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Dr. Stanton
Dr. Stanton The Epilogue
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Marx Girl
Sr. Masters
Sr. Spencer
OurWay
The Italian
Play Along
Find Me Alastar
The Stopover
The Takeover
The Casanova
SR. GARCIA
T L SWAN
Copyright © 2021 por T L Swan
Este libro es una obra de ficción. Cualquier referencia a eventos, personas,
y lugares reales se ha hecho de manera ficticia. Los demás nombres,
personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor y
cualquier similitud con personas, vivas o muertas, acontecimientos reales,
organizaciones o lugares es una mera coincidencia.
Todos los derechos reservados. Este libro está destinado ÚNICAMENTE al
comprador de este libro electrónico. Ninguna parte de este libro puede ser
reproducida o transmitida en cualquier forma o por cualquier medio,
gráfico, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopias, grabaciones, cintas,
o por cualquier sistema de recuperación y almacenamiento de información,
sin el permiso expreso por escrito del Autor. Todas las canciones, los títulos
de las canciones y las letras contenidas en este libro son propiedad de los
respectivos compositores y titulares de derechos de autor.
CONTENTS
Agradecimientos
Gratitud
Dedicatoria
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Epílogo
AGRADECIMIENTOS
A Amazon.
Gracias por proporcionarme una plataforma increíble
para dar vida a mis libros. Soy mi propia jefa.
Sin ustedes, no tendría el trabajo de mis sueños.
Su confianza y apoyo a mi trabajo en estos últimos años
ha sido más que increíble.
Advertencia
SEBASTIAN GARCÍA no es el “típico hombre dulce”.
Si no te gustan los hombres de voluntad fuerte, te gustarán al finalizar
este libro.
¡Que lo disfrutes!
Xo.
1
April
EL RITMO del tráfico transcurre a una velocidad ensordecedora.
La gente, como hormigas, se adapta al apresurarse transitando la acera
congestionada.
La hora pico de la mañana en Londres siempre es agitada. Una meca
vertiginosa llena de la gente más ocupada. Y yo no soy diferente, me
apresuro a llegar a mi trabajo en una cafetería.
Llego tarde, como siempre, después de haber estudiado hasta la
madrugada.
Realmente necesito obtener una Distinción Alta en mi examen de esta
tarde. Haber obtenido una beca completa para la carrera de Derecho fue
increíble, pero vivir al otro lado del mundo, lejos de mi familia y mis
amigos, no lo es.
Si consigo suficientes DAs, espero regresarme a Estados Unidos y
estudiar allí. Al menos tendré a mi familia, y ser una estudiante pobre no
será tan jodidamente solitario.
Llego apurada a un concurrido cruce de cuatro vías. Está repleta, y mucha
gente espera a que cambie el semáforo para cruzar la calle. Me ubico frente
a la fila de tiendas, esperando, sólo para echar un vistazo y ver a un hombre
de rodillas, desaliñado y sin zapatos. Sobre sus rodillas, extiende un
recipiente pidiendo monedas a quienes le rodean. Saco mi cartera y, maldita
sea, no tengo dinero en efectivo.
Me parte el corazón ver como todos fingen no verlo, como si no existiera
o no importara, una mancha en la sociedad.
¿Cómo nos volvimos tan insensibles a los indigentes y a los pobres?
Simplemente se asume que es un adicto. Es así como esta gente justifica
ignorarlo. Piensan que al ayudarle estarían alimentando su adicción. Creen
que hay que ser cruel para ser bueno.
No lo entiendo; realmente no lo entiendo.
Suspiro al pensar en nuestra deprimente realidad. Una realidad llena de
productos de marca y redes sociales. Todo lo que este pobre hombre no es.
De reojo, veo que un hombre se detiene frente a él.
Es alto, lleva un traje caro. Parece culto y adinerado, con el pelo negro y
un rostro apuesto.
Se levanta y mira al hombre.
Oh no, ¿qué va a hacer? ¿Va a echarlo de la calle por mendigo?
¿Va a llamar a la policía? O peor...
Se arrodilla ante el indigente y el corazón se me estremece.
El semáforo cambia, pero estoy demasiado preocupada para cruzar la
calle. Necesito ver qué va a hacer este tipo. Será mejor que no le haga daño,
o perderé el control.
Es inofensivo. Déjenlo solo.
Se me ocurre darle una patada en las pelotas al hombre apuesto en
defensa del mendigo.
Estúpido y rico imbécil.
El hombre del traje dice algo y el vagabundo asiente. Veo cómo alcanza
su cartera en el bolsillo interior de la chaqueta de su traje, saca un billete de
cincuenta libras, y se lo entrega.
¿Qué?
Le hace una pregunta al indigente, y éste le sonríe como si el propio Dios
le hubiera concedido un regalo sagrado. El vagabundo extiende la mano
para estrechar la del hombre apuesto, quien la estrecha sin vacilar.
Con un amable gesto de reverencia, el ricachón se levanta,
completamente ajeno a todo lo que le rodea, y se despide de él antes de
darse la vuelta y cruzar la calle.
Lo veo alejarse y sonrío para mis adentros, habiendo recuperado mi fe en
la raza humana.
Vaya, esto ha sido algo inesperado. Continúo mi camino caminando
alegremente. Finalmente cruzo la calle y hago mi recorrido por dos calles
antes de caminar dos manzanas, y vuelvo a ver al hombre del traje más
adelante. Estiro mi cuello para mirar hacia adelante y verle, mientras se
limpia las manos con un pequeño bote de desinfectante de manos que ha
sacado de su bolsillo.
Me enternezco. Ha esperado a estar fuera de la vista del indigente para
limpiarse las manos.
Y también, sensible.
Me detengo y lo observo, es guapo y posiblemente de unos treinta y
tantos años.
Me pregunto quién es su esposa, perra con suerte. Apuesto a que sus hijos
también son amables.
Desaparece al doblar la esquina, yo me doy la vuelta y entro a mi
cafetería, escuchando el timbre de la puerta.
Mónica levanta la vista de su lugar en la caja registradora. —Hey.
—Hola. —Sonrío y paso junto a ella, saliendo por la parte de atrás para
poner mi bolsa en un casillero.
La cafetería está llena y todos los asientos están ocupados. Maldita sea,
esperaba una mañana tranquila. Necesito ahorrar energías para mi examen
de esta tarde.
—Hola, guapa —dice Lance mientras transporta una caja de tazas por la
puerta trasera.
—Creía que trabajarías esta noche —frunzo el ceño.
—Me han hecho venir. —Suspira—. Hoy no estoy de humor para este
puto agujero de mierda.
—Únete al club. —Me pongo el delantal blanco y negro y lo anudo por
detrás antes de dirigirme a mi lugar en la registradora—. Yo me encargo.
Aparto a Mónica del camino con la cadera y ella se tambalea hacia un
lado.
—Bien —murmura—, me estoy muriendo de Bourbon-itis. —El bourbon
es malo. Esa mierda te matará, —le susurro.
La siguiente persona de la fila se adelanta.
—Hola. ¿En qué puedo ayudarle?
—¿Tiene leche de cabra? —pregunta la mujer a la moda.
—Mmm. —Miro detrás de mí para preguntarle a Mónica, pero ha
desaparecido. Nunca había oído hablar de la leche de cabra.
—Quiero un café con leche de cabra y cúrcuma, gracias —dice la clienta.
—Déjame ir a ver. —Salgo rápidamente por la parte de atrás para
encontrar a alguien a quien preguntar. Lance está cortando cajas—.
¿Servimos café con leche de cabra y cúrcuma?
Lance frunce el ceño. —¿Quién carajo querría beber esa mierda?
—Una loca de por ahí.
—Joder —murmura secamente—. La gente se esfuerza demasiado por
estar a la moda. Cúrcuma de leche de cabra. Ahora lo he oído todo.
—Entonces, ¿eso es un no?
—Un no rotundo. —Rompe una caja—. Estamos en una zona de ordeño
libre de cabras.
Me río. Mónica pasa junto a nosotros, sale por la puerta de atrás y entra
en el callejón. —Voy al baño. Me siento mal.
—¿Estás bien? —Le pregunto, mirando como corre hacia la puerta.
—¿Qué le pasa? —Pregunta Lance.
—Resaca. Bourbon.
Lance gesticula con desagrado. —Asqueroso.
—Cubre la máquina de café por mí, ¿quieres? —dice Mónica, mientras la
puerta se cierra tras ella.
Vuelvo al frente de la tienda y veo que ahora tengo una enorme fila
esperando. Genial. —Lo siento, no tenemos cúrcuma de leche de cabra.
—¿Por qué no? —pregunta la mujer.
—Porque no la tenemos en depósito. Lo siento. —Finjo una sonrisa—.
Esta es una cafetería sin leche de cabra.
—Eso no es suficiente. Quiero ver al gerente.
Oh, vete a la mierda, perra. Hoy no estoy de humor para ti. Ni siquiera
hay un gerente de turno.
—¡Ahora! —exige.
Fingí otra sonrisa. —Iré a buscarlo. —Salgo por la parte de atrás hacia
Lance—. Quiere ver al gerente.
—¿Quién quiere?
—La chica de la cabra.
—¿Para qué?
—No lo sé. ¡Malditas cabras! Sal de ahí. —Vuelvo a salir a la caja
registradora—. No tardará nada. —Sonrío—. ¿Puede hacerse a un lado para
que pueda atender a la siguiente persona?
Me mira fijamente y cruza los brazos, luego se hace a un lado y espera.
—¿Puedo ayudarle? —Le pregunto al siguiente hombre.
—Hola. —Sonríe. Oh Dios... no tú—. Soy yo, Michael.
—Sí. —Me avergüenzo—. Lo recuerdo. Hola, Michael. ¿Qué puedo
ofrecerte?
—Lo de siempre. —Me guiña un ojo.
Tomo su pedido y el timbre suena sobre la puerta para decirme que ha
entrado alguien más. —Serán cuatro libras con noventa y cinco —digo
fríamente.
Tomo la tarjeta de Michael y la paso por la lectora. No puedo entablar
una conversación casual con Michael porque es demasiado coqueto.
—Quiero leche de cabra —dice.
—Pues no tenemos —responde Lance. Por el tono de su voz me doy
cuenta de que hoy tampoco está de humor para estas tonterías.
—Quiero que la pongas en el menú inmediatamente.
Miro a Lance. Su cara es asesina, y me muerdo el labio para ocultar mi
sonrisa.
—Mire, señora, si quiere leche de cabra, tendrá que ir a otro sitio. Lo
nuestro no es ordeñar cabras.
—¿Prefiere ordeñar una vaca?
—O echarlas de mi cafetería —murmura Lance en tono seco.
—Cualquiera de las dos cosas.
Carajo... Miro hacia abajo para ocultar mi sonrisa.
—¿Acabas de llamarme vaca? —exclama la mujer.
Mierda, lárgate, perra. Basta de dramatismo. Vete de una vez.
—¿Puedo ayudarle? —Pregunto al siguiente cliente y miro a la fila.
Unos grandes ojos marrones me miran fijamente y doy un paso atrás,
sorprendida.
Es él.
El tipo de la calle.
—Hola. —Sonrío tímidamente revolviendo un mechón de cabello tras mi
oreja.
Lleva un traje azul marino perfectamente entallado y una camisa blanca
impecable. Parece que es europeo o algo así.
—Hola. —Su voz es profunda y ronca.
Siento que mis mejillas se sonrojan y sonrío nerviosamente. —Hola.
Nos miramos fijamente. Joder. Este tipo es absolutamente precioso.
En su cara se dibuja una sonrisa, como si leyera mi mente.
Le sonrío torpemente y contraigo los hombros.
Él levanta las cejas. —¿Quieres que te diga mi pedido?
—Oh. —Hago una pausa—. Le estaba esperando. —Miento. Joder, me
estoy comportando como una fan adolescente frente a un artista.
Compórtate, estúpida—. ¿Qué le gustaría?
—Quiero un macchiato doble, por favor.
Tuerzo los labios para ocultar mi sonrisa. Hasta su café resulta atractivo.
—¿Quiere algo más? —le pregunto.
Él levanta una ceja. —¿Como por ejemplo?
Abro la boca para decir algo, pero no sale ninguna palabra.
Él sonríe, comprendiendo que me tiene completamente desconcertada.
Oh, demonios. Actúa con frialdad, carajo.
—¿Un muffin? —Respondo—. Están deliciosos.
—Muy bien. —Clava su mirada en mí—. ¿Por qué no me sorprendes,
April?
Lo miro fijamente mientras mi mente falla. —¿Cómo sabe mi nombre?
—Está en tu delantal.
Y yo cierro los ojos con fuerza. —Oh... claro. —Por favor, Madre Tierra,
trágame entera. Qué manera de quedar como la tonta—. Ah, perdona. Hoy
no me encuentro bien —tartamudeo.
—A mí me parece que estás completamente bien. —Me regala su primera
sonrisa genuina, y la siento hasta en los dedos de los pies.
Es oficial: este hombre es delicioso.
—¿Y su nombre? —Pregunto, acercando mi marcador a su vaso de
cartón.
—Sebastian.
—¿Sr. Sebastian?
—Sr. García.
Sebastian García. Hasta su nombre es picante. —¿Quiere otro café para
su esposa?
—No hay ninguna esposa.
—¿Novia?
—No hay novia. —Una sonrisa cruza su cara una vez más. Sabe que
estoy a la caza de información.
Nuestras miradas se cruzan y el aire cruje entre nosotros.
El hombre que está detrás de él en la fila suspira con fuerza. —Tengo
prisa, ¿sabes?.
Piérdete. Estoy tratando de coquetear aquí.
Pendejo.
El Sr. García se hace a un lado, y dirijo mi atención al hombre que está
detrás de él. —¿Puedo ayudarle?
—Quiero un sándwich tostado de jamón y queso, y será mejor que lo
hagas rápido —vocifera.
—Por supuesto, señor. —Joder, ¿por qué están todos los cabrones de
Londres en mi cafetería hoy?
—Disculpe. —Escucho desde un lado.
El hombre y yo levantamos la vista para ver que el señor García ha dado
un paso hacia nosotros.
—¿Qué? —arremete el cabrón.
—¿Qué acabas de decir? —El Sr. García levanta una ceja, claramente
molesto.
El hombre se encoge, sorprendido. —Tengo prisa.
—No hace falta ser grosero. —Los ojos del Sr. García posados sobre los
del hombre.
—Discúlpese.
El hombre hace un gesto de desdén.
—Ahora.
—Lo siento —me dice el hombre entre dientes.
Aprieto los labios para ocultar mi sonrisa.
El Sr. García vuelve a su lugar junto a la pared.
Siento que mis mejillas se sonrojan de emoción.
Babeándome.
—Solo será un minuto —, digo, y el hombre asiente, sin decir más nada...
Miro a mi alrededor, preguntándome quién está haciendo los cafés.
Oh, mierda, se supone que soy yo.
Espera, ¿cómo se hace un macchiato doble?
Nunca lo he hecho antes. Aunque he visto a los demás hacerlo un millón
de veces. Me concentro y hago lo que creo que hacen ellos. Me vuelvo
hacia los clientes.
—Sr. García —le llamo, y él se adelanta—. Aquí tiene.
—Sus ojos se fijan en los míos mientras lo recibe—. Gracias. —Asiente
con la cabeza, se da la vuelta, y lo veo caminar hacia la puerta.
Mierda... ¿eso es todo?
Voltéate e invítame a salir, maldita sea.
Se detiene en el acto y yo contengo la respiración, se da la vuelta.
—April, te veré mañana.
Sonrío. —Eso espero.
Agacha la cabeza y, con otra sonrisa impresionante, se da la vuelta y sale
a la calle. Como una niña pequeña, cojo un trapo y prácticamente corro
hacia la parte delantera de la cafetería para poder observar qué dirección
toma.
Finjo limpiar una mesa cercana a la ventana para poder espiar.
Sebastian pasa por delante de algunas tiendas, y le veo dar un sorbo a su
café y luego hacer una mueca. Frunce el ceño y, haciendo un gesto de
desaprobación, lo tira a una papelera.
¿Qué? Después de todo eso, ¡ni siquiera se lo ha bebido!
Me quedo con la boca abierta.
—¿Me van a servir aquí o qué? —dice el maleducado desde el mostrador.
—Sí, por supuesto, señor. —Finjo otra sonrisa y me dirijo de nuevo a la
máquina de café.
Vas a tomar el peor puto café que he hecho en mi vida, cabrón.
Y, a juzgar por la reacción del Sr. García, es bastante malo.
Asunto: Solicitud.
De: Club Exotic.
Para: April Bennet.
Felicidades, April.
Has conseguido una entrevista con el Club Exotic.
Esperamos conocerte en el número 290 de la calle High Street,
en London East, a las 11:00 a.m. del 22 del próximo mes.
Pagamos por encima del salario mínimo nacional, tenemos un
excelente plan de desarrollo profesional y estamos reclutando
diez miembros del equipo para unirse a nuestra estimada
plantilla.
Por favor, confirma tu asistencia en un plazo de siete días
desde que recibas la invitación.
Club Exotic.
April
—BUENO... —Dejo caer los hombros y me pongo de pie, mientras trato de
actuar con frialdad—. ¿En qué puedo ayudarle?
Su rostro refleja la diversión. —Quiero un macchiato doble, por favor.
—Por supuesto. —Lo escribo en el sistema y lo observo—. ¿Eso será
todo?
Me mira directamente a los ojos. —Por ahora.
Muevo los labios mientras trato de ocultar mi sonrisa. ¿Por qué todo lo
que sale de su boca suena sexy?
Por ahora no es teóricamente una frase candente.
Lance mira por encima de mi hombro para ver la pantalla. —No pasa
nada, Lance, al señor García le gusta que le prepare el café —digo mientras
intento mantener la cara seria.
La frente de Sebastian se arruga y sé que se está avergonzando por
dentro. Ja, ja, esto es un clásico. Bueno. Eso le enseñará por haber tirado mi
café ayer.
—De acuerdo —dice Lance, sustituyéndome en la caja registradora.
Me dirijo a la máquina de café y me dan ganas de echarme a reír. Soy tan
mala en esto que no tiene gracia. Sí, claro. ¿Qué es lo que debo hacer? Esta
máquina de café es tan complicada.
Miro por encima del hombro y veo al Sr. García esperando pacientemente
mientras me observa. Tiene las manos metidas en los bolsillos de su traje
gris. Hoy lleva una camisa de color crema que hace resaltar su pelo oscuro.
Me sonríe suavemente y yo le devuelvo la sonrisa.
Es un hombre de ensueño.
Le preparo el café y me vuelvo hacia él. —Aquí tienes.
—Gracias. —Lo toma y baja la cabeza—. Que tengas un buen día.
Así será, ahora que te he visto.
—Tú también —digo.
Se da la vuelta y sale de la tienda. Recojo un paño de limpieza y
prácticamente corro hasta el frente del café para espiarlo a través de la
ventana. Sale a la calle y cruza el camino. Veo cómo toma un sorbo, hace
una mueca de disgusto y frunce el ceño.
Lo odia.
Me río.
Vuelve a tomar un sorbo y después, con un movimiento de cabeza, lo tira
a la papelera.
Me echo a reír y vuelvo a la caja.
—¿Qué es tan gracioso? —pregunta Lance.
—Ese tipo.
—¿Quién, el italiano?
—Sí, el guapísimo. Aunque no creo que sea italiano.
—Es un poco mayor para ti, ¿no? ¿Qué pasa con él?
—No es demasiado viejo para mí, y odia mi café.
—¿Y?
—Odia mi café y, sin embargo, ha vuelto.
Lance frunce el ceño. —No lo entiendo.
Agrando los ojos, Lance no puede ser tan ingenuo.
—Bueno, si no le gusta mi café y ha vuelto, significa que viene a verme,
¿no?.
—Tal vez sólo trabaja cerca, y este lugar es conveniente.
—Tal vez. —Sonrío mientras limpio el mostrador—. Ya veremos
mañana, ¿no? —Sonrío mientras organizo los menús—. Si vuelve mañana,
será la confirmación definitiva de que viene a verme.
—Ustedes las mujeres y sus mentes jodidas. —Lance hace un gesto de
fastidio —. Si te gusta, ¿por qué no lo invitas a salir? No tienes que hacer
que el pobre desgraciado tenga que beber tu café con gasolina. —Me río al
recordar el asco en su cara. Realmente soy una perra muy divertida.
Sebastian
Entro en el restaurante exactamente a las 7:00 a.m. Spencer y Masters
ya están sentados en nuestra mesa habitual del fondo. Parece que estos
desayunos son lo único que podemos hacer últimamente.
El tiempo con mis dos mejores amigos es precioso.
Julian Masters y Spencer Jones.
Hemos estado juntos desde la infancia. Son los hermanos que nunca
tuve.
Julian tiene hijos, y ahora una esposa, por lo que todo su tiempo libre
está ocupado, y Spencer está recién casado con su esposa Charlotte, que
está embarazada. Necesita estos desayunos con nosotros para
sobrevivir. Ella lo está jodiendo todo el tiempo y es muy gracioso.
—Hola. —Sonrío mientras me dejo caer en mi asiento.
—Mmm —Julian gruñe mientras lee el periódico.
—¿Puedes dejar de ser tan putamente gruñón? —le pregunta
Spencer mientras le pone mantequilla a su tostada—. Estoy harto de
los putos gruñones. Me molestan.
—¿Qué hay de malhumorado en esto? —pregunta Julian—. Solo he
dicho: hola.
—Oh, carajo. ¿Acaso no te escuchas? Es tu tono —Spencer pone los
ojos en blanco.
Julian finge una sonrisa. —¿Amaneciste un poco más gracioso hoy,
Spencer?
—La verdad es que sí. Buenos días, Sebas. ¿Cómo estás, mi querido
amigo? —pregunta dulcemente.
Me río mientras pongo la servilleta en mi regazo—. Buenos días,
chicos.
Aparece la camarera. —¿Puedo tomar su pedido?
—Quiero la tortilla y un jugo fresco —digo.
—Lo mismo.
—Que sean tres —dice Julian.
Sonríe y desaparece.
—Entonces, ¿qué hay de nuevo? —pregunta Spence, dando un sorbo
a su taza de café.
—Nada. —Bostezo y me estiro—. Estoy cansado.
—¿No has dormido bien?” pregunta Spencer.
—No, estoy de puta madre.
—Sí, bueno, disfruta de la paz. —Spencer sopla sobre su café—. No
tengo ninguna duda de que Charlotte está planeando cogerme hasta
que muera. Para cuando el bebé nazca, no me quedará nada de pito.
Habrá dos madres en nuestra familia.
Julian sonríe mientras lee su periódico. —Ah, el sexo durante la
dulce espera. ¿Hay algo mejor?
—Dormir, Masters. Me gustaría dormir de vez en cuando, coño —
suspira Spencer—. Ya me estoy quedando vacío, coño.
—¡Qué problema! Una esposa sexy y excitada. —Digo con ironía—.
No me jodas, ¿quieres?.
—¿Más café? —pregunta la camarera, sosteniendo la jarra.
—Por favor.
—Gracias.
La camarera nos sirve los cafés y nos deja solos.
—Oh. —Sonrío—. Buddy tiene novia.
—¿De verdad? —Spence se sienta—. Es la primera, ¿verdad?
—Me llamó anoche, está muy ilusionado. —Buddy es el hijo de mi
hermana. Su padre se fue cuando él tenía dos años, y yo he sido lo más
cercano a una figura paterna desde entonces. Nos vemos un par de
veces a la semana. No podría querer más a ese niño, aunque lo
intentara.
—La va a traer el fin de semana —digo.
—¿Qué dicen los padres cuando conocen a la primera pareja de su
hijo? —Spencer frunce el ceño.
—Vete a la mierda —dice Masters rotundamente, sin apartar los ojos
del periódico—. Simple y sencillo. Vete a la mierda y lárgate. —Nos
reímos.
Julian no lo ha tenido fácil. Su hija Willow lo hace sufrir con sus
malas elecciones de pareja.
—Bueno, me alegra por él —sonrío melancólico—. Por lo visto, ella
es más buena que el pan.
—¿No lo son todos cuando tienes esa edad? —pregunta Masters.
—¿Qué van a hacer hoy? —Spencer pregunta.
—La misma mierda, pero un día distinto. —Julian se encoge de
hombros.
—Bueno —hago una pausa y reacomodo la servilleta en mi pierna—.
Al salir de aquí, conduciré a través del centro de la ciudad, con el
tráfico en hora punta, para ir a una cafetería y ser atendido por la
mujer más sexy que he visto en mucho tiempo. —Y añado—y que,
además, hace el peor café que jamás he probado. —Los dos se ríen de
mí.
—¿Conduces hasta la otra punta de la ciudad para tomar un mal
café? —Julian frunce el ceño.
—Ni siquiera se le puede llamar café. Podría morir literalmente por
tomar esa porquería, así de malo es.
Spencer levanta una ceja. —Dios, debe estar buena.
—Lo está. Aunque demasiado atlética y joven para mí.
—¿Por qué? ¿Qué edad tiene?
—No lo sé. —Tuerzo los labios mientras me paso la mano por la cara
—. Tendrá unos veinte años, supongo. —Eso no es demasiado joven —
responde Spencer.
—Lo es. —Frunzo el ceño—. Yo tengo más de treinta años. Si la
invitara a salir, probablemente pensaría que soy un cretino.
—Eso es porque eres un maldito cretino —murmura Masters
secamente.
—Lo mismo digo. —Levanto mi taza de café hacia él.
—De todos modos, tengo un plan.
—¿Cómo así?
—Voy a seguir yendo allí hasta que me invite a salir.
—Buen chico. —Spencer me da una palmadita en la espalda—. La
persistencia paga.
—Si es que sobrevives al café —dice Masters mientras pasa la página
de su periódico.
April
—Vaya. —Porsha me mira de arriba abajo—. Estás increíble.
Me pongo la mano sobre el estómago. —Esto es una locura. —Una buena
locura —sonríe Porsha.
El murmullo de las chicas que nos rodean llena la habitación. Todas
parecen muy emocionadas de estar aquí. Durante las últimas tres horas, me
han retocado, acicalado y me han hecho todos los malditos tratamientos de
belleza conocidos por el hombre. Me han peinado y maquillado, y llevo el
vestido de lentejuelas más hermoso que he visto nunca.
Es mi primer turno en el Club Escape, y estoy a punto de salir a la
pasarela. Kayla no está aquí. Al parecer, dos chicas nuevas no pueden
empezar la misma noche por algo relacionado con un anuncio.
Creo que voy a vomitar. Nunca he estado tan nerviosa.
¿En qué estaba pensando?
—¿Estás lista? —pregunta Porsha.
—N-no —tartamudeo.
—Estarás bien. —Me sujeta los hombros con las manos.
—Sigue mi ejemplo y haz lo que te enseñamos en el entrenamiento. —
Asiento con la cabeza—. De acuerdo.
Puedo oír la música sonando. Una a una, las chicas salen y hacen lo suyo.
También oigo el ajetreo de los hombres en el bar mientras observan el
desfile de moda.
Cojo un cóctel de una mesa y me lo bebo de un tirón.
Que Dios me ayude.
Entonces, oigo el anuncio. —Y esta noche, presentamos a una nueva
Chica Escape. Este es su primer turno, así que denle la bienvenida a la
hermosa Cartier.
Salgo al escenario y miro a los hombres reunidos alrededor de la pasarela.
Inmediatamente, mis ojos se fijan en un hombre que está de pie al final de
la pasarela.
Se le cae la cara al verme.
Oh, no...
Es él.
El Sr. García está aquí.
3
April
ME CONGELO EN EL ACTO, y nos quedamos mirándonos.
¿Qué demonios?
Coño, no. No quiero que me vea aquí.
Un momento... ¿qué carajo hace él aquí?
¿Acaso es una broma?
Dios mío, y yo que pensaba que era una persona agradable. Qué payaso.
Típico. Otro hombre de mis sueños que resulta ser un puto banco de
esperma andante. Puaj.
Estoy harta de los hombres.
Él enfoca sus ojos hacia mí, y yo enfoco los míos de vuelta.
No me mires así, imbécil. Ahora te veo como lo que realmente eres.
Depravado.
—Les presento a nuestra nueva Chica Escape —dice Porsha en el
micrófono—. Este es su primer turno. Está completamente intacta.
Un susurro de asombro se extiende por la sala, y siento el calor de los
ojos de todos sobre mí.
—Cartier es tan inteligente como hermosa, estoy seguro de que todos
están de acuerdo, caballeros.
Miro a todos los hombres que están de pie, cautivados, alrededor de la
pasarela. El aroma del dinero flota en el aire. Tantos trajes caros en hombres
guapos y bien cuidados.
Cada uno de ellos en sus treintas o cuarentas.
Me pregunto si alguno de ellos está casado.
Qué demonios.
¿Qué coño estoy haciendo aquí?
Maldita sea Kayla y su entusiasmo tan contagioso. ¿Dónde está ella
ahora, ah?
Esto es una pesadilla viviente.
Sólo hay que ir a una habitación y dormir. No tengo que hacer nada con
nadie, me recuerdo a mi misma.
—Señores, ¿quién va a ser? —Porsha pregunta a la sala.
Todos los hombres sonríen sombríamente, absorbiéndome.
Casi puedo sentir su hambre.
Mi aliento se estremece al respirar, bajo los hombros y me fuerzo a
sonreír.
Si voy a ir al infierno, más vale que lo haga con ganas.
—Caballeros —dice Porsha, como si esto fuera una especie de
espectáculo. Bueno, supongo que lo es, en realidad—. Declaren sus
intenciones. ¿Quién quiere ser el primer hombre con quien Cartier pase la
noche?
Todos los hombres empiezan a moverse, y vienen y se colocan delante de
mí, tal y como dijo Porsha que harían.
Miro al único hombre que no lo hace: El Sr. García.
—Hola, soy Jonathan —dice un hombre rubio mientras coge mi mano y
me besa el dorso. Me mira a los ojos y me besa la mano de nuevo—.
Encantado de conocerte.
—Hola. —Mi estómago se revuelve por los nervios y fuerzo una sonrisa
—. Igualmente.
—Bennet. —Un hombre de pelo oscuro sonríe—. Es un placer.
Le doy la mano y sonrío. —Encantada de conocerte.
Uno a uno, los hombres se presentan, y Porsha tiene razón: la mayoría de
ellos son guapísimos. Y aunque no hayan sido bendecidos genéticamente,
todos tienen el “Factor X”.
Miro a Sebastian, que está de pie, solo, dando un sorbo a su whisky. Sus
ojos miran al frente, como si estuvieran preocupados.
¿Por qué no está alineado para conocerme? Sé que le gusto. Al menos,
eso creía. Miro la fila de chicas hermosas que hay a mi lado y me doy
cuenta.
Está aquí por otra persona. Una de ellas.
Carajo.
—¡Empiezo la subasta!” —dice un hombre desde el fondo—. Treinta mil
libras.
Algunos de los hombres se ríen. —Cincuenta mil.
¿Eh? ¿Qué es lo que pasa?
—¡Setenta y cinco mil de propina para pasar la noche conmigo! —dice
un hombre con voz imponente.
Miro a mi alrededor. Parece que hay algún tipo de subasta.
Oh, mierda, me lo habían dicho, recibo el 25% del precio de la subasta
además de mi salario si acepto una de ellas.
—Ochenta y cinco.
—¡Cien! —dice otro hombre.
Desde mi visión periférica, veo que Sebastian deja su whisky sobre la
mesa y se gira hacia la puerta de salida.
¿Qué? ¿Acaso se va?
Miro a mi alrededor con nerviosismo. ¿Acaso se está yendo?
—¡Él! —llamo.
Sebastian sigue caminando, y yo señalo hacia él. —Ese hombre de ahí. El
que camina hacia la puerta.
—¡Sr. Smith! —Llama Porsha.
Sebastian se detiene en el sitio, todavía mirando hacia la salida.
—Cartier te ha elegido —le llama.
Sebastian se gira, y dirigiendo su mirada hacia Porsha, dice: —Ella no
tiene lo que yo quiero. —Su voz es llana y sin vida.
Lo fulmino con la mirada. Imbécil.
—Esto no funciona así, y usted lo sabe, señor Smith —dice Porsha—.
Nuestras chicas son las que mandan. Si Cartier te quiere, Cartier te tendrá.
Los ojos de Sebastian se encuentran con los míos, y entonces su barbilla
se levanta en señal de desafío. —No me interesa.
Siento que mi cara se sonroja de vergüenza. Esto es posiblemente lo más
degradante que me ha pasado nunca. Jódete.
—Sr. Smith, o cumple con las reglas o entrega su membresía. —Porsha
insiste.
Se pasa la lengua por los dientes, claramente enfadado, y vuelve a
caminar hacia mí. —¡Ciento treinta! —grita otro hombre desde el fondo.
Sebastian se pone delante de mí, a centímetros de mi cara, y nos miramos
fijamente.
La ira rebosa entre nosotros. No sé por qué estamos enfadados
exactamente. En realidad, es mentira. Sí lo sé.
Es el hecho de que esté aquí, eso es. Y yo que pensaba que era alguien
especial. No sé si alguna vez me he enfadado tanto con alguien que ni
siquiera conozco.
Alzo la ceja.
Me mira fijamente y, sin decir nada, me coge la mano.
—Por aquí —murmura en voz baja.
Porsha le sonríe. —Eso está mejor.
Siento que los demás hombres de la sala nos miran fijamente mientras
nos dirigimos a la puerta y entramos en el ascensor. En cuanto se cierran las
puertas, Sebastian suelta mi mano como si fuera una papa caliente. Nos
quedamos mirando hacia adelante en total silencio mientras viajamos hacia
arriba.
Ella no tiene lo que yo quiero.
Por supuesto que lo tengo, coño. Podría hacerte rogar por mí si quisiera,
imbécil ególatra.
La puerta del ascensor se abre y él marcha por el pasillo con la llave del
apartamento en la mano. Le sigo. Ni siquiera lo quiero ahora, pero que me
parta un rayo si dejo que me avergüence así o que se lleve a una de las otras
chicas delante de mí. ¿Quién demonios se cree este imbécil?
Ella no tiene lo que yo quiero.
Me hierve la sangre cuando abre la puerta del apartamento y entra. La
puerta casi se cierra en mi cara. Buenos modales, idiota.
Entro detrás de él.
Se dirige directamente a la barra y se sirve un whisky.
—No, gracias —le digo.
Dejo el bolso sobre la mesa y veo un cubo de plata lleno de hielo y una
botella de champán en él. Eso está mejor.
Sebastian sigue mi trayectoria.
—¿Quieres uno de esos? —pregunta.
—Por favor.
Abre la botella, sirve una copa de champán y me la da.
Nos miramos fijamente mientras tomamos un sorbo de nuestras bebidas,
la hostilidad desborda entre nosotros.
—Creía que tu trabajo era hacer un café de mierda. —Da un sorbo a su
whisky.
Una sonrisa sarcástica aparece en mi cara. —Pareces juzgar rápidamente
a los demás para ser un hombre que paga por sexo.
Finge una sonrisa como si yo fuera estúpida. —Prefiero pagar que
venderme.
—Es la misma mierda. —Doy un sorbo a mi champán y luego sonrío
dulcemente—. Pero ya me han pagado. Así que vete... Sr. García —le digo.
El menosprecio le sale por todos los poros mientras sus ojos se fijan en
los míos. —¿A qué coño juegas? —susurra.
Doy un paso adelante para estar a escasos centímetros de su cara. —
Esperaba obtener alguna satisfacción sexual —digo en voz baja—. Pero no
tienes lo que quiero.
Su mandíbula se aprieta, mientras me mira fijamente y se quita
lentamente la chaqueta del traje. —Tengo más de lo que tú quieres, maldita
sea.
—Lo dudo...
Me corta tomando mi mano y poniéndola sobre su entrepierna. Su polla
está dura como una roca bajo la tela de su traje.
Mi sangre empieza a calentarse y, sin poder evitarlo, mi mano se cierra
alrededor de la forma de su duro pene.
—¡Haz tu trabajo! —se burla, y es obvio que está furioso de que esté
aquí.
—Ya quisieras.
Sus ojos se fijan en los míos. —Ponte de rodillas y chúpame la polla,
perra sucia.
La excitación grita a través de mi cuerpo. Esto se ha ido a la mierda...
pero, coño, está buenísimo.
—No te la chuparía ni aunque fuera la última polla de la tierra.
Susurro. —Estoy en la quiebra, no desesperada.
El rastro de una sonrisa cruza su cara, a él también le gusta este juego.
Se adelanta y me coge la cara con una mano, su agarre es casi doloroso
mientras me lame un lado de la cara y deja caer su boca sobre mi oreja. —
¿Quieres ser una puta, Cartier?
Mi corazón empieza a latir con fuerza en mi pecho ante su dominio.
—¿Quieres que te utilicen? —Gruñe en mi oreja, apretando más mi cara
—. ¿Quieres que acabe en tu cara? —Me agarra un puñado de pelo y tira de
mi cabeza hacia atrás para que mi cara esté en la suya—. Porque tengo una
polla muy llena que quiere ser vaciada.
Santo Cristo, es un maldito sucio.
Se me pone la piel de gallina en el cuerpo. Su apretón es casi doloroso.
Vuelve a tirar de mi cabeza hacia atrás y me muerde el cuello con fuerza.
Mi cuerpo me traiciona y bombea con la excitación.
Sí.
Me lame los labios abiertos y lo siento en mi sexo. Toma mi labio inferior
entre sus dientes y lo estira. Me agito por todo el cuerpo y gimo.
Vuelve a lamerme la cara y me inmoviliza con el agarre de su mano. Lo
único que puedo hacer es cerrar los ojos.
—Responde a la pregunta, Cartier. ¿Quieres mi polla, o me voy a buscar
a otra que la quiera? —susurra en voz baja—. Cualquier coño húmedo
servirá.
Su agarre en mi cara me resulta doloroso cuando me lame la cara una vez
más, y luego me muerde el lóbulo de la oreja.
Maldita sea.
Los hombres respetables no hablan ni se comportan así.
Y como si se tratara de una banda elástica, la moral se rompe y, de
repente, quiero ser quien él cree que soy.
Quiero ser su puta.
—No sobrevivirías a mi coño —susurro—. Te arruinaré de por vida,
muchachito.
Su boca se rompe en una sonrisa lenta y sexy, y se aleja de mí mientras
tira de su corbata con fuerza y la desata. —Ya quisieras. —Cojo mi
champán y bebo un sorbo.
Nuestras miradas se cruzan y, botón a botón, se desabrocha lentamente la
camisa. Su pecho es ancho y aceitoso con abundante vello oscuro, y yo
caigo por completo, es el espécimen masculino más perfecto que he visto
nunca.
Todo hombre.
Mi vagina empieza a palpitar. Dios, me convierte en una puta... una zorra
sucia que lo desea profundamente.
Se abre por completo la camisa y se desprende de los pantalones.
Mis ojos bajan por su cuerpo y me trago el nudo en la garganta. No sé si
alguna vez he estado tan excitada.
Esto está mal y es un desastre y es tan terriblemente primitivo.
Se desabrocha el botón de los pantalones y se acomoda en ellos. La punta
de su dura polla se asienta sobre la cintura y mis ojos se detienen en la
gruesa cabeza morada.
Está bien dotado.
Vale, esta pequeña fantasía sigue dando más.
Pum, pum, pum, late mi pulso.
Se acerca y coge mi copa de champán para dar un sorbo a mi bebida.
Luego, con los ojos puestos en los míos, inclina lentamente la copa y deja
que el champán se deslice por mi escote. Está frío y mis pezones se
endurecen.
Me besa el cuello y muerde y chupa hasta llegar al champán. Allí, lo lame
con fuertes golpes de su gruesa lengua.
Mis entrañas se agitan.
¡Carajo!
¿Quién arruina a quién aquí?
—Quítate ese puto vestido —gruñe.
Me río a carcajadas porque esto es una locura, y ¿quién demonios soy yo?
—Si lo quieres quitar, quítalo tú —le digo—. No me desnudo para nadie,
y menos para imbéciles privilegiados.
Me empuja hacia delante. —Harás algo más que desvestirte para mí.
Me hace girar y me baja la cremallera del vestido con un movimiento
brusco. Me lo desliza por los hombros y lo deja en el suelo alrededor de mis
pies.
Me da una palmada en el trasero. —Las rodillas —gruñe.
Me doy la vuelta y me quedo quieta, ahora viéndonos de frente.
—He dicho que te arrodilles, coño —dice.
Esto es demasiado caliente.
Incapaz de desobedecer, caigo al suelo y veo cómo se baja los pantalones
hasta que su gruesa polla se libera.
Esto no era parte del plan, April.
Su polla está abultada, con gruesas venas que la recorren a lo largo. La
hace rebotar en mi mejilla, observándome. —Saca la lengua.
Saco la lengua y lo miro asombrada.
Por fin, un hombre que sabe lo que quiere.
—Más adentro —gruñe.
Hago lo que me dice, y él se pone a un lado, deslizando la parte inferior
de su polla sobre mi lengua.
—Sí —sisea—. Sigue. Haciéndolo. Así. —Repite el movimiento, y pre-
eyacula algunas gotas.
La idea de que se deshaga por mi culpa me fríe el cerebro y aprieto con
fuerza para detener mi propio orgasmo.
Me atrapó y me atrapó muy bien. Esto es jodidamente caliente.
Quiero probarlo. Lo quiero en mi boca.
Vuelvo la cabeza hacia él. Me agarra del pelo y acerca mi cara a la suya,
con sus ojos oscuros clavados en los míos.
—Para. —Se inclina y me lame lentamente los labios—. Yo te diré
cuándo tienes que chupar. —Me lame de nuevo, pero esta vez se convierte
en un beso, su lengua baila seductoramente contra la mía. Mis ojos se
cierran.
Oh Dios.
Con sus manos aún en mi pelo, su lengua cabalga por encima de la mía,
de un lado a otro, de un lado a otro.
Todo este escenario está mal, es caliente, y maldita sea... me siento mala
al máximo. Como una estrella porno o algo así. Este es un territorio
inexplorado para mí. Mi vida sexual siempre ha sido promedio en el mejor
de los casos.
Agarra la base de su polla y se levanta, rompiendo el beso. Me roza la
punta de la polla con los labios abiertos y sus ojos se oscurecen de placer.
Una sonrisa oscura y peligrosa se dibuja en su rostro. —Me gusta cómo te
queda.
Le sonrío alrededor. —Cállate o te la arranco de un mordisco.
Se ríe antes de deslizar su polla por mi garganta, y me dan arcadas.
—Tómala. —Sus manos se tensan en mi pelo—. Tómala toda, joder. —
Dios mío, es un hombre grande.
Cierro los ojos y trato de asimilar su gran tamaño. El sabor de su pre
eyaculación calienta mis papilas gustativas.
Nuestras miradas se cruzan y entonces, como si no pudiera aguantar más,
me pone de pie y me baja las bragas por las piernas. Desliza sus dedos por
mis labios empapados y sus ojos se cierran mientras deja escapar un agudo
silbido.
Se gira rápidamente y rebusca en el bolsillo de su chaqueta. Antes de que
me dé cuenta, se pone un condón y me arrastra hasta el sofá, donde se
sienta. Me pone encima de él y luego sostiene la base de su polla, con los
ojos clavados en los míos. —Ponte encima.
—Me río mientras pierdo todo el control y me pongo a caballo sobre él.
Sus dedos encuentran ese punto entre mis piernas y desliza lentamente
dos dedos hacia el interior.
—Apretado y húmedo —dice—. Justo como me gusta.
Sus dedos se mueven dentro de mí, casi con violencia, mientras me
arrodillo sobre él y me agarro a sus anchos hombros para mantener el
equilibrio. Mi excitación resuena en la habitación y me estremezco.
—Ni se te ocurra acabar. —Me muerde el pezón a través del sujetador.
Mi cabeza se inclina hacia atrás y gimoteo en voz alta.
Mierda. ¿Qué demonios está pasando aquí?
Es un dios.
Y se supone que no debería estar haciendo esto.
Me agarra por el culo y, sosteniéndose con una mano y con la otra
empujándome hacia él , me penetra profundamente. Siento el agudo
pinchazo de su posesión estirando mi cuerpo completamente abierto.
Oh... Carajo.
Nos miramos fijamente, y parece que algo cambia entre nosotros.
—Joder... —Gimo antes de inclinarme para besarle—. Tan... bueno.
Sonríe contra mis labios y me agarra de los huesos de la cadera,
haciéndome caer sobre él, rodeándose de lo más profundo de mí.
Se me escapa un gemido profundo y gutural, y empiezo a ver las estrellas.
No... ¡Aguántate!
Repite el delicioso movimiento una vez más, y casi pierdo el control.
—Me voy a venir —gimo—. No puedo aguantar. Nadie puede ser cogida
así y no acabar.
—No pasa nada. —Me mira y me aparta el pelo de la frente—. Te corres
fuerte para mí, nena. Ordeña mi polla.
Me golpea con fuerza mientras toma mis labios entre los suyos, y yo grito
en su boca, mi cuerpo se convulsiona. Entonces, ocurre algo muy extraño.
Su agarre en mi cara se suaviza y nuestro beso se vuelve tierno. Dejamos de
movernos y nos besamos como si tuviéramos todo el tiempo del mundo,
como si fuera lo único que importa. Es dulce y maravilloso, y me olvido de
dónde estoy.
Sonríe contra mis labios y me levanta para tumbarme de nuevo en el sofá,
donde me abre las piernas.
Sus ojos permanecen fijos en mi sexo mientras separa lentamente mis
labios con sus dedos.
Contengo la respiración.
¿Qué está haciendo?
¿Se detiene?
¿No quiere acabar?
Me separa los muslos, se arrodilla junto al sofá y me lame. —Necesito
probarte.
Su gruesa lengua recorre mi carne y sus ojos se cierran de placer. —Es
tan jodidamente bueno —gime contra mi sexo.
Se me pone la piel de gallina al ver a la criatura más sexual que jamás he
conocido lamiéndome.
Bajo mis manos y le paso los dedos por el pelo negro. Levanta la vista y
nuestros ojos se cruzan.
Qué demonios.
Entonces se mete de lleno, moviéndose casi violentamente contra mí; sus
labios, bigote y cara brillan con la evidencia de mi orgasmo.
Cierra los ojos en un estado de absoluta felicidad. Su gruesa lengua se
agita y, oh Dios, mi espalda se arquea sobre el sofá.
—¡Ahh! —grito.
Me da la vuelta y me arrastra hasta el final del sofá, colocándome de
rodillas antes de penetrarme con fuerza por detrás.
Se me escapa el aire de los pulmones y empujo la cara contra los cojines.
¡Ouch, coño!
Me coge, y son movimientos duros, profundos y potentes. Su gruesa polla
se mueve a un ritmo de pistón, y en algún momento de mi estupor, me doy
cuenta de que nunca antes me habían follado así.
Tan a fondo.
Tan completamente.
Empieza a gemir y yo sonrío contra los cojines. Qué sonido más caliente.
Me penetra de golpe y luego se mantiene en lo más profundo. Noto la
contundente descarga de su polla cuando acaba con fuerza. Suelta un
gemido bajo y gutural, y continúa deslizándose lentamente dentro y fuera,
liberando su cuerpo de los últimos restos de su orgasmo.
Me cuesta respirar y mi cuerpo está mojado por el sudor. Miro por
encima del hombro y veo la sonrisa de satisfacción de Sebastian.
Jadeo y dejo caer la cabeza, mi cuerpo sigue estremeciéndose con oleadas
de placer en lo más profundo.
Sólo diré “wow”.
Se quita, jadeando, mientras echa la cabeza hacia atrás para mirar al
techo. Sus manos se apoyan en las caderas.
—Maldita sea —jadea.
Me quedo sin palabras. No hay un pensamiento coherente en mi cabeza
vacía.
Estaba destinado a ser dulce y sencillo, no caliente y retorcido.
Eso fue tan inesperado.
—Ducha —dice, y me agarra de la mano para levantarme. Me lleva al
pasillo y al baño. Después de abrir el agua caliente de la ducha, se quita el
condón y lo tira a la papelera.
Sin decir nada más, me aparta de él y me desabrocha el sujetador.
Miro nuestro reflejo en el espejo. Tengo el pelo revuelto y él está
completamente desnudo.
Creo que llevamos quince minutos en el apartamento. Hasta aquí llegó el
hecho de que no me acostara con nadie. Supongo que realmente soy una
Chica Escape.
Una puta extraordinaria.
Sebastian me tira el sujetador al suelo, me aparta el pelo a un lado del
cuello y me besa con ternura en la piel sensible.
—Has estado increíble —me dice al oído.
Mi mano sube instintivamente a su cara y nos quedamos un momento
mejilla con mejilla. Nuestros ojos se fijan en el espejo y su frente se arruga.
Me vuelvo hacia él para coger su cara con las dos manos y lo beso
suavemente. Ya no quiero nada duro.
Quiero algo dulce. Quiero suavidad. Quiero ternura.
Nos besamos por unos instantes, y sus grandes y fuertes brazos me
rodean. Me abraza con fuerza, y oh... este hombre.
Nuestro beso se vuelve desesperado, y me pega a la pared, dejando que
nuestras lenguas se exploren mutuamente. Nos tomamos nuestro tiempo. Su
dura erección se apoya en mi estómago. Abro los ojos y veo que los suyos
están firmemente cerrados. Está aquí conmigo.
Me levanta y envuelvo mis piernas alrededor de su cintura. Sin perder
tiempo, se desliza hasta el fondo, justo donde debe estar. Es tan natural
entre nosotros que no puedo evitar sonreír contra sus labios.
Nos movemos en sincronía.
—Joder —susurra antes de retirarse de golpe y bajarme.
—¿Qué pasa?
Se arrastra la mano por la cara. —Tengo que...
—¿Qué? —Mira alrededor de la habitación como un animal asustado.
—¿Sebastian?
Arranca una toalla de la percha y se la envuelve en la cintura. —Condón
—dice antes de salir corriendo de la habitación.
¿Eh? Cierro la ducha y se me abren los ojos. Oh, mierda, nos olvidamos
del condón.
Oh... está buscando un condón, vuelvo a abrir la ducha y me meto bajo el
agua caliente, esperando a que vuelva a entrar. Meto la cabeza bajo el agua
y sonrío hacia el techo mientras el agua caliente y humeante corre por mi
cara. No puedo creer esta noche.
Sebastian vuelve a entrar al baño, ahora completamente vestido.
—Tengo que irme —dice.
—¿Qué?
Sus ojos se fijan en los míos, pero no dice nada.
—¿Qué estás haciendo? —Frunzo el ceño—. Tenemos toda la noche
juntos.
Abre la boca para decir algo y se detiene. —Te veré más tarde. —Sin
decir nada más, sale corriendo de la habitación.
Cierro la ducha y corro tras él, cogiendo una toalla del estante.
—¿Qué? ¿Por qué? —le grito.
—Tengo que irme. —Se dirige a la puerta principal.
—¿Adónde?
—A casa.
Se me cae la cara al atar cabos. —¿Estás bromeando? —Le digo de
golpe.
Él se detiene.
—Maldita sea ¿Estás casado?
Se detiene y gira hacia mí. —¿Qué?
—¡Estás casado! —grito—. Tienes una esposa y una familia, ¿no? Por
eso vienes aquí. ¿Por eso tienes que irte?
Él frunce el ceño, claramente disgustado. —¿Qué?
Tengo una visión de una esposa en casa esperándolo, y tres niños
pequeños metidos a salvo en sus camas esperando a papá.
Se me hace un nudo en la garganta porque, demonios, ahora me siento
como una puta. La forma más baja de lo bajo.
—¿Estás casado? —susurro.
—No.
—¿Hay alguien esperándote en casa?
—Eso no es asunto tuyo. —Se me llenan los ojos de lágrimas.
Se pasa la mano por el pelo. —Soy soltero —dice finalmente—. Aunque
eso no importa.
Se da la vuelta y, sin decir nada más, se va.
El remordimiento me agita el estómago.
Me acerco a la puerta y apoyo la frente en ella.
¿Qué carajo acaba de pasar?
4
April
VOLTEO y miro alrededor del apartamento ahora silencioso, apreciando todo
su lujoso esplendor. Mis ojos se desvían hacia los dos vasos medio vacíos
de alcohol encima del mostrador.
—Carajo —suspiro—. ¿Qué diablos fue eso?
Arrastro mi mano por mi cara y camino apenada de vuelta hacia el
pasillo. Me volteo hacia la entrada.
¿Será que volverá?
Volteo los ojos.
Sí, seguro que lo hará.
Vuelvo a meterme en la ducha y coloco mi cabeza bajo el agua hirviendo.
Mi cuerpo todavía está palpitando. Puedo sentir un pulso en mi vagina.
Me enjabono, y me arde por haberse estirado al haberlo tenido dentro de mí.
Su cuerpo trabajó bien el mío—demasiado bien.
¿Cómo pudo todo terminar tan mal?
Termino de ducharme y me seco. Me pongo la bata de terciopelo negra
que está colgando en la parte de atrás de la puerta del guardarropa de la
entrada, y luego camino de vuelta hacia la sala de la habitación. Un sentido
de remordimiento se asienta en mi pecho.
Maldita sea... Estoy molesta conmigo misma.
¿Por qué dormí con él cuando me prometí a mí misma que no lo haría?
Yo no soy ese tipo de mujer.
Además, él era la última persona en la Tierra que pensé que vendría a un
lugar como este.
Me sirvo otro vaso de champaña, y ojeo dentro del refrigerador para
encontrarme con una porción gigante de fresas cubiertas de chocolate
puestas sobre una bandeja de plata. Las saco y camino hacia la sala,
colocándolas en la mesa de café que está frente a mí. Recojo el control
remoto y prendo la televisión.
Caigo y me siento encima de mis piernas.
Dando sorbos de mi champaña, miro hacia el espacio, mientras sus
palabras vuelven a mí.
Estoy soltero. Aunque no tenga mucha importancia.
Muerdo una fresa y el fabuloso sabor explota a través de mi boca.
Responde la pregunta, Cartier. ¿Quieres mi pene?... ¿O debo irme a
buscar a alguien más que lo quiera? Cualquier vagina mojada bastará.
Dios.
Yo pensé que estábamos haciendo un juego de rol... ¿Pero lo estábamos?
Cierro mis ojos y vacío mi copa, apenas para rellenarla inmediatamente.
Quiero olvidar que esta noche siquiera pasó.
Cinco mil libras nunca se sintieron tan baratas.
Sebastian
Levanto el palo de golf y le pego a la pelota con fuerza. Silba por el
aire.
—Buen tiro —murmura Spencer.
—Estás jugando estupendo hoy, García —dice Julian mientras saca
un palo de golf de su bolsa.
Veo que la bola rebota y cae en el green. —Yo siempre juego muy
bien. ¿De qué estás hablando, Masters?
Spencer se ríe a la vez que recoge la pelota del piso levantándola con
su palo de golf. Jugar golf los domingos es uno de mis pasatiempos
favoritos.
Vemos como Spencer le pega a la pelota con fuerza, y queda atrapada
en la red del fondo, para luego rebotar y caer en la calle afuera del
campo.
—¡Diablos! —grita—. ¿Por qué carajo estoy jugando tan mal? —
Intenta romper el palo con su rodilla—. Ya lo sé. Me pagan y me
complacen sexualmente más de lo que deberían, por eso es.
Nos reímos.
Que a Spencer lo complazcan sexualmente más de lo que deberían es
algo que nunca nos habríamos imaginado. Es un pervertido desde hace
mucho tiempo.
Ponemos los palos en el carrito de golf y nos subimos. Tomo asiento
en el puesto del conductor y avanzo hacia el camino de tierra que nos
lleva hacia el siguiente hoyo.
—Oigan, me hicieron una oferta de trabajo muy interesante esta
mañana —les digo.
—¿Como qué? —pregunta Julian.
—¿Saben que he estado ayudando al gobierno con la planificación de
las carreteras del este? —Sí —asienten los dos.
—Me ofrecieron una posición en el gabinete.
—¿Tú, un político? —Spencer jadea—. Tú odias a los políticos con el
alma.
—Lo sé. —Estaciono el carrito de golf frente al siguiente hoyo—. No
voy a tomar el trabajo, por supuesto.
—¿Cuál es la posición específicamente? —pregunta Masters.
—Ministro de Desarrollo y Planificación.
Masters frunce el ceño. —No sería un mal trabajo. ¿Buen dinero?
—Decente, aunque gano más ahora. —Cojo el palo de adentro de mi
bolsa y preparo mi golpe.
—¿Y no podrías hacer los dos? —pregunta.
—No lo sé. —Le doy a la pelota, y sale volando hacia el fondo del
campo—. Carajo... Me estoy volviendo demasiado bueno en este juego.
—Por favor —Spencer reniega—. Te puedo ganar con las dos manos
amarradas detrás de mi espalda.
—Está bien. Veámoslo. —Masters responde secamente—. Tú eres
sólo palabras, Spence.
Me río a la vez que Masters prepara su tiro.
—Yo consideraría hacer los dos trabajos. Sería genial para mi
Curriculum Vitae. Planificador urbano y todo eso. —Masters dice
mientras que hace su tiro. La pelota rebota cerca, le pega a un árbol, y
vuela de vuelta hacia nosotros—. Realmente apestas. —sonrío
satisfecho.
—Púdrete —suelta mientras pone su palo de vuelta en la bolsa—.
Tuve mala suerte.
—Sebastian García, el político. —Spencer se burla mientras golpea la
pelota.
—Suena bien —sonríe Masters.
Volteo los ojos. —No tomaré el puesto.
Nos volvemos a montar en el carrito de golf. —¿Oye, y sigues
bebiendo es café de mierda que prepara ese bombón al otro lado de la
ciudad? —Pregunta Spencer.
Tomo el volante con fuerza. —No.
Los ojos de Spencer me encuentran. —¿Por qué no?
—Ya no me interesa. Encojo los hombros.
Lo último que necesito es una clase de moral de parte de estos dos.
Desde que encontré a mi esposa en la cama con el jardinero, se han
vuelto un poco sobreprotectores, y no estoy de humor para hablar de la
locura de semana que he tenido.
Y, sobre todo, tener que hablar de ella.
Estaciono el carrito en el siguiente hoyo.
—Bree quiere juntarte con su amiga —dice Masters mientras se baja
del carrito—. Aparentemente está buenísima.
—No iré a una maldita cita a ciegas, Masters.
—¿Y por qué no?
—Porque no necesito ni quiero una mujer en mi vida. Ya viví esa
experiencia. No hay manera de que lo haga de nuevo. —Me bajo del
carro.
—¿Pero todavía estás cachondo o qué?
—Ya solucioné eso —digo, mientras preparo mi tiro.
—Dime que fuiste al Club Escape —Spencer suspira risueño.
—Masters y yo nos reímos. Spencer sólo vive a través de mi ahora
que ya está casado.
—Diablos. Amo ese lugar —vocifera.
—Es posible que lo haya hecho. —Le pego con fuerza a la pelota, y
rompe el viento mientras vuela.
—Esa es la única cosa que extraño acerca de ser soltero, ¿saben? La
adrenalina del Club Escape. Apostando por las chicas, queriendo que
me escojan. —Mira hacia la distancia mientras entrecierra los ojos—.
Es como la máxima experiencia de videojuegos y de compras
simultáneamente. Esos eran los buenos tiempos, hombre.
Masters ríe. —Fuiste tú el que fue a enamorarse y lo dañó todo.
—Quiero decir, no cambiaría lo que tengo por eso. Charlotte es la
indicada, pero, saben... —Prepara su tiro—. Mujeres hermosas y
ardientes esperando a complacerlo a uno. Sin compromisos, sin
demandas. Es la máxima fantasía.
Masters sonríe. —Pienso lo mismo.
Aprieto mi quijada cuando de repente una visión de April, o
Cartier... o como quiera que se llame la maldita, invade mi cabeza.
La manera como me miró cuando se vino. Siento punzadas de
agradecimiento en mi pene.
Carajo.
Tiro mi palo en mi bolsa de golf con fuerza. No quiero pensar en ella.
No pensaré en ella. Me jode mucho.
April
Limpio la mesa que está cerca de la ventana mientras me asomo hacia la
calle.
¿Por qué no ha vuelto?
Veo el reloj. Son las 8:45 a.m., y Sebastian ya debería estar buscando su
café alrededor de esta hora. No vino el viernes. No vino ni el lunes ni el
martes tampoco. Ahora, estamos a miércoles, y todavía nada que aparece.
No va a venir.
Carajo, ¿fue nuestra noche el otro día tan desagradable que ahora ni
siquiera quiere mi café?
He estado pensando en nuestra noche juntos y sobre analizándolo a tal
punto que estoy enloqueciendo.
Todo estaba bien. O sea, no increíble, pero el seguía viniendo a verme
consistentemente a pesar de estarse tomando el peor café de la Tierra. Y aún
así era tierno, encantador, guapo, y nos coqueteábamos.
Siento que mi corazón se hincha cuando pienso en él de esa manera.
Y luego me vio en el club, y se enfureció de que yo estuviese ahí.
Además, yo lo escogí a pesar de que él no me quería. Pero de eso se trata:
yo sé que él me deseaba antes de ese momento.
Sigo limpiando la mesa mientras mi mente divaga en todos los sucesos de
los últimos días.
Fuimos de vuelta al Club Escape e hicimos unos juegos de rol perversos.
Luego de eso tuve el mejor sexo de mi vida.
Y él estaba ahí conmigo. Perdió la cabeza, además. No es como si no
hubiese sido recíproco; yo sé que lo fue.
Voy hacia la siguiente mesa y la limpio, perdida en mis recuerdos.
Después de eso hubo algo en la ducha cuando nos besábamos. Estábamos
tan perdidos en el momento que se nos olvidó el condón. Me rasco la
cabeza mientras recuerdo. Ese fue realmente el punto en el que todo
empezó a desmoronarse.
Estoy soltero. Aunque no importe.
Limpio todas las mesas y me devuelvo a asomarme por la ventana.
Odio que sea el primer hombre que me interesa desde mi divorcio. Odio
que nos hayamos encontrado en ese club. Odio que hayamos tenido el
mejor sexo del mundo y que terminó siendo un imbécil. Odio que haya
dejado de venir para tomar mi mal café.
—Discúlpeme, señorita. Alguien dice detrás de mí.
—¿Sí?
—¿Me prestaría el baño?
—Queda justo afuera y luego a la izquierda. —Apunto a la puerta—. Te
mostraré dónde está.
—Gracias.
Camino fuera del café, y le doy direcciones a la persona acerca de dónde
ir. Luego, miro a la multitud pasando en frente de mí.
Solo desearía haberle dicho que yo sólo estaba trabajando cuatro turnos
para poder pagar mi alquiler. Desearía haberle explicado todo. Desearía
haberle dicho más...
Suspiro profundamente y vuelvo a entrar al café.
Pero bueno. Se ha ido.
Es lo que es.
Me siento sobre la cama y empiezo a revisar lugares que se estén
arrendando, y hago una lista de las propiedades para ir a visitar este fin de
semana. Se siente muy bien tener opciones, Por primera vez en mucho
tiempo, tengo algo de dinero en el banco, y se me había olvidado lo bien
que se sentía eso.
Mis ganancias del Club Escape aparecieron en mi cuenta el día de hoy.
Lo que significa que tengo cinco mil libras esterlinas a mi nombre en este
momento. Luego de mi turno este jueves en la noche, tendré diez mil y
podré empezar a buscar un apartamento. Tendré suficiente para el depósito
más seis semanas de renta, y podré empezar con la mudanza.
Pero no dormiré con nadie más.
No hay manera en el universo que me vaya a permitir tener una semana
de mierda como esta de nuevo.
Miro fijamente mi computadora, y luego me permito hacer algo que no
debería.
Escribo en Google: Sebastian García. Arquitecto, Londres.
Aparecen los resultados.
Edad: 37.
Patrimonio estimado: 15 millones.
Estado civil: divorciado.
April
LA MAQUILLADORA me aplica rubor, y siento el calor en mi cara con
frustración. No estoy segura si estoy emocionada, o simplemente
aterrorizada. Ya no puedo distinguir cuál de las dos siento.
—¡Tiempo de salir al escenario, chicas! —Porsha llama—. Hagan una
línea en orden. —Sus ojos me miran rápidamente—. Cartier, cariño, vas a
escoger de tercera esta noche. —Asiento.
—Cada semana que pase, al orden por el que escogerán se le sumará uno,
hasta que lleguen al número diez, y luego de dos semanas, escogerán de
últimas. De esta manera las cosas se mantendrán justas.
—Ok, está bien. —Sonrío falsamente. Ya para ese momento no estaré acá
de todas formas.
—¿Puedo escoger de primera? —La chica del largo cabello negro
pregunta—. Yo sé que no es mi turno, pero realmente quiero a una persona
en particular. He estado esperando que él vuelva durante meses.
Sebastian.
La miro de arriba a abajo, es hermosa con el pelo sedoso, largo y una
figura esbelta y tonificada. Ella tiene la cara más atractiva que he visto en
mi vida. Está usando un vestido rojo de corte bajo que muestra todas sus
curvas. Sus senos sobresalen de su escote, y sus piernas son interminables.
Sebastian se ha acostado con ella antes, lo sé. Me llega a la cabeza una
visión de los dos juntos, y mi estómago se revuelve del disgusto.
—No. —Porsha mira su calendario—. Tú eres...
Aguanto la respiración, esperando a que Porsha termine. No sé si quiero
escoger antes o después que la chica. ¿Qué pasa si lo escojo y luego él la
elige a ella?
Maldición, me estoy arrepintiendo de pedirle que viniera.
—Tú vas de segunda esta noche, Luna. —Porsha finaliza.
—Sí. —Luna sonríe mientras levanta su mano.
Mierda... Ella va antes que yo.
Bajo la cabeza. Solo quiero largarme de aquí.
—En línea, chicas. —Porsha sonríe—. Mentalizadas. Los caballeros
pagan mucho dinero por su compañía.
Las chicas se ríen y hablan entre ellas mientras se ubican en la fila,
mientras tanto yo cierro mis ojos y trato de pensar en ser valiente.
La primera chica sale hacia la pasarela. Camina de un lado a otro, y luego
da vuelta y camina hacia el final. Se balancea sensualmente con los leves
sonidos de emoción de los hombres, mientras que se para de un lado de la
pasarela y pone una mano en su cadera.
Luna es la siguiente, y miro mientras repite los mismos movimientos. Mi
corazón está literalmente en mi garganta.
Al carajo esto, nunca más volveré aquí. Esto es más que estresante.
La canción cambia a Sexual Healing de Marvin Gaye. Yo exhalo
fuertemente. Esta música es más lenta, más sexy... incluso tántrica. Y ahora
es mi turno.
Camino al son del ritmo seductor. Cuando llego al final de la pasarela
observo los hermosos hombres frente a mí.
Pero no está el que quiero.
Camino hacia el otro lado, giro, y luego camino majestuosamente hacia el
frente, llevando mi mano a mi cadera justo a tiempo para encontrarme con
la mirada hambrienta del Sr. García.
Está sentado en una mesa del fondo. Un vaso con un líquido color ámbar
en una mano y un tabaco en la otra. Sus piernas están ampliamente
separadas, su apariencia es dominante.
Nuestros ojos conectan, y lentamente lleva el tabaco hacia sus labios y
chupa con fuerza. Inhala y una delgada corriente de aire desaparece dentro
de su boca.
Maldición, este hombre es él sexo en persona.
Mis entrañas empiezan a palpitar mientras me lo imagino desnudo
encima de mí.
Recuerdo la manera en la que sostuvo mi cara la última vez que
estuvimos juntos. La manera que lamió mis labios. La manera que mordió
mi cuello. La manera que bajó en mi en medio del sexo y lamió el desastre
que había hecho.
Mis pezones se endurecen al recordar. No me sorprende que tenga un
puto club de fans.
Y lo peor es que yo soy la maldita presidente.
Puedo pretender todo lo que quiera que hay algo entre nosotros, pero
cuando lo veo aquí, así, la realidad me golpea. Yo quiero ser dominada por
él. Quiero que me use, y maldita sea, quiero que me folle.
Sus ojos son oscuros, y yo casi olvido lo que debería estar haciendo.
Lentamente me volteo y tomo mi lugar en el costado del escenario.
Veo el resto del show, concentrándome en no mirar hacia arriba, pero aun
así puedo sentir el calor de su mirada.
¿Será que siempre es tan sexual? ¿O será que este club saca algo de él en
particular?
El show termina, y Porsha sale, micrófono en mano.
—Caballeros, permítanme presentarles a Eleonore.
Los hombres hacen silencio.
—¡Vocifera tus intenciones! —dice Porsha
Los hombres se alinean en frente de Eleonore y, uno por uno, se
presentan. —¿A quién escogerás, Eleonore? —Sr. Parker. —Sonríe.
Un hombre buenmozo da un paso hacia adelante y toma su mano. Se va
caminando con ella del escenario. Se ve como si fuese un atleta o algo así.
Joven y viril.
Buena elección.
—Caballeros, permítanme presentarles a Luna. —dice Porsha,
sosteniendo la mano de Luna—. Hagan saber sus intenciones. Los hombres
se ponen en formación.
Todos excepto uno.
El Sr. García se mantiene sentado mientras da un sorbo de su escocés. Él
se ve hasta la médula como el poderoso orgasmo andante que es.
—¿A quién escogerás Luna? —pregunta Porsha.
Luna sonríe y señala hacia García. —Sr. Smith.
Mierda.
Pasa su lengua por los dientes e inclina su mandíbula hacia el techo.
—Sr. Smith. —Porsha sonríe—. Eres un hombre muy afortunado esta
noche.
Sebastian lentamente se levanta y luego viene hacia acá y toma la mano
de Luna. La guía fuera del escenario, y mi cabeza cae en incredulidad.
¿Qué?
Mierda, mierda, mierda.
—¡Permítanme presentarles a Cartier! —Porsha anuncia—. Este es
apenas su segundo turno. ¿Quién será su segunda cita?
Los hombres se mueven y se paran en formación en frente de mí.
—¡Cincuenta mil! —grita un hombre.
—¡Sesenta y cinco mil! —otro hombre grita.
Miro brevemente hacia la puerta para encontrar a Sebastian yéndose con
Luna. Está sosteniendo su mano. Le dice algo, y ella se ríe mientras
continúan caminando.
Ni siquiera se quedó para ver a quién yo escogía, alcanzo a probar la bilis
de mi estómago mientras se revuelve.
Dios, leí todo esto como no era.
A él no le importa que yo trabaje acá. Simplemente no le importa un
carajo.
Voy saltando de introducción a introducción con cada hombre, y todos
parecen ser buenos.
Pero ninguno de ellos es quien yo quiero.
—¿Quién será, Cartier? ¿Quién será tu cita para esta noche?
Los examino a fondo. Quiero escoger al que parezca la mejor persona: el
que sé que podrá manejar mi rechazo sexual.
—Sr. Stevenson —digo en voz baja.
Es rubio y parece dulce. Camina hacia mí y toma mi mano para besar su
revés. —Hola, Cartier. —Hola. —Fuerzo una sonrisa.
Me saca de la pasarela y caminamos juntos hacia la salida.
¿Será que Sebastian la está besando en este momento? ¿Está sosteniendo
su cara y besándola?
Dios, es una cosa nunca haber experimentado un hombre como el Sr.
García, pero haberlo hecho y no ser capaz de tenerlo... saber que alguien
más lo está usando en tu lugar... eso es un nivel distinto de tortura.
El Sr. Stevenson y yo entramos al ascensor, y veo como las puertas se
cierran.
Toma mi mano y besa su revés.
—No puedo esperar a tenerte a solas, Cartier. La semana pasada también
aposté por ti.
Finjo una sonrisa y, sin poder pensar en una respuesta, permanezco en
silencio.
Las puertas del ascensor se abren y caminamos hacia la habitación. Abre
la puerta y me guía hacia adentro.
¿Debería simplemente irme? Mierda, esto es un desastre.
—¿Champaña? —pregunta.
—Por favor. —Cruzo mis brazos y camino hacia la ventana para mirar la
ciudad de Londres. El flujo pesado de tráfico por las calles.
Así que esto es lo que se siente odiarse a sí misma.
No hay dinero que valga esto.
Para.
Momentos después, el Sr. Stevenson me pasa una copa de champaña. —
Gracias. —Dudosamente tomo un sorbo mientras que sus ojos se posan
encima de los míos.
—¿Vienes a menudo?
—Cuando necesito hacerlo.
Mi corazón palpita en mi pecho. —Quieres decir... ¿Cuándo necesitas
sexo?
—Entre otras cosas.
Dios.
Siento que alguien toca la puerta. —¿Estás esperando a alguien? —
pregunto.
—No —frunce el ceño. Camina hacia la puerta y la abre.
El Sr. García está parado en el corredor.
—¿Puedo entrar? —pregunta.
—¿Qué quieres? —responde el Sr. Stevenson.
Sebastian le pasa por el lado y camina hacia el apartamento. Cierra la
puerta luego de entrar, y sus ojos encuentran a los míos a través de la
habitación antes de volver su enfoque hacia el Sr. Stevenson.
—Vamos a intercambiar parejas —anuncia García.
—Sobre mi cadáver.
—No me provoques.
—Te dije que no. —El Sr. Stevenson empuja a Sebastian, y luego
Sebastian lo empuja de vuelta—. Vete. Tu nueva habitación es la 121. Luna
te está esperando. He hecho que la espera valga la pena, y está emocionada
por el cambio. —Le dice Sebastian.
—No me escogió a mi primero, idiota. Yo quiero a Cartier. —Vuelve a
empujarlo.
—No la puedes tener —gruñe Sebastian.
—¡Paren! —grito—. ¡No soy un objeto que puedan simplemente tener!
Ninguno de los dos me puede tener. —Camino hacia la puerta y la abro
bruscamente—. Salgan de acá los dos. No voy a tener sexo con ninguno de
ustedes, idiotas, sólo márchense.
Sebastian inclina su barbilla, claramente feliz con mi arranque.
—¿Lo ves? —me señala con su mano—. Ella no va a tener sexo con
nadie. Más bien toma la oferta de Luna. Los dos sabemos que lo de ella es
seguro.
Me quedo mirando a Sebastian por un momento y mientras que proceso
sus palabras, una confusa rabia empieza a nublar mi visión. ¿Cuántas putas
veces Sebastian ha estado con Luna?
—¿Sabes qué? Sólo vete. —Me van a despedir por esto, pero no me
importa. Estoy muy molesta para que me importe ya.
—¿Yo? —Sebastian protesta.
—¡Sí, tú! ¿Qué te hace pensar que yo quiero las sobras de Luna? Las
sobras de cualquier persona honestamente. Este lugar, así como tú, insultan
mi inteligencia. —Lo empujo hacia afuera de la habitación y luego me
dirijo al Sr. Stevenson—. Esta es tu última oportunidad: ¿Luna o la
habitación a solas?
Se me queda viendo. —¿Estás hablando en serio?
—Sí. Estoy hablando jodidamente en serio. —Entro marchando a la
habitación—. Tener sexo contigo es lo último que quiero hacer, por lo que
sé qué decisión tomaría si fuera tú. —Anuncio mientras que tiro la puerta al
entrar.
Mi corazón está palpitando con fuerzas en mi pecho, y respiro
profundamente para intentar calmarme.
Carajo, me van a despedir.
Diez mil libras es mejor que nada, sin embargo. Es un comienzo.
¿Pero siquiera me pagarán por esta noche?
Necesito veinte mil, pero ya no me importa. No hay ninguna cantidad de
dinero que compense degradarme a este nivel.
Camino hacia el baño y me quedo mirando mi reflejo en el espejo.
Espectacularmente arreglada y sin dónde ir. Qué chiste.
Oigo que tiran la puerta, y pongo mi oído en la puerta del baño y escucho
atentamente.
Creo que el Sr. Stevenson se ha ido.
Camino de vuelta hacia el pasillo, y veo la llave del apartamento sobre el
mesón de la cocina. Exhalo aliviada.
Gracias a Dios por Luna. Me pregunto si ahora se acostará con los dos.
¿Eso es algo que se hace?
Por Dios... simplemente asco.
No puedo creer que estoy forzada a siquiera pensar eso. Champaña.
Necesito toda la champaña.
Tomo la botella y lleno mi copa hasta el tope. Tomo un sorbo. Es
crujiente, refrescante, y sabe delicioso.
—¿Me vas a ofrecer un trago? —dice una voz gruesa a mis espaldas.
Me volteo para encontrar a Sebastian sentado con sus brazos estirados a
cada lado del sofá, de piernas cruzadas.
No lo vi cuando entré, ¿estuvo acá todo el tiempo?
—Te dije que te fueras —digo.
—Y yo te dije que quería pasar la noche contigo —responde
tranquilamente.
—Bueno, no puedes —vocifero. Doy un sorbo al fondo de mi copa y la
vuelvo a llenar.
—¿Qué te pasa esta noche?
Mis ojos se agrandan. —¿Tienes que preguntar? No puedes ser tan
estúpido. —Me regala una sonrisa lenta y sexy—. Pruébame.
Volteo los ojos. —Vete de acá, Sebastian. No estoy interesada.
—¿Por qué no?
—¡Porque estás jodiéndome la cabeza! —vocifero—. Y yo ni siquiera te
conozco.
Sebastian se para y camina hacia mí. Se sirve una copa de champaña y
luego choca su copa con la mía. —Creo que estás pensando las cosas al
revés... Cartier. —Toma un sorbo lentamente.
—Mi nombre es April.
—¿Lo es? Porque te presentaron como Cartier.
—¿Ves? —protesto—. Lo estás haciendo de nuevo. Jodiéndome la
cabeza. —Se ríe y toma su champaña.
Él piensa que esto es gracioso.
—Por favor vete. —Le doy la espalda—. Yo quería hablar contigo esta
mañana y tú no querías nada que ver con eso, así que no vengas a ahora a
demandar sexo.
—¿Cuándo he mencionado sexo?
Lo encaro. —Creo que tus palabras fueron: cualquier vagina mojada
bastará.
Pone una cara de diversión. —De pronto estaba un poco... —Pausa como
si estuviese buscando la palabra indicada—. Irritado la última vez que nos
vimos. Mis disculpas si te lo tomaste de mala manera.
—Fuiste un malnacido.
—No esperaba verte acá.
—Pero tú estabas acá.
Da un sorbo a su champaña y me mira fijamente. —Para lograr algo.
—Oh, te refieres... ¿a lograr tener lo mío?
—No seas vulgar.
Me acerco más. —Yo seré lo que quiera ser, Sr. García. —susurro.
Nos miramos fijamente mientras el aire se llena de estática, y maldición,
está ahí de nuevo... la tentación de tener sexo agresivo con este hombre.
Placer incorrecto, caliente, del que te hace doblar la punta de los dedos
del pie. De ese que sólo se sueña con tener.
—¿Por qué te fuiste en un apuro la otra noche? —pregunto. Él se queda
en silencio.
Muevo mi cabeza de un lado al otro. —Vete a tu casa, Sebastian —
suspiro—. Yo no estoy para estos juegos mentales. Tengo veinticinco años,
no doce.
—Sin importar tu edad, tú eres muy joven para mí. —Levanta su copa,
mientras que veo su lengua salir de su boca y acariciar su labio inferior.
Siento un pálpito entre mis piernas.
—Ya lo sé.
Levanta una ceja como si estuviese sorprendido por mi respuesta.
—De repente soy muy joven para ti... lo cual es una lástima —añado.
—¿Por qué?
—Porque tú fuiste el primer hombre con el que tuve sexo. —frunce el
ceño confundido.
—Yo me he acostado con muchachos antes, pero nunca con un hombre, y
fue jodidamente perfecto... hasta que lo arruinaste.
Aprieta su quijada, nuestras miradas entrelazadas, y carajo, si no es el
hombre más candente que he visto en mi vida. Alto, oscuro y peligroso,
como salido de una novela erótica.
Se acerca hacia mí y toca mi cara. —Pensaste que fue perfecto. —Pasa su
pulgar sobre mi labio superior, y sus ojos buscan los míos.
—Sabes que lo fue...
Me interrumpe con un beso. Sus labios toman los míos, y su lengua baila
seductoramente dentro de mi boca.
Los dedos de mis pies se doblan de placer. Maldición, la manera en que
besa es tan...
—No somos buenos el uno para el otro, Sebastian —murmuro contra sus
labios.
Toma mi cara entre sus dos manos. —Lo sé. Entonces, seamos malos.
Algo explota dentro de mí.
Llevo las manos hacia atrás de su cabeza, y lo beso de vuelta con todo lo
que tengo. Nuestro beso se vuelve caótico. Perdemos el control y nos
convertimos en animales. Nunca he tenido una atracción sexual como esta
hacia nadie. Es incontrolable. Besar a este hombre es la última cosa que
debería estar haciendo, pero diablos, no puedo parar.
—Desnuda —gruñe—. Te necesito jodidamente desnuda.
Arranco su saco de sus hombros y lo tiro a un lado. Empiezo a trabajar en
los botones de su camisa. Lo necesito desnudo.
Sus labios encuentran mi cuello, y rueda sus dientes por él. Siento que me
voy a prender en llamas y me desespero mientras batallo con su pantalón.
El botón finalmente se libera, y yo halo sus pantalones con un movimiento
brusco.
Su pene erecto se libera. Veo líquido preseminal en su glande, y me
derrito por dentro. Me pone sobre sus hombros y camina por el pasillo,
mientras veo la habitación de cabeza.
Cuando entramos a la habitación, lentamente me desliza por su cuerpo
hasta que me encuentro parada en frente suyo.
Sus ojos se cierran, y sus labios hacen contacto con los míos. —¿Sí sabes
lo jodidamente bella que eres? —susurra.
Coloco mis manos en su cara, lo beso, nuestras lenguas toman su tiempo
bailando juntas.
Dobla el brazo y agarra el cierre de mi vestido para quitármelo. Estoy
parada frente a él en ropa interior con encajes rosados. Sus ojos se
oscurecen mientras me mira de pies a cabeza.
Lame mi hombro con su gruesa lengua. Escalofríos se dispersan, y me
estremezco con solo estar en su presencia.
—Dime lo que quieres —murmura contra mi boca.
—A ti —respiro—. Levanta mi trasero, hasta que hace contacto con su
erección. —Todo tu ser —jadeo, mientras uno mis pies detrás de su espalda.
Me detiene y da un paso hacia atrás. Mientras que su pecho se infla y
desinfla mientras lucha por aire, me quita mi sostén, y toma mi pezón erecto
dentro de su boca. Lo muerde, y gimo. La cantidad perfecta de dolor se
mezcla con placer. Sus manos se deslizan por mis bragas, y levanta una de
mis piernas y la pone en la cama. Sus dedos exploran mi sexo mientras que
continúa chupando mi pezón. Desliza tres enormes dedos dentro de mi
vagina, y mi cabeza cae hacia atrás.
Dios, sabe cómo tocar el cuerpo de una mujer.
Vuelve la mirada hacia mí, y con sus ojos oscuros posados sobre los
míos, me toca. El sonido de piel mojada vuela por el aire, y los músculos de
sus hombros se flexionan mientras me folla con sus dedos fuertemente.
Sebastian García puede que sea malo para mí en todos los sentidos, pero
¿cómo me puedo negar a mí misma este placer?
Sus labios se recogen mientras inhala abruptamente. —No tienes ni puta
idea de qué tanto te deseo.
Me muerde con fuerza como si estuviese perdiendo el control y grito
mientras mi cabeza se mueve repentinamente hacia atrás. —Ahh.
Me lanza a la cama y abre la envoltura de un condón con sus dientes.
Escupe el plástico, desliza el condón en su pene y se monta encima de mí.
—Abre —vocifera.
Hago lo que él dice, y levanta mis piernas y las coloca sobre mis
hombros.
—Con cuidado —susurro.
Su cara cambia. —Cariño. —Me besa tiernamente—. No te lastimaré.
Mi corazón se encoge. Prácticamente me siento más segura cuando es
malvado. Por lo menos cuando lo es tengo la guardia alta.
Se apoya sobre sus rodillas y roza la punta de su pene hacia atrás y hacia
adelante a través de mi sexo hinchado y húmedo. Me estremezco cuando
roza mi clítoris. Estoy tan cerca de venirme, ni siquiera es gracioso. Oh,
Dios mío...
Aguántalo.
Empuja la punta un poco y hay fricción. Su quijada se abre mientras ve
que nuestros cuerpos conectan.
—Déjame entrar. Dame algo de crema y déjame entrar. —Empuja un
poco más, y mi cuerpo lo traga. Mi cuerpo quiere esto.
Mierda... todo mi ser lo quiere...
Lentamente empuja, y mi cabeza se inclina hacia atrás.
Sostiene mis piernas en el aire mientras que lentamente empuja su
tamaño completo dentro de mí. Pone su mano en la parte baja de mi
abdomen y mantiene apretados nuestros cuerpos para que me pueda ajustar
a su tamaño. Siento mariposas dentro de mi cuerpo.
Esto es demasiado Bueno. Él es demasiado bueno y eventualmente
romperá mi corazón.
—Sebastian —lo llamo.
Me mira con una expresión de deseo, perdido en su propio mundo de
gratificación, sin poder responderme.
Me siento para agarrar su cuerpo y ponerlo encima de mí. Lo necesito
más cerca.
Él toma mis piernas y las levanta más alto y empuja más profundamente
sobre mí. Los dos gemimos de placer.
—Carajo, sí... April —susurra contra mi oído—. ¿Puedes sentir lo
profundo que estoy dentro de ti? ¿Sabes cuántas veces me has hecho venir
esta semana pensando en este coño cremoso y hermoso? —Muerde mi oreja
con fuerza y escalofríos se dispersan por mi columna—. Quiero venirme
dentro de ti con tantas ganas... una y otra y otra vez.
Oh, Dios.
Miro de reojo el espejo en la pared para vernos a los dos juntos así. Sus
muslos están separados ampliamente, y su piel morena está marcada por
músculos. La imagen es una sobrecarga sensorial, y grito como un tren de
carga mientras un orgasmo me desgarra.
Él ríe sombríamente mientras sigue moviéndose a través de mi orgasmo,
y luego reajusta su posición para tomar mis tobillos y separar mis piernas
aún más.
—Apriétame —jadea, mientras empuja con fuerza. La cama empieza a
pegar contra la pared—. Chupa ese pene para mí, cariño. —Nuestros ojos
están enlazados, y me aferro alrededor de él.
Sus labios se retuercen en apreciación. —Más duro.
Lo aprieto más duro, y su cabeza se inclina hacia atrás. Mis manos están
en sus muslos y el poder que contienen está haciéndole cosas a mis
neuronas, friendo cada una de ellas.
Sus manos se posan sobre el colchón, y se sostiene sobre sus brazos
mientras me da lo que quiero. El sonido de nuestra piel chocando hace eco
por toda la habitación, y luego él empieza a gemir. El sonido es profundo y
gutural, casi como un animal. Arruga la cara y me empuja con fuerza.
Siento como su pene se mueve mientras se viene dentro de mí.
Nos movemos lentamente para pasar su orgasmo, y nuestros labios se
tocan nuevamente.
Nuestro beso es tierno, y una intimidad inesperada nos recorre.
Y luego cae estático. Sus ojos embrujados se suben para encontrar los
míos.
Por alguna razón, siento la necesidad de reconfortarlo.
—Está bien, cariño —susurro mientras le quito el cabello de la cara—.
Aquí estoy.
Posa su cabeza sobre mi pecho y la acomoda entre mis senos. Nuestros
corazones todavía están acelerados mientras se aferra a mi como si su vida
dependiera de ello.
Lo abrazo y beso la parte de arriba de su cabeza, un sentimiento de
zozobra me llena.
Algo está mal. Se aferra a mí más todavía, y lo abrazo de vuelta.
Algo me dice que el Sr. García ha sido herido en el pasado.
Me siento con un café en la mano y sonrío mientras que leo el periódico del
sábado.
Hoy es el día.
Luego de mi pequeña pijamada en el piso anoche, estoy determinada a
encontrar un nuevo apartamento. No me importa lo que sea, mientras que
sea algo medio decente, lo tomaré.
Encierro en un círculo uno que visitar.
—Aquí tienes. —La mesonera llega con mis panquecas.
—Gracias. —Doblo mi periódico por la mitad y lo pongo en la banca que
está a mi lado. Doy un sorbo a mi café y empiezo a comer mis panquecas de
arándanos. Yum, están deliciosas. Tomo un mordisco grande y luego miro
de reojo mi periódico doblado.
Frunzo el ceño cuando veo a Sebastian.
Rápidamente abro el periódico y leo el titular en la parte de atrás. Es la
página social.
Magnates por la Caridad
Hay una foto de él con dos hombres, y cada uno tiene una mujer hermosa
en sus brazos.
Leo la nota al lado de la foto: Julian y Brielle Masters, Spencer y
Charlotte Jones, y Sebastian García con su pareja Gabriella Beckman
asistiendo al Baile de Caridad del Gobernador en Londres.
Rápidamente leo el artículo. El baile tuvo lugar anoche, lo que significa
que pasó el jueves en la noche conmigo, me hizo suya un millón de veces, y
luego pasó el viernes por la noche con ella.
¿También la hizo suya un millón de veces?
Mi corazón se encoge de decepción.
Malnacido.
6
April
ME DEJO CAER sobre la silla, wow.
Una sonrisa aparece en mi cara, y yo que pensaba que él estaba dañado de
alguna manera.
Sebastian no está dañado. Sólo se sentía culpable. Sacudo levemente mi
cabeza, no sé por qué estoy sorprendida.
Realmente, ¿a quién estoy engañando? No estoy sorprendida. Yo espero
que los hombres me decepcionen. Siempre lo han hecho.
Yo pensé que teníamos una conexión, susurra una vocecita desde el fondo
de mi corazón.
Doblo el periódico a la mitad y lo pongo de nuevo en la banca mientras
suspiro.
Mis pensamientos divagan hacia la mañana cuando nos despertamos y la
manera como me trató. En ese momento, sí sentí como que no iba con su
personalidad ser tan dulce, pero me gustó, así que no dejé que mi mente
explorara el porqué de su actitud. Todavía puedo escuchar su voz gruesa y
sexy cuando me dijo que se tenía que ir, y me preguntó si para mí estaba
bien eso. Cuando me dijo que había tenido una noche increíble.
Volteo los ojos. Ya entiendo por qué estaba siendo todo maravilloso y
romántico, llamándome cariño y pendejadas así. ¿Se sintió culpable en ese
momento porque iba a volver a la casa con ella? ¿Por eso es por lo que
estaba siendo dulce? ¿O estaba siendo dulce porque sabía que yo me sentía
como una idiota por él?
Dios.
Yo no soy su “cariño”.
Que se joda, y que se jodan todos.
Con la mano temblorosa, doy un sorbo a mi café. No tengo idea de por
qué pensé que él sería diferente.
Porque lo es, esa perra patética que vive en mi corazón protesta.
Repaso los hechos reales—los que no puedo negar.
Lo conocí en un burdel, y en el fondo, ya sabía quién era.
—¿Deseas ordenar algo? —dice el mesonero, interrumpiendo mis
pensamientos.
—No, estoy bien. Increíble, de hecho. —Le sonrío.
—Dime si necesitas otro café. —Sonríe.
—Seguro que sí.
Veo como se retira, y levanto el trago hacia mis labios con una sonrisa
triste.
Sabes que estás jodida si secretamente te sientes aliviada cuando un
hombre te muestra su verdadero ser. Llámalo como quieras—una señal de
alarma, un sexto sentido, o el universo cuidándome—pero yo sé que es un
pequeño recordatorio de lo que se siente ser herido por alguien a quien
amas.
Una señal para más nunca pasar por eso.
***
—Mmm, voy a pedir uno de esos también. —Sonrío mientras paso mi
menú.
—Entonces —Lara continua—. Ahora voy a tener una mala calificación,
todo porque está bruja estúpida no podía molestarse en hacer su mitad de la
asignación.
—Eso apesta —dice Brandon—. Odio las asignaciones grupales.
—Nunca es justo —añado—. Una persona siempre termina haciendo
todo el trabajo.
—Necesitas decirle a alguien —dice Brandon.
—De verdad necesitas hacerlo. —Doy un sorbo a mi vino.
Es sábado por la noche, y como siempre, salgo a comer con Lara y
Brandon.
Siento que la mesa vibra por culpa de mi teléfono, lo volteo y veo el
nombre de Porsha iluminando la pantalla.
Carajo, se enteró del cambio que hizo Sebastian la semana pasada.
Me va a despedir. Ah, está bien no... es como si quisiera volver de todas
formas.
—Tengo que atender esto —digo mientras me levanto—. Vuelvo en un
minuto. —Salgo rápidamente por la puerta y contesto el teléfono.
—Hola.
—Hola, Cartier.
—Hola, Porsha.
—Cariño, ha habido un cambio de planes esta semana.
—De acuerdo... —Frunzo el ceño.
—El Sr. Smith ha pedido una noche en privado contigo, por lo que
trabajarás mañana en la noche en vez del jueves.
—No entiendo qué quieres decir.
—Tenemos un servicio platino aquí, y el Sr. Smith ha decidido usarlo.
Ven al club y te prepararemos, por supuesto, pero no participarás en la
subasta como de costumbre.
—¿Eso sucede?
—Es muy poco común, debo admitir.
—Pero eso no forma parte de mi trabajo.
—Bueno...
—No, gracias —interrumpo—. No estoy interesada en dar noches
privadas a ninguno de los clientes. Mucho menos a él.
—Pensé que te gustaba el Sr. Smith.
Mis ojos se inflan a la vez que intento pensar en una respuesta
profesional. —Lo siento. No estoy interesada.
—Entonces, ¿qué le diré?
—Lo que quieras; realmente no me importa. Dile que estoy lavando mi
cabello. ¿Por qué no organizas para que Luna tome mi lugar?
Porsha se ríe. —¿Estás segura? Puso una suma muy grande de dinero.
Volteo los ojos. —Completamente segura. Pero gracias por la
oportunidad.
Porsha suspira. —Él no estará contento.
—No es mi problema. Te veré el jueves por la noche.
—Sí, está bien. Que tengas buena noche.
Sonrío, sintiendo que recuperé algo de poder. —Adiós. —Cuelgo el
teléfono y camino de vuelta al restaurante.
—¿Quién era ese? —pregunta Brandon.
—El café —miento, tomando mi asiento de nuevo—. Me dieron un turno
adicional.
El sol mañanero brilla por la ventana del café.
—¿Te puedo ayudar en algo? —pregunto.
—Tomaré un desayuno típico inglés con leche, por favor —dice el
cliente.
Lo digito en la computadora. —¿Y le gustaría un scone hoy, Srta.
Henderson?
—Sí. —Sonríe—. Tienes una buena memoria.
—¿Cómo podría olvidarme de usted? Tome asiento y lo prepararé para
usted.
Volteo y pongo la orden en la lista de espera de la máquina de café para
Lance, y luego voy a preparar el scone.
Voy hacia la computadora y me dirijo al siguiente cliente. —¿Qué desea?
—Macchiato doble —dice una voz gruesa.
Miro hacia arriba y encuentro la mirada de Sebastian. Está vistiendo un
traje azul oscuro y una camisa blanca perfectamente planchada. Su cabello
oscuro cuelga sobre su hermosa cara, y sus labios son un tono perfecto de
“ven y fóllame”.
Un sentimiento estúpido me recorre antes de que pueda recuperarme. Veo
la pantalla. —¿Eso es todo, señor? —Se queda en silencio, forzándome a
mirarlo.
Levanta una ceja, y yo levanto la mía de vuelta.
—¿Es. Eso. Todo. Señor? —repito.
Aprieta su quijada. —¿Podemos hablar? ¿Afuera?
—Lo siento. Estoy muy ocupada. ¿Quieres algo más con tu macchiato o
no?
—Afuera, ahora, o te sacaré a rastras. Tú eliges.
Finjo una sonrisa. —No estoy interesada en lo que tiene para decir, Sr.
García.
—April... —Me mira con ira—. Tienes tres segundos para sacar tu puto
trasero afuera antes de que te saque a rastras de aquí.
—Vete a la mierda —vocifero, nos miramos con rabia el uno al otro y la
alocada ira rebota entre nosotros.
—¿Cuál es tu maldito problema? —vocifera.
Empujo su orden en la computadora, frustrándome un poco.
—Déjame sola, Sebastian. —Lance voltea hacia nosotros.
—Sólo estoy tratando de robarme a April por un momento. —Sebastian
finge una sonrisa hacia Lance—. Es un asunto urgente. No tomará un
minuto. —Lance nos ve a los dos—. Está bien.
Por Dios santísimo.
Marcho con Sebastian hacia afuera del café a la calle caminando
furiosamente.
Me arrastra hacia una esquina del callejón.
—¿Cuál es tu maldito problema? —vocifera.
Cruzo mis brazos y volteo los ojos. —No tengo un problema.
—Yo sabía que ibas a seguir.
—¿Seguir? —susurro alteradamente—. No soy la que está siguiendo las
cosas aquí. Sebastian. Vete.
—Era una cita a ciegas que estaba arreglada semanas atrás.
—Vete al carajo. Claramente decía que ella era tu pareja.
—¿Y crees en todo lo que dicen los tabloides?
—No me importa, de todas formas.
—Mi punto exactamente. —Lo golpeo al retirarme, toma mi brazo y me
hala de vuelta—. Para —susurro—. Tú eres muy viejo para mí de todas
formas.
—Obviamente, porque se siente como si estuviese lidiando con una
adolescente malcriada en este momento.
Mis mejillas se calientan de la pena. Él está en lo correcto; estoy
actuando como una niña, pero al carajo, estoy molesta. Cruzo mis brazos de
la rabia.
—No la toqué —dice calmadamente.
Volteo los ojos.
—Era mi cita a ciegas que yo ni siquiera organicé. Además de eso, ¿por
qué querría salir con otra mujer cuando en todo lo que puedo pensar eres
tú? —Mis ojos encuentran los suyos, y una pequeña sonrisa se dibuja en su
rostro—. ¿Ahora ya se te pasó la pataleta?
Muerdo mis labios al tratar de contener mi lengua. —Me hiciste sentir
como una mierda.
Pausa por un momento. —Lo siento.
Intenta colocar su mano en mi brazo, pero le doy un manotón.
—No eres algo bueno para mí, Sebastian.
Me da su primera sonrisa genuina. —No me digas.
Curvo mi cabello detrás de mi oreja. —Ni siquiera me importa lo que
hagas.
—¿Estás segura de eso? —Camina hacia mí. Está a solo centímetros de
mi cara.
Miro al suelo, y él coloca su dedo bajo mi mentón y levanta mi cara al
nivel de la suya. —No estoy saliendo con nadie.
—No es mi problema con quién sales.
—Estás equivocada. —Sonríe—. Es completamente tu problema.
Sus labios toman los míos, y me besa con la cantidad exacta de succión,
justo lo suficiente como para doblar los dedos de mis pies. —Ven y quédate
conmigo esta noche.
Me enojo. Mierda, esto no estaba en mis planes.
—Organicé esto para que no tuvieras que ir a la subasta del jueves por la
noche. Mis baños están siendo remodelados, y me estoy quedando en el
hotel por un par de noches. Y Porsha me debe un favor.
—¿Qué quieres decir?
—Yo dibujé los planes de su remodelación. Ella me debe.
Levanto mi ceja. —¿Yo soy el favor? —Sonríe a la vez que acomoda mi
delantal.
—¿Te vas a quedar arriba del club toda la semana? —frunzo el ceño—.
¿Vas a entrar?
Se ríe, toma las solapas de mi camisa, y me hala hacia él. —Me gusta
esto de los celos. —Sus labios hacen contacto con los míos—. No estoy
celosa. Simplemente no estoy interesada en ser las sobras de alguien más.
—Sonríe mientras me mira directamente a los ojos.
—Si quieres ir al club está bien, pero... —Veo hacia el fondo del callejón
mientras pienso cómo hacer que esto no suene tan mal.
—¿Pero? —Me besa la parte baja del cuello.
¿Cómo se supone que piense bien cuando está conmigo de esta forma?
Él no juega de forma justa.
—No deberías gustarme —digo.
Sonríe contra mi cuello. —Pero lo hago.
—¿Puedes parar esto? —Doy un paso hacia atrás para ganar distancia—.
Maldito sea este hombre.
Sólo estamos teniendo sexo, trato de recordarme a mí misma.
—No me gusta que vayas a ese lugar —digo.
—No me gusta que tú vayas a ese lugar —responde.
—Sólo me quedan dos turnos.
—Uno luego de esta noche.
Mi mirada se va hacia el camino a nuestros pies.
Me toma en sus brazos. —Ven y quédate en el club conmigo. —Me besa
en la sien—. Sólo voy a ese lugar por ti. —Presiona sus labios con mi oreja
—. No me hagas rogar.
Le sonrío levemente, mientras mi pataleta se va desvaneciendo. —Lo
pensaré.
—Puedo pedir un servicio, podemos beber cócteles —ofrece para intentar
cerrar el trato.
Mis ojos se encuentran con los suyos. —¿Qué es lo que te gusta sobre mí,
Sebastian?
Él duda como si estuviese buscando la respuesta correcta y
eventualmente responde. —Tú me haces olvidar quién soy.
¿Qué significa eso? —¿Qué hay de malo con quién eres?
—Todo.
Mi corazón se encoge. —Bueno, aparte de tomar otras mujeres a bailes y
ponerme extremadamente celosa, y el pequeño hecho de que eres un idiota
malhumorado —digo—. Pienso que eres un poco maravilloso.
Me regala una sonrisa lenta y sexy y mete sus manos en sus bolsillos. —
¿Te veo esta noche entonces?
Digo que sí con una sonrisa, y luego camino por el callejón de vuelta al
café.
—¿April? —me llama desde atrás.
Me volteo hacia él.
—¿Dónde está mi beso de despedida?
Mi corazón se contrae. Me volteo, y me toma entre sus brazos. Luego lo
beso suavemente. Sus labios se posan sobre los míos, y siento que
campanas retumban a mi alrededor.
No tengo defensas cuando se trata de este hombre. Ninguna. Me tiene
exactamente donde me quiere, y ni siquiera puedo pretender querer luchar
contra eso.
—Contaré las horas que faltan para verte de nuevo —susurra.
Yo asiento, estando segura de que este tren va directo al infierno.
Pero siendo la tonta que soy, sé que no me puedo bajar.
La maquilladora termina de aplicar los últimos toques a mi cara, y yo veo
mi reflejo en el espejo iluminado.
—¿Qué tal está? —pregunta.
—Perfecto. —Sonrío, contenta con el resultado—. Gracias.
Esta noche pedí un peinado que se viera natural. Mi cabello rubio se ve
muy bien con un corte Bob. Hice que le pusieran un tono distinto, lo cual lo
convirtió en un color champaña. Desde que empecé en el club Escape, es la
primera vez que llevo pantalón. Es negro con dorado, de seda, acompañado
con un top de botones y una chaqueta negra hecha a mi medida.
Me siento más sexy que de costumbre en el tiempo que llevo aquí. Hice
esto para sentirme más como de verdad soy.
Esto es algo que me pondría en el mundo real. Vestidos con encajes y de
espalda descubierta, aunque sean muy bonitos, no son algo que me pondría
para salir una noche.
Me paro y miro mi trasero. Los pantalones están ajustados, y me
desabrocho los dos botones de arriba de mi camisa, lo que hace que se vea
mi sostén color crema con encajes.
Me emociona saber que lo veré pronto.
Tuve una epifanía en la ducha más temprano. Está bien disfrutar un
hombre incluso sabiendo que no hay un futuro con él. Me estoy dando
permiso para caer en la lujuria porque, vamos a aceptarlo, esto es lo que es:
una atracción intensa, como de otro mundo. Él también lo siente. Lo ha
dicho con mucha claridad.
Nuestros cuerpos lo hacen tan bien juntos. Él es fuerte, grande,
dominante y, bueno, al final del día me gusta que me domine.
¿Quién lo hubiera dicho?
Estoy tomando este pequeño romance entre nosotros como un descanso
de la realidad. Por el tiempo que esto dure—presiento que no por mucho
más—voy a disfrutar el viaje porque los hombres que se ven y que follan
como Sebastian García son muy escasos.
Él es un valioso diamante en bruto. El pináculo de los deseos sexuales de
una mujer.
Yo tengo veinticinco y estoy en mi mejor momento. No tengo
compromisos y me gustó entregarle el poder. Él sabe exactamente qué
hacer. Ningún hombre me ha satisfecho como él lo hace. El sexo que
tenemos es cosa de otro mundo.
Demasiado candente.
Andrew pasa por al lado de mí con su intercomunicador. —Cartier, tu
llave está en la recepción. Esta noche estarás en el otro lado del hotel.
Frunzo el ceño. —¿El lado de los huéspedes?
El hotel tiene dos torres. Una para el Club Escape, la otra para los
visitantes regulares del hotel.
—Sí, así es. El pent-house, Torre Uno.
La chica que está parada a mi lado murmura, —Perra afortunada.
Sonrío, y me veo una vez más al espejo. Luego subo a la recepción para
tomar la llave y partir hacia el pent-house de la Torre Uno.
***
Parada en la puerta, tomo un suspiro profundo y tembloroso para
prepararme. Estoy nerviosa. Por muchas razones, supongo. La principal es
que estoy cerca de él.
Deslizo mi tarjeta para abrir la puerta, y mis sentidos se sobrecargan
instantáneamente.
Sexual Healing de Marvin Gaye está sonando en los parlantes. Es la
canción con la que caminé la pasarela esa segunda noche.
Camino por el lujoso vestíbulo y lo veo parado frente a la ventana
vistiendo un esmoquin. Veo su espalda mientras que él ve a través de la
ventana mientras sostiene en su mano un vaso con un líquido ámbar.
Lo veo sin interrupción alguna por un momento. Alto, oscuro y
buenmozo, pero es lo que representa lo que me llama hacia él. Su
sexualidad es profunda y arraigada en su psique.
Diablos, soy adicta a él.
—Hola.
Se voltea, y me mira de arriba a abajo. —Hola. —Levanta su vaso hacia
sus labios—. Te ves hermosa —dice luego de tomar un trago.
Sonrío apenada mientras camino hacia él. —Tú también.
Pone su trago en la mesa y me encuentra a mitad de camino. Tan pronto
como nos topamos, nos besamos. Nuestros ojos se cierran, y sostiene mi
cara como siempre lo hace. El beso es profundo y apasionado, como si
hubiese pasado una eternidad desde la última vez que nos vimos.
Las palabras sobran cuando estamos juntos, es como si habláramos otro
lenguaje, o de repente es que nuestros cuerpos hablan por sí solos.
—Hey —murmura contra mi boca.
Sonrío a la vez que él. —¿Por qué me vuelves loca por el sexo, Sr.
García?
Se ríe y me guía hasta el bar. —Me temo que realmente es al revés.
Llena dos copas de champaña y me pasa una. Choca su copa contra la
mía.
—Creo que nos hemos dirigido veinte palabras el uno al otro desde que
nos conocimos.
Sonrío con la copa en mis labios, pensando en que está en lo correcto.
Sus ojos hambrientos miran mi cuerpo y, como si no pudiera evitarlo,
baja su mano por mi pecho y siente uno de mis senos por encima de mi
camisa. —Me gustas vestida así. —A mí me gustas más desnudo —
respondo.
Levanta una ceja. —Me prometí a mi mismo que por lo menos
tendríamos una conversación. —Me está mirando los labios, distraído.
—Hablar está sobrevaluado. Yo prefiero usar mi lengua de mejor forma
—le digo.
Respira profundamente. —Entonces no dejes que interfiera por favor.
¿Realmente, qué sé yo?
Camino hacia él, y agarro su entrepierna. —Tienes algo que yo quiero, Sr.
García. —Toma un sorbo de su champaña.
Pongo mi boca cerca de su oreja. —Quiero lamerte y beberte todo.
Agarra mi cabello con su mano. —Entonces ponte en tus malditas
rodillas.
Gimo, me duele un poco mi cabello mientras me empuja hacia el piso.
Antes de darme cuenta, tiene el cierre abierto y su pene erecto en el fondo
de mi garganta. Tengo arcadas.
Es demasiado grande.
Sonríe sombríamente y frena un poco. Luego, coloca sus manos en la
parte de atrás de mi cabeza y empuja contra mi garganta, entrando hasta el
fondo.
Gimo, y su cabeza se inclina hacia atrás del placer.
Sus ojos se oscurecen mientras me mira y me entra el sentimiento de que
me va a follar duro en un minuto. Muy duro.
—Fóllame —jadea.
Lo saco de mi boca y sonrío, —ahora, ¿no es mejor esto que
conversación sin sentido? —Deslizo mis manos por sus gruesas piernas—.
Estoy de acuerdo —dice riéndose.
April
ME DESPIERTO al escuchar una alarma.
Miro el teléfono de Sebastian en su mesa de noche. Frunce el ceño y lo
apaga mientras estira su brazo, me hala hacia él y me besa en el hombro.
—Buen día. —Sonrío, mi mejilla pegada a la suya.
—Buenos días. —Su voz es profunda y ronca, sus ojos están todavía
cerrados—. Quedémonos en cama hoy.
—Eso desearía. Tengo clases.
Me mira a los ojos. —¿Qué estás estudiando?
—Derecho.
Levanta una ceja, como si estuviera sorprendido.
—¿Qué? —Sonrío.
—Nunca te imaginé como abogada. —Se sienta en la cama. Las sábanas
se arrugan en torno a su cintura, y mis ojos quedan fijados en su pecho
ancho y oscuro—. ¿En qué año estás?
—Terminando mi segundo.
—Uno de mis mejores amigos es abogado. Es el presidente de la Corte
Suprema de Justicia.
—¿En serio? —Sonrío. Esa es información nueva que debo guardar.
Se reclina contra la cabecera y pone las manos sobre su cabeza, juntando
los dedos. Siento que algo está pasando por su cabeza.
—¿Qué? —pregunto.
—¿Por qué no tienes novio?
Me encojo de hombros. —No hay nadie que me interese.
—¿De verdad?
Me río. —¿Por qué es eso tan sorprendente?
Se da la vuelta y pone mis manos sobre mi cabeza. —¿Estás diciendo que
yo no soy interesante? —Me muerde el pezón.
—Lo que sucede es... que no eres exactamente material de novio. —Me
río—. ¿No es cierto? —Lucho para liberar mis manos.
Me muerde de nuevo, y el ambiente cambia. —Aunque... —Sonrío.
—¿Aunque qué? —Me muerde de nuevo.
—Tu apetito sexual definitivamente es digno de contar. —Sonríe
mientras separa mis piernas con sus rodillas.
—Para. —Me río mientras trato de separarlo—. No va a haber sexo esta
mañana.
—¿Por qué no?
—Porque tú eres un animal que me está tratando de coger hasta la
muerte, y yo estoy hinchada.
Baja su mentón para apoyarlo en mi pecho. Recojo el cabello de su
frente.
—Claro, porque tú eres tan pura y buena, ¿correcto? —dice sonriendo.
Suspiro. —Soy buena y pura, muchas gracias. Sólo que eres una mala
influencia para mí.
—La señorita “Quiero lamerte y beberte todo”. —Se mueve hacia atrás y
se levanta de la cama.
Mis ojos se dirigen a su pene semi-erecto colgando entre sus piernas. —
¿Qué esperas con esa cosa colgando por ahí? —Abre sus manos, cada una a
un lado de su cuerpo—. Última oportunidad. —Yo paso. —Levanto ambas
cejas, transmitiendo mi punto.
—Te lo estás perdiendo. —Se encoge de hombros casualmente y camina
lentamente a la ducha, dejándome atrás acostada en la cama.
Me gusta su estado de ánimo.
Oigo que la ducha se prende, y me pongo la bata y camino hacia al baño
para encontrarlo bajo la ducha enjabonándose.
Me siento en la silla de la esquina. —¿Y cómo es que tú no tienes una
novia?
El agua cae por su cabeza. —Porque hacen muchas preguntas personales.
Sonrío, listillo. —¿O sea que tú me puedes hacer preguntas personales,
pero yo no te puedo preguntar ninguna?
Se echa champú en la mano y empieza a restregar su cabello. —Correcto.
—Deberíamos ir a cenar esta noche —digo.
Frunce el ceño. —Mmm. —¿Qué? —respondo.
—No debería ir a una cita contigo.
—¿Por qué no?
—Porque trabajas en el club. Está en las reglas de la membresía.
—Oh, que Dios no permita que arriesgues tu membresía.
—Siempre puedes renunciar —dice con un guiño.
Me levanto y pongo mis manos en mi cadera. Demuestro que estoy
molesta. —Sebastian García, ¿estás tratando de sobornarme con una mísera
cena para que deje mi trabajo?
Se enjuaga el champú de la cabeza. —Puede ser. —Sonríe con los ojos
cerrados—. Es posible que esté tratando de sobornarte para que salgas
conmigo.
Me muerdo el labio para esconder mi satisfacción. —Lo pensaré. —
Como si no me importara.
—Está bien, tienes diez minutos para decidir. Voy a estar en reuniones
todo el día hoy, y si quieres reservar un restaurante para esta noche, necesito
saber ya. —Sale de la ducha y me arranca la bata para meterme bajo el agua
—. ¿Algo que pueda hacer para influenciar tu decisión? —Sus labios se
acercan a mi cuello y me muerde. Me río con fuerza.
—No, maníaco del sexo. Ya has hecho suficiente.
Sebastian
—Sebastian, Buddy ha llegado.
—Gracias, Carly, dile que pase —digo por el intercomunicador.
Me paro, y momentos después, mi puerta se abre y veo a mi persona
favorita.
—Hola, Papá.
—Hola, querido. —Sonrío—. ¿Dónde quieres ir para almorzar?
Buddy es el hijo de mi hermana. Su padre se fue de la casa cuando él
tenía dos años, y yo entré como su figura paterna desde ese momento.
Me empezó a llamar Papá a la edad de cinco cuando empezó el
colegio, y no quería que los otros niños pensaran que él era diferente.
—¿Por qué insistes en llamarme querido? Ninguno de los otros
padres llama a sus hijos “queridos”. Es tan femenino.
Sonrío mientras aprieto su hombro. —Eso es porque ninguno de los
otros papás te quiere tanto como yo. Y déjame asegurarte, que te
quieran tanto no es femenino.
Me regala una media sonrisa. Buddy es la única persona que ve mis
emociones sin ningún filtro. Las guardo todas para él. Es la persona
más importante de mi vida.
—¿Podemos comer McDonald’s para el almuerzo?
Hago una mueca de dolor. —Estoy muy viejo para esa mierda. —
Tomo mi chaqueta del respaldo de la silla—. Almorzaremos en el bar.
Suspira. —Sí, está bien.
April
—Entonces, ¿qué veremos? —pregunto a Brandon mientras manejamos.
—Creí que veríamos esa nueva película de ciencia ficción. La que es con
Matt Damon.
—Está bien. —Lo miro—. ¿Por qué Lara no pudo venir?
—Tenía un compromiso.
—Creo que secretamente está viéndose con ese tipo del bloque dos.
Parece estar teniendo muchos compromisos últimamente.
Me mira rápidamente. —¿De verdad lo crees?
Los vi hablando en el gimnasio la otra noche, y ellos parecían muy
cercanos.
Sonríe. —Bien por ella.
Frunzo el ceño mientras él se desvía del camino que tomamos para el
cine. —¿A dónde vamos?
—Tengo que recoger algo. Tenemos tiempo suficiente.
—Está bien. Empiezo a tocar la pantalla de mi teléfono sin sentido.
—¿Sabes que me gustas?, ¿no? —dice Brandon.
—Sí. —Veo historias de Instagram. Él ha estado un poco apegado
últimamente. Espera, ¿qué? —¿Qué quieres decir con eso?
—Sólo eso. Sabes que me gustas.
Le frunzo el ceño. Siempre he tenido mis sospechas de que Brandon tenía
un crush secreto por mí, pero estaba segura de que no. Yo soy muy vieja
para él.
Tuve que haber malentendido lo que me estaba diciendo. Realmente no
estaba escuchando la primera mitad de la conversación.
Maneja el carro por una entrada de carros de una mansión con hermosos
jardines. El edificio es de tres pisos de alto.
—¿Dónde estamos?
—Sólo tengo que recoger los tiquetes.
—Oh.
—Pasa.
No quiero ser maleducada. —Está bien. —Salgo del carro y lo sigo hacia
la puerta principal—. Wow, esta casa es increíble —digo a la vez que miro a
mi alrededor.
Llegamos a las escaleras de la entrada, y Brandon toma mi mano.
Frunzo el ceño y trato de soltar mi mano de la suya, pero me mantiene
agarrada.
—¿Qué haces? —le pregunto.
—Me gustas, April.
—¿Disculpa?
—Creo que ya es tiempo.
—¿De qué? Frunzo el ceño. Oh, ¿qué diablos está pasando aquí?
—Brandon, ¿de qué estás hablando? Estoy completamente perdida.
—Te amo.
—Mis ojos se agrandan. —¿Qué?
Se inclina y me besa, y la puerta de la casa se abre a nuestras espaldas.
Doy un paso hacia atrás, conmocionada por lo que acaba de pasar. ¿Qué
carajo está haciendo?
Mis ojos cambian de dirección hacia la persona que acaba de abrir la
puerta.
Sebastian me mira a los ojos.
Mis ojos se agrandan, ¿Qué diablos? ¿Esto acaso está ocurriendo de
verdad?
—Papá —anuncia Brandon. Esta es April, el amor de mi vida.
8
April
SEBASTIAN ME MIRA por un momento, y luego, sin pronunciar palabra alguna,
se da la vuelta y entra a la casa.
Mis ojos se agrandan, ¿Sebastian es el padre de Brandon?
¿Qué carajo? ¿Tiene un hijo?
—¡Brandon! —protesto mientras voy por Sebastian—. Sólo somos
amigos.
—April, sabes que es más que eso —protesta, siguiéndonos.
Sebastian se da la vuelta y me mira con rabia de una manera que nunca
había visto
—Te lo juro, Seb, sólo somos amigos. —Sacudo mi cabeza en pánico—.
No está pasando nada.
Brandon nos mira a ambos, confundido. —¿Cómo puedes decir eso?
Pasas la noche en mi habitación todo el tiempo —¡En el piso! —protesto.
Sebastian me ve a los ojos. Su postura es fría y distante.
—Te amo, April —dice Brandon.
Jesucristo. ¿Qué diablos? ¿Escoge este momento para hacer esto?
¿Cómo carajo es el hijo de Sebastian? No podrían ser más distintos.
—Brandon... ¡suficiente! —exploto de la rabia, mis ojos fijos en
Sebastian—. No tenemos nada. ¡Entiéndelo!
Los ojos de Sebastian destellan color rojo. —No le hables a mi puto hijo
así.
—Pero... está equivocado.
—Lo vi con mis propios ojos. —Sebastian se para frente a mí, y yo doy
un paso hacia atrás, nuestros ojos conectados—. Crees que puedes jugar con
él... ¿mientras juegas conmigo? —susurra sombríamente.
Sacudo mi cabeza. —No, Sebastian. Te lo juro, estoy diciendo la verdad.
Brandon nos ve a los dos. —Esperen... ¿qué? ¿Ustedes dos se conocen?
Me quedo en silencio, asustada de hablar. El pecho de Sebastian se
hincha y desinfla al tratar de controlarse.
—¿Conoces a mi padre? —pregunta Brandon, demandando una
respuesta.
Sebastian me sigue viendo a los ojos fijamente.
Me quedo en silencio.
—¡Respóndele! —grita Sebastian.
Con mis ojos llenos de lágrimas, asiento.
Brandon nos mira a los dos. ¿Cómo?
Mi corazón empieza a latir rápidamente. Sebastian me está asustando.
Nunca lo he visto así. Es malvado cuando está molesto.
—Seb —susurro—. Brandon y yo sólo somos amigos. Te lo juro.
—Tú te quedas en mi habitación. Estábamos besándonos sólo dos
minutos atrás —interrumpe Brandon—. Sabes que somos más que amigos.
Todo el mundo lo sabe.
—La quijada de Sebastian se aprieta con furia.
—De cualquier manera, ¿cómo conoces a mi padre? —Brandon demanda
de nuevo.
Oh, por el amor a Dios, sólo cierra la maldita boca, niño. ¡Estás
arruinando mi vida aquí!
Los veo a los dos.
—Responde su pregunta —Sebastian susurra sombríamente.
—Sebastian. —Sacudo la cabeza—. Te lo juro...
—Papá —interrumpe Brandon—¿Qué está pasando?
Los ojos de Sebastian se dirigen a Brandon. —Ella no es la chica
indicada para ti.
Brandon frunce el ceño.
Sí, dile que yo soy tu chica.
—Dile lo que haces por dinero, April. —Se borra la expresión de mi cara.
—Sebastian, para —interrumpo. Si dice esto en voz alta, no lo puede
retirar. Nosotros no podremos volver a la normalidad. —Lo digo en serio.
No vayas en esa dirección.
Sebastian levanta el mentón, como si mis palabras solamente le hubiesen
echado leña al fuego. —Cartier trabaja en un club de striptease.
La expresión se borra de la cara de Brandon. —¿Quién es Cartier?
—Ese es el nombre artístico de April.
—Para.
Lloro.
Nos miramos el uno al otro a la vez que se me pone la piel de gallina.
No lo digas. Por favor no lo digas.
—April es una prostituta que le cobra a los hombres por tener sexo con
ella.
La expresión desaparece de la cara de Brandon. —¿Cómo sabes eso?
No.
Los ojos de Sebastian se mantienen fijados en mí. —Porque yo le pagué
para que tuviera sexo conmigo.
Empiezan a caer lágrimas de mis ojos.
—¿Tuviste sexo con April? —Brandon frunce el ceño.
—Sí.
Dejo salir un grito de terror.
—Estaba jugando con los dos —susurra Sebastian. Mi cara se inunda de
lágrimas.
—No, yo no lo estaba haciendo. —La traición llena mi alma.
Los ojos fríos de Sebastian siguen viéndome a los míos. —Vete de mi
casa, perra mentirosa. —Da un paso hacia adelante—. Y si te vuelves a
acercar a mi hijo verás lo que te va a pasar.
¿Qué carajo?
Siento vergüenza en cada célula de mi cuerpo, y sollozo con fuerza al
escuchar sus palabras hirientes.
—¡Sal de mi puta casa! —grita lo más fuerte que puede, y se ve que
pierde el control.
Me volteo y tropiezo. Si me hubiese maltratado físicamente, hubiese sido
menos doloroso.
Necesito irme lejos de él.
Casi no puedo ver por culpa de las lágrimas cayendo por mis ojos. Me
tropiezo saliendo de la puerta de la casa y veo a mi alrededor. Está oscuro y
está empezando a llover. No tengo idea de dónde ir.
Difícilmente llego a un lado de la casa y me paro contra la pared,
escondiéndome. No los quiero ver... a ninguno de los dos.
—Vete de mi casa, perra mentirosa.
Me cubro la boca con la mano para controlar mi llanto.
—April. —Brandon viene corriendo hacia mí, y me presiona contra la
pared—. ¡April! —me llama bajo la lluvia—. ¿Dónde estás?
Sebastian sale a buscarlo en el patio del frente.
—¿Qué carajo hiciste? —Brandon se voltea y llora.
—Nos ha mentido a los dos.
—No sabes lo que estás diciendo.
—Sí, lo sé.
—No puedo creer que te acostaste con ella —protesta Brandon.
Silencio.
Dolor corre por mi pecho.
—Entra a la casa —dice Sebastian.
—La amo —protesta Brandon.
—Lo sé.
—¡Lo arruinaste todo!
—Ella no es la chica indicada para ti. Lo siento, pero nunca podría
mentirte, y nunca podría ocultar un secreto como ese. Te amo demasiado.
Mi cabeza descansa contra los ladrillos. La lluvia está empezando a caer
más duro ahora, y puedo saborear la sal de mis lágrimas.
¿Y qué pasa conmigo?
Esto es el fin para nosotros... no hay manera de volver a lo que teníamos
después de esto.
Le dijo a su hijo que soy una prostituta.
Mi pecho se aprieta. Lo sabía. Sabía que era demasiado bueno para ser
verdad.
—¡Te odio! —protesta Brandon.
—Entra a la casa y ódiame.
Silencio.
—Buddy, vamos. Adentro.
Estoy llena de vergüenza. Nunca me había sentido tan abandonada en mi
vida.
—¿Dónde fue? —pregunta Brandon. —¡April! —me llama. La puerta de
la entrada se cierra de golpe, y coloco mi cabeza en mis manos, llorando en
silencio.
Sebastian camina hacia la calle y mira de un lado a otro. Inclina su cabeza
en resignación y mete las manos en sus bolsillos. Se para en la lluvia por un
largo tiempo, y eventualmente, camina de vuelta dentro de la casa.
La puerta se cierra de golpe, y lloro, mis hombros se mueven de arriba a
abajo mientras las lágrimas caen.
—Vete de mi casa, perra mentirosa. —La vergüenza.
Esto duele.
¿Es así como me ve? Todo este tiempo, mientras yo me enamoraba, ¿él
no veía nada en mi sino una perra?
—Ella es una prostituta que le cobra a los hombres por tener sexo con
ella. —Mi respiración tiembla al tratar de contener mi llanto.
Saco mi teléfono y pido un Uber. Tengo que continuar limpiando mis ojos
para poder ver la pantalla.
—Porque le pagué para tener sexo conmigo. Estoy avergonzada, apenada
y tan confundida.
Estoy jodidamente dolida.
Y la peor parte es que está en lo correcto. Lo que dijo es totalmente
cierto.
¿Por qué diablos trabajé ahí?
—Atrévete a acercarte a mi hijo de nuevo y verás lo que te pasará.
Con mi mano temblorosa, meto de vuelta el celular en mi bolso y me
deslizo contra la pared para terminar sentada en el piso.
Y entre la lluvia y la oscuridad lloro... sola.
April
MI CELULAR VIBRA sobre la mesa al entrar un mensaje de texto.
¿Estás despierta?
Sonrío y volteo mi teléfono para no ver la pantalla.
Penélope frena su vaso a mitad de camino hacia su boca. —Mátame en
este instante. ¿Es ese Duke?
Doy un sorbo a mi Margarita. —Mmm.
—¿Estás absolutamente loca? —protesta Anna.
Volteo los ojos.
Penélope y Anna intercambian miradas, no están impresionadas.
—Si a ustedes dos les gusta tanto, pueden ser su llamada de medianoche.
—Sonrío con el vaso en mi boca.
—Mmm, está bien. —Penélope infla los ojos al pretender tomar mi
teléfono y contestar.
—Desearía que un jugador de fútbol atractivo quisiera ser el padre de mi
bebé. —Penny levanta la mano como si estuviera en clase, esperando que
sea su turno—. Sí maldición, estoy totalmente dispuesta a eso.
Sonrío y veo que mi teléfono vibra, de nuevo. Lo ignoro una segunda vez
y lo pongo en silencio.
—¿Qué diablos te pasa? —Penélope protesta con disgusto.
—Yo le digo todo el tiempo que vaya y encuentre a alguien más.
—¿De verdad le dices eso? ¿Ve a buscar a alguien más?
—Mmm.
—¿Y aún así te llama todas las noches para follar, y convenientemente
aceptas?
Me encojo de hombros. —Es que es tan atractivo, y somos amigos. —Las
chicas ríen.
—Yo no quiero una relación. —Doy un sorbo a mi trago—. Pero no soy
completamente estúpida.
Mi celular empieza a sonar, y sé que debo contestar. No va a parar de
llamarme hasta que lo haga.
—Voy a contestar esto. En un minuto estoy de vuelta —digo a las chicas
—. Hola, contesto mientras camino hacia la entrada del bar.
—¿Estás ignorando mis mensajes?
—Por supuesto que lo estoy haciendo. —Empujo la pesada puerta de la
entrada y salgo hacia el camino de piedras—. Carajo, que frío hace aquí
afuera. —Subo el cierre de mi chaqueta.
—¿Dónde estás? —pregunta.
—Te lo dije, esta noche salí con las chicas. —Miro mi reloj—. ¿Por qué
estás despierto? Son las 2:00 a.m.
—Porque estoy jodidamente caliente, y necesito que mi chica venga y
arregle eso.
—Duke. —Sonrío—. Hay tantas cosas que están mal con esa oración que
ni siquiera sé por dónde empezar.
—Sólo ven para acá, mujer. —Mmm... tentador.
Duke Montana es un guapo jugador de fútbol profesional con más
fanáticas que neuronas.
Me tiene en sus contactos frecuentes del teléfono.
Es dos años menor que yo, mide un metro noventa y cinco con un cuerpo
espectacular. Es el chico dorado de su deporte con un cuerpo alto y
muscular. Su cabello es rubio y áspero, acompañado de grandes ojos
marrones, sin mencionar que es increíblemente talentoso. Tanto dentro
como fuera de la cama.
Nos conocimos hace tres años en Manchester cuando estaba en la
universidad, y él jugaba para el United. Los dos éramos nuevos en la
ciudad, y una semana particularmente lluviosa nos topamos en una
lavandería. Empezamos a conversar esperando que nuestra ropa se secara.
Fuimos a cenar, lo traje a mi apartamento, y terminamos teniendo sexo todo
el fin de semana. Era exactamente lo que necesitaba en ese momento, y creo
que para él yo también lo era.
Somos amigos íntimos—del tipo con beneficios—y creo que nos
conocemos mejor que nadie. Pero últimamente, las cosas han cambiado.
Está un poco apegado.
Ahora juega para el Arsenal. Recientemente se mudó a Londres, y está
arruinando todo. Me ha dado un ultimátum más de una vez: o me convierto
en su novia a tiempo completo o no me verá más.
Desearía poder establecerme y darle lo que quiere, porque él de verdad es
un hombre especial... pero, no lo sé. No puedo ni siquiera identificar el
problema.
Él demanda respuestas, peleamos, pero siempre me llama al día siguiente,
y siempre terminamos durmiendo juntos sin profundizar en nada.
Hasta luego de dos semanas que pasa de nuevo.
Decidí hace dos semanas cuando tuvo su última pataleta que lo voy a
alejar de mí.
De verdad me importa, y mi plan es distanciarme lo suficiente para que
pueda ir y conocer a alguien más. Alguien que lo pueda amar de la manera
que él se merece. Yo no soy esa persona. Ojalá lo fuera.
¿Quién sabe qué depara el futuro?
—En serio, April. Sólo ven para acá —dice.
Bajo la cabeza mientras golpeo una piedra con mi pie
—Duke. —Sonrío con tristeza—. Recuerda que hablamos sobre esto. —
Lo sé, pero te necesito.
—Cariño —suspiro, sintiéndome culpable.
Dios, necesito acabar con esto de raíz. Esto no es justo para él.
Pero hace que sea tan difícil cuando es tan bueno en la cama.
—No me importa, solo ven.
—No he acabado con las chicas. Me voy a demorar.
—Eso está bien.
Hago una línea con mi pie en el piso. —¿Por qué no le marcas a una de
tus fanáticas? Hay un millón de chicas que están totalmente perdidas por ti.
—Esto es lo raro. No me importa para nada con quién duerma aparte de mí,
y por eso sé que esta relación está mal.
—No quiero una fanática, te quiero a ti.
Esto va a terminar mal, y de verdad no quiero perder su amistad. —Voy a
ver.
—No dormiré a menos de que sepa que vas a venir.
—Está bien. —Agrando los ojos de la exasperación.
—Está bien —dice suavemente, Y puedo darme cuenta de que está
sonriendo.
—Duke...
—Sí.
—Esto tiene que parar. —Se queda en silencio.
—¿Está bien?
—Tenemos lo del museo el sábado por la noche, ¿recuerdas? —pregunta.
—¿En serio?
—Me prometiste que ibas a venir.
—Vas a estar firmando autógrafos toda la noche de todas formas. No me
necesitas ahí.
—April, me lo prometiste.
Volteo los ojos. —Vale, pero quiero Chadwick’s de cena luego de eso.
—Trato hecho.
Chadwick’s es mi restaurante favorito. Siempre lo hago llevarme allí
cuando me hace ir a eventos de fútbol. Para ser honesta, soy la anti-
fanática. Realmente no veo el atractivo en su fútbol. Quiero decir, no es
fútbol americano o algo así. Es algo cultural, imagino. Siempre me pide ir a
sus juegos, y siempre digo que no. No es fútbol real para mí. Yo soy
americana, y mis gustos por el deporte nunca cambiarán.
—Te veo en una hora más o menos —digo.
—Está bien. —Se mantiene en la línea.
Conozco ese silencio. —¿Qué?
He estado viendo porno desde hace como cuatro horas. Estoy listo para
empezar.
Sonrío malévolamente. —Corrijo, treinta minutos.
—Ya me he masturbado dos veces.
Siento un cosquilleo entre mis piernas. —Nos vemos en quince.
***
Me encuentro en la oscuridad viendo fijamente un patrón en espiral del
papel tapiz. La luz de la luna entra a través de una apertura en las cortinas.
No sé hace cuánto estoy despierta pero deben ser horas,
Duke está abrazándome como una cobija, acurrucado y abrazándome
desde atrás. Esta noche me dijo que me amaba.
Y me sentí como una mierda.
Porque yo lo amo, pero... Mi corazón se retuerce de la tristeza.
¿Qué está mal conmigo?
No siento celos. No me siento comprometida. No siento cercanía. No
siento rabia. No siento nada excepto la liberación física de un orgasmo.
Y no es solo Duke. Ha sido así con otros también. Hasta ahora, siempre
pensé que eran ellos, no yo. Esta vez es diferente.
En mis entrañas, lo sé.
Una lágrima solitaria corre por mi mejilla y para en mi almohada. Estoy
llena de una tristeza incomprensible. Me siento sola... pero no lo estoy.
Estoy con alguien, pero estoy sola.
Pareciera como si los hombres a los que he amado me dañaron.
Sé que son unos patanes, y sé que me merezco algo mejor, pero es como
si mi corazón ya no cree que merezca ser amada, entonces bloquea a todo el
mundo antes de que tengan la oportunidad de herirme.
Duke siempre bromea y me llama la Reina de Hielo. ¿Será cierto?
Ojalá lo hubiese conocido antes. Ojalá lo hubiese conocido cuando aún lo
podía amar.
Le hubiese dado todo lo que soy.
Se mueve y me besa el hombro. —¿Qué pasa, cariño?
—susurra.
Me volteo y le beso la mejilla. —Nada, cariño, vuelve a dormir. Tuve un
mal sueño.
Me abraza más fuerte. —Está bien, estoy aquí. Estás a salvo conmigo. —
Mis ojos se llenan de lágrimas. Desearía que tú estuvieses a salvo conmigo.
Duke se merece algo mejor.
Duke paga el taxi mientras que me estoy bajando del asiento trasero.
Es sábado por la noche, y estamos en el Museo de las Artes de Londres.
Hay una subasta de coleccionables de deportes para ayudar al Ala de
Oncología del Hospital de Niños. Duke y algunos otros jugadores estrella
de deportes están firmando autógrafos, pero yo estoy aquí por mi cena de
recompensa luego del evento. Chadwick’s: el restaurante más divino de
todos los tiempos.
Caminamos a través del vestíbulo, y me veo reflejada en el espejo.
Amo este vestido color café con rayas. Resalta mis curvas.
Entramos al ascensor, mano a mano, y nos damos la vuelta de cara a las
puertas.
—¿Qué vas a comer? —pregunto mientras que las puertas cierran y
empezamos a subir al piso cuatro, donde la subasta va a tener lugar.
Duke levanta una ceja. —A ti.
—Aparte de mi vagina. —Sonrío.
—Tu culo.
Me río, y pasa su brazo alrededor de mi cuello y jugando me hace una
llave de cabeza.
Las puertas se abren en el piso uno. Un hombre está esperando, mientras
habla en su celular. Nos mira rápidamente mientras está entrando, y se
detiene repentinamente.
Mis ojos se cruzan con Sebastian García.
Frunce el ceño, y está parado estáticamente.
Nos miramos el uno al otro, y se me hace un nudo en la garganta al
tenerlo frente a mí.
No he pensado en él por tanto tiempo, y aún así verlo aquí y ahora me
trae de vuelta el sentimiento de traición como si todo hubiera pasado sólo
hace una hora.
Puedo escuchar mi pulso en mis orejas mientras que mi corazón late con
fuerza en mi pecho.
No ha cambiado.
Sebastian no se mueve mientras me mira, con él teléfono todavía en la
oreja, y las puertas del ascensor se cierran.
No entró.
Inclino la cabeza hacia abajo al recibir un bombardeo de intensas
emociones.
—El MP tenía una expresión como si se le hubiese aparecido un fantasma
—dice Duke.
Frunzo el ceño. —¿Qué?
—El MP, Ministro del Parlamento.
—¿El qué? —¿De qué está hablando?
—Ese tipo en el teléfono hace unos segundos. ¿Lo reconoces, no? Ha
estado en todas las noticias últimamente.
Me quedo viendo fijamente a Duke, yo sabía que Sebastian había pasado
a la política, escuché su nombre de vez en cuando durante los años, pero no
estoy actualizada con todo lo que pasa en el Reino Unido, todavía veo las
noticias americanas... maldición.
—April, ese era Sebastian García. —Yo sé quién era.
Mi corazón se acelera en mi pecho.
—Lo acaban de nombrar vice primer ministro.
—¿Cuándo? —Frunzo el ceño, ¿cómo no me enteré de esto?
—Hace alrededor de tres días. —Miro fijamente a Duke con los ojos muy
abiertos.
¡No puede ser!
10
April
—¿ÉL ES QUÉ? —pregunto sorprendida.
—Sí, y ha aparecido en las noticias por todos lados últimamente. ¿Cómo
no lo viste?
Mi sangre empieza a hervir. —Tuve suerte, supongo.
Duke frunce el ceño. —¿Lo conoces?
Levanto mis cejas, dándome cuenta de cómo debió sonar eso. —Él solía
venir al café en el que yo trabajaba hace años. —Mis fosas nasales se abren
al tratar de evitar mostrar mi rabia—. Era un verdadero patán.
Duke se ríe. —Probablemente lo sea si logró ser electo. —Finjo una
sonrisa.
Mis mejillas se empiezan a calentar mientras mi enojo se dispara. ¿Cómo
se le ocurre aparecer aquí? ¿Cómo se atreve a respirar el mismo aire que yo
respiro?
Me entra una imagen mental de su cara cuando tenía el teléfono en su
oreja, y mis dientes rechinan. Debí haberle dado una cachetada en su
estúpida quijada perfecta. Las puertas del ascensor se abren, Duke toma mi
mano, y me guía hacia el gran conservatorio.
Trato de calmarme, sabiendo que la ira no debería estar ahí.
Lo que pasó entre nosotros fue hace años.
No me importa lo que haga. No me importa para nada.
Miro a mi alrededor y veo todas las colecciones de deporte y las personas
reunidas en sus mesas.
—¿Quieres caminar por el lugar y ver qué está en subasta antes de pedir
un trago en el bar? —pregunta Duke.
Finjo una sonrisa. —Me parece.
Empezamos a caminar alrededor del lugar y mirar cosas, pero mi mente
está en otro lago.
Debí haber dicho algo.
Debí haberlo hecho sentir mal. ¿Por qué no lo hice?
En mi mente, he pensado muchas veces qué le diría si me lo volviese a
encontrar. Odio eso, todos eso años atrás, corrí como una cobarde y nunca
dije lo que tenía por decir. Por mucho tiempo luego de eso, tuve discusiones
imaginarias con él al estar conduciendo o en la ducha, visitando todas las
cosas que le debí haber dicho.
Cosas hirientes, como las que me dijo a mí.
Mi estómago se retuerce al recordar esa fatal noche. Odio que todavía me
afecta.
Exhalo con fuerza y sacudo mis hombros, tratando de olvidar que lo
acabo de ver.
Déjalo ir, April. Estar pensando en él no logrará nada.
Está bien. Jodidamente bien. ¿Qué me importa de todas formas? Él no
significa nada para mí.
Miro hacia atrás y veo a Sebastian saliendo del ascensor, y de nuevo, veo
todo color rojo.
Bastardo.
***
Estoy parada frente al bar y doy un sorbo a mi horrible vino. Si se le puede
llamar vino. ¿Quién escoge la selección para estas cosas? Obviamente,
alguien que no tiene buen gusto.
La subasta ya empezó. Duke pagó diez mil libras por una tabla de surf
firmada por Kelly Slater. ¿Qué carajo va a hacer con eso? Pero entiendo, es
por una buena causa, supongo.
Tomamos unos cuantos tragos y conversamos con algunas personas, y
ahora Duke está firmando autógrafos en una mesa con otros seis
deportistas.
Está programado para firmar por una hora, y luego de eso nos podemos ir.
Sebastian está del otro lado del conservatorio con otros dos hombres: uno
rubio y apuesto, y el otro con apariencia oscura y melancólica.
Se ven de la misma edad de Sebastian y son innegablemente hermosos.
Me resulta difícil no verlo, y me estoy arrepintiendo de no decir algo.
Aunque, ¿qué le hubiese dicho? No tengo idea.
¡Para!
Saco mi celular y le mando un mensaje a Penélope.
¿Quién hubiera pensado que mi archienemiga de la «Cueva del Rave»
ahora es una de mis mejores amigas?
No vas a creer quién está aquí...
Me contesta.
¿Quién?
Miro a Duke brevemente mientras contesto.
Sebastian García.
Nos encontramos en el ascensor.
Aparentemente, ahora es el vice primer ministro
Me responde rápidamente.
Oh, mierda, es correcto, lo vi.
Fue electo esta semana,
olvidé mencionártelo.
Espero le hayas escupido esa cara babosa.
Río tontamente.
Eso habría querido
—¿Está ocupado este puesto? —pregunta un hombre.
—No, tómelo. —Sonrío.
—Gracias. —Levanta el asiento y lo lleva a su mesa y una respuesta llega
de parte de Penélope.
Que se joda. Es un patán.
Agradece que no lo tienes que ver nunca más.
Escribo mi respuesta.
Es cierto. Hablamos mañana.
xoxo
Guardo mi teléfono en mi bolso y miro brevemente al otro lado de la sala
y sorprendo a Sebastian mirándome fijamente.
Su cara está vacía de cualquier emoción, y luego, en cámara lenta levanta
su copa de vino al aire para mí, como si estuviera brindando.
Nuestros ojos están entrelazados.
Siento la adrenalina surgir a través de mi sistema. ¿Me estás jodiendo?
¿Tienes el coraje de dirigirte a mí?
Su amigo rubio mira hacia acá y luego le dice algo, y Sebastian se ríe con
la copa en su boca.
¿Qué es tan gracioso, bastardo?
Mi corazón salta al volver a mi todo el daño y vergüenza que me causó.
Su otro amigo le dice algo, y los tres se ríen con fuerza.
Le doy un sorbo a mi trago. Siento como si el cielo se hubiese vuelto
rojo.
Nunca lo voy a ver de nuevo. Nunca más voy a tener la oportunidad de
decirle lo que pienso de él.
Bebo mi copa mientras que mi misión se vuelve totalmente clara, y la tiro
contra la mesa.
Antes de darme cuenta, estoy yendo hacia su mesa. Lo sorprendo fuera de
guardia, y apenas me ve cuando ya estoy parada a su lado.
—Hablemos —digo.
Levanta una ceja sarcásticamente. —Preferiría no hacerlo.
Lo veo con odio. —A menos de que quieras estar vistiendo tu maldito
trago, sal afuera. En este instante. —Gruño, perdiendo todo el control.
—Mmm... wow. —Su amigo rubio levanta una ceja también—. ¿Te
conocemos?
Dirijo mi mirada hacia él y tiembla bajo mi mirada llena de odio.
El amigo sombrío sonríe y estira su mano para apretar la mía. —Julian
Masters.
—No me importa —protesto.
El amigo rubio se ríe. —Que me parta un rayo, ¿quién es esta?
—¡Afuera!
Exploto al empezar a caminar hacia el vestíbulo.
Pisoteo a través del conservatorio como si fuera Hulk. No recuerdo nunca
haber estado tan molesta. Puedo saborear el sentimiento en mi boca como
veneno.
Llego al vestíbulo, me volteo y veo a Sebastian siguiéndome. Parece
lleno de ira también.
Mete sus manos en los bolsillos de su pantalón. —¿Qué quieres? —
explota.
Veo un vestuario. —Por aquí. —Camino hacia allá y abro la puerta para
encontrarla vacía—. En privado.
—No tengo nada que decirte.
—Bueno, yo sí tengo mucho que decirte —susurro con rabia.
Pasa a mi lado y entra al vestuario. Lo sigo y tiro la puerta al entrar.
—No tengo tiempo para tus pendejadas —protesta.
—Vas a hacer tiempo, bastardo que cree que se lo merece todo —grito—.
¿Cómo te atreves?
Sus ojos se hinchan, y apunta a su propio pecho ofendido. —¿Cómo me
atrevo yo?
—Eso fue lo que dijo.
Abre su boca para reprocharme.
—Cierra la boca y escúchame. —Lo empujo con fuerza en el pecho.
Encoje los ojos y levanta el mentón hacia el techo en señal de desafío. —
Tócame de nuevo y verás lo que te va a pasar —gruñe.
—Haré lo que quiera, y tú vas a escuchar cada palabra que voy a decir.
Primero que todo —digo—. Nunca toqué a tu hijo. Ni una vez —vocifero
—. Si él se sentía atraído por mí, era totalmente no correspondido. No tenía
ninguna idea de que eso era así hasta que estábamos en la entrada de tu
casa.
Abre su boca para responder.
—Cierra la boca, Sebastian, ¡por Dios! —Mi pecho se expande y se
encoge mientras intento mantener la calma—. Como segundo punto... me
llamaste una perra mentirosa.
Me mira fijamente. —Eso es correcto.
Le doy una cachetada, el sonido hace eco por todo el vestuario. Sus ojos
se llenan de rabia, y me empuja hacia la pared para hacer distancia entre los
dos.
—No soy la perra de nadie, mucho menos la tuya —susurro.
Me sostiene cerca, su cara está tan cerca de la mía. —¿Estás segura?
Lo empujo lejos de mí, y se tambalea para atrás.
—Tú pagas por sexo, pedazo de mierda patética, ¿y tienes el coraje de
juzgarme?
—Vete al diablo. —Aprieta los puños a cada lado de su cuerpo.
—No lo haré. —Sonrío sarcásticamente—. Verás Sr. García, mi
consciencia está en paz. Soy una buena persona con un buen corazón, y no
soy hipócrita. Y tú —susurro—. Tú eres solo otro político rastrero... que
cree tener derecho a todo.
Sus fosas nasales se abren, y sé que di en un lugar sensible.
—Mantente lejos de mi, joder —sonrío sarcásticamente. Con una última
mirada, salgo hacia el vestíbulo y directo al baño de mujeres. Una vez que
estoy en el cubículo, cierro la puerta y lágrimas llenan mis ojos.
Puedo sentir el latido de mi corazón en todo el cuerpo. Dejo caer mi
cabeza entre mis manos, llena de furia.
Odio a Sebastian García con todo mi ser. Lo odio. Odio que todavía me
afecte. Odio que todavía me importe.
Sebastian
Levanto mis manos al aire para intentar calmarme. ¡Mierda!
¿Qué está haciendo aquí?
Creía que se había devuelto a América. Aprieto mi nariz y me quedo
en el vestuario por un momento a solas. Sus palabras vuelven a mí.
Tú... Eres solo otro político rastrero... que cree que tiene derecho a
todo.
Perra.
Eso es todo. Hora de salir de aquí. Abro la puerta y salgo caminando
con actitud.
Ella aparece aquí, me dice que me va a tirar un trago si no hablo con
ella, me da una cachetada, y luego me dice a mí que creo que tengo
derecho a todo.
¿Qué carajo?
—Sebastian —escucho la voz de una mujer llamar detrás de mí.
Volteo y veo a Giselle, una vieja amiga con quien recientemente
reconecté. Hemos estado hablando por internet y por teléfono desde
hace algunas semanas.
Carajo... peor momento no podría ser.
Finjo una sonrisa. —Giselle, hola. —La beso en la mejilla. La veo de
arriba a abajo, y aunque estoy tan furioso que ni distingo cómo se ve, le
doy un cumplido—. Te ves hermosa.
—Gracias. —Sonríe, y recuerdo por qué empecé a hablar con ella. Es
espectacular—. No sabía que estarías aquí. ¿Estás teniendo una buena
noche?
—Lo estoy. —Pauso—. Desafortunadamente, estoy de salida. Tengo
otro compromiso de trabajo al que tengo que asistir. —La expresión se
borra de su cara.
—Te llamaré mañana. ¿Tal vez podríamos salir por un café o algo?
—ofrezco.
—Está bien. —Me agacho y la beso en la mejilla antes de pasar al
lado de ella.
Entro al conservatorio, directo hacia Spence.
—Me voy —les digo.
Spencer frunce el ceño. —¿Por qué?
—Porque no estoy de humor para este puto hueco, por eso. ¿Vienen,
o no?
—¡Masters! —Spence llama a Julian, quien está hablando con
alguien—. Nos vamos. ¿Vienes?
Julian frunce el ceño, todavía enfocado en el hombre con quien está
hablando. Levanta su dedo para señalar a Spence que espere un
momento. Momentos después, voltea hacia nosotros. —¿Qué?
—Nos vamos —digo, mientras camino hacia la puerta.
—¿Por qué?
—Por favor dime que tiene que ver con esa perra rubia que tenía un
cuerpazo —dice Spencer, siguiéndome.
—Perra siendo la palabra clave. ¿Cuál es su puto problema? —
Masters pregunta secamente.
—Sabes, creo que es que las mujeres hermosas son perras —Spencer
dice mientras caminamos por el vestíbulo—. Es muy excitante, sabes.
No me gustas, pero igual me follas duro.
—¿Te podrías callar? —Volteo los ojos—. No puedo creer la mierda
que sale de tu boca a veces, Spencer. De verdad.
—Es una delgada línea para que el nivel de perra valga la pena —
Masters añade—. Aunque estaba buenísima.
—Dije, ¿se pueden los dos callar? —Entramos en la parte trasera del
carro.
El conductor se voltea hacia nosotros luego de que entramos. —¿A
dónde?
Ambos chicos me miran a mí.
—¿Quieren ir a comer algo? —pregunto.
—Supongo. —Los dos se encogen de hombros.
—Vamos a Hugo en Kensington, por favor.
El carro vuela a través de las calles de Londres, y los chicos
conversan entre ellos mientras que yo veo por la ventana el tráfico
pasando, perdido en mis propios pensamientos.
Eres solo otro político rastrero... que cree que tiene derecho a todo.
—¿Quién era esa chica? —pregunta Masters.
—Nadie.
—Carajo, ella no parecía “nadie”. Te arrastró por el vestíbulo, y
luego volviste con cara de que habías visto un fantasma.
—Cállate —vocifero.
—¿De dónde la conoces?
Van a seguir hablando de esto, entonces tengo que darles algo.
—Salimos hace unos años. Salió mal. —Sacudo levemente mi cabeza
—. Esta fue la primera vez que la he visto desde entonces y...
—Y ahora quiere cortarte el pene —Spencer termina la oración.
—Básicamente. —Miro por la ventana.
—Bueno, trata de ver si lo puede hacer con los dientes —dice
Masters.
Spencer se ríe. —¿Cierto?
El teléfono de Masters suena, y al leer un mensaje de texto voltea los
ojos. —Maldición —murmura entre dientes.
—¿Qué? —Spence pregunta.
—Bree está rompiéndome las bolas con esta renovación para Willow.
Me entra una imagen mental de Bree regañando a mi amigo
malhumorado, y sonrío.
—¿Por qué?
Sostiene su teléfono en el aire y nos mira sin expresión en la cara.
Hay dos imágenes de distintos tipos de alfombra. —¿Quién piensa
sobre una alfombra un sábado por la noche? —Levanta sus cejas—. Es
decir, ¿en serio?
Spencer y yo nos reímos, y siento como un poco de mi ira se disipa.
Vuelvo a mirar por la ventana y la normalidad vuelve a primer plano
y siento mi equilibrio volver.
Tengo los mejores amigos del mundo, y eso es todo lo que realmente
importa.
April
—Hola mamá. —Contesto mi celular.
—Siento llamarte al trabajo querida, yo sé que estás ocupada pero no
podía esperar hasta esta noche, ¿ya has escuchado algo acerca de tu nueva
posición?
Sonrío, mi mamá está tan emocionada por mi nuevo trabajo, tal vez más
de lo que yo estoy. —No todavía, debería saber más esta semana, creo.
—Oh, esto es tan emocionante, ¿y tendrás un aumento sustancioso? ¿Y
qué hay de un carro de la compañía?
Río tontamente. —No lo sé, probablemente no.
—Eliza piensa que lo harás —responde—. Hola, chica —oigo a Eliza
llamar en el fondo.
Sonrío ampliamente —dile a Lize que la llamaré esta noche. —Diría que
Eliza, mi hermana, es mi mejor amiga. Hablo con ella a diario, a veces
incluso más.
—Dijo que te llamará esta noche —mi madre le dice.
—April, tu siguiente cita está aquí. Helena Matheson —suena el
intercomunicador.
—Gracias, Melissa. Estaré ahí en un momento.
—Tengo que irme mamá —digo—. Te llamaré luego.
—Adiós querida, te amo.
—También te amo.
Dejo el documento en el que estoy trabajando y salgo hacia la sala de
espera en el vestíbulo.
—¿Helena? —pregunto al ver una mujer hermosa con cabello largo y
oscuro.
Se levanta, su sonrisa es cálida, y nos damos un apretón de manos. —
Hola. Sí.
—Soy April. —Sonrío—. Por aquí, por favor. La guío hacia mi oficina y
le hago un gesto hacia la silla en mi escritorio. —Tome asiento.
Ella es extremadamente hermosa y está usando ropa de diseñador de pies
a cabeza. Paso mi mirada por su bolso Prada. Maldición, amo ese bolso.
Apuesto que vale diez mil libras, o algo tan ridículo como eso.
—¿Cómo le puedo ayudar hoy? —pregunto.
—Me gustaría repasar los términos de mi divorcio.
—Está bien. —Intento indagar más—. ¿Entonces, está buscando a
alguien que la represente legalmente en su divorcio?
—No, he estado divorciada por siete años.
Frunzo el ceño. —¿Ya ha hecho todo el papeleo legal?
—Sí. —Aprieta su bolso contra su regazo—. Pero siento que me
representaron de manera incorrecta.
—Entiendo. —Saco lápiz y papel para tomar notas—. Cuénteme un poco
más de lo que le gustaría lograr.
Endereza su espalda como si se estuviera preparando . —Quiero el perro.
La veo fijamente y me entra un sentimiento extraño. —Está bien... —digo
con cautela, escribiendo mi primera nota—. ¿Hay hijos involucrados?
—No.
—¿Y pidió quedarse con el perro en el primer acuerdo? ¿Cuál es el
nombre del perro?
—No lo hice en ese momento, aunque lo he mencionado a lo largo de los
años. Su nombre es Bentley.
—¿Y qué raza de perro es?
Se encoge mostrando falta de interés. —Un labrador.
—¿Y qué edad tiene Bentley?
—No tengo idea, pero jodidamente viejo.
Estoy tratando de entender con lo que estoy lidiando aquí. —¿Y cuáles
eran los términos del acuerdo inicial?
—Bueno, mi exesposo prácticamente me robó. Él pagó por el mejor
abogado que el dinero podría comprar y no tuve ninguna oportunidad. Él
tiene dinero. —Sacude algo invisible de su blusa.
—¿Qué recibió?
—Me quedé con la casa.
Tomo más notas. —¿Y cuánto era el valor de la casa?
—Seis millones en el momento. Me quedé con dos de los carros,
incluyendo un Porsche y un Maserati.
Trato de mantener mi compostura mientras tomo las notas.
—También conseguí la casa de vacaciones en Italia —dice.
Tomo más notas. Este hombre debe estar nadando en dinero.
—¿Qué pidió él en el acuerdo? —pregunto.
—El perro.
Levanto la mirada y encuentro la suya. —Bentley —la corrijo.
—Sí. —Cruza las piernas con cierta actitud—. Se puso desagradable.
—Cuántas otras... —Hago una pausa, tratando de decir las palabras
correctas—. Es decir, ¿qué más poseía él en ese momento?
—Nada.
—¿Obtuviste todo?
—Sí, pero se puso desagradable.
—¿A qué se refiere?
—Tuve una aventura amorosa.
Levanto la mirada y la veo a los ojos. Odio a esta perra. —¿Y fue algo de
una vez?
—No, lo engañe por varios meses. Fue con nuestro jardinero, y fue culpa
de mi exesposo, de todas formas. Siempre estaba trabajando, y yo tenía
necesidades.
Mi estómago se revuelve por la semejanza con mi historia.
Escribo mis pensamientos. —¿Y dijo que se puso desagradable? ¿Me
puede dar más detalles?
—Para que me diera todos los bienes, demandó que me cambiara el
apellido.
Frunzo el ceño. Esa es una petición extraña.
—No tenía legalmente permitido tener su apellido. Quiero decir, ¿quién
diablos cree que es?
Muerdo mi labio para ocultar mi sonrisa. —Ya veo. Entonces sus únicas
peticiones fueron quitarle el apellido y la custodia de Bentley.
—Sí.
Levanto los ojos y veo los suyos. —¿Qué ha cambiado, Helena? ¿Por qué
quieres revivir esto cuando claramente te fue tan bien en el primer acuerdo?
—Le está yendo muy bien ahora, y siento... —se encoge de hombros—
que merezco más.
—¿Quiere al perro?
—Dios, no, no quiero el estúpido perro. El canino es sólo mi carta de
negociación. —Perra malévola.
—Ya veo. —Le quiero decir que se vaya de mi maldita oficina—. ¿Su ex
marido se ha vuelto a casar?
—Tienes que estar bromeando —protesta—. Es patético.
Paso mi lengua por mi labio inferior mientras la miro fijamente. De
verdad no me gusta esta mujer. —Ni siquiera tiene citas. Oh... —Se ríe
como si estuviera recordando algo—. Sí recuerdo aquella vez un año
después de que nos separamos que se enamoró de una prostituta... pero ella
también se estaba acostando con su hijo.
Empiezo a escuchar campanas sonando en mis oídos.
No, ¡no puede ser!
—¿Qué clase de idiota se enamoraría de una prostituta? —sonríe.
—¿Quién te dijo eso?
—¿Me dijo qué?
—¿Que se enamoró de una prostituta?
—Su hermana y yo todavía somos amigas. Fue una gran ruptura familiar.
Aparentemente, el hijo y mi ex marido estaban los dos enamorados de ella
al mismo tiempo. —Acomoda su cabello—. El hijo no le habló al papá por
meses cuando se enteró. Qué gracioso. Por lo menos yo solo estaba
durmiendo con un solo hombre más. Debió haberse quedado conmigo.
La miro fijamente. —¿Cuál es su nombre?
—¿Quién, el hijo?
—Su ex marido. ¿Cuál es su nombre?
—Sebastian García.
11
April
LA MIRO FIJAMENTE. —¿DISCULPE? —Quiero decir, lo escuché... pero
seguramente no.
—¿Su nombre es Sebastian García?
—Sí. ¿Lo conoces?
—No —digo rápidamente.
—Por supuesto que sí. El político. Él es el nuevo vice
primer ministro. Todo el mundo lo conoce.
Me siento aliviada cuando me doy cuenta de cómo luce todo esto, debería
conocerlo. —Oh, sí, ya veo. Sabía que el nombre me sonaba familiar.
Mis pensamientos regresan a nuestra pelea en el guardarropa la otra
noche, y tengo que sacarlo de mi mente.
—¿Entonces, qué piensas? —pregunta Helena.
—¿Sobre qué?
—El perro —explota exasperada.
Me recuesto y odio admitirlo, pero realmente detesto a esta mujer. —
Helena... déjame preguntarte algo: ¿Por qué quieres a Bentley?
—Tengo derecho a la mayoría de sus propiedades.
—Pero ya lo tienes todo.
—Él tiene mucho más ahora.
—Pero ya no estás casada con él.
—¿Me vas a ayudar o no?
Empiezo a perder mi paciencia. —Helena, no hay un juez en la Tierra que
te otorgue más de las propiedades que ya han acordado.
—Sí, bueno, ya lo veremos, ¿no? —Se levanta rápidamente y se echa el
bolso al hombro—. Adiós, Señorita Bennet. Ojalá pudiera decir que ha sido
de ayuda. —Camina rápido hacia la puerta—. Pero eso sería una completa
mentira, ¿no es así? No aprecio que me hagas perder el tiempo.
Desaparece por la puerta y la golpea con fuerza.
Dios.
Qué maldita perra.
Busco los registros que envió cuando hizo la cita. No puedo creer que se
haya casado con esa bruja. ¿Qué diablos estaba pensando Sebastian?
Bueno, ¿quién soy yo para hablar?
También me casé con un idiota.
Repaso las notas y busco la fecha del último acuerdo.
Febrero. Hace siete años.
Calculo las fechas, eso fue poco más de doce meses antes de conocerme.
Escaneo el archivo hasta que consigo los detalles de su matrimonio y
separación. Estuvieron casados durante cinco años hasta que él descubrió
que estaba teniendo una aventura con el jardinero. Exhalo profundamente,
sé muy bien cómo se siente.
Me pregunto si los vio haciéndolo como yo.
Pobre. Seguro quedó traumado, y luego pensó que yo...
¡Para! No te atrevas a inventar excusas para él.
Su esposa es una perra, pero eso no es excusa para su comportamiento. Es
un idiota y, a decir verdad, probablemente se merecen el uno al otro. ¿Quién
sabe cuántas aventuras amorosas tuvo durante sus visitas a clubes sexuales,
por el amor de Dios?
Ugh, ¿por qué estoy pensando en su versión de la historia? ¿De todos
modos a quién le importa?
Leo las notas y repaso la historia de Helena. Ella no trabaja. Por supuesto
que no. Está demasiado ocupada viviendo de su ex esposo.
Respirando fuerte, arrojo el archivo al gabinete. Sé que ella acudirá a otro
abogado. También sé que otro abogado no podrá tocarla, pero ya nada me
sorprende. Mientras yo no sea su abogada, no me importa.
Se ve la sombra del árbol sobre la pared. Es la 1:00 de la mañana, y no he
dormido.
No puedo.
Aún recuerdo la discusión que tuve con Sebastian y como lo golpeé.
Todavía puedo escuchar el crujido cuando mi mano golpeó su rostro.
¿Por qué le di una bofetada?
No soy así, ni siquiera cerca. No soy violenta y nunca había golpeado a
un hombre.
Imagínense si me abofeteaba de seguro estaría muy indignada.
Dios, es solo otro punto que desearía que nunca hubiese sucedido.
Sebastian García parece sacar lo mejor de ellos... puntos bajos, eso es.
Miro hacia la oscuridad un poco más mientras divago. Vice primer
ministro.
¿Cómo diablos consiguió ese puesto? ¿Era político cuando lo conocí?
Pienso en cualquier señal que haya pasado por alto, pero no puedo pensar
en nada. No había señales, pero realmente no sabía mucho sobre él.
Estábamos demasiado ocupados follando como conejos.
Pensé que era solo un arquitecto.
Quizás todo eso fue una mierda. Los arquitectos no se convierten en
viceministros. Voy a la sala de estar, enciendo la luz y abro mi laptop.
Quiero respuestas. Quiero saber cuándo y cómo.
Escribo su nombre en Google y me como el artículo de Wikipedia.
Sebastian García
Nombrado político del pueblo, Sebastian García es un arquitecto
inglés de 42 años. García comenzó su carrera política como
consultor del (entonces) urbanista Thomas Harvey. Dado que
había estado activo en el cargo durante varios años, tras la
jubilación de Thomas, García fue elegido Ministro de Urbanismo.
Con una reputación de despiadado y una clara visión de proteger a
la gente común, Sebastian García no teme ser controvertido.
Dio su primera impresión política cuando llamó públicamente al
primer ministro en un comunicado de prensa por una promesa
incumplida sobre el desarrollo de la autopista M4. García exigió
que el primer ministro cumpliera su promesa y moviera la
autopista a una posición más segura para los suburbios
circundantes que iban a ser demolidos.
Con su enfoque sin complicaciones y sin lujos, se ganó
merecidamente el respeto entre sus compañeros y durante los
siguientes tres años, fue votado en todas las filas.
Con el secreto peor guardado del parlamento, se ha revelado que
García está tomando la mayoría de las decisiones de planificación
y presupuesto. El primer ministro, Theodore Holsworthy y García
discuten a menudo, habiendo tenido muchas discusiones públicas.
Se especula sobre cuánto tiempo puede mantener Holsworthy los
votos de su partido con Sebastian García sonando como el próximo
primer ministro del Reino Unido.
Sebastian
Lleno las tazas con agua hirviendo, agrego la leche.
—Marina quiere que te haga una cita con ella.
Miro a mi hermana. —Tienes que estar bromeando, no tengo ningún
interés en Marina, en absoluto.
—Sebastian —exhala Violet—. Ya no te interesa nadie.
—¿Sí, entonces? Me gusta así. —Le paso la taza de café.
—Gracias. —Ella me mira con atención.
Pongo los ojos en blanco. —¿Qué?
—¿Cuándo volverás a ser feliz? —pregunta.
—Yo soy feliz. ¿De qué estás hablando?
—Quiero decir realmente feliz, ya sabes... una familia, una esposa e
hijos.
—Ese no es mi futuro.
—¿Por qué no?
—He estado allí con todo ese asunto del matrimonio. No es un lugar
al que quiera volver.
—Seb —suspira—. Helena era solo un huevo podrido. No habría
importado con quién se casara, habría hecho lo mismo. Y esa otra
mujer... la...
—April —la interrumpo antes de que lo diga.
Sus ojos me sostienen la mirada por un momento. —Solo digo... no
puedes pasar el resto de tu vida viviendo en el pasado.
—No lo hago. Simplemente no tengo las mismas expectativas que
antes.
—¿De verdad vas a vivir solo en esta casa tan grande?
—Soy perfectamente feliz como soy. —Miro al labrador dorado
tirado frente al fuego—. Y no vivo solo. Vivo con Bentley. —Le sonrío a
mi taza—. ¿Por qué no tienes citas? —pregunto, desviando la
conversación.
—Tengo una cita el sábado por la noche, en realidad.
—¿Si?
—Ajá. —Sonríe.
—¿Con quién?
—No lo conoces. —Su respuesta es demasiado rápida.
La miro por un momento. —Sabes, Vi, he llegado a comprender los
patrones de las personas cuando me mienten.
Ella pone los ojos en blanco.
—¿Me estás mintiendo?
Ella sonríe.
—Así que... si lo conozco.
—Simplemente no quiero arruinarlo. —Sonríe.
Arrugo la frente. —¿Me agrada?
—¿Alguna vez te ha gustado alguno de mis novios?
Sonrío, sé que me tiene. —No.
—Entonces, ¿puedo arreglarte una cita con Marina?
—Definitivamente no.
Nos quedamos callados un rato. Amo a mi hermana. Es soltera como
yo, y como Brandon vive al otro lado del país con su nueva esposa, a
veces se siente sola. Cenamos juntos algunas noches durante la semana.
Ella se ha convertido en mi roca.
—La vi —admito.
—¿A quién?
—April.
Ella frunce el ceño mientras escucha. —¿Dónde?
—La semana pasada, en el Museo de Arte durante una subasta
benéfica.
—¿Hablaste con ella?
—Podrías decir que sí. —Bebo mi café—. Peleamos en un
guardarropa.
—Por supuesto que lo hicieron. —Ella sonríe—. ¿Cómo está?
—Todavía hermosa.
Violet sopla su café. —Y totalmente equivocada para ti, Sebastian.
Sácate eso de la cabeza, ahora.
—No importa, de todos modos. —Me encojo de hombros
casualmente—. Ella estaba con otra persona. Quizás un novio. Sin
embargo, no tenía puesto el anillo.
—¿Miraste su mano? —pregunta secamente.
Muevo los labios, sin querer admitirlo de nuevo, pero odiando
haberlo hecho.
—¿Estaba él allí con ella? —pregunta—. ¿Su novio o lo que sea?
—Sí, es un jugador de fútbol. Bastante bueno, por lo que escuché. Es
un jugador del Man United. Pienso por un momento, Quizás del
Arsenal, no sé qué club.
—Bien. Espero que se case con él mañana y se mantenga lejos de ti.
Sonrío a mi hermana sobreprotectora y me hundo en mis
pensamientos, algo que he estado haciendo mucho últimamente.
La ira del reflejo. Recuerdo todos esos años atrás y cómo se sentía
estar en sus brazos. Por un momento, fue perfecto.
Mi estómago se retuerce cuando recuerdo lo mal que terminó.
Me arrepiento de muchas cosas en mi vida. Esa semana, esa noche y
los meses siguientes. Están todos al principio de la lista con las peores
cosas.
April
Subimos al último piso en el ascensor, tengo los nervios en su punto más
alto. Miro mi reflejo en las puertas con espejos. Llevo tacones negros, una
falda lápiz negra y una chaqueta a juego con una blusa de seda color crema
y medias negras transparentes. Mi cabello rubio cuelga en rizos sueltos y mi
maquillaje es mínimo.
Es mi primer día de viaje con Bart McIntyre, y tengo que admitir que esta
mierda da miedo. Tenemos a Jeremy con nosotros, el asistente personal del
Sr. McIntyre, que viaja a todas partes con él.
Miro a Jeremy de pie junto a la puerta. Tendría que tener poco más de
treinta años. Es un hombre muy guapo con un traje que le queda a la
perfección. Tiene cabello castaño chocolate y grandes ojos verdes. Al
parecer, ha sido el asistente personal de Bart durante seis años. También es
muy amigable. Todavía no he entendido la dinámica entre los dos. Creo que
pueden estar juntos, ya que parecen muy familiares. Pero tal vez eso es tan
solo lo que se obtiene por trabajar juntos durante tanto tiempo, y mi mente
es simplemente depravada. Quiero decir, solo porque es su asistente
personal, eso no significa que estén follando.
O tal vez mi instinto es correcto y significa que lo están. Supongo que el
tiempo dirá si tengo razón.
Hay tanto que aprender, un poco de emoción me recorre ante la
perspectiva de tantas cosas nuevas y emocionantes.
Las puertas se abren y Jeremy sale y se acerca al escritorio.
Inmediatamente saca su laptop de su bolso. Hay un escáner de metal en la
entrada que conduce a las oficinas, así como dos guardias de seguridad.
—¿Eh? ¿Eso es un detector de metales?
Miro a Bart, y me pregunto a quién estaremos viendo.
—Tendrás que sacar tu laptop y pasar por seguridad —me dice Bart
mientras comienza a vaciar el bolso de su laptop. Saca el teléfono y las
llaves del bolsillo y los coloca en una bandeja.
—Quítate los zapatos —ordena el guardia de seguridad mientras pasa un
detector de metales sobre mi cuerpo.
Me quito los zapatos y los pongo en la bandeja. Se suponía que Bart
enviaría nuestro horario a mi correo electrónico la semana pasada. Nunca
llegó, y no quería sonar agresiva al solicitarlo. Una vez que pasamos, me
pongo los zapatos y recojo mis cosas. Finalmente, atravesamos las puertas y
entramos en otra gran área de recepción. Tiene suelos de mármol negro y es
todo lo sofisticado que puede ser.
—Buenos días, Bart. —Sonríe la recepcionista—. Buenos días, Jeremy.
—Sus ojos se posan sobre mí, mostrando curiosidad.
—Rebecca, ella es April. —Me presenta Bart—. Ella es mi nueva
asociada y viajará conmigo a partir de ahora.
—Hola. —Rebecca finge una sonrisa y me mira de arriba abajo. Casi
puedo escucharla juzgándome.
—Hola. —le respondo con una sonrisa.
¿Por qué las mujeres son tan perras con otras mujeres? Probablemente
está enamorada de Bart o algo... o de Jeremy. Ella tiene más o menos su
edad.
—Sube a su oficina. Te está esperando.
—Gracias. —Bart me hace un gesto—. Por aquí. —Lo sigo por un largo
pasillo.
Jeremy se desvía y entra en una oficina a la izquierda. —Los veo pronto
—dice, mientras toma asiento en un escritorio.
Bart y yo caminamos hacia dos grandes puertas dobles negras y Bart
llama una vez.
—¡Adelante! una voz llama.
Bart abre la puerta. —Hola mi amigo —dice al entrar.
Miro a la persona sentada detrás del gran escritorio de caoba y mi
corazón se detiene.
Es Sebastian García.
Oh, mierda.
Me ve y pone los labios en blanco —Bart dice secamente, con sus ojos
fijos en los míos.
—Sebastian. —Bart sonríe mientras me señala con un gesto—. Conoce a
April Bennet, mi nueva asociada. Ella trabajará estrechamente conmigo de
aquí en adelante. April, este es Sebastian García: el hombre que
actualmente ayuda a dirigir nuestro país.
Los ojos de Sebastian permanecen en los míos, y extiende su mano para
estrechar la mía. —Hola April. Es un placer. —Su voz no tiene emoción.
Joder, joder, doble joder
Esto no está sucediendo.
—Hola. —Hago una mueca.
—Por favor tome asiento. —Señala las sillas de su escritorio.
Oh, diablos... esto es malo. Muy malo.
Tomo asiento para no caerme. No podría inventar esta mierda si lo
intentara. Mi corazón late muy rápido. Me limpio la frente, me siento débil.
Sebastian se sienta en su silla, sus ojos todavía clavados en los míos.
Levanta la barbilla desafiante.
Lleva un traje azul marino perfectamente ajustado. Su cabello oscuro
ondulado, y su piel aceitunada hacen un fuerte contraste con su reluciente
camisa blanca.
Arrogancia personificada.
—Así que, he estado investigando nuestras opciones. —Bart se desliza
directamente al modo de negocios.
Los ojos de Sebastian se posan sobre él por primera vez desde que
entramos.
Pero mi mirada permanece fija en el rostro de Sebastian.
Es mayor que cuando nos conocimos, un poco desgastado, pero sigue
siendo tan hermoso.
Sebastian García sigue siendo el hombre más guapo que he tenido la
desgracia de conocer.
Siento que mi corazón se contrae en mi pecho mientras escucho su voz
profunda mientras le habla a Bart.
Tengo una visión de él mirándome entre mis piernas, sus labios brillando
con mi excitación, me muerdo el labio inferior para olvidarlo.
¡Para! Es un completo idiota.
El bastardo de todos los bastardos.
Recuerdo la forma en que solía besarme, la forma en que tomaba mi
rostro entre sus manos y sus ojos se cerraban, haciéndome sentir hasta la
punta de los dedos de los pies.
Mierda, déjalo.
Odio que todavía me afecte.
Bart y Sebastian siguen hablando de negocios, algo sobre un elevado en
una autopista y una legislación sobre otra cosa, pero no puedo concentrarme
en una palabra de lo que están diciendo, lo cual realmente necesito porque
esto es jodidamente importante.
Durante media hora, me siento congelada en ese lugar. Sebastian no me
ha mirado ni una vez.
Bart busca en su bolsillo y saca su teléfono que está sonando. —Lo
siento, tengo que atenderlo. Regreso en un momento. Conózcanse. —Se
pone de pie y sale apresuradamente de la habitación, cerrando la puerta
detrás de él.
Nos quedamos solos.
Los ojos de Sebastian se encuentran con los míos, y nos miramos el uno
al otro, no hay palabras para decirle a este hombre.
Se queda callado.
Necesito decirlo. Necesito sacarlo de mi pecho. Saco mi teléfono y busco
en mis contactos. Cuando llego a su nombre, espero que este siga siendo su
número. Yo escribo.
¿Esta habitación está vigilada?
Se oye un pitido en el teléfono del interior del cajón superior de su
escritorio. Lo abre, lee el mensaje y levanta su teléfono. —¿Esta eres tú? —
me pregunta.
Asiento con la cabeza.
Se sienta en su silla y cruza la pierna a la altura del tobillo. —No, la
habitación no está monitoreada.
Giro mis dedos en mi regazo mientras me preparo. —Sebastian, lo
siento... por darte una bofetada la otra noche en el guardarropa. No sé qué
me pasó. Esa no soy yo, lo lamenté en el momento en que lo hice.
Me mira y el ánimo comienza a surgir entre nosotros.
Dios, esto es una pesadilla.
—¿Podemos mantener el profesionalismo? —pregunto.
Sonríe sarcásticamente. —¿Cómo lo estás haciendo justo ahora?
—Si tenemos que trabajar juntos, ¿podemos al menos ser civilizados? —
susurro enojada mientras empiezo a perder la paciencia.
Se inclina hacia adelante y coloca las palmas de las manos sobre el
escritorio. —Déjame decirte algo, April Bennet. Estás en mi oficina, y
trabajarás bajo mis reglas de aquí en adelante. Si alguna vez te atreves a
pegarme de nuevo, espera algo a cambio.
Entrecierro los ojos mientras me imagino noqueando al cabrón. —Señor.
García, no le volveré a golpear. Demonios, ni siquiera quiero mirarte.
Levanta una ceja. —¿Estás segura de eso, April? Porque no me has
quitado los ojos de encima desde que entraste.
Maldito.
Sonrío dulcemente. —Esa era yo preguntándome qué vi en ti, y por mi
vida, simplemente no puedo entenderlo.
Su mandíbula cruje, sé que le dolió. —Bueno, qué lástima.
Nuestros ojos están fijos cuando la puerta se abre detrás de mí.
—Lo siento —dice Bart mientras interrumpe nuestro enfrentamiento. —
¿Dónde estábamos?
Sebastian se para con prisa. —Tenemos que dejarlo aquí por hoy, Bart.
Me llamaron a una reunión urgente del gabinete.
—Oh, está bien —responde Bart—. Trabajaré en eso y me pondré en
contacto contigo.
—Gracias. —Él asiente con la cabeza a Bart, y luego a mí—. Encantado
de conocerte, April.
Sonrío dulcemente. —El placer fue todo mío, Sr. García.
Parece peligroso, como si estuviera a punto de explotar.
Adelante maldito. No me asustas.
En serio, nadie me molesta más que este hombre.
—Adiós. —Sebastian sale apresuradamente de la habitación.
Bart frunce el ceño mientras lo ve irse. —Mmm, me pregunto qué le
pasará hoy.
—Ni idea. —Empaco nuestras cosas del escritorio.
Ya no lo voy a soportar más.
Esos días terminaron.
Estoy acostada en la cama, viendo The Late Show a las 11:00 p.m.
A punto de caer en un coma de carbohidratos, esta noche he comido un
bloque entero de chocolate.
Sigo repasando mi reunión de hoy con Sebastian. Qué terrible pesadilla.
Voy a perder mi trabajo por esto, puedo sentirlo.
Mi teléfono suena en mi mesita de noche. ¿Quién me llamaría tan tarde?
Lo recojo y veo ese nombre iluminando la pantalla:
Sebastian
12
April
ME LEVANTO sobresaltada.
Mierda.
Oh mierda... Exhalo y contesto rápido. —Hola.
—April —ronronea su profunda voz en el teléfono.
—Estaba esperando esta llamada. Hablaré con Bart y se lo haré saber.
—¿Hacerle saber qué?
—Que no quieres que trabaje en tu oficina. Lo entiendo. —Cierro los
ojos con frustración. Confié en él para hacer de esto algo personal—.
Gracias por hacérmelo saber.
Hace una pausa. —No es por eso que llamé. No tengo ningún problema
en trabajar contigo.
¿Eh?
—¿Por qué todavía tienes mi número? —pregunta.
—¿Qué quieres decir?
—¿Por qué no borraste mi número?
—¿Cómo tú hiciste con el mío, quieres decir?
—Sí.
—Porque no necesito borrar números para no llamar a la gente,
Sebastian. Tengo un poco más de autocontrol que eso.
Se queda callado, procesando mis palabras. Después de un rato responde.
—Ya veo.
Ambos nos quedamos en silencio en el teléfono, como esperando a que la
otra persona diga algo.
Tengo tanto que decirle y tanta ira dentro de mí, pero si tengo que trabajar
con él, necesito sacar esto de mi pecho.
—Sebastian. —Hago una pausa mientras trato de poner las palabras
correctas—. Sé que no importa ahora, y sé que no tiene relevancia en este
momento... y ni siquiera sé por qué siento que realmente tengo que decirte
esto, pero lamento que...
—¿Qué, April?
—Que pensaras que yo estaba con tu hijo.
Se queda callado.
—Brandon y yo nunca estuvimos juntos, Sebastian. No tenía idea de que
incluso estaba enamorado de mí hasta que me besó en la puerta de tu casa.
Estaba tan horrorizada como tú
—Tú y yo no estábamos juntos —me interrumpe.
—Para mí, sí lo estábamos. —Me pongo sentimental—. ¿Qué tiene este
maldito hombre que me convierte en una idiota? No podría haber estado
con nadie más porque estaba demasiado absorta en ti.
Silencio de nuevo.
Niego con la cabeza, molesta por haber dicho eso en voz alta.
—De todos modos, lo que sea. Ya no me importa. Seguí adelante hace
años, pero solo quería que lo supieras.
—No estoy orgulloso de la forma en que manejé esa noche, April —
susurra.
Cierro los ojos, solo escuchando su voz profunda. Me trae tantos
recuerdos.
—Perdí los estribos —dice en voz baja—. Es solo que... no pude lidiar
con eso, y necesitaba que te fueras.
—¿Esa es tu disculpa?
Se queda callado.
—Porque llamar a alguien puta mentirosa merece una disculpa —digo—.
Y nunca te he mentido, ni una vez y tú y yo sabemos que no soy una puta.
—¿Por qué trabajaste ahí entonces?
Siento mi rabia aumentando. —¡Porque encontré a mi esposo teniendo
sexo con otra mujer, Sebastian! —grito—. Y lo dejé sin nada más que la
ropa en mi espalda. —Lágrimas de rabia brotan de mis ojos—. Y no tienes
ni puta idea de cómo se siente estar tan arruinada que no puedes pagar la
comida y el alquiler. Entonces, no te atrevas a juzgarme, maldito idiota.
¿Por qué no te preguntas por qué está bien que pagues por sexo? ¿Por qué
crees que las chicas trabajan en esos lugares, Sebastian? ¿Crees que están
ahí solo por tu polla mágica?
—Cálmate.
—¡No me calmaré! —Lloro—. Son ricos bastardos como tú los que
hacen que las chicas como yo se sientan baratas. —Niego con la cabeza—.
Métete tu patética disculpa por el culo.
—April.
Presiono el botón de colgar y salto de la cama decidida, caminando de un
lado a otro. Estoy demasiado enojada para quedarme quieta.
Que se jodan él y su juicio. Puede irse al infierno.
Sebastian García sigue siendo un gilipollas.
Sebastian
—Tenemos un problema —dice Max mientras entra corriendo a mi
oficina.
Levanto la vista de mi computadora. —¿Ahora qué?
—Theodore es un desastre.
Pongo los ojos en blanco con disgusto. Ya sé lo que va a decir antes de
abrir la boca. El primer ministro es un idiota. —¿Por qué?
—Todavía está drogado desde anoche. Simplemente derramó su café
por toda su camisa y piensa que es gracioso.
—¿Qué carajo? —Miro mi reloj—. Se supone que estará dando una
conferencia de prensa en media hora.
—Lo sé. La prensa se está instalando fuera del número 10 mientras
hablamos.
—Joder —siseo—. Estoy harto de su mierda. ¿Cuándo diablos va a
superar esa crisis de la mediana edad y hacer algún maldito trabajo?
Max se pasa la mano por la cara. —Su problema de cocaína está
seriamente fuera de control. —Se encoge de hombros—. ¿Cuánto
tiempo más podemos cubrirlo?
Me rasco la cabeza con frustración. —No lo sé. —Revuelvo algunos
papeles—. Estaba informando sobre las restricciones de la frontera,
¿no? —Pregunto.
—Sí, le escribiste el discurso la semana pasada. Parece que tendrás
que cubrirlo también.
—No quiero tratar con los medios. Esto no es lo que estoy asignado a
hacer. —Abro el informe en mi computadora.
Nadie más puede ir frente a los medios de comunicación sin que
parezca sospechoso.
—Es demasiado sospechoso. —Me levanto—. Vamos. ¿Dónde está el?
—En la biblioteca. Marcela lo está cuidando en el salón de té.
Camino por el pasillo y entro en el ascensor. Tomo el ascensor hasta
la biblioteca y camino hasta el salón de té para encontrar a Theodore
dando vueltas en su silla. Se ríe como un niño, obviamente volando muy
alto.
—Theo —digo.
—¡Hey! —Se ríe—. García. Consiga una silla. Gire conmigo.
—¿Dónde está Leona?
—¿Quién?
Max y yo intercambiamos miradas. Esto no es nada bueno. —Leona.
Su esposa.
—¿A quién carajo le importa? —Se burla—. En Italia, gastando mi
dinero, supongo.
—¿Por qué no vas y te unes a ella? Necesitas vacaciones.
—Estoy de vacaciones sin mi esposa. —Inclina la silla y cae
espectacularmente al suelo.
Max y yo nos apresuramos a ponerlo de pie. —Llamaré a Leona —
digo.
Se quita el polvo. —Ella me dejó. —Se tambalea hacia atrás y da un
paso a un lado—. Dijo que ya no me ama.
Exhalo pesadamente y coloco las manos en mis caderas. mierda, esto
explica muchas cosas.
Lo ayudo a volver a sentarse y él intenta ponerse a girar de nuevo.
Lo detengo con mi mano. —Detente.
—Vamos. —Aplaude y trata de ponerse de pie de nuevo—. Vamos.
Es martes y tenemos una conferencia de prensa.
Lo siento en su silla. —No vas a ninguna parte. —Me agacho para
que estemos al mismo nivel—. Theo, escúchame. Te estoy inscribiendo
en una clínica privada. Necesitas ir a rehabilitación.
—¿Qué? —Explota—. No necesito ir a una maldita rehabilitación,
García. ¿De qué diablos estás hablando?
—Si la prensa se entera de esto, tu carrera va a llegar a un final
abrupto.
—No me voy a ninguna parte —gruñe—. Tú no controlas todo por
aquí.
—Estoy tratando de protegerte.
—Sí, por supuesto. Quieres mi trabajo. —Se suelta de mi agarre—.
No necesito tu ayuda. —Se inclina y vuelca la silla, una vez más, y cae
al suelo.
Dios. Saco mi teléfono y llamo a Warren desde seguridad.
—¿Pueden traer cuatro guardias de seguridad al salón de té de la
biblioteca, por favor?
—De inmediato.
—¿Para qué necesitas seguridad? —Gruñe Theo.
Exhalo pesadamente. Al diablo con esto, no necesito esta mierda. —
Nada de qué preocuparse, Theo.
Dos minutos después, entran los guardias de seguridad. —¿Sí, señor?
Le hago un gesto a Theodore. —Manténganlo aquí hasta que se
recupere. No lo dejen bajar las escaleras bajo ninguna circunstancia.
Necesita dormir.
Sus ojos se dirigen a Theo, que se ríe a carcajadas. —No me voy a
acostar. Me voy de fiesta.
Miro a Theodore. Está loco. —Voy a hacer una intervención. Estará
bien. Volveré después de la rueda de prensa.
—Sí señor.
Salgo del salón de té y vuelvo al ascensor.
—Tendré que inscribirlo en rehabilitación antes de que la prensa se
entere. ¿Cómo vamos a emprender la campaña con un primer ministro
drogado?
—Es un choque de trenes esperando a que suceda —murmura Max
en voz baja.
Frunzo mi nariz. —No lo sé.
Regreso a mi oficina, recojo mi discurso y luego me dirijo a la rueda
de prensa. Tomo mi lugar en el podio frente a los reporteros.
—Hola —digo mientras reviso mis papeles.
—¿Dónde está el primer ministro Holsworthy? —pregunta alguien.
—No pudo venir hoy. Tenía un compromiso previo.
—Tenía agendado asistir a esta reunión —responde la voz masculina.
Miro hacia quién hizo la pregunta. Joder, Gerhard. El sabueso con
mejor olfato de todos los sabuesos. Reportero del puto año o alguna
mierda así. Si hay una historia, la descubrirá, sin lugar a dudas.
—Theodore envía sus disculpas. Tenía una llamada importante de un
colega extranjero que tenía que atender —miento.
Gerhard me observa fijamente, y sé que no se traga mi historia ni
por un momento.
De todos modos, entro en mi papel y me dirijo a la prensa. —Gracias
por venir. Estamos aquí para hablar sobre los cambios propuestos en el
control de fronteras. —Paso la página de mi archivo—. Como de
costumbre, guarden todas las preguntas hasta el final.
April
El bar está lleno de gente y tomo otro sorbo de mi Margarita.
—Por cierto, ¿cómo se ve? —pregunta Penélope.
—Bien —suspiro. No puedo pensar en un hombre más hermoso que
Sebastian García.
Odio que lo sea.
—Qué pena que sea un cabrón. —Penelope se encoge de hombros.
—No lo sé. Sabes, es como si me estuvieran probando. Me han metido en
un trabajo en el que no tengo ni idea de lo que estoy haciendo, y es con el
imbécil más grande del planeta que es un dios en la cama. —Bebo mi trago
—. Y lo peor es que sé que todavía me desea.
—¿Cómo?
—La forma en que me mira. La forma en que sus ojos se posan en mis
labios cuando hablo. —Me pierdo en el vacío, recordando el calor de su
mirada—. Todo en él grita ¡Ten sexo conmigo, April Bennet!
Dios, lo deseo tanto.
Mi teléfono emite un pitido con un mensaje de texto de Duke
¿Gorro de dormir?
Apago mi teléfono y lo volteo para no ver la pantalla. —Voy a tener que
lidiar con esto.
—¿Qué demonios te pasa? ¡Duke es el chico más sexy que he visto en mi
vida! —Penélope grita—. ¿Estás loca?
—Sé que es hermoso. Sé que debería ser todo lo que quiero, pero es solo
que... —Hago una pausa mientras trato de ordenar mis pensamientos. No
puedo porque simplemente no tienen sentido; ni siquiera para mí—. Sé que
lo quiero como amigo, pero eso es todo. Duke se merece algo mejor.
Penélope me observa por un momento con ojos evaluadores. —Sé lo que
te pasa con Duke —dice.
—¿Qué es? —Tomo un sorbo de mi margarita.
—No es Sebastian García.
—Eso no tiene nada que ver.
—Todo lo que digo es que si García todavía hace flotar tu bote después
de ser el mayor imbécil de la Tierra, y aún piensas en él seis años después...
—se burla—. Y, debo agregar, tienes a un hombre hermoso frente a ti ahora
mismo —señala mi teléfono con un gesto—, al que ni siquiera quieres
devolverle el mensaje, entonces creo que tenemos un problema.
Echo la cabeza hacia atrás y bebo todo mi vaso.
Tenemos un maldito problema, en eso estamos de acuerdo coño.
April
—¿QUÉ?
Sebastian me sonríe de forma lenta y sexy, y se acerca un poco más. —
Quiero que me beses, April.
Lo miro fijamente, sin palabras. No puede hablar en serio.
Sus ojos se posan en mis labios y siento que me atraen hacia él. De
alguna manera, recupero la compostura.
—Bueno —susurro—. Esta puta mentirosa tiene mejor gusto.
—Cállate. —Sus labios se acercan a mi cuello y me besa suavemente.
Mis ojos se cierran cuando siento la excitación recorriendo mi cuerpo.
Oh, es agradable.
Para.
—Sebastian. —Me alejo de él, creando una distancia muy necesaria—.
Tu polla no es tan buena. —Levanto las cejas. —Ahora, si no te importa...
—Señalo hacia la puerta—. Apártate de mi camino para que pueda irme.
Sebastian se mete las manos en los bolsillos e inclina la mandíbula,
claramente agitado.
Abro la puerta a toda prisa, paso junto a él y camino por el pasillo.
¿Por qué ese sentimiento sigue ahí entre nosotros cuando han pasado
años?
Ya terminamos.
El fin.
Entro al baño, cierro la puerta de golpe, y miro mi reflejo en el espejo. Mi
corazón está acelerado y mi cara sonrojada.
¡Mierda!
Necesito controlar estas hormonas. No debería quererlo. Yo no lo quiero.
Miro mi rostro mentiroso, odio hacerlo.
Me acuesto en la cama y finjo ver una repetición de un programa de
detectives de mierda.
Me fui a la cama temprano para intentar recuperar un poco de sueño y, sin
embargo, aquí estoy, todavía pegada a la televisión.
Mi mente está en todas las cosas de Sebastian García.
Sé que estoy equivocada, no me siento desilusionada, pero tengo la
ridícula sensación de que, debajo de toda la mierda, es un buen hombre.
Pero sé que no es cierto, ¿cómo podría ser cierto cuando me ha tratado tan
horrible?
Mi mente sigue repasando mi encuentro con Helena, su ex esposa, y me
pregunto qué vio en ella. Ella simplemente no parece el tipo de mujer que a
él le gustaría en absoluto. No puedo imaginarlo a él y a ella juntos. Es
solo... no lo sé.
Esa es la cuestión: ya no sé nada. Supongo que, alguna vez, tampoco
podía imaginarme sin mi ex marido. Sin embargo, aquí estoy.
Mi teléfono suena, un mensaje de texto. Es Sebastian.
Estoy pensando en ti.
Mierda.
Mi corazón da un vuelco. ¿Por qué está pensando en mí?
Peor aún, ¿por qué estoy pensando en él?
Este hombre es un idiota. Me ha tratado tan mal. Me da asco. Apago mi
teléfono y lo tiro sobre la mesita de noche.
No me quiere. Quiere la última palabra, eso es todo.
Me siento ansiosa, y peor que eso, siento un apego por un hombre que no
debería tener. Sigo defendiéndolo en mi mente, y sé que no debería ser así.
Sal de mi cabeza, Sr. García.
—Por aquí, por favor. —El camarero nos lleva a través del restaurante,
hasta un entrepiso en la parte trasera. El camarero me ayuda con la silla y
tomo asiento.
Estoy aquí esta noche para decirle a Duke que ya no podemos vernos.
Este restaurante tiene un alto nivel de seguridad y es uno de los pocos
lugares de la ciudad en el que Duke no ha sido fotografiado.
A pesar de lo divertido que ha sido y de lo maravilloso que ha sido en mi
vida, últimamente no quiero verlo, lo cual es extraño porque parece que lo
único que quiero hacer es tumbarme y pensar en ese bastardo García.
De cualquier manera, es injusto para Duke y quiero que sea feliz. Quiero
que encuentre a la mujer de sus sueños, se case, tenga hijos y sea feliz.
Esta noche es el primer paso para que él lo haga. Voy a acabar con esto de
una vez por todas, y no voy a dejar que me convenza. Somos buenos
amigos y él es alguien que siempre ha estado en mi vida desde hace un par
de años, pero ya no queremos las mismas cosas. No sé si alguna vez lo
hicimos.
Cuando estaba de fiesta, todo era genial, pero ahora quiere establecerse y
yo no estoy en ese lugar aún. Lo juro, no entiendo por qué.
Pero es lo que siento. Y si tengo que analizarlo mucho, probablemente
sea mejor así. No me nace.
—¿Puedo ofrecerle una bebida? —pregunta la camarera.
—Tomaré una margarita, por favor. —Sonrío mientras le entrego el
menú.
—Y yo tomaré un whisky sour —dice Duke con una sonrisa.
—Está bien, tenemos algunos especiales en la lista de cócteles esta noche
en el bar. Puedo traerles el primero, pero tendrán que ir al bar para comprar
el que quieran después de eso.
—Está bien, fantástico.
Desaparece entre la multitud y mi atención vuelve a Duke.
—Entonces —dice—. No te he visto mucho.
Le doy una sonrisa triste. —Últimamente tengo mucho trabajo. —Hago
una pausa mientras trato de ordenar mis sentimientos. Terminemos de cenar
antes de que coloque todas mis cartas sobre la mesa—. ¿Qué ha pasado
contigo? —pregunto, para cambiar de tema.
—Vamos a un campo de entrenamiento la semana que viene.
—¿Eso es aquí o tendrás que viajar?
—Francia durante tres semanas.
—Divertido. —Sonrío.
Llega la camarera con nuestras bebidas. Sonreímos y le agradecemos
cuando las coloca en la mesa.
Tomo un sorbo. —Oh, esto está bueno. —Sonrío, y justo cuando miro,
veo a tres guardias de seguridad entrando al restaurante, detrás de ellos veo
a Sebastian caminando mientras sigue al camarero. Tiene una mujer con él.
Tiene el pelo largo y oscuro y lleva un vestido rojo.
¿Quién diablos es ella?
Se sientan en la mesa mientras los observo. Sebastian dice algo y la dama
de rojo responde con una sonrisa. Él le da esa sonrisa sexy que he visto
tantas veces.
Pienso en ti todo el día y sueño contigo toda la noche.
Qué jodida mierda.
Vuelvo a mirar a Duke mientras mi sangre empieza a hervir.
—¿No dijiste que estarías fuera la semana que viene? Pregunta Duke.
—Mmm. —Doy un sorbo a mi bebida, completamente distraída por el
imbécil al otro lado del restaurante—. Sí, con trabajo por algunos días.
—¿Adónde irás?
—Kent.
Mis ojos vuelven a Sebastian. Lleva jeans, una chaqueta de lino color
crema y una camisa blanca. Realza perfectamente su cabello oscuro y su
piel aceituna. Aparto los ojos con enojo. Maldito sea.
Demasiado para quererme. Otra mentira.
¿Por qué pensé que cualquier cosa que salga de la boca de ese hombre es
creíble?
Imbécil.
—¿Qué hay en Kent? —Duke pregunta mientras mis ojos viajan de
regreso a Sebastian al otro lado de la habitación.
La mujer de rojo dice algo y él se ríe antes de responder.
—¿April? —dice Duke, interrumpiendo mis pensamientos.
Vuelvo a mirar a Duke. —Lo siento. —Estoy totalmente distraída—. Sí,
estaré con Bart.
Duke frunce el ceño. —¿Estás bien?
—Mmm. —Frunzo el ceño y coloco mi cabello detrás de la oreja. Oh
Dios mío, April, basta.
¿A quién le importa Sebastian?
Duke toma mi mano sobre la mesa. —Te he echado de menos estas
últimas semanas —dice.
Quería esperar hasta después de la cena, pero necesito decírselo ahora.
Le doy una sonrisa triste. —Duke —le susurro—. Creo que ambos
sabemos a dónde va esto.
Miro hacia arriba para ver que Sebastian me ha visto, está mirando hacia
aquí.
Duke está sosteniendo mi mano.
Oh, mierda...
Esta noche no puede ser peor.
—No, tenemos hacer que esto mejore —insiste Duke—. ¿Cómo podemos
vernos más? Sé que estás muy ocupada con el trabajo.
—Cariño —le susurro—. ¿Recuerdas que hablamos de querer cosas
diferentes?
Los ojos de Duke miran fijamente los míos y le doy un suave apretón en
la mano. —Te necesito, April.
Sonrío con tristeza. —No quiero matrimonio, ni bebés, Duke, y sé que tú
los quieres. Ya no te estoy reteniendo.
—Para.
—No puedo decir más de lo que ya he dicho. Es lo que es. Necesitas
creerme. No podemos seguir teniendo esta conversación. No es justo para
ninguno de los dos.
April
ME BESA más profundamente esta vez, y me derrito en él mientras su lengua
baila seductoramente contra la mía. Perdemos el control y me lanza contra
la pared. Mis manos van a su cabello mientras sus manos van a mi culo, y
me pega a su polla dura y deseosa.
Esto es malo.
Realmente malo.
Estoy aquí con otro hombre.
Doy un paso atrás y me suelto de su agarre. —Basta —jadeo.
—Me deseas.
—N-no así —tartamudeo.
Me agarra de nuevo y me besa con fuerza. Mi vagina se contrae en
agradecimiento. Joder, me encanta que me domine. Nadie toma el control
de mi cuerpo como Sebastian García.
Había olvidado cómo era él.
—Sebastian. —Gimo en su boca mientras una sensación de sumisión
comienza a palpitar entre mis piernas.
—Mi casa —jadea, y sé que él también se está volviendo loco. Me lanza
con más fuerza contra la pared, levantando mi pierna alrededor de su cadera
—. Te necesito, joder. —Sus labios van a mi cuello y me muerde con fuerza
—. Eres todo en lo que puedo pensar.
Mi cabeza se inclina hacia atrás mientras se me pone la piel de gallina.
Me estoy besando con alguien en el baño mientras tengo una cita con otra
persona. Soy una puta sucia.
Pero peor que eso, estoy siendo una puta sucia con un bastardo.
—Basta —le susurro con enojo.
Me doy la vuelta para abrir la puerta a toda prisa.
Agarra mi brazo y me empuja hacia él. —Necesito verte. Esta noche. —
Me vuelve a besar—. No me dejes así.
—Sebastian. —Me libero de su agarre una vez más—. Métetelo en la
cabeza... No volveré a ir contigo.
Dios... deseo hacerlo.
En un movimiento rápido, baja y pone su mano debajo de mi vestido y
por un lado de mis bragas. Desliza las yemas de sus dedos por mi vagina.
Sonríe sombríamente cuando encuentra la evidencia que estaba buscando.
—Estás húmeda, nena.
Frota su pulgar hacia adelante y hacia atrás sobre mi clítoris, y me
estremezco.
Agarra mi cara y pone su boca en mi oído. —No me digas que no me
deseas. —Desliza tres dedos gruesos profundamente en mi vagina, y yo
gimo, el agarre en mi cara es casi doloroso—. Vamos a coger de nuevo,
April. —Lame un lado de mi cara. —Marca mis palabras. —Sus dedos me
penetran con fuerza—. Vas a estar desnuda, mojada y llena de mi maldito
semen.
Muerde mi labio inferior y luego me empuja. Abre la puerta y se va
apresuradamente.
Me dejo caer contra la pared y miro hacia el techo.
El Infierno.
Mi corazón está acelerado, me falta el aire.
Y, oh por dios, necesito que me cojan.
Cierro los ojos, sintiendo mi pulso en todo mi cuerpo. mierda, mierda,
mierda, mierda.
Me lavo las manos y trato de recomponerme.
Ahora tengo que volver a Duke.
Soy una idiota.
Me apresuro a volver a la mesa y me siento una mierda. —No me siento
muy bien.
La cara de Duke se cae. —¿Estás bien?
—Realmente no. —Solo necesito que termine esta noche—. Lo siento
mucho. ¿Te importa si nos vamos a casa? Siento que voy a vomitar —
miento.
—Seguro —dice Duke—. Vamos, estarás bien. —Me rodea con el brazo
y me conduce por el pasillo hacia la salida. Regresamos al restaurante y nos
dirigimos al cajero.
Mientras Duke paga la cuenta, miro para ver los ojos furiosos de
Sebastian observando los mios.
Mierda.
Todavía estoy latiendo de excitación. Todo dentro de mí grita por su
cuerpo. Duke se vuelve hacia mí. —¿Estás lista?
—Sí, lo siento. —Le doy una sonrisa triste.
Perdón por todo.
Sácame de aquí.
Sebastian
April y su cita salen del pasillo y se dirigen a la recepción.
¿Está pagando la cuenta? Seguramente no.
Miro hacia su mesa para ver que sus cócteles todavía están llenos,
esperando su regreso. Lo miro mientras saca su billetera y le paga al
cajero.
Ella se va... con él.
Aprieto la mandíbula cuando siento que mi temperamento aumenta.
—¿Vas al gimnasio? —pregunta mi cita.
Pero estoy demasiado concentrado en April, ella levanta la mirada
para encontrarse con la mía antes de quitarla rápidamente.
Ella se va a casa con él, para que pueda apagar el fuego que encendí.
No.
¡De ninguna maldita manera!
Inhalo profundamente para intentar controlarme. Puedo sentir mi
pulso acelerado mientras la adrenalina me recorre.
Detenla.
Cierro mis manos sobre mis piernas. Tengo una visión de April y yo
en el baño. No hace ocho minutos... y ahora se va con él.
—¿Sebastian? —me pregunta Marina.
Mis ojos la miran. —Lo siento. —Frunzo el ceño. Mierda—. Mis
disculpas. Yo... yo no te escuché.
—Te pregunté si ibas al gimnasio.
—Sí. —Doy un sorbo a mi bebida mientras mis ojos se posan de
nuevo en April. Ella está esperando que él pague la cuenta. Está
hablando y siendo amigable con el cajero. —¿Vas al gimnasio? —Le
pregunto a Marina, concentrándome de nuevo en ella.
¿A quién estoy engañando? Estoy siendo todo menos educado aquí.
Esta pobre mujer es lo último que tengo en mente.
¿Por qué diablos acepté venir a esta cita?
—Sí, soy una auténtica fanática del fitness. —Sonríe—. A mí también
me gusta correr en maratones.
Levanto la mirada y veo a April a través del restaurante una vez
más. Su cita la rodea con el brazo y le besa la sien antes de salir del
restaurante juntos, tomados del brazo. Mi estómago se retuerce
mientras lucho contra cada impulso que tengo de correr tras ella.
Mierda.
Me imagino a los dos teniendo sexo y mi cabeza se siente como si
estuviera a punto de explotar.
Sal y arrástrala fuera de su auto. ¡Hazlo ahora! ¿A qué carajo estás
esperando? No dejes que se vaya con él.
¡Para, para, para!
Cinco minutos de locura esta noche serán los titulares de mañana.
El vice primer ministro se vuelve loco y saca a su abogada de un coche.
Vacío mi vaso y luego arrastro mi mano por mi cara. Estoy caliente y
sudoroso y al borde de salirme de control.
—¿Estás bien? —pregunta Marina.
Mis ojos vuelven a ella. Mierda.
Obligo una sonrisa. —Lo siento. Acabo de recibir noticias sobre el
trabajo y estoy terriblemente distraído. Por favor perdóname.
—¿Todo está bien?
Asiento con la cabeza, apenas capaz de empujar las palabras a través
de mis labios. —Solo... —Hago una pausa mientras trato de pensar en
una mentira adecuada—. Tengo una reunión urgente que se acaba de
programar para mañana y tengo que prepararme. Solo lo recorro en
mi mente.
—Oh. —Su rostro se cae—. ¿Qué significa eso?
—Nada. —Sonrío—. Puede que tenga que irme temprano esta noche
después de la cena. No tienes nada de qué preocuparte.
—De acuerdo.
Eso no es totalmente mentira. Tengo algo urgente en mi agenda para
mañana.
Necesito quitarme de la cabeza a April Bennet.
Esto tiene que terminar... ahora.
2:00 a.m.
Mi dedo se cierne sobre el nombre de April en mi teléfono.
Estoy desnudo, en la cama, con las piernas abiertas.
Solo en la oscuridad.
Voy a marcar su número, pero luego recuerdo que ella está con él.
Tiro mi teléfono al suelo con disgusto.
Mi mano se desliza a través del aceite sobre el extremo de mi polla
dura. Me he masturbado varias veces esta noche y ninguna de ellas ha
domesticado al tigre. Nada en la Tierra podría hacerlo.
La necesito.
Necesito una cosa y solo una cosa.
April maldita Bennet.
Me agarro con fuerza y me empiezo a masturbar duro. Mis piernas
se abren más. El sonido del aceite resbaladizo alrededor de mis dedos
resuena por toda la habitación, e inclino mi cabeza hacia el techo.
Estoy empapado de sudor. Mi agarre es doloroso.
Si hago que duela, eliminará la necesidad.
Tiene que. No puedo seguir así.
***
April
Me siento en la parte trasera del Audi negro con Jeremy. Las ventanas son
oscuras, como es el caso de todos los autos del gobierno. Conduce un
guardia de seguridad.
Este es un mundo completamente nuevo para mi.
Es lunes por la mañana y hay una caravana de autos estacionados. Todos
estamos esperando que Sebastian García se una a nosotros. Ahora está en
una conferencia de prensa y, una vez que haya terminado, su séquito se
dirigirá a Gales.
Hay nueve autos en total, incluidos sus asesores, su equipo de gestión de
crisis: Bart, Jeremy y su seguridad. Esta tarde, inaugurará un hospital, tiene
que hablar en un almuerzo y visitar una escuela. Mañana irá a una
ceremonia de inauguración en una universidad y luego tendrá una serie de
compromisos durante los próximos días.
Ha sido un fin de semana largo después de verlo el sábado por la noche.
No me ha contactado desde entonces.
No es que yo quisiera que lo hiciera, por supuesto. Pero me pregunto si
terminó durmiendo con su cita, y por eso no llamó.
Hablé con Eliza durante una hora anoche por teléfono, y ella piensa que
no tengo un cierre entre nosotros dos y que ese es el problema, y tal vez
tenga razón. Parece que tengo muchas palabras sin decir que quiero decirle.
Tal vez debería decirlas todas y terminar de una vez.
Bart está en el auto frente al nuestro, así que solo estamos Jeremy y yo
durante el viaje de tres horas. Tengo muchas ganas de conocerlo un poco
mejor. Es muy cauteloso con Bart, pero tal vez solo esté siendo profesional.
Hay una multitud de gente en los escalones de la entrada y sé que
Sebastian está cerca. La gente parece correr cuando él está cerca. Su
personalidad domina la de sus compañeros de trabajo.
Será muy interesante verlo cuando regrese el primer ministro. Por el
momento, parece estar manejando todo por aquí.
Puedo ver a Sebastian. Lleva un traje gris oscuro perfectamente ajustado
con camisa blanca y corbata azul marino. Su cabello negro tiene una
pequeña onda, y su piel aceitunada oscura resalta todo el aspecto seductor.
No se puede negar, Sebastian García es un hombre hermoso.
De ascendencia española, si mal no recuerdo.
Giro mis dedos en mi regazo mientras lo veo hablar con la mujer a su
lado mientras bajan los escalones. Están enfrascados en una conversación y
él no mira hacia arriba.
La mujer es Kellan Chesterfield, su asesora más cercana. Ella es muy
respetada e inteligente. Tiene una maestría en economía y política.
Ella es hermosa con su cabello oscuro y labios grandes y carnosos.
Agregue a eso, una figura para morirse, y no estoy celosa de ella en
absoluto.
—No le gusta ella —dice Jeremy casualmente.
Frunzo el ceño mientras me giro para mirarlo. —¿Disculpa?
—Por si acaso querías saberlo. —Jeremy se encoge de hombros.
—¿Por qué querría saber eso? —Mierda... ¿Soy tan obvia?
Jeremy da un sorbo a su café para llevar mientras vemos a Sebastian y
Kellan subirse al mismo coche.
Ella puede conducir con él.
—Bueno, es obvio, ¿no? —pregunta Jeremy.
—¿Qué es obvio?
—Solo digo que cuando estás en la habitación, Sebastian García no ve a
nadie más.
—¿Qué?
El auto se detiene en la línea de vehículos gubernamentales negros. —Oh,
vamos, April. Debes darte cuenta.
—¿Darme cuenta de qué? —Actúo de manera inocente porque quiero que
Jeremy dé más detalles para poder alimentar mi adicción enfermiza hacia
este hombre.
—García está interesado en ti.
—¿Por qué lo dices?
—La forma en que te mira.
—¿Cómo me mira? —Siento que la emoción se agita profundamente en
la boca del estómago.
Detente.
—Como si fueras la mujer más hermosa que jamás haya visto.
Muerdo el interior de mi mejilla. —No lo creo.
—Lo sé. —Jeremy apoya la cabeza contra la cabecera y mira por la
ventana.
Giro mis dedos en mi regazo mientras planeo cuidadosamente mi
próxima pregunta. Jeremy es la única persona que sabe mucho sobre
Sebastian.
—Creo que tiene novia, de todos modos.
—Nop. —Sonríe—. Ha estado soltero durante años. Sin embargo, tuvo
una esposa. Una perra total.
No lo sabré yo.
—¿De verdad? —Actúo sorprendida.
—Sí, y ella lo quiere de vuelta.
—¿Quién te dijo eso?
—No es ningún secreto.
Frunzo el ceño mientras trato de pensar. —¿Sin embargo, pensé haber
leído en alguna parte que ella había tenido una aventura?
—Creo que él pasaba mucho tiempo fuera, trabajando. No tengo idea de
lo que pasó realmente —Se encoge de hombros. —Tendría que ser una
maldita idiota para engañarlo. Es totalmente hermoso.
Sonrío, sabiendo que mis sospechas eran correctas. Jeremy es gay. —Lo
es. —Concuerdo.—. Aunque no es mi tipo.
—Oh, por favor —resopla—. García es el tipo de todos. Apuesto a que él
es dominante en la cama.
No tienes idea.
—Tal vez algún día lo descubras —bromeo.
Él se ríe. —En mis sueños. —Vuelve a poner su cabeza en la cabecera—.
Pero estoy comprometido.
—¿Con Bart?
—No eres el único que nota cosas por aquí. —Sonrío.
Su mirada fija en la mía.
—Relájate —suspiro mientras pongo mi cabeza en la cabecera—.
Necesito un maldito aliado por aquí. Tus secretos están a salvo conmigo. Ya
tengo suficiente de mi propia mierda para preocuparme por ti y Bart.
Él sonríe, un poco aliviado.
Yo suspiro. —¿Qué sucede en estos viajes, de todos modos? Cuéntamelo
todo.
April
—¿QUIERES VENIRTE? —Pasa su lengua sobre mi clítoris antes de quitarme
las bragas.
Mi espalda se arquea fuera de la cama mientras trato de tener una
conexión más profunda.
Sebastian se inclina sobre su codo a mi lado y desliza tres dedos
profundamente en mi vagina. Aprieta su mandíbula y mis piernas se abren
lo suficiente como para que mis rodillas toquen el colchón.
—¿Quieres venirte, Cartier? —susurra oscuramente.
Mi aliento se detiene ante el uso de mi nombre del Club Escape. Ha
pasado mucho tiempo desde que lo escuché. No puedo creer que lo
recordara.
Me masajea profundamente por dentro, encontrando el punto perfecto. Mi
cuerpo comienza a temblar. Soy como una marioneta en sus manos cuando
encuentra mi punto G, obedeciendo cada una de sus órdenes.
Me da un fuerte tirón con la palma de la mano. —Contéstame —gruñe.
—Sí —lloriqueo cuando el sonido de mi excitación húmeda comienza a
resonar a mi alrededor.
Joder, me pone tan mojada.
Se inclina y besa mi vagina. Sus dientes rozan mi clítoris mientras sus
dedos hacen su magia, y empiezo a temblar.
Se detiene y sus ojos sostienen los míos. —Dime que se ha ido.
Mi excitación se desvanece y levanto la cabeza para mirarlo. —¿Qué?
Desliza sus dedos profundamente —cuatro esta vez—y siento como se
estira su posesión.
Mi cabeza cae hacia atrás y mis piernas se levantan del colchón, colgando
abiertas en el aire.
Ahh, eso es tan...
—¡Dime! —me grita.
—¿Q-quién?
Se sienta abruptamente y me da la vuelta sobre mi estómago. Se acuesta
sobre mí, con todo su peso inmovilizándome, su boca en mi oído. Puedo
sentir su erección a través de su traje clavándose en mi trasero.
—No comparto, maldita sea —sisea contra mi oído. La piel de gallina se
esparce por mi piel.
Y luego todo vuelve a mí.
Recuerdo. Lo recuerdo todo.
El borde del miedo que Sebastian García trae al dormitorio.
Nunca sabes muy bien lo que va a pasar, si está enojado o si te gustará.
¿Lograrás sobrevivir para poder pasar al otro lado?
Lo único seguro es que está a punto de volar tu maldita cabeza.
Tomándome por las caderas, me pone de rodillas y se coloca detrás de mí.
Abre mis piernas y frota el dorso de sus dedos en mi vagina. Estoy
hinchada y empapada. ¿Cómo podría no estarlo? Empujo mi cuerpo hacia
atrás para tratar de obtener la fricción que tanto necesito. Agarra un puñado
de mi cabello y me echa la cabeza hacia atrás. Luego, me da una fuerte
palmada en el trasero y grito: —¡Ahh!
El sonido es fuerte. El pinchazo agudo.
—No te muevas, joder —gruñe.
Cierro los ojos, mi cuerpo palpita de excitación, la adrenalina es una
experiencia totalmente extracorpórea.
Escucho el desabrocharse de sus pantalones. El desgarro del envoltorio
del condón.
Oh si.
Pone su mano en la parte de atrás de mi cuello y empuja mi cara contra el
colchón con fuerza. Sonrío y luego siento su lengua sobre mi culo. Gime
suavemente dentro de mí, como si estuviera perdiendo el control. Abre mis
nalgas y realmente comienza a comerme. Arrugo las sábanas en mis puños
mientras empiezo a perder el control.
Demonios, ¡sí!. Echaba de menos follar con este hombre.
Frota la punta de su polla a través de los labios de mi vagina, y luego me
da otra fuerte nalgada. —Responde la maldita pregunta.
Me estremezco. —Voy a acabar —le susurro.
Agarra mi cabello y tira de mi cabeza hacia atrás, llevando su boca a mi
oído. —Te vienes y verás lo que te va a pasar.
Giro la cabeza para besarlo y nuestras miradas se encuentran. La
oscuridad nada entre nosotros. Una excitación, una emoción, algo más
grande de lo que somos.
Nunca lo he experimentado con nadie más, pero sé con certeza que es
algo que ninguno de nosotros puede controlar.
—Bésame —gimo—. Por favor.
Se inclina y lame mis labios abiertos. —Dímelo. —Me retuerce el pezón
con fuerza.
Me estremezco y me muerde el cuello hasta que grito. Oh...
—Él ya no está —respiro—. Ya no existe. Solo estás tú.
Lo siento sonreír contra mi mejilla, y luego mueve mi rostro hacia él y
me regala un beso. Su lengua baila contra la mía. Sus ojos se cierran y sé
que está aquí conmigo.
Luego, como si recuperara el control, su mano se desliza entre mis
omóplatos y me empuja hacia el colchón con fuerza. Con una mano llena de
mi cabello en su puño, me penetra, duro y profundo.
Grito. El es grande. Grueso y duro. Su dominio es implacable.
El calor es real.
No soy una mujer sin experiencia, pero demonios, Sebastian García me
hace sentir como una virgen inocente.
Su toque es tan diferente al de los demás. Su dominio es real.
Agarra mis caderas con sus manos y comienza a bombearme con fuerza.
Todo mi cuerpo se agita cuando me golpea.
La cama golpea contra la pared, miro hacia arriba y veo nuestro reflejo en
el espejo.
Todavía está completamente vestido con su traje. Mi inocente camisón
blanco está enrollado alrededor de mis pechos. Sebastian inclina la cabeza
hacia atrás en éxtasis, y cuando la tenue luz se refleja en el espejo, veo el
brillo del sudor en su frente.
—Córrete dentro de mí —jadeo—. Quiero sentirlo. Quiero sentirlo
profundo. Dámelo todo.
Vuelve a subir su rostro, como si perdiera el control.
Quiero que él se venga primero. Quiero volar su maldito cerebro, como él
hace con el mío. Entonces, recuerdo lo mucho que le gusta hablar sucio.
Empujo su polla hacia atrás y rodeo mis caderas en una invitación.
—Lléname —le susurro.
Aprieta los dientes y me penetra con más fuerza. —Córrete —ordena,
sabiendo que está a punto de perder el control.
—No. —Sonrío. Me gusta este juego, ver al Sr. García venirse puede ser
mi nuevo pasatiempo favorito.
—Maldición, córrete —grita.
Muevo mi trasero contra el suyo. —Oblígame.
Escupe en mi trasero y luego desliza su pulgar profundamente en mí.
Me quedo quieta.
Oh, es malo.
Veo estrellas y el aire sale de mis pulmones.
Me bombea una, dos, tres veces, y grito cuando me corro.
—¡Ah, Mierda! —Su gemido es gutural como si sintiera dolor. Se
sostiene profundamente dentro de mí, y siento la reveladora sacudida de su
polla. Continúa chocando contra mí mientras se vacía completamente
dentro de mí.
Me dejo caer sobre el colchón y él cae a mi lado. Ambos estamos
jadeando.
Sonrío y paso mi mano por sus bigotes oscuros mientras nos miramos el
uno al otro. —Tienes semen en tu traje. —Jadeo.
Se inclina para besarme. —Valió la pena por completo.
—Tomaré un café con leche doble y un capuchino, por favor —le digo al
mesero detrás de la caja registradora—. Y dos sándwiches tostados de pavo,
queso suizo y salsa de arándanos, por favor.
—De inmediato. —Ella sonríe y pone mi pedido en la computadora.
Son las 3:00 p.m. el viernes por la tarde. Bart y yo aún no hemos
almorzado. Estamos al otro lado de la ciudad. Está lidiando con una cliente
que está llorando en su apartamento. Su esposo, que actualmente está de
gira como baterista en una banda de rock icónica, acaba de ser arrestado en
Dinamarca por cargos de pornografía. Bart está tratando de idear un plan de
acción y pagar una fianza. En este momento, no está claro qué tan graves
son los cargos.
Es un puto lío. ¿Quién diría que las celebridades serían una pesadilla?
Este trabajo es agotador. He estado fuera toda la semana y ahora esto.
Tuve que escaparme y traernos algo de comer antes de que ambos nos
desmayáramos.
Pago mi factura y tomo asiento mientras espero mi pedido.
No estoy segura de qué está pasando este fin de semana, o qué está
pasando con Sebastian.
Después de que me diera un beso de despedida ayer por la mañana, no lo
he visto ni escuchado de él. No pregunto ni le llamo. La pelota está ahora en
su campo. Si quiere esto, tiene que demostrar interés.
Dejé muy claro cuál es mi posición. Quizás demasiado bien.
A la tierna edad de treinta y un años, he terminado con los juegos.
Sebastian García me ilumina más que cualquier otro hombre... incluso mi
ex marido, y eso es decir mucho porque en ese momento, pensé que él era
el centro del mundo. He estado repasando la excusa de Sebastian sobre lo
que sucedió hace tantos años, y mirándolo desde su lado, lo entiendo.
Tenía que apoyar a Brandon. Hizo lo correcto. Aunque me pisotearon en
el proceso, ¿qué clase de padre habría sido si hubiera puesto a una mujer
antes que a su hijo? Alguien a quien conocía desde hacía dos semanas.
El hecho de que puso a su hijo —ni siquiera a su hijo, sino al hijo de otro
hombre que asumió como suyo—antes que él mismo dice mucho sobre su
carácter. Hay mucho que me gusta de Sebastian García.
Su ética de trabajo, su postura sobre las políticas, su inteligencia.
Su cuerpo.
Sus palabras vuelven a mí:
No hay nada más embriagador que el aroma de la mujer que deseas.
La mujer que deseas. ¿No sería eso algo? Sonrío para mí misma,
sintiéndome avergonzada por lo intenso que fue hacer el amor. Decir que
fue increíble sería quedarse corto.
—Tu pedido está listo —me llama la camarera.
—Gracias. —Me paro y miro al otro lado del restaurante, me detengo en
seco.
Me siento inmediatamente para que no me vean.
Helena está sentada en una mesa en la parte trasera del restaurante con
Gerhard.
Dos de las mayores amenazas de Sebastian... juntas.
Mierda.
¿Qué están haciendo?
Levanto el teléfono y finjo tomarme una selfie. En cambio, tomo una foto
de los dos juntos.
Busco los nombres de Sebastian y Bart en mi teléfono y les envío la foto,
con el mensaje:
Tenemos un problema.
16
April
MI CELULAR SUENA DE INMEDIATO con el nombre de Sebastian iluminando la
pantalla.
—Hola —contesto.
—¿Dónde estás?
—En un café en Brixton.
—¿Cómo sabes quién es ella?
—Vino a mi oficina una vez —balbuceo.
—¿Por qué no me dijiste?
—Por confidencialidad del cliente no podía, pero ahora que trabajo para
ti...
—¿Qué carajo está haciendo con él? —Observo brevemente a los dos
hablando.
—Eso es lo que me gustaría saber.
—Obsérvalos cuidadosamente.
—No puedo —Inclino la cabeza en resignación—No me pueden ver.
—¿Estás en el café en este momento?
—Sí.
—Sal de ahí y obsérvalos del otro lado de la calle o algo. Verifica si se
van juntos.
—Entendido.
Cuelga, y levanto mis cejas. —Adiós, Sebastian —me digo a mí misma.
Obviamente está distraído, imagino que yo también lo estaría si tuviera
una ex esposa malévola como ella.
Recojo mi pedido y salgo hacia el otro lado de la calle. Maldición, solo
quiero comer mi sándwich tostado mientras está caliente. Meto la bolsa de
papel marrón en mi bolso y llevo los dos cafés uno en cada mano. Entro a
una tienda de vestidos del otro lado de la calle. Tiene unas ventanas
gigantes para poder ver a través de ellas.
Son las 6:00 p.m. del sábado. Camino a través del bar para encontrarme con
Anna y Penélope. Saludo al verlas sentadas en una mesa en la parte de
atrás, y eventualmente me siento en una silla a su lado.
—Hola. —Sonrío.
Anna llena mi copa con vino. —Justo a tiempo para un brindis. —Sonríe
orgullosamente.
Me río y brindo con ellas.
—Por los sitios web de citas para gente casada cornuda —dice.
Reímos juntas. —¡Salud! —anuncio—. Felicidades.
Nos encontramos aquí para celebrar el nuevo trabajo de Anna. La acaban
de contratar como recepcionista en Ashley Madison. Sí, han escuchado
correctamente. Ashley Madison es un sitio web de citas para gente casada.
—Así que... cuéntanos todo.
—Bueno, empiezo el lunes. Trabajaré en la oficina principal, en el
escritorio de la entrada por un tiempo. Si me va bien, puedo progresar a la
parte de atrás de la casa.
Me encanta verla tan emocionada.
—¿Y qué crees que pasa en la parte de atrás de la casa? —Penélope
pregunta.
—Orgías —sugiero.
—No. —Anna agranda los ojos—Somos una empresa con clase.
—Que apela a la gente casada —Penélope interrumpe.
—No es como parece —dice Anna—Una vez que me lo explicaron, lo
entendí.
Alzo una ceja.
—Ashley Madison es para gente que está profundamente enamorada de
su pareja.
—Por Dios —protesto.
—Es completamente cierto. No tienen ningún deseo de salir de su
matrimonio, y son totalmente felices con su pareja. Es sólo que su esposa o
esposo no tienen los mismos niveles de libido.
—Ugh. —Volteo los ojos y tomo un sorbo de mi vino—. No me jodas.
—¿Saben qué? —dice Penélope—Lo entiendo. Imaginen si están casadas
con el hombre más increíble, un papá maravilloso, y una pareja excelente.
Pero luego por un problema de salud o algo más, pierde su capacidad de
tener sexo. ¿Qué harían? —Intercambia miradas con Anna y conmigo.
Anna se encoge de hombros.
—¿Lo dejarían por un perdedor que les puede ofrecer sexo?
—No —respondo.
—Entonces, ¿simplemente vivirían por el resto de sus vidas sin sexo?
Tuerzo los labios. —Mmm.
—Esto garantiza la dignidad de la pareja —Penélope dice—Pueden tener
una aventura, discreta y en privado. Nadie se va a enterar, y la persona con
la que están acostándose está felizmente enamorada de su pareja. Se ayudan
entre sí, puramente físico. En una situación en la que nadie pierde.
—Engañar es engañar —protesto—. Nunca podría apoyar eso. Siempre
he sido la engañada.
—Esto es diferente. Al bastardo de tu esposo ni siquiera le importabas o
no lo hubiera hecho con una chica cualquiera.
—En mi cama —protesto—. Maldito imbécil.
—Idiota —añade Anna.
—¿Cierto?
—Todo lo que estoy diciendo es que —continúa Penélope—, la libido de
las parejas felizmente casadas puede ser muy diferente. A veces cosas como
éstas son necesarias. Si un hombre está caminando todo el día y noche,
cachondo, y su esposa no lo va a manejar, ¿qué se supone que debería
hacer?
—Pajearte —murmuro contra mi copa de vino.
Anna se ríe.
—Y llega un momento que uno se cansa de eso. —Penélope se encoge de
hombros—. Nada le gana al sentimiento de un hombre que esté duro o a
sentirse deseada.
—No lo sé —dice Anna.
—Al fin y al cabo. —Penélope se encoge de hombros—. Lo entiendo.
Entiendo a las mujeres que usan la página. Entiendo a los hombres que la
usan también.
—Sería feliz de que cualquier persona me coja que no sea yo misma —
anuncia Anna.
Dios, quiero contarles sobre el sexo increíble que tuve esta semana, pero
por supuesto, no puedo. He decidido que tengo que mantener a Sebastian
sólo para mí misma. Nadie puede saber sobre lo nuestro. Luego de esta
semana con él, y viendo lo bueno que es en su trabajo, sé que no estoy
pasando el tiempo con cualquiera.
Estoy acostándome con el vice primer ministro del país, y él se merece
que yo sea discreta.
Y también está el hecho de que me despedirían del trabajo si alguien se
entera.
—¡Oh! —Penélope grita—. ¿Qué pasó con García?
—Shhh. —Miro a mi alrededor—. Nada.
—¿Nada? —Anna frunce el ceño—. Pensé que había una tensión sexual.
—No, está teniendo algo con una de sus secretarías, me enteré hace poco
—miento—. Están saliendo, aparentemente.
—Dios. —Penélope se inclina hacia atrás en desaprobación—. Qué
decepción. Yo estaba emocionada por escuchar ese chisme, perdedora. —
Me río mientras doy un sorbo de vino.
—No te preocupes —dice Anna—. Probablemente él usará Ashley
Madison pronto.
Levanto mi copa al aire. —No lo dudo.
Sebastian
Me levanto y me apoyo en mis codos. Miro alrededor de mi
habitación… está vacía. La luz del sol es tenue y entra por los espacios
entre las cortinas. —¿April?
No hay respuesta.
¿Dónde está?
Lo último que recuerdo es estar acurrucado con ella a mi alrededor
como una cobija.
Me paro y voy al baño. Cuando me voy a poner la bata, veo que no
está colgando de la puerta del baño. ¿Dónde la dejé?
Me pongo unos shorts y bajo por las escaleras. Me detengo a mitad
de camino y escucho.
Puedo escuchar una voz americana. También huelo panquecas.
Frunzo el ceño.
Termino de caminar hacia la cocina.
—Hey —dice April cuando se tropieza con Bentley—. Estás en mi
camino, perro viejo.
Está vistiendo mi bata azul marino, para lo que está haciendo y
sostiene la sartén en el aire mientras ve algo en la televisión que está en
la sala. Miro brevemente lo que está viendo. Es CNN, la cadena
americana de noticias.
Sonrío y me inclino contra el marco de la puerta. A veces se me
olvida que no es inglesa.
Devuelve la sartén al fogón y continúa cocinando. De vez en cuando,
mira la televisión y para lo que está haciendo.
Va hacia el refrigerador y saca unas frutas y luego empieza a
cortarlas. Viéndola, un sentimiento extraño me invade.
Esto se siente normal. Extrañamente normal.
No he tenido cosas normales desde hace mucho tiempo.
Por diez minutos, la observo. Le habla al perro y mira las noticias
mientras cocina y se queja. No creo jamás haber visto algo tan hermoso
y acogedor.
Ella tiene una energía increíble. Es segura de sí misma pero inocente,
y aun así sé que no es nada inocente. Todo lo contrario, realmente.
La mujer es retorcida. Me fríe el jodido cerebro cada vez que
tenemos sexo.
Nunca en la vida, me he puesto tan duro como me pongo con ella.
Cada vez es mejor que la anterior, y no sé cómo es eso posible, porque
cada vez que lo hacemos creo que estamos en la cúspide del sexo.
Mira hacia arriba brevemente y me encuentra. —Hola, tú. —Sonríe,
camina hacia mí, y junta sus brazos alrededor de mi cuello. Me besa
suavemente.
Mi corazón da un salto al sentir su beso. —Ahí está mi bata de baño.
—Sonrío.
Se ríe. —¿Esta cosa vieja? Pensé que era de tu abuelo.
Me río y deslizo mis manos hacia su trasero, y nos quedamos
abrazados por un tiempo. Sus labios rozan los míos por un tiempo y
luego me regala otro beso.
—Te hice panquecas.
—¿Ah sí?
—Sí. —Toma mi mano y me guía a un taburete en el mesón—.
Siéntate y admira mi culo mientras los termino de preparar.
—Creo que soy capaz de hacerlo.
—¿Cómo te gusta el café?
—Con leche y una de azúcar. —La veo prepararlo—. No tienes que
cocinar cuando te quedas acá, sabes.
—Me gusta cocinar —responde. Su cara cambia de expresión al
pasarme el café—. ¿Por qué, te molesta?
—No. Me refiero a que... no quiero que pienses que lo tienes que
hacer.
Sonríe y sirve las panquecas.
—¿Qué?
—Es tan tierno que pienses que haría algo que no quiero hacer.
Sonrío con picardía, sabiendo que es verdad.
April hace un arreglo de fresas y bananas encima de mis panquecas.
—¿Miel de maple? —pregunta.
—Por favor.
Lo vierte en el plato y me lo pasa, y luego se sienta a mi lado con el
suyo.
—¿Y el tuyo sin Miel de maple? —Frunzo el ceño.
—No. —Da un bocado con su tenedor—. Soy lo suficientemente
dulce.
—Muy cierto.
Pone su mano en mi muslo y se inclina para besarme. Está en lo
correcto. Ella es dulce y gentil. Todo lo que yo no soy.
Mi corazón se achica al verla.
Sostiene mi cara. —Anoche fue maravilloso, Seb.
—Lo fue.
Nos vemos fijamente por un momento, y una familiaridad y cariño
llena el espacio entre nosotros.
No lo arruines.
Sigo comiendo. —Entonces, ¿ahora es cuando me doy cuenta de que
me robaste las cosas de la casa? —Tomo un mordisco con mi tenedor.
—Eso. Sonríe. —Limpié el lugar anoche. Hombre, tienes un montón
de basura. La espalda me duele por haber cargado todo a tu carro
pretencioso—. Sonrío.
—¿Qué harás hoy? —pregunta.
Mi mirada se encuentra con la suya. ¿Hay planes para hoy?
—Mmm. —Hago una pausa porque no sé cómo responder a eso—.
¿Tú qué quieres hacer?
—Bueno, considerando que no puedo irme de la casa por el hecho de
que estoy encubierta como en una de las películas de espías como
Misión Imposible...
Sonrío al escuchar su analogía. —Es cierto —interrumpo.
—Estaba pensando que me podrías dar un masaje en los pies.
—Creo que puedo arreglármelas.
Se inclina hacia mí y me besa de nuevo. Luego, aprieta su mejilla
contra la mía, y lo siento de nuevo.
Su ternura.
Es tan extraña para mí, pero tan acogedora y agradable.
Separo mi mejilla de la suya y continúo con mi comida. —¿Qué
obtendré a cambio de hacerte un masaje en los pies?
—Podrás cortar las uñas de mis pies.
Estallo de la risa por su respuesta inesperada. —¿Es algún fetiche
que tienes?
Se ríe. —Absolutamente, Sr. García. Ya verás lo que te espera.
April
Si hay algo peor que enamorarse del hombre incorrecto, es tener que
trabajar con él luego de que todo se acabó.
Estamos en Bristol por esta semana. Es martes por la noche, y Sebastian
no me ha dirigido la palabra desde que salí de su casa el domingo.
Estoy molesta conmigo misma.
¿Cómo carajos me permití sentir cosas por él cuando sabía que era
peligroso?
La peor parte es que sé que él tampoco está feliz. Ha sido un perro
gruñón, y todo el mundo está asustado de siquiera acercársele.
Estamos en habitaciones interconectadas, pero no estoy segura de el por
qué. No ha tocado mi puerta. Es posible que haya sido muy tarde para
cambiar la reserva.
No salí a comer con el resto del equipo. Decidí pedir servicio a la
habitación en vez de eso. No estoy de humor para socializar.
Escuché la puerta de su habitación cerrarse cerca de una hora atrás. Sé
que está en su habitación solo también.
Y esto apesta.
Escucho un golpe suave en la puerta, y me quedo sin aire.
¿Será él?
La cerradura está de su lado, por lo que me quedo estática en la
oscuridad. Estiro el brazo y prendo la lámpara de mi mesa de noche, estoy
acostada de espalda a la puerta.
Cierro los ojos.
La cama se mueve por su peso al acostarse a mis espaldas y me toma en
sus brazos.
Me besa la sien. —Lo siento.
Sigo sin moverme, no sé qué decir.
—Mis demonios me persiguen —susurra.
Frunzo el ceño y me doy la vuelta. Estamos cara a cara. —Entonces
déjame ahuyentarlos.
—Son muy fuertes para los dos.
Lo miro fijamente por un momento. —Compártelos conmigo.
Traga con dificultad y se queda en silencio.
Acaricio su mejilla con mi mano, con lo que sea que esté lidiando le está
haciendo daño. —Cariño, háblame. —Dirige su mirada a mis ojos.
—Sebastian.
—Estoy dañado —susurra.
Me inclino y beso sus labios. —Cuéntame.
Frunce el ceño. —No puedo... —Hace una pausa y yo me quedo en
silencio—. No puedo hacerlo a menos de que esté con una prostituta. —
Frunzo el ceño, confundida.
—A menos de que sepa con seguridad que no hay un futuro posible con
una mujer, ni siquiera se me para. Pestañeo, estupefacta.
Carajo.
17
April
ME LE QUEDO VIENDO, por la sombra que hace la lámpara, solo puedo ver
parcialmente su cara. Paso mis dedos por su barba mientras intento pensar
qué sería lo correcto para decirle.
¿Qué puedes responder con respecto a eso?
—¿Hace cuánto? —susurro.
—Mucho tiempo.
—¿Desde que estabas casado?
—Por esos tiempos.
Recuerdo ese día a Helena en mi oficina, y el odio inunda cada poro de
mi cuerpo.
¿Qué carajo le hizo esa mujer?
Permanece serio, y sin saber qué hacer, le doy una sonrisa de lado.
—¿Has buscado algún tratamiento? —pregunto.
—¿Como un loquero?
—Un psicólogo.
—Ellos no me pueden ayudar.
—¿Con quién has hablado sobre esto?
—Con nadie.
—¿Ni siquiera con tus amigos? —Frunzo el ceño.
—No.
Una pequeña sonrisa aparece en mi cara.
—¿Por qué sonríes?
—Porque me dijiste. Eso debe significar algo, ¿no? —Arruga la frente,
como si estuviera considerando mi pregunta.
Dibujo un círculo con la punta de mi dedo en la sábana mientras pienso.
—Entonces, ¿lo que quieres decir es que no todas las mujeres que te
parecen atractivas “hacen el trabajo”?
—No —responde sin dudar.
Un millón de cosas pasan por mi cabeza, ninguna de ellas tiene sentido.
—¿Y Cartier lo hace? —Mueve la mandíbula—. Sí. —Asiento.
—Pero no quiero a Cartier.
—¿A quién quieres?
—A ti.
Me inclino hacia él y lo beso suavemente. Esto está tan mal, quién sabe
por qué me siento aliviada.
Nos vemos el uno al otro por un tiempo, y luego pregunto —¿Qué
hubiera pasado si yo quisiera que me hicieras el amor? —Pestañea, y su
cara se retuerce.
—Le doy un momento para responder y, al no hacerlo, respondo por él.
—¿Tu cuerpo no hubiera cooperado?
—Mi cuerpo no es el problema. Pierdo totalmente la atracción.
Asiento. Estoy empezando a entender.
Su expresión es tan seria. Se ve tan abatido. Me inclino y lo beso. —
Gracias por decirme. —Lo abrazo, y casi que puedo sentir su dolor a través
de mi cuerpo—. Esto no está tan mal. Esto está bien. Podemos trabajar en
esto, Seb —susurro.
—¿Cómo?
—Vamos un día a la vez. —Paso mi dedo por el puente de su nariz.
Me mira fijamente.
—Y cuando necesites a April para que sea tu novia, te bese y te abrace y
pase el tiempo contigo, aquí está.
—¿Y cuándo necesite a Cartier?
—También está aquí.
Me mira a los ojos. —¿Por qué estarías dispuesta a eso?
Me doy la vuelta. —Porque lo entiendo. No puedo juzgar. Tengo mis
propios demonios.
Se apoya en su codo. —¿Cuáles?
Miro hacia el techo. —¿Cuánto tiempo tienes? —Sonríe, haciendo un
gesto para que continúe.
—Bueno, no puedo acercarme a nadie, desde hace siete años. Separo el
sexo de los demás aspectos de mi vida. No puedo ir a casa a vivir en
América porque me recuerda a él y lo mucho que me dolió, a pesar de que
toda mi familia y amigos están ahí. Hay un hombre maravilloso con quien
he estado durmiendo por cuatro años y que me ama y quiere casarse y tener
bebés, y aun así no puedo pensar en algo peor que eso. Terminé lo que tenía
con él sin dudarlo y sin sentir remordimiento. ¿Cómo puedo ser una persona
tan fría? Y ahora, como la cereza del pastel, creo que me he enamorado de
alguien que es una figura pública, y para quién trabajo, así que nunca
podremos salir públicamente... y creo que está tan dañado como yo.
Sonríe y aprieta el puente de su nariz. Escuchar nuestras situaciones en
voz alta de verdad es cómico.
—Así que, sí, puedo manejar tus demonios. —Sonrío—. No estoy segura
de que puedas soportar los míos.
—Yo tampoco. —Sonríe—. La verdad es que suenas muy dañada.
Me río en voz alta, y es catártico. Se ríe también.
Luego de un tiempo, nos ponemos serios.
—Seb.
—Sí.
—Prométeme algo.
—¿Qué?
—¿Me puedes mantener al tanto? —Frunce el ceño.
—Puedo soportar cualquier cosa que me lances. —Es posible que esto
sea muy pesado para decirlo ahora, pero necesito expresarlo—. Pero si tú
quieres a otra chica, o si necesitas a otra mujer, prostituta... como lo quieras
llamar... está bien. Te estoy diciendo que está bien si necesitas a alguien
más. Lo entiendo completamente. Pero necesito que me digas antes de
hacerlo para que yo pueda irme con mi dignidad. Si vamos a hacer esto,
merezco saber qué está pasando por tu cabeza. Y te prometo que no habrá
juicios o rencores de mi parte. Entiendo que a veces... —Hago una pausa
mientras trato de pensar la mejor manera de decirlo—. A veces los
demonios son tan grandes, que necesitas una nueva arma.
La expresión se le borra de la cara, y sé que entiende lo que estoy
diciendo. He estado ahí. He rebotado de hombre a hombre, buscando esa
droga mágica que va a acabar con el dolor.
Me inclino y lo beso suavemente. —Esa es la única condición que tengo
para que nuestra relación continúe.
—Está bien —susurra, y luego de un momento añade—. Tienes mi
palabra.
—Seb. —Frunzo el ceño.
—¿Qué?
—¿Por qué me dijiste?
—¿Qué quieres decir?
—Bueno... no me tenías que decir esto. Podrías solo haber seguido el
mismo juego, y nadie lo hubiera sabido nunca.
—Pensé que yo... —Su voz se desvanece.
—¿Qué pensaste?
—Pensé que te debía la verdad y... —Lo miro fijamente—. Tú me haces
querer ser mejor, April —susurra—. Ponerme mejor.
Sonrío suavemente al juntarse nuestros labios, y mi corazón entero se
encoge.
Este hombre hermoso.
Le retiro el cabello de la frente mientras nos vemos el uno al otro
fijamente. —Sabes, Sebastian, resulta que me gustas tal como eres.
Me besa suavemente. —Eso es porque estás jodidamente dañada.
Me río. —Es posible.
Me toma en sus brazos y me aprieta con fuerza. Besa mi frente y luego
me da la vuelta, apartándome de él, para poder acurrucarme desde atrás. Por
primera vez desde que nos conocimos no hay tensión sexual entre nosotros.
Somos sólo dos personas acostadas en la cama juntos, listas para dormir.
No puedo evitar sentir que acabamos de entrar a la zona de amistad, y que
no hay camino de vuelta. Una tristeza empieza a formarse en lo profundo de
mis huesos, y realmente no sé qué pasará entre nosotros en el futuro.
Me siento tan cerca de él, y a la vez a kilómetros de distancia.
Pareciera como si con esta confesión quedó metido en una caja de cristal
y no sé qué tan fuerte es o qué la hará quebrarse. No estoy segura de qué
decir para ayudar. No estoy segura de que quería saber lo que me acaba de
decir.
¿Y qué significa esto para mi corazón? Porque él es el primer hombre
desde mi esposo por el que tengo sentimientos verdaderos. Oh, la ironía.
La vida es una puta mierda.
Los dos nos encontramos en silencio, perdidos en nuestros pensamientos
de arrepentimiento.
Pienso en el daño tan grande que debió haber sufrido para quedar tan
afectado. Me lo imagino pasando por todo esto a solas por tantos años, y
tantos dolores de corazón.
La odio con cada parte de mi.
Como una fuerza superior, siento que mis mecanismos de defensa se
infiltran en mi cuerpo.
Sebastian me besa la sien, y me derrito en sus brazos.
Adoro a este hombre.
Te cubriré las espaldas, bebé. Puedes contar conmigo.
Escucho que abre la puerta que conecta las dos habitaciones y luego como
la cierra a sus espaldas.
Despertarse de esta manera es solitario.
No hay un beso de buenos días. No hay dulces abrazos.
Luego de que las noches están llenas de tanta emoción, las mañanas se
sienten excepcionalmente vacías.
Es posible que haya pensado que estaba dormida y estaba tratando de no
despertarme.
Me levanto, me pongo mi bata y voy al baño, y una vez que termino,
prendo la tetera. Luego de todo lo que salió a la luz anoche, me pregunto
qué pasará.
¿Lo presiono o le doy su espacio?
Me quedo mirando la puerta entre nuestras habitaciones e intento decidir.
Por Dios, ¿por qué no me puede gustar un tipo normal para variar? Un
tipo normal, aburrido, que sea muy normal y muy aburrido.
Eso sería muy fácil, ¿no? Tuvo que ser un político con mucho poder que
tiene un 747 lleno de carga emocional.
Ugh, está es mi suerte.
Repaso sus palabras de anoche. Tú me haces querer ser mejor. Ponerme
mejor.
Me dijo por alguna razón. Quiere que yo lo intente.
Dejo caer mis hombros y me doy ánimo. Está bien, hagamos esto.
Hago dos tazas de café, abro la puerta y entro a su habitación con ellas en
la mano.
Me mira. Está recién bañado, usando un pantalón azul marino y una
camisa azul claro, que tiene todavía abierta mientras se la abotona. Puedo
ver sus músculos en su bronceado torso.
Siento que me aprieto por dentro, es un espécimen maravilloso. —
Buenos días. —Sonrío.
—Hola. —Me mira brevemente. Baja la mirada para continuar
abotonando su camisa.
—Te preparé café.
—Gracias. Sólo ponlo en el mesón. —Camina hacia su guardarropa, saca
su corbata y empieza a hacer el nudo.
Me dejo caer sobre su cama. Insegura de qué decir. —¿Un día ocupado?
—pregunto.
—Sí. Estira su corbata por encima de su hombro y camina hacia el baño
apurado.
Juego con mis dedos sobre mi regazo. Lo puedo escuchar cepillándose
los dientes.
Está bien, no hay problema.
Miro alrededor de la habitación, pensando en qué hacer.
Camina de vuelta y empaca su computadora en su morral. Parece
molesto.
—Con respecto a anoche —digo—. ¿Podemos hablar de eso?
—No hay nada de qué hablar. —Recoge los papeles de su escritorio—.
Sólo olvida lo que dije anoche. Estuve bebiendo.
Frunzo el ceño. No lo estuvo. —¿Qué?
—Sólo déjalo ir, April.
Me le quedo viendo, y puedo sentir que está molesto por haberme dicho.
Molesto de haber revelado su debilidad.
—No tienes que portarte como un patán —digo.
—Y tú no tienes que ser dramática y quejona a las 7:00 a.m. Ahora, si no
te importa, me estoy alistando para trabajar.
Me levanto de golpe. —No seas un idiota.
—¿Puedo tener algo de paz en este lugar?
Recojo su taza de café. —Me llevaré mi café. No te lo mereces.
—No lo pedí en primer lugar. Sé muy bien que tus habilidades para hacer
café son mediocres.
Me imagino derramando el café sobre su cabeza.
—Chao, Sebastian. —Empiezo a caminar hacia mi habitación—. Ten un
lindo día, cariño. —Sonrío dulcemente.
—No me hables en ese maldito tono condescendiente, April —gruñe—.
No estoy de ánimo para tus pendejadas hoy.
Me volteo y lo veo en la puerta, tratando de entender qué está pasando en
este momento.
Quiere pelear. Me está provocando. Quiere que yo lo empuje a él afuera
de mi vida.
Este es él cuando muestra su lado oscuro.
Diablos.
Ignóralo, ignóralo, ignóralo.
Sin decir palabra alguna, dejo que la puerta entre las dos habitaciones se
cierre a mis espaldas, y entro al baño a prender la ducha. Momentos
después, lo escucho tirar su puerta. Se fue.
Dejo que el agua caliente caiga sobre mí y mi cuerpo se llena de
adrenalina. De repente yo también quiero pelear.
Idiota.
Sebastian
El suave gemido a mi lado me despierta, April está en mis brazos.
Me tenso y me vuelvo a relajar, y April instintivamente se da la
vuelta hacia mí para abrazarme apretadamente. Ella es caliente, suave,
y vulnerable.
Ella es todo lo que yo no soy.
Somos polos opuestos, y aun así es lo mismo.
Escucho su tranquila respiración mientras estoy acostado mirando el
techo. Con cada inhalación que hace, mi pecho se estrecha un poco
más.
El apego que siento hacia ella no es saludable para ninguno de los
dos.
Pero se siente tan bien estar acostado aquí con ella. Cinco minutos
más no harán daño.
Cierro mis ojos para tratar de relajarme.
Adentro, afuera... Adentro, afuera... Adentro, afuera.
Repito el mantra de respiración en mi cabeza para tratar de
calmarme, pero sin resultados.
Mi corazón empieza a palpitar y un pánico incontrolable me invade.
Empieza en mis pies, y como una ola, lo siento subir por mi cuerpo.
Cierro mis ojos para ahuyentar a los demonios.
Para.
El sonido de mis pulsaciones se escucha con fuerza en mis oídos.
El estrechamiento de mi pecho.
La falta de aire en mis pulmones.
No lo puedo soportar más.
Despertarme con April Bennet hace que mi día empiece con un
ataque de pánico. Del tipo que no perdona y que me hace sentir como
mierda.
Odio que no pueda despertarme con ella.
Odio estar tan jodido.
Me deslizo fuera de la cama y recojo mi ropa antes de abrir con
cuidado la puerta que conecta a mi habitación. Saco mi billetera y la
mantengo en mi mano, necesito pagarle. Miro fijamente al efectivo en
mi mano.
¿Qué estoy haciendo?
Un pánico incontrolable se asienta.
Cuidadosamente abro la puerta de mi habitación. Intento ser lo más
silencioso que puedo, porque solo hay una cosa peor que escaparse de
la habitación de April en la mañana y hacer la caminata de la
vergüenza, y eso es que ella se despierte y tener que dar explicaciones.
Porque no las puedo dar.
¿Qué podría decir que justifique esto?
Echo una última mirada a la hermosa mujer durmiendo sin mi con
su piel color crema y su cabello rubio desbordado sobre la almohada.
Tan atractiva, tan perfecta.
Tóxica.
Necesito distanciarme lo más que pueda de ella.
Ahora.
Salgo con rapidez de la habitación y cierro la puerta a mis espaldas
tan silenciosamente como puedo. Me recuesto contra ella del lado de mi
habitación. Mi pecho suena al tratar de controlar la respiración en
silencio.
¿Qué está pasando?
¿Qué carajo está mal conmigo?
La deseo. La necesito. Las noches en sus brazos son increíbles. Pero
cada mañana, me levanto completamente desesperado.
Ella es la perdición mental más grande que hay.
April Bennet no es buena para mi salud mental, y yo se en mi
corazón que no soy bueno para ella.
Esto tiene que parar.
18
April
ME DESPERTÉ cuando Sebastian se apartó de mi lado.
Pretendí estar dormida para no tener que escuchar las mentiras.
Me siento mal por él.
Sé que me desea. Nuestra química juntos es innegable, y sé que hasta
algún punto le importa.
Él no es capaz de hacer esto, aunque esté intentando.
Puedo sentirlo peleando consigo mismo. Lo decente sería dar un paso
hacia atrás y darle algo de espacio.
Pero sabiendo muy bien como las mentes dañadas funcionan significa
que probablemente volverá a su club de caballeros para tratar de follarme
fuera de su sistema. También sé que si cruza esa línea. Será todo para
nosotros. Los dos seremos la persona que lamentamos haber dejado ir. Los
que se escaparon.
Exhalo, dándome cuenta de que esta es una situación en la que nadie
gana.
Quédate y pelea, lo alejo cada vez más.
Dale el espacio que necesita, lo pierdo de todas formas.
Es probable que esto sea muy complicado, y que nunca estuvimos
destinados a estar juntos. Esa es la respuesta lógica.
Voy a la puerta y pongo mi oído contra ella para escuchar. Escucho la
ducha corriendo.
¿Debería entrar y tratar de hablar con él ahora?
¿Pero qué le diría?
Oye, ¿podemos tratar de descifrar esto? porque eres la única persona
que me ha hecho sentir que no estoy muerta por dentro.
Dejo caer mi cabeza. No todo se trata sobre mí. Debe ser acerca de él
también. No puedo forzar esto. No lo puedo arreglar. Él tiene que hacer esto
por sí mismo.
Mi frente descansa en la parte de atrás de la puerta mientras pienso.
Debería dejarlo ir.
Si no sé qué decir, probablemente no debería decir nada en absoluto.
Necesito pensar en esto con más detalle. Me aparto de la puerta y entro en
la ducha. Vamos a ver qué trae el día.
Tres visitas de colegio y dos aperturas de hospitales son suficiente para
que alguien con quien estás te mire. Puedo confirmar que Sebastian no lo ha
hecho. Ni siquiera una mirada rápida.
Y eso está bien. Totalmente bien. No necesito que me vea.
Sin embargo, él tuvo una conversación entretenida y se rió en voz alta
con todas las demás mujeres en la sala.
Que se joda.
Irse silenciosamente cada mañana como si estuviera avergonzado de que
dormimos juntos.
¿Qué diablos está mal conmigo?
Realmente, no necesito ni siquiera preguntarme eso a mí misma. Ya lo he
descifrado.
Soy la reina del auto sabotaje.
Hombres buenos que me aman, que me importan, pero que no quiero.
Hombres que me quieren pagar por sexo y tenerme a sus pies, los deseo.
Se acabó.
Terminé con los hombres. Que se los follen a todos, declaro.
No, literalmente. No habrá sexo.
Nada de sexo en absoluto.
Me convertiré en una monja. Estoy demasiado vieja para esta mierda.
El carro se detiene afuera de nuestro hotel, y salgo con Bart. Debe ser un
día nefasto porque él y Jeremy tuvieron una pelea en el almuerzo también.
No debí haberla escuchado, pero no pude evitarlo ya que estaba sentada
con ellos. Aunque, estaba pretendiendo hablar por el teléfono. Jeremy está
molesto porque Bart le dijo que se iba por el fin de semana con su esposa.
Jeremy perdió la cordura y tiró su panecillo en su sopa. Incluso me salpicó
la camisa.
Se levantó y se fue molesto, y no le hemos visto desde entonces.
A dónde se fue, no tengo idea.
Esperamos por un tiempo largo en el estacionamiento mientras Bart
trataba de llamarlo. No contestó. Ahora, Bart está furioso, y estoy asustada
de hablar por miedo de decir algo que no deba.
Pero estoy confundida. Seguramente, el hecho de que Bart siquiera tenga
una esposa debería ser razón suficiente para estar molesto. ¿Por qué un
paseo de fin de semana le haría explotar cuando va a su casa con ella todas
las noches?
¿Quién sabe? Puede ser que Jeremy tenga una esposa en su hogar
también. Ya nada me sorprende.
No puedo hablar o juzgar. Yo gano el premio para el amor más
incorrecto.
Yo no amo a Sebastian.
Por Dios.
El mundo entero se ha ido al diablo de golpe.
Tomo el ascensor hacia mi piso y camino por el largo corredor hacia mi
habitación.
Hemos vuelto para alistarnos para una función esta noche, y es lo último
que quiero hacer. No tengo idea de dónde está Sebastian, ni me importa.
Abro la puerta de la habitación e instantáneamente veo que la puerta que
conecta las dos habitaciones está abierta.
Oh, ahora si le provoca.
Arrugo la mirada. No te atrevas.
Calma, calma. Mantén la puta calma.
Estoy molesta, más de lo que debería, pero no me gusta ser tratada como
mierda, y no voy a jugar a esto.
Pasa por la puerta, con un vaso de escocés en su mano, vistiendo su
esmoquin negro. —Hola.
Muevo los labios para detener mi lengua sarcástica. —Hola.
—¿Por qué te demoraste tanto en volver?
Ensancho los ojos. ¿Por qué eres tan patán? —Tuvimos que esperar a
alguien.
Me da una sonrisa sexy y lenta. —Bueno, me alegra que estés de vuelta.
—Ja. ¿Estás cachondo, imbécil?
—Estoy cansada. Voy a tomar una larga siesta. —Apunto hacia la puerta
—. ¿Te importaría?
Una pequeña sonrisa aparece en su cara. —¿Me importaría?
—Cerrar la puerta.
—¿Ésta de acá? —Le pega a la puerta con su palma.
Sí, esa misma, idiota. ¿Qué otras puertas ves? —Por favor.
Entra a mi habitación y cierra la puerta a sus espaldas. Me le quedo
viendo sin expresión.
Da un sorbo a su escocés y levanta una ceja.
Cruzo los brazos. En serio, solo vete de aquí.
—¿Hay algún problema? —pregunta calmadamente.
—Dime tú.
Levanta las manos al aire y se encoge de hombros sarcásticamente.
Sonrío dulcemente, con la parte psicopática de mi cerebro ahora activada.
—Estoy cansada. Por favor vete.
—¿Cómo podrías estar cansada? Dormiste como un tronco anoche.
Lo miro con rabia.
Vas a estar durmiendo como un muerto pronto. —Sebastian —suspiro—.
No estoy de humor para ti hoy. Si no quieres discutir, sugiero que me dejes
a solas.
—¿Qué te molestó tanto?
—¡Oh, Dios mío! —explotó de exasperación.
Antes de explotar, le doy la espalda, voy al refrigerador y lleno una copa
de vino. Este maldito hombre me está volviendo una alcohólica. Nunca
suelo tomar en una noche de colegio.
—¿Estás molesta conmigo?
Tomo un sorbo, todavía dándole la espalda.
—¿Es acerca de anoche?
Me doy la vuelta hacia él, con todos los sistemas disparando. —¿Por qué
podría posiblemente estar enojada, Sebastian?
—No lo sé. Tú eres la que ofreció... —se interrumpe a sí mismo.
—¿Ofreció mis servicios? —pregunto—. ¿Es eso lo que ibas a decir?
—No —responde muy rápido.
—No estoy molesta por lo de anoche. —Abro la puerta corrediza y salgo
para sentarme en el balcón. Me sigue y se sienta en la silla a mi lado.
Miro fijamente la ciudad mientras trato de descifrar qué es lo que quiero
decir. Ni siquiera lo sé.
Estoy intentando demasiado no ser una reina del drama, pero diablos,
odio sentirme así.
—¿Por qué haces eso? —pregunto.
—¿Hacer qué?
—Escabullirte.
—No te quiero despertar.
Levanto una ceja. —¿En serio?
Exhala. —No necesito...
—Lo sé —interrumpo—. No necesitas drama, y no me necesitas a mí,
pero te gusta usar mi cuerpo para el sexo. Lo entiendo, Sebastian. Lo has
dejado más que claro en muchas ocasiones.
—No me gusta tu tono.
—Y a mí no me gusta sentirme como una puta mierda.
—Entonces no lo hagas. —Se encoge de hombros.
Me le quedo viendo. —¿Qué significa eso?
—Si te hago sentir como mierda, no nos veamos más. —Da un sorbo a su
escocés, como si no le preocupara nada en el mundo—. Ve de vuelta a tu
novio... el jugador de fútbol.
Mis fosas nasales se agrandan al batallar con mis emociones. De verdad
no le importa.
—¿Sabes qué? —Prácticamente grito, perdiendo lo poco que me queda
de paciencia—. Desearía quedarme viéndolo a él todo el día esperando que
me mire de vuelta. Desearía recoger su camisa del suelo e inhalar sólo para
olerlo. Desearía quedarme despierta toda la noche viéndolo dormir por
pensar que es él ser humano más hermoso que he visto. Y más que todo,
desearía a Dios poder sentir por él lo que siento por ti Sebastian, porque él
me merece. —Limpio las lágrimas de mis ojos con rabia, avergonzada de
que me importe tanto.
Me mira fijamente.
—Y odio que me haces ser necesitada y quejona porque no soy yo
misma. Se ha dado la vuelta a la tortilla, y odio que a la persona que me
importa yo no le importe para nada.
—Frunce el ceño. —¿Por qué dices eso?
—Porque es cierto.
—¿Qué quieres que haga, April? —Se levanta de golpe—. ¿Sacarte a
pasear por un mes en Italia? ¿Seguirte por todos lados como un cachorro?
¿Arrodillarme y pedirte la mano? No sé qué ideas tienes sobre cómo las
relaciones deben ser, pero te aseguro, no encajo en eso. Y si no estás feliz
entonces no me hagas pasar por tu drama estúpido. No me lo aguantaré.
Wow.
Sacudo mi cabeza mientras muestro el blanco de los ojos.
El típico idiota.
Levanta sus manos al aire. —¿Qué será entonces? ¿Me quieres como soy
o no me quieres en absoluto? Porque eso es todo lo que tengo para ofrecer.
Lo miro con rabia.
—Está bien. —Le pega a la mesa con su vaso tan fuerte que se derrama
por los costados—. Ve de vuelta a donde tu novio, porque a diferencia de
mí —levanta sus dedos en señal de burla—él te merece.
Sale molesto y tira la puerta con fuerza a sus espaldas.
El silencio invade la habitación, y cierro mis ojos enojada.
Maldición.
Sebastian
Entro al café a las 7:00 a.m.
Masters y Spence ya están en nuestro asiento habitual en la parte de
atrás. —Hola.
—Hey —responden ambos.
Me quito la chaqueta y caigo en mi asiento.
Julian está leyendo el periódico de la mañana y, como de costumbre,
Spence me sonríe.
Exhalo pesadamente. ¿Ha habido alguna vez un amigo más fiel?
Spencer Jones, mi mayor soporte y el hombre más dulce de la Tierra.
Masters lanza su papel al aire antes de pasar la página. —A esta hora
la semana que viene, estaremos en un avión.
—Maldición, sí. Cinco días en el paraíso. —Spencer sonríe mientras
levanta su taza de café en el aire—. Bien pensado en casarse en
Maldivas, Ricco. Justo lo que necesito.
Pongo los ojos en blanco. —Dudo que siquiera pueda ir.
—¿Les traigo lo de siempre? —me interrumpe la camarera.
—Sí, por favor.
—¿A qué te refieres con que no podrás ir? —pregunta Spencer—.
Hemos planeado este fin de semana desde hace doce meses.
—Sí, no empieces, joder —asiente Julian—. Vendrás.
—Sí, bueno... estoy teniendo una semana infernal.
Julian pone los ojos en blanco. —Qué dramático.
—¿Cierto? —interviene Spencer.
—Escuchen, cabrones. —Bajo la voz a un susurro y me inclino hacia
ellos—. Entre ustedes y yo, el puto primer ministro se ha fugado de
rehabilitación.
—¿Qué? —ambos jadean.
—¿Dónde está? —Julian frunce el ceño.
—Si supiera eso, iría allí y le daría un golpe rápido en la garganta.
No tengo tiempo para esta mierda.
Spencer arruga su rostro. —¿De verdad no sabes dónde está?
—Ni idea. Tenemos seguridad y policía buscándolo por todas partes.
Si la prensa se entera de esto, está completamente jodido.
—No entiendo. Quiero decir, él siempre ha sido un poco tonto, pero...
—Julian me mira fijamente. Los ojos de Julian sostienen los míos—.
¿Qué ocurrió para llevarlo al límite?
—Su esposa lo dejó.
—Claro que sí. —Spencer levanta las manos en el aire con disgusto
—. Siempre hay una maldita mujer involucrada.
—¿Vas a bajar la voz? —Los callo.
—Perdón. —Ambos miran a su alrededor con sentimiento de culpa.
—¿Qué pasó? —pregunta Julian.
—¿Jardinero? —Spencer sopla en su café—. ¿Fue el maldito
jardinero? Les digo una cosa, hay una muy buena razón por la que mi
jardinero tiene ochenta años... —Se señala la sien—. Se llama pensar en
el futuro, muchachos. Tomen nota.
—O simplemente trabajo de esclavo. —Pongo los ojos en blanco.
—Tu jodido jardinero tiene ochenta años. Dios todopoderoso, eres un
idiota. —Julian hace una mueca—. Pobre bastardo le va a dar un
infarto.
—De todos modos —los interrumpo—. Theodore ha desaparecido y
tengo que defender el castillo. No sé cuánto tiempo podré cubrirlo. A
menos que aparezca muy pronto, dudo seriamente que pueda irme la
semana que viene.
—Por el amor de Dios —suspira Spencer—. Ayer llamé a Ricco y le
dije que traías un invitado.
Se me cae la cara. —¿Qué? ¿Por qué diablos hiciste eso?
—Ahora puedes traer a tu nueva chica. —Sonríe dulcemente.
—Eres un idiota —le susurro enfadado—. No la traeré. Además,
ahora es mi antigua chica. Realmente ha terminado.
Masters pone los ojos en blanco mientras toma un sorbo de café. —
Otro que muerde el polvo.
—¿Qué diablos hiciste, idiota? —Spencer echa humo—. Ella te gusta.
Realmente te gusta.
Miro a Julian, que sonríe y guiña un ojo. Le encanta ver a Spencer
sermonearme sobre mujeres. Es su pasatiempo favorito. No hace
mucho, era él quien los recibía.
—Yo no hice nada. Ella simplemente no es la chica para mí.
—Oh, malditos idiotas —dice—. Bien. —Acomoda la servilleta en su
regazo con renovado propósito—. Te invitaré a una cita. Tengo un
millón de mujeres esperando.
—No quiero una puta cita, Spence. Mantente fuera de mis asuntos.
—Bebo mi café—. Quédate con tu sexo durante el embarazo.
Julian apoya la cara en la mano y sonríe soñadoramente. —Pero,
¿hay algo mejor que el sexo durante el embarazo?
Hago una mueca cuando tengo la imagen de una mujer embarazada
teniendo sexo. El pensamiento es perturbador. —Puedo pensar en un
millón de cosas, maldito pervertido.
—Entonces, ¿qué pasó con June?
—April, idiota —le corrijo.
—Sabía que era un mes. —Spencer se encoge de hombros—. April.
¿Qué pasó con April?
—Nada. Lo jodí. Estoy superándolo. Fin de la discusión.
Los ojos de Spencer sostienen los míos. —¿Qué hiciste?
—¿Te puedes quedar fuera de sus asuntos? —espeta Julian—. Deja
en paz al pobre bastardo.
—Gracias —suspiro.
—¿Bien? —pregunta Spencer de nuevo.
—Fue demasiado duro.
—Nada que valga la pena es fácil —dice Julian.
—Se supone que debes estar de mi lado, cabrón.
Julian levanta las manos en señal de rendición. —Sólo digo.
—No lo hagas.
—Aquí tienes. —La camarera sonríe mientras pone nuestro
desayuno en la mesa frente a nosotros—. Tres tortillas.
Le damos las gracias y los chicos se olvidan de mí cuando empiezan a
comer y charlar. Tomo mi desayuno en silencio, mi mente está a
kilómetros de distancia.
Está con April. Siempre está con April.
Me siento como una mierda.
April
Miro el marcador en el ascensor mientras sube los números, mi mente está
llena de veneno.
¿Pensó en mí mientras estaba dentro de ella?
¿Estaba yo en algún lugar de su proceso de pensamiento? ¿O me estoy
imaginando algo que no existe?
Lo peor es que, en el fondo, sé que le importa. Sé que tenemos algo, y no
deberíamos, porque apenas nos conocemos.
Cada vez que estoy en la habitación con él, mi corazón está en espera,
esperando que mire en mi dirección, esperando oler su colonia. Sentir el
poder que emana de su cuerpo. Sentir mi propia reacción física hacia él. La
piel de gallina, las mariposas, el rubor de mis mejillas cuando hacemos
contacto visual. Cada pequeña cosa significa mucho.
Y apesta. Odio esto.
He esperado siete años para sentir algo por alguien. Cualquier cosa.
Es irónico que me haya enamorado de alguien que tiene tanto equipaje
como yo.
Quizás incluso más.
Pobre Duke, ¿así es como lo hice sentir?
Me revuelve el estómago. Inhalo profundamente para tratar de combatir
las náuseas.
La visión no deseada de una mujer arrodillada frente a él me viene a la
mente como una película de terror en mi psique.
¿Estaba oscuro y de mal humor, o las luces estaban encendidas?
¿Cuántas veces se vino?
Oh.
Recuerdo la forma en que me rodea la garganta con la mano cuando me
folla. La oscuridad en sus ojos. Su impulso primordial de dominar.
El fuego y el miedo se enciende en mí.
Esto es incorrecto. Sé que lo es.
Entonces, ¿por qué se siente tan bien?
Cierro los ojos, sabiendo que aquí no hay ganadores. Esto nunca
funcionará. Sebastian García es una entidad propia.
Y yo soy una isla.
Las puertas del ascensor se abren y camino por el pasillo, cierro los ojos
mientras me preparo para llamar a la puerta. Vamos, puedes hacer esto.
Llamo dos veces.
—Entra —llama la fuerte voz de Sebastian.
Abro la puerta y entro mientras actúo sin afectarme. —¿Querías verme?
—Sí. —Señala la silla con su bolígrafo—. Por favor tome asiento.
Lo miro, preguntándome si puedo tumbarme en su escritorio en protesta
hasta que borre la última semana de mi memoria. Me siento. —¿Qué
ocurre?
Sus ojos oscuros sostienen los míos, y durante un tiempo prolongado nos
miramos el uno al otro.
—¿Querías verme? —pregunto.
—Sí. —Recupera la compostura y sostiene el bolígrafo en las manos—.
¿Cómo vamos con el metraje de seguridad?
—He hecho el informe, pero parece que robó una tarjeta de seguridad de
un carrito de limpieza y simplemente salió en medio de la noche.
—¿Y ninguna de sus tarjetas de crédito ha sido utilizada desde entonces?
—Frunce el ceño.
—No.
Se frota los labios con el dedo índice mientras piensa. —Estoy
empezando a preocuparme.
—Yo también.
Se recuesta en su silla, sumido en sus pensamientos. —Esperemos que lo
encuentren hoy, ¿eh?
—Sí. —Asiento con la cabeza.
No se puede negar que esta situación es terrible. No porque sea el jefe del
país, sino porque es un ser humano con problemas de adicción depresiva
que está desaparecido.
Sebastian y yo permanecemos en silencio, sin saber qué decir a
continuación.
—¿Eso es todo? —pregunto.
—Sabes... —Sus ojos sostienen los míos—. Estás mejor sin mí.
Lo miro fijamente.
—No puedo ser lo que necesitas, April.
Pero lo eres.
La emoción me recorre como un tren de carga, y giro la cabeza para
evadir su mirada. Maldita sea, ¿por qué me hace sentir tan débil?
—Si pudiera arreglar esto, lo haría. No puedo, continúa.
Mentiroso.
—De acuerdo. —Cuadro mis hombros. No quiero estar aquí escuchando
sus tontas excusas ni un minuto más. Me paro. —¿Eso es todo?
Frunce el ceño.
—No volveré a molestarte, Sebastian —le digo.
Parece decepcionado, pero ¿qué quiere que haga? ¿Suplicar ser su
prostituta para poder limpiar su conciencia? Tan fácil como sería seguir
teniendo sexo sin compromiso con él, no puedo hacerlo.
Me importa demasiado.
Ya estoy lastimada. No puedo imaginar el estado de mi corazón si dejo
que esto continúe. Tal vez este sea Dios castigándome por haber tratado así
a Duke durante todos esos años.
Así es como se sentía él por mí. Los roles se invirtieron, pero el escenario
fue el mismo.
Una persona estaba enamorada. Una persona no lo estaba.
—¿Eso es todo? —pregunta Sebastian—. ¿Eso es todo lo que tienes que
decir?
Lo miro, me duele el corazón. Quiere que lo acepte de nuevo en sus
términos... y quiero hacerlo.
Se acostó con otra persona.
—Adiós, Seb. —Finjo una sonrisa obligada—. Espero que encuentres lo
que buscas.
Su rostro cae, me doy la vuelta y salgo de su oficina.
Eso es todo. Se acabó.
***
Mi teléfono vibra en el tope de la cocina. Lo recojo y sonrío. Es Jeremy.
Sé que esto es de último minuto y probablemente ya tengas planes, pero
¿quieres tomar algo esta noche?
No tengo ganas de salir, pero tal vez podría hacerlo. Sentarme aquí sola y
deprimida no ayuda.
Respondo el mensaje de texto.
¿Qué tal una cena y unos cócteles?
No quiero salir tarde. Tengo un millón de cosas mañana.
No las tengo, pero no puedo soportar la idea de estar encerrada en una
gran noche.
Suena genial. Reservaré en alguna parte. ¿Cómo a las 7:00 p.m.?
¿Te gusta la comida italiana?
Sonrío y respondo afirmativamente.
Delicioso. Hasta entonces. X
—Hola cariño. —La voz feliz de mi mamá sonríe por el teléfono.
—Hola mamá. —Tengo un nudo en la garganta, ¿qué pasa con las
madres? Puedo ser tan feroz y fría como me dé la gana, pero cuando
escucho la voz de mi madre, vuelvo a ser la pequeña niña asustada que soy.
Solo quiero que ella me abrace y me diga que todo va a estar bien.
—¿Cómo estás cariño?
—Bien. —Miento, me siento emocional y triste, y no quiero hablar de
eso. Sé que necesito colgar el teléfono, no quiero que ella se preocupe por
mí—. Mamá, estoy con unos amigos, ¿puedo llamarte luego? —Le vuelvo a
mentir.
—Está bien, cariño, ¿vas a salir esta noche?
—Sí, solo para cenar. Comida italiana.
—Suena delicioso. Diviértete, te llamo mañana.
Cierro los ojos porque maldita sea, en momentos como este solo quiero
estar en casa con mi familia. Acostada en el sofá de mis padres y comiendo
todo el chocolate.
Pero la realidad es una perra, estoy aquí en Londres, sola.
—Adiós, mamá, te amo.
El teléfono hace clic cuando cuelga, y voy a la nevera, supongo que
tendré que comer chocolate en mi sofá en su lugar.
April
MÁS ACTITUD.
Me rindo, levanto las manos en el aire con disgusto. —Vete a casa,
Sebastian. —Doy media vuelta y me dirijo a mi edificio.
—Espera un minuto.
Me detengo y miro alrededor de la calle antes de volver a su coche. —
¿Dónde está tu seguridad?
—No empieces, joder.
Mis ojos se abren. —¿Eres estúpido? ¿Te escapaste de tus guardias de
seguridad?
—Tenía que verte.
—Ah, ahora tienes que. —Extiendo los brazos con exasperación—. ¡Vete
a casa, idiota!
Furiosa, me doy la vuelta y camino hacia mi edificio. Este hombre va a
acabar con mi vida. ¿Qué sigue?
Estoy muy contenta de que el dinero de los contribuyentes esté
financiando a su equipo de seguridad.
Qué idiota.
Escucho que la puerta de su auto se cierra de golpe y la alarma suena,
diciéndome que la ha cerrado con llave.
Camino más rápido pero él corre para seguirme. —¿Puedes esperar?
—No. —Subo los escalones de la entrada y deslizo mi llave. Las puertas
se abren y Sebastian está pisándome los talones.
Entro en el ascensor y me giro hacia el frente. —Si no tienes nada que
valga la pena decir, Sebastian, no te molestes. —Estoy mojada y enojada.
Este hombre es más que exasperante.
Con sus ojos fríos fijos en los míos, entra en el ascensor y se vuelve para
mirar al frente también. Subimos a mi piso en silencio con la adrenalina
gritando por mis venas.
¿Mi apartamento es un desastre? Ni siquiera recuerdo cómo lo dejé, y él
no ha estado aquí antes.
Excelente.
Abro la puerta con él parado detrás de mí. Entro y miro a mi alrededor,
aliviada de que no esté tan desordenado como imaginaba.
El permanece en silencio.
Si está aquí y quiere hablar, será mejor que haga que valga la pena.
—¿Tienes algo que decir? —pregunto.
Me mira fijamente por un momento. —¿Dónde estuviste esta noche?
—Salí a cenar.
—¿Con quien?
—Un amigo. No hagas esto, Sebastian. No después de lo que has hecho
esta semana. No te atrevas.
—¿Que se supone que significa eso? —jadea.
—¿Lo niegas?
—¿Negar qué?
—¿Es enserio? —Dejo caer mi cabeza entre mis manos. Honestamente,
esto no tiene sentido. —Solo vete a casa.
Cuando miro hacia arriba, sus ojos buscan los míos. Parece inseguro de
qué decir. Tan perdido y triste.
—Seb —suspiro.
Sus labios se tuercen, como si estuviera guardando algo.
La empatía me llena. No sé qué está pasando con él, pero está luchando
con lo que sea.
—¿Vas a decir algo? —pregunto suavemente.
Mira alrededor de la habitación, incapaz de hacer contacto visual.
—Sebastian —insto—. Mírame.
Sus manos están apretadas en puños a los lados y arrastra sus ojos para
encontrar los míos. —No te rindas conmigo —susurra.
Se me hace un nudo en la garganta. —Me dejaste.
Nos miramos el uno al otro.
—Yo solo...
—¿Funcionó... dormir con ella? ¿Me has olvidado ahora?
—No es lo que parece.
Pongo los ojos en blanco. —Por favor —murmuro en voz baja.
—Me quedé en otro hotel para no arrodillarme y suplicarte.
—¿Rogarme por qué?
—¡Para que tú sientas lo mismo que yo! —grita como indignado.
—¿Y cómo es eso? —Me burlo—. No soy un lector de mentes,
Sebastian. Deja de hablar con acertijos.
—¿Crees que me gusta esto? —Lanza los brazos al aire—. Odio ser así, y
odio que me importes.
Frunzo el ceño, sorprendida. Está bien... no es lo que esperaba que dijera.
—Cuando no regresaste...
Frunce el ceño con disgusto. —¿Cómo diablos podría dormir con otra
persona, April, cuando eres todo en lo que puedo pensar? Dejé que
asumieras eso porque sabía que te haría marcharte.
—¿Por qué es tan difícil? —susurro—. No debería ser tan difícil.
—No lo sé.
Doy un paso hacia él y él da un paso atrás como si fuera un animal
salvaje. Sé con certeza que, si quiero que esto funcione, tengo que dar un
paso al frente y ayudarlo. No puede hacer esto solo. Está roto. Quizás más
que yo, y eso es mucho.
Odio a su ex esposa por lo que le ha hecho.
—Seb —digo en voz baja—. Estás pensando esto demasiado. Tienes que
dejar de pensar en el pasado... o en el futuro. No hay presión ni expectativa
entre nosotros.
Toma mi mejilla y sus ojos asustados sostienen los míos.
—Piensa en el presente, porque eso es todo lo que tenemos —le digo.
Su pecho sube y baja.
—Si quieres que tengamos una oportunidad, tienes que hablar conmigo
—susurro.
—No quieres saber la mierda que está en mi cabeza.
La emoción me abruma y, de repente, lo hago. Quiero saber todo sobre
este hermoso hombre. Lo bueno, lo malo y lo feo.
Hay un sentimiento entre nosotros. Una cercanía. Una comprensión.
Miedo.
Me siento en el sofá, sin saber qué decir, y él se sienta frente a mí. Coloca
los codos sobre las rodillas y deja caer la cabeza mientras se retuerce las
manos. Está claramente estresado.
—¿Quieres una bebida? —pregunto.
El asiente.
Me levanto y miro en la nevera. —Sólo tengo vino.
—Eso servirá.
Sirvo dos copas y le paso una. Me dejo caer en mi asiento y ambos
tomamos un sorbo en silencio.
—¿Adónde quieres que vaya esto? —pregunto—. En un mundo perfecto,
¿qué pasa en esta historia, Sebastian?
—Lo solucionamos.
—¿Eso es lo que quieres? ¿Resolverlo? —repito para asegurarme de que
lo escuché bien.
Asiente mientras traga.
Progreso.
—Eso es lo que yo también quiero, Seb.
Frunce el ceño, como si estuviera sorprendido por mi respuesta.
Pienso en mi historia y en todos los terapeutas que he visto a lo largo de
los años. Ninguno de sus consejos pareció ayudarme. Me viene a la mente
un terapeuta en particular. Siempre quiso que me abstenga de tener
relaciones sexuales porque pensaba que era contraproducente para mí
construir cualquier forma de intimidad.
—¿Sabes lo que nos pasa? —pregunto.
Levanta una ceja. —Ilumíname. —Murmura secamente.
—Nos saltamos un paso. Pasamos de un lindo coqueteo en una cafetería
un día, a que al siguiente me asfixiaras y me cogieras hasta los sesos en un
burdel.
Un rastro de sonrisa cruza su rostro. Le gusta ese recuerdo.
—Nos perdimos la etapa de las citas, Seb. Nunca construimos esa
amistad o la confianza que la acompaña.
Frunce el ceño, procesando mis palabras.
Si esto es.
—Piénsalo —digo con renovado propósito—. Estamos tan bien juntos
físicamente, pero emocionalmente, somos inútiles. O estamos cogiendo
duro o peleando más duro. No hay nada intermedio. Sin luz ni sombra.
Ninguna relación puede soportar eso, no importa cuánto queramos que esto
funcione.
—No podemos cambiar el pasado, April. Ojalá pudiera.
Sonrío suavemente, esperanzada por primera vez en toda la semana. —
Pero nosotros podemos.
Él frunce el ceño.
—¿Y si volvemos?
—No te estoy siguiendo.
—Tu relación se basa en el sexo, ¿verdad? Solo respondes a las aventuras
de una noche y al sexo pagado, y luego, por la mañana, te asustas porque
crees que me debes más.
Exhala pesadamente como si estuviera disgustado y sé que tengo razón.
—Entonces, eliminémoslo como opción por completo.
—¿Qué? —Arruga la cara.
—Vamos juntos y no tengamos sexo.
—Una atracción como la nuestra no se puede domesticar, April. No es tan
simple.
—Podemos intentarlo.
—¿Por qué querrías hacer eso? El sexo es lo único que funciona entre
nosotros.
Me paro y camino para sentarme en su regazo. Le aparto el cabello
oscuro de la frente y lo beso suavemente. —Porque sé que somos mejores
que esto.
Miro sus grandes y hermosos ojos marrones, tan torturados y defectuosos,
y lo beso de nuevo, nuestros labios se posan sobre los del otro.
—No puedo estar contigo y no... —Su voz se apaga—. Yo no podría...
—Bebé, escúchame. —Tomo su rostro entre mis manos—. Tenemos algo,
y está lejos de ser perfecto, pero vale la pena intentarlo. Desde el momento
en que nos conocimos, supe que era especial, y claro, ambos hemos
cometido errores monumentales, y tú has sido un verdadero idiota a veces.
Mueve los labios para dejar de sonreír.
—Pero al final, lo que importa es cómo navegamos las cosas desde aquí,
¿no?
Pasa su mano tiernamente por mi espalda mientras escucha.
—Y además, Roma no se construyó en un día —digo esperanzada.
—Lamento que tengas que lidiar con mi mierda —murmura.
Mi corazón se contrae y aparto su cabello de la cara. —Esto no es culpa
tuya. Nunca jamás te disculpes por ser honesto. Sé mejor que nadie que la
mente puede ser un lugar oscuro y que no tenemos control sobre las cosas
que nos moldean. Para ser honesta, Sebastian, ni siquiera sé cómo estoy
siendo tan normal en este momento. Normalmente soy yo la que está
jodida.
Sonríe mientras su lengua se desliza lentamente por mis labios
entreabiertos. Abro los ojos para ver que los suyos están firmemente
cerrados.
La ternura bailando entre nosotros como una canción.
Quizás tengamos una oportunidad.
Nos besamos una y otra vez, y la excitación llega cuando nos abrazamos.
¡Sin sexo!
Dolor a corto plazo para beneficio a largo plazo. Ah, ¿qué estoy
haciendo? Me aparto de él.
—Sin sexo, ¿recuerdas?
Levanta una ceja. —Vamos, tienes que estar bromeando. No hay forma
de que no tengamos sexo. La atracción entre nosotros es demasiado fuerte.
—Quiero intentarlo. Si no fuera por ti, por mí.
Él frunce el ceño.
—Tú no eres el único dañado aquí, Seb, y sé que esto es para mí.
Necesito arreglar mis cosas ahora o renunciar a las relaciones por completo.
Tengo treinta y uno.
Me da su primera sonrisa genuina del día y mi corazón se derrite. —
Tienes un montón de tiempo.
—Ja, sólo lo dices porque eres mayor.
Él se ríe. —Quizás.
Sé que, si sigo sentada en su regazo y besándonos así, estaré inclinada
sobre el sofá en dos minutos. Me pongo de pie y rápidamente me tira de
nuevo a su regazo.
—Todavía no —dice—. No te he abrazado durante cuatro días, April.
Necesito más tiempo. —Me sostiene con fuerza con la cabeza contra mi
pecho y sonrío mientras la esperanza florece.
El dulce Sr. García está en una liga propia.
No lo entiendo a menudo. Me hace apreciarlo más cuando lo hago.
Sus labios caen sobre mi pezón y lo muerde suavemente con los dientes.
—Oye. —Me aparto de él—. Recuerda: nada de sexo.
—Fue un mordisco. Mi polla no estaba ni cerca del cargamento principal.
Me río. —El cargamento principal. ¿Es así como lo llamamos ahora?
—Quizás. —El sonríe—. Le queda bien. —Muerde mi pezón de nuevo.
—Detente. —Me río.
Vuelvo a llenar nuestras copas y le paso la suya. La sostiene en el aire y
yo choco la mía con el suyo.
—¿Qué estamos brindando? —pregunto.
—Por el experimento social más ridículo de todos los tiempos —
murmura secamente—. Abstinencia del cargamento principal.
Me echo a reír y él también se ríe. Nos quedamos en silencio mientras
nos miramos el uno al otro, el aire dando vueltas con algo nuevo.
Esperanza.
Mira alrededor de mi apartamento. —¿Entonces, qué hacemos ahora?
No he salido con nadie a un nivel platónico durante mucho tiempo.
Siempre ha sido impulsado por el sexo. —No tengo ni idea. —Me encojo
de hombros—. ¿Ver pornografía?
—Funciona para mí.
Me río. —Es un maníaco sexual, señor García.
—Y eres excelente en la cama, estamos perfectamente adaptados.
—No, estás en el siguiente nivel.
—Puedes hablar. Nunca he conocido a una mujer como tú. Tienes más
carga sexual que yo.
Mi boca se abre mientras finjo horror, no lo soy.
Levanta una ceja.
Aprieto mis dedos juntos. —Un poquito.
—Duraré más que tú. —Él sonríe.
Le sonrío tontamente, me gusta este juego. Y, por supuesto, durará más
que yo. No tiene que mirar su hermoso cuerpo como yo.
—Apostemos.
—¿Cuál es el premio?
—Mmm. —Pienso por un momento... ¿qué es algo que él nunca querría
que hiciera?... —Está bien. Si cedes antes que yo, tienes que dejar que te
folle con un consolador en una correa.
Sebastian
EL ECO del golpe de palo conectando con la pelota se puede escuchar en
eco a nuestro alrededor.
Julian levanta una ceja, sonriendo, feliz con su tiro.
—Vete a la mierda —murmuro con disgusto.
Reviso los palos en mi bolsa de golf, calculando la distancia a la que
tengo que golpear la pelota. Mmm, ¿cuál?
Me decido por el hierro nueve, lo saco y limpio la cabeza.
Spencer saca su toalla para hacer lo mismo y se estremece. Se lleva la
toalla a la nariz y la aparta con disgusto. —Maldición, esto apesta a
mierda.
Saco una pelota y camino hacia el tee de salida.
Spencer huele su toalla de mano de nuevo. —Oh, mierda. Huele a
bolsa de puta sudada
Me posiciono para golpear la pelota.
Detrás de mí, escucho a Spencer inhalarlo una vez más. —No, saco
de bolas sudado. Huele esto, Masters. —Le tiende la toalla a Julian—.
¿Esto huele a saco de bolas sudado o bolsa de puta sudada?
—¿Cómo podría saberlo? —Julian pregunta secamente—. Nunca he
olido ninguna de esas cosas.
Spencer se ríe, claramente divertido.
—Cállate —murmuro mientras alineo mi palo. Lo echo hacia atrás
por encima del hombro, y justo cuando estoy a punto de dar un golpe...
—Apesta realmente mal —dice Spencer, interrumpiendo mi
concentración.
Le pego a la pelota, y sale disparada hacia un lado.
—¡Maldita sea, Spencer! —chasqueo—. Cállate la boca. Estoy
fallando mi tiro debido a la interrupción.
Sostiene su toalla de mano hacia mí. —Si pudieras oler esta cosa,
sabrías lo que estoy diciendo.
Se lo quito y lo meto en el cubo de la basura cuando paso junto a él.
—Buen viaje —Spencer resopla a la papelera detrás de mí.
Caminamos hacia mi pelota. —Entonces, April ha decidido que ya no
vamos a tener relaciones sexuales —digo.
Los dos muchachos arrugan sus caras. —¿Por qué?
Me encojo de hombros. —No lo sé. Algo sobre la intimidad o alguna
tontería.
—¿Qué no tiene que ver el sexo con la intimidad? —Masters
pregunta.
—Dímelo tú. Aparentemente, su terapeuta le ha estado diciendo que
haga esto durante años, pero ella no ha querido hacerlo con nadie antes
que yo.
Los ojos de los chicos se encuentran con los míos.
—Sí, eso es lo que pensé también. Básicamente, soy el único con
quien puede dejar de tener sexo. Los viejos novios todavía lo tienen. —
Exhalo pesadamente—. Y escucha esto... ella incluso hizo una apuesta.
Si me rindo y tengo sexo con ella, ella quiere cogerme por el culo con un
consolador con correa .
El rostro de Julian cae de horror mientras Spencer echa la cabeza
hacia atrás y se ríe con fuerza. Maldición, Seb. Para tener ese nombre
tan inocente, es una maldita desviada.
Pongo los ojos en blanco. —Bueno, ten la seguridad de que eso no
sucederá.
—¿Qué no sucederá?
—Todo lo anterior. Ni dejar de coger con ella o ni ella a mí.
Llegamos a mi pelota y la arrastro fuera del árbol. Escuchamos un
teléfono sonando en alguna parte.
—¿De quién es ese teléfono? —Masters pregunta.
—No es mío —respondo—. Accidentalmente dejé el mío en el coche.
Suena un ding. Alguien tiene un mensaje de texto.
Spencer saca el suyo de su bolsa de golf y lee el texto. —Oh, vete a la
mierda. —Lleva la mano a su rostro—. Eso no. Cualquier cosa menos
eso.
—¿Qué?
—Charlotte quiere ir a cenar a casa de Edward.
Masters y yo nos reímos. El cuñado de Spencer es la pesadilla de su
existencia.
—Esposa feliz, vida feliz —responde Masters casualmente—. Podría
ser peor. Ella podría querer cogerte con un consolador.
Ambos se echan a reír y yo pongo los ojos en blanco... de nuevo.
Malditos.
—Monta esa polla gruesa y falsa, chico grande —Spencer me guiña
un ojo.
Masters gira las caderas y finge abofetear algo.
Exhalo pesadamente mientras tomo mi siguiente tiro. —No sé por
qué les digo nada a estos perdedores.
—Porque necesitas que te llevemos al hospital cuando ella te rompa
el culo.
Se ríen de nuevo.
Lanzo mi palo de nuevo en mi bolsa de golf y camino en la dirección
de mi bola. —Necesito nuevos amigos.
Cuatro horas más tarde, entro en mi coche para encontrar mi
teléfono donde lo dejé, cargado.
Lo levanto.
7 llamadas perdidas: April
Eso es raro. Ella nunca me llama. Marco su número.
—Se ha comunicado con April Bennet. Lamento no poder atender al
teléfono en este momento. Deje un mensaje y le devolveré la llamada lo
antes posible. Que tenga un lindo día.
—Hola bebé. Estoy de camino a casa ahora. —Le dejo en su buzón
de voz.
Una hora más tarde, entro en mi calle y veo dos coches de policía
aparcados en mi entrada. La puerta de entrada a la casa está abierta y
puedo ver gente moviéndose dentro. —¿Qué demonios...?
April.
Me detengo y me apresuro a entrar. —¿Qué pasa?
El policía se vuelve hacia mí. —Señor. García?
—Sí.
—Parece que hubo un allanamiento de morada.
—¿D-dónde está April? —tartamudeo.
—La han trasladado al Memorial Hospital en ambulancia.
—¿Está herida? —jadeo.
—Llamó a los servicios de emergencia porque había alguien en la
casa. Cuando llegó el coche patrulla, la encontraron inconsciente.
Mis ojos se abren. —¿Qué carajo?
—Estamos desempolvando la casa en busca de huellas dactilares,
pero desafortunadamente las cámaras de seguridad no estaban
grabando. ¿Tienes idea de por qué estaban apagadas?
—Eso es imposible. Siempre están grabando.
—Sí, pero
Ella está herida.
—¡Ahora no! —grito cuando el pánico se apodera de mí. Me doy la
vuelta y corro hacia mi coche. Despego a toda velocidad.
¿Le han disparado?
Agarro el volante con fuerza y conduzco como un loco.
Esto no está sucediendo.
El tráfico está atascado y me paso las manos por el pelo con
frustración. —¡Vamos! —grito.
Mi teléfono suena a través de los parlantes de mi auto. Es Spencer.
Hago clic en aceptar. —¡Oh, Dios mío! —grito—. Hubo un robo en
mi casa. April está herida. Ha ido al hospital en una ambulancia.
—¿Qué carajo? ¿Se encuentra bien?
—No lo sé, estoy en el tráfico y... —Miro hacia la carretera para ver
que el tráfico está estático en millas—. ¡A la mierda! —Golpeo el
volante.
—¿Qué hospital? —pregunta.
—El Memorial.
—Nos vemos allí.
Presiono el botón de finalizar y doy una vuelta en U en el medio de la
carretera. Los coches tocan la bocina. Subo por encima de la acera y
doblo la esquina para tomar un atajo. Veinte minutos después, me
detengo en seco frente al Memorial Hospital. Salgo de mi coche y corro
hacia el área de recepción.
—Hola. A... April Bennet ha sido traída en ambulancia...
La dama finge una sonrisa, como molesta por mi rudeza. —Hola.
—Si, Hola. —Abro más mis ojos—. No tengo tiempo para ti, perra.
¿Dónde está ella?
La mujer escribe lentamente los detalles en su computadora y luego
espera.
—Bueno...
—Estoy buscando, señor —me interrumpe—. ¿Cuál era el apellido?
Bennet.
Ella mira de nuevo.
—Ay Dios mío... ¿Te darás prisa? —exploto—. No tengo tiempo para
esto.
Los ojos de la mujer se elevan para encontrar los míos y luego
regresan lentamente a su computadora.
Por el amor de Dios.
—Aquí está —responde, monótona—. Ella todavía está en Accidentes
y Emergencias.
—¿Dónde está eso?
—Vuelve a salir por las puertas delanteras y gira a la derecha. Son
unos cincuenta metros. Verá una gran señal de accidentes y
emergencias.
—Gracias. —Corro hacia las puertas, hacia la sala de emergencias y
hacia la recepción—. Hola, mi novia April Bennet ha sido traída en
ambulancia —jadeo.
La enfermera mira hacia arriba y me mira dos veces. —¿Señor.
García?
Oh no, ella me reconoce. —Sí. ¿Dónde está April, por favor?
Escribe en su computadora.
Joder, ¿nadie sabe lo que está pasando aquí?
—Tome asiento, señor. Haré que salga una enfermera a atenderlo.
—¡Necesito entrar ahora! —exploto—. Es una emergencia. —Mis
ojos sostienen los suyos—. Por favor.
Ella exhala, se pone de pie y abre la puerta de seguridad. —Por aquí
por favor.
La sigo por el pasillo hasta lo que parece una sala de clasificación.
Hay numerosas camas en una habitación enorme. Cada cama está
rodeada por una cortina.
—Por aquí. —Vamos a un cubículo y ella se asoma—. Hola. —Ella
sonríe—. Tengo aquí al novio de April.
—Sí, adelante —responde una voz masculina.
La mujer echa la cortina y mi cara se cae. April está acostada en la
cama con un ojo morado y muy oscuro. Ella me ofrece una sonrisa
soñolienta. Un médico está con ella.
—Ay Dios mío. —Corro a su lado, me inclino y beso su sien—. ¿Estás
bien? —susurro mientras aparto el cabello de su frente.
Ella asiente con una suave sonrisa. —Estoy bien, Seb.
—No estás bien. Has sufrido una conmoción cerebral seria —
interrumpe el médico.
—¿Qué pasó? —pregunto.
—Alguien irrumpió en la casa.
—¿Te golpearon?
—No —resopla—. Los perseguí y tropecé con la alfombra. Me caí en
la encimera de mármol de la cocina.
Mis ojos se abren. —¿Los perseguiste?
—Disculpe —dice el médico—. Regreso en un momento. —Sale de la
habitación, me inclino y beso la frente de April—. Lo siento mucho.
Dejé mi teléfono en el auto y...
—Sebastian, era Helena.
Me aparto para mirarla. —¿Qué?
—Era Helena en la casa. La estaba mirando desde arriba a través de
las cámaras de vigilancia. Ella estaba buscando algo en tu oficina, luego
pateó a Bentley. Exploté y fui hasta allí.
Frunzo el ceño, imaginando el escenario.
Sebastian, tenía algo escondido a sus espaldas. Ella tomó algo de tu
archivador. La estaba persiguiendo para recuperarlo.
Se me enfría la sangre y los latidos de mi corazón palpitan en mis
oídos. —¿Qué era?
—No pude ver, pero lo sacó del archivador.
—¿Le has dicho esto a alguien más? —susurro.
Ella niega con la cabeza. —No, quería hablar contigo primero. Ella
no me reconoció.
La adrenalina corre por mis venas. —No se lo digas a nadie. Di que
no viste nada.
—Estará en las cámaras.
—No estaban grabando.
—¿Por qué no? —April abre los ojos como platos—. ¿Qué vas a
hacer?
Lo que haya que hacer.
La cortina se abre de golpe. —Es hora de su tomografía
computarizada. —La enfermera sonríe.
—No te preocupes. —Me inclino y beso a April en la sien, fingiendo
una sonrisa—. Descansa, mi amor. —Le aparto el pelo de la frente—.
Te esperaré aquí, ¿de acuerdo?
Ella me da una débil sonrisa mientras la llevan en silla de ruedas.
Pongo mis manos en mis caderas y me vuelvo hacia la pared. Mi
corazón late con fuerza y la furia llena cada una de mis células.
Esta vez, Helena ha ido demasiado lejos.
22
Sebastian
—LO JURO POR DIOS, tenemos que eliminar a esta perra —susurra
Spencer mientras sopla en su taza de café.
Pongo los ojos en blanco. —¿Quién dice eliminar?
—Yo lo hago.
—Cierto, porque eres tan mafioso —resoplo. —Spencer Jones,
mafioso.
—Sí, bueno, esta jodida perra lo tiene merecido. Podría ser un
mafioso si quisiera. Podría acabar con ella por completo. ¿Seguro que
Masters conoce a algunos sicarios que le deben un favor?
Miro a mi alrededor con sentimiento de culpa. —Baja la voz —le
susurro.
—¿Qué se llevó, eso es lo que quiero saber? —pregunta—. ¿Qué
diablos estaba haciendo en tu casa y cómo entró si no fueron tocadas
las cerraduras?
—Eso es lo que yo también quiero saber.
Ambos guardamos silencio mientras pensamos.
—Helena no hace nada sin una agenda —digo.
—Lo sé, pero ¿qué es? —pregunta Spencer.
—Dinero. Siempre se trata de dinero con ella.
—¿Y cómo la persiguió?
Tengo una visión de April persiguiendo a Helena fuera de la casa, y
sonrío, impresionado. —Ella es una perra valiente, se lo concedo. —Yo
sonrío.
—Señor. García? Un médico da la vuelta a la esquina.
—¿Sí? —Me paro.
—Las pruebas de April han vuelto. Ella tiene una fuerte conmoción
cerebral, pero está claro que se le dará de alta. ¿Está bien para
quedarse con ella o debería llamar a la familia?
—Yo cuidaré de ella. ¿Está todo bien?
—Afortunadamente, se recuperará por completo. Escribí una receta
para analgésicos. Tendrá dolor de cabeza durante unos días. Tiene
mucha suerte.
—Gracias. —Le estrecho la mano—. Realmente lo aprecio.
El médico nos deja solos y me vuelvo hacia Spencer. —¿Quieres
entrar y saludar?
Piensa por un segundo. —No, está bien. Me reuniré con ella
apropiadamente en otro momento. Ella no debe estar de humor para
mí. Sin embargo, envíale mis mejores deseos. —Me da la mano—.
Mantenme informado. —Se dirige a la puerta.
—¿Spence? —Llamo y él se da la vuelta—. Gracias.
Me lanza una sonrisa y con un breve asentimiento, se vuelve y se va.
Si alguna vez hubo un amigo fiel, ese es Spencer Jones.
April
El delicioso aroma de tocino y huevos me despierta de mi letargo.
Me estiro y miro alrededor del dormitorio de Sebastian. Dios, ¿qué día es
hoy?
Siento que me han dejado fuera de combate durante una semana.
Me levanto y voy al baño. Mientras me lavo las manos, me miro al espejo
y me estremezco. Mi ojo está cerrado y está tan magullado que es de un
azul profundo. Toco suavemente el tejido adolorido e hinchado alrededor de
mi ceja, y hago una mueca de dolor.
Demonios, hice un buen trabajo, eso es seguro.
Maldita sea, desearía atrapar a esa perra y darle un puñetazo en la cara.
¿Cómo se atreve a venir aquí?
Me lavo la cara y trato de abrir el ojo, pero palpita. Maldita sea, ¿cómo
hacen esto los boxeadores todo el tiempo? Los ojos negros son
sorprendentemente dolorosos. Incluso me duele el globo ocular.
Me ato el cabello hacia atrás, tiro de la bata de Sebastian y bajo las
escaleras hacia la cocina.
Estoy hambrienta.
Encuentro a Sebastian en la cocina. Está revolviendo algo en una sartén,
vestido con pantalones de pijama azul marino y una camiseta blanca.
Él mira hacia arriba y me da una sonrisa impresionante. —Aquí está,
Rocky Balboa.
Sonrío mientras me acerco a él. Me toma en sus brazos. —Torpe Balboa,
más bien. —Miro dentro de la sartén para ver una tortilla—. Eso huele
delicioso.
Besa mi frente. —¿Cómo te sientes?
—Bien. —Me encojo de hombros—. Un poco avergonzada, para ser
honesta.
—¿Por qué?
—Porque en el momento más crucial de todos los tiempos, me caigo y
me golpeó la cabeza. Debería haberla atrapado.
—¿Estás segura de que te caíste?
—Sí.
Sus ojos sostienen los míos, como si no me creyera ni por un segundo.
Espera, no piensa...
—Ella no me ganaría en una pelea, lo sabes —digo mientras pongo mis
manos en mis caderas.
Se muerde el labio inferior para ocultar su sonrisa.
—Soy bastante dura, Sebastian.
—No tengo duda. —Me besa suavemente—. Sin embargo, nunca te
imaginé como una luchadora.
—Sí, bueno, algunas personas me detonan.
Él se ríe. —¿Hambrienta?
—Muriendo de hambre. —Miro el reloj de la pared y salgo de sus brazos
—. Mierda, llegamos tarde al trabajo.
—No tan rápido. —Saca el taburete de la encimera de la cocina y me
sienta—. Cancelé el viaje esta semana y los dos estaremos trabajando desde
casa durante unos días. —Pone dos tazas de café en la encimera.
Nunca tiene un día libre. —¿Por qué?
—Porque te ves como el de Evil , y yo estoy jugando a la enfermera. —
Me pasa un tenedor.
Sonrío tontamente mientras se lo quito. —Oh. —Le doy un mordisco a
mi tortilla—. Esto está bueno. Gracias.
Lanza el paño de cocina por encima del hombro y me mira comer.
—¿Comerás? —pregunto.
—Comí hace dos horas.
—Oh. —Le echo otro bocado—. Entonces, ¿qué estaba buscando? —
pregunto.
Él tuerce los labios. —No tengo ni idea.
—Ella tomó algo; sé que lo hizo.
Saca el taburete a mi lado y se sienta. —Dime exactamente lo que pasó...
desde el principio.
—Estaba arriba, y me dormía y despertaba. Me di la vuelta para coger mi
teléfono y Bentley estaba en el suelo a mi lado. Se sentó con los oídos
erguidos, como si escuchara algo. Entonces escuché algo. Pensé que debías
haber vuelto a casa. —Me encojo de hombros—. Salí al pasillo y vi las
pantallas de seguridad. Alguien caminaba por el pasillo, vestido de negro y
con un pasamontañas puesto.
—¿Un pasamontaña? —jadea.
—Sí, como el equipo completo de ladrón. Me estaba volviendo loco. Te
llamé y no respondiste. Seguí mirando la pantalla y la persona entró en tu
oficina.
Escucha con atención.
—¿Ha estado aquí antes? —pregunto.
—Nunca.
—Bueno, ella sabía adónde iba. No era como si fuera su primera vez en
la casa.
—Mmm.
De todos modos, entró en la oficina y se quitó el pasamontaña. En ese
momento, me sentí aliviada.
—¿Por qué?
—Porque no era un asesino en serie.
—Créeme, un asesino en serie es un mal menor. —Ensancha los ojos.
—Ella comenzó a revisar los cajones de tu escritorio y yo estaba
enloqueciendo. No quería que ella me viera y no podía localizarte, así que
salí al balcón y llamé a la policía. ¿Por qué no contestabas tu teléfono?
—Lo dejé en el maldito auto.
Pongo los ojos en blanco. —Entonces ella estaba tratando de entrar en tu
archivador. Ella consiguió las llaves y luego tropezó con Bentley, así que le
dio una patada.
—¿Ella qué?
—Ella le dio una patada.
—¿Qué tan duro?
—No muy duro, pero lo suficiente como para hacerme ir hasta allí.
Cuando llegué, estaba rebuscando en el cajón superior. Ella puso algo detrás
de su espalda.
—¿Cómo se veía?
—Un trozo de papel, creo. No lo sé con certeza, pero era del fondo del
cajón. Te mostraré.
—Come tu desayuno primero.
—No. —Camino hacia su oficina y abro el cajón. Los divisores están
separados en la parte posterior—. Aquí. Lo que sea que tomó, es de por
aquí.
El encabezado divisor dice:
Estados de cuenta bancarios
—¿Por qué querría un estado de cuenta bancario? —pregunto.
—Para ver cuánto dinero tengo. —Frunce el ceño, sumido en sus
pensamientos.
—¿Por qué querría ella saber eso?
—No sé. —Toma mi mano—. Tu tortilla se está enfriando.
—Lamento haberla dejado escapar —suspiro mientras lo sigo por el
pasillo.
—No te preocupes por Helena. Ella no es tu problema. —Me vuelve a
sentar en el mostrador de la cocina.
Cojo mi tenedor. —Sí, bueno, se está metiendo con la mujer equivocada.
El sonríe.
—Si quiere llegar a ti, tiene que hacerlo a través de mí. —Toco mi pecho
con el pulgar.
Me da una gran sonrisa y se acerca para tocar la cuenca de mi ojo. Me
estremezco.
—Es un gran alivio tener un guardaespaldas valiente y corpulento —dice.
Sonrío avergonzada. No dejes que este ojo morado te engañe, Seb. Soy
una dura hija de puta.
—Lo sé.
—Y si quisiera acabar con ella, podría hacerlo.
—Por supuesto que podrías, cariño. —Mete un mechón de cabello detrás
de la oreja mientras me sonríe con cariño.
—No me mires así. Me veo horrible.
—Creo que te ves preciosa.
—¿Te estás burlando de mí?
—Cien por ciento. Estás horrible.
Me río y él se inclina para besarme. —Come tu tortilla antes de que te
haga comer polla.
Sebastian
EL ZUMBIDO DE LOS DRONES de fondo me despierta de mi letargo. Hago
una mueca, me doy la vuelta y apago la alarma.
Me acuesto un momento para orientarme y miro a mi alrededor.
Estoy solo en la cama. ¿Dónde está ella?
Los pensamientos de anoche corren por mi mente. Cierro los ojos con
disgusto.
Mierda.
Un momento de debilidad lo ha arruinado todo. Me levanto, camino
hacia la puerta del dormitorio y escucho. Puedo escuchar a CNN a lo
lejos y a April hablando con Bentley.
Ella está abajo. El alivio me llena y frunzo el ceño cuando me doy
cuenta.
Para.
Me ducho, me visto para ir al trabajo y bajo las escaleras. Encuentro
a April en la cocina, tomando café mientras corta fruta.
Ella mira hacia arriba y sonríe. —Eh, tú.
—Hola. —Me quedo inmóvil.
Ella levanta una ceja y yo levanto una hacia ella.
¿Vas a darme un beso de buenos días? —pregunta.
Y así comienza.
Exhalo y camino hacia ella. Me toma en sus brazos, se pone de
puntillas y me besa suavemente. Lo siento en la boca de mi estómago y
salgo del beso. —Me tengo que ir. Se me hace tarde.
—Solo son las 6:45 a.m.
—Reunión temprano.
Ella me sonríe.
—¿Qué?
—¿Estás en medio de un ataque pánico en este momento?
Trago el nudo en mi garganta, es una gran posibilidad. —No.
—¿Te arrepientes de algo?
Dudo por un momento y ella levanta una ceja.
—No.
Ella me sonríe mientras pasa su mano sobre mi polla cubierta por el
traje. —¿Aún me quieres? —pregunta ella.
—Oh, por el amor de Dios, April. Suficiente de esta mierda de
cursilería. Me atrapaste en un momento de debilidad. No tenemos que
seguir hablando de eso.
Ella se ríe y arregla las solapas de mi chaqueta. —De acuerdo.
—¿Qué vas a hacer hoy?
—Bueno, no puedo entrar a la oficina con este ojo morado. Me iré a
casa y trabajaré desde allí.
Mis ojos se clavan en los suyos. —Quédate aquí.
—¿Por qué?
—Ya hice arreglos de seguridad para ti.
Ella frunce el ceño. —¿Por qué?
—¿Te has mirado al espejo últimamente?
—Sebastian, está bien. Estoy a salvo.
—Eso es debatible.
—¿Crees que va a intentar hacerme daño?
Acomodo los gemelos en mis mangas, tratando de actuar
desinteresado. —No sé de qué es capaz esa mujer, pero no voy a correr
ningún riesgo.
Ella sonríe con orgullo, como si supiera algo que yo no.
Me vuelvo hacia mi máquina de café y la enciendo. —Entonces, ¿te
quedarás aquí?
—Sí, querido.
—¿Y no te irás sin seguridad?
—No querido.
—Deja de ser condescendiente conmigo, April. No me gusta. —Lleno
mi taza y sus brazos me rodean por detrás. Ella besa mi espalda.
—¿Quieres salir a cenar esta noche? —pregunta.
—No.
Ella deja escapar un profundo suspiro y se aleja de mí.
Joder, estoy siendo un idiota.
No es su culpa que esté jodido. Me doy la vuelta y la tomo en mis
brazos. —Puedo traer la cena a casa, si quieres.
Ella actúa desinteresada cuando beso su mejilla.
—Todo lo que quieras. Envíame un mensaje de texto cuando sepas
cómo te sientes. La beso para intentar endulzar el trato.
—Lo que tuvimos anoche estuvo bastante bien —dice casualmente.
—Está bien. Tomo un sorbo de mi café. —Pollo asfixiado será.
Ella se ríe a carcajadas y trae consigo una cálida sensación de
confusión. Tiene la risa más hermosa que jamás haya escuchado.
Me besa y me aparta el cabello de la frente. —Me siento como la
chica más afortunada del mundo hoy, Seb.
Mi corazón se hincha antes de que me recupere rápidamente. —Sí,
bueno, tienes una lesión cerebral. —La abrazo—. Tengo que ir.
—De acuerdo.
Agarro mis llaves y maletín, y echo un último vistazo a la mujer en
mi cocina. Usando mi bata, con su cabello revuelto y sus ojos morados,
nunca había visto algo tan hermoso.
Soy yo quien se siente afortunado.
April
El cálido sol de la tarde me ilumina en el patio trasero de Sebastian y sonrío
al cielo. El raro sol de Londres es una delicia.
Bentley está tendido a mi lado. Creo que he encontrado mi propio
pedacito de paraíso.
Amo esta casa.
Puedo ver por qué Seb está tan apegado a él. Mi mente vuelve a Helena y
al hecho de que ha estado aquí. Todavía estamos tratando de averiguar
cómo consiguió una llave. Aparentemente, hace unas semanas, ella apareció
en la casa de la hermana de Sebastian para “ver” a Bentley cuando lo tuvo.
Juntando las piezas ahora, Seb y su hermana piensan que ella estaba allí
para robar la llave de la casa de Seb, porque volvió a aparecer unas horas
más tarde diciendo que había dejado su bufanda allí. Ahí es cuando él
piensa que ella fue y consiguió una copia de la llave para meterse a
escondidas.
Perra.
Me pregunto qué estaba buscando.
Camino de regreso a la casa y lavo mi taza de café con la mente en
movimiento. ¿Qué tiene él que ella desea tanto? Camino hacia la oficina de
Sebastian y saco el cajón del archivador que ella había abierto. Ella estaba
buscando en algún lugar en la parte de atrás. Voy a la zona que creo que
estaba mirando y leo los separadores.
Estados de cuenta bancarios
Los saco y los dejo sobre el escritorio para mirar todas las fechas. No
falta nada. Todas las declaraciones están aquí. Voy al siguiente divisor y los
reviso. No falta nada.
Mmm.
Miro una y otra vez, y llego a un cajón justo en la parte de atrás. Los dejo
todos y frunzo el ceño. La declaración va de marzo, abril, mayo y luego
salta a julio.
Falta una declaración aquí.
Le doy la vuelta y leo el reverso, y luego leo al frente.
Es un extracto de tarjeta de crédito de hace seis, casi siete años. Me
deslizo en el asiento y ruedo los dedos sobre el escritorio mientras pienso.
¿Para qué querría ella su número de tarjeta de crédito?
¿Qué quiere ella?
Le envío un mensaje de texto a Sebastian.
Cancela la tarjeta de crédito que termina en 507.
Helena tiene el número.
Una respuesta llega instantáneamente.
Ya lo hice, X
Bien.
Entrecierro los ojos mientras el desprecio llena cada una de mis células.
Perra: si quieres hacerle daño tendrás que vértelas conmigo.
Son las 7:00 p.m. cuando se abre la puerta del garaje.
Llamé a Seb antes. Quería preparar la cena para los dos. El pollo ahogado
para llevar no sonaba atractivo. Tengo una cena en el horno y he tenido un
día productivo. Aspiré la casa, lavé un poco, tomé una siesta y le hice una
pequeña sorpresa a Sebastian, que puede ir de cualquier manera, pero tenía
que hacerse. Supongo que pronto lo descubriré por su reacción. Espero no
haberme pasado de la raya.
Sé que sí, pero necesitaba hacer esto por mí.
Revuelvo la salsa y saco la fuente para hornear grande del horno. El
aroma celestial de la carne asada y las verduras invade la casa. Llevo mi
nuevo atuendo favorito: la bata de Sebastian. Mi cabello rubio está recogido
en un moño desordenado, y no tengo ningún problema con mi apariencia.
Este hombre me hace sentir cómoda en mi propia piel. A él le gusto más
así.
Me gustó más así.
Aparece y se apoya contra el marco de la puerta, mirándome. Sus grandes
ojos marrones encuentran los míos al otro lado de la habitación, y me da la
mejor mirada de ven y fóllame que jamás he visto. Con un traje azul marino
y una camisa blanca impecable, es el epítome de la ensoñación. Mi corazón
se salta un latido.
—Hola —ronronea.
—Hola, Sr. García. —Sonrío.
Se mueve de la pared y, con un movimiento rápido, me tiene en sus
brazos.
Acaricia suavemente mi cuenca del ojo azul. —¿Todavía duele?
—No. Está mejorando.
—¿Cómo estuvo el día de mi chica? —Me besa con succión y
dominación.
Simplemente delicioso.
—Mejor ahora.
Suelta el nudo de mi bata para dejar al descubierto mi cuerpo desnudo.
Sus ojos se posan en mis dedos de los pies y se lame los labios.
—El mío también.
Se echa hacia atrás y toma mi pecho, su pulgar moviéndose hacia
adelante y hacia atrás sobre mi pezón erecto. Sus manos se deslizan hacia
mi trasero y me besa mientras tira de mi cuerpo contra su dura polla.
Oh, este hombre.
—Cena. —Sonrío contra sus labios.
—Está justo aquí. Sus labios caen hasta mi cuello y sus dientes rozan mi
piel. Se me pone la piel de gallina.
Echo la cabeza hacia atrás para permitirle un mayor acceso. No importa
cuánto lo intente, no puedo resistirme a él. —Seb. —Sonrío tontamente
hacia el techo—. Te he preparado la cena. De hecho, te he hecho muchas
cosas hoy.
Se echa hacia atrás para mirarme. —¿Cómo qué?
—Una sorpresa. Ahora siéntate mientras sirvo.
Sebastian pone los ojos en blanco y toma asiento en el banco. Sirvo una
copa de vino para los dos y le paso la suya. Toma un sorbo, sus ojos se
detienen en mi cara.
—¿Qué? —sonrío.
—Me gusta volver a casa a esto.
—¿A qué?
—Tú, medio desnuda en mi cocina.
Me río y lo señalo con las tenazas en la mano. —Eso es porque eres un
maníaco sexual.
Golpea su regazo. —Ven.
Me acerco a él y le rodeo el cuello con los brazos. Desliza sus manos
debajo de mi bata y me abraza con fuerza. Nos quedamos así un tiempo y es
agradable. Hay una cercanía entre nosotros, y no es apresurada ni
apasionada. Es cómodo.
Acogedor.
Algo que he estado buscando durante mucho tiempo.
—¿Cuál es esa sorpresa que me tienes? —pregunta.
Oh mierda.
—Mmm... bueno... —Realmente no sé cómo va a reaccionar a esto.
Conociendo a Sebastian, muy bien podría ser la caída de una bomba
atómica—. Estaba pensando en todo hoy, y cómo...
El escucha.
—Sé que no es... quiero decir, no quiero que vuelvas a pasar por eso
nunca más. Me tropiezo con mis palabras tratando de hacer que esto salga
en el contexto correcto.
—April —dice con su voz profunda y autoritaria.
—Te hice algo. Por supuesto, necesitarás que Bart o alguien de tu
confianza lo revise —balbuceo.
Los nervios bailan en mi estómago.
—April... —advierte con impaciencia.
Me levanto de su regazo. —Iré a buscarlo. Camino por el pasillo y entro a
su oficina para recuperar el documento de diez páginas en su impresora.
Salgo y se lo entrego.
Frunce el ceño mientras lo mira en sus manos.
—Es un acuerdo prenupcial —anuncio.
Sus ojos se elevan a los míos y levanta una ceja enojada.
Oh mierda, él cree que se trata de mí. —Quiero decir, no es para mí ni
nada. Es para que lo tengas en el futuro. Por ejemplo, si alguna vez conoces
a la persona adecuada. No quiero que te estafen nunca más, Seb.
Sin sentirse impresionado, lo arroja sobre la mesa y se pone de pie. Va al
armario, saca un vaso y lo llena de whisky. Toma un sorbo mientras sus ojos
enojados sostienen los míos.
—¿Estás enojado? —pregunto.
—Sí, estoy jodidamente enojado —gruñe—. Si quieres irte, hazlo. Vacía
su vaso.
Abro la boca para decir algo, pero no salen palabras.
—No puedo creer que tengas la puta audacia de redactar un acuerdo
prematrimonial para que lo firme mi futura esposa —dice.
—Sebastian...
—No lo hagas. Vuelve a llenar su vaso.
—Esto es por tu propia seguridad. No dejaré que otra mujer te estafe.
—¡No quiero otra puta mujer! —grita.
Oh, mierda, cree que me voy.
—Entonces, lo firmaré —tartamudeo. Agarro el bolígrafo de la lista de
compras del frigorífico—. Aquí, lo firmaré ahora mismo.
Joder, esto va mal.
Realmente mal.
Hojeo las páginas hacia atrás y rápidamente firmo mi nombre en la línea
punteada. Estoy medio esperando que me eche a la calle. —Allí, ¿ves? —
Sonrío—. está hecho.
Me mira.
—Sebastian, no quiero tu dinero; ni un centavo. Pero si me voy a quedar
aquí en tu casa y estar contigo, necesito tener esto por mi propia cordura.
Quiero que entremos en esta relación sin trabas.
Pasa molesto por mi lado, dirigiéndose hacia las escaleras.
—¿A dónde vas? —lo llamo.
—A tomar una ducha. ¿Quieres hacer un acuerdo legal prematuro para
eso? —grita.
Pongo los ojos en blanco. Sabelotodo.
Él sube las escaleras y yo me dejo caer en mi taburete. Pensé que estaba
haciendo una buena acción, que él sería feliz.
Acuerdo legal prematuro.
Exhalo pesadamente. Supongo que no.
***
Miro dentro del horno y miro el reloj. Sebastian ha estado arriba durante
media hora. ¿Va a volver siquiera a bajar?
Demasiado pronto.
Fue demasiado pronto, idiota.
¿Qué diablos estaba pensando?
Honestamente, pensé que estaría feliz de que yo me encargara de hacer
eso.
Oigo crujir las escaleras y revuelvo la salsa para fingir estar ocupada.
Entra y se sienta en el respaldo de la encimera de la cocina.
—¿Estás listo para cenar ahora? —le pregunto de espaldas.
—Sí, por favor —responde secamente.
Bebe grande.
Sirvo nuestra comida y la coloco frente a él.
—Gracias.
—De nada. —Sonrío con los dientes apretados.
Me siento y comemos en silencio mientras repito el mantra, calla, calla.
Finalmente, rompe el silencio. —Haré que mi propio abogado redacte un
acuerdo.
—Está bien —digo, tratando de mantener la cara seria.
Volvemos a comer en silencio.
—Y no me gusta que me empujen a nada —afirma.
—De acuerdo.
—No te mudarás aquí hasta que lo discutamos.
Pongo los ojos en blanco. Me está cabreando ahora. —Está bien,
Sebastian. De todos modos, no quiero mudarme aquí.
Sus ojos se elevan para encontrarse con los míos.
—¿Qué? —me burlo—. Está bien que tú lo digas, pero si estoy de
acuerdo, soy una mierda.
Levanta una ceja y vuelve a su cena.
—Sólo intentaba protegerte —digo.
—No necesito tu protección, —espeta.
—¿En serio? —me burlo—. Desde donde yo lo veo, la necesitas. Eres un
hombre muy rico, Sebastian. No seas tonto.
Él menea sutilmente la cabeza. —Eres jodidamente exasperante, April.
—Y eres un bebé grande. Me levanto y recojo mi plato.
—¿Adónde vas?
—A cenar frente a la televisión. —Salgo a la sala de estar y me siento en
el sofá. Empiezo a cenar en mi regazo—. ¡Y también podría redactar un
contrato para esto! —grito.
Si él quiere ser un idiota, yo puedo serlo más.
—¡Escribe un contrato que tienes que chuparme la polla todos los días!
—dice desde la cocina.
—Si miras la letra pequeña del contrato ya redactado, verás que soy yo
quien recibe la cabeza en el día a día —le devuelvo la respuesta—. Yo no
soy estúpida, sabes.
—Podrías haberme engañado —le oigo murmurar.
Sonrío para mí misma y sé que él también sonreirá.
—Y lavarás los platos —le digo.
—No puedo escucharte.
Sonrío, sabiendo que nuestra pelea ha terminado.
Creo que tal vez gané.
Sebastian
Estoy sentado a la mesa con dos de mis colegas. Ha sido un día repleto
con conferencia de prensa tras conferencia de prensa.
Estamos en una cena con quinientas personas, pero todo lo que
quiero hacer es volver a mi habitación para llamar a April. Ya terminé
esta mierda política por hoy. Odio estar lejos de casa. He tenido
suficiente.
Bart aparece entre la multitud y saca un asiento en nuestra mesa. —
Seb.
—Hola.
—He echado un vistazo al contrato que me diste esta mañana.
—¿Y?
—Es impermeable. Hizo un buen trabajo. Digo que lo firmes.
Sabía que lo habría hecho bien. —Gracias.
Un camarero llega a la mesa con una bandeja de bebidas. Los coloca
uno por uno. —Aquí está.
—Gracias. Vacío mi vaso y recojo el nuevo mientras miro mi reloj.
Otra hora y me voy de aquí.
Golpe, golpe, golpe directo a la cabeza.
Un dolor punzante rebota a través de mi cráneo.
Mierda.
Arrastro mis ojos para abrirlos para ver la habitación girando, y
rápidamente los cierro con fuerza de nuevo.
Oh...
Mi estómago se revuelve y me incorporo apresuradamente. La
transpiración moja mi piel.
Qué diablos, me siento mal. Me dirijo al baño rápidamente y vomito
violentamente. Mi cuerpo tiembla, como si tuviera algún tipo de fiebre.
Mierda.
Me meto en la ducha y bajo el agua caliente. Me apoyo en las
baldosas. Tengo energía cero. ¿Por qué tengo tanta resaca?
¿Qué bebí anoche? Frunzo el ceño, tratando de recordar.
¿Eh?
Mi mente está en blanco. Lo último que recuerdo fue estar sentado a
la mesa del bar.
Pero...
Frunzo el ceño mientras trato de aclarar mi niebla mental. ¿Cómo
regresé al hotel?
Salgo de la ducha y me seco. Envuelvo mi toalla alrededor de mi
cintura y camino de regreso a la habitación para buscar mis cosas.
Mi teléfono vibra en mi mesita auxiliar.
April
Lo levanto.
—Hola.
—¿Cómo está mi hombre esta mañana?
—Buenos días, señorita Bennet. ¿Dónde estás? —pregunto.
—En cama.
Sonrío mientras camino hacia el armario para recuperar mi traje. —
Ojalá estuviera allí. Mi cama estaba sola sin ti.
—La mía también, —ronronea sexy—. ¿Qué te pasó anoche? Pensé
que me estabas llamando cuando regresaste al hotel.
¿Eh?
—Espera... —Frunzo el ceño—. ¿Te hablé anoche?
—¿Qué quieres decir?
—Es lo más extraño, no recuerdo nada. Cojo la percha con mi traje y
la dejo sobre la cama.
—Me llamaste tres veces. ¿Cuánto bebiste? —pregunta ella.
¡Tres veces! ¿Qué?
Busco en mi mente algún tipo de recuerdo. —No recuerdo haber
hablado contigo en absoluto.
—¿Qué? —pregunta ella.
—¿Parecía borracho?
—No, pero eras muy cariñoso.
—Define cariñoso.
—Me dijiste cuánto me extrañas y esas cosas. Fuiste tan tierno. Me
hizo extrañarte más.
Arrugo mi cara. Ser tierno no es mi estilo.
Me quedo en silencio por un momento mientras trato de recordar
algo de anoche. No nada. Cambio de tema. —¿Qué vas a hacer hoy?
—Tengo que ir a la oficina a recoger unos archivos. Voy a trabajar
desde casa el resto de la semana. Este ojo mío se ve horrible.
—Es una buena idea.
¿Dónde está mi billetera? Debe estar en los pantalones de mi traje de
anoche. Miro alrededor de la habitación y veo mi traje arrugado en la
silla. Joder, debí haber estado borracho. Siempre cuelgo mi traje
cuando me lo quito.
—¿Qué hay hoy para ti? —pregunta ella.
—Poco. La misma mierda, día diferente. Camino por la habitación
con mi teléfono en mi oído. —Tenemos que encontrar a Theodore con
urgencia. Aparentemente, ha habido un posible avistamiento en algún
pueblo rural. Quién sabe si es una pista genuina. Recojo mis pantalones
del piso y busco mi billetera en los bolsillos. No está ahí.
—No puedo esperar al fin de semana. ¿Cuál crees que será el código
de vestimenta para la boda? —pregunta.
¿Dónde está mi maldita billetera?
—No sé. Va a hacer calor, así que me imagino algo fresco. Sigo
mirando a mi alrededor. —Tu traje de cumpleaños funciona para mí.
Ella se ríe y yo sonrío. Cojo el abrigo de mi traje y tanteo. Localizo
mi billetera en el bolsillo interior del abrigo. Recojo mi camisa blanca
del suelo y mi estómago se retuerce mientras la miro.
El lápiz labial rojo está manchado por el cuello.
¿Qué diablos es eso?
April charla mientras la habitación comienza a girar. Miro a mi
alrededor en pánico.
¿Qué pasó aquí anoche?
Mis ojos se dirigen a la mesa de café y veo un enfriador de vino
plateado con una botella vacía de champán dentro. Hay dos copas al
lado, una todavía medio llena de champán. Dos gafas...
Me da un vuelco el estómago.
—¿Seb? —pregunta April, y por el tono de su voz, puedo decir que
me ha hecho una pregunta.
—Lo siento, ¿qué dijiste? No pude escucharte.
Paso mi mano por mi cabello mientras camino hacia la cama en
pánico. Con el teléfono en la oreja, echo hacia atrás con enojo las
mantas para inspeccionar las sábanas.
—Acabo de decir que no puedo esperar a verte —susurra April con
voz ronca.
Cierro mis ojos. —Yo también. Escucha, cariño, tengo que irme. Se
me hace tarde.
—Bien. Que tengas un buen día.
Mi corazón late fuerte y rápido. Esto no puede estar sucediendo.
—Te amo.
Arrugo mi cara. No lo hagas.
—Yo también.
Cuelgo apresuradamente y levanto la almohada para olerla. El fuerte
olor a perfume refuerza la evidencia, y arrojo la almohada contra la
pared con disgusto.
¿Qué diablos hice?
24
Sebastian
LA HABITACIÓN CONTINÚA GIRANDO. Entro al baño y me apoyo en el
lavabo. Miro mi reflejo en el espejo. Mi cara tiene un brillo de sudor,
mi cabello está despeinado, pero es el disgusto en mí lo que hace que mi
estómago se revuelva.
No.
Puedo ser muchas cosas, pero no soy un tramposo mentiroso.
Joder, esto es una pesadilla.
¿Qué diablos pasó anoche? Busco en mi cerebro algún recuerdo de
algo.
Déjame pensar, estaba sentado a la mesa.
Bart se acercó y se sentó.
Me dijo que el contrato de April estaba listo y que debía firmarlo.
Luego...
Arrugo mi cara para concentrarme bien.
Nada.
Necesito ver a Bart. Estoy seguro de que estuvo allí. Camino de
regreso a mi habitación y recupero mi teléfono. Marco su número, pero
nadie lo contesta. Miro mi reloj. Todavía es temprano. Quizás esté en la
ducha.
Llamo a Melody, la gerente de la gira.
—Hola.
—Hola, este es Sebastian. ¿Puedes decirme en qué habitación está
Bart, por favor?
—Hola, Sebastian. Déjame revisar.
—De acuerdo.
Espero en la línea hasta que ella regrese. Está en el nivel 6,
habitación 624.
—Gracias. —Cuelgo, me pongo el traje y, cinco minutos después,
estoy caminando por el pasillo hacia la habitación 624. Jeremy se
acerca desde la otra dirección.
—Buenos días. —Asiento con la cabeza.
—Buenos días —responde, y los dos paramos una vez que llegamos a
la habitación 624—. ¿Estás aquí para ver a Bart? —pregunta.
—Sí.
Me mira inexpresivo y puedo sentir un matiz de ira. —Yo también.
Finjo una sonrisa. Excelente. No me digas que llego en medio de un
pleito marital. No estoy de humor para su mierda de pelea esta
mañana. Me vuelvo hacia la puerta y llamo.
Jeremy está detrás de mí, esperando a que se abra la puerta.
Llamo de nuevo.
—Parece que no está aquí —le digo medio aliviado.
—Hazte a un lado, Melody me acaba de dar una llave. —Sostiene la
tarjeta hacia el escáner.
—Eso no es necesario. —Tengo la sensación de que algo está pasando
entre ellos—. Volveré más tarde.
La cerradura se abre y Jeremy empuja la puerta para abrirla. Bart
está profundamente dormido en la cama con una mujer desnuda a cada
lado de él.
—¿Qué demonios estás haciendo? —Jeremy llora detrás de mí.
Mis ojos se abren.
Mierda.
Jeremy entra, toma una jarra de agua y la vierte sobre la cabeza de
Bart. —¿Cómo pudiste? —él llora.
Bart se despierta de un salto. Mira a su alrededor confundido y
conmocionado. —¿Qué pasa? —Salta hacia atrás cuando ve a la mujer
—. ¿Quién eres tú? —grita.
La mujer sonríe y se estira. —Hola, cariño —ronronea.
—¿Cómo pude ser tan estúpido? —Jeremy llora antes de salir de la
habitación.
—¡Jeremy! —grita Bart—. No lo sé... —Se escabulle de la cama y cae
al suelo, desorientado—. ¿Qué diablos está pasando aquí? —Está
desnudo con marcas de arañazos en toda su espalda y un gran
mordisco de amor en su cuello. El lápiz labial rojo está manchado por
toda su cara.
Demonios, esto es malo.
—Te lo juro... —grita Bart—. No sé. —Mira alrededor de la
habitación, completamente sorprendido por lo que está pasando.
Envuelve una toalla alrededor de su cintura y persigue a Jeremy por el
pasillo. Escucho a Jeremy enloquecer, con Bart pisándole los talones.
Espera. Le pasó lo mismo que a mí.
Creo que nos drogaron.
Me acerco a la cama. —¿Quiénes son ustedes? —Le grito a las
mujeres.
—¿Qué? —Hacen una mueca de dolor mientras arrugan la cara.
—¿Qué pusieron en nuestras bebidas? —Yo exijo.
—¿De qué estás hablando? —La rubia frunce el ceño mientras se
levanta de la cama. Está desnuda y tiene un cuerpo asesino.
La agarro del brazo. —Llamaré a seguridad. Ahora mismo.
Ella arranca su brazo de mi agarre. —¿De qué estás hablando,
idiota? Soy una prostituta. Bart nos pidió y pagó toda la noche. Revisa
su tarjeta de crédito si no me crees.
¿Qué?
Oh diablos.
Bart entra marchando de regreso a la habitación. —¡Lárguense de
aquí, carajo! — grita a las dos mujeres. Él irrumpe en el baño y cierra
la puerta.
Ambas miran hacia mí en busca de dirección.
—¡Ya oyeron al hombre! —chasqueo—. Váyanse. Ahora.
Recogen sus cosas y me acerco a la ventana para mirar hacia la calle,
así no tengo que mirarlos mientras se visten. El disgusto llena todos mis
poros. Nunca he tenido nada en contra de las chicas trabajadoras.
Siempre me han emocionado.
Hoy se siente mal. Me siento sucio.
Me volteo hacia ellas. —¿Estuvo alguna de ustedes en mi habitación?
—No.
—Díganme la verdad —gruño.
—Tu guardia de seguridad vino y te arrastró antes de que comenzara
la diversión.
Cierro los ojos con alivio.
Gracias a Dios.
Las chicas se visten y se van en silencio.
Llamo a la puerta del baño. —¿Bart?
Se queda callado.
—Se fueron.
El abre la puerta. La devastación está escrita en todo su rostro.
—Creo que nos drogaron.
Sus ojos se ensanchan. —¿Tú también?
—Me desperté y no recordaba nada. Sé con certeza que no había
bebido tanto.
—¿Qué carajo? —Empieza a caminar—. ¿Quién haría esto?
Niego con la cabeza, totalmente confundido. —No sé. ¿Quién ganaría
algo poniéndote en contacto con dos prostitutas?
Bart mira fijamente a la pared por un momento y entrecierra los ojos
mientras se llenan de desprecio. —Lo sé.
—¿Quien?
—Mi maldita esposa.
—Claro que no. —Lo miro fijamente—. ¿De verdad crees que se
rebajaría de esta manera?
—Ella haría cualquier cosa para que Jeremy me deje. —Agacha la
cabeza—. Y creo que lo acaba de lograr.
April
Miro el espejo detrás de la caja registradora. Por dios, me veo como un
fenómeno de circo.
¿Quién usa sus gafas de sol dentro de las tiendas? Las mujeres con ojos
morados, ellas lo hacen.
Se supone que hoy debo trabajar desde casa. Trabajé toda la mañana, pero
esta tarde me escapé en busca de un vestido para la boda de este fin de
semana.
Tengo que lucir perfecta. Me voy a reunir con los amigos de toda la vida
de Sebastian, después de todo. Espero que este maldito ojo morado se
desvanezca antes de esa fecha.
Creo que encontré el vestido perfecto. Primera tienda, primer vestido que
me probé. ¿Desde cuándo es tan fácil comprar?
—La siguiente —llama la chica de la caja registradora. Doy un paso
adelante y mi teléfono vibra. Miro hacia abajo para ver el nombre:
Jeremy
—¿Cómo te encuentras hoy? —La cajera sonríe mientras toma mi vestido
y marca.
—Bien gracias. ¿Tú cómo estás? —Guardo mi teléfono en mi bolso. Lo
llamaré más tarde.
Son poco después de las 2:00 p.m. cuando el avión se detiene en la pista.
—Estamos aquí. Salto en mi asiento.
Sebastian sonríe, toma mi mano y besa mis dedos.
—¿Qué es lo primero que vas a hacer cuando llegues? —pregunto.
—April Bennet.
Me río. —No, quiero decir, como hacer, hacer. Como hacer algo.
Levanta una ceja, divertido por mi emoción infantil. —April Bennet.
Sonrío mientras acerco su rostro al mío y beso sus labios grandes y
carnosos. —Gracias por traerme.
El letrero del cinturón de seguridad se apaga. —Vamos a divertirnos.
—Está bien. Me paro tan rápido que me golpeo la cabeza en el techo—.
Ay.
—Cuidado —advierte.
Caminamos por el pasillo y, cuando llegamos a las puertas, nos golpea
una pared de calor. Es como un horno ardiente.
Jadeo cuando el aire sale de mis pulmones.
—¿Cómo llamas a esto un sauna? —Sebastian murmura entre dientes.
—Cierto. —Me río mientras bajamos las escaleras del avión—. Dime que
tenemos aire acondicionado en nuestra habitación.
—Eso espero, joder. Mis bolas están apretadas con estos jeans.
Me echo a reír y él también se ríe. Oh, es tan agradable estar juntos en un
lugar diferente. Gran parte de nuestro tiempo juntos lo hemos pasado en las
sombras.
Siento que finalmente somos una pareja real, haciendo un par de cosas
más grandes.
Tomados de la mano, caminamos sobre la pista y entramos en el
aeropuerto. Una vez pasados los controles de seguridad, vemos a un hombre
de pie con un letrero que dice:
García
Me encorvo de hombros con entusiasmo.
—¿Hola, señor y señora García? —pregunta el conductor.
Señora García.
—Sí —responde Sebastian.
—Por aquí por favor.
—Gracias. —Lo seguimos hasta un Audi negro y nos subimos al asiento
trasero.
¡Hurra! estamos en camino.
—Índico —repite.
—Solo compruebo
—¿Tienes que comprobar todo lo que digo?
—Mmm...
Océano Índico.
—Oh. —suspiro, un poco abatida. Estaba segura de que era algo más
exótico. Seguro que lo parece. Nunca había visto agua tan azul.
Sebastian me hace un guiño sexy en una declaración de “te lo dije”.
Yo sonrío.
—¿Puedo ayudarte? —pregunta la recepcionista.
—Sí, ¿Puede registrarnos, por favor?.
—Por supuesto. —Ella sonríe, sus ojos se detienen en Sebastian. —¿Cual
era el nombre?
—Sebastian García.
Sus ojos se agrandan. —Oh, sí, claro, señor. Viene del Reino Unido.
Hemos estado esperando su llegada. La seguridad adicional está en su lugar.
Háganos saber si algo no sale bien.
Sebastian finge una sonrisa, nada impresionado. —Gracias. Odia el
alboroto y sé que su equipo de seguridad en casa lo organizó sin su
consentimiento.
—¿Tuvo un buen vuelo?—pregunta, sus ojos se quedan demasiado
tiempo sobre mi hombre.
Lo tuvo, perra. Apártate.
Yo también finjo una sonrisa. Y date prisa.
—Paulie te acompañará a tu habitación. —Ella entrega la llave—. Estás
en el Pent-house del ala norte. —Ella hace un gesto hacia la izquierda—. Si
pasa por la piscina y los restaurantes, su pent-house está frente al mar.
—Gracias.
Paulie da un paso adelante y asiente. —Por aquí por favor. —Lo
seguimos a través de los jardines y atravesamos la zona de la piscina.
—¡Seb! —Alguien llama.
Nos volteamos para ver a un chico rubio saludando. Empieza a correr
hacia nosotros. Seb sonríe y le devuelve el saludo.
Borra eso. Un dios rubio corre hacia nosotros. Mandíbula cuadrada,
cabello rubio y abdominales ondulados.
Dios, ¿quién es este?
—Oye, lograste venir. —Se ríe y estrecha la mano de Seb.
—Ella es April —me presenta Sebastian—. Este es mi amigo Spencer
Jones.
Me río mientras le estrecho la mano.
—Hey. —Él sonríe—. Es un placer conocerte finalmente.
—Igualmente. —Sonrío encorvando los hombros. Incómoda.
—Ven a ver a los demás —dice Spencer, señalando la piscina.
—Vamos de camino a nuestra habitación —responde Seb.
—Sólo tomará un minuto. —Spencer agarra mi mano y comienza a
arrastrarme hacia la piscina—. ¡Mira a quién encontré! —anuncia a los
demás.
Un hombre levanta la vista de su tumbona y sus grandes ojos marrones se
encuentran con los míos. Está bien, joder. ¿Quién diablos es ese hermoso
espécimen con su cabello oscuro, mandíbula cuadrada y... wow, con tanta
energía? —Julian Masters, esta es April.
Sonrío mientras estrecho su mano nerviosamente. Dios, manos fuertes
también.
—Esta es su esposa, Brielle. —Es bonita y de aspecto natural, parece más
joven que yo.
—Hola. —Sonrío.
—Y esta mujer ardiente como el infierno es mi esposa, Charlotte. —
Charlotte está muy embarazada y lleva bikini. Su estómago es enorme.
—Hola. —Sonrío.
Oh, genial. Están todos tirados juntos en traje de baño. Esta es mi maldita
peor pesadilla.
Las dos mujeres saltan de sus tumbonas y me besan.
—Es genial conocerte finalmente, April —dice Brielle.
Ambos besan a Sebastian en la mejilla y él frota cariñosamente el
estómago de Charlotte. Se nota que son cercanos.
—Está bien, tenemos que ir a nuestra habitación. Este pobre chico nos
está esperando —dice Sebastian.
Miramos para ver que Paulie está esperando pacientemente bajo las
palmeras.
—Nos vemos después —menciona Sebastian.
Les saludo con la mano y ambos nos volvemos y seguimos a Paulie.
Llegamos a nuestro apartamento y mi boca se abre.
Vaya.
Está directamente sobre la arena, con vista a la playa, y enormes puertas
plegables abiertas que corren a lo largo de una terraza gigantesca. Está
hecho de madera con techo de paja y parece sacado directamente de un
folleto de vacaciones en la isla.
Es posiblemente el lugar más hermoso en el que he estado.
—Este es el dormitorio. —Paulie nos muestra el lugar. La cama con de
cuatro pilares está estratégicamente ubicada en el medio de la habitación,
con un gran baño de mármol verde justo al lado, con una bañera hundida de
gran tamaño.
Pero es la vista de la pared de vidrio lo que no puedo superar. Hay un mar
azul hasta donde puedo ver.
—Tiene servicio de habitación las veinticuatro horas para todo lo que
necesite. Simplemente marque el 9.
—Gracias.
—¿Hay algo más que pueda hacer por ustedes?
—No, gracias —dice Sebastian mientras le da propina.
Paulie nos deja solos y los ojos de Sebastian encuentran los míos.
—Seb. —Sonrío—. Esto es increíble.
Sus ojos brillan de ternura. —Lo es, ¿no? —Sé que no está hablando del
lugar. Está hablando de mí.
Me toma en sus brazos y me besa, lento y tierno, llevándome por el
camino donde nada más importa más que el otro.
Sé que he estado enamorada antes, y sé que debí haberme sentido así,
pero no recuerdo esta cercanía. El apego entre nosotros es tan profundo.
—Vamos a nadar en ese Océano Índico —murmura contra mis labios.
—Pero... ¿tus amigos?
—Son algo complicados de manejar a veces, incluso para mí. —Me besa
más profundo, su lengua se enrosca alrededor de la mía. Mis pies se
levantan del suelo—. Te quiero para mí hoy.
Mi corazón palpita. Es como si pudiera sentir que, después de la semana
caótica y ocupada que hemos tenido, necesito tiempo a solas con él.
Solamente nosotros dos.
—Saldremos con ellos esta noche. —Me lleva caminando de espaldas a
la cama—. Pero hoy, eres toda mía.
Si el cielo fuera un día, sería este.
Nadamos, nos tumbamos al sol, hicimos el amor y tomamos una siesta al
final de la tarde con el suave sonido de las olas rompiendo contra la orilla.
Nunca había visto a Sebastian más relajado. No hay un teléfono móvil a
la vista. De hecho, creo que incluso lo apagó. Eso es inaudito.
Pero ahora cenamos con sus amigos.
Extiendo mis brazos. —¿Me veo bien?
Llevo un vestido gris sin tirantes, ajustado y sandalias de tacón.
Mi cabello rubio está suelto en ondas de playa y mi maquillaje es
mínimo.
Me siento aliviada de haberme bronceado un poco. Habría parecido un
muñeco de nieve anémico si no lo hubiera hecho.
Sebastian me sonríe. —Estás preciosa.
Inhalo profundamente.
—Detente. —Toma mi mano y se la lleva a los labios para besar las
yemas de mis dedos—. Es solo otra cena. Esto no es propio de ti. Nunca te
había visto nerviosa antes.
—Bueno, esto es importante.
—¿Por qué?
—Porque... —Me encojo de hombros—. Son tus amigos y sé que las
primeras impresiones cuentan.
Me sirve otra copa de champán. —Tengo un plan. Me pasa el vaso y
brindamos.
—¿Como cuál?
—Beber copiosas cantidades de cócteles para erradicar los nervios.
Sonrío ante mi vaso.
—Y me aprovecharé de ti cuando lleguemos a casa.
Me río. —Creo que ya te has aprovechado de mí unas cuantas veces hoy.
—Tú te aprovechaste de mí. —Desliza su mano por mi cuerpo y por
debajo de mi vestido. Toma mi trasero y sonrío mientras bebo mi champán.
El hombre es un auténtico maníaco sexual.
Me lleva la boca a la oreja. —¿Cómo suena eso? —susurra.
Siento como se me pone la piel de gallina. Sus dedos se deslizan debajo
del costado de mis bragas, y desliza sus dedos a través de mi vagina.
—Mmm. —Mis ojos se cierran mientras tomo otro sorbo de mi champán
—. Sigue hablando.
Muerde mi cuello con fuerza al mismo tiempo que me penetra con dos
dedos gruesos.
Oh...
Mis rodillas casi se doblan debajo de mí.
Sus ojos oscuros sostienen los míos mientras trabaja conmigo, sus dedos
gruesos tocando mi lugar más secreto. —Oh, a mi chica le encanta follarme
la mano.
Mis ojos se cierran.
Sacude su mano con fuerza. —¿No es así?
—Sí —lloriqueo.
Él levanta mi pierna para sentarme en la silla y comienza a trabajar
realmente conmigo. Dos dedos... luego tres, sus dientes rozando mi cuello,
mordiendo mi oreja, y su aliento tembloroso rozando mi piel.
Cuatro dedos...
Ay.
Me aprieto a su alrededor y él sonríe contra mi cuello.
—No tienes ni puta idea de lo caliente que te sientes estirada así.
Mi cuerpo se estremece y me abalanzo sobre él.
Me lleva la boca a la oreja. —Vas a correrte en mi lengua esta noche —
gruñe—. Duro.
Oh, sí, lo haré.
Me estremezco y él saca las manos de mi ropa interior y se pone de pie.
Con sus ojos oscuros fijos en los míos, se seca los dedos.
Jadeo mientras me derrito en un charco.
—Quiero correrme ahora —susurro.
—No. —Endereza mi vestido y me lo baja. Él arregla mi cabello.
Jadeo mientras lo miro, mi vagina todavía vibra por la paliza que acaba
de darle.
Mojado, hinchado y completamente estirado.
Necesitada.
—Hasta luego.
25
April
TOMADOS DE LA MANO, entramos en el restaurante del jardín exterior. Siento
que voy a vomitar... o me voy a correr. Maldito Sebastian por ponerme
caliente. Como si ya no estuviera lo suficientemente emocionado.
—¡García! — gritan voces mientras caminamos por el restaurante.
Sebastian sonríe y saluda, y nos dirigimos hacia la mesa.
—No me dijiste que conocías a todos en las Maldivas —, le susurro.
Sonríe a todos los que están sentados cuando llegamos a nuestra mesa. —
¿Sabes que esta es la cena previa a la boda, verdad?
—Oh —. Finjo una sonrisa mientras miro alrededor a todos los ojos fijos
en mí. —Ahora si
Este es el infierno en la tierra. Todas las personas que él conoce están
aquí.
Excelente.
Saca mi silla y me siento. Se sienta a mi lado. Estamos sentados en una
mesa pequeña para seis. Sus cuatro amigos ya están aquí.
—Te acuerdas de Julian y Spencer, Brielle y Lottie.
—Sí —. Sonrío, —Hola.
—Hola —. Todos sonríen y me miran como si fuera un fenómeno en el
circo.
—¿Qué estuvieron haciendo ustedes dos todo el día? — Pregunta
Spencer. —Te estábamos esperando en la piscina. Qué grosero. Pensé que
harías un mayor esfuerzo, April.
—Estaban ocupados —, murmura Julian.
Se me cae la cara y las chicas se echan a reír. —Spencer, basta —, dice
Lottie.
Pongo mi mano en mi pecho con alivio. —Por favor, no te burles de mí.
Ya estoy lo suficientemente nerviosa —, lo admito.
Sebastian pone los ojos en blanco. No te pongas nerviosa por estos
jodidos idiotas. Nadie a quien impresionar aquí —.
—¡Oye! — Brielle interviene.
—Cuida tu lenguaje —. Lottie se ríe.
—Dos jarras de sangría —, dice el camarero mientras pone dos jarras
enormes de una bebida roja de aspecto exótico sobre la mesa.
—Sí, gracias —, sonríe Brielle. —Mantenla llena.
Charlotte pone los ojos en blanco. —Oh, esto es simplemente genial.
—Sigue haciéndome bebés, nena —. Spencer le hace un guiño sexy
mientras le frota su barriga de embarazada.
Ella finge una sonrisa y se abanica con un abanico de papel. —Cuando
tenga este bebé, Spencer, estaré de fiesta durante una semana y tú estarás
cuidando niños todo el tiempo. Lactancia materna y todo —.
Spencer levanta su copa hacia ella. —Sí, querida.
No puedo evitar sonreír mientras los miro. La adora, es obvio. Tiene el
encanto de un chico travieso y simpático.
—¿Cuánto tiempo te falta para tenerlo? — Pregunto.
—Diez semanas —. Ella sonríe.
—¿Primer bebé?
—No, cuarto.
Mis ojos se abren. —Vaya.
Parece simpática y tiene un acento inglés muy tonto. Me pregunto de
dónde es.
Dirijo mi atención a Brielle. —¿Tienes hijos?
—Sí, cinco.
—¿Cinco? — Mis ojos se abren, incapaces de ocultar mi sorpresa. Dios,
estas mujeres son criadoras completas.
—Tres son nuestros y dos son mis hijastros.
Creo que reconozco un acento.
Mis ojos se desvían hacia Julian. Debe haber tenido hijos con otra
persona antes.
—Aunque, a ellos les gusta Brielle más que yo —, murmura Julian
secamente.
—A todos nos gusta más —, responde Spencer casualmente contra su
vaso de sangría.
—¿Estoy captando un acento australiano? — Pregunto.
—Sí, soy australiana. Cuéntame de ti.
Julian sonríe mientras la mira. Es obvio que él también está enamorado.
—Soy americana —. Sonrío. —Abogada.
Todos se concentran en cada una de mis palabras. Me encojo de hombros
con timidez.
—¿Cómo se conocieron? — Charlotte mira entre nosotros.
—Ah —. Mis ojos encuentran a Sebastian. Está sentado, disfrutando del
espectáculo, sin decir una palabra para ser escuchado. Puedes escapar en
cualquier momento, hijo de puta. —Nos conocimos en un café hace unos
seis años. Salimos brevemente entonces, pero no funcionó —.
Los ojos de Sebastian, Julian y Spencer se encuentran, y sé que sus
amigos saben cómo nos conocimos.
Que se joda. Quiere ser honesto con sus amigos, yo también.
—En realidad, eso no es todo. Después de que nos conocimos en el café,
trabajé en un club de striptease y entró Sebastian.
Una amplia sonrisa cruza el rostro de Julian, y mira a Spencer, quien
también tiene una sonrisa tonta.
—Tranquila —, Sebastian se atraganta.
Los ojos de las chicas se agrandan.
—Les digo la verdad a ustedes dos porque no puedo mentir, y sé que
Sebastian ya se lo ha dicho a los chicos. Quiero ser honesta con todos desde
el principio —.
Charlotte le da una palmada en el brazo a Spencer. —¿Por qué no me lo
dijiste?
La boca de Brielle se abre cuando se vuelve hacia Julian. —¿Sabías esto?
Sebastian levanta las manos en señal de rendición. —Fue la única vez que
fui a un club de striptease y ella estaba trabajando detrás de la barra para
poder estudiar derecho —, balbucea.
Miro para ver que Julian está sonriendo con satisfacción en su bebida, sus
ojos sosteniendo los míos.
Está impresionado de que les haya dicho la verdad.
Yo también.
—Oh, me gustas —. Charlotte jadea. —Alguien que le sirva otro trago.
Quiero escuchar todas las historias del club de striptease.
Spencer pone juguetonamente su mano sobre mi vaso. —No lo haremos.
—Entonces, ¿cómo conocieron ustedes a sus adorables hombres? —
Pregunto.
—Bueno, en realidad yo era la niñera de Julian —, responde Bree con
una sonrisa en su rostro. —Y Charlotte es la niña de papá rico que Spencer
no podía tener.
Todos reímos. Quizás esta noche no sea tan mala después de todo.
De hecho, parecen agradables.
Sebastian
Veo como April charla y se ríe con las chicas en el otro extremo de la
mesa. Esto es tan extraño.
A las chicas nunca les agradan las personas con las que salgo. No es
que las lleve a algo como esto, supongo. He llevado citas a bailes de gala
antes, pero Brielle y Charlotte siempre han sido cautelosas y no
demasiado amistosas.
Son diferentes esta noche. O tal vez es solo que es April.
Sin pretensiones y bonita, irradia calidez y amabilidad. Pero sobre
todo, es inteligente.
—Entonces, ¿cuál es el plan si entras en trabajo de parto temprano
mientras estamos aquí? — April pregunta.
—No sé —. Charlotte mira a su marido. —¿Cuál es el plan, Spence?
Se encoge de hombros. —Asustarnos —. Se tapa la boca con la mano
para que las chicas no puedan oír. —Y luego rodar jodidamente
borracho—, murmura en voz baja.
Julian y yo nos reímos. Spencer casi no bebe debido a la condición de
Charlotte en caso de que necesite conducir a algún lugar en caso de
emergencia. Quiere que el bebé venga más que nadie.
—Puedes llamarnos a Sebastian y a mí —, murmura April en su voz
de —He tenido demasiadas sangrías —. —Soy buena en situaciones de
emergencia y Seb siempre sabe qué hacer.
Sonrío contra mi copa de vino. ¿Cuándo siempre sé qué hacer?
Nunca.
—Y además, mi gato tenía gatitos —, continúa.
—Créeme, este gatito es mucho más grande que el tuyo. Necesitamos
ayuda —, murmura Spencer secamente.
Todos nos echamos a reír.
Charlotte le da una palmada en el brazo. —Spencer.
Brielle se pone de pie y se tambalea hacia atrás en su silla, chocando
espectacularmente hacia atrás contra el jardín.
—Maldito infierno—, murmura Julian, saltando.
April se echa a reír y se apresura a levantar a Brielle. Agarra sus
manos y comienza a tirar de ella fuera del seto. Se ríen a carcajadas
mientras intentan levantarse, y todos miran en nuestra dirección.
—No más para ti. Nos vamos a casa —, dice Julian mientras ayuda a
Brielle a ponerse de pie. —Podrías haberte roto el cuello —. Él le alisa
el vestido y la endereza.
—Pero vamos a bailar —, suelta Brielle. Su cabello es salvaje y tiene
el diablo en sus ojos. Dios, creo que está incluso más borracha que
April.
Borracho. ¿Es una palabra?
—Sí. ¡Baile! — April jadea. —Vamos —. Agarra las manos de
Charlotte y finge bailar un vals lento con ella. —A Bubba le encanta
bailar —. Se inclina hacia el estómago de Charlotte. —¿No es así,
pequeño hermoso? — dice con voz de bebé.
—Oh Dios —. Pongo los ojos en blanco. —Eso es todo. Nosotros
también nos vamos, April.
Brielle da un paso a un lado y vuelve a tropezar con los talones. Justo
cuando estaba a punto de caer hacia atrás en el jardín, Julian la atrapa.
—A casa —, exige, poniendo su brazo alrededor de ella.
—Sí, buena idea —. Ella lo mira con amor. —¿Qué tienes para mí,
chico?
Julian hace una mueca y Spence y yo nos echamos a reír.
Tomo la mano de April. —Ven.
—Nooo —. Ella ríe. —No seas aguafiestas, Seb. Las chicas y yo
saldremos a la ciudad. ¿No es así chicas?
—No hay ciudad —, responde Julian.
—¡Sí! — Brielle llama desde debajo del brazo de Julian. —Voy a
salir, Jules —. Ella se va a alejar y él la sujeta del brazo. —Hora de ir a
casa, Bree —. Él la arrastra. —Ya has tenido suficiente.
Brielle se lleva la mano a la boca y susurra mientras la arrastran
como a una niña. —Está siendo un aburrido.
—¿Qué hay de nuevo en eso? — Spencer murmura.
Caminamos por los jardines de regreso a nuestros apartamentos.
Las chicas están a cada brazo de Charlotte, charlando y riendo,
tambaleándose como marineros borrachos.
Los chicos y yo caminamos detrás de ellas, poniendo los ojos en
blanco ante sus payasadas, y un pensamiento extraño cruza mi mente.
Esta es la primera vez que esto sucede.
Los tres y nuestras parejas, llevándonos bien y divirtiéndonos. En
realidad, divirtiéndose más que nosotros.
Extraño.
Julian me da una palmada en la espalda cuando llegamos a su
cabaña. —Buena suerte con ella esta noche.
—Oh —, Brielle frunce el ceño. —No me siento tan bien—. Ella
sostiene su estómago. —Jules, me siento mal.
—Cristo todopoderoso —, hace una mueca.
Me río. —Creo que tú vas a necesitar un poco de suerte... y un balde
—.
Él la ayuda a subir las escaleras y Spence y Charlotte se despiden.
Tomo la mano de April y seguimos caminando hacia nuestra
habitación.
Su hipo es exagerado mientras me mira, y yo le sonrío. Incluso
totalmente borracha, es adorable.
—Me gustan tus amigos —. Ella sonríe.
—Les caes bien.
—¿De verdad? — Ella parece sorprendida. —Porque me gustan.
—Sí, me lo acabas de decir.
—¿Lo hice?— Ella frunce el ceño.
La llevo escaleras arriba y se balancea mientras abro la puerta.
—¿Estás bien? — Pregunto.
Ella asiente. —Sí —. Tiene hipo de nuevo.
—¿Por qué bebiste tanto?
—Fue Charlotte —, insulta.
Arrugo la frente. —¿Charlotte?
—Sí, yo también tenía que beber por ella.
Me río. —Eso tiene sentido —. La llevo a nuestra habitación. —
Cama.
—No, necesito una ducha —. Se pone de puntillas para besarme. —
¿Puedes prepararnos una ducha, bebé?
Sonrío contra sus labios.
—Me debes un orgasmo —. Ella sonríe sexy y aprieta mi polla por
encima de mis pantalones.
La sangre comienza a arremolinarse alrededor de mi cuerpo. Ahora
que puedo hacer. Incluso borracha, a esta mujer le encanta. —Está
bien.
Entro al baño y abro la ducha. Cojo las toallas, me desvisto y me
meto bajo el agua para lavarme. Me doy algunos golpes furtivos.
Mmm, sí, me siento así. Me imagino lo bien que se sentirá a mi
alrededor.
—April —. Yo sonrío. —Ven y tómalo.
Silencio.
—¿April? — Arrugo la frente. ¿Qué está haciendo ella ahí fuera?
Silencio.
Salgo del baño y doblo la esquina para verla acurrucada en el borde
de la cama, todavía con su vestido, profundamente dormida.
Exhalo pesadamente. Esto no es lo que había planeado.
La levanto y la pongo en la cama, quitándole los zapatos. Tiro de la
sábana sobre ella y beso su frente mientras aparto el cabello de su cara.
Frunzo el ceño mientras la miro. No me di cuenta de lo mucho que
me había perdido estando solo. Este fin de semana me ha abierto los
ojos y siento que este es un punto de inflexión en nuestra relación.
Me inclino y la beso de nuevo. Beso su hombro, su mejilla, su brazo y
aun no es suficiente.
Me acuesto a su lado y la sostengo en mis brazos. Ella está muerta
para el mundo, profundamente dormida, pero me hace sentir mejor
abrazándola.
Cuanto más la abrazo, más fuerte se vuelve mi necesidad. Me levanto
y regreso a la ducha. Veo el lubricante y arrojo un poco en mi mano.
No sirve de nada desperdiciar esta erección. También puedo hacerlo
yo mismo.
April
Me siento al sol, con mis gafas de sol puestas. Estoy en algún lugar entre el
cielo y el infierno.
Tener resaca es malo.
Sentirse cerca de la muerte por intoxicación por alcohol mientras está
sentado al sol en una boda es lo peor.
Estamos en la playa, sentados en las sillas alineadas en lindas filas
mientras esperamos que llegue la novia.
Estoy en un mundo de dolor sin absolutamente ninguna simpatía por
parte de Sebastian.
Bree está peor, y Charlotte piensa que esto es lo más divertido que le ha
pasado.
Brielle ha estado vomitando sin parar toda la mañana.
—Oh —. Brielle suspira y se sostiene la cabeza. —Lo juro por Dios,
literalmente me estoy muriendo aquí. Si vuelvo a ver una botella de sangría,
vomitaré. Esa mierda es el diablo.
—No viene en una botella —, dice Julian, mirando al frente. —Es un
cóctel.
Ella pone los ojos en blanco, molesta por su respuesta. —¿Cómo es que
no estás enferma, April? ¿Tienes un estómago de hierro o algo así?
—Créeme, lo estoy—, le susurro.
No es mentira. Realmente me siento tan enferma como un perro.
—Algunas personas pueden manejar su licor —, responde Julian.
—¿Me trajiste algo de agua? — le pregunta ella.
—¿Me veo como si tuviera agua? — Extiende las manos.
—En serio, Jules, si me amas, irás a buscarme un poco de agua. Estoy tan
deshidratada que me estoy convirtiendo en una pasa —.
Julian pone los ojos en blanco.
Sebastian sonríe, y puedo decir que las conversaciones de Julian y Brielle
a menudo mantienen a todos entretenidos.
—Y si me amas, no esperarías que volara hasta las Maldivas para ser tu
esclavo de hidratación. Tu condición es auto infligida. Aguanta, princesa
—, responde Julian rotundamente.
Spencer deja caer la cabeza y se ríe.
Sebastian me mira y me da una suave sonrisa. Me acerco para tomar su
mano y la pongo en mi regazo.
Todo esto se siente tan natural y no es en absoluto lo que esperaba.
Realmente me gustan sus amigos. Son mi tipo de gente. Las chicas tienen
más o menos mi edad y tenemos una relación natural. Spencer y Julian son
secos e ingeniosos.
Spencer es relajado e inofensivo, y Julian es un bastardo violento, aunque
tengo la sensación de que también es suavecito en el fondo.
Y luego está mi hombre, Sebastian García.
Alto, moreno, guapo, cauteloso y dañado.
Quizás el hombre más hermoso con el que he estado. En términos de
apariencia, definitivamente, pero es su corazón lo que me ha convencido.
Es como una cebolla. Con cada capa que quito lentamente, obtengo un poco
más de nuestra relación.
Es profundo y cariñoso, mandón y dominante, con un gran corazón.
Sé que dijo que me ama y, a su manera, sé que lo hace, pero sus muros
aún no se han derrumbado por completo. Supongo que va a tomar tiempo
construir esa confianza entre nosotros. Para mí también.
Pero tengo fe en que vendrá. Lo que hay entre nosotros es demasiado
bueno para no hacerlo. Al admitir lo que ambos sentimos, es un gran paso
en la dirección correcta.
Y ahora con sus amigos...
Él levanta mi mano y besa mis dedos. Le sonrío.
La forma en que me mira lo es todo.
—Consigan una habitación, ustedes dos —, susurra Spencer. —Estoy a
punto de vomitar en mi propia boca aquí.
—Eso nos hace dos —, se queja Bree mientras se sostiene las sienes.
—Ni siquiera lo pienses —, le advierte Julian.
—Oh, por favor —, susurra Charlotte. —Eso será lo más destacado de mi
vida si vomitas aquí en la boda.
—Hazlo sobre el novio —, susurra Spencer. —Déjame filmarlo
Dejo caer la cabeza y me río. La resaca de Brielle es divertidísima.
—Que se den prisa, joder —. Sebastian mira a su alrededor. —Hace dos
mil grados. ¿Qué estamos esperando?
—La novia —. Charlotte abre los ojos para acentuar su punto.
Exhala pesadamente, sin sentirse impresionado. —Ah. Ella.
La música comienza, y todos nos ponemos de pie y nos volteamos para
ver a una hermosa novia caminando por la playa, con un vestido blanco
clásico y un velo. Con el pelo largo y oscuro, luce como una boda de
fantasía.
—Oh no —. Brielle deja caer la cabeza y abanica su rostro. —Creo que
voy a vomitar.
—Qué hermoso —, murmura Julian, fingiendo una sonrisa a la novia que
se acerca.
Me muerdo el labio inferior para evitar estallar en carcajadas. Incluso
enferma como un perro en un calor de diez mil grados, me estoy divirtiendo
mucho.
April
PARPADEO SORPRENDIDA. —¿QUÉ?
—Se suicidó. Encontraron su cuerpo en un auto de alquiler en un bosque
del norte.
Mi corazón se contrae. —Oh no. ¿Cuándo?
—Parece que fue hace un tiempo. Probablemente tan pronto como
desapareció.
—Dios—, suspiro con tristeza.
—Tengo que ir a casa —. Entra en el vestidor y toma su maleta.
—Por supuesto.
—Te lo estás pasando bien. Quédate con los demás. Vuela a casa con
ellos y te veré en Londres. Deja su maleta sobre el escritorio y comienza a
tirar sus cosas en ella.
—No, voy contigo —. Me levanto y tomo mi maleta.
—No es necesario —, murmura, completamente distraído con su
equipaje. Puedo sentir que sus niveles de estrés se disparan a cada segundo.
—Seb —. Lo abrazo por detrás. —Me voy contigo.
Se vuelve y me toma en sus brazos. Nos quedamos en silencio un rato,
abrazándonos.
Suicidio. ¿Hay una muerte peor? Tanta tristeza. Mucho dolor.
—Empacaré nuestras cosas. Tú organizas el vuelo —, digo con renovado
propósito.
—De acuerdo —. Me besa —Lo siento.
—No te disculpes—. Le sonrío. —Prométeme que podemos volver aquí.
—Lo prometo —. Deja de abrazarme y toma su teléfono. —Hola,
necesito dos asientos en el primer avión a Londres —. Sus ojos se mueven
hacia mí. —Sí, fletado, si es posible.
El escucha. —¿Tres horas?
Asiento con la cabeza.
—Sí, está bien, gracias.
La alarma se apaga.
Sebastian salta de la cama y entra al baño, dejándome en la oscuridad, mi
mente está llena de confusión. Oigo correr la ducha y repaso lo que
hablamos anoche. Aunque no es de lo que hablamos lo que me preocupa. Es
lo que él no dice lo que me asusta.
Me levanto y camino al baño. Sus ojos se encuentran con los míos por un
breve momento antes de darse la vuelta y continuar lavándose.
Me siento en el tocador del baño. Finalmente, apaga la ducha y sale.
Empieza a secarse con una toalla negra.
— ¿Podemos hablar de anoche? — Pregunto.
—April —. Se seca agresivamente. —No tengo la energía mental para
pelear contigo esta semana.
—¿Por qué la estás protegiendo?
—¡Por el amor de Dios! — el llora. —¿Me estás escuchando en absoluto?
Ruedas de prensa, interrogatorios policiales, cuestiones fiscales federales,
organización de un funeral y ocuparse de las cuestiones de todo el puto
país... — Levanta las manos con disgusto. —Estoy tan estresado que mi
cabeza está a punto de explotar, y estás hablando de una mujer de la que me
divorcié hace siete putos años. El gabinete está votando por un nuevo
primer ministro hoy, y yo estoy al frente. Envuelve su toalla alrededor de su
cintura. —¿Tienes alguna puta idea de la cantidad de presión bajo la que
estoy? — Sale al dormitorio y entra en su vestidor.
Mis hombros caen. Dios, tiene razón.
Esta semana no es la semana para hablar de nada importante. Arrugo mi
rostro con pesar.
Idiota.
Se viste con su traje, actuando enfadado, mientras yo me siento en la
cama y miro en silencio. Se para frente al espejo y se abrocha la corbata. Mi
estómago da volteretas. ¿Cómo puede ser tan sexy un hombre enojado
poniéndose una corbata?
Me levanto y me acerco a él para encargarme de atarle la corbata. —Lo
siento.
Sus ojos se encuentran con los míos. —Yo solo...
—Lo sé bebé —. Me pongo de puntillas y beso sus grandes labios. —
Solo estoy siendo una tonta insegura.
—Me tienes, April. Sabes que me tienes.
—Lo sé —. Le sonrío. Tiene razón, sé que lo tengo. No hay duda de eso.
—Sin estrés esta noche, te lo prometo.
Su mano se desliza alrededor de mi trasero, y tira de mis caderas hacia su
polla. —Lo que realmente necesito es un buen calmante para el estrés —.
Me da una embestida con sus caderas.
—Es un maníaco sexual, señor García.
Me da una sonrisa lenta y sexy. —Y tú eres excelente en la cama—. Me
embiste con sus caderas de nuevo. —Por eso somos perfectos juntos.
—Bueno...— Reorganizo su cuello. Esta noche estaré en mi mejor
momento, señor.
Sus ojos oscuros sostienen los míos. —Lo esperaré con ansias.
April
EL MALESTAR ME SOBRECOGE.
Estoy a favor de los juegos de rol, pero...
Trago un nudo nervioso en mi garganta.
Se sienta a horcajadas sobre mi cuerpo y, comenzando por los dedos de
mis pies, se desliza sobre mí. Mi cuerpo comienza a relajarse cuando su
polla dura hace notar su presencia. Su intención inquebrantable, y lo hace
de nuevo, esta vez deteniéndose en mi pecho para sentarse a horcajadas
sobre mi cuerpo. Estoy atrapada debajo de sus fuertes muslos.
¿A quién puedo engañar? Amo al diablo.
Adelante.
Empieza a frotar su polla erecta a través del aceite entre mis pechos. Su
abdomen marcado brilla por la luz. Tengo las manos atadas por encima de
la cabeza y lo miro con asombro.
No importa lo jodido que esté Sebastian García, su toque siempre me deja
muda.
Me agarra la cara y se lleva la oreja a la boca. —Entonces, ¿quieres ser
mi puta?
Jadeo, mis ojos se cierran.
Su mano se aprieta en mi cara mientras me tira con fuerza. —Contéstame
—, gruñe.
—Sí —, gimo.
—¿Quieres usar tu hermoso y cremoso coño para hacerme feliz?
Mierda. ¿Cómo es que es tan sucio?
Si hablar sucio fuera un deporte olímpico, Sebastian García sería el rey
del mundo.
Asiento con la cabeza. —Sí.
Lame un lado de mi cara. —Así es como va a ir esto —, susurra mientras
su lengua baila cerca de mi oído. Se me pone la piel de gallina. —Te
apretarás alrededor de mi polla con tanta fuerza que casi la romperás en
dos.
Trago el nudo en mi garganta, al borde del miedo.
—¿Me entiendes?
Jadeo.
—Última advertencia.
—S-sí —, tartamudeo. —lo sé. Quiero decir, lo haré .
Se arrodilla sobre mi cara y frota la punta de su dura polla sobre mis
labios. Pre-eyaculado y aceite chorrea por mi cara.
Su pecho sube y baja mientras me mira, su cabello oscuro colgando sobre
su rostro y sus músculos relucientes de aceite. Pero son sus ojos los que me
están volviendo loca.
Está actuando por instinto, la necesidad de follar en él es tan grande ahora
que nada más importa.
Su filtro se ha ido, junto con su moderación.
No sé si alguna vez he visto algo tan excitante.
Se apoya en el codo a mi lado y me besa con fuerza mientras empuja mi
pierna superior hacia arriba para que descanse junto a mi hombro. Luego,
su mano se desliza por mi cuerpo, a través del aceite y sobre mis senos. Más
abajo... más abajo.
Sus dedos gruesos encuentran ese punto dulce entre mis piernas, y abre
mis labios tanto como puede. Inhalo bruscamente. Sus ojos sostienen los
míos mientras me abre.
Cada vez que tenemos sexo, me sorprende.
Nada es igual con este hombre. Tan pronto como pienso en ponerme
cómoda, sube la apuesta y lo lleva a un nivel superior.
Me da más.
Su lengua baila seductoramente contra la mía. Me estoy retorciendo
debajo de él. Mis ojos no pueden permanecer abiertos y mis brazos
comienzan a doler por estar atados por encima de mi cabeza.
Gimo en su boca, y luego sus dientes comienzan a vagar por mi
mandíbula. Muerde mi cuello.
Mierda.
Toma mi pezón en su boca y lo muerde con fuerza. Grito y él cierra los
ojos.
Él se está volviendo loco con mi dolor.
¿Eh?
La inquietud comienza a fluir a través de mí. Este es un territorio nuevo.
Es un Sebastian García al que no había conocido antes.
Chupa su camino por mi cuerpo, moviéndose más y más hasta que
alcanza su objetivo. Se detiene y me abre de par en par, y me mira
fijamente.
Aguanto la respiración mientras miro hacia el techo. ¿Qué está haciendo?
Levanto la cabeza para mirarlo. Su cuerpo está ahora en la cama, paralelo
a mi vagina. Lentamente arrastra sus dedos a través de mi carne mientras
yace de costado, completamente ocupado por su tarea.
—Seb —, le susurro.
—No te corras.
¿Eh?
Su boca me cubre y chupa con fuerza. Tan fuerte que duele, y doblo mis
piernas alrededor de su cabeza para tratar de escapar de él.
—Abre —, gruñe mientras golpea mis piernas contra el colchón.
Oh...
Su lengua gruesa se desliza hacia arriba y sobre mi vagina, y luego
levanta mis caderas y lame mi trasero, sus ojos hambrientos sostienen los
míos.
Me quiere allí. Dios.
Vuelve a girar la lengua y me estremezco. Joder, te juro que me voy a
correr tan fuerte que me desmayaré. Esto es demasiado.
Luego está todo adentro mientras levanta mis caderas, la lengua profunda
y los bigotes sobre mí. Estoy por toda su cara.
Está en lugares donde no debería estar y, oh, es demasiado bueno. Me
estremezco de nuevo.
—Dije que no te corras, joder.— Muerde mi clítoris y salto.
—Ay.
—Te daré algo para quejarte en un minuto —. Me da la vuelta para que
quede de rodillas. Me arden las muñecas por el tirón de las esposas. Me
arrastra y me pone de rodillas, y luego las separa.
Se levanta y oigo abrirse la puerta del armario. Oh no. ¿Qué está
tomando?
Mi corazón comienza a latir fuertemente. La cama vuelve a hundirse
cuando él se arrodilla detrás de mí.
Dejo caer la cabeza en el colchón y contengo la respiración, insegura,
excitada y a punto de sufrir un infarto.
Su lengua revolotea sobre mi culo, y cierro los ojos cuando el calor
comienza a bombear a través de mí. Mmm.
Dios, esto no debería sentirse tan bien como lo hace. Realmente comienza
a comerme, y aprieto los puños, necesitando una conexión más profunda.
Debe poder sentirlo, y desliza tres de sus gruesos dedos en mi vagina.
Gimo cuando mi cuerpo se comienza a ondular a su alrededor. Mis
caderas tienen vida propia, y empujo hacia su rostro.
Esto está mal pero tan jodidamente caliente.
Desliza un dedo en mi culo y gimo.
No.
Añade otro dedo y mis ojos se mueven hacia atrás en mi cabeza.
—No te corras —, gruñe.
¿Qué?
Gimo de nuevo.
Crack.
Me da una nalgada con fuerza y mis ojos se abren de golpe.
—No te atrevas a correrte.
No puedo detenerlo. Convulsiono y grito contra el colchón.
—Vas a pagar por eso —, amenaza.
Pone la punta de su polla en la entrada de mi culo y comienza a empujar
hacia adelante.
—No. ¡Sebastian! — Grito.
Se detiene y el silencio cae entre nosotros.
Puedo oírlo jadear y jadear. Está luchando mientras intenta controlar su
impulso de follarme el culo.
Silencio prolongado.
¿Qué está haciendo?
Me agarra la cadera y sé que está a punto de perder el control. Muevo un
poco mis caderas para traerlo de vuelta al momento. Funciona. Me da una
nalgada con fuerza y luego se inclina para lamerme de nuevo. Él gime
dentro de mí, y demonios, ¿alguna vez ha habido un sonido más caliente?
Sonrío contra el colchón. Pensé que lo había perdido allí por un
momento.
Se levanta y frunzo el ceño. ¿Qué está haciendo ahora? Escucho que algo
se rompe y miro por encima del hombro y veo que se pone un condón.
¿Qué demonios? Está realmente metido en su juego de roles.
Me horrorizo.
Quizás demasiado.
¿Así se folla a sus putas? ¿Es esto lo que les hace?
Me da una nalgada con fuerza de nuevo y hago una mueca de dolor. ¿Qué
pasa con las nalgadas?
No estoy segura de que me guste esto.
La cama se hunde y él se arrodilla detrás de mí. Desliza su punta sobre mi
culo y a través de los labios de mi vagina.
—¿Sabes lo sexy que te ves desde este ángulo? — Frota sus dedos sobre
mi trasero. Todavía está desesperado por tenerme allí.
Con una rodilla en el colchón y un pie en el suelo, se empuja lentamente
hacia mí y deja escapar un gemido profundo y gutural.
Mi corazón se contrae.
No está teniendo sexo conmigo. En su mente, se está follando a una
extraña.
Está con una prostituta.
Cierro los ojos con fuerza. Ten cuidado con lo que deseas, April.
—Buena chica —, susurra y me besa la espalda. —Justo así —. Se
inclina y comienza a montarme, sus caderas trabajan en movimientos cortos
y fuertes. —Amas mi polla, ¿no es así, mi pequeña sucia?
Cierro mis ojos. Demonios, a veces desearía no hacerlo.
Él gime.
—Tu coño se siente tan caliente y cremoso —, susurra oscuramente.
Aprieta para mí, bebé. Rómpelo.
Mi cuerpo se estremece profundamente. Me correré de nuevo con el
sonido de su charla sucia.
Estoy tan jodida como él. Me encanta esta mierda.
Agarra un puñado de mi cabello y tira de mi cabeza hacia atrás mientras
golpea contra mí.
Grito, el aire sale de mis pulmones.
Entonces, me está montando duro.
La cama está golpeando la pared, y el sonido de nuestra piel chocando
contra la pared resuena por toda la habitación.
Ay. Cierro los ojos para tratar de lidiar con él.
Mi cuerpo comienza a arder. Sus gemidos son fuertes y, Dios, esto está
prendido.
Nunca antes me habían cogido así.
Rudo... tan rudo.
Es mucho hombre para asimilar.
Gimo, y él agarra la parte de atrás de mi cabeza y empuja mi cara contra
el colchón. Con ambas manos, maniobra mi columna para que mis hombros
estén sobre la cama, esposados y completamente a su merced.
Lleva los pies a ambos lados de mi cuerpo y se pone en cuclillas sobre
mí. Su polla está tan profundamente adentro, y sus manos están empujando
mi espalda hacia abajo con sus embestidas profundas, rápidas y
castigadoras. Mis ojos ruedan hacia atrás en mi cabeza.
Pum, pum, pum golpea la cama contra la pared.
Oh no, voy me voy a correr.
Empieza a gemir, profundo y gutural, y sonrío en el colchón.
Aquí va. Puedo sentirlo construyéndose.
Sisea fuerte y se mantiene profundo, y luego grita mientras se sacude con
fuerza.
En el enfrentamiento final, me embiste tan fuerte que podría romperme.
Grito cuando me roban lo último de mi resistencia.
Me dejo caer en la cama, mis ojos se llenan de lágrimas.
Deja caer la cabeza en mi espalda, como si se recompusiera, y luego
estira la mano y suelta las esposas.
Sin una palabra, se levanta y entra al baño.
Jadeo para mí.
Me siento y pongo mi cabeza en mis manos.
¿Qué fue eso?
Me levanto y camino hacia el baño para verlo con ambas manos apoyadas
en el tocador del baño. Está mirando su reflejo en el espejo, su pecho sube y
baja mientras trata de recuperar el aliento.
Está empapado de sudor, tiene el pelo y los ojos desorbitados.
Él mira hacia arriba y sus ojos fríos se encuentran con los míos. Arranca
el condón y lo tira a la basura, como disgustado.
¿Qué?
No sé qué está pasando aquí, pero esto está jodido.
Me doy la vuelta para salir del dormitorio y recorrer el pasillo. Lo
escucho marchar detrás de mí.
—¡No me dejes! — llora.
Me volteo hacia él.
Jadea con mucho miedo en sus ojos.
—Estoy trabajando en ello —. El niega con la cabeza. —Estoy... estoy
trabajando en eso —, balbucea. —No me dejes. Por favor —, suplica,— lo
juro, cambiaré .
Se me cae la cara.
Y pensé que mis demonios eran malos.
Voy a tomarlo en mis brazos. —Está bien, bebé —, le susurro. Deja caer
su cabeza sobre mi hombro y lo sostengo.
Está angustiado. Casi llorando.
—Está bien, no me iré a ningún lado —, le digo.
Me abraza con tanta fuerza y parece angustiado por eso.
—Está bien —, le susurro contra su cabello. —Está bien.
Nos quedamos así en el pasillo durante mucho tiempo, su cabeza en mi
cuello y mis brazos alrededor de sus hombros protegiéndolo, hasta que
tenemos que movernos. —Vamos, vamos a darnos una ducha y lavarnos
este aceite—, le susurro.
Sus ojos angustiados sostienen los míos. Me inclino y lo beso
suavemente. Arruga su cara contra la mía.
Lo que sea que lo haya asustado debe ser malo. Está petrificado de que
me vaya.
—Vamos.— Lo llevo al baño y nos metemos en la ducha. Toma el jabón
en sus manos y comienza a lavar el aceite de mi cuerpo en silencio,
dejándome mirándolo.
No sé qué diablos acaba de pasar, pero no lo estoy presionando.
Sea lo que sea, me lo dirá cuando esté listo.
Él lava mi sexo y me estremezco. Su rostro cae. —¿Te lastimé? —
pregunta en voz baja.
—No.
Aprieta la mandíbula como si se impidiera decir algo.
Beso sus grandes y hermosos labios. —Está bien bebé.
—Nada de esto está bien.
Sostengo su rostro entre mis manos. Se ve tan triste y perdido como las
gotas de agua en su rostro en la sala de vapor. Nos lavamos en silencio y
finalmente salimos. Primero me seca a mí y luego a él mismo, y nos
metemos en la cama.
Lo tengo en mis brazos. Esta noche es diferente. Su cabeza está en mi
pecho.
Nos acostamos en silencio mientras paso mis dedos por su cabello. De
vez en cuando, beso su frente para tranquilizarlo.
—No fue su culpa —, susurra en la oscuridad. Arrugo la frente. —Yo era
demasiado para ella.
No quiero despistarlo antes de que me diga de qué está hablando, así que
elijo quedarme en silencio.
—En los meses previos al divorcio, no pude...
Helena. Está hablando de Helena.
Beso su frente de nuevo, tratando de animarlo a que se abra.
—Ella era pequeña, yo era grande. Me gustaba lo rudo, ella... —
—¿No le gustaba? — Murmuro.
—Ella seguía levantándome durante el sexo. Al final, yo... —Hace una
pausa, y sé que el recuerdo todavía es doloroso. —Estaba tan asustado que
iba a empujarla demasiado lejos que no podía apagar mi mente —. Él besa
mi pecho y lo abrazo con fuerza.
—Ella quería vainilla. Yo necesitaba chocolate .
Exhalo cuando el rompecabezas finalmente encaja en su lugar.
—Dejaste de tener sexo con ella —, le susurro.
—Solo estaba tratando de entenderlo. Cada vez que teníamos sexo, no
podía correrme. Estaba demasiado controlado, también en mi cabeza. Al
final, ni siquiera quería hacerlo. Fue demasiado estresante para mí. Tenía
ansiedad durante los siguientes dos días, preocupándome de haber sido
demasiado duro con ella.
Lo abrazo con fuerza. —Bebé —, le susurro.
Se culpa a sí mismo.
—Empezó a pensar que ya no la encontraba atractiva.
—¿Y era cierto?
—Por supuesto que no. La amaba.
Mi corazón se contrae. Ay.
—Nos peleamos.
Lo beso en la sien mientras aparto el cabello de su frente.
—Empecé a irme a trabajar. Pensé que la distancia nos haría bien.
—¿Fue así?
—Ella pensó que quería alejarme de ella, que no quería sexo porque
estaba saliendo con otra persona.
Mi corazón da un vuelco. Ya sé cómo termina esta historia.
Permanece en silencio durante mucho tiempo, perdido en sus propios
pensamientos. —Al final resultó que nuestro jardinero tenía la vainilla que
necesitaba.
Esa perra.
—¿Por eso la proteges... porque te sientes responsable?
—Ella estaba herida.
—Ella fue con otro hombre, Sebastian.
—Porque no pude...
—Porque ella no podía —, lo interrumpí.
Exhala pesadamente.
—¿Es por eso que te gustan las prostitutas? ¿Porque sabes que pueden
aguantar lo rudo? ¿Porque sabes que no hay posibilidad de que puedas
lastimarlas?
Se queda callado y yo sé que lo es.
Pienso por un momento y luego sonrío. —Quizás esta fue la forma en que
Dios te guardó para mí.
Lo siento sonreír contra mi pecho. —Mi dulce chica del café que folla
como la puta más sexy que he conocido.
Me río. —Sabes que no puedo arrepentirme de cómo nos conocimos, ni
siquiera por un momento porque no creo que si hubiéramos permanecido
juntos en ese entonces, habríamos funcionado.
Se inclina sobre su codo. —¿Qué te parece ahora?
—He estado buscando a un hombre que me entregue dulce de chocolate
toda mi vida.
Él se ríe y luego se pone serio. —¿No soy demasiado para ti?
—Eres perfecto para mí —, le susurro mientras lo beso. —Siempre supe
que algo faltaba, Seb, y no fue hasta que me acosté contigo que descubrí
qué era. Te necesito así, necesito esta forma más oscura de hacer el amor...
más que nada —. Aprieta su rostro contra mis labios. —Te amo. Prométeme
que nunca te irás.
—Lo prometo.— Mi corazón da volteretas. Sus palabras son tan sentidas.
Realmente me ama. Puedo sentirlas saliendo de él.
Este pobre y hermoso hombre ha estado en el infierno y ha regresado,
todo porque era demasiado sexual para su remilgada y apropiada esposa
adúltera.
—Sin embargo, tienes que deshacerte de algo —, le digo.
—¿Qué es eso?
—Esa muñeca sexual tiene que irse.
Su boca se abre en falso horror. —¿Belinda? Spence me la compró. Ella
es una Vero 5000
Sonrío con su nombre.
—Su coño tiene veinticuatro funciones—. Él levanta las cejas para
acentuar su punto.
Me río a carcajadas y él también. —No te voy a compartir con un coño de
veinticuatro funciones.
Me besa suavemente.
—Pero el gran consolador azul... puede quedarse —. Sonrío contra sus
labios.
—Oh no. Ese hijo de puta se irá —.
Sebastian
—Tengo que irme, nena —. Tomo a April en mis brazos y la abrazo con
fuerza. Dios, amo a esta mujer. La abrazo más fuerte.
—Buena suerte hoy.
Exhalo pesadamente. Los nervios corren por mis venas. —Gracias.
Se anunciará a las 9:00 a. m.
—Vas a ganar la votación —. Ella sonríe mientras arregla mi cuello.
—Puedo sentirlo en mis adentros.
—Si no lo hago, es una buena excusa para dejar la política.
—Entonces puedes ser mi esclava sexual a tiempo completo —. Ella
me sonríe.
—Ya soy tu esclava sexual a tiempo completo —. La embisto con mis
caderas.
—Saldremos y celebraremos cuando llegues a casa,
independientemente del resultado. Ella sonríe.
—De acuerdo.
La beso y me dirijo a mi coche. Se siente tan raro. Esta noche,
regresaré a la casa como primer ministro del Reino Unido o
completamente retirado de la política. Ya hice la llamada. Si no gano,
me marcho.
April
Bebo mi café mientras veo la televisión en la computadora de mi trabajo.
La oficina está llena de emoción mientras todos esperan la votación final.
Todos están haciendo lo mismo que yo, viendo la cobertura en vivo desde
sus escritorios.
Las imágenes muestran a todos los candidatos sentados en la Cámara de
los Lores en lo que parece una sala de audiencias. Los comentaristas están
hablando sobre quién creen que va a ganar y cómo García es el favorito.
García.
Sonrío con orgullo. Parece tan surrealista que esta sea mi vida, que esté
saliendo con Sebastian García.
Para mí, es solo un tipo que le dio dinero a un mendigo en la calle y luego
compró una mala taza de café. Parece que nos conocimos hace una
eternidad, y hemos pasado por tantas tonterías, pero de alguna manera, él
hizo que me enamorara locamente de él.
Y, oh, lo amo.
Las cámaras enfocan a Sebastian.
Es el momento.
—El próximo primer ministro del Reino Unido es Sebastian García —,
anuncia el orador.
—Sí —. Aplaudo de emoción. El resto de nuestra oficina estalla en
vítores y gritos fuertes.
Observo como Sebastian levanta la vista con el sonido de los aplausos. Se
ve completamente aturdido y me río de su cara de asombro.
La sala realiza una ovación de pie, y Sebastian se levanta para agachar
nerviosamente la cabeza y sonreír. —Gracias.
Mis ojos se llenan de lágrimas mientras lo veo subir al podio. Es tan
humilde.
Con su cabello oscuro y piel aceitunada, y su gran y hermoso corazón en
exhibición para el resto del país, podría morir con orgullo.
—Lo logró —. Jeremy se ríe al doblar la esquina. Me abraza y casi me
tira al suelo. —¡Lo logró! —llora.
—Lo sé —. Me tapo la boca con las manos, casi sin poder creerlo. —Lo
hizo.
—No puedo esperar para hablar con él—. digo.
Jeremy se recuesta en la silla de mi oficina con una sonrisa tonta. —
Mírate, toda enamorada del primer ministro y toda la mierda —.
Me río mientras apago la televisión. —¿Quién soy yo?
—La envidia de toda mujer —.
Cojo mi bolígrafo y se me ocurre una idea. —No planees nada para el
almuerzo de hoy.
—¿Por qué, ¿qué haremos?
—Comprar un regalo de felicitación.
—¿Cómo qué?
—No sé. Algo especial que Sebastian pueda mantener para siempre. Un
recuerdo.
—Mmm —. Entrecierra los ojos. —Voy a hacer una lluvia de ideas.
Tenemos que dejarlo boquiabierto con este regalo —. Camina hacia la
puerta y se vuelve. —¿Almuerzo a la una?
Yo sonrío. —Suena bien.
Mi teléfono suena y el nombre de Eliza se ilumina en la pantalla, sonrío y
contesto.
—Lo logró —. Ella llora.
Me río a carcajadas, —Lo sé.
7:00 p.m.
Leo un mensaje de Sebastian.
Entrando a tu calle ahora.
Respondo.
De acuerdo, bajaré.
Corro a mi habitación y me miro por última vez. Llevo un vestido
ajustado color chocolate que Jeremy me compró en una elegante tienda de
diseñadores, además de tacones negros. Bah, mi saldo bancario se jodió
hoy, pero ¿a quién le importa?
Conoceré a los padres.
Mi cabello rubio hasta los hombros está suelto en rizos y estoy usando
maquillaje natural.
Agarro mi bolso y mi abrigo, y bajo las escaleras.
La camioneta Mercedes-Benz negra está estacionada junto a la acera y
Sebastian está junto a la puerta trasera. Me ve, y me da una sonrisa
impresionante. Prácticamente corro y salto a sus brazos. Se ríe mientras me
abraza con fuerza, y puedo decir lo emocionado que está también.
Este es un día especial.
Abre la puerta trasera y me deslizo en el asiento. Entra a mi lado y cierra
la puerta. Sus labios encuentran los míos y me besa suavemente mientras el
coche se adentra en el tráfico. —Hola, señorita Bennet. Te ves preciosa.
—Hola —. Saco su regalo de mi bolso. Está envuelto en papel de
pergamino negro con un lazo de cinta dorada. —Te tengo algo.
Lo sostiene en su mano. —¿Por qué?
—Porque estoy muy orgullosa de ti, Seb —. Lo animo. —Esto es enorme
—. Pongo los ojos en blanco. —Oh, Dios mío, estoy tan emocionada por ti
hoy —. Sonrío avergonzada. —Sigo llorando cada vez que pienso en lo que
has logrado.
Su rostro se suaviza, toma mis mejillas entre sus manos y me besa
tiernamente. —Gracias. Me encanta.
—Ni siquiera lo has abierto todavía.
—Ya sé que me encanta —. Observo mientras desata el lazo y lo
desenvuelve. Frunce el ceño cuando ve la caja de Tiffany’s. Lo abre y sus
cejas se disparan. Saca los gemelos y los mira en la palma de su mano.
—Están grabados —. Yo sonrío.
Les da la vuelta y lee la inscripción.
4.5.21
Te amo
April
Su boca se abre mientras los mira. —Los amo y te amo a ti —.
Rápidamente comienza a sacar sus gemelos actuales y cambiarlos. Sonrío
con orgullo. Creo que le gustan.
Diez minutos después llegamos a su casa. Las luces están todas
encendidas y los nervios hierven a fuego lento en mi estómago. Kevin sale
del asiento del conductor y abre la puerta trasera.
—Gracias —, dice Sebastian.
—Gracias —. Sonrío.
—Que tenga una buena noche y felicitaciones, señor —, responde Kevin.
—Gracias —. Sebastian sonríe mientras toma mi mano. Me conduce por
el camino de entrada a la casa y abre la puerta.
—¡Sorpresa! —todo el mundo grita.
La casa está llena de globos y del techo cuelgan serpentinas. Sebastian se
ríe cuando entramos. Hay unas treinta personas aquí, y todos lo abrazan y se
ríen. Oh, es un momento feliz.
—Ella es April —, les anuncia a todos.
Finjo una sonrisa mientras todos los ojos se posaban en mí. Solo quiero
que la tierra me trague.
—¡Hola April! —todos llaman, y todos comienzan a charlar
emocionados.
Miro alrededor y veo a Brielle y Charlotte. Me dirijo directamente hacia
ellas.
—Hola —. Sonrío y les beso en la mejilla. —Gracias a Dios que están
aquí—, les susurro.
Brielle toma mi mano entre las suyas. —No me lo perdería por nada del
mundo.
Nos apartamos y miramos como, uno por uno, todos abrazan y besan a
Sebastian. Todos están tan emocionados por él.
Finalmente, sus ojos encuentran los míos y sonríe tiernamente a través de
la habitación.
Me derrito.
—Dios, la forma en que te mira —, susurra Charlotte.
—¿Cierto? —Bree suspira. —Extraño esa mirada de ‘enamorado’. Ahora,
solo tengo el aspecto de ‘Te voy a clavar en la cama’.
Charlotte y yo nos reímos.
Sebastian se acerca y toma mi mano para besar mis dedos. —Ven —. Me
lleva a la otra sala de estar donde me presenta a los demás.
—Mamá, papá, Violet... Ella es April. April, estos son mis padres y mi
hermana.
—Ah —. Su madre sonríe. Ella es hermosa con cabello oscuro. Ella
también se ve amable. —Hola mi amor —. Habla suavemente y tiene
acento español. Ella besa mi mejilla. —Finalmente, llegamos a conocerte.
—Hola —. Sonrío, sintiéndome un poco mejor.
Su padre da un paso adelante y el corazón me da un vuelco en el pecho.
Es el doble de Sebastian: alto, de piel aceitunada y decididamente de
aspecto español, solo que él es mayor y tiene el pelo gris. Es un hombre
muy guapo.
—Hola April. Encantado de conocerte —. Me da la mano.
—Y esta es mi hermana Violet —. Sebastian sonríe.
—Hola —. Yo sonrío.
Ella finge una sonrisa. —Hola.
Mi corazón da un vuelco. No es exactamente un saludo cordial.
Suena el teléfono de Sebastian y un nombre se ilumina en la pantalla:
Jameson Miles
¿Eh? ¿Qué demonios?
¿Conoce a Jameson Miles? Seguramente no es el mismo magnate de los
medios de Nueva York del que he oído hablar.
—Responde—, dice su padre.
—Saluda a Jay de nuestra parte—. Su madre sonríe.
Sebastian contesta el teléfono. —¿Qué quieres? —Él sonríe, como si algo
fuera gracioso. Escucha y luego se echa a reír. —Podrías estar en algo allí
—. Sostiene su mano sobre el teléfono. —Miles dice que el Reino Unido
está ahora en serios problemas —. Se ríe mientras escucha de nuevo. —
Gracias.
Sonrío mientras lo miro.
—Fueron juntos a un internado en Italia —, me dice su hermana.
—Oh.
Alguien llama a sus padres y me quedo solo con Violet.
Bebo mi vino con nerviosismo mientras espero a que ella diga algo.
—Entonces, ¿eres la amiga de Brandon?
Ah, mierda. Esta es la madre de Brandon. Ella sabe sobre mí, el sex club
y todos los demás detalles sórdidos. Eso explica mucho.
—Lo soy. Quiero decir, lo era —. Me encojo de hombros. —
Desafortunadamente, hemos perdido el contacto.
Ella asiente y se muerde el labio, como si se estuviera mordiendo la
lengua.
La miro y puedo sentir su animosidad por mí.
Tengo que decir esto. Sé que tengo que ponerlo sobre la mesa ahora
mismo.
—Mira, Violet. Sé que Sebastian y yo no nos conocimos en
circunstancias normales.
—No. No hicieron .
—Solo quiero que sepas que Sebastian fue el único hombre que vi en ese
club y que nunca tuve una relación sentimental con Brandon. Todo fue un
gran malentendido. Brandon es una persona maravillosa, pero interpretó
mal la situación. Sé que probablemente no te importe de todos modos,
porque si yo fuera tú, yo también habría tomado una decisión sobre lo que
pensaba de mí.
Ella me mira.
—Pero amo a Sebastian. Haría cualquier cosa para hacerlo feliz.
Sus ojos sostienen los míos.
—Sé que todavía eres amiga de Helena y comprendo tu animosidad hacia
mí.
—No soy amiga de Helena. La tolero —. Ella resopla. —Apenas.
Mierda, ella quiere pelear. Esto va mal.
Mal, mal, mal.
Asiento, sin saber qué decir a continuación.
—Solo quiero que alguien ame a Sebastian como se merece ser amado
—, dice.
Asiento de nuevo. —Yo también quiero eso.
—Si lo lastimas...
—No lo haré.
Nos miramos la una a la otra.
—Me gustaría que pudiéramos ser amigas —, me encojo de hombros.
Ella mira a las otras personas aquí.
—Solo quiero lo mejor para él —, digo.
—¿Y crees que eres tú?
—Sí —, respondo sin dudarlo. —Nadie podría amarlo más que yo. Si
hemos superado todos los obstáculos, que nos han lanzado en el camino y
todavía nos sentimos así el uno por el otro, sé que es especial.
Ella exhala profundamente, admitiendo la derrota. —No hagas que me
arrepienta de darte una oportunidad, April.
—No lo haré.
—Necesitas hablar con Brandon.
—Lo sé —. Y realmente lo sé. Ha estado en mi mente últimamente. —
Iba a llamarlo, pero no sé qué decir.
—Empieza con hola.
—Buen consejo.
Ella me da su primera sonrisa genuina. —Es un placer conocerte
finalmente. No eres lo que esperaba.
El alivio me llena. Creo que todo saldrá bien. —Gracias. Tú también.
April
Tres meses después
MATHEW, mi guardaespaldas sostiene la puerta trasera de la camioneta
Mercedes-Benz negra y me sonríe amablemente mientras salgo de mi
edificio.
—Hola, Mathew —. Sonrío.
Buenas noches, señorita Bennet. Cierra la puerta detrás de mí después de
que me deslizo en el asiento trasero.
Se sube al asiento del conductor con su traje y auricular negros de
costumbre. Es un guapo guardaespaldas.
Nos incorporamos al tráfico y, al mirar detrás de mí, veo que el segundo
coche de seguridad nos sigue.
Mi vida ha cambiado dramáticamente.
Estoy saliendo con el primer ministro del Reino Unido.
Mi querido Sebastian García.
Los guardias de seguridad están siempre presentes, su horario de trabajo
es ridículo y vivimos entre dos casas. Quedarme en mi casa está
completamente fuera de lugar ahora. Los riesgos de seguridad son cosas
que ya no puedo ignorar. No es que pueda llamarlo mi casa. Es más, como
un apartamento vacío con muebles. No he dormido allí en tres meses.
Dependiendo de nuestro horario, a veces paso semanas sin siquiera ir. Mis
plantas ahora viven en la casa de Sebastian, junto con toda mi ropa y
pertenencias personales. Sigue pidiéndome que termine mi contrato de
arrendamiento y me mude completamente con él, pero solo quiero esperar
un poco.
Solo hemos estado juntos durante unos meses, y aunque sé que nosotros
estaremos juntos para siempre, quiero intentarlo y al menos actuar con un
poco de calma.
No es que yo pueda.
Estoy completa e irrevocablemente enamorada.
El tráfico pasa zumbando mientras miro por la ventana y sonrío para mí.
Si tan solo hubiera sabido en ese entonces lo que sé ahora.
Mi matrimonio destrozado...
Los días más oscuros y horribles de mi vida cuando pensé que morir sería
más fácil de superar que vivir otro día con dolor...
Todos eran solo peldaños para llegar a él.
Siempre fue mi gran plan, el hombre al que se suponía que debía
encontrar.
Nunca había conocido un amor como este. Tan puro en toda su esencia.
Este hombre es dueño de mi cuerpo y mi alma. Es mi mejor amigo, mi
confidente, mi protector.
El amor de mi vida.
Y no somos perfectos. Lejos de eso.
Para el mundo exterior, estoy segura de que lo parecemos.
El primer ministro que sale con su abogada... ambos locamente
enamorados.
Sobre el papel, el dúo perfecto.
Pero tenemos profundos defectos psicológicos, ambos dañados a nuestra
manera. Está locamente celoso de cualquier hombre que mira en mi
dirección, y es tan innatamente sexual conmigo que raya en ser una
adicción al sexo.
Y yo... bueno, tengo pesadillas en las que vuelve con su ex esposa.
Sueños horribles donde me despierto empapada de sudor y jadeando.
Porque, maldita sea, si eso alguna vez sucediera, no sobreviviría. He
pasado por muchas cosas en mi vida pero no pude afrontarlas.
Algunas noches mis inseguridades se vuelven tan intensas que me da
pavor irme a dormir. No puedo soportar la idea de verlos haciendo el amor
en nuestra cama.
Se siente tan real.
Creo que esa es una gran parte de mi problema: que hacen el amor, no
follan.
Odio que la haya amado primero.
Eso me mata.
Pero nunca se lo diré. Nunca admitiría nada de eso porque sé que no se
trata de ella ni de nada de lo que él haya hecho. No tengo ninguna razón
para sentirme insegura.
Se trata de mí y del daño que causó mi ex marido cuando lo encontré en
mi cama con otra mujer.
La forma en que me miró mientras todavía estaba dentro de ella.
Mi corazón se contrae.
Cierro los ojos para intentar bloquear el recuerdo, pero el dolor aún
persiste.
El corte es tan profundo que no sé si alguna vez sanará. Mi respiración se
estremece al inhalar mientras miro hacia la noche. Odio que todavía me
afecte después de todo este tiempo.
Cada mensaje de texto que recibe Sebastian, me pregunto si es de ella.
Cada vez que llega tarde a casa, me pregunto si ha estado con ella.
Y es simplemente ridículo porque sé que Sebastian nunca me haría eso, y
sé que ella no se ha puesto en contacto con él en absoluto, pero mi instinto
no perderá la sensación de que el otro zapato está a punto de caer.
No confío en Helena, y saber que ella lo quiere de regreso solo agrega sal
a mi herida.
No soy una persona insegura, nunca lo he sido, pero creo que amo tanto a
Sebastian que mi visión se nubla. Mi hermana Eliza dice que esto es
totalmente normal después de salir de un divorcio y que, con el tiempo, lo
superaré.
No dejaré que mis miedos envenenen nuestro amor. Entonces, por ahora,
lo guardaré todo y me lo guardaré para mí.
Actuaré con valentía.
Porque vale la pena ser valiente por el amor de Sebastian García.
El automóvil se detiene en nuestro destino en el número 10 de Downing
Street. Residencia oficial del primer ministro. No vivimos aquí a tiempo
completo, solo elegimos quedarnos aquí cuando hay una función. Eso suele
ser alrededor de cuatro noches a la semana, y Bentley se queda aquí con
nosotros. El equipo de seguridad lo lleva de un lugar a otro.
Me sonrío a mí misma. Bentley es el perro más mimado de toda la
historia del parlamento.
Se abre la puerta del coche y salgo. —Gracias —, le digo al conductor.
Me acerco a la puerta principal y se abre de inmediato.
Buenas noches, señorita Bennet. Un guardia asiente.
—Buenas noches —. Camino a través del gran vestíbulo circular hacia
otros dos guardias que están de pie junto a la puerta.
Ellos también asienten en señal de saludo. Buenas noches, señorita
Bennet.
—Hola. ¿Dónde está el? —Pregunto con una sonrisa.
—En el gimnasio —.
—Gracias —. Subo las escaleras, entro en nuestro apartamento y me
quito los tacones. Dejo mi bolso en la mesa lateral y veo a Bentley
profundamente dormido en su cama frente al fuego. Le doy unas palmaditas
en la cabeza adormecida.
—Oh, eres un vago, ¿no es así? —Yo sonrío. —¿Eres un chico vago? —
Le pregunto con mi mejor voz de bebé, que guardo especialmente para él.
Miro mi reloj. La función no se inicia hasta dentro de dos horas. Tengo
mucho tiempo para prepararme. Iré a ver a Sebastian.
Bajo las escaleras, paso a los dos guardias y recorro un enorme pasillo.
Doblo la esquina y veo a otros dos guardias sentados fuera de las puertas
dobles. Se sobresaltan cuando me ven y se ponen de pie inmediatamente.
—No se levanten por mí —. Sonrío.
Ambos bajan la cabeza. Buenas noches, señorita Bennet.
—Hola —. Puedo escuchar música fuerte resonando desde el interior del
gimnasio. —¿Está solo?
—Sí.
Abro las puertas dobles y escucho el ritmo profundo de la música.
Levanto una ceja.
Uno de los guardias de seguridad agacha la cabeza para ocultar su
sonrisa. Miro hacia adentro para ver que la luz en la habitación se diluye,
iluminada solo por los letreros de salida sobre la puerta. Veo a Sebastian al
otro lado de la habitación, totalmente absorto ejercitando en las barras.
Cierro la puerta detrás de mí y entro desapercibida.
Suena la canción Goosebumps, The Remix de Travis Scott, y sonrío. A
Sebastian le encanta esta canción. Dice que le recuerda a mí cuando nos
vimos por primera vez en el club.
Me apoyo contra la pared del fondo mientras lo miro, el ritmo de la
música es profundo y sexy.
Sebastian tiene las piernas dobladas por la rodilla y se sube a la barra. Su
camiseta está mojada.
Arriba, abajo, arriba, abajo, arriba, abajo.
Su culo está apretado y tenso. Guapísimo.
¿Cuánta fuerza se necesita para hacer tantas dominadas?
Se deja caer al suelo y se inclina con las manos apoyadas en las rodillas.
Jadea mientras descansa, y sonrío mientras lo miro.
Mmm...
Hace un gesto para estirar la mano de nuevo, pero su camisa debe estar
apretándolo. Se lo quita y lo tira al suelo.
Se levanta y veo que cada músculo de su espalda se contrae. El brillo del
sudor atrapa la luz. Oh.
Me siento revolotear.
Me giro y presiono repetir en el iPad del sistema de sonido en la pared.
Lo veo subir y bajar, sus músculos se contraen, con el corazón en la
garganta.
Incapaz de evitarlo, doy un paso adelante. Nos miramos fijamente a
través del espejo, pero él sigue con la barbilla levantada.
La canción sexy suena de fondo mientras me acerco y me paro frente a él.
Se levanta mientras deslizo mis manos por su cuerpo cubierto de sudor.
Él se relaja y yo hago lo mismo. Sus bíceps y hombros están bombeando.
Como mi sangre.
Nos miramos fijamente. Solo somos él y yo.
Demonios, me hace olvidar cómo respirar.
Se sube y vuelve a bajar sus ojos oscuros están fijos en los míos y yo toco
su ingle. Beso su estómago, paso las manos por sus abdominales duros
como una piedra y luego las bajo.
Está endurecido.
Inhalo bruscamente, suelta la barra y salta.
En un movimiento brusco, me tiene inmovilizada contra la pared, su
mano envuelta con fuerza alrededor de mi garganta.
Su boca se mueve hacia mi oído. —¿Viniste aquí para alimentar mi polla?
—susurra oscuramente.
Lo miro fijamente. Su rodilla separa mis piernas y empuja su dura
erección hacia mí mientras muerde mi oreja. —Responde la maldita
pregunta —, gruñe.
Se me pone la piel de gallina y sonrío. Muy apropiado con la canción que
suena. —Sí.
Desliza su mano por mi muslo y desliza mis bragas a un lado. Inhala
bruscamente cuando siente lo húmeda que estoy. Y luego, sin previo aviso,
me penetra con tres dedos gruesos. Gimo en la oscuridad y miro hacia la
puerta.
Los guardias están afuera.
Me trabaja duro mientras me mira. Tiene los dedos más fuertes de todos
los tiempos...
Mierda.
Agarro sus hombros húmedos y, oh...
En un movimiento fuerte, levanta mis piernas, las abre con sus manos
fuertes y me inmoviliza contra la pared, su polla se desliza profundamente
dentro de mi cuerpo.
Mis ojos se cierran cuando muerde mi cuello.
La piel de gallina... todo el tiempo.
Pone su boca sucia en mi oído. —Aliméntame.
April
MIRÁNDOLO FIJAMENTE. ¿Qué?
—¿Por qué no? —pregunta él. —Los dos sabemos que esto es lo nuestro.
Tú me quieres y yo te quiero.
Me quedo con la boca abierta. —¿Hablas en serio?
—Muy en serio. —Me sonríe antes de inclinarse y besar mis labios.
—Seb.
—Di que sí, April —Su lengua recorre mis labios separados,
sonrío contra él. —Esto es...
—Di que sí.
—Sí.
Se aparta para mirarme. —El viernes. Frunzo el ceño. —¿El viernes, qué?
—Nos casamos el viernes.
—¿El viernes? — Jadeo.
—Dijiste que podíamos fugarnos.
—¿Cuándo he dicho eso?
—Cuando empezamos a salir.
—Ha sido un comentario frívolo —Sacudo la cabeza con incredulidad.
¿Realmente estamos teniendo esta conversación? —Además el viernes
tengo que trabajar.
—Muy bien... el próximo viernes.
Parpadeo sorprendida mientras el champú empieza a caer por mi cara. —
¿La próxima semana? —Inclino la cabeza hacia atrás para lavarme el
estúpido champú del pelo antes de quedarme ciega.
—No tiene sentido alargarlo —Se quita la camiseta mojada por los
hombros y la tira al suelo. Se baja los pantalones y los echa a un lado. —
Bésame.
—Sebastian, déjame lavar este maldito champú.
Sube las manos para hacerlo por mí. Abro los ojos y le veo sonriendo.
Sonrío.
—El viernes —dice.
—El próximo viernes —, le recuerdo.
—En secreto, en España. —¿España? —chillo.
Dios mío, este hombre está lleno de sorpresas esta noche.
Me abraza. —Quiero casarme con la mujer que amo en el país del que
vengo. La tierra donde vagaban mis antepasados.
Oh, mi corazón.
No sé si puedo tomarme un tiempo libre en el trabajo, pero en serio, ¿a
quién coño le importa? —De acuerdo —Sonrío —: El próximo viernes, en
España, sólo tú y yo.
Sonríe cuando sus labios se encuentran con los míos. —Señora García —
Mi estómago da un vuelco. ¿Esto de verdad está pasando?
Ni siquiera puedo...
—Sebastian, ¿estás drogado?
—El próximo viernes —Sus manos se deslizan hacia mi trasero —. Lo
estaré.
Me siento en las nubes.
Me siento en mi despacho y miro fijamente a la nada con la sonrisa más
tonta del mundo. Sigo imaginando a Seb en la ducha anoche, bajo el agua
con la ropa puesta, pidiéndome que me case con él. La forma en que estaba
tan esperanzado y hermoso.
Fue inesperado y, al mismo tiempo, perfecto. No sólo fue romántico, sino
locamente romántico. No había anillo, pero creo que ni siquiera quiero un
anillo de compromiso.
Una simple banda de oro sería perfecta.
El es perfecto.
Tiene razón; sabemos que este es el momento. Estamos destinados a estar
juntos. No tiene sentido esperar.
Los últimos meses han sido un sueño hecho realidad. Discutimos y nos
peleamos. Nos reímos, nos amamos y nos cuidamos mutuamente.
Este es el momento.
Sé que estamos siendo egoístas al fugarnos.
Los dos hemos pasado por esto y hemos hecho lo de la boda blanca antes,
y a la larga, no significó nada. Ambos matrimonios fracasaron.
Me pregunto dónde será la ceremonia. Le envío un mensaje de texto.
Estimado Sr. García,
¿Qué voy a llevar a nuestra boda?
¿Será en una oficina de registro o en algún lugar más matrimonioso?
Xo
Me responde directamente y sonrío. No suele recibir mis mensajes
durante horas.
Querida futura Sra. García
Cualquier cosa que se ponga será perfecta.
P.D. “Matrimonioso” no es una palabra.
Xo
Sonrío y respondo.
Tal vez, ya que va a corregir mi inglés, señor, podríamos jugar al
profesor y alumno travieso esta noche. ¿Qué llevas puesto?
Él responde.
Está detenida, jovencita.
Se impondrán castigos por sus faltas.
Llevaré puesta a mi nueva esposa. xo
Doy vueltas en mi silla con alegría. Estoy muy emocionada.
Toc, toc.
Levanto la vista y veo a Jeremy entrando. Cierro rápidamente el teléfono.
Sebastian me hizo jurar que guardaría el secreto. —Hola. —Sonrío.
Jeremy exhala con fuerza. —Odio a los hombres.
—¿Hombres como en Bart, o en plural como en todos?
Se deja caer en la silla de mi escritorio. —Anoche no vino a casa.
Mis ojos se abren de par en par. —¿Cómo que no ha ido a casa? ¿Cómo
lo sabes?
—Bueno, no lo sé con certeza, pero siempre me llama cuando llega a
casa, sin importar la hora.
—¿Okey?
—Y me dijo que había quedado con Nicolás para cenar, pero luego... no
llamó.
—Bueno, te ha habló de Nicolás —Frunzo el ceño —. Seguramente, si
tuviera algo que ocultar, lo habría mantenido en secreto.
—A no ser que actúe con transparencia.
Pongo los ojos en blanco. —En serio, Jeremy, ¿qué haces con este tipo?
Se supone que nadie debe sentirse así cuando tiene una relación amorosa.
—Lo sé —Suspira.
—¿Quieres almorzar juntos hoy? —Sonrío.
—¿En qué lugar?
—Tú eliges.
Exhala con fuerza. —¿Podemos comer muchos carbohidratos?
—Ajá —Frunzo el ceño. Pensándolo bien, ¿qué demonios voy a ponerme
para esta boda? ¿A quién le importa? De todos modos, a Sebastian le gusta
cómo soy. —Sí, todos los carbohidratos, y tal vez incluso un cóctel.
—Te quiero. —Se levanta y me guiña un ojo antes de salir.
—¡Jeremy! —Oigo a Bart llamar. —¿Puedo verte un momento en mi
despacho, por favor?
—Claro —responde Jeremy.
Los veo caminar por el pasillo y la puerta del despacho de Bart se cierra
tras ellos.
Me pregunto qué mentiras le dirá Bart esta vez, es un maldito egoísta.
Jeremy tiene que salir de esa relación. Es tóxica.
Subimos por el paseo marítimo y mis ojos se abren de par en par: —¿Aquí
es donde nos quedaremos? —jadeo.
Sebastian se lleva mi mano a los labios: —Bueno, aquí no, pero así es
como llegaremos. Sí.
Me quedo con la boca abierta, un pequeño rellano me lleva al yate más
grande que he visto en mi vida.
Cuatro hombres están en fila mientras esperan para saludarnos. El que
lleva un traje blanco y un sombrero de aspecto elegante inclina la cabeza.
Parece importante, debe ser el capitán del barco... yate, sea lo que sea esta
cosa. —Buenas noches, señor y señora García.
Sra. García.... ¿qué demonios? Dejo escapar una risita inesperada —Eres
la primera persona que me llama así.
Sebastian sonríe cálidamente y le guiña un ojo al capitán antes de
estrecharle la mano. —Gracias.
Me coge de la mano y me lleva al otro lado del yate; un hombre me
tiende una bandeja de plata con dos copas de champán y cada uno coge una.
Las copas son de cristal y pesan mucho. —Gracias. —El camarero me
sonríe amablemente —Los canapés y los cócteles se servirán en quince
minutos en la cubierta, señora García.
La emoción se dispara a través de mí, Sra. García. Nunca me cansaré de
oírlo.
—Vale, gracias —No sé dónde mirar primero, esto es demasiado. Mis
ojos se encuentran con los suyos. —Sebastian —susurro. —¿Me estás
tomando el pelo?
Sonríe con orgullo mientras mira a su alrededor. —Sólo lo mejor para mi
chica. —Se inclina y me besa con ternura, y me derrito contra él. ¿Cómo he
tenido tanta suerte?
Me zafo de sus brazos para echar un vistazo a la planta baja, una enorme
y lujosa zona de estar con suelos de madera oscura y alfombras
personalizadas de aspecto exótico, una mesa de comedor de madera oscura
de veinte plazas, un mini piano de cola negro en un rincón.
Piano... en un barco... ¿qué demonios?
Los muebles son los mejores que se pueden comprar, todos en diferentes
tonos de crema con salpicaduras de verde esmeralda y azul marino.
¿Dónde se compran este tipo de muebles?
Las lámparas de cristal están colocadas estratégicamente, y los
candelabros cuelgan de los techos.
Maldita sea... esto es el siguiente nivel.
Echo un vistazo a la cubierta y veo enormes sofás de exterior, tumbonas y
un jacuzzi de gran tamaño. Y vamos a tomar cócteles allí dentro de quince
minutos.
Ahhhh... mátenme ahora. Estoy muerta.
Sebastian me lleva a las escaleras y me quedo con la boca abierta una vez
más. Es el dormitorio más bonito que he visto en mi vida. Sus ojos se
encuentran con los míos, y sonrío suavemente —Supongo que puedo pasar
una semana en esta pocilga.
Me quita el champán y me hace retroceder hacia la cama —Seguro que
encontraremos algo que hacer.
Me río contra sus labios. —Tenemos canapés que se sirven en la cubierta
en diez.
—¿Parece que me importa? —murmura contra mis labios; sus dientes
caen sobre mi cuello.
—¿Podemos al menos fingir que somos normales? —Me río mientras
miro al techo.
—Estamos de luna de miel, por una vez, se supone que debemos coger
todo el día. Es el festival oficial del sexo.
Me echo a reír —¿El festival del sexo? Dios mío, es usted un romántico
nato, señor García.
—Lo sé, es un don. —Él también se ríe, y yo tomo sus dos manos entre
las mías y me alejo de él. —Gracias. —Miro a mi alrededor.
—Esto es... perfecto.
—Como tú.
Lo beso suavemente. —Como nosotros —. Nos abrazamos, y hay un
hermoso sentimiento de intimidad en la habitación. —Tomémonos nuestro
tiempo y disfrutemos de nuestra noche, nunca recuperaremos esto. No voy a
apresurar nada.
Sus ojos brillan con sentimiento, y sé que está de acuerdo. Me toma la
mano y la besa. —Te amo.
Mis ojos se llenan de lágrimas. —Te amo.
—¿Por qué se te salen las lágrimas cuando dices eso? —Me encojo de
hombros, avergonzada. —Porque... —Me corto.
—¿Qué? —Me toma la cara entre las manos. —Dímelo. —No sabía que
podía amar a alguien tanto como a ti. —Sus ojos buscan los míos.
—Antes creía que estaba enamorada... pero ni siquiera había arañado la
superficie.
Sonríe suavemente. —Gracias.
—¿Por qué?
—Por esperar. —Frunzo el ceño.
—Por mi, para que me activara. No he sido el hombre más fácil de...
amar.
Mi corazón estalla. —Sebastian, eres el hombre más fácil de amar en el
mundo.
Me besa suavemente y toma mi mano entre las suyas.
—Nos esperan los cócteles en la cubierta. —Sonrío.
—La cama es una opción mucho mejor en mi opinión —murmura
secamente —. Pero da igual.
Bajamos las escaleras y salimos a la cubierta. El yate ha abandonado el
muelle y nos dirigimos lentamente hacia el mar. El sol acaba de ponerse, y
el cielo tiene un hermoso tono de rosas y rojos, oh... esto es mágico.
El camarero aparece con una bandeja de plata. —Aquí tiene, señor
García. Margaritas de primera calidad, tequila Gran Patrón, como ha
pedido.
—El favorito de mi mujer —Sonríe Sebastian.
Se acordó.
Me río mientras cojo mi margarita de la bandeja, le doy un sorbo, oh
wow... es divina.
El cielo en una copa.
El camarero nos deja solos, y Sebastian acerca su margarita a la mía en
un brindis. —Por muchos años felices, mi amor. —El yate, la puesta de
sol... el marido soñado.
Esto es simplemente perfecto.
Sonrío y sostengo mi copa en el aire. —Con muchos más de estos.
El olor del océano, el calor del sol, la pura fantasía de mi luna de miel es un
sueño hecho realidad
Estamos tumbados tomando el sol en la cubierta del yate en nuestro
penúltimo día en España. Hemos pasado la mejor semana, nadando,
comprando y haciendo turismo todo el día. Bailando y cenando en los
restaurantes más bonitos y haciendo el amor toda la noche.
Que Sebastian hable en español a todos los que conocemos me ha dejado
literalmente frito el cerebro.
Estoy oficialmente casada con el hombre más sexy de la Tierra.
El puto cielo.
Estamos tumbados en toallas en la cubierta, y miro a Sebastian. Tiene la
mano levantada y mira su grueso anillo de oro. Lleva haciéndolo toda la
semana.
Me pongo boca abajo y le miro. —¿En qué piensas cuando miras tu
anillo? —Se encoge de hombros.
Me apoyo en las manos. —¿Qué?
—Me juré a mí mismo que no volvería a casarme.
—Y sin embargo, aquí estamos. —Le veo seguir mirando su anillo. —
¿Por qué nos casamos, si estabas tan en contra? —Porque eras tú. —Mi
corazón se hincha.
—Y porque… —Frunce el ceño antes de callarse.
—¿Qué?
—Yo también quiero un bebé.
Le sonrío sorprendida. Ambos sabíamos que yo quería un hijo, pero no
sabía que él también lo quería.
Se gira hacia mí y me pasa la mano por el brazo. —No quiero que sigas
tomando la píldora. Quiero intentar formar nuestra familia enseguida. —Se
inclina y me besa, sus labios rozan tiernamente los míos. —¿Qué te parece?
Sonrío y paso los dedos por su espesa barba negra. —Creo que
deberíamos dedicarnos a las actividades de hacer bebés, desde ya.
Se ríe y me hace rodar sobre mi espalda, me abre las piernas con su rodilla.
—Ya mismo me pongo en eso.
Bajamos la escalera del avión y llegamos a la pista, la luna de miel ha
terminado.
Sebastian toma mi mano entre las suyas y caminamos por el aeropuerto,
los fotógrafos están aquí, esperando. Bart publicó ayer una foto de los dos a
la prensa anunciando nuestro matrimonio, y Sebastian quería acabar con
esto.
Este es su momento. Cuanto más rápido consigan la primera foto de
nosotros como marido y mujer, más rápido nos dejarán en paz.
Las cámaras parpadean, la gente grita nuestros nombres, y Sebastian me
lleva a través del aeropuerto y a la parte trasera del coche que nos espera.
La puerta se cierra tras nosotros y él se voltea hacia mí.
—¿Estás preparada para empezar nuestra nueva vida juntos, señora
García? —pregunta.
Sonrío a mi apuesto hombre. —Mas que nunca.
Sebastian
Toc, toc.
—¡Entra! —digo. Es mi primer día de vuelta al trabajo y todos
quieren algo de mí.
Entra mi jefe de seguridad. —Siento interrumpir, Sr. García.
—Está bien. ¿En qué puedo ayudarte?
Hace una pausa, eligiendo cuidadosamente sus palabras. —Tenemos
una situación abajo.
Levanto una ceja. —¿Como por ejemplo?
—Su... ex mujer está aquí, exigiendo verle.
Exclamo extrañado. —¿Qué dices?
—Está llorando. Gritando por todo el lugar.
Por el amor de Dios, sé lo dramática que puede ser. La he visto
muchas veces. —¿Sabe ella que estoy aquí?
—Por desgracia, sí.
Exhalo con fuerza. Es mejor que acabe con esto. No puedo decir que
me sorprenda. —Hazla pasar.
—Muy bien, señor. —Se va, y yo suelto una profunda exhalación.
Hoy no estoy de humor para esto.
Cinco minutos después, la puerta se abre y entra Helena.
Ha estado llorando y se me revuelve el estómago. Si estuviéramos en
mejores condiciones, la habría llamado para que se enterara de la
noticia por mí primero.
Pero no lo estamos, así que no lo hice.
Se sienta en mi mesa. Sus ojos sostienen los míos.
Tengo un bolígrafo en mis manos. La culpa me invade. Por mucha
animosidad que haya entre nosotros, el remordimiento aún persiste
cuando ella está herida.
—Hola, Helena.
—¿Te has casado con ella?
—Sí.
Sus ojos se llenan de lágrimas. —¿Cómo has podido?
Me muerdo el labio inferior para evitar decir algo hiriente. —Helena,
no voy a tener esta conversación contigo. Nuestro matrimonio terminó
hace siete años.
—No es un ángel. —susurra ella con rabia.
Se me levantan los pelos de la espalda. ¿Cómo se atreve? —¿Qué
quieres decir con eso?
—No te hagas el tonto. Sé quién es.
—¿Y quién es ella?
—Es una puta mentirosa.
—No es nada de eso, y vigila tu puta boca. Es mi mujer.
—Vete al infierno.
Una sonrisa sarcástica cruza mi rostro. —Cualquier posibilidad de
eso terminó con nuestro divorcio.
—¿Estás contento con lo que me has hecho?
—¿Qué, por favor, qué te he hecho yo a ti? —Me enfurezco.
—Me has quitado mi nombre, mi dinero... la vida que debía tener.
Sonrío ante la audacia de esta mujer. —Te equivocas. Fuiste tú quien
se llevó mi dinero. Ahora estoy felizmente casado con el amor de mi
vida, y lo aceptarás —Pierdo lo último de mi paciencia con esta mujer
—. Supéralo, Helena, y déjanos en paz.
Sus fríos ojos sostienen los míos. —Última oportunidad, Sebastian.
—¿Para qué? —Sonrío. —¿Para entender lo patética que eres en
realidad? Demasiado tarde.
Saca un sobre de su bolso y me lo pasa.
—¿Qué es esto?
Un rastro de sonrisa cruza su rostro. —Ábrelo y verás.
Abro el sobre y saco una fotografía de tamaño A4. Es de April y yo
en el Club Escape, hace tantos años. April no mira a la cámara, pero
puedo ver claramente que es ella.
Mis ojos se elevan para encontrarse con los de Helena.
Hace una pausa para que surta efecto. —Sabes... el sistema de
seguridad fue sorprendentemente fácil de hackear. —Sonríe
sarcásticamente. —El querido primer ministro y su virginal esposa. La
primera dama, la Sra. García, la abogada —dice en voz baja. —La
sucia puta a la que le pagaste por sexo. —Se me retuerce el estómago.
No.
—Tienes cuarenta y ocho horas para darme diez millones de libras, o
tú y tu puta serán expuestos en la prensa.
31
Sebastian
FRUNZO EL CEÑO CON DISGUSTO. ¿QUÉ?
—Ya me has oído. Diez millones y desapareceré para que puedas
seguir con tu patética vida.
—Aunque tuviera acceso a esa cantidad de dinero, que no lo tengo,
no te voy a pagar ni un puto céntimo. —Gruño.
—De acuerdo —Se levanta —. Entonces prepárate para el
comunicado de prensa del miércoles. —Se vuelve hacia la puerta.
—¡Helena! El pánico se apodera de mi. —Espera.
Se vuelve hacia mí.
—¿Por qué has hecho esto?
—Ya sabes por qué.
—Me importa un carajo lo que me hagas a mi, pero ¿qué razón
podrías tener para destruir a April? Es una buena persona que ha
trabajado jodidamente duro para obtener su título de abogado. No
puedes hacerle esto. Hazme daño todo lo que quieras, pero deja a April
fuera de esto. —Ella inclina la barbilla hacia arriba. —¿De verdad
esperas que sienta pena por ella? ¿Te llama la atención en un burdel y
te enamoras de ella, mientras se acuesta con tu hijo? —La miro
fijamente, sorprendido. ¿Cómo sabe ella todo esto?
—Lo has entendido mal. Ella no es así. Ni siquiera trabajaba en ese
club.
—La prueba está en las imágenes, Sebastian, y voy a hacerlas
públicas. A menos que te desprendas de parte de tu preciado dinero.
Porque, seamos sinceros, sólo es cuestión de meses que ella se lo lleve
todo en tu inminente divorcio, de todos modos. —Sus ojos calculadores
me miran fijamente. —Ella no te quiere. Nunca lo hizo. Despierta,
Sebastian, no seas tonto.
Aprieto las manos a los lados, mi ira va en aumento. Nunca he
sentido tanto desprecio por nadie en mi vida. —Lárgate —le digo con
desprecio.
—Cuarenta y ocho horas.
Doy un paso hacia ella, sin poder evitarlo.
Sonríe sarcásticamente. —Pégame. Te reto.
Le doy la espalda porque si no lo hago, eso es exactamente lo que
haré. —Vete. —Ella se queda quieta.
—¡Vete a la mierda! grito.
La puerta hace un clic cuando se va, y yo inhalo con una respiración
temblorosa.
—¡Joder, joder... joder!
Tomo el teléfono y llamo a Bart.
—Hola —responde.
—Ven aquí de inmediato. Estamos oficialmente en crisis.
***
—Hola, ¿Porsha? —dice Bart. Está hablando por el altavoz con la
gerente del club erótico. —Soy Bart McIntyre. Abogado. Llamando en
nombre de un cliente de muy alto nivel. —Sí. Hola, Bart —responde
Porsha.
Bart me mira fijamente. Está furioso, y yo también.
Esta es mi peor pesadilla. Me vuelvo a sentar en la silla,
pellizcándome el puente de la nariz.
Por favor, necesito despertar.
—A mi cliente le acaban de entregar fotografías suyas en su club con
una chica Escape.
—¿Qué?
—Ya me has oído. Hay pruebas en vídeo.
—Ella jadea. —Oh, no...
—Le están chantajeando con diez millones de libras. ¿Te importaría
explicarme cómo demonios ha conseguido alguien estas imágenes?
—Mmm... —Hace una pausa. —Lo siento mucho. Nuestro sistema
fue pirateado hace tres o cuatro meses y luego esta semana. Supusimos
que buscaban los datos de las tarjetas de crédito, pero por suerte
ninguno de ellos se vio comprometido.
—Te diré lo que estaba jodidamente comprometido. La identidad de
mi cliente —dice. —Si esto sale a la luz, presentaré cargos contra ti con
todo el peso de la ley. Puedes despedirte de tu puto club.
—¡Dios mío!
—¿Cómo puede estar pasando esto? ¿Qué demonios obtienen tus
clientes por sus exuberantes honorarios si no es su intimidad?
—Ah... —Se ha quedado sin palabras —. Mis más sinceras disculpas.
No sé qué decir. Nuestro equipo informático nos ha asegurado que no se
han llevado nada.
—Han mentido. Me pondré en contacto. Le cuelga el teléfono.
Sin palabras, meto la cabeza entre las manos.
—Sabes... —Bart empieza a caminar, está furioso. —¡Cuando te
pregunté si tenías algún esqueleto en el armario, el hecho de que
conocieras a April en un burdel podía ser uno de ellos, García! —grita.
—¿Cómo no lo sabía?
—Cuida tu puta boca —gruño. —Estás hablando de mi mujer. No es
una prostituta. Trabajó allí una vez, y fue la puta vez que la conocí.
—¿Tienes idea de lo que esto va a suponer para el partido político?
—Me importa un carajo el partido político —grito. —No me
preocupo por mí. Me importa un carajo mi estúpido trabajo. Me
preocupa April. Si esto sale a la luz... —Sacudo la cabeza, el miedo en
mí está tan presente que apenas puedo empujar las palabras más allá
de mis labios. —Siempre será la prostituta que se acostó con el primer
ministro. Nunca olvidaran esto. Será el fin de su carrera. Me mira
fijamente.
—¿Sabes lo jodidamente duro que ha luchado por levantarse? —Mi
voz se quiebra, traicionando mi dolor. —Esto no puede salir, Bart. No
puede. No lo permitiré. No dejaré que la retraten de esta manera. Ni
ahora ni nunca.
—Entonces tienes que hablar con April. —Suspira con tristeza.
—Si se lo digo, no me dejará pagarle. La conozco. Tiene la moral
muy alta, sobre todo cuando se trata de mi ex mujer.
Preferiría morir antes que darle un céntimo a esa mujer.
Bart cierra los ojos. —Joder.
Ambos nos sentamos en silencio mientras pensamos.
—¿Qué hago? —acabo preguntando.
—No hay pruebas de que, aunque le des a Helena el dinero, no vaya a
ir a la prensa, de todos modos.
—Lo sé, pero al menos podría ganar algo de tiempo. —¿Para qué?
—Por si te lo has perdido, me casé la semana pasada, Bart. —Me
pongo de pie apresuradamente. —¿De verdad crees que así es como mi
nueva esposa quiere pasar su primera semana de matrimonio?
—Deja de anteponer las necesidades de los demás a las tuyas. Son
diez millones de libras, García.
—No me importa el dinero. —Lanzo las manos al aire.
Extiende la mano en señal de derrota. —Entonces, ahí tienes tu
respuesta.
Lo miro fijamente.
—Vas a pagarle el dinero, independientemente de lo estúpido que
sepas que es.
—¿Qué quieres que haga? ¿Arrojar a mi mujer al matadero? —
Pierdo los nervios. —¡Fuera! —grito. Si no tienes nada más que decir,
lárgate.
Bart exhala con fuerza. —Esto es una mala idea.
—¿Dime la alternativa? Dame un puto plan mejor,
Bart. Porque en este momento, no tienes nada. Me mira fijamente,
pensando. —¿Y si le hago un trueque?
—¿Cómo?
—Le enviaré un correo electrónico. Dile que no puedes conseguir esa
cantidad de dinero. Le preguntaré si podemos negociar una especie de
acuerdo.
Me rasco la nuca con frustración. No quiero darle a esta zorra ni un
solo céntimo.
—En este punto, se está agarrando de lo que puede. No tiene ni idea
de que estás dispuesto a pagar. Le diré que tenemos a alguien que
puede demostrar que las fotos han sido manipuladas y son falsas, que
no va a conseguir nada con esta historia. Intentaré que acepte unos
cuantos millones y que firme algún tipo de garantía de que no lo hará
público. Diez es ridículo. Está fuera de discusión.
—No puedo creer que esto esté ocurriendo.
—Déjamelo a mi. —Se dirige hacia la puerta.
—¡Bart! —llamo, y se da vuelta. —Gracias. —Asiente con la cabeza,
todavía sin molesto. —Estaré en contacto.
Salgo del coche justo cuando April sale rápidamente por la puerta
principal. Levanto la vista y se me corta la respiración al ver su
hermosa sonrisa.
—Hola, Sr. García. —Sonríe mientras me besa.
—Señora García. —Sonrío.
Mantengo la puerta del coche abierta y ella entra.
Nos dirigimos a una cena con nuestros amigos para celebrar nuestro
matrimonio.
Menudo chiste de mierda.
Lo que debería hacer es empaquetar a April y trasladarla a la luna.
Tengo una bola pesada en la garganta que me dice que esta mierda
está a punto de ponerse muy fea, y que no hay forma de pararla. Mi
mundo está girando fuera de control.
Si se lo digo a April, su nombre será arrastrado por el barro y su
carrera está acabada.
Si no se lo digo a April, está protegida.
Pero le miento.
Maldito sea si lo hago, maldito sea si no lo hago. Estoy jodido, de
cualquier manera.
Nos sentamos en la parte trasera del coche mientras el conductor
atraviesa el tráfico a toda velocidad.
April está charlando y riendo, siendo ella misma, mientras yo me
siento sin emoción, observándola. Su mano está apoyada en mi muslo, y
miro el anillo de oro que lleva en el dedo. El que hace juego con el mío.
Cierro los ojos con tristeza. Toda mi vida he esperado un amor como
éste.
—¿Qué pasa, cariño? —Me lleva la mano a su boca y me besa las
yemas de los dedos.
—Sólo estoy cansado, cariño —miento.
—No nos quedaremos hasta tarde.
—No, no pasa nada. Estoy bien. Podemos quedarnos todo el tiempo
que quieras.
Da saltos en su asiento. —Estoy muy emocionada por ver a todo el
mundo.
Finjo una sonrisa. —Yo también.
La fila de coches de seguridad se detiene frente a la fachada del
restaurante, donde espera un fotógrafo. El conductor se baja y abre la
puerta trasera. Salgo ante los flashes de la cámara, y ayudo a April a
salir tomándola de la mano.
—¡Sra. García! —Llama el fotógrafo. —¿Cómo es la vida de casada?
—Maravillosa. —Sonríe.
Se me cae el corazón y entramos para ver a nuestros amigos sentados
al fondo. Todos se ponen de pie. April levanta la mano y mueve los
dedos para mostrarles su anillo, y las chicas bailan emocionadas
mientras nos acercamos a la mesa.
—Felicidades. —Las chicas se ríen mientras nos besan.
Los chicos me dan la mano y me dan una palmada en la espalda.
—Perro viejo. —bromea Spencer —¿Por qué no nos han invitado?
Nos sentamos. April se ríe y charla. Está muy contenta, y yo sólo
quiero morir lenta y dolorosamente.
Porque debería. Mi terrible gusto por las ex esposas debería ser una
sentencia de muerte.
Spencer me observa y frunce sutilmente el ceño.
Master también lo hace.
Me conocen demasiado bien como para que les oculte algo.
—¿Quieren tomarse unos cócteles en el bar conmigo? —pregunto. —
Sí. —Ya estaban de pie antes de que yo terminara la frase. Tomamos
los pedidos de las chicas y nos dirigimos a la barra. Nos situamos en un
rincón, en una pequeña mesa redonda, mientras esperamos a que nos
los preparen.
—¿Qué pasa? —susurra Spencer.
—No puedes decírselo a nadie —le susurro. —Júralo por tu vida.
—¿Qué?
—Helena tiene videos de mí en la sala del Club Escape con April.
Sus ojos se abren de par en par.
—Quiere diez millones o irá a la prensa. —¿Qué? —grita Spencer.
—Baja la voz. —Miro a mi alrededor.
—¿Qué coño? —susurra Masters. —¿Cómo lo ha conseguido?
—Sus sistemas fueron hackeados. ¿Te imaginas el puto titular? El
primer ministro y la prostituta que ahora es su esposa.
Los ojos de Julian y Spencer se abren de par en par, horrorizados. Si
mis archivos han sido pirateados, demonios, estamos todos jodidos.
—Cristo todopoderoso, ¿qué vas a hacer? —pregunta Julian.
—Yo digo que matemos a esta perra —Spencer golpea su puño —.
Esta vez de verdad.
—¿Podrías hablar en serio por un minuto? —siseo.
—¿Quién dice que no estoy hablando en serio? —resopla.
—Creo que le voy a pagar el dinero.
—¿Qué?
—¿Tienes una idea mejor? —susurro. —No dejaré que arrastren a
April por el barro. Maldita sea —murmura Julian.
—¿Cómo duerme por la noche? —susurra Spencer. —Dios, maldita
sea, es una auténtica y jodida mierda. Siempre lo he sabido, pero esto es
una locura de otro nivel. —Las bebidas están listas —dice el camarero.
—Ni una palabra a las chicas —susurro.
—Sí —responden los dos, y volvemos a la mesa.
Me siento y coloco la bebida de April delante de ella. Ella me mira
con cariño. —Gracias.
Sonrío y tomo su mano entre las mías. Le beso las yemas de los dedos
y miro a los chicos. Sus caras traumatizadas dicen mucho.
Estoy jodido.
April
Me despierto cuando oigo abrir la ducha. Es muy temprano, y sonrío
mientras me estiro.
La vida es buena.
El teléfono de Sebastian emite un mensaje de texto sobre la mesa auxiliar.
Me acerco y lo cojo.
Su retiro está listo, Sr. García.
Esperamos darle la bienvenida a las 13:00 horas.
Banco de Gran Bretaña.
Frunzo el ceño. ¿Eh?
¿Qué significa eso?
Oigo un alboroto en el pasillo y un jarrón se rompe. Me levanto
apresuradamente. Bentley subió su correa para intentar que salgamos a
pasear. Se enganchó en la mesa auxiliar y tiró el jarrón.
—Oye, ¿qué estás haciendo? —pregunto.
Me mira inocentemente y sonrío. No puedo enfadarme con una cara tan
bonita. —Vamos. Vamos a por el recogedor. —Me dirijo hacia abajo y cojo
el recogedor.
Esto es lo último que me apetece hacer. Buenos días para mí.
11:50 a.m.
Jeremy entra en mi despacho y cierra la puerta tras él. Levanto la vista. —
Hola.
Parece que se ha tragado una mosca. —Si supiera algo... algo malo...
¿querrías saberlo?
Frunzo el ceño. —¿Cómo qué?
—De acuerdo. —Hace una mueca de dolor —. Entonces, ¿eso significa
que sí?
—Sí.
—¿Sabes que creo que Bart está viendo a otra persona, cierto?
—Sí.
—Bueno, no me juzgues, pero anoche no lo volví a ver y estuve toda la
noche como loco. Esta mañana me he conecté ilegalmente a su correo
electrónico como prueba.
—Jeremy —susurro —. No puedes hacer eso.
—Sebastian está siendo chantajeado por su ex mujer —suelta
apresuradamente —. Bart ha estado negociando un trato con ella.
Mis ojos se abren de par en par. —¿Qué?
—Tiene imágenes de ustedes dos en un club de striptease. Sebastian tiene
que pagarle diez millones de libras hoy a las 13:30 en una habitación de
hotel o irá a la prensa. —¿Qué? —Exploto.
—Shhh. —Mira a su alrededor con culpa —. Perderé mi trabajo si Bart se
entera de que te lo conté.
Pienso por un momento. Ese texto de esta mañana del banco...
Me había olvidado de él.
¿Qué demonios?
—Ese maldito estúpido —susurro.
—¿Quién, su mujer?
—Sebastian. —Me levanto de mi asiento. —Siéntate —Le ordeno.
—¿Qué?
—Entra en ese correo electrónico ahora mismo. Quiero ver exactamente
qué carajo está ocurriendo.
1:40 p.m., y estoy de pie en las sombras del armario de las escobas del nivel
3 del London Hilton. He tenido que reservar una maldita habitación en este
piso para llegar hasta aquí, pero no me importa.
Al parecer, la entrega del dinero del rescate es en cualquier momento, y
estoy esperando a que llegue Sebastian. Creo que nunca he estado tan
jodidamente furiosa en toda mi vida.
¿Por qué no me lo dijo?
El ascensor suena, y me apoyo en la pared. Sebastian sale con una bolsa
de lona, y mis ojos se ponen rojos.
Estás muerto.
Se dirige a la puerta y llama. Empiezo a acercarme sigilosamente detrás
de él. La puerta se abre, y Helena se sitúa ante él.
—¿Tienes el dinero? —pregunta.
—Oh, sí que tiene el puto dinero, digo bruscamente.
Los dos se voltean hacia mí, sorprendidos.
Paso por delante de los dos y entro en la habitación. Helena sube la
barbilla, pero Sebastian parece haber visto un fantasma.
—Dame el dinero y lárgate —dice Helena.
—¡No te va a dar ni un puto céntimo! —le suelto. Miro fijamente a
Sebastian, y él pone los labios en blanco.
—Tiene fotos, responde Sebastian.
—Ja. —resoplo—. No tiene una mierda.
—Sí, las tengo. Iré a la prensa. Ahora vete. —Ella intenta arrebatarle la
bolsa.
—¡No le des esa puta bolsa! —grito —. Está mintiendo.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque yo tengo las imágenes —, digo bruscamente. —Soy yo quien
ha pirateado el sistema. Borré todas las grabaciones de nosotros dos hace
meses, así que puedes irte al infierno, puta intrigante.
Los ojos de Sebastian y Helena se abren de par en par.
—¿Has hackeado el sistema? —susurra Sebastian, sorprendido.
—Por supuesto que lo hice. Limpié todo lo que tenía que ver contigo. —
respondo, la adrenalina recorre mi cuerpo. —Había una imagen encriptada
que no pude conseguir, pero no tenía nada sobre el club en ella. Es la única
foto que tiene. —Sebastian jadea. —¿Fuiste tú? —Llama a la policía —
exijo.
La cara de Helena cae.
Los ojos de Sebastian se abren de par en par mientras mira entre las dos.
—¡Llama a la puta policía! —grito.
Saca su teléfono.
—¿Se lo has dicho? —le pregunta Helena con una voz inquietantemente
tranquila.
Frunce el ceño.
—¿Le has contado lo de nuestra noche juntos, Sebastian? —Se dirige
hacia mí —. ¿Lo sabes?
La inquietud se apodera de mí. —¿De qué estás hablando?
—Sebastian me llamó desde Bath hace unos meses. Dijo que iba a seguir
adelante contigo y que quería despedirse de mí como es debido. Me rogó
que viniera a verle. Quería hacerme el amor por última vez... como yo lo
necesitaba. Nunca tuvimos ese último adiós, y fue algo que siempre
lamentó.
—No lo hice, se burla.
—¿Con qué historia te quedaste, Seb? —pregunta en voz baja. —¿Le
dijiste que te habían drogado? ¿O te quedaste con la excusa de que te
quedaste dormido? Esa noche no pudimos decidirnos.
Nunca tuvimos ese último adiós, y fue algo que siempre lamentó.
¿Qué?....
Mi corazón empieza a palpitar en mis oídos.
—Tú, chica estúpida, se burla. Crees que lo tienes todo resuelto, ¿verdad?
Crees que lo tienes todo resuelto. —La miro fijamente, con el desprecio
chorreando por todos mis poros.
—Bueno, ¿adivina qué, April? —Sonríe dulcemente. —Yo tengo lo único
que tú no tienes. —La fulmino con la mirada.
—Tengo a su bebé. —Se voltea hacia Sebastian. —Tengo 14 semanas de
embarazo, tendré a tu hijo.
32
April
SEBASTIAN SE DESMORONA, y retrocede como si le hubieran dado un golpe.
—Por favor —me burlo —, ¿es lo mejor que tienes? —Pongo los ojos en
blanco, asqueada. —Eso es un puto insulto a mi inteligencia.
Ella sonríe. — ¿Lo es? ¿O eres estúpida?
—¿De verdad crees que somos tan crédulos para creer en cualquier cosa
que salga de tu boca mentirosa?
Miro a Sebastian. La está mirando fijamente, sin palabras.
—Dame el dinero y desapareceré; tienes mi promesa —responde Helena.
Las agallas de esta mujer.
Doy un paso hacia ella, con una furia que recorre mi sangre como nunca
antes. —Tengo una promesa para ti, Helena —susurro. —En realidad, tengo
dos. Uno, que no volverás a recibir un solo céntimo de mi marido. Y dos,
has elegido a la mujer equivocada para meterte con ella. No soportaré ni un
solo minuto más de tu puta mierda, así que sal de mi vista antes de que te
meta entre rejas. —Pierdo lo último de mi paciencia. —¿Me entiendes?
El pecho de Sebastian sube y baja, con los puños cerrados a los lados.
Me dirijo hacia la puerta. Sebastian sigue congelado en el sitio.
¿Qué demonios está haciendo?
—¡Sebastian! —grito. Sus ojos se dirigen a mí como si salieran de un
trance.
—¿Sí? —dice.
—Sebastian, no seas tonto, —responde Helena —. Sabes lo que va a
pasar si no dejas esa bolsa aquí. —Los ojos de Sebastian se clavan en los
míos, y yo enarco una ceja.
Ni lo pienses, cabrón.
Se dirige hacia la puerta, con la bolsa en la mano, y sale al pasillo.
Bajamos y entramos en el ascensor en silencio. Las puertas se cierran
detrás de nosotros y saco mi teléfono para llamar a Bart. Contesta al primer
timbrazo.
—April.
—¿Es así como manejas las crisis, Bart? —resoplo.
—¿Cómo?...
Sí, lo detuve, —digo con brusquedad. —Trae a un policía encubierto a
casa de Sebastian. Vamos a presentar cargos. Tenemos que hacer una
declaración pública esta noche. Tienes que prepararte.
—April.
—No es negociable, Bart. El ataque es la mejor forma de defensa. Esto ha
ido demasiado lejos. Es sólo cuestión de tiempo que la historia salga a la
luz, y lo sabes. Nuestra declaración tiene que golpear primero.
Sebastian se pasa la mano por el pelo. Parece que está a punto de
desmayarse.
Cuelgo el teléfono y él me mira, sus ojos buscan los míos. —April...
—No lo hagas —susurro con rabia. Me hierve literalmente la sangre. —
¿Cómo puedes ser tan jodidamente estúpido?
Abre la boca para decir algo, pero la puerta del ascensor se abre. Los
guardias de seguridad están de pie esperando a su preciado primer ministro.
Ambos fingimos una sonrisa mientras salimos y nos metemos en la parte
trasera del coche que nos espera.
Sebastian
—A mi casa.
—Sí, señor. —El coche sale del hotel y me acerco para tomar la mano
de April, pero ella me aparta. Se me cae el corazón.
Está furiosa.
¿Quién podría culparla?
La llamada telefónica.
Oh no, mi estómago se revuelve.
Me siento mal.
El coche se mueve a través del tráfico londinense. Mi mente piensa en
aquella mañana en el hotel, cuando me desperté sin recuerdos.
Veo el enfriador de vino de plata y las dos copas de cristal.
Recuerdo el olor del perfume en mis sábanas. En aquel momento,
estaba aterrorizado, pero en cuanto el guardia de seguridad dijo que
me acompañó a mi habitación, descarté mis temores. Lo achaqué a la
entrega de dos vasos como práctica habitual, y al olor en las sábanas
como un fuerte detergente, pero ahora...
¿Por qué no me hice el test de drogas?
Pensé que era inútil perder el tiempo en el hospital cuando no se
había hecho ningún daño. Pensé que se trataba de Bart y su mujer, que
yo había bebido accidentalmente una copa destinada a él.
¿Y si...?
Joder.
Cierro los ojos mientras una oscura sensación de temor me invade.
Esto no puede estar pasando.
April
Entramos por la puerta principal y encontramos a Bart de pie en el
vestíbulo. Sebastian pasa por delante de él y se dirige directamente a la
cocina,
—¿Hablas en serio? —le pregunto a Bart. —¿Dónde está la policía?
—Estarán aquí en media hora, y no me vengas con tus tonterías, April.
Sólo intentábamos protegerte.
—¿Dándole seis millones de libras?
—Fueron diez, —balbucea. —Si la historia de ustedes dos se divulgara,
las consecuencias serían desastrosas.
—Dios mío. ¿Cómo has podido siquiera contemplar la posibilidad de
hacer caso a sus exigencias?
—Tiene fotos, April.
—No, no las tiene —digo con brusquedad. —Estaba mintiendo.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque hice hackear el sistema del club hace meses y borré todo rastro
de Sebastian de las grabaciones de seguridad. —Sebastian vuelve a entrar
en el vestíbulo con un vaso de whisky.
—¿Por qué harías eso sin autorización? —pregunta Bart.
—Para protegerlo. —Levanto las manos con disgusto. —Como deberías
haber hecho tú. ¿Para qué demonios te ha estado pagando, Bart? Habría
supuesto que ya habrías borrado su sórdida historia.
Sebastian inclina la cabeza hacia atrás y apura su vaso.
—En cuanto entró en esta casa, supe que estaba tramando algo, y no
podía seguir hablando de ello porque se asumiría que estaba siendo la nueva
novia celosa. ¿Por qué demonios no la acusaron entonces de allanamiento
de morada? Siempre supuse que lo habían hecho. —Vuelvo a levantar las
manos. —No puedo creer los consejos que le has dado con respecto a ella.
—Las ex-esposas son una entidad propia.
—Y tú lo sabrás. —Resoplo mientras empiezo a caminar. —Das un gran
ejemplo, Bart. ¿Sabías que Helena amenaza ahora con que está embarazada
de Sebastian de la noche en que los drogaron.
Sus ojos se abren de par en par. —¿Lo está?
—¡No! —grito. —Otra mentira.
—Maldita sea. —Se pasa la mano por la cara —. ¿Por qué no nos dijiste
que habías hackeado el sistema? ¿Cómo sabes siquiera cómo hacerlo?
—Porque es ilegal, Bart, y no lo hice yo sola. Lo hizo Penélope, mi
amiga. Es informática. No te lo dije porque supuse que me avisarían si
había una violación de la privacidad. Ni en un millón de años imaginé que
ocurriría esta estupidez.
—Cálmate —dice Sebastian.
—¿Calma? —gruño. —¿Que me calme? ¿Cómo voy a calmarme, joder?
Sebastian y Bart intercambian miradas.
—Esto es lo que va a pasar —respondo mientras los miro a ambos. —
Cuando llegue la policía, vas a decirles que Helena ha intentado
chantajearte con imágenes falsificadas tuyas en un club de striptease. Tienes
todos los correos electrónicos como prueba. Vas a enseñarles el dinero que
sacaste para dárselo a ella.
Sebastian se frota la frente.
—Tiene imágenes —responde Bart —. Las hemos visto con nuestros
propios ojos.
—Tiene una imagen. No pude borrar esa única imagen porque estaba en
el borde mismo de la cinta, y no supimos cómo hacerlo. Pero sé con certeza
que no era incriminatoria, o que incluso mostraba que estaba en un club de
striptease. Podría haber sido de cualquier sitio, y mi cara no era visible.
Hicimos un rastreo y borramos las grabaciones de todas las noches que
Sebastian estuvo allí durante toda su afiliación. —Mis ojos se dirigen a
Sebastian. —Esa conversación la tendremos más tarde.
Sebastian hace una mueca de dolor.
Sé cuántas veces has ido allí, cabrón.
—También les vas a contar lo de la noche en Bath en la que te drogaron y
la amenaza de embarazo —continúo —. Quiero que investiguen dónde
estaba su teléfono móvil en esa fecha. Tenemos que demostrar que miente.
—April —susurra Sebastian.
¡Sebastian! —le grito al tiempo que golpea lo último de mi paciencia. —
No. No te atrevas —le advierto. —Presentamos cargos y luego emitimos un
comunicado diciendo que has pasado por un horrible chantaje utilizando
imágenes falsificadas —digo apresuradamente.
—No es necesario hacer una declaración —responde Bart.
—Sabes que si no lo hacemos, ella lo hará. Tenemos que cortarla por lo
sano —respondo. —No diremos que el chantaje era de ella, pero al menos
si la declaración sale a la luz, nuestra historia se mantiene. —Sebastian se
deja caer en su silla, incapaz de levantarse.
Toc, toc.
Los miro a ambos. —Tengo que subir. No puedo estar aquí sin
entrometerme y decirles lo que deberían decir. Lo arruinaré todo.
—Sí, sube —dice Bart. —Lo tenemos.
Los ojos de Sebastian buscan los míos, y yo fuerzo una sonrisa. —Hasta
pronto —. Subo las escaleras de dos en dos y espero arriba, fuera de vista.
Oigo a Sebastian abrir la puerta principal. —Hola, pasen, por favor.
Joder.
El pánico me recorre.
Hay mucha gente que sabe que Sebastian fue a clubes de striptease hace
años.
Estaba en el radar de muchas mujeres por sus habilidades en el
dormitorio, todas conocían su nombre por aquel entonces, y no es fácil
olvidarlo.
¿Y si alguien más se presenta?
No hay material incriminatorio; lo sé con certeza.
—Está bien —me susurro. —Había que hacer esta declaración.
Si quiere sobrevivir a este escándalo, tenemos que salir a flote.
Las noticias no paran de hablar de ello, y oigo cómo se abre la ducha en
el piso de arriba.
Está despierto.
Sigo viendo las noticias y le preparo un café.
—Hola, —dice desde la puerta. —Levanto la vista e inmediatamente
levanto el mando para apagar la televisión.
Con su traje de color carbón perfectamente ajustado y una camisa blanca
impecable, parece la personificación de Mr. Smooth.
—Buenos días. —Sonrío.
Se acerca y me toma en sus brazos. Me besa suavemente, sus labios se
posan sobre los míos.
No dice nada, pero ¿qué hay que decir?
Ninguno de los dos sabemos qué va a pasar con Helena, la bala perdida
que sigue huyendo. Ambos estamos en vilo.
Quiero pelear y gritar y seguir como una niña con él por habernos metido
en esta situación con ella, pero luego recuerdo que sólo intentaba
protegerme, y que mi pasado es tan sórdido como el suyo.
Él iba a ese club... pero yo trabajaba allí.
Y nadie más, aparte de nosotros dos, creería que fue mi primer cliente. Mi
único cliente.
Tiene el peso del mundo sobre sus hombros, y yo no voy a aumentar sus
niveles de estrés, por muy egoísta que quiera ser y echarle la culpa a él.
Sé que no puedo.
—Te he preparado un café —digo.
—Gracias —. Pone los labios en blanco y coge la taza. —¿Estás bien? —
pregunta.
Me obligo a sonreír y asiento con la cabeza. —Sí —miento. —¿Y tú?
—Ajá.
Nos quedamos de pie con nuestros cafés en la mano, mirándonos
fijamente en una especie de enfrentamiento jodido y silencioso. Ambos
sabemos que el otro no está bien. Pero no estamos dispuestos a sacar a
relucir la revelación del embarazo de Helena.
Mi enfado y su estrés no son una buena combinación, así que me voy a
comportar hasta que pueda actuar como un adulto.
—Tengo que irme —dice.
—Sí, ve —Sonrío, agradecida por no tener que intentar morderme la
lengua durante mucho más tiempo. Realmente necesito controlarme. ¿Por
qué no te has hecho la prueba de drogas?
¿Cómo has podido ser tan egoísta? ¿Cómo has podido hacerme pasar por
esto?
—Nos vemos esta noche —Me besa la mejilla —. Te amo.
Finjo una sonrisa, luchando contra la ira, la decepción y la furia ciega. —
Yo también.
Se da la vuelta y sale por la puerta. Se cierra en silencio, y mis ojos se
llenan de lágrimas.
La decepción me recorre.
Di algo, imbécil. Tranquilízame.
Por el amor de Dios, tranquilízame.
Sebastian
Entro en el restaurante y veo a Spence y a Julian en nuestros asientos
habituales del fondo. Me dirijo hacia ellos y me acomodo en mi sitio
habitual.
—Joder, García —susurra Spencer. —Has envejecido cincuenta años.
—¿Verdad? —murmura Julian en su café.
—¿Has averiguado algo más? —les pregunto.
Anoche los llamé a los dos cuando todos se habían ido. Pasamos
juntos una hora en Google intentando averiguar si es posible tener una
erección estando inconsciente.
—No. Spencer suspira. —Sólo que es posible y probable, si se
estimula, tener una erección y venirse mientras se está inconsciente.
Me arrastro la mano por la cara. —Tengo un mal presentimiento. —
Recojo mi café con una mano temblorosa.
—Todo irá bien.
—Me dejará.
—April no te dejará. —Spencer suspira —. Ella te quiere.
—Tenía que habérselo dicho cuando pasó.
—No sabías lo que significaba —resopló Julian. —Ninguno de
nosotros habría imaginado que esto podría ocurrir. Helena está
mintiendo, estoy seguro de ello. Deja de preocuparte por eso. Tienes
problemas más importantes, joder. ¿Has visto las noticias de hoy?
—No hay mayor problema que tener un bebé con mi ex mujer —
susurro enfadado —. Me importa un carajo mi trabajo. Imagínate...
recién casado mientras mi exmujer lleva a mi bebé. ¿Realmente crees
que eso va a funcionar con April?
Spencer mira entre los dos. —Helena es una puta de verdad.
Pongo mi cabeza entre mis manos.
—¿Cómo está April? —pregunta Julian.
—Está actuando bien. Es fuerte. Pero sé que en cuanto esto se acabe,
va a venir con todo. Eso si no hay bebé. ¿Te imaginas si lo hay?
—Bueno, si lo hay, tienes que hacer que la acusen de violación —
susurra Spencer.
—Ja. —me burlo. —Y todo el mundo se lo creería, ¿no? Es mi ex
mujer. Su palabra contra la mía, y todos sabemos cómo se ve esta
mierda.
—Cristo todopoderoso —susurra Julian —. Esto es un desastre.
April
El coche entra en el garaje sobre las 7:00 p.m.
Sebastian no me ha llamado ni una vez hoy. Es la primera vez. Sé que
probablemente esté ocupado siendo arrastrado de un lado a otro, pero con
todo lo que está pasando, habría pensado... He hecho la cena y me he
tomado un vaso de vino.
Me siento inusualmente nerviosa al verlo. El corazón me late fuertemente
en el pecho cuando lo veo.
—Hola. —Sonrío.
—Hola, cariño. —Se inclina y me besa, y luego se aparta inmediatamente
de mis brazos.
Oh.
Se sienta en la silla y apoya los codos en los muslos. Lleva la cabeza baja
y mira al suelo.
Los pelos de la nuca se me erizan al observarlo.
Algo pasa.
—La he llamado —dice en voz baja. Frunzo el ceño. —¿A quién?
—La noche en que me drogaron, mi registro de llamadas muestra que
hice una llamada de ocho minutos al número de Helena —dice en voz baja.
Me abrumo de inmediato.
Sus ojos se elevan para encontrarse con los míos. —Y había otras cosas.
Los latidos de mi corazón bombean con fuerza en mis oídos. —¿Cómo
qué?
—Hubo un...
—¿Un qué, Sebastian? —pregunto.
—Una botella de champán con dos copas al lado —Sacude la cabeza —.
Pero eso es lo habitual, ¿no? —¿Y qué pasa con las sábanas? —susurro.
Sus ojos buscan los míos mientras sus fosas nasales se agitan.
Mi visión se nubla y dejo caer la cabeza mientras el dolor me atraviesa.
—Yo... no creí que significara nada —balbucea asustado —, Ni siquiera
estaba en mi radar. Yo no...
Me alejo de él como si hubiera recibido un golpe.
—Te juro, April —Sacude la cabeza —, que no recuerdo nada. Te lo
prometo.
Se me hace un nudo en la garganta mientras lo miro fijamente, es grande
y doloroso y me duele hasta el fondo.
Creía que era el amor de mi vida, pero es igual que los demás.
Un mentiroso.
Necesito alejarme. No puedo estar aquí. Me giro y él salta de la silla y me
envuelve en sus brazos por detrás.
—No lo hagas. No lo hagas —ruega. —April, por favor, escucha.
Luchamos mientras él intenta sujetarme contra mi voluntad. Me doy la
vuelta y, con todas mis fuerzas, lo empujo para quitarlo de encima. Sale
volando hacia atrás.
—¡Para! —grito.
—Por favor —ruega. —No me acuerdo.
—Sin embargo, te acordaste de mentirme, ¿no es así? Ése fue el único
detalle en el que acertaste.
—Porque te amo. Pensé que no significaba nada. Nos miramos fijamente,
yo con desprecio, él con miedo.
Bueno —susurro. —Parece que, después de todo, podrás tener tu bebé.
Sólo que no será conmigo.
Sus ojos se llenan de lágrimas. —¿Qué significa eso?
Mi enfado llega al máximo. —Maldición, ¡Significa que te alejes de mí!
33
April
VOY hacia el dormitorio para vestirme. No sé dónde diablos voy a ir, pero
necesito alejarme de él.
—¿Adónde vas? —dice.
—Fuera.
—Hay cámaras ahí afuera.
Rebusco en mi bolsa de viaje en busca de una camisa. Maldita sea, esto
de vivir entre dos casas me cabrea. —¿Parece que me importa?
—April...
—Oh Dios, ayúdame, Sebastian, aléjate de mí. Estoy tan furiosa contigo
que no puedo ni soportarlo.
—No te he mentido. Nunca —argumenta—. Vi la llamada en mi registro
en los segundos previos a mi elección. Las cámaras estaban sobre mí, y
luego, con todo lo que estaba pasando, me olvidé completamente de ello. Y
las demás cosas pensé que eran una práctica habitual.
—¿Cuándo ibas a decírmelo? —Te lo estoy diciendo ahora. Agh.
Este hombre es jodidamente exasperante, me pongo los pantalones.
—¿Adónde vas?
—Te lo he dicho. Fuera.
—No quiero que salgas de casa.
—Y yo no quiero estar aquí contigo, así que me vale mierda.
Agarro mi bolso y abro la puerta principal a toda prisa. Miro hacia abajo
y veo a cuatro guardias de seguridad de guardia. No tienen ni idea del
Armagedón que está ocurriendo aquí arriba.
Maldita sea, si me voy, tendrán que venir conmigo. Tienen que hacerlo.
Es la política.
¿Por qué demonios es Sebastian el primer ministro? Es molesto y muy
incómodo.
A la mierda, ¿qué hago ahora?
Estoy tan enfadada que no puedo ver bien. Lo último que quiero es que
me sigan mientras conduzco por las calles intentando calmarme.
Cierro la puerta y me giro para ver cómo un rastro de satisfacción aparece
en la cara de Sebastian.
Dios mío, estoy a punto de volverme loca.
Inhalo profundamente.
Calma, calma. Mantén la maldita calma.
Vuelvo furiosa a la cocina. Pongo la cena en un plato, cojo un cuchillo y
un tenedor y cojo la botella de vino. No necesito un vaso. Me lo beberé
directamente de la maldita botella. Vuelvo a marchar por el pasillo.
—¿No comes conmigo? —pregunta.
Cierro de golpe la puerta de la habitación.
No, no lo haré, cabrón.
Giro la cerradura.
Y estás oficialmente en un lío.
Me despierto sola.
La cama se sentía sola anoche, y hoy me siento triste.
Llevo semanas casada y mira el puto lío en el que está mi matrimonio.
¿Quién iba a decir que mi capacidad de casarme con hombres gilipollas
sería tan alta?
Me doy la vuelta y miro la pared mientras intento prepararme para el día
que se avecina. Tengo que ir a trabajar y lidiar con un millón de preguntas
de todo el mundo sobre el escándalo que está en todas las noticias.
Esa es la última de mis preocupaciones.
Un bebé. Su bebé.
Mi pecho se contrae. No podría soportarlo.
Una parte de él y una parte de ella se mezclaron para formar un niño.
Me imagino a Sebastian yendo a recoger al bebé y viendo a Helena.
Luego, llevando al bebé de regreso.
Siempre tendrían eso en común, y sé que Sebastian, siendo Sebastian,
adoraría al niño... y cuidaría de su madre. No podría evitarlo.
Se me revuelve el estómago. Me hace sentir mal.
Pienso por un momento. ¿Se puede hacer una prueba de paternidad
durante el embarazo o hay que esperar a que nazca el bebé? Mmm. Cojo mi
teléfono y tecleo en Google:
Hago una mueca al sentir dolor en mi frente. Cierro Google con disgusto.
Tan solo el simple hecho de mirar esta mierda me da un puto dolor de
cabeza.
Oigo cerrarse la puerta de la vivienda y salgo al pasillo. Sebastian no está
aquí. Debe de haberse ido.
Mmm, típico.
De todas formas, no quería hablar con él, pero habría preferido que se
arrastrara... o al menos lo intentara.
Me estoy preparando una taza de café cuando oigo un eco en el exterior,
seguido de fuertes voces y gritos. ¿Qué está pasando ahora?
Abro la puerta principal en silencio y escucho. Oigo la voz de Sebastian
gritando desde el piso de abajo.
Frunzo el ceño. ¿A quién está gritando?
—¿Qué quieres decir? —grita.
Oigo que alguien responde, pero no puedo distinguir lo que dice.
—No me importa cuánta gente haga falta. —Otra respuesta de alguien a
quien no puedo oír del todo.
—¡Encuéntrenla! —grita —. Quiero que se presenten cargos hoy mismo.
—Ah, debe estar hablando con Bart, con la policía o con alguien.
—¿Sr. primer ministro? —llama alguien.
Responde, y puedo oír que su voz se acerca. Mierda. Debe estar
volviendo a subir a nuestro apartamento. Maldita sea esta residencia del
primer ministro. Sólo quiero un poco de intimidad.
Cierro la puerta en silencio y corro hacia el pasillo para meterme en la
ducha y hacer ver que no estaba escuchando.
Me lavo mientras mi mente da vueltas a un millón de kilómetros por
minuto. Bien, me alegro de que esté enfadado. Yo también quiero que se
presenten cargos contra la perra hoy.
Me ducho y me pongo mi ropa de trabajo, una falda lápiz negra y una
blusa de seda color crema. Me maquillo. Es mejor que tenga un aspecto
decente, ya que los ojos de todo el Reino Unido están puestos en mí.
Uf, estoy muy harta de esto. Si supieran lo que ocurre a puerta cerrada.
Puedo oír la máquina de café encendida en la cocina. Mmm, así que
volvió a entrar en el apartamento y no vino a buscarme.
Típico.
Abro el cajón superior para ponerme el reloj, y miro fijamente los
compartimentos organizados del cajón. Uno de los cajones tiene un espacio
vacío. ¿Por qué ese espacio tiene un aspecto extraño?
Mmm. Me pongo el reloj y voy al baño a alisarme el pelo.
He quedado con Jeremy para desayunar. Necesito desahogarme.
El maldito de Sebastian me ha puesto furiosa, y si hay alguien que sé que
no va a juzgar, es Jeremy.
Me pongo los tacones de aguja y vuelvo a abrir el cajón superior. ¿Qué
falta en ese cajón?
Intento recordar cómo es normalmente, y entonces me doy cuenta. Mi
pasaporte.
No se atrevería.
La adrenalina empieza a recorrer mi organismo y, como una loca, avanzo
por el pasillo. Lo encuentro en la cocina, tomando café.
Pongo las manos en las caderas. ¿Dónde está mi pasaporte, Sebastian?
Sus ojos se encuentran con los míos mientras da un sorbo a su café.
Levanta una ceja, sin inmutarse.
Ya no tiene miedo, este hombre está enfadado.
Que venga, porque estoy listo para el puto estruendo.
—Te he hecho una pregunta. ¿Dónde está mi pasaporte?
—Con el mío.
—¿Y dónde sería eso?
—En un lugar seguro.
Lo último de mi paciencia se agota de forma espectacular y exploto. —
¿Qué?
—Ya me has oído.
—Lo que he oído es que eres un gilipollas controlador.
Suelta la taza de café y ésta repiquetea en la encimera. —No me
presiones hoy, April. No estoy de humor para tus putas tonterías dramáticas.
—grita.
Mis ojos se abren de par en par. —¿No estás de humor para mis tonterías?
—Me señalo el pecho.
—Eso es lo que he dicho. Usa tus oídos y escucha. —Oh, Dios mío. Veo
rojo.
—Escucha, gilipollas condescendiente. No puedes quitarme el pasaporte.
Si quiero ir a algún sitio, iré, con o sin tu permiso. —Me mira fijamente.
—No me mires así, Sebastian. No lo aceptaré.
—Y tú no me dejes fuera de mi propia habitación, joder. —Golpea con la
mano la encimera de la cocina. —¿Me entiendes, joder?
Eso es todo.
Me doy la vuelta y me dirijo al dormitorio para coger el bolso.
Eso es todo.
Se queda en la cocina bebiendo su café y, maldita sea, tengo que decir
una última palabra.
Vuelvo a marchar hacia él. —No te atrevas a enfadarte conmigo por estar
disgustada porque mi nuevo marido es un mentiroso —grito. —¿Tienes
idea de lo decepcionante que es eso?
—Sólo hay un mentiroso en esta sala, y ambos sabemos quién es —
gruñe.
Entorno la cara. —¿Cuándo te he mentido alguna vez?
—Creo que las palabras eran para bien o para mal —se burla
sarcásticamente.
Nuestros votos matrimoniales. Se me cae el corazón.
Salta de su silla, incapaz de contener su temperamento de toro bravo. —
Si esto no es lo peor, April, no sé lo que es —grita. —En el primer
obstáculo al que nos enfrentamos, me obligas a hacerlo solo. —Levanta las
manos en señal de derrota y sale por la puerta dando un fuerte portazo.
Se me llenan los ojos de lágrimas.
Joder.
***
Me siento en la cafetería a esperar a Jeremy. Sigo dándole vueltas a lo que
me dijo Sebastian antes de irse. Me obligas a hacerlo solo.
Odio que lo vea así, y me pregunto si esto es lo que pasó con él y Helena.
Él tenía un problema, y ella lo encerró y le hizo enfrentarse al problema
solo. Su vida sexual era un problema de ambos. ¿Pero ella le hizo sentir que
era sólo suyo? Entonces, como es un cabrón testarudo, ¿se resintió tanto
que la dejó fuera a cambio?
Los dos sin hablar, en camas separadas. Me pregunto cuánto tiempo
vivieron así.
¿Días, semanas, meses?
Exhalo con fuerza. A estas alturas estoy demasiado enfadada como para
seguir pensando en ello. No voy a dejar que me dé la vuelta a esto.
No he hecho nada malo.
No he dicho ni una sola vez que esto es su culpa, sólo que debería
haberme contado los hechos en el momento en que ocurrieron. ¿Y cómo se
atreve a decir que le estoy obligando a enfrentarse a esto solo cuando fue su
elección no contármelo en primer lugar? Eligió hacerlo solo, no al revés.
En serio, ¿es mucho pedir una comunicación abierta en un matrimonio?
—Siento llegar tarde. —Jeremy sonríe y se deja caer en la silla.
Le doy una débil sonrisa.
Se le cae la cara. —¿Estás bien?
—Ha estado mejor.
—¿Por qué, qué ha pasado?
—No puedes decírselo a nadie.
Levanta las manos. —No lo haría, lo sabes.
—La ex mujer de Sebastian lanzó una bomba cuando paré la situación del
chantaje.
Frunce el ceño, esperando que continúe.
—Dice que está embarazada de catorce semanas del bebé de Sebastian.
—¿Qué? —Jadea. —¿Siguen acostándose juntos?
—Al parecer, fue la noche en que él y Bart fueron drogados en Bath.
Helena dice que la llamó y le pidió que fuera con él, pero Sebastian dice
que no recuerda nada.
Sus ojos se abren de par en par, horrorizados. —¿Los hombres pueden
eyacular cuando están inconscientes?
—Aparentemente. —Me paso la mano por la cara.
—Maldita sea. —Me coge la mano por encima de la mesa. —¿Le crees?
—¿Soy una idiota si lo hago? —Hago una mueca de dolor.
Se encoge de hombros.
—Sinceramente, no creo que lo hiciera. —Pienso por un momento —. Y
no sólo a mí, sino en general. Sé que me quiere, y realmente no me lo
imagino llamándola. Y menos para tener sexo. Ni siquiera se hablan. Pero
entonces, si estaba drogado...
Los ojos de Jeremy se abren de par en par cuando otra línea de
pensamiento cruza su mente: —Espera. Entonces, ¿Helena los drogó?.
—No lo sé. Ni siquiera había pensado en eso.
Frunce el ceño. —Porque si los drogó, eso significa que la mujer de Bart
está diciendo la verdad y... —Sus ojos se abren de par en par. —Bart
encargó las prostitutas él mismo, como ella está diciendo.
Me agarro las sienes. —Esto es una maldita gran pesadilla. —Hola —nos
interrumpe una voz.
—Oh, hola. —Jeremy finge una sonrisa. —Oliver, ella es April.
—Hola, April.
—Hola.
Oliver saca una silla y se sienta. —He querido llamarte.
Maldita sea, ahora no Oliver, seas quien seas. Estoy en medio de una
grave crisis.
Oliver no para de hablar, y yo tengo que ponerme a trabajar.
Uf...
—Tengo que irme. —Sonrío.
—Te veré esta noche, cariño —dice Jeremy.
—¿Esta noche?
—Tenemos la cena de bienvenida. —Frunzo el ceño, confundida.
—Ya sabes, la cena de celebración. Es en la calle Market, en el salón de
baile. ¿De corbata negra? No lo habrás olvidado, ¿verdad?. —Oh, mierda,
lo había olvidado por completo —. Para nada —miento.
Genial, otro vestido que tengo que encontrar hoy, joder. No tengo tiempo
para esta mierda de corbata negra.
¿Nos vemos esta noche? —pregunto.
—Claro, cariño. —Jeremy se levanta y me besa la mejilla —. Lo siento
—me susurra al oído.
—Encantada de conocerte, Oliver. —Sonrío y me apresuro a ir a la
puerta, le mando un mensaje a Sebastian.
¿A qué hora es esta noche?
Me llega su respuesta:
No espero que vengas.
Entrecierro los ojos. No me cabrees, cabrón.
No te hagas el gracioso. ¿A qué hora?
Espero su respuesta.
Siete.
Joder, es exasperante. Imbécil cabeza de chorlito.
Apago el teléfono con asco. No te metas conmigo hoy, Sebastian, o
acabaré contigo.
April
—¿Q-QUÉ SIGNIFICA ESO? —tartamudeo.
—Nada. Me voy a trabajar. Tú también deberías. —Se da la vuelta y se
dirige a la puerta.
—Seb.
Se voltea.
Abro la boca para decir algo, pero me detengo. No quiero que esto salga
mal. —Prométeme que no harás nada... yo. —Busco las palabras adecuadas
—. Ilegal.
Levanta una ceja. —¿Vamos a pelear de nuevo?
—No. —Me encojo de hombros—. Solo me preocupa que tomes una
mala decisión por enojo.
—¿Cómo qué?
Amplio mis ojos. No quiero decirlo en voz alta.
Él pone los ojos en blanco. —Si la mataba, ella se lo tenía merecido. —
Se da vuelta y baja los escalones.
¿Qué significa eso?
—Eso significa que no, ¿verdad? —digo.
Él menea la cabeza sutilmente, y no tengo ni idea si está disgustado de mí
por asumir que ese es el plan, o si está impresionado de que pueda preverlo.
—¡Prométemelo! —digo—. Seb, lo digo en serio.
Exhala pesadamente y se mete en la parte trasera del auto que lo espera.
Lo veo alejarse mientras mi mente se acelera.
Bien, se acabó el concierto, perra.
Hoy, te patearé tu mentiroso trasero así sea lo último que haga.
Eso es si Sebastian no hace que te maten de antemano. Y tengo que estar
de acuerdo con él. Realmente lo tienes merecido.
Sonrío y saludo mientras el auto de Sebastian se detiene y se aleja, y
luego corro adentro y llamo a Jeremy.
—Hola bebé.
—Oh, Dios mío, Jez. Todo se está volviendo mierda. ¿Puedes reunirte
conmigo para desayunar? Necesito una reunión de crisis .
—Está bien, ¿lugar habitual en cuarenta minutos?
—Sí, nos vemos allí.
April
—¿ESTOY QUÉ?
Sebastian lo empuja hacia la puerta. —Despedido.
—¿D-de qué estás hablando? —balbucea.
Sebastian gira abruptamente. —Las imágenes de seguridad del hotel en
Bath. ¿Dónde están?
Bart abre los ojos como platos y abre la boca para decir algo.
—No te atrevas a mentir. —Sebastian gruñe mientras caminamos hacia el
pasillo lleno de gente detrás del escenario.
Bart nos sigue. —¡No hay ninguno! —dice—. Ya te lo dije.
—Esa fue tu última oportunidad. Vete.
—¿Q-qué? —Bart tartamudea—. ¿Tienes que estar bromeando?
—Lo que estoy es jodidamente furioso —grita Sebastian.
Todos los que nos rodean se asustan y se apresuran a ponerse a cubierto.
Sebastian da un paso hacia Bart. —Sé a ciencia cierta que hay imágenes.
April lo ha visto, y también sé que me has estado mintiendo para cubrir tu
propio culo de mala muerte. ¿Tienes idea de lo estresante que ha sido esta
última semana para mí y para April? —él grita—. Ni siquiera le pediste al
hotel las imágenes, ¿verdad?
Bart respira hondo mientras sus ojos sostienen los de Sebastian. Sabe que
está jodido.
—En ese entonces no sabía que había alguien más involucrado —dice—.
Sabía que estaba drogado y no tenía idea de lo que había hecho. Fue para
proteger a Jeremy. No quería que me viera con esas chicas. No tenía idea de
que, tres meses después, ibas a necesitar ese metraje. Para entonces ya era
demasiado tarde. Ya había dicho que no podía conseguirlo. No pensé que
nadie iba a salir lastimado.
Cierro los ojos con disgusto. Excepto el aparente amor de tu vida.
Jeremy.
No puedo contener mi lengua ni un segundo más. —Jeremy ha visto las
imágenes.
A Bart se le cae la cara.
—Y ni siquiera fueron las strippers que ordenaste para ti la peor parte —
escupo—. Fue la conversación con su esposa lo que lo puso de rodillas.
Bart aprieta la mandíbula, sabiendo muy bien lo que esto significa.
Jeremy lo sabe todo... finalmente.
—No entiendo por qué crees que puedes tratar a las personas de la forma
en que lo haces. Cuando estalló esta historia, podrías haber confesado y
salvar a Sebastian de tanto dolor. ¿Cómo pudiste ser tan egoísta? —
pregunto.
Bart frunce el ceño con disgusto. —Y eres tan rápida en juzgar, April. A
diferencia de ti, no me acuesto con el primer ministro. No recibo un trato
especial.
Los ojos de Sebastian se entrecierran. —Vete. Ahora.
—Te arrepentirás de esto —escupe Bart.
Los ojos fríos de Sebastian sostienen los suyos. —Creo que ambos
sabemos quién se arrepentirá de esto. ―Sebastian toma mi mano y
caminamos por el pasillo. Saca su teléfono y marca un número.
—Melody, cambio de planes. Regresaré a Londres de inmediato.
Reprograma el resto de mis reuniones.
Me lleva al coche que nos espera y nos sentamos en el asiento trasero.
Kevin se voltea hacia nosotros. —¿A dónde, señor?
—Downing Street.
El coche se incorpora al tráfico. Sebastian hace una llamada. —Melody,
haz que la policía venga a Downing Street. Sí. —Él escucha—. Me voy de
Winchester ahora. Gracias. —Cuelga.
Sostengo la mano de Sebastian en mi regazo, pero él está demasiado
enojado para siquiera darse cuenta. Él está mirando por la ventana mientras
silenciosamente echa humo.
Pero eso está bien. Me doy cuenta.
Lo tengo en mi mano y nunca lo dejaré ir. Mientras estemos juntos, no
me importa el resto del mundo o las mentiras que dicen.
Nos tenemos el uno al otro y eso es todo.
Sebastian
Estoy sentado con los detectives, viendo las imágenes de Gerhard
saliendo de mi habitación.
Furioso no es suficiente. Nunca había estado tan enojado.
Todo este tiempo, Helena estuvo trabajando con él. ¿Se iban a
repartir el dinero?
¿O estaba en su nómina? Tantas preguntas sin respuesta.
—Eso es todo. Esa es la prueba que necesitábamos —dice uno de
ellos. Coge su teléfono y hace una llamada—. Hola, Anne, este es
Steven. ¿Puede hacerme una revisión de Gerhard Klein, por favor? —
Escucha por un momento—. Necesito saber dónde está ahora mismo.
Las direcciones de su casa y oficina. Llámame inmediatamente con los
detalles. Gracias. —Cuelga y sus ojos se posan en los míos—.
¿Seguimos presentando cargos contra su ex esposa?
—Sí.
—Pero quitó la orden de arresto.
—Solo para sacarla de su escondite. La quiero acusada. —Pienso por
un momento—. Quiero hablar con ella cuando la traigan.
—De acuerdo.
El teléfono de Steven suena y él lo contesta. —Hola. —Él escucha—.
¿Con quién viaja? —Entrecierra los ojos mientras nos mira—. Milania
Henchworth. —Garabatea el nombre en un bloc y luego escribe las
palabras:
pasaporte falso
—Lleva a algunos oficiales a la sala de embarque del aeropuerto de
inmediato. Quiero que los traigan a los dos. —Cuelga y se voltea hacia
nosotros—. Gerhard tiene reservado un vuelo a Alemania esta noche a
las 6:00 p.m. Viaja con Milania Henchworth. ¿Crees que es Helena? —
Arrugo la frente.
—Apostaría mi vida a que sí.
Ruedo los dedos sobre la mesa. Son las 7:00 p.m. y estamos en un
restaurante.
—Lo siento cariño. —Cojo mi teléfono y lo reviso por centésima vez
—. Soy una compañía terrible.
April me sonríe. —Ellos los conseguirán, Seb, no te preocupes.
—Deberían haber llamado a estas alturas. Quizás ni siquiera fueron
a tomar el vuelo, —Le doy un sorbo a mi bebida—. Probablemente ni
siquiera ERA ella.
—Pronto lo averiguaremos.
Exhalo pesadamente. —Si llegan a Alemania, será todo. No hay
posibilidad de encontrarlos.
—Seb… —April suspira.
Mi teléfono suena y me apresuro a contestarlo. —Sí.
—Los tenemos.
—¿Ambos?
—Sí, Helena viajaba con un pasaporte falso. Otro crimen.
Cierro los ojos mientras el alivio me inunda. —¿Dónde están ahora?
—Sede de Londres.
—Voy en camino.
La camarera llega con nuestras comidas. —Aquí tienes. Dos filetes y
ensaladas. —Los coloca sobre la mesa.
—Gracias. —La camarera se aleja y yo miro la comida frente a mí.
No puedo pensar en nada peor que comer en este momento. Miro a
April y, como si leyera mi mente, señala mi plato con su cuchillo.
—No irás a ningún lado hasta que te comas eso. No has comido en
todo el día.
—Pero...
—Pero nada, Sebastian. Come.
Exhalo pesadamente y empiezo a cortar mi bistec. —Date prisa —
exijo—. Tenemos que irnos.
—Están en la cárcel y estoy bastante seguro de que no se irán a
ningún lado pronto. Come tu cena.
Muerdo el bistec de mi tenedor y le sonrío.
—¿Qué? —April levanta una ceja.
—¿Por qué insistes en decirme qué hacer?
Ella sonríe y vuelve a comer. —Porque te amo.
—¿Y eso te da rienda suelta para mandarme?
—Sí. —Ella mastica—. Lo hace, en realidad. Tienes la oportunidad
de mandarme en el dormitorio. Lo mínimo que puedo hacer es decirte
que comas tu cena.
—Touché. —Sonrío a la hermosa mujer frente a mí—. Aunque, tu
comiendo mi polla y yo cenando son dos cosas muy diferentes.
April sonríe. —Realmente no. Ambos son esenciales para una buena
salud.
Yo la miro. Hay tanto amor y aceptación rodeando a esta mujer. No
hay secretos, no hay mentiras. Me ama por todo lo que soy y,
lamentablemente para ella, por todo lo que no soy. Soy gruñón,
mandón, dominante y, maldita sea, solo desearía poder ser más dulce y
más romántico, más suave en el dormitorio.
Corto mi bistec con determinación. Eso es todo. Mañana, voy a
cambiar de página y voy a intentar ser mejor. April se merece lo mejor
de mí, y me aseguraré de que lo reciba.
Son las 7:00 p.m. cuando entro en el garaje. Esta noche nos
quedaremos en casa. Después de la última semana que tuvimos, y luego
ayer con Helena, necesitaba la comodidad de mi propia casa.
Espero a que bajen las puertas del garaje. Apago el coche y abro la
puerta del coche. Cojo el enorme ramo de cuarenta y ocho rosas rojas y
la caja gigante de bombones en forma de corazón que compré para
April.
Este soy yo, cumpliendo mi promesa de esforzarme más.
Sin retenerme. Voy a ser una versión más dulce y romántica de mí
mismo de ahora en adelante.
Abro la puerta y escucho música. Suena el ritmo tántrico de Sexual
Healing de Marvin Gaye y frunzo el ceño.
¿Eh?
Doy la vuelta a la esquina para ver a April sentada en un sillón con
un corsé de cuero rojo y tanga, junto con encaje negro, medias hasta los
muslos. Lleva una peluca larga y negra y un maquillaje sexy.
Mi polla late con aprecio y la miro.
—¿Efectivo o crédito? —ella ronronea. Coge un consolador y le
chupa la punta—. Estoy tan lista para chupar tu gran polla en este
momento.
Trago el nudo en mi garganta y sostengo sus rosas. No salen las
palabras de mis labios.
Se pone de pie y se acerca a mí al ritmo de la música. Ella lame mis
labios y se me pone la piel de gallina.
—¿Me trajo un regalo, Sr. García? —susurra mientras sostiene mi
polla a través de mis pantalones.
Mierda.
Latido, latido, latido.
Asiento con la cabeza. —Sí.
Ella vuelve a lamerme los labios.
—Yo… —Demonios, no puedo unir dos palabras mientras ella está
así. Sostengo las rosas—. Pensé que querías corazones y rosas.
Me las quita e inhala su aroma. —Al diablo con eso —susurra y
luego arroja las rosas por encima del hombro al suelo—. Quiero que
me folles como si me odiaras.
Yo sonrío.
Maldición, amo a esta mujer.
Hago un chasquido y la tomo del cabello, arrastrándola y poniéndola
de rodillas.
—Chupa. Mi. Polla.
FIN
EPÍLOGO
April
Quince meses después
SEBASTIAN ME DA VUELTAS por la pista de baile mientras me apoyo en su
hombro.
—Es hora de llevarte a casa —susurra contra mi sien.
—Mmm. —Sonrío somnolienta—. Ok.
Estamos en Nueva York en la boda de uno de los viejos amigos del
internado de Sebastian. El centro de funciones está fuera de este mundo. El
último piso de un rascacielos con ventanas del piso al techo y las luces de la
ciudad parpadeando hacia abajo.
—Un baile más —susurro.
Se ríe mientras me abraza. —Te ves cansada, cariño. —Deja caer su
mano para pasarla por mi barriga de embarazada y coloco mi mano sobre la
suya mientras lo miro.
Tanto amor entre nosotros.
En solo tres meses, nuestro sueño se hace realidad.
Vamos a tener un bebé.
La vida no siempre sale según lo planeado, pero a veces es solo para
hacer espacio para lo que ya está planeado para ti.
Sebastian y yo siempre íbamos a terminar juntos, y esta siempre iba a ser
nuestra historia. Es curioso cómo las cosas suelen salir. La canción termina
y él intenta soltarse de mis brazos.
—Un baile más. —Sonrío esperanzada.
Me sonríe y me besa suavemente. Él sabe lo que estoy haciendo. Lo hago
mucho últimamente.
Atasco.
Apreciando el tiempo que tenemos a solas. Viviendo completamente en el
momento.
Cada segundo es sagrado.
Cada mirada, cada beso, cada toque... todo. Estoy bailando por la vida...
con él.
Sé que los días de nosotros dos están contados y no puedo evitar sentir un
poco de remordimiento. En este momento, soy el mundo de Sebastian, y sé
que pronto compartiré su amor con un pedacito de nosotros, y así debería
ser.
Pero solo por ahora, es todo mío.
La canción termina y me sonríe. —¿Podemos irnos a casa ahora, reina del
baile?
Me río. —Supongo.
Me saca de la pista de baile y volvemos a nuestra mesa. Agarro mi bolso
y le da una palmada en la espalda a su amigo Jameson. —Nos vamos,
Miles.
Jameson se voltea y sonríe. —¿Desayuno en la mañana?
—Sí, estaremos allí —responde Sebastian mientras estrecha la mano de
todos en la mesa.
Emily me abraza. Claire se inclina y besa mi mejilla. —Te veo en la
mañana.
Su esposo Tristan hace lo mismo. —Buenas noches preciosa. ―Frota mi
estómago y me guiña un ojo en su mejor manera de niño travieso.
Me río. Sebastian seguro que tiene algunos amigos divertidos y calientes.
No es que me esté quejando.
Mis ojos se elevan hacia mi propio amigo caliente.
Mi mejor amigo.
Sebastian me da la mejor mirada de —ven, fóllame — al otro lado de la
mesa que jamás he visto, y mis entrañas comienzan a latir con fuerza.
Conozco esa mirada.
Vivo por esa mirada.
Toma mi mano, y con una última despedida a todos, entramos en el
ascensor. Sus cuatro guardias de seguridad entran detrás de nosotros.
Sebastian se afloja la corbata y se desabrocha el botón superior, y todos nos
dirigimos a la planta baja en silencio.
La vida con un primer ministro es menos que privada pero, de alguna
manera, la hacemos funcionar.
Me olvido de cómo era cuando no había guardias ni titulares.
A Gerhard le absolvieron los cargos, sin ninguna prueba de drogas en ese
momento, no teníamos pruebas y como tenía una llave de la habitación, dijo
que estaba borracho y pensó erróneamente que era su habitación.
Helena tuvo a su bebé una niña. Tiene libertad por buena conducta y vive
en Alemania con Gerhard. No hemos sabido nada de ella desde el caso
judicial, y creo que finalmente ha seguido adelante. Estoy feliz... por ella.
No importa lo que hiciera, siempre sentí un poco de lástima por ella.
Amar a Sebastian García es fácil. Alejarse de él no lo es.
Lo sé mejor que nadie.
Las puertas del ascensor se abren y caminamos tomados de la mano antes
de subir a la parte trasera del coche que nos espera y ser llevados a la noche.
Sebastian
Sostengo la mano de April y siento que el sudor me resbala por la
espalda.
Ella grita.
No puedo soportar esto.
No puedo verla pasar por este dolor.
Mi corazón está palpitando de miedo.
—Un empujón más, April—dice el médico.
Ella niega con la cabeza, petrificada. —No puedo. —Ha sido un
trabajo largo y está agotada.
—Vamos, bebé —le susurro—. Puedes hacerlo. —Beso su sien—.
Vamos. Ya casi. Uno mas. —La beso de nuevo—. El último.
Arruga la cara y aprieta mi mano con tanta fuerza que juro que
siento que se me rompen los dedos. Ella grita y el bebé se desliza en las
manos del médico.
Jadeamos mientras sostengo su cabeza contra la mía.
—Es un niño —anuncia el médico.
Un niño.
Mis ojos encuentran los de April y ella se ríe. —Un niño —susurra,
sus ojos salvajes.
La abrazo con fuerza.
Revisan al bebé y lo acuestan sobre el pecho de April, piel con piel.
Él llora.
Me inclino y miro su carita, toda arrugada y roja. Toco su cabeza que
está cubierta de cabello negro. Tiene mi color.
Oh.
La emoción me abruma y mi visión se nubla con lágrimas.
—Sebastian —susurra April. La miro y ella sonríe suavemente—.
Saluda a tu hijo. Sostenlo.
Yo la miro.
—Abrázalo —susurra.
Frunzo el ceño y lo levanto. La enfermera me pasa una manta, lo
envuelvo y lo sostengo en mis brazos. Estoy tan orgulloso, las lágrimas
corren por mi rostro.
Dios mío, esto es amor.
—¿Cuál es su nombre? —pregunta el doctor.
Incapaz de ver, me limpio los ojos con el dorso de mi antebrazo. —
Arlo —susurro mientras miro hacia el pequeño paquete.
April sonríe con orgullo. —Arlo Sebastian García.
Me inclino y beso a mi hermosa esposa. Ella ya me ha dado mucho,
pero esto...
Mágico.
Nuestra nueva vida comienza hoy.
April
Seis años después
Estoy echada en una hamaca, viendo a Sebastian jugar a la orilla del agua
con sus hijos.
El sol se acaba de poner. Hace calor y la brisa del mar es reconfortante.
Tenemos tres hijos: Arlo, Santiago y Javier. Pensamos que eso era todo y
que nuestra familia estaba completa, pero el destino tenía otras ideas. Ahora
estoy embarazada de una niña.
Sebastian está muy emocionado por tener una hija. Esta niña ya es la niña
de los ojos de su papá y ni siquiera ha nacido todavía.
Estamos en las Maldivas de vacaciones con nuestros mejores amigos.
Bree, Charlotte y Willow están en las tumbonas a mi lado. Están
bebiendo cócteles, mientras yo bebo limonada.
Parece que desde que nos conocimos, una de nosotras siempre ha estado
embarazada.
Sebastian, Julian y Spence, están jugando en el mar con los niños. Hay
una gran polémica entre nosotros, con la llegada de nuestra niña, ya serán
trece. Los niños hacen fila para que los lancen al aire. La risa se puede
escuchar haciendo eco a nuestro alrededor.
La vida es muy diferente en casa. Sebastian todavía se desempeña como
primer ministro. Parece que es demasiado bueno en su trabajo y están
felices de retenerlo. Tenemos una niñera unos días a la semana para
ayudarnos y he abierto un nuevo bufete de abogados en asociación con
Jeremy.
Y escucha esto: Jeremy es un estudiante de derecho de tercer año. Estoy
tan orgullosa de él. Resulta que el éxito es la mejor venganza. Todavía está
soltero, pero las chicas y yo estamos buscando pareja para él como unas
profesionales. Se acerca su gran historia de amor; Sé que es así.
Me encontré con Duke el otro día, está felizmente casado con la chica
más hermosa, tienen tres niñas y viven en Kensington. Se acaba de retirar
del fútbol y ha puesto en marcha su propio negocio. Parecía tan feliz, y eso
hizo que mi corazón cantara.
Sebastian sale del agua y se envuelve una toalla alrededor de la cintura.
Lo miro mientras camina por la playa hacia nosotros.
Sigue siendo el hombre más atractivo que ha caminado sobre la Tierra.
Viene y se sienta en el costado de mi tumbona, tomando mi mano entre
las suyas. —¿Estás bien, bebé?
Yo sonrío. —Uh.
Llega el camarero con una gran bandeja de cócteles. —Aquí están. —Los
coloca sobre la mesa—. ¿Será efectivo o con tarjeta?
Los ojos de Sebastian se encuentran con los míos y sonrío. Nada ha
cambiado entre nosotros. Jugamos regularmente a “La Chica Escape” en su
habitación traviesa.
Sigue siendo nuestro juego favorito.
—Efectivo —responde Sebastian. Sus ojos brillan con algo, aprieta mi
mano en la suya—. Siempre efectivo.