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PSICOLOGÍA

Las presencias mentales que forman parte de la


psicopatología cotidiana

La ineficacia del olvido


Por
Martín Alomo

12 de mayo de 2022 -
00:59

Orchestra (obra de Max Oppenheimer sobre Mahler dirigiendo la


Sinfónica de Viena).

Algunas veces no logramos recordar un nombre, una fecha o una


dirección que buscamos afanosamente en nuestra memoria aun
cuando sería prácticamente imposible tal olvido debido a nuestra
familiaridad con el dato buscado. En cambio, otras veces no
podemos olvidar una melodía pegajosa, un pensamiento
machacante o una idea absurda. Cuando así ocurre, estos
fenómenos obsesivos nos invaden, infestan nuestra vida mental y
no los podemos quitar de encima.

Es necesario partir del hecho de que no es pertinente dar una


respuesta general a situaciones particulares ya que cada caso es
diferente. Por otra parte, desde la publicación de La psicopatología de
la vida cotidiana, de Sigmund Freud, en 1901, ha preponderado la
difusión de lapsus linguae y olvidos como formaciones sintomáticas y,
en cambio, se ha desatendido lo que podríamos llamar la ineficacia
del olvido.
Sin embargo, cuando un contenido de pensamiento o una idea
machacona no nos abandonan, eso también forma parte de la
psicopatología cotidiana. Aquí me interesa señalar dos tipos
de presencias --me refiero a los fenómenos que durante un tiempo no
se dejan olvidar--. Cada una de ellas responde a hipótesis causales
diferentes. Me referiré aquí a la especificidad de estos dos tipos de
presencia inolvidable y sus determinaciones inconscientes.

Dos tipos de presencias que no se dejan olvidar

El primer tipo de presencia mental obstinada comparte la lógica de


los olvidos sintomáticos. En ellos, el material que se pretende
recordar se nos oculta por el hecho de mantener vínculos con
contenidos reprimidos --es decir: sofocados a causa del sufrimiento
psíquico que ocasionan--. En las presencias obstinadas ocurre lo
mismo: el fenómeno parasitario tiene vínculos con un material
inconsciente reprimido y, por lo tanto, funciona como representante
de dicho contenido. Tal vez el ejemplo típico con que cuenta la
teoría psicoanalítica sea el comentado por T. Reik en La melodía
inquietante, su estudio sobre Gustav Mahler, a propósito de un
encargo que le hace Freud: la redacción del discurso fúnebre
dedicado al recientemente fallecido K. Abraham.

Por otro lado, algunas veces las presencias lamentablemente


inolvidables, omnipresentes, obedecen a otro tipo de origen. En
estos casos, ellas no obedecen a las determinaciones de un
contenido reprimido del cual son sus representantes en lo
consciente. Este otro tipo de presencias tenaces dan cuenta de
contenidos traumáticos que en su franqueamiento de la barrera del
dolor no acceden al estatuto de la represión, ya que para ello
deberían pertenecer de pleno derecho al registro simbólico. En este
caso, se trata de irrupciones de lo real que, desde fuera del aparato
psíquico --para utilizar la metáfora freudiana- -pujan por ser
admitidas en él. Tal insistencia suele arrojar como productos la
siguiente variedad de fenómenos: ideas obsesivas, sueños
recurrentes, flashbacks y otras presencias similares. Estos
fenómenos comparten una característica estructural: intentan
inscribir en lo psíquico una experiencia que, por traumática, se ha
producido por fuera de la posibilidad de subjetivación. Dicho de
otra manera, ellos son intentos de “ligar” --para decirlo con un
término freudiano-- aquellas esquirlas significantes traumáticas
“desligadas”.

Dos tipos de causalidad

En el primer caso, la presencia molesta es símbolo de la represión


de los contenidos sufrientes. En el ejemplo mencionado, Reik,
profundo admirador de Mahler, a partir del encargo de Freud del
panegírico para Abraham, desde ese momento hasta la escritura y
finalmente alocución del discurso en la Sociedad Psicoanalítica de
Viena, fue acosado repetitivamente por los primeros compases del
coro final de la segunda sinfonía. Una obra que en sus inicios fuera
compuesta como marcha fúnebre y en su movimiento final incluye
la oda titulada “Resurrección”.

A Reik le sorprende no solamente la presencia obsesiva de la


melodía, sino su liberación de la misma luego de pronunciado el
elogio fúnebre. Al cabo de ello, Reik nos cuenta que su relación
con el recientemente fallecido era de tono similar a la que su
admirado Mahler, el autor de la melodía automática, había
mantenido con su maestro Hans von Bülow. Ambas parejas de
varones representaban profesor y discípulo. Además, otra
coincidencia: en contra del sueño del joven Mahler de componer
música, von Bülow le había lanzado una terrible admonición: “lo
suyo no es música, es lo más horrible que he escuchado, no se
dedique a componer”. Por su parte, Abraham, con quien Reik se
había analizado, le había dicho que se dedicara a la investigación y
a las actividades académicas, pero que no practicara el
psicoanálisis.

La pronunciación del discurso fúnebre produjo el cese de la


melodía obsesiva. Según el análisis del propio Reik, su alocución
pública lo liberó del agobio que representaba la palabra
admonitoria de Abraham en contra de sus aptitudes como
psicoanalista: finalmente, el que había muerto era su enemigo. De
este modo, el análisis de este episodio devela la lógica
identificatoria de Reik con Mahler y la consecuente analogía
evocada por las dos parejas de varones, maestros y discípulos,
represores y reprendidos, en ambos casos.

En cuanto al segundo tipo de presencia inquietante, molesta, los


flashbacks, sueños recurrentes y también ideas hiperintensas y
obsesivas, ellas no producen formaciones sintomáticas insertadas
en la trama discursiva que, en el caso de una consulta, se entabla
entre el paciente y el clínico. Cuando este último es un analista hay
lugar para que los matices más sutiles del recuerdo y del olvido
tomen su lugar en la conversación, exponiendo de ese modo la
lógica que sostiene la formación sintomática y, por eso mismo, la
posibilidad de su deconstrucción. En este segundo tipo de
presencia traumática, lo que está en primer plano es la angustiay la
potencia traumatizante una vez más, la mostración de la
continuidad discursiva interrumpida violentamente por fenómenos
extraños a su naturaleza.

En el primer caso, la presencia molesta e inolvidable representa el


padecimiento psíquico reprimido a través de una manifiesta
ineficacia del olvido. El resultado es que, para mantener a raya lo
sepultado, se torna necesaria una presencia constante que
funciona como tachadura de que hay represión, al mismo tiempo
que la delata, en una manifestación irónicamente distractiva de
retorno de lo reprimido. En el segundo caso, la presencia invasiva
encarna lo traumático no subjetivado que busca enlazarse a la
urdimbre de lo simbólico, hecho dificultosamente posible, salvo que
una escucha analítica aloje ese fuera de discurso que atormenta y
con él la posibilidad de un sujeto allí donde solo hay angustia y
desasosiego.

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