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Créditos Capítulo 24
Aclaración Capítulo 25
Dedicatoria Capítulo 26
Prólogo Capítulo 27
Capítulo 1 Capítulo 28
Capítulo 2 Capítulo 29
Capítulo 3 Capítulo 30
Capítulo 4 Capítulo 31
Capítulo 5 Capítulo 32
Capítulo 6 Capítulo 33
Capítulo 7 Capítulo 34
Capítulo 8 Capítulo 35
Capítulo 9 Capítulo 36
Capítulo 10 Capítulo 37
Capítulo 11 Capítulo 38
Capítulo 12 Sobre Jodi Ellen Malpas
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Jesse Ward ha ido dando tumbos por la vida bebiendo y complaciéndose en las
habitaciones de su club sexual de clase alta, La Mansión, adormeciéndose ante el
dolor, la pena y la culpa de sus errores. El placer y el alcohol son su medicina. El
hedonismo es lo único que conoce.
Así es como lo afronta.
Cómo sobrevive.
Hasta que Ava O'Shea entra en su despacho y lo deja boquiabierto con su
impresionante belleza, su ambición y su impulso. Sólo hace falta una mirada a sus
ojos, un roce de su piel y una palabra murmurada para que su corazón se ponga en
marcha, ofreciéndole algo que nunca creyó posible. Una distracción de su diario
tormento. Una apariencia de paz.
Las mujeres nunca rechazan a Jesse Ward. Caen a sus pies, se derriten ante su
carismática y taimada sonrisa, y obedecen todas sus salaces órdenes. Todas excepto
la única mujer que, sin saberlo, se convierte en su obsesión y lo único que puede
mantenerlo al borde de la autodestrucción.
Necesita a Ava y hará cualquier cosa para tenerla.
Incluso ocultar hasta el último esqueleto de su gran armario.
Porque la verdad podría destruirlos a ambos.
Este trabajo es de fans para fans, ningún participante de ese proyecto ha recibido
remuneración alguna. Por favor comparte en privado y no acudas a las fuentes
oficiales de las autoras a solicitar las traducciones de fans, ni mucho menos nombres
a los foros o a las fuentes de donde provienen estos trabajos.
Miro la botella de agua que tengo en la mano. No es lo que tenía pensado para
esta noche, pero al ver a Jake charlando animadamente con un grupo de chicos del
colegio, sé que mi estado de sobriedad merece la pena, sólo por ver a Jake relajado y
disfrutando. Me atrapa observándole y se separa del grupo, uniéndose a mí en la
pared.
―¿Por qué no estás bebiendo? ―pregunta, reclamando un trago de una bandeja
cercana.
―Ya he bebido bastante ―miento. Y él también. Definitivamente, se ha
tambaleado un poco al acercarse. Alcanzo el diminuto vaso, pero él se mueve rápido
tomándolo antes de que pueda confiscarlo―. No más ―le advierto, y él sonríe.
―Deja de quejarte ―dice―. Fuiste tú quien me secuestró y me arrastró hasta aquí.
―¿Arrastré? Dame un maldito respiro.
Se ríe y luego suspira. Es un suspiro profundo.
―No hay ni una sola chica en esta casa que no se te haya insinuado esta noche.
Miro a mi alrededor y veo que estoy bajo el escrutinio de muchas chicas.
Probablemente se preguntan por qué no ando por ahí causando estragos, pero, y es
una revelación, estoy disfrutando, viendo a Jake soltarse la melena.
―¿Celoso? ―pregunto con una sonrisa descarada.
―Un poco.
―No lo estés. Es agotador.
―Cállate. Tu aspecto es una de tus mejores recursos.
―Es mi único recurso ―murmuro en voz baja, dando un sorbo a mi agua―. Y tú
también puedes callarte. Eres hermoso por dentro y por fuera.
Hay silencio durante unos instantes, Jake juguetea con su botella de cerveza. Está
pensando. Puedo ver literalmente los engranajes de su mente girando mientras se
muerde el labio inferior. No lo insto a decir lo que piensa. Eventualmente lo hará, y
mis sentidos gemelos saben exactamente lo que va a decir.
―¿Por qué no estás resentido conmigo? ―pregunta, mirándome.
Y ahí lo tenemos. Odio el maldito dolor de sus ojos.
―¿Por qué estaría resentido contigo?
Amo al hijo de puta inteligente con todo lo que tengo. Y más.
―Mamá y papá. Son muy duros contigo.
―Puedo con ellos.
Hace tiempo que dejé de intentar igualar la capacidad académica de Jake. Era
agotador, y la constante decepción de mis padres era hiriente. Al menos ahora tienen
un motivo para estar decepcionados de mí. Pero eso depende de ellos. Nunca harán
que guarde resentimiento contra Jake.
―¿Y qué pasará cuando esté en Oxford?
―¿De qué estás hablando? ―Pregunto con seriedad―. Yo también voy a Oxford.
La carcajada de Jake está justificada.
―¿Y qué vas a estudiar?
―Sexología.
―No necesitas ir a Oxford para eso. Sólo tienes que llamar al tío Carmichael.
Me río y agarro a Jake de la mano cuando alcanza otro trago. ¿Qué demonios le
pasa? Frunce el ceño. Levanto las cejas.
―Suficiente.
―¿Desde cuándo te has vuelto tan aguafiestas? ―pregunta Jake, pero cede, y se
dispone a tomar su cerveza en su lugar―. ¿Has conocido a su nueva novia?
―¿La del tío Carmichael?
No sé por qué lo pregunto. Toda la familia está hablando de ello. Mamá y papá
parecían a punto de explotar cuando el hermano pequeño de papá, Carmichael, llegó
en su elegante Aston para recogerme para una cita para comer con su nueva y joven
novia. Sarah. Sólo es un año mayor que yo. Sólo hay diez años entre Jake, el tío
Carmichael y yo, pero aun así. Incluso levanté una ceja, y no hay muchas cosas que
me sorprendan cuando se trata de Carmichael.
En cualquier caso, es una cuestión discutible. Ella no estará por aquí por mucho
tiempo. Nunca lo están.
―Sólo la he visto un par de veces ―digo―. Parecía simpática. ―Casi demasiado
agradable, para ser sincero. Muy sensiblera. Era un poco incómodo, pero Carmichael
parecía no darse cuenta. O tal vez su mentalidad abierta a todas las cosas le
importaba un demonio―. Deberías haber venido con nosotros ―digo, prestando a
Jake mi atención―. El tío Carmichael tiene una forma de hacer que todo esté muy
bien.
Aceptación. Sin expectativas.
―Mamá y papá despotricaron y deliraron durante una hora entera después de
que te fuiste. Si yo también me hubiera ido...
Tiene razón, por supuesto. Ya es bastante malo que el tío Carmichael pueda llevar
al niño salvaje por el mal camino. Que Dios no permita que le ponga las manos
encima al santo. Maldición, e l rostro de mis padres. Me advirtieron. Me dijeron que
si me iba, no sería bienvenido de nuevo. Los imbéciles prejuiciosos. Carmichael es el
hombre más tolerante, bondadoso y paciente que he conocido. Y aunque mi abuelo
y mi padre lo desprecian, no hace más que sonreír y ser cortés. Es un hombre mejor
que yo.
Quiero ser como él cuando sea mayor. Tan controlado, respetado, bien
considerado, aunque no por su familia. Todos los demás le adoran. Pero no se me
permite verlo. No debo envenenarme con sus costumbres pecaminosas. No voy a
mentir, lo que ocurre en casa de Carmichael siempre hace que mi mente curiosa se
acelere. No puedo evitarlo. Siempre parece tan feliz. Tan libre. Tan poco preocupado
por las críticas. Quiero algo de eso. No creo que sea una vergüenza; creo que es una
maldita leyenda. A la mierda la sociedad, las expectativas y mis padres. No sé qué
haría sin Carmichael para descargar mis frustraciones.
―Sabes, si quieres hacer algo, deberías hacerlo ―digo con nostalgia―. Tenemos
casi diecisiete años, Jake. No puedes dejar que mamá y papá lo dicten todo. ―La
culpa vuelve a apoderarse de mí. Odio dejarlo en casa, pero tampoco puedo
quedarme enfrentándome al constante desprecio. Tratando constantemente de
ganar su aprobación. Así que me iré en cuanto pueda―. Vamos. ―Me pongo en pie.
Jake está empezando a arrastrar las palabras, y ya vamos a tardar horas en llegar a
casa si tengo que cargar con él―. Es hora de que te arrope en la cama.
Pone los ojos en blanco.
―Consigamos algunas para el camino de vuelta a casa, ¿sí?.
Va medio tropezando medio trotando hasta una mesa cercana y reclama unas
cuantas cervezas antes de volver con una gran sonrisa cursi, entregándome una. El
instinto me dice que me niegue. Que me lleve las cervezas, que ya ha tenido
suficiente. Pero como ya nos vamos a casa y sólo he tomado dos esta noche...
Nos despedimos y nos dirigimos a la carretera principal.
―Dime ―digo, dando un sorbo a mi cerveza―. ¿De verdad quieres ir a Oxford,
Jake?
―Sí.
―Ése es el «sí» más patético que he oído nunca. ―Le paso el brazo por el hombro
para apoyarle cuando capto un ligero traspiés―. Somos gemelos, ¿recuerdas? Puedo
leer literalmente tu mente. ―Observo cómo esos engranajes empiezan a girar de
nuevo, y espero la respuesta que sé que obtendré.
―No ―murmura, como si la palabra fuera un estorbo del que se alegra de
librarse―. Maldición, no, realmente no. No quiero ser médico. Jesús, no puedo
pensar nada peor.
―Pero podrías serlo ―señalo―. Muy fácilmente. Y se te daría muy bien.
No puedo negar que me sentiría súper orgulloso de él, de decirle a la gente que
mi hermano es médico. Tiene ese trato amable del que habla la gente cuando se trata
de médicos. Es empático. Considerado. Todas esas cosas buenas que deben tener los
médicos.
―Pero ser capaz o bueno en algo no significa necesariamente que debas hacerlo.
―Las palabras de Jake son tranquilas, como si le diera vergüenza admitirlo en voz
alta―. Pero mamá y papá no lo verán así, ¿verdad?
―Tendrían que aceptarlo.
―¿Cómo aceptan que fumes, bebas y te acuestes por ahí?
―No saben que me acuesto por ahí.
―Sí que lo saben, Jesse. ―Se ríe, dando un trago al resto de su cerveza―. ¿Sabes
lo que quiero hacer?
―Dímelo.
Sonrío, cegado por la excitación en sus ojos, sólo de pensarlo.
―Supermotos.
―¿Construirlas?
―Hacerlas correr. Dios, Jesse, toda esa potencia entre las piernas. El viento en tu
cabello, la libertad del camino abierto. La adrenalina, la velocidad, la carrera. ―Mira
al cielo negro―. ¿Te lo imaginas?
Sonrío, arrojando mi botella de cerveza en un seto. No necesito el alcohol. Necesito
esto. La verdad. Lo he visto viendo Moto GP. He observado su concentración. He
encontrado las revistas de supermotos bajo su colchón que ha intentado ocultar a
papá como si fueran una sórdida mierda porno.
―Entonces hazlo, Jake. ―Podría hacer cualquier cosa que se proponga. Es ese tipo
de persona. Lo detengo y lo tomo de los brazos, mirándole a los ojos borracho,
esperando más allá de todo lo que he esperado que se libere de las cadenas y haga
algo que desea hacer desesperadamente―. Debes hacerlo.
Su cabello rubio alborotado le cae sobre los ojos y se lo quito de un golpe, sabiendo
que probablemente sea incapaz de coordinar sus manos para hacerlo él mismo.
Pronto tendré que empezar a cargar con él.
―¿Sí? ―pregunta, con una sonrisa torcida.
―Demonios, sí.
―¿Quieres ir de gira conmigo? ¿Ayudar a arreglar mi moto? ¿Montar conmigo?
¿Tú y yo, juntos?
Maldición, maldición, maldición, sí.
―Estoy ahí, hermano. Hasta el maldito final.
Cae torpemente sobre mí, dándome el abrazo más feroz. El más sentimental de los
abrazos. Pero, por supuesto, lo abrazo.
―Ya veremos los detalles mañana ―murmura, separándose y sacando una
botella de whisky en miniatura de su bolsillo delantero, abriéndola y
levantándola―. Pero por ahora, celebraremos. ―Bebe todo mientras camina hacia
atrás, saliendo él y la botella fuera de mi alcance―. ¡Por la libertad! ―canturrea
levantando la botella, tropezando en el camino―. Y por hacer lo que nos dé la gana.
―Por hacer lo que nos dé la maldita gana...
Parpadeo, cegado por los faros de un auto. Y entonces los escucho.
Los neumáticos.
El chirrido de los neumáticos.
El sonido de un claxon.
―¡Jake! ―grito, mi cabeza va de un lado a otro entre él y el auto. Se queda helado.
Parece asustado―. ¡Jake, sal de la maldita carretera! ―Empiezo a correr, pero mis
piernas son de plomo, no me llevan tan rápido como necesito―. ¡Jake!
Mi corazón. Puedo sentir cómo se resquebraja.
―¡Jake! ―grito―. ¡Dios, Jake, no!
El auto lo golpea, lanzándolo cincuenta metros en la carretera, y disminuyo la
velocidad hasta detenerme, repentinamente paralizado.
―No ―susurro―. Por favor, no.
El sonido de su cuerpo indefenso golpeando el suelo es escalofriante.
Un sonido que nunca olvidaré.
Y los latidos de mi corazón se ralentizan hasta desaparecer.
rrugo la nariz. Mis ojos se cierran con fuerza. Mi cerebro despierto palpita
sin cesar. Abro un ojo y me encuentro cara a cara con una botella vacía, la
maldita cosa prácticamente está tocando mi nariz. Gimo y ruedo sobre mi
espalda, alejándome de ella. Dios mío. Siento la cabeza como si un ejército de
soldados se abriera paso a través de ella.
Levanto la mano en un suspiro y la apoyo en mi frente, intentando contener los
golpes. Analgésicos. Necesito analgésicos. Y agua. Conseguirme un poco de agua,
maldición.
Me arrastro hacia arriba, apoyándome en los codos, y echo un vistazo a la
habitación, buscando más pruebas de mi intensa noche. Veo mi ropa en el suelo.
Pero no hay otras con ella. Ni sujetador, ni bragas. Enarco una ceja en señal de
sorpresa. No me digas que me he acostado solo.
―¿Agua?
Me sobresalto y miro hacia la puerta del baño, encontrando a una mujer desnuda,
(su nombre se me escapa) apoyada contra la puerta con un vaso en la mano.
―Parece que lo necesitas.
Detrás de ella aparece otra mujer, también desnuda, excepto por la sonrisa que
lleva. Definitivamente, sé su nombre. Maldita sea, ¿en qué estaba pensando al
entretener a Coral otra vez? La mujer está enamorada de mí. No lo estoy suponiendo.
Me lo ha dicho. En repetidas ocasiones. Sabía que meterme en la cama con ella y su
marido para cumplir sus salvajes fantasías era un error. Ahora ella lo ha dejado.
Actualmente, tengo a un policía enojado a mis espaldas. Y ella me llevará como sea,
siempre borracho y, anoche, hasta con otra mujer.
―¿Quieres ayuda?
Que sean otras dos mujeres.
Eres un cabrón, Ward. Un total e incontrolable cabrón.
Vuelvo a caer sobre el colchón y cubro mi cabeza con la sábana.
―¿Hay más de ustedes escondidas ahí? ―pregunto. Dios, no recuerdo nada.
Escucho cómo se abre la puerta del dormitorio. Luego el silencio.
Luego...
―De acuerdo, se acabó la orgía ―dice Sarah, sonando tan poco impresionada
como de costumbre. Es muy valiente. Apuesto a que ha estado revolcándose con un
hombre tras otro toda la maldita noche―. Fuera.
―Soy un miembro suscrito ―replica una de ella, muy indignada.
―No si la cancelo ―replica Sarah. Puedo oír la petulancia en su tono―. No hace
falta que te vistas ―añade, y me asomo por debajo de la sábana, viéndola recoger
ropa del suelo al final de la cama y arrojársela a las mujeres. Está enfadada. Enojada
porque anoche había tres mujeres en mi cama y ella no era una de ellas.
Las acompaña a la salida, da un portazo, empieza a recoger varios juguetes del
suelo y a meterlos en una cesta para limpiarlos.
―¿Por qué no te quedaste anoche en tu apartamento? ―pregunta.
―Me siento solo. ―Bajo las piernas de la cama y me pongo de pie. Me tambaleo
y gimoteo. Maldición, ¿por qué me castigo así? En el momento justo, un millón de
recuerdos desfilan por mi dolorida cabeza, recordándome mis errores. Como si
necesitara que me lo recordaran. Pero, por si acaso, mi cicatriz también se resiente, y
me froto contra ella mientras me dirijo al baño. Siento los ojos de Sarah en mi espalda
mientras voy―. ¿Qué hora es?
―Demasiado pronto para tomar una copa.
―Vete a la mierda ―murmuro en voz baja, abriendo la ducha. Nunca es
demasiado pronto para tomar una copa. Nunca es demasiado pronto para escapar.
―Tienes una cita con tu abogado a las tres, ¿recuerdas? Para firmar los papeles de
tu nueva casa. He arreglado la mudanza.
―¿Cuándo me voy a mudar? ―pregunto, entrando en la ducha y quedándome
de pie allí. Dejo que el agua caliente se lleve la vergüenza de la noche anterior, y
deseo al mismo tiempo que esa agua se lleve mi arrepentimiento. Mi pasado. Que
me lave a mí.
―El sábado en una semana. Los desarrolladores tienen la noche de lanzamiento
el viernes, luego es todo tuyo.
Miro la puerta del baño cuando aparece Sarah, apoyada en el marco. Tiene que
dejar de lado todo lo que se echa en el rostro. Está teniendo el efecto contrario estos
días, haciéndola parecer más vieja en lugar de más joven y fresca.
―¿Así que mi nuevo apartamento estará lleno de desconocidos que lo
desordenarán todo?
―Está en el contrato. El promotor nos ha asegurado que lo dejarán como nuevo
para que te mudes.
Comienzo a lavarme el cabello.
―¿Qué más?
―Tenemos que hablar de las nuevas habitaciones. La decoración, el diseño, la
distribución, el equipamiento, ese tipo de cosas.
Hago espuma, cierro los ojos e intento disfrutar del chorro mientras Sarah me
molesta.
―John está ordenando el equipo ―le digo―. En cuanto a la decoración, llama a
la empresa que hizo mi nueva casa.
―¿Quieres al diseñador de Lusso?
―Sí, ¿por qué no? Toda esa mierda italiana queda genial.
Realmente grandioso. El ático que tengo ahora es increíble, pero ¿la decoración?
Sí, quien lo haya hecho sabe lo que hace. Es buena. Muy buena. De buen gusto. Y si
la Mansión es algo, es de buen gusto. Más allá de las orgías y de lo ilícito, por
supuesto. Sonrío mientras me enjuago el cabello, pensando que Carmichael estaría
orgulloso de lo que ha llegado a ser. Luego decaigo cuando pienso en lo
decepcionado que estaría por lo que me he convertido.
Me estremezco y sacudo la cabeza para liberarme de esos pensamientos.
―¿Qué hora es? ―pregunto al salir de la ducha.
Sarah no controla su mirada errante.
―Todavía es demasiado pronto para tomar una copa. ―Saca una toalla de la
barandilla y me la arroja―. Llamaré a Rococo Union ―dice mientras me deja en paz.
Frunzo el ceño.
―¿Quién es Rococo Union?
―Los diseñadores de tu nuevo y ostentoso ático ―dice―. ¿Qué debo decir
cuando me pregunten qué tipo de establecimiento es éste?
Me dirijo al espejo e inmediatamente aparto la mirada del hombre de aspecto
agotado que me mira. Mis ojos verdes se ven apagados, mi piel pálida.
―Es La Mansión, eso es. No hace falta que les des un resumen de todo lo que
ocurre entre sus muros, Sarah.
―¿Por qué? ¿Te da vergüenza?
No la entretengo. Ella sabe que me importa un demonio lo que la gente piense de
mí o de mi establecimiento. Simplemente no me molesta alimentar su curiosidad.
Mientras desciendo por la amplia escalera hacia el vestíbulo, John sale del bar.
Sus prendas envolventes están perfectamente colocados, como siempre, pero sé que
sus ojos estarán entrecerrados detrás de ellas. Llego al final y estiro los tendones,
asintiendo al personal al pasar.
―¿Todo bien? ―pregunto.
Su rostro permanece impasible.
―¿Has vuelto a pasar aquí la noche?
Le dirijo una mirada cansada, pero contengo mi réplica, porque si hay un hombre
en esta tierra que merece mi respeto, es John.
―Voy a salir a correr.
Necesito quitarme las telarañas de encima. Y la bebida. Y el pecado.
Me dirijo a las puertas.
―Dímelo ―dice, tirando de mí hasta que me detengo. No me doy la vuelta―.
¿Por qué demonios te has gastado millones en un ático si te quedas aquí todas las
noches?
Es una pregunta razonable. Me vuelvo para mirarle, llevando mi pie hacia el
trasero para estirar el muslo.
―Es una inversión.
¿En qué más debería gastar mi dinero? Mi auto está pagado, mis motos están
pagadas, este lugar está pagado, no necesito pagar la cuota del gimnasio, la comida
y la bebida.
O el sexo.
Y desde luego no tengo a nadie a quien dejarle mi dinero.
―Estamos aquí para pasarlo bien, John.
Mueve la cabeza y sé que está pensando que el tío Carmichael se revolvería en su
tumba.
―O ―empieza―, tal vez te lo has creído porque una pequeña parte de tu jodido
cerebro, que hace una breve aparición la mayoría de las mañanas cuando te
despiertas con la cabeza palpitante y unas cuantas mujeres en la cama, te está
diciendo que tienes que salir de este maldito estilo de vida.
Se gira y se dirige hacia la barra.
Sí, y tal vez eso también.
―Vete de vacaciones, Jesse ―dice.
―Acabo de volver de Cortina.
―Eso no fueron vacaciones. Fue un cambio de aires.
Desaparece en el bar mientras dejo caer el pie desde mi trasero. Tiene razón, por
supuesto. Pero en mi defensa, fui con buenas intenciones. Una desintoxicación, por
así decirlo. Luego encontré el minibar y a unas cuantas suecas ardientes. A partir de
ahí, todo se volvió una espiral.
Mi cabeza vuelve a latir con fuerza y echo un vistazo al vestíbulo de La Mansión.
La opulencia y la grandeza se extienden por todos los rincones. Desde el suelo hasta
el techo. Cada centímetro de este lugar destila sofisticación. Miro hacia las escaleras
que conducen a las suites privadas. ¿Por qué demonios no querría quedarme aquí
todas las noches?
Porque te está matando lentamente.
Corre.
Me giro y comienzo a correr. Y no me detengo. No en kilómetros. Mi cabeza se
vacía y mi cuerpo se afloja, mi mente se concentra en la sensación de mis pies
pisando el suelo constantemente. La paz.
Y esa sensación de libertad sólo se intensifica cuanto más me alejo de La Mansión.
e despierto a la mañana siguiente tumbado en una cama de la sala común,
con el personal limpiando a mi alrededor.
―Maldición ―murmuro, incorporándome―. Buenos días.
―Buenos días, señor Ward ―dice Rosa alegremente mientras hace la cama junto
a mí. Dios la ame, no pestañea ante mi cuerpo desnudo.
Recojo las sábanas y me pongo de pie, rodeando mi cintura con ellas.
―¿Qué hora es?
―Las diez, señor Ward.
Ella agita una sábana nueva, y ésta azota el aire, creando un crujido ensordecedor.
Me sobresalto, apartando una botella de una patada mientras me voy.
Bajo las escaleras, rodeo el rellano y entro en mi suite privada, cerrando la puerta
tras de mí y apoyándome en ella. ¿Por qué demonios me hago esto?
Porque eres un glotón, Ward. Un glotón del alcohol y del sexo. Y del castigo.
Y de escapar.
Pero no hay escapatoria.
Escucho el sonido amortiguado de mi teléfono y examino la habitación. Las
sábanas están por todas partes, el suelo está lleno de piezas de lencería de cuero. Mi
mente se confunde, un montaje de cuerpos desnudos y miembros entrelazados,
saquean mi cerebro. Los gemidos de placer. Los gritos de éxtasis. Un orgasmo sin
sentido tras otro sin sentido.
La liberación.
Pero no hay liberación.
Caigo en la cama y cierro los ojos. No debería hacerlo. Sé lo que voy a ver. Lo que
escucharé. Pero estoy agotado. Siempre agotado.
Siete meses. Siete meses de odiada pero merecida soledad. No puedo enfrentarme a un
mundo en el que no está Jake. No he salido de casa. Ni una sola vez. Apenas he salido de esta
habitación. No compartíamos, no desde los quince años, pero él siempre estaba aquí. Siempre
recordándome que no era del todo malo, porque nosotros, Jake y yo, éramos uno, y todo el
mundo tiene dos caras.
―Hicimos todo lo que pudimos. ―Sus palabras, su rostro grave.
Las miradas que me dirigieron mis padres cuando el médico pronunció esas temidas
palabras, me perseguirán durante el resto de mi miserable vida.
Estoy vacío. Tan vacío.
Sin Jake.
Con la culpa interminable.
Padres que me odian.
Escucho que llaman a la puerta, pero permanezco donde estoy, inmóvil, insensible, sin
ganas. Escucho que se abre. Sé quién es; la he oído llegar hace unas horas. Me sorprende que
haya tardado tanto en buscarme.
―Hola ―dice Lauren, cerrando la puerta y apoyándose en ella.
Silencio.
No tengo fuerzas para mandarla a la mierda. Que me deje en paz. Se acerca a mi cama y se
acomoda en el borde. Busca mi hombro. Lo acaricia un poco. Mis ojos inexpresivos la
encuentran, mi rostro tan vacío como mi mente. Entonces saca una botella de vodka de su
bolso. Desenrosca el tapón. Toma un trago. Mi rostro permanece impasible, pero cuando me
la tiende, encuentro algo de fuerza para tomarla y sentarme. Y bebo la mitad, obligándome a
no tener arcadas. El ardor en la garganta es bienvenido. Es algo más en lo que concentrarse.
Algo que no sea mi incesante dolor. No devuelvo la botella. Me la bebo bajo la atenta mirada
de Lauren hasta que se vacía, antes de volver a tumbarme en el colchón y cerrar los ojos.
Sé lo que viene a continuación, así que permanezco inmóvil cuando su mano se desliza bajo
las sábanas y encuentra mi flácido miembro.
―Condón ―murmuro.
―Estoy tomando la píldora.
Abro los ojos y me encuentro con su parte superior medio desnuda. Alcanzo su mano, la
empujo hacia la cama y me subo encima de ella.
Entumecimiento.
La nada.
Pero es mejor que la pena y la culpa, y quizá sea lo único para lo que sirvo de todos modos.
El sexo fácil.
Deja tus sentimientos en la puerta.
1
Deporte de aventura que consiste en descender varias personas en una embarcación sin motor por un río de aguas bravas.
2
En castellano puentismo o salto con liana, es una actividad en la cual una persona se lanza desde una altura elevada, con uno de los puntos
de la cuerda elástica atada al torso o al tobillo, y el otro extremo sujetado al punto de partida del salto.
con perversiones. Pero no es habitual ver a Drew aquí a estas horas. Les doy a los
dos una palmada de saludo en el hombro.
―Chicos, ésta es Ava. Ava, estos son Sam Kelt y Drew Davies.
―Buenas tardes. ―Drew, siempre frío, examina a Ava de arriba a abajo. Sí, estoy
de acuerdo, amigo, parece que no encaja aquí.
―Hola ―dice Ava.
―Bienvenida a la cúpula del placer. ―Sam levanta su cerveza y yo pongo los ojos
en blanco―. ¿Te invito a una copa?
―No, estoy bien, gracias.
―¿Jesse?
―No, estoy bien. Sólo le estoy dando a Ava una vuelta por la ampliación. Ella
trabajará en los interiores ―le digo, dirigiéndole una sonrisa.
Quizá estoy siendo presuntuoso. El hecho de que acepte el contrato no está
grabado en piedra en absoluto, pero pienso hacerlo realidad
―Ya era hora ―dice Drew―. Nunca hay habitaciones disponibles.
―¿Qué tal el esquí en Cortina, amigo? ―pregunta Sam, alejándose de la queja de
Drew.
Me acomodo en un taburete.
―Increíble. La forma de esquiar de los italianos se ajusta bastante a su estilo de
vida relajado.
Observo a Ava mientras hablo. Está interesada, quiere saber más, y eso ya es
atractivo. Así que le cuento lo que he hecho en Italia. Menos las mujeres y la bebida.
―¿Eres bueno? ―pregunta Ava en voz baja, con los ojos cómodamente puestos
en mí.
¿En qué? ¿Follar? ¿Esquiar? ¿Cortejar?
―Mucho ―respondo, y ella asiente, pensativa, con nuestros ojos fijos. Se pregunta
sobre la parte de follar, a pesar de que, naturalmente, no he mencionado mis
actividades extracurriculares de ese tipo mientras estaba en Italia. ¿O lo llamaría ella
hacer el amor? Lo que sea. Mi miembro dentro de ella. Todo es lo mismo―. ¿Vamos?
Me levanto y le hago un gesto.
Ella se despide de los chicos, y paso desapercibida las miradas interesadas de
ambos. Sea lo que sea lo que estén pensando, estoy seguro de que no me va a gustar.
―Así que, ahora, la presentación principal ―me burlo, subiendo las escaleras,
Ava la sigue. Rodeamos el rellano―. Estas son las habitaciones privadas.
Señalo algunas puertas, incluida mi suite privada. La suya. Ahí dentro. Cierro los
ojos brevemente e intento que la fantasía no se apodere de mí cuando llegamos a la
vidriera al final de la escalera que lleva a la sala común. Miro hacia arriba, mi mente
se va por otra tangente. ¿Qué aspecto tendría ella allí arriba? ¿Colgando de una cruz
de San Andrés? ¿Encadenada a un banco? ¿Abierta de brazos y piernas sobre una
cama?
Pero entonces...
Me miro los pies, sorprendido por mi siguiente pensamiento.
Si ella estuviera en esa habitación, todos los demás hombres de este lugar podrían
disfrutar de ella. Me muerdo el labio, con mis pensamientos en espiral. Todos los
ojos puestos en ella. Eso no me gusta.
Obligo a mis pies a avanzar, sacudiendo mi mente con claridad.
―Esta es la ampliación. ―No me sienta nada bien―. Aquí es donde necesito tu
ayuda.
Entramos en la nueva ala, y veo al carpintero en una de las habitaciones sobre una
escalera, taladrando el techo.
―¿Todo esto es nuevo? ―pregunta.
―Sí, de momento todo son cubiertas, pero estoy seguro de que lo remediarás. Deja
que te lo enseñe.
Le tomo la mano sin pensarlo y tiro de ella hacia la última habitación, sonriéndole
cuando no protesta. Porque ella también lo siente. Sea lo que sea ese extraño
chisporroteo, lo siente.
―¿Son todas así de grandes?
Tira de la mano para liberarla, y es todo lo que puedo hacer para no reprenderla
por ello. No tengo mucho placer en la vida. El sexo no es realmente un placer. Es una
necesidad. Un medio para un fin. Un hábito. Un vicio. Pero el contacto físico con ella
es placentero y, francamente, es difícil dejar que se aleje de él.
―Sí ―respondo, y ella mira a su alrededor.
―¿En la suite?
―Sí.
Me apoyo en la pared mientras ella desaparece en el baño. Estas habitaciones son
lo último que tengo en la agenda en este momento. ¿Y en la parte superior? Cómo
demonios voy a convencer a esta mujer para que cene conmigo. En otro lugar. Lejos
de aquí. Lejos de los ojos de los miembros masculinos. Lejos de las mujeres que sé a
ciencia cierta que le tomarán una antipatía instantánea, porque es más joven, más
fresca. Y porque yo, el insensible e impenetrable Señor de la maldita Mansión del
sexo, estoy prendado de ella.
Ava emerge. Me toma en cuenta. Piensa. Me siento repentinamente receloso, mis
ojos se entrecierran como prueba de ello, pero estoy jodido si puedo evitarlo.
―No estoy segura de ser la persona adecuada para este trabajo.
Oh, no, no lo está. De ninguna manera. Ni hablar. Vuelve a tener una conversación
normal, Ward. Habla de tenis. DE TELEVISIÓN. De música.
―Creo que tienes lo que quiero. ―Y lo digo. Y no sólo lo digo, lo digo en voz baja.
Sugestivamente. La audacia es todo lo que sé. Y, con preocupación, veo que se retira.
Así que sí, maldición, me quito los guantes.
Reconozco la atracción cuando me golpea en el rostro, y esta mujer se siente
atraída por mí. Entonces, ¿por qué demonios intenta hacerse la interesante? ¿Será
por este sitio? ¿Es que desconfía de mi elaborado club sexual de alta gama? Es la
pregunta más estúpida que me he hecho nunca. Por supuesto que sí. Todo el mundo
que no está familiarizado con este estilo de vida desconfía de él. A mí no me suele
molestar. No con nadie: mis padres, mi hermana, nadie. ¿Pero esta mujer? Me
preocupa que ella pueda pensar que es libertino. Que soy libertino. Y lo peor, me
importa que tenga razón.
―Siempre he tratado con el lujo contemporáneo ―dice, mirando a su alrededor―.
Estoy segura de que serías más feliz trabajando con Patrick o Tom. Ellos se ocupan
de nuestros proyectos de época.
No sé quiénes son Patrick y Tom, pero ni hablar. Quiero que trabaje aquí para
poder trabajar en ella.
―Pero te quiero a ti.
―¿Por qué?
―Parece que serás muy buena.
Jesús, Jesse, ¿no puedes ser más diplomático?
Sus ojos se ensanchan innegablemente.
―¿Cuál es tu temática?
Oh, ahora sí que estamos hablando. Estoy concluyendo rápidamente que el
instinto es todo lo que tengo aquí. Actúo por impulso. Siempre lo he hecho. Sonrío
un poco.
―Sensual, íntimo, lujoso, estimulante, vigorizante...
Su ceño fruncido me desconcierta, tengo que admitirlo.
―De acuerdo ―dice lentamente―. ¿Hay algo en particular que deba tener en
cuenta?
―Una cama grande y muchos adornos de pared.
―¿Qué tipo de tapices?
―Grandes, de madera. Ah, y la iluminación debe ser adecuada.
―¿Que se adapte a qué?
―Bueno, al ambiente, por supuesto.
¿Qué está mal aquí? Parece confundida.
―Sí, por supuesto. ―Mira el techo―. ¿Todas las habitaciones tienen eso?
―pregunta, volviendo a mirarme para obtener una respuesta.
―Sí, son esenciales.
Cuando las reforzamos.
―¿Hay algún color en particular con el que deba trabajar o contra el que deba
trabajar?
―No, no te preocupes.
Ella levanta la vista, sorprendida.
―¿Perdón?
―Ve por ello ―digo con una sonrisa. Me importa un demonio los colores que elija.
―Has mencionado una cama grande. ¿Algún tipo en particular?
Lo suficientemente grande para que te ate. Lo suficientemente grande para que nos
revolquemos.
―No, sólo muy grande.
―¿Y los muebles?
―Sí, muchos. ―Ya me he cansado de bailar alrededor de esta evidente química.
Estoy siendo sugerente en todo momento y ella lo esquiva todo. Necesito algo que
ella no pueda esquivar. Algo imperdible―. Me gusta tu vestido.
En mi piso.
―Gracias. ―Se va, prácticamente corriendo―. Tengo todo lo que necesito. Voy a
reunir algunos diseños.
Me quedo parado como un idiota durante unos instantes, con mi cerebro
poniéndose al día. ¿Todo lo que necesita? Voy tras ella, porque definitivamente no
tengo todo lo que yo necesito.
Cuando llego a la parte superior de la escalera, ella ya ha bajado la mitad.
Maldición, la mujer se mueve rápido. Salgo disparado hacia abajo tras ella, y justo
llego al final cuando se da la vuelta.
Está hecha un lío. Yo también lo estoy, pero lo disimulo mucho mejor que ella.
―Estoy deseando saber de ti, Ava.
Le ofrezco la mano y ella la toma, aunque con cautela. El cosquilleo es instantáneo.
Y adictivo. Jesús, dame más de eso.
―Tienes un hotel precioso.
Retrocedo. ¿Hotel? ¿De qué está hablando...?
La comprensión me golpea como un huracán. ¿Qué demonios? Ella no lo sabe.
Maldición, no sabe lo que es este lugar. Lo que hacemos. ¿Es tan inconsciente? ¿Tan
inocente? No sé si sentirme aliviado o preocupado, porque está claro que no es mi
establecimiento el que la hace sentirse incómoda, sino simplemente yo.
―Tengo un hotel precioso ―susurro, mirándola fijamente mientras el cosquilleo
me recorre a un ritmo épico. Mi corazón patalea, como si me dijera que sigue ahí.
Siempre lo ha estado. Insensible, indiferente, pero siempre ahí. Sólo latiendo
tenuemente para mantenerme en esta miserable vida.
Retira la mano con una inhalación aguda de aliento tembloroso.
―Ha sido un placer conocerte, Ava.
―Para mí también.
Miro alrededor del vestíbulo, pensativo. Bueno, esto sí que cambia las cosas.
¿Debo decírselo? Mi respuesta llega rápidamente. Apenas puede enfrentarse a mí, y
mucho menos a mi Mansión y a todo lo que ocurre aquí. Huirá más lejos y más
rápido. No volveré a verla, y realmente quiero volver a verla. Sentir todos estos
sentimientos. Sonríe y hazlo en serio. Habla porque es placentero. Observarla,
aunque simplemente esté trabajando.
Veo el ramillete de calas que el florista ha colocado antes, doy un paso adelante y
tomo una de ellas, inspeccionándola. Si Ava O'Shea fuera una flor, sería ésta.
―Elegancia discreta ―digo en voz baja mientras se la tiendo, mirando fijamente
a unos ojos en los que estoy seguro que podría ahogarme.
No puedo describir la euforia que siento cuando lo acepta.
―Gracias.
Mis manos van directamente a los bolsillos, donde están a salvo.
―De nada.
Mis ojos se dirigen a sus labios. ¿Cuántos hombres han besado esos labios? ¿Los
han admirado? ¿Han querido pasar su miembro por ellos?
Me desprecio por mi depravación.
―Ahí estás. ―La voz chillona de Sarah hace que se me ericen los vellos, pero me
niego a apartar los ojos de Ava. Me besa la mejilla, lo que me enfada aún más―.
¿Estás preparado?
No digo nada, incapaz de controlar mis ojos. Están ávidos de cada pedacito de
Ava O'Shea que puedan conseguir.
Sarah se echa encima de mí. Sé lo que está haciendo. Tampoco es la única mujer
de por aquí con las agallas de hacerlo.
―¿Y tú? ―pregunta.
―Ya me voy. Adiós.
Ava se retira rápidamente, dándose la vuelta y alejándose a toda prisa.
―Bueno ―reflexiona Sarah, con un tono lleno de sarcasmo―, ahora todo tiene
sentido.
La ignoro y salgo por las puertas, quedándome en lo alto de los escalones, viendo
cómo la señorita O'Shea se apresura hacia su auto. Saco mi teléfono, sabiendo que lo
que voy a hacer se pasa de la raya, pero, de nuevo, estoy jodido si puedo detenerme.
Abro la cámara y la fotografío. Es como si un instinto, que no sabía que tenía,
necesitara capturar este momento, lo necesita documentar, porque estoy bastante
seguro de que me despertaré por la mañana y sentiré que lo he soñado todo. Algo
acaba de cambiar dentro de mí. Algo importante. Me asusta. Me intriga.
Pero soy mercancía dañada, y ella no sólo es demasiado joven para mí, sino
demasiado buena.
Se merece algo más que un maldito hedonista y dependiente del alcohol.
Y, sin embargo, no estoy seguro de ser lo suficientemente fuerte como para
alejarme de ella.
egreso a mi oficina un poco aturdido, deseando poder revivir cada
segundo de la última hora una y otra vez. La oscuridad se siente como si se
estuviera acercando rápidamente de nuevo. Cierro la puerta y miro el sofá
donde ella estaba sentada. Me acerco, recojo el vaso del que ella bebió,
viendo su lápiz labial color piel en el borde.
―Ava O'Shea ―digo en voz baja, dirigiéndome a mi silla y sentándome en ella.
Coloco el vaso en el centro y lo estudio por un rato, mi mente se vuelve papilla,
luego saco mi teléfono de mi bolsillo y saco la foto, la foto de ella literalmente
huyendo de mí. La idea es muy deprimente, y miro hacia el gabinete de bebidas. No
siento nada, no siento ninguna sensación, ni tentación. La bebida es un escape, me
hace olvidar, y en este momento, tengo algo que realmente no quiero olvidar.
Busco en mis contactos y llamo a Chris Clements, mi agente inmobiliario. Él
contesta al primer timbre.
―Señor Ward ―dice, encantado de saber del hombre que le ha hecho ganar un
montón de comisiones.
―Chris, ¿cómo estás?
―Todo bien, mi amigo. Todo está bien.
¿Amigo? Diez millones me compraron un ático, no compré a Chris como amigo.
―Quiero volver a ver a Lusso ―le digo, e inmediatamente percibo su
preocupación.
―¿Todo bien?
―Sí, todo está bien. ―Sonrío mientras alcanzo el vaso y empiezo a girarlo
lentamente en el acto―. No te preocupes, no me voy a retirar, quiero mostrarle los
alrededores a mi ama de llaves.
―Solo diga cuándo.
―Estaba pensando en el domingo.
―No es un problema.
Asiento, feliz.
―Confirmaré una hora una vez que haya hablado con ella.
―Solo hágamelo saber.
―Gracias, Cris.
Cuelgo y paso una mano por mi cabello. Es fin de semana. ¿Qué estará haciendo?
¿A dónde irá? ¿Con quién? Empiezo a soñar despierto y camino a través de mi
encuentro con la señorita O'Shea, analizando cada mirada, cada palabra, cada
movimiento. ¿Podría haberlo procedido de otra manera? Absolutamente sí.
¿Hubiera sido capaz proceder de otra manera? Categóricamente, no.
Podría cambiar mi enfoque ahora, pero la pregunta es, ¿tendré la oportunidad?
El profundo dolor interior me da mi respuesta. También lo hace otra mirada
rápida a la foto de ella huyendo.
Deslizo mis llaves y salgo, pasando a John mientras paso por el salón de verano.
―¿Todo bien? ―me pregunta a mis espaldas.
No.
―Bien ―digo, pasando la barra―. No estaré por aquí esta noche.
―¿Qué? ―balbucea John detrás de mí, inusualmente sorprendido.
―¿Qué? ―pregunta Sarah, apareciendo ante mí, luciendo como si se hubiera
topado con actividad alienígena.
―¿Qué? ―dicen Sam y Drew al unísono, haciendo una pausa en su camino
hacia las escaleras.
Llego a la puerta y giro, encontrando una galería de espectadores sorprendidos.
Sonrío con mi sonrisa característica, aunque solo sea para asegurarles que no he sido
poseído. Aunque, definitivamente hay algo extraño secuestrándome.
―Estoy seguro de que sobrevivirán sin mí.
Les guiño un ojo a los chicos, me pongo mis Ray-Ban y salgo de La Mansión,
bajando los escalones rápido y saltando a mi Aston. Acelero el motor con fuerza y
arranco, levantando la grava detrás de mí. Mi teléfono está sonando antes de llegar
a las puertas.
―¿Qué está pasando? ―pregunta Sarah―. ¿A dónde vas?
―Me quedaré en mi casa por algunas noches.
―¿Por qué?
Buena maldita pregunta.
―Sarah, déjame respirar, ¿quieres? ―digo lo más diplomáticamente que puedo.
Si no está tratando de hacer que me rinda a su maldito látigo, me está asfixiando con
su egocentrismo. No estoy seguro de qué es peor para ser honesto, pero como me
recuerdo repetidamente, junto con John, ella se preocupa por mí. Ella necesita eso y
su látigo como yo necesito alcohol y sexo, y que Dios ayude a cualquiera que intente
quitarme el escape―. Volveré ―le aseguro―. Tengo algunas cosas que hacer.
Salgo a la carretera principal y pongo el pie en el acelerador, en dirección a la
ciudad.
―¿Cómo qué? ―pregunta, y con razón. No es estúpida, se encarga de la mayoría
de mis asuntos. Es algo más que necesita, otra forma de contenerme, pero, de nuevo,
tengo que dejar que lo haga, la alternativa no es una opción. También vio mi rostro,
mi personaje en el vestíbulo de entrada de La Mansión, probablemente incluso me
vio darle una flor a una mujer, y ahora me he ido sin avisar. Ella va a hacer que me
seccionen.
―Me mudaré una semana mañana. Tengo algunas cosas que necesito instalar en
la ciudad y Cathy quiere ver el nuevo lugar. También puedo quedarme en mi
apartamento.
―Correcto ―responde, en voz muy baja. Con recelo.
―Estoy disponible en mi teléfono si me necesitas.
―Se suponía que íbamos a revisar las membresías.
―Estoy seguro de que lo tienes cubierto.
Termino la llamada y enciendo el estéreo, apoyando mi codo en la ventana y
concentrándome en el camino mientras “Angel” de Massive Attack llena el auto y mi
mente vaga por lugares desconocidos. Ava -mi ángel- es definitivamente de arriba...
aunque sé que no habrá amor en el horizonte.
Mentí. Pasé más de una hora deambulando por el ático, observando cada
pequeño detalle que nunca había notado. Como dije, con los ojos abiertos. Dejo a
Cathy en casa y llevo sus bolsas a la cocina, y dejo que me bese en la mejilla antes de
irme, luego conduzco hasta mi apartamento y me detengo en el supermercado de
camino.
Cuando vuelvo, me quedo en medio de la sala, mirando el frío espacio clínico. Es
poco hogareño, porque nunca ha sido un hogar. Solo un lugar para dormir. Una
completa pérdida de dinero, para ser honesto, pero mis buenas intenciones siempre
estuvieron ahí cuando lo alquilé, todavía lo son. Planeaba quedarme aquí la mayoría
de las noches, pero... bueno, parece que nunca sucede.
Me quito la camiseta y tiro mi bolso en la encimera de la cocina antes de sacar un
frasco nuevo de mi vicio y desenroscar la tapa, tirarlo a un lado y tirarme en el sofá.
Enciendo la televisión y navego por los canales hasta que encuentro algo
adecuadamente aturdidor para ver, luego suspiro y me desplomo mientras como mi
primer descenso del día.
Me he abierto camino a través de la mitad del frasco antes de darme cuenta, y
cuando miro mi reloj, veo que son solo las seis. ¿Qué demonios voy a hacer toda la
noche?
Alcohol.
Dejo a un lado mi mantequilla de maní y me levanto, caminando hacia el gabinete,
evaluando todas y cada una de las botellas. Mis manos encuentran el costado de la
madera, apoyándose ahí, mi cuerpo se inclina, y mis ojos emiten rayos láser. Alcohol.
El alcohol mata el tiempo y la culpa, pero, en este momento, también matará este
sentimiento revitalizado que tengo.
Knock. Knock.
Me enderezo rápidamente.
―¿Jesse?
Mis hombros caen, y mis ojos giran lentamente hacia la puerta.
Maldición.
Avanzo por la habitación, sintiendo que la irritación se enciende en mi interior; es
poco familiar, pero no indeseable. ¿Cómo diablos sabe ella en dónde estoy? No
quiero la tentación de una mujer y el alcohol, por lo que no habrá invitación a que
pase. Abro la puerta de golpe.
―Ahora no es un buen momento, Coral.
Ella hace pucheros.
―Haré que sea un buen momento.
Ni siquiera me atrevo a sonreír ante su insinuación.
―¿Cómo sabías que estaba aquí?
―No has estado en La Mansión. ―Ella intenta pasarme, pero me muevo,
bloqueándola. Me mira interrogante, sonriendo, pero no está segura―. ¿No me vas
a dejar entrar?
Niego con la cabeza.
Ella ladea la suya, pensando.
―Tomemos un trago ―dice, empujándose para pasar junto a mí, y como no soy
un imbécil, no la detengo físicamente. Examina el espacio, familiarizándose con él,
y se dirige directamente al vodka.
―¿Cómo supiste en dónde vivo? ―pregunto, cerrando la puerta.
―Tú me dijiste.
―¿Lo hice? ―Estoy muy seguro de que no lo hice―. ¿Cuándo?
Sirve dos vasos, toma un sorbo del suyo mientras me tiende uno.
―En el bar de La Mansión.
Cuando estaba borracho. Siento que mi mandíbula se tensa, y siento que la irritación
brota. ¿Por qué diablos vendría aquí, y por qué diablos agitaría vodka debajo de mi nariz?
Estúpida pregunta de mierda.
―No quiero un trago ―digo, simple y claro, caminando hacia el refrigerador en
la cocina y sacando una botella de agua―. Deberías irte. ―Me giro para mirarla, con
expresión y palabras determinadas, y está claro como el agua que no tiene ni puta
idea de qué hacer con eso―. Lo digo en serio, Coral. Vete.
Ella necesita hacer las paces con su marido, necesita dejarme en paz.
Se ríe y tira uno de los vasos, acercándose sigilosamente a mí, acercándose
demasiado, sus dedos trazan los planos de mi estómago a través de mi cicatriz.
Cierro los ojos, sintiendo el insoportable ardor de su toque ahí.
―Vamos ―arrulla, inclinándose y besando mi pecho. Miro al techo, apelando a
toda mi fuerza de voluntad. No fuerza de voluntad para resistirme a ella o a la
bebida, sino fuerza de voluntad para evitar que la maltrate y la saque de mi
apartamento―. Vamos a divertirnos un poco.
Dejo caer la cabeza y me encuentro cara a cara con el vaso cuando ella lo levanta.
El borde roza mi labio inferior, dejando tras de sí la más mínima gota de vodka. Mi
lengua sale y la lame sin pensar, y ella sonríe.
Veneno.
Ella y la bebida.
―Fuera, Coral ―digo, con voz ronca―. No estoy jugando.
Veo la comprensión brotar en ella. Se enfrenta a un hombre totalmente diferente,
un hombre que está al mando, un hombre que está cuerdo. Más o menos. Ciertamente
todavía me estoy volviendo loco, pero de otras maneras.
Retrocede y relajo mis tensos músculos.
―Nos vemos en La Mansión.
Coloca el vodka en la mesa al pasar antes de salir, y tan pronto como la puerta se
cierra, voy directamente a la cocina y saco una bolsa de basura, luego procedo a
librar mi apartamento de toda tentación, tirando todas las botellas, ya sea que estén
llenas o no, en la bolsa, sin querer arriesgarme a tirar el contenido por el fregadero y
olerlo. Nunca debí volver a acostarme con Coral.
Maldita sea, soy un idiota despreciable.
a sido categóricamente, sin duda, el fin de semana más largo de mi maldita
vida, pero ahora es lunes. Una semana laboral y, como cliente, estoy
perfectamente en mi derecho de llamarla y obtener una actualización sobre
cómo está progresando su cotización para La Mansión.
Alcanzo los veinte kilómetros y empiezo a bajar a un trote constante, las telarañas
están bien y realmente despejadas. No es que hubiera muchas esta mañana, me
desperté fresco, alerta, vigorizado. Esa es una nueva sensación también, una que es
a la vez atractiva y desalentadora.
Compro un café de Starbucks y camino hacia los muelles, tomando asiento en un
banco para recuperar el aliento. El agua está quieta, el aire fresco, y un nuevo día me
espera. ¿Un buen día? ¿Un mal día? Estoy demasiado acostumbrado a esto último y,
francamente, estoy jodido con el ciclo mundano continuo, y la energía que se necesita
para convencer inútilmente a todos los que me rodean de que estoy bien.
Incluyéndome a mí. El viernes, realmente me sentí bien, y quiero más de eso, mucho
más.
Me giro y miro hacia la cima del Lusso. La neblina de la mañana envuelve mi ático,
la terraza apenas se ve.
No serás nada, Jesse. Te perderás la vida en la bebida y las mujeres, recuerda mis palabras.
Me pongo de pie y arrojo mi vaso en un contenedor cercano, con las palabras de
papá dando vueltas y repitiéndose.
Solo tiene parte de razón.
Sarah está sobre mí como un lobo cuando llego a La Mansión, sus largas piernas
cubiertas de cuero camino rápido para seguir mis pasos mientras me dirijo a mi
oficina.
―Tienes que decirme qué diablos está pasando ―espeta, pisando mis talones.
―Encantado de verte también ―murmuro, empujando la puerta en mi camino.
Me detengo abruptamente y Sarah choca contra mi espalda, sacudiéndome. Miro el
gabinete de las bebidas por unos momentos. Solo un poco.
―Deshazte del alcohol ―ordeno y aterrizo en mi silla, reajustando mi corbata.
Esta apretada.
―¿Qué? ―escupe, impaciente, con sus ojos vagando entre la bebida y yo.
―Lo quiero todo fuera de mi oficina. ―Abro mi computadora portátil y localizo
las solicitudes de nuevos miembros que necesitan aprobación antes de que Sarah
tenga la oportunidad de preguntar. Abro los ojos ampliamente cuando veo el
nombre de Chris en la lista. Demonios, no perdió el tiempo. Me abro camino,
examinando los respaldos a medida que avanzo antes de marcarlos. Puedo sentir la
mirada incrédula de Sarah ardiendo a través de mí, pero la ignoro y paso a la
siguiente hoja de cálculo. Frunzo el ceño ante la lista de morosos, docenas de ellos,
pero un nombre se destaca. Coral. La domiciliación de su afiliación ha sido
rechazada. Dos veces―. ¿Qué pasa con Coral? ―pregunto, mirando a Sarah, que ha
logrado convencer a sus piernas para que lleguen a mi escritorio.
Su sonrisa es irónica, y molesta.
―Tú eres el que está al tanto de todas las cosas de Coral ―responde, tomando
asiento.
No puedo contener mi ceño fruncido.
―Eso fue un error.
Vuelvo a la pantalla y Sarah se ríe.
―¿Qué vez?
―Cada vez.
Nunca debí haber aceptado ese trío. Fue un desastre esperando a suceder, pero...
el alcohol… Maldito alcohol.
―¿En dónde estamos con las obras de la ampliación? ―pregunta.
Levanto la vista rápida e inmediatamente me doy una patada por eso.
―Estoy esperando una cotización, voy a revisarlo hoy.
Se pone de pie, desliza un archivo de mi escritorio y lo mete debajo del brazo, su
mirada astuta me estudia demasiado cerca para mi gusto.
―O yo podría hacerlo.
Mis ojos caen como piedras a mi computadora portátil. Maldición. Siempre
aprovecho cualquier oportunidad para dejarle un trabajo a Sarah, y ella lo sabe.
―De acuerdo ―digo en voz baja, no tengo nada más―. Tuvimos una buena
relación. ―Es algo estúpido para decir―. En cuanto al trabajo, quiero decir
―agrego, escuchando el tarareo interesado de Sarah. Por el amor de Dios. Deslizo mis
ojos cansados hasta su rostro interesado―. Puedo ocuparme de las nuevas
habitaciones.
Jesús, si le delego esto a Sarah, cosa que no haré en absoluto, no vería a la señorita
O'Shea ni por asomo.
―¿Ocuparte de las habitaciones ―pregunta ella―, o lidiar con la cosita bonita que
las diseña?
―Sarah, ¿cuál es tu punto?
No pierdas la cabeza, Jesse, no con Sarah. Después de estar cerca de ella durante los
últimos veinte años, sé que finalmente me respalda. Incluso si ella es una perra total
cuando quiere serlo. Lo cual es a menudo. Basta con decir que no es exactamente
querida por aquí, o no por las mujeres, al menos. Los hombres, sin embargo, no se
cansan de ella y de sus talentos.
―Ningún punto. ―Ella gira y se pavonea hacia la puerta―. Solo manteniéndote
conectado a tierra.
¿Conectado a tierra? Sí, porque estoy perfectamente conectado a tierra cuando
quedó inutilizado.
―Nunca me sentí más conectado a tierra en mi vida ―me digo a mí mismo
mientras cierra la puerta, mis ojos se desplazan naturalmente a través de mi oficina
hacia donde habita el alcohol. Trago saliva y miro el sofá.
¿Cuántos años tienes?
Parezco tener treinta y tantos años, pero me siento como si tuviera cien años. Sin
embargo, con ella, durante ese breve tiempo, me sentí renacer. Giro mi teléfono en
mi mano, y mi labio inferior recibe un mordisco de castigo. Llámala. Repórtate.
Busco mis contactos y me desplazo hacia abajo. Ahí está ella. Mi pulgar se cierne
sobre el ícono del dial, pero antes de reunir el coraje para presionarlo, mi teléfono
comienza a sonar. No reconozco el número.
―¿Hola?
―Señor Ward, aquí Patrick Peterson, de Rococo Union.
Oh. ¿Qué es esa sensación rara en mis entrañas?
―¿Qué puedo hacer por usted, señor Peterson?
―Estoy revisando el archivo para sus próximos proyectos.
¿Él? ¿Por qué la señorita O'Shea no revisa mi expediente y por qué diablos ella no
me ha llamado?
―¿Y? ―pregunto, innegablemente cauteloso, tal vez incluso distante.
―Ava tiene algunas ideas iniciales geniales.
―Sí, será un sueño trabajar con ella.
Me estremezco en el momento en que termino de hablar, todo tipo de imágenes
eróticas pisotean mi mente. Patrick Peterson se ríe y mi paciencia comienza a
desvanecerse.
―Sí, ella es la mejor, no me importa decirle eso.
Ella será la mejor para mí también, no tengo duda.
―Su trabajo en el proyecto Lusso es fenomenal, es por eso por lo que la quiero.
―Elige tus palabras con cuidado, Ward.
―Entiendo ―dice.
Estupendo.
―Sin embargo, me haré cargo del proyecto a partir de hoy.
No, no lo harás.
―¿Disculpa?
De repente me encuentro de pie, con el corazón acelerado.
―Reuniremos los diseños, incorporando las ideas de Ava, por supuesto, y luego
presentaremos una propuesta para su consideración.
Miro a través de mi oficina, inmóvil, con mi cabeza hecha un caos. ¿Está fuera?
¿Abandonó el proyecto? Maldito estúpido, Ward. Llegué más fuerte que un adicto al
sexo privado de sexo en una maldita orgía, pero su rostro, su compostura, su
lenguaje corporal. No leí mal nada de eso, y si lo hice, estoy más jodido de lo que
nunca pensé posible. Está corriendo asustada porque ella también lo sintió y, a
diferencia de mí, la disuade en lugar de atraerla.
Necesito solucionar este pequeño problema.
―¿Señor Ward? ―pregunta Peterson.
―Gracias. ―Cuelgo y salgo, chocando con John mientras bajo los escalones hacia
la entrada―. Buenos días ―digo, tratando de sonar lo más normal posible.
―¿A dónde vas ahora? ―Se da la vuelta cuando paso por su lado, siguiendo mi
camino hacia mi DBS.
―Una pequeña crisis necesita mi atención. ―Me subo a mi auto, escuchándolo
llamarme estúpido hijo de puta―. Probablemente ―estoy de acuerdo, y me alejo
corriendo.
Me detengo detrás del Range Rover de John y miro por el espejo retrovisor
cuando escucho el sonido familiar de un Porsche. Esbozo mi sonrisa de la nada y
salgo.
―Sam ―digo, subiendo los escalones de La Mansión―. Es un poco temprano,
¿no?
Pronto me alcanza, flanqueándome.
―Pensé en tomar algo para almorzar ―sonríe maliciosamente―, antes de tomar
algo más.
Me río, mirando por encima del hombro cuando escucho otro auto retumbando
por el camino de grava.
―¿Qué está haciendo él aquí a esta hora del día otra vez?
Drew se estaciona en un espacio y sale, colocando su traje en su lugar mientras se
dirige hacia nosotros. Su rostro es muy serio, y sus ojos se centran más allá de
nosotros en lugar de nuestras formas estáticas junto a la puerta.
―Estoy estresado ―murmura mientras pasa, dirigiéndose directamente a la
barra.
Sam y yo nos miramos con curiosidad, siguiéndolo. Mario, mi fiel barman italiano,
tiene una cerveza en la barra antes de que Drew pueda pedir una.
―Ponlo en mi cuenta ―le digo, acomodándome a su lado, mientras Sam se sienta
al otro lado. Drew mira hacia adelante, tirando su botella hacia atrás.
―¿Qué pasa? ―Sam eventualmente hace la pregunta que me quema los labios,
pero si hay algo que sé sobre Drew, es que él no habla.
―La cadena más larga en la historia de bienes raíces colapsó, llevándose mi
comisión con ella. ―Golpea la botella, se quita el saco y me mira a los ojos―. Y el
idiota agente inmobiliario al que le compraste Lusso se abalanzó y tomó el contrato
para el nuevo desarrollo en Blackfriars.
Frunce el ceño para sí mismo, y me encojo en mi taburete, pensando que
probablemente sea mejor que no mencione que ese idiota agente inmobiliario ahora es
miembro de mi excelente establecimiento. Drew lo descubrirá muy pronto.
―Así que mi hombre necesita desahogarse ―gorjea Sam, dándole a Drew una
palmada en la espalda, justo cuando se lleva la botella a la boca, haciendo que sus
dientes choquen con el vidrio. Drew se queda quieto, con la mandíbula tensa, y Sam
sabiamente retrocede, alejándose del posible golpe del puño de Drew. ¿Yo? Hago un
trabajo terrible reprimiendo mi risa―. Lo siento ―murmura Sam, lanzándome una
mirada cautelosa―. Pero sabes cuál es la respuesta a todo esto, ¿no? ―continúa, y
niego con la cabeza. Necesita cerrar la maldita boca, o ese posible golpe del puño de
Drew se convertirá en un golpe seguro―. Renunciar.
―¿Qué? ―escupe Drew.
―No trabajes ―aclara Sam, asintiendo hacia Mario en señal de agradecimiento
cuando le extiende una cerveza―. Vive la vida libre de estrés como yo.
―No todos tenemos padres muertos que nos dejaron millones ―responde Drew,
y me estremezco en nombre de Sam, aunque él simplemente sonríe con esa sonrisa
descarada.
Sé que tiene sus demonios. Drew, sin embargo, es simplemente sucio, sin
demonios, por así decirlo, pero mientras Drew se hizo a sí mismo, Sam se quedó con
sus millones cuando perdió a sus padres en un trágico accidente automovilístico a
los diecinueve años. Él y Drew se conocen, y Drew ha sido miembro aquí durante
más de doce años. Le presentó a Sam el estilo de vida, lo trajo aquí, supongo que
para escapar, me identifiqué con ellos, y hemos sido amigos desde entonces. Solo
nos conectamos, a pesar de que ambos eran unos años más jóvenes que yo. Me
encanta la franqueza de Drew. No dice mucho, no habla porque sí, así que todo lo
que dice tiene cierto peso. En cuanto a Sam, supongo que encajamos debido a
nuestras historias, ya que también perdí...
Me deshago de ese pensamiento antes de que se apodere de mí y me zambullo en
la barra para tomar un trago.
―Lo siento ―murmura Drew, encontrando consuelo en su cerveza de nuevo.
―No hay problema. ―Sam se acerca para darle a Drew otra palmada en la
espalda, pero pronto se retracta, pensándolo mejor―. No me importa compartir mis
millones contigo. No me gusta verte estresado, hombre.
Drew termina su bebida y se pone de pie, arreglándose el traje. No sé por qué. Se
lo arrancará en unos minutos, dado que una o dos mujeres dispuestas le estarán
esperando en la sala común.
―La respuesta a mis problemas no es renunciar. Soy el dueño de la maldita
compañía, pero ¿sabes cuál es la respuesta? ―pregunta, y ambos inclinamos la
cabeza―. Follar. ―Sale del bar. ―La respuesta es follar.
Me río cuando Mario desliza un vaso hacia mí, y mi diversión se seca en un
nanosegundo. Observo el líquido transparente, no es agua. Trago saliva
audiblemente mientras se lo devuelvo, sintiendo los ojos de Sam en mi perfil.
―Gracias, Mario, pero no estoy bebiendo.
No hay duda de su sorpresa, y puedo sentir a Sam a mi lado, y luego un silencio
incómodo. Miro por el rabillo del ojo a mi amigo. Parece un ciervo atrapado por los
faros.
―¿No bebes? ―Logra decir eventualmente.
Me encojo de hombros y acepto el agua con la que Mario reemplazó el vodka.
―No es la gran cosa ―le digo, pero ambos sabemos que es algo importante.
―Eso es genial, hombre. ―Sam me ofrece una pequeña sonrisa, pero leyendo más
allá de su linda expresión juvenil, sé que está desesperado por preguntar más―. Bien
por ti.
―Gracias.
Será mejor que me acostumbre a esta reacción.
―Y te has estado quedando más en tu propio apartamento ―señala
casualmente―. ¿Eso no es la gran cosa también?
―No es la gran cosa ―reitero, y él sonríe.
―¿No tiene nada que ver con la cosita bonita que estuvo aquí el viernes?
Me levanto, sin estar preparado para ser interrogado. Tendré suficiente de eso de
John y Sarah.
―No es la gran cosa ―digo de nuevo, alejándome.
―Oye, Jesse ―me dice, tirando de mí para que me detenga junto a la puerta.
Levanta su bebida, suspendida en el aire, su rostro ahora está serio―. Cuando
termines con ella, no me importaría jugar un poco con ella en la sala común.
Podría haber sido electrocutado, todo mi ser está vibrando, mi mandíbula se siente
como si fuera a romperse. Mis manos están hechas puños.
―Olvídalo ―gruño virtualmente, y mi pecho se expande.
El rostro inexpresivo de Sam se transforma en una sonrisa engreída.
―No es la gran cosa ―dice, con esa sonrisa envolviendo el cuello de su botella
mientras toma un trago. Hijo de puta.
Le lanzo un gruñido y me voy. ¿Ava en la sala común? Me estremezco.
Maldición, no. ¿Ava en alguna habitación aquí? No hay una maldita oportunidad.
A menos que yo esté con ella, y estemos solos.
Mi ritmo aumenta, mi irritación es incontenible, entro en mi oficina y doy un
portazo, forzando mi respiración a tranquilizarse.
―Parece que estás a punto de lanzar algo ―dice John desde el sofá, donde está
jugando con una pequeña caja.
―¿Qué estás haciendo? ―pregunto irritado.
Sostiene un pequeño dispositivo.
―Arreglando el disco duro de las cámaras de seguridad. ¿Quién ha sacudido tu
jaula?
―Nadie. ―Encuentro mi camino a mi escritorio y me desplomo en mi silla
mientras John niega con la cabeza, volviendo a su tarea―. ¿Qué pasa? ―pregunto,
tratando de desviar las cosas de mi furia latente. Maldición, eso me tomó con la
guardia baja, pero fue imparable. Completamente imparable―. ¿Y dónde está
Sarah?
Ella aparece en la puerta, como si me hubiera escuchado,.
―Ahí ―dice John sin mirar hacia arriba.
―Oh, el vagabundo regresa.
Ella camina hacia mi escritorio y toma asiento.
Le diría que se fuera a la mierda si mi conciencia me lo permitiera. Saco mi
computadora portátil y empiezo a trabajar en los correos electrónicos. Ella no puede
estar aquí cuando Ava llegue, la olfateará, potencialmente arruinará mi estrategia, y
necesito todos los obstáculos posibles fuera de mi camino.
―¿Qué vas a hacer alrededor de las siete esta noche? ―pregunto, manteniendo
mis ojos en la pantalla, muy casual.
―¿Por qué?
―Necesito un favor.
―¿Qué?
Maldición. ¿Qué necesito? Piensa, Ward, piensa.
―Empacar ―espeto, mirándola.
Sonrío, apacible e incómodo, escuchando a John reír entre dientes. Puede irse a la
mierda.
―¿Quieres que empaque tu apartamento? ―pregunta, tan insultada como
debería estar.
―Sí.
―Casi nunca te quedas ahí, hasta hace poco ―añade con rostro acusador. John se
ríe de nuevo, y le lanzo una mirada despectiva―. ¿Qué necesitas empacar?
La tengo. Por supuesto que la tengo. Sarah prácticamente hará cualquier cosa que
le pida, y me estoy aprovechando de eso en este momento.
―Cosas de esquí, ropa.
―De acuerdo. ―Ella se para―. Tengo una cita a las cinco en la ciudad. Iré
después.
Perfecto.
―¿Una cita para qué?
―No es asunto tuyo.
Lo que significa que le estarán modificando algo. Probablemente sus labios.
―Gracias. ¿Todavía tienes el juego de llaves de repuesto?
―Sí. ―Ella pasa junto a John, y él asiente antes de volver a su disco duro―. Por
cierto ―dice por encima del hombro, sin mirar atrás―. Si revoco la membresía de
un miembro, no la restablezcas sin hablar conmigo.
Me encojo un poco.
―Le di un par de semanas, dale un respiro a la mujer.
―¿Tú le darás un respiro?
―¿Qué?
―Ella solo está aquí por ti, tonto. Has hecho tu vida más difícil y le has dado una
impresión equivocada.
No diría eso si hubiera visto lo que pasó el domingo por la noche.
―Puedo manejar a Coral ―murmuro, volviendo a mis correos electrónicos.
―Bueno, manéjala ahora, está en el bar.
La puerta se cierra. Maldición, maldición, maldición, y John se está riendo de nuevo.
―Vete a la mierda ―le espeto, ganándome una mirada mortal. Literalmente
puedo ver arder sus agujeros.
―Eres un hijo de puta estúpido ―retumba, arrojando el disco duro sobre la mesa
de café y levantándose en toda su altura intimidante. Debería estar halagándolo, no
haciéndolo enojar porque también necesito un favor suyo. Le ofrezco mi
deslumbrante sonrisa―. No ―dice, alejándose―. Sea lo que sea, no.
Estoy fuera de mi silla rápido, yendo tras él.
―John, por favor.
Mi tono de súplica lo detiene abruptamente y se da vuelta, mirando por encima
de sus lentes, mirándome de manera extraña.
―¿Qué diablos hiciste? ―pregunta, cauteloso.
Buena pregunta.
―Hay alguien que viene a las siete y necesito que te encargues.
―¿Quién?
―Ava O'Shea.
Él se ríe, luego se detiene abruptamente.
―No.
Toma la manija de la puerta, mientras busco en mi mente más súplicas, cualquier
cosa para convencerlo de que me ayude, pero no encuentro nada. A la mierda.
John hace otra parada brusca, su gran cuerpo se para frente a mí.
―Lo que sea que estés planeando, no lo hagas.
―No puedo.
―¿Por qué?
―Porque no puedo dejar de pensar en ella ―admito, con frustración aparente en
mis palabras―. Maldita sea, John, está incrustada en mi cerebro, y estoy condenado
si puedo sacarla.
Él frunce el ceño, soltando su agarre de la manija de la puerta.
―¿Por qué tengo que encargarme yo?
Aparto la mirada un poco tímidamente.
―Porque ella solo accedió a volver si puede tratarlo contigo.
―¿Por qué?
―Puede que haya sido un poco intenso.
―¿Cómo?
Sí, no le voy a decir eso. Estoy avergonzado.
―No importa. ―Meto las manos en los bolsillos, sintiendo cómo aumenta el
estrés―. Solo necesito que la acompañes a la ampliación para que pueda medir lo
que sea que necesite medir, y no dejes que nadie hable con ella.
―¿Por qué?
Me doy por vencido. Por el amor de Dios.
―Ella cree que esto es un hotel.
Una erupción de risa brota de él. Es tan aguda, tan poderosa, que se ve obligado a
doblarse y apoyar las manos en las rodillas. Hijo de puta. Me alegro de que esté
encontrando esto divertido. Aunque admito a regañadientes que es extrañamente
satisfactorio escuchar y ver reír a John. Nadie más ve este lado inusual de él, solo yo.
El hombre es mi roca, y lo necesito ahora. Mendigar no indigno de mí, no en esta
ocasión, pero ¿cuándo he tenido que rogar por algo en mi vida?
Excepto por el perdón.
Excepto por misericordia.
Excepto por la paz.
―¿Lo harás? ―pregunto, irritado, volviendo a mi silla.
Me acomodo y miro hacia el mueble bar. Todavía está lleno de alcohol. ¿Por qué
Sarah no hizo lo que le pedí que hiciera? Quiero que se vaya.
John está callado ahora, y miro hacia arriba para encontrar que él también está
mirando el gabinete de bebidas.
―Y una vez que ayude a la señorita O'Shea a medir lo que sea que necesita medir,
¿qué hago con ella? ―pregunta―. ¿Acompañarla de regreso a su auto?
―No exactamente ―murmuro en voz baja, hundiendo los dientes en mi labio
inferior. Él inclina la cabeza, haciendo que la luz destelle en su cabeza calva y
rebote―. Luego escóltala a mi suite privada.
―¿Qué?
―Dile que eche un vistazo, para que tenga una idea del lugar.
―¿Y dónde estarás tú?
―Esperándola.
―Demonios, no.
La puerta se abre de golpe y él se va, cerrándola detrás de él con fuerza bruta.
Toda la maldita oficina tiembla y dejo caer la cabeza hacia atrás, mirando al techo
con desesperación.
¿Ves? Es una estúpida idea, Ward. Una maldita y estúpida. Pero es todo lo que puedo
pensar para recordárselo, para mostrarle. Estoy a punto de ir tras John, sin estar
dispuesto a rendirme (él es, literalmente, mi única esperanza), pero vuelve a entrar,
cerrando la puerta de nuevo. La oficina tiembla. De nuevo.
―De todas las estupideces que haces, Jesse, esta se lleva la victoria. ―Extiende los
brazos―. ¿Atrapar a la chica? ¿Qué clase de tontería es esa?
Si tan solo supiera lo que he estado haciendo hasta ahora. Permanezco mudo,
completamente indefenso, mientras él despotrica.
―Si estás tan obsesionado con follarte a tu diseñadora de interiores, llévala a
cenar.
―John ―digo en un suspiro―. Lo más cerca que he estado de llevar a cenar a una
mujer es cuando quise follarme a la capitana del equipo de hockey de la escuela y le
di un trozo de mi maldito chicle. Sabes que no las invito a cenar. Además, ella solo
se negaría.
―Tal vez porque no se siente atraída por ti, tonto hijo de puta.
Me resisto a él, y se frota las arrugas de la frente el bastardo descarado. Todas las
mujeres se sienten atraídas por mí.
―Ciertamente lo está, y ni siquiera tú puedes discutir eso. Estuviste aquí en esta
oficina cuando ella apareció. Se quedó ahí, viendo, observando, probablemente
incluso tuvo que apartarse del camino de las chispas que volaban. Estoy tomando
medidas drásticas, pero valdrá la pena. Sé que valdrá la pena.
―¿Qué pasa con ella? ―pregunta de la nada.
Me detengo, sorprendido por su pregunta.
―¿Aparte de no poder sacarla de mi cabeza?
Golpeo mi sien con la punta de mi mano un par de veces, demostrando, como si
estuviera tratando de noquearla físicamente.
―Sí, aparte de eso ―dice, reconciliándose con tomar una silla frente a mi
escritorio y acomodándose.
Trato de localizar las palabras que necesito, pero estoy luchando por encontrar
una manera de explicar. Además, yo mismo estoy un poco conmocionado por toda
la situación, todavía tratando de entender exactamente qué diablos está pasando
conmigo en este momento, así que realmente no tengo muchas esperanzas de
iluminar a John, pero debo intentarlo. Suspiro.
―El viernes, por primera vez desde que tengo memoria, sentí que mi corazón
latía, John. ―Él retrocede, y me río ligeramente. Sí. Fue muy extraño―. Estaba la
atracción inicial, por supuesto, pero después de eso, encontré mi mente enfocada en
una cosa, y no era el alcohol. Era ella. Ella detonó algo adentro, y estoy acabado sí sé
qué hacer con eso.
―Tal vez no acorralarla en tu suite privada en tu exclusivo club de sexo, y tal vez,
tal vez, decirle que es un maldito club de sexo.
¿Decirle? ¿Está loco? Si Ava O'Shea me está evitando ahora, correría hacia las
colinas si supiera qué es este lugar. Esa no es una opción.
―No la estoy atrapando, la estoy haciendo ver.
―¿Ver qué?
―No lo sé ―gruño, con mis manos yendo a mi cabello―. Todo lo que sé es que
me hace sentir bien y, al igual que la bebida, se está volviendo un poco adictivo.
―¿Volviendo?
―Lo es ―admito―. Es adictivo. Ella es adictiva. ―Maldición, ni siquiera he
estado dentro de ella. Si siento esta atracción hacia ella ahora, ¿cómo seré después
de haberle hecho el amor? ¿Hacerle el amor? Maldición. Después de haberla follado―.
¿Sabes lo frustrante que es querer algo, pero ser rechazado sin una buena razón?
―Creo que la señorita O'Shea tiene muchas buenas razones. ―Se pone de pie―.
Ella simplemente no sabe qué diablos son. ―Él se aleja de mí―. Aún ―agrega,
saliendo de mi oficina―. Estás actuando como un hijo de puta loco.
Dejo caer mi frente en mi escritorio y la hago rodar de lado a lado.
―Puedo sentirlo, maldición ―admito, pero esta sensación de locura es tan
poderosa que nubla todo lo demás, y eso también es adictivo.
He evitado salir de mi oficina en todo el día, especialmente porque sé que Coral
anda dando vueltas por La Mansión. Mi trasero está bien y verdaderamente
entumecido.
Me pongo de pie y me estiro, mirando mi Rolex, y mi estómago da un vuelco
cuando veo que son las seis y media. Ella seguirá su camino, ajena a lo que la espera.
Tarareo para mí mismo mientras doy la vuelta a mi escritorio. Eso no es
estrictamente cierto. Ella sabe lo que hay aquí en La Mansión, es decir, yo, y aun así
accedió a venir.
Por la tarde.
Fuera de horario.
Si eso no es una señal, no sé qué es. Ella tiene curiosidad acerca de mí. Mi fortaleza
recibe otro impulso rápido con ese pensamiento, y salgo de mi oficina, abriéndome
camino a través del salón de verano. Necesito ducharme, cepillarme los dientes,
cambiarme. Ladeo la cabeza pensando. ¿Con ropa? ¿Sin ropa? Presentarme desnudo
podría ser forzarlo, pero, por otro lado, podría sellar el trato. Bajo la mirada hacia mi
pecho cubierto por la camisa con una sonrisa, subiendo las escaleras y sacando mi
teléfono para llamar a John.
―¿Dónde estás? ―pregunto cuando responde.
―En la ampliación. Comprobando las vigas.
Cuelga y doy la vuelta al rellano de la galería, atento a cualquier actividad detrás
de las puertas cerradas. Hay algunos gemidos, nada importante. Solo espero que
siga así.
Llego a John, y lo encuentro con un grueso trozo de cuerda en sus manos, el
extremo está atado a una de las vigas, y una escalera de tijera colocada a un lado. Se
ha quitado el saco y la corbata del traje negro.
―¿Quieres ayuda? ―pregunto, y él deja de tirar, entregándome la cuerda. Acepto,
feliz de ayudar, dándole unos cuantos tirones firmes antes de llegar más arriba y
envolverlo alrededor de mi puño. Dejo que mis pies se levanten del suelo, colgando
ahí―. Sólido como una roca ―confirmo con una sonrisa.
Gruñe y comienza a tirar de un poco más de cuerda para probar con otra viga.
―¿Lo harás? ―le pregunto, acomodándome pies, mordiéndome el labio. De
hecho, nunca me confirmó que me ayudaría antes, aunque sé que en el fondo sus
palabras de despedida fueron un acuerdo sin estar realmente de acuerdo.
Él no me mira, continúa midiendo la cuerda a través de sus manos.
―Lo haré, pero solo porque prefiero a este hijo de puta obsesivo y tenso al viejo
hijo de puta borracho y relajado.
―¿Tenso?
―Sí, tenso. ―Él me mira―. Estás tenso. Malhumorado.
―Estoy estresado.
Pero toda esta frustración desaparecerá tan pronto como la señorita O'Shea deje
de luchar conmigo.
―Lo que sea, es mejor que ebrio. ―Vuelve a su tarea―. Pero si tu plan para
seducirla falla y ella realmente no siente lo que tú crees que está sintiendo, déjalo.
¿Me escuchaste? No más locuras, deja a la chica en paz.
―Te lo prometo ―estoy de acuerdo sin dudarlo, pero mi plan no fallará―. ¿Sarah
se fue?
―Se fue hace un rato.
―Bueno. Ava estará aquí a las siete. ―Salgo de la habitación―. Más o menos
―agrego, frunciendo el ceño mientras tomo la cuerda y las vigas―. Probablemente
sea prudente llevarla a la habitación en el otro extremo. ―Donde no hay cuerdas
colgando de las vigas para probar que son lo suficientemente fuertes para soportar
el peso de un cuerpo humano―. ¿Y podrías avisarme cuando esté aquí? ¿Escribirme?
Me escucha, pero no responde.
―Gracias, John.
―Vete a la mierda.
Sonrío y lo dejo con eso, dirigiéndome a mi suite privada. Voy al armario y saco
un par de jeans y una camiseta, luego me ducho. Mato el tiempo, repasando mi plan
mientras me baño. Que es, básicamente, emborracharla de lujuria. Hacer que sea
imposible que ella se aleje. Ser gentil. Paciente.
Salgo y me seco, poniéndome los jeans. Escucho la puerta abrirse. John aparece en
la puerta del baño y yo frunzo el ceño.
―¿Qué estás haciendo aquí?
Maldición, ¿no ha aparecido? Localizo mentalmente mi teléfono en la habitación
y empujo a John para recuperarlo, mi interior se revuelve.
―Ella está aquí.
Me doy la vuelta antes de llegar a mi teléfono, mis entrañas ahora están en llamas.
―La dejé en el bar.
―¿Por qué? ―pregunto, horrorizado. El lugar está a tope.
―Le dije a Mario, no te preocupes.
―Podrías haberme enviado un mensaje de texto.
―No puedo convencerte de que lo reconsideres si te envío un mensaje de texto.
Oh, así que por eso está aquí. Para disuadirme. Me burlo y paso por su lado,
volviendo al baño para tomar mi cepillo de dientes.
―Mi decisión está tomada. ―Es la única forma―. Si alguna vez te has sentido así,
podrías entenderlo.
―¿Las mariposas? ¿Los hormigueos? Sí, he estado ahí.
Mi cepillo de dientes se detiene a medio camino de mi boca, y mis ojos
sorprendidos lo encuentran en el espejo. ¿Qué demonios? John ha estado soltero desde
que lo conozco, que es básicamente desde siempre. Nunca lo había pensado de él,
para ser justos. Difícilmente es un osito de peluche lleno de afecto que una mujer no
podría resistir.
―¿Lo has sentido?
Es todo lo que se me ocurre decir y, a juzgar por su ceño fruncido, lamenta haber
abierto la boca.
―¿Quién?
―No importa quién haya sido.
―¿Y qué hiciste?
―Lo ignoré. ―Sus cejas se levantan por encima de sus anteojos―. Porque no era
correspondido.
Me hundo. ¿Cuántas veces tengo que decirle?
―Ella lo siente, solo necesita un pequeño... empujón
―Asegúrate de que es solo un empujón ―advierte, retrocediendo―. Y por el
amor de Dios, pase lo que pase, mantén la calma.
―¿Qué te hace pensar que no lo haré?
―Estúpido hijo de puta ―murmura John, poniendo la puerta entre nosotros.
Y estoy solo otra vez. Solo con mi pulso acelerado y mi corazón en auge. Descanso
mis manos en el borde del lavamanos, mirándome. Debería escuchar a John. Si esto
falla, si ella me rechaza de nuevo, necesito dejarlo ir. ¿Y entonces qué? ¿Volver a
buscar consuelo en la bebida? No. Hace cinco días que no bebo y me siento muy
bien. A excepción de esta terrible ansiedad, obviamente.
Trago saliva y asiento, prometiéndome mentalmente que me alejaré de ella.
Porque a este ritmo, me va a dar un maldito infarto.
Termino de cepillarme los dientes, paso una mano por mi cabello mojado y entro
en la suite para esperar. ¿Cuánto tiempo estará ella? Camino en círculos por lo que
parece una eternidad, las plantas de mis pies se acaloran por la fricción en la
alfombra. Dejo mi trasero en el diván frente a la ventana. Me levanto. Deambulo un
poco más. Maldita sea, ¿alguna vez me he sentido tan nervioso? No soy nervioso.
No está en mi ADN. Es otra señal más de que hay más en esto.
Y luego escucho algo.
John
Por impulso, entro al baño, cerrando la puerta detrás de mí. Si ella entra y me ve
de pie en medio de la habitación, se irá.
Me quedo quieto
Escuchando.
La puerta se cierra.
Tomo aliento, mi corazón late como castañuelas, solo con la idea de verla. Ella está
a escasos pies de distancia de mí. Hay una puerta entre nosotros, y estoy a la
expectativa.
Apoyo mis manos en el lavamanos para controlar mi respiración. Tengo que estar
tranquilo cuando abra esa puerta. Tranquilo pero decidido. Me estiro para pasar una
mano por mi cabello, tirando mi lata de cera para el cabello al suelo de baldosas
mientras lo hago. Maldición. Mis ojos vuelan hacia la puerta. Es ahora o nunca. Con
una respiración profunda, me inclino hacia adelante, tomo la manija y la abro.
Ella se gira y jadea.
Y ahí está ella.
Mis pulmones me fallan.
Su bolso golpea el suelo, y el sonido es ensordecedor en el silencio. Mantengo mi
boca firmemente cerrada y dejo que absorba. Está inquieta, pero no está corriendo.
¿Se someterá a mí?
―¿Esto es algún tipo de broma? ―pregunta con una risa nerviosa, sin duda por
mi audacia.
No puedo creer que esté haciendo esto por mi cuenta, pero necesito tener a esta
mujer. Maldición, debo tenerla. Su lucha se detiene ahora. Nunca he necesitado
llegar a estos extremos. Una mujer nunca me ha hecho esto, así que aquí estoy,
semidesnudo, acorralando a mi diseñadora de interiores, desesperado por que
admita la loca química que compartimos.
Sus ojos recorren todo mi pecho, y me quedo frente a ella, dejando que me mire,
mi mirada baja y arde con la necesidad de parpadear, pero no parpadearé. No quiero
perderme un momento de esta mirada de asombro en su rostro. No quiero perderme
el segundo en que deja de luchar conmigo. Ella ha imaginado esto, ha imaginado mi
pecho desnudo, cómo sería besarme, quedarse conmigo.
Ella se va a enterar.
Su pecho empuja contra su vestido negro ajustado mientras respira
profundamente. No voy a poder estar aquí mucho más tiempo. Estoy desesperado
por moverme.
Cambia peso de su pie de nuevo, su cuello se flexiona, la extensión tensa de piel
suave en su garganta me ruega que coloque mi boca ahí. Ella se está mentalizando,
pero sigue nerviosa.
―Relájate, Ava ―le digo en voz baja―. Sabes que lo quieres.
Doy pasos tentativos hacia ella con mis manos temblando, listo para agarrar esa
pequeña cintura. Nuestras miradas están fijas y no voy a interrumpir esta conexión.
Mi cuerpo está cantando, mi cabeza inundada con ella y solo ella. Me siento
tambaleante con la avalancha de sensaciones devueltas. Inestable. Alto como un
cometa en lujuria y anticipación.
Cuando estoy a unos metros de ella, la veo tensarse más, pero no aparta la mirada.
En vez de eso, su mirada se desplaza hacia arriba a medida que me acerco hasta que
me elevo sobre ella. No la toco. En lugar de eso, acerco nuestros cuerpos lo más que
puedo, pero me está costando todo el esfuerzo que poseo no agarrarla.
―Date la vuelta ―le ordeno en voz baja.
Dejo escapar un suspiro tranquilo y aliviado cuando gira lentamente, dándome la
espalda y la cremallera de su vestido. Mis ojos recorren la longitud de su columna,
y mi sangre arde. Me siento cauteloso y eufórico.
Estoy cautivado. Hechizado.
No la he tocado, casi tengo miedo de hacerlo, porque algo profundo e inquietante
en mi interior me dice que si lo hago, es posible que nunca la deje ir. Necesito
mantener este éxtasis. Necesito sentir mi corazón latir así de fuerte todos los días.
Observo cómo sus hombros se tensan y escucho cómo su respiración se vuelve
dificultosa. Estoy comparando sus reacciones con las mías.
Ella intenta girarse hacia mí, y mis manos vuelan rápidamente, mis palmas
descansan sobre sus hombros. Ambos nos sobresaltamos con el contacto, y cierro los
ojos con fuerza, la sangre comienza a silbar en mis oídos. Lentamente suelto una
mano, rogándole en silencio que se quede exactamente dónde está y ella lo hace. No
lucha.
Extiendo mis manos hacia delante, recojo su cabello, los mechones oscuros y
brillantes que hacen juego con sus ojos, se sienten como seda en mi palma. Lo dejo
caer por su frente, con mis ojos fijos en la piel desnuda de su nuca, y por mucho que
quiera besarla, necesito tomarlo con calma. No estoy haciendo nada que la asuste.
Debería reírme de mi propia audacia. He acorralado a la pobre mujer y me he
presentado a ella semidesnudo. No te vuelves más audaz que eso, y aun así... ella
todavía está aquí.
Pero todavía está tensa. Necesito hacer que se relaje, así que empiezo a frotar
lentamente la tensión en su hombro, sonriendo para mis adentros cuando veo que
su cabeza gira y luego escucho un ligero ronroneo proveniente de esos labios, los
labios que quiero devorar. A ella le gusta, así que aumento la presión y muevo mi
boca hacia su oreja.
Cuando su rostro se vuelve hacia el mío y sus jadeos de aire caliente se extienden
por mi rostro, pierdo la batalla para no expresar mis temores persistentes.
―No detengas esto.
Ella comienza a temblar bajo mi agarre.
―No quiero.
Su respuesta es débil pero segura, y me alivia, mi desconcertante ansiedad me
abandona. Sabía en el fondo que ella estaba conmigo en esto, pero esas palabras han
llenado un gran vacío de duda, y cada cosa maravillosa que siento cuando estoy en
la órbita de esta mujer se intensifica.
―Es un buen trabajo. No creo que te dejaría. ―Me empujo contra su espalda, y
mi boca cae directamente a su oreja otra vez―. Voy a quitarte el vestido ahora.
―Capto su asentimiento y aprieto ligeramente su lóbulo―. Eres muy hermosa, Ava.
Deslizo mis labios por su oído.
―Oh, Dios ―musita, apoyándose en mí y empujando su espalda contra mi ingle.
Dios, de repente estoy palpitando, mi mandíbula está lista para romperse como el
cristal por la rudeza de mi mordisco.
―¿Sientes eso? ―Empujo dentro de ella, y gime―. Voy a tenerte, señorita.
Estoy sobrio y lo más excitado que he estado. Ella es mágica. Una cura.
¿Mi salvadora?
Parpadeo y coloco la yema de un dedo en la parte superior de su columna,
trazando una línea perfecta por su espalda, asintiendo levemente a medida que las
señales de su deseo aumentan de nivel. Su piel está en llamas debajo de este vestido.
Puedo sentir su necesidad, y oler su anticipación. Tomo la cremallera, colocando mi
mano libre en su cadera. Ella se estremece y mi agarre se reafirma, asegurándome de
mantenerla en su lugar. No puede correr, no ahora. Suavemente tiro de la cremallera
hacia abajo y deslizo mis manos sobre su piel desnuda, flexionando mis dedos antes
de empujar la tela lejos de su cuerpo y dejarlo caer al suelo.
Oh, maldita sea.
Lo sabía.
Encaje.
No puedo controlar el aliento agudo que acaba de escapar.
―Encaje ―susurro.
Dios, ella es gloriosa en encaje. Agarro su cintura, levanto su cuerpo delgado,
liberando sus tobillos de su vestido. Se siente tan bien en mi abrazo, como si hubiera
sido moldeada para encajar perfectamente en mi agarre. Necesito ver su rostro de
nuevo. Necesito ver la lujuria en sus ojos, su deseo, su desesperación. Y, Dios, ella
realmente necesita ver el mío.
Le doy la vuelta lentamente, observando cada centímetro de su piel mientras lo
hago. Está enfocada en mis labios, quiere besarme. La tengo, y me voy a tomar mi
dulce tiempo saboreando cada maldito momento de esto.
Mi mano se eleva y encuentra su pecho, mi dedo traza círculos perfectos alrededor
del borde de su pezón. Su cuerpo se curva con su pequeño jadeo, y sus ojos estudian
mi rostro fascinado. Quiero tocarla tanto como quiero estrellarme contra ella. Quiero
recorrer con mis manos cada centímetro cuadrado de su cuerpo, besarla de pies a
cabeza, perderme en ella y abrazarla mientras ambos nos recuperamos de lo que sé
que será una experiencia que sacudirá el universo.
Tomo su otro seno y me sorprendo un poco cuando sus manos se levantan y
descansan sobre mi pecho.
Maldición. Maldición. Maldición.
Soy yo el que se estremece ahora, y la mirada de satisfacción que cruzó su rostro
es como una inyección de adrenalina. Ella sabe que me está afectando a mí también,
pero ¿sabe que esto es absolutamente inaudito?
Le doy la vuelta.
―Quiero verte ―susurra.
Sonrío para mis adentros.
―Shh.
Desabrocho su sostén de encaje antes de deslizar mis manos bajo los tirantes. Su
piel es como el terciopelo, quiero acceso permanente a esto. Mi corazón no se está
calmando con los latidos persistentes y estruendosos. Se siente demasiado bien.
Empujo su sostén lejos de su cuerpo, respirando pesadamente en su oído.
―Tú. Y. Yo.
Es la combinación perfecta, estaba seguro, y ahora he confirmado que esta mujer
será mi perdición. No puedo contenerme más. Le doy la vuelta y la beso, mi cuerpo
se pliega bajo el placer de conectar nuestros labios. Hago que abra la boca y la tomo
como si realmente lo dijera en serio, y realmente lo hago. Ella lanza sus brazos sobre
mis hombros y tira de mí más cerca y no puedo evitar apretar mis caderas contra
ella, tratando desesperadamente de calmar el latido incesante de mi miembro. Gimo,
mis manos recorren toda su piel desnuda hasta llegar a su cabello, mis dedos se
extienden por la parte posterior de su cabeza y mis palmas acunan sus mejillas. Me
obligo a alejarme, necesito sus ojos de nuevo, necesito comprobar que es real y que
no se trata de un sueño cruel. Traga saliva audiblemente, parpadea y examina mi
rostro. No puedo controlar mi pecho agitado y he renunciado a tratar de regular mi
respiración. Soy un maldito desastre de hombre. Ella acaba de arruinar todo lo que
sé y derrotarme. Mi frente cae sobre la suya, y mis ojos se cierran mientras trato de
descifrar algo de esto. No puedo, no tengo idea de qué diablos es esto, pero estoy
seguro de una cosa: estaremos haciendo esto de nuevo.
―Me voy a perder en ti.
Ya lo estoy. Mi mano cae por su espalda hasta que estoy agarrando la parte
posterior de su muslo, y con un suave tirón, cumple mi demanda y levanta la pierna,
acunando mi cadera. La quiero envuelta completamente a mi alrededor... siempre.
Nos miramos el uno al otro, y trato de rechazar la ridícula idea de que ella ha sido
enviada para salvarme.
―Hay algo aquí. ―Tengo que decirlo, y aunque no era una pregunta, necesito
confirmación porque siento que me estoy volviendo loco―. No me lo estoy
imaginando ―digo, y de nuevo estoy rogando por una respuesta.
Se queda callada por unos momentos, pero luego toma aliento y sostengo el mío,
esperando, rezando para que diga lo que necesito escuchar.
―Hay algo ―susurra mientras me mira.
El alivio es inconcebible, y la necesidad de besarla es abrumadora. Excepto que
esta vez, no será duro, no será codicioso, será un beso diferente. Un beso lento, suave
y significativo. Reclamo su boca, girando suavemente mi lengua. Es el cielo. El cielo
puro e inconfundible, y el cielo no es un lugar donde jamás pensé que me
encontraría. Está a un millón de millas del infierno que es mi vida, y solo por esa
razón, quiero unir mi boca a la suya. La necesidad que me atraviesa no cesa, se
multiplica por segundos, cada mirada, cada palabra, cada caricia, profundizando
todo. Como predije, estoy perdido.
Pero he sido hallado.
Nunca volveré a dudar de mi instinto.
Pero luego escucho algo, y encuentro que mi forma relajada se tensa.
Oh, maldición, no.
Por favor, no.
El sonido me hace besar a Ava más agresivamente, mi ingle involuntariamente
empuja contra ella, y realmente no es mi intención.
―Oh, Jesús. ―No dejo sus labios libres―. No arruines esto.
La escucho de nuevo. Sarah. Maldita sea esa maldita mujer. ¿Qué diablos está
haciendo aquí? Olvídate de ella. Ignórala. No dejaré que nada detenga esto, nada.
Siento las uñas de Ava clavándose en mis hombros y gimo. Maldición, eso se
siente bien, pero sé que la estoy asustando con mi repentina urgencia por devorarla.
Suelto su pierna, agarro sus caderas para que no pueda moverse y separo mis labios
de los suyos, jadeando por aire. Su cabeza cae.
―La puerta está cerrada.
No está cerrada, maldición, debería haberla cerrado, pero estoy haciendo todo lo
posible para tranquilizarla. A mi maldita excitación.
Esto no termina todavía. Esto nunca terminará.
Tomo su mandíbula y levanto su rostro.
―Por favor ―suplico.
Suplico. Estoy rogando, y si es necesario, me pondré de rodillas.
Ella niega con la cabeza y fracaso en mis intentos de dejar de apretar mi agarre,
sacudiéndola ligeramente, desesperado por mantenerla conmigo.
―No corras ―ordeno con dureza, mi corazón ahora late con pánico. No. Corras.
―No puedo hacer esto ―susurra, y mis manos se apartan de ella, con un gruñido
severo e imparable de frustración estallando.
―¿Jesse? ―El grito de Sarah hace que mi sangre comience a hervir, y observo en
un aturdimiento de horror y completa devastación mientras Ava se agacha y recoge
su ropa antes de correr al baño, cerrando la puerta detrás de ella.
Mi mirada cae, mirando el suelo, con mi cabeza entre mis manos. Puedo escuchar
a Sarah llamándome en la distancia, pero estoy en un estupor total. Destrozado.
Herido. Furioso. Mis ojos se posan en el sujetador de encaje de Ava. Lo recojo y lo
meto en el cajón superior del armario, justo cuando Sarah entra. Me giro, luchando
por recuperar la compostura y contener mi ira.
―¿Qué estás haciendo aquí? ―pregunto en voz baja.
―Recibí una llamada de un miembro que necesitaba atención. Ordenaré tu
apartamento mañana.
―Bien ―respondo, deseando que se vaya al infierno, tratando de no ser hostil y
fallando miserablemente.
―¿Estás bien?
―Estoy bien. ―La miro, y puedo ver que está desesperada por saber qué
demonios me pasa. Señalo a mi baño―. Estoy ocupado, Sarah.
Sus ojos se desvían hacia la puerta, en donde sospecho que Ava está más allá de
tener un colapso total, llena de arrepentimiento. ¿Pero por qué? ¿Y por qué diablos
Sarah tuvo que interrumpir y darle a Ava ese tiempo para dar marcha atrás?
―Ah, claro. ―Sarah sonríe. Cree que tengo a una de las damas de La Mansión
ahí. Estupendo―. Te veo luego.
Cierra la puerta y mi cabeza vuelve directamente a mis manos.
Maldita sea.
Maldición, maldición, maldición.
Con el cuerpo pesado, arrastro los pies hasta el baño. Puedo cambiar esto. Hablar
con ella, preguntarle qué pasa por su mente, tranquilizarla y llevarla de regreso a
donde ambos queremos estar. Siento mi cuerpo recalentarse con esa rabia
insondable.
Por Sarah.
Demonios, Ward, mantén la calma. Acércate con cuidado.
Trago saliva y llamo a la puerta.
―¿Ava? ―Mi voz es ronca, sonando un poco impaciente. Entonces, como era de
esperar, no responde. Cierro los ojos y trato de reiniciar, trato de encontrar algo de
calma.
Y luego escucho el chasquido de la cerradura de la puerta, y mis manos están fuera
antes de que me haya dado cuenta de que se han movido, empujando la puerta para
abrirla, mi cuerpo ocupa naturalmente la entrada. Instinto.
Ella mira más allá de mí, probablemente comprobando que la costa está despejada,
mientras me pregunto de dónde diablos sacó la fuerza de voluntad para abandonar
ese momento porque yo no podría haberlo hecho por nada. Su bonito rostro me mira
con desprecio y estoy absolutamente atónito. Me empuja agresivamente y mi cuerpo
gira, siguiendo su camino.
―¿A dónde diablos vas? ―espeto sin pensar.
Me ignora, agarra su bolso y sale corriendo de mi suite. ¿Qué demonios? ¿Nada?
¿Sin explicación? ¿Sin palabras? Después de todo eso, ¿realmente se va a ir sin hablar
de esto? Mi rostro debe estar expresando la incredulidad que estoy sintiendo, mi
frente se siente muy pesada por mi ceño confundido.
―Maldición―grito, agarrando mi camiseta, metiendo mis pies en mis zapatos, y
agarrando el archivo que ella dejó, yendo tras ella. De ninguna maldita manera,
señorita. No puede llevarme al cielo y luego enviarme al infierno―. ¡Ava! ―grito,
salgo volando de la suite, luchando con mi camiseta mientras lo hago.
La veo llegar al final de las escaleras, entrando en el bar. Bajo los escalones con
unos pocos saltos imprudentes, los miembros con los ojos muy abiertos en todas
partes se detienen y miran mientras avanzo.
Aterrizo en el bar, sin aliento y despeinado, mi miedo aumenta cuando encuentro
a Sarah acercándose a Ava cerca del bar. Por el amor de Dios, ¿no tenía a alguien a
quien azotar?
Siento su mirada interesada pasar entre Ava y yo. Voy a ser asaltado con
preguntas tan pronto como me tenga a solas. Me aseguraré de que no sea pronto,
aunque solo sea porque no puedo prometer que no le arrancaré la cabeza por
arruinarlo todo. Siento que estoy de vuelta en el punto de partida, y por la mirada
en el rostro de Ava, su hermoso rostro sonrojado, lo estoy. Sus ojos me miran
brevemente antes de apartar la mirada, y su atención se dirige a Mario que se acerca.
―Señorita O'Shea, tome, debe probarlo.
Empuja un trago que contiene uno de sus potentes brebajes hacia Ava, y me
encuentro frunciéndole el ceño. Ella está conduciendo, por el amor de Dios.
―¿Tienes mi teléfono, Mario? ―pregunta Ava.
―Pruébelo.
Él lo empuja hacia adelante, todo sonriente, y ella lo agarra y lo empuja hacia atrás,
su estremecimiento es una indicación de lo fuerte, y me eriza.
―Vaya ―dice ella sobre una tos.
―¿Está bueno? ―pregunta Mario, esperanzado, liberando la mano de Ava del
vaso y reemplazándolo con su teléfono.
―Sí. Es muy bueno.
Sí, bueno, no te acostumbres. Hago una nota mental para tener unas palabras
tranquilas con Mario acerca de dar aprobar sus brebajes a Ava.
Sarah lanza su mirada de águila en mi dirección (puede irse a la mierda, todo esto
es su culpa) mientras Ava se alborota con su vestido, toma aliento y levanta la
barbilla, mirándome.
―Dejaste esto arriba ―digo, sosteniendo su archivo, mis ojos están clavados en
los suyos, mi mente es un torbellino de palabras suplicantes. Vamos Ava. No te alejes,
no ahora. Necesito terminar lo que empezamos, y luego hacerlo todo de nuevo, y otra vez, y
otra vez, y otra vez, y otra vez.
―Gracias.
La siento empujar contra el archivo, pero me niego a soltarla, mis dientes rozan
mi labio una y otra vez, pensando, pensando, pensando. Solo llévala a tu oficina.
Háblalo, pero antes de que pueda sugerir eso, ella se aleja.
―Adiós ―dice, dejándome de pie como un imbécil, con la boca abierta, Mario
luce interesado mientras sirve una bebida, Sarah todavía me estudia. Si ella dice una
palabra...
―¿Quieres explicar? ―pregunta ella, aceptando la ginebra que le entregan en la
barra. En mi cabeza, le digo que se vaya a la mierda un millón de veces.
―No. ―Miro a Mario―. Cuando estuvo en el bar antes, ¿qué tenía?
―Un vino.
Voy detrás de Ava, y no solo porque se ha tomado un trago y no debería conducir,
sino porque merezco una explicación. Puede darme esa explicación mientras la llevo
a casa.
Corro hacia las puertas delanteras y bajo los escalones, escuchando el motor de su
auto. ¿Es estúpida?
―¡Ava! ―Rujo, indignado.
Grita, demostrando que no tiene el control, y el alcohol es solo la mitad de la razón.
―Maldición ―grito, levantando los brazos en el aire. ¿Es posible desear a una
mujer y querer estrangularla también? Porque lo hago, realmente lo hago.
Vuelvo corriendo a La Mansión, volando como una bala hasta mi oficina. Agarro
mis llaves y vuelvo corriendo a mi auto, la gente salta de mi camino. Aterrizo
pesadamente en el asiento, enciendo el motor y arranco, llevando la parte trasera a
la deriva sobre la grava.
―Maldita mujer.
Si bien mi misión es demostrar que ella está tan desesperada por mí como yo por
ella, parece que su misión es enloquecerme en todos los malditos sentidos.
Su Mini aparece a la vista, las puertas impiden su escape.
―Buen intento ―digo, deteniéndome detrás de ella, saliendo y acercándome.
Sé que mi rostro muestra cada onza de ira que siento cuando abro la puerta. Tiene
la cabeza apoyada en el volante. ¿No me digas que estás exasperada? Ella no tiene
ni idea. La tomo del brazo con firmeza y la saco del auto, sacando también las llaves
del contacto.
―Ava. ―Mi mandíbula se tensa, mi irritación arde cuando sus fosas nasales se
ensanchan con molestia―. Estás medio enfadada. Lo juro por Dios, si te hubieras
lastimado...
Ella se estremece, apartando la mirada, avergonzada. Maldita sea. Me relajo,
tomando su mandíbula y girándola para mirarme. Mírala. Todavía sonrojada por el
deseo. Sus ojos aún me suplican, incluso si sus labios se niegan a decirlo. Dilo, mujer.
Encuentra esa resolución que tenías cuando te tuve en mis brazos. Acéptame.
Aparta el rostro y suspiro.
―¿Estás bien? ―pregunto suavemente, ahora tranquilo. Es porque ella está aquí,
al alcance de la mano. La alcanzo de nuevo, pero ella se retira. La tomo por la
barbilla. Ella se ve... emocional.
―Curiosamente, no, no lo estoy ―espeta―. ¿Por qué hiciste eso?
―¿No es obvio?
―Me deseas.
―Más que nada ―admito, sin pedir disculpas.
―Nunca he conocido a nadie tan engreído. ―¿Se está riendo?―. ¿Planeaste esto?
Cuando me llamaste ayer, ¿fue esta tu intención todo el tiempo?
¿Honestamente pensó que sería capaz de mantenerme alejado? ¿Y ella
honestamente quería que lo hiciera? Dios, si soy un engreído, ella es una mentirosa.
Lo que he hecho es tan obvio como lo que siento, pero en caso de que realmente se
haya perdido todo eso, lo deletreo, alto y claro, sin contenerme.
―Sí, te deseo.
Ella niega con la cabeza. No, yo tampoco puedo creer que esté aquí, pero lo estoy, y tú
también. Entonces, lidia con eso antes de que me vuelva completamente loco.
―¿Puedes abrir los portones, por favor? ―Ella se aleja y la observo, ignorando su
pedido. De ninguna manera la voy a dejar salir de aquí, y no lo haría incluso si no
hubiera tomado una copa. No hasta que hayamos hablado. Resuelto esto. Encontrar
un término medio. ¿Qué es qué, Ward? Ella vuela alrededor, echando humo―. ¡Abre
los malditos portones!
―¿De verdad crees que voy a dejar que deambules sin rumbo por ahí cuando estés
a kilómetros de casa?
―Llamaré a un taxi.
―Absolutamente no. Te llevaré.
―¡Solo abre los malditos portones!
¿Qué demonios? ¿Por qué habla como una zorra cuando es una maldita dama?
―¡Cuida tu maldita boca! ―rujo, y ella retrocede sorprendida.
―No estoy preparada para ser una muesca en el pilar de su cama ocupada.
Estoy empezando a pensar que ella es la loca aquí. ¿Una muesca? Oh, ella no será
una muesca.
―¿De verdad crees eso? ―pregunto, asombrado. ¿No ha oído nada de lo que he
dicho? ¿Cree que le digo esta mierda a todas las mujeres con las que me acuesto?
Estoy a punto de preguntar, pero mi teléfono suena. Lo saco de mi bolsillo y
respondo―. ¿John?
Trato de alejarme un poco de mi estrés, caminando en círculos.
―¿Estás bien? ―pregunta, probablemente después de haberse enterado de que
volaba por La Mansión como un loco.
―Sí. ―No voy a entrar en eso ahora. Corto la llamada y la enfrento con una
mirada que es mejor que no confunda con algo menos que determinado―. Te llevaré
a casa.
―No, por favor, solo abre los portones.
Niego con la cabeza. Ella puede mendigar todo lo que quiera. No voy a retroceder.
―No, no te voy a dejar ahí sola, Ava. Fin de la discusión. Vienes conmigo.
Mira hacia otro lado rápidamente, y sigo sus ojos, viendo un auto saliendo de la
carretera principal.
―Mierda ―grito, luchando por mi teléfono y llamando a John. Veo el cuerpo de
Ava engancharse, sus piernas se preparan para correr, y trato de agarrarla, pero me
esquiva, corriendo hacia su auto y agarrando su bolso.
―John, no abras los malditos portones ―grito en la línea, viéndola alejarse.
―No estoy cerca de un panel de control de puerta.
Sarah.
―Bueno, dile a Sarah que no lo haga.
Voy detrás de Ava, la brecha ahora es lo suficientemente grande para que ella
pueda pasar, y lo hace. Maldita sea por ser tan pequeña. Tendré que esperar
demasiados segundos para que sea lo suficientemente grande como para pasar mi
gran cuerpo. No es que tenga la oportunidad de esperar. Empiezan a cerrar.
―Maldición.
Corro de regreso a mi auto y busco mi llavero, golpeando el botón para abrirlas
nuevamente. Estoy tan exhausto.
Camino detrás de ella, mis zancadas son largas, devorando la distancia entre
nosotros. Ella está en su teléfono en el momento en que la alcanzo, y me abalanzo,
lanzándola sobre mi hombro, sin estar preparado para tratar de razonar más. Nunca
he conocido a una mujer tan difícil en mi vida.
Su grito de sorpresa es entrañable.
―No andarás vagando por tu cuenta, señorita.
La llevo de regreso a los terrenos de La Mansión.
―¿Qué tiene que ver contigo?
―Aparentemente, nada. ―Yegua testaruda―. Pero tengo conciencia. No te irás de
aquí a menos que sea en mi auto. ¿Me entiendes?
La bajo y la miro expectante antes de acompañarla a mi auto y ponerla físicamente
en el asiento. Mi mirada final le dice que se arrepentirá si siquiera piensa en salir.
Me acerco a su Mini y me acomodo detrás del volante.
―Jesucristo ―murmuro, buscando debajo del asiento una palanca para empujar
el asiento hacia atrás. E incluso entonces, me siento como si estuviera aplastado en
una lata de sardinas―. Esto no puede ser seguro ―digo, poniéndolo en marcha y
moviéndolo a un lado del camino para permitir que los autos pasen.
Pisoteo mi camino de regreso a ella y me dejo caer en el asiento. ¿Está sonriendo?
¿Qué diablos hay para sonreír? Estoy furioso, y no solo porque ella me robó un raro
pedazo de cielo.
Arranco mi Aston y salgo volando por las puertas. No importa cuánto intente
convencerme a mí mismo, no puedo, pero si no llevo este enojo injustificado, inusual
y no deseado a la carretera, entonces Ava lo manejará, y esa sería una forma segura
de cortar cualquier posibilidad de arreglar este maldito lío.
Miro a través del auto hacia ella. Está mirando por la ventana, tranquila. Tensa.
¿Quiero arreglar esto? Sí, los sentimientos que sentí fueron asombrosos, pero ¿esto?
¿Esta ira? No soy yo, y no se siente nada bien. ¿Cómo puede alguien llevarte a las
alturas más altas del deseo y a las profundidades más profundas de la
desesperación?
Vuelvo mi atención a la carretera, reflexionando sobre eso durante el resto del
viaje mientras Ava me da instrucciones breves y rápidas. Todavía no he encontrado
una respuesta cuando estamos en su vecindario.
―Queda al final del camino ―dice, entrecortada. Hago una vuelta a la
izquierda―. Justo ahí a la derecha.
Me detengo y ella sale del auto como una bala.
―Ava ―la llamo, alcanzando sus llaves para devolverlas. La puerta se cierra de
golpe, y ella sube rápidamente por el sendero del jardín hasta la puerta principal.
Miro hacia la casa. Es pequeña. Modesta. Linda.
Miro sus llaves en mi mano, pensando.
Solo por un segundo.
Luego las tiro en el asiento y salgo rugiendo.
e dejo caer contra la puerta de mi apartamento, mirando al techo. Mi
mandíbula me duele como una perra, y mi cuerpo aún está tenso, cada
centímetro de mí está tenso. Mis ojos aterrizan en el gabinete, la superficie
está vacía. Cierro los ojos y respiro profundamente, inhalo y exhalo, inhalo
y exhalo. Ella corrió. Es hora de que me aleje.
Pero hay algo, sé que soy un completo jodido, pero no estoy completamente
delirando.
Espero.
Me llevo las manos a la cabeza y trato de apartar las imágenes y las palabras. Los
latidos de mi corazón se sienten lentos. Me duele la cabeza. Mi estómago se retuerce
constantemente, ya sea por ansiedad o anticipación. No puedo dejar que esto me
gobierne. Me siento más destructivo ahora que nunca.
Autosabotaje. Soy un maestro en eso, y parece que la señorita O'Shea podría ser
tanto la causa como la cura.
Mis manos están temblando. Bebida. Necesito una bebida.
―Maldición.
Me acerco al refrigerador, tomo un frasco de mi adicción y lo llevo al sofá. Lanzo
la tapa a un lado, saco una gran cantidad y empujo mi dedo en mi boca, sacando la
mantequilla de maní y cerrando los ojos. Descansar. Solo necesito descansar mis ojos
y mi mente por un momento.
Jake me mira con el ceño fruncido a través del salón mientras me abro paso felizmente a
través del frasco.
―Eres asqueroso ―murmura, desapareciendo de la habitación y regresando unos
momentos después. Se deja caer en el sofá a mi lado y desenrosca la tapa de su propio frasco―.
Crujiente todo el camino.
Mete su dedo en su frasco de mantequilla de maní crujiente y saca una gran porción,
envolviendo su boca sonriente alrededor de su dedo.
―Maldito bicho raro ―murmuro, incapaz de contener mi sonrisa―. Suave. Tiene que ser
suave.
¡No!
Abro los ojos de golpe.
Inhalo.
Y arrojo el frasco al otro lado de la habitación con un rugido atronador, con mi
cabeza entre mis manos, tratando de reprimir la tortura. Tratando de alejarme del
momento justo antes de que mi vida se desmoronara. Justo antes de que comenzara
la espiral descendente, no puedo escapar y no lo merezco.
Salto del sofá y me dirijo al baño, quitándome la ropa en el camino, y me paro
frente al espejo, mirando mi reflejo, mis ojos van a la deriva a mi cicatriz. Descanso
mi dedo en el borde y trazo la línea irregular. Estoy más allá de la esperanza. Roto.
Y sería estúpido si pensara que ella podría arreglarme.
Pasé el miércoles escondido. Escondiéndome del mundo, de mis amigos, de
mis pensamientos. Ignoré llamadas interminables de personas interminables,
enterrado bajo mi edredón.
Escondiéndome del alcohol.
No pueden verme así.
En el momento en que abro los ojos el jueves, tiro las sábanas y me obligo a salir
de la cama, poniéndome los pantalones cortos rápidamente y saliendo por la puerta.
Corro. Corro tan rápido, tan duro. Pierdo toda sensibilidad en mis piernas, y si corro
aún más fuerte, incluso más rápido, espero perder toda sensibilidad en todas partes.
Deshacerme de esta locura. Adormecerme.
Sin embargo, con el viento silbando, mis ojos se fijan en el camino que tengo
delante, un sinfín de recuerdos atormentadores me acosan, me incitan, me recuerdan
esa sensación extrema de abandono desenfrenado. Uno por uno, mis bastardos
recuerdos del martes por la noche se van desvaneciendo, algunas astillas
agonizantes de mi historia se unen al caos en mi cabeza.
―No. ―Mi ritmo aumenta. Huyo de ellos.
Hay algo.
―¡Maldita sea! ―grito, con mis piernas fallando, disminuyendo la velocidad,
llevándome a un trote más lento.
El sudor brota de cada poro, corre hacia mis ojos, y me detengo, frotando las
cuencas, el escozor me mata. Me veo obligado a sentarme en la hierba, incapaz de
ver con claridad. También necesito recuperar mi maldito aliento. Soy un desastre.
Un desastre roto y arruinado, y no me siento mejor por haber estado a punto de
matarme corriendo quién mierda sabe cuántas millas.
Caigo de espaldas y miro al cielo. No puedo huir. Estoy atrapado.
Solitario.
Estoy a merced de mis demonios y, maldición, podría llorar hasta los ojos.
Indefenso.
Mi teléfono suena, y a ciegas busco en mi bolsillo, sacándolo, esperando que sea
Ava. La única voz que quiero escuchar. Pero por supuesto, no es ella.
―Sarah ―musito, mis pulmones se sienten apretados.
―Estoy en tu apartamento ―dice con impaciencia―. ¿Dónde demonios estás?
En el infierno. No muerdo el anzuelo. Sé que estará preocupada. Me pongo de pie
y empiezo la larga caminata de regreso a mi alquiler.
―Corriendo.
―¿Por qué está su auto en La Mansión?
Me enfurece. Me había olvidado de su auto. ¿No lo ha recogido? ¿Lo recogerá
alguna vez?
―Olvídalo, Sarah. ―Su resoplido de indignación me desconcierta más. Todavía
la culpo por arruinarlo todo―. Estaré en La Mansión más tarde. Volveré. Estoy
seguro de que sobrevivirás sin mí hasta entonces.
Cuelgo, y la pequeña punzada de culpa solo sirve para hacerme enojar más.
Porque si hay algo de lo que estoy seguro en medio de toda esta incertidumbre, es
que Sarah realmente no puede sobrevivir sin mí.
―Te casarás con Lauren ―dice papá, paseándose por la cocina mientras mamá, siempre
quieta y callada estos días desde que Jake murió, vacía y perdida, no dice nada―. De todas
las cosas estúpidas que has hecho, Jesse. ¡Todas las cosas estúpidas! ―Su furia es palpable,
su cara está roja con ella―. ¿Estás tratando de arruinarnos?
Sus manos golpean la mesa con fuerza, haciendo que mamá se sobresalte, y él se inclina,
su labio está al borde de un gruñido. No disfruto del estrés y el dolor que he causado. Así
como dejé de luchar para ganar su aprobación cuando Jake estaba vivo, he dejado de luchar
para ganar el perdón. No me queda nada en mí, así que en lugar de luchar, me rendiré. Haré
lo que debo hacer y espero que me redima de alguna manera. Espero que alivie esta presión
insoportable sobre mis hombros. Espero que traiga paz. Para todos nosotros.
―Seré un buen esposo, papá. Un buen padre. No arrojaré mi peso alrededor, ni ejerceré
presión innecesaria sobre mis hijos, no haré que se sientan inútiles.
Resopla.
―No voy a contener la respiración.
―Oye. ―La voz distante de John me trae de regreso al auto, y vuelvo mis ojos
hacia él―. ¿Estás bien?
―Sí ―digo, parpadeando para alejar mis recuerdos―. Estoy bien.
Mientras avanzamos por el camino de entrada hacia La Mansión, siento que me
tenso, y mis músculos tensos solo se tensan cuando veo el auto de Coral. Espero y
rezo porque haya bebido demasiado anoche para conducir y llamó a un taxi, pero
mi instinto me dice lo contrario.
―Se quedó a pasar la noche ―dice John antes de que pueda preguntar,
deteniéndose y apagando el motor―. Drew y Sam calmaron a Mike. Ella no tenía a
dónde ir.
Él sale y se aleja, su siniestro cuerpo me dice en todos los sentidos que no lo
cuestione.
―¿Qué somos, un maldito hotel ahora?
Sale antes de que mi cerebro trastabille, y John se detiene, dándose la vuelta
lentamente hacia mí, su personalidad mortal.
―Tal vez si el Señor de La Mansión dejara de permitir que las pijamadas se queden
en su maldita cama, no tendríamos este maldito problema.
No puedo contener mi labio curvado.
―Vete a la mierda ―escupo, pasando junto a él, esperando un golpe en mis
costillas.
―Lo dejaré pasar, ya que obviamente no eres tú mismo en estos días.
¿Yo mismo? ¿Quién diablos soy yo, de todos modos? Mantengo mi atención hacia
adelante e inmediatamente deseo no haberlo hecho. Coral se cae del bar,
literalmente, y se dirige directamente hacia mí, arrojándose a mis brazos. No tengo
más remedio que atraparla o dejarla caer de bruces al suelo.
―Estás aquí ―dice arrastrando las palabras, y miro la parte de atrás de su cabeza
con incredulidad donde está enterrada en mi pecho, su cuerpo fláccido y pesado―.
Te extrañé.
Doy la vuelta con Coral colgando de mi frente para encontrar a John, y mi rostro
sin duda expresa mi incredulidad. Es de mañana y ella está borracha. John
simplemente se encoge de hombros y se marcha. ¿No va a dejarme en serio a cargo
de esto?
―Idiota ―murmuro, prácticamente arrastrándola de vuelta al bar―. Tienes que
irte a casa, Coral. ―Acomodo su cuerpo inútil en una de las sillas, descansando mi
mano en su hombro para evitar que se caiga mientras saco mi teléfono.
―Mike no me dejará. ―Ella deja caer su cabeza hacia atrás, mirándome―. Y yo
quería verte.
―Estás borracha.
¿He dicho alguna vez algo tan obvio?
―No estoy borracha. ―Extiende su mano y torpemente se coloca el cabello detrás
de las orejas, enderezando su cuerpo caído. Es un débil intento de convencerme de
que está sobria. No creo haber visto nunca a una mujer con el rostro tan ebrio. No es
bonito―. ¿Dónde has estado? ―Trata de concentrarse en mí, parpadeando―. Ya
nunca estás aquí. ¿Por qué?
Me río por lo bajo y llamo a Sarah, rezando mentalmente para que no me
decepcione. Va al buzón de voz y maldigo mientras vuelvo a marcar. Nada.
―Por el amor de Dios. ―Me inclino lo más que puedo, tratando de ver fuera del
bar cuando escucho pasos. Veo a Drew bajando las escaleras abrochándose la corbata
y frunzo el ceño. Que me jodan, en mi ausencia este lugar realmente se ha convertido
en un hotel―. Oye ―lo llamo, y él mira hacia arriba. Su rostro se retuerce―. ¿Un
poco de ayuda?
Sus ojos se posan en Coral, su rostro se tuerce más y continúa su camino.
―Vete a la mierda ―dice de vuelta, y mi boca se abre.
―¡Revocaré tu membresía! ―grito, moviéndome rápidamente para atrapar a
Coral cuando se desliza más abajo en la silla y se queda dormida.
―Mejor para mí ―grita Drew―. No comparto mi maldito espacio con agentes
inmobiliarios idiotas que roban mi negocio.
Pongo los ojos en blanco y vuelvo a probar con Sarah, pensando que necesito
hacerme de nuevos amigos. Es todo lo que puedo hacer para no gritar de júbilo
cuando responde.
―¿Dónde estás?
―Estoy... ¿por qué?
―Necesito algo de ayuda.
―¿Para lidiar con esa zorra borracha? No. He estado lidiando con eso toda la puta
noche. Es tu problema.
Ella cuelga.
―Por el amor de Dios ―grito, despertando a Coral de su sueño.
Ella me mira y sonríe borracha.
―Te estuve buscando. ―Su mano aterriza en mi estómago y me acaricia―.
Llévame a tu habitación.
―Prefiero comer hojas de afeitar ―me digo, resignándome a que estoy solo en
esto.
Debería haberme quedado en mi apartamento y destrozarme con mis
pensamientos incontrolables. Me inclino, levanto a Coral de la silla y la pongo en mi
hombro, saliendo de la barra. No tengo tiempo para esto.
Tomo las escaleras, pasando por alto mi suite y entrando en la siguiente
habitación. Es un desastre, los limpiadores aún no se han aventurado aquí. La tiro
sobre la cama, apartando sus manos agarradas cuando trata de tirarme hacia abajo
con ella.
―Lo dejé por ti, ¿sabes? ―Ella me mira directamente a los ojos―. Porque lo que
compartimos, eso fue especial.
Doy media vuelta y me alejo. ¿Especial? No, fue follar. No sentí nada. Está viendo
lo que quiere ver.
Cierro la puerta detrás de mí, deteniéndome en seco, pensando, y las palabras de
Ava me golpean por millonésima vez desde anoche.
Lo que sea que creas que sentiste, lo que creas que yo sentí, te equivocas.
Retrocedo. Maldición, ¿soy para Ava lo que Coral es para mí?
No.
Me echo a reír, me dirijo a mi oficina y busco Google en mi camino. ¿Creer? No
creo nada, lo sé. Aunque tal vez John tenga razón, a las mujeres les encanta hablar,
pero no a todas las mujeres. Las mujeres de La Mansión no quieren hablar. No
quieren ser tratadas con reverencia. Con romance y que les envíen flores.
Busco una floristería, pido algunas flores, y las envío a Lusso con una nota.
Sarah está en mi escritorio cuando llego a mi oficina, e ignoro la mirada de interés
que me ofrece. No hablaré con ella. Aterrizo en el sofá, empiezo a revisar una pila de
papeleo en la mesa de café, solo por algo que hacer.
―Perdóname ―dice, y miro hacia arriba, confundido. Ella voltea mi computadora
portátil, mostrándome la pantalla, donde está abierto un correo electrónico con la
confirmación de mi pedido de la floristería. Una confirmación que indica lo que
quiero que se escriba en la tarjeta. Perdóname―. ¿Por qué? ―pregunta―. ¿Qué
hiciste?
Cierro los ojos y suspiro. Nunca ha sido un problema que ella tenga acceso a mi
cuenta de correo electrónico. Tiene acceso a todo. Todo menos a mi corazón negro.
―Ocúpate de tus asuntos, Sarah ―murmuro, ya he terminado con este lugar. Me
levanto y tomo mi traje de la parte de atrás de la puerta.
―¿Es ahí donde has estado recientemente? ―me pregunta―. ¿Follando a la
diseñadora de interiores? ―Hay risa en su tono, y se mete justo debajo de mi piel―.
Jesús, Jesse, debe tener diez años menos que tú.
Mi mandíbula titila, mis ojos queman agujeros a través de la puerta frente a mí.
No muerdas el anzuelo.
―No me la estoy follando ―gruño, indignado por su suposición. Aunque,
dolorosamente, no tengo derecho a enfadarme.
Ella comienza a reír, y es como cuchillas cortando mi piel.
―Entonces, ¿qué estás tratando de hacer? ¿Cortejarla?
Se ríe un poco más y giro lentamente, con el traje colgando de una mano y el rostro
serio. Sus ojos brillan de alegría, la perra retorcida se está emocionando
enfermizamente al provocarme.
―Cierra la boca, Sarah.
Ella sonríe, de pie, con el corpiño que lleva puesto empujando sus falsos pechos
hasta su barbilla.
―Solo conoces esta vida, Jesse. ―Sus manos descansan sobre mi escritorio cuando
se mueve hacia adelante, inclinándose, acercándose―. Serías un tonto si pensaras
que puedes arreglártelas sin ella.
―¿O sin ti? ―pregunto, balanceando la bolsa de mi traje sobre mi hombro―. Eso
es lo que quieres decir, ¿no? Crees que no puedo sobrevivir sin ti.
Tiene razón hasta cierto punto. Mantener a Sarah cerca, cuidarla, defenderla
cuando molesta a alguien, que es muy seguido, siempre me ha ofrecido una retorcida
sensación de redención. Porque a pesar de lo que le hice a Carmichael, a pesar de lo
que ella también le hizo, él querría saber que ella está bien. Así era él. Siempre feliz.
Siempre perdonando. Siempre compasivo. Nunca guardó rencor, y el desprecio de
mi padre por él era prueba de ello. También lo era la atracción de Sarah por mí. Sabía
cómo se sentía, sabía que él sabía, ella sabía que él lo sabía. Todos sabían que él sabía,
pero él sonreiría. Dime que no confiaba en nadie en el mundo más que en mí, que
Sarah era una coqueta nata, y su confianza era una de las cosas que amaba de ella.
Su relación no era exclusiva, pero no se extendía a mí.
Lo defraudé.
Sé que me perdonaría por ser débil, por traicionarlo, por caer en las garras de
Sarah, pero no fui bendecido con su clemencia. No tuvo la oportunidad de
absolverme de mis errores, porque murió, y eso es enteramente mi culpa.
Como Jake. Como Rosie.
Toda mi maldita culpa.
―Ninguna mujer te aceptará mientras estemos juntos ―responde ella, aunque
hay hilos de duda en sus palabras, y están justificadas.
―Pero no estamos juntos, Sarah. Nunca lo estaremos. Tienes que dejar que tu
mente retorcida y jodida lo asimile ―grito, y ella se estremece.
La culpa me devora por dentro, y me muerdo la lengua, evitando golpearla con
más verdades mordaces. Ha pasado los últimos dieciséis años tratando de
doblegarme a su voluntad, tratando de convencerme de una forma u otra de que nos
necesitamos. Tratando de hacerme ver la devastación y el dolor que causamos no
fue en vano. Nunca ha sido difícil resistirse a sus avances o a su maldito látigo, pero
nunca he perdido mi enfoque. Siempre he mantenido la calma, me he reído,
sacudido la cabeza con desesperación a veces. Hoy no. Hoy he terminado.
―Deja de creer en algo que nunca ha estado ahí. Despierta. Ve la verdad. No soy
tuyo.
Abro la puerta de golpe y me voy, cerrando los ojos cuando escucho el
inconfundible sonido de sus sollozos.
¡Maldición!
John está en camino por el pasillo hacia mí, y se quita los lentes, revelando su
mirada mortal.
―¿Qué hiciste?
―Le dije algunas verdades hogareñas ―le espeto, golpeando su hombro cuando
paso. No fue un movimiento consciente, pero su cuerpo es ancho y este corredor no
lo es.
―Cuidado, chico ―advierte amenazadoramente, su amenaza es palpable―. No
creas que no voy a patear tu maldito trasero por todo este lugar.
―Me voy de aquí.
Acelero el paso, ansioso por escapar.
―Sé sabio ―dice. No está hablando de mi falta de respeto por él. Por supuesto
que no es por eso.
―Te llamaré mañana.
―Puede que no responda.
Él responderá. John siempre responde. Llego a mi auto y coloco mi traje en el
asiento trasero, antes de sentarme al volante y acelerar el motor con fuerza unas
cuantas veces, descargando mi frustración, mi furia, mi desesperanza, en mi auto.
Todo lo que puedo escuchar es la risa de Sarah. Todo lo que puedo ver es su
diversión.
¿Soy tan risible? Estoy... ¿más allá de la esperanza?
Froto mi frente, levantando mi trasero del asiento para sacar mi teléfono.
―Lo siento ―me digo a mí mismo mientras le envío un mensaje a Sarah. Soy
literalmente todo lo que tiene esa mujer, y ella tiene miedo. Lo entiendo, pero
necesita enfrentar la verdad y dejarme ir.
No es la primera vez que necesito a una mujer para hacer eso.
Siempre he mirado a Lauren y me he preguntado qué pasa por su mente. Ahora más que
nunca, mientras da vueltas por la casa de sus padres, con la barriga hinchada, y mi bebé
creciendo dentro de ella, pareciendo la niña más feliz del mundo. Ignorando mi desánimo,
ignorando mi falta de cariño o esfuerzo, ignorando el hecho de que ella me mintió acerca de
estarse cuidando. Atrapándome. Todos los días, me despierto y me tomo unos momentos para
registrar que Jake ya no está aquí, luego unos momentos más para registrar que en un
momento de debilidad, de pura estupidez, acepté una botella de vodka de Lauren, me bebí todo,
me maravilló el entumecimiento que ofrecía y luego la follé. En ese momento, con la bebida
mitigando mi dolor y mi miembro dentro de su acogedor sexo, estaba fuera de mi cuerpo. Lejos
de mi pena. Cuatro meses después, estoy casado con una chica a la que no amo. Apenas lo sé.
Definitivamente no entiendo. O confío. O me siento cómodo alrededor, pero es todo en lo que
soy bueno por ahora, y hacer lo que se espera de mí se siente... correcto. Especialmente después
de todos mis errores, y sin embargo, todo lo que siento es vacío.
Escucho un claxon afuera, y me levanto de la silla en un santiamén, mi ánimo se eleva.
Veo al tío Carmichael detenerse y salir, poniéndose los lentes de sol. John está con él, el tipo
grande y corpulento que parece tan aprensivo como siempre. Oh, gracias a Dios. Están aquí
para alejarme de este infierno por un día. Me dirijo a la puerta de la cocina, ignorando las
llamadas de Lauren, pero cuando la abro, me encuentro con su padre.
―No puedes verlo ―dice―. Estás casado y pronto serás padre. Deberías estar aquí,
cuidando a mi hija.
―Es nuestro... es mi decimoctavo cumpleaños. ―Más de un año sin Jake―. Él siempre
viene a verme en mi cumpleaños ―digo, pasando junto a él, medio esperando que me haga
retroceder. No lo hago. Al menos, no por él, pero Lauren me agarra.
―¡Dios, Jesse! ―prácticamente grita, y me giro para encontrarla apretando su vientre,
con los ojos llorosos.
Mi estómago se desploma.
―¿Qué? ¿Qué pasa? ―pregunto, observándola de arriba abajo, tratando de descifrarlo
mientras llora y aúlla―. ¿Te duele? ¿Es el bebé?
―Mira lo que has hecho ―espeta Alan, llevando a Lauren a una silla y sentándola―. Ya,
ya, cariño, ¿qué pasa?
―Dolor ―llora―. Me duele.
Me quedo como un tonto inútil mientras Alan la atiende. Parado y escuchando su llanto y
gemido. Inflando y apretándose el vientre.
Indeciso.
Culpable.
El padre de Lauren se toma su tiempo con ella, calmándola. Las lágrimas se calman. Llega
una ambulancia. El latido del corazón del bebé es perfecto. No hay sangrado. No hay nada
malo con el bebé, o con Lauren.
―Qué susto ―dice, sonriendo, alcanzando mi mano.
¿Estaba fingiendo?
―Fuera de mi casa ―ladra Alan, haciéndome girar hacia la puerta donde está mirando.
Carmichael está ahí, y John aparece detrás de él, luciendo siniestro. Por supuesto que no se
fueron. Quizás ellos también se preocuparon por Lauren.
―Estoy aquí para hablar con mi sobrino ―dice Carmichael, mirándome con... compasión.
Esa maldita simpatía.
―Está ocupado atendiendo a su esposa y a su hijo por nacer.
Alan permanece inmóvil.
―No hay nada malo con su esposa y su hijo por nacer.
Ahora, Alan avanza y, como resultado, John pasa a Carmichael y entra en la habitación.
―Estamos aquí para hablar con Jesse ―dice, quitándose los lentes, algo que nunca sucede
a menos que quiera que alguien vea la amenaza en sus ojos, y está ahí. Hombre, está ahí, y
también algo dentro de mí.
Esperanza.
Las únicas dos personas en este mundo en las que puedo confiar están aquí.
Rescatándome de esta locura.
l conserje me abre las puertas y entro en el aparcamiento del Lusso, con el
estómago dando vueltas. ¿Habrá recibido las flores? ¿Le habrán gustado?
¿Qué le habrán parecido?
Estaciono, salgo y aliso mi traje nuevo, respirando profundamente, repitiendo el
mismo mantra de todo el día. Con delicadeza, gentilmente. Habla con ella, deslúmbrala.
Demuéstrale que cometería un enorme error si no me consiente y explora las
mariposas.
Mariposas.
No puedo decir que las haya tenido nunca, pero Dios, es una sensación increíble.
Entro en el vestíbulo y veo la encimera de conserjería decorado con un elaborado
ramo de lirios blancos, y no puedo evitar reírme en voz baja, negando con la cabeza.
Una mujer imposible.
—Señor. —Un hombre aparece detrás del escritorio. Es bajo, canoso, y sus ojos se
desplazan por todo mi cuerpo hasta que su cabeza se inclina hacia atrás,
mirándome—. ¿Puedo ayudarlo?
—Estoy aquí para la fiesta de inauguración.
—¿Su nombre?
—Ward.
Se dirige a su portapapeles, pasando un bolígrafo por la lista.
—Me temo que no está en la lista.
—Debe haber un error.
—No hay error —gorjea—. Y como dice el refrán, si su nombre no está en la lista,
no entra. —Se ríe, después se pone en pie, y es todo lo que puedo hacer para no
suspirar—. Es solo para invitados.
Algo me dice que el conserje y yo no nos vamos a llevar bien, sobre todo si intenta
impedir que suba a mi maldito ático. Especialmente ahora, cuando Ava está allí.
Prácticamente puedo olerla en este edificio, en cada grieta, su marca creativa por
todas partes.
—No soy un invitado —le digo, caminando hacia el ascensor—. Soy el propietario.
—¿Eh? —Vuelve a echar un vistazo a su portapapeles mientras le devuelvo la
mirada, sonriendo por dentro—. ¿El nombre de nuevo, señor? —pregunta,
prestándome atención.
—Peter Pan —respondo, y él frunce el ceño—. Ward. Es Ward. Jesse Ward,
propietario del ático. —Voy a perder la paciencia en un minuto—. Ahora, ¿te
importaría?
—Voy a necesitar ver alguna identificación.
Su pecho se hincha, su barbilla se eleva.
—Por el amor de Dios —murmuro, sacando mi cartera y mostrándole mi carnet
de conducir—. ¿Feliz, Kojak?
Se acerca, lo toma y lo inspecciona. Expreso mi aburrimiento con un suspiro
prolongado, mi mandíbula cruje.
—Bienvenido, señor Ward. —Me mira con una sonrisa, y me río de su
incredulidad—. Déjeme acompañarle.
—Gracias —me reprimo, recordándome que el conserje es mayor y está aquí para
servirme durante mucho tiempo. No quemes tus puentes, Ward—. Muy amable. —
Sonrío, completamente desmesurado, y él entorna un ojo, pasando por delante de
mí para llamar al ascensor.
Subo a bordo y lo veo introducir el código del ático.
—Disfrute de su velada, señor.
Sale, dejando que las puertas se cierren.
—Lo haré —digo, inspeccionándome en el espejo, alborotándome el cabello.
—¡Sujete el ascensor!
Me quedo helado, con la mano en mi cabello. ¿Qué demonios? ¿No me ha oído? Las
puertas se abren y aparece Sarah, vestida con sus habituales pantalones ajustados y
un top, realzando sus pechos. Le dirijo una mirada cansada y ella sonríe con
complicidad, entrando. No es de extrañar que el bulldog del conserje le pise los
talones.
—Está conmigo —le digo. Debería haber mantenido la boca cerrada. Que
mordiera sus tobillos y la sacara a rastras, porque no la quiero aquí. Retrocede y las
puertas comienzan a cerrarse de nuevo—. No has podido evitarlo, ¿verdad?
—Quiero ver tu nueva casa.
Va a su bolso y se aplica de nuevo su lápiz de labios rojo.
—La has visto.
—Me he olvidado. —Se humedece los labios y me dedica una sonrisa tímida—.
¿Intentas impresionar a alguien?
Sus ojos recorren la longitud de mi nuevo traje.
—Serás amable —advierto.
—Por supuesto.
El ascensor se abre y ella sale de golpe, sonriendo y paseando por mi nueva casa,
que en estos momentos está a rebosar de gente. Demonios, está abarrotada. Me
quedo mirando, atónito, deseando que se vayan todos de aquí. Todos menos Ava.
Ignoro a la camarera que me ofrece una bandeja de champán al entrar, pero acepto
el folleto que me entrega otro hombre. No pierdo el tiempo diciéndole que no lo
necesito.
Chris, la némesis inmobiliaria de Drew, me ve y se apresura a acercarse,
probablemente para ponerme al corriente de sus aventuras en La Mansión.
—Señor Ward —dice, ofreciéndome la mano—. Es bueno verte.
—¿Cómo te va, Chris? —pregunto, con los ojos desviados, buscándola.
—Todo bien ahora, si sabes a que me refiero.
Se ríe con sorna y me da una palmada en el hombro. Mi cuerpo se sacude, mi
mandíbula se tensa por propia voluntad, mi irritación se dispara. ¿Qué diablos me
pasa? Me río con él. Síguele la corriente al imbécil.
—Lo sé —digo. Me importa una mierda.
Me doy la vuelta, examinando cada rincón. ¿Dónde está ella? Siento que mi
decepción aumenta, y entonces...
Inhalo, mi piel cosquillea. Está de pie en la cocina, de espaldas a mí, pero
reconocería esa figura en cualquier lugar. Mi corazón aumenta el ritmo. Mi pulso se
acelera.
—¿No es cierto, Jesse?
Frunzo el ceño y vuelvo la mirada hacia Chris. ¿Qué demonios está diciendo este
idiota? Drew tiene razón. Un auténtico imbécil. Sacudo la cabeza y vuelvo a buscarla,
estudiando detenidamente su cuerpo envuelto en rojo. Admito que es un vestido
precioso, pero se queda corto. Observo a todos los hombres presentes, atento a las
miradas extraviadas. Me obligo a detenerme cuando veo a más de un pervertido
mirando a mi chica.
Frunzo el ceño. ¿Mia?
—Fue sinceramente surrealista —sigue insistiendo Chris, y asiento, sin apenas
escucharlo. Todo lo que escucho es una voz poco convincente y llena de lujuria
diciéndome que no está interesada. Nunca debí abandonar su casa anoche, no hasta
que cediera y admitiera que también está consumida por pensamientos sobre mí.
Estoy de pie en mi nueva casa, rodeado de extraños, resistiendo el impulso de activar
la alarma de incendios para desalojar el lugar y poder tenerla a solas.
Sonrío para mis adentros cuando veo que la amiga pelirroja de Ava mira hacia mí,
y sus ojos se agrandan al verme. Sonríe pensativa. Ella se acuerda de mí, y Ava se
gira y me observa también. Sus ojos no solo se abren, sino que casi se le salen de las
órbitas. No tengo la oportunidad de mostrarle mi sonrisa. Se da la vuelta, claramente
sorprendida por mi presencia. ¿Pero la sonrisa de su amiga? Lo dice todo.
Ignoro al idiota que está a mi lado, me dirijo a Ava, leyendo los labios de su amiga.
Le está diciendo que voy. Oh, sí, señorita. Ya voy.
Ava se niega a reconocerme, y su amiga está claramente divertida. No horrorizada
o escandalizada, sino divertida. Todavía no estoy fuera de esta pelea.
—Es un placer volver a verte, Kate —digo suavemente—. ¿Ava?
No me saluda, y los ojos de Kate se disparan entre nosotros con deleite.
—Jesse. —Ella asiente, frunciendo los labios—. Discúlpenme. Tengo que
refrescarme.
Coloca su copa en la encimera, Kate nos deja solos, y sonrío con suficiencia
internamente. Porque si la amiga de Ava creyera que no está interesada, está claro
que no la dejaría a solas conmigo. Estoy delirando, y ¿ese impulso a mi confianza
que estaba sintiendo?... simplemente se lanzó al espacio exterior.
Tras unos segundos de esperar pacientemente a que me salude, asumo que no va
a ceder. Porque es obstinada. Así que la rodeo lentamente hasta que veo su exquisito
rostro. Tengo que obligarme a no alargar la mano y tocarla.
—Estás impresionante —digo en voz baja, recorriendo con la mirada cada
centímetro perfecto de sus rasgos. He probado esos labios. No sé qué haré si no
vuelvo a hacerlo.
—Dijiste que no tendría que volver a verte.
—No sabía que estarías aquí —miento, mordiéndome el labio.
No la culparía si pidiera una orden de alejamiento contra mí. Estoy tentado de
solicitar que me pongan una a mí mismo.
Ava me mira como si fuera estúpido. Puede que tenga razón.
—Me enviaste flores.
Lucho por mantener la sonrisa descarada y culpable en mi rostro.
—Oh, sí lo hice.
—Por favor, discúlpame.
Va a pasar por delante de mí, y entro en pánico, moviéndome rápidamente para
detenerla.
—Esperaba un recorrido —suelto, riéndome en privado de mi propia audacia.
Conozco este lugar a la perfección.
—Buscaré a Victoria. Estará encantada de enseñarte el lugar.
—Preferiría que fueras tu.
—No consigues un polvo con un recorrido —replica con dureza, haciéndome
retroceder. Está frente a mí, con rostro de haber caído literalmente del cielo, ¿y utiliza
un lenguaje vulgar como ese?
—¿Podrías cuidar tu boca?
Espero que me diga a dónde ir, pero no lo hace.
—Lo siento —murmura en su lugar—. Y coloca mi asiento en su sitio cuando
conduzcas mi auto.
Ahora no puedo evitar sonreír, y me llena de inmensa satisfacción cuando
empieza a moverse incómodamente.
—Y deja mi música en paz.
—Lo siento —susurro. Seguro que le ha encantado mi broma. La observo moverse
torpemente de un tacón a otro, sus ojos se esfuerzan por no mirarme. Una
corazonada me dice que es porque, si me mira, se doblega. Mírame—. ¿Estás bien?
Te ves un poco nerviosa. —Alzo mi brazo, desesperado por volver a sentir esa piel
suave—. ¿Hay algo que te afecte?
Se retira y mi fortaleza recibe una patada en las bolas.
—En absoluto —murmura, apartando la mirada. Está mintiendo. Puedo ver su
mano temblando a su lado. Me dice—. ¿Querías una visita guiada?
Mi sonrisa se amplía.
—Me encantaría un recorrido.
Y un beso. Y una noche adorando cada centímetro de ti. Y tal vez el desayuno. Y más
besos. Y el almuerzo. La alimentaré hasta que pueda reventar, y luego frotaré su
barriga hasta que esté lista para comer de nuevo. O para volver a besar. Sonrío para
mis adentros. Suena a paraíso. Simplemente tengo que convencerla que lo será. Está
tan sorprendida como yo, aunque menos dispuesta a ceder. Imagínate cómo estará
cuando ceda. Cuando acepte y abrace esto.
La veo salir prácticamente corriendo de la cocina, la frustración goteando por cada
poro de su precioso cuerpo. Ese vestido es definitivamente demasiado corto, y
fulmino con la mirada a un tipo del otro extremo de la sala cuando me atrapa
observando cómo la mira. Parpadea y mira hacia otro lado, con la sonrisa perdida.
Hombre sabio.
Sigo a Ava y ella empieza a agitar la mano sin dirección.
—Salón —declara, sin darme tiempo a mirar a mi alrededor, aunque no lo
necesite. Así que no pierdo de vista el ligero vaivén de sus caderas, a medida que va
indicándome—. Has visto la cocina —dice por encima del hombro, dándome un
pequeño vistazo a sus deliciosos labios—. Vistas.
Señala la terraza antes de volver a entrar en el ático y atravesar el espacio abierto
en dirección al gimnasio. Sonrío y coloco el catálogo que aún tengo en la mano sobre
una mesa al pasar. La gente intenta detenerme, saludar, estrechar mi mano, pero
ignoro a todos y cada uno de ellos, acelerando mi paso para seguirla.
—Gimnasio —murmura al entrar, antes de salir, apenas mis Grenson3 cruzan el
umbral. Me río a la vez que la sigo por las escaleras, con los ojos clavados en su
trasero. Cuántas ganas tengo de ponerle las manos encima y arrastrarla a un
dormitorio.
Tras abrir y cerrar todas las puertas y declarar en breve qué habitaciones hay más
allá, entra en la suite principal. Mi dormitorio.
Oh, demonios, si supiera que acaba de entrar en la boca del león.
—Eres una experta guía turística, Ava. —Y sexy cuando te pones en plan gruñona.
Llego frente a una obra de arte bastante aburrida, aunque hay algo en las viejas
barcas de remos, algo encantador—. ¿Te importaría ilustrarme sobre el artista?
—Giuseppe Cavalli4 —prácticamente suspira, pero no es un suspiro cansado. Es
uno de admiración. Le gusta este cuadro. Mucho.
—Es bueno —digo, estudiando la pieza mientras ella permanece detrás de mí—.
¿Hay alguna razón en particular por la que hayas elegido a este artista?
Charlar. Conversar. No puedo creer que esté siguiendo consejos de John. El
hombre que ha estado eternamente soltero.
Se queda en silencio por un momento, y mi piel arde bajo su escrutinio. Le gusta
lo que ve, y le gusta lo que sintió cuando la tuve en mis brazos. Imagino que es en
eso en lo que está pensando ahora. No en el cuadro.
3
Grenson: Marca de zapatos ingleses.
4
Giuseppe Cavalli: fotógrafo italiano, defensor de una fotografía artística de composiciones sobrias, luminosas, de gran pureza de líneas.
—Se le conocía como el maestro de la luz —responde en voz baja, uniéndose a mí
frente al arte. La miro, deseando que hable y me deleite con más. Esto es agradable.
Es tranquilo y pacífico—. Él no creía que el tema tuviera ninguna importancia —
continúa—. No importaba lo que fotografiara. Para él, el tema era siempre la luz. Se
concentraba en controlarla. ¿Ves? —Señala los reflejos en el agua ondulante—. Eso
es lo fascinante. La luz.
Asiento pensativo para mí, impresionado y bastante encantado, aunque lo que
tengo a mi lado es más intrigante. Más hermoso. E, irónicamente, la fuente de luz
que irradia es realmente fascinante. Vuelvo a dirigir mi mirada hacia ella mientras
continúa.
—Esas barcas de remos, por muy bellas que sean, son solo barcas, pero ¿ves cómo
manipula la luz? No le importaban las barcas. Le importaba la luz que las rodea.
Hace que los objetos inanimados sean interesantes, hace que mires la fotografía con
una perspectiva diferente... bueno, una luz diferente, supongo.
Ladea la cabeza pensativa, enderezando su cuello, revelando una piel perfecta,
lisa y tensa. Jesús, la mujer no se parece a nada que haya visto. Y lo que acaba de
decir sobre ese cuadro suena muy cierto, sobre cómo me estoy sintiendo
últimamente. Viendo cosas. Imaginándome a mí mismo bajo una luz diferente. Su
luz. Porque es malditamente brillante y cegadora, y dentro de su luz, soy tan
intrascendente como las barcas de Cavalli.
Dejo que termine sus observaciones, bastante contento de observarla, de
admirarla, entonces alza la vista hacia mí, y mi burbuja se rompe. Vuelve a estar en
la habitación conmigo, y veo que su batalla mental ha vuelto.
—Por favor, no —susurra.
—¿No qué?
Sé muy bien qué, y ella tiene que entender que no hay absolutamente nada en este
mundo que pueda detenerme. Excepto ella. Podría detenerme de nuevo, y estaría
destrozado.
—Sabes qué. Dijiste que no tendría que verte de nuevo.
—Mentí. —Soy honesto. Tengo que ser honesto—. No puedo alejarme de ti, así
que tienes que volver a verme... y otra vez... y otra vez. —Lo digo lentamente, y ella
inhala, al tiempo que empieza a retroceder. Intenta escapar de las chispas que saltan.
Están por todas partes, incontrolables y violentas.
—Tu persistente resistencia a esto solo hace que esté más decidido a demostrar
que me deseas. —Mantengo mi mirada en la suya—. Lo convertiré en el objetivo de
mi misión. Haré lo que sea.
La cama detiene su huida y ella levanta las manos.
—Detente —dice, aterrada, presa de pánico y lo hago. Por supuesto que lo hago.
Porque está claramente alterada. Emocionada. Frustrada—. Ni siquiera me conoces.
Está tratando desesperadamente de convencerse a sí misma, que esto es una
locura. Lo es, y también me asusta, pero al menos estaremos aterrados juntos. Al fin
no estaré solo en esta locura.
—Sé que eres imposiblemente hermosa. —Avanzo, pensando que puedo hacerla
sentir mucho mejor si la abrazo—. Sé lo que siento, y sé que tú también lo sientes. —
Me detengo cuando nuestros pechos se rozan, y mi cuerpo responde, el fuego
interior arde. Puedo sentir los latidos de su corazón a través del vestido. Su
necesidad—. Entonces, dime, Ava —pregunto en voz baja—, ¿qué me he perdido?
Deja caer su rostro y no pierdo tiempo en acercarla al mío, sintiéndome como un
auténtico cabrón cuando veo lágrimas en sus ojos.
—Lo siento.
Deslizo mi mano sobre su mejilla y limpio suavemente sus lágrimas.
—Dijiste que me dejarías en paz.
—Mentí —digo, disculpándome de nuevo. No podría dejarla sola, aunque mi vida
dependiera de ello. Y, extrañamente, parece que lo hace—. No puedo alejarme, Ava.
—Ya has dicho que lo sientes, pero aquí estás de nuevo. ¿Debo esperar flores
mañana?
Mis caricias a sus mejillas se detienen, y es mi rostro, el que se esconde ahora.
Realmente soy un cabrón, pero no estaría haciendo esto si no supiera que ella me
desea. Le compraría flores todos los días por siempre, con la esperanza que no todas
sean flores de disculpa. No queda nada que hacer. Tengo que recordarle... recordarle
cómo se sintió cuando nos besamos. Nos tocamos.
Levanto mi mirada.
Y lentamente desciendo mis labios a los suyos.
Necesito ser gentil.
Suave y lento.
No me detiene, y cuando nuestros labios rozan, es ella la que toma la iniciativa,
sujetando mi chaqueta. Oh, mi Dios. Mi cuerpo se estremece de inmediato, su entrega
es como el aire que necesito respirar. Es como si hubiera estirado demasiado la banda
elástica que me sujeta y finalmente se hubiera roto.
—¿Te has sentido así alguna vez? —pregunto, atrayéndola, acercando mi boca a
su oído.
—Nunca.
Maldición, yo tampoco.
—¿Estás preparada para dejar de luchar contra ello ahora? —pregunto
suavemente, lamiendo un camino hacia su oído y volviendo a descender hasta llegar
a la suave piel que se une a su cuello.
—Oh, Dios —jadea, y me trago sus palabras de rendición, hundiendo tiernamente
mi lengua en su boca, agradeciendo en silencio cuando la acepta, aliviado porque
realmente no haya estado imaginando esto. Ya estoy flotando. Ella es aire y agua.
—Hmm —tarareo, interrumpiendo nuestro beso con desgana para obtener una
confirmación sólida por su parte—. ¿Es eso un sí?
—Sí.
Un millón de chispas se encienden en mi interior, una esperanza que no entiendo
bombardea toda mi persona. Asiento y procedo a mostrar mi agradecimiento
esparciendo ligeros besos por todo su rostro. Ella está conmigo. Nunca había sentido
una oleada de fe tan poderosa. Todo lo que esta mujer provoca en mí es adictivo.
—Necesito tenerte toda, Ava. —Cada pedacito y más, y no solo su cuerpo. Quiero
sus palabras, sus sonrisas, su pasión—. Di que puedo tenerte toda.
Duda, pero solo brevemente.
—Tómame.
Maldición. Sí.
Envuelvo su pequeña cintura con mi brazo y levanto su delgado cuerpo de sus
pies, llevándola hasta la pared y presionándola suavemente contra ella mientras
nuestros labios se vuelven más frenéticos, más desesperados. Los dos estamos en la
misma página, y algo me dice que podría ser una hermosa historia. Mis manos están
por todas partes, frenéticas y hambrientas, mi boca también. Me niego a soltar sus
labios, así que cuando comienza a retirar la americana de mis hombros, retrocedo
solo un poco para dejarle espacio.
Me desprende de ella y la reclamo, presionándola de nuevo contra la pared, un
poco más fuerte de lo que pretendía, pero ella no parece molesta por mi afán.
Responde perfectamente a mi urgencia.
—Maldita sea, Ava —musito—. Me vuelves loco.
Hago girar mis caderas para aliviar el palpitar de mi miembro, arrancando un
grito silencioso de ella. Sus manos se aferran a mi cabello, la sensación no es de este
mundo. Tiro de su vestido hasta la cintura y vuelvo a arremeter contra ella una vez
más, mordisqueando su labio inferior antes de apartarme, respirando
incontroladamente mientras le doy otro apretón, deleitándome con sus gemidos de
placer, sonriendo a sus ojos somnolientos. Su cabeza cae contra la pared y jadea. La
tentación de su garganta expuesta es demasiado para resistirla. Estoy perdido.
Malditamente perdido, y no quiero que nadie me encuentre nunca.
—Jesse.
Solo soy ligeramente consciente que jadea mi nombre a medida que recorro su
piel, mi boca se va por la tangente, mi mente se ve afectada por la anticipación de lo
que está por venir.
—Jesse, viene gente, tienes que detenerte.
Comienza a retorcerse en mi abrazo, frotándose contra mi solidez.
¡Maldición!
—No voy a dejarte ir, no ahora —gruño las palabras, rogándole en silencio que no
pare esto.
—Necesitamos detenernos.
—No.
Ni una maldita oportunidad en el infierno. Sueno exigente, pero no puedo
evitarlo. Sé que hay gente deambulando por ahí, y los odio por ello. De todos los
momentos y todos los lugares en los que podría haberse sometido a esta locura, elige
hoy en una casa abierta atestada de gente y sin privacidad.
—Lo haremos más tarde.
Me río para mis adentros.
—Eso te deja mucho tiempo para cambiar de opinión.
Sigo mordiéndole el cuello, sin querer soltarla de mi agarre por miedo a no volver
a ponerle las manos encima.
Pero entonces me agarra la mandíbula y me saca de mi feliz morreo, ganándose
mis ojos. Nunca la había visto tan decidida, ni siquiera cuando luchaba por resistirse
a mí. Entonces me sujeta la mandíbula y me saca de mi feliz abrazo, captando mis
ojos. Nunca la había visto tan decidida, ni siquiera cuando luchaba por resistirse a
mí.
—No voy a cambiar de opinión. —Nuestras narices se tocan—. No cambiaré de
opinión.
Lo dice en serio, sus palabras están llenas de determinación...
Pero no voy a arriesgarme. Ya ha pasado de la aceptación a la negación
demasiadas veces. Tengo que hacer que sea imposible que intente borrarme de su
memoria. Presiono mis labios con fuerza sobre los suyos.
—Lo siento, no puedo arriesgarme.
La levanto y la llevo al baño. Y, Dios, se siente increíble en mis brazos.
—¿Qué? —grita—. Querrán ver ahí dentro también.
—Cerraré la puerta. —Problema resuelto. Le sonrío—. Nada de grititos.
Sus ojos se abren momentáneamente antes de sonreír. Me alegro que sonría por
ello. El hecho de decir una frase con tan poco tacto a una mujer tan exquisita debería
haberme dejado fuera de juego inmediatamente.
—No tienes vergüenza.
Se ríe, y maldita sea si mi dolorido miembro no se estremece como resultado.
Nunca había pasado tanto tiempo entre una y otra sesión de sexo. Nunca.
—No. Mi miembro está dolorido desde el viernes pasado, finalmente te tengo en
mis brazos, y has entrado en razón. No voy a ninguna parte, y tú tampoco.
Fin. Cierro de una patada la puerta de madera de mi hermoso baño nuevo y la
coloco suavemente sobre el mueble de doble lavabo antes de volver
apresuradamente a cerrar la puerta a toda prisa. Nada interrumpe esto.
Cuando me vuelvo hacia ella, me está mirando, sus ojos brillan con hambre.
Nunca en mi vida había visto algo tan hermoso. Tan exquisito. ¿Y la forma en que
me mira? Mátame ahora, porque ciertamente moriría como un hombre feliz.
Lentamente comienzo a desabrochar mi camisa mientras camino
despreocupadamente hacia ella, como si no me estuviera derrumbando de
desesperación desenfrenada. Como si mi corazón no estuviera gritando. Como si
este no fuera el momento más importante de mi vida en toda la vida. Pero no me
apresuro. No lo necesito. Porque ella se ha sometido. Esto está sucediendo. No una
vez. No dos veces. Esto sucederá una y otra vez.
Dejo mi camisa abierta y la observo, conteniendo la respiración cuando coloca su
dedo en el centro de mi pecho, arrastrándolo suavemente por el medio, mis manos
encuentran instintivamente su cintura y mi cuerpo se desplaza hasta situarse entre
sus muslos. Estoy en llamas, ardiendo.
Levanto la vista y la encuentro observando atentamente, y mis labios se mueven…
de felicidad. Por primera vez en mucho tiempo, me siento feliz.
—No puedes escapar ahora —me burlo.
—No quiero hacerlo.
—Estupendo —balbuceo, dejando caer mi mirada hacia sus labios mientras ella
continúa con su dedo a la deriva, subiendo por mi pecho, mi garganta, hasta posarse
ligeramente en mi labio inferior. Muerdo, y mi felicidad se multiplica por diez
cuando me sonríe y hunde su mano en mi cabello, sintiéndome en todos los lugares
que puede.
—Me gusta tu vestido —digo, mi mirada por el material fruncido de su cintura
hasta centrarme en sus preciosos muslos.
—Gracias. —Su voz suena ronca y ardiente como el infierno.
No sé cuánto tiempo más podré seguir con esta lenta seducción.
—Es un poco restrictivo. —Y corto, pero no es el momento de expresar mi
preocupación por la falta de material. Tiro de una parte del vestido rojo
juguetonamente, sonriendo a mi vez, cuando noto que su respiración se acelera.
—Lo es.
—¿Lo quitamos?
Inclino el cabeza, pensativo.
—Si lo deseas.
¿Si lo deseo? Oh, ella es un tesoro. Está dispuesta a arrancarse la ropa para avanzar
en esto, pero me estoy divirtiendo, disfrutando de ver cómo aumenta su necesidad
cuanto más sigo con este juego.
—¿O tal vez lo dejamos puesto? —Me alejo y levanto las manos (una estupidez).
Ya extraño su contacto, así que inmediatamente recorro su espalda con mis manos
para encontrar la cremallera—. Pero, además —susurro en su oído—, conozco de
primera mano lo que hay debajo de este precioso vestido. —Y es increíble. Respiro
con fuerza mientras bajo lentamente la cremallera—. Y es muchísimo mejor que el
vestido. Creo que nos desharemos de él.
¿Es esto lo que se siente al ser seriamente azotado por una vagina? Porque me
gusta.
La bajo de la encimera y la pongo en pie, apartando el vestido, revelando una
imagen que lleva grabada en mi mente desde el martes. Empujo el material
redundante y la absorbo durante unos instantes. Más encaje, haciendo que flaqueen
mis rodillas. La subo de nuevo a la encimera, la sensación de tenerla entre mis brazos
es tan satisfactoria como mirarla. Quiero llevarla a todas partes, tenerla pegada a mí.
—Me gusta ese vestido —dice ella, llena de falsa indignación.
—Te compraré uno nuevo.
Uno más largo. Me sitúo entre sus piernas y me apodero de su pequeño trasero,
acercándola y moviendo mis caderas mientras nos estudiamos mutuamente. Mi
miembro no va a aguantar mucho más. Desabrocho y quito su sujetador y suspiro
cuando mis ojos vuelven a ser bendecidos por sus pechos perfectamente formados.
Y entonces la pequeña tentadora se recuesta sobre sus manos, acentuando el sutil
empuje de su pecho hacia mí. Sabe lo que está haciendo.
Levanto mis ojos hacia los suyos y cubro toda su garganta con mi mano.
—Puedo sentir el palpitar de tu corazón.
Estoy cautivado. Me cautiva por completo.
Despacio, deslizo mi mano por su cuerpo hasta que descansa suavemente en su
vientre plano. Vuelvo a encontrar sus ojos.
—Es usted demasiado hermosa, señorita. —Por favor, si existe un Dios, déjame
quedarme con ella. Que este sentimiento dure para siempre—. Creo que me quedaré
contigo.
Cuando arquea la espalda, sonrío y dejo que mi boca descienda hasta su pezón,
atrapando su otro pecho con mi mano y masajeando suavemente mientras lo chupo
en mi boca. Gime de inmediato, su cuerpo se relaja mientras mi dolorosa miembro
se restriega en deliciosos círculos en ella. Lucho por mantener el control, pero
necesito este momento. Necesito aprovechar cada segundo para hacerla estallar
repetidamente, para que sea imposible que vuelva a negarnos. Es imprevisible. Me
preocupa.
Empieza a ponerse frenética, su respiración es errática y acelerada, así que deslizo
mi dedo por el lateral de sus braguitas, resistiendo la tentación de arrancárselas. Mi
dedo roza su núcleo empapado. Dios mío, se siente perfecta en todas partes.
—Mierda —grita, su cuerpo se arquea, sus manos presionan mis hombros.
—Lenguaje, señorita —advierto, tomando su boca y hundiendo mis dedos
profundamente en ella, jadeando por lo bien que sus músculos internos y calientes
me agarran. Gime, empujando su cuerpo contra el mío y contrayéndose con avidez
a mi alrededor. Percibo su desesperación. Ya la conozco, es un pensamiento
estúpido, dado el poco tiempo que llevo con ella. Pero la perfección de este
momento, mi percepción de su cuerpo y del lenguaje que habla, no hace sino
aumentar mis sentimientos y esperanzas. ¿Esto todos los días? ¿Esto y no las
pesadillas o los martillazos en la cabeza? ¿Soy digno de eso?
¿Y me complacerá?
Mis preguntas se hacen a un lado cuando siento que su cuerpo se tensa. Ella está
allí. Demonios, está ahí.
—Libéralo —exijo, empujando más profundo y más alto, presionando mi pulgar
sobre su clítoris palpitante, mi corazón palpita salvajemente al verla deshacerse en
una masa de nervios contraídos. ¿Viéndola llegar al orgasmo? Es algo más.
Cuando grita, me acerco rápidamente a su boca, absorbiendo sus gemidos
mientras se agita entre mis brazos. Sus ojos están cerrados y me dedico a aliviarla,
besando su rostro por todas partes hasta que finalmente los abre y me mira con un
suspiro.
Maldición... a mí.
Mi corazón no solo está acelerado. Se está quebrando. ¿Pero por ella o por mí?
Porque ella no sabe nada de mí. No sabe en qué se ha metido. Quién soy. Lo que
podría hacerle. Sin embargo, mi sentimiento de culpa por contenerme es sustituida
por mi serenidad. Me inclino hacia ella y la beso de nuevo, toda su figura es como
un imán para mí. No puedo tener suficiente de ella.
—¿Mejor?
Deslizo mis dedos fuera y sonrío cuando ella tararea, pasándolos por su carnoso
labio inferior mientras nos miramos.
Y cuando sus manos se elevan y se deslizan por mis mejillas, soy incapaz de evitar
volcarme en ella, besándola con ternura antes de dejar que mis ojos la encuentren de
nuevo. Comprensión. Aceptación. Posiblemente incluso adoración. Todo eso me está
mirando, y me pregunto de nuevo... ¿la merezco? Esta brillante y hermosa joven.
Una mujer que podría tener cualquier hombre con el que soñara. ¿Podría ser yo ese
hombre?
Odio el tirón de mi corazón. Lo odio.
Jadea, y eso me desconcierta por un momento hasta que me doy cuenta que
alguien está intentando entrar en mi baño. Oh, no. Estoy lejos de haber terminado.
Llevo mi mano hacia su boca y sonrío ante su sobresalto.
—No oigo nada —dice alguien, y los ojos de Ava se abren aún más. No van a
interrumpir esto. Ava no interrumpe esto. Haz que se olvide que hay alguien fuera.
Así que suelto su boca y reemplazo mi mano por mis labios, haciéndola callar.
—Oh, Dios, me siento barata —gimotea, su frente cae sobre mi hombro.
¿Barata? Ella es lo más alejado que se puede obtener de ser barata.
—No eres barata. Si dices tonterías como esa, me veré obligado a patear tu
delicioso trasero por todo mi baño.
Inmediatamente me doy cuenta de mi error. Maldición, ¿acabo de decir eso?
—¿Tu baño?
Su rostro de desconcierto me hace sonreír. Es momento de confesar. Al menos,
confesar un pequeño detalle.
—Sí, mi baño.
Ojalá dejaran de permitir que extraños deambulen por mi casa.
—¿Vives aquí?
—Bueno, lo haré a partir de mañana. Dime, ¿toda esta mierda italiana vale el
precio escandalosamente caro que le pusieron a este lugar?
Me encanta la decoración italiana con que lo ha equipado. Espero que llene La
Mansión con ella también.
—¿Mierda italiana? —tose, y no puedo evitar reírme de su sorpresa—. No
deberías haber comprado el lugar si no te gusta la mierda que hay en él.
—Puedo deshacerme de la mierda.
Sus cejas se enarcan, pero pronto se fruncen.
—Deshazte de tus braguitas, mujer —digo—. No me desharía de nada en este
apartamento. —Le doy un beso contundente—. Y tú te quedas estás en este
apartamento.
Vuelve a ser mía, encontrándose con mis duros latigazos de lengua golpe a golpe,
sus manos se disparan a mis hombros, aferrándose con dureza. Y ella no impugnó
mi reclamo, en su lugar me comió vivo, su boca devorándome rápido y feroz. No
puedo esperar más. Nunca he necesitado algo tanto en mi vida. Y ahora sé sin duda
alguna que ella también me desea.
Se acabó el juego.
La levanto de la encimera y deslizo sus bragas por sus piernas, mi suave
acercamiento desaparece rápidamente. Las dejo a un lado y la acomodo de nuevo,
quitándole rápidamente los zapatos y agradeciéndole mentalmente que haya
tomado la iniciativa de comenzar con mi ropa. Su rostro atónito no pasa
desapercibido, ni tampoco su estremecimiento al ver mi cicatriz. Maldición. No
necesito que se inmiscuya en los porqués y los detalles de eso. Se limita a mirarla,
pero, afortunadamente, antes de verme obligado a distraerla, aparta sus ojos,
curiosos, y arranca mi camisa, arrojándola a un lado.
—Te compraré una nueva —dice despreocupadamente, haciéndome sonreír.
El alivio me invade, pero sé que hay cosas que va a tener que saber. Finalmente.
¿Pero ahora?
Me inclino hacia delante, vuelvo a acercarme a sus labios y gimo cuando siento
sus manos trabajando en mi pantalón, pero no tardo en alejarme, sorprendido,
cuando me arranca el cinturón y el cuarto de baño se llena con un agudo golpe seco
de cuero.
Trato de ocultar la impresión.
—¿Vas a azotarme?
—No —responde lentamente, antes de deshacerse del cinturón, su incertidumbre
es tranquilizadora. Pero entonces me agarra por la cintura del pantalón y me empuja
hacia delante—. Por supuesto, si quieres que lo haga...
Lucho contra una sonrisa. Está jugando conmigo. Dios, no tiene ni idea.
—Lo tendré en cuenta.
Nunca.
Sus ojos arden mientras me desabrocha y los míos se cierran cuando siento que su
pequeña mano roza mi miembro palpitante. Oh, dulce Jesús, estoy retorciéndome
incontroladamente, enviando una oración silenciosa al techo para mantener mi
control, luchando aún más cuando siento el inconfundible calor de su lengua
lamiendo el centro de mi pecho.
—Ava, deberías saber que una vez que te he tenido —murmuro perezosamente—
, eres mía.
—Hmm —tararea, lamiendo mi pezón y empujando mis bóxer por mis muslos,
liberando finalmente mi dolorosamente rígido miembro.
Jadea, pero no pierdo tiempo en quitarme la ropa que me queda, tan extasiado
como ella por la desnudez que tengo ante mí. No creí que mi pulso pudiera
acelerarse más... hasta que ella se adelanta y pasa su pulgar por la cabeza de mi
miembro.
—Mierda, Ava. —Tomo sus caderas para estabilizarme y ella jadea—.
¿Cosquillas?
—Justo, ahí —suelta, tensándose ante mi sujeción.
—Lo recordaré. —Vuelvo a unir mis labios a los suyos, mi cuerpo se estremece y
mis caderas se agitan cuando ella comienza a acariciarme. Se está volviendo urgente,
y cuando inhala bruscamente, aprieto su labio—. ¿Estás lista? —Jadeo, con mi
miembro a punto de explotar.
Debería preguntarme si mi falta de acción durante ocho días seguidos está
contribuyendo a mi urgencia, pero sé que es simplemente la expectación de ella.
Su asentimiento me impulsa a actuar, retiro su mano, la tomo por debajo de su
trasero y la empujo hacia arriba y hacia delante, directamente sobre mi miembro.
Ella jadea.
Y prácticamente me desmayo por el placer instantáneo. Oh, mi Dios.
—¿Bien? —resuello, mis ojos cruzados—. ¿Estás bien?
Maldita sea, puedo sentir cada pedacito de ella a mi alrededor, cada pulso, cada
punzada, cada espasmo.
Placer sin alcohol.
Placer sin oscuridad.
Placer con total lucidez.
Placer con alguien con quien estoy completamente encantado.
Esto es nuevo. Es asombroso.
—Dos segundos —musita—. Necesito unos segundos.
Sus piernas rodean mi cintura y la hago girar, presionándola contra la pared, mi
frente cae sobre la suya mientras le doy el tiempo que necesita para adaptarse. Estoy
sudando, jadeando, mientras salgo de ella suavemente. Luego me deslizo hacia
delante, controlando cuidadosamente, dándole tiempo y espacio para acogerme.
—¿Puedes tomar más? —Lucho contra las palabras a través de mi respiración, y
sus pechos empujan en mi pecho, un mensaje silencioso, pero necesito las palabras.
Esto no va a ser lento—. Ava, dime que estás lista.
—Estoy lista —susurra, y con eso, retrocedo y avanzo con determinación.
Y no me detengo. No puedo parar. Gruño agradecido mientras bombeo dentro de
ella una y otra vez, mi cuerpo no es el mío.
—Eres mía ahora, Ava.
Las palabras surgen sin que mi cerebro lo ordene, mis pensamientos, mi cuerpo,
mi alma, todo es arrebatado por este momento. Este sentimiento.
Ella no se opone, lo que me llena de satisfacción, algo que nunca he sentido.
—Toda mía —reitero, uniendo su frente a la mía y retirándome antes de soltarme
de verdad, bombeando repetidamente hacia delante como un loco, desesperado y
sudando.
Me deleito con sus repetidos gemidos de placer, sintiendo cómo sus músculos se
tensan a mi alrededor mientras vuelvo a tomar su boca, nuestros cuerpos sudorosos
se resbalan y deslizan.
—Estás lista.
Puedo sentirlo. Ella palpita y se retuerce.
—¡Sí! —Ella me muerde.
Maldita sea.
—Espérame —le ordeno, aumentando mi ritmo.
Ella gimotea. Maldición, llega al orgasmo.
Y yo también.
Me estremezco y lucho por mantenerme en pie.
—¡Ahora, Ava!
Empujo dentro de ella, manteniéndome profundamente y elevado, jadeando en
su cuello. Soy un desastre. Un maldito desastre.
—Oh, maldición —gimo, mi miembro explota mientras giro perezosamente mis
caderas, arrancando cada pedazo de placer, sus gemidos en mi hombro cansados y
adormecidos. Jesús, Señor, ¿qué demonios acaba de pasar? Vamos a hacer esto de nuevo
muy pronto.
—Mírame —exijo suavemente, necesitando comprobar una vez más que es real.
Cuando su pesada cabeza se levanta y su rostro se encuentra con el mío, miro
directamente a esos ojos y sé con certeza que aquí está ocurriendo algo realmente
especial. Y, por primera vez, me pregunto si debo estar encantado o asustado.
Rodeando suavemente mis caderas, la beso.
—Hermosa.
La acerco de nuevo hacia el calor de mi pecho y la llevo a la encimera, apoyándola
suavemente y saliendo de ella con reticencia.
Acaricio su rostro con mis manos y la beso.
—No te he hecho daño, ¿verdad?
Examino su rostro, buscando cualquier señal que pueda tener. Se ve tan delicada.
No es frágil, en absoluto, pero siento que debo tener cuidado con ella en todos los
sentidos. Y soy plenamente consciente de la razón.
Responde tirando de mí hacia sus brazos y apretándome con fuerza, mi rostro
encuentra naturalmente su lugar en el pliegue de su cuello y mis manos acarician su
espalda. Siento una abrumadora sensación de... pertenencia. Durante años, he dado
tumbos al azar y a ciegas, haciendo cosas sin pensar ni considerar. ¿Pero esto?
¿Apoyarme en su cuello, ser abrazado sin limitaciones? Se siente tan bien. Es como
si finalmente hubiera caído en algo que realmente quiero. Algo que puedo ver muy
claramente.
Pero entonces me doy cuenta de lo que he hecho.
Estúpido.
Me aparto, acaricio su rostro acalorado con los nudillos.
—No he usado condón. —Me siento muy avergonzado y, en realidad,
sorprendido conmigo mismo. No importa lo borracho que esté, siempre me he
protegido. Siempre. Después de ser atrapado, es algo innato—. Lo siento, me dejé
llevar. Estás tomando anticonceptivos, ¿verdad?
—Sí, pero la píldora no me protege de las enfermedades de transmisión sexual.
Sonrío, sin sentirme insultado. No tengo derecho a estarlo... no que ella lo sepa.
—Ava, siempre he usado un condón. —Le doy un besito en la frente—. Excepto
contigo.
—¿Por qué? —pregunta desconcertada, y no puedo culparla. Yo mismo estoy
bastante desconcertado por todo esto. Estoy actuando de manera poco habitual en
muchos aspectos.
—No soy prudente cuando estoy cerca de ti.
Ella aleja toda la racionalidad de mí, me tiene pensando estúpidos pensamientos
y comportándome como un loco total. Y la adoro por ello.
Tomo uno de los elegantes paños para el rostro del estante junto al lavabo y lo
paso bajo el grifo, odiando la idea de limpiar su rastro. Cuando me giro, veo que
tiene las piernas fuertemente cerradas. Se siente incómoda y, con el ceño fruncido,
vuelvo a separarlas. Jamás quiero que se sienta incómoda conmigo, lo cual es una
pretensión ridícula, dado mi reciente comportamiento. Sin embargo, ella sigue aquí.
Y ahora nunca podrá negar lo increíbles que somos juntos.
—Mejor —murmuro, colocando sus manos sobre mis hombros mientras paso el
paño por su piel a regañadientes, limpiándola y lanzando una mirada hacia arriba
de vez en cuando, cada vez sorprendiéndola, mirándome con atención. Apostaría mi
última libra en que está pensando.
Edad. Se pregunta qué edad tengo.
—Quiero lanzarte a esa ducha y adorar cada centímetro de ti, pero esto tendrá que
ser suficiente. Por ahora, al menos. —Tan pronto como la lleve de vuelta a mi
alojamiento, habrá mucha más adoración. Su cuestión con la edad se perderá entre
mis capacidades y su deseo. Le doy un beso rápido, lamentando tener que cubrirla—
. Vamos, señorita. Vamos a vestirte.
Me encanta que me deje hacerlo todo, y me encanta cómo se tensa y sufre
espasmos cuando no puedo resistirme a probar de nuevo su cuello. Será mejor que
se acostumbre a mis labios sobre ella, porque no planeo ponerlos en ningún otro
lugar nunca más.
Me entrega la camisa y sacudo las arrugas lo mejor que puedo.
—Realmente no había ninguna necesidad de estropearla, ¿verdad?
Sonrío al mismo tiempo que me visto, y ella me observa atentamente.
—Tu chaqueta cubrirá... —Sus ojos se entornan—. Oh.
—Sí. Oh. —Me abrocho el cinturón y sonrío cuando ella se estremece, solo porque
parece alarmada por ello. Ninguna idea, en absoluto. Gracias, Dios—. Bien, ¿lista
para enfrentar la música, señorita? —Le hago una señal pidiendo su mano, y no
pierde tiempo en dármela. Chica inteligente—. Diría que bastante fuerte, ¿no?
Esbozo una sonrisa completa cuando me mira con sus ojos muy abiertos.
Pero se distrae de su asombro cuando ve su rostro en el espejo. No sé por qué, se
ve simplemente impecable.
—Estás perfecta.
Desbloqueo la puerta del baño y la saco de allí, recogiendo mi americana al pasar.
Mientras avanzamos por las escaleras, sé que tengo un cierto impulso en mis
pasos, mi cuerpo se siente más ligero que nunca. Miro a Ava. Todo gracias a ella.
Pero mi satisfacción se tambalea cuando siento que intenta apartarse. El instinto me
dice que la mantenga agarrada.
Así que lo hago.
—Jesse, suelta mi mano.
—No —disparo sin razón y breve.
Me detengo cuando lo hace y me giro para mirarla en el peldaño superior. Está
nerviosa, su anterior estado de felicidad ha desaparecido. Tengo la tentación de
llevarla directamente al baño para recordarle lo que acabamos de compartir. No
puede haberlo olvidado ya. No puede pensar que saldremos de allí y que eso será el
fin.
—Jesse, no puedes esperar que desfile por aquí de tu mano. Eso no es justo. Por
favor, déjame ir.
Contemplo nuestras manos, viendo la evidencia de la firmeza de mi agarre por las
venas abultadas. No le estoy haciendo daño, nunca le haría daño, pero tengo un
agarre sólido y no tengo intención de soltarla
—No voy a dejarte ir —susurro con hosquedad—. Si te dejo ir, podrías olvidar
cómo se siente. Podrías cambiar de opinión.
Suena irracional, pero es así. Y me asusta. Me asusta pensar que ella podría
robarme esto. Que está fuera de mi control.
—¿Cambiar de opinión sobre qué?
—Sobre mí.
Puedo sentir sus ojos examinando mi nerviosa postura, confirmando mis temores.
Ella nunca podría apreciar este miedo inquebrantable que estoy desarrollando, y no
me da tiempo a explicarme. O, al menos, intentarlo. Mi brazo se sacude, ella se libera
de repente, y observo, sintiendo una mezcla de ira y agonía, cómo se escapa de mí,
corriendo hacia los brazos de un idiota afeminado al final de las escaleras. ¿Quién
demonios es ese?
Solo me siento ligeramente incómodo con la rabia que me atraviesa mientras bajo
las escaleras, viendo a otro hombre sobre ella. En su mayor parte, me consume una
necesidad irracional de reclamarla y asegurarme que nunca más tenga la
oportunidad de escapar de mí.
¿Reclamarla?
¿Quiero asegurarme que nunca más tenga la oportunidad de escapar de mí?
—Que me jodan, Ward. Tienes problemas —murmuro, reconfortándome
ligeramente por el hecho de reconocerlo.
Tengo los ojos clavados en las manos del hombre que descansan sobre los
hombros de Ava mientras me acerco a ellos, con la mandíbula prácticamente
espasmódica por el esfuerzo que me está costando no gruñirle al cabrón. Me ve y sus
ojos se abren definitivamente. Estupendo. Sí, deberías estar muy preocupado. Quita
tus malditas manos de encima. Se inclina hacia Ava y le susurra algo, y ella se apresura
a zafarse de su agarre. Buena chica. También es rápida para girar y encontrarme.
Buena chica. Luego pone los ojos en blanco. No tan buena chica.
—Tom, este es el señor Ward. Señor Ward, Tom. —Señala al hombre, que ahora
parece menos receloso, más encantado—. Es un colega —me dice—. También es gay.
No tengo un instante para ofrecerle mi mano. Está sobre mí como un león, sus
labios en mi mejilla. Vaya, colega. Permanezco quieto, rígido como una tabla. Es un
tanto... amigable.
—Es realmente un placer —canturrea, apartándose y manoseando bien mis
bíceps—. Dime, ¿haces ejercicio?
Ahora soy yo quien pone los ojos en blanco, y frunzo el ceño cuando Ava se ríe
antes de girar y dejarme con su entusiasta colega de trabajo.
—De vez en cuando —digo, recordando que este hombre es obviamente amigo de
Ava, y necesito todo el apoyo que pueda conseguir.
—Estás muy bien formado. —Se aleja, sonriéndome—. Si no fuera evidente que
tienes la vista puesta en otra persona, te preguntaría si apetecería unirte a mí para
tomar una copa.
No puedo evitar mi pequeña sonrisa. Tengo la vista puesta en alguien, no te
equivoques. Ladeo la cabeza cuando veo a Ava desaparecer en la cocina.
—Bonita charla, Tom —digo, pasando a su lado y dirigiéndome a la cocina.
—¿Dónde demonios has estado? —Sarah me intercepta, sus ojos lucen
acusadores—. Estoy aburridísima. ¿Podemos irnos ya?
—Siéntete libre de irte cuando quieras.
Veo que Ava se acerca a un hombre mayor, quien le extiende una copa de
champán. ¿Cuántas ha tomado esta noche? Pude saborearlo en su lengua, y vi su
vehículo fuera. Será mejor que no piense en conducir a ninguna parte.
Sarah se mueve en mi visión periférica, volviéndose para ver lo que tiene toda mi
atención.
—Ah. La diseñadora —ronronea—. La joven diseñadora.
Ojalá se callara la maldita boca. La miro con cansancio y estoy a punto de decirle
que se vaya a La Mansión y le dé una paliza a algún pobre desgraciado enfermo,
pero alguien llama mi atención. Y vuelvo a ponerme rígido, conteniendo mi gruñido.
—¿Qué demonios? —murmuro.
—¿Qué? —pregunta Sarah, volviendo a centrar su atención en mí.
—Nada.
Maldita sea, necesito irme antes que desate un infierno y arrastre a Ava fuera de
aquí.
Mikael Van Der Haus se mueve por toda la casa, su sonrisa zalamera y sugerente
se prodiga por toda Ava. No me preocuparía, pero el matrimonio de Van Der Haus
está acabado. Y lo sé de hecho porque su esposa me lo dijo. Y me lo dijo porque era
una invitada en La Mansión.
Ava mira por encima de su hombro y me localiza, y lucho por relajar mis rasgos.
Ella mira hacia otro lado antes que pueda hacerlo. Charlan un rato, y la tensión en
mi interior crece y crece. Mis pies se mueven, mis puños se aprietan.
—Voy al baño.
Dejo a Sarah y subo rápidamente las escaleras de vuelta a la suite principal,
cerrando la puerta tras de mí. Alejarme de la situación era mi única opción. Jesús, él
sabe lo que es La Mansión, lo que pasa allí. Su mujer ha estado en mi cama, algo que
no me había importado dadas sus actividades extramatrimoniales. Darle una pista a
Van Der Haus sobre mi relación con Ava sería una mala noticia. Maldición, es una
cosa tras otra, un montón de problemas sumándose a todos los jodidos problemas
que ya tengo. Nunca he cuestionado mi estilo de vida. Era la única manera de lidiar
con mi tórrido pasado. La única manera de eliminar temporalmente el tormento.
Miro alrededor del espacio en el que tenía a Ava hace menos de veinte minutos.
Pero me parece que han pasado siglos. La euforia ha desaparecido por completo.
Necesito recuperarla.
Voy al espejo y salpico mi cara con agua fría, esperando que me refresque de
muchas maneras. Luego vuelvo a bajar, rezando para que Van Der Haus se haya ido
a la mierda y pueda agarrar a Ava e irme. El local sigue bullendo, la gente charla,
bebe, come canapés, ríe. Pero no está Ava.
—¿Buscas a alguien? —pregunta Sarah, uniéndose a mí mientras sigo
escudriñando el espacio.
—No seas idiota, Sarah. ¿La has visto? —Saco mi teléfono, listo para marcar a Ava
y localizarla.
—Se fue.
Dirijo mis ojos preocupados hacia Sarah.
—¿Qué? —¿Se fue sin siquiera despedirse? Y, lo que es más, ¿se fue sin mí?
—Hace cinco minutos.
Señala con su copa de champán hacia las puertas y salgo como un cohete,
abriéndome paso entre la multitud, deseando, una vez más, que se vayan todos a la
mierda de mi ático.
Casi me llevo por delante a un anciano.
—Lo siento —digo, asegurándome que esté estable.
—¿Tienes prisa? —pregunta, extendiendo la mano—. Patrick Peterson.
Ah, ¿el jefe de Ava?
—Encantado de conocerte. —Dejo su mano colgando y me alejo a toda prisa,
presionando repetidamente el botón del ascensor cuando llego, como si pudiera
llegar más rápido bajo presión—. Vamos, vamos —canturreo.
Me apresuro a entrar tan pronto las puertas se abren lo suficiente y pulso el botón
de la planta baja. ¿Por qué se ha ido? Empiezo a pasearme por el pequeño espacio
sintiendo que me entra un sudor y me llevo la mano al pecho y hago un poco de
presión, tratando de obligar a mi corazón a ralentizarse. No me digas que lo que
acabo de compartir con Ava será todo. No me digas que no volveré a experimentar
una ligereza así.
Las puertas se abren y salgo disparado, casi haciendo caer al conserje.
—Lo siento —le digo, aterrizando fuera del vestíbulo, mis ojos escudriñando
alrededor. Veo su vehículo, pero no me relajo. Estaba bebiendo. No habría
conducido a ningún sitio. Buena chica. ¿Pero está caminando? ¿Sola?
Froto mis manos por mi cara y vuelvo a apoyarme en su vehículo. No esperaba
que el resto de la noche fuera así. Busco su nombre en mi teléfono, pero cuando mi
pulgar se posa sobre el icono de marcar, escucho algo.
¿Ava?
Frunzo el ceño y miro a mi alrededor.
Y la veo, sentada en un banco del muelle. Está hablando por teléfono. Miro el mío.
No sé por qué, no me va a llamar, y eso duele mucho. Me acerco en silencio y me
detengo a unos pasos de ella.
—Oh, Kate —dice en un suspiro, con la cabeza caída hacia atrás. Puedo sentir su
abatimiento desde aquí. Puedo sentir su arrepentimiento.
—He cometido un error monumental —susurra, y me estremezco. ¿Cómo puede
decir que fue un error? Fue nada menos que perfecto—. Pronto estaré en casa.
Con el corazón destrozado, aprieto el dial de mi teléfono, como si necesitara que
ella ignorara mi llamada y me diera la agónica confirmación que está hablando de
mí. Por supuesto que está hablando de mí.
Pero responde. Y me desconcierta.
—Hola —dice en voz baja.
Mi boca reacciona antes que mi cerebro.
—¿Dónde estás?
Por favor, no me mientas. Pero su mano va directamente a su cabello y comienza el
frenético e inconsciente revoloteo.
—Estoy en casa.
Estoy aplastado. Malditamente aplastado.
—De acuerdo —murmuro, colgando antes de decir algo estúpido—. ¿Por qué está
haciendo esto?
Ahora es aún más difícil de entender, maldición. No puede entregarse así a mí,
hacerme sentir así, y negarme la posibilidad de volver a tenerla. No funciona así.
La cabeza me da vueltas mientras la observo en el banco, sentada en silencio,
preguntándome qué demonios pasa por su cabeza. Tiene que decírmelo. Quizá
entonces pueda tranquilizarla. O seguir mintiéndole.
Alejo ese pensamiento, centrándome en el aquí y ahora, cuando ella se levanta. Se
gira. Nuestras miradas colisionan, y en el momento en que lo hacen, sé, más allá de
todo lo que he sabido antes, que esto es todo. Ella lo es. Cualquier cosa que haya
estado esperando para redimirme, para reconstruirme, para curarme, está de pie
ante mí, con los ojos llenos de lágrimas, con todo su ser gritando que me desea. Estoy
enamorado, y todo lo que ha encendido dentro de mí solo puede arder si ella lo
conserva. Y eso significa que la necesito. Y necesitarla es conservarla para siempre,
y conservarla para siempre significa que tengo que empezar a ser honesto sobre
quién soy y lo que he hecho. Es una perspectiva aterradora. Más aterradora porque
es más probable que ella huya cuando descubra todo lo que hay que saber que el que
me acepte. Mis treinta y siete años.
Necesito lograr que me necesite. Hacer que sea imposible alejarse de mí.
Si solo fuera así de sencillo.
Después de una eternidad mirándonos fijamente, ella se derrumba y mi corazón
muerto se resquebraja. Se siente desesperada. Abrumada por esta loca conexión.
Debería reconfortarme su incapacidad para escudarse en este momento, mantener
oculta su vulnerabilidad y su conflicto, y en su lugar esgrimir su determinación. Pero
no lo hago. Me siento como un idiota de primera clase por reducirla a lágrimas de
desesperación.
Me acerco y la tomo en mis brazos, abrazándola fuertemente y relajándome,
sintiendo un consuelo incalculable en su abrazo, enterrando su rostro en mi cuello,
sus brazos aferrándose a mí con firmeza.
La dejo estar, le doy tiempo para desahogarse. Es todo lo que puedo hacer en este
momento. Eso y esperar. Esperar con todo lo que tengo que esto no sea un abrazo de
despedida. Porque es increíble. Tenerla en mis brazos es increíble. Consolarla
cuando está triste. Abrazarla cuando necesita que la abracen. Propósito. Levanto la
mano y masajeo la parte posterior de su cabeza, suspirando profundamente.
Las sacudidas de su cuerpo disminuyen lentamente.
—¿Cuánto tiempo llevas aquí? —acaba preguntando.
—Suficiente —respondo, abrazándola más fuerte, preparándome para hacer la
pregunta que me gustaría evitar—. ¿Qué es todo eso de un error monumental?
Espero por Dios que no te refieras a mí.
—Lo era.
—¿Lo era? —Una inesperada molestia se cuela en mi tono. Lo achaco a la sorpresa.
Me sorprende que sea tan brutalmente sincera conmigo. Debería seguir su ejemplo.
Abrirme. Pero todo me dice que es demasiado pronto. Se mueve de un lado a otro
sin conocer todos los detalles, sin conocerme realmente, lo que me hace llegar a la
conclusión que la diferencia de edad debe ser uno de sus problemas, junto con esta
feroz intensidad. Porque realmente es bastante aterrador—. ¿Quieres venir a casa
conmigo?
Hablaremos. Le recordaré. La llevaré a los lugares a los que fuimos hace solo una
hora.
—No.
Me desplomo, totalmente hecho polvo por las paredes a las que sigue añadiendo
más malditos ladrillos.
—Por favor, Ava.
—¿Por qué?
¿Por qué? ¿No es obvio? La suelto un poco, pero no demasiado.
—Se siente bien. Tu lugar está conmigo. —Las palabras salen sin más, sin
esperanza de ser retenidas. Estoy siendo sincero. Es un paso en la dirección correcta.
Aunque su ceño monstruoso es un poco preocupante.
—Entonces, ¿a quién pertenece Sarah?
—¿Sarah? ¿Qué tiene que ver ella con todo esto?
—Novia —dice, y la miro boquiabierto, completamente aturdido. ¿Novia?
¿Qué...? Oh, no. Ella cree que... ¿Sarah? Buen Dios, ¿cómo ha llegado a esa
conclusión?
—Oh, por favor, no me digas que has estado ignorando mis llamadas y huyendo
porque pensabas... —Me obligo a soltarla, consciente que mi agarre se estrecha por
momentos—. Pensaste que Sarah y yo éramos... Oh, maldito infierno, no.
—Sí —grita ella, y me alejo, aturdido. ¿Sarah? —¿No lo es? —pregunta, su
hermoso rostro es una imagen de desconcierto y.… alivio. Hay alivio. Jesús, ¿cómo
le he permitido creer eso? ¿Cómo no lo vi?
Ninguna mujer te aceptará mientras estemos juntos.
Maldita sea.
La frustración se apodera de mí y mis manos se dirigen a mi cabeza, agarrándola,
impidiendo que el descomunal dolor de cabeza se apodere de ella.
—Ava, ¿qué te ha hecho pensar eso?
Está al borde de la risa. No tengo idea de por qué. Es la cosa menos divertida de
la historia. Me he vuelto loco tratando de entender cómo ha podido despreciarme
tan fácilmente. Mi edad. Los chispazos. Lo consideré todo. ¿Pero Sarah?
—Oh, déjame ver. —La sonrisa que me ofrece es bastante insultante, para ser
honesto. Como si yo fuera un estúpido—. Tal vez fue el beso en el pasillo de La
Mansión. O cuando vino a buscarte al dormitorio. —Levanta la vista brevemente,
como si recordara mentalmente todas las razones válidas—. O podría ser su gélida
acogida hacia mí. O quizás sea el hecho que esté contigo cada vez que te veo.
Me estremezco sin querer, recordando todas y cada una de esas veces. No hubo
nada en ninguna de ellas. Quizá sea ignorancia masculina por mi parte. No tengo
idea de cómo funciona la mente de las mujeres. Pero estoy aprendiendo. Maldita sea,
qué pesadilla.
—¿Quién es ella? —pregunta furiosa.
No quiere ni necesita saberlo. Pero, maldita sea, vamos a dejar las cosas claras.
Tomo sus manos y me agacho un poco para estar cerca. Y ser claro. Muy, muy claro.
—Ava, es un poco amigable. —Sobre todo, conmigo. También es una mega perra
del infierno cuando quiere. Pero así es Sarah. Siempre lo ha sido. Estoy
acostumbrado a ella, pero he tenido una rápida revisión de la realidad. Ava no
conoce a Sarah como yo la conozco. Necesito recordar eso.
—¿Amistosa? Esa mujer no es amigable.
—Es una amiga. —Acaricio su mejilla, ignorando su expresión iracunda.
Suficiente hablar de Sarah. Ella ya no es un problema. Ahora el problema somos Ava
y yo y cómo seguimos adelante—. Ahora que hemos aclarado la posición de Sarah
en mi vida, ¿podemos hablar de la tuya?
Ella frunce el ceño.
—¿Qué quieres decir?
Me alegro que pregunte.
—Quiero decir en mi cama, debajo de mí.
No puedo evitar mi sonrisa de satisfacción. Estoy tan feliz. ¿Todo ese estrés
innecesario fue para nada?
La atraigo hacia mí y suspiro cuando se acurruca profundamente.
—¿En La Mansión? —me pregunta, y me resisto al aire enrarecido ante mí. ¿A
estas horas de la noche? Jesús, no. Estará repleto.
—No, tengo un apartamento a mi espalda, pero no puedo mudarme hasta
mañana. —Sonrío un poco. No puedo esperar a que vuelva a entrar y a bautizar cada
superficie, habitación y piso—. Estoy alquilando un lugar en Hyde Park. Vendrás.
—Sí.
Cierro los ojos y entierro mi rostro en su cabello. Todavía huele a mí. Huelo bien
en ella.
—Vamos —digo, maniobrando y arropándola a mi lado, acercándonos hasta mi
auto.
—Mis cosas —dice señalando su Mini.
—Ábrelo. —La dejo junto a mi Aston y me apresuro a recoger sus bolsas del
asiento delantero antes que lo vuelva a cerrar—. ¿Te dejaste las flores? —pregunto,
con la cabeza ladeada, mientras cargo sus bolsas en el maletero de mi auto. Su actitud
grita incomodidad, sus hombros saltan en un encogimiento de hombros—. ¿Y tú? —
pregunto, ayudándola a subir al asiento del copiloto.
—¿Yo qué?
Me agacho a su lado y apoyo mi mano en su rodilla.
—Perdóname.
Su sonrisa es pequeña.
—Estoy aquí, ¿no? —dice, desviando la mirada.
¿Qué fue eso? ¿Una respuesta sin contestar? Ladeo el cabeza, pensativo,
incorporándome y cerrando la puerta. Mi alivio, al parecer, ha sido efímero. Ella
sigue insegura y, mientras me dirijo al lado del conductor, me pregunto qué otra
cosa podría ser la causa. ¿Mi edad? No lo sé, pero lo averiguaré tan pronto la lleve a
casa.
stoy en la primera planta. Subiremos por las escaleras —le digo al tiempo
que la dirijo a través de las puertas del edificio principal desde el
estacionamiento. Subimos las escaleras y el silencio es constante. Lo ha
sido desde el momento en que me separé de Lusso. Poco a poco me doy
cuenta que, si le doy a esta mujer demasiado espacio para pensar, hablará en círculos.
Pensar por sí misma sobre esto. Así que tengo que dejar de darle espacio. La idea es
encantadora, aunque imposible. Me doy cuenta de eso.
La hago entrar y me giro para mirar a Ava, encogiéndome al ver su expresión. No
es de extrañar, dada su profesión, que no le guste.
—Es una pequeña parada —le explico, colocando sus bolsas en el suelo—.
Apuesto a que te sientes muy ofendida.
Fuerzo una sonrisa, tratando de mitigar el ambiente incómodo. El auto rozaba lo
insoportable, Ava callada, yo sin saber qué decir. Habla, dijo John. Nunca he
valorado lo difícil que es hacerlo. Normalmente nunca tengo que hacerlo.
Ella sonríe dócilmente.
—Prefiero tu nuevo lugar.
—Yo también.
Ella se atreve a adentrarse un poco más, mirando a su alrededor, asimilándolo
todo.
—No tengo alcohol. —Ya no—. ¿Quieres un poco de agua?
—Por favor.
Agarro dos botellas de la nevera y me doy la vuelta para ver que está instalada en
la encimera. Se ve pequeña e incómoda. Como si se cuestionara estar aquí. Me
molesta. Ella encuentra un problema para cada solución y me esfuerzo por no dejar
que me moleste. Le sirvo agua en un vaso y me quito la chaqueta, mirando el desastre
que es mi camisa arrugada. Quiero sonreír. Pero no puedo. Quiero deleitarme con
los recuerdos. No puedo.
Acerco un taburete a ella, le paso el vaso, y la observo mientras bebo. Está inquieta,
se niega a mirarme, juega con el vaso. ¿Qué demonios ha pasado? Se aferró a mí
como si yo fuera la vida fuera de Lusso.
Exhalo fuertemente y ella se congela, mirando por el rabillo del ojo mientras me
deshago de mi agua y tomo su vaso, dejándolo suavemente sobre la encimera. No
solo quiero ver su cara cuando me dé respuestas a mis preguntas, sino que quiero
sentir la reacción de su cuerpo. Así que tomo su taburete y lo acerco, girándolo
ligeramente para que esté de cara a mí. Mis manos caen sobre sus rodillas desnudas.
Necesito hablar. Tengo que hablar.
—¿Por qué llorabas?
Ella sacude la cabeza suavemente.
—No lo sé.
—Sí, lo sabes. Cuéntame. —No me obligues a sacártelo, Ava.
La mantengo en su sitio con mi mirada expectante, deseando que profundice y sea
sincera conmigo. Soy un maldito hipócrita.
—No lo sé —dice de nuevo, y suspiro, mis ojos entrecerrados, el descontento me
inunda. Y quiero que lo sepa.
—¿Estaría en lo cierto al decir que tu mala interpretación de la relación mía y de
Sarah no era la única razón por la que me evitabas?
Ya está. Hagamos avanzar esta conversación, porque si espero a que Ava
encuentre el valor para hablar, estaré esperando por siempre. Suficiente. Le doy la
vuelta al cierre de mi Rolex y me lo quito de la muñeca, esperando.
Ella mira hacia otro lado.
—Probablemente.
Asiento con la cabeza.
—Eso es desalentador.
¿Qué obstáculo nos va a poner ahora?
A la mierda. He terminado de hablar. Porque odio lo que está diciendo. Deja que
me comunique con ella de otra manera. Una forma que no deje lugar a
malentendidos.
La agarro y la coloco sobre la encimera, moviéndome entre sus piernas y uniendo
mi boca a la suya, sin darle la oportunidad de prepararse para mí. Nada la preparará
para esto. Tampoco creo que nada pueda prepararme a mí. Escucho el sonido de
cristales rompiéndose a través de la corriente instantánea de sangre en mi cabeza, mi
cuerpo canturrea, mi piel arde, mi miembro gotea. Solo por un beso. Alcanzo su
trasero y la atraigo hacia mí, empujando inadvertidamente mi entrepierna hacia ella,
en un intento de aliviar el dolor.
Los sonidos que emite son silenciosos, pero los más fuertes que he oído nunca. Me
libero de nuestro abrumador beso para encontrar sus ojos, mi respiración se dispara.
Está viva de deseo. Por mí.
—Establezcamos algunas cosas aquí —prácticamente resoplo, desesperado por
volver a tener mi boca en la suya y mi miembro en su glorioso y dulce sexo. Pero tan
desesperado como estoy por eso, estoy igual de desesperado porque ella entienda
que la estoy descubriendo.
La deslizo fuera de la encimera, sintiendo que sus piernas se tensan a mi
alrededor.
—Eres una maldita mentirosa. —Dejo caer un suave beso en sus labios,
empujando mi lengua suavemente en su boca. Ella la acepta. Por supuesto que
acepta. Y gime. Gime muy fuerte—. Ahora eres mía, Ava. —Ninguna cosa más. No
más juegos. Me presiono contra ella, sintiendo que se pone rígida en mis brazos—.
Te mantendré para siempre.
Me empujo una vez más, y cuando ella responde besándome, lo tomo como un sí
rotundo. Sí, le parece bien. Sí, puedo mantenerla para siempre. Sí, está de acuerdo
conmigo. Estupendo.
Es hora de consumar eso.
—Voy a poseer cada parte de ti. —Mente y cuerpo—. No habrá ningún lugar en
este hermoso cuerpo en el que no haya estado dentro, encima o sobre él.
Nunca había deseado tanto algo. Anhelado tanto. Nunca me sentí tan
dependiente. Me está poseyendo, y no hay nada que pueda hacer para controlarlo.
Solo saciarlo.
La pongo de pie y la hago girar, procurando no ser demasiado brusco. Pero... su
respiración es agitada, sus gemidos interminables. Desesperado. Agarro la
cremallera de su vestido y tiro de él hacia abajo, empujándolo desde su cuerpo hasta
el suelo. El sujetador es lo siguiente. Desaparece. ¿Y su piel? Brilla y atrae mis labios
hacia su nuca. La beso suavemente y sonrío cuando noto que se estremece y su cuello
se flexiona. No puede soportarlo. Yo tampoco.
Vuelvo mi boca hacia su oído.
—Mírame —susurro.
Me mira rápidamente, con sus ojos oscuros encendidos, y la levanto, dejándola de
nuevo sobre la encimera. Sus manos se posan en mis hombros. Las agarro
rápidamente y las dirijo hasta el borde de la encimera.
—Las manos se quedan aquí. —Va a necesitar algo a lo que agarrarse, y no puedo
garantizar que sea lo suficientemente estable—. Levanta —ordeno mientras sujeto
los laterales de sus braguitas, arrastrándolas por sus largas piernas.
Y está desnuda. Gloriosamente desnuda. Y me quedo embelesado con la visión de
ella sentada aquí en mi encimera, esperando a que la haga enloquecer.
Ella alcanza mi camisa y retrocedo. ¿Qué demonios estoy haciendo? ¿Torturarme?
—Manos —le ordeno, y su labio inferior sobresale. Es bonito. Pero soy feliz
tomando esta parte lentamente. Feliz de ver cómo se desintegra poco a poco con una
impaciencia que me resulta demasiado familiar—. ¿Quieres que me quite la camisa?
—pregunto, despreocupado pero arrogante.
—Sí.
Se queda sin aliento. Es demasiado satisfactorio.
—Sí, ¿qué? —pregunto mientras sonrío. Ella va a suplicar por mí. Compensar todo
el tiempo perdido y el estrés que ha causado.
—Por favor —gruñe prácticamente, sus ojos se clavan en mi engreída figura. Le
doy lo que quiere y empiezo a desabrochar. Lentamente. Observándola. Disfrutando
de su creciente impaciencia.
Me sorprende que consiga contenerse. No podría sentarme a ver cómo se desnuda
lentamente. ¿Se ha vuelto obediente de repente?
Flexiono los hombros y me quito la camisa, me quito los zapatos y me agacho para
quitarme los calcetines. Y cuando me levanto, veo cómo su mirada se dirige a mi
estómago. Quiero pensar que está admirando mi figura. Pero sé que no es así. No
estoy dispuesto a que me pregunten cómo llegué a tener una enorme cicatriz ahí, no
ahora, así que me acerco a ella rápidamente, colocando mis manos en sus muslos. La
tengo de nuevo, con su atención desviada.
—¿Por dónde empezar? —pregunto pensativo, arrastrando mi pulgar por su labio
inferior—. ¿Aquí? ―Deslizo la punta en su boca y sonrío cuando siento su lengua
rodear la punta. Está haciendo todo lo posible para destrozarme. Muevo mi toque a
su mejilla y luego desciendo perezosamente por su garganta hasta su pecho—. ¿O
aquí? —pregunto, acariciando su pecho, buscando una reacción, trazando los bordes
de su pezón. Su jadeo casi hace que mi miembro se libere del pantalón—. Estos son
míos —digo, moviéndome hacia su vientre plano, trazando un par de círculos, antes
de continuar hacia su muslo. Me burlo de ella durante unos instantes, acariciándola
suavemente, sintiendo el calor de su sexo. Pronto, Ward. Pronto volverás a estar ahí.
Encuentro su ano—. ¿O aquí? —pregunto, y ella se pone rígida. ¿Qué dirá? ¿Me
dejará? —Cada centímetro, Ava. —Cada. Único. Centímetro. Regreso mi mano a su
parte delantera, sonriendo cuando se relaja—. Creo que voy a empezar aquí.
Su respiración aliviada dura poco. Tomo su rostro, acercándome.
—Pero me refería a cada centímetro —le aseguro, preparándola, acostumbrándola
a la idea. Nunca lo ha hecho antes. Y quiero reclamar esa parte de ella. Cada parte de
ella. Voy a dejar mi marca en todas partes, haciendo que sea imposible para ella
olvidar. Consumirla. Hacer que sea imposible dejarme.
Apoyo una mano en la encimera para sostenerme, el solo hecho de pensar en ello
me hace tambalearme. Mi miembro en su trasero. Esa es una forma segura de
garantizar que nunca me olvide.
Apoyo un dedo en la agradable calidez de su sexo y lo arrastro hacia arriba, y se
pliega, su frente se encuentra con mi hombro.
—Estás empapada —digo, mi voz es áspera, empujando mi dedo dentro de ella y
cerrando los ojos. Maldición, su estado hace que cualquier intento de apartarme sea
irrisorio—. Me deseas. —Me retiro, girando en círculos, extendiendo su placer, antes
de sumergirme profundamente. Ella estalla contra mí—. Dime que me deseas, Ava.
Está consumida. Es satisfactorio y preocupante. Tiene una larga noche por delante.
—Te deseo —jadea, y gimo mi felicidad.
—Dime que me necesitas —exijo.
—Te necesito.
Miro al techo en señal de gratitud. Y yo te necesito a ti, cariño. A la mierda los
porqués. Es lo que es, y estoy feliz con eso.
—Siempre me necesitarás, Ava. Me aseguraré de ello. —De cualquier manera, que
pueda—. Ahora veamos si podemos hacerte entrar en razón.
Retiro mis dedos de su interior y la arrastro fuera de la encimera, dándole la vuelta
y colocando sus manos en el borde.
—Quiero verte.
La ignoro y empiezo a llevarla hasta donde quiero, aprisionándola por detrás.
—Calla y empápate de placer —susurro, apretando contra ella, adelantándome y
tomando sus muñecas—. No hables a no ser que yo te lo diga. ¿Lo has entendido?
Asiente, y sonrío para mis adentros. Tan obstinada. Pero tan dócil. Cada vez es
más perfecta. Acaricio suavemente sus brazos y me dirijo a sus hombros, masajeando
los últimos restos de tensión que puedo sentir.
Dejo caer mi boca sobre su cuello, salpicando allí besos suaves y delicados. Nunca
me había resultado tan fácil ser tierno.
—Tu piel es adictiva. —Tararea en voz baja, el sonido no es más que una incitación
al orgasmo, y me río ligeramente—. ¿Así de bien? —Sigo recorriendo con mi boca su
cuello, su mandíbula, su mejilla. Se gira para mirarme, y leo su deseo, besando sus
labios, mis manos bajando hasta sus sensibles caderas—. Mantén sus manos donde
están. —La libero, doy un paso atrás, sin dejar de mirarla mientras me quito el
pantalón y el bóxer. Regreso. Camino lentamente, mi respiración es cada vez más
agitada. Sujeto con una mano su nuca y con la otra mi miembro, dirigiéndola hacia
su sexo. En el instante en que hay contacto, mis rodillas empiezan a temblar. Acerco
mi boca a su columna y lamo un largo rastro hasta su cuello, terminando con un
beso—. ¿Estás lista para mí, Ava? —pregunto. ¿Estoy preparado? —Puedes
responder.
—Sí —murmura, y exhalo, avanzando hacia delante, cerrando los ojos. Dios mío,
apenas puedo respirar. Me cuesta moverme, cautivado por el placer que me
proporciona.
Suelto mi miembro, tomando de nuevo la encimera como apoyo, preparándome
para mi siguiente movimiento. No tengo la oportunidad de hacerlo. Ella se sacude
hacia atrás, y yo me hundo profundamente y duro, casi atragantándome como
resultado.
—Maldición, Ava —gruño, jadeando—. Me pones de cabeza. —Mi agarre en su
nuca se intensifica y mi otra mano busca su pecho. Con la mirada fija en su espalda,
lucho contra la urgencia que me invade, la compulsión de penetrarla duro me
abruma. No es bueno. Verla así. Oírla, sentirla, olerla—. No puedo hacerlo lento.
Aprieto su pecho, me retiro y empujo hacia delante con un gruñido.
—¡Jesse!
Me deslizo perezosamente.
—Silencio, Ava. —Y vuelvo a entrar en ella con fuerza, sacudiéndola hacia
delante. Veo sus nudillos blancos flexionarse, y cuando estoy seguro que tiene un
sólido agarre en la encimera, me rindo a mi necesidad y bombeo dentro y fuera de
ella como si nunca pudiera tener la oportunidad de tomarla de nuevo. Ese
pensamiento. Este momento. Me deshago de él y me concentro en hacer estallar
nuestras mentes, volviendo a sujetar sus caderas y continuando, sudando, sin
aliento, con cada músculo trabajando más duro que nunca. Las paredes de su sexo
me atenazan implacablemente, aumentando la fricción. Estoy enloquecido. Ella deja
escapar un pequeño gemido, su cuerpo se endurece. No. No se va a llegar al orgasmo
todavía—. Todavía no, Ava.
Necesito que aguante hasta el final, que llegue al orgasmo conmigo. Me salgo sin
pensarlo, mi rostro se tuerce, tanto por el dolor como por la pérdida. Hay una mejor
manera, y será una marca en mi lista.
Miro hacia abajo mientras gime, mi dedo traza una línea en el centro de su trasero.
Se vuelve inmediatamente una estatua.
—Puedes hacerlo, Ava. —Solo habla con ella. Tranquilízala. Tiene que permitirme
tomar esto de ella. Muevo mi mano a entre sus muslos y recojo algo de su placer,
sonriendo por lo empapada que está. No hace falta preparación. Lo extiendo a lo
largo y ancho, asegurándome que esté preparada para mí. Pero todavía está un poco
rígida—. Relájate, iremos despacio. —Sigo trabajando con ella, deseando
mentalmente que se relaje. Vamos, nena. Te va a doler si no te relajas. Hago un círculo
con mi pulgar alrededor de su abertura, observándola de cerca. Sus hombros se
elevan—. Ava, relájate.
—Maldición, estoy intentándolo —replica ella, apretando los puños—. Dame
tiempo, maldita sea.
—Cuida tu boca —digo con una sonrisa, sabiendo que estoy pidiendo lo
imposible. Su descaro me hace reír mientras vuelvo a su sexo, acariciándola un poco
más. No me niega nada.
—¿No necesitas lubricante o algo así?
—Estás empapada, Ava. Es suficiente. —Me deslizaré allí, y no puedo esperar. Si
su sexo está apretado, su ano lo estará... Me estremezco al pensar en mi inminente
placer—. No eres muy buena bajo instrucciones, ¿cierto? —Voy por todas,
empujando mi pulgar a través de su apretado anillo de músculos. Hemos
retrocedido. Hace unos momentos, ella era complaciente. Dócil. Ya no. Pero estoy
dispuesto a aceptar un poco de rebeldía si eso significa que puedo darle esta
experiencia. Confía en mí—. Relájate, mujer.
—Oh Dios —se lamenta—. Esto va a doler, ¿no?
—Sí, al principio. —Pero no por mucho tiempo, tiene que creerme en eso—. Tienes
que relajarte. Una vez que esté dentro, te encantará. Confía en mí.
Su cabeza se desploma, su respiración es aún más dificultosa. Alcanzo su cuello y
masajeo un poco más mientras continúo preparándola para recibirme. Se relaja y la
elogio mentalmente, bajando las manos a sus nalgas y separándolas. Mis dientes se
hunden en mi labio, mi cuerpo hormiguea de anticipación mientras me dirijo a su
apretado agujero. En el momento en que mi miembro se encuentra con ella, vuelve
a ponerse tensa, resistiéndose a mi invasión.
—Tranquila, mujer. Deja que suceda —digo, haciendo circular suavemente la
punta de mi miembro por su piel.
Lo vuelvo a intentar, con mi atención dividida entre su nuca y su ano, y aprieto
los dientes, avanzando, moviendo las manos hacia sus hombros.
—Eso es, Ava —susurro alentadoramente—. Ya casi hemos llegado.
Apenas puedo pronunciar mis palabras, mi cuerpo suda profusamente, mi
miembro se desliza más y más profundamente.
—¡Mierda! —grita, y me convulsiono, parpadeando rápidamente para intentar
aclarar mi visión distorsionada.
—Oh Dios, estás tan apretada. —Empiezo a vibrar, sintiendo que se resiste de
nuevo, cada músculo de su ano se aprieta alrededor de mi miembro—. Deja de
luchar, Ava. Relájate.
Y lo hace. Cada parte de ella se ablanda y gime.
—Jesús, eso se siente bien. —Tan malditamente bien—. Voy a moverme ahora, ¿de
acuerdo?
Ella asiente, e inspiro, reclamando sus caderas.
—Muy despacio, Ava —le aseguro, deslizándome, apretando los dientes.
—Jesús, Jesse.
—Lo sé —jadeo. Demonios, sí que lo sé. Rápidamente encuentro mi ritmo,
deslizándome dentro y fuera con facilidad, viendo cómo su cuerpo se revuelve con
el inesperado placer que está encontrando en esto. Todavía no ha sentido nada—. Te
sientes increíble, Ava. Podría quedarme aquí toda la maldita noche, pero estoy
enloqueciendo.
Estoy enloqueciendo rápidamente.
Se empuja de nuevo sobre mí y trago saliva audiblemente.
—Sigue adelante —me ordena.
—Sí, nena. ¿Estás cerca?
—¡Sí! —Vuelve a chocar contra mí, y gruño sorprendido, encontrando su sexo y
acariciándolo para ayudarla—. ¡Más fuerte!
—Oh, mierda, Ava.
Froto su clítoris intensamente, aumentando mi ritmo automáticamente.
Ella echa la cabeza hacia atrás.
—¡Estoy cerca!
¡Maldición!
—Espera.
Sigo presionando, la urgencia se apodera de mí, mi mundo gira salvajemente, y
finalmente gruño mi orden para que se libere. Mi miembro se sumerge dentro de
ella, mis pulmones se encogen, mi cabeza da vueltas, mi mundo explota.
Mal... dición.
Ella cae hacia delante y no puedo más que caer con ella, aterrizando de espaldas,
aplastándola contra el mármol. No puedo controlar mi respiración. No puedo alinear
mis pensamientos. No puedo comprender qué es ese extraño latido en mi pecho. Sin
embargo, lo he sentido antes. Y nunca pensé que tendría la bendición de volver a
sentirlo. No obstante, la pregunta es, si he sido lo suficientemente bendecido como
para que alguien me devuelva estos sentimientos.
¿O este cielo es solo un breve descanso del infierno al que estoy acostumbrado?
unca un silencio tan fuerte ha sido tan cómodo. Estoy aturdido,
confundido, pero lleno de esperanza.
Suspiro, acariciando su cabello.
—¿Estás bien?
—¿Se me permite hablar?
Sonrío mientras aprieto su cadera. Sí, puede hablar, siempre que lo haga con el
corazón y no con la cabeza, lo cual sé que le está diciendo que soy una mala idea. La
evidente diferencia de edad tampoco ayuda. ¿Sigue siendo un problema? Resoplo
para mis adentros. Me gustaría limpiar el suelo con cualquier veinteañero
autoproclamado.
—No te hagas la listilla.
—Estoy bien y verdaderamente follada.
Frunzo el ceño a su espalda al mismo tiempo que apoyo mis brazos sobre los
suyos, preguntándome cómo demonios puedo evitar que diga palabrotas todo el
tiempo. Es como una navaja de afeitar sobre mi maldita piel. Ladeo la cabeza
pensando. ¿Amordazarla?
—Ava, por favor, cuida tu boca.
—Si, lo hago.
Estoy agradecido. Realmente agradecido. No olvidará ese pequeño encuentro en
un instante.
—Lo sé, pero no tienes que jurar. Odio que digas palabrotas.
No le sienta bien.
—Tengo que soportar tu lenguaje blasfemo.
Si pudiera ver su rostro, sé que estaría llena de indignación.
—Mi lenguaje solamente es blasfemo, señorita —susurro—, cuando me haces
enfurecer.
Lo cual es mucho.
Su cuerpo se desinfla con un suspiro cansado. Puede suspirar todo lo que quiera.
Me saldré con la mía.
—De acuerdo.
Me está calmando. Es un paso en la dirección correcta hacia mi estabilidad. ¿En
qué más me va a calmar? ¿En todo? ¿Accederá a estar clavada a mí para siempre?
Sonrío en su piel mientras acaricio sus brazos. Puede que diga que no, pero lo que
he aprendido de esta mujer es que no, no siempre significa no. Algunas veces quiere
decir: realmente quiero, y necesito que me muestres por qué. Se lo demostraré. Todos los
días. Lo que básicamente significa que puedo hacer el amor con ella a diario. Vuelvo
a sonreír. No puede discutir la perfección.
Permitirme penetrar su trasero me ha demostrado algo sólido. Ella confía en mí.
Está dispuesta a entregarse a mí de cualquier manera. Tengo que explorar todas las
vías posibles, buscar todos los indicios que me indiquen que está completamente en
este territorio inexplorado conmigo. Estoy aterrorizado. Por mí, pero más por Ava.
Ella me ha dado un regalo sin saberlo, y necesito atesorarlo. Durante la última
semana, solo he encontrado paz cuando la toco.
¿Cómo voy a equilibrar eso? ¿Cómo voy a asegurarme de darle a ella lo que
necesita y a la vez asegurarme de obtener lo que necesito para mantener esta
felicidad? Soy lo suficientemente razonable como para aceptar que va a ser difícil.
—¿Jesse? —susurra, mi nombre cargado de un millón de preguntas. Y yo sé cuál
es la que va a preguntar.
—¿Hmmm?
—¿Cuántos años tienes?
Inhalo y flexiono mi agarre en sus brazos. No importa. Entonces, ¿por qué no se lo
dices, Ward?
—Veintidós. —Pronto. Se lo diré pronto. Me alejo lentamente de ella mientras le
devuelvo el beso, con el rostro tensa por la incomodidad—. Ven aquí.
Evito sus caderas por el riesgo que se zafe de mi agarre, y en su lugar tomo su
cintura. Frunzo el ceño, mirando hacia abajo, mi miembro saciado decide que ya no
lo está tanto, retorciéndose y poniéndose en pie de nuevo. Maldición, ¿no has tenido
suficiente?
La hago girar y la subo a la encimera, captando su ligera alarma al ver mi estado.
Será mejor que se acostumbre a eso. No puedo evitar responder a ella, y no quiero
hacerlo. Tomo sus brazos y los apoyo sobre mis hombros mientras me muevo entre
sus muslos, absorbiendo su rostro. Hace demasiado tiempo que no la veo. Y sus ojos.
Ella es real. Nunca podría refutar eso cuando brillan con tanta locura.
—¿Estás bien?
Su sonrisa es preciosa. Satisfecha.
—Sí.
—Estupendo. —Me acerco, abrazándola—. Todavía no he terminado contigo.
Me envuelve con todo, piernas, brazos y todo.
—Me he dado cuenta.
—Tienes este efecto en mí.
Su rostro va directamente a mi cuello. Eso también es increíble. Todo con esta
mujer es increíble.
Exhalo mi satisfacción y libero mi agarre, inclinándome ligeramente hacia atrás
para tenerla a la vista. Tiene las mejillas sonrosadas. Hermosamente sonrojadas, y
no puedo evitar darles una ligera caricia.
—¿Tienes hambre?
—Más o menos.
—Más o menos —imito, y ella sonríe. Increíble—. Tienes una sonrisa descarada.
Me encanta.
Dejo caer un ligero beso en su boca.
—¡Mierda!
—Boca —replico, dirigiéndole una mirada de desagrado—. ¿Qué pasa?
Parece preocupada y, a su vez, yo también lo estoy.
—Le dije a Kate que estaría en casa —dice, su cuerpo se tensa, listo para liberarse—
. Será mejor que la llame. Necesita mi auto para visitar a su abuela en Yorkshire.
Se me escapa de los brazos antes que pueda detenerla, y tengo que razonar
conmigo mismo antes de volver a tirar de ella. Solo está haciendo una llamada. Deja
que sea ella la que llame. Hago un mohín, mi cuerpo desnudo se siente perdido sin
ella pegada a él. Tengo más problemas de los que pensaba.
Me llevo la mano al pecho. El latido del corazón, satisfecho, es ahora más bien un
zumbido de pánico. Dios, tengo que controlarme. Ella está ahí, Ward.
Me quedo quieto, mirándola mientras recupera su teléfono y escribe un mensaje
antes de sacar unos jeans. ¿Se está vistiendo? ¿Por qué?
—Tengo que irme —dice mientras empieza a ponérselos.
¿Qué?
—¿Irte? —grito sin pensar, y ella da un respingo, pero sigue vistiéndose.
—Tengo un juego de llaves del auto y Kate las necesita.
Maldita sea. La necesito aquí más de lo que su amiga necesita sus llaves. Ella se
queda. Fin. ¿Te estás escuchando, Ward? Me acerco y la agarro, echándomela al
hombro.
—¿Qué haces? —grita. La ignoro, concentrándome en llevarla a mi habitación—.
¡Mierda! —maldice, lo que solo sirve para enfadarme más. Le pediré a Cathy que
recoja algo de jabón la próxima vez que vaya al supermercado para poder lavarle la
boca a Ava—. ¡Jesse, bájame!
Ni lo pienses. Agarro la pernera de los jeans que ha conseguido ponerse a medias,
se los quito y los tiro a un lado. Y, por si fuera poco, le doy una palmada en el trasero.
—¡Ay!
—Boca —grito, empujando la puerta con demasiada fuerza. Veo la cama, la subo
a mi hombro y la arrojo sobre las sábanas, lanzándome tras ella e inmovilizándola.
Mi miembro cae directamente en el lugar donde debería estar, e inhalo, esperando a
que se oriente y me encuentre. Será mejor que vea el enfado en mis ojos—. No vas a
ir a ninguna parte, maldición. —Mi voz es ronca, y cuando giro y me sumerjo, gruño
mi placer, oyendo los sonidos apagados de su grito.
Mi corazón se tranquiliza.
Tengo que tomarme un momento, con la cabeza floja, cada centímetro de mi piel
chisporrotea de necesidad. ¿Cómo puede hacerme esto? Levanto mi mirada hacia la
suya y me alejo, saboreando el deseo en sus ojos. Y vuelvo a penetrarla con un
gruñido, haciendo que eche la cabeza hacia atrás. Su grito es épico.
—Mírame —le ordeno, y lo hace, con una respiración caótica—. Así está mejor.
Ahora, ¿necesitas un recordatorio?
Sus cejas se enarcan sorprendidas, su expresión interrogante. Pero la pequeña y
desafiante tentadora sigue moviendo las caderas, incitándome. No voy a ceder ante
sus tácticas. No se trata de lo que quiero o necesito ahora. Se trata de mostrarle lo
que quiere y necesita, y no necesita irse, maldita sea. Necesita esto. A mí—. Responde
a la pregunta, Ava.
—Por favor —dice entre susurros jadeantes, y sonrío de satisfacción, retirándome
y avanzando. Y no me detengo. Ella provocó esta urgencia. Puede absorberla.
—Eres mía, Ava —digo, incapaz de impedir que mis pensamientos salgan de mi
boca, perdido el control. Cierra los ojos, privándome de la gloriosa visión de sus
orbes marrones brillando de placer—. Abre los malditos ojos —exijo, atronando, con
el sudor a raudales, con el corazón de nuevo palpitando, pero por todas las razones
correctas.
Puedo ver el esfuerzo que le cuesta obedecer, pero solo el hecho que lo haga lo
dice todo. El dormitorio es mi dominio. Yo tengo el poder.
Se desmorona bajo mi tacto, mi boca, mi atención. Mantengo nuestras miradas
fijas. No sería capaz de apartar la mirada, aunque lo intentara. Se están comunicando
muchas cosas en este momento. ¿Se da cuenta ella de eso? ¿Cuánto estoy diciendo
mientras la follo hasta el olvido? Esto nunca termina. No para mí.
Sus piernas se elevan a mi cintura y me aprietan con fuerza, enviándome más
profundo. Siseo, sintiendo cómo se tensan sus paredes internas. Maldición, estoy
perdido. En todos los sentidos.
—Jesús, Ava, ¿estás bien?
Me veo obligado a soltar sus muñecas, preocupado porque mi fuerza y mi agarre
la lastimen. Las aplasto contra el colchón, consiguiendo el equilibrio sin obstaculizar
mi ritmo.
—No te detengas —jadea, agarrándome de la parte superior de los brazos.
—Maldición.
Sus uñas se hunden en mi piel, mis caderas se agitan salvajemente y su cabeza se
echa hacia atrás. No. Nada de eso.
—Maldita sea, Ava —gruño—. Mírame.
Ella necesita verme.
Sus ojos caen, y siento gotas de sudor recorriendo mis mejillas. Estoy
absolutamente loco de adoración por esta mujer. Lo que puede hacer conmigo. Lo
que me hace sentir. Quiero besarla con todas mis fuerzas y, como si me hubiera leído
la mente, me agarra del cabello y me empuja hacia su boca, con nuestras lenguas
luchando sin control.
—Jesse, estoy cerca —dice contra mis labios.
—Maldición. Juntos, ¿de acuerdo? —Encuentro la fuerza que necesito para
llevarnos a los dos allí, bombeando, mi miembro casi dolorido por la fricción. Vamos.
Vamos—. ¡Ahora!
Me hundo por última vez, el aire sale a borbotones de mi boca, y me derramo con
tanta fuerza que mi vista se nubla y mi oído se distorsiona.
—Jesucristo —digo entre jadeos, quedándome quieto, cerrando los ojos mientras
sostengo la sensibilidad, con el cuerpo en espasmos. Pierdo toda la fuerza, por todas
partes, mis brazos me fallan, y me derrumbo, chorreando, mis caderas girando sin
instrucciones, rodando, rechinando, aliviándome de la presión. Mi frente cae sobre
la suya, cada pedazo de mí, inútil. Estoy acabado. Hecho polvo. No sirvo para nada.
Maldición.
Yo.
Siento que se mueve debajo de mí y me cuesta mucho abrir los ojos. Pero, Dios,
merece la pena cuando la encuentro. Utilizo un poco más de fuerza y tiro hacia atrás,
queriendo tener todo su rostro sudoroso a la vista. Tan hermosa. Cada centímetro de
ella es hermoso. Suspiro y beso sus labios hinchados, antes de volver a acomodarme
en su cuello, la sensación de sus ligeros dedos trazando los planos de mi espalda me
adormece. Me rindo ante el cansancio y me quedo dormido, relajado en su abrazo.
Tranquilo en su abrazo. En paz en su abrazo.
No sé cuánto tiempo duermo, pero es la siesta más tranquila de la historia de las
siestas. Esto. Todos los días. Y entonces, en mi subconsciente, noto que el suave toque
de sus caricias ha desaparecido de repente. Pero todavía puedo sentir sus paredes
calientes abrazando mi miembro. Levanto las caderas, siseando mientras salgo de
ella.
—Me has mandado a dormir —digo con aspereza, mi garganta se siente rasposa.
—Lo hice.
Sonrío y tomo un mechón de su cabello revuelto por el sexo.
—Eres demasiado hermosa.
Lleva su mano a la frente y me alisa la línea del ceño que no sabía que estaba ahí.
—Tú también.
¿Yo? No. Soy feo. Marcado. No quiero que lo vea nunca, no quiero decepcionarla.
Mi sonrisa es a medias, y rezo para que no se dé cuenta.
Miro sus pechos. Una distracción perfecta, para mí y para ella. Me sumerjo,
hundiendo mi rostro e inhalando profundamente.
—Considérese recordada, señorita.
Y estoy disponible para recordárselo las veinticuatro horas del día si es necesario.
Una parte de mí espera que sea necesario.
Me arrodillo y le tiendo las manos para que las tome. Se incorpora con facilidad,
y la acomodo sobre mis muslos de cara a mí, antes de subirme a la cama para
apoyarme de nuevo en el cabecero. Mírala, magníficamente desnuda y sobre mí. Se
ve bien sobre mí. Pegada a mí. Tocándome. Tomo sus caderas y hago un círculo con
mis pulgares por el punto sensible, sonriendo cuando me agarra las manos,
deteniendo mis movimientos.
—Pasa mañana, el día conmigo.
Se suponía que era una pregunta, no una orden.
—Tengo cosas planeadas.
¿Cosas planeadas? Es sábado, así que a no ser que sea trabajo, se puede cancelar.
Y si es por trabajo, encontraré la forma de cancelarlo yo mismo. Hago un mohín,
esperando que ceda a mi ternura para no tener que convencerla de otra manera que
pasar el día conmigo es bastante obligatorio.
—¿Qué cosas? —pregunto, comenzando a hacer círculos con mis pulgares bajo su
agarre. Otra forma podría ser, hacerle cosquillas hasta que acepte. O simplemente
podría follarla de nuevo hasta que acepte. Un polvo de persuasión, si quieres.
Funcionará muy bien junto con el polvo recordatorio, y ella tomó eso bastante bien.
Su agarre en mis manos aumenta, su expresión es de advertencia. Es ridículo.
¿Está tratando de recuperar el control, ahora que no estoy enterrado hasta las pelotas
dentro de ella, haciendo volar su mente? Qué rápido se olvida. Mujer tonta.
—Tengo que ordenar mis cosas —me dice, y frunzo el ceño.
—¿Qué cosas?
—La casa de Kate es un alojamiento temporal —dice encogiéndose un poco de
hombros, y mi ceño se frunce—. Llevo cuatro semanas allí, está de todo por todas
partes. Tengo que ordenarlo para cuando tenga mi propia casa.
¿Su propia casa? Tal vez no sea necesario. Pero...
—¿Dónde estabas hace cuatro semanas?
—Con Matt.
—¿Quién diablos es Matt?
—Es mi ex novio.
¿Y qué mierda es eso que tienes adentro ahora? ¿Alivio?
—¿Ex?
—Sí. Ex.
Soy incapaz de evitar que mi cuerpo se relaje Así que tiene un ex. Matt. Por
supuesto que tiene un maldito ex, idiota. Mírala. ¿Pero cómo y por qué terminó? ¿Y eso
importa ahora que significa que la tengo? ¿Qué edad tenía? Gruño para mis
adentros.
—Jesse, necesito conseguir mi auto. No puedo dejar que Kate lleve a Margo hasta
Yorkshire. Ella traquetea y tiembla por todo el lugar, no será seguro.
¿Margo?
—No te preocupes —le aseguro. ¿Quién demonios es Margo? —Te llevaré a
buscarlo por la mañana.
—Se va a eso de las ocho, más o menos.
—Más o menos —bromeo, sonriendo, recibiendo una a cambio. Le gusta esa
palabra. Traducción: No comprometida. Siempre y cuando no la use al hablar de
nosotros.
Desplaza mis manos unos centímetros hacia arriba, lejos de su punto de
cosquilleo, y empieza a tantear su cabello. No sé qué demonios está haciendo, pero
hace que sus pechos se muevan hacia delante, y eso es improcedente. Frunzo el ceño
y sonríe, probablemente recelosa.
—¿Qué?
Ella sabe qué.
—¿Te niegas a pasar el día conmigo, y luego me pones esos fabulosos pechos en
el rostro? Eso no es jugar limpio, Ava.
Le acaricio un pezón, mi ceño se transforma en una sonrisa cuando se endurece.
Un toque fugaz. Su cuerpo responde de la forma más placentera.
—Oye —grita ella, cubriendo su pecho—. Necesito quitarme las horquillas. Se me
están clavando en la cabeza.
Desliza una entre los dientes y empieza a palparse la cabeza de nuevo. Me entran
unas ganas irrefrenables de ayudarla, así que me incorporo, saco el agarre de entre
sus dientes con los míos y lo escupo. Ahora, de vuelta a las tetas. La sujeto por la
espalda y la arrastro hasta mi cara, cerrando los ojos de felicidad. Podría quedarme
aquí con su suave y cálida piel sobre mi rostro para siempre. Pero... las horquillas.
Me retiro de mala gana y le doy un besito a cada pezón antes de girarla sobre mi
regazo, dejando que se acomode entre mis piernas dobladas.
—Déjame. —Empiezo a tantear su cabello, sacando las pequeñas cosas de metal
una por una, los mechones de su cabello caen con cada agarre que quito—. ¿Cuántas
tienes aquí? —pregunto, dejando caer otra en su palma.
—Unas cuantas. Tengo mucho cabello para mantener.
—¿Algunas centenas? —pregunto con una ligera risa, encontrando más y más. Le
masajeo el cuero cabelludo, asegurándome que he agarrado todas—. Ya está, creo
que las tengo todas.
La libero de los agarres, inclinándome para colocarlas en la mesita de noche, y
luego tiro de ella hacia adelante, envolviéndola completamente en mis brazos,
asegurándome que no pueda ir a ninguna parte. Sus manos se posan en mis
espinillas y empiezan a acariciarlas, con la cabeza apoyada en mi hombro. Dios, me
encanta cómo me toca. Su respiración ha cambiado. Está cansada, pero sigue
acariciándome, y me doy cuenta que hace años que no me tocan con tanta delicadeza
y cuidado. No es un toque para incitar al sexo, solo movimientos suaves.
—¿Cuántos años tienes? —pregunta somnolienta, y me río suavemente,
preguntándome si alguna vez dejará de lado esto. Probablemente no. El hecho que
me lo haya preguntado dos veces en una hora es una prueba que lo tiene presente.
Y eso duele. Realmente importa.
—Veintitrés —respondo en voz baja, pasando la mano por su cabello, las sedosas
y suaves hebras se deslizan entre mis dedos con facilidad. Miro la parte posterior de
su cabeza, tragando saliva audiblemente, respirando, tratando de no pensarlo.
Pero es inevitable.
Me aterra que se me escape de las manos. Que se vaya y se lleve todo lo que
siempre he anhelado con ella.
Paz. Calma. Serenidad.
Por favor, no te vayas.
Me agacho y subo las mantas por encima de su cintura antes de rodearla de nuevo,
y mi nariz encuentra su lugar en el pliegue de su cuello.
Y decido que aquí y ahora, con su calor en mis brazos, tengo que hacer todo lo que
esté en mi mano para garantizar que no se me escape de las manos.
e he despertado con muchas mujeres en mi cama. Me he despertado y me
he encogido debajo de las sábanas. Me he despertado y he disparado
mentalmente mi cerebro. Me he despertado y he estado desesperado por
salir al aire libre para despejar mi cabeza.
Pero nunca me he despertado con una mujer en mis brazos. Nunca me he
despertado y he sonreído inmediatamente. Nunca me he despertado y he pensado
enviar a la mierda mi carrera matutina. En realidad, nunca me he despertado sin
sentir que necesitaba correr.
Esto. Es. Sin precedentes.
Ella está quieta, en paz. Estoy en paz con ella.
Dichoso.
Entonces siento que se mueve y mis brazos se cierran por voluntad propia.
—Ni se te ocurra, señorita —murmuro. No me muevo, no durante mucho tiempo,
y ella tampoco.
—Necesito usar el baño.
—Difícil —gruño, probablemente sin razón. En cambio, esto es tan agradable—.
Aguanta.
Estoy cómodo.
—No puedo —dice, entre risa y exasperación, tratando de separar mis brazos de
los suyos.
Me encojo de hombros con facilidad. Siempre voy a ganar. Tiene que
acostumbrarse a eso. Especialmente cuando ella es el premio.
—No te voy a dejar ir.
Nunca.
Con sensatez, cede, y sonrío por dentro, depositando un beso en su mejilla antes
de volver a relajarme, cerrando los ojos. Podría quedarme aquí todo el día. Esto es
increíblemente asombroso, simplemente... estar, pero siento que su cuerpo se
endurece. ¿Va a intentar escapar de mí otra vez? ¿Cuándo aprenderá esta mujer? Me
muevo rápido, haciéndola girar sobre su espalda, separando sus muslos con las
rodillas y clavando sus muñecas en la cama.
Trabajo.
Hecho.
Bueno, casi.
Empujo mi entrepierna hacia ella, sintiendo que las comisuras de mis labios se
crispan. Está sin aliento. Me mira asombrada. Un toque y es mía. Archivo
mentalmente ese conocimiento y me pongo a trabajar para mantener nuestra
felicidad, así como para mantener a Ava en su estado de ánimo. Me faltan muchas
cosas como hombre -no entraremos en detalles-, pero algo que tengo a mi favor es
mi talento en la cama, y utilizaré ese poder a mi favor cuando lo necesite, sin
disculparme. Como ahora, cuando ella necesita orinar. Pronto lo olvidará.
Hago un mohín, acercando y rodeando la punta de mi nariz con la suya.
—¿Has dormido bien?
—Mucho.
Mueve las caderas y yo me echo hacia atrás, con las cejas golpeando la línea del
cabello cuando se levanta. Intento contener mi sonrisa de suficiencia. Lo intento. Y
no lo consigo. Me desea. Me desea tanto.
—Yo también.
Deslizo mi boca por la suya tranquilo y suavemente, excitándola, haciendo que su
cuerpo pida más. Soy perezoso mientras la beso. Suave, lento y exasperantemente
sin prisas. Pero no necesito apresurarme. Tengo que seguir recordándomelo a mí
mismo. Ella ha visto la luz.
Y con ese pensamiento, suelto sus muñecas y bajo mi toque por su torso, sintiendo
cómo se retuerce, se arquea, se revuelve. Mi lengua rueda lánguidamente a través
de su boca, de comisura a comisura, sus gemidos son constantes, sus palmas en mi
trasero tratando de instigar mis movimientos. Se sale con la suya. Me levanto,
dejando que mi miembro caiga en su sitio.
—Me pierdo completamente en ti, señorita —susurro, resignándome a dejar sus
labios para poder observarla mientras me sumerjo lenta y profundamente en ella.
Un espectáculo. El placer en su rostro crispado. Los gemidos de complacencia. Sus
manos abandonan mi trasero y se posan en mi espalda, sus ojos se cierran. Oh, no,
no, no.
Me contengo para no marcar el ritmo, la fuerza de voluntad agota mis pulmones,
cada músculo se bloquea. No hasta que ella me mire. No me muevo hasta que ella
me mira.
—Mírame, Ava —rechino, mis dientes a punto de saltar por mi dura mordida.
Gracias a Dios, me escucha, abriendo sus ojos, y los miro, sin sentir nada más que
asombro. Real. Todo esto es real.
Ella quiere que me mueva, sus caderas se flexionan en señal de invitación, y
suspiro, convenciendo a mis músculos para que se aflojen, retirándome del calor de
su sexo y avanzando lentamente. La fricción es una tortura dichosa.
—Me encanta el sexo somnoliento contigo —susurro, con voz ronca.
Ella responde empujando hacia arriba, y trago saliva, luchando por recuperar el
control cuando mi miembro se sacude de placer.
—¿Es eso bueno, Ava?
Mantengo nuestras miradas fijas, y ella no tiene ningún problema en mantener
este nivel de intimidad.
—Sí.
—¿Más rápido? —pregunto.
—No, así, por favor, quédate así.
Buena respuesta, y muy satisfactoria, porque a ella también le consume este
momento. Ahora, esto es hacer el amor. Y eso es exactamente lo que estoy haciendo.
Literalmente. Creando amor. Demonios, lo que sentí anoche no fue un pensamiento
caprichoso. Como me temía, fue un pensamiento muy real y muy serio. Siempre creí
que sería imposible volver a amar. Ahora siento que es imposible no amar a esta
mujer. Cupido ha clavado su maldita flecha en mi corazón, el sádico bastardo, y me
ha recordado que, de hecho, tengo uno.
Siento que la frustración se apodera de mí, y trato en vano de quitármela de
encima. Las piernas de Ava suben y me rodean, sintiendo que su toque se vuelve
más ligero.
Amor.
¿Debo reducir mis pérdidas ahora? ¿Minimizar el control de daños? Porque,
¿cómo demonios podría esta mujer devolverme el amor?
Maldición.
Dejo de moverme y contemplo su rostro confuso. Es tan hermosa.
—Basta de sexo somnoliento —declaro, retirándome y volviendo a embestirla
brutalmente, dejando que mi frustración se apodere de ella. Jadea.
Maldita sea mi jodida historia.
Retrocedo, volviendo a embestir hacia delante.
Malditas sean mis estúpidas elecciones.
Retrocedo y empujo fuerte.
Maldita sea mi puta vida.
Bang.
Malditas sean mis debilidades.
Bang.
Maldita sea mi oscuridad.
Bang.
Maldita sea mi jodida alma negra.
Bang.
Me complace que Ava me agarre del cabello y tire de él, me reconforta el dolor. Y
cuando la beso y me muerde el labio, le pido que me muerda más fuerte. Que me
haga daño. Que me haga sufrir aquí y ahora, pero por favor, que me acepte. Mis
caderas trabajan sin cesar, deslizándome dentro y fuera de ella, mi cabeza a punto
de explotar con la presión de mis pensamientos y mi placer.
—Nunca te dejaré ir —le digo mientras la beso ferozmente.
—No quiero que lo hagas.
Aun así, las palabras me sacan de mi histeria. Ella no quiere que lo haga. Escúchala,
Ward. No lo dudes. Déjate de tonterías de autosabotaje. La miro y ella se retrae, mirando
hacia otro lado, diciéndome que no he conseguido borrar la irritación de mi rostro.
Maldita sea.
—Mírame ahora, Ava —ordeno con dureza, deseando poder controlar esta
frustración. No es ella, soy yo. Todo esto soy yo. Obligo a mi rostro a relajarse, a
ablandarse y, con suerte, a tranquilizarla—. Vamos a tener esta conversación cuando
tengas la mente sana y no estés loca de lujuria.
Vuelvo a encontrar mi ritmo y hago que volvamos a nuestros máximos de la
mañana antes de dejar que mis locos pensamientos lo arruinen. Pero ahí está el
problema. No son pensamientos locos.
Maldición, bésala.
Dejo que mi boca caiga sobre la suya, luchando por aire. Incapaz de respirar con
firmeza.
¿Es pánico?
¿Placer?
¿Ambos?
Mis ojos se cierran y me concentro, gimiendo como un maldito bebé cuando me
acaricia el cabello.
—Estoy cerca. —Mi liberación es fuerte—. Libérate conmigo, Ava. Dámelo.
Aumento mis movimientos, penetrándola de forma limpia y precisa, machacando
la negatividad. Y entonces ella grita. Y me sacudo.
—Eso es, nena.
Y mi miembro detona, llenándola hasta el borde, mi liberación viene y viene, sin
ceder, sin aflojar, sin darme un segundo para recuperar el aliento. Oh, mi Dios.
Mis músculos se rinden y me dejan caer en la cama sobre ella.
—No sé qué decir —murmuro en voz baja, conmocionado.
Y al parecer ella tampoco, porque se queda callada, y empieza a ser ligeramente
incómodo. De nuevo, mi culpa. Todos mis pensamientos, mi estado de ánimo, mis
duras palabras cuando ella dijo algo que realmente quería escuchar.
—¿Puedo usar el baño ahora? —pregunta, retorciéndose debajo de mí. Suspiro,
me deslizo y caigo de espaldas en la cama. ¿Qué he hecho?
Se desliza fuera de la cama y camina silenciosa pero apresuradamente por el
dormitorio, y mis ojos no se apartan de su figura huidiza hasta que cierra la puerta
tras de sí. La única razón por la que la dejo ir es porque se dirige al baño. Si hubiera
intentado marcharse, no puedo prometer que no la hubiera arrastrado hasta mi cama
como el cavernícola en el que parezco haberme convertido.
—Maldición —siseo, agarrando una almohada y golpeándola contra mi cabeza
repetidamente hasta que corro el riesgo de partir la maldita cosa y enviar plumas de
ganso por todas partes. La tiro a un lado y miro la puerta del baño. ¿Qué está
haciendo ahí? ¿En qué está pensando? Estúpido, Ward. Eres tan estúpido. Me gruño a
mí mismo y me dejo caer en el colchón, con los brazos extendidos.
Escucho la cadena y mi mirada se dirigen hacia la puerta. Aparece ella, muy
incómoda.
—Debería irme. Kate se preguntará dónde estoy.
¡Hazlo bien!
—Tal vez me gustaría que te quedaras aquí.
¿Así que digo eso? Jesús, necesito conseguirme un psiquiatra rápido antes de
arruinar esta oportunidad como es debido.
Su rostro de interrogación está justificado. La pobre parece completamente
perdida. Y yo también, porque desde que se escapó de mi cama, me siento como si
me hubieran arrancado los brazos.
—Necesita mi auto —continúa, ignorando mi afirmación, como debería. Porque
no es razonable—. ¿Me llevarás?
Esbozo una sonrisa de la nada y me comprometo mentalmente a controlar mi
conducta.
—¿Cómo se dice? —pregunto burlonamente.
Su sonrisa es como una descarga de presión en mi cabeza.
—Por favor.
Me levanto de un salto.
—Buena chica. Choca esos cinco.
Beso sus labios al pasar junto a ella hacia el baño, y mantengo nuestros labios en
contacto mientras regreso. Ella se mueve conmigo, prolongándolo hasta que estamos
en la puerta.
Volver. Al. Juego.
Ahora solo tengo que asegurarme de mantenerme al frente.
Me alejo y ella se tambalea un poco hacia delante, aturdida, sin aliento y sonrojada.
La dejo exactamente así, sonriendo mientras me doy la vuelta y abro la ducha. Soy
plenamente consciente que me estoy precipitando, ansioso por volver con ella y
aprovechar al máximo el tiempo que me queda hoy con ella. Que no es mucho. Pero
tengo que ser paciente. No agobiarla demasiado. Me río de mí mismo mientras tomo
una toalla y me seco, sin molestarme en recortarme la barba. Me hace perder un
tiempo valioso. Me pongo unos pantalones cortos, un polo Ralph y me subo el cuello
mientras me evalúo en el espejo. Me veo más joven. Más fresco. Más vivo. No es de
extrañar. Anoche y esta mañana, salvo ese pequeño bache, fue la experiencia más
increíble.
Agarro el teléfono y mi estado de ánimo decae en un instante cuando veo un sinfín
de llamadas perdidas de Coral. Tengo que bloquear su número. Tal vez incluso pedir
una orden de alejamiento. A la mierda mi vida.
Voy en busca de Ava y la encuentro agachada en el suelo de la cocina. Mira hacia
arriba. Prácticamente babea. Mi pecho se expande. Soy presumido. Sí, yo también
pensé que me veía bien hoy. Más joven. Más sexy. Es Ava. Los efectos de Ava.
Saco rápidamente mi hinchada cabeza de mi trasero cuando me doy cuenta de lo
que está haciendo.
—Necesito irme —dice, con las manos llenas de cristales.
Por el amor de Dios, ¿no le importa su bienestar? Inhalo mi fastidio, tragándolo.
Lo último que quiero hacer es dejarla con una mala nota. No. La dejaré deseando
todo el día que no haya sido una descarada anoche y se haya negado a pasar el día
conmigo.
—Dame. —Me agacho y acuno las manos para que me transfiera los fragmentos
antes de volcarlos en el fregadero—. Deberías haberlo dejado, Ava. Podrías haberte
cortado. —Me limpio las manos y tomo mis gafas de sol—. Lo arreglaré más tarde.
Tomo su mano, mis llaves y sus bolsas y la encamino fuera.
—¿Trabajas hoy? —pregunta, y hago una mueca.
—No, en La Mansión no se trabaja mucho durante el día —digo, disipando aún
más el enfado y lanzándole un guiño descarado. No sé de dónde demonios ha salido
eso. ¿Por qué demonios estoy guiñando el ojo? Probablemente para no gruñir. No
quiero ir a La Mansión. Quiero pasar el día con ella.
Abro la puerta y me encuentro con los hombres de la mudanza fuera.
—¿Señor Ward?
Hago pasar a Ava junto a ellos.
—Las cajas de la habitación de invitados van primero. Mi ama de llaves vendrá en
breve para ayudar con el resto. Tengan cuidado con el equipo de esquí y de bicicleta.
—¿Tienes un ama de llaves? —pregunta Ava.
—Es la única mujer sin la que no podría vivir. —Literalmente—. Ella se va a
Irlanda la próxima semana a visitar a su familia. Todo se desmoronará entonces.
—¿Cómo? —pregunta ella, y le devuelvo una sonrisa.
—No soy el hombre más domestico del mundo. —¿Será un motivo más para
añadir a su lista de razones para repelerme? ¿Quiere un tipo educado en el hogar
que cocine, limpie y planche? Me río para mis adentros. Toda mujer moderna quiere
eso. Pero ¿seguro que las habilidades en el dormitorio superan a las domésticas? Y
si no es así, debería serlo. Porque soy un maestro de lo primero, y estoy muy seguro
que Ava estará de acuerdo—. Soy mejor en el sexo —murmuro para mis adentros,
devolviendo mi atención hacia delante.
La ayudo a subir al asiento del copiloto y meto sus bolsas en el maletero antes de
saltar a su lado.
—¿Seguro que no puedo convencerte que pases el día conmigo?
La deslumbro con una sonrisa irresistible, acercándome a su rodilla y
acariciándola suavemente.
—Estoy segura —dice lentamente, entrecerrando los ojos, tomando mi mano y
retirándola.
Frunzo el ceño de forma juguetona, pero en el fondo es un ceño minucioso y
enfadado.
Testarudo.
Cuando nos detenemos afuera de Lusso, me bajo y respiro el aire puro, mirando
la fachada del edificio. Tengo un buen presentimiento sobre este lugar. Saco las
bolsas de Ava y le paso el bolso antes de cargar las otras en su Mini, mientras mi
mente da vueltas a posibles ideas para hacerla cambiar de opinión. No sé cuándo
voy a volver a verla, y tengo la horrible sensación que me dejará a la espera. Me
vuelvo y encuentro su atención en su teléfono, y hundo los dientes en mi labio,
pensando. ¿Qué hacer, qué hacer?
Ella levanta la vista. Se queda quieta. Me mira con atención. Luego se sacude
visiblemente de su estado de asombro. Dios, es exasperante. Abre la puerta de su
Mini y se desliza dentro, pero antes de poder cerrar la puerta, me estoy agachado a
su lado.
—Te llevaré a almorzar —declaro con seguridad, retando mentalmente a que se
niegue. Solo a comer. Unas horas para interrumpir mi día.
—Te lo dije, tengo muchas cosas que hacer.
Maldición.
—Cena entonces —intento.
—Te llamaré más tarde.
Todo en mí se hunde, sobre todo mi corazón. ¿Qué está tratando de demostrar
aquí, aparte que es un dolor desafiante en el maldito trasero? Sé que quiere verme.
—¿Me estás rechazando?
Sí, Ward, ¿no la has oído?
—No, te llamaré más tarde.
Alcanzo su muslo, un movimiento táctico, y luego me inclino y la beso hasta el
olvido. Otro movimiento táctico.
—Asegúrate de hacerlo —le ordeno, levantándome, dejándola aturdida, y
alejándome, sonriendo para mí mismo. Puedo sentir su deseo golpeándome en la
espalda mientras me voy—. Que tengas un buen día, querida —digo.
—¿Cuántos años tienes, Jesse?
Mi sonrisa decae. ¿De verdad vamos a hacer esto otra vez? Después de lo de
anoche, ¿sigue pensando en eso? Hago un mohín, girándome, pero sigo avanzando,
caminando hacia atrás.
—Veinticuatro —digo.
Ella se hunde notablemente.
—¿Cuántas veces tengo que preguntar antes de llegar a tu verdadera edad?
No soy tan engreído como para que me insulten. Está claro que no tengo
veinticuatro años.
—Bastantes, señorita —digo, mostrando una sonrisa descarada mientras me doy
la vuelta y me alejo.
Bastantes. Seguirá preguntando, pero ¿cuánto tiempo puedo evadirme?
Me subo al auto y salgo disparado, planeando mentalmente mi día. Tiene que
pasar rápido para que pueda llamarla mañana. Eso si no me llama ella primero. ¿Me
llamará primero?
Suena mi teléfono y suspiro. Vuelvo a la vida real.
—Sarah.
—¿Dónde desapareciste anoche?
Como si necesitara preguntar.
—Pasé la noche con Ava.
No ando con rodeos. Ella verá la alegría en mi mirada cuando llegue a La Mansión
de todos modos.
—Oh —susurra, y frunzo el ceño mientras recorro el terraplén. ¿Está sorprendida?
—Jesse...
—No lo hagas, Sarah —advierto, mi tono suena automáticamente mortal.
Hablando de un cambio drástico de humor. No solo me están privando de Ava
durante veinticuatro horas garantizadas, sino que además tengo que lidiar con un
sinfín de mierdas que me hacen sentir como una mierda, mientras me privan de la
única cosa que no me hace sentir como una maldita mierda. Aprieto los puños
alrededor del volante—. Estaré allí en breve.
Cuelgo y pongo el pie en el acelerador, resoplando mi fastidio.
Nada más aterrizar en mi despacho, me pongo directamente en el portátil y busco
un miembro de interés en el sistema. Marco el número que tenemos registrado y me
relajo en la silla, tamborileando con los dedos sobre el escritorio.
—¿Hola? —Su acento suena más fuerte a través del teléfono.
—Soy Jesse Ward —digo, y escucho su sorpresa en forma de sutil inhalación—.
Espero que no te importe que te llame.
Y que te exprima el cerebro hasta el cansancio.
—Claro que no. ¿Cómo estás?
No llamé para una agradable charla de amistad. La última vez que vi a esta mujer,
estaba desnuda en mi cama cuando me desperté. Tengo que ir al grano antes que
suponga -o espere- que estoy llamando para el segundo asalto.
—Estoy bien —respondo, intentando que sea agradable—. ¿Y tú? —Dejo de
tamborilear con los dedos y escucho con atención—. Hace tiempo que no te veo por
aquí.
Me acobardo en cuanto digo esas estúpidas palabras, pero necesito saber qué pasa
con su marido. Estoy rezando mentalmente a todos los dioses que existen para que
la razón por la que no ha estado por aquí últimamente sea porque han hecho las
paces y Van Der Haus ha prometido mantener su miembro en los pantalones. Y a
cambio, ella se mantendrá alejada de mi establecimiento.
—He estado en Dinamarca —dice—. Visitando a mi madre.
—¿Y tu marido?
—Es un asqueroso mujeriego.
Me hundo en mi silla. No necesito preguntar más.
—Nos vamos a divorciar —continúa. Quiero llorar para mis adentros. Vi la forma
en que Mikael Van Der Haus miró a Ava.
Un gruñido bajo y retumbante se abre paso desde los dedos de mis pies. Tengo
que saber a qué me enfrento.
—¿Lo sabe?
—¿Acerca de nosotros?
¿Por qué las mujeres dicen eso? ¿Nosotros? ¿Como si hubiera algo más que un
buen polvo?
—Que hemos follado, sí.
—¿Por qué lo preguntas?
Cierro los ojos, con la cabeza pesada, las yemas de los dedos alisando las arrugas
de mi frente. ¿Cómo respondo a eso? ¿Le digo que hace poco he adquirido una mujer
con la que me he obsesionado un poco y que me preocupa que su baboso marido se
entere y se vengue? ¿Ava se sentiría atraída por él? Dios, se está poniendo nerviosa
por mi edad, y sé que Van Der Haus tiene al menos cuarenta años. Pero él tiene esa
cosa suave y afable en marcha. Y un acento. Todo refinado y caballeroso. Hago un
mohín interior. Puedo ser un caballero.
Cuando quiero serlo.
Sin embargo, una cosa es segura. No será un soplón en el dormitorio. Entonces,
¿por qué estoy empezando a sudar?
—Lo pregunto porque no quiero que La Mansión sea arrastrada a su partido de
barro en el tribunal.
Porque no te equivoques, ella estará tratando de secarlo. ¿Necesito recordarle el
contrato?
—No te preocupes. Me gustaría mantener mi membresía, gracias.
Mi labio se curva. Estupendo.
—¿Y? —pregunto.
—No sabe que me ataste, me amordazaste y me follaste por detrás, no.
Me estremezco en mi silla.
—Es bueno saberlo —murmuro, empezando a sentirme ya exhausto, y solo llevo
aquí cinco minutos—. Bien hablado.
Cuelgo y saco el número de Ava. La llamo. Solo para escuchar su voz. Solo para
nivelar mi estado de ánimo. Miro mi Rolex. Solo ha pasado una hora desde que la
dejé. ¿Demasiado?
Dejo caer mi frente sobre el escritorio, dándole un buen golpe, con el teléfono
apretado en mi puño. También le doy un buen golpe al escritorio. Todo lo que tenía
que hacer era pasar el día conmigo. No es mucho pedir.
Llaman a la puerta y alguien entra. Permanezco desplomado sobre mi escritorio,
pero consigo levantar un poco la cabeza para ver quién es. John me mira por encima
de sus gafas. Sacude la cabeza. Y se va sin decir nada.
Acerco mi portátil. Flores. Envíale flores. Montones de flores. Necesito enviarle
constantemente flores o libros o... cualquier cosa, solo para recordarle que estoy aquí.
O una flor. La flor que le recuerda a mí. Una elegancia discreta. Sonrío, me relajo en
mi silla y la veo en mi mente, mirándome mientras acepta la única cala. ¿Cuánto más
aceptará? Las flores, sí. Mi cuerpo, sí. ¿Esta necesidad incesante de verla todos los
días? Eso espero. ¿Mi mansión? Recorro con la mirada mi despacho, mis ojos se
posan en el armario que aún está cargado de alcohol. ¿Mi historia? Trago saliva, con
la mano apoyada naturalmente en el bajo vientre. Historia, Ward. Todo es historia. Y
seguirá siéndolo.
Vuelvo a sumergirme en mi portátil para pedir las flores, levantando la vista
cuando Sarah entra, con los ojos puestos en su teléfono. Cierro el portátil de golpe.
—Estás aquí —dice sin levantar la vista.
—Estoy aquí —confirmo, deseando no estarlo—. ¿Qué está pasando?
Ella mira hacia mí. Definitivamente, retrocede.
—Te ves... estresado.
Me pongo de pie y rodeo mi escritorio. Es este lugar. Obviamente, no puedo
ocuparme de él cuando estoy sobrio.
—Me estoy mudando hoy —digo con desgana, pasando junto a ella—. Tengo
muchas cosas en la cabeza. —No he pensado ni una vez en que hoy me mudo. Ni
una sola vez. Tengo que llamar a Cathy—. ¿Cómo van las habitaciones?
Sarah me sigue, con sus tacones golpeando el suelo. Eso también me irrita.
—Todas las vigas están ahora reforzadas. ¿Y los diseños? ¿Cómo van?
Buena pregunta. Necesito que Ava vuelva aquí, y no solo para diseñar. Cerca.
Mantenerla cerca. Es joven, hermosa, ambiciosa. Es solo cuestión de tiempo antes
que un partido más adecuado venga y la barra de sus pies. Un hombre más joven,
íntegro. Frunzo el ceño. No está sucediendo.
—Estupendo —miento, mientras pasamos por el salón de verano—. ¿Y la fiesta de
aniversario?
—Se han enviado las invitaciones.
Faltan cuatro semanas para nuestra glamurosa fiesta-orgía anual. Me confesaré
con Ava antes de eso. Le diré lo que realmente es este lugar, y entonces podrá venir.
Ser mi cita. Obviamente, no se apartará de mi lado. O pondrá un pie en la sala común.
Asiento para mí mismo. Cuatro semanas. Puedo hacerlo.
—¿Cómo fue anoche? —pregunta Sarah conforme subo las escaleras.
Miro por encima de mi hombro, encontrando lo que sabía que encontraría.
Curiosidad.
—¿La inauguración? Deberías saberlo, estabas allí.
Doy la vuelta al rellano de la galería, dirigiéndome al ala nueva. No voy a hablar
con Sarah sobre Ava. Podría decir algo de lo que me arrepienta como ayer y verme
obligado a disculparme por la culpa.
—Ella no sabe lo que sucede aquí, ¿verdad?
Mis dientes rechinan.
—Todavía no. —Si se ríe, no puedo prometer que no vaya a perder la cabeza—.
Pero lo hará —añado, preguntándome cómo demonios voy a decírselo a Ava. Ella
cree que soy un hotelero, por el amor de Dios.
—¿Piensas mantenerla cerca, entonces?
Me detengo justo antes de la entrada del ala nueva y me giro para mirar a Sarah.
—Necesito que te hagas a un lado.
Su rostro se relaja. Eso también me enfada.
—Solo estoy cuidando de ti.
—No necesito que me cuides, Sarah. —Muevo hacia arriba mi estructura alta y
bien construida—. Soy adulto, por si no te has dado cuenta.
Me mira con cansancio.
—Eres vulnerable.
Me río.
—¿Qué?
—En caso de haberlo olvidado, eres un maldito millonario, Jesse. Y ella es mucho
más joven que tú.
Hago una mueca de disgusto.
—¿Estás insinuando que solo me quiere por mi dinero? Patéame las tripas, ¿por
qué no lo haces? —Hago un movimiento hacia abajo de mi cuerpo—. Este cuerpo es
el más deseado por estos lugares, así que toma tu conclusión sobre las intenciones
de Ava y métetela por el trasero.
Me doy la vuelta y me alejo, oyendo a Sarah reír mientras me sigue.
—Este trasero no está muy apretado después de lo de anoche, la verdad.
Hago una mueca, abriéndome paso por la última puerta.
—Demasiada información —digo, pero al mismo tiempo sonrío, recordando la
noche anterior, la cocina, el dormitorio, el éxtasis. Las mejillas sonrojadas de Ava. Su
asombro. La facilidad con la que me aceptó en su cuerpo. Todos los signos son
positivos. ¿Pero qué hay de su corazón? ¿Me aceptará en él?
—Solo estoy señalando lo obvio —continúa Sarah—. Como estoy segura que
muchos lo harán.
Suspiro, desinflándome. Muchos pueden irse a la mierda. Además, es un punto
discutible, porque la señorita O'Shea ha hecho todo lo posible para resistirse a mí.
Lástima para ella, soy irresistible. Y persistente. Si estuviera interesada en mi dinero,
habría saltado a la cama conmigo a la primera oportunidad. Ella no es así. Es
diferente a todo lo que conozco, y eso la hace más maravillosa.
—Hazme un favor, Sarah —digo, inspeccionando las vigas terminadas—. No te
metas en mi relación con Ava.
—¿Así que es una relación? —pregunta ella, sorprendida—. ¿Tú? ¿En una
relación?
Mis hombros caen. No puedo ofenderme. Es bastante divertido.
—He terminado aquí. —Me voy, he terminado por hoy—. Tengo que recoger a
Cathy de mi apartamento.
—¿Qué pasa con las renovaciones de socios que puse en tu mesa?
—Que John se ocupe de ello.
No puedo pensar con claridad, mi mente rebota entre la plenitud y la satisfacción
más arraigadas, hasta el temor y la duda.
Necesito una distracción, y no la obtengo aquí.
l imbécil de Chris se reúne con nosotros en Lusso para darme los códigos
que necesito para las puertas y el ascensor. Definitivamente tiene un resorte
a su paso. Por lo visto, el conserje no llega hasta mañana, así que la seguridad
lo cubrirá y debo solicitar un cambio de código lo antes posible.
Después de despedirlo, llevo a Cathy al ático, sonriendo ante sus constantes
sonidos de asombro.
—He comprado lo esencial —dice, entrando en la cocina y abriendo la nevera.
Empieza a sacar frascos de mantequilla de maní y los coloca en la estantería—. Pero
tendrás que ir al supermercado por otros suministros. —Cierra la puerta y pasa la
mano por la encimera, luego hace un gesto, frotando los dedos—. Esto no servirá —
murmura, sacando por arte de magia una botella de limpiador de cocina de su bolso
y atacando todas las superficies a la vista. Me alegro. Anoche hubo docenas de
personas aquí, y me alegraré de haber limpiado todas sus huellas dactilares de mi...
casa. No es un alquiler, no es una casa de acogida. Un hogar.
Dejo a Cathy, colocando sus maletas a un lado y dirigiéndose al salón. Las cajas se
amontonan por todas partes, y soplo aire, preguntándome por dónde demonios
empiezo.
—¿Cuándo vuelves a Irlanda, Cathy? —pregunto, tomando una caja al azar y
quitando el precinto.
—Por la mañana, muchacho —dice, y suspiro. Las cajas siguen apareciendo en los
rincones, debajo de las mesas, detrás del sofá—. Hoy haremos todo lo que podamos.
Luego tendrás que sobrevivir sin mí hasta que vuelva.
Me agacho, abro la caja e inmediatamente deseo no haberlo hecho. De los cientos
que hay por todas partes, ¿he elegido esta? Se me aprieta el corazón cuando saco una
fotografía enmarcada de Jake y yo. Mis ojos escuecen. Se me hace un nudo en la
garganta. Me mira fijamente, sus ojos centellean locamente, su sonrisa es brillante.
Vivo. Y por si no estuviera lo suficientemente triste, saco otra foto. Una niña me
devuelve la mirada. Mis manos empiezan a temblar, mi visión se nubla.
—¿Jesse? —pregunta Cathy en voz baja, y me aclaro rápidamente la garganta,
restregándome las mejillas con brusquedad. La miro y sonríe con tristeza. No puedo
soportarlo. Me pongo de pie y llevo las fotos al aparador más cercano, abriendo un
cajón y deslizándolas. Jake y Rosie no merecen estar escondidos, pero ahora no
puedo. Cathy no murmura una palabra. Ella sabe que es mejor no plantear una
conversación que nunca quiero tener.
—Empezaré por mi armario —digo, subiendo las escaleras.
No voy al armario. Me dirijo directamente al cuarto de baño y cierro la puerta,
limpiándome bruscamente las mejillas mientras resoplo el dolor sofocante. Dios, los
echo de menos. Todos los malditos días.
Me recuesto pesadamente contra la puerta, con la cabeza entre las manos, las
palmas apretando las sienes en un intento de alejar las visiones. Alcohol. Bébelo todo.
A la mierda la forma de superar el dolor.
—Maldición —musito, mis ojos se posan en el tocador.
Ava.
Ella está en todas partes aquí. Está por todas partes de todo el ático. Mi corazón
late. Jesús, lo tengo mal. Sea lo que sea.
Quise decir lo que dije. Sabía que una vez que hubiera intimado con ella, sería mía.
Más vale que lo crea.
De repente me sacudo hacia adelante, por cortesía de la puerta que es empujada
desde el otro lado.
—Oye, Jesse, mi hombre, ¿estás ahí?
Me aclaro la garganta.
—Sí. —Retrocedo cuando Sam abre la puerta. Tiene el mismo aspecto arrugado
de siempre.
—¿Bautizando tu nuevo baño? —pregunta, sonriendo.
No, estaba teniendo una pequeña crisis nerviosa. Paso junto a él y tiro una de las
maletas sobre la cama. La cama obscenamente descomunal. Pronto estará en ella.
—Que me jodan, hombre, este sitio es otra cosa —dice Sam, hurgando en mi
habitación—. Puedo ver por qué te has ido de La Mansión.
Se tira en mi cama, con los brazos y las piernas abiertas.
Saco una pila de jeans y los llevo al armario.
—¿Dónde está Drew?
Estoy planeando mentalmente una improvisada inauguración de la casa mientras
encuentro un hogar para mis jeans, solo nosotros tres. Aquí. Esta noche. Me
mantendrá ocupado un tiempo más hasta que sea aceptable llamarla.
—Está trabajando esta mañana. Dijo que vendría más tarde. —Sam aparece en la
puerta, con las manos metidas en los bolsillos—. ¿Estás bien, amigo? —pregunta,
con sus ojos preocupados recorriendo mi cuerpo—. Pareces...
Si dice que parezco estre…
—Estresado —termina, ladeando la cabeza—. Vamos, díselo al tío Sam.
Me río en voz baja, agradeciendo los intentos de Sam por aligerar mi estado de
ánimo.
—Tienes treinta años. Deja de hablarme como si tuvieras el doble.
Paso por delante de él para entrar en el dormitorio.
—¿Qué pasa con la preciosa diseñadora de interiores?
Me detengo en la cama, buscando qué decirle.
—Nada.
Saco una pila de camisetas negras, oyéndolo reírse para sí mismo.
—Así que viniste aquí anoche para hacer contactos, ¿no? ¿Ofrecer membresías
gratuitas a La Mansión?
Frunzo el ceño y me enfrento a él.
—¿Cómo sabías que estaba aquí?
—John —dice, y frunzo el ceño—. Estoy preocupado por ti, hombre. No has estado
mucho por La Mansión esta última semana. Todo el mundo habla.
—Déjalos hablar. —Vuelvo al armario—. No pasa nada con la diseñadora de
interiores.
—Seguro —le escucho decir en un suspiro. Me entrega un montón de camisetas
grises, y evito sus ojos mientras las acepto, colocándolas en un cajón debajo de las
negras. No estoy seguro de por qué soy tan cauteloso. O tal vez sí. La reacción de
Sarah me escuece—. Entonces, ¿cuál es el plan? —pregunta.
—Deshacer las maletas, comer y relajarme de una maldita vez.
—Choca esos cinco —canturrea, levantando una mano. Lo dejo colgado, pero le
doy un empujón en el hombro bromeando al pasar, soltando una carcajada.
—Jesse —llama Cathy—. Jesse, ¿dónde diablos estás?
—Dormitorio principal —grito, cerrando la primera maleta vacía y dejándola a un
lado mientras Sam recupera otra.
—Ah, ahí estás. Es como encontrar una aguja en un pajar —dice sacando el
plumero y dando un rápido repaso al pomo de la puerta—. Ha llamado un hombre.
He contestado al telefonillo que hay junto a la puerta. Hay alguien que quiere verte.
Levanto la vista bruscamente.
—¿Quién?
—Una dama. Le dije que no la dejara subir porque no sé quién es. Está esperando
en el vestíbulo.
Se vuelve a meter el plumero en el delantal, y le agradezco en silencio que sea tan
precavida.
—¿Nombre? —pregunto, sintiendo la mirada interesada de Sam en mi costado.
—No quiso decirlo.
—Maldita sea, ya te han olfateado. —Sam se ríe mientras empieza a abrir la
segunda maleta—. ¿O podría ser la diseñadora de interiores?
—Cállate, Sam —murmuro, dándole a Cathy un agradecido gesto en el hombro al
pasar, dirigiéndome a la planta baja.
—¿Diseñadora de interiores? —Pregunta Cathy, con demasiado interés en su
tono—. ¿Quién es la diseñadora de interiores?
—Es la diseñadora de interiores —digo en voz alta mientras bajo las escaleras,
oyendo a Sam reírse de nuevo. Ava es una de las únicas personas que saben dónde
vivo ahora. ¿Podría ser ella?
Mi ritmo aumenta y el trayecto hacia abajo en el ascensor es el más largo de mi
vida, pero me da tiempo para razonar conmigo mismo. Por supuesto que no es Ava.
¿Por qué iba a ocultar su nombre? O... ¿quiere sorprenderme?
Las puertas se abren. Mi esperanza aumenta.
Y muere.
La mujer de Mikael se levanta de una de las sillas.
—Jesse —dice.
—Freja —musito, mis piernas no quieren sacarme del ascensor—. ¿Qué haces
aquí? —La pregunta más estúpida que jamás se haya hecho.
Se acerca, cautelosa, como debe ser.
—¿Podemos hablar?
—¿Qué ocurre?
—Nosotros —dice ella, deteniéndose fuera del ascensor.
—No hay un nosotros, Freja.
Retrocedo, alcanzando el botón, pero su mano sale y evita que las puertas se
cierren.
—¿Por qué la llamada de esta mañana?
—Ya te dije por qué.
Su cabeza se inclina, su cabello rubio cae sobre su hombro. Sus ojos parecen
vidriosos. Triste. Y maldito sea mi corazón por sentir estos días. Inspiro y salgo,
indicándole que se acerque a una de las sillas del vestíbulo mientras compruebo que
estamos solos. Me llaman la atención las flores que le envié a Ava, que todavía están
en la mesa del conserje. Se me arruga la nariz. Deberían estar en la habitación de
Ava. Debería estar mirándolas y pensando en mí.
Freja se sienta, con un aspecto repentinamente esperanzador más allá de su
tristeza, y yo me resigno a desgranarlo. Tomo la silla frente a ella y me froto
rápidamente la frente.
—¿Cómo sabes dónde...?
—¿Vives?
Me mira como si fuera una pregunta estúpida, porque, por supuesto, lo es. Su
pronto ex marido es uno de los promotores de este edificio, y compré el maldito
ático.
Me inclino hacia delante, apoyando los codos en las rodillas.
—Necesitas hacer como si lo que ha pasado no hubiera sucedido —digo lo más
suavemente que puedo—. El Señor sabe que hay muchos hombres en La Mansión
dispuestos a atarla si eso es lo que quiere. Yo no puedo ser uno de ellos.
—Es fácil para ti decirlo.
Tiene razón. Lo es, y no estoy en posición de cuestionar por qué es así en estos
días.
—No estaré en La Mansión tan a menudo como solía hacerlo.
O borracho como solía estar.
—¿Por qué?
—Tengo otros intereses que llenan mi tiempo en este momento.
Escúchame. ¿Otros intereses? ¿Quién me creo que soy? Suspiro, dejándome caer
en la silla. No se me da bien razonar con las mujeres. No se puede razonar con ellas.
—¿Puedo preguntar qué?
—No —respondo rotundamente—. Freja, La Mansión no es un lugar al que se va
para encontrar el amor. Es un lugar al que se va a follar.
—¿Ahora, estoy enamorada de ti? —Pregunta ella, enderezando los hombros—.
¿Quién ha hablado de amor?
—Así que solo quieres que te ate de nuevo, ¿no? Porque hay cientos de miembros
en La Mansión dispuestos a hacerlo. ¿Vas a aparecer en sus casas pidiendo hablar?
Se marchita un poco, mirando hacia otro lado, y me encuentro frotando mi frente
de nuevo.
—Freja, concéntrate en ti por un momento. —¿Qué soy, un maldito entrenador
personal? Me río para mis adentros, levantándome de la silla—. Tengo visitas.
Freja se levanta, se echa el bolso al hombro, negándose a mirarme. Me siento como
una mierda. Estar sobrio me provoca demasiadas emociones que no sé cómo
manejar. Se da la vuelta y se aleja, con la cabeza en alto, tratando de recuperar algo
de autoestima. La puerta se abre desde el otro lado, y Drew se aparta, dejándola
pasar, siempre como un imperturbable caballero. Sus ojos siguen el camino de Freja,
con el ceño fruncido.
La reconoce. Estupendo.
—Hola —digo, atrayendo su atención hacia mí. Nunca he conocido a un hombre
que tenga un aspecto constante y sistemáticamente impecable. Lleva toda la mañana
trabajando y parece que su traje acaba de llegar de la tintorería. ¿Y su cabello? Ni un
solo mechón fuera de su sitio. Sin embargo, sus ojos azules parecen cansados—.
¿Tarde? —pregunto, caminando hacia el ascensor. Todas las noches son tarde para
Drew.
—¿Qué hacía ella aquí? —pregunta, poniéndose a mi altura y entrando en el
ascensor.
—No es lo que piensas.
—Nunca es lo que nadie piensa —dice Drew con rotundidad—. Entonces, ¿qué
estaba haciendo aquí?
—Está enamorada de mí.
Drew se burla.
—Debe ser muy duro ser un semental.
Lo deslumbro con una sonrisa que podría iluminar el edificio.
—¿Quieres algunos consejos?
—Vete a la mierda.
Endereza los hombros, tirando de la chaqueta del traje, y me río. Se lo he dejado
claro a Freja. Es una cosa menos de la que preocuparme entre las docenas de cosas
de las que me tengo que preocupar. Solo tengo que esperar que Mikael no descubra
que me he acostado con su mujer, que no descubra que estoy saliendo con la bella
diseñadora de interiores a la que sé que le ha echado el ojo, y que no le diga a esa
bella diseñadora de interiores que me he acostado con su mujer. En realidad, no es
tanto que me haya acostado con su mujer, ya que entonces no conocía a Ava. Mikael
sabe lo que es La Mansión y eso seguramente surgiría en una conversación con Ava.
Jesús, incluso podría pensar que ella es miembro. Sexualmente aventurera. Abierta
a un encuentro con él. Jesús.
Así que, sí. Mikael no puede saber lo de Ava y yo.
—Si alguien por aquí está dando consejos —dice Drew—, soy yo.
Estoy a punto de preguntarle si tiene algún consejo para un hombre despistado
que cree haber encontrado a la elegida, pero entonces recuerdo con quién estoy
hablando. Drew no reconocería el amor, aunque lo abofetease en el rostro con un
consolador. El hombre es impenetrable. Probablemente más despistado que yo. Y
definitivamente más pervertido. De hecho, es una pura basura.
Lo dice el hombre que se folló el trasero de una mujer sin preparación para poner a prueba
sus límites y sus sentimientos hacia él.
El ascensor se abre y Drew sale, dejando mi ceño fruncido escondido en un rincón.
No estaba probando sus límites. ¿Lo estaba haciendo? Sacudo la cabeza, siguiendo a
mi amigo. No, estaba probando lo receptiva que es conmigo. Cuánto confía en mí.
Cuánto le gusto. Su aceptación. Porque una cosa que sé es que, si una mujer no está
muy interesada en un hombre, definitivamente no le dejaría tomar su trasero. A no
ser, por supuesto, que fuera un miembro de La Mansión. Y Ava no lo es.
—Qué pozo total —dice Drew, completamente inexpresivo, mientras atraviesa el
salón hacia la cocina—. Y hazte un favor y deshazte de Coral. —Mis ojos se amplían
mientras lo sigo a la cocina, encontrándolo con el rostro en la nevera—. ¿Mantequilla
de maní? ¿Es todo lo que tienes para ofrecer?
—Aléjate de la mantequilla de maní —advierto mientras da un portazo
disgustado. Lo quito de en medio y la abro de nuevo, sirviéndome un frasco.
Maldición, empiezo a sentirme estresado otra vez. Quito la tapa y me sumerjo en
él—. ¿Qué ha pasado con Coral?
Drew apoya su trasero contra la encimera.
—Una humeante borrachera. Otra vez.
—¿Anoche? —Pregunto, y él asiente con el rostro en su teléfono—. Sarah no lo
mencionó.
—Sarah no tuvo que ocuparse de ello. Estaba ocupada en la sala común. John se
ocupó de ella. La llevó a su casa.
—No lo mencionó —musito, chupándome lentamente el dedo, pensativo,
mientras Drew teclea la pantalla de su teléfono. ¿Por qué no lo mencionó? Necesito
saber este tipo de cosas.
—Dijo que no quería molestarte. —Levanta la vista, guardando su teléfono—. Dijo
que ya tenías bastante con lo tuyo. —Su cabeza se inclina—. ¿Algo que ver con una
bonita diseñadora de interiores?
Meto el dedo en el frasco y en la boca, ganando tiempo. ¿Qué puedo decir? Por
suerte, no tengo que decir nada. Sam dobla la esquina hacia la cocina con Cathy a
cuestas, sus manos llenas de cosas de limpieza. Su sincronización es impecable.
Drew mira, horrorizado.
—No estoy limpiando —declara, y Cathy se ríe—. He venido a relajarme antes de
ir a desahogarme a La Mansión...
Cierra la boca, mirando a Cathy.
—¿En La Mansión, querido? —pregunta entre risas, dejando el cubo sobre la
encimera. Se quita un guante de goma, que se rompe, perforando el aire—. ¿Crees
que encajaré?
Rio a carcajadas, al igual que Sam, y los ojos de Drew se abren dramáticamente.
—Como un sueño —murmura, lanzándome una mirada suplicante, como
diciendo, sácame de aquí.
—Ahora —dice Cathy, mirándonos a todos, un momento a los ojos—. ¿Qué tal si
les preparo la cena antes de ir a hacer la maleta para mi viaje?
—¿A dónde vas, Cathy? —pregunta Sam, acomodándose en un taburete.
—Irlanda, querido. A visitar a la familia durante unas semanas.
—¿Unas semanas? —Me mira—. Te echaremos de menos, estoy seguro, ya que
Jesse ha decidido repentinamente mudarse de La Mansión.
Frunzo el ceño y Drew me mira con interés.
—Vete a la mierda —digo, dándole una última sumergida con mi dedo a mi vicio,
antes de volver a meterlo en la nevera—. Sobreviviré bien. —Me acerco a Cathy y le
doy un beso en la mejilla—. Gracias por el ofrecimiento, pero deberías ir a casa a
hacer la maleta. Te llevaré.
—Eres un buen chico, Jesse. —Me da un cariñoso restregón en la mejilla antes de
agarrar una botella de lejía y salir de la cocina—. Voy a terminar los baños.
—Entonces, ¿cuál es el plan? —Pregunta Sam, dando una palmada y frotándose
las manos—. Ah, ¿y quién era el visitante?
—Nadie —respondo.
—Freja Van Der Haus —interviene Drew, conteniendo una extraña sonrisa,
señalando mi figura meditabunda—. Está enamorada de aquel cabezón.
—Mismo día, diferente historia —murmura Sam, dirigiéndose a la nevera y
abriendo la puerta—. ¿Mantequilla de maní? ¿Es todo lo que tienes para ofrecer?
Por primera vez, me doy cuenta que ambos chicos han aparecido con las manos
vacías. Les dirijo una mirada interrogativa.
—¿No han traído cervezas? —pregunto. Siempre traen cervezas.
Sam mira a Drew. Drew mira a Sam. ¿Qué está pasando?
—Estoy conduciendo —anuncia Drew—. Dije que estaría en La Mansión más
tarde.
—Sí, y yo.
—Consigue un taxi —sugiero. Suelen hacerlo.
Mis dos amigos empiezan a moverse con torpeza, y la moneda cae en mi rezagado
cerebro.
—Me están tomando el pelo, maldición —digo, pasando por delante de ellos y
agarrando las llaves—. Me voy a la tienda a comprarles unas malditas cervezas. —
No puedo enfadarme con ellos. Son amigos. Buenos amigos—. Y yo mismo les dejaré
en La Mansión más tarde.
—¿Por qué? —dice Sam.
Miro por encima de mi hombro y lo encuentro sonriendo levemente.
—Porque no estoy bebiendo —respondo, desapareciendo por la esquina hacia la
puerta.
—¿Y eso por qué? —grita Drew.
Esta vez no me molesto en contestarles. No necesito hacerlo. Soy un idiota si creo
que no están detrás de mí. Tal vez más tarde me abra a ellos. Hablar. Conocer sus
pensamientos.
Me río. Solo los maricas discuten los problemas de mujeres...
Espera...
¿Tengo problemas con mujeres?
ue bueno pasar tiempo con los chicos en algún lugar que no fuera La
Mansión por una vez. Realmente bueno. Disfrutamos una cena por encargo,
hablamos como mujeres y nos reímos. Su ayuda para distraerme fue más
apreciada de lo que nunca sabrán. O tal vez lo sepan. Por supuesto que lo
saben. Pero el alcohol no es lo único que intento evitar. También estoy intentando
con todas mis fuerzas no llamar a Ava. No quiero que piense que no puedo dejarla
respirar.
Me di cuenta que tanto Drew como Sam estaban ansiosos por llevar sus traseros
privados a mi lugar de placer después de unas cuantas horas de humillación en mi
nuevo hogar, así que los llevé hasta allí. No entré. Los dejé en la entrada y me alejé
de allí antes que aparecieran más mujeres. Puede que haya pasado por la casa de
Ava de camino a casa. Puede que me haya detenido y haya mirado hacia la ventana
donde estaba la luz encendida. Puede que me la haya imaginado en la cama. ¿Estaba
en la cama? ¿Qué estaba haciendo? Seguramente estar acurrucada conmigo habría
sido mejor.
¿Ahora te acurrucas, Ward?
Volví a Lusso con rostro malhumorado y me metí en la cama. Me quedé mirando
la fotografía de las barcas durante una eternidad, luchando constantemente con la
exigencia de mi mente de llamarla. Solo llamarla. O enviarle un mensaje de texto.
Envíale un mensaje y dile que estás pensando en ella.
Me dormí con el suave sonido de su risa persiguiendo mis sueños.
El lunes me despierto de mal humor. Ayer fue un puro infierno, me lo pasé
pateando los talones por mi nueva casa, luchando constantemente con mi mente
oscilante. Llamarla. No llamarla. Enviarle un mensaje de texto. No enviarle mensajes
de texto. Sinceramente, podría haberme llevado a la bebida. Si esto es ella jugando a
hacerse la difícil, lo odio. Es estúpido. Y sin sentido. Así que hoy las cosas cambian.
Ha tenido suficiente espacio para respirar. Y como, aparentemente, la necesito para
seguir respirando cómodamente, la veré hoy, le guste o no. Prefiero que le guste, por
supuesto.
Después de mi carrera matutina, me ducho, me visto con mi mejor traje gris y me
dirijo a la librería que he buscado antes en Google. Pago y me dirijo a la amable
florista. Escribo una nota, sonriendo en todo momento, le doy instrucciones
específicas y una dirección. Me voy sintiéndome bastante satisfecho conmigo mismo.
¿Ves? Un caballero. Romántico. Puedo hacerlo.
Cuando llego a La Mansión, encuentro a John en el bar. Parece que está a punto
de ir a una carnicería, con el rostro marcado por la irritación. Casi me da miedo
preguntar.
—¿Todo bien? —digo con dificultad mientras me siento en un taburete a su lado.
—Vete a la mierda, hijo de puta. —Se toma un trago de agua, se gira hacia mí y
mira de arriba a abajo mi traje mientras yo lo ignoro. Luego mueve la cabeza en
dirección a nuestra espalda. Levanto el cuello y encuentro a Coral en uno de los
asientos del banco, con la cara aplastada en el lujoso material—. Arréglalo —sisea—
. Porque no estoy aquí para lidiar con mujeres borrachas y enfermas de amor. —Deja
el vaso de golpe y me sobresalto—. Si no le revocas la membresía, lo haré yo.
Bueno, bienvenido de nuevo a La Mansión.
Exhalo con cansancio, dejándome caer sobre la barra. Tengo que alejarme de Coral
o se hará una idea equivocada. Vuelvo a mirar hacia atrás cuando escucho
movimientos detrás de mí. Maldición, se está despertando. No puedo estar aquí. Me
levanto y me apresuro a salir del bar, escuchando a John maldiciendo mientras me
sigue.
—Lo siento, amigo —murmuro.
Estoy tentado de soltar a Sarah sobre Coral si esto sigue así. Por el amor de Dios. Me
llevo la mano a la frente y froto las arrugas del ceño. Debo haber envejecido diez
años en la última semana, y envejecer no es algo que deba hacer pronto cuando estoy
tratando de cortejar a una veinteañera.
Veo a Sarah en una mesa de la sala de verano con otra señora, mirando unos
folletos.
—Ah, aquí está —dice, levantándose de un salto de la silla.
—Ciertamente lo es —musita la mujer mientras se pone en pie, sus pechos
definitivamente marcados, con una sonrisa tímida—. Señor Ward, qué placer verte
de nuevo.
¿De nuevo? No la he visto en mi vida. Sarah debe captar mi ceño fruncido porque
me salva de insultar a la mujer, que parece muy encantada de verme.
—Chrissie me ayuda a planificar la fiesta de aniversario cada año.
Todavía no la recuerdo. Jesús, realmente estoy mirando el mundo con nuevos ojos.
Ojos sobrios.
—Un placer verte de nuevo. —La fulmino con mi sonrisa. Literalmente. Ella se
tambalea hacia atrás, agarrándose al borde de la mesa—. Estaré en mi despacho.
—Tengo montones de contratos que necesito que firmes.
—Solo estoy aquí hasta las cinco —le respondo, habiendo decidido recoger a Ava
del trabajo. Como dije, ya es suficiente. Me estoy volviendo loco. La noche del
viernes parece que fue hace otra vida—. Aprovéchame al máximo hasta entonces.
—¿Por qué? ¿A dónde vas?
Al cielo.
—A casa.
Si el Botox no fuera una realidad, Sarah estaría frunciendo el ceño ahora mismo.
A las cinco, estoy tan aliviado como agitado. Aliviado porque es hora de ir a
recoger a Ava, aunque ella no sepa que voy a recogerla, y agitado porque la
floristería ha confirmado la entrega de mi regalo y no he oído ni una palabra de Ava.
Ninguna llamada de agradecimiento. Ni un mensaje de texto. Nada.
Vuelvo a la ciudad como un loco, con mi pie naturalmente pesado en el acelerador,
mi Aston maravillosamente sensible. Meterla en mi auto. Llevarla a casa. Llevarla a la
cama. Acariciarla.
Me acerco a su oficina y tengo que aparcar en doble fila por falta de espacio. No
voy a dar la vuelta a la manzana, podría perderme su salida. Estoy a punto de cruzar
para ir a su encuentro cuando una camioneta rosa brillante pasa prácticamente a mi
lado. Reconocería a la pelirroja al volante en cualquier parte. Demonios, los gases
que salen del tubo de escape me ahogan. Toso, agitando una mano frente a mi cara
para alejar el humo.
Se detiene frente a la oficina de Ava, y lo siguiente que sé es que ella aparece.
—Ava —llamo, pero un imbécil en un Mercedes pasa a toda velocidad, tocando el
claxon, y salto fuera de su camino. Menudo capullo.
En el momento en que puedo cruzar la calle, Ava se está subiendo al lado del
pasajero y la cosa rosa se abre camino calle arriba.
—Por el amor de Dios —murmuro, observando cómo gira en Berkeley Square.
Vuelvo corriendo a mi auto y me meto en él, arrancando a toda velocidad,
ganándome una colección de gestos con la mano y bocinazos de varios
automovilistas que corto en mi urgencia—. Que los jodan —siseo, derrapando—.
Que los jodan a todos.
Veo la monstruosidad rosa al otro lado de la plaza, su intermitente parpadea para
tomar una curva.
No tengo ninguna vergüenza ni consideración por mis compañeros conductores.
Ahora soy la miembro, ya que los abordo, serpenteo entre ellos, mientras me
pregunto a dónde van Ava y su amiga. Esa maldita camioneta parece una trampa
mortal. Será mejor que lleve puesto el cinturón de seguridad.
Me estremezco, un sudor estresado me invade, por mucho que intente razonar
conmigo mismo. Llevo todo el día deseando verla, y ahora estoy en una búsqueda
inútil por Londres, tratando de alcanzarla. Giro bruscamente a la izquierda y veo la
camioneta en el tráfico. No hay posibilidad de perderla, solo tendré que seguir la
nube de humo que deja a su paso.
La sigo hasta Belgravia, sin acercarse a la casa de Ava, lo que aumenta mi
curiosidad. Gira en una calle y empiezo a golpear el volante con impaciencia,
deseando que el conductor dominguero de delante pise el acelerador, al tiempo que
compruebo si hay alguna posibilidad de adelantarlo. Veo un hueco y salgo
disparado, pisando el acelerador. El sonido de los cláxones resuena por todas partes
mientras vuelvo al carril de la derecha, esquivando por poco a un auto que se
aproxima. Alzo la mano y restriego mi frente. Maldición, ha estado muy cerca.
El giro que tomó la camioneta es por la izquierda, así que se lo indico. Buen chico.
Mira mis espejos. Buen chico. Veo que las luces de adelante se vuelven ámbar.
Maldición.
Puedo hacerlo. Puedo lograrlo.
Piso el acelerador y veo que una ancianita ha saltado a la calzada, sin darse cuenta
que el Aston se acerca a ella a toda velocidad. ¡Maldición! Freno bruscamente y
aprieto los brazos contra el volante, con el rostro desencajado por el miedo y los ojos
parcialmente cerrados. El sonido de las ruedas chirriando me apuñala los tímpanos,
y finalmente cierro los ojos por completo. Lo espero, el sonido de ella golpea mi capó.
Pero no llega.
Mi auto se detiene.
Abro cautelosamente un ojo.
Y exhalo, viendo que la anciana sigue cruzando la carretera, en un mundo propio.
Tiene que ser sorda. Y quizá también un poco ciega. Exhalo el aire, relajando los
brazos y mirando a mi alrededor. Las miradas de desaprobación me llegan desde
todas las direcciones. Sí, sí. Lo sé. Un auténtico imbécil. Me tomo un momento para
respirar, bajando mi ritmo cardíaco. No puedo volver a verla si estoy muerto.
Muerto.
Me estremezco.
Reduce la maldita velocidad.
El semáforo se pone en verde, tomo la calle lateral arbolada y me detengo de
nuevo.
—Por el amor de Dios. —Alargo el cuello para ver qué está reteniendo el tráfico.
La camioneta rosa está parada en mitad de la carretera. ¿Está averiada? No me
sorprendería. Busco en la calle un lugar para aparcar. No hay ningún sitio. Los dioses
no están jugando hoy—. A la mierda —murmuro, parando y aparcando con toda la
consideración que puedo. Mi teléfono suena cuando salgo. Me planteo, solo por un
segundo, ignorar a John. Pero ya está enfadado conmigo—. John —digo mientras
empiezo a caminar por la calle hacia la camioneta.
—¿Dónde demonios estás? —pregunta.
Intentando que me maten solo para saber a dónde demonios va el objeto de mi cariño.
—Tienda —murmuro—. Luego a casa. —Para recordarle al objeto de mi cariño lo
increíble que somos juntos—. ¿Por qué?
—Trae tu trasero aquí y lidia con esta mierda, Jesse. Estoy hasta los huevos.
—¿Ya ha vuelto? —pregunto, con los ojos inmóviles en la camioneta, el grito de
las bocinas de los autos lastiman mis tímpanos.
—Ella nunca se fue, maldición, así que trae tu maldito trasero evasivo aquí y
resuélvelo o me voy.
Mi suspiro es pesado. Estoy cansado de estas tonterías, pero sé cuándo John habla
en serio y ahora, lo hace. Suficiente es suficiente. Maldita Coral. Mi estado de ánimo
cae en picada mientras acepto poco a poco que necesito lidiar con los restos de mi
pasado. Freja está solucionado. Ahora es el turno de Coral. Solo espero que no
aparezcan más mujeres declarando su amor eterno por mí. A no ser que sea Ava. Eso
estaría bien.
—De camino —confirmo en voz baja antes de colgar, sintiendo que se me levanta
el ánimo cuando veo a Ava al lado de la camioneta. Me detengo. La recojo. Sonríe de
oreja a oreja. Ahí está mi chica.
Pero mi sonrisa cae como una piedra cuando veo a un hombre en su rostro,
gritando, haciéndola retroceder hacia el lado de la camioneta. Entonces la agarra del
brazo.
Le agarra el maldito brazo.
Mi sangre pasa de estar fría a estar al rojo vivo en un nanosegundo, mi cabeza a
punto de explotar.
—¡Quita tus malditas manos de ella! —bramo, rompiendo a correr. Madre de Dios,
¿qué es esta rabia que llevo dentro? Siento ganas de matar y ese maldito calvo que
sostiene a Ava va a saciar mis ganas. Veo que Ava levanta la vista, seguida por el
hombre, que rápidamente la suelta y retrocede.
Hombre sabio.
Pero igual voy a matarlo.
Sus ojos se agrandan a medida que me acerco, y me estrello contra él, derribándolo
al suelo como un jugador de rugby, dándole unos cuantos golpes en la nariz,
ignorando el sonido de esta al romperse. Llamas a esto ser un caballero, ¿No es así,
Ward? Cálmate de una vez, por el amor de Dios. Te encerrarán. Entonces no podrás volver a
verla.
—Mueve tu gordo trasero y discúlpate —grito, levantando su gordo cuerpo de la
carretera y empujando su alarmada figura frente a Ava. No puedo apreciar la
conmoción en su rostro. Yo mismo estoy demasiado sorprendido—. Discúlpate —
grito. O que Dios me ayude.
Tartamudea sus disculpas mientras lo sacudo, esperando que mi rabia
desaparezca también. No disminuye. Me siento letal.
—Pon un dedo sobre ella otra vez —susurro, acercando mi rostro a su oreja—. Te
voy a arrancar la maldita cabeza. Ahora, vete a la mierda.
Lo suelto antes de hacerle más daño y agarro a Ava, aunque sea para ocupar mis
manos.
La consternación y la rabia interior se asientan en un instante. Desaparece. Como
si nunca hubiera estado ahí. Y entonces siento que su cuerpo se sacude y escucho los
sonidos apagados de sus sollozos, y esa ira vuelve.
—Debería haber acabado con ese bastardo. —Miro por encima del hombro para
comprobar que se ha ido, rezando para que lo haya hecho por su propio bien—. Oye,
deja de llorar. —No soporto escucharla llorar—. Me volveré loco.
¿Porque no lo estás ya, Ward?
—¿De dónde vienes? —pregunta, mirándome.
Ah.
Umm...
—Yo...
—Me has seguido, ¿verdad? —pregunta entre jadeos, su cuerpo se tensa.
No tengo más remedio que ponerme en modo de defensa.
—Y es un buen trabajo. —Dios sabe lo que habría hecho ese canalla si no hubiera
intervenido—. ¿Dónde está Kate?
Justo cuando hago la pregunta, aparece ella, preguntando qué está pasando.
¿No puede oír las malditas bocinas? Mantén la calma. Nos ocuparemos del asunto
de la camioneta más tarde.
—Creo que tienes que mover tu camioneta, Kate.
Mira hacia la calle, con los hombros levantados, como si realmente le importara
una mierda que esté reteniendo a Londres con su camioneta.
—Oh, de acuerdo.
Sacudo la cabeza, me aparto de Ava y la reviso. Tiene los pies desnudos.
—¿Dónde están tus zapatos?
Se frota la nariz.
—Están en la parte trasera de Margo —dice señalando la camioneta rosa. Frunzo
el ceño. ¿Margo? —La camioneta —explica.
¿Margo es una camioneta? He oído de todo. Bueno, será mejor que se despida de
Margo porque no va a estar por aquí mucho tiempo. Me agacho y levanto a Ava,
llevándola hasta una tapia y colocándola sobre ella.
—Ni siquiera voy a preguntar cómo han llegado hasta allí —digo,
convenciéndome, sabiamente, de no aumentar mis agravios.
—Yo los tomo —declara Kate, y unos segundos después le entrega a Ava sus
tacones. Me centro en esos y solo en esos. Son unos tacones preciosos. Quedarían
muy bien alrededor de mi cuello.
Dejo a Ava poniéndoselos y voy a la camioneta, abriendo la puerta de golpe.
—¿Qué demonios? —digo, observando el desorden de su interior.
Está sucia, con revistas y tazas de café por todas partes. Esta cosa está lista para el
desguace, que es exactamente hacia donde se dirige. Arrastro la bolsa de Ava del
asiento y vuelvo a acercarme, viendo a las chicas hablando en voz baja. ¿Qué están
diciendo? Mi cerebro de hombre quiere saberlo, pero las dos se callan cuando me
acerco, y Kate se muestra cautelosa. Me imagino que mi rostro sigue ardiendo de
rojo.
—Kate, tienes que cambiar esa camioneta antes que estalle la guerra —digo
mientras Ava se pone en pie, haciendo una mueca. Frunzo el ceño—. Me llevo a Ava
conmigo.
—¿Lo haces? —pregunta Ava, sonando sorprendida.
—Sí, lo haré.
Ella no debería desafiarme en esto. Al parecer tengo carácter en lo que a ella se
refiere, y no me da miedo utilizarlo.
Kate sonríe, se acerca y besa a Ava antes de marcharse. No me atrevo a despedirme
de ella ni a mirarla. Estoy demasiado ocupado preguntándome por qué diablos Ava
ha hecho un gesto de dolor cuando su trasero se ha topado con la tapia.
—¿Por qué te acobardas? —pregunto con brusquedad mientras se levanta de
nuevo. Y vuelve a respingar.
—Me duele el trasero. —Ella reclama su bolsa—. Estaba sosteniendo el pastel de
Kate en la parte trasera de Margo.
¿La parte trasera de la camioneta? Espera.
—¿No tenías puesto el cinturón de seguridad?
—No. —Sus globos oculares se ponen en blanco en un despliegue épico de burla—
. No hay cinturones de seguridad en la parte trasera de las camionetas, Jesse.
Por el amor de Dios. Imprudente y sarcástica. Ninguna de las dos cosas le sienta
bien. Gruño y la levanto, preparando mentalmente una conversación muy severa
sobre seguridad y cinismo mientras me dirijo a mi auto. Ella no discute ni insiste en
caminar. Estupendo. Ya he tenido bastante con estar enojado hoy. ¿Y ahora? Ahora
solo quiero perderme en ella. Y no puedo. No puedo, lo que significa que cualquier
oportunidad que tenía de no estar enojado por el resto del día se ha esfumado.
La cabeza de Ava se encuentra con mi hombro y se aferra, todo su ser se relaja en
mis brazos. Dios, la llevaría a cualquier lugar al que quisiera ir. Necesitaba esto. Su
aceptación ante mi presencia. Ella.
Mi corazón vuelve a latir firme y fuerte.
—No me has llamaste. Te dije que llamaras.
—Lo siento.
—Yo también.
—¿Qué es lo que sientes?
Siento que sus ojos curiosos se elevan hacia mi rostro.
—Por no haber llegado antes —digo en voz baja—. No hagas tonterías, Ava. Y
llama cuando te lo diga.
Sueno petulante. Es imparable. Pero si esta relación va a funcionar, alguien tiene
que ser razonable.
Y no soy yo.
El instinto me dijo que insistiera en que pasara el sábado conmigo. El instinto me
dijo que la llamara ayer. El instinto me dijo que la llamara hoy. El instinto me dijo
que la interceptara fuera de su oficina antes que subiera a esa maldita camioneta. Ala
mierda el imbécil de Merc. Será mejor que no se encuentre conmigo en un callejón oscuro. Si
hubiera hecho alguna de esas cosas, ella no habría sido maltratada por ese estúpido
calvo. El curso de los acontecimientos que condujeron a ese momento habría
cambiado. No habría estado tan angustiada. No habría sentido dolor cuando él la
agarró. No habría sufrido un aluvión de abusos. Y yo no habría tenido un millón de
ataques al corazón.
Así que juro que, a partir de este momento, no me detendré en hacer lo que el
instinto me diga. Si voy a permanecer cuerdo, es necesario.
Como debería haber confiado en mi instinto hace más de veinte años cuando Jake bebió ese
último trago.
Me estremezco e inhalo. Debí confiar en mi instinto.
Mis piernas se vuelven pesadas, y no es porque lleve a Ava. Llego a mi auto medio
abandonado y la deposito con cuidado en el asiento delantero, tirando del cinturón
de seguridad y asegurándolo, dándole un tirón mientras le levanto las cejas, como si
enfatizara la necesidad de llevarlo. No pone los ojos en blanco externamente, pero
me doy cuenta que está exasperada por dentro. Difícil. Como he dicho, será mejor
que se acostumbre.
Cuando subo a su lado, mi mano va directamente a su rodilla y permanece allí
todo el camino hasta la casa de Kate. Está callada y en mi mente se agita por lo que
podría estar pensando. Pero, a pesar de su silencio, parece... estar tranquila. Feliz de
estar aquí.
Me acerco a la acera de la casa de su amiga y miro la ventana. ¿Cuánto tiempo
piensa quedarse aquí? Porque tengo un lugar enorme en el que solo estoy yo dando
vueltas. ¿No tendría sentido?
Salgo de mis pensamientos cuando escucho que abre la puerta, así que salgo y
rodeo el vehículo, tomándola de nuevo en brazos. Su peso es perfecto. Su cabeza está
a la altura perfecta para que pueda oler su cabello. Sus brazos rodean mi cuello y
subo por el sendero, condenando todo al infierno. No deberíamos estar aquí.
Deberíamos estar en Lusso. En mi cama. Desnudos. Excitados el uno por el otro.
—Puedo caminar —dice entre risas, pero la ignoro, sorteando su cuerpo para
arrebatarle las llaves de la mano. Ella no necesita caminar estando yo cerca. Cuida de
ella. Mantenla a salvo. Abro la puerta, la cierro de una patada y sucumbo a lo
inevitable, poniéndola de pie y atrayéndola hacia mí. Mi boca encuentra la suya. Es
como si todo lo que me ha perturbado se desvaneciera en una bruma de nada, y solo
existiera yo. Ella, yo y este increíble beso. Exhalo felizmente, cerrando los ojos,
sintiendo su lengua acogedora dando vueltas con la mía. La forma en que me abraza.
Su pacífico suspiro. No me digas que esto es un sueño. No me digas que podría
despertarme.
—Gracias por el libro —murmura cerca de mi boca, y sonrío, rompiendo nuestro
beso y mirándola a los ojos. ¿Sabe ella que es mi paz? Su toque es mágico, el efecto
que produce en mí es tan reconfortante.
—Eres más que bienvenida. —La beso de nuevo, su boca es un imán.
—Gracias por salvarme.
Mi sonrisa es imparable.
—Cuando quieras, nena.
Pero no habrá necesidad de salvarla de nuevo. Pero ¿y de ti? ¿Puedes salvarla de ti?
Me retraigo de esos pensamientos cuando Kate irrumpe por la puerta. Nos mira.
Dice una disculpa. Luego sube las escaleras y nos deja solos. Hay un brillo de
felicidad en sus ojos. Me río en voz baja, con la ingle empujando hacia delante contra
Ava, mi parte delantera encontrándose con la suya. Su jadeo acaricia mi rostro y sus
ojos brillan.
—Si estuviéramos solos —susurro, sintiendo que cada parte de su cuerpo
responde. Es increíble. Un solo toque—. Estarías contra esa pared, y te estaría follando
de forma estúpida.
Mi apetito por esta mujer es feroz.
—Puedo permanecer callada —musita, aplicando presión donde cuenta,
suplicando por mí—. Amordázame si debes hacerlo —añade, e interiormente me
retraigo. ¿Amordazarla? No. Escucharla gritar y gemir es una de mis nuevas cosas
favoritas.
Su desesperación por mí me tranquiliza. Sonrío, completamente satisfecho de mí
mismo.
—Confía en mí —murmuro—, vas a gritar. Ninguna mordaza lo ahogará.
Inhala, su cuerpo empieza a vibrar. Jesús, mañana me la voy a comer viva. No hay
duda.
—Ahora, mañana. —Vamos a hacer algunos arreglos para asegurar mi cordura—
. Me gustaría concertar una cita.
Sus cejas se levantan.
—¿Una cita para follar conmigo?
Suelto una carcajada, el sonido es puro y extraño. Me gusta esta Ava. La Ava que
acepta. La Ava dispuesta.
—Te quiero de vuelta en La Mansión para que puedas tomar los detalles que
realmente necesitas para empezar a trabajar en algunos diseños.
Y luego me la follaré. Hacerle el amor. Besarla. Acariciarla. Comer mi maldita cena
de ella.
Mi cuerpo responde a la sola idea, y vuelvo a tomar su boca, obteniendo todo lo
que puedo antes de tener que irme y resolver lo de Coral. Mi beso se endurece, la
frustración le ayuda. Me separo y suspiro sobre su aturdida figura.
—No hago citas para follar contigo, Ava —murmuro, asegurándome de ser
claro—. Lo haré cuando me plazca.
Cuando sea, donde sea. Eso es algo más que ella debe aceptar.
Miro hacia las escaleras, deseando que Kate se vaya. Hoy la suerte no está de mi
lado.
—La Mansión a mediodía. —Tengo que tocarla una vez más, acariciando su
mejilla sonrojada mientras asiente con la cabeza—. Buena chica.
Le doy un último beso cariñoso en la frente, maravillándome con el calor de su
piel por un momento, y luego tengo una breve discusión con mis piernas antes que
cedan y me lleven. Cierro la puerta tras de mí y tomo aire, colocando la mano en mi
pecho para sentir los latidos constantes y firmes.
Vivo.
Estoy tan vivo. Y a pesar de tener que dejarla, soy feliz.
¿Cómo me hace eso Ava O'Shea?
rew está bajando las escaleras de La Mansión cuando llego, y mi paso
vacila ligeramente cuando capto la expresión de su rostro: una mirada de
pura maldad que podría convertirme en piedra.
―Vengo aquí a relajarme ―suelta al pasar, molesto mientras abre la puerta de su
auto con un vil tirón―. Esto parece un maldito culebrón.
Miro hacia las puertas de La Mansión, justo cuando sale una mujer, Natasha. Su
sonrisa es instantánea mientras baja los escalones y se detiene ante mí.
―Oh ―me dice, apoyando la punta de su dedo en el centro de mi pecho y
rodeándolo lentamente―. Ya me voy y tú acabas de llegar. Qué pena.
Parpadea lentamente y desliza la lengua por el labio inferior. Me muevo hacia
atrás, fuera de su alcance, rehuyendo su contacto. Se siente mal.
―¿Qué está pasando? ―pregunto, apartando la mirada de ella, buscando a mi
amigo. Su rostro arruinado en repulsión.
―Voy a llevar a Natasha a mi casa para que se relaje. ―Ladea su cabeza―. Me
entiendes.
Natasha pasa junto a mí, tirando de su chaqueta.
―¿Quieres unirte a nosotros?
Me burlo. Nunca he follado con un amigo íntimo. Y nunca lo haré.
―Diviértete ―murmuro, sin necesidad de preguntarles por qué se divierten fuera
de los muros de La Mansión. Por el amor de Dios. Subo los escalones con cautela y me
preparo para lo que me espera.
Todo está tranquilo. Miro a mi alrededor, escuchando atentamente, sin oír ningún
alboroto.
Sam aparece en lo alto de la escalera, abrochándose la bragueta, con una sonrisa
en su rostro. Le lanzo una mirada de interrogación y doy los pocos pasos necesarios
para llegar a la entrada del bar. Miro a través de la puerta y veo a alguien
desplomado sobre la barra, con un vaso de líquido ámbar en la mano.
Mike.
Retrocedo rápidamente antes de que el marido de Coral me vea. Necesito saber a
qué me enfrento.
―Drama ―dice Sam desde detrás de mí, y suspiro.
―¿Dónde está John?
―Tu despacho. ―Sam se dirige al bar―. Ponte la armadura. No es un conejo feliz.
―¿Conejo?
Me río, y Sam sonríe por encima del hombro, acomodándose en un taburete junto
a Mike, cuya cabeza empieza a levantar con cierto esfuerzo. Sigo el camino hacia mi
oficina, con cautela, todavía mirando alrededor, todavía escuchando. Todo está
tranquilo. Lo que significa que John ha calmado la situación o que Sarah ha cosido
la boca de Coral.
Entro en mi despacho y lo primero que veo es al hombre grande con una cara
como un trueno. Luego veo a Coral en uno de los sofás, con el rostro manchado de
lágrimas. Y vigilándola, Sarah, apoyada en un armario, con los brazos cruzados
sobre su corpiño de cuero, los labios torcidos en señal de disgusto. Me sacude la
cabeza.
―Me alegro de que hayas encontrado la forma de volver a arreglar tu mierda
―me escupe, agachándose y recogiendo su látigo del suelo y caminando hacia mí.
Se detiene a mi lado y me mira―. Tienes que poner en orden tus prioridades.
Sigue su camino, cerrando la puerta con fuerza. Oh, vaya.
―Jesse ―solloza Coral, saltando del sofá y arrojándose a mis brazos. Contengo la
respiración, atrapándola, sintiéndome incómodo.
―¿Qué está pasando? ―pregunto a John, que se levanta lentamente de la silla y
se quita las gafas para que vea la ferocidad de su mirada.
Levanta las manos, muestra sus diez dedos gordos.
―Número de miembros que han cancelado su membresía esta noche.
Mis ojos se abren de par en par.
―¿Diez?
Eso es inaudito.
John pasa por delante de mí.
―Fuera ―ordena, abriendo la puerta de golpe, obviamente no dispuesto a dejar
libre a Coral en mi despacho. Llevo su peso muerto hasta el sofá y la acomodo, con
el olor a alcohol, nuevo y rancio, que me hace arrugar la nariz y aguar los ojos.
Se deja caer contra el cojín con un gemido y escucho a John gruñir, lo que me
impulsa a seguirle fuera de mi despacho. Cierra la puerta. Se pone las gafas de sol.
Se mete las manos en los bolsillos del pantalón. Permanezco mudo, esperando que
me regañe por todas las cosas. Sólo John puede hacerlo.
―Coral estaba participando en alguna actividad con otro miembro masculino esta
noche. A Mike no le gustó.
Mis cejas se levantan, y no puedo evitar pensar que esto es algo bueno. ¿Coral ha
cambiado su afecto por otro hombre? Estupendo. Esto significa que me dejará en
paz. ¿No es así?
―De acuerdo ―digo lentamente, esperando más información que espero que no
reviente mi burbuja.
―Mike me ha preguntado por qué Coral sigue aquí, dado que sabe que no ha
cumplido con su pago.
Me encojo, apoyando la espalda contra la puerta.
―Oh.
―Quiere saber quién la deja pasar.
―Oh.
―Y no le importó decírselo cuando se gritaban en la sala común.
―Oh.
Los hombros de John caen.
―Eres tú peor enemigo, estúpido hijo de puta.
―Lo sé ―respondo sin convicción, girando mi cuerpo hasta quedar de cara a la
pared, dándome unos merecidos golpes en la frente.
―Coral cree que sientes algo por ella, y ahora Mike también.
Tonterías.
―Así que tienes que ser claro. Con los dos.
Escucho el sonido de sus pesados pasos marchándose. Dejándome que lidie con
el desastre que he creado. A la mierda mi vida. Hace una hora, estaba en las nubes.
―John ―llamo, y él se detiene pero no se da vuelta―. La señorita O'Shea estará
aquí mañana al mediodía.
―¿Srta. O'Shea? ―Gira más rápido de lo que su gran cuerpo debería permitir, con
los labios rectos―. ¿Ya has llevado a la cama a la pobre e inconsciente joven?
Empiezo a moverme sobre mis pies, dejando caer mis ojos sobre mis zapatos.
―¿Qué tiene eso que ver?
Su gemido es épico y vuelve a acercarse a mí, obligándome a retroceder hasta que
me tiene clavado en la pared con su mirada mortal. Me quedo donde estoy por
respeto. Y porque, a pesar de su extraña forma de demostrarlo, se preocupa. Y
siempre tiene razón.
―Tiene todo lo que hay que tener. ―Extiende su brazo hacia la puerta de mi
despacho―. Ahí dentro hay una mujer que está perdidamente enamorada de ti
después de que simplemente te la hayas follado. Sin emociones ni sentimientos. Sin
embargo, ella te ama. Y a tu infame Mansión. ―Su otro brazo sale disparado,
señalando lejos de mi oficina―. Y ahí fuera, en algún lugar de Londres, hay una
joven, la señorita O'Shea, que lo sabe todo sobre ti. Le estás dando un lado de ti que
ninguna mujer ha visto antes. Un lado más suave. Un lado comprometido. Un lado
que se preocupa, incluso si te está volviendo malditamente loco. Y a mí, por cierto.
A mí también me está volviendo loco, porque no estás pensando con claridad,
estúpido hijo de puta.
Toma aire mientras mis ojos se ensanchan cada vez más.
―¿Esa mujer de ahí fuera? Se está enamorando de ti, Jesse. Como todas las demás
mujeres que has tenido. Excepto que probablemente más fuerte. Probablemente más
rápido. Y eso ―me golpea con fuerza en el pecho―, es cruel cuando no sabe quién
demonios eres.
―¿Crees que se está enamorando de mí?
Sus grandes hombros caen.
―No puedo soportar tu estupidez.
Se da la vuelta y se aleja, y muerdo mi labio, contemplando las palabras de John.
¿Lo está? ¿Se está enamorando de mí? Dejo que mi cabeza se encuentre con la pared
detrás de mí. No lo sé. Pero sé que tiene razón. Y odio eso. Pero todo lo que ha dicho
es el objetivo de mi silencio. Tengo muchas más posibilidades de conservar a Ava si
está enamorada de mí, sobre todo cuando descubra lo que es este lugar. Quién soy.
Dónde he estado, lo que he visto. Es fácil enamorarse, de eso estoy seguro. Es difícil
salir de ello, y esa es mi gracia salvadora. Porque habiendo tenido esta euforia limpia,
no puede haber vuelta atrás. Así que tengo que hacer lo que tengo que hacer, y
decirle a Ava lo que pasa en mi hotel no es una prioridad en este momento. Sin
embargo, hacer que ella no pueda sobrevivir sin mí, sí lo es.
La puerta de mi despacho se abre y los ojos de Coral se mueven de un lado a otro,
hasta encontrarme apoyado en la pared. Va a hablar.
Luego vomita a sus pies.
Me alejo de un salto.
―Por el amor de Dios, Coral.
El olor es instantáneo, y también mis arcadas. Y sin embargo, estoy solo para lidiar
con esto. Es mi penitencia. Pero limpiaré el vómito todos los días si ese es mi castigo.
Puedo lidiar con eso. Es mucho mejor que la alternativa.
No Ava.
Pierdo el aliento con solo pensarlo, lo que probablemente sea bueno, ya que me
acerco a Coral, esquivando la alfombra salpicada y tomándola del brazo. La sostengo
mientras la acompaño hasta el sofá y la coloco de nuevo en el suelo. Pone los ojos en
blanco. Ella sonríe y se agarra al aire por mí. No tiene sentido intentar razonar con
ella ahora. No se acordará de nada y tendré que volver a repetir la misma historia
por la mañana, cuando ya esté coherente. Así que le subo los pies al sofá antes de
quitarme la chaqueta y remangarme. Es hora de caer en lo más bajo.
Dejo a Coral y voy en busca de un cubo y un desinfectante. La sorpresa en los
rostros de mi personal está justificada cuando me ven rebuscar en el armario de la
limpieza.
―¿Puedo ayudarle, señor Ward? ―pregunta el ayudante del chef, saliendo de la
cocina para saber qué hago por estos lares.
―Necesito un cubo, Paulo ―digo, moviendo un sinfín de cosas en las
estanterías―. ¿Alguna idea?
―Deja que te traiga a Rosa.
―¿Rosa? ―pregunto, dejando de buscar y volviendo mi atención hacia él―. ¿Qué
hace todavía aquí?
Son las ocho en punto. Ya ha terminado su turno.
―Había un desorden que necesitaba ser limpiado en la sala común, señor.
Me mira con recelo mientras me lo dice, y el sentimiento de culpa se dispara en mi
interior. Alguien más sufre las consecuencias de mis malas decisiones. Yo también
debería limpiar ese desorden.
Paulo desaparece para buscar a Rosa y yo sigo con mi búsqueda. No estoy
familiarizado con el armario de la limpieza y no es tan obvio ahora. No encuentro
una mierda.
―Maldición―murmuro.
―¿Desde cuándo te has convertido en el señor Doméstico?
Miro por encima de mi hombro y encuentro a Sarah.
―¿Decidiste hablar conmigo entonces? —pregunto, volviendo a mi búsqueda―.
¿Dónde demonios están los antibacterianos por aquí?
Sarah me quita de en medio y saca una botella del estante superior.
―¿Necesitas limpiarte? ―me pregunta, entregándome la botella.
Es tan divertida como el vómito que hay en la alfombra de mi despacho.
―Muérdeme ―digo bruscamente, rociando un poco en su cabello antes de
marcharme.
―Señor Ward ―dice Rosa, corriendo por las cocinas hacia mí―. Déjeme, déjeme.
―Está bien, Rosa. Puedo ocuparme de ello. Deberías irte a casa.
Me arrebata la botella de la mano y me lanza una mirada feroz.
―Yo lo hago ―dice, con su acento español―, es mi trabajo.
Saca un cubo de la nada y empieza a llenarlo de agua caliente y jabón.
Me dirijo a Sarah.
―Dale a Rosa un aumento.
―Bien. ¿Dónde está la perra loca?
―En mi oficina.
―¿Quieres que la ponga en tu suite?
Frunzo el ceño.
―No. No quiero a nadie en mi suite nunca más.
―¿Por qué?
―Simplemente no lo sé, Sarah. ―Me alejo―. Puede quedarse en el sofá de mi
oficina hasta que esté sobria.
Entonces tendremos algunas palabras serias. Esto termina ahora.
Cuando vuelvo, John está fuera de mi despacho admirando el montón de vómito.
―Lo voy a arreglar ―gruño, agarrando el pomo de la puerta, dispuesto a escapar
antes de que me lancen más palabras brutales.
―Jesse.
―¿Qué?
No me enfrento a él.
―¿Has pensado bien esto?
―No he pensado en otra cosa, John ―le aseguro―. Créeme, ella está en mi mente
constantemente.
Siento que su mano se encuentra con mi hombro, y miro por el rabillo del ojo,
viendo sus grandes dedos agarrándome ligeramente.
―Espero que pueda aceptarte.
―Tiene que hacerlo ―digo, volviéndome hacia él―. Porque ¿cuál es la
alternativa?
Él sabe cuál es la alternativa. Es el alcohol y desperdiciar mi vida con una mujer
sin sentido tras otra. Parecer tan patético como Coral. Sin esperanza. Irreparable.
―¿Una mujer más en tu lista, quizás? ―Sus palabras son demasiado gentiles para
un bastardo tan grande y malvado.
―¿En mi larga lista ―Pregunto riéndome―. ¿Te refieres a lo que Sarah era para
el tío Carmichael? Porque eso resultó bien, ¿no?
Los dos nos estremecemos.
―Tienes que dejar de culparte a ti mismo ―dice John, con su ira en aumento, el
tema garantizado para agudizarla.
―¿Cómo puedo, John? Fue mi culpa.
―No. ―Toma mis dos hombros con sus grandes palmas y me sacude―. Te
mereces más que este autosabotaje.
No puedo estar de acuerdo. No merezco más. Sólo necesito algo bueno en mi vida.
Algo de paz. Un poco de maldito perdón. Apoyo mis manos sobre las suyas y sonrío
suavemente.
―Quizá Ava sea el más del que tanto hablas ―digo, devolviéndole sus palabras,
y dado lo que acaba de decir, es imposible que me desafíe. Y su cuerpo encogiéndose
ligeramente me dice que lo sabe―. Ella me hace sentir bien ―digo, levantando sus
manos―. No la merezco, pero la quiero.
Entro a mi despacho y apoyo mi espalda en la puerta, dejando a John al otro lado,
probablemente con la cabeza entre las manos. Siempre he esperado demasiado de él.
Y sería demasiado esperar que lo entendiera. Me doy cuenta de que simplemente
estoy sustituyendo el alcohol y un estilo de vida insano y hedonista por otra cosa.
Eso en sí mismo no es saludable. ¿Pero Ava y yo? ¿Juntos? Eso es glorioso, y se siente
increíblemente bien. ¿Mi dependencia, sin embargo? Sé que no está bien. O
saludable.
Suspiro cansado y me dirijo al sofá libre, me quito los zapatos y observo cómo
Coral voltea su cuerpo y se acurruca más profundamente. Se va a sentir fatal por la
mañana. Peor aún después de que la golpee con la realidad. Me acomodo en la
espalda y cruzo los brazos detrás de la cabeza, apoyándola, el cansancio se apodera
de mí.
Esta es la última noche que pasaré sin Ava.
Fin del tema.
u cabeza está enterrada en mi pecho desnudo. Sus palmas se apoyan en mis
hombros. Mis brazos rodean su cintura. Está nerviosa y no sé por qué. Pero sí sé
que me pone nervioso.
―¿Qué pasa? ―pregunto en su cabello, pasando la nariz por las hebras, reconfortándome
con su aroma natural. Se aferra a mí con más fuerza, como si no pudiera soportar dejarme
ir―. Ava, nena, dime.
La alejo suavemente y encuentro sus ojos. Están llenos de lágrimas. ¿Lágrimas de
desesperación? ¿De alegría?
¿Qué?
Los latidos de mi corazón se ralentizan. No puedo recuperar el aliento.
―No puedo estar contigo ―murmura, con la voz quebrada y ronca. Desvía la mirada y
siento que mi corazón deja de latir por completo.
―¿De qué estás hablando? ―pregunto, agarrando su barbilla y obligándola a mirarme.
Odio la desesperación que veo en sus hermosos ojos―. Somos perfectos juntos, Ava. Tú y yo.
Somos perfectos.
―No puedo amarte. ―Se separa de mí, levantándose de la cama, dejándome como un inútil
y aturdido desastre de hombre. Acabamos de hacer el amor. Fue hermoso, lleno de sentimiento
y ternura―. No puedo salvarte ―susurra, y extiendo mi mano, desesperado por atraerla de
nuevo, desesperado por tenerla en mis brazos otra vez. Pero me agarro al aire. Se está
desvaneciendo.
Desvaneciéndose.
Desvaneciéndose.
Se ha ido.
Mis ojos se abren de golpe.
Mi pecho se contrae.
Mi cuerpo se siente pesado, como si algo inamovible me sujetara. No puedo
respirar. Maldición, no puedo respirar.
El aire.
Necesito aire.
Intento sentarme, agarrándome al respaldo del sofá para encontrar algo a lo que
agarrarme. No puedo moverme.
―Maldición.
Tengo la frente húmeda, todo el cuerpo está húmedo. ¿Por qué demonios no puedo
moverme?
―Buenos días ―dice una voz aturdida, un rostro que aparece sobre mí,
revoloteando. Sonríe. Parpadeo para alejar la niebla y el rostro de Coral aparece.
Miro hacia abajo. Está sentada a horcajadas sobre mi cintura, con su cuerpo desnudo
y sus manos desabrochando el cinturón de mis pantalones.
―¿Qué demonios, Coral? ―gruño, la sensación de asfixia empeora―. Suéltame,
maldita sea. ―La empujo, con firmeza pero con suavidad, y me pongo en pie―. ¿A
qué demonios estás jugando?
Se echa hacia atrás en el sofá, medio sonriendo, medio indignada.
―Estabas soñando.
Me paso una mano por el cabello, con el cuerpo ahora empapado bajo la camisa y
los pantalones. No estaba soñando. Era una maldita pesadilla, y la realidad no es
mejor en este momento.
―Vete ―me quejo, lanzando el brazo hacia la puerta―. Ahora.
Se encoge hacia atrás, conmocionada, pero se levanta lentamente, agarrando su
vestido y sujetándolo contra su frente. Me doy la vuelta, con los ojos sangrando, las
manos listas para arrancarme todo el cabello de la cabeza. Me siento sucio.
Manchado. Escucho cómo se abre la puerta de mi despacho.
―No, espera ―grito, de cara a ella. Está a medio camino de la puerta, todavía
desnuda, completamente herida. Dejo caer los ojos al suelo―. Vístete ―digo con más
gentileza, con la palma de la mano deslizándose sobre mi nuca y masajeando parte
de la tensión mientras me alejo de ella―. Tenemos que hablar.
La puerta se cierra y escucho el sonido de su vestido. Miro al techo y exhalo. No
es así como había planeado pasar la mañana.
―Coral, esto tiene que pa...
―Le he dicho a Mike que quiero el divorcio.
Me doy la vuelta, aturdido.
―No por mí, espero.
Su cabeza se ladea, su mandíbula se tensa. No puedo creer que tenga el valor de
parecer indignada. ¿Después de todo lo que me ha lanzado?
―Todavía no te das cuenta, Jesse, pero lo harás. Tú y yo estamos destinados a
estar juntos.
―Oh, por el amor de Dios. —Me río, mi cabeza cae hacia atrás―. Coral, ¿cuántas
veces tengo que repasar esto contigo? ―Dejo caer mis ojos serios hacia los suyos―.
Te he follado. Por si no te has dado cuenta, eso pasa mucho por aquí. ―Agito una
mano en el aire, trastornado―. La gente folla. ―Doy un paso adelante, con la
mandíbula a punto de estallar―. Y si lo interpretaste de otra manera es tu problema,
no el mío. —He terminado con este circo. Ni siquiera debería estar aquí, y el mero
hecho de estarlo, lidiando con su mundo de fantasía, no hace más que aumentar mi
mal humor. Lo he intentado. He intentado con todas mis fuerzas ser razonable y
compasivo. No más―. No estoy interesado en ti. ―No es una bofetada en el rostro,
pero está cerca―. Ahora lárgate de La Mansión y no vuelvas. ¿Entendido?
―Entendido ―dice con los dientes apretados, bajando para ponerse los zapatos.
Luego se va sin decir nada más, dejándome agitado en medio de mi oficina,
sintiéndome menos acosado ahora que se ha ido.
―¡Maldita sea! ―grito, apoyando las manos en el borde del armario de las bebidas
y esforzándome por calmarme. Obstáculos. En cada momento hay un obstáculo
esperando a que fracase. ¿Y por qué demonios sigue aquí el armario de las bebidas? ¿Está
lleno? Mi mirada se dirige a una botella de vodka―. Que te den por el trasero
―escupo, empujándome de la madera y dirigiéndome a la puerta. Necesito una
ducha. Un traje nuevo.
La necesito.
También necesito correr.
Subo a mi suite privada y me pongo unos pantalones cortos.
Y corro. Corro hasta que ya no siento las piernas y mi cabeza está llena de sangre
caliente.
Maldición, cuánto tiempo después, miro por la ventana y veo cómo se pone el
sol. Me levanto con una mano tambaleante para desabrocharme el botón superior de
la camisa mientras me levanto y me dirijo al armario. Llaman a la puerta.
―Vete ―murmuro.
Más vodka.
Me ignoran y la puerta se abre. Sarah entra y sus ojos se posan en la botella que
tengo en la mano.
―¿Quieres ayuda para relajarte?
―No, quiero estar solo —le digo, sin que mi palabrota de borracho penetre en su
gruesa piel.
No dice nada más y cierra la puerta tras de sí, y me tambaleo hasta el sofá,
dejándome caer, con el mullido cojín sintiéndose como un hierro contra mi cabeza
palpitante. No me late por los efectos del alcohol. Todavía me late por las visiones,
los recuerdos y los malditos sentimientos. ¿Cuánto necesito beber para que todo esto
desaparezca? ¿Se irá alguna vez? ¿Volveré alguna vez al bienvenido lugar de la
nada?
Más vodka.
Inquieto, me levanto y empiezo a pasearme por mi despacho, con las piernas
inestables y mi gran cuerpo balanceándose. ¿Por qué demonios me sigue doliendo?
Más vodka.
Toc, toc.
―He dicho...
Miro la puerta de mi despacho cuando se abre.
Y mira fijamente a Freja Van Der Haus en el umbral.
Tira del cinturón de su abrigo. Se encoge de hombros quitándoselo. Mis ojos bajan
por su cuerpo desnudo.
―Cierra la puerta ―ordeno con dureza, colocando mi botella sobre el mueble
mientras ella obedece. Me restriego las manos por las mejillas ásperas, luchando por
alejar el hecho de que no se parece en nada a Ava. Tiene al menos veinte años más.
Más carne en los huesos. Pelo rubio. Demasiado maquillaje. No podría ser más
diferente―. Ven aquí.
Se acerca lentamente, e incluso a través de mis ojos ebrios, veo que su cuerpo se
ilumina. Se detiene frente a mí.
Olvida.
Elimínala.
Haré lo que sea necesario para liberarme de esta pesadilla. Y, lo que es más
importante, liberar a Ava de mí. Y el aturdimiento del alcohol entra en acción: sí, esto
es familiar. Una mujer dispuesta. No hay lucha. Así. Es. Cómo. Follo. No importa qué
mujer. Sólo un polvo dispuesto.
―Date la vuelta ―digo, con la voz aturdida. Se gira lentamente, mirando por
encima del hombro con timidez. Quiere juegos preliminares. Una preparación. Una
sesión prolongada para hacerla volar.
No tengo ganas de complacerla, sólo la desesperada necesidad de escapar. Agarro
un preservativo y le agarro el cuello con una mano, la hago cruzar por mi despacho
hasta el sofá, ejerciendo presión, animándola a inclinarse mientras me desabrocho el
cinturón y me abro los pantalones de un tirón. Mi flácido miembro cae en mi mano.
La acaricio, deseando que cobre vida, rogando que se endurezca, la tensión y el
esfuerzo son casi excesivos. Deslizo el condón con algo de esfuerzo y, con la mano
en su espalda, me dirijo a su húmedo y suplicante sexo, y me abro paso dentro de
ella sin aviso ni consideración. Está preparada. Siempre está preparada.
Siempre lo están.
Gruño, tomando sus caderas, ignorando lo mal que se siente. Lo mal que está todo
esto. Ella grita, yo aprieto los dientes y empiezo a empujar, con la cabeza echada
hacia atrás, sin querer mirarla, sin querer razonar conmigo mismo. Fóllala con
fuerza. Haz lo que mejor sabes hacer, Ward. No soy capaz de amar. Sólo soy capaz de
follar. Es lo único que sé, lo único para lo que sirvo.
No te mereces nada más que este placer sin sentido.
Deja tus sentimientos en la puerta.
Gruño al techo y empiezo a golpearla con fuerza, con mis dedos clavados en sus
caderas. Esto no es placentero. No está sirviendo a su propósito. Sarah tenía razón al
reírse de mí. Pensar que podría tener a Ava. Por eso envió a esta mujer aquí.
Siento una mano en la espalda y dejo caer la cabeza, mirando por encima del
hombro. Una sonrisa seductora me saluda. Gruño, liberándome de una vagina, y
arrastro a la mujer frente a mí, doblándola sobre el sofá junto a Freja y enterrando
mi miembro en otra de un grito. Ella grita de placer, su cabeza se agita
inmediatamente.
El sudor comienza a filtrarse a través de mi camisa, mi rostro tenso, mi miembro
adolorido. Obligo a mis ojos a mirar la espalda de la mujer. Luego a Freja, que está
mirando, esperando su turno de nuevo. Parpadeo cuando su rostro empieza a
distorsionarse, mi visión es borrosa, mi cerebro se siente como si se golpeara contra
el lado de mi cráneo mientras intento liberarme de mi jaula.
Ellas no son. A Quien. Quiero.
Acorralado.
―¡Maldita sea! ―bramo, tirando rápido y girando, con las manos metiéndose en
mi cabello―. ¡Fuera! ―grito, acercándome a la puerta y abriéndola de golpe―.
¡Salgan de una maldita vez!
Las dos mujeres se alejan corriendo, con sus rostros sorprendidos, e
inmediatamente me odio más. No se merecían eso. Pero no estoy en condiciones de
corregir mis errores.
Cierro la puerta detrás de ellas.
Dale un puñetazo.
Grita obscenidad tras obscenidad.
Luego me dirijo hacia el armario, pasando los brazos por la superficie con un grito,
haciendo que los vasos y las botellas caigan al suelo. Abro de un tirón la mininevera
y tomo una botella de agua, me la tomó de un trago. La tiro a un lado cuando
termino, e inmediatamente agarro otra y me la bebo. Luego otra. Luego otra. Sigo
así, bebiendo agua como si pudiera limpiarme del alcohol y de mis pecados, botella
tras botella. Al final, mi estómago se revuelve y tomo una papelera, vomitando en
ella, tosiendo, balbuceando y con arcadas.
Terminé.
Pero no he terminado.
Agarro el armario por un extremo y arrastro la sólida pieza por mi despacho,
bloqueando la puerta, atrincherándome. Impidiendo que me vaya. Y que nadie
entre.
Entonces caigo de rodillas, con los ojos llenos de lágrimas desesperadas.
No puedo escapar. No puedo liberarme de este autosabotaje. Soy mi peor
enemigo. Un fracaso. El tipo de veneno más mortal. Fuera de mi mente en todos los
sentidos.
Y desesperadamente enamorado de una mujer que nunca podré tener.
O merecer.
―¿Por qué viví y todos ellos murieron? ―rujo, consumido por el odio a sí mismo.
¿Por qué? Debería estar muerto. Ellos no. No. Ellos.
Porque soy una mierda, como siempre ha dicho mi padre. Un total e insalvable
error.
Ese pensamiento me hace rebuscar entre las botellas del suelo para encontrar más
vodka.
Sólo necesito que todo esto termine.
ué he hecho? ¿Cómo podría? ¿Cuál será mi castigo por ese error?
¿Puedo redimirme?
Las preguntas recorren mi mente alocadamente, una tras otra,
todas con respuestas que no puedo enfrentar.
John ha venido y se ha ido. Sam y Drew han ido y venido. Sarah
me siguió después de que me liberé para ir al baño. Todos se han parado al otro lado
de esa puerta tratando de abrirla a la fuerza, llamándome. Les envío mensajes de
texto a todos. Les dije que estoy bien.
Estoy lejos de estar bien. Soy un desastre. Acosado por la culpa. Atormentado por
la vergüenza.
Pero mientras estoy sufriendo, al menos Ava no lo está. Especialmente claro, dado
que no ha enviado mensajes de texto ni una sola vez.
Me arrastré hasta el sofá, desconectando mi teléfono de la carga. Es sábado. He
estado supurando aquí durante días. Terminé cada gota de vodka que tenía durante
los primeros dos días. A salvo. Atrincherado en mi oficina para estar adormecido,
sin riesgo de más sexo sin sentido, quedándome dormido de vez en cuando, pero
solo por una hora o dos antes de que mis pesadillas me despertaran. Entonces el
vodka se secó. Y todo lo que quedó de los últimos dos días fue resaca,
arrepentimiento y recuerdos del breve período de mi vida en el que el dolor y la
culpa no dominaron. La resaca ha pasado, pero todavía me siento morir. Es la
primera vez que el alcohol no es responsable.
Lanzo mi teléfono a un lado y froto las manos por mi rostro, sintiendo mi barba
crecida arañando mis palmas. Cada uno de mis músculos se siente tenso. Me levanto
con cautela, encogiéndome por la incomodidad, estirándome. Yo también huelo a
muerte, mi camisa está arrugada y rancia. Necesito darme una ducha. Tal vez diez.
Miro la puerta, el armario que la bloquea. Cada vez que me he visto obligado a
moverlo para poder usar el baño, se vuelve más y más pesado. Estoy desesperado
por mear ahora. Pero, de nuevo, tengo miedo de irme. No porque tenga miedo de lo
que pueda hacer o de quién pueda estar ahí afuera, sino porque irme significa
enfrentar mi realidad. Una realidad sin Ava.
Una realidad donde meto mi miembro en otras dos mujeres. Una realidad en la
que podría ir directamente al bar para ahogar mi miseria.
Suspiro y me acerco al gabinete, tomo el borde y empujo mi cuerpo para sacarlo
del lugar. No se mueve, ni una pulgada, y rápidamente me quedo sin aliento
tratando de hacerlo.
—Maldita sea —murmuro, dejándome caer contra la pared, sintiéndome débil.
El sonido de algo golpeando la ventana atrae mi atención, y encuentro el rostro de
Sam aplastado contra el cristal, sus ojos buscan dentro de mi oficina. Mi compañero,
por lo general alegre, parece preocupado, y cuando finalmente me encuentra
desplomado junto a la puerta, niega con la cabeza. Arrastro mi cuerpo cansado por
la habitación y abro la ventana, exhausto, mis manos caen al borde para sostenerme.
—Hola.
Mi voz suena tensa y mi garganta adolorida.
—Amigo —dice con un suspiro, sus ojos preocupados recorren mi cuerpo
desaliñado—. ¿Qué demonios?
Cierro los ojos, inhalando, tratando de calmar mis pulmones tensos. Hasta respirar
duele.
—No quiero volver a esta mierda, Sam —le digo a mi oscuridad, incapaz de
enfrentarlo—. No puedo volver a esta mierda.
Estaré muerto antes de los cuarenta, y ahora que he probado el cielo, me siento
como si estuviera eternamente arruinado. No puedo sobrevivir a este infierno.
—Entonces no vuelvas —dice, como si fuera así de simple, y lo miro. Él sonríe
suavemente—. No vuelvas, Jesse.
—Necesito ayuda. —Es la primera vez en mi vida que lo admito—. Y no tengo
idea de a dónde acudir.
Extiende su mano a través de la ventana y toma la parte superior de mi brazo.
—Todos estamos aquí para ti, amigo.
Todos. Eso no es cierto. Ava no está aquí. Pero aprecio su sentimiento.
Inhalo y me coloco en posición vertical, notando que Sam está en su equipo para
correr.
—¿Has estado o vas? —pregunto.
—Estado. Vamos, necesitamos conseguir algo de comida para ti.
Retrocede, y miro hacia la puerta de mi oficina.
—No puedo mover el armario —admito, tirando de Sam hacia la ventana. Mira
hacia la puerta y pone los ojos en blanco, trepando hacia mi oficina—. Gracias —le
digo en voz baja mientras camina por la habitación, lo sigo lentamente. Él se pone
de un lado, yo del otro. Sabe que no solo le agradezco su ayuda para mover este
trozo de madera.
Volvemos a colocar el armario en su lugar y respiro alentadoramente cuando salgo
de mi oficina. La mansión está en silencio mientras caminamos uno al lado del otro.
—¿Desayuno inglés completo? —pregunta Sam cuando llegamos al bar.
Resoplo. Debería tener hambre después de días de solo una dieta líquida, pero no
estoy seguro de poder soportarlo.
—Solo unas tostadas.
Tomo asiento en la esquina mientras Sam ordena, mira la pantalla de mi teléfono
y borra los interminables mensajes de texto y las llamadas perdidas. Ninguno de
Ava. Todavía.
Sam regresa con cafés, cargando el mío con azúcar y colocándolo frente a mí. Mis
manos tiemblan cuando lo llevo a mi boca, y no pasa desapercibido para Sam.
—Háblame —ordena en voz baja—. ¿Qué diablos pasó?
—Me di cuenta de que todo es imposible —admito, mirando más allá de él cuando
veo a John en el vestíbulo. Me mira, también ve a Sam y asiente, impasible, antes de
seguir su camino.
—¿Beber es la respuesta?
Niego con la cabeza.
—No hay respuesta.
—Siempre hay una respuesta. —Revuelve su café, con toda su atención en mí—.
Estás enamorado de ella.
Aparto la mirada.
—No sé lo que es el amor.
—No me mientas —dice, sonando un poco furioso—. Sabes lo que es el amor. El
amor da miedo. Duele y, corrígeme si me equivoco, estás en agonía en este momento.
—¿Qué estás diciendo?
Se acerca, apoyando los codos en la mesa.
—Te estoy preguntando si duele más con ella en tu vida, o sin ella en tu vida.
—Maldita pregunta estúpida.
—Entonces, ¿por qué diablos estamos teniendo esta conversación?
Mis puños se cierran, mis nudillos se vuelven blancos.
—Estamos teniendo la conversación porque aunque estoy en agonía, sé que Ava
no lo está. Ella es...
—¿Cómo lo sabes?
Me siento, frunciendo el ceño.
—¿Qué?
—¿Cómo sabes que ella no está herida?
—Sam, pasó más de una semana haciendo todo lo posible para evitarme. Cada
vez que pensaba que habíamos progresado, ella volvía a retroceder.
—Sí, porque probablemente se esté enamorando de ti y, como dije, el amor da
miedo.
Sus palabras son una imagen casi especular de las de John, lo que me hace cerrar
la boca.
—Entonces, ¿por qué no ha llamado?
—Te alejaste de ella.
—¿Cómo sabes eso? —pregunto.
—Puedo o no estar teniendo una pequeña charla de texto con esa ardiente amiga
suya pelirroja. Y ella dijo que Ava es un cadáver andante en este momento. Perdida.
Miserable. —Él asiente hacia mi forma sentada—. No muy diferente a ti.
¿Está sufriendo? ¿No está... aliviada de que me haya ido de su vida?
—Ella no sabe lo que pasa aquí, Sam. No sabe nada de mi historia. Está
completamente a oscuras.
—Entonces díselo.
Me río y luego toso, me duele la garganta. Me siento como si me hubiera tragado
una bolsa de clavos.
—¿Todo?
Se encoge de hombros.
—Ella necesita saber.
—No necesita saber. No todo. Maldita sea, Sam.
Sabe que no puedo hablar de esas cosas. Estoy sudando solo de pensarlo.
—Sé que tu pasado es malditamente trágico, amigo, pero espero por Dios que
puedas encontrar por ti mismo compartirlo con ella. Pero eso depende de ti. —Sus
ojos azules son compasivos—. Sin embargo, los acontecimientos de La Mansión, esa
mierda está aquí ahora, Jesse. Y está justo debajo de su nariz, esperando a que
alguien lo divulgue. Ese alguien tiene que ser tú.
Tiene razón, por supuesto. Si ella va a saber, tiene que venir de mí. Niego con la
cabeza. Estamos hablando como si ella fuera a mantener una conversación, y lo dudo
seriamente. Además, los sucesos de La Mansión no son la única confesión que tengo.
—Lo he arruinado.
El arrepentimiento es una prensa alrededor de mis pulmones, apretándolos,
impidiendo que entre aire.
—Sí, eres un imbécil. Pero lo entenderá.
—¿Lo hará? —pregunto, mirándolo esperanzado. Su silencio dice mucho, y
acomodo mis codos en la mesa, mi cabeza cae entre mis manos. Por supuesto que
ella no lo conseguirá—. ¿Cómo puedo solucionar esto?
—Solo puedes mostrarle cómo te sientes. Todo lo demás vendrá naturalmente.
—Lo que parece ser natural para mí con esa mujer es un billete de ida a la maldita
ciudad de los locos.
Y un billete de ida y vuelta al éxtasis.
Sam se ríe.
—Eres un apasionado de ella. Es bastante refrescante.
—No creo que ella lo vea así —me quejo, llevándome el café a los labios,
necesitando tanto la cafeína.
—Entonces haz que lo vea.
Mis ojos se levantan de mi taza.
—No querrá verme.
—Por el amor de Dios —murmura, poniéndose de pie. Su silla raspa el suelo, el
sonido resuena en mis oídos—. Me encontraré con Drew para tomar un café cuando
termine de trabajar.
—¿Café? —Me río un poco—. ¿Qué son, dos ancianas?
Sam me ignora y acepta la tostada de uno de mis empleados, Pete, cuando la trae.
La desliza sobre la mesa.
—En realidad nos reuníamos para discutir una intervención.
—¿Para qué?
—Para ti, puta. —Él suspira, asintiendo hacia el plato—. Come. Toma una ducha.
Organízate.
Me deja masticar lentamente media rebanada de pan tostado.
Organizarme.
No sé por dónde empezar.
Y ahora hay más mierda que organizar.
Por algún milagro inexplicable, encuentro un lugar para estacionar a unos cientos
de metros de la cafetería. Drew y Sam están sentados en una mesa afuera, charlando,
aunque se callan cuando ven que me acerco.
—Me arden los oídos —bromeo, sabiendo que Sam le habría estado contando a
Drew lo que encontró en mi oficina esta mañana. Tomo asiento y le doy las gracias
con un gesto de mi cabeza cuando Sam empuja hacia mí un café a través de la mesa.
—¿Cómo estás? —pregunta Drew, y le sonrío por encima de mi taza, sabiendo que
le resulta difícil hacer preguntas tan simples. Su rostro normalmente impasible
estalla en una sonrisa incómoda.
—Estoy bien —respondo. No sabrá qué hacer conmigo si libero lo que le
descargué a Sam esta mañana, así que mantengo las cosas simples. Enarco una ceja
hacia Sam cuando se burla—. De verdad —agrego—. Dime qué está pasando.
Necesito desviar el tema de mí. Tratar de encontrar algún tipo de normalidad. Es
divertidísimo. Definitivamente, no nos reunimos normalmente para tomar un café y
charlar. Más como una bebida y una follada.
Mis dos compañeros están en silencio, y miro entre ellos un par de veces.
—¿No tienes nada que decirme? —pregunto. ¿Nada en absoluto? Sam se encoge
de hombros y Drew remueve su café—. Hacemos reuniones de café con estilo —
murmuro, justo cuando el teléfono de Sam suena sobre la mesa. Su brazo sale
disparado como un rayo, levantándolo. Jesús, nunca lo había visto moverse tan
rápido. A menos que tenga cuerda en sus manos—. ¿Urgente? —pregunto,
observándolo mientras se mueve torpemente en su silla.
—No.
Drew se ríe y vuelvo mis ojos hacia él. Él se pone serio inmediatamente.
—¿Qué está pasando? —pregunto.
—Nada.
—Nada.
—Por el amor de Dios. —Dejo mi café abruptamente y me pongo de pie—. Se
suponía que ustedes dos eran una mejor opción que caminar alrededor de mi ático.
Creo que iré a ver televisión chatarra solo.
Sam se hunde, moviendo su mirada hacia Drew, quien se encoge de hombros.
—Es Kate. —Sam me muestra la pantalla de su teléfono—. Ha salido con Ava.
Me quedo helado con las manos en el respaldo de la silla, listo para empujarla
debajo de la mesa. Mi garganta se obstruye. Mi piel escuece.
—Qué lindo.
Esfuerzo las palabras, mi mente se va por la tangente. Ella está bebiendo.
Socializando. Llamando la atención de hombres probablemente más cercanos a su
edad. Entonces, mientras yo moría lentamente por dentro, ¿ella lo estaba pasando
de maravilla? Se siente como si alguien hubiera clavado una daga en mi corazón y
retorcieron a la hija de puta. ¿Cuándo me convertí en un idiota tan dramático?
—Siéntate —ordena Drew brevemente, inclinándose y empujando la silla hacia
afuera nuevamente. Prácticamente, caigo sobre él, en absoluta agonía—. Bebe. —
Coloca físicamente una botella de agua abierta en mi mano—. ¿Qué estás pensando?
—No quieres saberlo —respondo, tomando un trago necesario de líquido frío.
Estoy pensando que quiero encontrarla, tirarla sobre mi hombro como un bárbaro
y llevarla de regreso a mi cueva. Y matar a cualquiera que intente detenerme.
—Sí, en realidad quiero saberlo. —Drew se vuelve hacia mí, su cabeza se inclina
en duda—. ¿Qué pasa con esta mujer?
Me río, y es imparable. ¿Por qué todos siguen haciéndome esa pregunta obtusa?
¿Y por qué diablos me pregunté eso? Es una pregunta perfectamente razonable para
el hombre que nunca ha mostrado ningún interés en una mujer a menos que esté
medio borracho y quiera poner su miembro dentro de ella.
—¿Y bien? —presiona, y frunzo el ceño.
¿Cómo lo explico de nuevo?
—Beber me hace olvidar todo —digo, girando lentamente mi botella de agua sobre
la mesa, estudiándola—. Adormece el dolor. —Tomo una respiración profunda y
exhalo, hundiéndome en mi silla—. Pero no quiero olvidarla, y me gustan los
sentimientos que provoca.
Drew mira a Sam sorprendido.
—¿Incluso con ese temperamento tuyo que ha salido a jugar últimamente?
Me río.
—Ella es frustrante, sí. —Sonrío, pensando en todas las veces que luchó conmigo
y perdió—. Irrazonable, y eso me vuelve loco, sí. —Lo miro—. Pero todavía se siente
bien. Loco, ¿verdad?
—¿Se siente bien sentirse loco?
—Ella me desafía. Me gusta. Enciende mi interior, y realmente me gusta eso. Pero
sobre todo, amo la sensación de mi corazón latiendo por primera vez en mucho
tiempo.
Como si se lo mereciera.
Drew se recuesta, alarmado, y Sam me sonríe desde el otro lado de la mesa.
Por el amor de Dios. Aparentemente, ella también me convirtió en una niña.
Frunzo el ceño a mi agua, recordando lo que Sam me dijo antes. Ava está abatida.
Pero ahora he oído que está bebiendo. Beber hace que la gente olvide, Ward. Y eso es
algo bueno para ella. Ella necesita olvidarse de mí.
No, ella no lo necesita.
Sí, maldición, lo necesita.
Mis dientes comienzan a rechinar. ¿A cuántos hombres necesitará follar para
sacarme de la cabeza? ¿Ya estoy fuera? No puedo ser porque Kate dijo que está
deprimida. Ella no quiere olvidarte, Ward. Saca tu cabeza del trasero. Haz algo al respecto.
Frunzo el ceño, miro al otro lado de la calle cuando escucho una conmoción, veo a
un hombre que sale tambaleándose de un pub, golpeando a la gente, a los autos
estacionados, a las paredes. Errático. Fuera de control. Constreñido. Y de repente no
es un hombre que no conozco. Soy yo.
—¿Qué pasa allí? —pregunto mientras rodeamos el rellano de la galería, el tío
Carmichael se encuentra al frente, John detrás de mí, como si me estuvieran vigilando. Me
detengo junto a la vidriera y miro hacia las puertas de madera en la parte superior del segundo
tramo de escaleras, escuchando música suave y erótica. Es la primera vez que me permiten
pasar por el apartamento privado de Carmichael.
—Tomemos un trago —sugiere, llevándonos de vuelta al bar. Entro y Carmichael le hace
señas al hombre italiano que espera para servirme—. Ahora tienes dieciocho años, chico. No
todo está perdido. Todavía tienes algunas victorias por delante.
Doy un paso adelante y examino el estante superior, preguntándome si tiene razón.
¿Alguna vez volveré a sentir que puedo ganar en la vida? Probablemente no.
Nunca he necesitado tener dieciocho años para beber, pero no he tocado una gota desde que
Lauren sacó aquella botella de vodka. El aturdimiento era agradable, el entumecimiento, y
siento que necesito estar entumecido ahora. Miro a mi alrededor, a la barra, donde un sinfín
de personas se sientan, charlan, ríen. Sin Lauren. Gracias, demonios. Estoy a salvo. Y ese es
el punto de Carmichael. Seguro. Libre. Lejos de la pesadilla.
—Un vodka, por favor —digo, sentándome en uno de los taburetes, sintiendo mi cuerpo
aligerarse y la bola de ansiedad que obstruye mi garganta se encoge. Una mujer se acerca. Es
madura. Atractiva. Sonríe de placer.
En aprobación.
En aceptación.
Tomo mi bebida y pido otra.
—¿Jesse?
Parpadeo y miro entre mis dos compañeros, todavía pensando en las palabras de
Carmichael de hace casi veinte años.
No todo está perdido. Todavía tienes algunas victorias por delante.
Ava es mi maldita victoria.
Recupérala. Recupérala. Recupérala.
—¿Te reunirás con Kate? —pregunto, y la cabeza de Sam empieza a temblar.
Pongo los ojos en blanco. Este no es un caso de no querer dejarme en paz mientras
me comporto como un cachorro enamorado, se trata de llevarme a consumir una
gran cantidad de alcohol. Me pongo de pie. Llámala.
—No.
—Hazlo —gruño, escuchando a Drew suspirar—. Vas a conocer a Kate —declaro,
caminando hacia mi auto—. Y voy a ir.
Escucho a mis amigos trepando, las sillas de metal resuenan con fuerza.
—Espera. ¿Qué? —pregunta Sam, persiguiéndome—. ¿Qué vas a hacer?
—Hablar con Ava.
—Oh, hombre —musita—. ¿Razonablemente?
Me detengo, dirigiendo una mirada incrédula hacia él.
—Siempre soy razonable. —Por el amor de Dios—. ¿Vienen ustedes dos chicos o
no?
Es hora de empezar a enmendar mis errores, porque he tratado de vivir sin ella,
no pensar en ella, olvidarme de ella. Y fracasé. Necesito arreglar esto. Y
especialmente necesito aprender a manejar los estados de ánimo que ella provoca.
El viaje de regreso a Lusso es largo, con solo mis pensamientos tormentosos como
compañía. Me siento como si estuviera en un tren fuera de control, dirigiéndome
hacia un desastre, y no hay nada que pueda hacer para detenerlo. Pero tal vez pueda
hacerlo más lento. Darme tiempo para descifrar algo de esta situación.
—Maldición —suspiro, clavando mi codo en la puerta y apoyando mi pesada
cabeza en ella. Y como si mi auto se sintiera apropiado, Angel se enciende en la radio,
bajo y suave en el fondo. Miro su forma durmiente.
Haz lo que sea necesario para mantenerla.
Simple.
El martes, me despierto de nuevo a las cinco y, sin otra cosa que hacer que volverme loco
con mis pensamientos y preocupaciones, salgo a correr de nuevo. Tengo otra discusión
mental conmigo mismo. Otra pequeña crisis.
El trayecto hasta La Mansión se me pasa volando y, como todavía no tengo
noticias de Ava, envío un mensaje a Sam pidiéndole el número de Kate. Seguro que
me dirá la verdad. Kate es esa clase de mujer, tan recta como una flecha. Entro en mi
despacho y encuentro a Sarah en mi mesa revisando unas hojas de cálculo.
―¿Qué le dijiste a Ava el domingo? —pregunto, con una actitud agresiva y
amenazante.
Ella observa mi alta figura, probablemente frunciendo el ceño, aunque nunca lo
sabrías.
―Charlamos. Sobre los diseños. ¿Pasa algo?
Gruño y tiro las llaves y el teléfono sobre la mesita, dejándome caer en el sofá.
―No contesta mis llamadas.
―Quizás ha estado ocupada.
¿Demasiado ocupada para responder a su teléfono o a sus mensajes? Me burlo, mi
pie golpea tan rápido como mi mente da vueltas. ¿Charlar? Estoy seguro al noventa
y nueve por ciento de que Sarah miente sobre lo que le dijo o no a Ava, y sé con
absoluta certeza que, aunque le pregunte, no será sincera. Y odio no poder confiar
en alguien que ha formado parte de mi vida durante los últimos veinte años. Pero es
un hecho. Ava ha vuelto a la rutina desde que pasó tiempo con Sarah.
Agarro mi teléfono cuando suena y me desinflo cuando veo que es John. Lo
ignoro. Luego inhalo cuando vuelve a sonar y me desanimo, de nuevo, cuando veo
que es Sam. Pero me ha dado el número de Kate, sin preguntas. Antes de marcarlo
o enviarle un mensaje, vuelvo a probar con Ava. Nada. Y después de probar con
Kate y luego con Sam y no obtener tampoco respuesta de ellas, tiro el teléfono en el
sofá de enfrente, enfadado.
―¿Por qué demonios nadie contesta a sus malditos teléfonos?
Y maldición, necesito deshacerme de estos sofás. Estoy a punto de exigirle a Sarah que
lo haga cuando mi teléfono empieza a sonar.
―Es el mío ―dice Sarah, levantando su teléfono cuando estoy a punto de
lanzarme por la mesa de café hacia el sofá―. Está aquí ―dice, mirándome―. Lo
enviaré.
―¿Qué está pasando?
―Fuga en la sala de máquinas.
Mis hombros caen, y me arrastro hacia arriba, reclamando mi teléfono y
marchándome. Este día. Este maldito día. Refunfuño y murmullo mientras camino
por La Mansión, ignorando a cualquiera que me hable.
Cuando llego a la sala de la planta, John está de manos y rodillas, sin la chaqueta
del traje, con una toalla amontonada junto al deshumidificador.
―Hijo de puta ―refunfuña, retorciéndose por algo.
Al menos no me está llamando hijo de puta por una vez.
―¿Qué tan malo es? ―pregunto, uniéndome a él, viendo su rostro de esfuerzo
mientras intenta desenroscar una de las juntas del tubo de salida.
―Bastante malo ―gruñe y luego jadea, soltando el agarre y limpiándose la
frente―. El bastardo está atascado.
Me quito la chaqueta y empujo a John para que se aparte.
―¿Has aislado el suministro de agua? ―pregunto, y él responde con un gruñido,
así que agarro bien la junta y la retuerzo. No se mueve.
―Te lo dije ―dice John, vigilando el manómetro―. Atascado.
Ajusto mi agarre, consiguiendo un mejor ángulo, esforzándome por aflojar el hilo.
Nada.
―Maldición ―digo, pateando la pipa con rabia. Gruño y vuelvo a agarrar el
porro, retorciéndolo con un grito, haciendo un gran esfuerzo.
Ping.
Se desprende enseguida y la junta tórica cae a la baldosa. La recojo y examino el
trozo de goma corroído.
―La junta está hecha polvo ―digo, se la lanzo a John y recojo mi chaqueta.
―¿A dónde vas ahora, hijo de puta malhumorado? Tengo asuntos para que te
ocupes en la oficina.
―Lo haré más tarde. Estaré en el gimnasio.
Necesito trabajar seriamente en esta ira contenida antes de encontrar a Ava y
arrasar con ella. Eso no va a salir bien. Ser suave lo hace.
―Responde a mis malditas llamadas, entonces ―me digo a mí mismo, marcando
de nuevo.
A las dos, no estoy menos estresado pero estoy tan agotado después de matarme
en el gimnasio durante horas entre llamadas a Sam, Kate y Ava. Y entonces, como
un rayo, cuando estoy en la ducha, me doy cuenta de que debe haberle pasado algo.
Ha tenido un accidente. Se ha hecho daño. Por eso no responde a mis llamadas o
mensajes, porque físicamente no puede. Y por eso Kate tampoco me contesta. Está
con Ava. Se me hiela la sangre. Mi corazón pasa de cero a sesenta en un nanosegundo.
Escucho sonar mi teléfono y salgo de un salto de la caseta, preso del pánico.
Caigo directamente sobre mi trasero desnudo.
―¡Maldición! ―grito, resbalando y deslizándome por las baldosas, tratando de
llegar a mi teléfono. Me estiro para alcanzarlo en el banco y me tumbo de espaldas,
teniendo la pantalla a la vista―. Sam ―suelto―. No puedo contactar con Ava. Llevo
llamando y enviando mensajes desde ayer. ¿Has...?
―Espera, hombre, tranquilo.
Mi mandíbula rechina con dureza.
―No me digas que me calme. Podría estar tirada en una cuneta por lo que sé. ¿Has
hablado con Kate?
―Ella está aquí. En mi casa ―dice, con cierta cautela―. Lo siento, acabamos de
encontrar todas tus llamadas perdidas.
Me resisto, luchando con mi cuerpo resbaladizo para subir al banco, incapaz de
reaccionar a la declaración de Sam, una mujer está en su casa, ese merece atención.
―¿Así que tampoco ha visto a Ava? ―pregunto, con mi maldito corazón latiendo
dolorosamente―. ¿No sabe si está bien?
―Haré que la llame ahora.
―Sí, hazlo ―gruño―. Y me devuelves la llamada. ―Levanto la vista cuando John
entra en escena, observando mi forma desnuda y enjabonada, mirando por encima
de sus gafas―. No digas nada ―le advierto―. Y pásame una toalla.
John agarra en silencio una toalla y me la lanza, y yo empiezo a frotarme,
quitándome la espuma del cuerpo, con los ojos puestos en la pantalla de mi teléfono,
deseando que suene.
―Dime por qué demonios pareces dispuesto a golpear algo ―retumba.
―Ava ha desaparecido. ―Me pongo de pie y me pongo los calzoncillos,
calculando mentalmente en cuántos hospitales tengo que buscar y en cuál
primero―. Nadie puede localizarla. ―Le lanzo a John una mirada de preocupación.
No hay que confundir su propia preocupación. Sí. Sí, es así―. Pensé que sólo me
estaba evitando otra vez. ―Me agarro los pantalones y me los pongo de un tirón―.
Pero, ahora que lo pienso, eso no tiene ningún sentido. Nos hicimos amigos y todo
estaba bien.
Quiero meterme una bala en la cabeza por dejar pasar todo este tiempo. Quiero
torturarme lentamente por no haber insistido en que pasara la noche del domingo
conmigo. Así no estaría muriendo lentamente ahora.
Suena mi teléfono y me abalanzo sobre él.
―Sam ―musito, mi rostro se tuerce de miedo. Por favor, dime que la han encontrado.
―Está bien ―dice, y mi mano se congela en la camisa―. Ha respondido a uno de
los mensajes de Kate, así que está viva.
―¿Qué?
―Escucha, amigo, no pierdas la cabeza, pero Kate mencionó algo sobre que Ava
no te volvería a ver.
Me quedo inmóvil.
―¿Qué?
―He dicho que no pierdas la cabeza.
―No estoy perdiendo la cabeza.
―¿Seguro?
La sensación de ardor empieza en los dedos de los pies y se extiende por mi cuerpo
como un incendio.
―No estoy perdiendo la cabeza ―gruño, mirando a John, que me observa en
silencio.
Perdiendo la cabeza.
Me he vuelto loco de preocupación, ¿y realmente me está evitando? ¿Por qué?
―¿Jesse? ―pregunta Sam en voz baja. Preocupado―. Tranquilo.
―¿Estar tranquilo? ―grito, captando el respingo de John en mi visión
periférica―. Me he vuelto loco.
Dejo el teléfono de golpe y lucho para ponerme la ropa, pasando por delante de
John.
―No la agobies ―me dice.
―¡Vete a la mierda!
Me meto en el auto y salgo disparado por el camino, dividiendo mi atención entre
la carretera y mi teléfono, buscando el número de la oficina de Rococo Union.
Marco y bramo mi pedido cuando una mujer responde.
―Quiero hablar con Ava.
―Sí, señor. ¿Quién llama?
―Es privado.
―Oh. Vale, un momento, por favor. ―La línea se queda en silencio, y frunzo el
ceño hacia la carretera. Si se atreve a volver y decir..
―Lo siento, señor. Ava está fuera de la oficina...
―Ponla al maldito teléfono ―bramo, golpeando el volante, incapaz de controlar
mi temperamento. He pasado de la preocupación a la ansiedad, de la preocupación
al miedo, de la preocupación a la furia.
Hay una colección de golpes y crujidos, sin duda el resultado de que la pobre
mujer haya dejado caer el teléfono en estado de shock.
―Y... Y... Yo... Yo... lo siento, señor...
―No lo sientas, ponla al teléfono.
―Señor, por favor... Yo... Le aseguro que... que ella... no está aquí.
Dios mío, esa mujer será mi muerte.
―De acuerdo ―grito, golpeando repetidamente con el dedo el botón para
terminar la llamada―. Como quieras, Ava ―murmuro, pisando el acelerador.
Llego a su despacho, aparco en doble fila y me dirijo a la puerta, tratando de
ponerme en forma. Entro a empujones, sin pensar en lo que voy a decir ni en cómo
voy a manejar esto. Observo el espacio y veo un escritorio más adelante, con la silla
vacía. Pero ¿dónde está ella?
―¿Puedo ayudarle, señor? ―pregunta una señora en el primer mostrador.
―¿Dónde está Ava? ―gruño, y ella palidece, parpadeando rápidamente. Parece
quebradiza, pero que me jodan si consigo dominar esta rabia ardiente. La mujer,
supongo que la misma a la que le grité por teléfono, me mira fijamente, muda.
―¿Dónde? ―vocifero.
―Se fue hace un rato, señor.
Vuelvo a salir, me meto en el auto y doy vueltas por la calle, llamando a Ava
repetidamente. Y con cada una de mis llamadas que ella ignora, mi ira se amplifica.
No puede volver a hacer esto. Le envío una serie de mensajes, y cada vez que hago
clic en enviar, pienso en algo más que añadir.
Me he vuelto loco.
Pensando cosas impensables.
¡Pensé que había ocurrido algo terrible!
Pero no. ¿Te has vuelto a acobardar?
No. No puedes volver a hacer esto. No te lo permitiré, y será mejor que te
acostumbres a eso y empieces a repensar cómo manejas lo que sucede entre
nosotros.
No es de extrañar que no responda, y tampoco es de extrañar que eso solo sirva
para enfadarme aún más. Chillo fuera de su piso y vuelvo a marcar mientras me
dirijo a la puerta de su casa.
―Hola.
Me detengo en medio de la carretera, sorprendido. ¿Ella respondió?
―¿Ava?
―Jesse ―dice, sonando bastante tranquila. Eso está bien. Aquí estoy, colgando
del borde de un maldito acantilado, y ella está muy tranquila. Bien por ella. Por el
amor de Dios―. No puedo volver a verte ―dice despreocupada.
Oh, no. Oh, no, no, no.
―No ―digo, tratando de enfriar el ardor interior―. Ava, escúchame...
Cuelga. Cuelga, y es exasperante por más de una razón. Porque tiene miedo. Tiene
miedo de hablar conmigo, de verme, porque si lo hace, no podrá negar nuestra
perfección.
Llego a la puerta de su casa y la golpeo con el puño.
―Ava ―grito, golpeando la madera―. ¡Ava! ―Invierto mis pasos y miro hacia la
ventana, marcando de nuevo―. Contesta, contesta, contesta. ―Mi mano se dirige a
mi cabello, tirando del desorden del rubio. Me salta el buzón de voz y miro el
teléfono con asombro―. ¡Ava! Contesta a la maldita puerta.
¿Por qué hace esto? Es agotador. Me enfurece. Es confuso.
A través de mi niebla de desesperación, oigo el rugido de un motor y me giro para
ver a Sam entrando en una plaza de aparcamiento detrás de mi auto. Sale, con Kate
a cuestas, y se acerca con cautela. Lanzo las manos al aire.
―Me está volviendo loco ―grito señalando la ventanilla―. ¿Alguien puede
explicarme qué demonios le pasa por la cabeza, porque la última vez que la vi las
cosas estaban bien?
Kate lanza a Sam una mirada nerviosa y se acerca, frotando valientemente mi
brazo.
―Cálmate.
Hago girar mi hombro para encogerse de hombros.
―¿Qué te ha dicho? ―pregunto, clavando a Kate en su sitio con ojos
expectantes―. Cuando llegó a casa el domingo, ¿qué dijo? ―Veo que está indecisa.
―Kate ―insisto, sintiéndome tenso, acercándome para asegurarme de que puede
ver mi desesperación―. Necesito verla. Sé que está asustada, pero si pudiera verla,
—y tocarla―, podría demostrarle que no hay nada que temer. Por favor.
Ella se desinfla visiblemente.
―De acuerdo ―dice, sacando las llaves y dirigiéndose a la puerta.
La sigo con atención, aprovechando el tiempo que Kate tarda en dejarme entrar
para convencerme. No espero ni un segundo para saber si lo he conseguido. En
cuanto se abre mi camino hacia Ava, atravieso la puerta y subo las escaleras. Puedo
olerla, y sigo ese aroma que me da vueltas en la cabeza hasta el salón, irrumpiendo
en él. Y ahí está, de pie en medio de la habitación, con unos shorts escasos y una
camisa. Me relajo por primera vez en días. Está inimaginablemente guapa, incluso
con esa mirada de alarma salpicada en la cara. Y, lo más importante, está de una
pieza.
A diferencia de mi corazón, que está en mil pedazos. Ella está bien. Yo no lo estoy.
Mi alivio se diluye rápidamente por la ira.
―¿Dónde demonios has estado? ―grito, haciéndola retroceder un paso. No puedo
contenerme. Tiene que saber cómo estoy. Con pánico. Estresado. Asustado. Me están
empujando al borde de... ¿qué? ¿Beber?―. ¡Me he tirado de los pelos!
No dice nada, sólo me mira fijamente durante mucho tiempo, entre la sorpresa y
la incredulidad. ¿Qué demonios esperaba? Oigo que Sam y Kate se acercan detrás
de mí, y Ava mira junto a mí a su amiga, decepcionada.
―Vamos a bajar a The Cock a tomar algo ―dice Sam, apartando a Kate del camino
y de mi línea de fuego.
Tomo aire, controlado y tranquilo, mi cabeza se inclina hacia atrás. Cálmate, Ward.
No estás ayudando. Se queda en silencio, esperando, y bajo la cabeza para encontrar
sus ojos.
―¿Alguien necesita un recordatorio?
Se queda con la boca abierta. ¿Está sorprendida? ¿Asombrada? Estupendo.
―No ―grita, me empuja y se dirige a la cocina. La sigo y veo cómo se lleva una
botella de vino y vierte la mitad en Una copa enorme―. ¡Eres un completo cabrón!
―Me lanza una mirada que me dolería si no estuviera ya agonizando. Sin embargo,
me estremezco. ¿Soy un cabrón? No soy yo quien la ha dejado frenética de
preocupación estos últimos días. ¿De dónde diablos saca ella esto? ¿Cuál es su
maldito punto?―. Ya tienes lo que querías ―grita, y frunzo el ceño―. Yo también.
Nos follamos.
Retrocedo. Insultando, asimilando ¿Está empeñada en que me seccionen?
―Cuida tu maldita boca ―bramo―. ¿De qué estás hablando? No he conseguido
lo que quería.
Ni de lejos.
―¿Quieres más? ―pregunta, mientras bebe un poco de vino. Mi mandíbula se
estremece al ver cómo se lo traga como si fuera agua, imprudente e irresponsable―.
Pues yo no ―grita―. Así que deja de acosarme, Jesse. Y deja de gritarme.
Toma otro gran trago de vino. Me ha presionado demasiado. Tiene la costumbre
de hacer esto. Es como si hubiera encontrado mis botones y no pudiera resistirse a
presionarlos.
Avanzo rápidamente, agarro la copa y lo arrojo al fregadero, haciéndolo añicos.
―No tienes que beber como en una puta quinceañera ―grito, y ella me mira
fijamente, con las manos cerradas en un puño. ¿Está enfadada? Me río para mis
adentros. Bienvenida a mi mundo, señorita.
―¡Fuera!
La presión es excesiva y exploto, girando y lanzando mi puño contra la puerta,
haciendo un agujero gigante en la madera.
Me vuelvo, agitando la mano, clavándola en su sitio con la mirada. Ella no rehúye.
No puede. Cierro el espacio entre nosotros mientras ella se empuja hacia la encimera,
y cuando estamos frente a frente, me mira, casi con desafío en los ojos. Mi respiración
es agitada. Estoy sudado por estar estresado. Tan enfadado que oscila de todo
adentro o todo afuera a diario. ¿Y todo el mundo piensa que es una buena idea soltar
todos los sucios secretos que tengo? Esto, aquí, ahora, sólo ha reforzado mi decisión.
No le diré nada hasta que hayamos superado este exasperante juego del gato y el
ratón.
Coloco mis manos sobre las suyas en el borde de la encimera. Acerco mi rostro.
Escudriño sus ojos. Mi interior se ilumina. Esto. Esta sensación.
Tócala y volverá a ser tuya.
Gruño y empujo mi boca hacia la suya, y ella empieza a retorcerse y a forcejear
contra mí, así que endurezco mi beso, mis manos apretando las suyas. Se niega a
abrirse a mí, se mantiene firme. Es absurdo. Su cuerpo lanza una chispa tras otra, su
corazón golpea mi pecho. No puede ocultarlo. Lamo sus labios sellados, saboreando
su deseo. Está incrustado en su piel y, sin embargo, sigue negándome, sigue
negándose a abrirse. Le suelto una mano y me agarra el brazo. No me muevo ni un
centímetro. Ni un terremoto me movería. La tomo por la cadera y se sobresalta con
un grito superficial. Gruño, sin rendirme. Nunca me rendiré.
Gira la cabeza, dejándome respirar con dificultad en su oído. Puedo oler su
conflicto.
―Mujer testaruda ―susurro, trasladando mi atención a su cuello, dándole a cada
centímetro un beso o un lametazo o un suave mordisco. Vamos, Ava. Estoy cansado de
estos juegos. Siento que he pasado por el infierno y he regresado para llevarnos a los
dos a un lugar de aceptación, y estaré muerto antes de permitir que ella nos robe esa
satisfacción a los dos. Muerto.
Llevo mi boca hasta su oreja y muerdo su lóbulo, luego siento sus uñas hundirse
en mi piel a través de mi chaqueta. Está cediendo. Está luchando por mantener esta
inútil resistencia. Mi miembro canta su acuerdo, deseando que siga adelante. Llevo
la mano a su estómago y la acaricio suavemente de lado a lado.
―Por favor. Por favor, para.
―Para, Ava ―murmuro, acariciando su mejilla caliente―. Para.
Introduzco un dedo por encima de la cintura de sus calzoncillos y rozo
suavemente su vientre, con la lengua mojando su cuello. Se relaja contra mí, su
cuerpo se estremece, y me río levemente de su obstinación.
Me pone una mano en el pecho y trata de apartarme. Yo no me muevo. Y se
desespera porque sabe que estoy ganando. Los sentimientos están ganando. La
química está ganando. Ella es superada por una tonelada de pasión cruda.
Voy a por todas, introduzco mis dedos en sus bragas y jadeo cuando encuentro el
fuego allí. Dios mío.
Se sacude violentamente.
―Oh Dios.
Me muevo rápido, aplastando mi boca contra la suya, acariciando su clítoris
suavemente mientras invado su boca. Y cuando siento que su lengua se encuentra
con la mía, doy gracias al cielo.
―Suéltame la mano ―ordena, y gimo, liberándola, moviendo mi agarre hacia su
cuello mientras me rodea con sus brazos, yendo hacia mi boca como una loca,
abrazándome más fuerte de lo que nunca me había abrazado.
La paz me invade mientras la meto los dedos lentamente, saboreando la sensación
constante de su palpitación en torno a mi tacto. No tardo en hacerla llegar al clímax.
Su grito se rompe, su cuerpo se pone rígido, mientras se corre sobre mi mano en
interminables gemidos.
―¿Ya te acuerdas? ―pregunto en voz baja, y suspira, obligando a abrir los ojos.
Nuestras miradas se encuentran. Eso me dice todo lo que necesito. Le doy un ligero
beso en los labios y la levanto, colocándola en el borde de la encimera y apiñándola.
Porque el apiñamiento funciona. Así que vete a la mierda, John―. ¿Por qué sigues
huyendo de mí? ―Pregunto, necesitando saber, desesperadamente, para poder
arreglarlo y asegurarme de que no vuelva a ocurrir.
Ella mira hacia otro lado y se encoge de hombros. ¿Un encogimiento de hombros?
Vamos, Ava. Le tomo la barbilla y dirijo su cara hacia la mía.
―Háblame, nena.
Por favor. Cuéntame todo lo que te pasa por la cabeza. Deja que te ayude a resolver esto.
―Me estás distrayendo ―dice en una larga exhalación―. No quiero que me
hagan daño.
Ahí está. Y, maldición, tengo garantizado que la voy a lastimar. Pero...
―¿Soy una distracción?
―Sí.
―¿De qué te estoy distrayendo? ―pregunto rápidamente. Ella también me
distrae, pero mientras que para mí es algo bueno, es muy obvio que Ava no cree que
sea algo bueno para ella.
―De ser sensata ―dice, con rostro de incomodidad. Su respuesta me desconcierta.
Ser sensato sería dejar de desafiar incesantemente esta cosa increíble que tenemos y
aceptarla. ¿Por qué no puede hacerlo? Parece que en el momento en que no la agobio,
se convence a sí misma de lo contrario.
―Ava, debes saber una cosa. ―Es la única cosa que necesita saber ahora mismo―.
Haré cualquier cosa para evitar hacerte daño. ―Cualquier cosa. Todavía no sé cómo
puedo hacer que eso suceda, pero mis buenas intenciones están ahí. Es la misma
razón por la que me aferro a mis secretos. No quiero herirla, y en el proceso herirme
a mí mismo. Ya no quiero hacerme daño a mí mismo―. Por favor, no huyas de mí.
―La beso suavemente, recurriendo a mi as de la manga―. Ahora voy a distraerte
un poco más. Tenemos que volver hacer amigos.
La saco de la encimera, y ella se envuelve alrededor de mí de esa manera que hace.
Como si no quisiera soltarse. Y sé que en el fondo no quiere, lo que hace que todo
sea tan frustrante. ¿Qué le dijo Sarah para que huyera de alguien a quien quiere?
Estoy a punto de preguntar pero lo pienso mejor. Ahora no. Ella está apegada a
mí, y no puedo arriesgarme a cambiar eso.
Nos dirijo a su habitación, cierro la puerta de una patada y la dejo en el extremo
de la cama. Los dos necesitamos esto, pero sobre todo Ava necesita saber que, sea lo
que sea lo que la ha asustado, no dejaré que la aleje de mí. No me rendiré con ella ni
con nosotros. Pero tendré más palabras con Sarah. Porque cuando hace daño a mi
chica, me está haciendo daño a mí. Ella tiene que darse cuenta de eso.
Me coloco encima de ella y le subo la camisa por el cuerpo, maravillándome con
la perfección de sus tetas cuando quedan al descubierto. Mi sonrisa es imparable, y
mi hambre se acerca a los reinos de la inanición. Echo la camisa a un lado y me
sumerjo para agarrar la parte superior de sus pantalones cortos. Ella accede, por
supuesto, levantando para que pueda deshacerme de todo lo que me estorba.
―Quédate ahí.
A pesar de mi urgencia por volver a estar dentro de ella, me desvisto a un ritmo
perezoso, obteniendo un placer incalculable de que me observe, con sus manos
crispadas, dispuestas a ayudarme a desnudarme. Sus ojos recorren tranquilamente
mi piel desnuda y se posan en mi cicatriz.
―Mírame, Ava ―digo, sonando más duro de lo que pretendía, mientras me bajo
los bóxer por los muslos. Sus ojos brillan excitados cuando se descubre mi miembro,
y me mira, casi pidiendo permiso.
―Estoy desesperado por estar dentro de ti ―susurro con voz ronca―. Estoy
deseando follarte la boca más tarde. Me lo debes.
Enlazo un brazo alrededor de su pequeña cintura y la subo a la cama mientras me
arrastro, acomodándome entre sus cálidos muslos y encerrándola. Tengo que
recordarme a mí mismo que debo tomármelo con calma, cuando lo único que quiero
es aplastarla como un animal. Saciar mi necesidad. Pero no. Dárselo lentamente.
Cada impulso meticuloso, cada beso suave, cada mirada profunda. No le dejes la
mente en blanco con una brutal cogida de propiedad. Ponerla en blanco con algo
más.
El amor.
―Ya no corremos, Ava.
Levanto las caderas e inhalo mientras me hundo en ella. Su gemido es fuerte, su
agarre a mi hombro es feroz, y yo me quedo quieto, necesitando tomarme un
momento. Podría disparar mi carga en cualquier momento. Me hablo de la miembro
hacia abajo, cerrando los ojos, concentrándome en la respiración, mientras ella me
acaricia suavemente los brazos. Tardo unos minutos en atreverme a moverme. Abro
los ojos y la encuentro mirándome. Es una mirada tan penetrante. Es más que una
mirada. Es mucho más que una mirada. Si no estoy mirando a los ojos de una mujer
enamorada, me rindo ahora. Ella sí me ama.
Mierda, mujer, yo también estoy locamente enamorado de ti. A pesar de que me distraes.
Aunque sigas huyendo. Y cuando deje de huir, le confiaré mis verdades, porque quiero
más que nada tener a esta mujer para siempre. Que me acepte en su totalidad.
Me apoyo en los brazos, inhalo y retrocedo, avanzando lentamente, retirándome
lentamente, volviendo a entrar lentamente.
―Ava, cuando tengas la tentación de volver a correr, piensa en cómo te sientes
ahora mismo ―digo, apenas capaz de hablar por el placer pero necesitando
decirlo―. Piensa en mí.
Ella asiente, tragando saliva audiblemente.
―Sí ―contesta en voz baja y ronca, moviendo las caderas para recibir mis avances.
Trago saliva y me sumerjo, atrapando sus labios, nuestras lenguas cayendo en el
mismo ritmo perezoso de nuestro hacer el amor.
―¿Se siente bien? —pregunto, con el corazón frenético pero en paz.
―Demasiado bien.
―Lo hace. ―Maldición, lo hace―. ¿Está ahí, señorita? ―Ella se aprieta a mi
alrededor, estrangulando mi miembro.
―Estoy ahí ―confirma, mordiéndome la lengua, con sus manos por toda mi
espalda.
―Te tengo, nena. ―Ella empieza a ponerse rígida―. Suéltalo.
Ella grita, el sonido es increíble, su cara se retuerce, su cuerpo vibra. La visión es
como ninguna otra, su gemido es largo, y es mi fin. No hace falta ningún esfuerzo
por mi parte para unirme a ella en su liberación, mi cuerpo sigue naturalmente al
suyo. Me corro en silencio, manteniendo nuestro beso mientras cierro los ojos y lucho
por la sensibilidad. Ella me exprime todo lo que tengo. Más de lo que ella nunca
sabrá.
―Maldición, te he echado de menos.
Planto mi rostro en su cuello e inhalo su piel caliente y húmeda, levantando mis
caderas para deslizarme fuera de ella y caer de espaldas. Levanto un brazo en señal
de silencio y ella se arroja rápidamente sobre mí.
―Me encanta los polvo somnoliento contigo ―dice en voz baja, y yo sonrío,
apartando algunos pelos que se le pegan a la mejilla.
―No era polvo somnoliento, nena.
―¿Entonces qué fue?
Me inclino y pongo mi boca en su frente.
―Eso fue un polvo para recuperar el tiempo perdido.
―Entonces me gustan los polvo para recuperar el tiempo perdido.
―Pues no deberían gustarte tanto. No se darán muy a menudo.
―¿Por qué?
―Porque, señorita, no volverá a huir de mí, y yo tampoco pienso alejarme de
usted muy a menudo. ―Seamos claros―. Si alguna vez lo hago.
Su pierna se lanza sobre la mía y yo tomo su rodilla, tratando de ignorar dónde
me acaricia en el abdomen. No preguntes, no preguntes, no preguntes.
―¿Cómo ha ocurrido esto?
―¿Cómo ocurrió qué, Ava?
Sueno cortante, pero es difícil no resentir cualquier cosa que pueda reventar
nuestra burbuja. Cómo llegó esa cicatriz podría definitivamente reventar nuestra
burbuja.
―Nada ―dice ella en voz baja, sonando a la vez como si estuviera picada.
La culpa se dispara. Cambia de tema. Mi pulgar hace círculos alrededor de su
rodilla.
―¿Qué vas a hacer mañana?
―Es miércoles ―responde ella, sonando confusa—. Trabajando.
―Tómate el día libre.
―¿Qué, así de fácil?
―Sí, me debes dos días.
―Tengo mucho trabajo ―argumenta, y yo pongo mala cara. Eso es una mierda.
Y si no lo es, es una mierda, porque La Mansión puede funcionar prácticamente sola
con John y Sarah alrededor, dejándome a mí haciendo el tonto la mayor parte del
tiempo―.Además, tú me abandonaste durante cuatro días ―dice de sopetón, y yo
sigo. Le debo cuatro días. Así que tiene que darme la oportunidad de pagar mi
deuda, y lo haré. Diez veces más. Por el resto de mi vida.
―Entonces vente conmigo ahora.
―¿Adónde?
―Tengo que ir a La Mansión y comentar unas cosas con John. Puedes cenar algo
mientras me esperas.
Llamaré antes. Asegúrate de que no está muy ocupado. La acompañare
directamente a mi oficina. Estará bien.
Se queda quieta contra mí.
―Prefiero quedarme aquí. ―dice mientras la miro, viendo que la comisura de su
labio se pierde entre los dientes―. No quiero molestarte.
¿Molestarme? Eso es exactamente lo que quiero. Cada minuto de cada hora.
Agarro sus muñecas y la llevo a su espalda.
―Tú jamás me molestarás. ―Miro sus pechos. Sonrío para mí mismo. Y dejo caer
mi cara, trabajando mi boca sobre cada pezón. Se pone inmediatamente tensa debajo
de mí, sus pezones como piedras, su respiración acelerada. Mi sonrisa se amplía ―.
Te vienes.
―Te veré mañana. ―Ella tensa las palabras, y yo muerdo uno de sus pechos,
asomándome a ella.
―Hmm, ¿Necesitas un polvo para hacerte entrar en razón?
Un fuerte golpe, seguido de risas, se filtra en el dormitorio. Noooooooo. Hago un
mohín a través de mi boca llena de tetas, y Ava sonríe.
―Supongo que te será imposible no hacer ruido mientras te follo para hacerte
entrar en razón? ―¿Qué clase de pregunta estúpida es esa?―. Maldición. ―Me
fuerzo a levantarme, rozando tácticamente mi rodilla contra su centro, atrapando su
empapado sexo. Se está conteniendo. Es tan linda. Aplico mis labios sobre los suyos
y la beso hasta la saciedad―. Tengo que irme. Cuando te llame mañana,
responderás.
―Lo haré ―acepta sin rechistar y, Dios, la paz interior es increíble. ¿Ves? Todo lo
que tiene que hacer es aceptar y estoy tranquilo. Aunque obviamente me está
siguiendo la corriente. Burlándose de mí.
Sonrío como un lobo y me lanzo a por su cosquillosa cadera, agarrándola, y ella
grita, haciéndome estallar los tímpanos. Se tambalea, cayendo de frente. Es una
oportunidad demasiado buena para dejarla pasar. Le doy un fuerte golpe con la
palma de la mano en el trasero.
―¡Ay!
―El sarcasmo no te pega, señorita.
Me levanto de un salto y agarro mi camisa arrugada.
―¿Estará Sarah en La Mansión? ―pregunta, acomodándose de espaldas.
¿Oh? Frunzo el ceño y busco mis calzoncillos.
―Eso espero. Trabaja para mí.
Su cara es nada menos que de asombro.
―Dijiste que era una amiga.
―Sí, es una amiga y trabaja para mí.
Una amiga. ¿Qué otra cosa podría llamar a Sarah? Excepto, tal vez, una perra.
Observo cómo Ava se pone los pantalones cortos y la camisa con rabia. Sin
embargo, su clara sorpresa por el hecho de que Sarah trabaje para mí no es lo que
ocupa todo mi espacio de pensamiento.
―¿No vas a ponerte nada más?
Sale antes de que pueda pensar en cómo expresarlo mejor, y frunce el ceño ante
su escasa ropa.
―Estoy en casa.
―Sí, y Sam está ahí fuera.
Señalo la puerta. Está prácticamente desnuda. Sin sujetador. Las tetas son
claramente visibles a través del material fino y elástico de su top. Los pantalones
cortos rozando sus nalgas. Piernas para días a la vista. Perdóname, pero no estoy
muy entusiasmado con que mi amigo se quede con la perfección de todo esto.
Llámame irracional. En esta ocasión, no me importa.
―A Sam no parece importarle andar en calzoncillos ―señala Ava con toda la
razón―. Al menos yo voy tapada.
Resoplo interiormente. Apenas.
―Sam es un exhibicionista.
Como la mayoría de los miembros de La Mansión. Voy a su armario y encuentro
algo adecuado. Ava no es una exhibicionista. Es una de las razones por las que la
quiero tanto. No se parece en nada a las mujeres de La Mansión.
―Toma, ponte esto ―le digo, sacando un enorme jersey crema y pasándoselo.
―No. ―Me mira como si hubiera perdido la cabeza. No lo he hecho. Pero si no se
pone este jersey, puede que lo haga. No hay manera de que pueda salir de aquí
mientras ella está mirando así. De ninguna manera. La empujo hacia delante con una
mirada de advertencia que sé que ignorará―. Póntelo.
―No.
Me lo quita de la mano y lo tira a la cama, y yo lo miro mientras me muerdo el
labio, preguntándome cómo demonios voy a meterla en ese jersey. Ni siquiera hace
falta que sea el jersey. Un albornoz bastaría, pero ya que está siendo tan
malditamente irracional al respecto, tiene que ser el jersey.
Vuelvo mis ojos entrecerrados hacia ella, y su rostro, desafiante y molesto, sólo me
hace estar más decidido. Ella aprenderá, igual que estoy aprendiendo yo. Es hora de
que averigüemos lo que ocurre en el cero.
―Tres ―digo, alto y orgulloso, observando con nada más que deleite cómo se
queda con la boca abierta.
―¿Me estás tomando el pelo?
No, nena. No, en absoluto.
―Dos.
―No me voy a poner el jersey. ―Se ríe, aunque está nerviosa. Porque sabe lo que
viene.
―Uno. ―Nunca he conocido a una mujer tan obstinada y difícil en toda mi vida,
y dudo que alguna vez lo haga. Pero ella es mi mujer obstinada y difícil. Y la amo.
―Haz lo que quieras, Jesse ―me incita―. No me voy a poner ese jersey.
Se equivoca.
―Cero.
Me mira fijamente, esforzándose por parecer fuerte, pero es incapaz de ocultar su
incertidumbre. Oh, esto es divertido. Muevo la cabeza hacia ella, inspirando, y observo
cómo su cuerpo se contrae, listo para huir. Me muevo con rapidez y ella lanza un
aullido, lanzándose por la cama. Me río y la agarro por el tobillo, arrastrándola hacia
mí.
―¡Jesse! ―grita mientras la hago girar, subiéndome encima de ella e
inmovilizándola―. ¡Suéltame! ―Su cabello le estorba en la cara, impidiéndole la
visión, y apenas consigo borrar mi sonrisa de comemierda cuando se la quita de un
soplido, usando su último aliento.
―Vamos a dejar una cosa clara. ―Me encojo de hombros para quitarme la
chaqueta, lo que me da más libertad de movimiento en la preparación. Se necesita
todo lo que hay en mí para mantener mi diversión a raya. Parece que podría darme
un puñetazo en la cara y obtener el mayor de los placeres. Agarro el jersey de color
crema y lo levanto―. Si haces lo que te digo, nuestras vidas serán mucho más fáciles.
―Su mandíbula está a punto de romperse―. Todo esto… ―aprieto cada pezón por
turno, pero ella no se inmuta ni se agita ni grita―, es sólo para mí.
Está jugando a un juego peligroso, porque cuanto más intente demostrar su poder,
más demostraré lo contrario. Pero, no te equivoques, ella tiene todas las cartas aquí.
No es que vaya a admitirlo. Le agarro la cadera y le clavo los dedos.
―¡No! Por favor.
Sus gritos se convierten en risas, y es un espectáculo para la vista. También es una
oportunidad. Utilizo mi mano libre para empezar a introducir sus brazos a través
del jersey, haciéndole cosquillas constantemente, utilizando sus extremidades
agitadas y sus movimientos descoordinados en mi beneficio. Ella lanza su brazo y
yo le pongo una manga. Intenta golpearme con el otro, le agarro la mano y le pongo
la otra manga. Le doy otro golpe en la cadera y su cabeza vuela en un grito. Le paso
el cuello del jersey por la cabeza y se lo bajo de un tirón.
Hecho.
―Así está mejor. ―Admiro mi trabajo. Está adorable con la lana. Me inclino y le
quito el cabello de la cara, esperando que me encuentre. Está hecha polvo. Sin aliento
y sudorosa. Es hermosa. Le doy un fuerte beso―. Podrías habernos ahorrado un
montón de problemas a los dos si te hubieras puesto... el maldito... jersey.
Pero no puedo negar lo divertido que fue. Y lo mucho que necesitaba reírme
simplemente. Maravillosa y exasperante mujer.
Me levanto y me pongo la chaqueta mientras ella busca el aliento y se levanta. Ella
mira por su cuerpo. Gruñe como un tigre. Una mirada de muerte. Nunca sabré cómo
consigo contener mi sonrisa.
―Voy a quitármelo ―declara ferozmente.
Mi diversión ya no se puede ocultar.
―No, no lo harás.
Dormirá con él toda la noche y recordará nuestros increíbles encuentros amorosos,
cómo se puso el jersey en su cuerpo y quién tiene el poder. Sale de la habitación
mientras me arreglo la corbata, mis ojos sonrientes la siguen.
―Eres un idiota.
La puerta del baño se cierra con tal fuerza que la casa tiembla. ¿Yo? ¿Irrazonable?
Después de todo lo que me ha hecho pasar, ¿soy yo el irrazonable? Me río, pero me
detengo en el momento en que mis ojos se posan en su teléfono, preguntándome qué
tono de llamada me pondré hoy. Sonrío mientras lo cambio y me dirijo a la cocina,
donde encuentro a Kate y a Sam muy ocupados.
―Pareces mucho más feliz ―reflexiona Kate, dejando a Sam junto al fregadero
para ir a buscar una taza.
―Ava y yo hemos llegado a un acuerdo.
―Oh, que bien. ―Sam parece genuinamente feliz por mí. Bien. Yo también me
alegro―. ¿Qué es eso?
Agarra una silla, pero me distraigo de responderle cuando Ava entra pisando
fuerte. Sigue con el jersey puesto. Y una mirada sucia sigue estropeando su precioso
rostro. Se dirige directamente a la botella de vino y se sirve un gran vaso como si
quisiera dejar constancia de ello. Oh, está caminando por una línea muy fina. La
próxima vez, no la obligaré a ponerse un jersey. Será una maldita jaula. La miro con
desprecio mientras se acomoda contra la encimera, con el vino en la mano. ¿Se ha
olvidado de la monstruosa resaca que ha tenido? ¿Ha olvidado que juró no volver a
beber? Lo hace para irritarme. Para recuperarse.
―Hicieron las pases? ―pregunta Kate, cruzando la cocina y bajando al regazo de
Sam. Él acepta con facilidad, no pestañea, incluso bromea con dejarla caer entre sus
muslos abiertos. No es habitual verle tan volcado en una mujer. No puedo negar que
le sienta bien.
―No ―escupe Ava, y yo pongo mala cara. Bueno, eso no es cierto. ¿Por qué dice
esas tonterías?―. Y si quieres saber quién ha hecho un agujero en la puerta de tu
cocina ―continúa, señalando la madera en la que enterré mi puño no hace mucho―,
no busques más. También ha roto tu copa de vino.
―Si es más, dímelo. ―Miró a Ava en su sitio, retándola a seguir con los juegos
infantiles, mientras tiro un montón de dinero sobre la mesa.
―Con eso bastara ―dice Kate.
Me acerco a Ava, lenta y despreocupadamente.
―Me gusta tu jersey ―le susurro.
Su cabeza se inclina y sus ojos se abren de par en par.
―Vete a la mierda ―dice, y luego sigue una transgresión con otra, bebiendo una
cantidad estúpidamente ridícula de vino.
Déjalo, Ward.
Pero es bastante divertida. Le beso la nariz.
―Esa boca. ―Y le agarro la nuca, atrayéndola hacia mí―. No bebas mucho ―le
advierto, y la beso. Con fuerza. Como si la poseyera. Porque mientras la estoy
consumiendo así, lo hago.
El jersey está olvidado. Su enfado está olvidado. El vino y las malas palabras se
han olvidado. Ella es masilla en mis manos, y ya no estoy enojado con ella.
―Puede que tengas que recordármelo ―dice, y yo me río, una risa apropiada, una
llena de felicidad. Le recordaré todas las cosas durante todos los días.
Me observa mientras toma otro sorbo, esperando mi reacción. No le doy ninguna.
Sólo porque está en casa y, en realidad, no quiero dejarla en malos términos. Quiero
dejarla con un potente recuerdo de nuestra química. He hecho lo que vine a hacer.
―Mi trabajo aquí ha terminado.
Me doy la vuelta y me voy, empezando a contar los minutos para mañana.
Suena mi teléfono mientras me dirijo a mi auto, el nombre de John aparece de
forma intermitente.
―Ya voy ―digo con un suspiro.
―Bien. Hay alguien que quiere verte.
―¿Quién?
―Freja Van Der Haus.
Me detengo en medio de la carretera, mirando hacia atrás, hacia la casa de Kate.
Maldición, nunca me había alegrado tanto de perder una batalla con Ava.
―Soy popular estos días, ¿eh? ―bromeo, pero John no está de acuerdo, ni siquiera
en desacuerdo. Me cuelga y mis hombros caen, la palma de mi mano recorre un largo
y lento trazo sobre mi cara. Es un paso adelante, diez pasos atrás.
i auto circula por el camino hacia La Mansión, pareciendo tan reacio como
yo a estar aquí. Hay mucho tráfico, los autos llenan la gran extensión del
camino de entrada y las puertas dobles están abiertas.
Una vez estacionado, me doy cuenta del estado de mi traje gris. Parece que he
estado luchando con él. Mi sonrisa oculta es enorme, las visiones de Ava
retorciéndose en la cama debajo de mí se desbocan en mi mente. Me agacho y me
ajusto el miembro, la maldita cosa se hincha. No quiero estar aquí.
Subo los escalones con mal humor y, cuando entro, me siento más que aliviado
por haber cedido a la negativa de Ava a venir, no sólo porque Freja está aquí en
algún lugar. Parece que todo el mundo está aquí.
El vestíbulo es una masa de gente que pasa en zigzag, va y viene del bar, sube las
escaleras y vuelve a bajar. Es el hotel más concurrido que he visto nunca. Con el ceño
fruncido, me dirijo al bar. Está igual de concurrido. Mario está frenético, sirviendo,
agitando, sirviendo. Es martes por la noche, una noche notoriamente tranquila. ¿Qué
pasa?
Me acerco al fondo del bar y me sirvo un agua.
―Señor Jesse ―dice Mario, siempre feliz, incluso cuando se le van los pies a Italia.
―¿Qué pasa, Mario? ―pregunto, señalando a la multitud.
―No sé ―dice, volviendo a la masa de gente que espera ser atendida.
John entra a grandes zancadas, escudriña el caos y me encuentra escondido detrás
de la barra. Mueve la cabeza y se va.
―Ya voy ―murmuro, echando un vistazo a la estantería superior, empezando a
sentirme molesto por la presión de mi inminente enfrentamiento con Freja. Me
sacudo los pensamientos y le sigo hasta mi despacho―. ¿Dónde está ella? ―le
pregunto a su ancha espalda, pero no responde, sólo me abre la puerta al llegar,
apartándose como un caballero y extendiendo un brazo en un gesto exagerado y
sarcástico―. Gracias ―refunfuño, viéndola sentada al otro lado de mi escritorio. Me
pregunto si es prudente estar en una habitación a solas con ella. No porque me
preocupe lo que yo pueda hacer, sino lo que hará Freja. He estado en el extremo
receptor de una mujer desesperada demasiadas veces recientemente.
Pero concluyo rápidamente que mi oficina es mi única opción, especialmente con
La Mansión tan ocupada. No necesito una escena.
Me dirijo a mi escritorio y me planto en la silla, poniendo un enorme trozo de
madera entre nosotros.
―Freja. ―Mis ojos se posan en el respaldo del sofá, donde la última vez que la vi
estaba inclinada sobre él. Alejo esos pensamientos―. ¿Qué puedo hacer por ti?
¿Por qué demonios iba a hacer una pregunta tan estúpida?
Su cabeza se inclina como si estuviera sorprendida. No se siente bien.
―Pensé...
―Oh, no ―digo antes de que pueda activar mi cerebro y considerar un enfoque
más diplomático―. Bueno, pensé que habíamos llegado a un acuerdo.
―Sí. Luego pasó lo de la semana pasada.
La culpa me abruma.
―Fue un error. ―No puede haber pasado por alto el momento en que perdí mi
equipaje y lo tiré. Fui un desastre. Está siendo muy selectiva con sus recuerdos―.
Freja, lo que pasó en...
―Se dice que estás viendo a alguien.
Me echo hacia atrás en mi silla como si me hubieran disparado, mis ojos la miran
con recelo. Aquello me pareció una amenaza de espaldas. ¿Cuál es la palabra, y
quién demonio ha estado hablando? Me quedo mudo, incapaz de desenredar mis
pensamientos.
―¿Significa eso que estás fuera del mercado?
―Nunca estuve en el mercado, Freja.
―Pero disponible, ¿sí?
―¿Te refieres a follar? ―pregunto, manteniendo los hechos, empujándome más
hacia atrás en mi silla―. Disponible para follar.
―Y ahora no lo estas.
Ella sonríe, y yo lo odio al cien por cien. Maldición, esto no es bueno.
―¿Cómo va el divorcio? ―pregunto.
―Nos estamos enfrentando.
―¿Sobre qué?
Por favor, di dinero.
―Sobre quien tiene la culpa.
Desvío la mirada, sin que me guste el brillo de satisfacción de sus ojos. No estoy
siendo intuitivo. Estoy siendo real. Freja me dijo que su marido no sabía que había
estado en mi cama. Ahora lo ha hecho de nuevo, ¿ha cambiado eso?
―¿Le has contado a tu marido lo que pasó la semana pasada? ―pregunto,
fastidiado por su necesidad de alargar esto. Necesito saber a qué me enfrento.
―No ―dice, y mis ojos se disparan hacia los suyos, sorprendidos. No sé por qué
me siento tan aliviado. Veo que se avecina una trampa―. Pero tengo curiosidad.
¿Por qué te preocupa tanto que mi marido se entere, Jesse?
Cierro los ojos al inhalar.
―Como he dicho antes, no quiero que mi Mansión sea vea involucrada en sus
problemas.
No puedo hablarle de Ava y darle la munición que está buscando. De todas las
personas que no deberían saber sobre Ava, es Freja. No puedo arriesgarme a que se
lo diga a Mikael. Porque si se entera de que Freja ha estado en mi cama, tendrá el
placer más enfermizo de intentar vengarse. Él ya tiene su ojo en Ava, sin mí en la
ecuación, eso fue obvio en el lanzamiento de Lusso.
―¿En serio? ―pregunta, y yo cierro los puños, sintiendo que la presión aumenta.
―Freja, te lo preguntaré nuevamente. ¿Por qué estás aquí?
Se levanta y rodea mi escritorio, desenredando el cinturón de su gabardina
mientras lo hace. Me levanto de la silla como un cohete y desvío la mirada antes de
ver lo que hay debajo o, mejor dicho, lo que no hay debajo. A saber, la ropa.
―No me hagas deletrearlo, Jesse.
―Tápate, Freja ―le advierto. ¿Qué demonios le pasa? La eché de esta oficina hace
apenas unos días. ¿Por qué consideraría venir...?
―¿No quieres guardar nuestro secreto?
Ah. Ahí está. Por eso está aquí.
Permanezco de espaldas a ella, mirando a través de los terrenos de La Mansión.
Unos terrenos preciosos. Los árboles rebosan de un verde exuberante, cada brizna
de hierba en su sitio, los parterres rebosan de flores primaverales. Todo es tan
perfecto. Excepto por la mujer que está detrás de mí, cuyas garras están invadiendo.
Siento su mano en mi bíceps y la miro, con las fosas nasales encendidas y el mal
genio en alza. No es perfecto. Me alejo y me doy la vuelta, asegurándome de
mantener la mirada.
―¿Estás diciendo que, si complazco todos tus placeres, mi establecimiento y yo
nunca seremos mencionados en lo que respecta a tu marido y a la batalla por el
divorcio?
Veamos hasta dónde cree que puede llegar. Veamos si realmente necesito
recordarle el contrato.
Ella sonríe. Que Dios se apiade de mi alma, me dan ganas de bórrasela del rostro.
No creí que Coral pudiera ser vencida en las apuestas, pero Freja está cayendo más
bajo que el vientre de una serpiente.
―Bueno, yo no lo diría así, pero... ―Se encoge de hombros y deja su abrigo en el
suelo. Mis ojos permanecen en su rostro―. En pocas palabras, sí.
Asiento con la cabeza, con los labios rectos, y me acerco a ella, observando cómo
su cuerpo empieza a tensarse por la anticipación. Me acerco todo lo que puedo sin
tocarla. Respiro en su rostro. Empieza a bajar lentamente, sin que mis ojos se aparten
de los suyos. Está temblando. Lo odio, maldición.
Le arrebato el abrigo del suelo, me levanto y se lo meto en el pecho.
―Me arriesgaré ―digo con rotundidad, retrocediendo y lanzándole una mirada
que explica exactamente lo que pienso de ella. Escoria. Tenemos un contrato
blindado que le prohíbe hablar de La Mansión en un entorno judicial, y si lo ha
olvidado, estará completamente jodida. ¿Chantajearme? Eso no va a suceder―.
Ahora vete a la mierda.
Sus ojos están muy abiertos y sorprendidos. Es un insulto.
―Como quieras.
Se abre paso hasta su abrigo, atando bruscamente el cinturón, y yo me río en voz
baja. Si realmente tuviera las cosas a mi manera, no sería una cagada tan
monumental. No estaría en esta maldita situación.
―Adiós, Freja ―digo con una finalidad, que ella no puede cuestionar―. Y que
conste que te tenía por una mujer elegante y digna ―añado, viendo cómo su rostro
se desencaja―. Siento que se demuestre que estaba equivocado.
Me dirijo a la puerta y la abro de un golpe, sin ser un caballero, pero queriendo
que se vaya. Otra vez.
En el momento en que sus tacones sobrepasan el umbral, la cierro de golpe, le doy
una fuerte patada y me tiro en el sofá, cerrando los ojos, repentinamente agotado.
A la mierda todo, pero especialmente yo.
5
Un éclair, a veces también petisús, relámpago o palo de Jacob, es un bollo fino o dona hecho con pasta choux, a la que se da forma alargada
y se hornea hasta que queda crujiente y hueco, y que habitualmente se rellena.
―Estoy sucia ―dice alrededor de una sonrisa vertiginosa.
―Oh, me encanta esa sonrisa. ―Es ligera, es feliz, y yo la puse ahí. Es la maldita
vida―. No estarás sucia por mucho tiempo.
Me inclino sobre ella, mi miembro recibe un tortuoso roce en el lugar adecuado.
¡Control! Soy una broma. Mi dedo debe estar vibrando contra su piel mientras lo
arrastro por el desorden de su cuerpo. Me mira con nada menos que adoración. Eso,
de por sí, es adictivo. Paso por encima de su pezón erecto, observando cómo se pone
rígida y sus ojos brillan de deseo. Me deleito, literalmente, lamiendo mi dedo.
―Hmmm ―tarareo―. Chocolate, crema y sudor.
Y es divino.
Está cada vez más impaciente, luchando por contenerse, buscando a mi lado. No
puedo negarme a ella. Estoy acabado, esclavo de su demanda, un tonto enamorado.
Tomo su boca y ella me besa hasta las nubes, donde floto durante un rato, consumido
por nuestra inexplicable conexión, pero el infierno interior ruge con fuerza. Yo gimo,
ella se retuerce. No puedo contenerme más.
Tiro de ella hacia arriba, sin dejar su boca, con sus manos moviéndose
frenéticamente por mi pelo, y arranco mis labios, subiendo por su mejilla hasta su
oreja, mordiendo cuando ella fuerza sus caderas hacia mi ingle moliendo.
―Jesse. ―Es una súplica, su cuerpo se inclina.
―Lo sé. ―Maldición, lo sé―. ¿Quieres que me encargue de ello?
¿Qué me encargue de ti? Porque, nena, la necesidad suena bien en ti, y se siente tan
increíble en mí.
―¡Sí!
Ella no te conoce, Ward.
Cierro los ojos con fuerza, apartando mi conciencia acosadora. Escúchala.
Escúchala. Ella te quiere. Te quiere. Te necesita. No te dejará. Aprieto los dientes y le doy
un tierno beso debajo de la oreja, preparándome para enfrentarme a ella. Para
decírselo. La vuelvo a poner de espaldas y me mira con tanta reverencia que me
duele físicamente. Díselo. ¿Pero decirle qué? ¿Qué parte? ¿Con qué horror empiezo?
Le aparto un mechón de pelo del rostro, con la mirada fija en su expresión de
adoración. Su rostro ahora, mirándome, esperando, viendo cómo me desgarro por
dentro. Ella no tiene ni idea.
No puedo hacerlo.
No puedo quitarle esa mirada. No puedo ser la razón de su dolor. He herido a
demasiada gente, y estaré muerto antes de añadir a Ava a esa lista. Ella es la
redención para mí y, egoístamente, tampoco puedo quitarme eso.
―Todo es mucho más llevadero contigo, Ava ―susurro.
Eso lo puede saber ella. Estaría perdido sin ella. Sé que es cierto, porque durante
los momentos en que estamos separados, siento que vuelvo a morir lentamente.
Contando los minutos hasta que me lleve a las nubes. Dando vueltas a mí mismo si
ella pierde una llamada. Me atormenta, me preocupa constantemente lo que me
depara el futuro. No sé lo que me depara, y es malditamente aterrador. Así que, pase
lo que pase, para preservar esta especie de locura maravillosa, debo hacer lo que
tengo que hacer. Y ella tiene que encontrar en sí misma la forma de aceptarlo.
Miro su cuerpo. Miro en sus ojos. Mi mente grita. Mi corazón grita.
Veo su intención de hablar, de pedir más. Me odio por ello, pero no puedo dárselo,
y en este momento me pregunto si alguna vez lo haré.
Distraerla.
Mi boca cae sobre su pecho, dándose un festín, volviéndola loca al instante.
―¿Te gusta? ―pregunto, sabiendo la respuesta, sintiendo que la rabia supura. Soy
un verdadero y total desastre.
―¡Sí!
―¿Quieres más de mi boca?
La acoso, queriendo que se confirme su necesidad, exigiendo oírla de nuevo.
―¡Jesús, Jesse!
Ahí está. Todo para mí. Divido la atención de mi lengua entre sus pechos,
permitiendo que su creciente impaciencia y sus jadeos me hagan volver a estar
estable. ¿Estaré estable alguna vez? Siseo cuando me clava las uñas en el cuero
cabelludo, deseando que el castigo continúe hasta que ya no tenga nada que lamer.
―Ya estas limpia. ―Me pongo de pie, limpiando mi boca―. Pero ella quiere más
de mi boca.
Esto no se trata de lo que ella quiere, a pesar de que lo quiera. Se trata de mí.
Aliviar mis inseguridades. Aliviar mi dolor. Aliviar mi conciencia. Coloco una mano
en cada uno de sus muslos y separo sus piernas, arrastrando el aire ante la mera
visión de ella.
―Demonios, Ava. Estás chorreando.
Poso mis ojos en los suyos mientras bajo la cabeza, su olor potente, su calor
chisporroteante. Cada músculo que tiene se cierra con fuerza, preparándose para mí.
¿Estoy preparado?
Nunca.
Hundo mi lengua en lo más profundo de ella, aplastándola y arrastrándola
firmemente por su centro.
―Oh... ¡Dios!
Ella se agita y yo le meto dos dedos, inmovilizándola con mi antebrazo.
―¿Quieres que pare? ―pregunto, lamiéndola, besándola, bombeando con fuerza
con mis dedos. Sonrío perversamente, manteniendo mi cruel combinación de golpes
de lengua y pulsiones, saboreando el espectáculo de su desmoronamiento. Está cera.
Puedo saborearlo. Lo siento. Olerlo.
Su clítoris golpea contra mi lengua y su cuerpo se arquea violentamente, su cabeza
se mueve de un lado a otro mientras explota en un grito, vibrando magníficamente.
Luego se deja caer de nuevo sobre la encimera, jadeando, mojada. Debería darle
tiempo para recuperarse. Debería. Pero no puedo. Está chorreando, y mi miembro
quiere parte de eso.
―Eres asombrosa. Necesito estar dentro de ti. ―Levanto sus caderas y empujo
hacia delante mientras tiro de ella hacia abajo―. Me toca a mí.
No hay espacio para la consideración. No hay espacio para acomodarse.
Mis caderas se mecen y golpeo contra ella, sin control. No tarda mucho en
encontrar mi vaivén. Sus brazos se echan hacia atrás, grita y acepta mi poder. Estoy
apretado en todas partes, mis brazos, mi agarre, mi mandíbula. La fricción es
sublime, su rostro es un cuadro. ―¿Te gusta, Ava?
―Dios, sí.
―No volverás a huir de mí, ¿verdad? ―gruño entre dientes.
―¡No!
Es exactamente lo que necesitaba oír. Sin embargo, no frena el estruendo de mis
caderas, no me hace tomarme mi tiempo. La arrastro hacia arriba y la hago girar,
aprisionándola contra la pared, mi urgencia, mi conciencia, sacan lo mejor de mí.
¿Pero puedo parar? Nunca.
Sus gritos son persistentes y fuertes, como combustible para mi motor. No sé cómo
está sosteniendo esto. Yo mismo estoy a punto de colapsar. Mi miembro se está
volviendo sensible, me duelen los huevos, mis músculos gritan.
Estoy cerca. Miro al techo, con la mandíbula a punto de estallar, y entonces sus
dientes se hunden en mi hombro. ¡Maldición! Mi cabeza choca con la pared, y ella
lanza un grito que estoy seguro podría llegar a La Mansión.
Aun así, siento que su sexo me aprieta, y estoy perdido.
Me abalanzo hacia delante, mi miembro arremete, explota, y gimo durante mi
orgasmo, sintiéndome mareado y absolutamente destrozado.
―¡Jesús! ―me atraganto, teniendo que dejar de moverme, la sensibilidad es
excesiva, todo mi cuerpo tiembla maníacamente. Estoy aturdido. Confundido. Sin
aliento. Y fuera de mis cabales en el amor.
Me abraza, jadeando contra mi hombro, los dos empapados, pegajosos e inútiles.
Tardo unos instantes en encontrar la energía necesaria para volver a subirla a la
encimera, y en cuanto está de nuevo de espaldas, me derrumbo sobre ella. Estoy
agotado. Eso fue brutal.
Le doy besos en las mejillas calientes mientras permanece quieta y callada, con los
ojos cerrados. ¿En qué está pensando? ¿Se está preguntando cómo ha podido existir
sin esto? ¿Sin mí?
Sus párpados parpadean y me mira con sueño.
―Tú y yo ―digo en voz baja, escudriñando sus ojos, viendo la vida en sus
profundidades.
No dice una palabra. No lo necesita.
Cuando se esconde en mi cuello, sé lo que me está diciendo, pero quizá tenga que
aceptar que nunca pronuncie las palabras. Puedo hacerlo, porque Ava y yo siempre
hablaremos así.
No quiero moverla. No quiero separar nuestros cuerpos.
―Necesitamos una ducha ―digo a regañadientes, arrastrándonos los dos hacia
arriba, quedando cada uno de sus miembros enroscados alrededor de mí con fuerza.
―Quiero quedarme aquí ―me suplica atontada, y me río.
―Tu agárrate. ―Siempre agárrate a mí―. Yo me encargo.
Ella no protesta. Espero que nunca lo haga. La llevo al cuarto de baño y la coloco
sobre el mueble. Tiene un aspecto mágico en ese mueble.
―Tú estás pegajosa, yo también. ―Y quiero mostrarle lo bien que la cuido. Que
se acostumbre a mi devota atención. Que lo espere. Que se ponga mal conmigo si no
lo consigue―. Déjame lavarnos a los dos, luego podemos meternos en la cama y
acurrucarnos. ¿Trato hecho?
Ella hace un mohín, apenas capaz de mantener los ojos abiertos. Literalmente, la
he jodido para que se duerma.
―No, méteme en la cama.
―Eres adorable cuando tienes sueño.
Y descarada. La levanto, la llevo a la ducha, y se aferra a mí de esa forma tan
increíble que tiene.
―Te voy a soltar. ―Aumenta su agarre. Es emocionante―. No puedo lavarte con
manos ocupadas ―digo entre risas.
―Quiero seguir pegada a ti.
Oh, Dios. Más de eso, por favor. Todo eso. Tráelo, estoy listo. Muestro mi
agradecimiento con un suave picoteo en su frente. Puedo flexionar. Así que la agarro,
apoyándola bajo el trasero con una rodilla, y busco los productos que necesito,
dejándolos caer al suelo. Luego nos inclino juntos hasta que ella se acuna en mi
regazo, acurrucada. El agua que cae sobre nosotros es tranquila, pero mi cabeza grita.
Es implacable, y ninguno de los pensamientos es bienvenido.
Díselo.
No puedo, y eso hace que me odie aún más.
Agarro el jabón y empiezo a aplicarlo sobre su piel allí donde puedo, ya que sus
brazos están encerrados alrededor de mi cuello. No tengo ningún deseo de
quitárselos. No tengo ningún deseo de quitárselos. Hago lo mejor que puedo con su
pelo, aplicando un poco de champú y luego un poco de acondicionador, y mientras
le froto el cuero cabelludo y se lo enjuago, mis movimientos vacilan, mis ojos se
clavan en su forma adormilada. Tan inconsciente. Tan en la oscuridad. Me inclino y
beso su sien, cerrando los ojos.
―Voy a cuidar de ti para siempre ―murmuro, rogando en silencio que me deje
hacerlo. Dedicarme por completo a ella. Me hará sentir mejor por haberla engañado
tan terriblemente. Por haberla traicionado. Por favor, perdóname por todos mis pecados
pasados. Por favor, complétame.
Mis ojos se abren de golpe cuando siento que su mano se suelta de mi cuello, se
desliza por mi hombro hasta mi frente y se desliza hasta mi vientre. Está despierta.
―De acuerdo ―susurra.
Mi maldito corazón se rompe por ella, pero por mí, late más rápido. La vida.
De acuerdo.
―Vamos ―digo, con la voz gruesa―. Vamos a sacarte.
Me mata un poco más cuando me besa suavemente el pecho, y parpadeo el escozor
de mis ojos. No hay esperanza. Trago saliva, bajo la mirada y ella sonríe, vacilante e
insegura. Me esfuerzo por devolverle una sincera.
―¿Qué pasa? ―pregunta.
¿Qué es lo que está bien en medio de tanta maldad?
Sólo ella. Tiene razón.
―Nada —miento―. Todo está bien.
Aprieto sus mejillas, intentando de nuevo con esa sonrisa, absorber cada
centímetro de ella. Sólo para comprobar que es real. Sólo para comprobar que está
realmente aquí.
Sólo estoy medio seguro.
Llevo la mano a la espalda y cierro la ducha, ayudándola a levantarse, me
envuelvo rápidamente en una toalla y me paso una eternidad disfrutando de frotarla
y exprimirle el agua del pelo. Cuidar de ella. Ahora es acogedora, pero ¿qué pasará
mañana cuando no esté inmersa en mi atención física y mi cuerpo?
―¿Quieres que te lleve en brazos?
Asiente con la cabeza y vuelve a estar en mis brazos en un santiamén. La meto en
la cama y sonrío cuando se mete bajo las sábanas. Me uno a ella, y apenas he llegado
a descansar cuando me asfixia por completo, extendiéndose sobre mí. Estoy
completamente envuelto en ella. Y es el lugar más relajante del mundo.
―Duérmete, nena.
La beso dulcemente, acercándola.
Y me paso toda la noche tumbado intentando averiguar cómo demonios consigo
quedarme con esta mujer, y al mismo tiempo salvarla de mí.
H a pasado mucho tiempo desde que me desperté tan temprano y quise
estarlo. Es un nuevo día, y después de la perfección de anoche, estoy
emocionado por ello. También estoy aterrorizado. Si pudiera hacer que el
mundo entero desapareciera, excepto nosotros, sería ideal. Mantenernos en
una burbuja. Una que nunca podría reventar, y mucho menos explotar. Porque lo
hará. Tiene que hacerlo.
Y los fragmentos de devastación podrían esparcirse por millas.
Ella está profundamente dormida, su respiración ligera, sus labios entreabiertos.
Se ve tan cómoda. Cómoda. Como si nunca debiera salir de mi cama. Solo he visto
dormir a otra persona en mi vida. He estado sentado allí durante horas, solo
asegurándome de que su pecho se moviera hacia arriba y hacia abajo, de vez en
cuando colocando una palma allí para sentir los latidos de su corazón. Para sentir su
calor. El único calor que había en mi vida.
Trago saliva y alcanzo el pecho de Ava, poniendo mi mano entre sus pechos. La
sensación de los latidos pulsando en mi toque me hace sonreír con tristeza,
incómodo con la vida filtrándose en mí. Porque si hay una cosa en el mundo de la
que estoy seguro, es que la vida no está garantizada. Puede ser robada. Arrancada.
No puedo permitir que eso vuelva a suceder. Nunca lo sobreviviré.
Mi toque se mueve a su rostro. Su piel está resplandeciente. Sus pestañas son
incomprensiblemente largas. Sus labios están bellamente hinchados y rosados.
Necesitas esto.
—Haz lo que sea necesario —susurro, mis ojos recorren su rostro pacífico—.
Quieres estar aquí —le digo en voz baja—. Y me aseguraré absolutamente de que sea
la mejor decisión que tomarás. Me inclino y dejo caer un beso en sus labios, y ella
murmura somnolienta, su mano se levanta y cae sobre mi nuca. Me alejo un poco,
estudiándola—. Sálvame, Ava —susurro—. Tú eres la única que puede.
Mis ojos se cierran y hundo mi rostro en su cuello mientras ella desliza su mano
de un lado a otro sobre mi nuca por unos momentos hipnóticos, antes de que sus
movimientos se vuelvan lentos y se detengan otra vez. Me quedo quieto contra ella.
Descansado, a pesar de mi inquietud. Siento la calma, a pesar del remolino de
tormento interior. Feliz, a pesar de la miseria que envuelve mi existencia.
Me aparto de su cuerpo y la arropo, luego salgo silenciosamente del dormitorio,
dirigiéndome a la cocina por un poco de agua. Mientras estoy bebiendo el vaso, mis
ojos se posan en su bolso. Limpio mi boca con el dorso de la mano y me acerco con
precaución, mis ojos se mueven rápidamente hacia la puerta, mi mente la ve
acurrucada a salvo en mi cama. Dormida. Inconsciente. Este ático enorme y extenso
se siente un poco más hogareño con Ava aquí. Mi vida es de alguna manera más
tolerable.
Meto la mano en su bolso con cautela y dejo algunas cosas a un lado. Un paquete
de píldoras se encuentra en la parte inferior. Tómalas.
Retiro mi mano, retrocediendo, alejándome a una distancia segura.
—Basta —le digo a mi mente rebelde—. Solo…
Mi pie atrapa algo en el suelo, y miro hacia abajo. Su zapato. Miro a través de la
cocina y veo el resto de su ropa, esparcida por todo el lugar. Sin pensarlo dos veces,
y tal vez para alejarme de su bolso, recojo sus cosas y las coloco en la isla. Las miro
fijamente.
Mantenla.
Recojo la pila y voy a la nevera (¿la maldita nevera?) y meto todo dentro. Cierro
la puerta. Me quedo mirándola.
—Llama al maldito psiquiatra, Ward —digo, y sin embargo, no rectifico mi
movimiento. En su lugar, recojo mi ropa del suelo y salgo de la cocina, negándome
a mirar su bolso, con el rostro compungido mientras lucho contra el demonio que
está en mi hombro y me grita que asegure el trato. Por el amor de Dios.
Necesito una distracción.
Subo los escalones de dos en dos, sintiendo que ha pasado demasiado tiempo
desde que la vi, la toqué, la besé. La encuentro tumbada boca arriba, con el cabello
alborotado y abanicando las almohadas, las sábanas rozando su cintura. Su tono de
piel contra el blanco nítido es la perfección absoluta. Saco mi teléfono del bolsillo de
mis pantalones antes de tirarlos en el cesto de la ropa, y miro la pantalla mientras
vuelvo a la cama. Me detengo en el borde. Mira el nombre de mi hermana. Maldición.
Borro su llamada perdida y archivo ese problema para tratarlo en otro momento.
Luego tiro suavemente de las sábanas por el cuerpo de Ava, exponiéndola por
completo, y gateo sobre la cama, colocándome entre sus piernas, mi pecho cubre el
suyo. La paz es mía otra vez. La sensación de sus pechos aplastados contra mí es
pura felicidad. Su respiración calentando mi rostro es gratificación total. El
sentimiento dentro de mí es de amor absoluto, completo, que cambia la tierra, que
estremece el universo.
Acuno su cabeza con mis brazos, acaricio su nariz, muevo mis caderas un poco
para hacer espacio para mi gloria matutina instantánea, y cae perfectamente en el
lugar suave y cálido entre sus muslos. El cielo completo.
Sus ojos parpadean para abrirse, y veo que su mente se da cuenta lentamente de
dónde está y con quién.
—Buenos días, dama —susurro, sintiendo su cuerpo tensarse debajo del mío, cada
miembro se estira lo mejor que puede mientras la sujeto.
—Buenos días a ti. Su voz es áspera y ronca, y los constantes latidos de su corazón
contra mi pecho aumentan. El deseo instantáneo. La necesidad instantánea.
Un movimiento de mis caderas me pone dentro de ella, y dejo caer mi cabeza por
un momento, mis dientes rechinan, la sensación es... fuera de este mundo. Esto. Cada
mañana, esto.
Fuerzo un poco de vida en mis músculos y levanto mi pesada cabeza,
retrocediendo y avanzando de nuevo lentamente, observándola desmoronarse de
inmediato. Ella se aferra a mis brazos con fuerza, mirándome.
—Me encanta el sexo somnoliento contigo.
No dispuesto a interrumpir nuestra conexión, la abrazo contra mí y ruedo sobre
mi espalda. Ella sisea mientras se acomoda encima de mí, a horcajadas sobre mi
cintura. Su barbilla cae sobre su pecho. Está luchando con la posición. Luchando por
aceptarme. No por mucho tiempo. Pronto, la habré tenido en todas las formas y
posiciones conocidas por el hombre, y ese dulce lugar suyo no conocerá nada más
que a mí. No aceptará nada más que a mí.
—Móntame, Ava.
Sus manos se unen a los músculos de mi pecho.
—¿Estoy a cargo? —pregunta, con un cierto nivel de deleite en su tono.
Está al cien por cien a cargo. En alguna que otra ocasión que no lo estoy.
Ella siente eso, y siento que disfruta de que yo tenga el poder. Pero también sé que
luchará conmigo por eso.
—Haz lo peor que puedas, bebé.
Y, maldición, ella podría hacer algo de daño.
La incito con una sacudida de mis caderas, haciendo que mi miembro se hunda
profundamente y con fuerza. Aprieta la mandíbula y se eleva lentamente, flotando
sobre mí, mi punta roza su delicioso calor. Ella ordeñará esto por todo lo que vale,
me hará rogar, me excitará salvajemente, y estoy bien con eso. Mi vista actual es
inigualable, su expresión es una mezcla de determinación y deseo. El deseo lo
entiendo. El valora. El amor. ¿La determinación? Está perdiendo su maldito tiempo.
Ya estoy adicto a ella. Y a su merced, y estoy en paz con el hecho de que siempre lo
estaré. Así que haga lo que pueda, señorita O'Shea.
Y ella lo hace.
Baja con cuidado, observándome intensamente, obviamente disfrutando de la
tensión en mi rostro. Y se mueve maravillosamente, haciéndome incapaz de contener
mis sonidos de placer.
—¿Otra vez? —pregunta, y maldigo, las puntas de mis dedos se hunden más
profundamente en la piel de sus muslos, anclándome—. Mide tus palabras, por
favor.
Ella comienza a levantarse perezosamente de nuevo, y no tengo ni idea de cómo
mantiene sus movimientos controlados, porque ya me siento listo para saltar por la
habitación con gritos constantes. Sube. Baja. Con un movimiento preciso. Una y otra
vez, cada movimiento envía mi mente y mi cuerpo más al caos. Gimo, echo mi cabeza
hacia atrás, mis manos alcanzan sus pechos.
Ella deja de moverse, los músculos de sus muslos se tensan mientras mantiene su
posición. Trago saliva.
—¿Lento?
Nunca había visto un espectáculo así, y murmuro mi súplica para que me
complazca, mis manos arañan sus pechos perfectamente formados y de tamaño
perfecto. Me toma por sorpresa cuando de repente cambia su táctica, aumentando el
ritmo de sus movimientos.
—¡Jesús, maldito Cristo! —Ella no cede, estrellándose hacia arriba y hacia abajo, y
rápidamente soy catapultado al borde—. Maldición, maldición, maldición—. Voy a
explotar Ver las estrellas—. ¡Ava, estoy cerca!
Estoy completamente estupefacto cuando me dice que espere. ¿Ella hace esto, me
hace perder el control y luego espera que yo tenga el control? La reprendería, si
pudiera unir una oración. Por suerte para Ava, soy incapaz de hacer nada más que
luchar contra la inminente detonación de mi miembro.
Ella continúa montando, levantando, bajando, triturando, gimiendo.
—Ava, no puedo —murmuro, sintiendo que mi límite va y viene. No hay nada
que pueda hacer para mantenerme bajo control ahora. No cuando se ve así. No
cuando me está haciendo esto.
—¡Maldición! —jadea—. Espera.
—Cuida tu boca —grito, la frustración se une al aluvión de sentimientos que me
mantienen como rehén.
—Vete a la mierda, Jesse.
¿Qué demonios? Me ahogo en mi sorpresa, indignado y decepcionado, aunque soy
incapaz de expresarlo. Todo lo que puedo hacer es mirarla con toda la amenaza que
puedo reunir, la visión de ella montándome con tanto propósito hace que mis ojos
se crucen.
Luego grita:
—Ahora.
Baja de golpe, y todos los pensamientos de maldiciones y castigos desaparecen en
medio de una niebla de placer. Me falla la vista. Mi audición se distorsiona. Estoy
absoluta y completamente fuera de mi mente, siendo agarrado de todas direcciones
por una fuerza invencible. Mi miembro la penetra sin descanso, mis gemidos suenan
distantes. No puedo controlar mi respiración. Mi corazón está desbocado. Mi cuerpo
se sobrecalienta.
Ella se deja caer en mi pecho, su respiración es errática, y la sostengo mientras nos
recuperamos.
—Me encanta el sexo somnoliento contigo —dice con voz áspera, sin duda con la
garganta adolorida después de sus gritos. ¿Sexo somnoliento? Lo único que da sueño
a ese sexo es el sueño que necesitaré para recuperarme.
—Excepto por tu sucia boca —murmuro. Su rostro aparece, su risa es dulce,
incluso si no estoy bromeando. Me acaricia la mejilla y sonrío ante el tierno gesto—.
No creo que podamos llamar a eso sexo somnoliento, bebé —susurro.
—¿No?
—No —murmuro—. Pensaremos en un nuevo nombre para eso. Algo así como
«El Asesino Sexo de Jesse».
Ella está de acuerdo, dejándose caer sobre mi pecho de nuevo.
—¿Cuántos años tienes, Jesse?
Miro los círculos precisos que está trazando alrededor de mi pezón.
—Veintinueve —respondo, y ella resopla. Pongo los ojos en blanco, insultado.
Claramente, parezco mayor, lo que debería estar bien porque lo soy. Por una
cantidad considerable.
—¿Qué hora es?
No sé por qué está preguntando. Ella no va a ninguna parte.
—Dejé mi reloj abajo. —Empiezo a separarnos y ella se queja. No quiere irse, así
que debería estar bien que no la deje—. Iré a echar un vistazo.
—Necesitas un reloj aquí.
—Le presentaré una queja al diseñador. —Me levanto y bajo las escaleras,
encontrando mi Rolex en la isla—. Las siete y media —digo en voz alta,
poniéndomelo, concentrándome en mi muñeca y no en su bolso a unos metros de
distancia. Esconder su ropa es una solución a corto plazo. Necesito una solución a
largo plazo.
¡Tú tienes una!
Me aclaro la garganta y empujo su bolso sin mirar, enfocando mi atención en el
refrigerador mientras me acerco. Escucho las urgentes pisadas de sus pies volando
por las escaleras, y sonrío a los montones de ropa mientras tomo un frasco de mi
vicio del estante y me siento en un taburete, esperándola.
Aterriza en la cocina cuando tomo mi primer bocado. Desnuda. Follada. Se ve
increíble después del sexo alucinante, pero siento que mi satisfacción termina ahora.
Ella mira apresurada.
—Tendrás que dejarme en casa.
¿Tengo qué? Incorrecto.
—Estoy un poco ocupado esta mañana.
Sumerjo mi dedo, tomo un poco de mantequilla de maní, haciendo un puchero
con mi dedo mientras lo saco del frasco.
—¿Dónde está mi ropa, Jesse?
Tomo un poco más, cierro los ojos, disfrutando del sabor, antes de arrastrarlo
lentamente por mis labios.
—No tengo idea.
Deslizo mi lengua por mis labios y vuelvo a sumergirme, escuchándola resoplar
y salir de la cocina. Sonrío y continúo con mi desayuno, mirando hacia la puerta
intermitentemente, cuando escucho que se cierra una puerta o se cierra un cajón.
Suelto una risita infantil.
—¿Dónde está mi maldita ropa? —grita, apareciendo en la puerta cuando me
sobresalto, casi mordiéndome el maldito dedo. Por el amor de Dios.
—Cuida tu maldita boca —grito, mi apetito se ha ido.
¿Qué pasa con esta mujer? ¿Qué te pasa, Ward? Pero mírala. Cosas tan vulgares
no deberían salir de la boca de algo tan hermoso. ¿Y ella tiene el descaro de mirarme
con desaprobación? Ella ya no es razonable, realmente podría ser mi muerte. Pasar
de cero a cien millas por hora en una fracción de segundo no puede ser bueno para
mi corazón.
—Jesse. —Su cabeza se inclina, y es muy condescendiente. Piensa que soy el
irrazonable. Ella es un caso. Le mostraré lo irrazonable. Felizmente—. Nunca juré en
voz alta antes de conocerte. —Sus cejas se arquean lentamente—. Gracioso, ¿eh? —
Sonríe dulcemente y gruño. No es divertido en absoluto, en realidad—. Necesito
llegar a casa para poder prepararme para el trabajo.
Trabajar. Maldito trabajo. ¿Por qué debe tener un trabajo? ¿O algo que tenga
prioridad sobre mí? Porque con seguridad ella es mi prioridad.
—Sé que tienes que.
Empujo malhumorado mi dedo de nuevo en el frasco.
—Entonces, ¿dónde está mi ropa?
—Está... en algún lugar.
Levanto la vista y la repulsión en su rostro extrañamente me hace sonreír. ¿A ella
no le gusta mi adicción elegida? Tal vez lo haría si supiera de mis vicios anteriores.
—¿Dónde está ese lugar? —pregunta.
Trago mi mantequilla de maní, las voces en mi cabeza hablan sin parar. No puedes
mantenerla prisionera. ¿Cómo te ayudará eso? No la agobies. Hago un puchero A ella le
gusta estar agobiada.
—Si te lo digo —digo, aceptando a regañadientes que las voces en mi cabeza
tienen razón. Sin embargo, la idea de que mi tiempo de felicidad pronto se
suspenderá temporalmente no me está sentando bien—. Tienes que darme algo a
cambio.
Sus fosas nasales se ensanchan.
—¿Qué?
—No bebas mañana por la noche.
Lo digo rápidamente y me preparo para el retroceso. Pero, y lucharé con ella por
eso, no estoy preparado para aceptar ese nivel de embriaguez, especialmente cuando
no estoy cerca.
—De acuerdo.
¿Eh? ¿Así? Estoy eufórico. Se está volviendo buena en esto.
—Eso fue más fácil de lo que pensaba. ¿Qué hay del almuerzo más tarde?
—De acuerdo. Consigue mi ropa.
—¿Quién tiene el poder, Ava?
—Tú. Consigue mi ropa.
Deslizo mi frasco sobre la encimera, satisfecho.
—Correcto.
Eso es un buen día de trabajo hecho. Hasta la hora del almuerzo, cuando sospecho
que volverá a desafiarme. Pero estoy listo. Armado.
Voy a la nevera y saco su pila de cosas, presentándoselas.
—Aquí está, dama.
Ella frunce el ceño, mirando más allá de mí hacia la nevera. Y le sonrío. ¿No soy un
chico inteligente? Luego frunce el ceño con un ceño épico, pero lo dejo pasar. Gané.
Agarra sus cosas con saña. Simplemente no puede evitarlo.
—¿Tengo tiempo para una ducha? —pregunto mientras danza por la cocina,
forcejeando con su ropa, jadeando y siseando por el frío material sobre su piel.
—No.
Se gira, y su trasero es rápidamente todo en lo que puedo concentrarme. Por
maldecir como un marinero, le doy una bofetada firme mientras me río para salir de
la cocina y subir las escaleras cantando, tarareando mientras me lavo los dientes y
silbando mientras me pongo mi ropa para correr.
—Date prisa —grita mientras salgo de mi habitación hacia la parte superior de las
escaleras, mirando hacia abajo mientras camina, absorta en su teléfono. ¿Qué diablos
voy a hacer hasta la hora del almuerzo? Solo puedo correr tan lejos y muy lejos, y
estoy bastante envidioso, y molesto, de que pronto se distraiga con el trabajo porque
nada puede distraerme de ella.
Me mira de pie inmóvil en la parte superior de las escaleras, haciéndome un gesto
de impaciencia para que ponga mi trasero en marcha.
—Estás muy exigente esta mañana —me quejo, ignorando su carcajada—.
¿Cuántas horas faltan para la hora del almuerzo?
—¿Sales a correr? —pregunta mientras la recojo y nos dirigimos hacia la puerta.
No puede ocultar su deleite, sus ojos recorren con avidez mi cuerpo de arriba a abajo.
—¿A menos que tengas algo mejor para mí que hacer?
Abro la puerta y ella pone los ojos en blanco, pasando.
—Ahora mismo, todo lo que tienes que hacer es llevarme a casa a tiempo.
—Sí, eso sigues diciendo. —Estúpido trabajo—. ¿Alguna vez pensaste en montar
tu propio negocio? —pregunto mientras abordamos el ascensor. Ella es más que
capaz, entonces al menos no le rinde cuentas a nadie excepto a mí. Sonrío por dentro.
Solución perfecta. Haría una cita doble todos los días.
—Tal vez algún día. —Ella va a su bolso y rebusca, y algunas cosas se derraman
por encima, cayendo al suelo. Un labial. Y sus píldoras—. Mierda —maldice, y me
doy una palmada en la frente, cierro los ojos y aprieto los dientes—. Lo siento.
Parece cualquier cosa menos arrepentida. Me agacho y recojo las cosas, mi mano
vacila en el paquete de píldoras. Hay una menos que hace una hora.
—¿Estás bien? —pregunta mientras me quedo suspendido en mi posición
agachada. Miro hacia arriba, y ella inclina la cabeza en cuestión. Fuerzo una sonrisa
y se las entrego.
—Nunca mejor —murmuro, levantándola y guiándola fuera del ascensor.
Ella ha tomado una pastilla. Eso es bueno.
Pero ¿qué pasa con el plan para mantenerla, Ward?
¡Vete a la mierda!
Una vez que ella está en mi auto, me pongo rápido al volante y acelero el motor
con fuerza.
Cualquier cosa para ahogar las voces en mi cabeza.
Sin embargo, cuando nos detenemos frente a la casa de Ava, las voces no se han
ido a la mierda, y no puedo decir que escuché una palabra de lo que dijo en el camino
hacia la casa de Kate. ¿Ella incluso habló?
—¿Estás bien? —me pregunta cuando me detengo afuera, sus ojos curiosos
taladran agujeros en mi perfil. ¿Estoy bien? No, estoy bastante seguro de que estoy
listo para ser evaluado. Me giro y fuerzo una sonrisa, alcanzando su mejilla. Mi
sonrisa pasa de forzada a natural cuando ella inhala, cierra los ojos y se apoya en mi
toque.
—No estoy seguro de cómo sobreviviré hasta el almuerzo.
Estoy siendo honesto con ella. Diciéndole la verdad. Aunque no hablar de mi
pasado y mis demonios técnicamente no es mentir.
—Piensa en mí —dice, quitando mi mano de su mejilla y parpadeando para abrir
los ojos. La miro con toda la adoración que siento y espero que ella lo vea—. No será
por mucho tiempo.
Ella salta y corre por el camino hacia la puerta, hurgando en su bolso mientras
avanza. Su cabello se balancea sobre su espalda, y me acomodo en mi asiento,
observándola mientras juguetea para encontrar sus llaves. Ella las deja caer, y niego
con la cabeza mientras sonrío. Luego casi me trago la lengua cuando se agacha para
recogerlas.
—Jesús de los cielos —musito, mi mano descansa sobre mis pantalones cortos, mi
trasero se mueve en mi asiento.
Ella desaparece por la puerta, y dejo caer mi cabeza contra el asiento, mirando
hacia el techo de mi auto. Esta mañana será dolorosamente Larga. Lo sé.
Saco mi teléfono para enviarle un mensaje de texto a Sam.
¿Corres?
Presiono el botón de enviar y me sobresalto cuando mi teléfono comienza a
zumbar en mi mano. Lo dejo caer como una patata caliente en mi regazo, mirando
fijamente por el parabrisas. Hoy no, Amalie. Los timbres constantes son como una
sirena para la niebla, y duran para siempre. Ella no se da por vencida. Mi frente cae
sobre el volante, el sonido de mi teléfono me sobresalta.
Entonces responde a su llamada, cobarde. Da el primer paso.
Mi teléfono se queda en silencio, pero no por mucho tiempo. Ella intenta de nuevo.
Me siento a ciegas en mi regazo y lo saco, mi pulgar se cierne sobre la pantalla. Hazlo.
Presiono el icono rojo. No puedo. Extiendo mi mano hacia el estéreo, subo el
volumen, cierro los ojos, tratando de regresar a un lugar relativamente pacífico. Este
conflicto no tiene sentido. Amalie a menudo trata de ponerse en contacto y nunca
me afecta tanto. En este momento, me siento culpable. Me siento como un bastardo.
Bloquearla de mi mente y de mi vida siempre ha sido fácil. Dejar a un lado los
pensamientos sobre mis padres fue instintivo. ¿Por qué ahora me resulta tan difícil?
Lo único que ha cambiado es la falta de alcohol.
¿Por qué todo (emociones, acciones, pensamientos) está relacionado con la maldita
botella?
Porque la bebida lo enmascaraba todo.
Miro hacia la casa de Kate. Ella es la razón. Por ella, no quiero ser un bastardo.
—Maldición —musito, apoyando la cabeza en la ventana, tratando de reunir el
coraje para llamar a mi hermana.
Diez minutos después, todavía no lo he hecho. Paso las manos por mi rostro y
trato de reorganizarme, listo para Ava porque, obviamente, ella ve cuando algo está
en mi mente, cuando estoy inquieto, cuando estoy triste, y me presiona.
Toc, toc, toc.
Mi cabeza casi golpea el techo de mi auto cuando salto. Desorientado, miro por la
ventana y veo el rostro de un hombre pegado al cristal. Retrocedo un poco. Entonces
observo su uniforme.
—Por el amor de Dios. —Pongo los ojos en blanco, mirando el espejo retrovisor.
Es una calle residencial tranquila, no hay tráfico y no estoy bloqueando la carretera.
Bajo la ventanilla del pasajero—. Estoy esperando a alguien —digo, presionando
inmediatamente el botón para volver a subir la ventana, quitándole la oportunidad
de desafiarme. No estoy de humor. Espero que él sienta eso.
Toc, toc, toc.
Rechino los dientes y lentamente vuelvo mis ojos de advertencia hacia él. No
presta atención a la precaución, señalando arriba y abajo del camino hacia el tráfico
inexistente.
—Vete a la mierda —gruño, mirando más allá de él cuando Ava sale volando por
la puerta. El hecho de que se ve locamente hermosa es superado por la velocidad a
la que corre, mirando su bolso mientras mete cosas en él. Por el amor de Dios,
tropezará.
Le muestro mi dedo medio al oficial cuando llama de nuevo, mirando mi teléfono
cuando comienza a sonar. El nombre de mi hermana en la pantalla hace que mi
estado de ánimo se desplome aún más. No sé qué decirte, Amalie. Vuelvo a bajar la
ventanilla y el zumbido de la voz del oficial se vuelve más claro.
—Solo estoy haciendo mi trabajo. El abuso no será tolerado.
Miro más allá de él, veo a Ava flotando más allá, moviéndose constantemente de
un lado a otro, tratando de encontrar un camino alrededor de él.
—Muévase para que la señora pueda subir al auto —le ordeno.
Él me ignora. Maldito imbécil.
—Discúlpeme —escucho a Ava decir dulcemente, y sin embargo, el imbécil
parlotea hacia mí hasta el punto de que podría llegar fácilmente a través de mi auto,
agarrarlo por el pescuezo y tirar de él antes de estrellarle el rostro contra el volante.
Pero no puedo hacer eso.
—Por el amor de Dios. —Salgo y pisoteo la parte delantera de mi Aston,
complacido de verlo retroceder finalmente cuando lo encuentro en la acera. Eso está
mejor. Abro la puerta y ayudo a una tranquila Ava a sentarse—. Que tengas un
maldito buen día —murmuro mientras lo adelanto, retrocediendo detrás del volante
y rugiendo.
—Solo están haciendo un trabajo, ya sabes —dice Ava en voz baja, y me río para
mis adentros.
—Yo también. Y esta mañana mi trabajo es llevarte al trabajo a tiempo.
—Fracasados hambrientos de poder que no llegaron a ser policías —contesto,
mirándola, finalmente teniendo mi momento para absorberla. Su rostro está fresco y
libre de maquillaje, aunque eso parece que va a cambiar. Ha bajado el parasol para
llegar al espejo. Ella no necesita maquillaje. No necesita ropa. No necesita trabajo—.
Te ves preciosa.
—Cuidado con el camino —dice entre risas, secándose el rostro. —Oh, Sam dijo
que no puede correr contigo.
—Bastardo perezoso —murmuro, volviendo mi atención a la carretera. Rebaso a
un taxi que frena, con el ceño fruncido—. ¿Él todavía está allí, entonces?
—Tiene a Kate atada a la cama —dice, y retrocedo, recorriendo el auto con mi
mirada. Ella suena completamente imperturbable por eso mientras se aplica un poco
de maquillaje para los ojos. Disminuyo un poco la velocidad mientras sostiene un
aplicador tan cerca de sus ojos.
—Probablemente —reflexiono, haciendo una mueca, preguntándome de dónde
viene esa palabra. Miro por el rabillo del ojo y veo a Ava helada, con la boca abierta.
Rápidamente miro hacia otro lado.
—No pareces sorprendido.
—Eso es porque no lo estoy.
¿Qué diablos le pasa a mi boca en este momento? ¿Por qué estoy alimentando su
curiosidad?
Sus dientes se hunden en su labio, su mente claramente. Señor, si está luchando
por entender un poco el juego de cuerdas, su mente podría explotar si comparto
más.
—No quiero saberlo —dice finalmente, volviendo al espejo para terminar de
maquillarse.
—No, no quieres.
—¿Qué?
—Nada. —Alcanzo su rodilla y la agarro, extrayendo un poco de fuerza de
voluntad y fuerza para pasar la mañana—. Entonces, ¿qué has planeado para el día?
—Trabajar —responde secamente, volteando el espejo hacia arriba. Le doy un
apretón en la rodilla a modo de advertencia, y ella se ríe/grita, agarrando mi mano.
—Sarcasmo —digo, y ella suspira, recostándose—. ¿Y bien?
—Me estoy poniendo al día con todos mis proyectos y asegurándome de estar al
día con todas las cosas. Estoy ocupadísima...
Sonrío, y sus labios se tuercen al tratar de evitar su propia sonrisa.
—¿Es por eso por lo que me has hecho conducir como un loco para que llegues a
tiempo al trabajo? ¿Porque estás ocupadísima? Porque puedo pensar en muchas
formas de mantenerte muy ocupada todo el tiempo.
Ella ríe.
—Estoy segura de que puedes.
—Sí, puedo.
—¿Tus beneficios actuales no son suficientes?
En realidad, no, no lo son. Los beneficios deben ser constantes, y hasta que lo sean,
nunca me sentiré completo o satisfecho.
—Tomaré todo lo que estés dispuesta a dar, Ava —le digo con seriedad, y ella se
retira un poco. ¿Cuánto está dispuesta a dar?
Ella no responde, y el resto del viaje es tranquilo hasta que salimos de Piccadilly.
—Detente a la vuelta de la esquina —me indica, probablemente pensando que
tuvo suerte el día en que literalmente la recogí y la saqué de la oficina. ¿Alguien le
ha preguntado sobre eso?
Entro en un espacio y giro en mi asiento para enfrentarla, tomándola de nuevo de
la rodilla. Ella se pone rígida al instante. No soy gentil.
—¿A qué hora es tu almuerzo?
—A la una —dice ella, en un tono un poco alto, mientras inclino mi cabeza,
moviendo mi toque hacia arriba de su pierna. Ella se recuesta en el asiento.
—Entonces estaré aquí a la una —susurro, acariciando mi camino entre sus
muslos.
—¿Aquí mismo?
—Sí, aquí mismo.
—Jesse, detente —suplica.
¿Detenerme? ¿Por qué iba a hacer una cosa tan estúpida?
—No puedo quitarte las manos de encima, y no vas a detenerme, ¿verdad?
Me acerco y acerco sus labios a mi boca, deslizando mi lengua mientras la acaricio
sobre sus pantalones, consiguiendo un equilibrio perfecto de presión y fricción,
excitándola lentamente, sintiendo cómo se mueve en su asiento, sus labios se
vuelven más rudos contra los míos.
—Suéltalo, Ava —ordeno, aumentando mis caricias, mordisqueando su labio—.
Te quiero en esa oficina pensando en lo que puedo hacerte.
Ella suelta un grito reprimido, su cuerpo se relaja, y la beso a través de su orgasmo,
ralentizando mis caricias.
—¿Mejor?
Mi boca se mueve de un lado a otro de su rostro sonrojado, salpicando besos en
mi camino.
—Puedo trabajar en paz.
—Estupendo. —Me río—. Me voy a casa a pensar en ti y resolver esto.
Mi miembro está firme. No puedo correr con esto. Se inclina sobre el auto y deja
un ligero beso en mis labios, formándose una sonrisa descarada. Levanto mis cejas.
¿No me digas que se va a ofrecer?
—Podría hacer eso por ti.
Su mano está en mis pantalones cortos antes de que pueda parpadear y,
naturalmente, estoy malditamente encantado.
—Oh, demonios, Ava. —Mi torso se dobla cuando envuelve su mano alrededor
de mí, y mi cabeza pierde toda fuerza, cayendo hacia atrás—. Eso se siente tan bien.
Ella me acaricia perfectamente, lentamente, sin parecer tan apresurada de repente.
Y estoy aquí para eso. Cierro los ojos y saboreo la sensación de su cálida palma
bombeándome, mis gemidos son constantes, mis venas arden. Sí. Oh, sí. La sangre
bombea en mi miembro, mi mano sale disparada para agarrar la puerta. Luego el
volante.
Maldita sea. Mis piernas se extienden, tratando de enderezarse en los confines de
mi auto. Me estoy poniendo más caliente. Más rígido. Más excitado.
Y luego siento una pizca de contacto de su lengua resbaladiza, y maldigo, mi
trasero abandonando el asiento, mis nudillos se vuelven blancos alrededor del
volante. Mis ojos se abren de golpe, encontrando su cabeza en mi regazo.
—Oh, Jesús —susurro, observándola comenzar a subir y bajar—. Eso es todo,
cariño. Tómalo hasta el final—. Hace una pausa y luego vuelve a moverse—. Sigue
adelante, así como lo haces.
Mi mano cae en su cabello y la guía, mi piel comienza a hormiguear. Fóllame, esa
boca estaba hecha para mí en todos los sentidos. Para darme réplicas de placer. Para
besarme. Para sonreírme. Para que folle mi miembro.
Pero muy rápidamente, mi miembro se enfría de repente, y mi mano naturalmente
cae sobre ella para protegerla. Abro mis ojos. Ella sonríe y se pasa el dorso de la mano
por el rostro. No me gusta esa sonrisa. Es pícara.
—Me encantaría —ronronea, y comprendo lentamente lo que está a punto de
suceder—. Pero ya me has hecho llegar tarde al trabajo.
Ella se mueve rápido, y perdido en la conmoción por unos segundos, todo lo que
puedo hacer es verla escapar.
—¿Qué diablos? ¡Ava! —Me zambullo a través del auto, solo fallando agarrar su
muñeca—. Maldita sea. Rápidamente, me escondo y salto, asombrado, enojado,
conmocionado. Sin embargo, tengo que felicitarla por su valentía—. Jesús —gimo,
haciendo una mueca.
Ha llegado al otro lado de la carretera cuando he enderezado mis ojos cruzados, y
se ve muy complacida consigo misma. No puedo evitar dejarla ganar esta victoria.
Solo la miro deleitarse.
—¿Cuántos años tienes, Jesse? —vocifera, retrocediendo.
Buena pregunta. ¿Cuántos años tengo? Porque me siento como un adolescente
enamorado en este momento.
—Treinta —grito y sonrío, ella niega con la cabeza pero no discute. No soy tan
tonto como para pensar que si le prometo mi verdadera edad, terminará lo que
empezó. —Eso no fue muy agradable, pequeña tentadora. Ya estoy planeando mi
venganza.
Pero también estoy sonriendo, porque mi chica se sintió lo suficientemente
relajada como para divertirse, y no puedo decir que lamento ser la víctima de esa
diversión.
Ella me lanza un beso y hace una elaborada reverencia, luego se va bailando. Me
las arreglo para tomarle una foto antes de que desaparezca por la esquina, y miro la
pantalla.
—Y este fue el día en que me distrajiste —murmuro, metiendo mi teléfono en mi
bolsillo. Apoyo mi trasero en el capó de mi auto, cruzando mis brazos sobre mi
pecho—. Oh, señorita O'Shea, está caminando por un terreno peligroso —digo en
voz baja, aunque ella nunca comprenderá lo peligroso que es.
Miro al otro lado de la calle y veo que abren una panadería. Me sonrío a mí mismo,
me acerco y encuentro el éclair más grande que existe. Escribo una nota mientras lo
empaquetan.
—¿Podrías entregar esto en la Oficina de Rococo Union a la vuelta de la esquina
en algún momento de esta mañana? —pregunto, poniendo un billete de veinte—.
Quédese con el cambio.
Deslumbro a la camarera con una sonrisa maliciosa y lentamente toma la nota.
—Por supuesto.
—Gracias.
Tomo una botella de agua y salgo a la luz del sol, recibiéndolo de vuelta. Faltan
pocas horas para la una. Lanzo la botella a un contenedor cercano, reajusto mi ahora
domesticada miembro y empiezo a correr hacia Green Park, esquivando a los
peatones, enfocándome en el camino.
Mis piernas pronto están entumecidas y mi cuerpo empapado. Y a pesar del
hermoso paisaje, solo la veo a ella.
Corro durante dos horas, dando vueltas por todos los parques, casi volviendo a
Lusso en un punto. Regreso a mi auto, pero me desvío por Bruton Street, solo para
echarle un vistazo. Está en su escritorio, relajada en su silla, jugueteando con un
bolígrafo mientras mira algunos papeles que tiene a mano. Todavía se ve
perfectamente sonrojada. Perfectamente absorta. Perfectamente mía.
Podría quedarme aquí y observarla todo el día, pero no lo haré. Porque eso sería
raro. Así que me obligo a regresar a mi auto, corro hacia La Mansión para buscar mi
motocicleta, y me detengo en Lusso para recoger mi casco. Es el día perfecto para
andar en motocicleta y, maldición, necesito sentir la paz que se puede encontrar
mientras acelero por el campo en mi Ducati.
Escucho a Jake en mi mente gritándome que me lo tome con calma. Sonrío.
—Solo porque habrías montado como un afeminado —digo, alcanzando el
estéreo. Placebo se une a mí, y me pongo las gafas de sol, ladeando mi brazo en la
ventana. Estoy pensando. Estoy pensando en lo increíble que es esta música para
hacer el amor. Lo reproduzco en repetición durante todo el viaje.
En el momento en que apago el motor, mi teléfono suena, y resoplo una risa
sardónica mientras respondo, subiendo los escalones hacia la entrada rápidamente.
—Tienes que dejar de decir estupideces a Ava —le advierto a Sam.
—¿Qué se clasifica como estupidez?
—Cualquier cosa relacionada con el sexo pervertido.
Él se ríe y examino el vestíbulo de entrada mientras me dirijo a mi oficina, con la
esperanza de que nadie obstaculice mi rápida visita.
—Pero ella estaba atada —continúa—. ¿Y sabes qué?
—¿Qué?
—A ella le encantó.
—Estoy feliz por ti.
—Sabes, creo que Kate estará totalmente genial cuando se lo diga.
Me detengo abruptamente.
—No le vas a decir una mierda —prácticamente gruño, haciendo reír a Sam.
—No todavía. No hasta que abras tu gran boca e ilumines a esta mujer, de la que
aparentemente estás enamorado, sobre lo que haces para ganarte la vida. Pero
mientras tanto, me estoy divirtiendo, preparando a Kate. ¿Dónde estás?
Me muevo de nuevo.
—En La Mansión recogiendo mi motocicleta.
—¿Cuál?
Sonrío. Sam también es un fanático de la gasolina, su Porsche le da múltiples
orgasmos todos los días.
—La Ducati.
Él silba.
—¿Por qué no me dejas montar esa cosa?
Porque esa cosa es preciosa. El sueño de Jake.
—No pudiste manejarla.
—Vete a la mierda.
Me río y cuelgo, llego a mi oficina y cambio mis llaves antes de salir bruscamente
a los garajes. Sarah me atrapa en el vestíbulo, justo cuando estoy a unos metros de la
libertad. Sigo caminando y ella me sigue.
—¿Vas a dar un paseo?
—Sí.
Abro la puerta del garaje, examino mis filas de motocicletas antes de ponerme el
casco.
—Solo montas cuando tienes algo en mente —dice ella. Por algo, se refiere a Jake.
Es mi manera de sentirme cerca de él sin poder estar cerca. Odio que Sarah sepa todo
lo que hay que saber sobre mí. Odio aún más que Ava no lo haga. La mujer que amo
debe conocer mi alma. Trago saliva y paso la pierna por encima de la silla. Pero hoy,
no solo quiero sentirme cerca. Mis paseos son relajantes cuando nada más calma,
pero también son un glorioso asesino del tiempo. Necesito eso ahora.
—Te veré mañana.
Arranco el motor, mi cuerpo hormiguea por todas partes cuando el sonido
estimulante viaja a través de mí. Daría cualquier cosa por haber visto montar a Jake
una sola vez. Cualquier cosa. Para mí, como adicto a la adrenalina, incluso me acelera
el pulso. Jake se habría puesto crema en los calzoncillos. Le doy una patada al soporte
y acelero un par de veces, y Sarah aparece frente a mí, moviendo la boca. Parece
irritada, pero no puedo escuchar una maldita palabra de lo que dice. Es una
bendición. Bajo la visera y derrapo, levantando nubes de polvo que probablemente
la hayan dejado tosiendo por todo el camino de entrada. No debería reírme. Sé que
no debería reírme.
Pero lo hago.
Cuando me acerco a las puertas, empiezo a reducir la velocidad y veo que ya se
están abriendo. El Range Rover de John se detiene y levanto una mano al pasar. Tan
pronto como llego a un camino despejado, acelero.
Creí haberte dicho que te lo tomaras con calma.
Mi adrenalina sube.
Conseguirás que te maten.
El mundo que pasa a toda velocidad es un borrón total.
No quiero ver tu cara irritantemente atractiva todavía.
¿Qué demonios?
La voz de Jake, sus palabras, se abalanzan en mi cabeza como una estampida de
elefantes, y aprieto el acelerador, con el ceño fruncido. El tirón de mi motocicleta
debajo de mí mientras maximizo la penúltima marcha es tan feroz como la primera
marcha. Malvado.
Tienes algo por lo que vivir ahora.
Me sacudo, solo una fracción, pero a esta velocidad, una fracción es todo lo que se
necesita.
—Maldición —maldigo, luchando con el manubrio, tratando de recuperar el
control y volver a ponerme en línea recta, automáticamente suelto mi agarre del
acelerador. Me las arreglo para recuperar algo de control y dejo que la moto
desacelere hasta que llego a unos patéticos cuarenta, y los autos me tocan la bocina.
Parpadeo, sacudiendo la cabeza—. Si tengo algo por lo que vivir, ¿por qué diablos
estás tratando de matarme, Jake? Jesús, eso estuvo cerca.
Y consigue unos malditos cueros.
—Vete a la mierda —murmuro, entrando en un área de descanso para
recuperarme—. ¿Desde cuándo ha sido aceptable hablarme así?
Ya que estoy muerto y tú eres un imbécil. Y no puedes golpearme.
De hecho, es un gran alivio escuchar a mi hermano y no a mi conciencia bastarda.
No sé lo que me pasa. Me quito el casco y me río, inclinándome hacia adelante y
usando las barras para sostenerme. ¿Qué demonios está mal conmigo? Mis ojos están
llorando. Mi cuerpo se sacude fuera de control, con mi histeria. Enloquecí. Llévame
al maldito manicomio.
Miro alrededor del campo, y todo lo que veo es el rostro sonriente de Jake. Él está
feliz. Porque estoy feliz. ¿Dónde diablos ha estado todo este tiempo? Sueño con él.
Pienso en él. Pero el hijo de puta nunca me ha hablado realmente. ¿Y elige ahora?
Por su puesto que lo hace. Por... Ava.
—¿Estás orgulloso de mí, hermano? —pregunto, empujando las yemas de mis
dedos en las cuencas de mis ojos—. He encontrado a la mujer con la que quiero pasar
la eternidad. Una buena mujer. De acuerdo, un poco más joven de lo que
probablemente todos esperaban, pero aun así. La amarías. Es inteligente, como tú.
Ambiciosa, como tú. Sarcástica como el demonio y absolutamente no se adapta a las
palabrotas. —Sonrío—. Sí, la amarías.
Excelente. ¿Pero veintiséis, Jesse?
Me río.
—Sí, veintiséis. —Dios, te extraño, Jake. Todavía. Froto mis mejillas con las manos,
miro por encima del hombro cuando escucho un auto en la grava detrás de mí. Un
auto que reconozco—. Oh, no —digo en voz baja, poniéndome el casco de nuevo a
toda prisa. Cuando estoy listo para arrancar, observo que Freja ha estacionado su
Maserati convenientemente frente a mí.
Comienzo a empujar la motocicleta hacia atrás para ganar suficiente espacio para
balancearme.
—Pensé que eras tú —dice, sosteniendo la parte superior de la puerta,
sonriéndome como si no la hubiera enviado a empacar la otra noche con algunas
verdades hogareñas. Ella comienza a deambular, y realmente no me gusta la
arrogancia que tiene—. Pensé que deberías saberlo —dice, el triunfo en su voz
aumenta mi preocupación. Sabe que tiene mi atención, porque su sonrisa acaba de
ensancharse.
Ella pensó que debería saber qué no quiero preguntar. Me quito el casco,
esperando que me golpee con lo que sea que vaya a arruinar mi día y mi estado de
ánimo—. Mikael ha contratado a un diseñador para su nuevo proyecto. —Ella hace
pucheros—. Creo que podrías conocerla.
Temor. Es como una pila de ladrillos cayendo sobre mí. No tengo la capacidad de
preguntarme cómo diablos sabe Freja sobre Ava. Todo lo que puedo pensar es...
Maldición, no. Ava definitivamente no está trabajando con Mikael Van Der Haus. El
maldito adulador. Tuvo poco que ver con el desarrollo de Lusso, su socio
supervisando las obras. ¿Ahora? ¿Ahora ha conocido a Ava? Apuesto a que insistirá
en más sesiones informativas de las necesarias. Más llamadas. Tal vez algunas cenas.
Reuniones de almuerzo. Maldita sea, no.
—¿Quieres seguir jugando en La Mansión, Freja? —pregunto, dirigiéndome
inmediatamente al control de daños. Su sonrisa que se desvanece me da mi
respuesta—. Mantendrás la boca cerrada, o le daré a tu esposo todo lo que necesita
para limpiar el piso contigo en la corte, ¿me escuchas? Me importa una mierda si se
menciona La Mansión.
Su rostro es una estampa. ¿No pensó en esto? Empujo mi casco bruscamente, lleno
de ira, y me alejo rápidamente, maldiciendo. ¿Por qué el mundo no se puede ir a la
mierda?
reja me ha hecho llegar tarde. Jesús, el infierno no tiene furia. Veo a Ava
adelante, caminando hacia el final de la calle. Podría ser yo, pero se ve un poco
torpe. ¿Molesta?
Paso a toda velocidad y me detengo en la acera, me quito el casco, lo dejo en mi
regazo, y observo cómo se apoya contra una pared, su atención en su teléfono. Ella
mira hacia arriba, me ve y sonríe. Mi chica hermosa. Mis dedos hormiguean ante la
idea de tocarla.
Se empuja de la pared, se pavonea, sus ojos se llenan de mí. La satisfacción nunca
envejece.
—Buenas tardes, dama.
—Eres una amenaza.
Cierto. Una amenaza que está perdidamente enamorada.
—¿Te asusté?
—Sí —resopla, señalando mi motocicleta—. Esa cosa necesita una evaluación de
riesgo de ruido.
¿Cosa?
—Esta cosa es una Ducati 1098. —Deslizo mi casco en el manillar y la acerco—.
Bésame —le ordeno en voz baja, inclinándola hacia atrás y acercándome, sin darle la
oportunidad de obedecer. No puedo esperar. Y ella tampoco. Me abraza con fuerza
y soy esclavo de lo que me hace, de los sentimientos que evoca.
Entonces, cuando comienza a tratar de liberarse, estoy indignado, naturalmente.
Acabo de tenerla en mis brazos de nuevo, así que la abrazo con más fuerza, la beso
más fuerte, sintiendo sus manos en mi pecho, tratando de separarnos. ¿A qué mierda
está jugando? Libero su boca, pero no su cuerpo.
—¿Qué crees que estás haciendo?
Ella continúa retorciéndose.
—Déjame ir.
Nunca.
—Oye. Aclaremos una cosa, señorita —digo, sonando tan indignado como me
siento—. Tú no dictas cuándo y dónde te beso, o por cuánto tiempo. Esa mi decisión.
—Jesse —resopla, sin aliento por su lucha—. Si Patrick me ve contigo, estoy en
todo tipo de malditos problemas. Déjame ir.
Mi estremecimiento instintivo como resultado de su boca sucia, le da el descanso
que necesita, y se ha ido de mis brazos, dejando demasiado espacio entre nosotros.
—¿De qué mierda estás hablando? —grito, sintiéndome inmediatamente perdido
sin ella cerca, lo que aumenta mi agravio—. ¡Y cuida lo que dices!
Ella resopla y me mira, una mirada lo suficientemente feroz como para cortarme
el miembro.
—No has pagado tu factura, y ahora se supone que debo darte un recordatorio
cortés —dice, enderezándose. ¿Un recordatorio cortés? No está sonando muy
educada en este momento. De hecho, está siendo simplemente grosera—. Me vi
obligado a dar una perorata acerca de que no estabas.
—Considérame recordado —gruño, alcanzándola—. Ahora trae tu trasero aquí.
—No.
Estoy atónito. ¿Porque no pagué mi factura? A decir verdad, me olvidé por
completo de la factura. Eso es su culpa, de todos modos, ¿y ahora me está castigando?
No me parece. Aclaremos algunas cosas antes de que me envíe al fondo.
Demasiado tarde, Ward.
Me bajo de mi motocicleta, buscando en mi cabeza las palabras correctas, palabras
que enfríen la situación acalorada.
—Tres...
Perfecto. Soy un idiota. Parece que Ava también está sorprendida por mi elección
de palabra, porque su barbilla casi golpea el pavimento. Pero ahora estoy
comprometido. No estoy retrocediendo. Oh, no.
—Dos...
Sus grandes ojos se unen a su boca abierta. Entonces resopla.
—No me voy a pelear contigo en medio de Berkeley Square. A veces eres un niño.
Se ha ido más rápido de lo que puedo pensar en un regreso, alejándose. ¿Niño?
—Uno —grito, yendo tras ella.
—Vete a la mierda —grita por encima del hombro, la aguda maldición me golpea
como electricidad, haciéndome temblar mientras la sigo. Ella está absolutamente
rogando por ello. ¡Rogando! —Estás siendo irrazonable e injusto —grita.
¿Estoy siendo injusto? No soy yo quien la está privando de todo lo maravilloso
porque su jefe está fastidiando.
—¡Boca! —grito—. ¿Qué tiene de irrazonable querer besarte?
—Sabes muy bien lo que tiene de irrazonable. Y es injusto porque estás tratando
de hacerme sentir mal por eso.
De repente desaparece por la puerta de una tienda, dejándome en la acera afuera,
asombrado. ¿Cómo pasamos de sonrisas y besos a maldiciones y furia?
Necesito calmarme de una maldita vez. Es más fácil decirlo que hacerlo cuando
ella está siendo tan difícil. Acerco mi rostro a la ventana y la veo junto a un perchero
con una vendedora. Mis ojos se entornan naturalmente. Ella piensa que está a salvo
de tratar conmigo allí, ¿verdad? Incorrecto.
Empujo la puerta para abrirla, justo cuando Ava saca un vestido color crema
ridículamente diminuto.
—No vas a llevar eso —espeto, mirando el trozo de tela que cuelga de su mano.
Sobre mi maldito cadáver. Nunca. Jesús, derribará a todos los hombres en un radio
de diez millas, y si ella no los deja caer, absolutamente lo haré.
Levanto mis ojos hacia Ava. El disgusto está estampado en todo su rostro.
Estupendo. Entonces ella sabe cómo me siento. Pero pronto mi mandíbula barre el
suelo cuando ella articula:
—Vete a la mierda —antes de despedirme y volverse hacia la vendedora. Ella no
solo hizo eso.
—¿Tienes algo más corto? —pregunta.
¿Va en serio?
—Ava —gruño, temblando como si me estuvieran disparando—. No me
presiones.
—No, no lo creo —dice la asistente, sonando vacilante.
—De acuerdo, me quedo con este.
Ava le entrega el vestido a la dama.
—Eh... ¿Es este el tamaño correcto para ti? —pregunta.
No, son cincuenta tallas demasiado pequeñas.
—¿Es un diez?
—Lo es, pero te recomendaría que te lo pruebes, ya que no ofrecemos reembolsos.
Eso no es un problema porque no va a comprar el vestido, pero antes de que pueda
avisar a la joven, ella le muestra a Ava el vestidor. Mis pies están ansiosos por
despegar y rasgar ese vestido en pedazos, y mis manos se están flexionando,
preparándose para retorcer su maldito cuello. Camino por la tienda durante unos
minutos, buscando mi control perdido. Ha desaparecido, se ha extraviado y me temo
que nunca será encontrado.
La vendedora aparece procedente del probador, sus labios en una línea mientras
se escabulle detrás de la caja, evitando mi mirada acusadora. Está bien, puedo retirar
esto. Juega razonable. Ponlo de lado y luego piensa en cómo lidiar con el vestido una
vez que seamos amigos de nuevo. Tomo una bocanada de aire necesaria cuando paso
por la caja, mirando por el rabillo del ojo a la vendedora, que está jugando con un
pañuelo de papel.
—Quiero que le digas que no le queda bien —digo, y mira sorprendida en mi
dirección—. Y a cambio, compraré toda tu mercancía.
—¿En serio? —pregunta
—Terriblemente.
La dejo con eso, entro al probador, y mis ojos se cruzan en el segundo en que miro
a Ava frente al espejo, la seda color crema se adhiere a cada curva que toca, y no toca
mucho.
—Oh, Jesús, María y José —murmuro, fijo mi mirada a sus piernas largas y
esbeltas. Mis manos van a mi cabello. Se ve increíble. Una deidad. Mi maldita
salvación y, vestida así, será mi perdición. Doy unos pasos, luchando por razonar
conmigo mismo. Ella es mía. Quiere ser mía. Esta belleza joven y fresca con un
vestido espectacular está enamorada de mí. De mí. No tan joven. No tan fresco.
Aunque, es cierto, me siento más joven y más fresco en estos días. Todo por ella.
Miro su rostro divertido. Ella es mía, sí, y quiere serlo, pero eso no impedirá que
la gente intente alejarla de mí. Y con este vestido, esas posibilidades se multiplican
por un millón.
—Tú no estás... —murmuro, moviendo un dedo arriba y abajo de su cuerpo—.
Tú... no puedes.. —Es demasiado corto. Demasiado corto. Estaré acusado de
asesinato. Necesito hacerle entender, pero mientras la miro, con el desafío y la
obstinación grabados en su hermoso rostro, sé que razonar no va a funcionar—.
Ava... bebé... Vuelvo a mirar el vestido y mi miembro, la traidora, se hincha—. Oh,
no puedo mirarte.
Me retiro del vestidor antes de desmayarme. O saltar sobre ella. Estoy ardiendo.
Sofocado.
Paso a la vendedora y la miro, dejando caer mi mano desde el frente de mis jeans.
—¿Recuerda? —pregunto, mientras desaparece en el probador para unirse a Ava.
—El vestido se ve increíble —la escucho canturrear, y me golpeo la frente mientras
me dirijo a la puerta, necesitando aire. Pero me freno hasta detenerme una pared de
zapatos, en particular un par de tacones de aguja rascacielos. ¿Cómo, en la tierra
verde de Dios, caminan las mujeres con esos tacones? Tomo uno del estante y lo
estudio, midiendo mentalmente la altura del tacón. Siete pulgadas. ¡Siete pulgadas!
Casi tan largo como mi miembro.
Mi desconcierto se interrumpe cuando escucho actividad y miro por encima del
hombro. Ava está allí, medio sonriéndome. Me alegro de que ella encuentre esto
gracioso. Empujo el zapato de nuevo en el estante con un ceño épico que va muy por
encima de su cabeza mientras saca su billetera de su bolso y la vendedora envuelve
el vestido, tomándose un tiempo muy largo también.
—Disfrute el vestido, señora —dice finalmente, entregándole la bolsa a Ava una
vez que ha pagado—. Realmente se veía encantador en ti.
Ella me mira y yo pongo los ojos en blanco.
—Gracias. —Ava gira lentamente, y rápidamente encuentro mi ceño fruncido de
nuevo. Esto no ha terminado. Ese vestido no le queda bien al cuerpo. A menos que
estemos en casa. Solos. Y será quitado rápidamente de nuevo. Esta mujer es
imposible, solo intenta probar un punto—. Permiso —dice, deteniéndose ante mi
imponente cuerpo, mirándome expectante.
—Has desperdiciado cientos de libras —le digo, señalando la bolsa—. No vas a
llevar ese vestido.
Estoy enfurecido. Pero igual de excitado. No puedo hacer frente al conflicto. Mi
miembro y mi sensibilidad están en guerra.
—Permiso, por favor —dice lentamente.
Doy un paso hacia un lado y ella pasa corriendo, saliendo de la tienda. Estoy
rápidamente sobre sus talones, respirando en su cuello.
—Cero. La dirijo hacia un callejón y la empujo contra la pared, y la beso como un
hombre privado. Y, por supuesto, ella está conmigo después de un momento de
resistencia bastante patética.
—No voy a dejar que te pongas ese vestido —balbuceo entre los golpes de nuestras
lenguas.
—No puedes decirme lo que puedo y no puedo usar.
—Detenme.
—Es solo un vestido.
—No es solo un vestido para ti, Ava. No lo estás llevando.
Deposito besos en cada centímetro de su rostro, y ella exhala con cansancio,
aburrida de la discusión. Al menos podemos estar de acuerdo en eso. Puedo ver que
está exasperada, su suspiro pesado y destinado a ser escuchado. Pero, como yo, sé
que ella no quiere pelear. Y siento que se está dando cuenta de mi miedo a perderla.
De la necesidad de pacificarme. Calmarme. Pronto, comenzará a exigir saber por
qué.
—Gracias por el pastelillo —susurra finalmente.
—De nada. ¿Te lo comiste?
—Sí, estaba delicioso. —Ella acaricia mi mejilla y la paz me cubre—. Se supone
que no debo pasar más tiempo contigo hasta que hayas pagado tu cuenta.
Me aprieta mientras le muerdo la oreja. En los brazos del otro, la calma es nuestra
otra vez.
—Voy a pisotear a cualquiera que intente detenerme. Ha visto de lo que soy capaz.
—¿Por qué eres tan irrazonable? —pregunta, y frunzo el ceño, las visiones del
vestido color crema invade mi mente. El vestido crema es muy irrazonable.
—¿Puedo hacerte la misma pregunta?
Ella me mira cansada, sacudiendo la cabeza.
—Será mejor que vuelva a la oficina.
—Te acompaño —digo, resignándome a no obtener respuesta.
Pero quiero una más tarde cuando tengamos una conversación muy franca sobre
su terquedad.
—Medio camino. No se me puede ver recibiendo clientes para almorzar sin que
Patrick lo sepa, especialmente los que están endeudados. Paga tu cuenta.
Ay por el amor de Dios. ¿Cuánto tiempo planea ocultarle nuestra relación a su
jefe? Tal vez mientras planees ocultarle tus secretos. Hago una mueca.
—Dios no quiera que Patrick descubra que un cliente que no paga te está follando
hasta la locura.
Su jadeo de sorpresa me hace sonreír. Ama que juegue al estúpido. Planeo follarla
muy estúpidamente más tarde. Palpo la parte baja de su espalda y la guío,
alcanzando su mano, pero ella la rechaza, alejándola. Simplemente, no puede evitar
ser difícil. Gruño y hago otra jugada.
Y pierdo de nuevo.
Ella sigue adelante, enfocada hacia adelante, en silencio. ¿Está de mal humor? La
dejo unos momentos, sabiendo que está esperando que intente reclamarla de nuevo,
y cuando veo que se ha relajado un poco, me lanzo y gano su mano, y me aseguro
de mantenerla. Mejor. Mucho mejor.
Justo antes de su oficina, nos detenemos y la acompaño hasta una pared, necesito
verla. No era así como planeaba pasar su hora de almuerzo.
—¿Por qué estás de mal humor?
—No hay razón —responde rápidamente y en voz baja, su mano juguetea
salvajemente con su cabello.
Lo retiro.
—Dime la verdad —le ordeno, pero ella permanece muda, negándose a
mirarme—. Respóndeme, Ava.
Ella no lo hace, y empiezo a impacientarme.
—¿Esto es sobre un vestido? —pregunto—. Porque será mejor que te acostumbres
a eso. Solo mis ojos, Ava.
Ella se abre camino a mi lado.
—¿Qué te importa? —pregunta, luchando con su bolso sobre su hombro—.
Después de todo, solo me estás follando.
Ella desaparece por la puerta y parpadeo rápidamente, quedándome inmóvil en
el pavimento, incapaz de desentrañar mi confusión. ¿Solo la estoy follando?
¿En qué planeta está ella? ¿Cree que me comporto así con las mujeres que acabo de
follar? Me pondrá en una tumba temprana, mucho antes que el alcohol a este ritmo.
¿Así que quiere que lo deletree? Estoy seguro de que ya lo he hecho, pero para evitar
dudas...
Me abro paso a través de la puerta de su oficina, al infierno su jefe, y me detengo
abruptamente en el umbral cuando la veo en su teléfono, sus manos revisando varios
papeles en su escritorio.
—Sí, también recibí tu correo electrónico —dice, y un sentimiento desagradable
aterriza en mis entrañas—. Tendré algunos esquemas listos para ti. —Ella asiente,
toma un tablero y lo examina—. Sí, por supuesto. ¿Algún día en particular? —Otro
asentimiento—. De acuerdo, señor Van Der Haus.
Mi espalda se endereza como un palo, y Ava se detiene en su farfulla, sus ojos
recorren su escritorio.
—Adiós, Mikael.
Y ahí está. Mikael. Las primeras letras del nombre es el comienzo. También es el
final.
Ahora está absorta, sus manos se mueven a través de diseños, archivos, su mente
gira con ideas. Alcanzo la puerta y la abro de nuevo, cerrándola ruidosamente. Ella
todavía no levanta la vista, pero su compañero de trabajo sí, y sus ojos brillan de
felicidad.
—Ava. —Golpea su bolígrafo en la alfombrilla del ratón, ladeando la cabeza—.
Alguien te busca.
Ella mira hacia arriba.
Y vuela hacia atrás en su silla.
Sus ojos alarmados se agrandan cuanto más me acerco a su escritorio.
—Señorita O'Shea —digo con calma.
—Señor Ward —suspira, mirando a su alrededor con cautela.
—¿No vas a preguntar si me gustaría un asiento?
—Por favor. —Señala con una mano temblorosa una de las sillas, mirándome
interrogante mientras bajo—. ¿Qué estás haciendo?
—Estoy aquí para liquidar una factura, señorita O'Shea —le digo con una sonrisa.
—Vaya. —Ella no aprecia mi rayo asesino—. Sally, ¿puedes ocuparte del señor
Ward, por favor? —Sus ojos nunca se mueven de los míos—. Le gustaría liquidar su
cuenta pendiente.
Increíble. Ella realmente lo es.
—Por supuesto —responde Sally detrás de mí.
—Sally cuidará de usted, señor Ward —dice Ava fríamente, pareciendo haber
encontrado su equilibrio.
—Solo tú —confirmo, frunciendo el ceño cuando cierra los ojos e inhala
profundamente, como si necesitara el aire extra. Luego observo a su jefe acercándose
por detrás y sus acciones tienen sentido.
—¿Ava? —pregunta, echándome un vistazo.
—Patrick. —Ella fuerza una sonrisa mientras me apunta con un lápiz—. Este es el
señor Ward. Es dueño de La Mansión. —Sus ojos me hablan, y veo el mensaje allí.
Está rogando y, por primera vez, considero por qué está tan preocupada. ¿Patrick
Peterson es un idiota? ¿La despediría por involucrarse con un cliente?—. Señor Ward
—dice ella—. Conoce a Patrick Peterson, mi jefe.
—Ah, señor Ward —canturrea Peterson—. Conozco tu rostro.
Me ofrece una mano y me pongo de pie, aceptándola.
—Nos conocimos brevemente en Lusso.
—Sí, compraste el pent-house —dice alegremente.
He tratado con muchos hombres de negocios en mi tiempo. Algunos geniales,
jugando con sus manos cerca de sus pechos, otros transparentes como la mierda.
Este de aquí es tan transparente. Quiere entrar en mi fortuna.
Sally se acerca y sus pies casi se levantan del suelo cuando Peterson toma los
papeles en su mano.
—¿Le ha ofrecido una copa al señor Ward? —pregunta, y veo el pánico en su
rostro. Pobrecita. Ella es obviamente una disposición nerviosa. Mi culpa por gritarle
ha vuelto con fuerza.
—Estoy bien, gracias —me apresuro a decir. No quiero un trago. Quiero aclarar
un pequeño asunto con mi chica—. Solo he venido a saldar mi cuenta.
—No deberías haberte apresurado solo por esto.
Él se ríe, Ava se burla y yo sonrío.
—He estado fuera. —Técnicamente, eso es cierto. He estado fuera de la realidad—
. Mi personal lo pasó por alto.
—Sabía que habría una explicación perfectamente razonable —dice Peterson, sin
parecer molesto por mi pago pendiente. Pero me molesta muchísimo pensar que le
ha hecho pasar un mal rato a Ava y, como resultado, ahora estoy sentado aquí
teniendo que solucionar un problema que ni siquiera debería ser un maldito
problema—. ¿Fue por negocios o por placer?
No puedo evitarlo. Lancé una mirada sombría a Ava.
—Oh, definitivamente placer.
Ella se sonroja terriblemente, y me quedo refrenando mi diversión.
—Me gustaría hacer algunas citas con la señorita O'Shea mientras estoy aquí —
declaro—. Necesitamos obtener un cambio rápido en esto.
—Absolutamente. ¿Está buscando un diseño, o una consulta de diseño y una
gestión de proyectos?
Ava niega con la cabeza. Ella sabe lo que viene. ¿Quién soy yo para decepcionarla?
—Todo el paquete —confirmo, y Patrick Peterson casi resucita a los muertos con
el sonido de su aplauso emocionado.
—¡Súper! Te dejo con Ava. —Sí, por favor hazlo—. Ella cuidará bien de ti.
Extiende su mano y la tomo a ciegas, viendo como Ava se retuerce sobre su
escritorio.
—Sé que lo hará —digo en voz baja, apartando los ojos y mirándolo,
levantándome de la silla—. Si me da los datos bancarios de su empresa, arreglaré
una transferencia bancaria inmediata. También haré un pago por adelantado en la
próxima etapa. —Para que no tengas que subirte a la espalda de Ava—. Ahorrará
cualquier retraso futuro. Y mi cordura.
—Haré que Sally te las anote.
Regresa a su oficina, complacido como un orgasmo. Ahora, entonces. De vuelta al
asunto.
Me dejo caer en la silla y le doy toda mi atención a Ava. Está un poco en trance,
pero rápidamente me encuentro con los labios fruncidos y un rostro que rivaliza con
cualquier mirada asesina que haya visto antes.
—¿Cuándo estás libre? —pregunta.
Fácil. Cada segundo de cada minuto de cada hora de cada día.
—¿Cuándo lo estás?
—No estoy hablando contigo —espeta.
—¿Qué hay de gritar por mí?
Ella retrocede.
—Tampoco.
Incorrecto. Muy incorrecto.
—Eso puede hacer que el negocio sea un poco complicado —reflexiono,
disfrutando inmensamente de sus intentos de mantenerme en la desgracia.
—¿Será por negocios, señor Ward —pregunta—, o por placer?
—Por placer, todo el tiempo.
—Te das cuenta de que me estás pagando para tener sexo contigo. Eso, en efecto,
me convierte en una puta.
¿Por qué me hace esto? Todo el maldito tiempo, arruina el momento con esa boca
suya. Si no quisiera besarla tanto, la cerraría. Me muevo hacia adelante, acercándome
amenazadoramente.
—Cállate, Ava. Y para que lo sepas, gritarás más tarde —asiento con aprobación,
relajándome—, cuando nos hagamos amigos.
Ella se ve completamente exasperada. Y luego se ríe.
—¿Es algo divertido?
Comienza a revisar su diario con rudeza.
—Si, mi vida. ¿Cuándo te agendo?
¿Agendarme? No me parece. Examino su escritorio y localizo lo que estoy
buscando, lo reclamo y se lo ofrezco.
—No quiero que me agendes en ningún lado —digo en voz baja—. El lápiz se
puede borrar. —Levanta la vista lentamente, con cautela, sus ojos en el rotulador
negro. Solo trata de borrarme, Ava—. Todos los días.
—¿Todos los días? —Ríe—. No seas tan estúpido.
Nunca he sido más serio. Retiro la tapa y deslizo su diario a mi lado,
asegurándome de que nuestras manos rocen mientras lo hago. Ella inhala. Yo sonrío.
Comienzo a trabajar, página tras página, llenando su agenda con mi nombre todos
los días de la semana. Cuando llego a viernes, sonrío.
—Eres mía entonces de todos modos.
La página del lunes muestra una cita a lápiz a las diez, y para probar mi punto,
tomo una goma y borro el nombre. Desaparecido. Como si nunca hubiera estado allí.
Veamos cómo trata de borrar el rotulador.
Me inclino y soplo a través de la página, sonriendo mientras Ava mira, atrapada
por las palabras. Así que sigo a la próxima semana.
—¿Qué estás haciendo? —pregunta finalmente, deteniendo mi escritura.
Miro su rostro atónito.
—Estoy haciendo mis citas.
—¿No eres lo suficientemente feliz controlando los aspectos sociales de mi vida?
¿Controlando? No estoy controlando. No hay absolutamente ningún control en
ninguna parte.
—¿Pensé que no habías hecho citas para follarme?
—Cuida tu boca —gruño—. Ya te lo he dicho antes, Ava. Voy a hacer lo que sea
necesario.
—¿Para qué?
—Para mantenerte —respondo con franqueza, y si eso, esto, no lo explica,
entonces estoy perdido.
Pero, típico de Ava, no puede evitar soltar su desafío.
—¿Qué pasa si no quiero que me mantengas?
Escúchala. ¿A quién está tratando de convencer? ¿A sí misma? ¿A mí? ¿Debería
recordarle las palabras que murmuró en la ducha? ¿O las palabras borrachas en el
auto? Nada más que la franqueza completa funcionará aquí.
—Pero lo haces —le digo—. Por mí. Es por eso por lo que me está costando tanto
tratar de averiguar por qué sigues luchando contra mí.
Vuelvo a su diario y termino de escribir todos los días durante el resto del año, y
ella permanece en silencio todo el tiempo.
Cuando termino, cierro la agenda y me levanto, satisfecho. Mi trabajo aquí está
hecho.
—¿A qué hora terminarás de trabajar?
—Cerca de las seis —susurra, luciendo algo aturdida y confusa.
—Cerca —imito, ofreciendo mi mano. Ella la mira por un tiempo, mentalizándose.
Estoy haciendo lo mismo, pero todo el tiempo del mundo no me prepararía para la
reacción que tengo al contacto físico. Me estremezco. Ella se estremece, sus ojos se
dirigen hacia los míos. ¿Cómo podría siquiera tratar de negar eso? Me alejo
suavemente, arrastrando mi toque a través de su piel, mientras mi cuerpo arde—.
¿Ves? —digo en voz baja, y ella traga saliva. Sí. Ella lo ve. Pero si no salgo de aquí
rápido, el jefe y los colegas de Ava se van a llevar todo el espectáculo.
Voy a tener que esperar unas horas más para seguir demostrando lo que estoy
harto de demostrar.
aso el resto de la tarde bebiendo café en una cafetería cercana después de
ir a la tienda de motocicletas al otro lado de la ciudad para comprar algunas
cosas para Ava, así como unas nuevas zapatillas para correr. Y algunos otros
elementos esenciales.
John ha estado llamando persistentemente y lo he evitado. Sólo llama cuando hay
un problema en estos días. Ya tengo suficiente, y uno en particular está arañando mi
mente como clavos en una pizarra.
Mikael Van Der Haus.
Si él siquiera piensa en hacer un movimiento con Ava, no me detendré. Será lo
último que haga. Maldita sea, ¿por qué este mundo tiene que ser tan pequeño?
Entre las cinco y cuarto y las cinco y cincuenta, observo cómo todos los colegas de
Ava abandonan la oficina uno por uno. Miro mi reloj, sintiendo que la impaciencia
se apodera de mí. ¿Dónde diablos está? Llega un mensaje de texto de John.
Se siente como el viaje más rápido de la historia. Disfruto cada segundo de ella
aferrándose a mí, y cuando aparecen las puertas de La Mansión, siento resentimiento
porque el mejor viaje de mi vida está llegando a su fin. Pero ¿qué pasa con Ava? ¿Lo
disfrutó? ¿Me complacerá de nuevo?
—Puedes bajarte —ordeno suavemente cuando nos detenemos, levanto mi visera
y miro hacia atrás. Ella salta, empujo el soporte hacia abajo y balanceo mi pierna,
dejando mi casco a un lado.
Mi mano pasa por mis mechones, no para arreglar mi cabello revuelto, sino
porque estoy nervioso. Quiero que le guste viajar conmigo, porque necesito
experimentar ese tipo de paz nueva otra vez. Tentativamente, levanto el casco de su
cabeza y su rostro aparece lentamente. Es inexpresivo, y mi corazón se desploma.
Pero luego sonríe, sus ojos brillan y se sumerge en mis brazos, envolviendo cada
miembro a mi alrededor, como si ya extrañara estar pegada a mí. Estoy tan feliz que
podría llorar.
—Ahí está esa sonrisa —digo, estirando la mano hacia atrás para dejar su casco en
el asiento de mi motocicleta para poder sostenerla con ambas manos—. ¿Disfrutaste
eso?
Ella se aleja, encontrando mis ojos, y luego me golpea con algo que no estoy
esperando, o para lo que estoy preparado.
—Quiero una.
¿Qué? No, espera, eso no era parte de mi plan.
—Olvídalo —espeto sin pensar—. Ni una maldita oportunidad en el infierno. —
Seré un manojo de nervios, más de lo que ya soy—. Nunca, de ninguna manera. —
Dios mío, ¿en qué estaba pensando?—. Solo conmigo.
Ella está divertida. Yo no.
—Me encantó —declara, tirando de mí, dándome un beso largo, persistente y
caliente—. Gracias.
Tarareo, resignándome a una nueva forma de montar de ahora en adelante. Con
cuero. Y teniendo en cuenta que probablemente compre algunos para protegerme,
también dice algo. Ella me está cambiando. Me hace preguntarme si algún día podría
gustarme a mí mismo. ¿Soy capaz de eso? Ella me hace querer ser un mejor hombre,
y aunque hay una enorme nube negra colgando sobre mi cabeza, esperando llover
sobre mi desfile, ese es el eufemismo del siglo, me da esperanza. Tal vez este lío
finalmente podría encontrar la paz. Ser feliz.
—Eres más que bienvenida, bebé —susurro.
—¿Por qué estamos aquí?
—Tengo algunas cosas que arreglar. —Molestamente—. Puedes comer algo
mientras estamos aquí. —Estoy siendo táctico, reduciendo la necesidad de perder el
tiempo comiendo cuando volvamos a Lusso. También puedo usar este tiempo
sabiamente—. Entonces te llevaré a casa, señorita.
La coloco en el suelo y le quito algunos mechones de cabello de la mejilla.
—No tengo nada conmigo —dice, como si eso fuera un problema. No lo es. Ava
simplemente no lo sabe todavía.
Me aclaro la garganta y me preparo para la reacción.
—Sam está aquí —le digo, tomando la delantera y tirando de ella—. Trajo algunas
de tus cosas de casa de Kate.
Sorprendentemente, no recibo ningún contraataque ni desafío. Es refrescante
¿Estamos finalmente teniendo un gran avance?
Cuando entramos en La Mansión, siento que mi cuerpo se tensa, el ruido es una
buena indicación de lo ocupado que está esta noche. Sabía que estaría... los jueves
siempre lo son. Mis ojos están bien abiertos mientras camino con paso rápido hacia
mi oficina, ignorando las miradas que nos llegan de todas las personas y en todas
direcciones. El gato está oficialmente fuera de la bolsa. Sí, estoy saliendo con alguien.
No le demos mucha importancia.
—Buenas noches —murmuro, mis piernas se mueven más rápido, ansioso por
salir del centro de atención. No me gusta el mar de ceño fruncido de las mujeres, y
definitivamente odio las miradas de interés en los rostros de los miembros
masculinos. Mi agarre de la mano de Ava se aprieta, mis ojos se entornan, lanzando
miradas de advertencia por todas partes.
—Jesse.
Miro hacia arriba y veo a John en la puerta de mi oficina, sus cejas muy altas más
allá de lo normal.
Llevo a Ava a mi oficina, a salvo, lejos de los miembros de mi mansión.
—¿Algún problema? —pregunto, olvidándome de mí mismo por un segundo.
—Pequeño problema en la sala común, ahora resuelto —responde, claramente
olvidándose de sí mismo también. Le miro fijamente—. Alguien se emocionó un
poco —continúa, y luego veo el segundo en que su cerebro se pone al día.
John lanza una mirada a Ava mientras le miro fijamente, atónita, sintiendo los ojos
curiosos de Ava en mi perfil.
—Todo está bien —estalla. Me río por dentro. ¿Lo está?—. Estaré en la suite de
vigilancia.
Se desliza rápidamente, dejándome solo para enfrentar el inminente
interrogatorio. Piensa.
Piensa, piensa, piensa.
—¿Qué es una sala común?
Maldición.
Agarro el cuello de su chaqueta y tiro de ella hacia mí, haciendo un trabajo rápido
para quitarle el bolso y atacar su boca.
—Me gustas en cuero —musito, quitándole la chaqueta. Ella es mía en un abrir y
cerrar de ojos y en un latido de su corazón—. Pero me encantas en encaje. —Alcanzo
la cintura de sus pantalones y aprieto la cremallera—. Siempre en encaje.
—Pensé que tenías trabajo que hacer —jadea en mi rostro.
¿Trabajo? ¿Yo? Apenas puedo recordar respirar cuando estoy con ella, así que
recordar cualquier otra cosa es imposible. Necesito una inyección de Ava. Algo que
me mantenga en marcha hasta que pueda llevarla a casa. La levanto, la llevo a mi
escritorio, y el deleite en sus ojos solo me anima. Le quito las botas y me agacho,
acercándome. Sus ojos están nadando con anticipación. Estoy seguro de que los míos
debe estar nadando de amor.
—Puede esperar.
Nada es más importante que ella. Desearía que adoptara la misma teoría en lo que
a mí respecta. Ser todo y acabar con todo.
La ayudo a acostarse de espaldas y me tomo un momento para absorber la
perfección de ella extendida sobre mi escritorio.
—Me vuelves loco, señorita. —Mi voz es ronca. Estoy temblando, mis dedos
luchan con los botones de su blusa—. Me vuelves loco.
Mi palma se encuentra con su pecho e inhalo, el calor de su cuerpo me penetra.
¿La vuelvo loca? Ella está aquí, extendida sobre mi escritorio, inclinando su espalda,
empujando su piel hacia mi toque, incitándome. ¿Y la vuelvo loca?
Mis ojos se posan en las hermosas copas de encaje que cubren sus hermosos
pechos.
—Así que estamos hechos el uno para el otro —declaro, apartándolos de mi
camino. Su respiración se intensifica, y la miro, desesperada por preguntarle si está
lista para pelear conmigo en esto. Sé que es lo único que ella no impugnará. Porque,
como yo, cuando estamos nosotros, no hay nada más.
—Probablemente —susurra.
—No hay un “probablemente” al respecto.
Enrollo un brazo debajo de su espalda y la levanto, mi boca se dirige a su cuello,
lamiendo y mordiendo, chupando y besando. Ella suspira, el suspiro más largo,
hermoso y satisfecho, mientras me abro paso perezosamente hasta su rostro, mi
lengua arde en el fuego de su piel. Mi miembro está llorando. Mi corazón cantando.
Mi piel ardiendo.
Maldición, mujer, estoy loco por ti. Necesito estar dentro de ella, sentirla, besarla,
intensificar.
La puerta de la oficina se abre y aplasto a Ava contra mi pecho, cubriéndola.
Vuelvo mis ojos aturdidos y encuentro a Sarah en la puerta, observándonos. ¿Qué
diablos en realidad?
—Oh, lo siento.
Ella no lo siente en absoluto. Puedo leerla como un maldito libro.
—Por el amor de Dios, Sarah —grito, tratando en vano de mantener mi ira bajo
control—. ¡Toca a la puerta!
Ella no está desconcertada. Nunca lo está.
—¿Finalmente la conseguiste en cuero, entonces? —dispara, y miro boquiabierto
a la puerta mientras la cierra de golpe detrás de ella. ¿Qué diablos pasa con todos y
sus escupitajos desbocados hoy?
—¿Qué quiso decir? —dice Ava, moviéndose en mi agarre, obviamente incómoda
ahora. No puedo culparla. Hasta aquí la sinceridad de Sarah. Debería haber sabido.
Es una perra, siempre lo ha sido, siempre lo será. Si no estuviera tan comprometido
con mi redención, le patearía el trasero.
—Nada —me quejo—. Ignórala, está tratando de ser graciosa.
Maldita sea, solo necesito sentar a Ava y confesar.
La bajo de mi escritorio, cubro sus pechos, le abrocho los botones de la blusa y le
quito los pantalones de cuero. Y todo el tiempo, estoy diciendo palabras silenciosas
de aliento para mí mismo. ¿Por dónde empezaré? ¿Cómo voy a explicar? Y, lo que
es más importante, ¿cómo se lo tomará ella?
Puedo sentirla observándome mientras la visto, y por primera vez en la historia
de nuestra relación, no disfruto de su observación. La dejo y recupero su bolso,
tomando sus zapatos y colocándolos a sus pies. Empieza a hablar, Ward. Y sin
embargo, las palabras me fallan.
Doy la vuelta a mi escritorio y me dejo caer en la silla, mis piernas se sienten
inestables. ¿Alguna vez he tenido tanto miedo? Categóricamente, no. Cuando perdí
a Jake, no tuve miedo, estaba demasiado sorprendido. Cuando perdí a Rosie, no tuve
miedo, estaba destrozado. Cuando el cuchillo atravesó mi abdomen, no tuve miedo,
estaba entumecido. Después de todo, me merecía eso y más. El miedo nunca ha
aparecido en mi existencia, y ahora está aquí para vengarse. Miedo a perder como
ya he perdido. La oscuridad aumenta. El dolor se intensifica. La culpa paraliza.
Observo a Ava atentamente mientras se remete la blusa, buscando algo de fuerza.
—¿Qué? —pregunta, inclinando la cabeza apenas un poco.
—Nada. —Sale antes de que pueda detenerlo. Esa fuerza no se encuentra por
ningún lado—. ¿Tienes hambre?
—Algo —dice en un lindo encogimiento de hombros.
No puedo evitar mi sonrisa, incluso si me siento cualquier cosa menos feliz en este
momento. ¿Cómo puedo estar realmente contento cuando la estoy engañando?
—Algo —susurro a cambio, y ella sonríe levemente. Mi corazón se astilla. No solo
necesito desesperadamente evitar lo que podría ser el final para nosotros, necesito
evitar el dolor que sé que le causaré. Maldición, estoy en un lío, y no tengo ni idea
de cómo arreglarlo. Excepto para demostrarle cuánto la amo. ¿Eso me redimirá? Solo
puedo esperar porque no tengo nada más que ofrecerle. Solo yo, tal como soy, y
estoy loco por ella—. El filete está bueno —digo, aclarándome la garganta
obstruida—. ¿Quieres eso? —Ella asiente, y llamo para ordenar—. A Ava le gustaría
el filete.
—Ciertamente —dice Pete—. ¿Cómo le gustaría que se cocinara?
—¿Cómo te gusta el filete?
—Medio cocido, por favor.
—Medio cocido, con patatas y ensalada. —Asiente con la cabeza para confirmar,
y sonrío por dentro. La conozco muy bien—. En mi oficina... y trae un poco de vino...
Zinfandel. Eso es todo... sí... gracias. —Hago unas cuantas llamadas rápidas más a
John y Sarah antes de colgar. Ava sigue de pie y yo frunzo el ceño y señalo el sofá—
. Toma asiento.
—Puedo irme si estás ocupado.
¿Ir adónde, exactamente?
—No, siéntate.
Ella se acomoda y yo sigo con lo que me obligaron a hacer aquí. Excepto que todo
en mi escritorio está en todas partes, y cuando miro a través de la superficie, los
papeles están esparcidos como resultado de Ava retorciéndose en la madera,
suspiro. Esto retrasará las cosas considerablemente. Veo una pila de papeles
encuadernados todavía apilados, aunque desordenadamente. Hay una nota Post-It
en la parte superior con la letra desordenada de John ordenándome que la lea y
firme. Lo tomo y hojeo, asegurándome de que las páginas estén en orden, de vez en
cuando mirando hacia arriba. Cada vez que lo hago, ella está absorta en lo que sea
que esté haciendo. Esta calmada. Agradable. Que Ava esté aquí mientras yo trabajo
es agradable.
Pete llega con el filete de Ava y señalo el sofá, mis ojos se posan en la botella de
vino. Una botella entera. Obviamente no fui claro. Debería haber dicho una copa en
lugar de un poco de vino.
Dejo a Pete para que le sirva la cena a Ava y vuelvo a centrar mi atención en el
contrato de vigilancia y las ubicaciones propuestas para las cámaras. Todo se ve bien.
¿Periodo de tiempo? Excelente. ¿Costo? Estúpido pero necesario. Agarro un
bolígrafo y garabateo la última página antes de pararme y caminar detrás de Ava,
sonriendo por los sonidos que está haciendo.
—¿Bueno? —pregunto, colocando mi barbilla en su hombro, su cabello me hace
cosquillas en el rostro.
—Mucho. —Apenas puede hablar por encima de su bocado—. ¿Quieres probar?
Abro mi boca en respuesta, y ella comparte, alimentándome. Si tan solo supiera
que no es solo comida lo que me está dando de comer.
—Hmmm, muy bueno.
—¿Más?
Asiento con la cabeza y ella corta otro trozo, tendiéndome el tenedor. Me muevo
lentamente, abro la boca, saco el filete lentamente y mastico lentamente. Su expresión
es una imagen. Mi rostro cae en picada en su cuello, mis manos encuentran sus
hombros.
—Sabes mejor —gruño, mordiendo mi camino hacia su lóbulo y aferrándome,
asegurándome de respirar profundamente, justo en su oído. Ella se estremece,
empujando su cabeza contra mí—. Tú come —ordeno, besando su cabeza,
masajeando sus hombros—. Estás tensa. ¿Por qué estás tensa?
Ella no responde, solo tararea, absorbiendo la presión de mis manos, y estoy bien
con eso.
Hay un golpe en la puerta.
—¿Sí?
Sarah entra y le lanzo una mirada de advertencia, una mirada que le dice que no
diga nada inteligente. No sé si ella lo atrapa. Está demasiado concentrada en mí
masajeando a Ava.
—Tus cifras —murmura como una niña petulante, colocándolas en mi escritorio,
frunciendo el ceño ante el desorden.
Dejo un beso en la mejilla de Ava y tomo una larga bocanada de su aroma por
tener que apartarme otra media hora más o menos.
—Gracias, Sarah. Tengo que trabajar ahora, cariño. Come tu cena.
Dejo a Ava en el sofá y miro a Sarah. Ella está sonriendo. Qué me jodan, su estado
de ánimo cambia más rápido que el viento, y está a punto de cambiar de nuevo. Saco
el sobre de mi bolsillo trasero y se lo entrego.
—Transfiere cien mil a esta cuenta lo antes posible.
—¿Cien?
—Sí. Ahora, por favor. —Y no me cuestiones. Vuelvo a mi escritorio y me concentro
en las cifras y las cuentas—. Eso es todo, Sarah —digo, sintiendo su presencia
malhumorada como un cuchillo arrastrándose por mi piel.
Solo miro hacia arriba cuando escucho la puerta abrirse, aliviado de ver que John
está de vuelta. Aunque será mejor que tenga su gran trampa bajo control ahora.
Se une a mí, también mira a través de mi escritorio que estaba perfectamente
ordenado cuando se fue. Me encojo de hombros y empiezo a recoger los papeles.
¿Dónde diablos se ha ido ese contrato?
—¿Buscas esto?
John se adelanta y lo arrastra de debajo de un archivo.
Curvo mi labio y lo arranco de entre sus dedos de salchicha.
—Lo sabía —murmuro, sacando el Post-it del frente—. Todo firmado. —Le brindo
una sonrisa cursi mientras deslizo las páginas en una engrapadora y presiono la
parte superior antes de presentárselas con arrogancia. Su rostro es recto. Sin gracia—
. ¿Te levantaste del lado equivocado de la cama esta mañana?
—Vete a la mierda.
Me río y encuentro las cuentas de nuevo, hojeando casualmente.
—¿Has visto esto?
—Sí. Muy saludable.
—¿No son justas? —reflexiono, mirando la ganancia neta, la única línea que
necesito ver.
—Estoy esperando un saludable... —la voz de John se desvanece cuando aparece
Ava, colocando una copa de vino frente a mí. Tanto John como yo la miramos
durante unos segundos mientras me muevo en mi silla. Dios la bendiga. Trago saliva
y alcanzo la copa, incluso sentirla en mi agarre se siente extraño, y John me mira con
un interés que no me gusta.
—Estoy bien —le digo, detestando su estado levemente herido. Fuerzo una
sonrisa, mi mano comienza a temblar mientras más sostengo el vino. No quiero
beberlo. Nada. Pero tampoco lo quiero a mi alcance—. Gracias bebe. Estoy
conduciendo.
—Oh, lo siento.
Ella sonríe torpemente. Odio eso también. Maldición, me odio a mí mismo en este
momento.
—No lo estés —digo—. Lo tienes. Tengo el vino para ti.
Ella asiente, aceptando la copa, y siento como si me hubieran quitado una tonelada
de ladrillos de los hombros en el segundo en que está fuera de mi alcance. Lanzo una
mirada a John. Su expresión es seria, a pesar de ser bastante seria permanentemente,
me obliga a mirar hacia otro lado.
—No lo digas —susurro, encontrando las cuentas de nuevo—. ¿Qué pasó en la
sala común?
—Una falta de comunicación entre los miembros. Nada más.
—Estupendo.
Firmo las cuentas y descanso en mi silla, mientras John se levanta de la suya. Mira
a través de mi oficina a Ava, y sigo sus ojos. Está leyendo una revista que ha
encontrado. Totalmente absorta. Completamente ajena a lo que está pasando arriba.
—Te dejo en ello —retumba, inclinándose sobre mi escritorio—. Hazlo.
—Lo he intentado, John —susurro—. Créeme, lo he intentado un millón de veces.
—Esfuérzate más.
—Me estoy volviendo loco. —Me acerco, comprobando que Ava sigue distraída—
. ¿Sabes lo que hice hoy? —No le doy tiempo para preguntar—. Hablé con Jake. Estoy
hablando con mi maldito hermano muerto. Así de loco me siento en este momento.
Un hermano del que Ava no sabe nada.
Se levanta las gafas, revelan unos ojos nada menos que alarmados.
—¿Y qué dijo?
Me recuesto, cauteloso, preguntándome si debería divulgar más. Sin duda, no
debería, solo alentará a John a permanecer en mi caso, pero necesito compartir y John
es mi única salida.
—Me dijo que comprara algo de cuero.
—Escúchalo a él. Y a mí. Dile a ella.
Se levanta y sale a grandes zancadas. Ava no levanta la vista. Ella está en un
mundo propio, así que la dejo y uso el tiempo de manera productiva: golpeándome
una y otra vez hasta que me lastime físicamente.
Maldita sea.
Levanto mi pesado cuerpo de la silla y me coloco detrás de ella, mirando por
encima de su hombro a lo que está leyendo. Superbikes. Compré todas las ediciones
mensuales desde que murió Jake y las agregué a la colección que escondió a nuestro
padre debajo de su cama. Mi corazón se contrae.
—He comenzado algo, ¿no? —pregunto, inclinándome para besarla.
—¿Por qué no te has actualizado la 1198?
Cristo, ¿qué he hecho?
—Sí, pero prefiero el 1098.
—Vaya. —Sus ojos se vuelven platillos—. ¿Cuántas tienes?
—Doce —respondo, con bastante orgullo. Cada nuevo modelo que se lanza está
en mi garaje nítido. Son más para Jake que para mí. Ojalá estuviera aquí para
montarlas conmigo.
—¿Doce? —pregunta alarmada—. ¿Son todas supermotos?
—Sí, Ava. —Dios, la amo—. Son todas supermotos. Vamos, te llevaré a casa.
Necesito seriamente volver a estar en igualdad de condiciones, y solo puedo pensar
en una forma de lograrlo.
—Sabes —reflexiona, levantándose del sofá—, deberías usar cuero.
—Sé que debería.
Entre Ava y Jake, me siento completamente molesto.
—Entonces, ¿por qué no lo haces? —pregunta mientras la llevo fuera de mi oficina
de la mano.
Es una buena pregunta, y he evitado responderme durante todos los años que me
he entregado a la emoción del viaje. Porque soy imprudente. Es la misma razón por
la que conduzco como un imbécil. Conducir me hizo enojar mucho durante tantos
años después de que perdí a Carmichael y a Rosie. El simple hecho de ponerse detrás
del volante provocó una furia como ninguna otra. Así que conduje
imprudentemente.
Tal vez porque yo también quería estar muerto.
Me estremezco. Deja de enfadarte al volante.
—He andado en motocicleta desde que… —Desde que perdí a Jake—. Durante
muchos años.
—Vas a tener que revelar una edad en algún momento.
Ella sonríe, y mi maldito corazón sangra cuando me obligo a responder.
—Quizás.
Me muevo rápidamente a través de la sala de verano, a pesar de que la multitud
se ha reducido, los miembros suben las escaleras. Escucho a Sam antes de verlo.
—Mi hombre —canturrea mientras empujo a Ava hacia el bar—. Ava, me
encantan tus bragas de Little Miss.
Él sonríe mientras empuja una bolsa hacia adelante, y lo miro.
—No tientes tu maldita suerte, Sam —bromeo.
¿Qué estaba pensando cuando lo hice hurgar en los cajones de Ava?
—Hay una línea, Sam —bromea Drew.
—Oye, lo siento —se queja, aunque apenas lo escucho, mi atención en la barra y
los miembros tienen una buena mirada boquiabierta en Ava en mis brazos.
Reclamo su bolso.
—Voy a llevar a Ava a casa. ¿Vas a correr mañana?
—No, podría estar atado.
—¿Dónde está Kate? —pregunta Ava, con las mejillas de un rojo brillante.
—Tenía algunas entregas que hacer. —Sam toma un trago de su cerveza,
arqueando las cejas hacia mí por encima de su botella—. Se entusiasmó mucho con
llevar a la pequeña Margo en su viaje inaugural. Me han dejado por una camioneta
rosa. Me dirijo hacia ella cuando termine aquí.
—¿Terminar qué? —dice Drew, y los ojos felices de Sam se estrechan.
—Vete a la mierda.
Es hora de marcharse.
—Adiós, muchachos —digo, apartando a Ava antes de que me arrojen al
infierno—. Dile a Kate Ava que está conmigo.
Hago una salida brusca, Ava prácticamente trota detrás de mí para seguirme.
Abro la puerta de mi Aston y ella hace un puchero.
—Quiero ir en motocicleta.
—En este momento, te quiero de encaje, no de cuero. Entra al auto.
He estado esperando todo el día por mi medicina. Estoy seguro de que me
derrumbaré si no lo consigo pronto y, afortunadamente, Ava debe apreciar eso,
porque ella está rápidamente en el asiento del pasajero. Entro en el auto y arranco
como un murciélago salido del infierno, corriendo por el camino de entrada. Es hora
de dejar de conducir como un imbécil.
Pero puedo sentir el deseo saliendo de su piel como vapor, y eso no está ayudando
a mi urgencia.
—Cien mil libras es un sobrepago enorme —dice casualmente, y me río. Me
preguntaba cuándo podría surgir eso. ¿Qué quiere ella que diga? ¿Qué quiero acceso
ilimitado a ella?
Me encojo de hombros.
—¿Lo es?
—Sabes que lo es.
Ella me lanza una mirada medio asesina.
—Te estás subestimando —le digo a la carretera. Habría pagado diez millones.
—Debo ser la puta más cara de la historia.
Mi sonrisa decae.
—Ava —grito, irritado—. Si vuelves a referirte a ti misma de esa manera…
—Estaba bromeando —responde, riéndose.
—¿Me ves riendo?
—Tengo otros clientes con los que tratar.
Desafortunadamente, sí, lo hace, y lo aceptaré siempre que uno de esos clientes no
sea Van Der Haus.
—Lo sé —digo en voz baja, mordiéndome la lengua. Conozco a Ava, y si exijo que
lo elimine como cliente, peleará conmigo por eso. Y hacer muchas preguntas que no
puedo responder—. Pero soy un cliente especial.
Agarro su rodilla y ella se ríe.
—Eres especial, de acuerdo.
Muevo mi mano a su cadera y la aprieto, saboreando su dulce chillido, antes de
subir el volumen de la música. Ella suspira, recostándose. Sé que me está estudiando.
Sé que está sonriendo. Y espero que ella esté pensando en lo mucho que me ama.
as carreteras están transitables, lo cual es un maldito buen trabajo porque
cuanto más me acerco a Lusso, o, más concretamente, a mi cama, más
impaciente me vuelvo. Ha sido un día largo, una mezcla de cosas
sorprendentes, frustrantes y preocupantes. Tenemos que volver a ser
asombrosos. El celo que se arremolina dentro se está volviendo insoportable, y solo
puedo compararlo con un antojo con el que estoy muy familiarizado.
El alcohol.
Sabiendo que está cerca.
Sabiendo que con un sorbo, cada músculo se aflojará y cada pensamiento se
nublará.
El escape. Y, sin embargo, sé en el fondo de mi corazón que este anhelo por Ava
es tan poco saludable como mi dependencia de la bebida. También sé que Ava no
puede estar fácilmente disponible. El alcohol se puede encontrar en cualquier lugar.
Puedo poner mis manos sobre él en un abrir y cerrar de ojos, y lo hice a menudo.
Con esta nueva adicción, dependo de alguien más para alimentarla, y eso está lejos
de ser ideal.
—¿Estás bien? —pregunta mientras me detengo en un semáforo en rojo, mis
pensamientos me hacen sudar frío—. Pareces preocupado.
Flexiono mi mano, aflojo mi agarre en el volante. Mis nudillos no tienen sangre.
—Sí.
Miro al otro lado del auto y, como siempre, la visión de ella me golpea como un
mazo en el estómago. Levanta una comisura de la boca y parpadea lentamente,
haciendo que sus pestañas abanican sus altos pómulos. Siento que mi única gracia
salvadora aquí es su anhelo igual y obvio por mí. Necesito mantener eso.
Construirlo. Cuidarlo.
Se remueve en su asiento y los botones de su blusa le cruzan el pecho. Es como
combustible para cohetes en mi miembro. Estoy seguro de que hace cosas así a
propósito. Me incita. Es una tentadora, rogando por eso constantemente, aunque
sutilmente. Su rostro se ilumina cuando me ve ajustarme. Voy a salirme de mis jeans
pronto.
El semáforo cambia, y arranco rápidamente, tomo el camino hacia Lusso, presiono
el botón para abrir las puertas. Parecen tomar años para finalmente darme espacio
para pasar.
Aparco, la recojo y la llevo con determinación al interior del edificio. Ella saluda
al conserje mientras tiro de ella más allá de su escritorio y, gracias a Dios, la suerte
está de mi lado, las puertas del ascensor están abiertas, esperándonos. Prácticamente
la arrojo dentro.
—¿Estás de prisa? —pregunta.
Pregunta estúpida.
—Sí. —Ingreso el código, las puertas se cierran y mi restricción se rompe.
Rápidamente, la tengo contra la pared—. Me debes una disculpa de follada—
declaro, clavando mi lengua en su boca, mi beso es desesperado y hambriento. Su
culpa.
—¿Qué es una disculpa de follada? —pregunta, sin aliento.
Separo sus piernas con mi rodilla, besando mi camino hacia su oreja.
—Se trata de tu boca.
Y podría matarme, pero en todo lo que puedo pensar ahora mismo es en poseerla.
Que se doblegue a mi voluntad. Complaciéndome. Me alejo de ella y me apoyo
contra la pared de enfrente, estudiándola, temblando como una hoja, su respiración
se escucha por todas partes. Como la mía. Me levanto la camiseta por la cabeza y sus
ojos recorren mi torso hasta mis jeans mientras abrocho los botones. Sus manos se
contraen a los costados, sus ojos se nublan, sus labios se abren. Esta vista es
malditamente mágica. La forma en que me mira es un cóctel único de todo lo
increíble. Mi nueva droga. Su rostro joven y fresco cuenta mil historias. Ella nunca
ha experimentado esto antes. Este... éxtasis. Y a pesar de saber sin lugar a duda que
mi vida sexual ha sido mucho más colorida que la de Ava, estoy cien por ciento con
ella en este territorio desconocido. Porque si bien mi seguridad y experiencia en el
dormitorio no ha cambiado, los sentimientos que me acompañan sí lo han hecho.
A ella le gusta mi dominación. La anhela. Es mi única arma en esta relación, y la
ejerceré descaradamente.
Mi miembro rígido cae en mi palma, y miro hacia abajo, viéndolo gotear. Rechino
los dientes y rodeo la palma de mi mano, silbando cuando empiezo a empujar
lentamente, con calma, un hormigueo agudo se desliza por mi piel. Levanto la vista
a través de mis pestañas, mi vista se distorsiona, pero la veo. La veo claramente. Ella
está pegada a la pared, su mirada clavada en mí mientras me acaricio, sus labios
húmedos.
Lista.
Ella mira hacia arriba, y me sorprende la mirada en sus ojos. Nunca había visto
tanto anhelo. Y es por mí.
—Ven aquí —le ordeno, mi voz es grave, y ella obedece, mirándome con ojos de
gacela, esperando su próxima orden. Su disposición, aunque reconocible, todavía
me sorprende. Qué rápido puede pasar de la pura lucha a la pura sumisión. Cómo
se inclina ante mí de esta manera. Ante mí. Un hombre oscuro y destrozado que se
acerca a los cuarenta y que no puede poner su cabeza en orden—. De rodillas.
Sus manos encuentran mis muslos y mis mejillas se expanden. Maldita sea. ¿De
quién fue esta brillante idea, porque estoy a punto de quebrarme? Ella debe ver la
desesperación en mis ojos mientras me mira fijamente, arrodillándose mientras sigo
acariciándome. Alcanzo su mejilla sonrojada, luchando por expulsar el aire.
—Abre.
Sus labios se separan. Sus manos sostienen la parte posterior de mis muslos. Sus
ojos brillan. Esto es, categóricamente, lo más hermoso que he visto. Demuestro mi
aprobación, acariciando su rostro mientras descanso la punta de mi miembro en su
labio inferior.
—Lo tomarás hasta el final —le susurro, dejando un brillante rastro de semen en
su boca—. Y me voy a derramar en tu boca. —Su lengua sale disparada y lame, sus
ojos bailan—. Vas a tragar.
Empujo dentro de su boca con un gruñido reprimido, me duele el estómago de
tanto tensarme, mis ojos se cierran mientras ella me toma pulgada a pulgada. Lucho
por mantener el control, mis piernas comienzan a temblar, mi mano se aprieta
alrededor de mi eje, restringiendo las venas pulsantes. Maldición, podría llegar al
orgasmo ahora mismo. Siento que sus manos se aprietan en mis muslos y luego me
atrae hacia ella.
—Maldición —musito, buscando su cabeza en la oscuridad, demasiado asustado
para mirarla por temor a terminar esto antes de lo que quiero. Necesito soltar mi
miembro. Comienzo a jadear, apretando cada músculo, preparándome, y aflojo mi
agarre en una respiración ahogada, moviendo mi mano para unirme a la otra en su
cabeza. Eso es todo ahora. Ella tiene acceso ilimitado.
Ha tomado el poder.
No tengo tiempo para prepararme. Su mano se desliza entre mis muslos y me
acuna, y mis temblores adquieren un nuevo nivel, mis gemidos se vuelven graves y
rápidos mientras su delicado toque traza caminos de fuego a través de mis bolas, su
boca caliente inmóvil alrededor de mi miembro. Ella rodea mi circunferencia en la
raíz. Lame alrededor de la cabeza. Deja caer un tierno beso en la misma punta. Mis
ojos pesados se abren, mi cabeza inerte cae. Lo que encuentro cuando mi visión se
aclara es casi mi perdición.
Ella me mira como si fuera un dios mientras su lengua se aplana y la arrastra de
la punta a la base. Jesús. El aire sisea a través de mis dientes apretados, mis caderas
vibran. Maldita sea, soportaría su desafío todos los días si esto es lo que obtendría a
cambio. Lo que estoy viendo ahora, cómo me siento, es bíblico. Su boca se desliza
suavemente por mi tensa piel, sus ojos lucen tan hambrientos como su boca. Ella ama
esto. Ama hacerme desesperar. Empuja la punta de su lengua en la punta de mi
miembro con una ceja enarcada, como preguntando... ¿Así? ¿Te gusta esto, Jesse? Ella
nunca lo sabrá. Sonrío ante su descaro, pero luego casi me desmorono cuando
inesperadamente me toma profundo en su boca, llevándome hasta el final.
—¡Oh, Jesús, Ava!
Ella se retira, y mis caderas se sacuden, sumergiéndose profundamente en mi
interior. Gimo, viendo estrellas. Ha jugado conmigo durante demasiado tiempo. Es
hora de recuperar el poder.
—Tienes una boca increíble, Ava. —Sostengo su cabeza con firmeza, entrando y
saliendo—. He querido follarla desde que te vi.
Sus dientes rozan mi piel, deslizándose lentamente a lo largo.
Grito, no estoy preparado para rendirme.
—Tómalo profundo. —Empujo hacia adelante con maldad, sintiendo su boca
luchando contra la invasión—. Relaja tu mandíbula —ordeno, perdiendo mi
habilidad para mantenerlo controlado, empujando repetidamente, gimiendo
constantemente, sintiendo el hormigueo delator engullir mi miembro, mis bolas se
vuelven pesadas, mi corazón se acelera.
Estoy más allá del punto de retorno. Me retiro de su boca una fracción, dándome
espacio para sostenerme y empiezo a moverme rápido. Sus ojos se cierran mientras
succiona y lame, un zumbido tan intenso estimulando mi miembro.
—En tu boca, Ava —grito, y ella se mueve rápido, envolviéndome.
Llego al orgasmo con intensidad, sintiendo que ella traga mientras me toma es su
boca. Miro hacia el techo con un grito ronco, mis caderas se balancean, mientras
cabalgo las olas de mi orgasmo, débil por el placer. Me siento paralizado por la
intensidad, mis piernas entumecidas. Dejo caer mi cabeza y la tomo bajo sus brazos,
levantándola hacia mí, tomando su boca, saboreando mi esencia salada.
—Eres increíble —susurro—. Te mantendré para siempre.
—Es bueno saberlo.
—No trates de hacerme daño, señorita. Me dejaste todo excitado esta mañana.
Coloco mi frente sobre la de ella mientras acaricia mi pecho desnudo.
—Me disculpo —murmura, salpicando besos alrededor de mi pezón. Suspiro y
dejo que mi corazón vuelva a un latido seguro. O tan seguro como nunca lo será
cuando estoy cerca de esta mujer.
—Tienes encaje. Te amo en encaje.
Te amo, punto. Mucho.
La levanto y siento sus piernas rodear mis caderas, sus brazos rodean mis
hombros, recojo nuestras cosas y salimos del ascensor.
—¿Por qué encaje? —pregunta.
Porque es impecable. Bonito. Puro.
—No lo sé, pero siempre usa encaje. —Me detengo en la puerta—. Llaves, bolsillo
trasero.
Los saca de mis jeans y abre la puerta, dejo todo en el suelo y subo las escaleras
con ella aferrada a mí como un chimpancé bebé, acurrucada en mi cuello. Está
cansada. Yo también. Pero nunca demasiado cansado para más. Saco mi teléfono y
cargo la aplicación de música, presionando el modo aleatorio antes de arrojarlo sobre
el gabinete. Y como un presagio, suena Angel de Massive Attack.
Perfecto. Tan malditamente perfecto.
La aparto de mi cuerpo y la pongo de pie.
—Te voy a llevar a la cama ahora.
Comienzo a desabotonar su blusa, viéndola visiblemente tensa. No soy solo yo. Es
la música. Tan sexy, y tan apta. La miro, mis ojos muestran ternura, los de ella llenos
de asombro. O de amor.
—¿Por qué tratas de controlarme?
Su pregunta me da un vuelco. ¿Controlarla? La oportunidad sería una buena cosa.
Y no lo llamaría control, más afirmación. Pero intentar es la palabra clave aquí. Si ella
supiera mi historia, podría entender. Así que díselo, Jake grita desde la muerte.
—No lo sé —susurro, sintiendo que mi frente se vuelve pesada—. Simplemente,
se siente como lo correcto. Es todo lo que soy capaz de hacer. El control ha sido
inexistente en mi vida y, claramente, no sé cómo manejarlo. Dejo caer su blusa al
suelo mientras ella me estudia, en silencio, sin desafiarme, lo cual es bueno porque
¿qué diablos diría?
La verdad.
Está lejos de ser apropiado que mi hermano esté aquí ahora, burlándose de mí,
regañándome. Vete a la mierda.
De acuerdo. No puedo ver más este accidente de tren.
Me sacudo un poco, como si me hubiera pinchado. Trago saliva, esperando que él
aumente mi culpa un poco más. No lo hace. Pero no necesita hacerlo. Miro a la mujer
que tengo delante y está allí con ganas.
Hazle el amor. Muéstrale. Hazla ver. Lo hago constantemente entre las crisis
menores, pero necesito pronunciar las palabras y espero que ella corresponda.
Luego, tíralo todo. Cada momento es insoportable y es desgarrador.
Niego con la cabeza y le quito los pantalones, sintiendo que me mira con un interés
curioso que no me gusta. Necesito darle la vuelta a esto. Doy un paso atrás y me
quito los zapatos y los vaqueros, y algo en sus ojos cambia. Ella está de vuelta. Estoy
de vuelta. Observo cada centímetro de ella, desde los dedos de los pies hasta su
cabello y levanto un brazo, alcanzando su sostén y tirando de las copas hacia abajo,
trazando la protuberancia rígida de su pezón con el dorso de mi mano. Su pecho se
expande.
—Me vuelves loco —susurro.
—No, tú me vuelves loca.
Su contraataque está atado con demasiada lujuria para que la tome en serio.
—Loca —balbuceo, levantándola y acostándola, cubriéndola por completo y
bajando perezosamente mis labios a los suyos. Ella se abre, su lengua se encuentra
con la mía, deslizándola en sincronía, rodando y danzando suavemente.
Maldición, te amo.
Sólo. Escúpelo.
Y, sin embargo, aunque las palabras cuelgan de mi lengua constantemente, se
niegan a salir de mi boca.
La razón por la que me mata.
Porque las únicas personas en mi vida a las que he amado tan ferozmente me
fueron arrebatadas. Siento que la estaría maldiciendo. Envenenándola.
Sentenciándola. Entonces, ¿dónde diablos me deja eso?
Trago saliva y tomo sus bragas, arrastrándolas por sus piernas, poniéndome de
rodillas y tirando de ella hacia mi regazo. No sé. No lo sé.
—Recuéstate sobre tus manos —ordeno, alcanzando mi erección mientras ella se
recuesta, con la boca abierta, sus ojos me desbordan. Me coloco en su sexo listo y
perezosamente, lenta y suavemente, empujo dentro de ella con un siseo,
sosteniéndola debajo de la parte baja de su espalda.
Buen señor. Trago saliva, guiando su cintura, siguiendo el balanceo de mis caderas
y el ritmo de la música. Desecho. Estoy ido. Un esclavo de ella, de esto, de amar. Mi
piel está húmeda, las mejillas de Ava perfectamente teñidas de rojo, sus pezones
como piedras. Mi ritmo es meticuloso. Es tranquilo, es perfecto, cada impulso
constante, cada retiro sin prisas.
—¿Dónde has estado toda mi vida, Ava? —susurro, girando deliberada y
firmemente.
Inhala con fuerza, sus ojos nunca dejan los míos, y es la cosa más sexy imaginable.
Humedezco mis labios, trago el nudo en mi garganta, sintiendo una oleada de
emoción apoderarse de mí.
—Prométeme algo —exijo, ejecutando otra rutina perfecta, haciéndola gemir. Está
luchando por mantener los ojos abiertos, pero veo la pregunta allí—. Te quedarás
conmigo —murmuro, lleno de esperanza.
Ella me mira fijamente, atrapada entre el placer indecible que estamos
compartiendo y el desconcierto que simplemente no puedo soportar. Y luego
asiente, y gimo cuando tiro de ella hacia abajo y hago círculos dentro de ella.
—Necesito escuchar las palabras, Ava.
Incremento el ritmo y la fricción, y se vuelve frenética, sus brazos tiemblan, lista
para ceder.
—Oh Dios, lo haré.
Demonios, sí.
—Vas a llegar al orgasmo.
—¡Sí!
—Jesús, me encanta mirarte cuando estás así. —Me esfuerzo en las palabras, mi
mirada se posa su rostro sudoroso—. Espera, bebé —ordeno, buscando mi
liberación—. No todavía. Muevo mi agarre, viendo que se va a romper, y la atraigo
hacia mí, nuestras pieles chocan, saltan chispas, mis caderas se sacuden. Ella grita,
mi miembro se hunde más profundamente, sus uñas se clavan en mi espalda.
Maldición.
Bombeo, muevo, balanceo, mientras nos miramos fijamente.
—Eres dolorosamente hermosa y toda mía. Bésame.
No hay objeción. Cuando estamos juntos, conectados, haciéndonos sentir así, no
hay otra manera para nosotros. Cubre mi rostro con las palmas de las manos,
examina mis ojos, traga saliva mientras la observo y deja caer su boca sobre la mía
con un gemido.
—Jesse —murmura—. Voy...
—Contrólalo, bebé.
—No puedo.
Ella muerde mi labio y yo grito, el dolor envía una corriente con fuerza a mi
miembro.
Y ahí está. Mi liberación. Estoy de rodillas rápidamente, retrocediendo y
arremetiendo contra ella, sosteniéndola contra mi pecho mientras exploto en un grito
que al instante hace que me duela la garganta.
—Jesús, Ava —balbuceo sin pensar, mis ojos se cierran con fuerza—. ¿Qué voy a
hacer contigo?
Estoy inútil, temblando y mi cuerpo completamente fuera de control. Débil.
Indefenso.
Vivo.
En el infierno pero en el cielo.
Me abraza con fuerza, como si sintiera que necesito ayuda para detener mis
violentos temblores. Lo hago.
—Estás temblando.
—Me haces tan feliz —susurro, mi voz se entrecorta, mi corazón duele.
—Pensé que te habías vuelto loco.
Sonrío con tristeza y la miro.
—Me haces locamente feliz. —Aparto el cabello pegado a su rostro perfectamente
mojado, besando la punta de su perfecta nariz—. También me vuelves locamente
loco.
Mis cejas se enarcan sin instrucciones.
—Te prefiero cuando estás locamente feliz —me dice—. Das miedo cuando estás
locamente enojado.
Sí, lo sé. Me asusto de mí mismo, pero...
—Entonces deja de hacer cosas que me vuelvan loco.
Tiene el descaro de parecer indignada. No me digas que quería ese vestido hoy.
No lo hizo. No me digas que disfrutó bebiéndose toda la copa de vino la noche que
le puse un jersey. No lo hizo. Estoy completamente a favor de que se aferre a su libre
albedrío, pero no a expensas de mi cordura. Ella aprenderá. Pero, lo que es más
importante, ¿aprenderé a lidiar con mis nuevas reacciones intensas? O mejor aún,
¿controlarlas? Puedo probar. Honestamente, sin embargo, no tengo mucha fe en mí
mismo. Ava O'Shea saca lo mejor de mí mientras que también saca lo peor.
Extrañamente, lo peor es un lado que nunca supe que tenía, y estoy jodido sí sé cómo
manejarlo. Un poco como si ella no supiera cómo manejarlo. Estamos en esto juntos.
Navegando juntos estas aguas extranjeras.
—Nunca te lastimaría intencionalmente, Ava —digo sin pensarlo mucho. Estoy
siendo provocado por lo desconocido. Lo desconocido es cómo lidiará con la verdad.
—Lo sé.
Ella suspira, y contiene demasiada incertidumbre para mi gusto, pero no puedo
pedir mucho más. Me giro y caigo boca arriba, trayendo a Ava conmigo, y nos
acomodamos, yo mirando al techo mientras paso mis dedos por su cabello, Ava
trazando patrones en mi estómago, disminuyendo la velocidad cuando llega a mi
cicatriz. Hormiguea bajo la yema de su dedo.
—¿Estuviste en el ejército? —pregunta en voz baja.
Mis manos se quedan quietas por un momento. Podría decir que sí, terminar con
el misterio para ella, pero mientras mi mentira me hace cosquillas en los labios,
dándome una salida a este problema en particular, encuentro que se materializan
otras palabras.
—No. Déjalo, Ava.
—¿Por qué desapareciste?
—Te lo dije —digo, tragando saliva, calentándome por otras razones—. Estaba
hecho un lío —esa es la verdad—, Y tú pediste espacio. Eso es una evasión.
—¿Por qué?
Cierro los ojos, rezando por el final de este interrogatorio. No estoy preparado. No
estoy listo.
—Despiertas sentimientos en mí.
—¿Qué tipo de sentimientos?
De todo tipo, Ava.
Tantos que estoy luchando por encontrar las palabras para explicar, pero lo
intento. Me estoy esforzando mucho.
—¿Es eso algo malo? —presiona
—Es cuando no sabes cómo lidiar con ellos.
Suspiro y ella se detiene acariciando mi estómago por unos momentos. Está
pensando, y lo que piensa esta mujer es un miedo constante.
—Crees que te pertenezco.
¿Creo?
—No. Sé que lo haces.
¿Está sonriendo contra mí?
—¿Cuándo estableciste eso?
—Cuando pasé cuatro días tratando de sacarte de mi cabeza.
—¿No funcionó?
—No. Estaba aún más loco. —Movería cielo y tierra para cambiar la forma en que
manejé ese colapso en particular—. Ve a dormir.
—¿Qué estabas haciendo para tratar de sacarme de tu cabeza?
No te enojes, Jesse. No puedes enfadarte con ella.
—No importa. No funcionó, fin de la historia. Ve a dormir.
Sé que es difícil para ella, pero cede, asentándose, haciendo que mi piel se caliente
bajo la fricción de sus repetidos remolinos. El silencio grita.
—Dime cuántos años tienes.
—No —digo brevemente, incapaz de reunir la energía para recordar adónde
diablos llegamos en este ridículo juego de edades. Hay asuntos más importantes de
los que ocuparse. Pero mientras está acurrucada contra mí así, tranquila, con su
pierna sobre la mía, su mejilla aplastada contra mi pecho, esos problemas son fáciles
de ignorar. Solo abrázala.
Su respiración se vuelve superficial, y me encanta el calor de su aliento esparcido
por mi piel. Dormida. Me acerco a la mesita de noche, tratando de no molestarla,
buscando mi teléfono. Levanto la cámara y la coloco hacia nosotros, colocándonos a
ambos en la pantalla. La miro fijamente. Ella se ve pacífica. Muevo mis ojos hacia mí
mismo. Yo también me veo en paz.
Pero me siento lejos de eso.
Dejo caer mi nariz en su cabello y tomo una foto. Luego me desplazo por todas las
otras instantáneas que he captado de ella durante las semanas. Cada una trae otro
nivel de pavor hasta que estoy en la primera imagen que tomé de ella.
Huyendo de mí.
El tiempo no se detiene.
n el momento en que me despierto, sé que necesito correr. No me siento
descansado. No me siento asentado. El sueño no ha ahuyentado mis miedos.
Cuanto más tiempo pasa, más se desvanece mi satisfacción. ¿Cuánto tiempo
pasará hasta que esta dicha se haya ido por completo?
Mi mente se desplaza al próximo aniversario en La Mansión. Solo faltan dos
semanas.
Me pongo de costado y empujo suavemente un poco de cabello del rostro de Ava.
Ni siquiera se mueve.
—¿Vendrás conmigo? —le pregunto a su forma durmiente.
La quiero en mi brazo. Quiero que acepte La Mansión y la adopte. Necesito que
entienda que las noches sin sentido de placer ilícito ya no están en mi agenda. Me
estremezco cuando una repentina punzada de dolor irradia a través de mi labio, y
estiro la mano para limpiar la pequeña gota de sangre. Y, sin embargo, vuelvo a
morderlo, pensando, preguntándome si todavía tendré el placer de esta vista
mañana, o pasado, o el siguiente.
Ignoro el vacío que cae en mis entrañas. No puedo creer que todo vaya a salir todo
menos bien.
Cubro su barriga con las sábanas y salgo de la cama, frotando mi rostro con las
manos mientras salgo del dormitorio. Llego a la cocina y me dejo caer en un taburete,
girando mi teléfono en mi mano. Mordiéndome el labio de nuevo. Mis codos golpean
la encimera, mi rostro cae entre mis manos.
¿Te sientes desesperanzado, hermano?
Cierro los ojos con fuerza, deseando que Jake deje de burlarse de mí.
Solo tú puedes arreglar esto.
—Lo sé —murmuro—. Y lo haré.
¿Antes o después de que ella lo descubra por sí misma?
—¿De qué estamos hablando? —Le pregunto a mi oscuridad—. ¿La Mansión? ¿Mi
lío de la semana pasada? ¿Rosie? ¿Tú?
Sobre todo.
Todo. Y, Dios, hay tanto. No puedo abrumarla con cada detalle en una sola sesión.
La pobre mujer probablemente se desmayará del susto.
Entonces comienza con La Mansión. El resto vendrá.
¿Pero el resto tiene que hacerlo? La Mansión es La Mansión, y eso no va a cambiar.
Está aquí, en el presente, sin ir a ninguna parte. Pero mi pasado. Eso se ha ido.
Revisa tu teléfono.
Frunzo el ceño y toco la pantalla de mi teléfono. Un mensaje de Coral. Y lo que
dice me dice que mi pasado tampoco va a ninguna parte. Al menos, algo de eso.
Eso es lo que obtienes por ser tan semental.
Realmente no hay nada divertido en esto, pero aun así dejo escapar un ataque de
risa.
—Maldición, odio que seamos gemelos —digo, borrando el mensaje—. Deja de
hablarme. Golpeo mi sien con mi teléfono, logrando nada más que dolor.
—Me estás haciendo sentir loco.
No me necesitas para eso, hermano.
Gruño y me pongo de pie, saliendo de la cocina. Me detengo abruptamente por
las bolsas de Ava junto a la puerta. Su teléfono me está molestando. Lo agarro sin
pensar y me desplazo a través de sus contactos, dirigiéndome directamente a V.
Me saludan los datos de Van Der Haus y, con un gruñido épico, copio
rápidamente su número en mi teléfono. Estoy cubriendo mis bases. Asegurándome
de poder hablar con él si lo necesito, y algo me dice que lo necesitaré. Luego cambio
el tono de llamada de Ava y lo meto de nuevo en su bolso. El papel de aluminio de
su paquete de píldoras refleja la luz.
Brilla.
Me desafía.
Jesús, que alguien me detenga.
Me acerco y agarro las píldoras, voy al fregadero de la cocina y saco cada una
mientras abro el grifo, empujándolas al desagüe. Y observo cómo desaparecen por
el agujero del tapón, con las manos apoyadas en el borde de la encimera.
¿Así que le robas las píldoras anticonceptivas?
—Vete a la mierda —gruño, alejándome y dirigiéndome escaleras arriba. Necesito
correr.
Necesito a Ava.
Me pongo los pantalones cortos y me siento en la tumbona al otro lado de la
habitación para atar los cordones de mis zapatillas.
—¿Qué estás haciendo? —Su voz soñolienta reemplaza el vacío en mi estómago
con alivio. Está despierta. Es un nuevo día. Un día para que finalmente arregle mis
asuntos.
Ella me ama. Esa es mi línea de vida.
Miro hacia arriba y la encuentro parpadeando con sus ojos somnolientos, con los
brazos estirados sobre su cabeza.
—Voy a correr.
Termino de atarme los cordones y me pongo de pie. Sus ojos están muy abiertos
ahora, y se ven bastante agradecidos.
Mi mirada cae a su pecho.
—Yo también estoy disfrutando bastante de la vista.
—¿Qué hora es?
—Las cinco.
Su rostro decae, y luego su cuerpo, de vuelta al colchón. Se cubre con las sábanas
y sonrío mientras me dirijo a la cama, las quito y pongo mi rostro en el suyo. Su
puchero es adorable mientras desliza sus brazos alrededor de mi cuello, aplicando
fuerza, tratando de arrastrarme hacia abajo.
La tengo en sus pies rápidamente.
—Estás viniendo. —Volteo las copas de su sostén en su lugar antes de cambiar de
opinión—. Vamos.
—No, no estoy yendo. Corro por las noches —me dice mientras me dirijo al baño,
sonriendo. Miro por encima del hombro y la veo caer en picada hacia la cama. Oh,
no. Me apresuro a regresar antes de que se sienta demasiado cómoda, tomándola del
tobillo y tirando de ella hasta el fondo. Una almohada cubre su rostro, así que la
quito rápidamente, nivelándola con un serio rostro.
—Sí, estás. Las mañanas son mejores. —Veo que su boca se contrae para protestar,
así que rápidamente la doy la vuelta y le doy una rápida palmada en el trasero—.
Prepárate —ordeno, tomando la bolsa de ropa deportiva de mujer de la silla.
—No tengo mi equipo para correr. —Su rostro de suficiencia decae cuando lanzo
la bolsa y aterriza precisamente junto a ella—. ¿Me compraste esto?
—Vi tus zapatillas en tu habitación. Están destrozadas. —Ella no es una corredora
seria si corre en esas cosas, pero pronto cambiaré eso. No se me ocurre nada mejor
que empezar el día con Ava y salir a correr—. Te dañarás las rodillas si sigues
corriendo con ellas. No muestra signos de que vaya a complacerme, así que con un
resoplido de disgusto, empiezo a hurgar en la bolsa para encontrar algo adecuado.
Saco un sostén deportivo. Lo inspecciono. Sonrío y se lo entrego. Me lo arrebata de
la mano con el ceño fruncido, y ese ceño fruncido permanece fijo mientras se lo pone.
Le paso unos shorts, los de ella a juego con los míos, y finalmente un chaleco. Se toma
su tiempo para cambiarse, retrasarse, enfurruñarse.
—Siéntate —le ordeno, y ella se deja caer pesadamente en la cama—. Te estoy
ignorando.
Le pongo sus zapatillas y la levanto, inspeccionándola minuciosamente.
Ella se ve caliente como el infierno.
—Vamos, entonces, señorita —digo, sacándola del dormitorio antes de empujarla
sobre la cama—. Comencemos el día como pretendemos terminarlo.
—No volveré a correr hoy —balbucea, alarmada.
—Eso no es lo que quise decir —digo sobre mi risa mientras subimos las escaleras.
—Vaya. ¿Qué querías decir?
Puedo escuchar la esperanza en su voz. Ella sabe exactamente lo que quiero decir.
—Por suerte para Ava, hoy estoy de humor para dar. —Sólo espero que esté en
un estado de ánimo de aceptación—. Me refiero a estar sin aliento y sudoroso.
Ella endereza los hombros.
—No me vas a ver esta noche —dice, casi con aire de suficiencia, como si hubiera
ganado algo. ¿No la estoy viendo? Ya veremos—. Necesito un lazo para el cabello.
—Libera su mano y va a sus bolsas, y yo voy a la cocina a buscar algo de dinero. Ella
nunca logrará sortear mi ruta, y sería muy poco razonable esperar que lo haga. No
soy irrazonable. Meto una nota en el pequeño bolsillo con cremallera con mi teléfono
y la busco.
El viaje al vestíbulo en el ascensor es insoportable. Constantemente busca su cola
de caballo, ajustándola, empujando sus pechos hacia adelante en ese chaleco
ajustado.
—Estírate —ordeno cuando salimos al aire fresco de la mañana, extendiendo mi
cuádriceps. El cielo está despejado, el sol bajo, el aire fresco. Hermoso. Inhalo,
llenando mis pulmones con aire y mi mente con positividad. Estará todo bien. Se
recuperará cuando se acostumbre a lo que le he dicho. La siento mirándome, y miro por el
rabillo del ojo. Ella está sonriendo—. Ava, estírate.
Ella inhala, resopla y hace una mueca expresando su irritación, doblándose por la
cintura y empujando su hermoso trasero hacia afuera. Justo en mi rostro. Frunzo el
ceño ante la firme piel cubierta de lycra y aprieto los dientes en su nalga derecha,
mordiendo. Ella grita, asustada. Así que también le doy una palmada y se gira,
indignada. Su mirada es pura obscenidad. Inclino la cabeza, desafiándola a
desafiarme. No lo hace, su rostro se relaja. Está aprendiendo.
—¿Hacia dónde corremos? —pregunta con un suspiro, llevándose el pie al trasero.
—Hacia Royal Park. ¿Lista?
Asiente, pareciendo aceptarlo, sorprendentemente. Entonces la veo caminar hacia
mi auto, y me río para mis adentros, yendo en dirección opuesta a las puertas.
—¿A dónde vas? —preguntó en voz alta.
—A correr.
Mi sonrisa se amplía cuando miro hacia atrás y veo caer la comprensión. Su rostro.
Tengo que detenerme a buscar mi teléfono y capturar la vista.
—Eh... —Ella se aclara la garganta. Endereza la espalda—. ¿A qué distancia está
del parque?
—Cuatro millas.
Ella comienza a toser, y yo empiezo a desmoronarme por dentro, mis problemas
anteriores se desvanecen con cada segundo que la veo fallando en tomarlo con
calma. Se reorganiza la parte de arriba y mis ojos se iluminan cuando se acerca.
—Es once, veintisiete, quince —digo mientras presiono el código de la puerta—.
Para futura referencia.
Ella sale corriendo, y le sonrío a su trasero mientras se va.
—Nunca lo recordaré —grita de vuelta.
Pongo los ojos en blanco, yendo tras ella. Y ahí tenemos la prueba, si alguna vez
la necesité, que no la necesito, de que me desafía a propósito. Ella recordará ese
número.
Me pongo a su lado, echando un vistazo hacia abajo, comprobando si hay algún
indicio de cómo va a resultar esto. No le diré que estoy trotando como en un paseo.
Eso sería cruel. Así que, en lugar de tranquilizarme por el golpeteo de las aceras, me
tranquilizo por tenerla a mi lado. Mirándome constantemente. Que sonriéndome
constantemente..
Es otra nueva forma de felicidad y, por desgracia para Ava, podría decidir que
necesito esto todas las mañanas. Mi mente se está despejando, Jake ya no atormenta
mis pensamientos, jugando con mi conciencia, y mi corazón late firme y fuerte.
—¿De acuerdo? —pregunto, y ella asiente e instantáneamente realinea su enfoque
en la ruta por delante, sin darme suficiente tiempo de sus ojos brillantes. Pero aún
capto el destello de determinación. Ella está luchando ahora. ¿Cuánto aguantará?
¿Hasta cuándo se matará simplemente porque no quiere perder?
Pasamos por Green Park, y bajo un poco más mi velocidad, manteniéndome a su
lado, esperando que frene. Silenciosamente, deseo que deje de ser terca y admita la
derrota para poder devastarla en la hierba y, sin embargo, sigue adelante, con las
mejillas rojas y húmedas, la respiración ruidosa. No me hace ningún favor verla así,
toda caliente y molesta. Mi miembro está empezando a luchar por el espacio en mis
pantalones cortos.
Nos acercamos a Piccadilly, a unas buenas diez millas, y empiezo a pensar que en
realidad está dispuesta a hacerse un daño serio para probar este punto suyo. ¿Y
entonces qué? Si ella se desgarra un músculo, eso también me va a hacer daño. Sin
sexo
Oh, no.
Pero justo cuando estoy a punto de detener nuestra carrera, jadea y gira
bruscamente a la derecha hacia el parque y cae al césped como un saco de patatas.
Sonrío a su forma salpicada, deambulando y tomando la foto que me moría por tener
toda la mañana. Nuestra primera carrera juntos. Caigo de rodillas y trepo por su
cuerpo. El calor que emana de ella está quemando a través de mis pantalones cortos.
Sus pestañas se abren y me mira con un millón de súplicas en sus ojos. Ella no es
nada que temer. Ya no la haré correr. Solo al taxi para poder llevarla pronto a casa.
—Bebé, ¿te agoté? —Froto mi rostro contra el de ella, extendiendo el sudor,
besándola por todas partes—. Hmm, sudor y sexo. Nos hago rodar, colocándola
encima de mí. Ella no está cooperando. Eso necesita cambiar bruscamente.
Le doy unos momentos para encontrar su respiración agotada, contenta solo por
ahora, para yacer aquí con ella extendida sobre mí. Eventualmente, se levanta,
sentándose a horcajadas sobre mí. Es una visión a medias.
—Por favor, no me hagas correr a casa.
Este es un resultado para los libros. Ella está rogando. Debería usar esto a mi favor.
El aniversario de La Mansión se abre paso en mi mente. Dos semanas.
—Lo hiciste mejor de lo que esperaba.
—Prefiero el sexo somnoliento —gime, cayendo en picada sobre mi pecho. Sonrío.
No puedo discutir con eso.
—También prefiero el sexo somnoliento. —Estoy de acuerdo en silencio. Debería
haber pensado en esto—. Vamos, señorita. No podemos retozar en la hierba todo el
día. Tienes trabajo que hacer.
No puedo esperar a verla todo el día. Ver su mente dar vueltas con ideas, su mano
trabajando rápido a través de la página mientras dibuja. Hará que estar en La
Mansión hoy sea mucho más tolerable.
Lucha por ponerse de pie, y me uno a ella, tirando de ella a mi lado y
acompañándonos a través de la calle. Veo un taxi y le hago señas para que se
detenga.
—¿Trajiste dinero para un taxi? —pregunta, sonando herida cuando nos dirijo a
la parte de atrás. La acerco a mi regazo y le doy una muestra de lo que está por venir.
Por supuesto, ella es toda mía en un segundo, tomando mi boca con avidez. La
tentación de detener el taxi, echar al conductor y suspender el Lusso es demasiado.
¡Pon el freno! —Suficiente —murmuro en su boca frenética, pero ella no se da por
vencida, frotándose en mí en lugares que no debería estar frotándome en este
momento.
—Maldición —gruño, empujándola lejos de mí, tratando de recuperar el aliento.
Se deja caer en el asiento a mi lado, también sin aliento—. En serio lo entenderás
cuando te lleve a casa.
La comisura de su labio se levanta cuando se quita la camiseta, tratando de hacer
circular un poco de aire.
—No puedo esperar —jadea, sin aliento.
—No me provoque, señorita.
—No me atormentes, entonces.
Ella mira por la ventana, y la observo con indecible placer mientras ve el mundo
pasar, poso mi codo en la puerta, el interior de mi dedo roza mi labio superior.
¿Atormentar? Sonrío, pero de tristeza. Ella no sabe nada del verdadero tormento. El
sol siempre se ha cernido en el horizonte de mi existencia, atormentándome con luz
esperanzadora. Ahora, se siente como si pudiera caer del cielo en cualquier momento
y nublarme en la oscuridad para siempre. O, igualmente aterrador, levántate y haz
brillar una luz sobre todos mis errores.
Mi plan es simple. Hacer que trabaje rápido, espero que haga todo su trabajo
rápido, que vuelva a mi cama rápido.
Me sumerjo y zigzagueo a través del tráfico matutino, mi mente vaga
constantemente a lugares locos. Locos pero maravillosos. Locos pero increíbles.
Locos pero estables. Quiero pasar el resto de mi vida con esta mujer. No estoy siendo
compulsivo, estoy siendo realista. Esta locura no puede terminar. Lo necesito. Más
de lo que necesito la redención, porque sin ella, siento que nunca podré tener
redención, y a pesar de que hay muchos de los que necesito el perdón, Ava es la
única persona viva que puede darme ese perdón. Con su misericordia, puedo seguir
adelante. Construir sobre mis sueños. Perdonarme a mí mismo
Me detengo en la calle desde su oficina y me muevo en mi asiento para enfrentarla.
Su sonrisa es recatada. Sus ojos son unos pozos sin fondo de posibilidades. No puede
estar tan cerca sin que yo la toque.
Alcanzo sus labios carnosos, froto mi pulgar de un lado al otro, y su boca se abre
un poco. Solo este simple y pequeño toque provoca explosiones.
—Me encanta despertarme contigo.
Odio los pensamientos imparables que me persiguen, pero tenerla cerca los hace
más soportables. Ella me hace pensar más. Querer algo mejor.
—A mí también me encanta despertarme contigo —responde suavemente,
girando su rostro ligeramente hacia mi toque—. Pero no me gusta que me hagan
correr a las cinco de la mañana.
—¿Preferirías que te follaren a fondo? —pregunto, mi mano se desliza por su
frente.
—No, prefiero el sexo somnoliento. —Se inclina sobre el auto, quitando mi mano
de su pecho, y planta un beso fugaz en mis labios. No tengo un segundo para
apreciarlo o intensificarlo. Sale del auto rápidamente, dejándome hecho un desastre
ardiente frente al volante, preguntándose dónde diablos está el resto de ese beso—.
Te veré mañana. —Sonríe dulcemente, y mi ceño se profundiza. ¿Mañana?
Definitivamente no—. Gracias por agotarme antes del trabajo.
La puerta se cierra, y mi cerebro no funciona lo suficientemente rápido como para
decirme que la detenga. Me siento, haciendo pucheros, luchando contra mi
compulsión de lanzarme y clavarla en el suelo para convencerla de lo contrario.
—¿Mañana? —me pregunto, viéndola desaparecer en su oficina—. Mañana... —
Oh no. Es viernes. Cree que va a salir con Kate esta noche—. Sobre mi cadáver. —las
Visiones de Ava tomando vino y tambaleándose es de repente todo lo que puedo
ver. Ava borracha. Ava imprudente. Ava vulnerable—. No está pasando —me digo
a mí mismo, arranco mi auto y doy un rápido giro completo en el camino. Paso
lentamente frente a su oficina, mirando a través de la ventana. Ya está en su
escritorio. Cabeza abajo. Bolígrafo en mano. Me detengo, tratando de conjurar una
excusa viable para evitar que salga esta noche.
Estás siendo irrazonable, Ward.
—No creo que lo sea —digo en voz baja, tamborileando el volante.
La última vez que Ava se dejó llevar por el exceso de alcohol, su ex hizo una
insinuación y ella no estaba en condiciones de luchar contra él.
Ella también te dijo que te ama.
Esa parte fue agradable. Una sorpresa, pero agradable.
También te prometió que no bebería esta noche.
Me río a carcajadas. No soy estúpido. Reconozco una mentira cuando me la
cuentan. Ella me estaba apaciguando.
¡Bip!
—Maldita sea —murmuro, mirando hacia mi espejo retrovisor, encontrando un
vagón de basura en mi trasero. Acelero por la calle Bruton, tratando de averiguar
cómo puedo hacerla cambiar de opinión.
—Hola, pequeña.
Me pongo en cuclillas y abro los brazos, mi corazón se hincha cuando sus pequeñas piernas
corren hacia mí. Su cara sonriente es como el sol y el arco iris, y una sola mirada corrige todos
mis errores.
—¡Papá!
Rosie se lanza hacia mí, y yo la atrapo, con su trasero sentado justo en mi antebrazo.
Me levanto y le planto un beso en la mejilla.
—Te he echado de menos.
Ha sido cuestión de días, pero cada día parece una semana sin ella. La madre de Lauren se
acerca, con su habitual mirada de desdén, una pequeña mochila rosa colgando de un dedo.
Extiende su brazo y me la pasa sin tener que acercarse demasiado. La animosidad es total y,
sin embargo, gracias a Dios, Rosie es ajena a los puñetazos que me lanzan.
—Gracias —digo, aceptando y echándomelo al hombro. Como siempre, no hay cumplidos.
Ni “hola” ni “¿cómo estás? Recoger a mi hija es casi como una transacción comercial. Una
entrega. No me entretengo. Centrándome en Rosie en mis brazos, que en este momento está
jugando con el lóbulo de mi oreja mientras se chupa el dedo, encuentro la sonrisa que es tan
fácil de localizar cuando estamos juntos—. ¿Quieres ir al parque a dar de comer a los patos?
—Quack —murmura en torno a su pulgar, y yo me río, hundiendo mi cara en su cuello
mientras nos dirigimos de vuelta al auto de Carmichael. Cuando ve a Rebecca en la parte de
atrás, casi se me escapa de los brazos—. ¡Becca! —canturrea, provocando que la hija de
Carmichael empiece a moverse en su asiento. En el momento en que coloco a Rosie en su
propio asiento, las manos de las niñas se juntan, y así permanecerán durante todo el viaje de
vuelta a la mansión mientras mantienen una pequeña charla infantil sobre quién sabe qué.
Le aseguro las correas y le beso la mejilla.
—Quítate el pulgar de la boca —le digo, y su naricita se arruga. Es tan bonito que me
asfixia.
—No.
—Testaruda —respondo, frunciendo los labios. Ella sonríe y me da un beso descuidado en
los labios—. Gracias.
Rebecca no tarda en robar su atención, mostrando su nueva muñeca. Los ojos de Rosie se
abren de par en par, y yo me agacho y saco la bolsa del suelo del auto. Su chillido de alegría
me perfora los tímpanos, y veo a Carmichael en mi visión lateral tapándose los oídos.
—¿Qué dices? —Pregunto mientras ella agarra las manos, las correas de su asiento de
auto le impiden llegar.
—«Gacias», «gacias».
—Bienvenida, cariño. —Le suelto la muñeca y cierro la puerta abrazándola con fuerza.
Tengo un pie en el auto cuando la madre de Lauren se acerca y, por razones que tal vez nunca
conozca, me quedo congelado, cuando sin duda debería entrar en el auto antes de que se ponga
feo.
—Sube, Jesse —dice Carmichael, arrancando el motor.
Pero soy curioso. Demasiado curioso. La madre de Lauren no me ha dirigido una sola
palabra en ninguna ocasión desde que gané el acceso a mi hija. Aunque sus miradas dicen mil
palabras que estoy seguro que no quiero escuchar.
—Supongo que la llevarás de vuelta a ese prostíbulo —dice, lanzando una mirada malvada
a Carmichael.
No me molesto en defender La Mansión. Decirle que no es un prostíbulo no sirve de nada.
—Tengo un espacio privado allí. Es temporal hasta que encuentre un apartamento. Rosie
no sale de mi vista.
—Eres una vergüenza —escupe, y yo frunzo el ceño, preguntándome de dónde viene esta
hostilidad tan repentina. Sé que lo piensa, pero nunca dice lo que piensa—. ¿Qué clase de
padre eres?
—Un padre que quiere ver a su hija.
—Jesse —me llama Carmichael, inclinándose sobre el auto, haciendo un gesto con la cabeza
para que suba.
—Soy muchas cosas —digo, luchando por mantener la calma—. Pero no soy un mal padre.
—Rosie es mi único logro. La única cosa de la que puedo estar orgulloso. No dejaré que esta
mujer amargada me lo quite.
Me meto en el auto antes de someterme a más palabras despiadadas.
—Vamos —digo, y mi tío se apresura a apartarse. Apoyo el codo en la ventanilla, oyendo
a las chicas de atrás parlotear.
—No dejes que te afecten —dice Carmichael, dándome una palmadita tranquilizadora en
el muslo—. Eres un buen padre, chico.
Esbozo una sonrisa y vuelvo a mirar a Rosie. Ahora mismo no está interesada en mí, y eso
está bien. Ni siquiera sabe que estoy aquí. Pero siempre estaré aquí.
Mi cuerpo se catapulta hacia arriba y jadeo en busca de aire, empapado, con las
sábanas pegadas a mí. Tardo unos instantes de pánico en orientarme. Siento que me
estoy asfixiando.
Ava.
Giro la cabeza, observando que está bellamente tumbada de espaldas, y jadeo,
encontrando de repente el aire que necesito. Mi corazón parece ponerse en marcha,
los latidos apagados pero constantes.
—Maldición —musito, restregando las manos con brusquedad por mis mejillas y
cayendo sobre mi espalda. Dejo que mis ojos se cierren de nuevo, sintiéndome
aturdido y adormilado, pero mi oscuridad es un espectáculo de imágenes de todo lo
que no puedo manejar. Rostros de mi pasado. Heridas de las que no puedo escapar.
Me levanto rápidamente, me pongo unos pantalones cortos y me dirijo al gimnasio
para eliminar la ansiedad. No paso de un trote a un sprint. Eso no va a funcionar
esta mañana. Necesito sacudir mi cuerpo de estos temblores, así que pongo la
máquina a tope y enciendo la televisión, viendo las actualizaciones deportivas que
llegan. Mis piernas trabajan como pistones y me desconecto, despejando la cabeza y
aumentando mi ritmo cardíaco hasta un nivel peligroso.
Diez millas.
Me agacho y pulso el botón «más», sigo corriendo y, diez minutos después, no
siento las piernas, pero mis pulmones están a punto de estallar por el esfuerzo. Lo
único en lo que puedo concentrarme es en recuperar el aliento. Es donde tengo que
estar.
Sigo avanzando, mi mente atormentada se agota, mis pensamientos se dispersan,
hasta que lo único que puedo pensar es en lo malditamente agotado que estoy.
Aprieto el botón de disminución y apoyo las manos en los barrotes, mi cabeza cae
mientras veo cómo las gotas de sudor golpean la cinta de correr. Me detengo
lentamente, tomo una toalla y me limpio la frente, mirando por encima del hombro
hacia las puertas de cristal.
Parpadeo, y es como si ese pequeño movimiento despejara la obstrucción para ver
con claridad. Pero sólo por un momento. Como si los limpiaparabrisas trabajaran a
toda velocidad sobre un parabrisas, librando el cristal de la lluvia violenta
brevemente antes de que llegue más lluvia y lo distorsione todo de nuevo. Esta
tormenta no cesará nunca. No hasta que la detenga físicamente.
Dejo caer la toalla y me dirijo a Ava, encontrando determinación en cada zancada.
Se acabaron los rodeos. No más esconderse. Dile cómo te sientes y dile quién eres.
No puedo seguir así, atrapado en una mezcla de felicidad y miedo, mi cordura
dictada por la dirección en la que se agita la cuchara.
Entro en el dormitorio, con la boca cargada de palabras, con la intención puesta...
Y encontrar la cama vacía. No hay Ava. El pánico se une a mis nervios y me doy
la vuelta en el acto, sintiendo el vacío de la habitación sin ella.
—Ava —grito, revisando el baño. No hay Ava. Salgo corriendo de mi habitación
y compruebo todos los dormitorios a mi paso, abriendo puertas, escudriñando el
espacio, y mi temor se multiplica con cada habitación que encuentro vacía—. ¿Ava?
Subo las escaleras rápidamente, mirando hacia la terraza. Unas nubes negras se
ciernen en la distancia, una tormenta en camino.
Voy volando a la cocina a una velocidad vertiginosa.
Y la veo, justo antes de casi chocar con ella.
—Maldición, ahí estás. —Alivio. La agarro y me aferro a ella como si mi vida
dependiera de ello—. No estabas en la cama.
—Estoy en la cocina —murmura, sonando tan agitada como se merece. Mi corazón
se tranquiliza al instante, pero no me atrevo a soltarla. La abrazo y no la suelto—. Te
vi correr —continúa—. No quería molestarte.
Siento que se retuerce en mi abrazo, luchando por liberarse. Debo de estar
haciéndole daño, y sólo por eso cedo, colocándola en el suelo con suavidad para
acogerla, para asegurarme de que realmente está aquí.
—Estaba en la cocina —dice, aturdida.
Estaba en la cocina. No se había ido.
La levanto y la siento en la encimera, acercándome todo lo que puedo. La estoy
preocupando.
—¿Has dormido bien? —pregunto, intentando tranquilizarla y tranquilizarme yo.
—Genial. —Su cabeza se inclina y me estudia con una curiosidad con la que no
me siento cómodo—. ¿Estás bien?
Busco las palabras que encontré en el gimnasio y de camino al dormitorio hace
unos momentos. No hay palabras. Estoy en blanco. Así que, perdido, sonrío y ella
parpadea, multiplicando su confusión.
—Me he despertado contigo en mi cama con encaje. —Aunque no estaba en
condiciones de apreciarlo—. Son las diez y media de la mañana de un domingo y estás
en mi cocina —recorro mis ojos por su frente—, llevando encaje. Soy increíble—. Y
tan malditamente roto.
Su sonrisa es recatada.
—¿Lo estas?
—Oh, lo estoy. —La beso. Trata de reponer algo de fortaleza. Reponer la
valentía—. Es usted demasiado hermosa, señora.
—Tú también.
La miro con anhelo y aparto un mechón de pelo de su mejilla.
—Bésame.
Tiene que alimentarme con algo de fuerza porque la necesito. Y ella también.
Sus labios en los míos son la vida, y me pierdo en su adorable beso, feliz de seguir
su ejemplo. Lento. Ella lo quiere lento y cariñoso. Es el beso más tranquilo que hemos
compartido, lo que resulta irónico en este momento, en el que siento una gran
sensación de pánico.
Suena mi teléfono y maldigo al que llama hasta el infierno, palpando sobre la
encimera, sin estar preparado para terminar este exquisito beso.
—Oh, vete —murmuro en su boca, mirando el nombre de John en la pantalla por
encima del hombro de Ava—. Cariño, tengo que tomar esto. —Aparto mi boca de la
suya, pero sigo con mis caderas acunadas entre sus piernas—. ¿Qué pasa, John?
—Mike está aquí —dice, sonando enojado.
Maldición.
—¿Qué está haciendo ahí?
Veo como Ava me observa, con su curiosidad de vuelta. Le quito el ceño con un
beso.
—Quiere hablar. Resolverlo contigo. Está tranquilo. —John se aclara la garganta y
oigo una puerta cerrarse al fondo—. Pero lo enviaré lejos si eso es lo que quieres.
¿Es una oportunidad que no debería perder? La Mansión está tranquila un
domingo por la mañana. Me llevaré a Ava conmigo. Dejaré que desayune mientras
hablo con Mike y luego le mostraré el piso de arriba. Mostrarle que no es nada de lo
que ella se imagina.
—No, estaré allí —digo en voz baja.
—¿Seguro?
—Sí.
—Bien. Ya es hora de que esto se arregle como hombres.
—Te veo en un rato. —Termino la llamada y me pongo a ordenar mi maldita
vida—. Tengo que ir a La Mansión —le digo—. Y vendrás.
Pregunta, imbécil, no exijas.
—No —suelta, con rostro de horror.
—Pero quiero que vengas.
Sus ojos recorren la cocina. Parece estresada.
—Estarás trabajando. Haz lo que tengas que hacer y te veré después.
Ella está perdiendo el punto completamente, lo que no debería ser una sorpresa
ya que ella no sabe cuál es el maldito punto.
—No, vas a correr. —Ella tiene que venir. Es hora. Esta media vida termina hoy.
Ava se mueve para escapar, e instintivamente la bloqueo.
—No voy a ir.
—¿Por qué?
—Sólo porque sí —grita.
No tengo ni idea de por qué está siendo tan obstinada, pero estoy lo
suficientemente cuerdo como para darme cuenta de que patear en el suelo ahora
mismo no va a ayudar.
Es el momento de suplicar. Suplicar.
—Por favor, Ava —le digo, mirándola con ojos suplicantes—. ¿Podrías hacer lo
que se te dice?
¿Sólo por una vez, por favor?
—¡No!
Cierro los ojos y cuento hasta diez para mantener mi temperamento bajo control.
—Ava, ¿por qué te empeñas en hacer las cosas más difíciles?
—¿Yo hago las cosas más difíciles?
Estoy tratando de ayudar, demonio. De iluminarla. Prepararme para darle la
información que tanto desea.
—Sí, lo haces —gruño, mi voz temblando con mi creciente frustración—. Me estoy
esforzando mucho.
Ella resopla. Es un insulto.
—¿Intentando hacer qué? —pregunta, realmente interesada en cuál podría ser mi
respuesta—. ¿Mandarme a la locura? Está funcionando.
Me quita de en medio y, sabiendo que se peleará conmigo si me resisto, la dejo
marchar, sin querer verme envuelto en un enredo tanto físico como verbal.
Suspiro.
—Bueno, esto va bien —murmuro, yendo tras ella, aceptando que sólo tengo una
opción aquí sí quiero el resultado que estoy deseando. Dejarla ganar.
—Vale —le digo a su espalda, poniéndome a su altura—. Esperarás aquí. Seré tan
rápido como pueda.
Arreglaré las cosas con Mike, lo marcaré en mi lista de pendientes, y luego me
ocuparé de Ava. Con suerte, para cuando vuelva, se habrá calmado y actuará de
forma más razonable.
—Me voy a casa.
Desaparece en el baño, cerrando la puerta tras de sí, y yo, como resultado, me doy
un golpe en la frente con la palma de la mano.
—Por el amor de Dios.
No entro tras ella, no necesito que esto vaya a más, pero no va a salir de este ático.
No hasta que resolvamos esto.
Dejo caer el trasero en la cama y trato de quitarme el dolor de cabeza que me está
dando, y llamo a Kate.
—Hola, grandullón —dice ella, sonando recelosa. —¿Va todo bien?
—En realidad no. Me vendría bien tu ayuda.
—¿Para qué?
—Necesito salir y Ava está amenazando con irse. Necesito que se quede aquí.
—¿Por qué?
—¿Puedes hacer preguntas después?
—¿Qué está pasando?
—Kate —digo sobre un suspiro—. Por favor, ¿podrías hacerme este favor y venir?
Hay una larga pausa y espero, con la esperanza de que ceda y acabe con su
curiosidad por el momento.
—De acuerdo —dice lentamente—.Voy a ir ahora.
—Gracias. Nos vemos en un rato.
Corto la llamada y tiro el teléfono sobre la cama, levantándome y mirando al cielo
en busca de fuerzas, de ayuda, de cualquier cosa que me permita superar el día de
hoy. Ayer fue perfecto. Hoy parece que va a ser cualquier cosa menos perfecto.
La piel de mi espalda se estremece y, sabiendo lo que voy a encontrar, me giro
para mirarla. Parece insegura. Preocupada. Paso junto a ella, sintiendo que sus ojos
me siguen hasta el baño. Se pregunta dónde está mi lucha. Me estoy quedando sin
lucha.
Mis manos trabajan rápido, enjabonando el sudor y enjuagando, antes de
cepillarme los dientes. Me dirijo al armario, ignorando su forma estática que sigue
en el centro del dormitorio donde la dejé hace diez minutos. Miro fijamente los
percheros de ropa, pensando. No puedo irme con todo este mal rollo colgando como
un peso alrededor de mi cuello.
Me echo atrás y la encuentro exactamente en el mismo sitio, con un aspecto tan
aprensivo como el mío.
—Tengo que irme. —Trago saliva, impidiéndome exigirle que no corra de
nuevo—. Kate está en camino.
—¿Por qué?
—Para que no te vayas.
Vuelvo a mis percheros y me saco unos jeans, levantando la vista cuando aparece
en la puerta.
Su aprensión parece convertirse en rabia.
—Me voy a casa —dice, y mis dientes posteriores se aprietan peligrosamente
mientras me pongo una camiseta y meto los pies en unas Converse. No reacciono ante
su instigación. Pasa junto a mí y empieza a sacar su ropa de los percheros. Es un
movimiento destinado a provocarme y, si no tiene cuidado, podría reaccionar.
—¿Qué estás haciendo? —pregunto con calma, quitándole la ropa de los brazos—
. No te vas a ir.
—Sí, lo hare —grita, arrebatándolas infantilmente. Todo este maldito drama por...
¿qué? ¿No quiere venir a La Mansión? Bien. Le di lo que quería, cedí a su insistencia,
a pesar de mis buenas intenciones, ¿y ahora esto?
Me pongo a gritar, con la paciencia destrozada.
—Devuelve la puta ropa, Ava —grito, luchando con ella, jugando a tirar de la puta
ropa. Su fuerza no es rival para la mía, y le arranco todo y lo descargo, para luego
sujetar sus brazos agitados, levantarla y llevar su forma desquiciada al dormitorio.
—Cálmate, maldita sea —le grito, la inmovilizo contra la cama y le agarro la
mandíbula, obligándola a mirarme. Pero, fiel a su actitud desafiante, cierra los ojos
de golpe y me deja fuera. Maldita sea. Necesito que me vea, que vea la desesperación
en mis ojos. El dolor porque estamos luchando—. Abre los ojos, Ava.
—No.
—¡Abre! —bramo.
—¡No!
Es imposible.
—De acuerdo. —Entonces ella no me mira, pero sí me escucha—. Escúcheme,
señorita —le digo, bloqueando cada músculo, haciendo imposible su lucha por
liberarse—. No vas a ir a ninguna parte. Te lo he dicho repetidamente, así que
empieza a lidiar con ello. Me voy a La Mansión, y cuando vuelva, nos vamos a sentar
a hablar de lo nuestro. —Se queda quieta. Tengo su atención—. Las cartas sobre la
mesa, Ava —continúo—. Se acabó el maldición, se acabaron las confesiones de
borrachos y se acabó el ocultarme algo. ¿Entiendes?
Sus ojos se abren lentamente y veo que la desesperación coincide con la mía. Ella
también quiere todo eso.
—Ven conmigo —le ruego—. Te necesito conmigo.
Alejarme de ella ahora no me parece lo correcto.
—¿Por qué?
—Sólo lo hago. ¿Por qué no vienes?
—No me siento cómoda.
¿Conmigo? ¿En La Mansión? ¿Es Sarah? Necesito saberlo.
—¿Por qué no te sientes cómoda?
—Simplemente no lo hago.
—Por favor, Ava.
—No voy a ir.
Inhalo, deseando dejar de perder mi maldito tiempo.
—Prométeme que estarás aquí cuando llegue a casa entonces —digo—. Tenemos
que arreglar esta mierda.
—Estaré aquí —susurra, y veo con perfecta claridad que está siendo sincera
conmigo.
—Gracias—. Exhausto, dejo caer mi cabeza sobre la suya y me tomo unos
momentos de paz en nuestro caos. Luego me levanto de la cama y salgo.
Y aun así, aunque ha prometido no irse, algo no me parece estar bien.
iro por el retrovisor mientras me acerco a las puertas de la mansión y
frunzo el ceño cuando veo el Porsche de Sam en la distancia, que se acerca
a toda velocidad hasta que su parachoques prácticamente besa el trasero de
mi Aston. Pulso el mando a distancia para abrir las puertas y reduzco la
velocidad desciendo por el camino, con los árboles que bordean la carretera
perfectamente quietos, sin que se mueva ni una hoja. Es una sensación extraña, una
sensación que nunca había sentido antes. Como si estuviera conduciendo hacia una
emboscada.
Salgo mientras Sam se detiene detrás de mí, levantando penachos de polvo de la
grava.
—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunto, preocupada por su aparente urgencia.
—¿Por qué no has contestado al teléfono?
—No lo he oído —digo en voz baja, casi para mí. Pienso en mi viaje desde Lusso
hasta La Mansión. No recuerdo ni un maldito segundo. Me siento inquieto.
Completamente fuera de lugar. No debería sorprenderme después de mi
enfrentamiento con Ava.
Mañana a esta hora, estaré caminando en el aire o ahogándome en el fondo de una
botella de vodka. La piel se me pone húmeda y se me hace un nudo en el estómago.
—¿Qué pasa? —pregunta Sam, acercándose, con su personalidad relajada perdida
en alguna parte del camino—. Kate fue corriendo a tu casa. Dijo algo sobre vigilar a
Ava. ¿Qué le pasa?
Hago que mis pies se muevan y subo los escalones hasta la entrada.
—Tuvimos una pelea.
—¿Sobre qué? —pregunta, pisándome los talones—. ¿Se lo has dicho?
—Quería que viniera y se negó. Había planeado decirle unas cuantas verdades
este fin de semana y todo el mundo se caga en mi plan. —Empujo la puerta y me
tomo un momento para absorber el silencio. Y tal vez para refrenar mi mal humor.
No puedo entrar en esta reunión con Mike sintiéndome así. Será un baño de sangre.
Mi paciencia es escasa, en el mejor de los casos, y mi necesidad de volver con Ava
para arreglar esta mierda es lo único en lo que puedo pensar.
—¿Ibas a traerla aquí para hablarle de este lugar? —pregunta Sam—. ¿Por qué
ibas a hacer eso?
—Porque aquí no puede huir de mí —digo sin pensar, el rincón más profundo de
mi mente nos da la respuesta a ambos. Estamos en medio de la nada. Ella no puede
huir.
—Eso es una mierda, Jesse —dice Sam sobre una risa nerviosa—. Pero a pesar de
todo, ella no está aquí, así que ¿por qué demonios estás tú?
Me dirijo a mi oficina y Sam me persigue rápidamente.
—Mike está aquí. Quiere hablar, y necesito que este problema desaparezca de una
vez por todas.
Será una marca en mi lista interminable.
Me detengo en la puerta de mi despacho y miro hacia atrás, descubriendo que
Sam se ha detenido al final del pasillo que lleva a mi despacho. Me señala con el
pulgar por encima del hombro.
—Estaré en el bar. Drew está de camino.
Maldición, es como el montaje de las tropas.
—¿Has llamado a la caballería?
Por supuesto que sí. Este Jesse no es el hombre con el que están acostumbrados a
tratar.
Lanza las manos hacia el cielo.
—No sabía qué demonios estaba pasando.
Sacudo la cabeza y me abro paso hasta mi despacho. Habla, resuelve esta mierda
con Mike y Coral, y luego lárgate de aquí. Encuentro a Sarah en mi escritorio y a
John dando vueltas, vigilando a Mike, que parece demasiado cómodo en mi sofá. Me
enfurece, y enfurecerme ahora no es prudente para nadie.
—Así que estoy aquí —digo, cerrando la puerta detrás de mí—. Vamos a hablar.
—Siento que los ojos de John arden a través de sus cuencas, centrados en mí, y que
Sarah está obviamente tensa, tamborileando con sus largas uñas rojas sobre mi
escritorio. Dejo las llaves y el teléfono en el suelo, mirándola—. ¿Estás bien? —Le
digo, y ella asiente con la cabeza, pero no se puede negar que está estresada.
—¿Vas a pedirle a tu criado que se vaya a la mierda? —pregunta Mike, y me giro
para encontrarlo moviendo una mano señalando hacia John, sin mirarlo. Yo, sin
embargo, lo hago, y el pecho del tipo grande se revuelve peligrosamente, su teléfono
girando en su mano repetidamente. Llámame intuitivo, pero esto no parece que vaya
a ser la discusión tranquila y adulta a la que aludía John. No siento que el aire se
aclare. Siento que se nubla más.
—Lo tengo —digo con más calma de la que siento. Al igual que John, ya quiero
romperle el trasero a Mike. Pero esto no puede ser un desastre. Sarah aparece a mi
lado, con su mano apoyada en mi brazo—. Llámame si necesitas algo.
—Gracias.
Mike mira con desprecio a John mientras sale de la habitación con Sarah. Todo en
la persona de mi mayor amigo me dice que no quiere irse. Y no lo hará. Esperará
fuera porque así es John hasta la médula. Protector. Leal. Mi roca. Le hago un gesto
con la cabeza, diciéndole que estoy bien.
—No tardaré —les aseguro a ambos. Tengo la sensación de que esto es una
pérdida de mi maldito tiempo, y tengo cosas mucho más importantes de las que
ocuparme. John asiente, cierra la puerta, silencioso y melancólico, y yo redirijo mi
atención al capullo que se siente como en casa, recostado en mi sofá.
Señala el armario.
—¿No vas a ofrecerme una bebida?
Mi mandíbula se pone rígida y mi mirada se dirige al alcohol que todavía está en
la barra.
—¿Quieres un trago? —pregunto, acercándome. Apenas es mediodía. No quiere
una copa, pero se la tomará.
—Vodka —dice, y yo cierro los ojos y busco la botella. La gente dice que no se
puede oler el vodka. Es mentira. Desenrosco el tapón y lo sirvo, cerrando mi sentido
del olfato—. Un cubito de hielo —añade.
Abriendo el frigobar, saco un cubito y lo dejo caer en el vaso. La agitación del
líquido hace que el olor suba.
—Toma —digo, dándome la vuelta y caminando por mi despacho hacia él, con el
brazo extendido, manteniendo el zumo del diablo lo más lejos posible.
Mike sonríe con complicidad mientras acepta.
—¿No te unes a mí?
Le ignoro y me siento en el sofá de enfrente, luchando por mantener mi
temperamento bajo control.
—Habla —le ordeno en breve.
—He oído que están saliendo.
Le miro fijamente con toda la malicia que siento.
—No estoy aquí para hablar de Ava. —Siento que se acerca una amenaza, y de
repente me alegro mucho de que se haya negado a venir. Esto no va a terminar bien.
Mi estado de ánimo ya estaba en la cuneta. Este imbécil lo va a mandar a la cloaca.
—Ava —reflexiona, mirando su vaso mientras hace girar su muñeca, haciendo
que el hielo se arrastre por el interior. Su nombre saliendo de su boca se siente como
clavos en una pizarra. —Un pajarito me ha dicho que no conoce la Mansión.
—¿Un pajarito como quién?
¿A quién más voy a diezmar una vez que haya visto a Mike?
Sonríe. Es muy astuto.
—La gente habla, Ward.
—Entonces la gente debería aprender a mantener la boca cerrada. —Me levanto
para contener mis músculos cada vez más tensos antes de lanzarme sobre la mesa y
estrangular al maldito—. Querías hablar, Mike. Pues habla, maldición.
—Quiero que me asegures que mi esposa no volverá.
—Hecho —digo—. Y ya que estoy en ello, revocaré tu membresía también. —He
terminado con los dos.
Se levanta del sofá en un santiamén.
—Voy a mantener mi membresía.
—Error.
Hay un alboroto fuera de mi oficina y la puerta se abre de golpe. Sam está de pie
en el umbral, observando la escena, y John está detrás de él.
—¿Está bien? —pregunto.
—Ava está aquí —jadea, y me quedo helado. ¿Qué demonio? ¿Cómo?—. ¿Jesse? —
dice Sam, sacándome de mi inercia—. Ava está aquí, hombre.
Vuelvo a la vida, siendo asistido de vuelta a la realidad por el sonido de la risa
burlona de Mike.
—¿Quién la ha dejado entrar? —pregunto, pasando por delante de Sam y John,
corriendo por el pasillo—. ¿Quién demonio la dejó pasar por las puertas?
—No lo sé —dice Sam.
—¿Dónde está ella?
—En el bar.
Pero cuando aterrizo en el bar, Ava no está a la vista, e inhalo, temiendo lo peor.
Salgo lentamente de la habitación y miro hacia la escalera curva.
Y lo sé.
Simplemente lo sé.
El temor aumenta con cada paso que doy, mi ritmo aumenta a medida que avanzo,
y cuando llego al final de la escalera que lleva a la sala común, me asomo, viendo las
puertas abiertas. Aparece Rosa, con cara de preocupación.
—Lo siento, señor Ward —murmura mientras se apresura a pasar junto a mi
forma inmóvil. Tomo aire y subo las escaleras, sintiéndome pesado y abatido, y
cuando llego a la entrada, la encuentro parada en el centro de la habitación, en
silencio, mirando a su alrededor. Como si necesitara recordarme lo que nos rodea,
miro también. Cuerdas. Rejillas de suspensión. Todas las piezas de bondage
imaginables, y también algunas que ella probablemente nunca podría imaginar. Se
ve tan mal aquí. Tan fuera de lugar, y por primera vez en mi vida adulta, yo también
me siento fuera de lugar. No quiero estar aquí.
—Maldición —dice en voz baja, y yo trago con fuerza.
—Cuida tu boca.
Es todo lo que se me ocurre. Todo lo que soy capaz de hacer mientras estoy aquí
mirando la espalda de la mujer que amo, preguntándome cuántos momentos me
quedan en su presencia. Cualquier paz que haya tenido me será arrebatada... porque
no tengo agallas. Esta mujer merecía la verdad, no las omisiones. ¿Cómo podemos salir
de esto?
Ella gira rápidamente, y la mirada en su rostro es como un cuchillo en mi corazón.
No habla, sólo me mira fijamente mientras yo le devuelvo la mirada. Puedo ver cómo
su mente da vueltas. Está repasando todos los detalles de su tiempo conmigo,
juntando todo, trayéndola a esta realidad. Trayéndola a este momento.
Sam entra de golpe en la habitación, y yo miro más allá de él para encontrar a Kate
con aspecto incómodo al margen.
—Oh, maldición —dice sobre un suspiro. Sí, el maldito infierno—. Pensé que te
había dicho que te quedaras quieta —le ladra a Kate—. Maldita seas, mujer.
—Creo que tenemos que irnos.
Kate reclama a Sam y nos deja solos, con el rostro grave.
—Gracias.
Apenas consigo que las palabras pasen por mi gruesa lengua, mi cuerpo se tensa
cada vez más, la tensión aumenta. Sam sacude la cabeza, su expresión también es
sombría. No necesita decirme que lo he arruinado.
Me muerdo el labio mientras me pongo de pie, buscando frenéticamente una
forma de avanzar. Un camino hacia un resultado feliz. Aparto los ojos de ella,
incapaz de afrontar su sorpresa.
—Ava, ¿por qué no me esperaste en casa? —Le pregunto.
—Querías que viniera. —Su voz no se eleva, pero está en camino.
—No así.
—Te envié un mensaje. Te dije que estaba en camino.
—Ava, no he recibido ningún mensaje tuyo.
—¿Dónde está tu teléfono? —pregunta, mirando mis bolsillos. Estoy a punto de
palparlos yo mismo, pero recuerdo...
—Está en mi oficina.
—¿Es de esto de lo que querías hablar? —pregunta, y la miro, de frente. La veo
tragar saliva. Veo sus ojos inundados de devastación. He imaginado -o temido- cómo
podría resultar esto, pero su cara ahora... Nada podría haberme preparado para esto.
Estoy perdido. Quiero ir hacia ella, abrazarla, hacer desaparecer nuestro problema.
Hacer que se olvide de su realidad y dejar sólo espacio para sentir lo malditamente
bien que estamos juntos.
—Ya era hora de que lo supieras.
Ella se resiste.
—No, ya era hora de que lo supiera hace mucho tiempo, Jesse. —Su cuerpo está
empezando a temblar mientras se gira, y ella toma en nuestro entorno de nuevo—.
Maldición.
Me estremezco. Es una reacción natural.
—Cuida tu boca, Ava —le digo con suavidad.
Se da la vuelta y me mira con algo parecido al odio en los ojos. Es una sensación
de muerte, aunque sé que no me odia de verdad. No puede odiarme. No puede
amarme un segundo y odiarme al siguiente.
—No te atrevas. —Empieza a frotarse la frente, con los ojos cerrados—.
¡Maldición, maldición, maldición!
Jesús, el lenguaje. Es innecesario, y ni siquiera mi miedo en este momento puede
hacer que lo ignore.
—Mira...
—¡No! —Su mandíbula se tensa hasta el punto de que podría romperse—. Jesse,
no te atrevas a decirme que cuide mi boca. Mira.
Indica la habitación, una habitación que me resulta demasiado familiar. Y por
primera vez en mi vida, desearía no haber puesto nunca un pie aquí. En La Mansión.
Mi santuario se está convirtiendo rápidamente en mi ruina.
—Lo veo, Ava.
—¿Por qué no me lo dijiste?
Sólo tengo la verdad, y es lo que ella se merece.
—Pensé que habrías comprendido las operaciones de La Mansión en nuestro
primer encuentro, Ava —digo, mi mente me da un rápido flashback de su cara en
nuestro primer encuentro. Las palabras que me dijo y que me dejaron
completamente descolocado, más de lo que ya lo había hecho con nada más que su
belleza y su clara incapacidad para lidiar con mi presencia. Tienes un hotel precioso—
. Cuando se hizo obvio que no lo tenías, se hizo más y más difícil decírtelo.
Y ahora estoy aquí, de pie ante ella preguntándome con creciente preocupación si
esto tiene arreglo.
Baja la cabeza y sus ojos recorren la mullida alfombra. No había conocido a alguien
tan profundamente desde Jake. Pero ahora sí. La conozco al dedillo y sé que está
armando el rompecabezas en silencio. Pieza por pieza, está construyendo la imagen.
No la imagen completa. Ahora, me pregunto si alguna vez tendrá la imagen completa.
Sólo esta parte de la historia es suficiente para acabar con nosotros. ¿El resto?
—Me voy a ir ahora —dice con una determinación que no me gusta, mirándome
con la misma firmeza—. Y tú vas a dejarme ir.
Me esquiva mientras yo me quedo inmóvil, buscando alguna instrucción, tratando
de encontrar algún sentido en esta locura. ¿Cómo puedo manejar esto? ¿Qué debo
hacer? Suplicar. Es lo único que tengo.
—Ava, espera. —Voy tras ella—. Ava. —Ella no se detiene, no me da la hora,
mientras le sigo los pasos—. Ava, cariño, por favor.
Ella gira y yo me detengo al pie de la escalera. Su cara. Nunca he visto una
decepción tan profunda. Un dolor tan intenso.
—Ni se te ocurra —grita, y yo retrocedo, receloso—. Me dejarás ir.
—Ni siquiera me has dado la oportunidad de explicarte. Por favor, déjame
explicarte.
—¿Explicar qué? —pregunta ella—. He visto todo lo que tenía que ver. No hace
falta ninguna explicación.
Mis manos se levantan por voluntad propia, alcanzando a ella. Ella retrocede.
—No se suponía que te enteraras así.
Maldición, esto es un maldito desastre. ¿Cómo dejé que esto sucediera? ¿Por qué
no me ocupé de esto antes?
Esto.
Esta es la razón.
Su rostro. Su reacción. Lo que ahora piensa de mí. Estaba retrasando lo inevitable.
Retrasando este dolor, esta herida.
La observo mientras echa un vistazo al vestíbulo. Puedo sentir la presencia de
algunos espectadores, pero no habría nada que me hiciera apartar los ojos de Ava,
como si necesitara prolongar este dolor insoportable en mis entrañas viendo su
desolación.
—Qué jodido eres de verdad.
Mis hombros se tensan cuando las palabras sarcásticas de Mike se arrastran por
mi espalda y se instalan bajo mi piel.
—Ya no eres miembro, hijo de puta —gruñe John—. Te escoltaré fuera del recinto.
Mike se ríe, y cierro los ojos, rezando por un poco de contención. Mi miedo se está
convirtiendo en ira. Él es sólo una persona en una larga lista de personas que no
quieren que tenga mi paz.
—Adelante —dice con desprecio—. Parece que tu puta ha visto la luz, Ward.
Puta. Se me calienta la sangre. Puta.
—Cierra la boca.
Escucho la advertencia de John, aunque está amortiguada por el silbido de la
sangre que sube rápidamente a mi cabeza. Me tiemblan las manos. Una niebla roja
se cuela, distorsionando mi visión. Pero veo que los ojos de Ava se abren de par en
par y sus labios se mueven, aunque no sé lo que dice. Es demasiado silencioso. Sólo
un soplo de aire.
Aunque las siguientes palabras de Mike las escucho perfectamente.
—Toma lo que quiere y deja un rastro de mierda tras de sí.
Bloqueo cada músculo que tengo.
—Toma a todas y se las folla.
Los ojos de Ava me encuentran.
—¿Por qué?
Ella es mi prioridad. Necesito concentrarme en lo que importa, y nada importa
más que ella.
—No lo escuches, Ava.
—Pregúntale cómo está mi mujer —continúa Mike, burlándose de mí, empujando
mis límites—. Le hizo lo mismo que a todas las demás. Los maridos y la conciencia
no se interponen en su camino.
Algo dentro de mí cede, se rompe, y toda la concentración desaparece. Me doy la
vuelta y lo arranco de las manos de John, lo aplasto contra el suelo y suelto los puños,
lo golpeo repetidamente, rugiendo a través de él, toda mi ira inyectada en mis
golpes, mi control perdido.
Siento que nada de mi estrés me abandona. En todo caso, se acumula, aumentando
mi rabia.
—¡Jesse! —John está en mi espalda, tratando de alejarme, Drew lo ayuda—. ¡Por
el amor de Dios!
Levanto los brazos un segundo, haciéndolos retroceder con un giro de hombros y
un rugido.
Mis manos están cubiertas de sangre, mi visión sigue siendo borrosa. Mike ya no
está luchando. No hace ningún ruido. Reprimo mis puños y me agito por encima de
él, tratando de ganar algo de vista.
—Ven aquí, maldito psicópata —gruñe John, agarrándome y arrastrándome del
cuerpo inerte de Mike. Me empuja a un lado y me tiro contra la pared—. Lo vas a
matar —grita, arrodillándose junto a Mike para evaluar el daño que le he hecho.
Mike empieza a toser, se pone de lado y gime.
Parpadeo. Miro mis puños ensangrentados, los flexiono. No me duelen. Hay otro
dolor más punzante que lo sustituye. Mi corazón.
—Ava.
Me alejo de la pared y la busco, escudriñando el vestíbulo. El dolor interior se
intensifica. Se ha ido. Corro hacia la puerta y bajo los escalones, llevando mi
búsqueda al exterior. No hay nada.
—Jesse —dice Sarah, apoyando una mano en mi hombro. Me estremezco,
encogiéndome de hombros—. Ven, vamos a limpiarte.
—No.
Me dirijo a mi auto, oyéndola correr por la grava para seguirme.
—No puedes conducir así —argumenta ella, sonando preocupada.
Tiro de la manilla de la puerta de mi auto y casi la arranco.
—Mis llaves —digo, tanteando mis bolsillos. No hay llaves. No hay teléfono.
Vuelvo a entrar, con la cabeza nublada y la misión clara. No dejar que acabe con esto.
Arreglar esto. Demostrarle lo que hay que demostrar.
—¡John! —grita Sarah mientras me flanquea, pidiendo refuerzos—. John, díselo,
por favor. No puede conducir en este estado.
—Estoy bien —gruño al pasar junto a John, que se las ha arreglado para poner a
Mike en el último escalón de la escalera. El marido de Coral me mira y retrocede,
subiendo unos peldaños. Cree que voy a volver a por otra ronda. Si no tuviera cosas
más importantes que hacer, lo haría—. No quiero volver a ver tu cara por aquí —le
digo al pasar.
—John —suplica Sarah—. Detenlo.
—Sólo déjalo —responde John mientras yo sigo adelante—. Elige tus batallas,
Sarah. En lo que respecta a esa mujer, él hará lo que tenga que hacer, y tú harás bien
en mantenerte al margen.
Encuentro mis llaves, pero no el teléfono.
—¿Dónde demonios está mi teléfono? —gruño, tirando las almohadas del sofá,
buscando en el armario de las bebidas.
—Aquí.
Me giro y veo a Sarah sacándolo de debajo de un archivo de mi escritorio, pero
cuando lo tomo, se me escapa de la mano, cayendo al suelo con un estrépito.
—Por el amor de Dios.
Miro mis llaves. Están cubiertas de sangre.
Sarah se agacha y recoge mi teléfono, agarrando un Kleenex de la caja que hay
sobre el escritorio. Lo limpia y se acerca, tomando mis manos por turnos y
limpiándolas suavemente.
—Se va a escurrir por todo el volante —dice mientras yo me quedo de pie, en
silencio, dejándola hacer lo suyo. Y pienso mientras la observo.
—¿Qué le has estado diciendo a Ava? —pregunto, con relativa calma,
considerando—. Y no me mientas esta vez.
Se marchita. No le conviene.
—Acabo de decirle que no eres el tipo de hombre sobre el que construir sueños.
—Coge mis llaves y las limpia también mientras me río en voz baja. Porque soy un
jodido inestable que no puede ofrecer nada más que mentiras y veneno.
—Gracias por el voto de confianza.
Me alejo de ella, dando un paso atrás, y ella me mira, con el rostro torturado. Pero
apuesto a que aún no está ni cerca de la ruina incrustada en la mía.
—Esta es nuestra vida, Jesse. Tú, yo y John. Sólo estoy cuidando de ti.
—Pues no lo hagas, Sarah.
Tomo el teléfono y las llaves y salgo, caminando por La Mansión, con todo el
cuerpo temblando. Intento tomarme un momento en mi auto para calmarme. No hay
calma.
Corro por el camino de entrada hacia las puertas, y no puedo evitar sentir que
estoy conduciendo hacia mi fin.
é que en el fondo no va a responder, pero un rayo de esperanza me hace
llamarla repetidamente mientras conduzco hacia la ciudad. Cuando veo que
Sam intenta comunicarse, abandono otro intento de localizar a Ava y atiendo
su llamada.
—Estoy de camino a casa de Kate —le digo—. Supongo que estará allí.
—Sí, creo que tienes que dejar que el polvo se asiente —dice Sam.
—No.
—Jesse, no está en un buen momento.
—Yo tampoco. No le digas que voy.
Ella correrá. No puede correr.
Suspira y cuelgo, sin darle otra oportunidad de intentar disuadirme. Nada me
disuadirá de ello.
Confío en que este trayecto me dé tiempo para calmarme y recomponerme, pero
con cada llamada que rechaza y con cada kilómetro que pasa bajo los neumáticos,
no estoy ni cerca de recomponerme cuando llego a casa de Kate. Dejo el auto en
medio de la calle sin pensar y corro hasta la puerta, soltando de nuevo los puños. La
desesperación me controla. El miedo está tan arraigado que estoy segura de que
nunca lo sacaré.
—¡Ava! —grito—. ¡Ava, abre la puerta! —Después de dos minutos seguidos
golpeando la madera, vuelvo a mi teléfono, llamándole, mientras invierto mis pasos,
mirando hacia la casa—. Vamos, cariño. Dame un poco de tiempo.
—Oye, amigo, ¿vas a mover tu auto?
Levanto la vista y veo a un tipo que se acerca a mí, agitando los brazos y haciendo
gestos hacia la línea de tráfico de la calle. No tengo intención de mover mi auto, pero
lo moveré si se acerca demasiado.
—Jesse, ¿qué demonios? —grita Kate, saliendo y recorriendo el camino hacia mí.
—Kate —susurro, encontrándome con ella en la acera—. Kate, por favor, dile que
necesito verla.
Me sacude la cabeza y la decepción en sus ojos me duele.
—Mueve tu auto —me ordena suavemente—. No puedo pensar con todas estas
bocinas de autos sonando.
—Oye, ¿alguien va a mover el auto?
—¡Tengan paciencia! —grita Kate—. Hay una puta historia de amor trágica
jugando aquí.
Trágica. ¿No es así? Ella no me ha ordenado que me vaya, así que voy a ir con esto.
Haré todo lo que ella diga. Voy a mi auto y lo estaciono junto a la acera, y Kate se
une a mí. Me apoyo en mi Aston, con la cabeza caída, sintiéndome tan malditamente
avergonzado de mí mismo mientras la mejor amiga de Ava está de pie ante mí.
—Deberías habérselo dicho.
—Lo sé —digo. Si va a limitarse a decir lo malditamente obvio, no me sirve de
nada—. No es algo que suela salir en una conversación general entre dos personas
que se están enamorando, Kate. Jesús —suspiro, llevándome las manos al cabello—
. Es una mujer normal y corriente. —Normal, pero espectacular. —Y yo no soy ni
mucho menos normal, Kate. —Mi maldito labio inferior se tambalea—. Necesito que
me deje arreglar esto.
Sus ojos caen, y puedo ver que estoy atravesando su gruesa piel.
—Ella lo es todo para mí, Kate. No puedo perderla.
Suspira, mirando más allá de mí.
—Veré lo que puedo hacer.
—Gracias.
Exhalo las palabras, tan agradecido. Podría haberme mandado a la mierda. Podría
haberme cerrado, y el hecho de que no me haya mandado a la mierda me da
esperanzas. Porque es la mejor amiga de Ava y no intentaría ayudarme si supiera
con certeza que Ava me odia de verdad.
Kate regresa y yo la sigo obedientemente, aprovechando el tiempo para rezar.
Rezo por todo. Pido a mi hermano que me ayude. Invoco a Carmichael. Y llamo a
Rosie. Mi pequeña niña. Ahora tendría diecinueve años. Diecinueve años. Y si ella
todavía estuviera aquí, yo no estaría en esta posición. Sólo puedo esperar que mi
camino todavía me hubiera llevado a Ava, sin embargo. Tengo que creer que lo
habría hecho, porque saber que tendría que perder un amor de mi vida sólo para
encontrar otro es impensable. Es cruel.
Subo las escaleras de su piso, más nervioso que nunca en mi vida. Kate me
devuelve la mirada y veo en su expresión que debo esperar aquí, así que me detengo,
asintiendo, tragando saliva, dispuesto a hacer cualquier cosa que diga si eso significa
que tengo esta oportunidad. Desaparece en el salón y se produce un prolongado e
insoportable silencio antes de que alguien hable. Es Kate, y lo que dice es a la
defensiva. Me dice que quizá me equivoqué con mi suposición. Ava realmente no
quiere verme.
—Sólo escúchalo, Ava —dice suavemente, y me froto el dolor en el pecho—. El
hombre es un desastre. —Podría reírme. No soy un desastre. Estoy malditamente
rota. Destruido—. ¡Tú, métete en la cocina! —dice ella.
—No puedo moverme, vaca malvada —replica Sam, y al minuto siguiente
aparecen en la puerta. Sam está cojeando.
—No preguntes —murmura.
No me molesto en decirle que no iba a hacerlo, pero si tuviera que arriesgarme,
diría que Kate ha descargado su furia sobre sus pelotas. Me quedaría con eso antes
que con esto. Me llevaría un bate de cricket a las pelotas repetidamente. El dolor sería
más soportable.
Abro la puerta del salón y la encuentro junto a la ventana, de espaldas a mí. Es un
movimiento táctico por su parte. Sabe el efecto que tenemos el uno en el otro con
sólo una mirada. Sólo un toque. Sabe que puedo eliminar su desesperación. Si me lo
permite.
—Por favor, mírame, Ava —le ruego, tratando de adoptar un enfoque suave.
Darle espacio. Decirle, en lugar de mostrarle, que estamos hechos el uno para el
otro—. Ava, por favor.
Y sin embargo, a pesar de mi buen juicio, mi mano se levanta y toca su brazo. Ella
se aparta, y es como un cuchillo en mi corazón.
—Por favor, no me toques —dice, enfrentándose a mí. Evito momentáneamente
la determinación de su mirada, incapaz de afrontarla. Pero debo afrontarla.
Así que la miro. Veo alejamiento.
—¿Por qué me has llevado allí? —pregunta, con una voz preocupantemente
estable.
—Porque te quiero conmigo todo el tiempo —admito sin pudor—. No puedo estar
lejos de ti. —Porque te quiero. Porque te necesito.
—Bueno, será mejor que te acostumbres porque no quiero volver a verte.
—No quieres decir eso —digo, sintiendo que me escuecen los ojos—. Sé que no
quieres decir eso.
—Lo digo en serio.
—Nunca quise hacerte daño —susurro. Intentaba protegerla. De mí. De mi
realidad.
—Bueno, lo has hecho —dice con frialdad—. Te has metido en mi vida y has
pisoteado mi corazón. Intenté alejarme. —Su mandíbula se aprieta con rabia—. Sabía
que había más de lo que parece. ¿Por qué no me dejaste marchar?
—Nunca quisiste irte de verdad.
—Sí, lo hice. —Pierde su batalla para retener sus emociones, sus ojos rebosan. Es
a la vez un alivio y una opresión—. Luché contra ti. Sabía que iba a tener problemas,
pero fuiste implacable. ¿Qué pasó? ¿Te quedaste sin mujeres casadas para follar?
Me estremezco. ¿Cómo ha podido decir eso?
—No, te encontré —digo, avanzando, pero ella mantiene la distancia, alejándose.
Le asusta mi contacto.
—Vete —ordena, emprendiendo la huida. Me acerco a ella, pero no consigo
alcanzar su brazo, ya que su ritmo es demasiado rápido para mis músculos, que
están agotados.
—No puedo. Te necesito, Ava.
—¡No me necesitas! —grita ella, lanzando su brazo hacia la puerta—. Me quieres.
—Ella se levanta, jadeando, el nivel puro de su ira la agota—. Oh, Dios, eres un
Dominante, ¿no?
—¡No!
—¿Por qué el tema del control entonces? —pregunta—. ¿Y las órdenes?
Oh, Jesús, ¿por dónde empiezo a explicarle esto sin contarle cada jodido detalle
de mi pasado? Estoy asombrado. Porque la realidad es que no puedo. Y lo que estoy
tratando ahora (lo que ambos estamos tratando) está lista para terminar esto.
—El sexo es sólo sexo. —¿Sólo sexo? Nunca es sólo sexo con Ava. Es conmovedor
cada vez—. No puedo acercarme lo suficiente a ti. El control es porque tengo miedo
de que te pase algo. —Porque todos los que he amado me han sido robados—. Que te alejen
de mí. He esperado demasiado tiempo por ti, Ava —continúo, encontrando palabras
en mi desorden, dejándolas salir—. Haré cualquier cosa para mantenerte a salvo. He
vivido una vida con poco control o cuidado. Créeme, te necesito. —Tiene que creer
en mi palabra. Tiene que hacerlo—. Por favor. Por favor, no me dejes. —Debe ver la
desesperación cuando me acerco a ella con cautela. Debe haber una pequeña parte
de ella que quiere ayudarme. Pero se aleja de nuevo, evitándome—. Nunca me
recuperaré.
—¿Crees que esto va a ser más fácil para mí? —grita, con los ojos desbordados, las
lágrimas rodando por sus mejillas. No. No creo que sea más fácil para ella. En todo
caso, será más difícil, porque apostaría mi vida a que ella no encontrará el
adormecimiento en el alcohol como yo.
—Si pudiera cambiar cómo he manejado las cosas, lo haría.
—Pero no puedes. El daño está hecho.
—El daño será peor si me dejas.
Mucho peor. Todavía hay una posibilidad de que esto pueda ser reparado. Si salgo
de esta habitación, no habrá vuelta atrás para mí.
—¡Fuera!
—No. —No me rendiré—. Ava, por favor, te lo ruego.
Ella mira hacia otro lado.
—Ava, mírame.
—Adiós, Jesse.
No la dejaré hacer esto.
—Por favor.
—He dicho, adiós.
Ella traga saliva, y el cambio en su persona es como un golpe en mis entrañas. Y
lo veo. La resolución. Veo el final.
No soy suficiente para ella. Y no puedo arriesgarme a derramar mi agonía, toda
mi jodida historia, para que me rechace. No puedo confesarle mi amor para que me
lo eche en cara. Destruiría la idea de ella. Me haría odiarla, y no tengo energía para
odiar.
Me ha quitado mis opciones.
Realmente es el final.
Adormecido y golpeado, me doy la vuelta y me alejo, mi desesperación se
desvanece, mi ira regresa. Me cruzo con Sam y Kate en el pasillo. No las miro.
—¿Jesse? —me llama Sam.
—Se acabó —digo, tragando duro. Se acabó.
Llego a mi auto y miro mi reflejo en la ventana. Este sentimiento de pérdida, de
pena. Está incrustado en cada centímetro de mi desgastado rostro. Es familiar. Es
insoportable.
Todo es culpa mía.
Otra vez.
Mi labio se curva ante el hombre que me mira. Un hombre que odio.
Y lanzo mi puño a su rostro.
mpujo la puerta de mi ático tras de mí y voy a la cocina, deslizo la caja
sobre la encimera y apoyo las manos en el borde, mirándola fijamente. Mi
corazón no ha disminuido. Mi pulso sigue siendo fuerte. Lo ha estado desde
que entré en la licorería y compré suficiente vodka para matarme. He
ignorado las interminables llamadas de John, Sarah, Sam y Drew. Todos en el
maldito mundo están tratando de localizarme, excepto la única persona que podría
detener el choque de trenes que está a punto de ocurrir. Pero este dolor. Esta ira.
Sin Ava, sólo hay un vacío sin cura.
Saco una botella y desenrosco el tapón, inspirando profundamente, mirando el
líquido transparente. Mis fosas nasales se agitan. Gruño y me lo llevo a los labios,
dando un trago, apretando el lado de la encimera con la mano que me sobra,
cerrando los ojos. El ardor ya no es tan familiar. Duele y jadeo, dejando la botella
sobre la encimera, respirando con dificultad.
Más ira.
Más dolor.
Ahógalo.
Trago más, me limpio la boca con el dorso de la mano, jadeando entre bocado y
bocado. Y aun así, la agonía permanece.
—Vete a la mierda —escupo, tomando más, decidida a librarme de esta soga
alrededor del cuello. Sigo dando tragos y saco otra botella de la caja antes de cargar
el resto en el congelador y dirigirme a las escaleras. Cada cosa de mi casa es un
detonante. Todo lleva su nombre y, lo que es peor, la veo en todas partes: en el sofá,
en las escaleras. Termino la botella, dejo caer la vacía a mis pies y me apresuro a abrir
la nueva mientras subo las escaleras lentamente, inspeccionando mi maltratado e
hinchado puño. Hay sangre por todas partes y, estúpidamente, no quiero manchar
ninguna de las paredes o el mobiliario. Mancharía su duro trabajo con mi patética
presencia.
Voy directamente al baño, evitando la cama y el tocador, y abro la ducha. Su
champú me mira fijamente. Lo tomo mientras doy otro trago, antes de acercarlo a mi
nariz y olerlo. Se me revuelve el estómago. La cabeza se me revuelve. Me deshago
de él y me desnudo lentamente, entrando en la cabina, y paso el tiempo justo bajo el
chorro para limpiar la sangre antes de salir y encontrar mi vodka. Evito el espejo,
tomo el teléfono y pongo música para tapar el implacable silencio. Ángel entra por
los altavoces, y yo me quedo quieto, escuchando, la parte de mi mente a la que el
alcohol aún no ha llegado me dice que lo apague de una puta vez. Pero es una
pequeña parte de mi mente. Subo el volumen al máximo y lo pongo en repetición.
Me merezco que me torturen.
Me envuelvo en una toalla y vuelvo a bajar. Mi única escapatoria de las visiones
de ella por todo mi apartamento es la terraza, así que voy allí, desplomándome en
una tumbona. Tengo tiempo que recuperar. Un olvido que encontrar. Miro fijamente
al cielo mientras me abro paso a través de mi segunda botella, la niebla en mi cabeza
se hace más espesa con cada trago que doy. Sí. La nada está al alcance de la mano,
pero frunzo el ceño, la botella se detiene en mis labios cuando la música se apaga.
Trago y empiezo a empujarme hacia arriba, dispuesta a encontrar mi teléfono y
ponerlo de nuevo. Estaba disfrutando del tormento.
—Maldición —murmuro mientras lucho y forcejeo con mi cuerpo que no
responde—. Maldición, maldición, maldición.
Por fin consigo ponerme en pie, y cuando me tambaleo, el alcohol sustituyendo
ahora a la sangre en mis venas, encuentro a Ava de pie en el umbral de la terraza.
Parpadeo. Una, dos veces. No es una alucinación.
Ella está aquí.
Y ella parece sorprendida. ¿Qué pasa con eso? ¿Qué demonios esperaba? ¿Qué me
dirigiera a La Mansión y me jodiera para volver a la normalidad?
—Llega demasiado tarde, señora —murmuro, sin sentir más que desprecio por
ella. Porque ella hizo esto. Lo que está mirando ahora, lo hizo ella. Así que el hecho
de que parezca tan malditamente aturdida es un jodido insulto.
—Estás borracho —dice ella.
Sí, estoy borracho. Pero ya no estoy borracho de amor. Estoy borracho de mi fiel
amigo el Vodka. El amor obviamente no me sienta bien. ¿Pero el vodka? Se siente
bien. Ella no puede tocarme ahora. No puede hacerme daño. Nada de lo que pueda
decir me pondrá sobrio y me llevará de vuelta a donde no puedo estar.
—Eso es muy observador de tu parte. —Levanto mi botella y doy otro trago
necesario, asegurándome de mantener esta falta de emoción—. Aunque no lo
suficientemente borracho. —Paso junto a ella, yendo a la cocina para conseguir más
medicina, ya que se ha retirado del menú.
—¿Adónde vas? —pregunta ella.
—¿Qué te importa? —¿No me digas que ahora está preocupada por mí? Agarro
otra botella y tiro la vacía en el fregadero—. Cabrón.
Hago una mueca de dolor, intentando desenroscar el tapón, me duele la mano.
Me duele mucho. ¿Por qué demonios me duele? No debería doler. Nada debería
doler, maldición. Lucho contra el dolor y bebo con pánico.
—Jesse —dice suavemente—. Hay que mirarte la mano.
¿Mi mano? Debería ver el estado de mi maldito corazón. Y en el momento justo,
se quiebra un poco más, el dolor se irradia a través de mí. ¿Qué demonios es esto?
—Mira, entonces —me quejo, mostrándole el desastre—. Otro daño más que has
causado. —Tiene el valor de parecer insultada. ¿Está malditamente ciega? No vio La
Mansión por lo que era. No leyó todas las señales. No sabe lo mucho que la quiero—
. Sí, puedes quedarte ahí —digo, con la rabia volviendo a unirse al dolor—,
quedándote ahí con cara de desconcierto... y... y... confundida. Te lo dije, maldita sea.
¿No te lo advertí? —No puedo respirar. No puedo ver. No puedo soportar esta
agonía—. Yo… te lo advertí.
Me mira fijamente y sin comprender. Es otro cuchillo en mis entrañas, que se
retuerce repetidamente.
—¿Advertirme de qué?
Increíble. Y tan malditamente ignorante.
—Malditamente típico.
—No lo sabía —dice en voz baja, y yo me río.
—¿No lo sabías? —Levanto mi botella y sus ojos se posan en ella—. Dije que
causarías más daño si me dejabas, pero te fuiste de todos modos. Ahora mira el
maldito estado en el que me encuentro.
Consigo que mis piernas se muevan, y ella retrocede, recelosa.
—Eso es, huye. Eres una puta burla, Ava. Puedo tenerte, luego no puedo, luego
puedo de nuevo. ¡Decídete, maldita sea!
—¿Por qué no me dijiste que eras alcohólico?
La acorralo en una esquina.
—¿Y darte otra razón para no quererme? —Espera. ¿Un alcohólico?—. No soy un
alcohólico.
—Necesitas ayuda —susurra, mirándome mientras respiro sobre ella.
—Te necesitaba —digo—. Y... tú... me dejaste.
Sus manos empujan mi pecho desnudo y me estremece el calor de sus palmas. No
debo consolarme con eso. No si ella va a robármelo de nuevo. Así que retrocedo y
tomo más vodka. Nadie puede tomar mi vodka.
—Lo siento, ¿estoy invadiendo tu espacio? —Empiezo a reírme, sonando
trastornado, desquiciado. Estoy cerca—. Nunca te ha molestado antes.
—Antes no estabas borracho —replica, mirándome sólo con desprecio.
—No, no lo estaba. Estaba demasiado ocupado follando contigo como para pensar
en tomar una copa. —Igualo su burla—. Estaba demasiado ocupado follando contigo
para pensar en nada. Y a ti te encantó. —Mi sonrisa sucia es natural. Le duele. Bien.
Bienvenida al maldito club, nena. Y un impulso irracional en mí quiere hacerla doler
más, porque ella está aquí ahora, pisoteando todos mis intentos de librarme de mi
agonía—. Estuviste bien. De hecho, fuiste la mejor que he tenido. Y he tenido
muchas. —Mi cabeza se inclina hacia un lado con la fuerza de su bofetada y, de
nuevo, me duele. Respiro a través del escozor, riéndome de la ironía. Parece que no
soy inmune a ella como esperaba. Tiene ese poder sobre mí, el poder de destruirme,
y me doy cuenta en este momento de que ya nada puede salvarme de mi destino. Ni
siquiera mi fiel vodka—. Divertido, ¿no?
—Eres malditamente penoso.
—Cuida tu boca.
Le encanta verme torturado.
—No puedes decirme lo que puedo decir. Ya no puedes decirme cómo hacer nada.
¿Ya no? ¿Cuándo me escuchó, de todos modos?
—Estoy. Jodido. Lo siento. Lo estoy. Y. Todo. Por. Ti.
De repente se va, y en el momento en que mis ojos borrachos registran su ausencia,
mis pesadas piernas empiezan a seguirla, dejando caer la botella por el camino. La
maldita cosa ya no tiene el efecto deseado.
Cuando llego arriba, ya tiene los brazos llenos de ropa. Se detiene ante el armario
y me estudia durante unos instantes mientras frunzo el ceño. Luego vuelve a
moverse y se dirige al baño. La sigo y me detengo junto al tocador donde me la follé
por primera vez.
—¿Esto te trae recuerdos, Ava? —pregunto mientras mete sus artículos de aseo en
el bolso, los recuerdos de la primera vez que la toqué de verdad inundan mi mente
ebria, quemando el alcohol, dejando espacio para más dolor. No contesta, y el
instinto me hace dirigirme a la puerta, impidiéndole escapar.
—¿De verdad te vas? —pregunto, mirando sus brazos llenos de todas sus cosas
que parecían tan perfectas en mi casa. Se lo lleva todo.
—¿Crees que me quedaría? —pregunta, casi riendo. Sí, creo que lo haría, si se
detuviera un momento y reconociera mi dolor. Aceptar que ella puede reparar el
desastre que soy.
—Entonces, ¿eso es todo? —pregunto—. Has puesto mi vida patas arriba, has
causado todo este daño, ¿y ahora te vas sin arreglarlo?
Sus ojos permanecen pegados a los míos durante unos instantes, su pecho se
expande.
—Adiós, Jesse.
Se abre paso empujándome con sus hombros y yo tropiezo, golpeando el marco
de la puerta.
Ella se va. No, no puede irse.
—Quería decírtelo —bramo, enderezándome y tambaleándome tras ella—. Pero
tuviste que ser tu habitual y difícil persona. —No tengo nada más para ayudarme,
mi leal vodka me traiciona—. ¿Cómo puedes irte? —grito, rebotando en las paredes,
incapaz de encontrar velocidad o coordinación para perseguirla, para detenerla—.
¡Ava, cariño, por favor!
Me tropiezo con el pie en el umbral de la puerta cuando salgo del dormitorio,
chocando contra la pared del rellano, arrancando un cuadro de la pared al hacerlo.
Caigo al suelo y me esfuerzo por levantarme, pero no tengo fuerzas. Esta vez el
vodka me ha hecho daño. No me ha ayudado. No ha sido mi amigo. Me ha
perjudicado.
Me arrastro patéticamente hasta lo alto de la escalera, con la garganta obstruida,
lo que hace imposible volver a llamarla.
—Ava —murmuro, al ver el portazo.
Y se ha ido.
Se llevó mi corazón con ella.
Ahora sólo estoy...
Vacío.
—No —susurro, rodando hacia mi espalda. Ella estaba destinada a ser mi ángel.
Mi redención—. Vuelve, Ava. —Te lo ruego—. Por favor, vuelve.
No puedo oírla. No oigo nada.
Excepto por los latidos de mi corazón que se ralentizan.
El silencio.
La oscuridad.
Cierro los ojos.
Espero que no se vuelvan a abrir.