más por tus errores. Nunca quisimos que fueras
perfecta, Star. Sólo queríamos que fueras tú.

Algunas lágrimas rodaron por mis mejillas. Deseé estar en casa. Deseaba
recibir uno de los granes abrazos de oso de papá porque siempre me hacían
sentir segura.

—¿Qué pasa, Star? —preguntó—. ¿Qué tienes en mente?

—Muchas cosas. Demasiadas cosas de las que hablar, supongo.

—¿Cómo puedo ayudar? ¿Quieres que vaya a visitarte?

Sonreí como si pudiera verme.

—No, está bien. Estaré bien. Sólo estoy tratando de decidir si estoy 176
tomando las decisiones correctas, eso es todo. Sólo un poco de ansiedad.

—Bueno, considera cómo se siente la elección en tu cuerpo antes de


pensar demasiado. ¿Se siente bien y seguro?

Sí, sí...

Continuó.

—Si es así, probablemente sea la opción correcta. Aunque al mundo le


parezca equivocada.

—Gracias, papá. Necesitaba oír eso.

—Siempre. Te quiero.

—Yo también te quiero.

Charlamos un rato más antes de darnos las buenas noches. Mientras me


metía en la cama, pensaba en sus palabras. El fin de semana con Milo me
había parecido bien y seguro. Eso era todo lo que sabía. Eso me aterrorizaba.
Milo

—Hola, mejor amigo —dijo Tom el lunes por la tarde, acercándose a mi


casillero. Me había estado llamando su mejor amigo durante las últimas
semanas, desde que lo había apodado accidentalmente. Se estaba comiendo
ese desliz mío como los Jolly Ranchers que siempre se metía en la boca.

—¿Qué pasa? —pregunté mientras cerraba mi casillero y colgaba la


mochila en mi hombro derecho.

—Quería invitarte a la mejor fiesta de todas las fiestas en la historia de las


fiestas este próximo sábado. Cumplo dieciocho años oficialmente. Mis padres
estarán fuera de la ciudad y voy a hacer un fiestón.
177
—¿La gente todavía dice fiestón? —murmuré mientras empezábamos a
caminar hacia nuestra siguiente clase de Inglés. Mi hora favorita del día.

—La gente todavía dice fiestón. Soy yo. Yo soy la gente. —Sacó una tarjeta
de su mochila y me la entregó—. Aquí tienes tu invitación.

—¿Hiciste imprimir invitaciones?

—Sólo soy ese nivel de extra.

Miré la invitación que tenía en la mano y arqueé una ceja.

—¿Una fiesta de disfraces de Tom?

—Cualquier Tom de tu elección, excepto Tom Cruise de Risky Business. Yo


lo reclamé. Sé creativo.

—Haré lo que pueda.

Detuvo sus pasos.

—Espera, ¿de verdad vas a venir? ¿Y te vas a disfrazar?

—¿No me acabas de invitar, y no es una fiesta de disfraces?


—Sí, pero quiero decir, eres un poco, ya sabes... antisocial.

—Aparezco en las reuniones todo el tiempo.

—Quiero decir, estás allí, pero no realmente allí. Además, cuanto más
grande es la multitud, menos probable es que aparezcas.

Eso era cierto. Cuanto mayor fuera la multitud, más gente tendría que
evitar conversar. A la gente le encantaban las conversaciones triviales, pero yo
las odiaba.

—¿Aproximadamente cuánta gente va a venir? —pregunté, ahora


preocupado por haber aceptado presentarme.

—¡No! No hay vuelta atrás. Dijiste que estarías allí, así que ahora tienes
que aparecer. —Justo antes de que pudiera responder, Starlet pasó junto a
nosotros dos. Tom dejó escapar un silbido bajo—. Está buenísima, hombre.

—¿Qué? —solté, sorprendido por sus palabras.

—¡Hola, señorita Evans! Me gusta su peinado de hoy —le dijo con tono
cantarín a Starlet, haciendo que se girara para mirar hacia nosotros.
178
Sus ojos se encontraron brevemente con los míos antes de volverse hacia
Tom.

—Gracias, Tom, eres muy amable.

—Es muy bonita. Por otra parte, todo le queda bien, señorita Evans —
coqueteó él.

Sí.

Era cierto.

Estaba coqueteando con mi amiga secreta de la que yo quería ser algo más
que un amigo, y dentro de mí se acumulaba una rabia que ni siquiera era
capaz de exteriorizar. Los secretos eran divertidos.

Starlet sonrió. Maldita sea. Deseé que esa sonrisa estuviera contra mi
boca.

—No soy quien te va a corregir los deberes esta semana, Tom. No hace falta
que me halagues. Los veré a los dos en clase.

Esperaba que me mirara una vez más, pero no lo hizo. Era demasiado
profesional para eso.
Mientras se alejaba, los ojos de Tom siguieron el movimiento de sus
caderas.

—Amigo —dije, empujándolo—. Esa es nuestra profesora.

—Estudiante de maestra. Tiene más o menos nuestra edad. Sabes,


después de mi cumpleaños, apuesto a que incluso tendría una oportunidad
con ella.

—No contengas la respiración —murmuré.

Tom se encogió de hombros mientras continuábamos nuestro camino a


clase.

—Probablemente tengas razón. Si alguna vez fuera a ir por un estudiante,


probablemente serías tú, viendo que creo que está enamorada.

Las palabras me desconcertaron, y casi tropecé con mis propios pies


cuando Tom se metió otro Jolly Rancher en la boca.

Entrecerré los ojos, intentando convencerme de que no había dicho lo que


yo pensaba.
179
—¿Qué? —pregunté.

—Creo que le gustas a la señorita Evans —repitió.

Mi pecho se oprimió.

—¿De qué demonios estás hablando?

Se pasó la mano por el cabello.

—Me acabo de dar cuenta de que te mira fijamente cuando reparte las
tareas. Se demora.

—Eso es mentira —murmuré, caminando más rápido—. Mira a todo el


mundo por igual.

—Puede ser, amigo. Pero si alguna vez tienes la oportunidad de abrir esa
puerta... por favor, por el bien de todos los que hemos soñado despiertos con
ella, atraviesa la puerta. Porque me la tiraría sin pensarlo.

—La gente no sueña despierta con la señorita Evans —dije, tratando de


ocultar mi fastidio mientras mis manos formaban puños.
—¿Me estás tomando el pelo? Todo el mundo habla de esa mujer. Hasta
Chris habla de ella. Bueno, está bien, no habla, pero mira. ¿Cómo podría no
hacerlo? Es como una maldita supermodelo. Sus curvas...

Se mordió el puño y puso los ojos en blanco como si le excitara la idea de


estar solo con ella.

—Tranquilo, hombre. Es nuestra profesora.

—Apuesto a que si tuviera la oportunidad, yo mismo le enseñaría algunas


cosas.

Furia.

Furia directa era todo lo que sentía.

Sabía que éramos amigos y todo eso, pero hombre... quería darle un
puñetazo en la mandíbula a Tom por hablar de tirarse a mi chica.

Bueno, mi chica secreta.

Mi amiga secreta.

Lo que sea que fuéramos.


180

Ahora estaba de un humor de mierda.

A la mierda Tom. Que lo jodan a él y a sus ensoñaciones sobre la chica que


no era abiertamente mía, pero era... mía. Y yo era suyo. Completamente suyo.

***

—No puedes mirarme así —le dije a Starlet mientras entraba en nuestra
sala de estudio después de clase.

—¿Cómo?

Sus ojos estaban sobre mí, y lo sentí todo: su dulzura, su cuidado y su


enamoramiento por mí.

—Así —dije, haciendo un gesto hacia ella—. Cuando me ves así... me ves
de verdad.
—No sé cómo evitarlo. Además —confesó encogiéndose de hombros—, tú
me miras igual.

No podía discutir ese hecho.

Pero seguía de mal humor. Me molestaba que Tom y otros chicos se fijaran
en ella y hablaran de cómo querían follársela. Durante la clase, vi cómo los ojos
de todos los chicos parecían clavados en ella, y eso sólo me enfadó más. ¿Podía
culparlos por su atracción? Por supuesto que no. ¿Me molestaba? Claro que sí.

Si hubiera sido cualquier otra chica con la que hubiera tonteado antes, me
habría importado un bledo que se sintieran atraídos por ella. Pero Starlet era
diferente. Ella no era como esas chicas. Ella era mi persona. Preciosa, única,
rara y mía. Únicamente, innegablemente mía.

Ella arqueó una ceja.

—¿Qué te pasa?

—Nada —dije—. Estoy bien.

—Estás de mal humor.


181
—No lo estoy.

—Estás haciendo muecas.

—No lo estoy —gruñí.

Ella se rio de mí. Sí, se rio como si mi enfado le hiciera cosquillas.

—Estás muy raro. ¿Qué pasa?

—Mi amigo Tom cree que te gusto.

Su risa se desvaneció.

—¿Por qué pensaría eso?

—Por cómo me miras. Dijo que si te gustaba algún estudiante, sería yo.

—Oh, no. Esto no es bueno.

—No te preocupes. Lo terminé rápido. Por suerte para nosotros, Tom tiene
el cerebro de un niño pequeño y ya estaba en otro tema.

—Si es así, ¿por qué estás tan enfadado?


Me quejé y crucé mis brazos mientras me volvía a sentar en la silla.

—Porque, ellos, maldición... —Suspiré y levanté las manos en señal de


rendición—. Todos saben que eres sexi, ¿De acuerdo?

Ella arqueó una ceja.

—¿Otra vez?

—Los chicos del instituto no paran de hablar de lo guapa que les pareces,
de cómo quieren acostarse contigo y todas esas tonterías. Es como si no
tuvieran brújula moral.

—Lo dice el chico que me folló en la parte de atrás de mi Jeep hace


cuarenta y ocho horas.

Fui a lanzar una réplica a su comentario, pero cuando vi la sonrisa


burlona y la ironía de sus palabras, no pude evitar sentirme menos intenso.

—Da igual.

—Estás celoso —mencionó.

—No lo estoy. Pish, no soy del tipo celoso.


182

Sí, lo era. Estaba malditamente celoso. Nunca había experimentado eso


antes, sin embargo, lo que me dejó sintiéndome expuesto y avergonzado de que
ella tuviera razón.

—Dios mío, eres del tipo celoso.

—Empecemos con los deberes —murmuré, abriendo la cremallera de mi


mochila.

Starlet se sentó en su silla y negó con la cabeza.

—No. Quiero centrarme un poco en esto de los celos. Es algo sexi.

—Sería sexi si fuera verdad, pero no lo es. No soy un tipo celoso.

—No te preocupes. Yo también me pongo celosa por ti.

Arqueé una ceja.

—Mentira.

Ella asintió.
—Sí. En la planta baja de la escuela, en el baño de las chicas, hay una lista
de los chicos más guapos de la escuela. Y las chicas añaden marcas a quién
creen que es el más sexi. Adivina quién es el protagonista.

Sonreí, sentándome un poco más erguido.

—No me digas, ¿yo?

—Tú. —Sacó su teléfono y empezó a desplazarse por sus fotografías—. En


el baño de la cafetería, hay una lista de nombres con las iniciales de chicas a
las que les gustaría… —se aclaró la garganta al leer la foto—, sentarse en el
rostro de Milo Corti.

Me tendió el teléfono. La lista era enorme y completamente ridícula.

—Otros mensajes hablaban de cómo te habías enrollado con ellas. Tienes


bastante reputación por aquí.

—Ser un prostituto para evitar lidiar con mis estados de ánimo fue algo
mío durante mucho tiempo.

—Eso fue hasta que llegué.


183
Sonreí.

—Sí. Hasta que llegaste. Sinceramente, no entiendo por qué las chicas
escriben esa mierda en los baños. No era como si estuviera conectando a un
nivel profundo con ellas.

—¿Qué puedo decir? A las chicas nos suelen gustar los hombres
emocionalmente inaccesibles.

Solté una risita mientras miraba más de cerca la lista.

—¿Es un S.E. lo que veo al final de la lista?

Sus mejillas se sonrojaron y me quitó el teléfono. Se encogió de hombros.

—No quería sentirme excluida.

La idea de ella sentada en mi rostro permanecería en mi mente durante el


resto de la noche.

—¿Puedo ser inapropiado muy rápido? —pregunté.

Ella se rio.

—No puedes ser inapropiado muy rápido.


—Pero quiero ser inapropiado muy rápido.

—Bien. Tienes diez segundos para ser inapropiado muy rápido.

—Necesitaré quince segundos.

—Doce segundos máximo.

Entrecerré los ojos.

—¿Vas a tomar el tiempo?

Sacó el cronómetro de su celular.

—Y... ya.

—Estar en esta biblioteca me hace dar cuenta de que quiero follarte en los
lugares más silenciosos y hacerte gritar tan malditamente fuerte. —Se quedó
boquiabierta. No tenía palabras, así que continué—. Ah, y me gusta tu cabello
cuando lo alisas así. Se ve listo para tirar de él.

—Milo.

—Sí. 184
Se puso nerviosa y se peinó detrás de las orejas.

—Saca tu maldito libro de matemáticas.


Milo

El fin de semana llegó rápido, y mientras caminaba hacia la casa de Tom,


estaba ligeramente ansioso. Había evitado beber desde mi última situación de
desmayo en la escuela. Además, el lunes tenía un examen importante en mi
clase de matemáticas, y sabía que tenía que estudiar como un burro al día
siguiente para prepararlo.

Si le hubieras preguntado en Enero a Milo si dejaría la bebida y las drogas


para poder estudiar, me habría reído de él. Pero ahí estaba yo, intentando ser
un adulto responsable. Al mismo tiempo, también intentaba ser un buen
amigo. Tom había sido bueno conmigo durante el último año, cuando yo ni
siquiera merecía su gracia. Lo mismo ocurría con Savannah. Estaba
mentalmente ausente de la mayoría de las personas que me llamaban su
185
amigo, pero era como si supieran que estaba luchando. Tenían todo el derecho
a darme la espalda, pero en lugar de eso, se quedaron a mi lado. Eso
significaba más para mí de lo que nunca sabrían.

—Había una apuesta sobre que no ibas a aparecer hoy —dijo Savannah
cuando entré en la casa. Estaba llena de gente. Algunos los conocía, otros que
no, con una gran variedad de vasos rojos flotando alrededor.

La saludé con la cabeza.

—¿Apuestas a mi favor o en mi contra?

—Siempre apuesto por ti, hermano. —Sonrió y acercó su vaso hacia mí.

Negué con la cabeza.

—Esta noche no bebo.

Arqueó una ceja.

—Siempre bebes.

—Estoy probando algo nuevo.


—¿Y qué es eso?

—Estar sobrio.

Se estremeció.

—Eso suena horrible.

Depende del día.

—¿Qué Tom eres? —pregunté, echando un vistazo a su atuendo de gran


tamaño y su gorra de béisbol hacia atrás.

—Soy marimacho, claro. ¿Y tú?

Miré mi ropa: una camiseta blanca y unos jeans negros.

—¿No es obvio? Soy Tom, de Myspace. —Eché un vistazo a la sala de estar


y volví a mirar a Savannah—. ¿Dónde está el cumpleañero?

—Está en la cocina, probablemente bailando sobre la encimera.

Eso sonaba bien.


186
Me dirigí hacia la cocina, pero me detuve y me volví hacia Savannah.

—Hola. Siento haberte tratado fatal estos últimos años. No estaba en mi


mejor momento.

Entrecerró los ojos.

—¿Y ahora estás mejor?

—Voy mejorando.

—Bien. Todos te hemos echado de menos.

—He estado por aquí.

—Has estado por aquí, pero no aquí. Lo veo de nuevo... la luz en tus ojos
ha vuelto. Sea quien sea, me alegro de que la hayas encontrado.

—¿Qué?

Ella sonrió y tomó un sorbo de su vaso rojo.


—Un chico no se cura así sin una chica buena a su lado. —Entrecerró los
ojos—. ¿Es la señorita Evans? Tom está convencido de que es la señorita
Evans.

Negué con la cabeza.

—No es la Señorita Evans.

—¿Entonces quién es?

—Nadie.

—Mentiroso.

—Tal vez.

—¿No me lo vas a decir?

—No.

Me estudió, debatiendo cuánto más debía presionar para obtener una


respuesta, pero luego se dio por vencida.

—Solo trátala bien, ¿quieres? Como a una princesa. 187


Le dediqué una media sonrisa antes de dirigirme a la cocina en busca del
cumpleañero. En todo su esplendor, bailaba sobre la encimera con una
camiseta blanca abotonada, calcetines blancos tobilleros y un par de
calzoncillos blancos. Se estaba tomando en serio su Tom Cruise de Risky
Business.

En cuanto me vio, gritó con fuerza.

—¡Mejor amigo! —gritó, saltando de la encimera. Me sorprendió que no se


hubiera torcido el tobillo con aquel salto.

Se acercó y me abrazó con fuerza antes de golpearme el pecho con la


mano.

—¿Eres Tom, el de Myspace?

Asentí.

—Soy Tom de Myspace.

—Claro que sí. —Tom miró a su alrededor y extendió los brazos—. ¡Hola a
todos, Tom de Myspace está aquí!
Todos me vitorearon como si no me hubiera puesto una camiseta blanca y
ya está. Yo era el disfraz más perezoso a la vista, pero todos parecían
divertidos. Ese era el poder del alcohol. Hacía que los individuos más
mediocres parecieran Superman.

—Deja que te traiga una copa —dijo Tom, dándome una palmada en la
espalda.

—Oh. No iba a beber esta noche.

Sus ojos se abrieron de par en par como si hubiera confesado que odiaba a
los cachorros.

—¡¿Qué quieres decir con que no vas a beber esta noche?!

—Eso es exactamente lo que quiero decir.

—¿Estás embarazada?

Sonreí burlonamente al borracho y me di unas palmaditas en la barriga.

—Esperando en seis meses.

Tom se volvió hacia la multitud.


188

—¡Eh, todo el mundo! Tom de Myspace está embarazado.

Todos volvieron aplaudir.

Idiotas.

—Tienes que tomarte al menos una foto de cumpleaños conmigo —me


instó, dándome un codazo.

—Tengo un examen de matemáticas el lunes. No puedo tomar este fin de


semana.

—Eh, noticias de última hora, todos tenemos examen de matemáticas el


lunes, pero tu mejor amigo sólo cumple dieciocho años una vez.

—Me sorprende que no pases el día con tus padres.

—Sí, bueno, a algunos padres no les importan una mierda sus hijos. —Lo
dijo sin esfuerzo y con una sonrisa, pero vi la vacilación detrás de su sonrisa.
¿Qué demonios era eso? ¿Acaso el perfecto y alegre Tom no era tan feliz como
aparentaba? ¿Teníamos algo en común? ¿Problemas parentales?

—¿Pero sabes a quién sí le importo? —preguntó.


—¿Quién es?

—José. —Sostuvo una botella de tequila José Cuervo y la agitó hacia mí—.
José nunca me ha defraudado, a diferencia de mis padres. Así que tomemos un
trago para celebrarlo.

Quería discutir con él, pero por la fracción de segundo de verdad que se le
escapó a Tom, me sentí culpable de su decepción con sus padres. No quería
añadir otra oleada de decepción, así que me dejé llevar por la presión de grupo.

Le quité el vaso de chupito y le di una palmada en la espalda.

—Hasta el fondo.

Antes de que me diera cuenta, los chupitos estaban fluyendo y estudiar


para mi examen de la mañana parecía menos probable.

***

No lo estaba pasando fatal.


189

Me lo estaba pasando muy bien con todo el mundo. Me reía más de lo


normal y, aunque estaba borracho, no me sentía deprimido. Simplemente me
sentía... bien.

La gente conversaba conmigo como si fuera la persona que había sido


antes de que mamá falleciera. Yo les contestaba, les preguntaba cómo les había
ido a ellos también, y quería sus respuestas.

¿Qué estaba pasando?

El zumbido me sentó bien, y Tom ya me había dicho que me quedaría aquí


a pasar la noche, lo cual estaba bien. No quería llevar mi trasero borracho a
casa para ver el trasero borracho de mi padre, lo que me recordaría que mi vida
familiar seguía siendo una mierda.

Me acerqué a Brian, que estaba hablando con Chris sobre videojuegos, y


Chris estaba haciendo lo que mejor sabía hacer: escuchar. Me uní a los dos en
el sofá del salón y me acogieron en la conversación como si hubiera estado allí
todo el tiempo. Chris palmeó mi espalda y me dedicó una media sonrisa.

Miré sus disfraces. Chris llevaba orejas de gato y un collar.


—¿Tom, el de Tom y Jerry? —Asintió e hinchó el pecho con una gran
sonrisa, orgulloso de que lo reconocieran. Miré a Brian, que iba vestido de
tren—. ¿Y Tom La Locomotora?

—¡Chu-chu, hijo de puta!

Los tres estuvimos un rato hablando de todo. Parecía la primera vez que
nos sentábamos a charlar en más de un año. O al menos, era la primera vez
que yo estaba comprometido. Incluso sin muchas palabras, Chris interactuó
más que yo en el último año.

—Es bueno tenerte de vuelta por aquí —mencionó Brian cuando fuimos
por más bebidas.

—¿Qué quieres decir? He estado por aquí todos los fines de semana.

—Sí. Has estado ahí, pero no realmente. —Me dio una palmadita en el
pecho—. Me alegro de tenerte de vuelta —repitió.

Sonreí, sabiendo lo que quería decir.

Se pasó el pulgar por la nariz antes de acariciarse el gran afro.


190
—Quizá algún día puedas pasarte por aquí y volver a jugar con nosotros
como solíamos hacer. Tom es un jugador horrible, así que estaría bien tener
una competición de verdad.

—Me encantaría —le dije. Y lo dije en serio.

Alrededor de la una de la madrugada, la fiesta seguía, pero yo ya estaba


listo para irme. Sabía que era hora de dirigirme a la habitación de invitados en
la que me estaba quedando porque sólo podía pensar en Starlet. Mi mente
ebria le pertenecía, pero no era muy diferente de mi mente sobria.

Tras un último trago con el cumpleañero, me dirigí a la habitación de


invitados y cerré la puerta tras de mí. Antes de subirme a la cama, me quité los
zapatos, la camiseta y los jeans. Saqué el celular y la llamé cuando me puse
cómodo.

No debería haberla llamado, pero lo hice. Necesitaba oír su voz. Siempre


había querido oír su voz. ¿Quién era yo últimamente?

—¿Hola?

Su voz era suave, como si se estuviera despertando. Eso no era


sorprendente. Era más de medianoche.
—Hola, Star.

—Hola. ¿Estás bien? —preguntó, bostezando a través del teléfono.

Sonreí mientras me acostaba en la cama porque ella me preguntó si estaba


bien.

—Sí, estoy bien. ¿Cómo estás tú?

—Con sueño. —Volvió a bostezar—. ¿Estás intoxicado?

—Podría estar intoxicado.

—¿Feliz o triste?

—Feliz.

—Mmm. Bien. Feliz es bueno.

Me puse boca arriba y me quedé mirando el techo.

—¿Starlet?

—¿Sí? 191
—Te echo de menos.

—Yo también te echo de menos. —Hizo una pausa y preguntó—: ¿Estás


solo ahora?

—Sí. Me estoy quedando en casa de Tom. Esta noche ha sido su fiesta de


dieciocho cumpleaños.

—Feliz cumpleaños a Tom. Pero no le digas que he dicho eso.

Me reí.

—Que quede entre nosotros. Era una fiesta de disfraces. Teníamos que
disfrazarnos de diferentes Tom.

—¿Quién eras tú?

—Tom de Myspace.

—Eso es muy antiguo de tu parte. Y algo perezoso.

—¿Qué puedo decir? Soy un vago. —Me aclaré la garganta—. ¿Oye?


—¿Sí?

—Te echo de menos.

Se rio levemente.

—Eso ya lo has dicho.

—Lo sé, pero es verdad. Echo de menos tus ojos. Y tus labios. Y tus curvas
y...

—Estás excitado. —Interrumpió.

—Sólo por ti. ¿Está tu compañera en casa?

—No. Parece que todos tienen vida social menos yo.

—Puedo ir y hacer vida social contigo.

La escuché dar vueltas en la cama y casi pude ver su sonrisa tímida en mi


mente.

—No, no puedes. Estás borracho. Además, está prohibido que vengas a mi


dormitorio. Va en contra de la regla de los amigos secretos. 192
—No creo que eso fuera una regla.

—Ahora lo es.

—¿Así que podemos añadir reglas cuando queramos?

—Sólo cuando son necesarias para recordarte por qué no puedes venir a
meterte en mi cama en mitad de la noche.

Gemí.

—Pero quiero meterme en tu cama en mitad de la noche.

—Dos meses y medio más.

—Eso suena como una eternidad.

—Y algo de cambio.

—¿Starlet?

—¿Sí?
—Me divertí esta noche.

—Eso es bueno. Me alegro.

—No sabía que aún podía divertirme hasta que te encontré.

—Oh, Milo... —Su suave respiración se escuchó a través del celular—. Ten
cuidado, o harás que me enamore de ti.

Si ella supiera cuánto deseo que eso suceda.

—Di algo para que desaparezcan las mariposas —ordenó—. Di algo que me
haga poner los ojos en blanco.

—¿Qué llevas puesto?

Se echó a reír.

—Con eso me basta.

Sonreí porque podía imaginarme su sonrisa. Entonces me invadió la


curiosidad.

—No, en serio, ¿qué llevas puesto? 193


—Milo borracho es tan inapropiado.

—Todo Milo es inapropiado —dije—. Ahora sería un buen momento para


practicar ese sexo telefónico, ¿eh?

—Es verdad. —Su voz bajó ligeramente, y entonces dijo—: Una camiseta de
tirantes y bragas negras.

Sólo oír la palabra bragas salir de su hermosa boca hizo que mi polla se
erizara.

—¿Sí? ¿Llevas sujetador?

—No. Sólo la camiseta de tirantes.

Cerré los ojos, imaginando sus pezones endurecidos a través de la tela de


la camiseta.

—Ojalá estuviera allí acostado contigo —le dije.

—¿Y qué me harías?


—Todo, Starlet. —Deslicé mi mano dentro de mi bóxer y agarré mi pene—.
Te lo haría todo.

—Dime exactamente lo que me harías. Con todo detalle, por favor.

Mi mano acarició lentamente mi pene mientras mis pensamientos se


volvían más inapropiados.

—Antes de que te lo diga, tienes que meter la mano en las bragas y


empezar a frotarte, Star.

—¿Qué te hace pensar que no lo hago? —respondió sin aliento.

Sólo esa imagen hizo que mi pene palpitara mientras aceleraba el


movimiento de mi mano. Me mordí el labio inferior antes de continuar.

—Te inmovilizo en tu cama y bajo hasta tu cuello, dejando un rastro de


besos contra tu suave piel, dejando que mi lengua cree pequeños círculos antes
de empezar a chupar.

—Mi boca se separa mientras susurro pidiendo más y te suplico que me


dejes probarte primero.
194
Diablos...

—Por supuesto —respondí—. Prueba.

—Salgo debajo de ti y te acuesto boca arriba. Te quito la camisa y deslizo


mis manos por tu pecho hasta encontrarme con la parte superior de tu bóxer.
Me muevo hacia abajo para apoyarme entre tus piernas. Luego bajo tus
calzoncillos por tus piernas, dejando al descubierto tu enorme y duro pene.
Humedezco mis labios mientras observo tu grosor, deseando que folles mi boca
hasta que me den arcadas. Así que envuelvo tu pene con mi mano y empiezo a
acariciarla, arriba y abajo... arriba y abajo... encontrado mis ojos en los tuyos
todo el tiempo que empiezo a acariciarte...

¿La dulce Starlet acaba de susurrarme esas palabras por teléfono?

¿Dijo que quería que le follara la boca hasta que le dieran arcadas?

Bueno, estaré condenado. ¿Estaba borracho, o lo estaba ella? Tendré que


controlarme para no excitarme demasiado pronto sólo por la suavidad de su
voz diciendo cosas sucias.

Empujé el edredón a un lado de la cama, ya demasiado excitado por sus


palabras.
—Entonces, ¿qué? —pregunté.

—Luego bajo y dejo que mi lengua se deslice por tu pene mientras mi mano
sigue acariciándola. Me llevo la punta de tu dureza a la boca y empiezo a
chuparla, girando la lengua a su alrededor como si chupara mi paleta favorita.
Voy despacio, empapando cada centímetro de ti contra mí, mientras mi mano
masajea y aprieta tus huevos. Mi velocidad aumenta cuando empiezo a tragar
profundamente tu pene, deslizando mi boca más y más profundamente
mientras tú recoges mi cabello alborotado en tus manos y tomas el control de
guiarme arriba y abajo de tu grueso y duro pene, permitiendo que me
atragante, provocándome arcadas con lo enorme que eres.

—Diablos, Star... vas a hacer… —murmuré, incapaz de formar más


palabras mientras lamía la palma de mi mano y volvía a acariciarme—. Sigue...

—Pongo una mano contra tu bajo vientre, presionando suavemente


mientras mi boca te acoge todo, dejándome poco espacio para respirar, pero no
me importa porque te quiero todo, Milo. Quiero que llenes todos mis agujeros,
que me folles despacio y luego fuerte. Más y más fuerte a medida que te
acercas más y más a...

Antes de que pudiera terminar, la puerta del dormitorio se abrió y entró


Tom. 195
—Oye hombre. Todos se han ido. Quería ver si querías jugar a algún
videojuego o... ¡maldición! ¡Pene a la vista! ¡Pene a la vista! —gritó al verme allí
acostado con mi pene en la mano.

—¡Oh, maldita sea! —vociferé antes de decir—: Me tengo que ir.

Quité la mano de mi pene y colgué a Starlet.

Tom salió de la habitación dando un portazo. No hubo más que silencio


durante un rato hasta que dijo:

—No te preocupes, Mi-Mi. No he visto nada. Excepto, bueno, todo. Eso me


va a causar pesadillas esta noche.

—Culpa mía —solté, sin saber qué más decir.

¿Qué se suponía que tenías que decir además de "culpa mía" después de
que tu amigo te descubriera masturbándote?

—Probablemente no deberíamos volver a hablar de esto, ¿eh? —preguntó.

—Sí. Estoy de acuerdo. Nunca.


—Genial. De acuerdo. Buenas noches.

Me derrumbe contra el colchón. Mi cuerpo se sintió desconcertado por la


completa transición de casi excitarme con la seductora voz de Starlet a luego
ser interrumpido por Tom, quitándome cualquier deseo y provocándome una
oleada de pánico. Mi corazón tardó un minuto en calmarse y, cuando lo hizo,
sólo me quedó un charco de decepción, porque Starlet me habría llevado
fácilmente al orgasmo sólo con su voz.

Starlet: ¿Va todo bien?

Milo: Sí. Tom acaba de irrumpir. Ha estropeado un poco el momento, ¿eh?

Starlet: Jaja. Solo un poco. No pasa nada. De todas formas, debería estar
durmiendo.

Maldición.

196
Milo: ¿Hablamos mañana?

Starlet: Por supuesto. Buenas noches.

Suspiré y cubrí mi rostro con la almohada para gritar todas mis


frustraciones.

Buenas noches, profe.


Milo

—¿Con quién tuviste sexo telefónico el sábado? —preguntó Tom el lunes


por la mañana mientras nos dirigíamos a nuestros casilleros.

Lo miré dura y severamente.

—Pensé que no íbamos a volver a hablar de eso.

—Sí, pero si íbamos a volver a hablar de eso... ¿Quién estaba en la otra


línea?

—No voy a hacer esto —dije mientras me acercaba a mi casillero. Lo abrí y


recogí mis libros mientras Tom se apoyaba en el casillero a mi lado.
197
—¿Es una de las gemelas? —preguntó—. ¿O Claire? He oído que le gustas.
Por otra parte, ¿a quién no le gusta Milo Corti? El hombre, el mito, la leyenda.

—No son las gemelas, ni Claire —me quejé.

—Entonces es alguien. ¿Quién? ¿Es una chica nueva? Perro, apuesto a que
es una nueva.

—No es nadie —dije, cerrando mi casillero.

Se empujó fuera del casillero y se llevó las manos al pecho.

—No es mi madre, ¿verdad? Porque si te estás tirando a mi madre, Mi-Mi,


es posible que tengamos problemas de amistad.

Dejé escapar una pequeña risa y negué con la cabeza.

—Tienes demasiada energía para un lunes por la mañana.

—No tanta energía como la que tenías el sábado por la noche. Por cierto...
¿Comes muchas proteínas o algo así? ¿Espinacas? ¿Cuál es tu rutina de
ejercicios? Porque eso fue bastante...

Fulminé con la mirada a Tom.


—¿T?

—¿Sí?

—No estamos hablando del tamaño de mi pene a las siete de la mañana de


un lunes.

Levantó las manos en señal de rendición.

—De acuerdo. Volveré, a preguntaré un jueves por la tarde, si te viene


mejor. A mí también me gusta hablar de mi pene más cerca del fin de semana.

—O podríamos no hablar nunca de ello. Nunca.

—Sí, o nunca. No pasa nada. Todo lo que digo es que entiendo por qué las
chicas siempre hablan de ti. Si yo tuviera lo que tú tienes, también sería un
prostituto.

—Ya no soy un prostituto.

Tom tiene una sonrisa tonta en el rostro.

—¿Por ella?
198
Puse los ojos en blanco y me dirigí al despacho del director para ver a
Weston en nuestra reunión matutina. No respondí a Tom, pero sabía la
respuesta.

Sí, Tom.

Fue por ella.

***

Me senté frente al escritorio de Weston, despreocupado en una silla mucho


más cómoda que antes. El espacio parecía renovado, con muebles nuevos y
suelos de madera relucientes. Incluso había un ambientador que arrojaba un
aroma cada treinta segundos, eliminando los olores a proteínas de Weston.

No está tan mal, hombre.

—¿Cómo estás hoy, Milo? —preguntó mientras se quitaba las gafas. Se


reclinó en su silla y sonrió alegremente.
—He estado peor.

—Es cierto. Lo he comprobado con todos tus profesores. Parece que estás
aprobando todas tus clases, lo cual es notable. Tener a la señorita Evans como
tutora parece funcionar a tu favor.

—Es buena en lo que hace.

Arqueó una ceja.

—¿Acabas de elogiar a una persona? Hacía tiempo que no te escuchaba


hacer eso.

—¿Qué puedo decir? Soy un buen chico —respondí secamente.

Estaba cansado. Me había quedado hasta muy tarde estudiando para el


maldito examen de matemáticas que tenía ese mismo día.

Weston sonrió como mamá, y lo sentí en mi pecho. Últimamente me iba


bien. No pensaba en la muerte tanto como en los vivos, y una parte de mí se
sentía culpable por ello. No diría que me estaba recuperando de la tragedia de
mamá, pero el dolor se hizo más silencioso. ¿Era eso lo que se suponía que
debía hacer el dolor? ¿O se suponía que debía permanecer en el primer plano 199
de mi mente para recordarme cuánto amaba a la persona que se había ido?

Maldición.

Otra vez estaba pensando en la muerte.

—Ella estaría orgullosa de ti, dijo Weston. Supuse que también estaba
pensando en los muertos.

Me encogí de hombros, sin saber qué decir.

—¿Cómo está tu padre? —preguntó—. Usé la llave de repuesto y abastecí


tu refrigerador el otro día. Él no estaba en casa.

Y ahí estaba yo, pensando que mi padre por fin había llegado a la tienda de
comestibles. ¡Qué ingenuo soy!

—¿Cómo está? —repitió Weston.

Era una pregunta fuerte. Sabía que si le decía la verdad, Weston se


preocuparía. Sabía que Weston sabría que estaba mintiendo si le decía una
mentira, una situación en la que todos perdían. Así que dije la verdad.

—Está peor que yo —confesé—. Y no creo que mejore.


Weston se frotó la nuca.

—La curación no tiene una línea de tiempo.

—¿Y qué? ¿Puede que se quede así para siempre?

—Espero que no. Espero de verdad que no. Pero tal vez sólo necesita algo
que pueda sacarlo de su depresión.

—No ayuda que se auto mediqué con alcohol.

—No, eso no ayuda. Intentaré verlo esta semana. Pasaré a ver cómo puedo
ayudar.

Asentí mientras sonaba el timbre. Tomé mi mochila y la colgué en mi


hombro.

—Tu oficina se ve bien. Me gustan las luces más brillantes.

—¿Verdad? Las últimas semanas, durante la fase de construcción, tenía


un aspecto horrible. A lo mejor es lo que tiene el progreso. Tal vez tiene que
parecer desordenado durante un tiempo antes de que pueda verse bien de
nuevo. 200
Puse los ojos en blanco.

—De acuerdo, Fred Rogers, más despacio. No hace falta el discurso de


corazón a corazón de la comedia de los 90.

Se rio y se levantó del escritorio.

—Dale a tu padre un poco de apoyo, ¿de acuerdo? Si yo perdiera a mi otra


mitad, también olvidaría cómo respirar. Quizá necesite que su hijo lo ayude a
recordar que aún hay aire fresco que respirar.

—Es una idiotez —murmuré, sintiendo una punzada de molestia—. Él no


estaba allí para ayudarme cuando me estaba ahogando.

—Al duelo no le importa la edad de una persona. A todos nos golpea de


forma diferente. No estoy aquí para respaldar a tu padre por cómo ha llevado
las cosas. Debería haber estado ahí para ti durante el último año más de lo que
ha estado. Pero entonces pienso en las cosas por las que ha pasado, cosas que
nunca entenderíamos. Estuvo en el ejército y perdió a algunos de sus mejores
amigos. Estaba en el extranjero cuando murieron sus padres. Perdió al amor
de su vida. Son muchas pérdidas para el alma de una persona, y no se hacen
más fáciles. Sólo se hace más pesada.
Odiaba las palabras de Weston porque sabía que eran ciertas. Quería estar
resentido con mi padre por su dolor. Quería gritar, vociferar y chillar por lo
egoísta que había sido. Pero a veces me acordaba cuando lo escuchaba llorar
en el aniversario de la muerte de mamá. A veces veía el dolor cuando se le
atragantaban las palabras. Todo su cuerpo se movía como si la pena controlara
sus miembros.

Estaba claro que nuestras penas no estaban unidas por igual.

Yo había perdido a mi madre.

Él había perdido a su mejor amiga, la otra mitad de su alma.

Ese tipo de ruptura era la que no venía con la curación.

Tal vez mostrarle apoyo era lo correcto. Aun así, fue duro porque yo
también quería que estuviera a mi lado cuando me estaba ahogando. Ese era el
problema de la vida. Nunca funciona en escenarios perfectos. Si así fuera,
mamá seguiría viva.

Pasé la mano por mi cuello y asentí hacia Weston.

—Necesito un pase para llegar tarde a clase. 201


Aceptó y garabateó una nota para mí.

—Aquí tienes. ¿Y, Milo?

—¿Sí?

—Estoy orgulloso de ti.

Sonreí ligeramente.

Sus palabras me recordaron a las de mamá.

***

La mayoría de mis días estaban envueltos en llegar a clase de inglés para


ver a Starlet. Ella era lo mejor de mis días. Hace unos meses, no sabía que
existía. Ahora, no podía imaginar su ausencia.

Sentado en clase, escuchando al aburrido señor Slade y mirando a la


hermosa señorita Evans, sentí una extraña sensación de paz. Starlet y yo
teníamos un secreto que nadie en clase podía conocer, lo que me hacía sentir
muy bien. El único problema era que no podía dejar de preguntarme cuándo
volvería estar mi boca en la suya.

—Saquen un lápiz. Hora del examen sorpresa —dijo el Señor Slade. El


salón de clases gimió. Ya no me preocupaba tanto. Estaba oficialmente al día
en saber mis cosas.

—¿Necesitas un lápiz? —preguntó Savannah.

Negué con la cabeza y sostuve uno en el aire. Justo en ese momento, el


pánico se apoderó de mí y todo se volvió negro. Me agarré a los lados de mi
escritorio mientras la adrenalina corría por mi sistema. Cuando digo que todo
se volvió negro, me refiero a todo.

—¡Maldita sea! —grité, yendo a levantarme del escritorio pero tropecé con
mis pies. Froté mis ojos con las palmas de las manos, pero allí no había nada.
Podía oír a todos a mí alrededor entrar en pánico, también. La voz de Savannah
resonaba en mis oídos, junto con la del señor Slade y la de Starlet.

Starlet.

No podía verla. 202


No veía a nadie.

No podía ver.

No puedo ver, no puedo ver, no puedo ver.

—Señor Corti, levántese de inmediato —ordenó el Señor Slade.

Parpadeé un par de veces mientras se mi pecho se oprimía, y volvió. Al


principio era débil, pero cuanto más parpadeaba, más visión recuperaba. Allí
estaban aquellos ojos marrones, de pie junto a mí, con una mirada que no era
más que pánico. Starlet me tendió la mano para ayudarme a levantarme.

—Vaya manera de intentar librarse de un examen sorpresa, Señor Corti —


dijo bruscamente el Señor Slade. Volvió a repartir los exámenes y Starlet no me
quitó los ojos de encima.

—¿Estás bien? —preguntó, con la preocupación impregnada en cada


centímetro de su expresión.

No respondí porque no lo sabía.


***

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Starlet, levantándose de la silla cuando


entré en la biblioteca aquella tarde.

Corrió a consolarme, pero se detuvo en cuanto otra persona pasó por


delante de los paneles de cristal de nuestra sala de estudio. Odiaba que tuviera
que dudar. Odiaba no poder estrecharla entre mis brazos y abrazarla.

—Nada. Todo se quedó a oscuras durante un breve período —expliqué,


tomando asiento—. Revelé las fotos del norte y...

—¿Cómo que todo se oscureció? —preguntó, alerta y preocupada.

Tomó asiento frente a mí y no apartó los ojos de mí. No sabía por qué
esperaba otra cosa de ella. Me caí de mi maldito pupitre y tuve un ataque de
pánico en toda regla delante de toda la clase.

—No sé. Eso es exactamente lo que quiero decir. Todo se volvió negro. No
pude ver durante un rato. Ahora está bien. Todo está bien.
203
—No está bien —No estuvo de acuerdo—. Tú también tenías problemas
para ver cuando estábamos en el norte. Y noté que entrecerrabas mucho los
ojos. Necesitas que te revisen los ojos.

Me reí.

—No te preocupes por mí, profe. Estoy bien.

Extendió una mano por encima de la mesa y me la puso en el antebrazo.

—Por favor, Milo.

La preocupación en su voz hizo que mi pecho se oprimiera ligeramente.

—Tanto me quieres con lentes, ¿eh?

—Podría ser algo grave.

—No es nada grave.

—Pero podría ser…

—Está bien —dije, levantando las manos—. Me haré un examen ocular si


eso te hace dormir mejor por la noche.
Asintió.

—Así será. Gracias.

—Ahora, ¿podemos dejarnos de ser serios y puedo enseñarte las


fotografías?

Se sentó en su silla y retiró la mano de mi antebrazo. Eché de menos su


tacto antes de que desapareciera por completo de mi piel.

—Sí, me encantaría verlas —dijo, peinando su cabello detrás de las orejas.


Lo hacía cuando estaba nerviosa. Probablemente seguía preocupada por mí,
pero yo estaría bien.

Siempre estaba bien, incluso cuando no lo estaba.

—Starlet.

—¿Sí?

—Estoy bien.

—¿Me prometes que irás?


204
Sus suaves ojos marrones se clavaron en mí, en mi alma, y fue entonces
cuando sucedió. Dicen que uno no puede señalar el momento exacto en que
empezó a enamorarse, pero yo sí. Fue en la sala de estudio de la biblioteca
pública una fría tarde de invierno. Me estaba enamorando de Starlet Evans y
sabía que no podía evitarlo.

No, no era por su preocupación por mí por lo que me estaba enamorado de


ella. Era su preocupación por... todo y por todos. Sabía que no era especial
cuando se trataba de la dulzura de Starlet. La había visto interactuar con
algunos de los otros estudiantes. La había visto dedicar su tiempo y energía a
ayudar a los demás cuando se le acercaban. Starlet era la definición del amor,
y me enamoraba de ella a cada segundo que pasaba.

Cuando la miraba, me llenaba de luz. Eso era lo que ella hacía a los
demás. Aportaba luz a los rincones más oscuros de su espíritu.

Quería decírselo, pero sabía que era demasiado pronto.

Pero estaba allí.

El amor había comenzado y sabía que seguiría creciendo con el paso del
tiempo.
Starlet era el tipo de chica en la que el amor sólo se hacía más fuerte con el
tiempo.

—Te lo prometo —dije—. Lo prometo por el corazón de mi madre.

Frunció los labios y sus ojos de cierva parpadearon varias veces antes de
asentir. Sus hombros se relajaron y una pequeña sonrisa apareció en sus
labios.

—Déjame ver las fotografías

205
Milo

Mi padre había estado borracho durante las últimas semanas, pero eso no
era nada nuevo. Ni siquiera cuestionó dónde había estado el fin de semana que
me fugué con Starlet. La mayor parte del tiempo se sentía como si él fuera un
fantasma, más de lo que había sido mi madre. A veces pasaba junto a mí a la
cocina para tomar otra cerveza, persiguiéndome con su leve presencia. Me
sorprendía que pudiera seguir trabajando.

Estaba oficialmente perdido en su depresión y alcoholismo, y no estaba


seguro de cuál sería el próximo paso o fase de su historia. Algunas noches
estaba preocupado por entrar en la casa y encontrarlo muerto en un charco de
su propia orina y cerveza. Odiaba esos pensamientos porque no estaba seguro
de si mi corazón podría tomar otra ruptura como esa. Se sentía egoísta pensar 206
en ese tipo de cosas, pero, aunque actualmente no éramos cercanos, tenía más
buenos recuerdos con mi padre que malos.

Él fue el hombre que me enseñó a andar en bicicleta.

Él fue la persona que me enseñó a conducir con cambio de velocidades.

Él me enseñó a tocar el saxofón e introdujo al jazz.

Él me dijo que estaba orgulloso de mí todas las noches hasta que murió
mamá.

Antes de la tragedia, mi padre era mi héroe. El hombre al que admiré en


todo momento. Era el protector de mi familia, y estaba casi seguro de que
podría sacarnos de la oscuridad si algo salía mal. Y si lo perdía a él... si perdía
la batalla de la depresión y perdía la vida... estaba casi seguro de que también
perdería los últimos pedacitos de mí.

Cuando llegué a casa esa noche, él estaba despierto en el sofá, comiendo


una pizza quemada y viendo las noticias.

Dejé mi mochila en el sillón reclinable de la sala de estar y asentí en su


dirección.
—Hola.

Refunfuñó un poco y me devolvió el saludo.

—Necesito mi tarjeta del seguro —le pedí—. Tengo que programar una cita
para examinar mis ojos.

—Si, está bien. —Se rascó el cabello desordenado antes de rascarse la


barriga cervecera—. Yo te la traigo.

—¿Sabe qué oftalmólogos tienen cobertura? Llamaré y concertaré una cita.

Entrecerró los ojos pensativo y negó.

—No. Tu madre normalmente... —Sucedió de nuevo, sus palabras se


enredaron en su dolor—. Encontraré la tarjeta y lo resolveré —añadió.

—Gracias.

Estuve allí por un minuto, observando a un hombre que apenas se parecía


a mi padre y, por primera vez en mucho tiempo, no lo odié... me sentí mal por
él. Estaba claro que la vida lo había arrastrado al fondo, y apenas respiraba.

Tal vez había esperado demasiado de él.


207

Tal vez pensé que era más fuerte de lo que en realidad había sido porque,
durante toda mi vida, siempre lo había admirado.

Sin embargo, al final del día, nuestros padres también eran humanos. Sus
corazones probablemente habían pasado por mucho más traumas que el
nuestro.

No sabía cómo sería para mí si hubiera perdido al amor de mi vida.

No sabía cómo podría recuperarme.

Así que esa noche, le di un descanso. No presioné para que él fuera el


padre que alguna vez conocí. No le dije lo mal que lo había estado haciendo en
su papel de padre.

—Él estará bien —murmuré en mi habitación después de aplicar a quince


lugares diferentes—. Sólo asegúrate de que esté bien, mamá —le supliqué.

No sabía si creía en Dios, pero sí creía en mi madre. Así que, si rezaba,


serían enviados directamente a ella. Si alguien hubiera podido responder a mis
oraciones contaminadas, sabía que ella podría.
***

Un momento

Una situación.

Una oración.

Eso era todo lo que se necesitaba para que el mundo de una persona se
volviera loco.

Unas semanas más tarde, pude programar una cita para que revisaran mi
vista. Deseaba que estuviera mejorando en las últimas semanas, pero no había
mejorado en lo más mínimo. Al menos no tuve más momentos de apagón en la
clase del señor Slade. No quería escuchar más acusaciones de él sobre cómo
estaba fingiendo que mi vista estaba arruinada.

—¿Así que has tenido algunos problemas en los ojos? —preguntó el


oculista mientras estaba sentado frente a una mesa con una máquina que iba 208
a soplar una bocanada de aire en mis globos oculares.

—Sí. Estaba mirando anteojos.

—Maravilloso. Viniste al lugar correcto. Solo vamos a realizar algunas


pruebas para ti, y luego podemos tenerlas en tu camino.

Nunca había ido sólo a una cita con el médico de ningún tipo. Mamá
siempre me arrastraba hacia ellos, y papá no estaba en las mejores condiciones
para asistir a una cita conmigo. Todavía estaba un poco sorprendido de que
pudiera encontrar la tarjeta del seguro para que la usara.

Las pruebas fueron indoloras. Estaba seguro de que querría lentes de


contacto en lugar de anteojos, pero aun así hicieron que viera diferentes
monturas. Mientras lo hacía, no pude evitar preguntarme qué monturas le
gustarían a Starlet en mí. ¿Cuándo me convertí en el imbécil al que le
importaba lo que una persona pensara sobre su apariencia? La situación se
estaba poniendo rara últimamente cuando se trataba de mis sentimientos por
Starlet.

A pesar de que no habíamos podido tocarnos, besarnos o hacer todas las


cosas que había soñado hacer con ella, todavía sentía que nuestra conexión
crecía más y más. Nunca en mi vida quise estar con otra persona. No tuvimos
que hacer nada en absoluto. Estar en el mismo espacio que ella parecía ser
suficiente para calmar las partes más ruidosas de mi mente.

—¿Milo? —Llamó el oculista después de hacer todas las pruebas—. Puedes


venir conmigo para terminar.

La seguí a una de las salas de examen. Ella me sonrió, pero se sentía como
una sonrisa triste. El tipo de sonrisas que ofrecía la gente cuando daba el
pésame.

—¿Qué tan ciego estoy? —bromeé mientras tomaba asiento frente a su


escritorio.

Su sonrisa se convirtió en un ceño fruncido.

Mi estómago se desplomó.

Se aclaró la garganta y giró su computadora para mirarme.

—¿Ves está fotografía? Así es como debería verse en comparación con esta
imagen. —Cambió de foto—. Que es la tuya.

La diferencia entre las imágenes era impactante. No sabía lo que


significaba, pero por su reacción, sabía que no era bueno. 209
—Entonces, ¿qué tan necesario es obtener un par de anteojos? —le
pregunté a ella.

Su ceño se profundizó mientras juntaba sus manos.

—Milo, creo que esta es una condición llamada retinosis pigmentaria. Es


una rara enfermedad ocular que...

—¿Enfermedad ocular? —interrumpí—. ¿Qué quieres decir con enfermedad


ocular?

Hizo una pausa antes de tomar un lápiz y escribir algo de información.

—Se necesitan más pruebas para descartar retinitis pigmentaria, pero no


podemos realizarlas aquí. Aquí tienes el nombre de un destacado oftalmólogo.
Podrán realizar las pruebas adecuadas, como pruebas de electrorretinografía,
pruebas de autofluorescencia de fondo de ojo y una variedad de otras pruebas.

Siguió hablando, pero mi cerebro se quedó en blanco.

Su boca se movía y las palabras salían, pero no podía procesar lo que me


decía. Las palabras enfermedad ocular eran las únicas cosas que se
reproducían en un bucle en mi mente. No podía procesar lo que significaba o
cómo manejar esa situación por mi cuenta.

Debería haber estado haciendo preguntas de seguimiento, pero mamá


siempre hacía eso. Debería haber llamado a papá, pero no me habría
contestado.

—¿Estoy quedándome ciego? —Solté mientras estaba ahogándome con las


palabras.

Su sonrisa triste regresó, pero no respondió a mi pregunta.

—Te reunirás con el oftalmólogo y podrás obtener más respuestas.


Necesitarás que alguien te lleve a la cita cuando ingreses, ya que tus ojos
estarán dilatados después de las pruebas.

Ella dijo algunas tonterías más, pero yo estaba oficialmente desconectado.

Era sólo mediodía, y podría haber regresado a la escuela para terminar la


tarde, pero mi papá llamó por el resto del día para la cita. Le envié un mensaje
de texto a Starlet y le dije que la encontraría para nuestra sesión en la
biblioteca esa tarde.

Me presenté en la sala de estudio tres horas antes de que ella llegara. 210
Estaba sentado allí con mi teléfono, investigando la retinitis pigmentaria en
Internet. En cuanto más buscaba, más aterrador se volvía. Los primeros
síntomas fueron todas las cosas que había experimentado durante los últimos
años. Problemas de visión nocturna. Problemas de visión periférica. Apagones
temporales.

Sin embargo, los síntomas de la última etapa fueron los que más me
aterrorizaban. Pérdida de visión. Ceguera.

Me enfermé del estómago. Quería gritar, aullar, y maldecir al Dios en el que


no creía. En cambio, me senté en la silenciosa sala de estudio de la tranquila
biblioteca y miré las palabras en mi teléfono. Con cada segundo que pasaba,
me volvía cada vez más insensible a la realidad que se me presentaba.

Ciego…

Estaba quedándome ciego.

Un momento.

Una situación.

Una oración.
Eso era todo lo que se necesitó para que el mundo de una persona se
volviera loco.

211
Starlet

—Nunca estás aquí antes que yo. Supongo que necesitas faltar a la escuela
la mayoría de las veces para que llegues a tiempo, ¿eh? —bromeé mientras
entraba a la sala de estudio para encontrar a Milo sentado allí.

Me sonrió, pero se sintió mal. La sonrisa no eliminó la desolación de sus


ojos. Algo le preocupaba.

Eso era lo malo de enamorarse de una persona: notabas cada pequeño


detalle sobre ellos. Lo que significaba que podías saber cuándo algo estaba
mal.

—¿Qué ocurre? —pregunté, dejando mi bolso en el suelo.


212
—Nada. Sólo cansado, eso es todo.

—¿Cómo te fue en la cita con el oculista?

—Estuvo bien —indicó con una pequeña sonrisa—. ¿Tú cómo estás?

Entrecerré los ojos.

—¿Cómo estás?

Se rio, pero no era su risa normal. El sonido me inquietó.

—No se puede responder una pregunta con otra pregunta.

—Seguro que puedo. —Tomé asiento—. ¿Estás feliz hoy?

Sus palabras decían que sí, pero su sonrisa me decía que no. Sin embargo,
si había aprendido algo sobre Milo, era no presionarlo cuando no estaba listo
para abrirse.

—Ya terminé mi tarea de toda la semana —afirmó—. Podría haberte dicho


eso a través de un mensaje de texto, pero sólo quería verte.

Las mariposas comenzaron a revolotear.


Una ráfaga de malditas mariposas.

—Oh. Bueno. Bueno, ¿qué vamos a hacer durante la próxima hora más o
menos?

—Esto va a sonar estúpido, pero… —Se inclinó hacia delante y juntó las
manos—. ¿Podemos mirarnos el uno al otro por un rato?

—Milo. ¿Qué ocurre?

—Nada. Todo está bien.

—Estás mintiendo.

—Estoy mintiendo.

—Dime qué pasa.

Su voz se quebró y aclaró su garganta. Sus ojos se pusieron vidriosos y se


llenaron de emociones.

—Star —susurró.

—¿Sí? 213
Sus labios se separaron, pero vaciló. Sus cejas se fruncieron, y juro que un
destello de tristeza cruzó su mirada, pero desapareció tan rápido que ni
siquiera estaba segura de que realmente ocurrió.

—¿Qué es? —cuestioné.

—Creo que estoy quedándome ciego.

Me quedé inmóvil en el lugar por unos momentos antes de hablar.

—¿Que acabas de decir?

—Creo que estoy quedándome ciego.

Dijo las mismas palabras otra vez, y. aun así, no se registraron.

—Disculpa, ¿qué? —pregunté una vez más.

—Estoy...

—No, tú no lo estás —interrumpí.

Mi voz se quebró.
Mi corazón también.

Milo hizo una mueca y estudió sus dedos inquietos antes de volver a
mirarme.

—Se llama retinitis pigmentaria. Me enteré de ello en la cita con el oculista.


Tengo que ir con un especialista para que lo diagnostique oficialmente, pero
estoy seguro de que es así. Y con el tiempo, mi visión sólo empeorará.

—¿Así que no es seguro? ¿No es algo garantizado?

Sonrió, pero no era una sonrisa feliz. Era la sonrisa más triste que jamás
había visto.

—Está bien, Star.

—No, no está —espeté severamente.

—Sí, está —respondió con calma.

Ahogué una risa que estaba empapada de dolor.

—Cállate, Milo.
214
—Star...

—¡No! —grité—. Tú estás bien. Dijiste que la cita de la vista estaba bien
cuando te presentaste hoy. ¡Tú dijiste eso! Eso fue lo que dijiste.

—No llores.

—No lo hago.

—Lo haces.

Oh.

Sin embargo, ¿cómo se suponía que no iba a llorar? ¿Cómo se suponía que
iba a mantenerme fuerte cuando estaba diciéndome las noticias más
desgarradoras que jamás había escuchado? ¿Cómo se suponía que iba a estar
bien?

—Amigo secreto, nueva regla —solicitó—. No llores cuando sepas que Milo
se está quedando ciego.

—No puedes jugar la carta del amigo secreto conmigo.

—Sí, puedo porque no puedo soportar verte llorar sin que quiera
desmoronarme, y no puedo desmoronarme. Al menos, no hoy. Por favor.

Enjugué mis ojos y trabajé lo mejor que pude para recuperarme. Porque
una vez que se creaba una regla de amigo secreto, uno se veía obligado a hacer
lo que se le pedía, incluso cuando era difícil.

Suspiré.

—¿Cuántos médicos tienes que consultar?

—Sólo uno más.

—Deberías ver más. Deberías obtener múltiples opiniones.

¿Su sonrisa? Aún rota.

—Uno será suficiente —juró.

—Pero...

—Será suficiente, Star.

Negué con incredulidad.


215
—¿Qué dijo tu papá?

—Él no lo sabe. Nadie lo sabe. Sólo tú.

—Milo… tienes que decirle. No puedes pasar por esto solo.

—Ya no voy a pasar por esto solo. Te lo dije.

Quería discutir con él. Quería decirle lo egoísta que era guardarse esto
para sí mismo, mantenerlo entre los dos. Pero no podía pelear con él porque
todo lo que quería hacer era estar ahí para él.

Sollocé.

—¿Cómo puedo ayudar?

Sus ojos brillaron con emociones y se aclaró la garganta varias veces antes
de parpadear repetidamente. Cuando su mirada se encontró con la mía, la
sonrisa en su rostro ya no parecía tan rota. Parecía relajada y segura.

—¿Puedes sentarte un minuto más y dejar que te mire? —preguntó—.


Quiero mirar las cosas más importantes de mi vida un poco más a menudo
últimamente. Sólo diez minutos más o menos.
Mi Milo... mi amigo secreto favorito.

Acerqué mi silla a su lado de la mesa, colocándola directamente frente a él,


y tomé asiento. Con manos temblorosas, alisé mi ropa, aclaré mi garganta y
luego clavé mis ojos en los suyos. En sus hermosos, hermosos y profundos ojos
color marrón verdoso.

No dijimos nada mientras nos mirábamos a los ojos.

No hicieron falta las palabras, porque lo único que pedía era verme diez
minutos.

Diez minutos después, nos quedamos quietos.

Quería llorar.

No lloré.

Quería gritar.

Ni siquiera susurré.

Mi mano se extendió hacia él, y él la tomó. Nos tomamos de la mano


durante otros diez minutos más o menos. Vi un ligero temblor en la comisura
216
de su boca, pero se aclaró la garganta y calmó sus nervios. Deseaba poder
meterme en su cabeza y leer sus pensamientos solitarios. Deseaba poder
perder la vista en lugar de que él perdiera la suya.

No parecía justo. No parecía correcto.

Él estaba mejorando.

Él estaba aprendiendo a respirar de nuevo.

¿Cómo se atreve el mundo a intentar que se ahogue una vez más?

Después de que terminamos nuestro tiempo en la biblioteca, le ofrecí


llevarlo a casa, ya que él no podía conducir de noche. Rechazó la oferta y dijo
que le vendría bien el aire fresco.

—Además, ¿cómo se vería eso, profesora? —susurró, deslizando sus manos


en sus bolsillos—. ¿Y si alguien nos viera conduciendo juntos?

Él estaba en lo correcto.

Odiaba que tuviera razón.

Sus labios se convirtieron en una pequeña sonrisa.


—No estés triste, Star.

Sonreí, negando mientras me detenía frente a mi auto.

—No me consueles cuando se supone que debo consolarte a ti.

—Estás consolándome.

—¿Cómo?

—Sólo por existir.

Dio un paso hacia mí. Probablemente demasiado cerca, pero no me alejé.


Los sentimientos que tenía por este hombre sólo se intensificaban a medida
que se acercaba, y quería sentirlo todo. Era como una ola rompiendo en medio
de un desierto. Refrescante y prohibido.

Su boca se abrió cuando su mano rozó ligeramente la mía. Su voz bajó una
octava cuando dijo, —Un día, te amaré en voz alta y será el mejor día de mi
vida.

—Milo…

—Lo prometo, Starlet. Lo prometo.


217

Y ahí fue exactamente cuándo empezó mi amor por Milo Corti.

Después de que él se fue, subí a mi auto, quedándome sentada allí por un


rato, sin encenderlo. Me derrumbé por él, llorando en las palmas de mis
manos, sin entender por qué la vida tenía que ser así.

Conduje hasta casa e investigué sobre la retinosis pigmentaria durante el


resto de la noche.

No pude dormir. Mis pensamientos corrían a un millón de millas por hora.


Ni siquiera podía imaginar lo que los pensamientos de Milo estaban haciéndole.

Alrededor de las dos de la mañana, le envié un mensaje.

Starlet: ¿Estás bien?

Esperaba que estuviera durmiendo, pero en cuestión de segundos, recibí


un mensaje de vuelta.
Milo: Bien.

Milo: Vete a la cama, profe.

Suspiré.

De acuerdo.

218
Milo

Me preguntaba cómo se vería para los demás: el mundo. ¿Qué vieron ellos
que mis ojos se perdieron? Me preguntaba si alguna vez había visto el mundo
como se suponía que debía ser visto. Nunca supe que tenía un problema, que
yo probablemente era parte del problema. Solo asumí que todos veían todo a
través de la misma lente que yo.

¿Cómo eran sus azules? ¿Y sus verdes? ¿A qué distancia de ellos podían
ser testigos? ¿Cuáles eran sus perspectivas sobre la vida y cómo yo había
pasado tanto tiempo sin saber que era diferente?

Últimamente, sentí como si mirara todo desde un nuevo punto de vista.


Estudiaba las cosas por más tiempo; animales, personas y plantas. Acercaba 219
los objetos más que antes. Una vez que supe que podría perder la visión para
siempre, miré la vida a través de un par de ojos diferentes, sonaba como un
cliché. El problema era que no estaba seguro de que lo que veía era lo que se
suponía que debía ver.

También revisé una caja de fotografías que estaba al fondo de mi armario.


Eran una colección de fotografías de mis padres y mías. Las revisaba de vez en
cuando durante el último año, cuando sentía que extrañar a mamá era
demasiado fuerte. Algo sobre verla en fotos y ser testigo de su sonrisa era
suficiente para ayudarme a superar algunos de los días más difíciles.

La idea de que algún día no tendría esa fuente de conexión con ella estaba
aterrorizándome. No quería olvidar su sonrisa. Sus ojos. A ella. Me aterrorizaba
olvidarla.

Cuando llegó el momento de la siguiente cita para mi examen de la vista,


de alguna manera logré que papá me llevara a la cita con el médico, donde
esperó en el vestíbulo a que terminara. Cuando entré en el espacio de la
oficina, sentí náuseas. Era como si ya supiera lo que venía, sin embargo,
estaba aterrorizado escuchar las palabras que salían de la boca del doctor.

Todo se sentía como si se moviera tanto a cámara lenta como a alta


velocidad. No podía controlar la situación y mis ojos estaban cansados de ser
dilatados y examinados repetidamente.

Seguí parpadeando, tratando de quitarme de encima la extraña sensación


que tenía.

Luego, por un rato, estuve sólo en la sala de examen.

Sentado allí, sintiendo una dolorosa sensación de soledad. Sabía que


cuando regresara el médico, tendría los resultados para mí. No estaba seguro
de estar listo para escuchar el diagnóstico.

Regresó con una sonrisa que me dijo todo lo que necesitaba saber.

—Muy bien —afirmó—. Ya están los resultados... pero primero, ¿tienes un


familiar en el vestíbulo al que te gustaría traer para que escuche toda la
información contigo?

Esa fue su forma amable de decir: “Te estás quedando ciego, por lo que es
posible que necesites un sistema de apoyo”.

—Mi papá está ahí fuera —mencioné.

Asintió. 220
—Si quieres, puedes ir a buscarlo y traerlo contigo.

Me sentí idiota por querer que mi padre entrara en esa sala de examen
conmigo. Crecí lo suficiente como para poder manejarlo por mi cuenta, pero
una gran parte de mí quería su apoyo.

Sin embargo, desearía que fuera mamá. Preguntándome si alguna vez


dejaría de desear que fuera mamá.

Sin pensarlo mucho, me levanté de la silla y salí al vestíbulo para


encontrar a mi padre. Mientras miraba a mí alrededor, me di cuenta de que ya
no estaba sentado esperándome.

Revisé en los baños, pero todos estaban vacíos. Le envié un mensaje de


texto, pero no recibí respuesta. Salí para ver si tal vez se había tomado un
descanso para fumar un cigarrillo, pero mi estómago se encogió cuando miré al
otro lado del estacionamiento para darme cuenta de que su auto no estaba.

Antes de caminar de regreso a la oficina, saqué mi teléfono y abrí mis


contactos. Mi dedo se cernió sobre el nombre de Starlet por un momento. Era
ella a quien quería en ese momento. Era ella a quien necesitaba. Pero ella
estaba estrictamente fuera de los límites por su propio bien. Si llamaba,
aparecería. No tenía preguntas ni dudas al respecto. Sin embargo, no podía
arruinar su mundo únicamente porque el mío era un desastre. Nunca añadiría
daño a su vida si pudiera evitarlo. Aun así, deseaba que ella estuviera aquí
conmigo. Era buena para hacer que las cosas malas dolieran un poco menos.

Guardé mi teléfono y regresé a la oficina del doctor, sintiéndome como un


completo idiota, y volví a sentarme. Aclaré mi garganta.

—Lo siento. Surgió algo y tuvo que irse.

La vergüenza no era suficiente para expresar cómo me sentía.

Me sentía solo.

Estaba solo.

Y estaba a punto de perder la visión.

***

Mi padre nunca regresó a recogerme. Terminé usando una aplicación para 221
pedir que me llevaran a casa, y cuando llegué allí, papá no estaba por ninguna
parte otra vez. Pasé horas enfureciéndome por el hecho de que el imbécil ni
siquiera podía ser padre por más de quince minutos. Cuando más lo
necesitaba, ni siquiera se molestó en quedarse.

Mi rabia sólo aumentó con el paso del tiempo porque, por alguna razón,
era más fácil para mí estar enojado con mi padre que lidiar con la realidad de
mi situación.

Lo odiaba.

Sabía que debería haberle dado el beneficio de la duda, como dijo Weston,
pero no podía ni esforzarme para dárselo.

Que se joda por no estar ahí para mí.

El padre equivocado murió.

Ese fue uno de mis pensamientos más oscuros que cruzaron por mi mente,
sintiéndome como un imbécil por siquiera pensar en ello. Pero lo tuve.
Sintiéndome aún peor porque lo creía. ¿En qué clase de monstruo me convirtió
eso? ¿Qué decía eso sobre mi carácter?
Cuando papá tropezó en la casa alrededor de las siete de la noche, estaba
completamente borracho. Sentí una cierta rabia acumularse dentro de mí,
mirando la forma en que estaba. Qué egoísta de su parte ponerse al volante de
esa manera. Era como si no tuviera ninguna preocupación en el mundo por las
otras personas en el camino. Por cómo su forma de conducir podría haber
causado que otro perdiera la vida.

Así fue como Starlet perdió a su madre. Una persona se puso al volante
pensando que estaba bien y claramente no lo estaba. Personas como mi padre
eran la razón por la que personas como Starlet ya no tenían a sus seres
queridos.

Dejó caer las llaves segundos después y se rascó su salvaje barba. Cuando
levantó la vista, sus ojos estaban inyectados en sangre. Parecía un muerto
viviente.

—Me dejaste —murmuré. Ni siquiera sabía por qué estaba hablando con él
porque era obvio que no estaba en un estado de ánimo claro.

—Lo lamento. Salí corriendo a tomar un trago, y cuando regresé, supongo


que te habías ido.

—No llamaste. 222


—Mi teléfono murió. Olvidé cargarlo.

—¿Dónde has estado desde entonces? La cita fue hace horas.

—¿Qué es esto? ¿Un interrogatorio? No olvides quién es el padre aquí,


muchacho.

Pasó junto a mí hacia la cocina y abrió la nevera para tomar otra cerveza.
Eso era lo que no necesitaba: más veneno para su alma.

Tal vez yo era un hipócrita, ya que yo también bebía, pero no como él.

Nunca como él.

—¿Cómo fue esa cita con el oculista, de todos modos? —preguntó mientras
se dejaba caer en el sillón reclinable de la sala de estar. Eructó mientras abría
la lata y tomaba un largo trago.

Lo miré por un momento, considerando qué decirle.

Estoy quedándome ciego, papá, y tengo miedo. Estoy quedándome ciego,


papá, y te necesito. Estoy quedándome ciego, papá, y no sé cómo lidiar con esto
sin ti a mi lado. Estoy quedándome ciego y echo de menos a mamá. La extraño
tanto que me duele respirar. Y te extraño a ti aún más, a pesar de que estás aquí
mismo en la habitación conmigo.

Esas eran las palabras que quería decir.

Esas eran las verdades de las que deseaba poder hablar.

En cambio, dije:

—Bien. Voy a hacer mi tarea.

—De acuerdo —dijo—. Mantén esas calificaciones altas, ¿quieres? No seas


tonto.

No respondí porque sabía que no era mi padre quien estaba hablando. Ese
era un hombre que se entregó a sus demonios. Lo vi ser desgarrado día tras
día, y no había nada que pudiera hacer para ayudarlo.

Esa noche dormí con las luces encendidas. Cuando sonó mi alarma por la
mañana, todavía no sentía nada más que oscuridad.

Mientras iba al lago por la mañana para ver el amanecer, me sorprendió


ver a una persona sentada en mi banco. A medida que estaba acercaba, se giró 223
hacia mí y sentí un tirón en el pecho. Allí estaba ella, sentada en mi lugar más
sagrado, esperándome.

El alivio que me invadió se sintió como un bálsamo calmante para mi alma


cansada. ¿Cómo lo sabía Starlet? ¿Cómo sabía que la necesitaría esta mañana?
Mis ojos escocían, y mis rodillas casi se doblaron mientras caminaba en su
dirección.

Sonreí un poco, casi avergonzado de mostrar cuánto significaba para mí su


presencia allí.

—Hola, profesora.

Starlet estaba abrigada, frotándose las manos.

—Buen día.

—¿Qué estás haciendo aquí?

—Escuché que este lugar tiene los mejores amaneceres.

—Puedo corroborar ese hecho. Desde luego.

Tomé asiento a su lado, tan cerca que nuestros cuerpos se rozaron el uno
contra el otro. El lago estaba semi congelado. Algunas áreas tenían agua
corriente, mientras que otras eran grandes trozos de hielo sólido. Muy pronto,
la primavera se extendería y lo derretiría todo.

—¿Cómo encontraste este lugar? —pregunté, confundido por cómo lo había


descubierto.

—Me dijiste que estaba escondido del mundo, y deambulé por un rato.
Luego encontré el banco con las iniciales de tus padres. Sabía que estaba en el
lugar correcto.

Mis dedos trazaron las iniciales lentamente. A menudo me preguntaba qué


emociones había en los corazones de mis padres cuando tallaron sus nombres
en la madera.

—¿Estuviste despierto toda la noche en tu buscador? —le pregunte.

—No —afirmó rápidamente—. Eso sería ridículo.

Arqueé mi ceja.

Suspiró.
224
—Sí, lo estuve.

—Imaginé que eso sucedería.

Se giró hacia mí y puso una mano en mi pierna.

—Milo, vas a estar bien. Pase lo que pase, nosotros encontraremos la mejor
forma de vida para ti.

Nosotros.

Lo dijo sin esfuerzo, como si no tuviera planes de ir a ninguna parte. Si


alguna vez hubo un momento en mi vida en el que necesitaba escuchar la
palabra nosotros, era justo en este momento y aquí.

Sonreí un poco y asentí.

—Todo va a salir bien —afirmé, usando la frase que me dijo que su padre
siempre usaba con ella.

—Sí exactamente. Todo va a salir bien.

—Tengo miedo —confesé.

—Eso tiene sentido —respondió ella—. Yo también tengo miedo.


Bajé la cabeza y miré mis manos.

—No quiero ser una carga extra para tu vida, Starlet. No quiero que sientas
que tienes que ir a investigar ni nada. Puedo hacer esto por mi cuenta.

—Sé que puedes —estuvo de acuerdo—, pero eso no significa que tengas
que hacerlo.

—Eres lo mejor que me ha pasado. —Las palabras salieron de mi lengua


tan fácilmente como si estuvieran hechas únicamente para que las escucharan
sus oídos. Sus ojos se pusieron vidriosos antes de que ella se inclinara hacia
mí y descansara su cabeza en mi hombro. Nos sentamos allí en la oscuridad,
esperando que saliera el sol. Estuvimos en silencio por un rato hasta que
continúe—. El médico recomendó que usara un bastón para evitar que choque
con cosas.

—Es una buena idea.

—Todavía no estoy ciego. La gente me mirará como si estuviera loco.

—¿Desde cuándo a Milo Corti le importa lo que piense la gente?

Sonreí. 225
—Desde que se enteró que se está quedando ciego. No creo que lo necesite.
Aún no. Resulta que podrían pasar años antes de que mi visión se desvanezca
por completo.

Se enderezó e inclinó la cabeza.

—¿Qué es lo que más te asusta de eso?

—Actualmente, sólo hay dos cosas, de verdad. No poder ver el amanecer y


no poder verte a ti.

Puso sus manos contra mi rostro y me atrajo hacia ella. Sus labios se
posaron en los míos, besándome lentamente. Su frente se posó sobre la mía y,
mientras cerraba los ojos, susurró:

—Te veo, Milo. Incluso con los ojos cerrados.

Fijé mi mirada y suspiré.

—Yo también te veo.

Vimos el amanecer juntos y se sintió muy intenso esa mañana.


—¿Sabes que es lo que más me gusta de los amaneceres? —preguntó.

—¿Qué es?

—Incluso cuando no puedes ver el amanecer, puedes sentirlo. Todavía está


ahí para ti. Hay un cierto cosquilleo en el aire, como magia ondulando en la
atmósfera que te rodea. El calor del sol calienta tu piel después de haber
estado encerrado tiempo en el anochecer. Tu piel casi puede sentir las
sensaciones de cada color. —Cerró los ojos e inclinó la cabeza hacia el cielo—.
Los amarillos, los naranjas, los azules y los morados. Es como si el amanecer
estallase sobre ti.

Sus ojos se abren. Ella sonríe cuando se gira hacia mí y menciona:

—No tienes que ver el amanecer para ser testigo de su belleza. Puedes
sentirlo contra tu alma.

Apoyé mi frente contra la de ella y besé sus labios lentamente.

—Te sientes como el sol para mí —susurré. Ella era lo que me mantenía
caliente.

Sus labios se separaron contra los míos mientras hablaba. 226


—¿Puedo volver para reunirme contigo mañana?

—Y al día siguiente —aseguré—. Y el día después de ese...

Y el día después de ese.


Starlet

El otro día, obtuve una C en mi trabajo de inglés.

Mamá se habría decepcionado de mí. La Starlet que había sido hace unas
semanas también se habría decepcionado de mi yo actual. Pero últimamente,
me sentía desconectada de mi educación y de mi antigua yo. Había estado
yendo y viniendo en mi mente preguntándome si mis elecciones de vida eran
realmente mías. ¿O estaba tratando de aferrarme al legado de mi madre tanto
como fuera posible? ¿Estaba tratando de ser una copia al carbón de la mujer
que amaba más que nada porque la extrañaba profundamente? ¿Estaba
deshonrándome a mí misma al esforzarme tanto por honrarla? ¿Es esto lo que
ella hubiera querido para mí? ¿Habría querido que me perdiera en un intento
de encontrarla? 227
Esa era una conversación complicada conmigo misma porque si no era la
persona que pensaba que había sido antes, entonces, ¿quién era yo? ¿Cuáles
eran mis gustos? ¿Cuáles eran mis necesidades? ¿Qué me hacía feliz? Pensé
que tendría algunos años antes de encontrarme con mi crisis del cuarto de
vida. A decir verdad, pensé que me saltaría cualquier crisis de la vida porque
tenía todo planeado al pie de la letra. Eso era todo hasta que conocí a Milo
Corti, quien puso mi mundo de cabeza. ¿O mi mundo estaba al revés todo el
tiempo, y él fue quien me puso al derecho por primera vez en años?

Whitney no volvió a preguntarme por Milo. Eso fue porque le di la


impresión de que él y yo habíamos terminado de hacer lo que fuera que
habíamos estado haciendo. No estaba mintiendo sobre lo que estaba pasando
entre Milo y yo, pero no estaba compartiendo toda la verdad.

La omisión de la verdad sigue siendo una mentira, Starlet.

Mi mente se sentía como si estuviera en una lucha de ida y vuelta entre


hacer lo que estaba mal y lo que estaba bien. Traté de no pensar demasiado en
eso porque la culpa de todo eso me carcomía. Algunos días cuando me miraba
en el espejo, no sabía a quién miraba. Sentía como si estuviera en medio de
una gran división de personalidad. Estaba cambiando de la chica buena que
siempre había sido a otra cosa, lo que me asustaba.
Preguntándome si mi madre estaría orgullosa de mis cambios o
decepcionada por lo mucho que estaba desviándome del camino original.
Preguntándome si estaba avergonzada de cómo había estado actuando. No
estaba comportándome como ella se habría comportado, lo que creaba un
fuerte nivel de culpa que no estaba segura de saber cómo manejar. Cuando
permitía que mi mente se calmara por el éxtasis que Milo me dio, me sentaba
con tanto remordimiento y vergüenza cuando me permitía estar
emocionalmente sobria.

Mamá nunca se hubiera enamorado del chico prohibido.

Ella nunca habría tenido una aventura de una noche.

Ella nunca habría ido a una fiesta de fraternidad.

Ella hubiera sido mejor que yo, y hubiera querido algo mejor para mí.

Siendo realistas, sabía lo que se suponía que debía hacer. Se suponía que
debía alejar a Milo. Se suponía que nunca lo dejaría entrar tanto como lo había
hecho. Yo era mejor que eso. Yo era la chica responsable que siempre había
hecho lo correcto. Sin embargo, parecía que mi mente se apagaba cada vez que
estaba cerca de él. Todo lo que quería hacer era estar cerca de él. Para tocarlo.
Sostenerlo. Para ayudarlo a superar sus luchas actuales. Me asustaba lo 228
mucho que estuviera preocupaba por él en tan poco tiempo. Me asustaba que
costara concentrarme en mi propia vida porque estaba pensando demasiado en
la posibilidad de una vida con Milo después de que se graduara.

Cuando reunía un poco de valor para alejarlo, caminaba hacia la biblioteca


y veía su mirada fija en mí. Sus labios sonreirían y diría, “Hola, profesora”. Y el
coraje que había tenido se esfumaría. Sabía que estaba jugando con fuego,
pero no tenía miedo de quemarme por alguna razón.

Además, él me hacía sentir viva. No sabía que no me sentía viva desde que
mamá falleció. Pasé años caminando aturdida, moviéndome en piloto
automático, tratando de ocultar mi dolor convirtiéndome en una perfeccionista.
En mi mente, puede que no haya sido capaz de controlar la muerte, pero podía
controlar mi vida con estrictas pautas. Sin embargo, de alguna manera esa
guía fue destruida en el momento en que conocí a Milo.

No sabía que podía sentir tanto por otra persona. Mirando hacia atrás,
apenas dejé entrar a John. Era sólo un peón en el juego de ajedrez que había
estado jugando con mi vida. Había estado dirigiendo cada movimiento para
protegerme, para proteger a la reina de ser lastimada nuevamente.

Tal vez por eso me esforcé tanto por convertirme en mi madre, porque si yo
fuera ella, no podría lastimarme. Si fuera yo misma, mi verdadera auténtica yo,
podría romperme. Podría quebrarme. Podía afligirme tan profundamente por
las cosas más duras, y eso me asustaba.

Enamorarse de Milo era aterrador porque la vida no prometía que todo


estaría bien. No hacía promesas en absoluto. Si la vida hiciera promesas,
entonces Milo estaría bien. No estaría pasando por sus luchas actuales, que
parecían extremadamente injustas.

Él se está quedando ciego.

Mi pecho dolía cuando pensaba en su diagnóstico.

Todo lo que quería hacer era asegurarme de que él estaba bien, lo que
significaba que muchos de mis pensamientos estaban envueltos en él. Él no
hablaba de eso a menudo, pero sabía que la posibilidad de que perdiera la vista
devoraba sus pensamientos. También devoraba los míos. Cuanto más tiempo
pasábamos juntos, más conectados nos volvíamos. Cuanto más le dolía a él,
más se derrumbaba mi corazón.

Pasé mucho tiempo en línea investigando diferentes centros especializados.


Mirando las pruebas clínicas que estaban realizando en los Estados Unidos y
leyendo todos los artículos sobre la retinosis pigmentaria. Muchas personas la
describían como si estuvieran mirando a través del agujero de una pajilla. Sólo 229
veían poco, con oscuridad a su alrededor. Se sumaban tantas cosas, como que
no podía ver las estrellas cuando estábamos en el norte, como tropezaban con
las cosas la mayoría de las veces y como les costaba leer novelas.

No era justo.

Odiaba que la vida no fuera justa.

Un miércoles cualquiera al final de la mañana, Whitney entró en nuestro


dormitorio y arqueó una ceja cuando me vio poniéndome el abrigo de invierno.
Miró su reloj.

—Oye, ¿qué haces aquí? ¿No estás normalmente en clase?

—Voy a saltármela hoy —confesé mientras subía la cremallera de mi


chaqueta.

Entrecerró los ojos.

—¿Saltártela? Nunca te has saltado clases. Literalmente fuiste a tu clase


de psicología cuando tuviste una intoxicación de alimentos el semestre pasado.

Sus palabras aterrizaron en mis entrañas, y la culpa comenzó a girar en


espiral. Ella tenía razón. Debería haber estado en clase.
Mire el tablero que tenía al lado de mi espejo hasta el suelo. Negué, lo
saqué y lo tiré boca abajo sobre mi escritorio.

—Sí, bueno, no soy exactamente la misma Starlet que era el semestre


pasado.

—Star… —Se acercó y colocó una mano reconfortante en mi brazo—. ¿Qué


está sucediendo?

Giré para encontrarme con su mirada, y las lágrimas inundaron mis ojos.
Negué.

—Sólo necesito escapar. Sólo necesito…

A mi mamá. Necesitó a mi mamá. Me sentía muy débil y perdida. No sabía


qué hacer conmigo misma, y mamá no estaba allí para guiarme. Ella hacía
años que se había ido. ¿Cómo era posible que todavía sintiera que la
necesitaba todos los días?

Tomé una respiración profunda.

—Creo que voy a ir en auto a Pewaukee para hacer una excursión.


230
Los labios de Whitney se separaron mientras se levantaba ligeramente
atónita.

—¿Hay algo que pueda hacer para ayudar? ¿Estarás bien conduciendo
hasta allí? Pareces molesta.

—Estaré bien. Gracias.

—Puedo ir contigo —ofreció.

—Tienes clases hoy.

Ella ofreció una pequeña sonrisa.

—A diferencia de tu vieja yo, estoy más que bien saltándome una clase o
dos.

Dejé escapar una pequeña risa y luego aclaré mi garganta.

—¿Whitney?

—¿Sí?

—Si te dijera que todavía estoy saliendo con Milo, ¿qué me dirías que
hiciera? —susurré—. Y si te dijera que se está quedando ciego y que está
luchando, ¿qué me dirías que hiciera?

Su mano todavía estaba en mi brazo, el consuelo seguía siendo entregado.

—Depende. ¿Quieres a tu mejor amiga dura y veraz o a tu mejor amiga


suave y veraz?

Sonreí en silencio mientras las lágrimas caían de mis ojos.

—Pensé que sólo tenías la versión dura y veraz.

—Eso fue hasta que vi cómo fue nuestra última conversación. A veces, las
personas no necesitan duros golpes de la realidad. A veces necesitan a alguien
de su lado que sea amable con ellos. Y siempre estaré en tu esquina, Star.

—¿No importa qué?

—No importa qué. —Bajó la cabeza y se mordió la uña del pulgar—. ¿Se
está quedando ciego?

—Sí. Se acaba de enterar.

—Dios mío. Eso es difícil. ¿Y todavía te estás enamorando de él?


231
—Creo que ya estoy.

—¿Cómo el amor de cachorro o el amor de verdad?

—De verdad, verdad.

Ella sonrió. Era una sonrisa suave y tímida, pero estaba allí.

—Bien, entonces. Regresando a tu pregunta. Si me dijeras que sigues


viendo a Milo, ¿qué te diría que hicieras…? —suspiró y se pasó la mano por la
frente—. Te diría que tengas cuidado con tu corazón, pero aun así deja que te
guíe.

Sonreí.

—Gracias, Whit.

—Siempre. Además —se secó las lágrimas—, tenías más que merecido un
buen giro en la trama de la historia de tu vida. Creo que yo estaba realmente
asombrada cuando me lo dijiste por primera vez. Además, tú, mi amiga, de
todas las personas, mereces enamorarte. Especialmente de un chico
doblemente ardiente.
Milo

Cuando mamá se enfermó, nos dieron una línea de tiempo inestable de


acontecimientos. Algunos días se movían lentamente, y otros pasaban a toda
velocidad. En su mayor parte, los días buenos eran los que pasaban en un
abrir y cerrar de ojos. Los malos parecían durar para siempre. Verla empeorar
día tras día fue la parte más dura para mí. No había nada más desgarrador que
ver desaparecer a alguien a quien amas.

Lo desconocido era incierto porque algunos días parecía ser ella misma.
Como si fuera a ganar su batalla.

Descubrir que estaba perdiendo la vista hacía que recordara un poco esa
misma sensación. Una línea de tiempo inestable de acontecimientos. El 232
problema de ser diagnosticado con retinosis pigmentaria es que pueden pasar
años antes de que empeore o días. No había manera de saber qué tan pronto se
desarrollaría el progreso de la pérdida de la vista. No sabía si estaba
adelantándome demasiado al pensar en usar un bastón. No sabía cuánto peor
podía ponerse. No sabía qué limitaciones debía ponerme a mí mismo. Estaba
perdido en una nube de confusión y asustado de que existiera la posibilidad de
que una mañana me despertara en un mundo de oscuridad. O que un día
parpadearía y no aparecería nada.

Todo se sentía abrumador, pero sabía una cosa. Ya no confiaba en mí


mismo conduciendo. ¿Qué pasaría si todo se volvía negro como había pasado
en clase? ¿Qué pasaría si pusiera en peligro la vida de otros al estar en la
carretera? Estaba perdiendo el sentido de la independencia, y eso me destrozó
más de lo que pensaba. No era bueno pidiendo ayuda. Eso nunca fue fácil para
mí.

—Necesito que me lleves a la escuela todos los días, —espeté. Esas


palabras se sintieron ridículas cuando salieron de mi boca. Papá se sentó en el
sofá, lo que parecía ser su norma cada vez que estaba en casa. Nunca había
dormido en su habitación desde que mamá falleció. Siempre lo encontraba
noqueado en ese sofá. Acudir a él en busca de ayuda se sentía loco, viendo
cómo apenas podía ayudarse a sí mismo.
—¿Qué pasa con tu auto? —preguntó.

—Nada. Simplemente no puedo conducir.

—¿Porque diablos no? ¿Recibiste una multa o algo? ¿Qué hiciste?

Una ráfaga de ira me invadió, pero hice todo lo posible para mantener la
calma.

—No hice nada malo.

—Claramente, lo hiciste si no se te permite conducir.

—No, no lo hice. Habrías sabido la razón por la que no puedo conducir si


no me hubieras abandonado en la cita con el oculista.

Hizo una mueca y negó.

—Regresé por ti. Tu trasero simplemente no fue paciente, eso es todo.

—Lo que sea. Necesito que me lleves a la escuela.

Se rascó la nuca.
233
—Estoy ocupado. Te conseguiré dinero para que puedas conseguir que
alguien te recoja. Tal vez uno de tus amigos pueda llevarte.

—Papá...

—Realmente no tengo ganas de ir y venir esta mañana, Milo. Son las siete
de la maldita mañana y...

—Estoy perdiendo la vista —solté, sintiéndome molesto y enojado con él. Ni


siquiera preguntó qué dijeron en la cita con el oculista. Ni siquiera había
cuestionado la razón por la que no podía conducir. No le importaba. Ni a una
sola parte de este hombre le importaba.

—Tonterías —respondió.

—Lo es. De eso se trató la cita con el oculista. Tengo este problema con la
vista y no hay cura.

—¿No pueden ayudar los lentes?

—No. Es más serio que eso.

Se sentó en el sofá.
—¿Cómo si te estuvieras quedando ciego?

Asentí.

Se aclaró la garganta. Dejó caer la cabeza y murmuró algo por lo bajo. Hice
una pausa para ver qué estaba diciendo o pensando exactamente. En cambio,
se levantó del sofá y pasó junto a mí.

—Voy a ir a lavarme. Te llevo en un minuto —señaló.

Se dirigió al baño y cerró la puerta detrás de él. Lo escuché golpear el


mostrador y decir “¡Maldición!” repetidamente.

Unos minutos más tarde, salió del baño, tomó sus llaves y caminó al auto.

—Vamos.

Fingí no darme cuenta de los ojos inyectados en sangre que tenía cuando
salió del baño. Se detuvo en la escuela y puso el auto en el estacionamiento. Se
giró hacia mí.

—¿Tienes más de esas citas?

—Tengo algunas, sí.


234

—¿Es tan serio?

—Sí. Es así de serio.

Dejó caer la cabeza y negó.

—¿Qué diablos se supone que debo hacer con esto? ¿Cómo se supone que
debo... este era el papel de tu madre? Estaba mejor preparada para…

—Ella se ha ido. —interrumpí—. Se ha ido, papá. Tienes que enfrentar ese


hecho.

—Lo sé. Lo sé, ¿de acuerdo? No tienes que recordármelo. Sé que ella est…
—Sus palabras se desvanecieron.

—Muerta —terminé—. Ella está muerta. Te guste o no, eres todo lo que
tengo, y te necesito ahora mismo. Te necesito, papá, ¿de acuerdo? Te necesito.

Las lágrimas comenzaron a caer de sus ojos, y sollozó. Enjugó su rostro.

—Bien. Está bien. Te escucho, ¿de acuerdo? Voy a estar allí. Te entendí.

Mi pecho se oprimió al verlo desmoronarse. Normalmente él me ocultaba


ese lado de sí mismo. Quería decirle algo para consolarlo, pero no pensé que
las palabras pudieran hacer eso. En cambio, le dije a qué hora pasar a
buscarme y accedió a estar allí. Existía la posibilidad de que volviera a no
presentarse. Pero esperaba que lo lograra.

Rezaba para que él estuviera allí para mí.

***

Cada noche antes de dormirme, recibía un mensaje de Starlet diciéndome


que estaba a mi lado. Ella era mi mayor animadora, ofreciéndome cualquier
forma de apoyo que pudiera darme. Cuando me sentía demasiado abrumado,
se reunía conmigo en el lago. Veíamos el amanecer juntos antes de que la
acompañara de regreso a su auto, le abrochaba el cinturón y robara un beso.
Ese beso me ayudaba a pasar el resto del día, la mayor parte del tiempo. Antes,
necesitaba sexo y alcohol para distraerme, pero ahora, todo lo que necesitaba
era a Starlet y sus besos. Starlet y su consuelo. Starlet. Todo lo que necesitaba
era a ella.
235
Nuestro horario de tutorías cambió debido a todas las citas que tenía frente
a mí, y las noches que no podía verla sólo hacían que deseara aún más las
mañanas.

Para mi sorpresa, papá comenzó a aparecer por mí. No sólo apareció para
recogerme de la escuela, sino que también me llevó a mis citas las siguientes
dos semanas. Se sentaba conmigo y hacía preguntas a los médicos cada vez
que yo no sabía qué preguntar.

Por primera vez en mucho tiempo, sentí que volvía a tener un padre. Tuve
un atisbo de esperanza para un futuro entre nosotros. Claro, no sería como
antes, pero podríamos tener una nueva normalidad. Como lo habían hecho
Starlet y su padre.

Al menos, eso fue lo que pensé antes de la noche de mi sesión de terapia de


grupo.

Mi médico nos recomendó buscar un terapeuta y considerar la terapia de


grupo con otras personas legalmente ciegas o en proceso de perder la visión. La
idea sonaba horrible, pero la acepté. Sabía que, si no lo hacía, caería más
profundamente en mi depresión, y eso no parecía ser lo más inteligente que
podía hacer. Además, la curiosidad de todo estaba ahí. Nunca había conocido a
una persona ciega, y egoístamente quería ver su vida.
La sesión grupal tuvo lugar en una sala de conferencias de un almacén que
se usaba para diferentes negocios. El espacio estaba iluminado con luces, lo
que marcaba una gran diferencia en mi visión. Noté que cuanto más brillantes
eran las luces, mejor podía ver la mayor parte del tiempo.

Se colocaron once sillas en un gran círculo y fui una de las primeras


personas en llegar. Escogí un asiento, y no pasó mucho tiempo para que la
gente ocupara los asientos a mi lado. A mi izquierda había un tipo mayor,
probablemente de sesenta y tantos años. Su nombre era Henry y perdió la vista
debido a problemas de salud. A mi derecha estaba un niño de unos diez años
llamado Bobby. Bobby nació ciego. Ver a alguien tan joven sin su visión hacía
que me sintiera un poco más culpable por quejarme de mis problemas de
visión.

—¿Quién está a mi izquierda? —preguntó Bobby, empujando su hombro


hacia mí y golpeándolo.

Aclaré mi garganta y giré hacia él.

—Soy Milo —anuncié en voz alta.

Bobby se rio.
236
—No tan alto. Estoy ciego, no sordo —bromeó. Haciéndome sentir como un
completo idiota, pero Bobby siguió con la conversación—. ¿Eres nuevo aquí?

—Sí, primera vez.

—¿Qué pasa con tus ojos?

Arqueé mi ceja.

—¿Disculpa?

—¿Qué tienen de especial tus ojos?

—¿Especial?

Dudé antes de responder con lo que pensé que estaba preguntándome.

—Eh, tengo retinitis pigmentaria.

—¡Oh, bueno! —exclamó Bobby—. Mi amiga Cate tiene eso.

—No veo qué tiene de bueno.

Hice una mueca.


—Sí, bueno, no lo ves porque estás ciego, amigo —respondió con una
risita.

¿Qué le pasaba a este chico?

Sacudió la cabeza levemente.

—Relájate un poco. No es como si el mundo a tu alrededor lo vaya a hacer


por ti. Todo lo que nos rodea puede ser oscuro, pero tu personalidad no tiene
por qué serlo.

—Está bien, bebé Yoda —murmuré, sin querer involucrarme más con el
estallido de optimismo sentado a mi lado. Quería revolcarme un poco más, no
hacer bromas inapropiadas sobre perder la vista con un niño ciego.

A Bobby no le importaba mi deseo de no involucrarme con él. Siguió


charlando.

—Nací sin ver. Algunas personas lo llaman una discapacidad congénita,


pero mi mamá lo llama mi superpoder. Algo así como Matt Murdock.

Arqueé mi ceja.
237
—¿Quién demonios es Matt Murdock?

—¡Amigo! ¿Estás bromeando? Matt Murdock, también conocido como


Daredevil. Además, también conocido como el mejor superhéroe de todos los
mundos de Marvel. Es un superhéroe ciego. Él es asombroso.

—No escuches al niño —se quejó el chico a mi izquierda—. Simplemente


habla mucho sobre cualquier cosa. Odio la idea de que la gente haga referencia
a los superhéroes cuando hablan de que somos ciegos. Es como si trataran de
darnos un regalo de lástima o alguna mierda.

Bobby suspiró.

—No escuches al viejo gruñón, Henry, que está allá. No ha sido feliz desde
1845.

Sonreí levemente.

Este niño era molesto pero divertido.

—Aprenderás rápido que nuestro pequeño grupo aquí tiene muchas


personalidades diferentes —exclamo una mujer, acercándose a mí. Ella
extendió su mano hacia mí—. Tú debes ser Milo. Soy Tracy, la líder del grupo.
Le estreché la mano.

—Encantado de conocerla,

—Yo también, Milo. Estoy feliz de que te hayas unido a nosotros. Creo que
descubrirás lo único y maravilloso que es este grupo. Creo que es gracioso que
de alguna manera estuvieras sentado entre los dos individuos más vibrantes de
nuestro grupo. Nos gusta llamarlos La pareja dispareja.

Henry refunfuñó:

—Es un nombre estúpido.

Tracy sonrió, susurrándome:

—Te dejaré adivinar cuál es Oscar y cuál es Félix. —Empezó a moverse


hacia su silla—. Hola a todos, es bueno tenerlos a todos de regreso para otra
sesión semanal. Tenemos un nuevo individuo que se une a nosotros, así que
hagamos nuestro mejor esfuerzo para no asustarlo. Todos, denle hoy la
bienvenida a Milo.

Todos me saludaron. Odiaba la atención sobre mí, así que estaba


agradecido de que Tracy cambiara la conversación de mi llegada a la discusión 238
general. Todos parecían tener sus propias personalidades fuertes y también se
reían mucho juntos. Aprendí cuánto tiempo habían estado lidiando con sus
problemas de visión y cuántos logros habían hecho a lo largo de sus vidas.

Por primera vez desde mi diagnóstico, sentí que estaba un poco menos sólo
y un poco menos asustado. Algunas de las cosas que esas personas habían
hecho en sus vidas eran realmente notables. La propia Tracy había corrido
medios maratones y escalado rocas. Otra persona abrió una panadería. Bobby
estaba convencido de que sería el próximo actor de Marvel en unos años. Por
su coraje, lo habría creído.

Cuando la sesión llegó a su fin, Tracy hizo que todos dijeran una o dos
palabras para describir cómo se sentían acerca de sus situaciones actuales. Se
lanzaron todo tipo de palabras. Feliz. Decepcionado. Atascado. Enojado.
Orgulloso.

Cuando llegó el momento de mis palabras, tragué saliva.

—Enfadado.

—Eso tiene sentido, Milo. ¿Quieres hablar sobre por qué elegiste esas
palabras? —preguntó Tracy.

Negué.
—No.

—Entonces eso también es genial. Gracias por compartir.

La sesión terminó y me alegré de que no me obligaran a compartir por qué


estaba enojado. Pero también estaba orgulloso de ser honesto en este
momento. Estaba enojado por mi situación actual. Sabía que era horrible para
mí sentir esto porque algunas de las personas en esta sala aparentemente lo
tenían más difícil que yo, pero sentí como si me hubieran robado una parte de
mi vida de la nada. No entendía qué clase de problema tenía la vida en mi
contra. No entendía por qué seguía golpeándome, tratando de noquearme, pero
estaba enojado por eso. Estaba enojado porque mi vista ya era mala y solo
empeoraría con el tiempo. Estaba enojado porque no había una cura. Estaba
enojado de que otros pudieran simplemente comprar un par de lentes y seguir
su camino. Estaba enojado porque la vida no era justa.

Tal vez eso era lo que más me molestaba.

—Escogiste buenas palabras —exclamó Henry, inclinándose en mi


dirección mientras comenzaba a levantarse de su silla—. Enfadado. Siento que
esas son mis palabras todos los malditos días: enfadado.

—Sí. Parecen ser mías, también. 239


—Escucha, chico. No pediste mi consejo, pero soy viejo y eso es lo que
hacen las personas mayores porque hemos pasado por suficiente situaciones
para saber suficiente. Así que escucha aquí. Sé que hoy escuchaste sobre todas
estas cosas increíbles que hizo la gente. Correr maratones, abrir tiendas,
querer ser superhéroes y toda esa basura, pero déjame decirte algo. No tienes
que hacer nada de eso, ¿de acuerdo? Puedes ser tú mismo. Y si eres un imbécil
al que sólo le gusta sentarse en su porche delantero y enviar a la gente a la
mierda, bueno, eso también es suficiente. No tenemos que ser una historia de
éxito para decirle a otros que digan, “¿Lo ves? ¡No soy menos que tú! ¡Yo
también puedo hacer estas cosas!” Porque no eres menos que los demás. Eres
humano, estás completo y no tienes nada que demostrarle a nadie. Si quieres
enojarte, enójate todo el tiempo que quieras.

Era como si mamá supiera que necesitaba una charla de ánimo hecha sólo
para mí, así que envió a Henry.

—Gracias, Henry, te lo agradezco.

—Henry tiene razón —añadió Bobby, uniéndose a nosotros—. Pero tú


siempre puedes ser Daredevil también. Las opciones para nosotros son
ilimitadas.
Henry hizo una mueca.

—¿Quieres callarte, chico? —gritó a Bobby.

—También te amo, Henry —respondió Bobby.

Me reí de los dos. Definitivamente eran una pareja extraña. Salí del edificio
para encontrar a papá todavía estacionado en el mismo lugar donde lo había
dejado. Un suspiro de alivio me recorrió mientras caminaba hacia el auto y
entraba.

Me brindó una sonrisa perezosa.

—¿Estás bien?

Asentí.

—Gracias por esperar.

—Sí, por supuesto, por supuesto. —Se pasó el pulgar por el puente de la
nariz—. Pero estás seguro de que estás bien, ¿verdad?

Mi pecho se oprimió un poco.


240
—Sí, papá. Estoy bien.

—De acuerdo. Eso es bueno. Está bien. Vamos a casa. Puedo pedirnos una
pizza o algo.

Encendió la radio y nos dirigimos a casa en silencio, pero ya no estaba tan


enojado como antes de subirme al auto con mi papá.

Él me preguntó si estaba bien.

Eso era más de lo que había hecho en mucho tiempo. Por una fracción de
segundo, sentí como si estuviera recuperando a mi padre. Claro, para el
mundo exterior, probablemente parecía lo mínimo de lo que debería haber
estado haciendo, pero para mí, se sintió como la mayor victoria. Descubrir que
a tu padre todavía le importabas después de dudarlo durante más de un año se
sentía como algo para celebrar.

Esa noche comimos pizza en el sofá, mientras veíamos juntos un partido


de baloncesto. No hablamos mucho durante el juego, pero a veces las palabras
no eran necesarias. Hablamos mucho esa noche sin palabras sólo por sentarse
tan cerca y cenando juntos por primera vez en meses.
Milo

Últimamente, sentía como si todos mis días se mezclaran en uno. Sentía


como si estuviera moviéndome por la vida a velocidad turbo. Entre la escuela,
las tutorías, la terapia y la práctica con mi bastón, me sentía extremadamente
abrumado. Ni siquiera sabía si realmente necesitaba aprender a usar un
bastón, pero pensé que no haría daño. Perdí el equilibrio lo suficiente como
para que sea preocupante.

Pasaba horas usando gafas de sol y caminando de arriba a abajo en mi


camino de entrada con mi bastón, aprendiendo a sentir las diferentes texturas
del pavimento y el césped del camino de entrada. Había aprendido que
balancear el bastón de un lado a otro, junto con dar golpecitos de vez en
cuando, me ayudaba. Había una correa en el mango, que pensé debía envolver 241
alrededor de mi muñeca. Rápidamente aprendí a no hacerlo, viendo que si el
bastón fuera golpeado por un automóvil, sería arrastrado con él si estuviera
atado a mí.

Al principio me dolía el antebrazo por sujetar el bastón con tanta fuerza.


Era mucho más difícil de lo que parecía, sintiéndome cansado por las curvas
de aprendizaje. Ponía al tanto a mis amigos y a Weston de todo lo que sucedía
y, algunos días, se unían a mí para dar paseos nocturnos y ayudarme a
acostumbrarme en usar el bastón.

Weston me dijo que empezara a llevarlo a la escuela, pero no estaba


preparado para eso. Sabía que en el momento en que lo hiciera, toda la
situación se volvería aún más real de lo que estaba preparado. No estaba
dispuesto o interesado en escuchar las opiniones de los extraños sobre mi
ceguera. Además, me sentía avergonzado. Sabía que era una estupidez, pero lo
hacía. No quería que la gente supiera que era diferente. Nunca fue mi plan
sobresalir, pero ahora sabía que lo haría, sin importar a dónde fuera. Solo
tenía un par de meses más en la preparatoria para pasar. Preferiría golpearme
los dedos de los pies y golpearme las piernas unas cuantas veces más en la
escuela si eso significara que los demás no se enterarían de mis problemas.

Aparentemente, papá lo estaba manejando todo bastante bien, hasta un


jueves por la noche después de mi sesión de terapia grupal. Caminé afuera
para encontrarme con él, y su auto no estaba estacionado donde había estado
cuando me dejó. Saqué mi teléfono celular y lo llamé, pero fue directo al correo
de voz. Hacía bastante frío esa noche, así que regrese al interior del edificio
para esperar a que él regresara.

Pasaron las horas y seguía esperando.

El guardia de seguridad del edificio se acercó y me sonrió.

—Oye, lo siento, pero cerraremos el edificio por la noche.

—Sí, por supuesto. No hay problema. Me quitaré de en medio —murmuré,


rozando mis manos contra mis cejas. Salí al aire frío que asaltó mi rostro.
Saqué mi teléfono e intenté conseguir a papá una vez más. Aún sin respuesta.

—Hola, ¿qué pasa? —preguntó Starlet cuándo respondió mi llamada—.


¿Cómo estuvo tu sesión de grupo? ¿Cómo te sientes?

Mi mano izquierda jugueteaba con los botones de mi abrigo mientras


estaba apoyado contra el edificio.

—Estuvo bien. Mira, estoy en una pequeña situación. Mi papá no se


presentó para recogerme y… 242
—¿Sigues ahí? ¿Cuál es la dirección? —interrumpió.

No dudó en venir a buscarme.

Me sentía humillado cuando me recogió unos quince minutos después.


Subí a su auto, con el trasero congelado.

—Gracias —me estremecí, lanzando mis manos frente a las rejillas de


ventilación de su tablero, expulsando calor. Estaba en necesidad desesperada
de descongelación.

—Oh, Dios, ¿estuviste parado afuera todo este tiempo? Tu rostro está tan
rojo.

—Estoy bien —mentí. Se sentía como si mi piel estuviera a segundos de


caerse.

—Aquí —señaló, dándome la vuelta para mirarla—. Dame tus manos. Las
mías están calientes.

—Estoy bien.

—Milo. Tus. Manos. Ahora.


Quejándome, giré hacia ella, dándole mis manos. Una ola de comodidad
instantánea me recorrió simplemente por su toque. Todavía estaba de mal
humor, pero ella hizo sentirme un poco mejor.

—Lamento haber tenido que llamarte —susurré, avergonzado—. No sabía


qué más hacer cuando nadie más respondió.

Podría haber llamado a un taxi, pero la verdad es que la necesitaba. Sabía


que era egoísta, pero lo hice.

—No te disculpes por eso. No me importa en absoluto. —Frunció el ceño


mientras frotaba mis manos entre las suyas—. Odio no poder ser tu primera
llamada.

—Pronto —juré—. Lo conseguiremos.

—Es que siento que ahora más que nunca me necesitas, y lo odio. Quiero
estar para ti, Milo. Odio esta sensación.

—Estás aquí ahora. Eso es todo lo que importa. Pongámonos en marcha.


Estoy agotado.

Ella estuvo de acuerdo, poniendo el auto en marcha. Una vez que llegamos 243
a mi casa, vi el auto de papá en el camino de entrada. Una ráfaga instantánea
de consuelo me golpeó al verlo. Al menos estaba en casa y no estaba herido.
Esa comodidad se transformó directamente en humillación en cuestión de
segundos.

Starlet se aclaró la garganta.

—Um, un hombre está orinando en tus arbustos delanteros.

Miré a mi izquierda hacia la casa, y allí estaba él, mi querido padre,


orinando entre los arbustos con el trasero a la vista.

—Maldición —resoplé, saltando del auto. Corrí hacia él, sin lograrlo antes
de que tropezara hacia atrás y cayera al suelo con su maldito pene en las
manos—. ¿Qué estás haciendo, papá?

—Vete a la mierda —murmuró, agitando su mano hacia mí. Luego comenzó


a cantar "Can't Take My Eyes Off You" de Frankie Valli, y mi corazón se hizo
añicos porque esa era la canción de boda de él y mamá. Solían bailarla todo el
tiempo en nuestra sala de estar.

—Papá, levántate —insté, subiéndole los calzoncillos y los pantalones. Los


abotoné mientras él rodaba de un lado a otro, aun cantando y borracho hasta
la saciedad. Intenté levantarlo, pero pesaba demasiado para hacerlo solo.
Cuando me miró, su canto se detuvo y sus ojos ya vidriosos se
intensificaron cuando dijo:

—Tienes sus ojos. No puedo mirarte porque tienes sus ojos.

Otra fractura en mi corazón.

—Vamos, papá. Entremos —susurré mientras mi voz se quebraba.

—Hoy es nuestro aniversario de bodas —me dijo antes de volver a cantar


su canción. Allí estaban, las grietas de mi padre. Ni siquiera me di cuenta de lo
que había sido hoy. No dudé en seguir con mi vida esta mañana cuando
desperté. Pero para él, fue un día de dolor. De lucha. De sufrimiento. Otro día,
otro recuerdo de la mujer que amaba más que a la vida.

—Lo siento —susurré, mis ojos escocían mientras trataba de levantarlo.

—Aquí, déjame ayudarte —anunció Starlet, apresurándose.

La miré con tanta vergüenza en mi rostro, pero ella no dijo nada.


Simplemente se inclinó y agarró el otro brazo de papá.

—Es su aniversario —murmuré, sintiéndome avergonzado de no haberlo 244


recordado.

Ella asintió en comprensión y fue a ayudarlo a ponerse de pie.

—No se preocupe. Lo tenemos, señor Corti. Lo tenemos.

—Jacob —hablé en voz baja—. Su nombre es Jacob.

Ella sonrió un poco.

—Lo tenemos, Jacob.

Los ojos borrachos de papá se posaron en Starlet cuando lo pusimos de


pie.

—¿Bailas? —preguntó antes de tomarla en sus brazos y balancearla de un


lado a otro.

—Papá... —comencé.

—Me encantaría —respondió Starlet, sosteniéndolo lo mejor que pudo.


Retrocedí, observándolos a los dos balancearse. Papá le cantó su canción a
Starlet, abrazándola como si se negara a soltarla. La situación era extraña,
desgarradora y absurda, pero estaba sucediendo.
Mi padre bailaba borracho con mi novia secreta mientras cantaba su
canción de boda en el aniversario de mis padres. Se apoyó en ella como si fuera
la última esperanza que le quedaba dentro de él. Starlet le permitió hacerlo,
sentir lo que necesitaba sentir en ese mismo momento.

Entonces ella comenzó a cantar junto con él.

***

Después de un rato, Starlet y yo conseguimos meter a papá en la casa. Lo


puse en la cama mientras Starlet agarraba un vaso de agua e ibuprofeno para
ponerlo en su mesita de noche. Salimos de la habitación, cerrando la puerta
detrás de nosotros, y sentí una abrumadora necesidad de tenerla en mis
brazos. La atraje hacia mí y ella cayó en mi cuerpo.

—Lo siento por todo eso —susurré.

—No lo hagas. Estoy feliz de haber estado aquí para ayudar.


245
Solté mi agarre sobre ella y froté mi mano contra la nuca.

—Me siento como un idiota. Ni siquiera me di cuenta de lo que era hoy.


Todo el tiempo que estuve esperando a que me recogiera, lo maldije en mi
mente. Pensando que era un padre de mierda por dejarme tirado. Cuando, en
realidad, se estuvo ahogando todo el día. Él estaba haciendo todo lo posible.
Soy un imbécil.

—Tú no lo eres. No lo sabías, Milo.

—Lo cual es otra cuestión. No lo sabía. Debería haber sabido lo que hoy
era. Debería haber estado allí para él o algo así, pero he estado viviendo en mi
propia mierda que ni siquiera consideré cómo estaba él. O cuántos días tuvo
esa importancia que ni siquiera pensé.

—Creo que ambos están haciendo lo mejor que pueden en cada momento.
La vida es dura, complicada y agotadora. Ambos están cansados. Está bien
descansar. Por favor, no seas tan duro contigo mismo o con él. Hoy es un día
duro, y eso está bien. Somos lo suficientemente fuertes para superar los días
difíciles. Todo va a salir bien.

—¿Cómo siempre sabes qué decir?

Ella se rio.
—No. Mi papá me dio una charla de ánimo no hace mucho, y me
impresionó bastante. Sólo estoy transmitiendo sus enseñanzas. Si alguna vez
recibes una charla de ánimo de Eric Evans, considérate afortunado.

—¿Hay una lista de espera en la que pueda inscribirme para una de sus
charlas? —medio bromeé. Extendí una mano hacia ella. La tomó, y la atraje
hacia mí.

Empezamos a balancearnos adelante y atrás con la música que no existía.


Enterré mi rostro en su cuello, respirándola. Nunca supe que podía necesitar a
una persona tanto como la necesitaba a ella.

—Quédate esta noche —susurré contra su oído, besándola suavemente.

—Mi… no puedo… ¿Qué diría tu papá si se despertara?

—No se levantará antes del amanecer. Ni siquiera se daría cuenta. Quédate


esta noche —murmuré, esta vez con mi boca contra su cuello.

—Mi…

—Por favor, Star —supliqué en voz baja mientras mis labios rozaban los de
ella—. Quédate conmigo esta noche. Te dejaré ir por la mañana. Lo prometo. 246
Pero por favor... quédate esta la noche.

Se apartó un poco y me estudió. Su cabeza se inclinó ligeramente.

—Vamos. Vamos a dormir.


Starlet

A la mañana siguiente, desperté con un rastro de besos en mi cuello de


Milo. Sonreí, sintiendo su piel presionada contra la mía. Se dio la vuelta para
estar encima de mí, inmovilizándome contra el colchón. Su boca rozó la mía.

—¿Oye, profesora? —susurró, infundiendo su calor contra mi cuerpo.

—¿Sí?

—¿Podemos perder el tiempo hoy?

Lo miré y sonreí.

—No, no podemos perder el tiempo, Milo. 247


Gruñó y cayó contra mí, pasando su boca por mi clavícula.

—¿Por favor? Sólo un día. ¿Un día tú y yo siendo tú y yo? —Cerré los ojos y
gemí ligeramente por la sensación de sus besos—. Podemos reportarnos
enfermos.

—No estamos enfermos.

Cof, cof. Se cubrió la boca.

Sonreí.

—¿Por qué creo que fue una tos falsa?

—Oh, no. No hay nada falso en esto. Estoy enfermándome drásticamente


—gimió mientras se dejaba caer dramáticamente de nuevo a su lado de la
cama. Presionando el dorso de su mano en su frente—. Creo que también tengo
fiebre.

—¿Es eso así?

—Sí, ven aquí y compruébalo —indicó, colocando sus manos contra mis
caderas y levantándome en su regazo sin ningún esfuerzo. No pensé que
alguna vez superaría la facilidad con la que me movía.

Sentada a horcajadas sobre él, puse mi palma en su frente.

—Te sientes bien para mí.

Frunció el ceño.

—Eso es probablemente porque te estás enfermando con el mismo bicho


que yo. —Cof, cof.

Puse mis manos contra su pecho desnudo, inclinándome y besando sus


labios—. Hoy no vamos a perder el tiempo, Milo.

—Quiero pasar el día contigo —susurró, su voz baja y tímida. Sus ojos
brillando con un toque de ternura que hizo que mi corazón saltara un par de
latidos.

—No me mires así —le advertí.

—¿Así cómo?

—Como si estuvieras a punto de obligarme a hacer cosas malas.


248
Me acercó a él, recostándome contra su cuerpo. Sus labios rozaron el
lóbulo de mi oreja.

—Por favor, haz cosas malas conmigo, Star. —Su lengua se escapó de su
boca, y la arrastró a lo largo de mi oreja—. ¿Por favor?

Cerré los ojos y apoyé la cabeza contra su pecho, escuchando los latidos de
su corazón.

—¿Qué haríamos incluso si jugáramos a no hacer nada hoy?

—No sé... ¿estar juntos?

Sonreí, sintiéndolo endurecerse contra mi pierna. Claramente, no todas las


partes de Milo estaban enfermas. Algunas estaban completamente despiertas y
listas para jugar.

—No vamos a faltar a la escuela para tener sexo, Milo.

Hizo un puchero.

—No eres divertida.

—La historia de mi vida hasta que llegaste.


—Podríamos tomar el Amtrak a Chicago —ofreció—. Sería una hora y
media de viaje. Podríamos apagar nuestros teléfonos del mundo y fingir que
sólo somos nosotros y hacer todo tipo de tonterías turísticas, reírnos,
divertirnos y simplemente ser nosotros. ¿No suena divertido? ¿Sólo ser
nosotros por un poco de tiempo?

Me levanté un poco y estudié sus ojos. Mientras lo miraba, lo vi: su


necesidad de escapar por un rato. A pesar de que aparentemente estaba
jugando con eso, me di cuenta de que necesitaba un descanso. Debería haber
sido más responsable. Debería haberle dicho que podíamos hacer un viaje de
verano a Chicago cuando se nos permitiera ser nosotros mismos. Debería
haberle dicho lo importante que era que no faltáramos a la escuela. Debería
haberle dicho que no.

En cambio, me acosté contra su pecho, escuchando su corazón una vez


más, y señalé:

—Ahora que lo mencionas, siento un pequeño cosquilleo en la parte


posterior de mi garganta.

Pude sentir su sonrisa, incluso con los ojos cerrados, cuando dijo:

—No podemos ir a la escuela. Sería irresponsable esparcir nuestros 249


gérmenes.

—Eso es cierto. Supongo que tendremos que repartirlos por todo Chicago.

—Eso es algo realmente responsable.

Levanté mi cabeza un poco y lo miré a los ojos.

—¿Tu papá estará bien? ¿Estás seguro de que no quieres pasar el día con
él?

Milo se encogió de hombros.

—Realmente no hacemos eso.

—Pero tal vez...

—Nosotros no hacemos eso, Star —Interrumpió, indicando que estaba


cruzando la línea. No volví a hablar del tema. Claramente, su relación con su
padre era complicada, y no era mi lugar agregar mi opinión. Mi único trabajo
era asegurarme de que Milo estuviera bien, y si eso significaba hacer nada, lo
haríamos.
***

Lo convencí para que trajera su bastón a Chicago. Había estado tan


cohibido al respecto que pensé que tratar de usarlo en una ciudad diferente
podría ayudarlo. Estaba claro que no necesitaría el bastón tanto como lo haría
en el futuro, pero supuse que cualquier práctica sería útil.

En el momento en que bajamos del tren, apagamos nuestros celulares.


Nunca había tenido un día en el que me desconectara por completo del mundo,
y lo esperaba con ansias más de lo que creía posible.

Las calles de Chicago estaban llenas de tráfico y peatones que se movían a


toda prisa. Los turistas rodeaban uno de los lugares de mayor atracción, el
Bean o, como se lo conocía oficialmente, Cloud Gate.

—Esta iba a ser una de las paradas de mi viaje imaginario por carretera —
mencionó Milo, tomándome fotos frente al Bean. Sonreí ampliamente, posando
sobre una pierna mientras él tomaba la foto.

—¿Has inventado paradas reales? —pregunté.


250
—No. Sólo algunas paradas aleatorias que quería ver en los estados. Estoy
sorprendido de que nunca haya estado aquí, en realidad, viendo lo cerca que
está.

—¿Sabes qué debemos hacer? Hacer juntos un mapa de viaje por carretera
y marcar todos los lugares que queramos ver. Tengo tantos lugares a los que
me encantaría ir de excursión.

—¡Y yo quiero ver a la familia de las hamburguesas!

Entrecerré los ojos.

—¿La familia de las hamburguesas?

—¿No conoces a la familia de las hamburguesas?

—¿Debería?

—Son las estatuas de la familia de hamburguesas A&W. Están repartidas


por los estados, pero sé que las que quiero ver están en Hillsboro, Oregón.

Sonreí.

—¿Quieres viajar para ver estatuas de hamburguesas?


—Es una familia de gente de hamburguesas, Star. ¡Una familia! —exclamó,
con una amplia sonrisa. Me encantaba cuando se metía en esa versión de sí
mismo, lleno de alegría y luz. Se veía tan bien en él—. Necesitamos encontrar
un lugar para almorzar y discutir todos los lugares a los que planeamos ir en
este viaje por carretera —anuncio.

—Me vendría bien algo de comida.

—¿Pizza de masa gruesa?

—¿Sabes que la mayoría de la gente de Chicago no come pizza de masa


gruesa? Aquí abajo, la hacemos más estilo corteza delgada.

—Por suerte para mí, soy un turista. Entonces, de nuevo, ¿pizza de masa
gruesa?

Pizza de masa gruesa entonces.

El resto de nuestro tiempo juntos se sintió libre. Nos reímos más que
nunca y nos besamos en lugares públicos sin preocuparnos de quién pudiera
vernos. Cuando regresamos a la estación de tren, ya temía no poder abrazarlo
como lo había hecho ese día. Temía no tocarlo en los pasillos de la escuela.
Sabía que faltaban sólo unos meses para el verano, pero, sinceramente, 251
parecían siglos cuando te enamoras.

Cuando regresamos al centro de Milwaukee, finalmente sacamos nuestros


celulares y los volvimos a encender.

—Fue agradable estar desconectado del mundo —mencioné mientras


salíamos de la estación de tren y empezábamos a cruzar la calle hacia donde
estacioné mi auto por el día. Los pasos de Milo se congelaron en medio de la
calle mientras miraba su teléfono. Los autos venían hacia él, y tiré de su brazo,
acercándolo hacia la acera antes de que pudiera ser atropellado.

—¿Qué estás haciendo? Casi mueres —reproché, confundida por su


repentina inconsciencia.

Todavía estaba mirando su teléfono con las cejas fruncidas.

—¿Milo? ¿Qué es?

Sus hombros se hundieron hacia adelante mientras su cuerpo temblaba


levemente.

—¿Milo? —cuestioné

Él no me miró.
Sus temblores se intensificaron.

—Milo. ¿Qué es? ¿Qué ocurre?

—Es mi papá. —Cuando levantó la cabeza, sus ojos estaban inundados de


lágrimas.

La verdadera alarma y preocupación se disparó directamente a mi corazón.

—¿Qué pasó?

—Hubo un accidente automovilístico. Weston ha estado tratando de


comunicarse conmigo. Dijo que es malo, y bueno… maldición… —Su voz se
quebró mientras negaba—. Necesito llegar al hospital. Necesito llegar al
hospital. Tengo que hacerlo, tengo que hacerlo, eh… —Sus palabras se
desvanecieron cuando comenzó a derrumbarse.

—¿Qué hospital? Te llevaré. Vamos.

Murmuró el nombre del hospital y rápidamente busqué direcciones en mi


teléfono. Cuando llegamos, iba a bajar del auto, pero me detuvo.

—No puedes subir. Weston está aquí, así que no puedes entrar conmigo. 252
—No me importa —espeté—. Quiero estar aquí para ti.

—Star. No puedes. Está bien.

Mi pecho se oprimió cuando la realidad de nuestra situación volvió con


toda su fuerza. Su padre luchaba por su vida dentro de dicho hospital, y ni
siquiera podía subir para estar al lado de Milo debido a mi posición en la
preparatoria. Parecía ridículo e injusto.

—Esperaré aquí hasta que termines —aseguré.

—Pueden ser horas —susurró, su voz sonó cansada y quebrada.

—Esperaré aquí —afirmé una vez más.

Él asintió una vez, luego salió del auto. Mientras se alejaba, tuve que
obligarme a no correr a su lado para que no tuviera que ir solo. Treinta
minutos pasaron rápidamente. Luego una hora. No pasó mucho tiempo
después de que Milo salió del edificio y caminó hacia mi auto nuevamente.
Abrió la puerta y volvió a entrar.

Estaba sentada más erguida, esperando escuchar las noticias.


—Él está bastante golpeado y no evoluciona muy bien. Está en coma y ellos
no saben... Ellos no tenían mucha información que darme. Dijeron que podía
llamar para recibir actualizaciones o regresar durante las horas de visita, lo
cual haré.

—Bien. Eso es bueno. ¿Y Weston?

—Se fue un poco antes que yo. Le dije que tomaría un Uber a casa o algo
así.

—¿No vas a quedarte con él esta noche?

—No. Estaré en mi casa.

—¿Sólo?

—Sí.

—No. —Negué—. Me quedaré contigo.

—No tienes que hacerlo. Ya te he robado un día de tu tiempo. Estaré bien


y…

—Me quedo contigo —repetí.


253

Me miró y abrió la boca como si quisiera discutir, pero ninguna palabra


salió de sus labios. Él simplemente asintió, completamente derrotado.

Lo llevé a mi dormitorio, donde recogí algunos artículos en una bolsa de


lona para llevar a la casa de Milo. Se sentó en mi cama, en silencio. Estaba
segura de que su mente estaba más ocupada que nunca, retorcida con
pensamientos corruptos que estaban carcomiendo su espíritu.

Mientras recogía el cargador de mi teléfono de la pared, la puerta del


dormitorio se abrió y Whitney entró con sus auriculares. En el segundo en que
sus ojos se posaron en Milo, se quedó boquiabierta, pero mantuvo la
compostura lo mejor que pudo.

—¿Está todo bien? —preguntó mientras cerraba la cremallera de mi bolsa


de lona.

—Sí. Todo está bien. Estaré fuera unos días, —anuncié.

—Pero ¿qué pasa con tu gran examen de mañana?

—No me importa —confesé, sintiendo cómo aumentaba mi ansiedad


mientras decía todas estas cosas frente a Milo. Nada en contra de mi mejor
amiga, pero ella era la última persona con la que quería tratar en ese momento.
Mi mente estaba enfocada en Milo y sólo Milo.

Girándome hacia él, le di una pequeña sonrisa.

—¿Listo?

Él asintió y se levantó de mi cama.

—Starlet… —comenzó Whitney.

Giré hacia ella y puse una mano en su antebrazo.

—Te explicaré todo cuando regrese en unos días.

Ella asintió, tal vez no en completa comprensión, pero en solidaridad.

—Ten cuidado —susurró, no lo suficientemente alto como para que Milo la


escuchara. Luego me dio un abrazo y lo dijo una vez más—. Sólo ten cuidado,
Star.

Milo y yo conducimos hasta su casa y él agarró mi bolso para llevarlo


adentro. Se movió como si caminara sobre arenas movedizas, a segundos de
ser arrastrado más profundamente a su torturante depresión.
254

No era justo verlo desmoronarse. Estaba empezando a aprender a respirar


de nuevo, y se sentía egoísta de que el mundo estaba tratando de hacerlo
retrocede, empujándolo al fondo, más profundamente en la oscuridad cuando
apenas había comenzado a sentir al calor del sol.

Pude disfrutar de su casa mucho más de lo que lo había hecho la noche


anterior cuando me había quedado. Su casa se sentía como una especie de
cápsula del tiempo. Podía sentir a su madre a través de las decoraciones de la
casa. Pinceladas de toques femeninos estaban esparcidos por todas las
habitaciones. Había fotografías pegadas en las paredes, pero muchas de ellas
estaban torcidas y cubiertas de polvo. Algunas bombillas estaban fundidas y el
espacio estaba poco iluminado.

La casa tenía una sensación inquietante. Como si alguna vez fue tan
animada, pero ahora, había estado en un punto muerto desde que su madre
falleció. Lo que una vez fue un hogar cálido y acogedor se había transformado
en un lugar lúgubre empapado de tristeza.

Camine a la chimenea para estudiar las fotografías en la repisa. Habían


fotos de Milo con sus padres. Se parecía tanto a su madre que casi me dejó sin
aliento. Desde el brillo de sus ojos hasta las curvas de sus sonrisas. Ahora
entendía por qué a su padre le resultaba difícil mirar a Milo. Era como mirar su
sueño favorito y no poder contenerlo más. La mesa de café de la sala estaba
llena de latas de cerveza vacías y una pizza a medio comer en la caja, y el piso
podría haber necesitado una buena aspiradora, pero cuando miré a mí
alrededor, todo lo que realmente noté fue que vivían dos personas que estaban
haciendo todo lo posible para vivir el día a día. Nunca había sabido que una
casa pudiera sentirse congelada en el tiempo hasta que entré en sus cuatro
paredes.

En el momento en que Milo vio mis ojos en dicha mesa, se quejó y apresuró
a limpiarla.

—Lo siento. Es mi papá —trató de explicar, ocultando un poco su


vergüenza. Me acerqué a él y lo ayudé a limpiar—. No te preocupes por eso.
Puedo ayudar.

—No tienes que hacerlo. Tengo esto —espetó antes de ponerse de pie y
correr hacia el lado de la mesa auxiliar al lado de la silla reclinable—.
¡Maldición! —gritó, casi dejando caer las latas en su mano—. ¡Maldita sea!

—¿Estás bien? —pregunté, corriendo hacia él.

—Estoy bien —gritó, su ira crecía por segundos. En el momento en que se


dio cuenta de su tono, me miró y suspiró—. Lo siento. Es mucho en este 255
momento.

—Ten, dámelo. —Tomé los artículos de él y fui a tirarlos a la basura.


Cuando regresé, pude ver lo derrotado que parecía mientras frotaba su pierna
donde se había golpeado—. ¿Puedo hacerte algo de comer? ¿O té? ¿Café?

Él no aceptó mientras me daba la espalda. Se quedó mirando la nieve que


caía afuera. Abril estaba a la vuelta de la esquina, pero la nieve aún cubría
nuestro pueblo como si no tuviera planes de desaparecer.

Estaba tan preocupada por él, pero no estaba segura de lo que podía
hacer.

—Milo... ¿cómo puedo ayudar?

Se giró para mirarme y luego caminó hacia mí. Dándome un abrazo, y me


aferré con fuerza. Nos quedamos allí por un segundo antes de que sus labios
besaran mi frente, luego mis mejillas, luego la curva de mi barbilla, luego mi
cuello, luego…

—Milo, espera, —susurré mientras su boca bajaba por mi nuca.

Los escalofríos se movieron a través de mi sistema mientras luchaba contra


mis deseos y sus necesidades reales. Sí, su boca contra mi piel se sentía bien,
la calidez de su toque arrastrándose contra mí. Lo deseaba. No se podía negar
ese hecho porque siempre lo deseé. Mi cerebro sabía que no estaba bien, pero a
mi corazón no le importaba si estaba bien o mal. Todo lo que sabía hacer era
enamorarse del chico roto que de vez en cuando dejaba que entrara en sus
pedazos destrozados. Pero eso no era lo que necesitaba. No necesitaba
intimidad física ni una amante en ese momento.

Necesitaba una amiga.

Necesitaba que yo fuera su amiga.

—Te deseo —susurró contra mi piel. Su lengua se deslizó de su boca y


recorrió mi clavícula—. Quiero probar cada parte de ti —juró, sus manos
vagaron por mi cintura.

—Milo, no —señalé, alejándome de él.

La habitación se sintió como si se enfriara mientras la confusión


atravesaba sus ojos.

—¿Qué demonios, Star? Sólo te deseo ahora mismo. Eso es todo.

—No, Mi. Estás triste y preocupado. 256


—No, no lo estoy. Estoy bien.

Me dolía el corazón por él porque podía sentir su frustración. Podía sentir


su deseo de desconectarse. Para desconectarse y perderse contra mí para no
tener que enfrentarse a la realidad. Estaba haciendo todo lo que estaba a su
alcance para evitar enfrentarse a la verdad sobre su corazón destrozado.

—No has dicho una palabra sobre tu padre desde que salimos del hospital
—le indiqué con calma—. Eso me preocupa. Deberíamos hablar de eso y…

—No —susurró entre dientes apretados. Dándome la espalda y sus


hombros cayendo mientras negaba—. Si no quieres tener sexo, puedes irte —
afirmó con frialdad.

—Mi...

—Lo digo en serio, Starlet. No quiero tener una maldita sesión de corazón a
corazón contigo, ¿de acuerdo? —gritó.

Se volvió hacia mí y sus ojos casi destrozaron cada centímetro de mi ser.


Sus ojos mostraban lo contrario de lo que decían sus palabras. Lo vi en su
mirada: la necesidad de consuelo. El miedo a su soledad. El dolor de la
posibilidad de otra pérdida masiva.
¿Cuánta angustia podría tener un corazón antes de que simplemente
dejara de latir?

Me acerqué a él, puse una mano en su hombro.

—Háblame.

—No.

—Por favor.

—No.

—Tienes que dejarlo salir.

—No hay nada que decir. ¿De acuerdo? Mi padre es un borracho que se
metió en esta situación. Fin de la historia.

—Mi...

—¡¿Qué?! —gritó, su voz se quebró mientras se alejaba de mí—. ¿Qué


quieres que te diga, Star? ¿Quieres que hable de lo enojado que estoy con él?
¿Quieres que te exprese lo malditamente traumático que es esto para mí, el no
saber si él va a estar bien? ¿Quieres que profundice en lo confundida que está
257
mi mente y mis pensamientos, sabiendo que podría recibir una llamada en
cualquier momento diciendo que se ha ido? ¿Es eso lo que quieres? —
preguntó. Estaba gritando, pero sabía que no me estaba gritando a mí. No
estaba enojado conmigo. Estaba enojado con el mundo. Con las injusticias de
todo esto. Por la injusticia. Con justa razón.

—O, oh, espera, déjame adivinar, quieres que te diga lo enojado que estoy
conmigo mismo, ¿eh? —preguntó.

Sus movimientos se detuvieron cuando cerró los ojos por una fracción de
segundo. Su cabeza se inclinó ligeramente hacia la izquierda como si estuviera
tratando de ordenar sus pensamientos. Como si estuviera tratando de
controlar sus emociones.

Sin embargo, desearía que no lo hiciera.

Deseaba que se permitiera llevar. Para sentirlo todo, cada herida, cada
dolor, cada trozo de dolor.

Cuando sus ojos se abrieron, vi sus lágrimas segundos antes de


derramarse.

—Porque debería haber pasado el día de hoy con él, como tú lo


mencionaste. Todavía estaría bien si lo hubiera ayudado en lugar de salir
corriendo a Chicago para tratar de escapar de esta mierda. —Miró la fotografía
de sus padres sobre la repisa de la chimenea y comenzó a susurrar—. Puede
que no llegue a decirle que lo siento, Star, —confesó—. Puede que no llegue a
hacer las paces con él, o tomar una cerveza con él, o decirle dentro de diez
años que tenía razón y que yo era una mierda. Es posible que no recuerde a
mamá con él, o que consiga construir una nueva relación con él. Está en coma
y no sabe que lo siento. Él no sabe que lo siento por ser un maldito niño con
problemas de papá. Él no sabe que lo perdono por no saber ser padre después
de que mamá nos dejó. Él no sabe que lo amo.

Podría haberle asegurado que su padre sabía que Milo lo amaba.

Podría haber sido la persona que lo consolara y le dijera que su padre aún
podía salir adelante.

Sin embargo, él no necesitaba eso en ese momento. Él necesitaba


romperse.

A veces, uno tiene que romperse en un millón de pedazos para comenzar a


sanar. Todo lo que Milo necesitaba de mí en ese mismo momento era que mis
brazos lo rodearan con fuerza como un recordatorio físico de que podría
haberse sentido solo, pero no lo estaba. Yo estaba allí y estaría allí todo el 258
tiempo que él me necesitara. No importa el tiempo que hiciera falta.
Milo

Nos quedamos en la cama toda la noche en una habitación a oscuras.

Starlet trató de hacerme comer algo, pero no pude hacerlo. No podía pensar
con claridad. No podía concentrarme en nada excepto en el hecho de que papá
luchaba por su vida.

Mi mente se sentía enferma.

No sabía que las mentes podían sentirse enfermas hasta ese mismo
momento.

No podía perderlo a él también.


259
¿No había perdido suficiente?

¿Acaso el mundo no me había robado suficiente?

Starlet se movió en mi cama cuando comenzó a despertarse. Antes de que


sus ojos se abrieran, su mano se extendió hacia mi lado de la cama y aterrizó en
mi antebrazo.

Todavía aquí, profesora.

Sus ojos marrones se abrieron y no me sentí sólo por una fracción de segundo
como solía serlo. Estaba triste pero no sólo y triste, que solía ser mi defecto.

—Hola —susurró, rodando sobre su costado para mirarme.

—Hola —respondí, apartando el cabello que caía frente a sus ojos—. No


dormiste.

—No.

—Debiste haberme despertado.

—Ambos no tenemos que sufrir.


Mientras decía eso, sus ojos se suavizaron con una sensación de profunda
tristeza. Era como si recordara lo que había sido la realidad para mí después de
su estado de sueño. Si fuera honesto, no me había dado cuenta de la verdad.
Caminaba en un estado de delirio. Una parte de mí estaba pensando que papá
estaba borracho en alguna parte, siendo un maldito tonto, y escucharía su auto
detenerse en el camino de la entrada en cualquier momento. No es que
estuviera en una cama de hospital debatiéndose entre la vida y la muerte,
debatiéndose entre encontrar a mamá o volver a mí.

—Lo siento mucho, Milo —murmuró.

Las palabras hicieron que temblará. Presioné mi frente contra la de ella.

—Por favor, deja de decir eso. Es sólo un recordatorio de que hay algo por
que arrepentirse.

—De acuerdo, lo siento... —Se detuvo y esbozó una sonrisa—. ¿Cómo puedo
ayudarte hoy?

Besé la punta de su nariz antes de empujarme hasta sentarme.

—¿Puedo cocinar para ti?


260
Ella arqueó una ceja.

—¿Qué?

—Quiero cocinar para ti. El desayuno, luego el almuerzo, después la cena.


¿Puedo cocinar para ti, Star?

—¿Qué? No, no te preocupes por mí. Puedo cocinar para ti…

Tragué saliva y negué.

—No, no lo entiendes. Sólo… necesito cocinar hoy, y quiero cocinar para ti.

Se quedó mirándome fijamente, un poco perpleja, pero asintió.

—Está bien, sí. Me encantaría.

Me levanté de la cama, me acerqué a mi tocador, donde se encontraba la


caja de recetas de mi madre. No la había abierto desde que falleció. Estaba
demasiado asustado para mirar las recetas que me dejó.

Regresé a la cama con la caja, la abrí y la coloqué frente a nosotros.

—Estas eran las recetas de mi madre. Me las dejó después de su muerte. Ella
dijo que cada vez que me sintiera extremadamente perdido, debería hacer una
de las comidas. Todavía no he tenido el valor de abrir la caja, pero me gustaría
hacerlo hoy —le confesé.

Se sentó y llevó las rodillas contra su pecho.

—Creo que es una idea hermosa.

Le sonreí con tristeza mientras procedía a abrir la caja de recetas. Dentro


había docenas de recuerdos elaborados por mi madre. Hojeé las tarjetas de
recetas, algunas espolvoreadas con harina, otras con gotas de aceite. Cacio e
Pepe, ricota gnudi, frittata de champiñones, carbonara. El sólo ver sus palabras
hizo que mi pecho se oprimiera. Lo primero que pensé fue lo idiota que fui al
esperar tanto tiempo para mirar dentro de esa caja. El pensamiento que siguió
fue cuánto tiempo mi vista me permitiría ver las tarjetas escritas a mano por mi
madre. Era extraño cómo, de alguna manera, miraba la vida con un par de ojos
diferentes desde mi diagnóstico. Nunca me había importado antes cómo la gente
escribía palabras contra el papel. Cómo ponían sus puntos sobre las ‘i’ y cruzaban
sus ‘t’. Pero ahora, sabiendo que tal vez algún día podría perder toda conexión
con esas pequeñas cosas, las absorbí más, especialmente cuando se trataba de
las tarjetas de recetas de mamá.

Cuando saqué una de las tarjetas para una hogaza de pan holandés 261
horneado, mi pecho se oprimió un poco. En el lado izquierdo de la tarjeta de
recetas estaban los ingredientes y las instrucciones para hacer dicho pan.
Luego, en el lado derecho había una nota de mi madre. Presioné las yemas de
mis dedos sobre las palabras, siguiendo las muescas donde su pluma se apoyaba
pesadamente en el papel. Sus palabras fueron creadas con un amor y un
cuidado tan tierno que casi podía sentirla a través de las curvas de su caligrafía.

Mi mundo,

Hacer pan lleva tiempo. Mucho descanso. Los humanos también somos
como el pan. A veces solo necesitamos un pequeño descanso para levantarnos.

Con amore,

Mamá

Notas.

Ella dejó notas en las tarjetas de las recetas.


Hojeé las tarjetas y saqué otra. Pasta alla norma.

Mi mundo,

Perfecto para un día soleado con pan francés y una ensalada.

Aún mejor con una copa de vino tinto. (Una vez que seas mayor de edad,
por supuesto).

Con amore,

Mamá

Sentí como si mi mundo girara más rápido a medida que hojeaba más y
más. Cada tarjeta tenía una pequeña nota. Cada tarjeta tenía un mensaje para
mí de ella. Incluso cuando estaba en su punto más débil, se tomó el tiempo para
escribir un mensaje personal en cada receta para mí, firmando cada una con: con
amore. Con amor. Mi madre sabía cuándo iba a necesitar más su amor.

¿Quién sabía que el amor aún podría existir en el más allá? Sentí como si
262
papá estuviera tratando de salir corriendo para encontrarse con ella. Una parte
de mí no podía culparlo.

—Ella me dejó pequeñas notas en cada tarjeta —le expliqué a Starlet—. No lo


sabía hasta ahora.

—A veces la vida te trae consuelo cuando más lo necesitas.

Si eso era cierto, supuse que por eso el mundo me trajo a Starlet.

—Prepararé un pedido de comestibles para que sea entregado. Entonces


puedo empezar a cocinar. Si quieres ducharte, te dejo algunas toallas y otras
cosas en el baño —le indiqué—. También llamaré a mi tío para ver qué tengo que
hacer hoy.

—Suena bien. —Puso sus manos en mis rodillas antes de inclinarse y


besarme suavemente. Ella susurró contra mis labios—. Tú no estás bien.

Negué.

—No estoy bien.

Me besó una vez más.


—Y eso está bien.

Le devolví el beso y me sentía tan agradecido de que ella existiera. Nunca


estuve más agradecido por la existencia de una persona.

Se levantó de la cama y extendió la mano.

—Antes de pedir esa comida, ven a tomar una ducha conmigo. Se sentirá bien
contra tu piel.

Dudé por un momento, pensando en un millón de cosas que tenía que hacer,
pero luego la miré a los ojos y una extraña sensación de calma se apoderó de mí.
El mismo tipo de calma que había recibido mientras leía las tarjetas de las
recetas. Una sensación de no estar solo.

Tomé su mano en la mía y tiró de mi hacia la ducha. Nos quitamos la ropa


después de que abrí el agua. El baño se llenó de vapor rápidamente cuando
Starlet y yo entramos. El agua corrió sobre nuestros cuerpos mientras cerraba los
ojos. Algo en la ducha provocó emociones que no sabía que había estado
reprimiendo. Las lágrimas comenzaron a rodar por mi rostro, entremezclándose
con los cristales de agua cuando Starlet comenzó a lavar mi cuerpo. Comenzó en
mi cuero cabelludo, lavándome el cabello. Luego lavó mi espalda y mi pecho,
bajando a cada parte de mí. Cuando abrí los ojos, miré sus ojos marrones, 263
sintiéndome cada vez menos solo mientras su cuerpo lavaba el mío y yo lavaba el
suyo.

Su cabello estaba empapado, mostrando sus rizos naturales mientras caían


por su espalda. Nunca me había parecido más hermosa que en ese momento.

Mis manos cayeron a sus caderas y tiré de su cuerpo contra el mío. Presioné
mi frente contra la de ella mientras cerraba los ojos. El agua estaba caliente,
pero por alguna razón, los escalofríos corrieron por todo mi sistema.

—Gracias —susurré.

—Siempre —respondió ella.

***

Después de la ducha, se puso un par de bragas y una de mis camisetas que


le quedaban demasiado grandes. Se veía perfecta. Cuando fue a ponerse un par
de pantalones, le sonreí perezosamente.
—Los pantalones están sobrevalorados.

Se rio.

—¿Así que hoy es un día cómodo? ¿No se necesitan pantalones?

—No se necesitan pantalones cada vez que te quedes conmigo.

Le preparé el desayuno. Una frittata de tocino, pimiento rojo y queso. Cuando


puse su plato frente a ella en la mesa del comedor, sentí que se alteraban mis
nervios.

—Para que sepas, no soy un cocinero como lo era mi madre, así que, si lo
odias, está bien.

Aspiró los aromas y gimió.

—De ninguna manera voy a odiar esto.

Me senté a su lado y antes de comenzar a comer, murmuré una oración en


voz baja. No era de los que rezaban, pero mamá siempre rezaba por nuestra
comida cada vez que nos sentábamos en esta mesa, así que asumí la tarea por
ella. Era extraño, pero eso era lo que el miedo le hacía a una persona. El miedo 264
hace que una persona haga cosas fuera de lugar.

Hice los hombros hacia atrás cuando terminé y comencé a comer. Para mi
sorpresa, sabía cómo solía saber el de mamá.

—Oh, Dios mío —exclamamos al unísono.

Miré a Starlet mientras lanzaba su mirada hacia mí.

—Bravo, señor Corti —exaltó aplaudiendo—. Esto es fantástico.

—No está nada mal.

Comimos hasta llenarnos, y cuando llegó la hora del almuerzo, comimos un


poco más.

Tomé un descanso y fui al hospital para sentarme con papá durante unas
horas. Nada cambió, ni para bien ni para mal. Regresé a casa después de que
terminaron las horas de visita.

Starlet ayudó a prepararnos la cena, lo cual fue una experiencia agradable.


Nos movíamos uno alrededor del otro como si estuviéramos hechos para llevar
una cocina juntos. Habíamos preparado el pan holandés en el horno unas horas
antes de ir a cenar esa noche: bucatini con carbonara de limón.
Mi mundo,

No es la versión más auténtica de la carbonara, pero cuando la vida te da


limones… haz pasta.

Con amore,

Mamá

Mientras Starlet preparaba la ensalada, caminé detrás de ella y envolví mis


brazos alrededor de su cintura, besando su cuello. Me detuve un momento
cuando un recuerdo regresó a mí. Papá siempre abrazaba a mamá por detrás
cuando cocinaba y le besaba el cuello.

El dolor me arrolló como una ola. Retrocedí, tratando de quitármelo de


encima.

Starlet se giró y notó mi cambio repentino.

—¿Qué pasa? —preguntó.


265

—Nada. Todo está bien.

—Estás mintiendo.

—No, no lo hago.

—Sí, lo haces. ¿Sabes cómo lo sé?

—Dime.

—Porque cuando mientes, tus ojos se ven fríos.

Sonreí, divertido.

—Y cuando digo la verdad, ¿cómo se ven mis ojos?

—Vivos —respondió ella—. Parecen vivos.

Quería decir un comentario ingenioso, pero mis formas sarcásticas se


estropearon debido a mi tristeza. Así que, en vez de eso, dije la verdad.

—Mis padres solían cocinar juntos. Mamá llamaba a papá su sous chef.
Ponían música y bailaban en la cocina, abrazándose, besándose y riéndose.
Cuando era niño, pensaba que era muy molesto, pero... no sé. Acabo de tener un
recuerdo repentino de eso mientras te abrazaba.

—Oh. —Asintió—. Los pequeños son los que más duelen a veces.

—¿Los pequeños?

—Los recuerdos que parecen tan pequeños y minúsculos. Es como si casi


olvidarás que existen hasta que aparecen de nuevo y te golpean hacia atrás.

Asentí.

—Eso fue exactamente. Pero fue extraño porque… me golpeó, pero al mismo
tiempo, me di cuenta de que tenía lo que ellos tenían contigo. Sentí lo que ellos
sintieron cuando te abracé... —La atraje hacia mí y besé su frente—. Me doy
cuenta de que eres tú —susurré.

—¿Qué soy?

—Eres el algo que hace sentirme mejor, incluso en los peores días.

Sus ojos se nublaron y me besó lentamente. O tal vez había imaginado que
fue lento. Cada vez que estaba más cerca de Starlet, era como si el tiempo se 266
ralentizara de la mejor manera posible.

Le sonreí mientras mis brazos se envolvían alrededor de su cuerpo.

—Sabes, realmente me gusta verte en mi camiseta. Es casi como si estuviera


hecha para ti.

Dio un paso atrás y se dio la vuelta.

—¿Tú crees eso? Tal vez debería haberme puesto pantalones en lugar de sólo
ropa interior.

Me acerqué a ella y la abracé.

—Oh, no. Las bragas son lo que hace que el aspecto sea completo.

Besé su frente y se acurrucó contra mí.

—¿Estás bien, Milo?

—Lo estoy ahora mismo.

Siempre me sentía mejor cuando ella estaba en mis brazos. Sonreí y la besé.
No podía esperar el día en que pudiéramos hacer esto en público. La besaría
delante de cada persona. Seríamos esa molesta pareja que daba demostraciones
públicas de afecto que haría que la gente se atragantara.

Nos quedamos en medio de la cocina abrazándonos, sin la intención de


soltarnos pronto. Eso fue hasta que la cena estuvo lista. Luego regresamos al
comedor para la tercera comida del día.

Tomé una botella de vino del mueble bar.

—Diría que mis padres tendrían un problema conmigo bebiendo esto, pero
viendo cómo uno está muerto y el otro en coma, dudo que me castiguen.

Los ojos de Starlet se abrieron, sorprendida por mis palabras, pero luego
entrecerró la mirada. —¿Te ayuda el humor negro?

—Sí, y probablemente habrá mucho en los próximos días.

—Es bueno saberlo. Muy bueno saberlo.

Miré alrededor de mi comedor, notando lo más brillante que parecía que los
días anteriores. Sin embargo, no podía decir exactamente por qué parecía de esa
manera.

—¿Cambiaste... cambiaste las bombillas de aquí? —pregunté. 267


Asintió.

—Ordené un poco mientras estabas en el hospital unas horas después del


almuerzo. Leí en línea que a veces las luces más brillantes pueden ayudar con la
retinosis pigmentaria. Las cambié en todas las habitaciones. —Hizo una pausa y
negó—. Lo lamento. Debería haberte preguntado si eso estaba bien. Noté que
algunas bombillas se quemaron y pensé que debería cambiarlas. Si las odias,
podría cambiarlas de nuevo. No es un problema en absoluto.

Quedé inmóvil, sin moverme ni un centímetro mientras la miraba. Era


extraordinaria en todos los sentidos posibles. Desde su cabello desordenado, sus
impresionantes ojos, su amable sonrisa y su corazón. Su corazón... No sabía por
qué había venido a mi mundo, pero sabía que era mi milagro. Lo que hacía que
mis días difíciles fueran más llevaderos. La persona que me recordó cómo
respirar después de años de contener la respiración bajo el agua. Ella era el
siguiente acto de mi obra después del interludio en el que parecía estar atrapado
durante años. No podía creer que tuviera la suerte de conocerla. De sentirla. De
enamorarme perdidamente de ella.

¿Cómo un bastardo como yo acabaría con alguien como ella?

—Te amo —espeté. No era como había planeado decirle. No estaba ligado a un
gran gesto romántico ni dicho con un tono suavizado de admiración. Lo solté.
Casi agresivamente, incluso. Era como si mi cuerpo físicamente no pudiera
contener las palabras por más tiempo. Como si mi cuerpo necesitara expulsar esa
verdad lo antes posible.

—Te amo —repetí, esta vez más lento, más suave—. Te amo. Te amo. Te amo.

Los ojos de cierva de Starlet se abrieron cuando inclinó la cabeza hacia arriba
para encontrarse con mi mirada.

—¿Me amas?

—Te amo.

¿Cómo no iba a hacerlo? Ella era las cálidas noches de verano para mis días
fríos de invierno. Ella era mi persona.

Nunca pensé que tendría una persona.

Pensé que siempre sería solo yo.

Mi estómago se tensó mientras me miraba. Aclaré mi garganta, sintiéndome


un poco tonto por decirlo. Un matiz de duda llegó de golpe cuando me di cuenta
de que ella podría no decirlo de vuelta. ¿Por qué debería, honestamente? Yo era 268
un desastre. Conocía mis cicatrices y, a menudo, me preguntaba cómo alguien
podría amarlas. Tragué saliva, recordándome que no dije las palabras para
escucharlas. Dije las palabras porque eran ciertas. La amo. La amaba de una
manera que no sabía que mi corazón podía amar, y pensé que ella merecía
saberlo. Una persona como ella merecía saber que era amada. Sería una pena
que las personas más amorosas nunca tuvieran la oportunidad de escuchar esas
palabras pronunciadas a su manera.

Rocé la palma de mi mano contra el lado de mi cuello.

—Escucha, tú no...

—Yo también te amo —interrumpió, haciendo que mi corazón se detuviera.


¿O estaba latiendo más rápido? No sabría decirlo.

—¿Me amas?

—Te amo.

La besé porque eso era todo lo que podía pensar en hacer en este momento.
Me devolvió el beso porque también me amaba. Últimamente, mis emociones
nunca sabían dónde aterrizar. Era como si hubiera sentido un millón de cosas
diferentes en tan poco tiempo, sin poder ponerme de pie, pero cuando me besó,
sentí como si finalmente estuviera de vuelta en tierra firme.
Esa noche cuando nos acostamos pude abrazar a la mujer que me amaba
tanto como yo la amaba a ella. Mientras yacía en mis brazos, se giró hacia mí y
dijo:

—¿Has pensado en contarle a tu papá todo lo que me dijiste anoche?


¿Quizás decirle cómo lo necesitas aquí? Leí algunos artículos sobre cómo a veces
los que están en coma pueden escuchar. Creo que él podría necesitar saber cómo
te sientes realmente.

Tomé en consideración su consejo. En este momento, estaba dispuesto a


intentar cualquier cosa para verlo abrir los ojos nuevamente.

269
Milo

A la mañana siguiente, me presenté en el hospital para hablar con papá. No


había dormido muy bien. Estaba encontrándome con pesadillas la mayoría de
las veces, dejando mi mente exhausta cuando despertaba. Starlet mencionó que
le hablara a mi papá desde el corazón, y eso me perturbaba porque mi corazón
estaba bastante jodido últimamente. Starlet hacía que los latidos de mi corazón
fueran un poco más suaves a veces, pero eso no detenía el hecho de que todavía
luchaba día tras día. Deseaba que el amor fuera suficiente para borrar las
partes difíciles de la vida. En cambio, funcionaba como un bálsamo calmante.
No arreglaba las grietas en mi corazón, pero las calmaba de vez en cuando.

No sabía cómo hablar con papá.


270
No sabía por dónde empezar ni dónde terminar. Honestamente, no sabía si él
podía escucharme. Me sentía un poco ridículo al hacerlo, pero el verlo conectado a
esas máquinas fue suficiente para que quisiera probar cualquier cosa al menos
una vez. No era bueno con las palabras. El señor Slade probablemente estaría de
acuerdo con ese hecho. Aun así, iba a hacer mi mejor esfuerzo.

—Estoy enojado contigo —comencé, mirando todos los cables conectados a


su cuerpo y el tubo colocado en su garganta. Los ecos de las máquinas en su
habitación eran sonidos que acechaban mis sueños—. Estoy tan enojado contigo
por terminar aquí. Te necesitaba —susurré, acercando mi silla a la cabecera—.
Te necesitaba, papá, y no estabas allí. Y eso me enojó. —Sollocé antes de aclararme
la garganta—. Mamá hubiera estado a mi lado. Si fuera al revés, se habría
sentado conmigo y hubiera dicho que estaríamos bien sin importar nada.
Estaría al tanto de todos los ángulos de mi vida. Notaria que algo andaba mal
con mi visión antes de yo siquiera considerarlo un problema. Hubiera estado allí
para mí. Entonces, jódete —espeté, secando las lágrimas que caían por mi
rostro—. Jódete por pensar que teníamos que ahogarnos solos en vez de juntos.
Jódete por derrumbarte y no pensar que podría ayudarte. Y jódete por tratar de
dejarme ahora. No puedes hacer eso, ¿de acuerdo, papá? No puedes salir de
aquí y encontrar a mamá porque todavía no he terminado de enojarme contigo,
¿de acuerdo? No he terminado contigo. No he terminado con nosotros.
Entonces, despierta. ¿Por favor? ¿Por favor, papá? ¿Te despertarás? Por favor
despierta ahora, para que podamos desmoronarnos juntos. Levántate, papá —
grité, poniendo mi cabeza contra su hombro—. Despierta, despierta, despierta.

Las máquinas seguían pitando, pero papá no abrió los ojos. No volvió a mí en
ese momento, pero seguía desahogándome. Lloré por el hombre que una vez fue
y el hombre en el que se convirtió. Lloré por nuestras oportunidades perdidas de
sanar juntos. Lloré por el dolor que ambos sufrimos. Luego regresé a la mañana
siguiente y hablé con él nuevamente.

***

En el día dos, sostuve su mano mientras hablaba.

—Están hablando de conseguirme un perro guía —le confesé—. Sería


mucho más adelante. Te sorprendería el proceso que se necesita para conseguir
uno. Es un poco gracioso pensar en eso. Te rogué por un perro desde que era un
niño, y ahora tendré uno mientras no puedas decir que no. —Apoyé la barbilla en
su hombro y miré sus ojos cerrados—. Entonces, ¿qué tal si te despiertas y me
dices que no, papá? ¿Qué tal si me dices que no quieres lidiar con mierda de
perro? —Lo empujé levemente—. Si no te despiertas pronto, podría perder el 271
tiempo y conseguir dos perros por el placer de hacerlo.

Salté un poco cuando sentí un ligero apretón en mi mano. Mis ojos se


dispararon a su mano en la mía, esperando ver si lo sentía o si mis delirios se
estaban volviendo demasiado fuertes.

—Vamos, papá. Despierta.

Nada.

Dije buenas noches y regresé a la mañana siguiente para el tercer día.

***

En el día tres, le quitaron el tubo de respiración y lo reemplazaron con una


máscara de oxígeno. Eso se sintió como un avance. Realmente necesitaba un
avance.

—Su nombre es Starlet. Puede que no recuerdes esto, pero bailaste con ella
en tu aniversario. Ella es todo lo bueno en este mundo, papá —mencioné
mientras caminaba por la habitación del hospital—. Es inteligente, amable y
hermosa. Es tan malditamente hermosa, pero por extraño que parezca, eso es lo
menos interesante de ella. Tiene una motivación que nunca he tenido. Me hace
querer ser mejor persona y me cuida cuando nadie está cerca. Trato de hacer lo
mismo por ella, pero parece que tiene su vida mucho mejor que yo. Sabe lo que
quiere de la vida, y no tengo ninguna duda de que logrará todas sus metas. A
veces, muchas veces, pienso que no soy lo suficientemente bueno para ella,
especialmente con todos mis problemas. No quiero ser una carga en su vida con
mis problemas de visión. En mi sesión de terapia de grupo, hablaron sobre la
carga adicional que a veces recae sobre los seres queridos. No quiero eso. No
quiero que se pierda mientras trata de ayudarme. De todos modos, esa es
Starlet. La amo. La amo mucho, papá. Tú también lo harías si la conocieras. Creo
que todos se enamoran cuando la conocen. Oh, pero aquí está el truco. —Me
acerqué a él, me incliné cerca de su oído y susurré—: Es una empleada de la
preparatoria. Mi profesora. Salvaje, ¿verdad? Weston se volvería loco si se
enterara, y estoy seguro de que tú tendrías un día de campo maldiciéndome si
pudieras. Así que aquí está tu oportunidad. Maldíceme, papá. Despierta. Dime lo
idiota que soy.

Sus ojos revolotearon, pero luego nada más ocurrió.

272
***

En el día cuatro, respiraba por su cuenta.

Sentado en mi silla, estiré los pies sobre la baranda de la cama de hospital de


papá.

—¿Recuerdas como estabas convencido de que alguien abolló tu auto en un


supermercado cuando tenía catorce años? Fuimos Savannah y yo. Estábamos
jugando en el garaje y lo golpeé con mi bate. Me sorprendió que no te dieras
cuenta, pero cuando regresaste a casa de hacer las compras y estuviste
convencido de que alguien se dio a la fuga, pensé, ¿por qué decir la verdad? Ah, y
cuando tenía ocho años, me enojé contigo por castigarme, así que puse tu cepillo
de dientes en el inodoro y te llamé aliento de caca con mis amigos durante dos
semanas. Ah, y cuando te desplegaron cuando estaba en primer grado, le dije a
toda la clase que en realidad estabas en Hollywood filmando una película con
Brad Pitt. No quería que supieran que te encontrabas en la guerra. No quería
pensar en eso en caso de que te pasara algo malo.

Lo miré, esperando algo. Cualquier señal de él acercándose a despertar.


Saqué mis pies de la barandilla y acerqué mi silla a él.

—Vamos, papá —murmuré, mirando su rostro que tenía tantos de mis


rasgos—. Dame algo, ¿quieres?

—Algunos son un poco más tercos —señaló una enfermera mientras entraba
a la habitación con una sonrisa en el rostro—. Estoy segura de que cualquier día
de estos, estarás hablando con él y te responderá.

—Han sido cinco días sin nada —indiqué.

—Eso no es cierto —afirmó—. Ya no tiene ese gran tubo en su garganta:


progresó. Y está respirando por su cuenta: progreso. Y te está escuchando.

—¿Qué? ¿Cómo lo sabes?

—Justo ahí. —Lo señaló—. Cuando hablas, su cabeza se mueve ligeramente


en tu dirección. Está cansado, eso es todo. Necesita un poco de reposo.

—Como el pan —murmuré, pensando en la tarjeta de recetas de mamá.

—¿Disculpa?

—Nada. Gracias. Debería irme. Sé que las horas de visita casi han terminado.
273
—Me levanté de mi silla y apreté la mano de papá—. Nos vemos mañana.

Podría haber sido mi imaginación, pero juro que él apretó mi mano.

***

Weston me obligó a asistir a la escuela los siguientes dos días, que era lo
último que quería hacer, pero también sabía que no podía volver a atrasarme.

Después del sexto período, comencé a sentirme un poco mejor por estar en
la escuela porque eso significaba que podría ver a Starlet en la próxima hora. Eso
siempre hacía que los días fueran un poco mejores.

De camino a la clase de inglés, me encontré con Bonnie y Savannah, que


estaban charlando entre ellas como siempre. Bonnie me dio una gran sonrisa y
dio un codazo en mi brazo—. Tenemos buenas noticias para ti.

Hice una mueca.

—¿Debería estar nervioso?


—No. Deberías estar emocionado, amigo mío. Sabemos que has estado
pasando por muchas cosas, especialmente porque tu papá está en el hospital —
explicó Bonnie.

—¿Por qué siento que estás a punto de decir algo loco?

—Porque está a punto de decir algo loco —respondió Savannah.

—Creemos que necesitas tener sexo —añadió Bonnie con total naturalidad.

Arqueé mi ceja.

—¿Otra vez?

—Sé que nos expresamos cómo deseábamos que usaras la terapia en lugar
de tus técnicas de aventuras sexuales a lo largo de los años, pero a tiempos
desesperados requieren medidas desesperadas. Adivina lo que escuchamos en el
baño de chicas esta mañana.

—¿Por qué siento que no quiero saber? —murmuré.

—Fueron las gemelas Beth y Amanda. Estaban discutiendo sobre quién


podría llevarte a la cama primero —expresó—. Tienes a dos de las gemelas más 274
calientes echando espuma por la boca por ti.

Savannah estuvo de acuerdo.

—Definitivamente puedes usarlo a tu favor, especialmente con todo lo que


está pasando con tu padre. Sabemos que usas el sexo para desconectarte un
poco. Entonces...

—Ya no hago eso —confesé.

Las dos chicas se detuvieron en seco.

—¿Qué? —chillaron al unísono.

Encogí mi hombros mientras caminaba a mi casillero.

—Dije que ya no hago eso. No me relaciono con chicas así.

—Oh, Dios mío —dijo Savannah asombrada—. ¡Estás enamorado!

—¿Qué? No, no lo estoy —mentí mientras abría mi casillero.

—Sí lo estás. ¿Por qué demonios no nos dices quién es ella? —preguntó.

—Savannah está convencida de que has estado enamorado de una chica


secreta desde hace un tiempo. Sigue hablando una y otra vez acerca de cuán
diferente has estado —dijo Bonnie.

Agarré los libros de mi casillero.

—No hay nadie.

En ese momento, Starlet pasó caminando. Encontré su mirada y le di una


pequeña sonrisa. Me devolvió la sonrisa y luego a las chicas.

—Buenas tardes, señoritas —saludo Starlet antes de dejar que sus ojos se
posaran en mí de nuevo—. Buenas tardes, Milo. Nos vemos en clase en unos
minutos —dijo antes de irse, mis ojos la siguieron todo el tiempo hasta que se
alejó.

Las mandíbulas de Bonnie y Savannah cayeron.

—¿Estás saliendo con la señorita Evans? —susurraron y gritaron.

Mis ojos se abrieron ante su comentario. Cerré mi casillero de un golpe,


girándome hacia ellas y susurré:

—Cállense, señoritas. 275


Savannah puso sus manos sobre mis hombros y entrecerró los ojos hacia mí.

—Milo Corti, te conozco desde que estabas en pañales, así que no creas que
puedes mentirme ni por un segundo, ¿de acuerdo? ¿Tienes, o no, una relación
secreta con la señorita Evans?

Parpadeé un par de veces. Parpadeé un par de veces más.

—Es complicado.

—¡Oh, Dios mío! —gritaron al unísono.

Estaba jodido.

El timbre sonó, así que caminé a mi próxima clase. Bonnie tuvo que irse en la
dirección opuesta, pero Savannah mantuvo su ritmo a mi lado.

—Tienes que contarme todo —susurró—. ¡Todo!

—No, en realidad, no tengo.

—¡Milo! Soy tu mejor amiga. Merezco cada detalle. —Entrecerró los ojos,
obligándome a dejar de caminar—. ¿Es buena en la cama?
—No voy a responder eso.

—Entonces, la has tenido en tu cama.

—Tampoco voy a responder a eso.

—Oh, Dios mío, es el mejor sexo que has tenido, ¿no es así?

Suspiré. Pellizcando el puente de mi nariz y negué. Sabía que no iba a salir de


esto.

—Sí, lo es… pero eso no es todo lo que es… yo… yo la amo, Savannah. No
puedes decirle nada a nadie. Pero la amo.

Los ojos de Savannah se nublaron mientras se pasaba las manos por el


pecho.

—¡Oh, Dios mío! —gritó.

Por el amor de Dios.

No sabía cuánto más podría soportar esto.

Nos dirigimos a la clase de inglés y no miré a Starlet. No necesitaba hacer la 276


situación más obvia de lo que ya había sido. Savannah pasó una nota cuando
comenzó la clase.

¿También te ama?

Leí las palabras y arrugué el papel.

Pasó otro.

¿Te vas a casar con ella?

Arrugado.

¿Puedo ser tu madrina cuando te cases?

Arrugado, arrugado, arrugado.

Oh, Dios mío. ¡Te estás acostando con nuestra profesora!

Arrugado, maldición, arrugado.

Tom está convencido de que ustedes dos han estado teniendo sexo durante mucho
tiempo.
—Basta —medio susurré, medio grité, rompiendo el último pedazo de papel.

Savannah parecía imperturbable por mi brevedad con ella.

—Esto es como las telenovelas que ve mi abuela todos los días. Escandaloso.
Adoro esto de ti. Necesitabas un mejor arco narrativo fuera de las cosas tristes.
Creo que es bueno para ti. Creo que es buena para ti.

Gemí e ignoré el comentario de Savannah.

Sin embargo, no estaba equivocada.

Sabía que Starlet también era buena para mí.

Durante los siguientes minutos, pensé demasiado en cómo tendría que


decirle a Starlet que mis amigas se habían enterado de nosotros. También
tendría que inculcarles a mis amigas que, si decían una palabra de esto a
alguien, las partiría por la mitad y las arrojaría al lago donde nadie las
encontraría. A la mitad de la clase, Weston se presentó con una mirada de
consternación en su rostro.

—Disculpe la interrupción, señora Slade, pero necesito que Milo se ausente de


la clase —dijo Weston mientras se arreglaba sus lentes. Se giró hacia mí y una 277
pequeña sonrisa apareció en su rostro—. Está despierto.

¿Él está despierto?

Me levanté de mi pupitre, agarré mi mochila y caminé en dirección a Weston.


Cuando pasé a Starlet, noté sus ojos al borde de las lágrimas mientras una
sonrisa permanecía plasmada en su rostro. Mi dulce y sensible Star.

—Está despierto —dijo.

Sentí sus palabras rodar por mi alma, asentí y continué saliendo con Weston.

Él está despierto.

***

Weston y yo volamos al hospital, y en el momento en que entré en la


habitación de papá, vi sus ojos. Todavía podía verlo, y él todavía podía verme.
Estuve preocupado durante tanto tiempo que no sería capaz de ver sus ojos
nunca más si no hubiera elegido despertarse. Sin embargo, allí estaba:
despierto.

—Hola, hijo —susurró, su voz ronca y cansada.

Corrí hacia él y envolví mis brazos alrededor de él. Empecé a sollozar contra
su hombro mientras él se desmoronaba contra el mío. Todas las peleas que
tuvimos durante el último año no parecían importar en este momento. Todo el
dolor y las luchas que enfrentamos parecieron evaporarse en este mismo
momento. Nada importaba excepto el hecho de que él estaba bien. Estaba vivo y
despierto.

—Nunca vuelvas a hacer eso —lo regañé, sintiendo como si mi corazón


saliera volando de mi pecho por lo fuerte que golpeaba contra mi caja torácica—.
Nunca vuelvas a hacer eso, papá —repetí.

Una vez que lo aparté, sus lágrimas seguían cayendo. Se pasó el dorso de la
mano por debajo de la nariz y sollozó mientras miraba hacia Weston y hacia mí.

—Creo que necesito ayuda —confesó—. No puedo quedarme así. Quiero


mejorar. Necesito ayuda.

Escucharlo decir esas palabras se sintió como música para mis oídos. Lo
abracé de nuevo y hablé en voz baja. 278
—Está bien, papá. Te conseguiremos ayuda.

—De acuerdo.

Suspiró.

También suspiré.

De acuerdo.
Milo

Encontramos un centro de rehabilitación en Chicago que se ajustaba a las


necesidades de papá. Se quedó en el hospital durante una semana para
recuperarse, y un domingo por la mañana, llegó a casa por un breve período,
empacó parte de su ropa y Weston lo llevó al centro para que lo internaran.

Me ofrecí para ir con ellos, pero papá dijo que preferiría que no lo viera
internándose en un lugar como ese. Quería estar allí, pero respeté su elección. No
podía discutir con él cuando estaba en camino de buscar ayuda. Estaría allí
durante al menos cuatro semanas, lo que parecía una cantidad de tiempo
razonable para ayudarlo a recuperarse.

En el momento en que salieron de la casa, llamé a Starlet para que viniera y 279
estuvo allí en treinta minutos. Hablamos un rato, luego pasamos horas
trabajando en nuestra tarea. Cocinamos una de las recetas de mamá para la
cena y, mientras poníamos la mesa para comer, nos interrumpió el sonido del
motor de un automóvil afuera. Me congelé por un segundo después de escuchar
las llaves moviéndose en la puerta principal. Después entró Weston.

—Está bien, Milo. Tu padre ya está instalado. Sé que dijiste que hoy querías
estar solo, pero la idea de que estés sentado aquí solo me mató. Así que compré
algo para cenar.

Starlet estaba en el comedor, inmóvil en su lugar. Yo tampoco me moví ni un


centímetro. Se sentía como si todo a nuestro alrededor se ralentizara.

—Señorita Evans —dijo Weston, atónito por ver a Starlet de pie allí. En mi
camiseta. En sus bragas.

Maldición.

—¡Oh, Dios mío! Director Gallo, hola —balbuceó Starlet, cada vez más
nerviosa.

Vi la nariz de Weston ensancharse cuando la ira que estaba presenciando lo


golpeó a toda velocidad.
—¿Me están tomando el pelo? —gritó. Se pellizcó la nariz y nos dio la
espalda a los dos.

—Puedo explicarlo —supliqué, mientras Starlet comenzaba a temblar


incontrolablemente a mi lado. Su mente probablemente estaba en un colapso
instantáneo. Me dolía el estómago de solo de pensar lo que estaba pasando
dentro de su cuerpo.

—¿Qué tal si no? —espetó Weston—. Señorita Evans, tal vez deberías ir a
buscar sus pantalones y salir de esta casa.

Starlet abrió la boca, pero no salió ninguna palabra. Las lágrimas rodaron por
sus mejillas y se apresuró al dormitorio a recoger sus cosas. Cuando salió con su
bolsa de lona, Weston resopló de asombro.

—¿Estaban teniendo una fiesta de pijamas? ¿Es eso lo que estaban


haciendo? —gritó.

—Tómalo con calma, West —dije.

—No —gritó, señalando con un dedo severo en mi dirección—. No, Milo.

Starlet pasó junto a Weston con la cabeza mirando al suelo. Su cuerpo 280
temblaba a una velocidad que me puso nervioso. Sus labios se separaron una
vez más—. Lo siento —susurró —. Lo siento mucho. —No estaba seguro de si era
una disculpa por Weston o por mí, pero antes de que pudiera decirle que no se
disculpara, salió por la puerta, subió a su auto y se alejó.

Las manos de Weston estaban en sus caderas, mirándome como si estuviera


loco.

—¿Me estás jodiendo, Milo?

—No tenías que reaccionar así —le dije.

Sus ojos se abrieron con ira.

—Oh, lo siento. ¿Se suponía que debía ser extrañamente genial que una de
mis maestras se estuviera acostando con uno de mis alumnos? ¿Teniendo sexo
con mi sobrino? Vaya, mi culpa. ¡Olvidé que así era como se suponía que debía
reaccionar ante esa situación!

—Profesora —murmuré como si eso hiciera una gran diferencia.

Weston me miró como si me hubieran crecido dos cabezas o algo así.

—Es increíble, Milo. Realmente. Con todo lo que está pasando en este
momento, pensaste que este era el siguiente paso correcto.

—¿Crees que no sé lo que está pasando? Todo está pasándome a mí, ¿de
acuerdo? Entiendo lo que está pasando. Y si no fuera por Star…

—Señorita Evans —corrigió—. Su nombre es señorita Evans para ti.

—La amo —grité, erguido, pero sintiéndome como si fuera un niño pequeño
al que regañan por portarse mal—. La amo, West.

Por un momento, sus ojos se nublaron. Por un momento, pensé que podría
entender. Por un momento, pensé que escucho mis palabras y miraba más allá
de las fallas en cómo Starlet y yo encontramos nuestro camino el uno al otro. Pero
luego su mirada se volvió fría.

—Bueno, deja de amarla. Ahora.

Se dio la vuelta y salió de la casa, dejándome allí solo.

Lo primero que hice fue apresurarme a mi teléfono para llamar a Starlet.

No respondió.

Envié un puñado de mensajes de texto. La llamé una docena de veces más.


281

Aun así, no respondió.


Starlet

El miércoles por la tarde fui citada en la oficina del director.

No había pegado un ojo la noche anterior. Estuve físicamente enferma la


mayoría de la noche, incapaz de hacer otra cosa que vomitar todo dentro de mí.
A Whitney le preocupaba que tuviera gripe, pero me sentía demasiado
avergonzada para contarle lo que pasó.

Sabía que me golpearía con un ‘te lo dije’, y no estaba lista para escuchar
eso. No me sentía preparada para escuchar nada. Simplemente estaba
aterrorizada por cómo había arruinado mi vida. Todo por lo que trabajé durante
los últimos años estaba a punto de desaparecer porque decidí enamorarme de
un hombre que también me amaba. 282
Mientras caminaba por los pasillos de la preparatoria, noté a Milo, captó mi
mirada y vino corriendo hacia mí.

—¿Qué estás haciendo aquí? Deberías estar en casa, Milo. No deberías estar
en la escuela lidiando con lo que estás pasando —le dije.

—Necesitaba ver cómo estabas. ¿Qué está sucediendo? —susurró,


acercándose más.

—No, Milo —respondí suavemente.

—No respondiste mis mensajes.

—No puedo hacer esto —confesé, luchando contra las lágrimas que
amenazaban por caer.

—Star...

—No —medio susurré, medio grité. Lo miré fijamente e instantáneamente,


sentí las lágrimas a segundos de caer por mi rostro. Sus ojos estaban llenos de
preocupación, de cuidado, con la dulzura que aprendí amar de él. Te amo. Te amo
tanto que me duele—. No me llames así, Milo. Por favor. No puedo hablar contigo.
Tengo una reunión con tu tío.
—También puedo ir.

—No. Eso sólo empeoraría las cosas. Sabía lo que estaba haciendo y conocía
los problemas que iba a tener. Ahora tengo que enfrentar las consecuencias. No
es tu culpa ni tu responsabilidad lidiar con esto.

Giré en la esquina hacia un pasillo vacío. Milo me siguió y miró a su alrededor


antes de agarrarme del brazo y empujarme hacia el armario del conserje. El
mismo armario al que lo había metido semanas antes cuando estaba borracho.

—¡¿Estás loco?! —susurré, empujando mis manos contra su pecho—. No


puedes hacer esto, Milo.

—¡Lo sé, lo sé, maldición! —gritó, pasando su mano por el cabello oscuro—.
Mierda. Lo arruiné, Star. Lo lamento. Sólo… no puedo dejar de pensar en ti y
preguntarme si estás bien. —Dio un paso hacia mí y negó. Su mano cayó al lado
de mi mejilla, y esos ojos que amaba se clavaron en los míos—. ¿Estás bien?

Esas tres palabras hicieron que las lágrimas comenzaran a caer. Negué con
incredulidad por lo que estaba pasando. Quería decirle que no estaba bien.
Quería tirar de él contra mí y llorar en su hombro. Quería que me protegiera del
mundo que implosionaba a mi alrededor. Pero no podía.
283
No podía sostenerlo.

No podía tocarlo.

No podía amarlo.

Lo peor de toda la situación era que yo no era quien realmente necesitaba


consuelo en este momento; era Milo. Él era aquel cuyo mundo había sido
incendiado. Él era el que estaba viendo todo desmoronarse ante él. Él era el que
necesitaba ser sostenido. Ser tocado. Ser amado.

Mi cuerpo tembló levemente mientras me erguía.

—Voy a salir de aquí, Milo, y tú esperarás un rato para salir detrás de mí.

Agarró mi brazo, enviando una ola de electricidad a través de mi cuerpo.

—Star, por favor. Déjame abrazarte por un segundo.

Arranqué mi brazo de su contacto.

—No. No. ¿No lo ves? Esto está mal. Ha estado mal desde el principio, y
permití que se convirtiera en este desastre. Esto fue un gran error, Mi.
—¿Crees que fuimos un error?

El dolor en su voz rompió aún más mi corazón ya destrozado.

—No, claro que no. Eso no es lo que quiero decir.

Él estaba tan lejos de cometer un error. Sentía que él era la primera cosa
buena desde que mi madre falleció. Milo Corti se sentía como en casa para mí.
Sin embargo, eso todavía no lo hacía bien.

—¿Te arrepientes de esto? —cuestionó.

Negué y puse una mano contra su mejilla.

—Nunca podría arrepentirme de ti. Aunque lo intenté. —Su rostro se inclinó


ligeramente y besó la palma de mi mano, enviándome escalofríos. Bajé la
cabeza—. Tengo que ir a reunirme con el director.

—Te acompaño. Lo afrontaremos como equipo.

—No puedes hacer eso.

—Puedo. Está bien. Él es mi tío. Entenderá. Demonios...


284
—Milo. —Interrumpí y negué—. No puedes pelear esta batalla por mí. Tengo
que ser una adulta y aceptar mi destino. Lo lamento. Tengo que irme.

—Antes de que pudiera responder, salí del armario y salí corriendo. No miré
hacia atrás por miedo a que me siguiera. O por miedo a quebrarme y correr a
sus brazos. Aunque eso era todo lo que quería.

***

Se hizo un nudo en mi estomago cuando entre en la oficina del director


Gallo. Indicó que cerrara la puerta detrás de mí e hice lo que me dijo. Hizo un
gesto para que tomara asiento, y también lo hice. Mi cuerpo temblaba cuando se
sentó frente a mí, su escritorio era la única barrera que nos separaba.

Mi cabeza permaneció agachada mientras jugueteaba con mis dedos. Mis


nervios estaban en su punto más alto y todavía sentía náuseas a pesar de que no
había comido nada en más de veinticuatro horas.

No dijo nada por un rato, haciéndome sentir como si estuviera esperando que
yo tomara la iniciativa.

No podía mirarlo a los ojos cuando me senté frente a él.

—Director Gallo...

—¿Cómo empezó esto? —interrumpió.

Levanté la cabeza, encontrándome con su mirada.

—¿Disculpe?

Se quitó las gafas y se pellizcó el puente de la nariz.

—La situación entre mi sobrino y tú. ¿Cómo comenzó?

Tragué saliva, debatiéndome sobre cuán sincera debería haber sido sobre
toda la situación. Entonces me di cuenta de que realmente no importaba. La
verdad era todo lo que tenía, y sin importar cómo la dijera, aún tendría el mismo
resultado. Así que le di cada pieza de la historia. —Nos conocimos en una fiesta de
la fraternidad en la universidad antes de que comenzará a enseñar aquí.
Nosotros… —Hice una pausa, sintiendo un poco de vergüenza—. Nos acostamos.

—Te acostaste con él —pronunció secamente.


285

Asentí.

—Sí, señor.

Sus cejas se juntaron mientras juntaba sus manos.

—¿Y luego apareciste y notaste que él era un estudiante aquí?

—Sí. Exactamente.

—Y así continuaste haciendo lo que hiciste en dicha fiesta.

—No —negué—. Para nada. Durante mucho tiempo, establecí límites con él.
Era estrictamente profesional, y bueno, entonces, bueno, yo, bueno, él, bueno…
nosotros… —Empecé a tartamudear sobre mis palabras. Incapaz de desenredar
mis pensamientos confusos. Antes de que pudiera pronunciar otra sílaba, la
puerta de su oficina se abrió de golpe y Milo entró disparado en la habitación,
cerrando la puerta detrás de él.

—No es culpa de ella —le gritó Milo a su tío, la ira atravesó sus palabras. O tal
vez no era rabia. Tal vez era miedo a lo que me pasaría. También me sentí mal por
eso. Por hacer que Milo se preocupara por mí cuando todo su mundo estaba en
llamas.

—Milo, no fuiste invitado a esta reunión —reprochó el director Gallo. La vena


de su cuello se estaba brotando, poniéndome cada vez más nerviosa por la
intensidad de sus emociones sobre el tema en cuestión.

—No, al diablo con eso, West. Vamos. Sabes que esto es una mierda —gritó
Milo—. Es demasiado buena en lo que hace para ser castigada por...

—¡¿Por qué?! —gritó el director Gallo en voz baja—. ¿Por acostarse con un
estudiante? ¡¿Con mi sobrino?! No puedes hablar en serio ahora, Milo. Tengo un
trabajo que hacer y necesito que salgas de mi oficina para que pueda manejar
esto ahora.

—Ella me salvó —espetó Milo. Sus ojos se llenaron de emociones mientras


miraba a su tío, dejando todo de sí mismo allí mismo en esa oficina. Era crudo y
real mientras hablaba—. Ya no quería estar aquí —confesó—. Ya no quería existir.
Estaba muriendo, Weston, y me salvó. Ella salvó mi maldita vida. Así que no le
hagas esto. No arruines su vida porque eligió salvar la mía.

—Milo. Sal de mi oficina —ordenó el director Gallo.

Milo se puso de pie. 286


—No.

—Milo. Vete. Ahora —repitió.

—No.

—Mi...

—Lo he perdido todo —dijo mientras su voz se quebraba—. Lo he perdido todo,


West. No puedo hacer esto, ¿de acuerdo? Por favor. No puedo perderla también.

Y así, mi corazón se rompió en un millón de pedazos por la persona que


amaba.

Fui a poner una mano en el brazo de Milo, pero me detuve en el momento en


que vi que la mirada del director seguía la mía. No lo toqué. No pude tocarlo.

—Milo, por favor, vete —susurré mientras mi voz se quebraba—. Por favor.
Todo estará bien.

Los ojos de Milo se suavizaron con confusión mientras me estudiaba. Estaba


agradecida de que intentará defenderme en este momento, pero sabía que tenía
que valerme por mí misma. La vida se trataba de elecciones. Había hecho la mía
y ahora era el momento de enfrentarla. No podía permitir que Milo intentara
estar a mi lado en el lío que había hecho.

Parpadeó un par de veces hacia mí antes de girarse hacia su tío.

—Si arruinas su vida, nunca te lo perdonaré.

—No es su culpa, Milo —le dije—. No es su culpa.

Pensé que eso era lo que más le dolía a Milo, porque sabía que no era culpa
de su tío. Milo y yo tomamos decisiones. Tomamos decisiones que no deberíamos
haber tomado, y ahora teníamos que lidiar con las consecuencias de dichas
decisiones. No había nadie a quien culpar excepto a nosotros mismos.

Después salió de la habitación, cerrando la puerta detrás de él. El director


Gallo se desinfló un poco en su silla mientras se pellizcaba el puente de la nariz.

—Él ni siquiera debería haber estado aquí. Se suponía que esto sería entre
usted y yo, señorita Evans.

—Lo sé, pero vino porque sabía que estaría aquí —susurré, mirando mis
manos temblorosas—. Vino por mí.
287
Me di cuenta de ello cuando me senté en esa silla frente al hombre que tenía
todo el futuro de mi carrera en sus manos.

El director Gallo se quedó en silencio por un momento. Sus ojos estaban


llenos de emociones, y no podía descifrar qué estaba pensando exactamente. No
podía entender a dónde iba su mente, y lo que estaba a punto de decirme.

Todo lo que sabía era que él también estaba pasando por el duelo, tratando
de averiguar cuáles eran los próximos pasos a seguir. Se estaba ahogando al
igual que su sobrino.

—Lo siento —susurré, negando ligeramente—. Lo siento por todo esto. Lo digo
desde el fondo de mi corazón, Director Gallo. Lo siento por todo.

Se aclaró la garganta, todavía sin mirar hacia mí.

—Tal vez deberíamos seguir con esta conversación la próxima semana.


Hasta entonces, manténgase alejada de la escuela. Me pondré en contacto una
vez que todo esté resuelto. Además, manténgase alejada de mi sobrino. Ya tiene
suficiente en su vida. Su participación no va a hacer nada más fácil para él.
Confíe en mí.

Escuché sus palabras, pero mi corazón no quería escuchar. Porque en medio


de la tormenta de Milo, todavía aparecía para mí. ¿Qué clase de monstruo sería yo
para no hacer lo mismo por él?

—No dejaré de verlo —confesé.

El director Gallo arqueó una ceja.

—¿Disculpe?

—Sé cómo le parece esto, Director Gallo. Sé lo poco profesional que es y lo


horrible que cree que soy como ser humano, pero estoy enamorada de su
sobrino, y todo en lo que puedo pensar es en que no merece estar solo.
Renunciaré a terminar mi título de maestra. Cambiaré de dirección, viendo cómo
manché mi carácter, pero no me arrepiento ni un segundo de lo que pasó entre
Milo y yo...

—Starlet...

—Espere, déjeme terminar. Sé que está aquí para decirme por qué esto está
mal y por qué me equivoqué, y quiero que sepa que veo todo eso. Lo entiendo y
acepto la culpa, pero Milo significa todo para mí. Él significa más para mí que
nadie antes, y no puedo dejarlo. No puedo dejarlo ir. Es la mejor parte de mis
días. Incluso cuando está triste y roto, sigue siendo muy bueno. Y quiero ser eso
para él, también. Quiero ser su bien. Así que, adelante. Dígame lo horrible que 288
soy. Dime qué vergüenza de ser humano he demostrado ser.... pero por favor,
sepa que esto entre él y yo es real. Es el tipo de amor más real que jamás sentí, y
nunca me disculparé por ese sentimiento.

Las cejas del director Gallo bajaron.

—¿Terminaste, Starlet?

Asentí.

—Sí. Creo que eso es todo.

Se quitó las gafas y se recostó en su silla.

—Bien. Ahora es mi turno. —Mirándome con una visión tan autoritaria.


Mientras su boca se abría, mis temores de qué palabras crearía crecieron más y
más. Luego dijo—: Quédate.

—Disculpe, ¿qué?

—Entiende que este no soy yo como director de esta escuela, este soy yo
como tío. Estuve con mi esposa durante cuarenta años. Más tiempo del que Milo
y tú llevan vivos. Los padres de Milo estuvieron juntos treinta y tantos años. Mi
hermana Ana y yo vivimos historias de amor épicas con nuestras almas gemelas.
Vivimos historias de amor sobre las que la personas haría películas. No entendí
cuando los vi juntos por primera vez. Diablos, probablemente no entendí hasta
que me dijiste que no. Tal vez todavía no entiendo, pero lo vi, Starlet. Vi lo que
ustedes dos tienen, así que todo lo que les pido es que se queden.

—Mi sobrino se está ahogando y no he podido averiguar cómo ayudarlo en


más de un año. Nada parecía funcionar, y estaba al final de mi ingenio. Entonces
apareciste tú, y todo empezó a cambiar. Se reía más cuando venía a mi oficina.
También, sonreía más. No pensé que lo volvería a ver hacer esas cosas. Ahora,
me doy cuenta de por qué fue capaz de hacer esas cosas. Fue gracias a ti. Le
devolviste la vida a Milo, Starlet. Así que por favor... quédate con él. Le estás
salvando la vida.

Tomé una respiración profunda y la solté lentamente.

—Creo que también está salvando la mía.

—Espero que entiendas que no puedo permitir que sigas enseñando aquí. Si
alguien más supiera de Milo y tú…

Asentí.

—Entiendo. 289
—Pero no te denunciaré. Inventaremos una razón para que tu semestre de
enseñanza llegue a su fin.

—Gracias, director Gallo.

—No. Gracias, Starlet.

***

Después de esa noche, me detuve en la casa de Milo con mi bolsa de lona en


la mano. Toqué el timbre de su puerta mientras mi corazón saltaba un millón de
latidos. Mi mente estaba girando a gran velocidad mientras esperaba que llegara
a la puerta, pero en el momento en que lo hizo, en el momento en que abrió la
puerta y se paró frente a mí, todo se ralentizó.

Encontré mi conexión a la tierra.

Encontré mi paz.
Se apoyó en el marco de la puerta. Tenía los ojos inyectados en sangre y
parecía exhausto.

—Hola.

—Hola —susurré. Le di una pequeña sonrisa—. ¿Estás bien?

Sollozó un poco, esbozó una sonrisa y asintió.

—Estoy bien.

Me abalancé contra sus brazos y él me atrajo con fuerza, sosteniéndome tan


cerca como podía. También me negaba a dejarlo ir. Me quedaría en sus brazos
todo el tiempo que necesitara.

—Estoy bien —repitió, apoyando su barbilla en la parte superior de mi


cabeza.

Bien.

290
Starlet

Mi mundo se había puesto completamente al revés, dejándome más


perdida que nunca. Sabía que necesitaba ayuda para volver a encarrilar mi
vida, pero ya no estaba segura de que mi camino estuviera hecho para mí.

—No sé qué estoy haciendo con mi vida —afirmé mientras me sentaba


frente al escritorio de mi consejero universitario—. Siento como si ya ni
siquiera supiera quién soy.

Había pasado una semana desde que el director Gallo se enteró de lo que
había estado pasando entre Milo y yo, una semana desde que el padre de Milo
se fue a rehabilitación.

Durante la última semana, mi enfoque había sido llevar a Milo a todas sus
291
citas y en ayudarlo lo mejor que podía. A veces, sentía como si se viera a sí
mismo como una carga, pero no quería que se sintiera así. Poder estar a su
lado me hacía sentir bien, por fin. Pero estaría mintiendo si dijera que ayudarlo
me parecía una buena razón para evitar mis propios problemas.

Era hora de enfrentar el sentimiento de sentirme perdida últimamente, y


decir esas palabras en voz alta se sentía como si finalmente liberara el aliento
que contuve durante meses.

La señora Marvin había sido mi consejera durante los últimos años y


nunca me encontró sentada en su oficina. Tuve que rebuscar entre mis papeles
para recordar quién era mi asesora. Nunca antes necesité que me orientaran
sobre mis decisiones vitales porque estaba convencida de que me encontraba
en el camino correcto. Claramente, había estado equivocada durante algún
tiempo.

—Está bien —dijo la señora Marvin, sonriendo en mi dirección como si no


acabara de decirle que estaba sufriendo una crisis de identidad total.

Arqueé una ceja.

—¿No me escuchaste? Dije que no sé qué estoy haciendo con mi vida.


—Sí, te escuché. Y eso está bien. Eres joven y estás aprendiendo los
detalles de ti misma, Starlet. No se supone que lo tengas todo resuelto todavía.

—Soy una estudiante de tercer año. Sólo me queda un año de universidad.


Sin ofender, pero siento que el reloj avanza más y más cada día.

Siguió sonriendo.

Eso me molestó un poco.

—Revisé tus registros, Starlet, y parece que eres una gran estudiante.
Tienes notas excelentes...

—Obtuve una C en un trabajo este semestre.

—Tengo estudiantes que vienen a mi oficina emocionados con sus


exámenes en los cuales obtuvieron una nota C.

Suspiré.

—¿Sabes qué es lo más loco de todo? Ni siquiera me importó sacar una C.


Me sentí bien al no tener que ser tan perfecta de vez en cuando. —Gemí y pasé
mis manos por mi rostro—. ¿Qué me está pasando? 292
—Agotamiento. Nos pasa a los mejores. El problema es que los estudiantes
tienen tanta presión sobre ustedes para que todo se resuelva bien a la edad de
dieciocho años. Ese es un concepto loco si soy honesta. Te sorprendería la
cantidad de personas que llegan al primer año pensando que quieren una cosa
y se van del último año con un plan de acción completamente diferente.

—¿Qué consejo les das?

—Pivotar. Cambiar de direcciones. Eso está más que permitido.

—¿Incluso tan tarde en el juego?

—Tengo personas sentadas donde tú estás un semestre antes de su


graduación. Nunca es demasiado tarde para cambiar la vida que estás
viviendo. Es lo más valiente que puedes hacer. Entonces, ¿qué quieres, Starlet?

—Esa es la cuestión. No lo sé. No tengo la menor idea de lo que quiero.

—Que divertido porque eso significa que el cielo es el límite. Creo que ya es
hora de que empieces a probar cosas diferentes o a escribir una lista de cosas
que te interesan.

Ni siquiera sé lo que me gusta, pensé.


Sentía como si mi vida fuera un lienzo en blanco y no tuviera ni idea de
cómo pintarlo.

—Aquí hay una tarea para ti. —dijo la señora Marvin. Me senté más
derecha. Los deberes estaban bien. Los deberes se me daban muy bien, menos
esa maldita C—. Quiero que hagas una lista de quince cosas que te gusten.
Quince cosas que te hagan feliz. Luego quiero que vuelvas a mí.

—Oh. Eso es bastante fácil. Estupendo. Puedo hacerlo.

¿Quince cosas que me hacen feliz? Eso sería un paseo por el parque.

—Tendré la lista la próxima semana. —dije con confianza.

***

Alerta de spoiler: nombrar quince cosas que me hacían feliz no fue un


paseo por el parque. Estuve mirando fijamente mi cuaderno con la página
numerada del uno al quince sin ningún progreso en absoluto. Lo único que me 293
salvó de la desesperación de mi inexistente lista fue la llamada de Whitney
para invitarme a comer con ella.

No volvía mucho a nuestro dormitorio y necesitaba tiempo con mi mejor


amiga. Whitney no me regañó por no estar tanto por aquí. Simplemente parecía
feliz de verme. Me asombraba hasta qué punto podía caer la mandíbula de una
persona después de que le contara todo lo que pasaba en mi vida.

—Bueno, definitivamente ya no eres Cheerios —musitó Whitney—. ¿Qué


vas a hacer?

Negué con la cabeza.

—No lo sé. El orientador dice que mucha gente cambia de carrera en el


camino. Y con mi licenciatura en Comunicación, podría encontrar trabajo en
otro campo. Además, tengo dos asignaturas optativas.

—Supongo que el hecho de que te esforzaras tanto valió la pena —bromea.


Luego frunció el ceño—. ¿De verdad estás pensando en dejar tu carrera de
profesora por este chico?

—No se trata sólo de Milo —confesé mientras mordía mis uñas—. Creo que
cada vez tiene menos que ver con él y más conmigo. Entré en esto queriendo
ser profesora simplemente porque quería que mi madre se sintiera orgullosa. Y
claro, tal vez termine queriendo seguir enseñando, pero tal y como está mi
cabeza ahora mismo, no sé si podré tomar las decisiones correctas. No sé lo
que me gusta o lo que no me gusta. Todo lo que sé es que soy buena
aprendiendo cosas. Soy una gran estudiante, pero eso no significa que me haga
feliz. Por primera vez en mi vida, quiero ser feliz, Whit.

—Yo también quiero eso para ti, Star. Pero es curioso. Pensé que yo sería la
que pasaría por una crisis de vida universitaria mucho antes que tú.

Me reí entre dientes.

—Es que este año estoy llena de sorpresas.

—Las cosas que hacemos por amor... —bromeó un poco.

—Crees que estoy loca.

—Sí —afirmó rápidamente. Se acercó a mí y tomó mi mano—. Pero también


creo que todas las mejores mujeres del mundo tuvieron que estar un poco
locas para conseguir lo que querían. Tú también eres valiente, Star. Y además,
aunque todo esto explote en tu rostro y tu vida caiga en espiral, algún día
tendrás una buena historia que contar en la residencia de ancianos.
294
Empecé a jugar con mis manos mientras me recostaba en mi silla.

—Whit, ¿crees que podrías nombrar quince cosas que te guste hacer?

—¿Quince? —preguntó, y luego agitó una mano en mi dirección—. Podría


nombrar fácilmente treinta.

Había nombrado cuarenta y dos cuando terminó el almuerzo.


Milo

Starlet y yo empezamos a pasar casi todo el tiempo juntos. Nos


duchábamos juntos, cocinábamos juntos y veíamos películas juntos.
Escuchábamos los mismos audiolibros para divertirnos antes de acostarnos.
Era como si nuestros mundos estuvieran surgiendo de la forma que
esperábamos. Pero algo no encajaba. Ella no se sentía bien, lo que me dejaba
intranquilo.

Una noche, después de terminar los deberes, nos duchamos juntos y nos
pusimos unos pantalones de chándal para estar cómodos.

—Tienes que comer algo. Puedo cocinar para ti o pedir algo —dijo Starlet, 295
rebuscando en la nevera mientras me sentaba en el taburete frente a la isla,
mirándola fijamente. Llevaba mi sudadera extragrande y sólo podía pensar en
lo mucho que la amaba.

—No tengo mucha hambre.

—Tienes que comer. Es importante comer. Voy a tomar mi teléfono y...

—Hola.

Se volvió hacia mí, y sus hombros cayeron.

—Hola.

—Ven aquí. —Caminó hacia mí y se colocó entre mis piernas. Envolví mis
brazos alrededor de ella—. ¿Estás bien?

—Sí, estoy bien. Todo va bien. Quiero asegurarme...

—Starlet.

Tenía los ojos vidriosos. Sacudió la cabeza.

—Sólo estoy trabajando mentalmente a través de algunas cosas.


—¿Quieres trabajar a través de ellos en voz alta conmigo?

—No. Está bien. No quiero añadir más presión a tu vida.

Arqueé una ceja.

—Ahora me estás preocupando. ¿Qué ocurre?

Sus ojos destellaron emociones, pero parpadeó para alejarlas. Era todo lo
contrario a como la conocía desde el principio de los tiempos. Starlet nunca
ocultaba sus emociones. Era una de las muchas cosas que me gustaban de
ella.

—Star —susurré, rozando mi boca contra la suya—. Háblame.

—Hablaré. Pronto. Pero no esta noche, si te parece bien. Necesito procesar


las cosas primero.

—¿Hice algo mal?

Sus ojos se abrieron de par en par y negó.

—No, claro que no. Sinceramente, eres lo único que realmente tiene
sentido en mi mundo ahora mismo.
296

—Bueno, cuando estés lista para hablar, estaré listo para escucharte. —
Besé sus mejillas—. Pero mientras tanto, sólo debes saber que todo va a salir
bien.

Me señaló con un dedo acusador.

—¿Cómo te atreves a usar esas palabras contra mí?

—Lo siento, profe. Nunca debiste enseñarme esas palabras.

Bajó un poco la cabeza.

—Probablemente ya no tengas que llamarme Profe. Eso no es algo que vea


llegar a buen término en un futuro próximo.

Arqueé una ceja.

—¿Qué quieres decir?

—Nada. No es nada. Estoy averiguando algunas cosas, eso es todo.

—¿Weston te atacó con fuerza?


Entrecerró los ojos y negó.

—No. Todo lo contrario, en realidad.

—¿Qué te dijo?

—Me dijo que me quedara.

Eso hizo que mi dañado corazón diera un par de saltos. Apoyé la frente
contra la suya.

Estaba tan feliz de que se hubiera quedado.

Al menos, así me había sentido al principio. Con el paso de los días, Starlet
permaneció a mi lado aunque le dije que estaba bien que volviera a su vida y a
su mundo. Me mantenía al día con los deberes. No podía decir lo mismo de
Starlet.

Parecía tan preocupada porque estuviera bien que estaba dispuesta a


poner en peligro su propia educación. Cada vez que mencionaba la situación de
la enseñanza, me decía que estaba bien y que lo estaba resolviendo. Me dijo
que no me preocupara por ella, pero era casi imposible no hacerlo. Los
domingos, cuando solía visitar a su padre, acababa quedándose en mi casa. 297
Toda su vida estaba patas arriba por mi culpa, y no podía dejar de sentir el
más alto nivel de culpa por ello. Sabía que mis cosas eran pesadas, pero Starlet
nunca tuvo que llevar esa carga.

Normalmente, cuando iba a terapia de grupo, me dedicaba más a


escuchar. No me gustaba hablar de mis problemas. Quizá por eso mis
problemas tardaban tanto en mejorar. Pero aquella tarde sentí que hablar no
sólo me ayudaría a mí, sino también a la persona que más me importaba.

Me senté en la silla de metal con un nudo en el estómago cuando llegó el


momento de compartir.

—Creo que mi novia se entrega demasiado a mí —confesé.

—Profundiza más en ese pensamiento, Milo —dijo Tracy—. Escarba un


poco más en lo que quieres decir.

Rocé mi nuca con la palma de mi mano.

—Mi padre está actualmente en un centro de rehabilitación. Estará allí un


tiempo, así que mi novia se mudó conmigo temporalmente para asegurarse de
que no estuviera solo. No me malinterpreten, la amo. Me encanta tenerla cerca,
pero... me da tanto. Se preocupa por mi vista más que yo. Ha estado trayendo
estos nuevos sistemas tecnológicos, también, para ayudarme a leer y ni
siquiera estoy en ese punto de mi viaje. Y mientras hace todo esto, se está
perdiendo a sí misma. Está tan centrada en mí que no está cuidando bien de
ella.

—He estado allí antes —dijo otra persona. Su nombre era Greg. Era mucho
más callado que los demás, pero intervenía en las conversaciones cuando lo
consideraba oportuno. Por lo que estaba aprendiendo, no era el tipo más
positivo del lugar—. Va a dar y dar hasta que sea demasiado y se resentirá
contigo.

—No —discrepé—. No es así en absoluto.

—Eso es lo que piensas ahora. Espera y verás —replicó amargamente.

Y yo que pensaba que Henry era el gruñón del grupo.

—Greg, asegurémonos de no proyectar nuestras situaciones en los demás.


La situación de Milo no es la misma que la tuya —instó Tracy.

Greg refunfuñó.

—Está bien, pero no me eches la culpa cuando acabe teniendo razón.


298
—Oh, cállate, resentida Betty —lo regañó Henry. Al menos mi gruñón
favorito estaba de mi parte. Henry aclaró su garganta—. A lo que Milo quiere
llegar, y corrígeme si me equivoco, es que siente que su vida es una carga para
la de ella.

Asentí.

—Sí, exactamente. Sé que este es un viaje largo y lento para mí. Podrían
pasar años antes de que sea legalmente ciego y aún más antes de que pierda la
visión por completo. Si ya está tan concentrada en mí, ¿cómo será el resto de
su vida? ¿Qué pasaría con su mundo cuando la necesitara más físicamente?
¿O si mi salud mental empeora? Habrá días en los que no podré fingir que soy
feliz. Ya me siento fatal teniendo días malos porque la hace sentir triste y odio
hacerla sentir triste.

—Esto es parte del viaje —explicó Tracy—. Es una parte difícil y


complicada. Porque nos merecemos amor en todas sus formas, como todo el
mundo. Luego está la resbaladiza pendiente de saber cuánto es demasiado
pedir a otra persona. ¿Cuánto estás dispuesto a poner en el plato de otro?

—No quiero hacerle perder el tiempo —susurré.

—Entonces sé un hombre de verdad y déjala ir —dijo Greg.


—Greg, te juro que te daré un puñetazo en la garganta —gritó Bobby.

—Bobby, nada de golpes en la garganta —regañó Tracy al chico.

—Pero algunas personas se merecen golpes en la garganta —argumentó


Bobby.

—No se equivoca —murmuró Henry.

Sonreí un poco, pero seguía sintiendo un nudo en el estómago.

—Deja de intentar endulzárselo al chico. Sabes que tengo razón —


refunfuñó Greg—. Mirarán atrás dentro de veinte años y ambos se sentirán
desgraciados.

Ese era mi mayor temor. No quería ser la razón por la que Starlet viviera
con remordimientos.

Después de la sesión, todos nos despedimos. Henry y Bobby me llamaron y


me invitaron a tomar un helado el domingo siguiente.

—¿Salen fuera de las sesiones? —pregunté, algo sorprendido.

—Bueno, al fin y al cabo es mi abuelo —dijo Bobby.


299

—Abuelo político —corrigió Henry—. Su madre se casó con mi hijo hace


unos años. Se conocieron en una de las reuniones familiares del grupo. Ahora,
este chico está atrapado en mi vida para siempre. De todos modos, todos los
domingos tomamos helado en Taylor's Ice Cream Parlor al mediodía. Eres más
que bienvenido a unirte.

—Me gustaría. Gracias.

—¿Y, Milo? No prestes mucha atención a lo que dice Greg. Puede ser un
verdadero imbécil. Y debería saberlo, ya que soy el idiota más grande.

—Sí, gracias.

Escuché las palabras de Henry, pero las de Greg fueron más fuertes esa
noche. Salí del edificio y encontré a Starlet sentada en su Jeep, esperándome.

Subí al asiento del copiloto y ella sonrió. Me hubiera gustado que no lo


hiciera. Me dificultaba pensar con claridad.

—Hola, ¿qué tal la reunión? —preguntó.

—Bien. Estuvo bien —mentí. Me sentía horrible.


—Me alegro. Mientras estabas allí, estuve buscando algunas aplicaciones
diferentes que pueden ayudarte con la vista.

Arqueé una ceja.

—Creía que ibas a hacer los deberes.

Se encogió de hombros.

—Los haré más tarde.

Eso bastó para empujarme por el borde del que Starlet ni siquiera sabía
que estaba colgando.

Esa noche nos quedamos despiertos hasta muy tarde viendo otra película,
pero mi mente estaba en todas partes menos en la película.

—Deberíamos irnos a la cama —dije levantándome del sofá.

Extendió los brazos hacia mí y la levanté. La llevé al dormitorio y la acosté.


Me atrajo hacia ella y me besó. Le devolví el beso. Primero despacio, luego
profundamente, después como si fuera el último beso que nos diéramos.

Empezó a quitarme la ropa y la dejé. Comenzó a chupar el lóbulo de mi


300
oreja y a lamer mi cuello. Aquella noche la deseaba. Probablemente más de lo
que la había deseado nunca.

—¿Apago las luces? —preguntó.

Negué con la cabeza.

—¿Podemos dejarlas encendidas? Quiero ver todo de ti.

Cada centímetro, cada trozo, cada curva.

Esta vez, mientras dormimos juntos, fue diferente a todas las veces
anteriores. Esta noche estábamos haciendo el amor. Nunca había hecho el
amor antes de ella, y sabía que nunca lo haría con otra alma. El amor era algo
tan nuevo para mí. No esperaba que su amor viajara a tantas áreas de mi
mundo. Su amor vivía en los pequeños momentos. Los tranquilos. El suave
alivio de las duras tormentas. Estaba en sus abrazos suaves y en sus besos
lentos. Estaba en mi piel, apretada contra la suya. Eran las caricias
indulgentes de nuestras almas. Estaba en sus ojos, y sabía que estaba en los
míos.

Amor verdadero.
Asimilé cada movimiento que hizo contra mí aquella noche.

En ese momento, debería haber sentido nada menos que felicidad. Debería
haber encontrado consuelo en el hecho de que la forma más genuina de amor
estaba recostada contra mí. Cuando miré a Starlet a los ojos, vi para siempre.
Vi mi corazón y cómo se hacía jirones con el suyo para siempre.

Aquello me aterrorizó. Porque lo único que conocía del amor, del amor
verdadero, era cómo podía destrozar a una persona. Cómo podía destrozarse y
perderse por ese amor. Mi padre amó a mi madre, y luego ella se fue. Cuando
lo hizo, una parte de él murió ese mismo día. También estaba viendo suceder
con Starlet, con sus sueños y sus ambiciones. Los estaba dejando morir en
nombre del amor. Todo por mi culpa.

La verdad más triste sobre el amor verdadero estaba al final del día. Sólo
podía conducir a la verdadera angustia.

Mientras hacíamos el amor, mientras sus ojos marrones se encontraron


con los míos, lo sentí en mi pecho. El dolor que un día llegaría. El dolor que un
día se desarrollaría dentro de mí o de su alma. Porque aunque era cierto, el
amor nunca podría vencer a la muerte.

Aunque mi mente debería haber elegido vivir el momento, florecer en los 301
minutos, en los segundos de mi tiempo con Starlet, no podía permitirlo.

Mi corazón se estaba rompiendo porque la amaba demasiado.

Mi alma dolía porque llegaría un día en que nuestro amor tendría un final.

Estaba tan cansado de los finales. Los finales me hacían no querer


empezar nada nunca más.

Giré ligeramente la cabeza y cerré los ojos. Sentí cómo se formaban


lágrimas en mis ojos mientras intentaba frenar mi mente. No dejar que mis
miedos, mi ansiedad y mi pánico se apoderaran de algo que se suponía que era
tan hermoso.

Vete a la mierda, Milo, me dije.

Al diablo con mi cerebro desordenado y su incapacidad para vivir


tranquilamente el momento.

—Oye —susurró, poniendo su mano contra mi mejilla—. Mírame —pidió.

Dudé en girar mi cabeza hacia ella porque sabía que cuando la mirara
fijamente, mis lágrimas caerían. Sabía que cambiaría todo porque estaba a
punto de estropearlo todo. Estaba a punto de tomar un avión que volaba bien y
hacer que se estrellara.

—Milo, por favor...

Suspiré, obsesionado con la dulzura de su voz y la suavidad de su tacto en


mi rostro. Las lágrimas cayeron sin previo aviso. Me volví hacia ella, con los
ojos ardiendo de emociones, algunas que ni siquiera sabía cómo descifrar.

Sin embargo, su expresión no era confusa ni sentenciosa. Era amable.


Acercó mi boca a la suya y me besó.

—Te amo —juró contra mí—. Te amo mucho.

Ella también lo vio: el amor.

—Te amo —repitió una y otra vez...

La besé con más fuerza mientras mis lágrimas caían sobre sus mejillas.
Sus hermosas mejillas, con sus profundos hoyuelos y sus ojos cariñosos. Me
besó con amor y la besé con el mismo amor. Su amor parecía poesía para mi
mente inculta. Se sentía sin esfuerzo y atemporal. Me preguntaba cómo se
sentiría mi amor por ella. ¿Sería suave? ¿Delicado? ¿Era crudo y libre? 302
¿Era venenoso? ¿Dolía?

Esa noche hicimos el amor.

¿El único problema?

Ella me hizo el amor como si fuera a durar para siempre.

Yo le hice el amor como si fuera a acabar por la mañana, porque acabaría.

Al amanecer, me despediría.

Porque el amor no podía durar para siempre, por lo tanto, sólo tendríamos
esta noche.
Starlet

Al día siguiente me desperté en la cama de Milo y estiré la mano para


colocarla en su pecho, como lo había hecho los días anteriores. Al no
encontrarlo en la cama, me incorporé y eché un vistazo a la habitación. Estaba
allí de pie, con sus pantalones de chándal grises, sin camiseta, mirando por la
ventana con una taza de café en las manos.

—Buenos días. —Bostecé, frotando de mis ojos.

Se giró hacia mí con una pequeña sonrisa en su rostro.

—Buenos días.
303
—¿Cuánto tiempo llevas despierto?

—No mucho. Pensé tomar un poco de café.

Miré el reloj y vi la hora.

—Oh, es más tarde de lo que pensaba. Deberíamos irnos si queremos ver el


amanecer. Déjame vestirme rápido y...

—Te amo, Starlet. —Sus palabras eran tan tranquilas y seguras que
hicieron que mi corazón diera unas cuantas volteretas—. ¿Lo sabes? ¿Sabes
que te amo?

—Claro que lo sé.

Se acercó a mí y dejó la taza de café en la mesita de noche. Colocó la palma


de su mano en mi nuca y me besó. Me besó fuerte y prolongadamente, más
fuerte de lo que me había besado en mucho tiempo. Lo sentí vibrar en todo mi
organismo, provocándome una descarga. Me sentí diferente. Había algo raro en
su forma de besarme. No sabía que los besos podían saber a despedida antes
de que él posara sus labios sobre los míos.

Me aparté ligeramente y entrecerré los ojos.


—¿Qué ocurre?

—Nada, sólo necesitaba besarte. Nada más.

—Milo...

Se levantó y me tendió la mano.

—Vamos a ver el amanecer.

Aparté su mano suavemente.

—No. ¿Qué fue eso?

—¿Qué fue qué?

Mi corazón se aceleró y puse mis manos contra mi pecho como si eso fuera
a calmar sus latidos desenfrenados.

—Dime qué pasa.

Bajó la cabeza, y mi corazón se desplomó justo cuando dijo:

—Star, creo que eres increíble... 304


—No. —Sacudí la cabeza—. ¿Qué estás haciendo?

Frotó su nuca con la palma de su mano.

—Es que siento como si nosotros... con todo lo que está pasando en mi
vida ahora mismo, no creo que debamos... —Sus palabras se fueron apagando,
así que me adelanté y las terminé por él.

—¿Estás rompiendo conmigo? —pregunté, con mi voz temblorosa por los


nervios que se abrían paso desde mi estómago hasta mi garganta. Una oleada
de náuseas se estrelló sobre mi sistema nervioso, poniendo todo mi mundo
patas arriba.

Su cabeza permaneció mirando al suelo en lugar de mirarme a mí.

—Escucha...

—No —interrumpí—. No. Si estás intentando romper conmigo, no puedes


mirar al suelo, Milo. Si vas a romper conmigo, mírame a los ojos y hazlo como
un adulto.

Por favor, no levantes la vista. Por favor, no mires...


Levantó la mirada.

Clavó sus ojos en los míos.

Rompió mi corazón.

—Ya no puedo estar contigo, Starlet.

Dijo Starlet en vez de Star.

Usó mi nombre completo. No lo hizo en semanas.

Eso se sintió como una traición que no estaba lista para enfrentar.

Iba a estar enferma. Todo en mi cabeza empezó a dar vueltas y sentí como
si fuera a desmayarme en cualquier momento. Me levanté de la cama, pero mi
visión se nubló. ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué decía eso? Era imposible que
rompiera conmigo. No después de todo lo que habíamos pasado. No después de
todo lo que dejé atrás.

Sacudí la cabeza.

—Lo dejé todo por esto. Quiero esto. Elegí dejar mi trabajo por nosotros.
Renuncio a mi carrera porque quiero esto. Te quiero a ti. Nos quiero a
305
nosotros. No puedes hacernos esto, A mí. Esta es nuestra primera oportunidad
de ser realmente un nosotros, y no puedes tirarla por la borda —grité.

Me sentía confundida, dolida y destrozada. Meses atrás, descubrí a mi ex


novio engañándome y me dolió. No porque me engañara, sino porque echó por
tierra lo que yo creía que debía ser mi vida. Pero mirando atrás, todo tenía que
pasar como pasó. Si no, nunca habría conocido a Milo. Estábamos hechos el
uno para el otro, y lo sabía. Porque si no lo estuviéramos, no estaría sintiendo
el dolor abrumador al que me estaba enfrentando. No me dolería tanto si él no
fuera el indicado para mí.

Necesitaba que Milo me escuchara. Que escuchara mis palabras, que


escuchara mi dolor.

—Por favor, Mi... por favor. Lo estamos haciendo tan bien.

Atraje sus manos hacia las mías para que pudiera sentirme. Necesitaba
sentir mi calor, sentir mi alma filtrándose en la suya.

¿Cómo podía hacer lo que estaba haciendo? ¿Cómo podía darme la espalda
cuando por fin podíamos ser quienes queríamos ser, lo que queríamos ser,
juntos?
—Lo sé, lo sé —susurró, moviendo la cabeza—. Es que... no creo que sea
bueno para ti.

—¿No crees que seas bueno para mí? ¿Qué? Claro que eres bueno para mí.
Eres lo mejor que me ha pasado.

—No te ves a ti misma, Star. Yo sí, ¿de acuerdo? Lo hago. Te veo tirando
todo por la borda por mi culpa. Ya no actúas como tú misma. Apenas haces los
deberes y no vas a clase. La mitad del tiempo actúas como si ya no quisieras
ser profesora.

—¿Y qué si no quiero? No pasa nada. Me convertiré en otra cosa.

—¿Ves? Eso es lo que quiero decir. No estás pensando con claridad. Estás
tan concentrada en asegurarte de que estoy bien que te olvidas de toda tu vida.

Mi boca se abrió para responder, pero mi mente estaba demasiado confusa


para formar mis siguientes palabras. Me sentía como una loca mientras estaba
delante de él. La cantidad de lágrimas que caían de mis ojos envió una ola de
vergüenza a través de mi sistema porque él no estaba sintiendo los dolores del
desamor tan profundamente como yo. No se estaba derrumbando de la misma
manera que yo.
306
Idiota, pensé para mis adentros.

¿Cómo pude ser tan ingenua? Pensé que lo que había entre nosotros era
real, pero claramente, era una calle de sentido único de sentimientos
verdaderos, y yo era la conductora al volante.

Él no sentía por mí lo que yo sentía por él. No era posible.

Si lo hubiera hecho, no habría podido dejarme ir tan fácilmente.

—Anoche me hiciste el amor, Milo —grité mientras empujaba mi mano


contra su pecho—. Me hiciste el amor sabiendo que ibas a romper mi corazón
por la mañana, ¿verdad? —Hizo una pausa. Volví a empujarlo—. ¿Verdad?

Su voz se quebró.

—Starlet...

—¡No! —grité, empujándolo de nuevo. Y otra vez. Y otra vez. Recibió cada
empujón como si se lo mereciera. Mis lágrimas caían sin cesar, el dolor hacía
que mi cuerpo quisiera dejarlo.
—Lo siento —susurró, agarrando mis muñecas para detener mis golpes. Ni
siquiera me importó porque no quería golpearlo. Quería amarlo y que él me
amara.

—Lo siento mucho, Starlet —dijo suavemente.

Volvió a usar mi nombre completo.

No iba a retractarse.

No iba a cambiar de opinión.

No quería estar conmigo, así que me dejó ir.

Saqué mis muñecas de su agarre, dándome cuenta de que la historia que


creía que por fin empezábamos no sería una novela completa. No éramos más
que un relato corto; él escribió el final antes de que exploráramos nuestro
primer capítulo.

—Por favor, no —supliqué—. Por favor, no me abandones.

—Espero que algún día puedas entender de dónde vengo —suplicó, con
aquellos ojos marrón verdosos mirando profundamente dentro de mi alma. 307
También lo miré fijamente a los ojos, esperando que pudiera ver cómo me
había herido y entender las palabras que estaban a punto de salir de mi boca.

—Vete a la mierda, Milo Corti. Espero no volver a verte.

***

Caminé hacia el dormitorio, sintiendo como si mi corazón hubiera sido


arrancado de mi pecho. No sabía que el amor podía hacer eso... rebanar cada
pedazo del alma y aun así permitirte continuar por la vida como si no fueras
un muerto viviente.

—Hola, compañera de cuarto —dijo Whitney desde la cama, mirando por


encima del hombro. Estaba envuelta en una manta, viendo un reality show,
que apagó rápidamente.

—Hola, compañera —respondí, dejando caer las llaves sobre el escritorio.

Whitney frunció el ceño.


—¿Corazón? —preguntó.

—Roto —respondí.

—¿Un abrazo?

—Sí.

Abrió los brazos de par en par. Arrastré los pies hasta ella y me desplomé
en sus brazos. Whitney no preguntó nada más. No cuestionó qué paso cuando
fui a ver a Milo. No preguntó por nuestras últimas palabras. Principalmente
porque sabía que nada de eso importaba. Nada de lo que pasó entre él y yo
habría cambiado nada porque dos hechos seguían siendo verdad: Milo me dejó
y yo lo dejé ir.

Ahora, ambos teníamos que recoger nuestros pedazos.

Ambos teníamos que aprender a vivir el uno sin el otro.

Era una sensación extraña: un día, Milo era un extraño, y otro, lo era todo
para mí.

Lo amaba y él me amaba. No cuestioné eso en absoluto. 308


Aun así, tuvimos que dejarlo ir.

Supuse que los rumores eran ciertos. El amor no era suficiente para hacer
que algo durara para siempre. A veces la vida se interponía. Mañana, me
levantaría. Mañana, intentaría existir en un mundo al que él ya no pertenecía.

Pero esta noche, lloraría.

***

Aparecí en el salón de tatuajes de mi padre sin avisar. En cuanto entré, el


equipo se alegró de verme. Papá estaba en medio de una sesión y no podía salir
hasta dentro de una hora para recibirme en el vestíbulo.

Pero en cuanto me vio, dijo:

—¿Qué pasa?
Me levanté de la silla y separé mis labios para hablar, pero no salió
ninguna palabra. Rompí a llorar de forma incontrolable. Sólo tardó unos
instantes en dar un paso adelante y abrazarme.

—Tranquila, pequeña —susurró mientras me abrazaba con fuerza—. Todo


está bien.

Pero no estuvo bien. Nada estaba bien. Toda mi vida había dado un vuelco
y no tenía ni idea de cómo volver a encarrilarme. Me había retrasado en los
estudios, perdí mi puesto de practicante de educación y a Milo.

No tenía nada.

Ya ni siquiera sabía quién era.

Mamá se hubiera sentido tan avergonzada de la mujer en la que me estaba


convirtiendo. Tan avergonzada por las decisiones que tomé aquel invierno, que
hicieron que mi vida llegara a un punto de colapso repentino.

Una vez que logré calmarme, papá me llevó a su oficina y cerró la puerta
detrás de nosotros. Me senté y se lo conté todo. Cada parte de la historia, sin
dejar ni una gota de información fuera de la ecuación.
309
Ni siquiera tuve el valor suficiente para mirar a mi padre a los ojos
mientras se lo contaba todo. Mi mirada se centró en la alfombra mientras un
millón de palabras que nunca había imaginado decir en voz alta a mi padre
salían de mi lengua.

Cuando terminé, me senté de nuevo en la silla, sintiéndome como una


completa tonta. Levanté la cabeza para encontrarme con la mirada de mi padre
y, con una exhalación, dijo:

—Bueno, maldita sea.

—Me equivoqué, papá. Lo estropeé todo. Toda mi vida está arruinada y no


sé qué voy a hacer.

—Demos un paso atrás, chica. —Pasó su mano por su barba y entrecerró


los ojos—. ¿Estás enamorada?

¿Qué?

¿En eso decidió concentrarse?

¿Esa era la parte de mi desastrosa historia en la que se fijó?

—¿Y eso qué tiene que ver? —pregunté.


—Tiene que ver con todo, Star. Estuviste saliendo con ese chico durante
años y nunca mencionaste el amor. Parecía que salías con él sólo porque creías
que era lo que debías hacer. Siempre has hecho lo que creías que debías hacer,
hasta ahora.

—Sí, lo sé. Y mira en lo que me he convertido.

—Sí. En algo hermoso.

Entrecerré los ojos hacia él, molesta y confusa por su reacción.

—¿Por qué no me gritas? ¿Por qué no me maldices y dices que tengo que
hacerlo mejor, que he arruinado mi vida y que he tomado decisiones terribles?
Dime cuánto apesto, papá.

—Pero no es así. En todo caso, debería regañarte por no arruinarlo más.

Rio entre dientes.

—Papá.

—Lo digo en serio. Apenas tienes veinte años, Star. ¿Sabes para qué sirven
los veinte? 310
—¿Qué?

—Están hechos para malas decisiones y errores. Esa es la mejor parte de


los veinte: los pasos en falso. Luego, en los treintena, descubres un poco quién
eres hasta la mitad de los treintena, cuando te redescubres a ti mismo porque,
bueno, los primeros treinta son un poco extraños. A los cuarenta, ya sólo te
importan diez mierdas más, lo cual es genial. Luego están los cincuenta. Y
déjame decirte, me encanta estar aquí porque, bueno, a la mierda todo.
¿Entiendes?

Junté las cejas.

—Creo que sí.

Sonrió y me dio una palmadita en el hombro.

—Cariño, lo que quiero decir es que ni siquiera has recorrido un tercio del
camino de tus errores. Acéptalo. Además, estás enamorada, así que eso es una
victoria.

—¿Qué se supone que significa eso?


—Es amor, Starlet. Y por lo que parece, es amor de verdad con este. Lo que
significa que se supone que no tiene sentido. El amor real es desordenado y
duro, y se necesitan muchos altibajos para que funcione.

—No fue así contigo y mamá —dije, ligeramente desinflada—. Ustedes dos
eran perfectos.

Soltó una sonora carcajada.

—¿Qué?

—Lo eran. Eran almas gemelas.

—Sí, cariño, lo éramos. Pero estábamos lejos, lejos de ser perfectos.

—Desde fuera, lo eran. Nunca peleaban.

—Frente a ti —corrigió—. Fuimos muy buenos para llevar nuestros


partidos de gritos a nuestros autos mientras estabas en la casa.

Mi boca se abrió, dejándome completamente atónita.

—De ninguna manera.


311
—Totalmente. Y además, la primera noche que nos conocimos, nos
enrollamos al azar, y ¡adivina! Estaba embarazada.

—¡¿Qué?! —jadeé—. ¿De quién?

—De ti, cabeza de chorlito.

Presioné mi mano contra mi pecho.

—¿Fui una aventura de una noche?

—Fuiste completamente un bebé de una noche. Tus abuelos se enfadaron


por eso. Sí, nos casamos jóvenes, pero nos sentimos presionados por la
sociedad y nuestros padres. Creía que pedirle matrimonio a la chica que había
dejado embarazada era lo que debía hacer. Los primeros meses de matrimonio,
tu madre y yo nos odiábamos. Discutíamos como nadie y peleábamos día tras
día. Luego, después de que nacieras, se hizo más y más difícil hasta que se
hizo un poco más fácil. No fuimos oficialmente felices, probablemente hasta
que cumpliste dos años.

Permanecí allí completamente estupefacta ante la historia que me estaban


contando.
—¿Cómo es que nunca escuché nada de esto?

—No todos los días le cuentas a tu hijo que fue un accidente de una noche.
Además, olvidas el comienzo rocoso cuando tienes el medio y el final más
bonitos de tu historia.

—Pero ¿cómo fue un final hermoso? Ella murió, papá.

—Sí, murió, Star, y fue duro. Pero murió con nuestro amor, y nosotros nos
quedamos con el suyo. No puedes convencerme de que eso no es hermoso:
amarse hasta el final. Y si tuviera la oportunidad de revivir nuestra historia,
sabiendo cómo acabaría, lo haría sin dudarlo. Porque siempre elegiré revivir el
amor cuando se me presente la oportunidad.

Esas palabras hicieron que mis ojos se llenaran de lágrimas.

Papá sonrió.

—Starlet, venimos a esta vida con una sola promesa: que algún día la
dejaremos. La muerte es el acto final de la historia de todos. Todos lo sabemos.
El problema es que muchas personas viven la vida como si ya estuvieran
muertas, haciendo lo que creen que deben hacer en lugar de vivir su vida más
auténtica. No quiero que seas perfecta. Quiero que seas real, y quiero que 312
vivas. Enamórate y vive. Comete errores y vive. Encuéntrate a ti misma, Star, y
vive.

Miré mis uñas y comencé a hurgar en ellas.

—Sí, lo amo, papá.

—Me alegro de que dejes entrar ese amor.

—Pero él no me ama. Me apartó.

—¿Por qué?

—Porque pensó que estaba arruinando mi vida.

—¿Y por qué pensaría que alejarte sería la mejor opción?

—Porque él... —Suspiré al darme cuenta—. Porque me ama.

—Exacto. Entiendo que ahora es algo nuevo y crudo. Puedes estar dolida y
enfadada con él por esa elección. Pero también estar agradecida de haber
encontrado a un chico que se preocupa tanto por tu bienestar que estaba
dispuesto a alejarse.
—Ojalá se hubiera quedado.

—Sí, pero ¿sabes qué? A veces no es el final de la historia de una pareja.


Tal vez sólo estás en un tiempo muerto. Sólo dale tiempo. Permitan que ambos
tengan espacio para resolver sus asuntos, y luego vean si las piezas del
rompecabezas aún encajan.

—Gracias, papá —dije, sintiéndome un poco mejor respecto a lo salvaje que


era mi vida actual.

—Siempre, niña. Ahora ven. Vamos a comprarte un helado.

Reí entre dientes.

—Papá. Comprarme un helado no arreglará mis problemas.

—Tienes razón. Puede que no, pero al menos puedes estar triste con un
flan de pastel de queso con oreo. Es un poco más fácil estar triste de esa forma.

Buen punto.

—No te preocupes, pequeña. —Papá me sonrió y tendió una mano para


ayudarme a levantarme—. Todo va a salir bien. 313
Todo va a salir bien.

—¿Cómo se llamaba ese chico? —preguntó.

—Milo.

—¿Apellido?

—Corti.

—Milo Corti. Ese es un nombre rudo.

—¿Por qué preguntas por su nombre?

—Porque voy a encontrarlo y lo maldeciré por hacer llorar a mi hija —


respondió con naturalidad.

Me reí, pero entonces vi la expresión seria de su rostro.

—Papá, no te atrevas a acosar a mi ex novio.

—Acosar no. Sólo... seguirlo.

—¡Papá!
Refunfuñó.

—De acuerdo, está bien. No lo haré.

—¿Lo juras?

Levantó la mano.

—Palabra de explorador, Star. Palabra de explorador.

314
Milo

—¿Así que tú eres el chico que rompió el corazón de mi hija?

Era temprano, antes del amanecer. Estaba en la entrada de mi casa


cuando vi a un hombre alto y musculoso cubierto de tatuajes que me miraba
fijamente. Llevaba gafas de sol negras, y en cuanto se las quitó, supe que era el
padre de Starlet. Tenían los mismos ojos.

Se me hizo un nudo en el estómago cuando se acercó a mí. No cabía duda


de que podía patearme el trasero con un sólo golpe basado solo en el tamaño
de sus bíceps. La expresión severa de su rostro, junto con su mueca, casi me
dieron ganas de salir corriendo. Pero no corrí. En todo caso, merecía lo que
estaba a punto de hacerme. 315
—Sí, señor —respondí—. Si sirve de consuelo, rompí el mío en el proceso.

Dudaba que eso quitara el hecho de que aún rompí el corazón de Starlet.

—Soy Eric —afirmó, caminando hacia mí. Desabrochó las mangas largas
de su camisa y las subió por sus brazos. Ni siquiera sabía que los antebrazos
podían ser músculos sólidos. ¿Qué comía este tipo para ganarse la vida?
¿Pollos enteros?—. Y tú eres Milo, ¿eh?

—Ese soy yo —respondí, tratando de no sonar intimidado.

—¿Adónde vas?

—Iba a sentarme junto a un estanque en el que mis padres y yo solíamos


pescar.

Eric entrecerró los ojos.

—¿Tu padre sigue en rehabilitación?

Asentí, sintiendo un nudo en el estómago.

—Sí. Durante unas semanas más.


—¿Cómo va?

Me encogí de hombros.

—Es difícil saberlo. Estoy feliz de que esté recibiendo la ayuda que
necesita.

—Bien. Me alegro. La vida es dura. Hace falta valor para pedir ayuda. —
Miró a su alrededor y luego se encontró de nuevo con mi mirada—. ¿Quieres
que te lleve al lago?

—Oh no, no está tan lejos y...

—Milo. —Me interrumpió y se acercó—. ¿Quieres que te lleve al lago?

Supuse que no era tanto una pregunta como una orden. Mis palmas
estaban sudando, y me sentía casi seguro de que estaba a segundos de
orinarme en los pantalones.

—De acuerdo, gracias.

Subí al asiento del pasajero de su auto y cerré la puerta suavemente. Lo


último que iba a hacer era azotar la puerta de un hombre que podía partirme 316
por la mitad con una mirada severa.

Eric se sentó en el asiento del conductor y me preguntó cómo llegar al


estanque. Se lo dije, y en pocos minutos estábamos estacionando y saliendo
para sentarnos en uno de los bancos. Pasó un buen rato sin que
intercambiáramos palabra. No sabía si debería haber sentido consuelo o
inquietud, pero, de alguna manera, sentí una oleada de ambas cosas mientras
me sentaba junto a Eric.

Cuando por fin encontré el valor suficiente, dije:

—Lamento lo que pasó con Starlet.

Eric seguía mirando el lago helado.

—¿Qué parte lamentas?

—¿Qué?

—Lo que quiero decir es, ¿de qué parte te disculpas? ¿Te disculpas por
enamorarte de mi hija?

—No. Por supuesto que no.


Fue lo mejor que me ha pasado. Sinceramente, no creía que hubiera sido
capaz de seguir adelante con mi vida en los últimos meses si no hubiera sido
porque Starlet entró en mi vida. Nunca me disculparía por lo que sentía por
ella.

—¿Te estás disculpando por terminar las cosas con ella?

Dudé ante esa pregunta. Lamentaba que las cosas hubieran terminado,
por supuesto, pero no me arrepentía de mi decisión. Eso era lo que más me
dolía, pensé. Terminé porque no iba a poder darle el amor que se merecía.
Últimamente sentía que la depresión se apoderaba de mí, sobre todo por mis
recientes problemas de salud y porque papá estaba en rehabilitación. No sería
capaz de ser la persona para ella que me gustaría ser. Ya perdió su puesto en
el instituto y pasaba más tiempo conmigo del que debería. No podía ser yo
quien arruinara su vida.

—No —susurré—. No voy a disculparme por eso.

—Entonces, ¿para qué es la disculpa?

—Su enseñanza en la escuela secundaria. Es culpa mía que la despidieran.


Me siento fatal por ello.
317
—Oh. —Asintió—. Eso. —Tomó una pequeña piedra y la lanzó al estanque,
golpeando el hielo. Se agrietó ligeramente—. ¿Sabías que la madre de Starlet
era profesora?

Asentí.

—Lo mencionó durante nuestras charlas.

Juntó las manos y las apoyó en su regazo.

—Sí. Era profesora de inglés. Una de las mejores que hay, aunque puede
que sea parcial. ¿Sabes qué quería ser Starlet antes de que su madre
falleciera?

—¿Qué quería ser?

—Cualquier cosa menos ser profesora. —Me miró antes de tomar otra
piedra y lanzarla hacia el agua. Se creó otra grieta—. Toda su vida, Star ha
hecho lo correcto. Nunca me respondió. Siempre hizo sus tareas y sobresalió
en la escuela. Ni siquiera maldice.

—Sí, me burlo de ella por eso.


—Tú y yo. —Se rio entre dientes antes de ponerse sombrío—. Cuando
murió su madre, siguió sus pasos y decidió que quería ser profesora. Durante
mucho tiempo me pregunté si eso era lo que realmente quería o si lo
consideraba una forma de aferrarse a su madre.

—Es una gran profesora.

—Claro que lo es. Ella es buena en todo lo que hace. No podría haber
soñado con una hija mejor. Lo ha hecho todo bien durante veintiún años. Y
entonces llegaste tú.

—Me siento terrible por eso.

—No lo hagas —dijo—. Estoy agradecido por ti.

Arqueé una ceja, confundido por sus palabras. Esbozó una leve sonrisa y
lanzó otra piedra. Otra grieta.

—Que una persona haga siempre lo correcto no significa que sea lo


correcto para ella. La última vez que vi a mi hija derrumbarse fue cuando
perdimos a Rosa. Eso fue hasta que apareció en mi casa completamente
desconsolada después de que terminarás con ella.
318
Eso me hizo sentir como una completa mierda.

—Gracias por eso —dijo Eric—. Por hacer que se desmoronara.

—¿Por qué dices eso?

—Mi hija ha sido perfeccionista toda su vida. Más aún después de la


muerte de Rosa, y eso me asustó un poco. Creo que no necesitamos vivir una
vida perfecta para ser felices. Sólo tenemos que vivir una vida real. No
buscamos la perfección... buscamos la verdad. Tú, Milo, has hecho que Starlet
revele por fin su realidad. Y aunque ahora esté sufriendo, sé que podrá crecer a
partir de esto. Así que te doy las gracias.

Tomo una piedra y la lanzo al agua.

Plop.

Tomo otra y la vuelvo a lanzar.

Plop, Plop.

—La amo —confesé.

—Sí —reconoció—. Es difícil no hacerlo.


—¿Puedo preguntarte por qué viniste a verme? Sobre todo porque Starlet y
yo terminamos.

Sonrió antes de aclarar su garganta.

—Porque cuando ella se derrumbó, me dijo que vendrías y te sentarías aquí


a pensar mucho desde que tu madre falleció, y estaba nerviosa de que tuvieras
que sentarte solo mientras pasas por todo lo que estás pasando. No quería eso.
No quería que tuvieras que sentarte solo.

Bueno, maldición.

Qué buena persona.

—Ya veo de dónde saco Star su corazón —dije.

—No. Lo sacó de su madre. —Hizo un gesto con la mano—. Pero me gusta


atribuirme el mérito de su buena apariencia.

Me reí un poco antes de quedarme más tranquilo. Incluso durante la


angustia de Starlet, estaba preocupada por mí. No sabía que el amor por una
persona podía seguir creciendo, incluso cuando te separabas de ella. Me
parecía injusto porque sabía lo que estaba a punto de ocurrirme. Pasaría el 319
resto de mi vida enamorándome de Starlet Evans, aunque no volviera a verla.

Aún no estaba seguro de si eso era una bendición o una maldición.

—Siento todo por lo que estás pasando, Milo.

Miré mis manos entrelazadas.

—¿Cómo lo hiciste? —pregunté. Mi voz era temblorosa y tímida—. ¿Cómo


superaste la pérdida de tu mujer?

Eric frunce las cejas. Frota su nuca con la mano derecha y contempla mi
pregunta durante un momento.

—No lo superas —empieza—. Te hundes en eso. —Enarqué una ceja,


confuso por la respuesta, así que continuó—. Te hundes de la pena, sientes la
presión y empiezas a ahogarte en la tristeza. La gente dice que hay que hacer
cosas y volver a salir al mundo, pero creo que eso es una idiotez. No se puede
superar el dolor. A veces la curación viene de permitir la oscuridad.

—¿Permitir la oscuridad?

—Sí. Piensa en el dolor como una bestia. Un animal grande y fuerte al que
crees que debes derrotar. Así que luchas contra él, empujas y tiras para
intentar recuperar algo de normalidad en tu mundo. Porque eso es lo malo,
¿no? Todos los demás a tu alrededor seguirán adelante mucho más rápido que
tú. Los demás sonreirán cuando piensen en esa persona mientras tú sigues
queriendo llorar. Todo el mundo vuelve a su mundana vida cotidiana como si la
persona que falleció nunca hubiera estado allí, para empezar. Y pueden hacerlo
sin esfuerzo porque la persona que falleció no era la suya. La persona que
falleció era la tuya. Eran los latidos de tu corazón, y se siente como si te los
hubieran robado. Estás enojado porque todo el mundo a tu alrededor puede
seguir adelante mientras tú sigues ahogándote. Así que intentas actuar como
ellos y luchar contra la pena. Empujas contra ella. Pataleas, gritas, golpeas y
luchas hasta que lo único que te queda es la depresión.

Sí.

Eso es todo...

Cada palabra que dijo sonaba verdadera. Fue como si se hubiera metido en
mi mente y hubiera leído mi lista de mayores temores.

Bajé la cabeza.

Sentí los ojos de Eric clavados en mí. Pero su mirada no me juzgaba. Me


resultaba familiar, como si estuviera mirando a una persona que solía ser. 320
—¿Estás deprimido, Milo?

Asentí lentamente.

—Sí.

—Está bien —dijo—. Ahora, siéntate con eso. Deja de luchar.

Levanté la vista mientras jugueteaba con mis manos.

—¿Qué quieres decir?

—Me preguntaste cómo superar la pérdida de una persona, y te dije que no


se supera. Te hundes en eso. Eso significa que en lugar de luchar contra el
monstruo, te sientas con él. Le invitas a tomar el té contigo. Lloras, lloras y
gritas, pero no luchas contra él. No te balanceas. Te ahogas en él durante un
rato y dejas que tus emociones se apoderen de ti. No apagas tus sentimientos.
Profundizas en ellos. Y sigues adelante, porque tu ser querido no querría que te
detuvieras. Lo único más aterrador que sentir todos tus sentimientos es no
sentir absolutamente nada. Confía en mí. Lo sé.

—¿Y si se convierte en demasiado? ¿Y si no puedo salir del agua?


—No te preocupes —afirmó Eric con calma—. Te crecerán agallas.

No lo superas. Te hundes en eso.

—Siento como si no sólo estuviera de duelo por mi madre, sino también


por mi padre, aunque siga vivo —dije.

—Eso es lo que pasa con el duelo. A veces, los peores casos son cuando se
trata de aquellos que aún respiran. Superarás esto. Espero que ambos lo
hagan y terminen con un vínculo más fuerte.

—Gracias, Eric.

—Déjame asegurarme de que estoy entendiendo todo bien. Estás


resolviendo tu vida y alejando a Starlet porque crees que es lo correcto y lo más
noble que puedes hacer.

—No puedo ser lo que ella necesita o lo que se merece. No la merezco. No


merezco que se preocupe por mí ni su amor. Estoy deprimido. —Decir esas dos
palabras casi me hizo ahogar. Era la primera vez que expresaba la verdad con
la que estaba lidiando. Era la primera vez que lo decía en voz alta. Algo sobre
escucharlo vocalizado de mi propia boca se sintió crudo.
321
—Sí —aceptó—. Lo estás. Pero déjame hacerte una pregunta. ¿Quién te ha
dicho que los que están deprimidos no merecen amor?

Yo.

Mi mente.

Mis pensamientos.

Se dio un golpecito en un lado de la cabeza.

—Cada pensamiento que entra aquí, joven, no es honesto. Aprende a filtrar


las tonterías, aunque sean ruidosas. Mereces que te amen. La verdad del
asunto es que todos estamos un poco rotos. Todos estamos un poco agrietados.
Pero esas grietas son las que nos hacen ser quienes somos. Y cada persona
destrozada sigue siendo digna de amor. Tal vez incluso más que otros.

—Gracias.

—Por supuesto. No me malinterpretes. Me parece noble que te alejaras de


mi hija mientras resuelves tus cosas y permites que ella resuelva las suyas. No
se puede servir de un vaso vacío, y aunque Starlet no lo entienda ahora, ya que
está sufriendo, es la mejor opción para los dos. Pero haz una cosa por mí.
—Claro, cualquier cosa.

—Aférrate a tu amor por ella y a su amor por ti, incluso desde la distancia.
El amor de Starlet me ayudó a superar la angustia de perder a mi esposa. Su
amor es lo que me salvó, incluso cuando a veces estaba distante. Utiliza ese
amor, ese sentimiento, para ayudarte a atravesar las corrientes de tu dolor.
Entonces, una vez que empieces a nadar de nuevo, y lo harás, Milo, nada hacia
ella.

—¿Y si llego demasiado tarde?

—Eso es posible, pero ¿y si llegas justo a tiempo? Eso es lo más aterrador


de la vida: no hace promesas. Pero, ¿sabes qué es lo más emocionante de la
vida?

—¿Qué es?

—Que no hace promesas.

Eric sonríe, una sonrisa que imitaba la de ella. Me pregunté cuánto de su


hija vivía en su rostro y cuánto de Starlet vivía en el de su madre.

Terminamos de hablar y me llevó a mi casa. Mientras estacionaba el auto 322


en la entrada, dijo:

—Creo que voy a visitar ese lago los viernes por la mañana, si te parece
bien. Me gustó la vista.

—Me parece bien.

—Y trae tu mochila. Puede que no sea el mejor tutor, pero seguro que
puedo ayudarte con unas cuantas ecuaciones para que llegues a la graduación.

Le dediqué una media sonrisa.

—Gracias, Eric.

—No hay problema. ¿Y, Milo?

—¿Sí?

—Ve a nadar.
Starlet

El sábado por la noche, tarde, estaba en el porche de Milo. Reuní todo el


valor para llamar a su puerta, y cuando lo hice, estuve a punto de esconderme
entre los arbustos. Los nervios atenazaban mi garganta, pero me quedé quieta
como una piedra. No podía dejar las cosas como estaban. Después de hablar
con mi padre, sentí como si tuviera que hablar con Milo por última vez desde
mi corazón.

No sabía qué palabras saldrían una vez que él estuviera frente a mí, pero
estaba dispuesta a tratar de encontrar dichas palabras.

Cuando abrió la puerta, vi la expresión de asombro en su rostro.


323
—Hola. ¿Qué haces aquí? ¿Estás bien? —preguntó, alerta—. Entra —dijo,
poniéndose a un lado de la puerta. El cuidado en su tono me dijo todo lo que
necesitaba saber. Me amaba más de lo que nadie me había amado nunca.

—Se sintió mal para mí —susurré al entrar en el vestíbulo de su casa.

Arqueó una ceja.

—¿Qué se sintió mal?

—La última vez que tuvimos sexo. Mirando hacia atrás, sabía que era
diferente. También pude verlo en tus ojos y no pude precisarlo, pero ahora lo
entiendo.

—Escucha...

—No —interrumpí. Di un paso hacia él y puse sus manos entre las mías.
Me quedé mirando nuestros dedos entrelazados. Extrañaba tanto su tacto que
su calor casi me hizo retroceder—. Primero necesito que me escuches. Necesito
que sepas que entiendo por qué me alejaste. Entiendo por qué crees que
necesito volver a reenfocarme. Tienes razón. Estoy perdida y necesito aclararme
antes de poder estar contigo. Pero estaré contigo, Milo. Así que tengo un
problema con la forma en que me hiciste el amor la otra noche.
—¿Qué quieres decir?

—Me hiciste el amor como si fuera una despedida. Eso no me gusta porque
no es el final de esta historia. No nos estamos despidiendo. Nos estamos
tomando una pausa para aclararnos antes de volver a estar juntos, ¿de
acuerdo?

Me acercó más y apoyó su frente contra la mía mientras cerraba los ojos.

—No puedo pedirte que esperes a que resuelva mis cosas. Además, el viaje
con mi visión está sólo en las etapas iniciales. No quiero que renuncies a tu
vida para poder cuidar de la mía.

—Sé a lo que me estoy inscribiendo, Milo. Créeme, lo sé. No te pido que me


permitas esperarte. —Apreté mis labios contra los suyos y susurré—. Te pido
que me esperes.

Sus ojos se suavizaron.

—Te esperaré siempre, Starlet. Eres todo lo que siempre he querido.

—¿Me lo prometes?
324
—Prometido.

—De acuerdo. —Me alejé de él y sonreí mientras me quitaba el abrigo y lo


dejaba caer al suelo—. Me quedo esta noche. Por la mañana, me iré y viajaré
para encontrarme a mí misma. Por la mañana, volveré a empezar. Pero esta
noche, necesito que me hagas el amor como si me estuvieras prometiendo un
para siempre en vez de despedirte.

Sus ojos brillaron con la misma pasión que vi la primera noche que me
acogió. Alargó la mano, rodeó mi camiseta blanca con los dedos y me atrajo
hacia él. Mis manos cayeron sobre su pecho y los latidos de mi corazón se
intensificaron mientras miraba fijamente aquellos ojos que tanto amaba.

—¿Quieres que te enseñe cómo prometo un para siempre? —susurró en el


borde de mi oreja. Su aliento caliente envió sensaciones de hormigueo por mi
columna.

—Sí —suspiré sin aliento, sintiendo cómo las emociones corrían a través de
mi organismo. Esta noche quería todo de él. Sin reglas, sin limitaciones.

—¿Sin riendas?

—Ninguna.
—¿Y tengo hasta el amanecer?

—Sí.

Su voz bajó una octava.

—Has cometido un error, Star —advirtió.

Mi corazón dio un vuelco cuando dijo esas palabras.

—¿Qué quieres decir?

—Lo que quiero decir es... —Su boca se acercó a mi cuello y su lengua se
deslizó por mi piel, creando pequeños círculos mientras hablaba—. Espero que
no estés cansada porque esto va a llevar un rato.

Abrí mi boca para responder, pero me levantó en brazos y me llevó a la


cocina, donde me sentó contra la encimera.

—Quítate la camiseta y recuéstate —ordenó mientras me desabrochaba los


jeans.

Mis dedos se enredaron en mi camiseta y la deslicé por encima de mi


cabeza, dejando al descubierto mi sujetador negro. Me recosté, sintiendo el frío
325
de la encimera de mármol, mientras Milo bajaba mis jeans por mis muslos y yo
levantaba las caderas para quitármelos, observando la dulce mirada de
descubrimiento que lo asaltó cuando sus ojos se posaron en mi tanga negra de
encaje.

Sus manos se envolvieron debajo de mis nalgas mientras bajaba entre mis
piernas.

—Mía —susurró mientras su lengua recorría la fina tela de las bragas—.


Toda mía.

Un charco de calor cayó sobre mi vientre cuando su lengua empezó a subir


y bajar. Las palmas de sus manos se apoyaron en mis gruesos muslos, los
separó mientras agarraba la braga entre los dientes y lo movía hacia un lado.
Su aliento caliente se fundió con mi clítoris justo antes de que lo lamiera tan
sutilmente, tan provocadoramente que, sin pensarlo, mis caderas se
arquearon, necesitando más atención.

—Por favor —gemí, lanzando mis brazos a los lados de la encimera y


agarrando los bordes.
Mis piernas temblaron cuando pasó su lengua contra mi protuberancia de
nuevo, haciendo que mis muslos se acercaran más, intentando retenerlo para
forzar más placer de su boca.

Tomó un dedo y movió las bragas más hacia un lado, luego empezó a hacer
círculos con el pulgar contra mi clítoris.

—Te extrañé, Star, así que por favor perdóname mientras me tomo mi
tiempo para saborear cada centímetro de ti —dijo antes de que su rostro cayera
contra mi centro.

Mis caderas se balancearon contra su rostro mientras su lengua subía y


bajaba por mis labios vaginales lentamente, y luego aumentó la velocidad como
si estuviera empezando a darse un festín con su comida favorita. Jadeé
pidiendo más, sintiendo cómo cada centímetro de mi cuerpo se encendía por su
placer mientras deslizaba un dedo dentro de mí.

Abrí más las piernas, dándole más espacio para respirar y, con esa
libertad, añadió otro dedo. Lo miré fijamente, mi corazón latía más rápido
mientras el hombre de mis sueños le hacía el amor a mi coño como si llevara
mucho tiempo soñando con hacerlo. Caí de espaldas sobre la encimera,
retorciéndome y girando mientras la velocidad de sus manos se aceleraba.
Acarició mi cuerpo como si yo fuera una diosa, y vino a mi templo para 326
adorarme. Su voz gemía contra mi interior mientras su lengua se entrelazaba
con los movimientos.

—Mírame, Starlet —ordenó apartando su rostro, sin dejar de mover los


dedos y manteniendo el contacto visual—. Con amore —susurró—. Semper.

Con amor siempre.

Respiraba entrecortadamente mientras sus ojos se encontraron con los


míos. Los latidos de mi corazón se intensificaron cuando sus palabras me
llenaron de una paz que no sabía que podría encontrar. Me apoyé en mis codos
y sostuve su mirada mientras hacía magia en mi interior. Mi espalda se arqueó
mientras me acercaba cada vez más a perderme por completo en sus palabras.

Con amor siempre.

Lo decía en serio.

También lo sentí.

—Yo... tú... —Tropecé con mis palabras, ya no era capaz de formar frases.
Caí en un estado de euforia mientras él me acercaba más y más a mi clímax.
—Eso es, Star, mantén tus ojos justo aquí —dijo, su voz se empapó de
atractivo sexual y pasión… Me gustaba cuando hacía eso. Me gustaba cuando
tomaba el control de mi cuerpo y mi alma.

—Voy a... Milo, voy a...

Aumentó la velocidad, deslizándose más profundo y más fuerte,


devorándome como si su único objetivo fuera hacer que me viniera
repetidamente. Mi cuerpo se estremeció contra sus dedos mientras gritaba su
nombre. Mis muslos palpitaban contra la encimera mientras él dirigía su mano
libre para acariciar mi clítoris en círculos, cada vez más para llevarme al
orgasmo más estremecedor que jamás había descubierto.

—Oh, Dios mío —jadeé.

Los gemidos resonaron a través de mí mientras retiraba lentamente sus


dedos de mí. Mantuvo el contacto visual mientras se quitaba los pantalones y
deslizaba su dureza dentro de mí.

—Milo —jadeé sin aliento, golpeando mis manos contra la encimera.

El amor en sus ojos, la pequeña parte de sus labios mientras gemía en un


tortuoso placer, hicieron que me enamorara de él aún más que antes. Esto no 327
parecía un adiós. Me estaba haciendo el amor con la promesa silenciosa de que
volvería por más.

Mío.

Todo mío.

Con amore sempre.

Se inclinó hacia mí y rodó su lengua por mis labios antes de colocar su


mano en mi espalda y acercarme más a él. Mi mano cayó sobre su pecho
cuando empezó a penetrarme con más fuerza y profundidad. La sensación de él
entrando en mí repetidamente hizo que mi respiración se volviera maníaca e
indómita. La locura de su forma de hacer el amor hizo que mis piernas
temblaran contra él mientras sus manos caían sobre mis caderas.

Maldijo en voz baja mientras cerraba los ojos y apoyaba la frente en la mía.

Mi boca se abrió para hablar, pero las palabras eran un misterio que no
podía obtener mientras él me acercaba cada vez más a otro orgasmo. Cada
embestida parecía grabada para siempre, y cada roce estaba marcado para
siempre.
Envolví mis brazos alrededor de su cuello. Me levantó, permitiéndome
colocar mis brazos alrededor de su cintura mientras nos movía hacia la nevera.
Mi espalda se apoyó en el frío acero del frigorífico, y él empujó aún más
profundo, haciendo que todo el aparato vibrara con nosotros.

—Sí, sí, por favor —supliqué, sintiendo que mi sed de más aumentaba con
cada intensa embestida. Su boca se posó en la mía y separó mis labios con su
lengua. Nuestras lenguas se arremolinaron mientras nos besábamos como
animales hambrientos, sin querer perdernos ni una gota del sabor del otro.

—Cama —supliqué, sintiendo cada vez más el temblor de otro orgasmo.

—¿Cama? —susurró contra mi boca.

—Cama —respondí, deseando llevarlo al mismo lugar maravilloso al que


me llevo varias veces.

Me llevó a su dormitorio y me acostó en la cama, dejando las luces


encendidas para que pudiera ver cada centímetro de mí. Subió encima de mí y
enredó las manos en mi cabello alborotado. Lentamente, me acercó a él y apoyó
su frente en la mía.

—Te amo mucho, Star. Espero que tú también lo sientas. Espero que 328
sientas mi amor —susurró mientras su dureza se posaba en mi entrada.

No era tan salvaje como en la cocina. No, sus movimientos eran más firmes
y tranquilos mientras mantenía el contacto visual conmigo todo el tiempo.
Sentí que mi pecho se oprimía cuando me invadieron las emociones.

Milo no se despedía en absoluto. Mientras me penetraba, cada embestida


era él diciéndome que esperaría. Cada segundo más profundo era él cerrando
mi corazón con su llave. Me hizo el amor en aquel dormitorio mientras
nuestros cuerpos se entrelazaban y se convertían en un sistema, un ritmo, una
historia de amor.

Cuando nos empapamos de amor, me arqueé hacia él y aceleró el ritmo.


Mis dedos se clavaron en su espalda y me apreté contra su cuerpo. Nos
besamos con fuerza, pero aquella noche hicimos el amor con más fuerza.
Cuando se vino dentro de mí, me derrumbé junto con él, sintiendo que nuestro
vínculo no hacía más que crecer.

En un momento dado, caímos exhaustos sobre el colchón. Cerré los ojos


mientras besaba todo mi cuerpo, haciéndome sentir amada, segura y libre.

Se acostó a mi lado, me acerqué, ajustándome a su cuerpo como si fuera la


pieza del rompecabezas que me faltaba. Apoyé la cabeza en su pecho y escuché
los latidos de su corazón. Me abrazó durante horas, haciéndome el amor
espontáneamente a lo largo de la noche. Llenándome de su pasión y sellando
dicho amor con besos por todo mi cuerpo. Esa noche me amó de todas las
formas posibles. Fuerte e intensamente. Lenta y románticamente. Puso sobre
mí todas las versiones del amor, haciéndome imposible dudar de dicho amor.

No sentí que nos despidiéramos cuando salió el sol. Sólo me sentí más
cerca de él. Nos imprimimos mutuamente en el alma, y la promesa de la
eternidad quedó preservada para los dos.

Milo tardó en levantarse de la cama. Recogió mi ropa y me vistió. Sus


manos acariciaron mi piel helada, sintiendo cada centímetro de mí.

Después de ponerse los pantalones de chándal, salimos al porche y


envolvió su mano alrededor de mi cuello, acercándome más a él. Su beso fue
largo y lento, y deseé que hubiera durado el resto de mis días. Una parte de mí
tenía miedo de apartarme, pero entonces recordé lo que me enseño la noche
anterior y que vendría a casa más tarde.

—¿Puedes hacerme una promesa? —pregunté.

—Cualquier cosa.
329
—¿Puedes no quedarte solo? Deja que tus amigos y tu familia te cuiden
cuando los necesites, ¿de acuerdo? Cuando las cosas se pongan difíciles, no
afrontes esos problemas solo.

—Te lo prometo —dijo—. ¿Puedes hacerme una promesa?

—Cualquier cosa.

—Cuando termines de encontrarte a ti misma... —Colocó sus labios contra


mi frente y me besó suavemente—. Por favor, ven a buscarme.
Milo

No lo superas. Te hundes en eso.

Las palabras de Eric me acompañaron durante toda la semana. Extrañaba


tanto a Starlet que me resultaba difícil concentrarme en otra cosa. Pero
también sabía que si alguna vez quería ser el hombre que ella se merecía, tenía
que concentrarme en mí mismo, en mi vida y en recomponerla lo mejor posible.
Primero tenía que ser lo mejor de mí mismo para poder ser lo mejor para ella.
También tenía que darle espacio para que se convirtiera en la persona que
estaba destinada a ser.

Aun así, extrañarla no se volvió más fácil. Me permití ahogarme un poco en


esa tristeza. Me di cuenta de la suerte que había tenido de poder extrañar a 330
una persona como ella. Era un maldito honor siquiera conocer un amor como
el suyo.

—Puedo entregarte la carta ahora —mencionó Weston mientras me


sentaba frente a él en su oficina un lunes por la mañana.

Miré a mi tío, un poco confuso. No había dormido en mucho tiempo, y las


pocas horas que dormí no fueron las mejores. Daba vueltas en la cama casi
todas las noches. Quedarme en la casa donde me criaron mis padres sin ellos
me resultaba extraño. Ni siquiera sabía lo silenciosa que podía ser la casa.
Echaba de menos los pequeños ruidos que hacía papá al caminar. Él abriendo
y cerrando puertas mientras maldecía a la televisión. Ahora sólo había silencio.
No sabía que el silencio podía ser tan dolorosamente ruidoso. No podía esperar
a que papá volviera.

—¿Qué quieres decir? —pregunté.

—La carta que tu madre te escribió para tu graduación. Puedo dártela


ahora si quieres.

Entrecerré los ojos. ¿De verdad me estaba ofreciendo eso? ¿Acaso la carta
era suya ahora? Me hubiera venido muy bien una carta de mamá en este
preciso momento. Últimamente me sentía tan distante de ella. Ni siquiera los
amaneceres y las cartas de recetas parecían suficientes para animarme.

Podría haber dicho que sí.

Podría haber abierto la carta y alimentarme de las palabras que elaboró


para intentar darme una pizca de esperanza.

Pero ella dijo que era para la graduación.

¿Cómo podía ir en contra de sus deseos?

—Estoy bien —dije, renunciando a la oportunidad—. Pero gracias.

Weston hizo una mueca.

—Si cambias de opinión, házmelo saber. Sé que tienes a Starlet para que te
ayude a superar estos problemas, pero...

—Terminamos.

Hizo una pausa, atónito.

—¿Qué? 331
—Terminé con ella. Pensé que tenía demasiadas cosas en mi vida, y ya
arruiné la suya bastante. Por lo tanto, pensé que era mejor tomar caminos
separados.

—¿Esto se debe a que me enteré? Porque le dije a Starlet...

—No tiene nada que ver contigo, Weston. Fue mi decisión. Nuestras vidas
están en dos lugares diferentes en este momento. Tengo que concentrarme en
la escuela y en mejorar. La suya tiene que estar en su vida. No pudimos
resolverlo.

—Todavía. —Interrumpió—. Aún no has podido resolverlo.

Solté una pequeña risa.

—¿No eras tú el que estaba en contra de nosotros cuando te enteraste?

—Sí —asintió—. Y entonces escuché su historia y vi cómo ustedes dos se


preocupaban el uno por el otro. Lo que tenían era diferente. Es lo que tenían
tus padres.

Eso me hizo hacer una pausa porque también lo sentía. Una parte
estúpida de mí sentía como si mamá supiera que necesitaba amor, por eso me
envió a Starlet. Pero no podía poner en peligro su vida porque deseaba tenerla
cerca. Además, ella se sentía como una especie de manta protectora, algo que
me distraía de la depresión. Si realmente quería curarme, si quería mejorar, ser
mejor, necesitaba aprender a valerme por mí mismo. Tenía que sentarme con
mis demonios y permitirles que me contaran su versión de la historia mientras
yo les contaba la mía.

Weston sonrió con tristeza en mi dirección cuando sonó el timbre.

Apoyé las manos en los brazos de la silla y me impulsé para ponerme de


pie.

—Supongo que es mi señal para ir a clase.

—Sí, supongo. —Él también se levantó y metió las manos en los bolsillos
de sus pantalones—. Oye, ¿Mi?

—¿Sí?

—¿Estás bien?

Mi boca se entreabrió y lo primero que pensé fue en mentir, pero en lugar


de eso, la verdad se escapó. 332
—No. No lo estoy.

Estaba en un mar de mierda, luchando por recordar cómo respirar la


mayoría de las noches.

—¿Debería preocuparme por ti?

—No. Tengo que no estar bien por un tiempo. Volveré si es demasiado, pero
por lo demás, estoy deseando recibir esa carta dentro de dos meses.

Su sonrisa parecía menos preocupada mientras asentía.

—Estoy deseando dártela.

—¿Y, Weston?

—¿Sí?

—¿Puedo quedarme un tiempo en tu casa? No quiero estar solo. Además,


puede que necesite ayuda para ir a algunas de mis citas por mis problemas
oculares y otras cosas.
—¿Estás bromeando? Claro que sí. Te prepararemos una habitación
enseguida. Avísame cuándo y dónde tienes que estar para tus citas. Tu tía y yo
te tenemos cubierto. Milo... eres de la familia. No estás solo.

***

—¿Terminaste con ella? —preguntó Bobby. Estábamos sentados en la


heladería un domingo por la tarde. El tiempo afuera mostraba la primavera
asomándose. Todo el mundo se había quitado los abrigos de invierno y llevaba
sudaderas y chaquetas ligeras.

—No terminamos, per se. Sólo estamos en un descanso.

—¿Como Ross y Rachel de Friends? —cuestionó—. ¿Ambos saben que


están en un descanso? Porque eso no funcionó muy bien para ellos.

—¿Por qué demonios estás viendo Friends? —le espetó Henry a su nieto—.
¿No deberías estar viendo Blue's Clues o algo más de tu edad?
333
Bobby se inclinó hacia mí y susurró.

—No le hagas caso. No sabe realmente cómo ser genial. Todo lo que ve son
viejos episodios de Matlock.

—Es un gran programa —dijo Henry—. Volviendo a lo que importa, un


descanso, ¿eh?

—Sí. Pensamos que era la mejor opción —dije, tomando una bola de mi
helado de chocolate.

—¿Es caliente? —soltó Bobby.

Arqueé una ceja.

—¿Y eso qué tiene que ver?

—Sólo pregunto. ¿Es caliente? Apuesto a que es caliente.

Me reí un poco.

—Ella es muy caliente.

—Vaya. No puedo creer que un chico como tú haya renunciado a una chica
muy sexi —comentó.
—¿Qué se supone que significa eso? —me quejé.

Se encogió de hombros.

—No te lo tomes a mal…

—Está a punto de ofenderte —dijo Henry.

Bobby continuó.

—Pero eres un poco feo.

—¿Qué? —Me reí—. ¡Ni siquiera puedes verme!

—Sí, pero tienes una voz fea. Puedo decir que tu aspecto concuerda —
bromeó.

Déjale a Bobby el humillar rápido a una persona.

—¿Sabe tu madre que está criando a una pequeña mierda? —le preguntó
Henry a su nieto.

—¿Sabe tu hijo que lo ha criado una pequeña mierda? —contraatacó


Bobby. 334
—Cuida tu lenguaje —regañó Henry.

—Lo siento, abuelo —replicó Bobby burlonamente.

—Abuelastro —le vociferó Henry.

Les sonreí a ambos. Agradecí que se cruzaran en mi camino cuando


necesitaba un poco de orientación en mi vida. Pasamos unas horas más
charlando antes de dirigirme a casa de Savannah para reunirme con mi otro
grupo de amigos.

Aunque extrañaba a Starlet, estaba cumpliendo la promesa que le había


hecho. No estaba solo.

Ni por asomo.
Starlet

Lo extrañaba.

Extrañaba a Milo y me preocupaba tanto por él que apenas podía


concentrarme en otra cosa que no fuera él. A veces me encontraba leyendo
viejos mensajes de texto entre nosotros dos. Me sorprendía cómo una cadena
de mensajes podía mostrar el momento en que dos personas comenzaron a
enamorarse.

Volví a concentrarme en mis estudios y en mantener mis notas altas


durante el resto del semestre. El director Gallo aclaró que no me denunciaría
debido a la situación extremadamente rara entre Milo y yo, pero seguía sin
estar segura de estar avanzando en la dirección correcta con mi vida. 335
Cada elección que había hecho con mi carrera se había construido en torno
a la de mi madre. Quería seguir sus pasos y ver las cosas a través de sus ojos,
pensé. Puede que una parte de mí siguiera queriendo ser profesora, pero
también quería explorar otras cosas para asegurarme de que tomaba
decisiones por mí misma en lugar de vivir únicamente en la piel de mi madre.

—Está bien, compañera de cuarto, tengo una idea —dijo Whitney un día,
entrando con una canasta llena de cosas al azar. Había rotuladores,
purpurina, montones de revistas y cartulinas.

Arqueé una ceja.

—¿Para qué es todo eso?

—Vamos a descifrar tu vida, una cosa cada vez, y haremos un tablero para
ello.

Me reí.

—No sé si es buena idea. Terminé rompiendo en pedazos el último tablero


de visión que hice.
—Por suerte para ti, esto no es un tablero de visiones. Es un tablero de
intentos. Probaremos un millón de cosas diferentes cada fin de semana y ver
qué se funciona. Como escalar, pintar o grabar un podcast. Vamos a hacer una
lista de cosas que hacer.

Sonreí a mi amiga, asombrada por lo sobresaliente que había sido durante


el semestre más duro de mi vida. Ella era la verdadera definición de una amiga
a toda prueba. No importaban los errores que hubiera cometido, Whitney
siempre estaba de mi lado.

—Eres la mejor persona que he conocido, Whit. No te merezco.

Sonrió y se encogió de hombros.

—Tienes razón. No me mereces. Pero la mayoría de la gente no me merece.


Soy extraordinaria. Ahora, vamos. Hagamos esta maldita lista.

***

336
A medida que pasaban las semanas y la primavera despertaba a través de
las ramas de los árboles en ciernes, seguía extrañando a Milo todos los días.
Nada se hizo más fácil sobre ese hecho, tampoco. Aunque todo empezaba a
parecer normal de nuevo, la vida no parecía completa. Era como si me faltara
una parte de mí y no hubiera forma de recuperarla pronto.

Traté de mantenerme ocupada, y mi lista de intentos con Whitney lo hacía


más fácil. También aprendí algunas cosas sobre mí misma. Probé una clase de
spinning y me inscribí a clases de pintura. No era pintora, pero lo intenté.
Probé diferentes tipos de café. Me enamoré profundamente de té verde. A veces
lloré, pero también encontré muchas razones para reír.

Conocerme a mí misma se sintió como el viaje más salvaje en el que estaba


participando, pero también se sintió bien. Era como si tuviera que encontrarme
conmigo misma en ese momento tan especial.

Cuando llegó mayo, estaba un poco mejor. Eso fue hasta el Día de la
Madre, el día más difícil del año para mí. Me mantuve ocupada, tratando de no
pensar demasiado en ello. Papá me envió un mensaje diciéndome que me
amaba, y fue agradable verlo. Me estaba preparando una cena esa noche para
celebrar a mamá, lo cual sería genial. Solo deseaba haber recibido un mensaje
de texto de mamá también.
Whitney: Tienes que volver al dormitorio, ya.

Starlet: ¿Por qué?

Whitney: Trae tu trasero aquí ahora mismo.

Starlet: Tengo clase en treinta minutos.

Whitney: ¡Ahora, Starlet!

Refunfuñé y crucé el campus de vuelta al dormitorio. Normalmente no


volvía a la residencia durante el día porque tenía clases seguidas y caminar
hasta la residencia estaba fuera de mi camino. Mientras subía en el ascensor a
nuestro piso, recibí otro mensaje de Whitney diciéndome que llamara antes de
entrar en la habitación, lo cual era extraño. Por otra parte, Whitney era
extraña, así que estaba a la par.

Llamé a nuestra puerta y ella la abrió lo suficiente para salir de la


habitación. Cerró la puerta detrás de ella y me sonrió.

—Hola —exhaló. 337


—¿Qué pasa?

—Te debo una disculpa.

—¿Qué?

Sus ojos se pusieron vidriosos mientras negaba con la cabeza.

—Me equivoqué con él. Estaba tan preocupada de que te lastimaran que
me perdí lo más importante. Sé que normalmente odio a los hombres pero... y
confía en mí, no puedo creer que esté a punto de decir esto, pero tal vez no
sean todos los hombres. Tal vez algunos son decentes. Tal vez algunos son
buenos, incluso.

Entrecerré los ojos.

—Whit. ¿De qué demonios estás hablando?

Tomó una inhalación profunda y exhaló.

—Tienes un regalo.

—¿Qué?
—Un regalo. Tienes un regalo. En la habitación.

—¿Me trajiste un regalo?

Negó con la cabeza.

—No. Yo no. Pero maldita sea, me hizo llorar. ¿Estás lista?

—Me estás asustando. Muévete.

Sonrió y se hizo a un lado del pasillo. Puse la mano en el picaporte y lo


giré, abriendo la puerta. Mis ojos se llenaron de lágrimas al ver lo que tenía
delante: una bicicleta rosa con margaritas amarillas pintadas, manillar morado
y una canasta de mimbre blanca. También había un casco a juego y, dentro de
la canasta, un ramo de peonías y una tarjeta.

Milo.

Me apresuré a abrir la tarjeta y leer las palabras.

Mi mundo,
338
Sé que hoy es un día duro para ti, así que pensé en darte algo que lo haga
un poco menos difícil. Lo construí con un nuevo amigo mío. No es tan perfecta
como la de tu madre, pero espero que te guste.

Espero que hoy des un paseo y sientas a tu madre en el viento.

Feliz día de la Madre a tu mamá.

Crio a la mejor de las mejores.

Con amore,

Milo

—Entonces... —Whitney entró en la habitación y me atrapó mientras las


lágrimas rodaban por mis mejillas. Me dio una palmadita en el hombro y
suspiró—. ¿Es tu persona?

Asentí.

—Es mi persona.
Pero no estaba segura de lo que significaba. No sabía cómo sentirme acerca
de todo. Habían pasado semanas desde que lo había visto, semanas sin una
sola palabra, y sin embargo esto me recordaba exactamente por qué amaba
tanto a ese hombre.

No sólo era mi persona, sino que era mi corazón. Era mi espíritu. Era mi
luz.

—¿Y bien? —preguntó Whitney—. ¿Qué vas a hacer?

Sacudí la cabeza, confusa.

—Yo... yo... no lo sé.

—¡Tienes que ir a verlo! —ordenó.

Se me hizo un nudo en el estómago al pensar en esa idea. No podía


simplemente ir a verlo. No podía... ¿o sí?

Oh, Dios mío.

Iba a desmayarme.

—Necesito aire —dije, sacudiendo la cabeza con incredulidad mientras


339
miraba la bicicleta que tenía delante—. Necesito aire —repetí.

Tomé la bicicleta, me puse el casco y salí a dar una vuelta para hablar con
el viento.

Después de dar una vuelta y seguir muy confundida, tomé la bicicleta y


regresé al dormitorio. Luego subí a mi auto y conduje dos horas hasta la casa
de mi padre para cenar esa noche. A los pocos segundos de entrar en su casa,
le conté todo lo que Milo había hecho por mí con la bicicleta. Papá escuchó
cada detalle mientras cortaba zanahorias para el guiso que estaba preparando.

—Vaya. Suena como un ganador para mí —dijo.

—¿Un ganador? ¡Papá! Me mandó una bicicleta a medida después de no


hablarme en semanas.

—Tienes que admitir que es muy considerado —insistió.

Sí. Lo fue. Pero, aun así. Estaba confundida.

—No sé lo que significa.

—Creo que significa que te ama.


—Por favor, dime lo que se supone que debo hacer. Dime cómo se supone
que debo responder a esto.

—No lo sé, cariño. Es tu vida.

Refunfuñé.

—Lo sé. Pero si fuera la tuya... ¿qué harías?

Se encogió de hombros.

—No lo sé, pero personalmente, me gusta.

—¿Y eso qué quiere decir?

—Milo. Me gusta él.

Me reí.

—No lo conoces.

—Quiero decir, lo ayudé a construir la bicicleta, así que hemos tenido una
buena conexión en las últimas semanas.
340
—¿De qué estás hablando?

—Hemos salido varias veces en las últimas semanas, así que me gustaría
pensar que lo conozco bastante bien.

Mis ojos se entrecerraron.

—Lo siento, ¿qué?

—¿Recuerdas cuando te prometí que no acosaría a tu ex-novio?

—Sí.

—Bueno, nunca fui una exploradora, nena. Así que aceché a tu ex-novio.
Desde entonces lo visito una vez a la semana.

Mis ojos casi se salen de mi cabeza.

—¡De ninguna manera!

—Lo siento, pequeña. No podía soportar la idea de que ese chico estuviera
solo después de todo lo que pasó. Especialmente cuando puso la comodidad de
tu vida por delante de la suya durante sus momentos más difíciles.
—¿Manejaste durante más de dos horas de ida y vuelta cada semana para
venir a ver cómo estaba?

—Sí.

Las lágrimas inundaron mis ojos al asimilar las palabras de mi padre.

—¿Estabas ahí para él? ¿No estaba solo?

Papá dejó el cuchillo, tomó un trapo de cocina y limpió sus manos. Giró
hacia mí y sonrió.

—No, pequeña. No estaba solo.

Sin pensarlo, corrí a los brazos de mi padre y lo abracé con fuerza. Las
emociones se derramaron por mis ojos y rodaron por mis mejillas.

—Gracias, papá.

Besó mi frente y me abrazó.

—Siempre.

Cuando lo solté, enjugué mis lágrimas. 341


—¿Se encuentra bien? ¿Cómo está?

—Es un joven fuerte. Sigue adelante. Está a punto de entrar en los


exámenes finales de la escuela, pero por lo que sé, está aprobando todas sus
asignaturas. No he sido de mucha ayuda en su clase de matemáticas, pero mi
español no está nada mal.

Mis ojos se abrieron de par en par.

—¿Le has dado clases particulares?

—Sí, mi hija —respondió, haciéndome sonreír—. Puede que tu madre fuera


la profesora, pero no era tan malo estudiando.

—Eres la mejor persona que he conocido —dije.

Me abrazó de lado.

—Para ser justos, eres bastante antisocial, así que eso no es decir
demasiado —bromeó

Me reí.
—¿Debería acercarme a él? ¿O debería esperar un poco?

—Bueno, en realidad tengo una idea. Pero puede que la odies porque
tendrás que esperar un poco más.

342
Milo

—Te alegrará saber que aprobé el examen de matemáticas —le dije a Eric
cuando escuché pasos detrás de mí mientras me sentaba en el banco el viernes
por la mañana. Cada vez utilizaba mejor mis otros sentidos para sintonizar con
lo que me rodeaba. Cuando me giré para verlo, me detuve y vi quién estaba
parado a su lado—. Papá. ¿Qué haces aquí?

—Terminé mi último día en el centro de rehabilitación, y Eric tuvo la


amabilidad de ofrecerme llevarme a casa desde Chicago.

Entrecerré los ojos y miré a Eric.

—¿Has estado hablando con mi padre? 343


—Sí. Nos hemos hecho muy buenos amigos. Tuvimos algunas grandes
charlas íntimas. —Se acercó a mí y me dio una palmada en la espalda—. Es un
buen hombre con un gran hijo. Pensé que querrían ver el amanecer juntos.
Tengo que volver a la ciudad.

Eric apretó mi hombro antes de marcharse.

—Eric —grité.

—¿Sí?

—Gracias. Por todo —dije.

Sonrió con la sonrisa de su hija, lo que solo hizo que extrañara más a
Starlet.

—Cualquier cosa por mi hija. Lo que significa cualquier cosa por ti.

Se marchó, despidiéndose de papá antes de dejarnos allí solos con el


sonido del bosque y el agua fluyendo.

Papá frotó su nuca.


—Ahora mismo estoy debatiendo si Eric es real o si es ese maldito ángel de
It's a Wonderful Life. —Se rio entre dientes.

Le dediqué una media sonrisa.

—Era la película navideña favorita de mamá.

Frunció el ceño y asintió.

—Sí, lo era. —Señaló el banco—. ¿Puedo sentarme?

—Por supuesto. Al fin y al cabo, es tu banco.

Tomó asiento y me senté a su lado. Observé cómo sus dedos trazaban las
iniciales que mamá y él habían grabado en la madera. Sollozó un poco y se
aclaró la garganta.

—Treinta y cuatro días. —Enarqué una ceja—. Treinta y cuatro días sobrio.
Sé que no suena tan impresionante, pero...

—Es impresionante. Estoy orgulloso de ti.

Sus ojos se pusieron vidriosos al asimilar mis palabras. Sacudió la cabeza


y miró al cielo oscuro que empezaba a despertarse lentamente.
344

—No creí que volvería a escucharte decir esas palabras. No después de


cómo me comporté estos últimos años. Te debo una disculpa, Milo.

—Está bien, papá.

—No, no lo está. —Pasó el pulgar por su nariz—. Cuando más me


necesitabas, fallé una y otra vez. No fui el padre que necesitabas o merecías, y
te pido disculpas por eso, muchacho. Te merecías más. Tu madre te habría
dado más.

—Tal vez —dije, encogiéndome de hombros—. Quiero decir, no me


malinterpretes. Durante un tiempo, también pensé eso. Estaba tan enojado
contigo. Estaba convencido de que mamá lo habría hecho mejor. Pero, ¿quién
sabe? Si las cosas hubieran cambiado y te hubieras ido, no sé cómo mamá
habría manejado tu pérdida. La muerte es dura para la gente de diferentes
maneras. Nunca sabemos cómo nos cambiará hasta que lo hace. También te
debo una disculpa. Debería haberme dado cuenta de lo duro que era para ti.
Tuve a mamá diecisiete años; tú la tuviste treinta y dos. Eso es mucho más
para llorar, y lamento no haberme apoyado más en ti. Siento no haberlo hecho.

Las lágrimas empezaron a correr por sus mejillas mientras sollozaba y


mantenía la mirada fija en el cielo. Sus profundos azules y granates
empezaban a emerger. Las suaves nubes se movían lentamente hacia la
derecha mientras los rayos de sol empezaban a asomar por el paisaje. Papá
jugueteaba con sus dedos mientras contemplaba las vistas.

—Tu madre te dijo que la buscaras en los cielos matutinos —dijo—. A mí


me dijo que la buscara en los atardeceres. Creo que lo que pretendía con eso
era que nos uniéramos y compartiéramos los comienzos y los finales de cada
día.

—Eso suena como algo que ella habría hecho.

—Me equivoqué, Milo. Dejé caer la pelota un millón de veces el año pasado,
y me disculpo por eso. Estoy buscando terapia y otras cosas para ayudar con
mi dolor. No quiero vivir así. No quiero sentirme así para siempre. Quiero estar
ahí para ti. Quiero descubrir cómo ser más fuerte para ti.

—No necesito que seas fuerte, papá. Lo entiendo... esto apesta y es duro,
pero no necesito que seas fuerte. Sólo necesito que estés aquí. Mamá estaría
bien con nosotros estando socavados de vez en cuando. Sólo que no creo que
ella hubiera querido que nos socaváramos solos.

Pasó su pulgar por debajo de su nariz mientras miraba el agua.


345
—¿Socavarnos juntos?

—Sí, que nos socaváramos juntos.

—Eres un gran hijo, Milo. Siempre lo has sido, y siento no habértelo dicho
lo suficiente.

—Está bien. Sin embargo, te obligaré a hacerlo por el resto de nuestras


vidas —bromeé.

Sonrió y secó sus lágrimas.

—Sí, bueno, me lo merezco.

—Tú también eres genial, papá. Quiero que sepas que no te juzgaré por un
año malo cuando hubo diecisiete estupendos. Alguien me dijo una vez que no
éramos nuestros peores momentos. Me gusta creer que es verdad.

Juntó las manos y asintió.

—Te escuché. Lo sabes.

—¿Qué?
—Cuando viniste a visitarme al hospital y me pediste que me quedara
todos los días. Te escuche cada vez. Creo que esa fue la razón por la que pude
volver. Creo que fue gracias a ti, Milo. Fuiste tú, y siempre ibas a ser tú, quien
me trajo de vuelta. Fuiste tú quien salvó mi vida.

***

Papá llegó a casa justo a tiempo para la graduación. Un día en el que no


estaba seguro de haberlo logrado solo. Sabía muy bien que no habría estado
allí sin Starlet. Para ser sincero, no sabía si seguiría vivo de no ser por ella. Sin
embargo, gracias a ella, logré salir del invierno y descubrí la primavera con el
verano a la vuelta de la esquina.

Las togas y birretes de graduación eran lo más incómodo que me había


puesto nunca. Tampoco quedaban bien. Era como si fuera la última forma que
tenía la escuela de pinchar a sus estudiantes en el costado con alguna tipo de
molestia.

La borla seguía colgando delante de mi rostro mientras estaba sentado en 346


el campo de fútbol, mirando hacia el escenario. Las gradas estaban
abarrotadas de gente, familias y amigos, todos allí para celebrar a los
graduados. El hecho de que papá estuviera en esas gradas significaba mucho
para mí.

El sol brillaba en lo alto y sentí como si me derritiera en un charco de


sudor. Parecía increíble que hace unos meses todo estuviera cubierto de nieve
y ahora el sol me tenía con ganas de bañarme desnudo.

Sin embargo, prefería los días calurosos a los fríos.

Weston fue el encargado de pronunciar los nombres de los alumnos al


recibir nuestros diplomas. Por suerte para mí, sería uno de los primeros en
subir al escenario, gracias a mi apellido. Cuando me llamaron, me levanté de la
silla y caminé hacia el escenario. Para mi sorpresa, se escuchó un estallido de
vítores, no solo de mis amigos que se graduaban, sino también de las gradas.
Los miré y mi pecho se apretó.

Star.

Mi Star.

Mi corazón se detuvo por una fracción de segundo mientras me congelaba


en el lugar, sin saber cómo seguir adelante.
Sus labios esbozaron una gran sonrisa y sentí que todo mi cuerpo se
calentaba. Maldición. Incluso desde la distancia, todavía controlaba todos mis
movimientos.

—Milo —susurró Weston, sacándome de mi aturdimiento.

Sacudí la cabeza y aclaré mis pensamientos lo mejor que pude. Volví a


mirar a Starlet una vez más antes de caminar hacia mi tío. Estreché la mano
de Weston y él me abrazó con fuerza. Mientras lo hacía, sentí sus lágrimas
caer.

—Estoy muy orgulloso de ti, chico. —susurró.

Casi me hizo llorar a mí también en aquel maldito escenario. Le devolví el


abrazo, tomé el diploma y volví a mi asiento. Miré hacia las gradas y ella ya no
estaba. Sacudí la cabeza varias veces, como si estuviera loco. ¿Había
imaginado que estaba allí? ¿Todo estaba en mi cabeza?

Bajé la mirada hacia el diploma y lo abrí para ver el certificado que había
dentro. En su lugar, encontré un sobre. Una carta con las palabras Mi mundo,
escritas en la parte delantera.

La carta de mamá. 347


Sin pensarlo, la abrí. Todo a mi alrededor se ralentizó. Todos enmudecieron
cuando mis ojos recorrieron las palabras escritas en tinta con nada menos que
amor.

Mi mundo,

Hoy es un día especial.

El día de tu graduación.

Esta es probablemente una de las cartas más difíciles que he tenido que
escribir. Tengo lágrimas cayendo por mis mejillas mientras los escucho a ti y a tu
padre ver deportes en la sala de estar. Hay una tetera en el fuego y estoy
esperando que el silbido nos alerte a todos. Correrás hacia dicha tetera, me
servirás una taza y me preguntarás si quiero azúcar o miel.

Siempre las dos cosas.

Lo sabes, pero siempre preguntas.


Quiero darte las gracias por cuidar de mí estos últimos meses. Sé que no ha
sido fácil para ti, hijo, pero has sido la persona más heroica durante todo esto.
Gracias por amar a tu mamá cuando estaba demasiado débil para amarse a sí
misma. La parte más grande de mi vida has sido, y siempre serás, tú.

Si estás leyendo esta carta, significa que me he ido del reino físico, pero
quiero que sepas que estoy a tu lado en cada paso que das.

Especialmente hoy. El día en que cruzas ese escenario, aceptando tu


diploma para empezar el siguiente capítulo de tu vida.

Quiero que sepas que entiendo si el año pasado fue duro para ti. Quiero que
sepas que, pase lo que pase, estoy orgullosa de ti. Podrías haberlo arruinado un
millón de veces. Podrías haber fracasado una y otra vez. Podrías haberte
drogado, bebido, y desmoronado repetidamente, y aun así estoy tan orgullosa de
ti, Milo, porque aun así llegaste hasta aquí. Hasta el día de hoy.

No sé cuáles son tus próximos pasos. Simplemente sé que vas a estar bien,
porque te conozco, hijo. Conozco tu corazón y cómo late. Conozco lo bueno de tu
alma y la bondad de tu espíritu. Vas a estar bien. Vas a ser más que eso. Serás
grande.

Así que ahora me gustaría darte algunos consejos maternales para ayudarte 348
en tus años venideros. Y oh, cómo espero que sean los años más coloridos de tu
vida, llenos de tanta comodidad y alegría.

Consejos de mamá:

Come verduras. Sé que las coles de Bruselas son asquerosas, pero son
buenas para ti. Y asegúrate de usar hilo dental todas las noches. Está bien,
cada dos noches. No quiero presionarte.

Perdona a tu padre. Sé lo blando que es su corazón, y me preocupa que se


endurezca cuando ya no esté. Cuídense el uno al otro cuando puedan, y sigan
amándose cuando no puedan. Ser humano es una cosa desordenada y las
dificultades aparecerán, pero debes saber que incluso en sus días más débiles,
su amor por ti es fuerte. Recuerda sus mejores días cuando te muestre los
peores.

Haz, nuevos amigos, y aférrate a los viejos que fueron pacientes mientras te
curabas. Abrázalos un poco más fuerte que a los demás. Y cuando te necesiten,
aparece por ellos. Sé su pilar como ellos fueron el tuyo.
Enamórate. Por favor, hazlo y permite que sea complicado. Enamórate rápido
y profundamente. Lucha por ese amor y sé su ancla. Permítete el espacio para
sentir las cosas profundamente. Di las palabras te amo tanto como puedas.
Nunca sabes cuándo será la última vez, y prefiero que ahogues a una persona
en amor a que dejes pasar los momentos en silencio.

Esta podría ser la parte más importante de todo. Ámate, Milo. Por favor, por
favor, por favor ámate. No hay nadie que merezca más ser testigo de tu amor que
la persona que te devuelve la mirada en el espejo.

Adjunto la última tarjeta de recetas que tengo para ti. Espero que te hayan
reconfortado en algunos de tus momentos más difíciles. Lo único que te pido es
que la hagas un domingo y te sientes en una habitación llena de toda la gente a
la que amas. Quiero que comas, que disfrutes de la comida, que rías, que
bromees y que estés vivo.

Vive, Milo. Vive.

Quiero que hagas tus propias recetas de vida. Crea recuerdos únicos a tu
manera. Expándete. Prueba cosas nuevas. Fracasa. Vuelve a intentarlo. Eres el
hijo más extraordinario que he tenido la bendición de conocer, y sé que hagas lo
que hagas con tu vida, será delicioso.
349

Con amore, figliomio. Con amore,

Mamá

Abrí la tarjeta de recetas y saqué la de la famosa salsa de los domingos de


mamá. La salsa que solía cocinar durante horas para alimentar a todos
nuestros seres queridos. Sentí una opresión en el pecho mientras murmuraba
para mis adentros.

—Gracias, mamá.

La ceremonia parecía eterna, y sólo habíamos llegado a la letra M. ¿Cuánta


maldita gente tenía apellidos que empezarán con la letra M? Seguí mirando
hacia las gradas para ver si Starlet estaba allí, pero no pude volver a
encontrarla. Debía de ser simplemente mi imaginación jugándome una mala
pasada.

***
—¿Así que me estás diciendo que hoy te graduaste, crees que viste a tu
sexy ex novia, el amor de tu vida, entre la multitud después de construirle una
bicicleta con su padre, y decidiste que querías venir a comer helado con el
gruñón de Henry y conmigo en vez de ir a verla? —preguntó Bobby mientras
estábamos sentados en la heladería.

—Sí, más o menos.

—Eso es estúpido —dijo Bobby con naturalidad—. Tomas malas decisiones


en la vida.

Me reí un poco.

—Pensé que Henry era el brutalmente honesto.

—Lo soy —convino Henry—. Pero el chico tiene razón. Eres un imbécil.

—Duro —dije, empujando helado en mi boca.

—Sólo somos tus amigos honestos. Todo el mundo necesita amigos


honestos —explicó Bobby. 350
—Está bien. Explícamelo. Dime las cosas como son.

Bobby se aclaró la garganta.

—Está bien, pero tú lo pediste. Creo que es estúpido que pensaras que
tenías que alejar a alguien para descubrir tu mierda. Mi madre siempre decía
que el sentido del amor era que las personas no tuvieran que hacer las cosas
felices o tristes solas. Y aquí estás, eligiendo hacerlo solo. Eso es estúpido.

Abrí la boca para refutarle, pero no se me ocurrió nada, así que seguí
llenando mi boca de helado.

—El chico tiene razón, imbécil —convino Henry—. Ni siquiera sé por qué
sigues sentado aquí.

—Mi padre tuvo que hacer unos recados antes de que me recogiera aquí
para mi cena de graduación, así que estoy bastante varado. Además, si estaba
soñando despierto con verla allí, ya está de vuelta en Chicago quedándose con
su padre durante el verano.

—Uber, Milo. Toma un maldito Uber —dijo Bobby como si fuera lo más
fácil del mundo.
Me reí.

—¿A Chicago?

—Sí. Y deja una buena propina —ordenó Henry.

—Es muy fácil. ¿Estás seguro de que hoy te graduaste del instituto? Estás
actuando como un tonto —dijo Bobby.

—Realmente como un tonto —asintió Henry.

—Además —afirmó Bobby, añadiendo más y más virutas a su helado—. Si


aún pudiera ver y tuviera una novia que me pareciera atractiva, pasaría todos
los días mirando su rostro.

Tenía razón. Ya perdí suficiente tiempo.

—Maldición. Tengo que ir a Chicago.

—¡Obvio! —dijeron al unísono Bobby y Henry.

Mientras sacaba mi teléfono, mi padre entró en la heladería, sonriéndome.

—Hola, Mi. ¿Estás listo para irnos? Tengo todo listo para la cena. Incluso 351
tengo tu regalo de graduación esperando afuera.

Arqueé una ceja.

—¿Un regalo? No tenías por qué hacerlo. ¿Podemos cambiar también los
planes de la cena? Esperaba que pudieras llevarme a Chicago.

—¿Chicago? —preguntó, confuso.

—Hay una chica atractiva —dijo Bobby—. Y Milo está enamorado de ella.

Papá arqueó una ceja.

—Una chica, ¿eh?

—Una chica sexi —explicó Bobby—. Créeme. Ella es la elegida.

Papá se rascó la frente.

—Bueno, tenía ganas de cenar, pero si es amor de verdad...

—¿Me llevarás? —pregunté, algo sorprendido.


—Hoy es tu día, hijo. Haré lo que quieras. Pero primero, déjame enseñarte
tu regalo. Vamos afuera.

Me despedí de los chicos y seguí a papá afuera de la heladería. Cuando


salimos, señaló una enorme casa rodante que había delante de la heladería.

—¡Ta-da! Feliz graduación, hijo.

Entrecerré los ojos.

—Perdón, ¿qué?

—Te compré una casa rodante. Sé que de pequeño hablaste de querer ver
los estados y viajar mucho, así que pensé que era un buen momento para darte
la oportunidad durante estos próximos meses de verano.

No me malinterpretes, era un regalo muy considerado, pero tenía un gran


problema.

—No puedo conducirlo, papá. No se me permite conducir. A menos que


fueras a venir conmigo.

—Maldición... no, hijo. No puedo hacerlo. Acabo de empezar en ese nuevo 352
puesto y ni siquiera pensé en eso. Lo siento. Supongo que es un regalo
bastante malo.

Me encogí de hombros y le di una palmada en la espalda.

—La intención es lo que cuenta.

—Si necesitas un chófer, estoy bastante abierto este verano —dijo una voz
mientras abrían la puerta de la casa rodante. Levanté la vista y vi a Starlet de
pie con la sonrisa más grande—. Eso si estás de acuerdo con mis habilidades
al volante.

Mi pecho se oprimió mientras me congelaba en el lugar, mirándola. Sus


rizos naturales ondeaban al viento mientras estaba de pie en la entrada de la
casa rodante.

Mi mirada iba y venía entre papá y ella mientras intentaba entender lo que
estaba pasando. No sabía si estaba soñando despierto otra vez o no.

—¿Está aquí? —le pregunté a papá.

Asintió.

—Ella está aquí. Así que será mejor que vayas a saludarla.
Corrí hacia ella y tomé sus manos en un apretón tembloroso. Mi frente se
apoyó en la suya y cerré los ojos.

—Hola —exhalé.

—Hola —respondió—. Feliz graduación.

Abrí los ojos y apoyé la mano en su mejilla, acariciando su piel con el


dorso. Aprecié cada centímetro de ella. Sus ojos. Sus hoyuelos. Su sonrisa. Sus
mejillas. Bobby tenía razón. Era un idiota.

—Te he extrañado tanto… de todas las formas posibles —dije—. Y lo siento


por alejarte por un tiempo.

—Está bien. Fue bueno para mí. Todavía estoy aprendiendo mucho sobre
mí misma, pero lo mejor que aprendí es que quiero aprender esas cosas
contigo.

—Pensé que no podíamos hacerlo funcionar si no nos conocíamos


completamente. Pero me doy cuenta de que el cambio es lo único constante en
la vida. No sé cuánto tiempo tardaré en descubrir mis cosas. Ni siquiera sé qué
es lo mejor para mí o mi nueva normalidad, Star. Pero todo lo que sé es que te
amo. Quiero que sepas que quiero pasar todos los días que me quedan 353
mirándote.

—Milo —susurró ella, con un ligero temblor en su tono—. He pasado toda


la vida intentando ser lo que pensé que mi madre querría que fuera. Intenté ser
perfecta en todos los sentidos para que se sintiera orgullosa. Pero entonces te
conocí y me di cuenta de que ya no quiero ser una falsa perfecta. Quiero ser
real. Quiero ser desordenada con la vida. Y quiero ser desordenada contigo.

La atraje hacia mí, besándola profundamente mientras mis brazos la


envolvían.

A partir de ese momento, me negué a dejarla ir de nuevo.


Milo

—No puedo creer que lleves dieciocho horas cocinando esta salsa —dijo
Starlet mientras se paraba detrás de mí en la cocina. Envolvió sus brazos
alrededor de mi cintura mientras revolvía la salsa.

—La salsa casera de mi madre es un tipo de receta lenta y constante —dije.

Había pasado una semana desde que nos volvimos a conectar, y no


pasamos ni un segundo separado. Fue la semana más gratificante de mi vida,
despertándome cada mañana con ella en mis brazos y quedándome dormido de
la misma manera. Empezaríamos nuestro viaje por carretera a partir de
mañana, pero antes, papá y yo trabajaríamos en organizar una cena de
despedida el domingo para Starlet y para mí. 354
—¿Quieres probar? —pregunté, acercando la cuchara de madera de mamá
a los labios de Starlet. No había cocinado con ella desde que mamá falleció, y
me pareció adecuado usarla para la cena familiar del domingo.

Abrió la boca y probó la salsa. Supe que era perfecta cuando gimió más
que nunca conmigo entre sus piernas.

—Oh, Dios mío, eso es todo lo bueno del mundo.

Sonreí satisfecho y besé sus labios.

—No está mal para ser mi primera vez, ¿eh?

—Vas a tener que hacer esto para mí todos los domingos. Espero que lo
sepas, ¿de acuerdo?

—Lo haré el resto de tu vida si continúas gimiendo así —bromeé—. Tú


también te ves hermosa. Me encantan tus rizos naturales.

Acarició su cabello y sonrió.

—A mí también me gustan. Cada día un poco más.


Así era como nos tomábamos todo: un día a la vez.

Todavía trabajaba en mis problemas con mi vista y estaba reconstruyendo


la relación con mi padre. La reincorporación de Starlet a mi vida no resolvió
esos problemas. Pero era más manejable y más ligero. Aún tenía que aprender
a nadar a través de mi dolor y mis tribulaciones, pero, de algún modo,
empezaba a descubrir mis branquias a medida que mis amigos, mi familia y
Star empezaban a nadar a mi lado.

—¿Puedes cortar el pan? —pregunté—. Todo el mundo debería estar aquí


en un rato. La pasta está casi hecha y ya podemos poner la mesa.

—Por supuesto —respondió, besando mi mejilla antes de pasar a las


siguientes tareas. Papá tenía en la parrilla una paleta de cerdo que estuvo
ahumando durante unas horas y que estaba empezando a cortar en rodajas.

A los pocos minutos empezó a llegar gente. El padre de Starlet apareció con
sus empleados de Inked. Whitney trajo una tarta de gelatina. La familia de
Weston vino con una ensalada, y todos mis amigos vinieron con su apetito.
También trajeron a algunos de sus familiares.

A mamá le habría encantado lo llena que estaba la casa de gente otra vez.
De risas, de cariño, de amistad. 355
Después de que terminó de hablar con Eric durante unos minutos, salí con
papá, sintiendo la cálida brisa que recorría la noche.

—¿Cómo estás? —pregunté.

Se cruzó de brazos y me sonrió. Él sonrió. En los últimos años, había ido


acumulando recuerdos de sus últimas sonrisas. Durante un tiempo, pensé que
no sería capaz de volver a hacerlo. Ahora, todo lo que quería era que mi padre
encontrara al menos una razón para sonreír a diario.

—Estoy bien. Decidí apuntarme al gimnasio —dijo—. Alguien mencionó


que debería meditar, pero no creo que eso sea para mí. Entonces Eric me dijo
que su forma favorita de meditación era levantar cosas pesadas, y pensé que
eso era algo que podía hacer.

—Eso es bueno, papá. Estoy orgulloso de ti.

Sonrió y puso una mano en mi hombro.

—Estoy orgulloso de ti, hijo. La persona que eres... la persona en la que te


estás convirtiendo... —Sollozó y sacudió ligeramente la cabeza—. Ella hubiera
estado muy orgullosa del hombre que eres hoy. Sólo intento seguir tu ejemplo y
que ella también se sienta orgullosa.
Entrecerré los ojos.

—¿Seguro que estarás bien este verano sin mí? No quiero que estés solo.

—No te preocupes por mí. Voy a estar bien. Además, Weston y Eric ya me
informaron que no me van a quitar los ojos de encima durante mucho tiempo
—bromeó—. ¿Sabías que voy a ir Chicago a tatuarme con Eric?

Arqueé una ceja.

—Tatuajes, ¿eh?

Se rio.

—Algunos lo llamarían una crisis de vida de los cincuenta años.

—Otros lo llamarían sanación —dije—. Así que sigue haciendo eso, papá.
Sigue sanando.

Permanecimos un rato más en el porche mientras el sol se ponía sobre


nuestras cabezas. El cielo se dibujó con ráfagas de naranjas y granates, hileras
de púrpuras entrelazadas con los azules, y lo respiramos.

—No está tan mal, Ana —murmuró papá.


356

No está nada mal.

La comida fue un éxito. Pudimos enviar a todo el mundo con las sobras,
como había hecho mamá. Starlet incluso preparó paquetes con galletas de
chocolate para todos. Había aprendido que le encantaba hornear.

Aunque seguía con la misión de descubrir quién era y en qué se había


convertido, estaba orgulloso de ella por ser paciente con el proceso.

Cuando todos se fueron, nos pusimos ropa cómoda y limpiamos todo.


Empacamos la casa rodante para el día siguiente. Luego repasamos nuestro
plan de acción una vez más.

—Este va a ser el mejor viaje de mi vida —dijo Starlet mientras se metía en


la cama conmigo aquella noche.

—No puedo creer que estemos haciendo esto.

Nos dormimos abrazados. Cuando nos despertamos, volvimos a ver salir el


sol sobre el lago antes de emprender nuestra aventura para ver más
amaneceres. Nos sentamos en el banco que papá hizo para mamá y miramos
hacia el cielo mientras los colores del sol pintaban el paisaje ante nuestros
ojos.

Starlet apoyó la cabeza en mi hombro mientras envolvía mi brazo alrededor


de su cintura.

—Te amo—juré.

—Te amo —prometió ella.

Mientras el sol se alzaba sobre nosotros, no pude evitar sentir que nuestra
aventura apenas comenzaba.

***

Un mes después

—¿Cómo puede ser esto real? —le pregunté a Starlet cuando 357
terminábamos de llegar a la cima del Gran Cañón. Llevábamos treinta y dos
días de viaje por carretera y habíamos visto treinta y dos amaneceres juntos,
además de muchos atardeceres. El viaje estuvo repleto de lugares hermosos y
también de cosas raras. A Starlet no le gustó mucho el sendero Doll's Head
Trail, en Georgia, donde se exhibían cabezas de muñecas y partes del cuerpo
embarradas y espeluznantes a través de los oscuros bosques de parches.
Aunque ayudaba a guiarme por los senderos, en ese parque agarró más fuerte
mi brazo. Dinosaur World, en Kentucky, fue otro momento destacado.

En un momento dado, estaba seguro de que se estaba enfadando conmigo


por hacerla parar en todas y cada una de las estatuas de dinosaurios que
había al borde de la carretera, pero conseguimos tomar un millón de fotos con
el T-Rex y sus amigos.

Verla bailar por las calles del Barrio Francés de Nueva Orleans fue para mí
uno de los mejores momentos de todo el viaje. Ver lo libre que se volvió Starlet
cuando se unió a una banda de música aleatoria que recorría Bourbon Street
fue lo mejor del mundo. Puede que no supiera exactamente qué iba a hacer con
su vida, pero aquel verano sabía cómo ser libre.

—¿Me viste bailar con el baterista? —preguntó con los ojos muy abiertos de
alegría.
Sonreí y la atraje hacia mí, besando su frente.

—Te vi.

Y lo hice. La vi. Vi cada parte de ella con los ojos abiertos y cerrados. El
aura de Starlet era tan brillante que no podría no haberla visto aunque lo
hubiera intentado. La sentía en cada parte de mí. Algo en ella hacía que los
días oscuros fueran mucho más brillantes.

Ni una sola vez se quejó de tener que ayudarme en algunas de las


atracciones. Nunca se quejó de conducir durante todo el viaje. Se presentó con
una gracia que no creía merecer y me entregó su amor sin límites.

Me detuve mientras estábamos sentados en lo alto del Gran Cañón,


contemplando el paisaje más impresionante que jamás había visto. El viento
nos rozaba y estaba casi seguro de que era la madre de Starlet saludando.
Pronto supe que así era como le gustaba comunicarse: a través del viento.

Me hubiera gustado conocerla. Me hubiera gustado conocer a la mujer que


me había traído el mejor regalo de mi vida. No sabía cómo agradecer al
universo por alguien como Starlet. Todo lo que sabía era que mi gratitud era
desbordante.
358
—Toma, ponte de pie y déjame tomarte una foto mirando hacia los cañones
—dije mientras agitaba mi cámara.

Starlet se levantó de un salto, me dio la espalda y extendió los brazos.

—Perfecto. Sigue ahí de pie. Haz algunas poses —dije. Hizo lo que le pedí y
tomé unas cuantas fotos más antes de dejar la cámara—. Bien, ahora gira
hacia mí para que pueda tomar algunas fotos de tu rostro.

Giró sobre sus talones y jadeó cuando se encontró con mi mirada.

—Oh, Dios mío, Milo —susurró, su mano voló a su boca.

Allí estaba yo, arrodillado, con un anillo de compromiso en mi mano. Mi


cuerpo temblaba sin parar mientras miraba a Starlet. Cada nervio de mi
cuerpo estaba destrozado mientras ella permanecía inmóvil. Separé mis labios
para hablar y mi voz se quebró en cuanto pronuncié la primera palabra.

—Te amo, Star. Te amo de una forma que ni siquiera sabía que existía. En
pocos meses llegaste a mi mundo y cambiaste mi vida al revés. Me salvaste de
la desesperación, me enseñaste lo que era el amor incondicional y eres la mejor
persona que he conocido, y quiero pasar el resto de mi vida amándote
plenamente. Quiero ser tuyo el resto de mi vida, y quiero que tú seas mía. Así
que... —Me reí nerviosamente, sacudiendo la cabeza para intentar evitar que
las lágrimas cayeran por mis ojos—. ¿Cásate conmigo? Cásate conmigo,
Starlet, y persigamos el sol el resto de nuestras vidas.

Se acercó a mí y tocó mis brazos.

—Sí —exclamó, con lágrimas rodando por sus mejillas—. Por supuesto, me
casaré contigo.

Ni siquiera miró el anillo mientras me ponía de pie. Sus labios se unieron a


los míos. Lo vi todo mientras cerraba los ojos y besaba a la mujer de mis
sueños. Vi mi futuro, vi mi pasado y vi mi destino. Estaba destinado a amar a
Starlet Evans, y ella estaba destinada a corresponderme. Estábamos escritos
en las estrellas, o más aún, en los amaneceres.

La vida no siempre sería perfecta, pero sabía que sería segura con nosotros
juntos. Me di cuenta de que eso era todo lo que necesitaba de la vida. No
necesitaba perfección, necesitaba seguridad, y Starlet lo había sido para mí.
Ella era el lugar más seguro en el que aterrizar, y mi único objetivo era ser
también el suyo. En los días buenos, encontraríamos alegría. En los días
malos, descubríamos consuelo el uno en el otro. Estaba agradecido por eso y
por lo que Starlet me enseñó durante todo el tiempo que pasamos juntos. Que
sin importar qué, todo iba a salir bien.
359
Starlet

Dos años después

—No puedo creer que te vayas a casar —dijo Whitney mientras terminaba
de servirnos las mimosas.

Me senté en la habitación del hotel con el estómago lleno de mariposas,


sabiendo que en unos minutos le estaría diciendo "sí, quiero" al amor de mi
vida. Whitney, por supuesto, me dijo que el vino espumoso haría desaparecer
todos los nervios.

Bostecé una vez con el vestido de novia puesto, lo que hizo que Whitney me
señalara con el dedo. 360
—¡No! Nada de bostezos. Te dije que deberías haber tomado una siesta
reparadora como yo.

—Lo sé, pero estaba demasiado nerviosa. No podía dormir.

—Es justo, viendo que hoy es el día más importante de tu vida. —Sonrió de
oreja a oreja—. ¡Hoy es el día más importante de tu vida!

El cielo todavía estaba completamente oscuro afuera mientras estábamos


en la habitación del hotel. Eran sólo las cuatro de la mañana, y sólo me
quedaba un poco de tiempo antes de caminar por el sendero oculto hasta el
lago para encontrarme con Milo.

Puede que las ceremonias matutinas no fueran la idea que todo el mundo
tiene de una boda perfecta, pero ¿Cómo íbamos a casarnos sin el amanecer
mirándonos? ¿Cómo íbamos a casarnos sin el viento rozando nuestras
mejillas? Necesitábamos a nuestras madres en el mejor día de nuestras vidas.

Llamaron a la puerta de la habitación y Whitney la abrió. Para mi sorpresa,


Jacob estaba de pie con su traje y una gran sonrisa.

—Hola, siento interrumpir. Me preguntaba si podría hablar unos segundos


con la futura novia.
—Por supuesto. No hay ningún problema. Me aseguraré de que todos los
demás estén listos para salir —dijo Whitney, saliendo de la habitación y
cerrando la puerta detrás de ella.

Jacob me sonrió y sacudió la cabeza.

—Vaya, Starlet. Te ves increíble.

Miré mi vestido y sonreí mientras mis manos alisaban la tela de encaje y el


top de ganchillo.

—Gracias. Era de mi madre. Mi algo viejo —bromeé, luego mostré mis


zapatos, que eran azul marino—. Y mi algo azul. Whitney me dio su collar de
corazones por algo prestado.

Jacob metió la mano en el bolsillo trasero y sacó un sobre.

—Y tal vez esto puede funcionar como tu algo nuevo. —Se acercó a mí
mientras yo me sentía un poco desconcertada. Agitó el sobre en el aire—. Ana
le dejó otra carta a Weston para que la entregara en este día tan especial, y le
pregunté si podía ser yo quien te la entregara.

Mi corazón empezó a latir rápidamente al darme cuenta que en sus manos 361
había una carta de la madre de Milo, una carta escrita para mí.

—No llores todavía, Starlet —advirtió Jacob—. No puedes estropear tu


maquillaje tan pronto. —Me entregó el sobre, besó mi mejilla y me abrazó.
Cuando se apartó, también tenía los ojos vidriosos—. Ella te habría amado,
cariño, y habría rezado para que una mujer como tú encontrara a nuestro hijo.

Reí ligeramente, sintiendo una oleada de emociones invadiendo mi pecho.

—No puedes decir que no llore y luego decirme cosas así, Jacob.

—Lo siento. Es sólo un gran día. Durante mucho tiempo pensé que sólo
seguiríamos adelante Milo y yo. Afortunadamente, el mundo también me trajo
una hija. Disfruta de la carta, y te veré pronto.

Se dio la vuelta para salir de la habitación y lo llamé.

—¿Jacob?

—¿Sí?

Sonreí.

—¿Me guardas un baile hoy?


Me devolvió la sonrisa, la misma sonrisa cálida y acogedora de su hijo.

—Por supuesto.

Cuando se fue, tomé una respiración profunda. Mis manos temblaban


cuando fui a sentarme en el sofá. Abrí el sobre, y se mi maquillaje estaba
arruinado porque las lágrimas comenzaron a fluir mientras leía las palabras de
Ana.

El mundo de mi mundo,

Hola, encantada de conocerte. Hoy es un día excepcional, y estoy triste por


no estar allí físicamente para presenciar la entrega de los votos de mi hijo al
amor de su vida, pero estoy muy agradecida por estar allí en el reino espiritual,
cuidándolos a ambos.

Te debo muchas gracias. Gracias, hija mía. Gracias por amar a mi hijo.
Gracias por estar ahí para él cuando es fácil y difícil. Gracias por ser su mejor
amiga y su otra mitad. Mi hijo está lleno de tanto amor en su corazón, y sé que
elegiría a la mejor de las mejores para compartir su amor.
362
Mi amor por ambos es infinito, y espero que lo sientan mucho después del
"sí, quiero".

Bienvenida a la familia, mia figlia.

Cómete un trozo extra de pastel por mí, y asegúrate de que tu vida con Milo
sea igual de dulce.

Con amore,

Tú suegra

Leí la carta varias veces, estudiando cómo Ana ponía los puntos sobre las
íes. Estudié las curvas de su caligrafía y el amor que dejaba en cada palabra.
Me asombraba cómo se podía sentir tanto el amor de alguien cuando no estaba
físicamente allí.

Whitney volvió a la habitación con una sonrisa de oreja a oreja.

—Muy bien, Star. Es hora del espectáculo. Todos los demás ya están junto
al agua, esperando a que llegue la novia. ¿Estás lista para ir al lago?
Nunca estuve tan preparada para algo en mi vida.

Llegamos al lago y me encontré con los ojos de mi padre. Estaba a punto


de llorar cuando me miró por primera vez.

—Mi niña ha crecido —gimió, se acercó a mí y me abrazó—. Estás


impresionante, Star.

Sonreí y limpié las lágrimas de papá.

—¿La ves en mí? —pregunté, refiriéndome a mamá.

Dejó escapar una carcajada cargada de emoción y asintió.

—La veo en cada pedazo de ti. Eres nuestro mayor sueño hecho realidad, y
es un honor ser tu padre y entregarte hoy al amor de tu vida. —Me abrazó con
fuerza—. ¿La sientes? —susurró—. ¿La sientes en el viento?

Lo hice.

La sentía todos los días, incluso más durante el amanecer.

—¿Estás preparada? —preguntó.


363
—Lo estoy.

Papá enlazó su brazo con el mío y, después de que Whitney me entregara


mi ramo de peonías, empezamos a tomar el sendero hacia el lago.

La música empezó a sonar mientras mi padre y yo caminábamos hacia


Milo, mi felices para siempre. Se veía tan guapo con su traje azul marino y sus
zapatos de gamuza marrón. Llevaba una flor de peonía en el bolsillo y estuvo
sonriendo todo el tiempo cuando papá y yo nos acercamos a él.

Cuando llegamos hasta él, papá estrechó su mano y luego abrazó a Milo.
Papá susurró algo en su oído que hizo que Milo sonriera ampliamente y
abrazara a papá aún más fuerte. Cuando se soltaron, tomé la mano de Milo y
di un paso adelanté.

—Hola —susurré.

—Eres lo más hermoso de este mundo —respondió suavemente,


provocándome las mismas mariposas que tenía desde el principio.

Nuestras vidas en los últimos años han sido todo un viaje. Después de
nuestro épico viaje por carretera, decidimos que no estábamos preparados para
abandonar nuestra aventura. Terminé la carrera universitaria, pero después no
me dediqué a la enseñanza. Milo y yo decidimos darle una oportunidad a
nuestros verdaderos sueños, y empezamos nuestro blog de nuestros viajes. Nos
presentamos al mundo, compartiendo nuestros altibajos en la vida. Milo
compartió su yo más auténtico con el mundo, creando conciencia sobre la
ceguera y mostrando cómo su diagnóstico no era una sentencia de muerte. Era
simplemente un nuevo capítulo de su historia. Su historia era cien por cien
suya, y en qué hermosa historia se estaba convirtiendo.

No estaba demasiado enfadada por cómo había cambiado mi vida. Resultó


que seguía amando la enseñanza. Lo único que cambió fue la forma en que
impartía mis lecciones a través de nuestros blogs. En nuestras aventuras,
cruzábamos monumentos históricos y yo hacía episodios sobre la historia de
esos lugares. Habíamos pasado los dos últimos años viendo el mundo,
explorando y, de algún modo, habíamos conseguido hacer de ello una vida, una
vida construida en torno a nuestros sueños y pasiones. Puede que oficialmente
no fuera profesora, pero compartía mis conocimientos con cientos de miles de
personas en todo el mundo. Papá nos llamaba a Milo y a mí sus educadores
favoritos.

Sabía que probablemente a los demás les parecía una locura que los dos
viajáramos en una casa rodante y nos ganáramos la vida subiendo vídeos a
Internet, pero nos sentíamos más nosotros mismos que nunca. 364
Y ahora, mientras estábamos allí, a segundos de decir "sí, quiero", no podía
evitar sonreír ante la idea de todas las aventuras que nos esperaban.

Mientras Milo sujetaba mis manos entre las suyas, el sol salía al
pronunciar sus votos.

—Mi estrella favorita... Hubo un momento en mi vida en el que nunca


pensé que llegaría hasta aquí. La mayoría de los días se sentían como noches
duras y frías. Estaba inmóvil en la desesperación, incapaz de encontrar el
camino para salir de la oscuridad. Luché con la idea de que el amor
encontraría su camino a un corazón dañado como el mío, pero entonces
llegaste tú y susurraste tu amor en mi alma. Me enseñaste a respirar de nuevo.
Me enseñaste que incluso los corazones rotos como el mío podrían algún día
sanar y latir aún más fuerte.

—Aunque mi vista puede estar empeorando, mi visión está lejos de


desvanecerse. Porque lo veo todo. Te veo a ti, me veo a mí, y los muchos años
de amor y alegría que tenemos por delante. Escucho tu risa en la oscuridad y
los latidos de tu corazón en el silencio. Amarte es el mayor regalo que jamás se
me ha concedido, y lo haré hasta el día de mi muerte. Te amaré siempre,
Starlet, porque amarte es fácil. Siempre estaré agradecido por ti y por tu amor.
Así que hoy, en el mejor día de mi vida, digo sí quiero. Digo sí a protegerte.
Digo que sí a mantenerte. Digo sí al para siempre. Tú eres mi para siempre, y
hoy te prometo que siempre seré tuyo. Te amo con la misma fuerza con la que
sopla el viento y con la misma paz con la que sale el sol. Gracias por tu amor.
Gracias por ser tan paciente conmigo. Y gracias, sobre todo, por existir en el
mismo mundo que yo.

Y así, sin más, me enamoré aún más de mi mejor amigo.

Milo Corti fue el hombre que despertó mi mundo tras años de


sonambulismo. Me acercó a mí misma permitiéndome desmoronarme a veces.
Me consoló durante las partes difíciles y se rio conmigo en las ligeras. Era mi
persona. Mi único amor.

A partir de ese día, todo lo que quise fue un poco más de él cada día
durante el resto de mi vida. Quería sus primaveras lluviosas y sus otoños
frescos. Ansiaba sus días de verano y sus noches de invierno. Quería más de él
y más de nosotros.

Eso era todo, y eso era todo lo que necesitaba desde ahora hasta siempre.

Más, más, más.

365
Milo

Diez años después

—Hola, me llamo Ana Rosa Corti, y me estás viendo en directo en el blog de


papá y mamá, ¡Comida en la naturaleza!

Reí entre dientes. Estaba de pie junto a la olla que se calentaba sobre un
fuego de leña mientras Ana tomó mi cámara del trípode y se apresuraba hacia
mí para filmar nuestra cena. Recientemente había cumplido siete años y estaba 366
a punto de convertirse en la mejor camarógrafa del mundo. Al menos, eso me
decía. La mitad de las veces, sus sujetos ni siquiera aparecían en las tomas,
pero estaba decidida a mejorar cada vez más. No tenía duda de que ella
también lo haría. Llevaba en la sangre el empuje y la perseverancia.

Sus rizos salvajes estaban por todas partes mientras el sol se ponía sobre
nuestras cabezas. Aquella mañana, Starlet tuvo una gran batalla con Ana esa
mañana sobre el cabello de nuestra pequeña. Starlet se rindió después de un
rato. Estar embarazada de ocho meses y medio, sólo le daba fuerzas para lidiar
con una niña quisquillosa de siete años. Algunos días, el cabello desordenado
era la mejor opción.

—¿Qué te he dicho sobre quitar la cámara del trípode? —le pregunté a Ana.

—Que sólo lo hiciera si estaba haciendo una buena toma —respondió.

—Exactamente. Ahora ven aquí y prueba esto.

Se apresuró a acercarse mientras tomaba una cucharada de salsa de la


olla. Soplé un par de veces y se la tendí.

Ana metió la cuchara en su boca y dijo:


—¡Qué rico, papá! —Giró la cámara hacia ella—. Qué rico, todo el mundo.
Mi papá hace la mejor salsa de los domingos, aunque estemos en medio del
bosque. Mamá dice que cada vez está mejor. Mi abuela le dio la receta, y un
día, cuando sea muy, muy, muy mayor como papá, ¡yo también la haré! Es una
radición familiar.

—Tradición —corregí—. ¿Y tenías que añadir eso último de verdad cuando


me llamaste viejo?

—Bueno, tienes dos canas, papá.

Le di un codazo.

—Me pregunto quién las habrá provocado.

Soltó una risita. Ese sonido siempre me hacía sonreír. También me


alegraba poder ver su sonrisa. Mi visión había empeorado con los años, pero
aún podía distinguir cosas. Como las sonrisas de Starlet y Ana. Me sentía
bendecido por seguir teniéndolas, y sabía que cualquier día recibiría también
rostro sonriente de mi pequeño hijo. Mis otros sentidos también se fortalecían
a medida que mi visión se desvanecía. Algunos días eran más duros que otros,
pero tenía la suerte de que, pasara lo que pasara, podía escuchar la risa de mi
hija. La vida nunca sería perfecta para nadie, pero podía ser buena. Incluso 367
genial. Viví una gran vida, con o sin mi visión. Tardé un tiempo en darme
cuenta de ello, pero me sentía afortunado por vivir de la forma en que lo hacía
con los que amaba.

—Ana Rosa, entra y pon la mesa —dijo Starlet, acercándose a la puerta de


nuestra nueva y mejorada autocaravana. Parecía más bien una casa rodante.
Todavía estaba sorprendido de cómo habíamos vivido en ella cómodamente sin
ningún problema. Cuando la diseñamos, conseguimos que también fuera fácil
de usar para mí, asegurándonos de que no tocara demasiadas esquinas. Sería
interesante ver cómo sería la vida con otro niño viajando con nosotros, pero no
lo cambiaría por nada del mundo.

Sin embargo, desde que Starlet estaba embarazada, permanecimos en el


mismo lugar de Wisconsin durante los últimos meses. No quería que condujera
demasiado, y era agradable que los abuelos vinieran a pasar el rato con Ana
todas las semanas.

—Pero, mamá, estoy haciendo un vídeo muy importante —dijo Ana.

Toqué su hombro y susurré.

—Oye, ¿qué te he dicho antes acerca de hacerle pasar un mal rato a tu


madre?
Suspiró.

—No lo hagas porque tiene la barriga gorda.

Mis ojos se abrieron de par en par mientras negaba con la cabeza.

—¿Qué? No. Dije que no lo hagas porque está muy embarazada y cansada.

Ana se encogió de hombros.

—Es lo mismo.

Le di un toque en la nariz.

—Ve a hacer caso a tu madre.

Ana refunfuñó mientras arrastraba los pies con la cámara aún en la mano.
La giró hacia ella y dijo:

—Esto es ser una niña. No puedo esperar a ser mayor y poder hacer lo que
quiera.

Supongo que sacó su malhumor de mí.


368
Ella recibió todas sus partes buenas de Starlet.

Mientras se dirigía a la casa rodante, Starlet caminó hacia mí. Se tomó su


tiempo para bajar al suelo y sentarse a mi lado, y suspiró de cansancio en
cuanto se sentó.

—Puede que tengas que emplear toda tu fuerza para levantarme —advirtió.

Sonreí.

—No es un problema para mí.

Se acostó contra la hierba y me acosté a su lado.

—¿Cómo está la salsa? —preguntó.

—Perfecta. —Giré la cabeza para mirarla—. ¿Cómo estás tú?

Sonrió y se volvió hacia mí.

—Cansada. Emocionada. De mal humor. Y bien. Tan, tan bien.

Besé sus labios.


—Bien.

—No puedo creer que vayamos a tener otro. ¿Estamos locos?

—Somos dos personas que empezamos un blog de un programa de cocina


en la naturaleza y vivimos en una casa rodante con nuestra hija de siete años y
otro en camino. Claro que estamos locos.

Se rio.

—Amo nuestra locura.

—Ella tiene tu risa —dije, acercando mis labios contra los de Starlet—. Me
encanta que Ana tenga tu risa.

—Tiene tus ojos —replicó mientras rozaba mi mejilla con su mano—. Me


encanta que tenga tus ojos. Y tu sonrisa. Y tu nariz. Es la hija de su padre.

—Ella es el corazón de su madre.

Starlet me besó de nuevo. Y otra vez. Y otra vez.

—Te amo, Star —susurré.


369
—Te amo, Milo. —Se contoneó un poco, intentando ponerse cómoda—. El
otro día, encontré a Ana paseando por el bosque con un palo y los ojos
vendados. Cuando le pregunté qué hacía, me dijo que intentaba parecerse más
a papá.

Solté una risita.

—Probablemente, no quiera parecerse a mí.

—Pienso que es lindo. Eres su héroe.

—Ella es mi mundo. —Puse mi mano contra el vientre de Starlet—. Ustedes


son mi mundo.

Sus ojos se pusieron vidriosos y estuvo a punto de llorar.

—No hagas eso, Milo. Estoy demasiado embarazada para que seas tan
dulce.

—¿Quieres que sea grosero contigo? —bromeé.

—No. Eso también me hará llorar.

—¿Qué no te hará llorar?


Hizo un puchero.

—¿Un masaje en la espalda?

Me reí y la ayudé a sentarse. Me senté detrás de ella, colocando mis


piernas por fuera de las suyas, y empecé a frotar la parte baja de su espalda.

Gimió de placer.

—Sí, justo ahí. —Cavé más profundamente y siguió gimiendo—. Sí, sí, sí,
más, más, más.

Me reí.

—Ves, esos sonidos son exactamente como terminamos con otro niño.

—No debería ser tan bueno con las manos, Sr. Corti.

—¿Qué puedo decir? Puede que no sea bueno en todo, pero soy genial con
mis manos.

—Sí, lo eres —susurró, bajando la voz.

Detuve mis movimientos. 370


—¡¿Estás... estás llorando?!

—¡Sí! —sollozó—. ¡Lo siento, pero se siente tan bien!

Me reí de mi emocional esposa, rezando para que siempre fuera


exactamente como era. Sensible, hermosa y amable. Era mi mejor amiga, la
madre de mis hijos, y juré que cada día me enamoraba más de ella.

Aquella noche cenamos los tres y después fui a arropar a Ana a la cama.

Acurrucó su peluche y bostezó.

—¿Papá?

—¿Sí?

—¿Me amas más que a tu blog?

—Claro que sí.

—¿Y más que a la salsa de los domingos?

—Sí. Y más que al helado —añadí.


Jadeó.

—¡Realmente amas el helado!

Besé su frente.

—Sí, pero te amo más a ti. Te amo a ti, mi Ana Rosa. Nunca podría amar
más a alguien. —dije con las mismas palabras que mamá solía decirme cuando
era niño—. Ahora, duerme.

—De acuerdo, papá —volvió a bostezar antes de cerrar los ojos. Besé su
frente una vez más antes de dirigirme a mi dormitorio, donde Starlet ya estaba
en la cama, abrazada a su almohada, acostada boca arriba.

—¿Ella te dejó ir? —preguntó Starlet.

—La cena la dejó inconsciente.

Me desnudé y me puse el pijama.

—Bien. Hoy se ha portado muy bien. Mi pequeña revoltosa, pero aun así.
Nuestra pequeña.

Acarició la cama a su lado y me uní rápidamente.


371

Me incliné y la besé.

—Mañana puedes dormir hasta tarde. Me ocuparé de los estudios de Ana.

—¿Estás seguro? —bostezó, el cansancio llegó a ella con fuerza.

—Seguro.

—Te amo —susurró mientras sus ojos se cerraban.

—Yo te amo más —respondí. Nunca había amado más a alguien.

—Eso no es verdad, pero estoy demasiado cansada para discutir, así que
está bien.

Sonreí, la besé una vez más y me dormí junto a mi persona, mi salvadora y


mi mejor amiga.

Está bien.
Brittainy Cherry lleva enamorada de las palabras desde que respiró por
primera vez. Se licenció en artes escénicas y escritura creativa en la
Universidad de Carroll. Le encanta participar en la escritura de guiones, actuar
y bailar -mal, por supuesto-. El café, el té chai y el vino son tres cosas que, en
su opinión, toda persona debería tomar. Cherry vive en Milwaukee, Wisconsin,
con su familia. Cuando no está haciendo un millón de recados y escribiendo
historias, probablemente está jugando con sus adorables mascotas.

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