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INSTITUTO DE TEOLOGÍA
Curso de Patrística
Pbro. José Vinicio Sandoval
TERCERO TEOLOGÍA
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Teodoro de Mopsuestia
Antioquía, c. 350 - Mopsuestia, 428
Teólogo griego. Discípulo de Nestorio, fue obispo de Mopsuestia o
Mopsuesto en Cilicia en el 392 o 393 d.C. y uno de los más destacados
representantes de la escuela teológica de Antioquía, opuesta a la de Alejandría
por el método interpretativo bíblico. Su doctrina sobre la Encarnación,
realizada a partir de un análisis metafísico y psicológico, influyó en las tesis
de Nestorio.
Hijo de una familia noble y rica, el joven Teodoro frecuentó la escuela de
retórica del famoso Libanio. Sin embargo, no cumplidos todavía los veinte
años, su vocación se volvió a la vida ascética: ingresó en la comunidad
dirigida por Diodoro de Tarso y se dedicó al estudio de los libros sagrados.
Poco después conoció un momento de nostalgia de la vida mundana y
abandonó el claustro, al que, sin embargo, regresó tras la insistente y
elocuente invitación de su amigo y condiscípulo Juan Crisóstomo.
En el año 383, es ordenado presbítero y predica en Antioquía. Sobresale
como polemista infatigable que lucha contra los adversarios de la fe
cualesquiera que éstos fueren: origenistas, arrianos, apolinaristas, etc. Por
aquel entonces se agrupan junto a él, en el monasterio de Euprepios, Rufino de
Aquileya, Juan, que más tarde será obispo de Antioquía, Teodoreto, futuro
obispo de Ciro, y Barsumas, futuro metropolita de Nísibe.
En el año 392 fue nombrado obispo de Mopsuestia. Participó en diversas
discusiones y concilios.
A su muerte dejó una considerable herencia literaria, así como la fama de
gran maestro de la exégesis en el espíritu de la tradición antioqueña y de
temible adversario de cualquier forma de herejía. De la vasta actividad
exegética de Teodoro han llegado hasta nosotros, el comentario a los Salmos,
en "cadenas" griegas y una traducción latina; el dedicado a los doce profetas
menores; el de San Juan (en una traducción siríaca y fragmentos griegos); el
de las cartas menores de San Pablo, en una traducción latina, y, además,
algunos fragmentos de los comentarios a las epístolas A los romanos, A los
corintios (I y II) y A los hebreos.
De los textos restantes del autor conservamos los Discursos catequísticos,
en siríaco, y gran parte de la obra De Spirítu Sancto, discusión con los
macedonianos sostenida en Anazarbo en 392.
Las principales aportaciones de Teodoro de Mopsuestia son, sin embargo,
las del ámbito exegético. Si bien su teoría de los dos grados de inspiración, el
de los libros sapienciales y el de los propiamente proféticos, se vio condenada
en Constantinopla, las sólidas exigencias de la actividad anterior a la
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exegética, referentes a la discriminación del texto auténtico, y el rigor en la
aplicación del concepto de la teoría antioqueña en la identificación del sentido
típico y mesiánico de la Sagrada Escritura, hacen de Teodoro, junto con su
maestro Diodoro, el fundador de la exégesis científica.
Cristología
Teodoro se halla caracterizado por el interés puesto en la distinción de las
dos naturalezas y, por lo tanto, en la perfección de la humana en Jesucristo.
Sin embargo, aun cuando en este aspecto, lo mismo que en la polémica frente
a los macedonianos, deban reconocerse los grandes servicios prestados por
Teodoro a la teología cristiana.
Según Teodoro, las dos naturalezas de Cristo están «inmezcladas», ya que
la mezcla solamente se realiza entre naturalezas iguales, idea ésta, en sí
acertada, pero que a él le lleva a afirmar una cierta separación. La humanidad
de Cristo -dice- fue como la nuestra: no pecó, pero luchó contra las pasiones y
la concupiscencia. Un «prosopon» es el que corresponde a la naturaleza
humana y otro «prosopon» distinto es el que corresponde a la naturaleza
divina. Admite dos sujetos de atribución en Cristo: el Verbo nacido del Padre
desde la eternidad y Jesús nacido de la Virgen María en el tiempo, como un
nexo moral a lo sumo, pero no sustancial e hipostático, según la definición del
concilio de Macedonia. La perícopa bíblica «Verbum caro factum est»,
afirma, no se puede entender de una conversión propiamente dicha, sino de
algo que aparentemente se realizó. Trata, no obstante, de salvar la divinidad de
Cristo (contra Arrio) y dice que la unión entre el Verbum assumens y el
hominem assuptum, es estrechísima, y la califica de unión eat`eudo-kian, es
decir, unión según la voluntad. De esta unión resulta un «prosopon» o lo que
es lo mismo: un querer, una virtud, una dignidad, una adoración. Ese
«prosopon» de unión, resultante de la conjunción de las naturalezas humana y
divina, no presupone, en el pensar de Teodoro, la unidad de persona física, es
decir, la persona del Verbo, que sea sujeto único a quien se le atribuya
cualquier acción ejercida bien por la naturaleza humana, bien por la naturaleza
divina. Por consiguiente, dada la concepción deficiente que tiene Teodoro
sobre naturaleza e hipóstasis, hay que admitir que personaliza cada uno de
esos «prosopon» propios de cada una de las naturalezas. De ahí que,
lógicamente, no admita la comunicación de idiomas, es decir, que lo que se
afirma o predica de la naturaleza humana no se puede afirmar de Dios, y al
contrario. Únicamente, Hijo significa a un mismo tiempo Verbo y hombre y es
precisamente acerca del Hijo de quien puede afirmarse lo humana y lo divino.
Por tanto, María es por naturaleza anthropotokos (madre del hombre) y
únicamente es theotokos (madre de Dios) en sentido impropio, es decir, dado
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que en el hombre por ella engendrado habitaba Dios como en un templo.
Contra la doctrina de Apolinar de Laodicea, enseña que la perfecta
humanidad de Cristo, no desprovista de alma racional. Punto positivo, que se
ve contrapesado por su tendencia a una posición en la que la unión de las dos
naturalezas no es bien recogida.
Se puede afirmar que la cristología de Teodoro desarrolla las tesis
principales de Diodoro de Tarso.
Entre los mencionados discípulos, un nombre llama poderosamente la
atención, es el de Nestorio. No se puede determinar con certeza el modo cómo
Teodoro ejerce su influencia en Nestorio, pero lo cierto es que la cristología de
éste dista mucho de ser original. En el año 386, Teodoro va a Tarso, en donde
vive con Diodoro, y escribe hasta el 392, año en que es consagrado obispo de
Mopsuestia (Cilicia). Teodoro estuvo presente en el Concilio de
Constantinopla (año 392), que zanjó la controversia entre Agapio y Badagio
por la sede de Bostra. La ocasión de este sínodo fue la causa de que tanto el
clero como el pueblo de Constantinopla escuchasen y admirasen el saber y la
elocuencia de Teodoro. De su predicación en la Corte, cediendo a los ruegos
del emperador Teodosio, nos informa Facundo (cfr. Pro defensione... 2,2: PL
67,563). En el año 418, Teodoro ofrece asilo a Julián de Eclana y a otros
obispos pelagianos que habían sido expulsados por el papa Zósimo. Es
probable que al dirigirse Nestorio a la sede constantinopolitana visitara a
Teodoro, que murió a finales del año 428, antes, pues, de que estallase la
controversia nestoriana, en la que su nombre y su doctrina se verían
implicados.
Teodoro, aunque murió en paz con la Iglesia y no fue acusado de error por
ninguno de sus contemporáneos, sostenía algunas posiciones que no eran
compatibles con la verdadera fe de la Iglesia. Su doctrina cristológica fue
condenada en el Concilio de Constantinopla del año 553 (Controversia de los
Tres Capítulos).
El símbolo bautismal
En sus diez primeras instrucciones catequéticas, Teodoro explica a sus
catecúmenos el credo del bautismo. Como cita muchas veces textualmente
varias de sus cláusulas, es posible reconstruir la fórmula entera.
Decididamente, este credo no es idéntico al sytnbolum fidei atribuido a
Teodoro por Mario Mercator y condenado como suyo por Justiniano, por el
concilio quinto y por Leoncio. Así, pues, la autenticidad de este segundo
símbolo se presenta muy dudosa, y parece injusto asociarlo, de la manera que
sea, al nombre de Teodoro. No se puede creer en la buena fe de quienes se lo
atribuyen a él.
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Eucaristía
Las Homilías catequéticas nos permite hacer una idea de la teología
sacramental de Teodoro. Enseña claramente la presencia real y el carácter
sacrificial de la Eucaristía. Rechaza explícitamente la interpretación
puramente simbólica del sacramento.
El cambio del pan y del vino en el cuerpo y la sangre de Cristo se realiza
por la epíclesis o invocación del Espíritu Santo sobre la oblación. Teodoro
dice que el sacerdote pide «a Dios que descienda el Espíritu Santo y que la
gracia venga de lo alto sobre el pan y vino presentados, para que se vea que es
verdadero el cuerpo y la sangre de Nuestro Señor, que es el memorial de la
inmortalidad... Desde este momento creemos que son el cuerpo y la sangre de
Cristo inmortales, incorruptibles, impasibles e inmutables por naturaleza,
como ocurrió con el cuerpo de Nuestro Señor por medio de la resurrección»
(Hom. cat. 16,12). Habiendo partido el santo pan, el sacerdote «con el pan
traza sobre la sangre la señal de la cruz y con la sangre sobre el pan..., a fin de
manifestar a todos con ello que... son el memorial de la muerte y de la pasión
que padeció el cuerpo de Nuestro Señor cuando su sangre fue derramada en la
cruz por todos nosotros» (Hom. cat. 16,15).
Teodoro enseña explícitamente que todos los que comulgan reciben a Cristo
entero: «Cada uno de nosotros toma un pequeño bocado, pero creemos recibir
en este bocado a [Cristo] entero. Porque sería muy extraño que la hemorroísa
recibiera un don divino con sólo acercarse a la extremidad de su vestidura, que
no era ni siquiera una parte de su cuerpo, sino del vestido, y, en cambio,
nosotros no creamos que en una parte de su cuerpo le recibimos a El todo
entero» (Hom. cat. 16,18).
En cuanto al momento y forma de la consagración, Teodoro afirma que es
obra de la epíclesis del Espíritu Santo: «No debemos mirar ya como pan y
cáliz lo que se presenta, sino como el cuerpo y la sangre de Cristo, en que los
convierte la venida de la gracia del Espíritu Santo» (Hom. cat. 15,11).
Teodoro es, pues, de la misma opinión que Cirilo de Jerusalén respecto de
la epíclesis: a ella le atribuyen los dos la consagración.
Penitencia
Teodoro es un testigo en favor de la existencia del sacramento de la
penitencia y de su necesidad como preparación a la comunión para todos los
que han caído en pecado grave después del bautismo. Pocos son los escritores
cristianos de la antigüedad que dan tanta información sobre esta materia como
él. Distingue claramente entre pecados «involuntarios» o veniales y pecados
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«grandes». Asegura a sus neófitos que la primera clase no debería impedirles
el acercarse a la comunión, por cuanto que obtendrán el perdón de esos
pecados en la recepción de la Eucaristía, si es que se arrepienten de ellos.
Por otra parte, los pecados graves impiden a los culpables participar de la
Eucaristía, a no ser que hagan una confesión sacramental a un sacerdote y en
secreto.
Teodoro añade que, después de arrepentirse, el pecador «debería colocarse
nuevamente en la misma confianza que tuvo antes, porque fue censurado y él
corrigió sus caminos, y por medio de un arrepentimiento verdadero ha
recibido el perdón de sus pecados» (Hom. cat. 16, 43).
Condenación de la doctrina
La escuela de Antioquía alcanzó durante este período la cima de su fama,
siendo su jefe Diodoro de Tarso. El y sus grandes discípulos, San Juan
Crisóstomo, Melecio de Antioquía y Teodoro de Mopsuestia, se mantuvieron
fieles a los principios de su fundador Luciano. Quien ponía mucho énfasis en
la traducción literal del texto bíblico y en el estudio histórico y gramatical de
su sentido.
Nestorio, alumno de la escuela teológica de Antioquía, en sus sermones
episcopales afirmó que en Cristo hay dos personas, una persona divina, que es
el Logos, que mora en una persona humana, y que no se podía llamar
Theotokos, Madre de Dios, a la Virgen María.
El tercer concilio ecuménico. En la primera sesión (22 de junio del 431),
que presidió Cirilo como delegado papal, Nestorio fue depuesto y
excomulgado; se condenó su doctrina cristológica y se reconoció
solemnemente el título de Theotokos.
Los fragmentos, relativamente extensos, de la producción literaria de
Teodoro recuperada en los últimos años han provocado un aumento de interés
por su doctrina y han llevado a examinar nuevamente las razones que
movieron al concilio ecuménico quinto de Constantinopla a condenarle el 553.
El mismo año de 428, en que Teodoro moría en paz y comunión con la Iglesia,
ascendía a la cátedra episcopal de Constantinopla su discípulo Nestorio, con
cuya caída estaría ligada la suerte de aquél. La oposición contra Teodoro, cuya
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ortodoxia nadie puso en duda durante su vida, empezó poco después del
concilio de Efeso (431) por obra de Rábula de Edesa, cuyo ataque obligó a
hacer la primera colección de extractos de los escritos de Teodoro, los
llamados Capitula, presentada a Proclo de Constantinopla por los monjes
armenios. Las cartas 67.69.71.73 y 74 de Cirilo de Alejandría contienen
durísimas condenaciones de Teodoro, acusándole de nestorianismo. M.
Richard y R. Devreesse han demostrado que el quinto concilio basó su
condenación en extractos de las obras de Teodoro tomados de un florilegio
hostil y falsificado. Allí donde es dable cotejar y controlar los extractos con
los textos recientemente descubiertos, se ve que acusan omisiones,
interpolaciones, truncamientos o alteraciones en casi todos los casos; ello es
más que suficiente para dudar de la fidelidad de los demás extractos. Por este
camino, Richard, Devreesse y otros han llegado a la conclusión de que se debe
renunciar a toda tentativa de utilizarlos para establecer el pensamiento genuino
de Teodoro. Para llegar a un juicio verdadero sobre su posición doctrinal
habría que rechazarlos y recurrir únicamente a fuentes “amigas,” y en
particular a las versiones siríacas auténticas.
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En realidad, estupenda cosa es oír que Dios inefable, inenarrable,
incomprensible, igual al Padre, viniera mediante una Virgen y se dignare
nacer de mujer y tener por ancestros a David y Abraham. Pero ¿qué David y
Abraham? Lo que es más que escalofriante; al oír semejantes cosas, levanta tu
ánimo y no vaya a sospechar sutileza, sino admírate de que el Hijo de Dios,
haya aceptado que se llamara hijo de David, para hacerte a ti hijo de Dios.
Toleró tener por padre a un esclavo para hacer que tú, esclavo, tuviera a Dios
por Padre. Cuando oyes que el Hijo de Dios es hijo de David y de Abraham,
ya no dudes de que el hijo de Adán llegará hacer hijo de Dios. Nació según la
carne para que tú nacieras según el Espíritu, nació de mujer para que tú
dejaras de ser hijo de mujer. Hay doble genealogía, nacer de mujer es propia
generación de lo humano, mientras nacer del Espíritu Santo es otra generación
será superior a la humana. Para investigar como descendía de David,
comenzamos por Dios mismo que envió al ángel Gabriel y le dice que vaya a
una virgen, desposada con un varón llamado José, de la casa y familia de
David. ¿Qué mayor claridad, pues oyes que la Virgen fue de la casa y familia
de David?
Nadie lo llamaba hijo de Abraham, porque Abraham es de los más antiguos
que David y por eso en las Escrituras se menciona solo el hijo de David.
También Mateo pone la genealogía de José y no de María, porque no quería
que los judíos, al mismo tiempo que conocía el parto, supieran que nacía de
una Virgen, si ellos desde un principio hubieran oído sobre este misterio, lo
habrían interpretado maliciosamente y habrían lapidado a la Virgen y la
habrían condenado como adúltera. Cuando Dios le dice al ángel Gabriel que
se vaya a una Virgen, desposada con un varón llamado José, de la casa y de
familia de David; de aquí se concluye que José también traía el mismo origen.
Cristología
Atacó a los anomeos, el partido arriano más radical, que pretendía conocer
a Dios como Él se conoce a sí mismo (Hom. 2,3) y no sólo sostenían la
desigualdad, sino que llegaban a negar aun la semejanza de naturaleza entre el
Hijo y el Padre. Su fundador era Aecio, pero su maestro principal, Eunomio,
por quien se llamaron eunomianos. Crisóstomo. Defiende la naturaleza
inefable, inconcebible e incomprensible de Dios contra estas tendencias
racionalistas, que niegan la trascendencia de la religión cristiana. Al mismo
tiempo señala la igualdad del Hijo con el Padre. Sus fuentes, además de la
Escritura, son Filón, Basilio el Grande y Gregorio de Nisa.
Aunque era discípulo de Diodoro de Tarso, no se sintió llamado a defender
la cristología de la escuela de Antioquía. Distingue claramente entre ousia o
physis para significar naturaleza, e hypostasis o prosopon para significar
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persona. Enseña que el hijo es de la misma esencia que el Padre y emplea por
lo menos cinco veces la fórmula nicena homoousios para caracterizar la
relación del Hijo con el Padre (Hom. 7,2 contra Anomoeos). Prefiere,
expresiones como “igual al Padre,” “igual en esencia,” “igualdad en esencia.”
Es suya esta afirmación: “Al oír vosotros Padre e Hijo, no deberíais buscar
otra cosa para manifestar la relación según la esencia. Mas, si a vosotros no os
basta para probar la igualdad de honor y la consubstancialidad, podréis
aprenderlo también por las obras” (Hom. 74 in Ioh. 2). Procediendo como
procede del Padre, el Hijo tiene que ser eterno:
Si alguno dijere: “¿Cómo puede ser que, siendo Hijo; no sea más joven que
el Padre?, pues el que procede de otro, por fuerza es posterior a aquel de quien
procede,” le diremos que estas cosas son más bien razonamientos humanos; a
tales cosas no se debe prestar siquiera el oído. Porque dime: ¿El rayo del sol
procede de la naturaleza del sol o de alguna otra parte? Todo el que no esté
privado de sus sentidos deberá confesar que procede de ella. Y, sin embargo,
aunque el rayo procede del mismo sol, no podemos decir que en cuanto al
tiempo sea posterior a la naturaleza del sol, porque el sol nunca apareció sin
rayos. Ahora bien, si respecto de estos cuerpos visibles y sensibles se ha
demostrado que uno que procede de otro no es posterior a aquel de quien
procede, ¿por qué eres incrédulo respecto de la naturaleza invisible e inefable?
Esto mismo ocurre allí, como conviene a aquella substancia. Por ello le llamó
Pablo con este nombre [Esplendor] (Hebr 1,3), expresando así que procede de
Él y que es coeterno con El. ¿Qué, pues? Dime: ¿No fueron creados por Él
todos los siglos y todos los espacios? Todo el que no sea un mentecato tendrá
que confesarlo. Por consiguiente, no hay ningún intervalo entre el Hijo y el
Padre. Y si no hay ningún intervalo, no es posterior, sino coeterno. Porque
“antes” y “después” son nociones que implican tiempo; sin edad o tiempo
nadie podría comprender estas palabras. Ahora bien, Dios está por encima de
los tiempos y de los siglos (Hom. 4 in Ioh. 1-2).
Recalca la divinidad completa y perfecta de Cristo contra los arrianos, y la
humanidad perfecta y completa contra los apolinaristas. Insiste en la realidad e
integridad de estas dos naturalezas en Cristo. Cristo es de la misma naturaleza
que el Padre. Tenía también un cuerpo humano, no pecador como el nuestro,
pero idéntico al nuestro en cuanto a la naturaleza (Hom. 13 in Rom. n.5). A
pesar de la dualidad de naturalezas, no hay más que un solo Cristo:
“Permaneciendo lo que era, asumió lo que no era, y aunque se hizo carne,
siguió siendo Dios Verbo... Se hizo esto [hombre], asumió esto [al hombre],
era lo otro [Dios]. Un solo Dios, un solo Cristo. Decir “un solo [Cristo],”
significa unión, no mezcla. “Por la unión y por la conjunción, el Dios Verbo y
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la carne son uno, por cierta unión inefable e inconcebible. Él no quiere
investigar la unión de las dos naturalezas en una única persona.
Eucaristía
Llama a la Eucaristía “una mesa tremenda” y divina”, “los misterios
terribles y divinos”, “misterios inefables que exigen reverencia y temblor”. El
vino consagrado es “el cáliz de santo temor”, “la sangre tremenda y preciosa”.
Señalando el altar, dice: “Allí yace Cristo inmolado”. “Lo que está en el cáliz
es aquello que manó del costado... ¿Qué es el pan? El cuerpo de Cristo”.
Piensa, aunque seas tierra y ceniza, recibes la sangre y el cuerpo de Cristo”.
“No nos concedió solamente el verle, sino tocarle también, y comerle, e hincar
los dientes en su carne y unirnos a El de la manera más íntima”. Lo que no
toleró en la cruz [es decir, que le quebrantaran las piernas], lo tolera ahora en
el sacrificio por tu amor; y permite que le fraccionen para saciar a todos”.
Aplica aquí a la substancia del cuerpo y de la sangre de Cristo lo que,
estrictamente hablando, es verdad sólo de los accidentes de pan y vino, para
poner lo más claro posible la verdad de la presencia real y la identidad del
sacrificio eucarístico con el sacrificio de la cruz.
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Crisóstomo afirma que el Señor se encuentra en la Comunidad, Palabra y
Eucaristía.
Otro concepto a resaltar es la Iglesia como «Cuerpo Místico de Cristo»,
donde el laico nace y –por medio del Bautismo- es profeta, sacerdote y rey.
Que lo convierte en misionero y responsable de la salvación de los demás. Es
menester recordar que el tema del laicado en este santo se desarrolla dentro de
la Iglesia; y que los fieles deben cumplir su misión en el cuerpo de Cristo.
Doctrina antropológica
Acerca de la naturaleza humana, el pensamiento y la terminología de
Crisóstomo, están marcados por una fuerte impronta filosófica de origen
estoico. Según Crisóstomo, Dios ha concedido a los hombres el «haber sido
puesto en condiciones de aprender qué debemos hacer y el haber alcanzado el
conocimiento de la ley natural, como también el haber puesto en nuestro
interior, desde el momento en que nos creó, ese insobornable tribunal que es la
conciencia» (Hom. 14,2).
Su antropología tiene fundamentalmente raíces bíblicas y no paganas, por
cuanto se basa en la noción de creación. Es el hombre el que ocupa el punto
central de la acción creadora de Dios y de su intervención en la historia:
«Entonces, cuando todas las demás criaturas habían sido ya creadas, fue
creado también el hombre. Ahora sucede lo contrario: el nuevo hombre es
formado antes que la nueva creación. Él es regenerado en primer lugar y
después será transformado el mundo. Igual que al principio Dios creó
íntegramente al hombre, también ahora lo recrea por completo» (Hom. 25,2).
Se ve necesariamente obligado a marcar el equilibrio entre la libertad
humana y el gobierno soberano de Dios sobre todo suceso: «Dios hace que
nos aproximemos a Él no por la fuerza, sino respetando nuestra libertad. No
cerréis la puerta a esta luz y seréis verdaderamente felices. En verdad, esta luz
llega a nosotros mediante la fe y, una vez que os ha alcanzado, ilumina a
quienes de entre nosotros la acogen» (Hom. 5,4). Crisóstomo acentúa el papel
de la libertad humana, salvaguardando la iniciativa de Dios en el proceso de
santificación: «Dios, no teniendo necesidad de nadie por no estar sometido a
ninguna de las necesidades a las que se ven los hombres expuestos, todo lo
obra atendiendo exclusivamente a nuestra salvación, si bien quiere que ésta,
en último término dependa de nuestra libre voluntad» (Hom. 10,1). Los dones
divinos, como la gracia y la fe, son concedido cuando el hombre los acepta
libremente: «En la vida sobrenatural depende de Dios dar la gracia, pero está
en nuestras manos el acogerla con fe viva» (Hom. 10,3).
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El hombre sigue siendo libre para pecar o no, por mucho que la naturaleza
humana, como consecuencia del pecado de Adán, se halle sometida a penas y
necesidades; contra el fatalismo maniqueo dice: «Porque de la naturaleza es
emocionarse al oír hablar de tales cosas, pero el asistir a esos espectáculos no
es una exigencia de la naturaleza, sino un pecado del libre albedrío. Si uno se
acerca demasiado al fuego, inevitablemente se quema, pues así lo quiere la
debilidad de nuestra naturaleza. Pero no es la naturaleza la que nos empuja
hacia el fuego y hacia la destrucción de nuestro cuerpo por él causada, a esto
último sólo puede movernos el mal uso de nuestra libertad» (Hom. 18,4).
Incluso después de pecar, el hombre sigue siendo libre para acudir a la
penitencia; también en este caso es Dios quien con su misericordia toma la
iniciativa: «A pesar de lo cual, Dios ha abierto también a ese hombre las
puertas de la penitencia y le ha ofrecido muchos modos de purificarse de sus
pecados si así lo desea. Querría que pensarais en cuán grandes pruebas de
bondad y clemencia son el que por medio de la gracia nos perdone los pecados
y el que no castigue a quien, tras la gracia, incurre nuevamente en pecado
haciéndose merecedor de un castigo más grave» (Hom. 28,1).
La santificación personal supone la realización de obras buenas, pero es
ante todo acción del Espíritu Santo: «Quien sepa valorar los diferentes grados
de santidad entre una y otra persona, advertirá las grandes diferencias
existentes en este caso. Aquéllos eran llamados con ese nombre en la medida
en que no adoraban a los ídolos, ni fornicaban, ni cometían adulterio. Nosotros
nos hacemos santos no sólo por abstenernos de tales cosas, sino por poseer
virtudes mayores. Además, obtenemos ese don, sobre todo por la presencia del
Espíritu Santo en nuestras almas y también porque nuestra vida es mucho más
virtuosa que la de los judíos» (Hom. 14,2). Las buenas obras, siempre en
unión con la fe y la esperanza, contribuyen necesariamente a la salvación:
«No creamos que la sola fe basta para nuestra salvación. Si no llevamos una
vida intachable y nos presentamos con vestidos indecorosos a una invitación
tan prometedora y alegre, no podremos escapar a la misma pena que padeció
aquel desgraciado» (Hom. 10,3). «En nada deben ponerse las esperanzas de
salvación sino en las propias buenas obras y en la gracia de Dios» (Hom.
21,3).
Conclusiones
- Teodoro no desarrolla sistemáticamente una eclesiología, pero
implícitamente, por medio de la sacramentología hace ver la visión de
una Iglesia unida en el episcopado y reunida en torno a la celebración
eucarística, se podría decir que Teodoro presenta una Iglesia al más puro
estilo apostólico.
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- Teodoro, al escribir sobre el génesis, hace suya esa teología de la
creación, en la cual hace una relación con Cristo, y pone al hombre
como resultado de la acción de Cristo en la Encarnación. El hombre por
tanto posee dos naturalezas cuerpo y alma, y que el sentido y el espíritu
no son una substancia distinta. el pecado de Adán le sometió a él y a la
humanidad a la muerte, porque entonces él era mutable. Pero el hombre
fue transformado a una vida inmortal e inmutable, pero esto se dio
primero en Cristo. Por consiguiente el hombre es justificado solo en
Cristo.
- El autor Grillmeier, después de examinar cuidadosamente sus escritos
auténticos, ha llegado a la conclusión de que ningún teólogo de la
generación que vivió entre los años 381 y 431 contribuyó más que
Teodoro de Mopsuestia al progreso de la cristología. Si es verdad que su
doctrina contenía algunas tendencias peligrosas, es igualmente verdad
que tenía elementos positivos que apuntan en la dirección de Calcedonia
y prepararon su fórmula. Se le consideró totalmente ortodoxo tanto sus
escritos como su persona durante su vida solo después de su muerte fue
condenado porque el hereje Nestorio, toma como base los escritos de
Teodoro para decir su doctrina herética.
- San Juan Crisóstomo no sistematizó su eclesiología, sin embargo, dejó
una base sólida en la liturgia; es decir, ésta se entiende a partir de la
liturgia.
- La eclesiología de San Juan Crisóstomo se basa en la teología paulina;
porque para él, el nuevo Pueblo de Dios es el cuerpo místico de Cristo
(cf. Ef 2,1ss). En efecto, para ser parte de este nuevo Pueblo de Dios es
necesario el sacramento del bautismo que, es ante todo, una gracia de
Dios.
- Se puede resumir la eclesiología de San Juan Crisóstomo en tres
dimensiones, la Palabra de Dios; la comunidad; y la Eucaristía. En estas
tres está Jesucristo; y los neófitos para tener un encuentro con el Señor
Resucitado deben integrar estas dimensiones en su vida sin menospreciar
o supravalorar alguna de ellas.
- Acerca de la naturaleza humana, el pensamiento y la terminología de
Crisóstomo, están marcados por una fuerte impronta filosófica de origen
estoico.
- Es el hombre el que ocupa el punto central de la acción creadora de Dios
y de su intervención en la historia.
- Se ve necesariamente obligado a marcar el equilibrio entre la libertad
humana y el gobierno soberano de Dios sobre todo suceso.
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- Crisóstomo acentúa el papel de la libertad humana, salvaguardando la
iniciativa de Dios en el proceso de santificación.
- El hombre sigue siendo libre para pecar o no, por mucho que la
naturaleza humana, como consecuencia del pecado de Adán, se halle
sometida a penas y necesidades.
- Incluso después de pecar, el hombre sigue siendo libre para acudir a la
penitencia; también en este caso es Dios quien con su misericordia toma
la iniciativa.
- La santificación personal supone la realización de obras buenas, pero es
ante todo acción del Espíritu Santo.
- Las buenas obras, siempre en unión con la fe y la esperanza, contribuyen
necesariamente a la salvación.
Bibliografía
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