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Tercera Posición y Populismo

La Tercera Posición, en el ámbito de la Teoría de las Relaciones Internacionales y de la

política exterior, es un conjunto de ideologías políticas neofascistas que se

conformaron por primera vez en Europa Occidental y América Latina después de la

Segunda Guerra Mundial. Desarrollada en el contexto de la Guerra Fría, debe su

nombre a la afirmación de que representaba una tercera posición entre el capitalismo

del Bloque Occidental y el comunismo del Bloque Oriental.

Sus antecedentes se sitúan entre las décadas de 1920 y 1940, cuando varios grupos

disidentes nacionalistas se presentaron como parte de un movimiento distinto tanto

del capitalismo como del socialismo marxista. Esta idea fue retomada por varios

grupos políticos tras la Segunda Guerra Mundial.

La retórica de la "Tercera Posición" se desarrolló entre Terza Posizione en Italia y

Troisième Voie en Francia, al igual que en Argentina a partir de 1943; en la década de

1980, fue asumida por el Frente Nacional en el Reino Unido.

Estos grupos enfatizan asimismo la oposición tanto al comunismo como al capitalismo,

al tiempo que los defensores de la política de la Tercera Posición generalmente se

presentan como "más allá de la izquierda y la derecha", mientras sincretizan ideas de

cada extremo del espectro político, generalmente puntos de vista culturales

reaccionarios de derecha y puntos de vista económicos radicales de izquierda, que en

la actualidad suelen hallar expresión en el Populismo cuyos líderes, a pesar de afirmar

que su ideología política no es ni de izquierda ni de derecha, en la práctica desarrollan


un régimen que deviene rígidamente autoritario y aislacionista, como es el caso de la

Venezuela de Chávez o la Irán de Khomeini (ambos de matriz religiosa, uno católico y

el otro islámico). Aquí es donde aparece la primera articulación de la “Tercera

Posición” con el Populismo, como bifrontalidad de un régimen político.

La Tercera Posición, paradójicamente, carece de un gran interés en asuntos de política

exterior, aparte de la creencia de que las influencias políticas y económicas de otras

naciones deben mantenerse alejadas; es esencialmente aislacionista. A menudo, los

líderes populistas de tercera posición, visualizan sus naciones como modelo para otros

países del Tercer Mundo en una dialéctica identificatoria de “ricos” y “pobres”, que los

lleva a proponer uniones económicas y políticas regionales, así como buscar la

cooperación de otros Estados “hermanados” en la lucha contra el Mercado Mundial y

sus supuestos “designios”.

La política exterior, como política del gobierno, tendrá como finalidad esencial, generar

condiciones para que el Estado pueda preservar su carácter unilateralista frente a la

comunidad internacional, mantener un entorno de seguridad (lo cual hace que se

dispare el gasto militar) y proteger sus intereses económicos orientados a la expansión

del gasto público, para poner en marcha políticas “redistributivas” del producto

nacional y asegurar el predominio político interno del régimen. Así mismo, debe

responder tanto a las consideraciones políticas internas como a la orientación de la

interacción con otros actores del sistema internacional, bien sea para promover la

confrontación de signo nacionalista, como para promover un cambio en las actitudes y

acciones de otros actores que pueden devenir potenciales aliados. Esta situación

permite suponer que las diferencias de origen ente regímenes de Estados populistas

(como la Rusia de Putin o la Norteamérica de Trump) no deben, al menos como factor


de mayor incidencia, producir discrepancias importantes en su ideología política en

materia de relaciones internacionales, lo cual los lleva a adoptar objetivos, metas y

estrategias comunes en lo concerniente a su política exterior.

De esta manera, para los gobiernos populistas la política exterior que desarrollan

puede marcar una diferencia importante para lograr legitimidad en los planos

internacional y nacional, con la cual logren impulsar sus respectivos proyectos

políticos.

La fuerte oposición a las naciones desarrollas, desde la perspectiva “populista de

tercera posición” al sistema jurídico de alcance global, hace que tanto sus relaciones

con el resto de las naciones como con determinadas organizaciones internacionales

(como la OEA, en el marco continental) se vean marcadas por una fuerte ideología

basada en la falsa oposición entre el «nosotros» y el «ellos»: nosotros, los regímenes

“oprimidos” y sin capacidad de desarrollo por culpa de ellos, los Estados desarrollados.

Sus tratos bilaterales siempre estarán fundados en el establecimiento de lazos,

sustentados por el odio, con todo aquel país que sostenga su misma ideología opuesta

al mundo desarrollado, libre y de democratización amplia en materia de derechos

humanos. Esta situación lleva a un peligroso “desprejuicio” a la hora de aceptar

financiación de regímenes y organizaciones delictivas, ofreciendo a estas últimas un

seguro santuario –y “lavadero”- para sus activos.

A modo de conclusión, formulada la pregunta de hasta qué punto los populismos

definen la política exterior de los Estados que lo promueven, debe decirse que lo

hacen hasta el punto de dejar de formar parte de un sistema mundial para poder

establecer otro en el que imperen las propias ideologías y no las de los demás; hasta el

punto de no aceptar alianzas, tratos económicos o políticos que beneficien al conjunto


de la población de una nación por tacharlos de “capitalistas” o, simplemente de

ideologías contrarias a la suya.

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