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1.1 Orígenes
Como estamos hablando de un subjetivismo moderno, hemos de decir, que entre los rasgos de la
realidad declarados subjetivos en el sentido de ilusorios, para algunos autores también se cuenta las
cualidades morales atribuidas a las acciones, las personas o las instituciones (Rectitud, bondad o justicia).
En consecuencia el subjetivismo se acerca al amoralismo.
En este curso inicialmente haremos referencia a Tomas Hobbes, autor del Leviatán. Hobbes, no se
cansa de alabar las normas morales, las considera leyes inmutables y eternas de la naturaleza; sin
embargo, un lector atento descubrirá que el Leviatán no habla de verdaderas normas morales, sino de
meros imperativos hipotéticos. En su teoría, el hombre se verá inclinado por su naturaleza a cumplir esas
normas, porque con ello su vida gana en seguridad y placer. Las normas tienen una función instrumental.
La posibilidad de una norma moral genuina queda excluida por principio.
La sombra del Leviatán alcanza a David Hume, el más grande filósofo moral británico de todos los
tiempos. Hume niega que el bien y el mal sean características exhibidas por las acciones a las que se
refiere el juicio moral. En “el Treatice” niega que podamos localizar el vicio como un rasgo objetivo de
un asesinato voluntario. El vicio y la virtud pueden compararse a los colores o a la temperatura, que según
la filosofía moderna son percepciones de la mente. Hume busca el fundamento del juicio moral en el
sentimiento de aprobación o desaprobación que genera el hecho.
A modo de conclusión, el análisis de Hume es genético causal, deja intacto el problema normativo.
Una cosa es probar la validez del juicio moral y la conducta virtuosa, y otra cosa muy distinta es indicar
como se genera a partir de un sentimiento primitivo. La simpatía como pasión humana es un puro hecho y
un hecho no fundamenta un derecho.
1.2. El Emotivismo
Durante el siglo XX, las universidades de Inglaterra en el periodo entre guerras (1918/19-1929)
surgió el no-cognocitivismo, que sustenta, a los juicios morales no les corresponde nada objetivo, no son
verdaderos ni falsos. El lenguaje moral no es racional, expresa sentimientos y deseos.
Stevenson habla del sentido emotivo para expresar que el lenguaje moral por no ser descriptivo es
una forma de manipulación, que busca el cambio de actitud en el sujeto, quien normalmente no es
consciente de la manipulación.
Esta doctrina es interpretada por Macintyre de modo histórico-cultural, afirmando que la filosofía
moderna ha fracasado a la hora de buscar un fundamento racional para los juicios morales y para el
lenguaje moral.
El subjetivismo moderno y contemporáneo apela a factores subjetivos, para explicar el juicio moral.
Hobbes con los deseos egoístas, Hume con el sentimiento de la simpatía. El emotivismo con los estados
de ánimo o preferencias del sujeto. Factores todos que carecen de fuerza normativa.
Se trata de una doctrina que no es defendida por los filósofos morales, pero si goza del crédito
popular. Según el relativismo, las normas que expresan la obligación moral no son universales, sino que
están limitadas al contexto histórico y cultural. El ser humano es socializado en las normas y valores de
una cultura, por ello el relativismo es el fruto de la convicción diversa en temas de moral en el tiempo y
en el espacio. La diversidad hace pensar en la seriedad de la afirmación.
Los sofistas piensan que toda norma moral es pura convención. La historia del pensamiento moral
antiguo se describe como la historia de la búsqueda del criterio natural para superar la diversidad de
pareceres. En la modernidad y en la época contemporánea la historia y la etnografía, subrayan la
asombrosa diversidad de culturas humanas y códigos normativos. Desde la modernidad se sugiere la
interpretación relativista del fenómeno moral. Actualmente los medios de comunicación ayudan mucho a
esta causa. Más aun el prestigio de las sociedades avanzadas con su ideal de tolerancia, nos pueden llevar
a pensar de manera relativa la cuestión.
La aceptación del relativismo moral viene considerada popularmente como la única posición
congruente y como garantía o requisito de una convivencia pacífica. Nosotros podríamos reaccionar de
las siguientes maneras:
- Con el objetivismo moral. Sosteniendo que en la diversidad de culturas, una tiene razón y
las otras no.
- Con el amoralismo. Aceptando las discrepancias morales como una prueba que concluye el
carácter vano e ilusorio de las cualidades morales en los actos humanos.
- Con el relativismo. Aceptando un término medio entre las dos respuestas anteriores.
El relativismo supone que todos pueden tener parte de razón. Los predicados morales como: bueno
y malo, justo e injusto, no tienen valor absoluto, no se pueden sacar del contexto. Tienen en todos los
casos sentido relativo a unas condiciones determinadas. Las normas morales únicamente son verdaderas
o falsas situadas en un contexto histórico. La pregunta por la validez de una norma moral resulta
incompleta e incontestable hasta que se precise el contexto cultural.
“Salvando” el fenómeno de la obligación moral, el relativismo ocupa una posición intermedia entre
el objetivismo y el amoralismo. El precio a pagar es la renuncia a la universalidad de las normas morales.
3.1 Preliminares
Se trata de un movimiento filosófico que nace con Jeremy Bentham a finales del siglo XVIII. Se
trata de una doctrina moral que tiene como principio último de la acción privada o pública, el principio de
la mayor felicidad. Se tiene en cuenta la felicidad individual y la felicidad social “todos cuentan para uno
y nadie más que uno”.
El utilitarismo desautoriza las normas morales tradicionales, el agente moral debe calcular el influjo
total de cada una de sus decisiones sobre la felicidad de todos. No importa si se trata de una acción
ordenada o prohibida.
El utilitarismo nace con la intención de corregir el sentido común en materia moral. Remitiéndonos
a la historia, la primera formulación del utilitarismo la encontramos en 1780 con Jeremy Bentham, quien
tenía como intención principal dejar asentados los fundamentos teóricos para la reforma del sistema legal
británico. Por su espíritu ilustrado, determina cambiar el régimen jurídico vigente por uno racional y
secularizado. Entonces identifica el principio de la mayor felicidad como la norma suprema de la acción
humana. Todos consideran de modo racional que cada individuo ha de calcular las consecuencias
previsibles de su conducta y optar por la acción global más ventajosa. Ello sirve para el individuo y para
la sociedad en tanto que conjunto de individuos. Individual y socialmente lo racional es fomentar
lucidamente la mayor felicidad.
Hoy por hoy el utilitarismo viene representado por una amplia familia de teorías éticas que pueden
discrepar entre sí.
A) El principio de la utilidad.
Aquí nos podemos encontrar con el utilitarismo clásico, de Bentham, de John Stuart Mil y
Sidgwick, quienes entienden que el fin es la mayor felicidad en sentido hedonista, la felicidad consiste en
placer y ausencia de dolor. El principio supremo de la moralidad ordena maximizar el placer y minimizar
el dolor de los afectados por la acción.
¿Cómo calcular? Bentham utiliza criterios puramente cuantitativos (intensidad, duración, certeza,
proximidad, pureza y extensión). John Stuart Mil también apela a criterios cualitativos (intelectuales y
estéticos). Sidgwick se decanta por los aspectos cuantitativos.
El utilitarismo ideal de Moore aporta novedades. Argumenta que el placer no es la única
experiencia valiosa en sentido humano, no es el único ingrediente de la felicidad (conocimiento, estética y
afectos personales). Además, sostiene que la conducta moral no se reduce a la promoción de la felicidad
humana, debemos apelar a la evidencia intuitiva de la bondad de los fines morales. La bondad es
indefinible y simple.
El utilitarismo de la preferencia nos dirá que el bien que la acción moral debe fomentar, viene
definido en términos de las preferencias individuales de las personas afectadas. Cada cual es el mejor
intérprete de lo que a él le conviene.
B) Acciones o normas.
El utilitarismo de actos sostiene que solo calculando las consecuencias totales de la acción concreta,
podemos llegar a saber si es correcta o no.
El utilitarismo de reglas sostiene que la acción correcta cumple una norma que al ser observada
produce mejores consecuencias.
Algunos utilitaristas defenderán estrictamente los intereses de los seres humanos, otros por su parte
también defenderán los intereses de los animales.
Jeremy Bentham da por supuesto la verdad del hedonismo psicológico, sostiene que el móvil de la
acción humana es siempre el placer del sujeto que obra. Antes de establecer la necesidad moral de la
benevolencia universal, se debe establecer su posibilidad psicológica. El hombre se encuentra inclinado a
placeres individuales (interesados) y a placeres sociales (desinteresados).
John Stuart Mil argumenta que debido a que el hombre desea la felicidad y no otra cosa, la felicidad
es el mayor bien. Si la felicidad es buena para cada uno, la felicidad general es buena para todos.
Sidgwick será el primer utilitarista en sostener que la verdad del principio de utilidad se conoce de
manera intuitiva.
3.3 Deontologismo
El segundo exponente es David Ross, quien considera las creencias morales del hombre corriente
conocimiento verdadero, normas objetivas y universales, irreductibles entre sí. Ross de cara al conflicto
de deberes respondía diciendo que la deliberación moral consiste en identificar la norma más urgente e
imperiosa.
En el centro de esta doctrina ética, se encuentra la noción de valor. La elaboración de una axiología
completa sistemática y libre de subjetivismos se hace real. La contribución consiste en: sostener la
existencia de los valores como un ámbito de la realidad, y usar la fenomenología para reconocer el orden
objetivo, el fundamento de la ética.
El autor está convencido de que podemos descubrir cierto tipo de propiedades en los objetos
posibles de la voluntad. Propiedades que pueden motivarnos a obrar sin la intervención del placer
práctico. Este tipo de propiedades reciben el nombre de valores. Además, el conocimiento de los valores y
sus conexiones es a priori.
La axiología de Scheler dice que los valores son cualidades que las cosas poseen, pero cualidades
especiales de un régimen ontológico especial. No se trata de cualidades fácticas o naturales, pero
dependen de ellas. Existe una relación de dependencia de tal modo que si las cualidades fácticas se
alteran, se modifican las cualidades de valor. La peculiaridad de las cualidades de valor, radican en que
están dotadas de fuerza normativa, pone el siguiente ejemplo: de cara a una obra artística con valor
fáctico acontece el descubrimiento de un valor ético, protegerla. Desde una cualidad fáctica podemos
llegar a descubrir las leyes aprioristicas que hablan de conexiones esenciales. Una de estas conexiones es
la que existe entre el deber y el valor.
Algunos de los rasgos del mundo de los valores que podemos tener en cuenta son: en primer lugar
la ubicación de los valores en el campo de la realidad. Una realidad que fundamenta el campo de una
nueva ciencia, la ética. Según Scheler el filósofo ético ha de desarrollar dos fases principales, la
exploración sistemática y la exploración de la axiología. El autor nos habla de la abundancia de los
valores y del papel que juegan en la vida de las personas.
Otro elemento a tener en cuenta es el referente a la variedad de los fenómenos de valor, los valores
presentan diferencias cualitativas que nos ayudan a distinguirlos (valor ético, estético, religioso,
intelectual). Cada especie de valor tiene una esencia propia y está inserto en una red de conexiones que se
expresan en leyes aprióricas.
La más importante de las leyes aprióricas es la ley de las relaciones jerárquicas entre las distintas
especie de valor. El valor moral está por encima del valor estético, el valor estético está por encima del
valor hedonista. Además de las relaciones entre especie de valor también acontecen relaciones jerárquicas
entre los valores singulares de la misma especie. Concluye el autor “la fuerza normativa de un valor es
directamente proporcional a su altura, la altura del valor es el criterio de la obligación moral”. Si existen
varios valores debemos decidirnos por el más elevado.
Se necesita una metafísica de las costumbres por el orden teórico y por el orden práctico. Se
necesita una ética a priori que identifique el fundamento de la ley moral para asegurar las certezas
espontáneas del sentido común. No estamos afirmando que Kant se oponga a la consideración de los
datos, para aplicar leyes morales a circunstancias concretas, sino que Kant niega a estos datos toda
función en la identificación de la ley moral. Para Kant las exigencias empíricas no tienen la última
palabra y por ello, se deben juzgar desde una instancia superior.
La buena voluntad es lo único que puede revestir el valor moral. Su valor no puede estar en nada
que le sea externo, por tanto hemos de mirar las determinaciones intrínsecas del querer de la voluntad.
Los dos elementos fundamentales del querer son: el fin y el motivo. Kant piensa que hay un único
motivo que pueda hacer moralmente buena a la voluntad y el conocimiento de ese motivo nos ayuda a
discernir los fines que se propone una voluntad absolutamente buena. El único motivo es el sentido del
deber. La voluntad que obra por deber nunca propone una acción contraria al deber, no se trata de una
conformidad de la acción con el deber, sino del sentido del deber que encuentra conformidad en la buena
voluntad. Él nos dibuja un ejemplo: el comerciante que obra por interés.
Pregunta ¿qué tipo de fines, se propone una voluntad moralmente buena? La voluntad es una
facultad racional, por ello el ser humano considera los actos de la voluntad como casos de principios
universales. La máxima es un principio que guía el querer del sujeto, por ello traducimos la pregunta. ¿De
acuerdo con que máximas obrará una voluntad buena? Estamos en el punto neurálgico de la moral
Kantiana. Las máximas son las características de la conducta moral. Entonces una buena voluntad solo
quiere por el deber.
Para Kant el deber es la necesidad de una acción por respeto a la ley. Ahora bien, La ley práctica
tiene dos aspectos: La materia (fin al que ordena) y la forma (universalidad con que ordena). De los dos
aspectos, se ha de obrar en atención a la forma de la ley. La voluntad seguirá siempre una máxima
universalizable. Este es el principio último del conocimiento moral “el imperativo categórico”.
1. “Obra solo según la máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley
universal”.obra de tal manera que desees que tu obrar se convierta en ley universal.
2. Obra como si la máxima de voluntad de tu acción debiera tornarse o volverse, por tu
voluntad, ley universal de la naturaleza.obra como si la ley de tu voluntaddebiera volverse ley universal
de la naturaleza.
3. Obra de tal modo que uses a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de
cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca solamente como un medio.obra de tal
manera que uses al hombre como un fin y no solamente como un medio.
4. Todas las máximas por propia legislación, deben concordar en un reino posible de los fines,
como un reino de la naturaleza.todas las máximas deben ser coherentes a un reino posible de fines.
Fácilmente se entiende que la voluntad esté sujeta a imperativos hipotéticos, ¿pero entonces como
es posible un imperativo categórico? ¿Por qué tiene fuerza vinculante? El único argumento válido es que
se trata de un imperativo dictado por la voluntad. Así pues la autonomía de la voluntad es la capacidad
que ella tiene de darse leyes así misma, esto se revela como principio supremo de moralidad.
El imperativo categórico es a priori, es identificado analíticamente por la razón a partir del concepto
de una voluntad absolutamente buena, entonces. La moralidad consiste en que la voluntad sea conforme
con el imperativo categórico.
El imperativo categórico exige que obremos de tal modo que podamos querer que nuestra máxima
se torne en ley universal de la naturaleza. El imperativo categórico solo se aplica a las máximas. Obramos
siempre de acuerdo a varios principios encadenados de modo lógico por subordinación. Entonces una
máxima es el principio por el que obra un ser racional. Sin embargo Kant reserva el término para el
principio más elevado al que aspira una conducta.