Está en la página 1de 12

CAPITULO I: EL SUBJETIVISMO

1.1 Orígenes

Como estamos hablando de un subjetivismo moderno, hemos de decir, que entre los rasgos de la
realidad declarados subjetivos en el sentido de ilusorios, para algunos autores también se cuenta las
cualidades morales atribuidas a las acciones, las personas o las instituciones (Rectitud, bondad o justicia).
En consecuencia el subjetivismo se acerca al amoralismo.

En este curso inicialmente haremos referencia a Tomas Hobbes, autor del Leviatán. Hobbes, no se
cansa de alabar las normas morales, las considera leyes inmutables y eternas de la naturaleza; sin
embargo, un lector atento descubrirá que el Leviatán no habla de verdaderas normas morales, sino de
meros imperativos hipotéticos. En su teoría, el hombre se verá inclinado por su naturaleza a cumplir esas
normas, porque con ello su vida gana en seguridad y placer. Las normas tienen una función instrumental.
La posibilidad de una norma moral genuina queda excluida por principio.

La sombra del Leviatán alcanza a David Hume, el más grande filósofo moral británico de todos los
tiempos. Hume niega que el bien y el mal sean características exhibidas por las acciones a las que se
refiere el juicio moral. En “el Treatice” niega que podamos localizar el vicio como un rasgo objetivo de
un asesinato voluntario. El vicio y la virtud pueden compararse a los colores o a la temperatura, que según
la filosofía moderna son percepciones de la mente. Hume busca el fundamento del juicio moral en el
sentimiento de aprobación o desaprobación que genera el hecho.

Otro elemento que toma de Hobbes, es la prioridad metodológica de la psicología explicativa. A


partir del material psicológico (conducta, deseos, sentimientos), se busca construir la conducta moral. La
raíz está en encontrar el sentimiento de aprobación o desaprobación que está a la base de los juicios
morales. Si Hobbes se reduce a impulsos egoístas, Hume se decanta por la simpatía, sentimiento
desinteresado y benevolente hacia nuestros semejantes. La simpatía entonces es la raíz última de la
aprobación sentida, hacia las virtudes y en general a cuanto es agradable para los hombres.

A modo de conclusión, el análisis de Hume es genético causal, deja intacto el problema normativo.
Una cosa es probar la validez del juicio moral y la conducta virtuosa, y otra cosa muy distinta es indicar
como se genera a partir de un sentimiento primitivo. La simpatía como pasión humana es un puro hecho y
un hecho no fundamenta un derecho.
1.2. El Emotivismo

Durante el siglo XX, las universidades de Inglaterra en el periodo entre guerras (1918/19-1929)
surgió el no-cognocitivismo, que sustenta, a los juicios morales no les corresponde nada objetivo, no son
verdaderos ni falsos. El lenguaje moral no es racional, expresa sentimientos y deseos.

El emotivismo es una rama del no-cognocitivismo. Ayer y Stevenson, niegan el sentido y la


verificabilidad empírica de los juicios morales, Ayer en su libro Lenguaje, Verdad y Lógica afirma que
“bueno” es un seudo-concepto, no dice del objeto, solo expresa el sentimiento de aprobación
experimentado por el sujeto. Los términos morales son semejantes a las interjecciones, las exclamaciones
o los suspiros.

Stevenson habla del sentido emotivo para expresar que el lenguaje moral por no ser descriptivo es
una forma de manipulación, que busca el cambio de actitud en el sujeto, quien normalmente no es
consciente de la manipulación.

Esta doctrina es interpretada por Macintyre de modo histórico-cultural, afirmando que la filosofía
moderna ha fracasado a la hora de buscar un fundamento racional para los juicios morales y para el
lenguaje moral.

Los signos para demostrar dicha incapacidad son los siguientes:

- La incapacidad para zanjar los debates morales.


- El predominio de los saberes técnicos e instrumentales.

El subjetivismo moderno y contemporáneo apela a factores subjetivos, para explicar el juicio moral.
Hobbes con los deseos egoístas, Hume con el sentimiento de la simpatía. El emotivismo con los estados
de ánimo o preferencias del sujeto. Factores todos que carecen de fuerza normativa.

1.3 Argumentos favorables al subjetivismo

La estructura de la argumentación subjetivista se desarrolla de la siguiente manera:

- Primero declara ilusoria la percepción de las cualidades morales.


- Estudia los factores psicológicos responsables del espejismo social,
- y por ultimo intenta explicar el origen de los factores desde las leyes generales de la
naturaleza.
El primer paso es decisivo. El desarrollo depende de aceptarlo o no, Jhon Mackie, en su libro
“Ética. La invención de lo bueno y lo malo”, propone los argumentos de la extrañeza y de la relatividad.
Relativamente habla de la diversidad de códigos morales histórica y geográficamente. Por tanto, no
existe una moral objetiva y válida para todos los hombres. Nosotros hemos de aclarar que una cosa es
hablar de condicionamiento moral, otra muy diferente de la ilusión. Ciertamente los códigos morales
están más o menos condicionados, histórica y geográficamente, pero el condicionamiento no explica
exhaustivamente el fenómeno moral, indicando su vanidad e ilusión.
Extrañamente se habla de dos maneras,
- primero adoptando la perspectiva ontológica, para afirmar que las cualidades morales son
demasiado raras, muy peculiares para creer en su existencia
- Segundo se hará una apelación a la epistemología, para sostener que la aceptación objetiva
de los valores morales, nos llevarán a postular una sospechosa facultad del conocimiento especializada en
aprender los valores morales, facultad de percepción o intuición moral, diferente a nuestros modos de
conocer las demás cosas. Según Mackie consideramos las cosas valiosas por que las deseamos, pero su
argumento de extrañeza no es convincente.
Niega la existencia de algo alegando su rareza, sin embargo, el mundo real está lleno de cosas raras
y no por ello nos atrevemos a negar su objetividad. Además, de cara a la variedad busca el mecanismo
que produce la apariencia. Está persuadido de que de todo lo que nos sale al paso en la experiencia, existe
un patrón o un modelo normal. Todo lo demás sería extraño o anormal. Se trata de una ley de la
normalidad que debemos poner en duda.

CAPITULO II: RELATIVISMO MORAL

Se trata de una doctrina que no es defendida por los filósofos morales, pero si goza del crédito
popular. Según el relativismo, las normas que expresan la obligación moral no son universales, sino que
están limitadas al contexto histórico y cultural. El ser humano es socializado en las normas y valores de
una cultura, por ello el relativismo es el fruto de la convicción diversa en temas de moral en el tiempo y
en el espacio. La diversidad hace pensar en la seriedad de la afirmación.

Los sofistas piensan que toda norma moral es pura convención. La historia del pensamiento moral
antiguo se describe como la historia de la búsqueda del criterio natural para superar la diversidad de
pareceres. En la modernidad y en la época contemporánea la historia y la etnografía, subrayan la
asombrosa diversidad de culturas humanas y códigos normativos. Desde la modernidad se sugiere la
interpretación relativista del fenómeno moral. Actualmente los medios de comunicación ayudan mucho a
esta causa. Más aun el prestigio de las sociedades avanzadas con su ideal de tolerancia, nos pueden llevar
a pensar de manera relativa la cuestión.

La aceptación del relativismo moral viene considerada popularmente como la única posición
congruente y como garantía o requisito de una convivencia pacífica. Nosotros podríamos reaccionar de
las siguientes maneras:

- Con el objetivismo moral. Sosteniendo que en la diversidad de culturas, una tiene razón y
las otras no.
- Con el amoralismo. Aceptando las discrepancias morales como una prueba que concluye el
carácter vano e ilusorio de las cualidades morales en los actos humanos.
- Con el relativismo. Aceptando un término medio entre las dos respuestas anteriores.
El relativismo supone que todos pueden tener parte de razón. Los predicados morales como: bueno
y malo, justo e injusto, no tienen valor absoluto, no se pueden sacar del contexto. Tienen en todos los
casos sentido relativo a unas condiciones determinadas. Las normas morales únicamente son verdaderas
o falsas situadas en un contexto histórico. La pregunta por la validez de una norma moral resulta
incompleta e incontestable hasta que se precise el contexto cultural.
“Salvando” el fenómeno de la obligación moral, el relativismo ocupa una posición intermedia entre
el objetivismo y el amoralismo. El precio a pagar es la renuncia a la universalidad de las normas morales.

2.1 Debilidades del planteamiento

Nosotros estamos llamados a dar una respuesta. Si observamos detenidamente, el relativismo no


afecta los principios morales generalísimos, sino a las normas subordinadas en que los principios se hacen
concretos en circunstancias históricas cambiantes. Es evidente que históricamente todos los pueblos
moralmente reconocen la importancia de principios que ordenan la beneficencia, la veracidad, la
hospitalidad, el pudor, la justicia. Este conjunto ciertamente puede manifestar una diversidad en el
momento de la aplicación (Antiguo Testamento, los Tuarets).
Las normas morales por las que se rigen las conductas de un pueblo tienen mucho de contingente.
Pero ello no indica que todas las normas sean contingentes. Se ha de reconocer en cada norma el núcleo
invariable, su contenido moral universalmente reconocido.
Además podemos argumentar que las discrepancias alegadas por el relativismo, no son de
naturaleza moral, ni sirven para la negación de la universalidad de las normas morales. Toda norma moral
subordinada es la conclusión de un argumento implícito que suele llamarse silogismo práctico. Por
ejemplo: del principio moral te apiadarás del más necesitado, resulta el silogismo práctico, te apiadaras
del huérfano y la viuda. Es evidente que no hay discrepancia de tipo moral. Se está de acuerdo en la
premisa mayor, las discrepancias son fácticas.
En primer lugar hemos de aclarar que cuando se hace una comparación de códigos morales vigentes
en las distintas sociedades humanas, el resultado manifiesta el predominio de los acuerdos. Si en algunas
ocasiones pasamos por alto el predominio empírico del acuerdo, será debido al efecto visual de lo exótico
y excepcional que absorbe nuestra atención, haciendo desaparecer lo cotidiano y lo habitual.
En segundo lugar, hemos de aclarar al relativista moral que su argumento en contra de la
universalidad de las normas, no viene bien fundamentado, pues comprobando que una norma no ha
gozado de la aprobación en todas las culturas, de modo automático le niega su validez universal. Esto no
es propio de un investigador. Por ejemplo: si un astrónomo quiere tener un conocimiento certero no puede
depender de simples opiniones al respecto. Siendo así, la actitud del filósofo moral ha de ser la misma.
Una norma es válida para el relativismo moral debido al hecho extrínseco de contar con la aprobación de
la sociedad. Un hecho extrínseco es el verdadero nervio vital del relativismo moral, pero esto es tan
inaceptable como afirmar que la tierra es totalmente plana porque muchos lo han dicho.

CAPITULO III: EL UTILITARISMO

3.1 Preliminares

Se trata de un movimiento filosófico que nace con Jeremy Bentham a finales del siglo XVIII. Se
trata de una doctrina moral que tiene como principio último de la acción privada o pública, el principio de
la mayor felicidad. Se tiene en cuenta la felicidad individual y la felicidad social “todos cuentan para uno
y nadie más que uno”.

El modelo es consecuencialista, la corrección de las acciones atiende a la bondad de sus


consecuencias totales, no importa la acción, solo importa los frutos de la misma, por multiplicar la
felicidad, el fin justifica los medios que resulten útiles para alcanzarlo (Vs moral tradicional).

El utilitarismo desautoriza las normas morales tradicionales, el agente moral debe calcular el influjo
total de cada una de sus decisiones sobre la felicidad de todos. No importa si se trata de una acción
ordenada o prohibida.

El utilitarismo nace con la intención de corregir el sentido común en materia moral. Remitiéndonos
a la historia, la primera formulación del utilitarismo la encontramos en 1780 con Jeremy Bentham, quien
tenía como intención principal dejar asentados los fundamentos teóricos para la reforma del sistema legal
británico. Por su espíritu ilustrado, determina cambiar el régimen jurídico vigente por uno racional y
secularizado. Entonces identifica el principio de la mayor felicidad como la norma suprema de la acción
humana. Todos consideran de modo racional que cada individuo ha de calcular las consecuencias
previsibles de su conducta y optar por la acción global más ventajosa. Ello sirve para el individuo y para
la sociedad en tanto que conjunto de individuos. Individual y socialmente lo racional es fomentar
lucidamente la mayor felicidad.

3.2 Variantes utilitaristas

Hoy por hoy el utilitarismo viene representado por una amplia familia de teorías éticas que pueden
discrepar entre sí.

A) El principio de la utilidad.

Aquí nos podemos encontrar con el utilitarismo clásico, de Bentham, de John Stuart Mil y
Sidgwick, quienes entienden que el fin es la mayor felicidad en sentido hedonista, la felicidad consiste en
placer y ausencia de dolor. El principio supremo de la moralidad ordena maximizar el placer y minimizar
el dolor de los afectados por la acción.
¿Cómo calcular? Bentham utiliza criterios puramente cuantitativos (intensidad, duración, certeza,
proximidad, pureza y extensión). John Stuart Mil también apela a criterios cualitativos (intelectuales y
estéticos). Sidgwick se decanta por los aspectos cuantitativos.
El utilitarismo ideal de Moore aporta novedades. Argumenta que el placer no es la única
experiencia valiosa en sentido humano, no es el único ingrediente de la felicidad (conocimiento, estética y
afectos personales). Además, sostiene que la conducta moral no se reduce a la promoción de la felicidad
humana, debemos apelar a la evidencia intuitiva de la bondad de los fines morales. La bondad es
indefinible y simple.
El utilitarismo de la preferencia nos dirá que el bien que la acción moral debe fomentar, viene
definido en términos de las preferencias individuales de las personas afectadas. Cada cual es el mejor
intérprete de lo que a él le conviene.

B) Acciones o normas.

El utilitarismo de actos sostiene que solo calculando las consecuencias totales de la acción concreta,
podemos llegar a saber si es correcta o no.
El utilitarismo de reglas sostiene que la acción correcta cumple una norma que al ser observada
produce mejores consecuencias.

C) La suma total o el promedio de la felicidad.

D) Los beneficiarios de la conducta correcta.

Algunos utilitaristas defenderán estrictamente los intereses de los seres humanos, otros por su parte
también defenderán los intereses de los animales.

E) La justificación del principio moral.

Jeremy Bentham da por supuesto la verdad del hedonismo psicológico, sostiene que el móvil de la
acción humana es siempre el placer del sujeto que obra. Antes de establecer la necesidad moral de la
benevolencia universal, se debe establecer su posibilidad psicológica. El hombre se encuentra inclinado a
placeres individuales (interesados) y a placeres sociales (desinteresados).

John Stuart Mil argumenta que debido a que el hombre desea la felicidad y no otra cosa, la felicidad
es el mayor bien. Si la felicidad es buena para cada uno, la felicidad general es buena para todos.
Sidgwick será el primer utilitarista en sostener que la verdad del principio de utilidad se conoce de
manera intuitiva.

3.3 Deontologismo

El término etimológicamente significa lo debido y se utiliza técnicamente para designar cualquier


teoría ética que afirme: “el principio de utilidad es solo uno de los principios a tener en cuenta en la
deliberación moral. Existen otros principios muy conocidos que a su vez son normas morales
incorporadas al saber moral espontáneo (decir la verdad, cumplir lo prometido, no quitar la vida al
inocente)”. El deontologismo defiende el sentido común. Sin negar la importancia de las consecuencias
sostiene que la deliberación moral ha de tener en cuenta la naturaleza intrínseca de la acción, el tipo de
acción que se realiza. Pues las normas morales tradicionales alaban o condenan las acciones por su tipo.
Son normas que orientan la conducta.
El deontologismo no acepta todas las normas morales del sentido común. Ve en el saber moral
espontáneo, prejuicios y contradicciones que se han de purificar; sin embargo, acepta que el saber moral
espontáneo es mayor en aciertos que errores.

Podemos hacer alusión a algunas posiciones deontológicas. La primera es la de Kant, quien


reconoce la validez de toda máxima que pueda revestir la forma universal propia de los imperativos
morales. Piensa que algunas máximas expresan deberes perfectos que no admiten excepción (respetar la
vida del inocente, no mentir).

El segundo exponente es David Ross, quien considera las creencias morales del hombre corriente
conocimiento verdadero, normas objetivas y universales, irreductibles entre sí. Ross de cara al conflicto
de deberes respondía diciendo que la deliberación moral consiste en identificar la norma más urgente e
imperiosa.

El deontologismo se mueve en casos comunes y en los casos complejos afirma: la vida no es


siempre sencilla. Ross hace una distinción entre los deberes prima facie y los deberes reales. Los deberes
reales son los que efectivamente tengo. Los deberes prima facie indican la tendencia a ser mi deber real
que tiene una acción de cierto tipo. Frente a este parecer otros deontologistas piensan que algunas normas
morales no admiten excepción alguna.

CAPITULO IV: LA ÉTICA DE LOS VALORES DE MAX SCHELER


En el anuario 1913 la primera parte le corresponde al filósofo alemán Max Scheler, quien intenta
alcanzar una fundamentación científica y positiva de la ética, de sus problemas fundamentales y
esenciales. Para ello hace uso del método fenomenológico.

En el centro de esta doctrina ética, se encuentra la noción de valor. La elaboración de una axiología
completa sistemática y libre de subjetivismos se hace real. La contribución consiste en: sostener la
existencia de los valores como un ámbito de la realidad, y usar la fenomenología para reconocer el orden
objetivo, el fundamento de la ética.

El autor está convencido de que podemos descubrir cierto tipo de propiedades en los objetos
posibles de la voluntad. Propiedades que pueden motivarnos a obrar sin la intervención del placer
práctico. Este tipo de propiedades reciben el nombre de valores. Además, el conocimiento de los valores y
sus conexiones es a priori.
La axiología de Scheler dice que los valores son cualidades que las cosas poseen, pero cualidades
especiales de un régimen ontológico especial. No se trata de cualidades fácticas o naturales, pero
dependen de ellas. Existe una relación de dependencia de tal modo que si las cualidades fácticas se
alteran, se modifican las cualidades de valor. La peculiaridad de las cualidades de valor, radican en que
están dotadas de fuerza normativa, pone el siguiente ejemplo: de cara a una obra artística con valor
fáctico acontece el descubrimiento de un valor ético, protegerla. Desde una cualidad fáctica podemos
llegar a descubrir las leyes aprioristicas que hablan de conexiones esenciales. Una de estas conexiones es
la que existe entre el deber y el valor.

Algunos de los rasgos del mundo de los valores que podemos tener en cuenta son: en primer lugar
la ubicación de los valores en el campo de la realidad. Una realidad que fundamenta el campo de una
nueva ciencia, la ética. Según Scheler el filósofo ético ha de desarrollar dos fases principales, la
exploración sistemática y la exploración de la axiología. El autor nos habla de la abundancia de los
valores y del papel que juegan en la vida de las personas.

Otro elemento a tener en cuenta es el referente a la variedad de los fenómenos de valor, los valores
presentan diferencias cualitativas que nos ayudan a distinguirlos (valor ético, estético, religioso,
intelectual). Cada especie de valor tiene una esencia propia y está inserto en una red de conexiones que se
expresan en leyes aprióricas.

La más importante de las leyes aprióricas es la ley de las relaciones jerárquicas entre las distintas
especie de valor. El valor moral está por encima del valor estético, el valor estético está por encima del
valor hedonista. Además de las relaciones entre especie de valor también acontecen relaciones jerárquicas
entre los valores singulares de la misma especie. Concluye el autor “la fuerza normativa de un valor es
directamente proporcional a su altura, la altura del valor es el criterio de la obligación moral”. Si existen
varios valores debemos decidirnos por el más elevado.

CAPITULO V: LA ETICA KANTIANA


Emanuel Kant se esforzará por manifestar la necesidad de una ética de carácter a priori. Como una
de las figuras más sobresaliente de la ética de todos los tiempos, manifiesta una sensibilidad
extraordinaria para los datos de la vida moral y su respectivo análisis. Actualmente las nociones de
libertad, autonomía, dignidad de la persona, conciencia del deber, son lugares de pensamiento en deuda
directa con la obra de Kant.
Ahora nos acercaremos de las obras principales de la obra Kantiana: La fundamentación de la
metafísica de las costumbres y la crítica de la razón práctica. En estas obras el filósofo de Koenisberg
nos habla sobre el carácter incondicionado de los principios que expresan el deber. Lo incondicionado no
tiene fundamento en nada contingente, se hace indispensable la constitución de una ética puramente
racional sin elementos empíricos, una Ética con validez universal de sus principios. Por tratarse de una
ética que se funda en puros conceptos de la razón, las leyes identificadas de modo a priori tendrán validez
para los seres humanos y para todos los seres racionales.

Se necesita una metafísica de las costumbres por el orden teórico y por el orden práctico. Se
necesita una ética a priori que identifique el fundamento de la ley moral para asegurar las certezas
espontáneas del sentido común. No estamos afirmando que Kant se oponga a la consideración de los
datos, para aplicar leyes morales a circunstancias concretas, sino que Kant niega a estos datos toda
función en la identificación de la ley moral. Para Kant las exigencias empíricas no tienen la última
palabra y por ello, se deben juzgar desde una instancia superior.

En La fundamentación de la metafísica de las costumbres el punto de partida es el siguiente, el


valor incomparable de una buena voluntad. “En ningún lugar del mundo pero tampoco si quiera fuera del
mismo es posible pensar nada que pudiese ser tenido sin restricción por ser bueno, a no ser únicamente
una buena voluntad”. Captando el sentido preciso hemos de decir, no afirma Kant que la buena voluntad
sea el único bien. Tampoco afirma que la buena voluntad sea todo el bien. Kant introduce el concepto de
bien consumado para decir que el compuesto entre buena voluntad y felicidad supera todos los bienes, y
solo quiere decir que la voluntad es el único bien incondicional. Kant cuando afirma la buena voluntad
como bien incondicionado está afirmando que los bienes de fortuna, los talentos del espíritu y las
cualidades de temperamento son buenos, si (condicional) están regidos por una buena voluntad.

La buena voluntad es lo único que puede revestir el valor moral. Su valor no puede estar en nada
que le sea externo, por tanto hemos de mirar las determinaciones intrínsecas del querer de la voluntad.

Los dos elementos fundamentales del querer son: el fin y el motivo. Kant piensa que hay un único
motivo que pueda hacer moralmente buena a la voluntad y el conocimiento de ese motivo nos ayuda a
discernir los fines que se propone una voluntad absolutamente buena. El único motivo es el sentido del
deber. La voluntad que obra por deber nunca propone una acción contraria al deber, no se trata de una
conformidad de la acción con el deber, sino del sentido del deber que encuentra conformidad en la buena
voluntad. Él nos dibuja un ejemplo: el comerciante que obra por interés.
Pregunta ¿qué tipo de fines, se propone una voluntad moralmente buena? La voluntad es una
facultad racional, por ello el ser humano considera los actos de la voluntad como casos de principios
universales. La máxima es un principio que guía el querer del sujeto, por ello traducimos la pregunta. ¿De
acuerdo con que máximas obrará una voluntad buena? Estamos en el punto neurálgico de la moral
Kantiana. Las máximas son las características de la conducta moral. Entonces una buena voluntad solo
quiere por el deber.

Para Kant el deber es la necesidad de una acción por respeto a la ley. Ahora bien, La ley práctica
tiene dos aspectos: La materia (fin al que ordena) y la forma (universalidad con que ordena). De los dos
aspectos, se ha de obrar en atención a la forma de la ley. La voluntad seguirá siempre una máxima
universalizable. Este es el principio último del conocimiento moral “el imperativo categórico”.

Formulaciones del imperativo categórico

1. “Obra solo según la máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley
universal”.obra de tal manera que desees que tu obrar se convierta en ley universal.
2. Obra como si la máxima de voluntad de tu acción debiera tornarse o volverse, por tu
voluntad, ley universal de la naturaleza.obra como si la ley de tu voluntaddebiera volverse ley universal
de la naturaleza.
3. Obra de tal modo que uses a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de
cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca solamente como un medio.obra de tal
manera que uses al hombre como un fin y no solamente como un medio.
4. Todas las máximas por propia legislación, deben concordar en un reino posible de los fines,
como un reino de la naturaleza.todas las máximas deben ser coherentes a un reino posible de fines.

5.1 La autonomía de la voluntad

Fácilmente se entiende que la voluntad esté sujeta a imperativos hipotéticos, ¿pero entonces como
es posible un imperativo categórico? ¿Por qué tiene fuerza vinculante? El único argumento válido es que
se trata de un imperativo dictado por la voluntad. Así pues la autonomía de la voluntad es la capacidad
que ella tiene de darse leyes así misma, esto se revela como principio supremo de moralidad.

La voluntad es la facultad de determinarse a obrar por la representación de ciertas leyes, solo


concibe leyes de modo racional por ello la voluntad es lo que Kant denomina razón práctica. La voluntad
es autónoma, la razón es auto legisladora. La razón pura se muestra pues como la fuente normativa de
donde procede el imperativo categórico.

El imperativo categórico es a priori, es identificado analíticamente por la razón a partir del concepto
de una voluntad absolutamente buena, entonces. La moralidad consiste en que la voluntad sea conforme
con el imperativo categórico.

El principio subjetivo de la moralidad es la autonomía de la voluntad, es decir, la capacidad de la


razón de ser normativa, así pues la idea de libertad kantiana consiste en que además de ser hombres en el
mundo del fenómeno, tenemos una realidad numénica. La libertad es la verdadera clave de la ética de la
razón y es el verdadero fundamento de la dignidad de los seres racionales. La conciencia de la ley moral
es el hecho de la razón pura práctica.

Un ejemplo aplicativo: verdaderamente Kant nos habla de varios ejemplos. El primero es el de la


falsa promesa y el segundo es el de la negación del auxilio.

El imperativo categórico exige que obremos de tal modo que podamos querer que nuestra máxima
se torne en ley universal de la naturaleza. El imperativo categórico solo se aplica a las máximas. Obramos
siempre de acuerdo a varios principios encadenados de modo lógico por subordinación. Entonces una
máxima es el principio por el que obra un ser racional. Sin embargo Kant reserva el término para el
principio más elevado al que aspira una conducta.

Ahora vamos a la comprobación: en el caso de la promesa falsa evidentemente existe un deber, no


hacer promesas que no pretendemos cumplir. La contradicción salta a la vista cuando anticipamos las
consecuencias (debilitar la confianza mutua y la desaparición de la promesa como institución social). No
puedo querer dos cosas a la vez, obrar de acuerdo con la máxima de la falsa promesa y que la máxima se
transforme en ley universal. Semejante querer es contradictorio. La máxima es contradictoria en sí misma.

En el ejemplo de la ayuda al necesitado, la máxima universalizada es contradictoria, pero no por el


orden lógico sino por contradicción de la propia voluntad. Una voluntad que quiera universalizar la
máxima de negar toda petición de ayuda consentiría con ello, el no ser socorrida cuando ella lo necesitara.
Pues la voluntad que es finita, se propone ciertos fines, pero al mismo tiempo renuncia a los medios
indispensables para alcanzarlos.

También podría gustarte