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La ciudad antigua Fustel de Coulanges,

Según las "antiguas creencias" (a las cuales está dedicado el primero de


los cinco libros), los difuntos sobrevivían en el sepulcro y ejercían
influencia propia sobre los vivos, lo cual dio lugar a la primera forma de
religión, con ritos considerados indispensables para la felicidad de
ultratumba. El culto de los muertos se convirtió de este modo en el
fundamento de la cohesión y de la continuidad familiar, dada la
importancia de asegurarse por medio de descendientes las honras
necesarias para la paz del alma. Por eso eran únicamente admitidos en
él los descendientes en línea recta masculina, y sus ritos se desenvolvían
en la tumba de los antepasados, que se levantaba junto a la casa, o al
hogar, donde se tenía encendido el fuego sagrado.

La "Familla" (libro II) recibe las primeras reglas jurídicas y morales de


esta religión, porque todo lo que interrumpe o altera la descendencia
compromete la continuidad del culto y su eficacia. De este modo se
explican la autoridad paterna (el "pater" era su sacerdote), el
matrimonio religioso y su indisolubilidad, la condena por adulterio, la
condena del celibato, el repudio por esterilidad y la institución de la
"adopción". Originariamente la propiedad fue, por lo tanto, nada más
que la inviolabilidad de la tierra donde están las tumbas de los
"antepasados", y el término (límite, confín) fue sagrado. El derecho de
sucesión se transmite con las mismas leyes de la transmisión del culto.
Los siervos y los clientes están vinculados por admisión a los ritos
familiares; la "gens" no era sino una familia en sus varias ramas,
enlazadas por la religión común.

De la familia, primera forma de sociedad humana, se pasa a la "Ciudad"


(libro III). Cuando la asociación se extendió a comprender varias
familias (patrias, curias, tribus), siempre consistió el vínculo en un culto
común, dedicado a un hombre divinizado (héroe epónimo). Pero al
mismo tiempo se desarrolló, sin ninguna relación con la religión de los
muertos, conservada en las familias, la adoración de las fuerzas de la
naturaleza, la cual dio lugar a una más compleja elaboración religiosa.
También ésta tuvo al principio el carácter de culto doméstico, por el cual
se multiplicaron al infinito las divinidades; pero entre ellas predominaron
algunas, haciéndose comunes, y consagrando entre los hombres
relaciones que iban más allá del círculo familiar.

La ciudad antigua fue, pues, una confederación de asociaciones


familiares independientes entre sí, de donde se originó la necesidad de
una religión común para consagrar reglas comunes. Análogo al familiar,
este culto fue exclusivo de la ciudad y se ejerció en torno al hogar
(pritaneo), excluyendo a los extranjeros y a los desterrados. No existía
acto de vida pública que no estuviese acompañado de un rito; sacerdotal
fue el carácter de la monarquía primitiva; y de la autoridad religiosa del
rey derivó su autoridad judiciaria y militar. La ley era considerada de
carácter divino, más que fundada en un concepto de justicia. La
sociedad así constituida excluye, por lo tanto, el concepto típicamente
moderno de la libre "libertad individual" de los ciudadanos.

Fustel de Coulanges examina después, en el libro IV ("Las


revoluciones"), las causas de la disolución de la ciudad antigua,
reduciéndolas a dos: el debilitamiento de las antiguas creencias
religiosas, por causa de una natural evolución espiritual, y la existencia
de una clase de hombres que, sintiéndose por varias causas extraña a la
organización de la ciudad, tenía interés en destruirla. La filosofía griega
refirió a la razón el fundamento de la ley; y la plebe penetró en la ciudad
con las revueltas y con el ascendiente dado por la riqueza, no ya
derivado de la sola propiedad territorial, sino de otras actividades
económicas.

Finalmente Roma (libro V, "La conquista romana"), al desacreditarse el


régimen municipal, fundió en un solo organismo estatal las distintas
ciudades. El cristianismo dio el golpe definitivo a la sociedad antigua,
destruyendo toda divinidad particular de una familia o de un pueblo y
haciendo prevalecer universalmente el concepto, que ya se habla
afirmado en la filosofía griega, de un valor y de un fin individuales
distintos de la vida del Estado.

Esta obra de Fustel de Coulanges, de importancia fundamental por la


originalidad de su punto de vista, por la rara penetración de sus
intuiciones y por la novedad de sus conclusiones, fue considerada con
justicia como una obra maestra. Sustrayéndose y en parte oponiéndose
a los principios del positivismo histórico, se nutre más bien de una
investigación psicológica para emparentarse con las más valiosas
corrientes espirituales de la primera mitad del siglo XIX, mientras su
punto de partida recuerda las ideas fundamentales de Giambattista Vico.

Su visión de la ciudad antigua, sin embargo, resulta verdadera y


sugestiva sólo desde un punto de vista particular, mientras quedan en la
sombra los elementos económicos y políticos que no se podrían
encuadrar en ella. Gran parte de esta obra genial ha quedado como una
adquisición importante para los estudios históricos, y a cada momento
se pueden referir a ella algunas de las orientaciones más modernas en la
interpretación de la ciudad antigua.

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