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Poeta, escritor, periodista.
Sin embargo, al decir ello, pareciera que insisto en que el idioma tendría que
ser políticamente correcto. Y no es verdad. Pero en honor a esta, resulta justo –
quizás oportuno– conocer qué es lo que diferencia a ambos términos.
Entrar (del latín ǐntrare) significa “ir hacia dentro”, “ir adentro”. Se refiere a
que llegamos a un sitio con la intención de ocuparlo y que después nos iremos de
ahí. Nuestra permanencia allá tiene el tiempo contado.
Ingresar, en
cambio (del latín
ingressus), significa
“dar (un) paso hacia
dentro”. Se trata de
una escalada, de un
progreso, de un
ascenso. En sentido
práctico, es como
subir gradas, escalar;
cuyo fin será estar en
lo alto. Cuando
alguien ingresa a un
empleo, a una
institución, a un club,
a un curso, a una
universidad o a una
sociedad, llega a
formar parte de estos.
A ello se llama ingreso. En el caso de los estudios, primero se ingresa y luego se
egresa. Egresar significa “salir de un establecimiento docente después de haber
terminado los estudios”.
Al respecto, en su libro La punta de la lengua, el periodista y novelista
español Álex Grijelmo, experto en temas del lenguaje, dice: “(…) no es lo mismo
entrar en un hospital que ingresar en él; y que entrar en la Academia (para entregar
libros, por ejemplo) no equivale a ingresar en tan docta corporación”. A renglón
aparte, añade: “Ingresar implica que el sujeto pasa a formar parte de un grupo y no
que ocupa un espacio físico al que ha accedido”.
Pese a ello, los rótulos de las propagandas, de la publicidad, de instituciones
públicas, privadas, de empresas, hospitales, clínicas, policlínicos, museos, centros,
de educación, de recreación, teatros, bibliotecas, ferias, mercados, librerías,
negocios, servicios de transporte terrestre, aéreo, fluvial y el periodismo, entre otros,
privilegian el uso de ingresar en vez de entrar, en vez de acceder. Veamos:
La Unidad de Forestación de la Alcaldía de El Alto comenzó con la
limpieza y el mantenimiento de la jardinera central de la Avenida Héroes
del Kilómetro 7, por donde se ingresa al Aeropuerto Internacional de El
Alto (…).
Arreglan el ingreso al aeropuerto de El Alto
(El Extra, 9 de septiembre de 2021)
Hay otros casos en los que la prensa se olvida del término irrumpir. Si los
autores de un robo golpean y enmanillan a sus víctimas, desde luego que esos
ladrones no piden permiso ni un “por favor” para entrar a un determinado lugar; lo
hacen a la fuerza:
Atraco. Cerca de 10 pillos ingresaron a la casa de las víctimas en El Alto,
el martes por la madrugada
Una de las críticas al lenguaje periodístico apunta a que recoge con mucha
facilidad términos complicados de los políticos, de los economistas, de la banca
porque los consideran adecuados para sus notas de prensa. Hay que añadir a ello el
uso irreflexivo de lo coloquial frente a lo real. Ayer escuché decir a alguien que un
violador entró a la cárcel. Lo correcto sería ingresó. Pero la gente no habla así. Lo
entiende al revés. El habla arrolladora de ingresar derrotó a irrumpir, a acceder, a
entrar…
Nunca faltará quien diga que esas críticas no son más que sutilezas sin
importancia del idioma, que da lo mismo, con tal de que se entienda… Lo que esa
persona tal vez ignora, desconoce, no capta, no entiende y pasa por alto es que en
esas sutilezas reside, se complementa, se argumenta, se evidencia, se nota, se
reinventa y se siente el carácter y la cualidad de la riqueza del léxico que dispone la
lengua española.
¡Ojo! Dije riqueza y léxico. Eso haría suponer que demando a que tengamos
una manera culta de hablar. No es así; se trata de rescatar vocablos, darles la
vestimenta semántica que les queda, no de llevarlos a descripciones y situaciones
ajenas. Esa debería ser otra misión de los periodistas: apostar por un vocabulario
amplio; pero no para presumir de ser cultos de palabras; acaso –más bien– el de ser
justos con ellas.
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