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SEMINARIO MAYOR NACIONAL DE LA ASUNCIÓN

INSTITUTO DE TEOLOGÍA

Curso de Patrística
Pbro. José Vinicio Sandoval

Padres de la Escuela de Antioquía


Teodoro de Mopsuestia y San Juan Crisóstomo

Esvin Rubén Gómez López


Tomás Pablo Ajchomajay
Fredy Oswaldo Figueroa Flores
Tereso Chonay Sucuc
Alfredo Zacarías Acabal Xiloj
José Antonio Marroquín Avendaño
José Javier Burgos Ruiz

TERCERO TEOLOGÍA

Ciudad de Mixco, 17 de octubre de 2017


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Introducción

El aporte de los Santos Padres a la Iglesia es invaluable, si bien es cierto


responden a una situación socio-cultural-político-religiosa, esa contribución ha
incidido en lo que se posee actualmente de las distintas ciencias religiosas e
incluso en las relaciones con la sociedad, la cultura y la política.
Tal es el caso de los Padres de la Escuela de Antioquía, Teodoro de
Mopsuestia y de San Juan Crisóstomo, contemporáneos y que nos dejaron un
legado en Sagrada Escritura, en la moral, eclesiología, cristología y
antropología, entre otras.
Con Teodoro, aunque luego fue acusado de herejía en algunos de sus
escritos dado que Nestorio utilizó mucho de su pensamiento, sin embargo hay
autores que desmienten que sea hereje y proponen ir a los documentos
originales para descubrir verdaderamente sus ideas.
San Juan de Antioquía, más conocido por Boca de Oro, por su elocuencia,
defendió a la Iglesia ante varias herejías y dejó un gran legado con sus
homilías al Evangelio según San Mateo y San Juan, a las cartas de San Pablo,
Hebreos, entre otros.
Sin duda, sólo podemos hacer una brevísima aproximación a los Santos
Padres, y de manera especial a Teodoro y Crisóstomo, ya que el tiempo se
hace corto para reflexionar y analizar sus escritos, esperamos que éste
documento sea, precisamente dicha aproximación.

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Teodoro de Mopsuestia
Antioquía, c. 350 - Mopsuestia, 428
Teólogo griego. Discípulo de Nestorio, fue obispo de Mopsuestia o
Mopsuesto en Cilicia en el 392 o 393 d.C. y uno de los más destacados
representantes de la escuela teológica de Antioquía, opuesta a la de Alejandría
por el método interpretativo bíblico. Su doctrina sobre la Encarnación,
realizada a partir de un análisis metafísico y psicológico, influyó en las tesis
de Nestorio.
Hijo de una familia noble y rica, el joven Teodoro frecuentó la escuela de
retórica del famoso Libanio. Sin embargo, no cumplidos todavía los veinte
años, su vocación se volvió a la vida ascética: ingresó en la comunidad
dirigida por Diodoro de Tarso y se dedicó al estudio de los libros sagrados.
Poco después conoció un momento de nostalgia de la vida mundana y
abandonó el claustro, al que, sin embargo, regresó tras la insistente y
elocuente invitación de su amigo y condiscípulo Juan Crisóstomo.
En el año 383, es ordenado presbítero y predica en Antioquía. Sobresale
como polemista infatigable que lucha contra los adversarios de la fe
cualesquiera que éstos fueren: origenistas, arrianos, apolinaristas, etc. Por
aquel entonces se agrupan junto a él, en el monasterio de Euprepios, Rufino de
Aquileya, Juan, que más tarde será obispo de Antioquía, Teodoreto, futuro
obispo de Ciro, y Barsumas, futuro metropolita de Nísibe.
En el año 392 fue nombrado obispo de Mopsuestia. Participó en diversas
discusiones y concilios.
A su muerte dejó una considerable herencia literaria, así como la fama de
gran maestro de la exégesis en el espíritu de la tradición antioqueña y de
temible adversario de cualquier forma de herejía. De la vasta actividad
exegética de Teodoro han llegado hasta nosotros, el comentario a los Salmos,
en "cadenas" griegas y una traducción latina; el dedicado a los doce profetas
menores; el de San Juan (en una traducción siríaca y fragmentos griegos); el
de las cartas menores de San Pablo, en una traducción latina, y, además,
algunos fragmentos de los comentarios a las epístolas A los romanos, A los
corintios (I y II) y A los hebreos.
De los textos restantes del autor conservamos los Discursos catequísticos,
en siríaco, y gran parte de la obra De Spirítu Sancto, discusión con los
macedonianos sostenida en Anazarbo en 392.
Las principales aportaciones de Teodoro de Mopsuestia son, sin embargo,
las del ámbito exegético. Si bien su teoría de los dos grados de inspiración, el
de los libros sapienciales y el de los propiamente proféticos, se vio condenada
en Constantinopla, las sólidas exigencias de la actividad anterior a la
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exegética, referentes a la discriminación del texto auténtico, y el rigor en la
aplicación del concepto de la teoría antioqueña en la identificación del sentido
típico y mesiánico de la Sagrada Escritura, hacen de Teodoro, junto con su
maestro Diodoro, el fundador de la exégesis científica.

Cristología
Teodoro se halla caracterizado por el interés puesto en la distinción de las
dos naturalezas y, por lo tanto, en la perfección de la humana en Jesucristo.
Sin embargo, aun cuando en este aspecto, lo mismo que en la polémica frente
a los macedonianos, deban reconocerse los grandes servicios prestados por
Teodoro a la teología cristiana.
Según Teodoro, las dos naturalezas de Cristo están «inmezcladas», ya que
la mezcla solamente se realiza entre naturalezas iguales, idea ésta, en sí
acertada, pero que a él le lleva a afirmar una cierta separación. La humanidad
de Cristo -dice- fue como la nuestra: no pecó, pero luchó contra las pasiones y
la concupiscencia. Un «prosopon» es el que corresponde a la naturaleza
humana y otro «prosopon» distinto es el que corresponde a la naturaleza
divina. Admite dos sujetos de atribución en Cristo: el Verbo nacido del Padre
desde la eternidad y Jesús nacido de la Virgen María en el tiempo, como un
nexo moral a lo sumo, pero no sustancial e hipostático, según la definición del
concilio de Macedonia. La perícopa bíblica «Verbum caro factum est»,
afirma, no se puede entender de una conversión propiamente dicha, sino de
algo que aparentemente se realizó. Trata, no obstante, de salvar la divinidad de
Cristo (contra Arrio) y dice que la unión entre el Verbum assumens y el
hominem assuptum, es estrechísima, y la califica de unión eat`eudo-kian, es
decir, unión según la voluntad. De esta unión resulta un «prosopon» o lo que
es lo mismo: un querer, una virtud, una dignidad, una adoración. Ese
«prosopon» de unión, resultante de la conjunción de las naturalezas humana y
divina, no presupone, en el pensar de Teodoro, la unidad de persona física, es
decir, la persona del Verbo, que sea sujeto único a quien se le atribuya
cualquier acción ejercida bien por la naturaleza humana, bien por la naturaleza
divina. Por consiguiente, dada la concepción deficiente que tiene Teodoro
sobre naturaleza e hipóstasis, hay que admitir que personaliza cada uno de
esos «prosopon» propios de cada una de las naturalezas. De ahí que,
lógicamente, no admita la comunicación de idiomas, es decir, que lo que se
afirma o predica de la naturaleza humana no se puede afirmar de Dios, y al
contrario. Únicamente, Hijo significa a un mismo tiempo Verbo y hombre y es
precisamente acerca del Hijo de quien puede afirmarse lo humana y lo divino.
Por tanto, María es por naturaleza anthropotokos (madre del hombre) y
únicamente es theotokos (madre de Dios) en sentido impropio, es decir, dado
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que en el hombre por ella engendrado habitaba Dios como en un templo.
Contra la doctrina de Apolinar de Laodicea, enseña que la perfecta
humanidad de Cristo, no desprovista de alma racional. Punto positivo, que se
ve contrapesado por su tendencia a una posición en la que la unión de las dos
naturalezas no es bien recogida.
Se puede afirmar que la cristología de Teodoro desarrolla las tesis
principales de Diodoro de Tarso.
Entre los mencionados discípulos, un nombre llama poderosamente la
atención, es el de Nestorio. No se puede determinar con certeza el modo cómo
Teodoro ejerce su influencia en Nestorio, pero lo cierto es que la cristología de
éste dista mucho de ser original. En el año 386, Teodoro va a Tarso, en donde
vive con Diodoro, y escribe hasta el 392, año en que es consagrado obispo de
Mopsuestia (Cilicia). Teodoro estuvo presente en el Concilio de
Constantinopla (año 392), que zanjó la controversia entre Agapio y Badagio
por la sede de Bostra. La ocasión de este sínodo fue la causa de que tanto el
clero como el pueblo de Constantinopla escuchasen y admirasen el saber y la
elocuencia de Teodoro. De su predicación en la Corte, cediendo a los ruegos
del emperador Teodosio, nos informa Facundo (cfr. Pro defensione... 2,2: PL
67,563). En el año 418, Teodoro ofrece asilo a Julián de Eclana y a otros
obispos pelagianos que habían sido expulsados por el papa Zósimo. Es
probable que al dirigirse Nestorio a la sede constantinopolitana visitara a
Teodoro, que murió a finales del año 428, antes, pues, de que estallase la
controversia nestoriana, en la que su nombre y su doctrina se verían
implicados.
Teodoro, aunque murió en paz con la Iglesia y no fue acusado de error por
ninguno de sus contemporáneos, sostenía algunas posiciones que no eran
compatibles con la verdadera fe de la Iglesia. Su doctrina cristológica fue
condenada en el Concilio de Constantinopla del año 553 (Controversia de los
Tres Capítulos).

El símbolo bautismal
En sus diez primeras instrucciones catequéticas, Teodoro explica a sus
catecúmenos el credo del bautismo. Como cita muchas veces textualmente
varias de sus cláusulas, es posible reconstruir la fórmula entera.
Decididamente, este credo no es idéntico al sytnbolum fidei atribuido a
Teodoro por Mario Mercator y condenado como suyo por Justiniano, por el
concilio quinto y por Leoncio. Así, pues, la autenticidad de este segundo
símbolo se presenta muy dudosa, y parece injusto asociarlo, de la manera que
sea, al nombre de Teodoro. No se puede creer en la buena fe de quienes se lo
atribuyen a él.
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Eucaristía
Las Homilías catequéticas nos permite hacer una idea de la teología
sacramental de Teodoro. Enseña claramente la presencia real y el carácter
sacrificial de la Eucaristía. Rechaza explícitamente la interpretación
puramente simbólica del sacramento.
El cambio del pan y del vino en el cuerpo y la sangre de Cristo se realiza
por la epíclesis o invocación del Espíritu Santo sobre la oblación. Teodoro
dice que el sacerdote pide «a Dios que descienda el Espíritu Santo y que la
gracia venga de lo alto sobre el pan y vino presentados, para que se vea que es
verdadero el cuerpo y la sangre de Nuestro Señor, que es el memorial de la
inmortalidad... Desde este momento creemos que son el cuerpo y la sangre de
Cristo inmortales, incorruptibles, impasibles e inmutables por naturaleza,
como ocurrió con el cuerpo de Nuestro Señor por medio de la resurrección»
(Hom. cat. 16,12). Habiendo partido el santo pan, el sacerdote «con el pan
traza sobre la sangre la señal de la cruz y con la sangre sobre el pan..., a fin de
manifestar a todos con ello que... son el memorial de la muerte y de la pasión
que padeció el cuerpo de Nuestro Señor cuando su sangre fue derramada en la
cruz por todos nosotros» (Hom. cat. 16,15).
Teodoro enseña explícitamente que todos los que comulgan reciben a Cristo
entero: «Cada uno de nosotros toma un pequeño bocado, pero creemos recibir
en este bocado a [Cristo] entero. Porque sería muy extraño que la hemorroísa
recibiera un don divino con sólo acercarse a la extremidad de su vestidura, que
no era ni siquiera una parte de su cuerpo, sino del vestido, y, en cambio,
nosotros no creamos que en una parte de su cuerpo le recibimos a El todo
entero» (Hom. cat. 16,18).
En cuanto al momento y forma de la consagración, Teodoro afirma que es
obra de la epíclesis del Espíritu Santo: «No debemos mirar ya como pan y
cáliz lo que se presenta, sino como el cuerpo y la sangre de Cristo, en que los
convierte la venida de la gracia del Espíritu Santo» (Hom. cat. 15,11).
Teodoro es, pues, de la misma opinión que Cirilo de Jerusalén respecto de
la epíclesis: a ella le atribuyen los dos la consagración.

Penitencia
Teodoro es un testigo en favor de la existencia del sacramento de la
penitencia y de su necesidad como preparación a la comunión para todos los
que han caído en pecado grave después del bautismo. Pocos son los escritores
cristianos de la antigüedad que dan tanta información sobre esta materia como
él. Distingue claramente entre pecados «involuntarios» o veniales y pecados

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«grandes». Asegura a sus neófitos que la primera clase no debería impedirles
el acercarse a la comunión, por cuanto que obtendrán el perdón de esos
pecados en la recepción de la Eucaristía, si es que se arrepienten de ellos.
Por otra parte, los pecados graves impiden a los culpables participar de la
Eucaristía, a no ser que hagan una confesión sacramental a un sacerdote y en
secreto.
Teodoro añade que, después de arrepentirse, el pecador «debería colocarse
nuevamente en la misma confianza que tuvo antes, porque fue censurado y él
corrigió sus caminos, y por medio de un arrepentimiento verdadero ha
recibido el perdón de sus pecados» (Hom. cat. 16, 43).

Antropología y Doctrina de la Justificación


Mario Mercator acusó a Teodoro de ser el padre del pelagianismo. Los
extractos de los escritos de Teodoro que presenta como pruebas de acusación,
el dictamen de Focio sobre el tratado Adversus defensores peccati originalis
de Teodoro, así como las citas del quinto concilio ecuménico, dan a entender
que la doctrina de Teodoro sobre el pecado original era como sigue: El
hombre no fue creado inmortal, sino mortal; Adán y Eva, con su pecado, se
perjudicaron solamente a sí mismos; la mortalidad universal no es un castigo
por el pecado de Adán; los efectos del pecado de Adán la condición actual de
hombre no tienen carácter de penalidades, sino de una prueba, un experimento
instituido por Dios. Las torturas de los condenados cesarán un día. Después de
examinar cuidadosamente las obras auténticas de Teodoro, que están ahora a
nuestra disposición, Devreesse llegó a la conclusión de que en ellas no aparece
nada de esto absolutamente. El y Amann coinciden en afirmar que de esas
obras se puede lograr una síntesis doctrinal sobre el pecado original que es
ortodoxa en todos sus detalles. Por eso Devreesse está convencido de que los
extractos de Mario Mercator y de Focio estaban falsificados. Aunque no fuera
así, es totalmente evidente que hoy día a Teodoro no se le llamaría padre del
pelagianismo. En cambio, Gross sigue pensando que Teodoro era contrario a
la doctrina del pecado original.
Enseña también que el hombre se compone de dos substancias solas, es
decir, de alma y cuerpo, y que el sentido y el espíritu no son una substancia
distinta, sino facultades innatas del alma, por medio de las cuales respira, es
racional y hace que el cuerpo sea capaz de sentir. Además, el libro XIV de
esta obra trata propiamente de la naturaleza increada única incorpórea y
dominadora, de la Santa Trinidad, y de la racionalidad de las criaturas, que
explica con sentido apoyándose en las Sagradas Escrituras (De Incarnatione).
La doctrina de Teodoro respecto a la justificación dio pie a muchos
malentendidos, aun si rechazamos las acusaciones de Leoncio como
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exageradas. Según Teodoro el pecado de Adán le sometió a él y a la
humanidad a la muerte, porque entonces él era mutable. Pero lo que en el caso
de Adán era la consecuencia del pecado, en sus descendientes es la causa, así
que como consecuencia de la mutabilidad todos los hombres pecan
personalmente de una manera u otra. El objeto de la Redención era transferir a
la humanidad de su condición de mutabilidad y mortalidad al estado de
inmutabilidad e inmortalidad. Esto sucedió primero en el caso de Cristo,
fundamentalmente por la unión con el Logos, sobre todo en su Bautismo y
completamente en su Resurrección. En la humanidad este cambio se realiza
por la unión con Cristo. La unión comienza en el bautismo, por el que (1) se
perdonan todos los pecados (personales), (2) se concede la gracia de Cristo y
nos lleva a la inmutabilidad (impecabilidad) e inmortalidad. En el bautismo de
los niños solo se da este segundo efecto. No se puede negar que estas ideas
tienen un cierto parecido con los pensamientos fundamentales del
pelagianismo; sin embargo, es muy difícil determinar si Teodoro influyó en
Pelagio y Celestio (según Mario Mercator, a través del sirio Rufino P.L.,
XLVIII, 110), o si ellos influyeron en Teodoro.

Condenación de la doctrina
La escuela de Antioquía alcanzó durante este período la cima de su fama,
siendo su jefe Diodoro de Tarso. El y sus grandes discípulos, San Juan
Crisóstomo, Melecio de Antioquía y Teodoro de Mopsuestia, se mantuvieron
fieles a los principios de su fundador Luciano. Quien ponía mucho énfasis en
la traducción literal del texto bíblico y en el estudio histórico y gramatical de
su sentido.
Nestorio, alumno de la escuela teológica de Antioquía, en sus sermones
episcopales afirmó que en Cristo hay dos personas, una persona divina, que es
el Logos, que mora en una persona humana, y que no se podía llamar
Theotokos, Madre de Dios, a la Virgen María.
El tercer concilio ecuménico. En la primera sesión (22 de junio del 431),
que presidió Cirilo como delegado papal, Nestorio fue depuesto y
excomulgado; se condenó su doctrina cristológica y se reconoció
solemnemente el título de Theotokos.
Los fragmentos, relativamente extensos, de la producción literaria de
Teodoro recuperada en los últimos años han provocado un aumento de interés
por su doctrina y han llevado a examinar nuevamente las razones que
movieron al concilio ecuménico quinto de Constantinopla a condenarle el 553.
El mismo año de 428, en que Teodoro moría en paz y comunión con la Iglesia,
ascendía a la cátedra episcopal de Constantinopla su discípulo Nestorio, con
cuya caída estaría ligada la suerte de aquél. La oposición contra Teodoro, cuya
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ortodoxia nadie puso en duda durante su vida, empezó poco después del
concilio de Efeso (431) por obra de Rábula de Edesa, cuyo ataque obligó a
hacer la primera colección de extractos de los escritos de Teodoro, los
llamados Capitula, presentada a Proclo de Constantinopla por los monjes
armenios. Las cartas 67.69.71.73 y 74 de Cirilo de Alejandría contienen
durísimas condenaciones de Teodoro, acusándole de nestorianismo. M.
Richard y R. Devreesse han demostrado que el quinto concilio basó su
condenación en extractos de las obras de Teodoro tomados de un florilegio
hostil y falsificado. Allí donde es dable cotejar y controlar los extractos con
los textos recientemente descubiertos, se ve que acusan omisiones,
interpolaciones, truncamientos o alteraciones en casi todos los casos; ello es
más que suficiente para dudar de la fidelidad de los demás extractos. Por este
camino, Richard, Devreesse y otros han llegado a la conclusión de que se debe
renunciar a toda tentativa de utilizarlos para establecer el pensamiento genuino
de Teodoro. Para llegar a un juicio verdadero sobre su posición doctrinal
habría que rechazarlos y recurrir únicamente a fuentes “amigas,” y en
particular a las versiones siríacas auténticas.

San Juan Crisóstomo


Biografía
Nacimiento, año 347. En Antioquía, Siria. Fallecimiento 14 de septiembre,
año 407, en Comana Póntica. Alma máter, Escuela de Antioquía. Juan
Crisóstomo o Juan de Antioquía fue un clérigo cristiano eminente, patriarca de
Constantinopla, uno de los cuatro grandes Padres de la Iglesia del Oriente. La
Iglesia ortodoxa griega, lo valora como uno de los más grandes teólogos y uno
de los tres pilares de esa Iglesia, juntamente con Basilio el Grande y Gregorio
Nacianceno. Por su formación intelectual y su origen, es el único de los
grandes Padres orientales que procede de la Escuela de Antioquía.
El padre de Juan, Secundo, era un alto oficial del ejército sirio y murió poco
tiempo después del nacimiento de Juan por lo que su hermana mayor y él
quedaron a cargo de Antusa, la madre. Juan fue bautizado en 370, a la edad de
23 años. Comenzó estudios con el filósofo Andragatio y continuó con Libanio
famoso orador del paganismo romano. Libanio quedó maravillado con la
elocuencia de su discípulo y previó para el mismo una brillante carrera como
estadista o legislador. Sin embargo, un encuentro con el obispo Meletio
resultó decisivo en la vida de Juan, previendo con visión profética el futuro del
joven, quien comenzó a estudiar teología con Diodoro de Tarso. Llevaba en
casa una vida de estricta mortificación, terminó dirigiéndose a las montañas
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vecinas, y encontró allí a un ermitaño anciano, con quien compartió la vida
durante cuatro años. “Se retiró entonces a una cueva solo, buscando ocultarse.
Permaneció allí veinticuatro meses; la mayor parte del tiempo lo pasaba sin
dormir, estudiando los testamentos de Cristo para despejar la ignorancia. Al
no recostarse durante esos dos años, ni de noche ni de día, se le atrofiaron las
partes infragástricas y las funciones de los riñones quedaron afectadas por el
frío.
Vuelto a Antioquía, el año 381 le ordenó de diácono Melecio y el 386 de
sacerdote el obispo Flaviano. Este último le asignó como deber especial el
predicar en la iglesia principal de la ciudad. Con habilidad y éxito, se aseguró
para siempre el título del más grande orador sagrado de la cristiandad. El 27
de septiembre del 397 murió Nectario, patriarca de Constantinopla, y para
sucederle fue elegido Juan. Como éste no mostrara ningún interés a aceptar el
cargo, fue llevado a la capital por orden de Arcadio por la fuerza y con
engaño. Se le obligó a Teófilo, patriarca de Alejandría, a consagrarle el 26 de
febrero del 398. Inmediatamente Crisóstomo puso manos a la obra en la
reforma de la ciudad y del clero, que se habían corrompido en tiempos de su
predecesor.
Este Padre de la Iglesia fue famoso por sus discursos públicos y por su
denuncia de los abusos de las autoridades imperiales y de la vida licenciosa
del clero bizantino. Su enfrentamiento con la corte del emperador Arcadio y
de su esposa Elia Eudoxia resultó en su destierro. Reinstalado en su sede
episcopal temporalmente, fue por último depuesto y exiliado hasta su muerte.
Un siglo después, Juan de Constantinopla recibió el título por el que le conoce
la posteridad: Juan Crisóstomo. Ese término proviene del griego,
chrysóstomos (χρυσόστομος), y significa ‘boca de oro’ en razón de su
extraordinaria elocuencia que lo consagró como el máximo orador entre los
Padres griegos.

Genealogía de Jesucristo, hijo de David y de Abraham


Crisóstomo no trata aquí de una genealogía o de aquella generación eterna,
sino de una que es inferior y terrena, de la cual hay tantos testigos. Se puede
hablar de este punto es por la gracia del Espíritu Santo que hemos recibido y a
la vez de nuestras fuerzas y capacidad. Recordando claramente que no se
puede explicar con toda claridad este punto porque es sobremanera estupenda;
necesario levantar la mente y llenarse de un santo escalofrío con sólo oír que
Dios ha venido a la tierra. Esto es admirable que los profetas quedaron
estupefactos de contemplar que se dejó ver en la tierra y conversó con los
hombres.

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En realidad, estupenda cosa es oír que Dios inefable, inenarrable,
incomprensible, igual al Padre, viniera mediante una Virgen y se dignare
nacer de mujer y tener por ancestros a David y Abraham. Pero ¿qué David y
Abraham? Lo que es más que escalofriante; al oír semejantes cosas, levanta tu
ánimo y no vaya a sospechar sutileza, sino admírate de que el Hijo de Dios,
haya aceptado que se llamara hijo de David, para hacerte a ti hijo de Dios.
Toleró tener por padre a un esclavo para hacer que tú, esclavo, tuviera a Dios
por Padre. Cuando oyes que el Hijo de Dios es hijo de David y de Abraham,
ya no dudes de que el hijo de Adán llegará hacer hijo de Dios. Nació según la
carne para que tú nacieras según el Espíritu, nació de mujer para que tú
dejaras de ser hijo de mujer. Hay doble genealogía, nacer de mujer es propia
generación de lo humano, mientras nacer del Espíritu Santo es otra generación
será superior a la humana. Para investigar como descendía de David,
comenzamos por Dios mismo que envió al ángel Gabriel y le dice que vaya a
una virgen, desposada con un varón llamado José, de la casa y familia de
David. ¿Qué mayor claridad, pues oyes que la Virgen fue de la casa y familia
de David?
Nadie lo llamaba hijo de Abraham, porque Abraham es de los más antiguos
que David y por eso en las Escrituras se menciona solo el hijo de David.
También Mateo pone la genealogía de José y no de María, porque no quería
que los judíos, al mismo tiempo que conocía el parto, supieran que nacía de
una Virgen, si ellos desde un principio hubieran oído sobre este misterio, lo
habrían interpretado maliciosamente y habrían lapidado a la Virgen y la
habrían condenado como adúltera. Cuando Dios le dice al ángel Gabriel que
se vaya a una Virgen, desposada con un varón llamado José, de la casa y de
familia de David; de aquí se concluye que José también traía el mismo origen.

Cristología
Atacó a los anomeos, el partido arriano más radical, que pretendía conocer
a Dios como Él se conoce a sí mismo (Hom. 2,3) y no sólo sostenían la
desigualdad, sino que llegaban a negar aun la semejanza de naturaleza entre el
Hijo y el Padre. Su fundador era Aecio, pero su maestro principal, Eunomio,
por quien se llamaron eunomianos. Crisóstomo. Defiende la naturaleza
inefable, inconcebible e incomprensible de Dios contra estas tendencias
racionalistas, que niegan la trascendencia de la religión cristiana. Al mismo
tiempo señala la igualdad del Hijo con el Padre. Sus fuentes, además de la
Escritura, son Filón, Basilio el Grande y Gregorio de Nisa.
Aunque era discípulo de Diodoro de Tarso, no se sintió llamado a defender
la cristología de la escuela de Antioquía. Distingue claramente entre ousia o
physis para significar naturaleza, e hypostasis o prosopon para significar
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persona. Enseña que el hijo es de la misma esencia que el Padre y emplea por
lo menos cinco veces la fórmula nicena homoousios para caracterizar la
relación del Hijo con el Padre (Hom. 7,2 contra Anomoeos). Prefiere,
expresiones como “igual al Padre,” “igual en esencia,” “igualdad en esencia.”
Es suya esta afirmación: “Al oír vosotros Padre e Hijo, no deberíais buscar
otra cosa para manifestar la relación según la esencia. Mas, si a vosotros no os
basta para probar la igualdad de honor y la consubstancialidad, podréis
aprenderlo también por las obras” (Hom. 74 in Ioh. 2). Procediendo como
procede del Padre, el Hijo tiene que ser eterno:
Si alguno dijere: “¿Cómo puede ser que, siendo Hijo; no sea más joven que
el Padre?, pues el que procede de otro, por fuerza es posterior a aquel de quien
procede,” le diremos que estas cosas son más bien razonamientos humanos; a
tales cosas no se debe prestar siquiera el oído. Porque dime: ¿El rayo del sol
procede de la naturaleza del sol o de alguna otra parte? Todo el que no esté
privado de sus sentidos deberá confesar que procede de ella. Y, sin embargo,
aunque el rayo procede del mismo sol, no podemos decir que en cuanto al
tiempo sea posterior a la naturaleza del sol, porque el sol nunca apareció sin
rayos. Ahora bien, si respecto de estos cuerpos visibles y sensibles se ha
demostrado que uno que procede de otro no es posterior a aquel de quien
procede, ¿por qué eres incrédulo respecto de la naturaleza invisible e inefable?
Esto mismo ocurre allí, como conviene a aquella substancia. Por ello le llamó
Pablo con este nombre [Esplendor] (Hebr 1,3), expresando así que procede de
Él y que es coeterno con El. ¿Qué, pues? Dime: ¿No fueron creados por Él
todos los siglos y todos los espacios? Todo el que no sea un mentecato tendrá
que confesarlo. Por consiguiente, no hay ningún intervalo entre el Hijo y el
Padre. Y si no hay ningún intervalo, no es posterior, sino coeterno. Porque
“antes” y “después” son nociones que implican tiempo; sin edad o tiempo
nadie podría comprender estas palabras. Ahora bien, Dios está por encima de
los tiempos y de los siglos (Hom. 4 in Ioh. 1-2).
Recalca la divinidad completa y perfecta de Cristo contra los arrianos, y la
humanidad perfecta y completa contra los apolinaristas. Insiste en la realidad e
integridad de estas dos naturalezas en Cristo. Cristo es de la misma naturaleza
que el Padre. Tenía también un cuerpo humano, no pecador como el nuestro,
pero idéntico al nuestro en cuanto a la naturaleza (Hom. 13 in Rom. n.5). A
pesar de la dualidad de naturalezas, no hay más que un solo Cristo:
“Permaneciendo lo que era, asumió lo que no era, y aunque se hizo carne,
siguió siendo Dios Verbo... Se hizo esto [hombre], asumió esto [al hombre],
era lo otro [Dios]. Un solo Dios, un solo Cristo. Decir “un solo [Cristo],”
significa unión, no mezcla. “Por la unión y por la conjunción, el Dios Verbo y

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la carne son uno, por cierta unión inefable e inconcebible. Él no quiere
investigar la unión de las dos naturalezas en una única persona.

Eucaristía
Llama a la Eucaristía “una mesa tremenda” y divina”, “los misterios
terribles y divinos”, “misterios inefables que exigen reverencia y temblor”. El
vino consagrado es “el cáliz de santo temor”, “la sangre tremenda y preciosa”.
Señalando el altar, dice: “Allí yace Cristo inmolado”. “Lo que está en el cáliz
es aquello que manó del costado... ¿Qué es el pan? El cuerpo de Cristo”.
Piensa, aunque seas tierra y ceniza, recibes la sangre y el cuerpo de Cristo”.
“No nos concedió solamente el verle, sino tocarle también, y comerle, e hincar
los dientes en su carne y unirnos a El de la manera más íntima”. Lo que no
toleró en la cruz [es decir, que le quebrantaran las piernas], lo tolera ahora en
el sacrificio por tu amor; y permite que le fraccionen para saciar a todos”.
Aplica aquí a la substancia del cuerpo y de la sangre de Cristo lo que,
estrictamente hablando, es verdad sólo de los accidentes de pan y vino, para
poner lo más claro posible la verdad de la presencia real y la identidad del
sacrificio eucarístico con el sacrificio de la cruz.

Eclesiología de San Juan de Antioquía (Crisóstomo)


Para comprender la eclesiología de San Juan Crisóstomo es necesario
conocer el contexto histórico en que vivió. En efecto, fue un período en que se
fraguó el tránsito de las comunidades cristianas, inmersas en una sociedad
pagana, a la sociedad cristianizada, fenómeno histórico de mayor importancia
que influyó notablemente en la vida de la Iglesia.
Se trató de una época desde muchos puntos de vista diferente a la etapa
anterior al edicto de Milán (313); en esta nueva época se operaron reajustes
sensibles en los más diversos terrenos de la ekklesía, desde la pastoral y la
liturgia, hasta las instituciones, que repercutieron hondamente tanto en la vida
de los fieles como en las estructuras eclesiales. Con esto se puede decir que la
Iglesia sufrió un antes y un después que marcarán su rombo hacia los
siguientes siglos.
Por otro lado, el siglo IV trajo la libertad al cristianismo y tras ella vino el
rápido crecimiento del número de files producido por la progresiva
incorporación a la Iglesia de las masas populares del mundo grecolatino. La
recepción de las muchedumbres en la Iglesia tuvo como inevitable
consecuencia una cierta pérdida de «calidad» del pueblo cristiano en relación
con el de épocas anteriores.
Es una sociedad cristianizada, al revés de lo que ocurría en la era de las
persecuciones, el hombre no llegaba a la Iglesia en virtud de una «conversión»
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personal, sino que nacía dentro de ella. Nacer cristiano fue ya muy frecuente
en el siglo IV, y en el siglo V pasó a ser lo habitual en las tierras griegas y
románicas.
Así, la Iglesia se vio obligada a rehacer su propia organización sobre bases
más amplias, que eran parte del desarrollo de instituciones cristianas de la
época precedente y también se adaptó a esquemas de la administración civil
(Impero Romano). Este fue (lo que en la historia de la Iglesia se conoce
como:) el principio de adaptación. Los primeros órganos de la autoridad en la
Iglesia, siempre en torno a la figura del Obispo, fueron las diócesis, agrupadas
en provincias eclesiásticas y éstas en patriarcados, el pontificado romano y los
concilios ecuménicos (Nicea 325, Éfeso 431, Calcedonia 451 y
Constantinopla 681).
En suma, la vida y las obras de San Juan Crisóstomo muestran las luces y
las sombras del proceso de inculturación del cristianismo en dos importantes
ciudades del Impero Romano Oriental, Antioquía y Constantinopla.
Por otra parte, la eclesiología propiamente de San Juan Crisóstomo se
centra en sus predicaciones; se desarrollaban habitualmente durante la liturgia,
«lugar» en el que la comunidad se construye con la Palabra y la Eucaristía.
Aquí la asamblea reunida expresa la única Iglesia (Homilía 8, 7 sobre la carta
a los Romanos); en todo lugar la misma Palabra/Logos se dirige a todos
(Homilía 24, 2 sobre la Primera Carta a los Corintios) y la comunión
eucarística se convierte en signo eficaz de unidad (Homilía 32, 7 sobre el
evangelio de san Mateo).
Su proyecto pastoral se insertaba en la vida de la Iglesia: que es figura de
la Jerusalén celeste y cuerpo místico de Cristo (Cf. 1Cor 12,12-18; Ef 4,4); en
la que los fieles laicos con el bautismo asumen el oficio sacerdotal, real y
profético. Al fiel laico dice: «También a ti el bautismo te hace rey, sacerdote y
profeta» (Homilía 3, 5 sobre la segunda carta a los Corintios). «Las palabras
que pronuncia el sacerdote en la fuente bautismal, como si de un útero se
tratara» (Comentario a la carta a los Gálatas, sobre la Iglesia, figura de la
Jerusalén celeste).
De aquí brota el deber fundamental de la misión, porque cada uno en alguna
medida es responsable de la salvación de los demás: «Este es el principio de
nuestra vida social...: no interesarnos sólo por nosotros mismos» (Homilía 9, 2
sobre el Génesis). Todo se desarrolla entre dos polos: la gran Iglesia y la
«pequeña Iglesia», la familia, en relación recíproca.
Finalmente se puede decir que la eclesiología de San Juan Crisóstomo se
aterriza en la Liturgia como el lugar de la comunidad, donde se reúnen para
escuchar la Palabra y para celebrar la eucaristía. Y con éstas dimensiones,

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Crisóstomo afirma que el Señor se encuentra en la Comunidad, Palabra y
Eucaristía.
Otro concepto a resaltar es la Iglesia como «Cuerpo Místico de Cristo»,
donde el laico nace y –por medio del Bautismo- es profeta, sacerdote y rey.
Que lo convierte en misionero y responsable de la salvación de los demás. Es
menester recordar que el tema del laicado en este santo se desarrolla dentro de
la Iglesia; y que los fieles deben cumplir su misión en el cuerpo de Cristo.

Doctrina antropológica
Acerca de la naturaleza humana, el pensamiento y la terminología de
Crisóstomo, están marcados por una fuerte impronta filosófica de origen
estoico. Según Crisóstomo, Dios ha concedido a los hombres el «haber sido
puesto en condiciones de aprender qué debemos hacer y el haber alcanzado el
conocimiento de la ley natural, como también el haber puesto en nuestro
interior, desde el momento en que nos creó, ese insobornable tribunal que es la
conciencia» (Hom. 14,2).
Su antropología tiene fundamentalmente raíces bíblicas y no paganas, por
cuanto se basa en la noción de creación. Es el hombre el que ocupa el punto
central de la acción creadora de Dios y de su intervención en la historia:
«Entonces, cuando todas las demás criaturas habían sido ya creadas, fue
creado también el hombre. Ahora sucede lo contrario: el nuevo hombre es
formado antes que la nueva creación. Él es regenerado en primer lugar y
después será transformado el mundo. Igual que al principio Dios creó
íntegramente al hombre, también ahora lo recrea por completo» (Hom. 25,2).
Se ve necesariamente obligado a marcar el equilibrio entre la libertad
humana y el gobierno soberano de Dios sobre todo suceso: «Dios hace que
nos aproximemos a Él no por la fuerza, sino respetando nuestra libertad. No
cerréis la puerta a esta luz y seréis verdaderamente felices. En verdad, esta luz
llega a nosotros mediante la fe y, una vez que os ha alcanzado, ilumina a
quienes de entre nosotros la acogen» (Hom. 5,4). Crisóstomo acentúa el papel
de la libertad humana, salvaguardando la iniciativa de Dios en el proceso de
santificación: «Dios, no teniendo necesidad de nadie por no estar sometido a
ninguna de las necesidades a las que se ven los hombres expuestos, todo lo
obra atendiendo exclusivamente a nuestra salvación, si bien quiere que ésta,
en último término dependa de nuestra libre voluntad» (Hom. 10,1). Los dones
divinos, como la gracia y la fe, son concedido cuando el hombre los acepta
libremente: «En la vida sobrenatural depende de Dios dar la gracia, pero está
en nuestras manos el acogerla con fe viva» (Hom. 10,3).
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El hombre sigue siendo libre para pecar o no, por mucho que la naturaleza
humana, como consecuencia del pecado de Adán, se halle sometida a penas y
necesidades; contra el fatalismo maniqueo dice: «Porque de la naturaleza es
emocionarse al oír hablar de tales cosas, pero el asistir a esos espectáculos no
es una exigencia de la naturaleza, sino un pecado del libre albedrío. Si uno se
acerca demasiado al fuego, inevitablemente se quema, pues así lo quiere la
debilidad de nuestra naturaleza. Pero no es la naturaleza la que nos empuja
hacia el fuego y hacia la destrucción de nuestro cuerpo por él causada, a esto
último sólo puede movernos el mal uso de nuestra libertad» (Hom. 18,4).
Incluso después de pecar, el hombre sigue siendo libre para acudir a la
penitencia; también en este caso es Dios quien con su misericordia toma la
iniciativa: «A pesar de lo cual, Dios ha abierto también a ese hombre las
puertas de la penitencia y le ha ofrecido muchos modos de purificarse de sus
pecados si así lo desea. Querría que pensarais en cuán grandes pruebas de
bondad y clemencia son el que por medio de la gracia nos perdone los pecados
y el que no castigue a quien, tras la gracia, incurre nuevamente en pecado
haciéndose merecedor de un castigo más grave» (Hom. 28,1).
La santificación personal supone la realización de obras buenas, pero es
ante todo acción del Espíritu Santo: «Quien sepa valorar los diferentes grados
de santidad entre una y otra persona, advertirá las grandes diferencias
existentes en este caso. Aquéllos eran llamados con ese nombre en la medida
en que no adoraban a los ídolos, ni fornicaban, ni cometían adulterio. Nosotros
nos hacemos santos no sólo por abstenernos de tales cosas, sino por poseer
virtudes mayores. Además, obtenemos ese don, sobre todo por la presencia del
Espíritu Santo en nuestras almas y también porque nuestra vida es mucho más
virtuosa que la de los judíos» (Hom. 14,2). Las buenas obras, siempre en
unión con la fe y la esperanza, contribuyen necesariamente a la salvación:
«No creamos que la sola fe basta para nuestra salvación. Si no llevamos una
vida intachable y nos presentamos con vestidos indecorosos a una invitación
tan prometedora y alegre, no podremos escapar a la misma pena que padeció
aquel desgraciado» (Hom. 10,3). «En nada deben ponerse las esperanzas de
salvación sino en las propias buenas obras y en la gracia de Dios» (Hom.
21,3).

Conclusiones
- Teodoro no desarrolla sistemáticamente una eclesiología, pero
implícitamente, por medio de la sacramentología hace ver la visión de
una Iglesia unida en el episcopado y reunida en torno a la celebración
eucarística, se podría decir que Teodoro presenta una Iglesia al más puro
estilo apostólico.
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- Teodoro, al escribir sobre el génesis, hace suya esa teología de la
creación, en la cual hace una relación con Cristo, y pone al hombre
como resultado de la acción de Cristo en la Encarnación. El hombre por
tanto posee dos naturalezas cuerpo y alma, y que el sentido y el espíritu
no son una substancia distinta. el pecado de Adán le sometió a él y a la
humanidad a la muerte, porque entonces él era mutable. Pero el hombre
fue transformado a una vida inmortal e inmutable, pero esto se dio
primero en Cristo. Por consiguiente el hombre es justificado solo en
Cristo.
- El autor Grillmeier, después de examinar cuidadosamente sus escritos
auténticos, ha llegado a la conclusión de que ningún teólogo de la
generación que vivió entre los años 381 y 431 contribuyó más que
Teodoro de Mopsuestia al progreso de la cristología. Si es verdad que su
doctrina contenía algunas tendencias peligrosas, es igualmente verdad
que tenía elementos positivos que apuntan en la dirección de Calcedonia
y prepararon su fórmula. Se le consideró totalmente ortodoxo tanto sus
escritos como su persona durante su vida solo después de su muerte fue
condenado porque el hereje Nestorio, toma como base los escritos de
Teodoro para decir su doctrina herética.
- San Juan Crisóstomo no sistematizó su eclesiología, sin embargo, dejó
una base sólida en la liturgia; es decir, ésta se entiende a partir de la
liturgia.
- La eclesiología de San Juan Crisóstomo se basa en la teología paulina;
porque para él, el nuevo Pueblo de Dios es el cuerpo místico de Cristo
(cf. Ef 2,1ss). En efecto, para ser parte de este nuevo Pueblo de Dios es
necesario el sacramento del bautismo que, es ante todo, una gracia de
Dios.
- Se puede resumir la eclesiología de San Juan Crisóstomo en tres
dimensiones, la Palabra de Dios; la comunidad; y la Eucaristía. En estas
tres está Jesucristo; y los neófitos para tener un encuentro con el Señor
Resucitado deben integrar estas dimensiones en su vida sin menospreciar
o supravalorar alguna de ellas.
- Acerca de la naturaleza humana, el pensamiento y la terminología de
Crisóstomo, están marcados por una fuerte impronta filosófica de origen
estoico.
- Es el hombre el que ocupa el punto central de la acción creadora de Dios
y de su intervención en la historia.
- Se ve necesariamente obligado a marcar el equilibrio entre la libertad
humana y el gobierno soberano de Dios sobre todo suceso.

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- Crisóstomo acentúa el papel de la libertad humana, salvaguardando la
iniciativa de Dios en el proceso de santificación.
- El hombre sigue siendo libre para pecar o no, por mucho que la
naturaleza humana, como consecuencia del pecado de Adán, se halle
sometida a penas y necesidades.
- Incluso después de pecar, el hombre sigue siendo libre para acudir a la
penitencia; también en este caso es Dios quien con su misericordia toma
la iniciativa.
- La santificación personal supone la realización de obras buenas, pero es
ante todo acción del Espíritu Santo.
- Las buenas obras, siempre en unión con la fe y la esperanza, contribuyen
necesariamente a la salvación.

Bibliografía

SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de San Juan, Madrid


1991.
QUASTEN, J., Patrología II. La edad de oro de la literatura patrística,
Madrid 1962.

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