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jurídicos nacionales
Alfredo M. Vítolo1
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Profesor de Derecho Constitucional y de Derechos Humanos y Garantías de la Universidad de Buenos
Aires. Abogado (Universidad de Buenos Aires), Master of Laws (Harvard Law School). Ponencia
presentada en la Comisión de “Relaciones entre el derecho internacional y el derecho interno” de las
Primeras Jornadas Internacionales de Derecho Constitucional, celebradas en Iquique, Chile entre los días
31 de marzo y 2 de abril de 2005, bajo el auspicio de las asociaciones chilena, peruana y argentina de
Derecho Constitucional.
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En estas estructuras, las referencias al “pueblo” titular de derechos se
interpretan restrictivamente, para incluir solamente a los nacionales o –en el mejor
de los casos– a los residentes legales. Los derechos que se reconocen al “extranjero”
en la gran mayoría de los ordenamientos constitucionales de esta época responden
no tanto a concepciones amplias de derechos individuales de validez universal, sino
simplemente a la voluntad de esa sociedad política particular de atraer migrantes que
se sumen al proyecto nacional.
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mismos, si bien siempre dentro del marco global de los principios antes
mencionados. Los tratados por los cuales los estados reconocen derechos a súbditos
de la contraparte en su territorio, y el surgimiento de figuras tales como la
protección diplomática son claros ejemplos de estos puentes.
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que comenzó a hablarse de “derechos humanos” con un alcance verdaderamente
universal, no ya desde una óptica meramente filosófica, sino también jurídica. El
principio de no injerencia en asuntos internos comienza poco a poco a ser dejado de
lado frente a aquellos actos aberrantes que lesionan la conciencia de la humanidad,
iniciándose así un proceso de resquebrajamiento del principio de soberanía nacional
absoluta imperante hasta ese entonces.
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su soberanía y se comprometen a reconocer, garantizar y proteger derechos a las
personas sujetas a su jurisdicción interna, aun a sus propios nacionales, aceptando
incurrir en responsabilidad internacional si tales obligaciones no fueren cumplidas.
Allí donde hay acuerdo entre los estados, sea en marcos regionales o universales, sea
respecto de un conjunto de derechos o de un derecho particular, el derecho
internacional de los derechos humanos avanza, paso a paso, hacia un reconocimiento
verdaderamente universal de los derechos individuales, por encima de los
ordenamientos jurídicos domésticos.
Asumiendo esta nueva realidad, los estados han ido, poco a poco, adaptando
sus ordenamientos internos para dar respuesta a los nuevos requerimientos: la
admisión de la primacía del derecho internacional de los derechos humanos sobre las
leyes nacionales (en este sentido Costa Rica ha sido pionera en América Latina al
reconocer este principio ya en 1968); el reconocimiento en ciertos casos de una
equiparación (o virtual equiparación) de dichos principios con los derivados de la
constitución política del estado (como ocurre en el caso de la República Argentina
desde 1994); y el reconocimiento de instancias de jurisdicción internacional para la
protección de dichos derechos, son pasos concretos en tal sentido.
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A ello ha contribuido también a práctica internacional. Así, por ejemplo, la
Corte Interamericana de Derechos Humanos, en una temprana opinión consultiva
(Opinión Consultiva 4, del año 1984) interpretó extensivamente la disposición del
artículo 64 del Pacto de San José de Costa Rica que permite someter a la opinión de
la Corte la compatibilidad entre una norma del ordenamiento interno del estado y los
principios del derecho internacional de los derechos humanos, aclarando –con más
voluntad política que sustento normativo– que esta competencia incluía también el
examen de la compatibilidad con éstos de las normas fundamentales o
constitucionales del ordenamiento jurídico del estado.
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Tribunal Constitucional chileno del 8 de abril del año 2002 al declarar
inconstitucional del Tratado de Roma, en donde se pone de resalto la disposición de
la constitución política chilena conforme la cual la soberanía reside en la Nación y
no admite otro poder ni por encima ni concurrente con el poder estatal, destacando
que “el poder del estado para ejercer jurisdicción sobre los crímenes cometidos en su
territorio es un atributo esencial de la soberanía”, y ratificando el principio de
supremacía constitucional aún frente a las normas de derecho internacional de los
Derechos Humanos. En forma similar se expresó el Subsecretario de Asuntos
Políticos del Departamento de Estado de los Estados Unidos de América en mayo de
ese mismo año, al justificar las razones por las cuales dicho país no adhería al
Tratado de Roma, expresando que “deben ser los estados, y no las organizaciones
internacionales, los responsables primarios de asegurar la justicia en el sistema
internacional”, y que el tratado violaba la soberanía nacional norteamericana.
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violaciones ocurridas en las décadas del 70 y principios de los 80 y la amnistía a los
subordinados, pueden parecer soluciones contrarias a la tendencia mundial, al “no ir
hasta el hueso”. Pero han demostrado su éxito para lograr que esas sociedades (más
en Sudáfrica que en Argentina) superen el pasado y encaren el futuro en un ámbito
de respeto a los derechos individuales, algo que tal vez no hubiera sido posible si se
hubiesen implementado otros mecanismos2. Desde esta óptica, limitar la posibilidad
de los estados de buscar soluciones acordes a su realidad socio-política puede
resultar contraproducente al fin general que es ir logrando, progresivamente, un
mundo más justo.
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Con posterioridad a la preparación y presentación de esta ponencia, la Corte Suprema de la República
Argentina dictó sentencia en el caso Simón, declarando, en postura que no compartimos, la
inconstitucionalidad de las llamadas leyes de “obediencia debida” y “punto final”.