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PSICOLOGÍA

Las organizaciones borderline, un desafío clínico


actual

La patología de los
límites inciertos
El autor propone hacer algo más que decir que los estados
borderline no se dejan asimilar ni a la neurosis ni a la psicosis:
hay que escuchar la clínica y circunscribir clínica y teóricamente
su especificidad, advierte.

Por Luis Hornstein

18 de agosto de 2022 - 00:24

Un psicoanalista es alguien dispuesto a trabajar la historia.


Pretender un psicoanalista robotizado, ahistórico, reductible a una
función, desvitaliza la experiencia psicoanalítica o conduce un ideal
desmesurado cuya realización práctica enfrenta obstáculos
insalvables. Precio que la idealización siempre se cobra.

Neurosis, psicosis y perversión son categorías psicopatológicas


anteriores a Freud. En cambio, los estados borderline emergieron de
desarrollos posfreudianos. Los síntomas remiten a problemas del
yo y sus relaciones con los otros. Prevalecen comportamientos
autodestructivos, inestabilidad de las relaciones con los otros,
impulsividad, síntomas psicóticos episódicos, ideas de persecución
o síntomas disociativos. La dependencia al otro se acompaña a
menudo de dependencia a la droga y/o al alcohol y de una
genitalidad inestable, caótica, impulsiva, cuando no polimorfa. Los
pasajes al acto son frecuentes e imprevisibles, incluidos los
intentos de suicidio. El pasaje al acto predomina sobre la acción
específica, la catarsis sobre la praxis lúcida. El pensar es
incontinente.

La distancia, la indiferencia y la extrañeza defienden ante lo que


viniendo del otro y de la realidad es vivido como afrenta. Investir al
objeto es exponerse a reavivar angustias de
separación. Dependencia de los otros o defensa contra dicha dependencia. Si
se busca la fusión es porque, solos, temen perder su sentimiento
de sí. Lo intolerable es la alteridad. Así como un exceso de
presencia es intrusión, un exceso de ausencia es pérdida. Otros,
por el contrario, se defienden contra el peligro fusional. Preservan
su distancia por miedo a perder sus propios límites y su sentimiento
de identidad. Tienden a la autosuficiencia negando toda
dependencia.

La amenaza de separación repite viejos e intensos temores de


abandono. Para minimizarlos, acusan violentamente de malos
tratos y crueldad, así como rabiosos comportamientos
autodestructivos. De la ausencia de una relación de sostén se
derivan experiencias disociativas o actos impulsivos desesperados
(incluyendo el abuso de sustancias y la promiscuidad).

Coexisten la tonalidad depresiva, las soluciones adictivas y


somáticas, el clivaje más que la represión, la actuación más que la
fantasía, el ataque contra el pensamiento más que los
pensamientos evitados. Y entonces se trata de hacer algo más que
decir que los estados borderline no se dejan asimilar ni a la
neurosis ni a la psicosis. Hay que escuchar la clínica y circunscribir
clínica y teóricamente su especificidad.

Labilidad del yo y angustia masiva. Polimorfismo sintomático e


inconsistencia de las relaciones de objeto. Un yo desfalleciente
cumple como puede su función de elaboración de los conflictos.
Vemos en la clínica ciertos indicadores: la incidencia de los
procesos primarios en el pensamiento; el despliegue de
mecanismos de defensa primitivos (escisión, idealización primitiva,
identificación proyectiva, desmentida y omnipotencia, etc.).

Miedo de destrucción recíproca. Esclavizante dependencia del


objeto. Estemos atentos a los vínculos. No sólo cuando un vínculo
se rompe sino también cuando amenaza romperse puede
desencadenarse una depresión severa o bien desenfreno pulsional.
Al faltar irrigación deseante, el sujeto se siente vacío por dentro y
por fuera.

Como borderline o “limítrofe” esta patología ha sido bien rotulada, es


una patología de los límites inciertos, los de interior y exterior.
Entender la “problemática” del borderline como uno de los
trastornos del proceso de subjetivación ayuda a entender su
psicopatología. Él padece de déficits estructurales: se malogró el
proceso identificatorio, con una intensidad o duración que podría
afectar toda la sintomatología. Y cada tanto la vida le agrega
nuevos déficits: duelos, traumas, enfermedades orgánicas... Las
disfunciones del yo remiten a fallas del objeto. Hay que indagar la
historia identificatoria y libidinal.

Sus afectos son intensos: ira, vacío, afectos no domados. No


pueden detectarlos, darles un motivo, relacionarlos. Esa dificultad
remite a una madre que lo ayudó poco a vestir con palabras los
desnudos afectos. Una vivencia habitual es el aburrimiento. El
mundo interno parece árido. Aburrimiento o ebullición de afectos,
irrupciones de proceso primario por déficit yoico. Las bulimias o
anorexias son frecuentes, así como síntomas psicóticos episódicos.
Y mucha adicción, tanto a las personas como a las sustancias, por
la sensación de vacío psíquico. Así como en los depresivos el
alcohol y las drogas cumplen una función antidepresiva, en estos
pacientes la sensación de vacío facilita el consumo de drogas.

Las organizaciones borderline son vulnerables tanto a la invasión por


el objeto como a la pérdida. Sufren el riesgo de fragmentación,
desvalorización de yo y caída de la vitalidad. Las descripciones
clínicas no solo invitan a pensar sino exigen que pensemos.
¿Labilidad yoica, indiscriminación con el objeto? ¿Exceso de
agresión, déficit de cohesión? ¿Dificultades para investir o
vulnerabilidad ante objetos investidos?

El yo tiene por función el pensamiento, la historización, la


posibilidad de diferenciar entre objeto fantaseado y objeto real, el
pasaje del principio del placer al de realidad, el pasaje de la
angustia traumática a la señal, la tramitación de afectos. ¿Cumple
esa función el yo del borderline? Si aumenta la intensidad del
estímulo, ¿tiene alguna tolerancia o se atora de alimento, o de
droga, o de cualquier equivalente? ¿Cómo y hasta qué punto tolera
la frustración?

Las defensas se organizan en dos niveles, en que predomina la


represión y la angustia de castración o bien la escisión y la
proyección (estrategias defensivas que tienden a excluir el espacio
psíquico interno): defensas por expulsión en el acto y su repetición
(adicciones), en el cuerpo (hipocondría y somatizaciones) y en el
otro (identificaciones proyectivas).

Si con ningún paciente se debe ser rutinario, con éstos se debe ser
no convencional. Hay que lograr vivencias que faltaron en sus
primeros vínculos, plenos de temor y desilusión. El analista se
diferenciará de las actitudes traumatizantes (por exceso o por
defecto) de los padres, así como de sus colegas con miedo a
inventar. Una madre que no fue suficientemente buena es
suplantada por un analista dispuesto a reproducir estados y
sensaciones infantiles. Dijimos que sus relaciones de objeto son
inestables. Es lo que Kernberg llama el síndrome de difusión de
identidad. Los objetos se les presentan borrosos. Inestable es
también la relación terapéutica. El borderline es ingrato. A veces una
sesión suspendida o un viaje tomado como abandono le bastan
para abandonar la terapia.

El analista es algo más que el soporte de proyecciones y de


afectos movilizados por la regresión del paciente. La
contratransferencia revelará al analista no sólo su “saber” sino
también su capital libidinal y relacional que remite a su propia
historia. En su trabajo con organizaciones borderline, el psicoanalista
puede refugiarse en la técnica “clásica”. O puede poner a prueba su
singularidad, la del paciente y hacer sus opciones dentro de la
diversidad actual del psicoanálisis.

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