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El Catecismo de la Iglesia Católica en su número 1213 define así al Bautismo: "es el fundamento de
toda la vida cristiana, el pórtico de la vida en el Espíritu y la puerta de acceso a los otros
Sacramentos. Por el Bautismo somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios,
llegamos a ser miembros de Cristo y hechos partícipes de su misión".
Un nuevo nacimiento
Por encima de todo lo que nos proporciona el Bautismo, está el prodigio de llegar a ser divinizados
por el agua y el Espíritu Santo en el sencillo rito del Bautismo. Es el momento más importante de
nuestras vidas. Si debemos agradecer a nuestros padres naturales el habernos comunicado la vida
humana, ¡cómo podremos agradecer a Dios el comunicarnos su Vida Divina! La Gracia es
evidentemente el don más extraordinario y preciado del Cristiano.
La Gracia, Vida Divina en nosotros, no puede coexistir con ninguna clase de pecado. Al ser
bautizados, somos liberados automáticamente del pecado original o cualquier otro pecado, si el
bautizado es adulto. Normalmente se menciona mucho el perdón del pecado original (aunque no
se entienda bien que es) y se pasa por alto lo más importante que es la divinización de nuestras
almas.
Naturalmente no somos hijos de Dios: somos sus criaturas y entre Dios y el hombre, existe una
distancia Infinita. Aunque seamos la cúspide de la Creación, no tendríamos el derecho de llamar a
Dios "Padre", como un ser inferior, por ejemplo un animal, no tendría derecho de llamar padre a
una persona humana. Pero en- el Bautismo, al ser infundidos de la Vida Divina, nacemos
realmente de Dios, somos elevados por sobre la naturaleza humana y por eso también llamamos a
la Gracia "Vida Sobrenatural". Por eso San Juan emocionado nos dice: "¡Vean qué amor singular
nos ha dado el Padre, que no solamente nos llamamos hijos de Dios, sino que lo somos!" (1 Jn.3,1)
Esa es nada menos que la dignidad del cristiano: ser hijo de Dios. Si la estirpe humana importa y
puede ser motivo de legítimo orgullo, el tener como Padre a Dios mismo, es el clímax de nobleza,
inpensable para un ser humano y a la que accedemos gratuitamente al ser bautizados.
Las maravillas de la obra de Dios en nosotros vienen como en cascada: al adoptarnos Dios como
hijos suyos, también nos hace automáticamente hermanos de Jesucristo.¡Ser hermanos de Jesús!
Es el colmo del amor que Dios nos tiene.
LIamar a Cristo "hermano mío" suena a un atrevimiento tan solo comparable al de llamar al Padre
Eterno "papá". Pero no es así, sino todo lo contrario. Dios quiere que así nos relacionemos con Él.
La divinización del hombre es obra del Espíritu Santo. No hemos sido bautizados tan solo en agua,
sino en agua y Espíritu Santo. El viene a nosotros calladamente, sin luces celestes ni música
angelical, porque normalmente así actúa Dios, en el silencio de la Fe.
Por eso nuestros cuerpos son sagrados. San Pablo tiene que increpar duramente a los Corintios
que caían en toda clase de depravaciones. "¿No saben ustedes que son Templo de Dios y que el
Espíritu Santo hábita en ustedes? Al que destruya el Templo de Dios, Dios lo destruirá. El Templo
de Dios es santo y ese templo son ustedes" (1 Cor.3,16-17).
Con mucha naturalidad y espontáneamente admitimos que María Santísima es nuestra Madre del
Cielo, así como tenemos una mamá en la tierra. Pero no es una ilusión o un mero título "de cariño"
sino que al ser hermanos adoptivos de Jesús por la Gracia, venimos a ser realmente hijos
adoptivos de su Madre. No de otra manera se presentó la Virgen María al Beato Juan Diego: "¿No
estoy yo aquí, que soy tu Madre? ¿No estás acaso en mi regazo?"
Por el Bautismo, somos agregados al Pueblo de Dios, a la Asamblea de los Santos, Cuerpo Místico
de Cristo, con todos los derechos de un cristiano, como el acceso a los demás Sacramentos y a la
participación en los tesoros espirituales de la Iglesia que consisten en los méritos infinitos de
Jesucristo y de todos los Santos del Cielo y de la tierra.
Al mismo tiempo de tan grandes beneficios, quedamos obligados al cumplimiento de sus leyes,
que siempre son, como la misma Ley de Dios, para beneficio de los cristianos.
Imprime en el alma un carácter
El Bautismo solo puede conferirse una sola vez, como una sola vez podemos nacer de nuestra
madre. El alma queda marcada para siempre con el carácter de hijo de Dios, aunque
posteriormente renegáramos de la Fe Cristiana o viviéramos en pecado mortal. El Bautismo es el
"sello del Señor con que el Espíritu Santo nos ha marcado para el día de la redención" (San
Agustín). Es en efecto, según San Ireneo, el "sello de la vida eterna". El fiel que guarde el sello
hasta el fin, es decir, que permanezca fiel a las exigencias de su Bautismo, podrá morir marcado
con el "sello de la Fe" en la espera de la visión bienaventurada de Dios y de la resurrección al final
de los tiempos.
Resumiendo:
El Bautismo, al comunicarnos la Vida de la Gracia, que no es otra cosa que la Vida Divina, nos hace
hijos de Dios Padre, hermanos de Jesucristo, templos del Espíritu Santo e hijos de María Santísima,
miembros de la Iglesia y partícipes de sus méritos infinitos, imprimiendo en nuestras almas un
carácter indeleble. Pero aún hay más: el Bautismo nos hace SANTOS pues la santidad consiste
precisamente en vivir en Gracia de Dios, en llevar en nosotros la misma Vida Divina. "Sean santos
como vuestro Padre Celestial es Santo" es el deseo de Jesucristo.
Preguntas y respuestas sobre el Bautismo
Preguntas y Respuestas extraídas del Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica.
El rito esencial del Bautismo consiste en sumergir en el agua al candidato o derramar agua sobre
su cabeza, mientras se invoca el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
La Iglesia bautiza a los niños puesto que, naciendo con el pecado original, necesitan ser liberados
del poder del maligno y trasladados al reino de la libertad de los hijos de Dios.
A todo aquel que va a ser bautizado se le exige la profesión de fe, expresada personalmente, en el
caso del adulto, o por medio de sus padres y de la Iglesia, en el caso del niño. El padrino o la
madrina y toda la comunidad eclesial tienen también una parte de responsabilidad en la
preparación al Bautismo (catecumenado), así como en el desarrollo de la fe y de la gracia
bautismal.
Puesto que Cristo ha muerto para la salvación de todos, pueden salvarse también sin el Bautismo
todos aquellos que mueren a causa de la fe (Bautismo de sangre), los catecúmenos, y todo
aquellos que, bajo el impulso de la gracia, sin conocer a Cristo y a la Iglesia, buscan sinceramente a
Dios y se esfuerzan por cumplir su voluntad (Bautismo de deseo). En cuanto a los niños que
mueren sin el Bautismo, la Iglesia en su liturgia los confía a la misericordia de Dios.
El Bautismo perdona el pecado original, todos los pecados personales y todas las penas debidas al
pecado; hace participar de la vida divina trinitaria mediante la gracia santificante, la gracia de la
justificación que incorpora a Cristo y a su Iglesia; hace participar del sacerdocio de Cristo y
constituye el fundamento de la comunión con los demás cristianos; otorga las virtudes teologales y
los dones del Espíritu Santo. El bautizado pertenece para siempre a Cristo: en efecto, queda
marcado con el sello indeleble de Cristo (carácter).
264. ¿Cuál es el significado del nombre cristiano recibido en el Bautismo? 2156-2159 2167
El nombre es importante porque Dios conoce a cada uno por su nombre, es decir, en su unicidad.
Con el Bautismo, el cristiano recibe en la Iglesia el nombre propio, preferiblemente de un santo, de
modo que éste ofrezca al bautizado un modelo de santidad y le asegure su intercesión ante Dios.