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Rol de la mujer en la Antigüedad

Aristóteles (384 - 322 a.C.)

“En efecto, el hombre es por naturaleza más apto para mandar que la mujer -a no ser
que se dé una situación antinatural-, y el de más edad y maduro más que el más joven e
inmaduro. En la mayoría de los regímenes de ciudadanos, alternan los gobernantes y los
gobernados (pues se pretende por su naturaleza que estén en pie de igualdad y no
difieran en nada). Sin embargo, cuando uno manda y otro obedece, se busca establecer
una diferencia en los atavíos, en los tratamientos y honores (…)”.
Aristóteles. La Política, Libro I

“(…) como toda casa es una parte de la ciudad,


y estos son asuntos de la casa, y la virtud de la
parte debe examinarse en relación con la virtud
del todo, es necesario educar a los hijos y a las
mujeres con vistas al régimen de gobierno, si es
que precisamente tiene alguna importancia para
que la ciudad sea perfecta que sean perfectos los
hijos y las mujeres. Y necesariamente tiene
importancia, pues las mujeres son la mitad de la
población libre, y de los niños salen los miembros
de la comunidad política”.
Aristóteles. La Política, Libro I

María Luisa Femenías


“Aristóteles afirma que el macho es por naturaleza superior y la hembra inferior, uno
gobierna y la otra es gobernada.
Esto acarrea la consecuencia necesaria de que el varón esté siempre en relación de
superioridad jerárquica respecto de la hembra. Afirmaciones de este tipo se basan en el
supuesto de que a la superioridad natural de los varones debe seguirle siempre una
superioridad funcional, política y social.

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Esta naturalidad implica un ideal regulativo, una normativa implícita que advierte que
lo deseable es precisamente que los varones sean superiores y las mujeres inferiores”.
María Luisa Femenías. Inferioridad y exclusión. Un modelo para desarmar (1996).

“(…) la jerarquía elaborada por Aristóteles ilustra con claridad la supremacía del
hombre en el reino animal, entendido como modelo y fin de la naturaleza, al que se
refieren todas las otras especies. Pero el hombre es modelo en tanto que varón, y en ese
sentido, lo es también respecto de las mujeres de la misma especie.
Aristóteles describe a las gune (término con el que se refiere a las mujeres y hembras)
como más débiles, más blandas, menos musculosa, su cerebro es menor, su cuerpo no
está tan perfectamente desarrollado y, además, no tienen la agresividad ni los medios
naturales necesarios para defenderse, por lo que deben ser protegidas”.
María Luisa Femenías. Inferioridad y exclusión. Un modelo para desarmar (1996).

Michel Foucault
“(…) en la Atenas clásica la definición de lo permitido, prohibido o impuesto a los
esposos por la institución del matrimonio era tan simple y disimétrica como para que no
parezca necesario un complemento de reglamentación moral. En efecto, por un lado, las
mujeres, en tanto esposas, están ligadas por su situación jurídica y social; toda su
actividad sexual debe situarse dentro de la relación conyugal y el marido debe ser su
compañero exclusivo. Se encuentran bajo su poder; deben darle los hijos que serán sus
herederos y ciudadanos. En caso de adulterio, las sanciones son de orden privado, pero
también de orden público (una mujer confesa de adulterio ya no tiene derecho a
aparecer en las ceremonias de culto público); como dice Demóstenes: la ley “quiere que
las mujeres experimenten un temor agudo para que sigan siendo honestas, para que no
comentan ninguna falta, para que sean fieles guardianas del hogar; les advierte que, “si
faltan a semejante deber, quedarán excluidas al mismo tiempo de la casa del marido y
del culto de la ciudad”.
Michel Foucault. Historia de la sexualidad. Tomo II: el uso de los placeres (1984).

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La Biblia
Nuevo Testamento, Primera epístola a Timoteo
Versículos 8 a 15:
“Por lo tanto, quiero que los hombres oren constantemente, levantando las manos al
cielo con recta intención, sin arrebatos ni discusiones. Que las mujeres, por su parte, se
arreglen decentemente, con recato y modestia, sin usar peinados rebuscados, ni oro, ni
perlas, ni vestidos costosos. Que se adornen más bien con buenas obras, como conviene
a personas que practican la piedad. Que las mujeres escuchen la instrucción en silencio,
con todo respeto. No permito que ellas enseñen, ni que pretendan imponer su autoridad
sobre el marido: al contrario, que permanezcan calladas. Porque primero fue creado
Adán, y después Eva. Y no fue Adán el que se dejó seducir, sino que Eva fue engañada
y cayó en el pecado. Pero la mujer se salvará, cumpliendo sus deberes de madre, a
condición de que persevere en la fe, en el amor y en la santidad, con la debida
discreción”.

Roma y el Cristianismo
Edicto de Milán 313 d.C.
A comienzos del siglo IV, los
cristianos fueron otra vez
terriblemente perseguidos. El
emperador Diocleciano, junto con
Galerio, desató en el año 303 lo
que se conoce como la “gran
persecución”, en un intento de
restaurar la unidad estatal,
amenazada a su entender por el
incesante crecimiento del
cristianismo.
Entre otras cosas ordenó demoler las iglesias de los cristianos, quemar las copias de la
Biblia, entregar a muerte a las autoridades eclesiásticas, privar a todos los cristianos de
cargos públicos y derechos civiles, hacer sacrificios a los dioses so pena de muerte, etc.
Ante la ineficacia que tuvieron estas medidas para acabar con el cristianismo, Galerio,
por motivos de clemencia y de oportunidad política, promulgó el 30 de abril del 311 el

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decreto de indulgencia, por el que cesaban las persecuciones anticristianas. Se reconoce
a los cristianos existencia legal, y libertad para celebrar reuniones y construirse templos.
Mientras tanto, Constantino había sido elegido emperador en occidente Después de
derrotar a Majencio, Constantino se reunió en Milán con el emperador de oriente,
Licinio. Entre otras cosas trataron de los cristianos y acordaron publicar nuevas
disposiciones en su favor. El resultado de este encuentro es lo que se conoce como
“Edicto de Milán”, aunque probablemente no existió un edicto promulgado en Milán
por los dos emperadores. Lo acordado allí lo conocemos por el edicto publicado por
Licinio para la parte oriental del Imperio.
En la primera parte se establece el principio de libertad de religión para todos los
ciudadanos y, como consecuencia, se reconoce explícitamente a los cristianos el
derecho a gozar de esa libertad. El edicto permitía practicar la propia religión no sólo a
los cristianos, sino a todos, cualquiera que fuera su culto. En la segunda se decreta
restituir a los cristianos sus antiguos lugares de reunión y culto, así como otras
propiedades, que habían sido confiscados por las autoridades romanas y vendidas a
particulares en la pasada persecución,
Lejos de atribuir al cristianismo un lugar prominente, el edicto parece más bien querer
conseguir la benevolencia de la divinidad en todas las formas que se presentara, en
consonancia con el sincretismo que entonces practicaba Constantino, quien, a pesar de
favorecer a la Iglesia, continuó por un tiempo dando culto al Sol Invicto. En cualquier
caso, el paganismo dejó de ser la religión oficial del Imperio y el edicto permitió que los
cristianos gozaran de los mismos derechos que los otros ciudadanos. Desde ese
momento, la Iglesia pasó a ser una religión lícita y a recibir reconocimiento jurídico por
parte del Imperio, lo que permitió un rápido florecimiento.

Edicto: “Yo, Constantino Augusto, y asimismo Yo, Licinio Augusto, felizmente


reunidos en Milán para tratar de todos los problemas que afectan a la seguridad y al
bienestar público, hemos creído nuestro deber tratar, junto con los restantes asuntos (...)
de aquéllos en los que radica el respeto a la divinidad, a fin de conceder tanto a los
cristianos como a los demás facultad de seguir libremente la religión que cada cual
desee, de modo tal que toda clase de divinidad que habite en la morada celeste Nos sea
propicia, a Nosotros y a cuantos se hallan bajo Nuestra autoridad (...). Por lo cual es
conveniente que Tu Excelencia1 sepa que hemos decidido anular enteramente las
disposiciones que se te enviaron anteriormente (...) y permitir en adelante a cuantos

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quieran observar la religión cristiana hacerlo libremente sin que les suponga ninguna
clase de inquietud o molestia (...) También a los demás ciudadanos les ha sido otorgada
la facultad de observar libre y abiertamente la religión que hayan escogido, como es
propio de la paz de nuestro tiempo”.
Crisis moral en los albores del siglo V: caída de Roma
“La penetración en masa -paulatina o catastrófica-, según los casos de los pueblos
germánicos, no pudo menos de producir una honda huella en los espíritus selectos y una
grave crisis en las conciencias de los romanos”.

“Cristianos y paganos había compartido hasta ahora la ferviente admiración por la obra
de Roma y la certeza de su permanencia a lo largo de los tiempos. Estas dos ideas
resplandecen en la obra de los escritores de los siglo IV y V. Lactancio, que escribe a
comienzos del siglo IV, piensa que el día que sucumba la Ciudad Eterna se iniciará el
fin del Mundo: “Parece que el mundo está amenazado de próxima ruina, y tan solo
anula nuestro temor el ver que la ciudad de Roma subsiste en estado floreciente. Pero
cuando esta cabeza del Universo haya caído y solo sea un montón de ruinas no habrá
motivo para dudar que el fin del Mundo ha llegado”.

“El español Prudencio relaciona la misión universal de Roma con los ideales de la
religión cristiana, a la vez que acierta a sentir, con una profética visión del futuro, su
patriótica confianza en la duración de la obra de Roma: “¿Quieres saber, romano, por
qué tu gloria llena el Mundo y lo sujeta a tus mandatos? Porque Dios quiso primero unir
a todos los pueblos discordes y someterlos a un único imperio para que la religión de
Cristo encontrase en paz y unidos en espíritu común a los corazones de los hombres”.

“Sin embargo, viendo cómo las fuerzas del Imperio iban disminuyendo a diario por las
continuas desgracias, empieza a flaquear la confianza y cunde el desconcierto ante
sucesos tan insólitos. Un renacer del paganismo y del culto a sus dioses quiere ser
consecuencia de todo esto. Si el culto a las divinidades paganas había ido siempre unido
al de la República cuando Roma era fuerte y triunfadora, cúlpase ahora su abandono y a
la nueva religión cristiana de las calamidades que llueven sombre el Imperio”.

“Paulo Orosio nos cuenta la reacción de gran parte de la población romana el año 406,
cuando Radagaiso, con sus bárbaros , se aproxima a la ciudad: “Por todas partes, dice,

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se escuchan lamentaciones y se organizan rápidamente sacrificios y desagravios
públicos a los dioses, a la vez que se blasfema del nombre de Cristo”. Pero no Dios no
permitió que llegasen triunfadores en Roma, porque de ello “se hubiera desprendido una
clara certeza para los paganos de que debía restablecerse el culto a los ídolos, a la vez
que una peligrosa confusión para los cristianos”.
José María Lacarra y de Miguel. Historia de la Edad Media (1978).

La mujer en la Edad Media


Consigna
Observen detenidamente la imagen que se propone a continuación. Luego, piensen:
¿cómo se la muestra a la mujer en este lienzo? Elaboren una lista con las cualidades
que, para ustedes, caracterizan a esta representación femenina.

Pintura “El pecado original”, de Jacopo Tintoretto, año 1.550 aproximadamente

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En la Alta Edad Media, las sagradas escrituras habían sentado las bases acerca de lo que
se entendía sobre la mujer: Eva, la compañera de Adán, fue creada por Dios para que
ella le hiciera compañía a él. Dice el versículo 2:22 del Antiguo Testamento: “Y de la
costilla que Jehová Dios tomó del hombre, hizo una mujer, y la trajo al hombre”. Como
había señalado previamente Aristóteles en el siglo IV a.C., la mujer es concebida en la
Biblia como “un hombre incompleto”.
Pero, además -y, sobre todo- la representación cristiana que se construye originalmente
sobre la mujer es negativa en cuanto es quien tienta a Adán para dar origen al pecado
original que provocó la expulsión de la especie humana en el Paraíso creado por Dios.
El castigo que Dios le propició a la mujer, en consecuencia, fue el “parirás con dolor a
los hijos” (versículo 3:16 del Génesis). Tomás de Aquino (1225-1274), teólogo de la
Edad Antigua, dejó escrito que “Tal y como dicen las escrituras, fue necesario crear a la
hembra como compañera del hombre; pero como compañera en la única tarea de la
procreación, ya que para el resto el hombre encontrará ayudantes más válidos en otros
hombres”.
Cabe destacar que no cualquiera podía leer las santas escrituras en esta época. Solo los
sacerdotes de las parroquias, los abades y los obispos de las grandes catedrales,
intermediarios de Dios en la Tierra, podían transmitir la palabra divina. De hecho, la
imagen más recurrente en las ilustraciones y obras religiosas de la temprana Edad
Media es, precisamente, la escena que recrea el pecado original. La Iglesia, así, se
aseguraba de extender el mito que sostenía que el sufrimiento y la desdicha de las
mujeres provenía de la primera mujer que había poblado la Tierra. Eva, entonces,
representaba el modelo femenino que había que evitar: seductora, indiscreta y, sobre
todo, desobediente.
Pero ya en los siglos XII y XIII a la figura negativa de Eva comenzó a anteponérsele la
de la Virgen María, quien estaba presente en todas las instituciones religiosas de la
época como símbolo de protección. Las mujeres descendientes de la satanizada Eva,
ahora, tenían la oportunidad de asumirse como pecadoras y fuentes del mal para
redimirse asemejándose a la Virgen.

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Observen la siguiente imagen.

Pintura “Virgen del Rosal”, de


Stefan Lochner, año 1.450
aproximadamente

Consigna
Respondan:
a. ¿Cómo se la muestra a la mujer en
este lienzo? Mencionen cualidades
que la describan.
b. ¿Cuáles son las tareas que, de
acuerdo con lo que expresa la
imagen, son propias del género
femenino?
c. Expliquen la siguiente afirmación: “las mujeres de la Edad Media se subordinaron a
una sociedad fuertemente teológica y masculina”.

La Inquisición y la persecución de las brujas


La Inquisición fue el proceso dirigido por la Iglesia Católica a partir del siglo XII y que
tuvo como objetivo suprimir la herejía, entendida como toda creencia ajena al
cristianismo. La herejía en la era medieval europea muchas veces se castigaba con la
pena de muerte y encontró en sus víctimas a los judíos, a los musulmanes, a los
protestantes, a los homosexuales y a las mujeres consideradas “brujas”.
Según Norma Blazquez Graf, Doctora en Filosofía de la UNAM (Universidad Nacional
de México), durante los primeros siglos de la Edad Media los conocimientos de las
brujas eran valorados, respetados y considerados importantes y necesarios para la
comunidad, pero se fueron desprestigiando y asociando con la idea de que no poseían
sabiduría de mujer, sino que un ser maligno les otorgaba poderes y todo lo que sabían y
practicaban se debía a un pacto con el diablo.

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Las brujas, históricamente, eran parteras, alquimistas, perfumistas, nodrizas o cocineras
que tenían conocimientos en campos como la anatomía, la botánica, la sexualidad, el
amor o la reproducción y que prestaban un importante servicio social. Eran mujeres que
conocían de plantas, animales y minerales y creaban recetas para curar diversos males
que padecía la población. Ser bruja, entonces, significaba ser una mujer con oficio
propio y, por lo tanto, independiente. La investigadora sostiene que es totalmente falsa
la idea de que las mujeres medievales solo tuvieran tres opciones: casarse, meterse a
monja o hacerse prostituta. La cuarta opción era tener su propio negocio, como
curandera o comadrona.
Las mujeres tachadas de brujas, como decíamos, ofrecían servicios valiosos para sus
convecinos. Recordemos que el mundo medieval nace con la caída del imperio romano
en manos bárbaras, lo que es sinónimo de diversidad religiosa y, sobre todo, a creencias
muy ligadas a las doctrinas politeístas. Es decir, esta sociedad, en sus orígenes, poseía
una gran amalgama de supersticiones. De hecho, lejos de lo que se cree popularmente,
estas mujeres en los inicios de la Edad Media formaban parte de las actividades de culto
religioso y ofrecían un servicio que el pueblo elegía y la Iglesia apoyaba.
Pero es hacia fines de la Edad Media que se comienza a demonizar la figura de estas
mujeres. La Iglesia ya había consolidado su poder y se proponía extender sus tentáculos
hacia aldeas más perdidas. El cristianismo, pese a ser a una religión que dominaba cada
ámbito social, le temía a la figura de estas plebeyas que ofrecían otra mirada de la
espiritualidad. Esta es la razón por la cual se inicia una campaña de desprestigio y
demonización contra ellas.
El primer golpe maestro de la Iglesia fue decir que estas mujeres realizaban bien su
trabajo porque están relacionadas con el diablo. Pronto esta idea irá retorciéndose a la
concepción de que las brujas se acostaban con el mismísimo Satán para conseguir su
poder. Miles de mujeres fueron llevadas a la horca o fueron calcinadas por tener
conductas que no encajaban con los estereotipos de género propios de la época. Si una
mujer cuestionaba la autoridad de Dios, si mostraba inteligencia o rebeldía,
inmediatamente era acusada de brujería.
Todas estas ideas fueron volcadas al Malleus Maleficarum (del latín, “Martillo de las
brujas”), un texto escrito en 1487 por dos monjes inquisidores -Heinrich Kramer y
Jacob Sprenger- quienes señalaban cómo era posible identificar a las brujas, cuáles eran
los procedimientos procesales para enjuiciarlas y qué métodos de tortura se debían

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emplear contra ellas a fin de obtener una confesión. También, en caso de ser
encontradas culpables de brujería, se prescribía la muerte en la hoguera.
Fue en Alemania donde ocurrió una de las más célebres persecuciones de brujas de las
que se tiene registro histórico. Los juicios de las brujas de Wurzburgo fueron instigados
especialmente por el Obispo Philipp Adolf von Ehrenberg, entre los años 1626 y 1631.
El sangriento saldo fue más de 200 personas asesinadas en la ciudad y unas 900 en las
regiones cercanas. Las prácticas que se les atribuían eran el pacto con el diablo, la
celebración de aquelarres, el vuelo nocturno sobre escobas, objeto casi exclusivo
femenino, la transformación en animales, sobre todo en gatos negros, y la magia negra,
es decir, hacer magia con fines malévolos donde supuestamente hacían morir al ganado
o enfermaban a las personas. Ninguna de estas facultades ha sido probada nunca.

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