1) Describa sobre qué contexto político y económico se implementó en Argentina
el Estado Burocrático Autoritario y explique cómo se produjo su proceso de salida, puntualizando algunos hitos principales relacionados con la movilización y confrontación social (3,5 p)
2) Describa los objetivos del proyecto de Alfonsín hacia el movimiento obrero y
compárelo con el propuesto por Menem (3,5p)
3) Señale los principales instrumentos del rediseño institucional operado en la última
dictadura cívico-militar y establezca similitudes/diferencias con la aplicación del estado de excepción durante el gobierno de Frondizi (3p)
1- La implementación del Estado Burocrático Autoritario en 1966 “contaba con la
aceptación de gran parte de la población y, por cierto, de casi todas las organizaciones de la sociedad”, como podemos leer claramente en O’Donnell (1982, p.65). No solo las fuerzas militares estaban dispuestas a tomar el poder por la fuerza, sino que los mismos civiles estaban dispuestos a que esto sucediera; incluso Perón y sus seguidores peronistas estaban de acuerdo, lo cual demuestra que el gobierno de Arturo Illia era “un gobierno ineficaz e irrepresentativo, cómplice pasivo del aducido desorden imperante” (O’Donnell, 1982, p.66). Los años 1964 y 1965 del gobierno radical de Illia habían demostrado un fuerte crecimiento de producto bruto interno; asimismo, el consumo per cápita también aumentó. Sin embargo, a partir de 1966 estos altos números demostrados en los primeros años de mandato comenzaron a derrumbarse, y el crecimiento se detuvo. Al mismo tiempo, la inflación se mantuvo en un alto nivel, como ya venía siendo desde comienzos de la década, al tiempo en que aumentaba relativamente. La situación económica, se creía, tendería a volverse aún más negativa, y la inversión bruta interna también decreció. Los movimientos de capital internacional representaron otro aspecto negativo y las inversiones públicas fueron otra parte de la economía que descendió. También se destacó un alto nivel del déficit fiscal, lo que conllevó a que solo una parte menor de la financiación pudiera realizarse con los recursos apropiados. A pesar de que todos estos factores económicos jugaban en contra de la vigencia del gobierno nacional, el difícil contexto económico se vio acompañado de un todavía más complicado contexto político: Illia había llegado al poder con un porcentaje muy bajo de votos (muchos de los votantes, por la proscripción del peronismo, eligieron el voto en blanco), lo que demuestra que no contaba con un amplio apoyo, e inmediatamente se vio inmerso en una disputa con el peronismo y el sindicalismo, el cual había pregonado un plan de lucha desde la CGT, antes de asumir Illia, pero que continuó durante su mandato, a partir del cual se tomarían fábricas e industrias. La ausencia del peronismo por la proscripción de 1955 seguía pesando fuerte en la vida política de la Argentina, sobre todo por el amplio movimiento que este englobaba, y que ahora se encontraba representado en los sindicatos y en la CGT. En los últimos años habían logrado una importante autonomía y masividad, y a pesar de sus importantes logros, sectores como la burguesía, así como otras organizaciones del país, expresaban un fuerte descontento hacia su accionar, el cual, se creía, representaba un estorbo para el desarrollo y la estabilidad de la economía por la toma recurrente de fábricas. Por esta razón, exigían al gobierno nacional que terminara con esta situación, acortando la autonomía del sindicalismo. Al mismo tiempo, la autonomía del movimiento popular representaba, también, un obstáculo en la dominación política del país. El gobierno poco hizo al respecto, ya que, cuando se intentaban medidas al respecto, las huelgas y movilizaciones eran enormes, y al momento de elecciones buscaban conciliar con esta enorme parte de la población. 2- Como bien explica Gargarella (2010), el gobierno alfonsinista, asentado al comenzar su mandato sobre un liberalismo político, caracterizado por garantizar la igualdad y los derechos individuales básicos (como la libertad de prensa, libertad de expresión, asociación, debido proceso, derechos políticos), dejó mucho que desear en materia social. Más allá del Plan Alimentario, que destinaba cajas de alimentos por medio de los municipios, y el Plan Nacional de Alfabetización, las políticas del gobierno en este sentido fueron pocas y se dejaron abandonadas a su suerte las iniciativas sobre nuevas medidas en materia popular, en manos de la oposición y de los sindicatos, sectores con los que Alfonsín mantuvo una posición “a la defensiva”. La Corte Suprema (que él mismo había seleccionado con jueces de un enorme prestigio) acompañaría esta postura socialmente indiferente del gobierno recientemente electo. En suma, sus diversas políticas fueron asumidas como políticas “desde arriba”, ya que el poder de decisión para la formulación de estas residía siempre en grupos de expertos, tales como la Corte, grupos de juristas y figuras reconocidas y respetadas del ámbito local, y se decidían de independientemente del respaldo social. Solo sirven como excepciones a esta regla el Tratado de Paz con Chile por el conflicto del Canal de Beagle, para el cual el gobierno alfonsinista llevó adelante una consulta popular, y el Segundo Congreso Pedagógico Nacional, cuyo objetivo residía en la planificación de un proyecto educativo para el siglo XXI, y para el cual se llamó a la participación de la sociedad en su conjunto. En el primero, la participación social fue sumamente exitosa y gozó del apoyo popular; en el segundo caso, el proyecto en sí mismo fracasó, por lo cual es probable que esa sea una de las razones por las que Alfonsín decidió englobar sus decisiones en el grupo de intelectuales antes mencionado. Cabe destacar que, al mismo tiempo en que las iniciativas que englobaban a las clases populares eran dejadas a un costado bajo ocupación del sindicalismo, el gobierno de Alfonsín priorizó, a través de la Ley Mucci, la realización de una reforma dentro del sector sindical para su democratización. Por supuesto, esto no logró sobrellevar los límites que suponían no incluir en el mismo marco al fortalecimiento de los derechos de los trabajadores. En el trayecto de la presidencia de Alfonsín, tanto el sector popular (por dichas razones), como el clerical (por leyes como la que legalizaba el divorcio), militar (por las políticas de Derechos Humanos en su contra) y empresarial (por decretos de tibios tintes socialdemócratas en materia económica) se opondrían a su gobernabilidad. Para ese entonces, el presidente radical pudo haber elegido optar por una postura más populista; no obstante, su giro al conservadurismo sería el mantenido hasta el final anticipado de su mandato en julio de 1989. La llegada de Carlos Saúl Menem al poder en ese mismo año, bajo representación del peronismo, complicaría aún más la situación de la clase obrera. Su gobierno adoptaría una postura neoliberal, siguiendo los acuerdos del Consenso de Washington y aliándose con otros sectores políticos de la derecha liberal. Apenas asumió, se sancionaron las leyes de Emergencia Económica y de Reforma del Estado, las cuales tenían como objetivo escapar a la hiperinflación y el endeudamiento externo a través de políticas de ajuste, al tiempo en que sentaban la base del proceso de privatización que se llevaría a cabo sobre el sector público del país. Estas políticas formaban parte del denominado “consenso de fuga hacia adelante”, a partir del cual se buscaba salir “como sea” de la grave situación hiperinflacionaria, y contó con el amplio apoyo de la población. Existiría más mercado y menos Estado, dado que la carga estatal existente era enorme. A partir de las leyes antes mencionadas, se efectivizarían privatizaciones, en primera instancia, en el sector del ferrocarril, así como también de la empresa pública Aerolíneas Argentinas y de los servicios englobados en la telefonía nacional. También implicarían la descentralización de los servicios pertenecientes al Estado nacional; esto quería decir que pasarían desde la administración nacional a la provincial, para reducir ese gasto, quedando solo las universidades bajo la órbita nacional. Sin embargo, las consecuencias serían, en muchos casos, abrumadoras: muchas localidades del país, construidas alrededor del ferrocarril y dependientes del mismo, quedaron vacías; el desempleo provocado a partir de las privatizaciones fue un durísimo impacto, inmediato a estas medidas; la pérdida de las aerolíneas nacionales, además, se llevó consigo grandes beneficios en lo que respectaba a contar con una aerolínea de bandera. La reducción de los costos salariales fue otra constante que Menem planeaba efectivizar, algo que quedó demostrado con los numerosos despidos que conllevaron las privatizaciones. En 1991 se sancionaría la Ley de Empleo, la cual incorporaba la figura de los contratos precarios o temporarios (sin cobertura médica ni jubilatoria, además de no gozar de indemnizaciones en caso de despido), algo que, sumado a las anteriores medidas, aumentaría el nivel de precarización laboral y crisis en el mercado de trabajo. en el mismo sentido de disminuciones, se sancionó una nueva Ley de Accidentes de Trabajo para las indemnizaciones al trabajador accidentado en su turno laboral junto con un decreto sobre los aumentos según la productividad del trabajador. Otra parte del proyecto menemista estaba asentada en la “descentralización” de las negociaciones laborales, pasándose a la negociación directa entre los sindicatos y las empresas, y no con el Estado; igualmente, no logró efectivizarse dentro de una ley. En 1994 se llevaron a cabo nuevos acuerdos en el marco laboral, creando las empresas ART. En 1995, se sancionó una ley para las Pymes, buscando promover el desarrollo de pequeñas y medianas empresas; con el objetivo de fijar un respaldo hacia las economías de microempresas y emprendimientos, se acompañó este decreto con la Ley de Quiebras. En lo que respecta al sindicalismo y los gremios, las posiciones ante las reformas y políticas variaron a lo largo de la década del 90’. Se destacó la creación, en 1992, del Congreso de los Trabajadores Argentinos (CTA), la cual representaba tanto a trabajadores afiliados a sindicatos, como a aquellos que no eran representados por ninguno; también adhería bajo su figura a los mismos sindicatos laborales, a los trabajadores desocupados y demás constantes del mundo laboral nacional, dado que su foco se representaba pura y exclusivamente en los trabajadores. Representaba una alternativa al modelo sindical y una oposición marcada al gobierno de Menem. Otro sector crítico del menemismo estaría situado en la Corriente Clasista y Combativa, dirigida por el “Perro” Santillán. Reunía a desocupados y movimientos de DD. HH. 3-