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CAPÍTULO 2

DE LA FORMACIÓN CATEQUÉTICA

1. El grave deber de la catequesis

CANON 773

Es un deber propio y grave, sobre todo de los pastores de almas, cuidar la catequesis
del pueblo cristiano, para que la fe de los fieles, mediante la enseñanza de la doctrina y la
práctica de la vida cristiana, se haga viva, explícita y operativa.

CEC 12

El presente catecismo está destinado principalmente a los responsables de la


catequesis: en primer lugar a los Obispos, en cuanto doctores de la fe y pastores de la
Iglesia. Les es ofrecido como instrumento para la realización de su tarea de enseñar al
Pueblo de Dios. A través de los Obispos, se dirige a los redactores de catecismos, a los
sacerdotes y a los catequistas. Será también de útil lectura para todos los demás fieles
cristianos.

REDEMPTOR HOMINIS 19

Así, a la luz de la sagrada doctrina del Concilio Vaticano II, la Iglesia se presenta
ante nosotros como sujeto social de la responsabilidad de la verdad divina. Con profunda
emoción escuchamos a Cristo mismo cuando dice: «La palabra que oís no es mía, sino del
Padre, que me ha enviado». En esta afirmación de nuestro Maestro, ¿no se advierte quizás
la responsabilidad por la verdad revelada, que es «propiedad» de Dios mismo, si incluso Él,
«Hijo unigénito» que vive «en el seno del Padre», cuando la transmite como profeta y
maestro, siente la necesidad de subrayar que actúa en fidelidad plena a su divina fuente? La
misma fidelidad debe ser una cualidad constitutiva de la fe de la Iglesia, ya sea cuando
enseña, ya sea cuando la profesa. La fe, como virtud sobrenatural específica infundida en el
espíritu humano, nos hace partícipes del conocimiento de Dios, como respuesta a su
Palabra revelada. Por esto se exige de la Iglesia, cuando profesa y enseña la fe, esté
íntimamente unida a la verdad divina y la traduzca en conductas vividas de «rationabile
obsequium», obsequio conforme con la razón. Cristo mismo, para garantizar la fidelidad a
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la verdad divina, prometió a la Iglesia la asistencia especial del Espíritu de verdad, dio el
don de la infalibilidad a aquellos a quienes ha confiado el mandato de transmitir esta verdad
y de enseñarla—como había definido ya claramente el Concilio Vaticano I y, después,
repitió el Concilio Vaticano II — y dotó, además, a todo el Pueblo de Dios de un especial
sentido de la fe.

Por consiguiente, hemos sido hechos partícipes de esta misión de Cristo, profeta, y
en virtud de la misma misión, junto con Él servimos la verdad divina en la Iglesia. La
responsabilidad de esta verdad significa también amarla y buscar su comprensión más
exacta, para hacerla más cercana a nosotros mismos y a los demás en toda su fuerza
salvífica, en su esplendor, en su profundidad y sencillez juntamente. Este amor y esta
aspiración a comprender la verdad deben ir juntas, como demuestran las vidas de los Santos
de la Iglesia. Ellos estaban iluminados por la auténtica luz que aclara la verdad divina,
porque se aproximaban a esta verdad con veneración y amor: amor sobre todo a Cristo,
Verbo viviente de la verdad divina y, luego, amor a su expresión humana en el Evangelio,
en la tradición y en la teología. También hoy son necesarias, ante todo, esta comprensión y
esta interpretación de la Palabra divina; es necesaria esta teología. La teología tuvo siempre
y continúa teniendo una gran importancia, para que la Iglesia, Pueblo de Dios, pueda de
manera creativa y fecunda participar en la misión profética de Cristo. Por esto, los teólogos,
como servidores de la verdad divina, dedican sus estudios y trabajos a una comprensión
siempre más penetrante de la misma, no pueden nunca perder de vista el significado de su
servicio en la Iglesia, incluido en el concepto del «intellectus fidei». Este concepto
funciona, por así decirlo, con ritmo bilateral, según la expresión de S. Agustín: «intellege,
ut credas; crede, ut intellegas», y funciona de manera correcta cuando ellos buscan servir al
Magisterio, confiado en la Iglesia a los Obispos, unidos con el vínculo de la comunión
jerárquica con el Sucesor de Pedro, y cuando ponen al servicio su solicitud en la enseñanza
y en la pastoral, como también cuando se ponen al servicio de los compromisos apostólicos
de todo el Pueblo de Dios.

Como en las épocas anteriores, así también hoy —y quizás todavía más— los
teólogos y todos los hombres de ciencia en la Iglesia están llamados a unir la fe con la
ciencia y la sabiduría, para contribuir a su recíproca compenetración, como leemos en la

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oración litúrgica en la fiesta de San Alberto, doctor de la Iglesia. Este compromiso hoy se
ha ampliado enormemente por el progreso de la ciencia humana, de sus métodos y de sus
conquistas en el conocimiento del mundo y del hombre. Esto se refiere tanto a las ciencias
exactas, como a las ciencias humanas, así como también a la filosofía, cuya estrecha
trabazón con la teología ha sido recordada por el Concilio Vaticano II.

En este campo del conocimiento humano, que continuamente se amplía y al mismo


tiempo se diferencia, también la fe debe profundizarse constantemente, manifestando la
dimensión del misterio revelado y tendiendo a la comprensión de la verdad, que tiene en
Dios la única fuente suprema. Si es lícito —y es necesario incluso desearlo— que el
enorme trabajo por desarrollar en este sentido tome en consideración un cierto pluralismo
de métodos, sin embargo dicho trabajo no puede alejarse de la unidad fundamental en la
enseñanza de la Fe y de la Moral, como fin que le es propio. Es, por tanto, indispensable
una estrecha colaboración de la teología con el Magisterio. Cada teólogo debe ser
particularmente consciente de lo que Cristo mismo expresó, cuando dijo: «La palabra que
oís no es mía, sino del Padre, que me ha enviado». Nadie, pues, puede hacer de la teología
una especie de colección de los propios conceptos personales; sino que cada uno debe ser
consciente de permanecer en estrecha unión con esta misión de enseñar la verdad, de la que
es responsable la Iglesia.

La participación en la misión profética de Cristo mismo forja la vida de toda la


Iglesia, en su dimensión fundamental. Una participación particular en esta misión compete
a los Pastores de la Iglesia, los cuales enseñan y, sin interrupción y de diversos modos,
anuncian y transmiten la doctrina de la fe y de la moral cristiana. Esta enseñanza, tanto bajo
el aspecto misionero como bajo el ordinario, contribuye a reunir al Pueblo de Dios en torno
a Cristo, prepara a la participación en la Eucaristía, indica los caminos de la vida
sacramental. El Sínodo de los Obispos, en 1977, dedicó una atención especial a la
catequesis en el mundo contemporáneo, y el fruto maduro de sus deliberaciones,
experiencias y sugerencias encontrará, dentro de poco, su concreción —según la propuesta
de los participantes en el Sínodo— en un expreso Documento pontificio. La catequesis
constituye, ciertamente, una forma perenne y al mismo tiempo fundamental de la actividad
de la Iglesia, en la que se manifiesta su carisma profético: testimonio y enseñanza van

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unidos. Y aunque aquí se habla en primer lugar de los Sacerdotes, no es posible no recordar
también el gran número de Religiosos y Religiosas, que se dedican a la actividad
catequística por amor al divino Maestro. Sería, en fin, difícil no mencionar a tantos laicos,
que en esta actividad encuentran la expresión de su fe y de la responsabilidad apostólica.

Además, es cada vez más necesario procurar que las distintas formas de catequesis y
sus diversos campos —empezando por la forma fundamental, que es la catequesis
«familiar», es decir, la catequesis de los padres a sus propios hijos— atestigüen la
participación universal de todo el Pueblo de Dios en el oficio profético de Cristo mismo.
Conviene que, unida a este hecho, la responsabilidad de la Iglesia por la verdad divina sea
cada vez más, y de distintos modos, compartida por todos. ¿Y qué decir aquí de los
especialistas en las distintas materias, de los representantes de las ciencias naturales, de las
letras, de los médicos, de los juristas, de los hombres del arte y de la técnica, de los
profesores de los distintos grados y especializaciones? Todos ellos —como miembros del
Pueblo de Dios— tienen su propia parte en la misión profética de Cristo, en su servicio a la
verdad divina, incluso mediante la actitud honesta respecto a la verdad, en cualquier campo
que ésta pertenezca, mientras educan a los otros en la verdad y los enseñan a madurar en el
amor y la justicia. Así, pues, el sentido de responsabilidad por la verdad es uno de los
puntos fundamentales de encuentro de la Iglesia con cada hombre, y es igualmente una de
las exigencias fundamentales, que determinan la vocación del hombre en la comunidad de
la Iglesia. La Iglesia de nuestros tiempos, guiada por el sentido de responsabilidad por la
verdad, debe perseverar en la fidelidad a su propia naturaleza, a la cual toca la misión
profética que procede de Cristo mismo: «Como me envió mi Padre, así os envío yo...
Recibid el Espíritu Santo».

2. Deber de los fieles

CANON 774

§ 1. La solicitud por la catequesis, bajo la dirección de la legítima autoridad


eclesiástica, corresponde a todos los miembros de la Iglesia en la medida de cada uno.

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§ 2. Antes que nadie, los padres están obligados a formar a sus hijos en la fe y en
la práctica de la vida cristiana, mediante la palabra y el ejemplo; y tienen una obligación
semejante quienes hacen las veces de padres, y los padrinos.

CONSTITUCIÓN DOGMÁTICA SOBRE LA IGLESIA LUMEN GENTIUM


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El carácter sagrado y orgánicamente estructurado de la comunidad sacerdotal se


actualiza por los sacramentos y por las virtudes. Los fieles, incorporados a la Iglesia por el
bautismo, quedan destinados por el carácter al culto de la religión cristiana, y, regenerados
como hijos de Dios, están obligados a confesar delante de los hombres la fe que recibieron
de Dios mediante la Iglesia. Por el sacramento de la confirmación se vinculan más
estrechamente a la Iglesia, se enriquecen con una fuerza especial del Espíritu Santo, y con
ello quedan obligados más estrictamente a difundir y defender la fe, como verdaderos
testigos de Cristo, por la palabra juntamente con las obras. Participando del sacrificio
eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida cristiana, ofrecen a Dios la Víctima divina y se
ofrecen a sí mismos juntamente con ella. Y así, sea por la oblación o sea por la sagrada
comunión, todos tienen en la celebración litúrgica una parte propia, no confusamente, sino
cada uno de modo distinto. Más aún, confortados con el cuerpo de Cristo en la sagrada
liturgia eucarística, muestran de un modo concreto la unidad del Pueblo de Dios,
significada con propiedad y maravillosamente realizada por este augustísimo sacramento.

Quienes se acercan al sacramento de la penitencia obtienen de la misericordia de


Dios el perdón de la ofensa hecha a Él y al mismo tiempo se reconcilian con la Iglesia, a la
que hirieron pecando, y que colabora a su conversión con la caridad, con el ejemplo y las
oraciones. Con la unción de los enfermos y la oración de los presbíteros, toda la Iglesia
encomienda los enfermos al Señor paciente y glorificado, para que los alivie y los salve (cf.
St 5,14-16), e incluso les exhorta a que, asociándose voluntariamente a la pasión y muerte
de Cristo (cf. Rm 8,17; Col 1,24; 2 Tm 2,11-12; 1 P 4,13), contribuyan así al bien del
Pueblo de Dios. A su vez, aquellos de entre los fieles que están sellados con el orden
sagrado son destinados a apacentar la Iglesia por la palabra y gracia de Dios, en nombre de
Cristo. Finalmente, los cónyuges cristianos, en virtud del sacramento del matrimonio, por el
que significan y participan el misterio de unidad y amor fecundo entre Cristo y la Iglesia

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(cf. Ef 5,32), se ayudan mutuamente a santificarse en la vida conyugal y en la procreación y
educación de la prole, y por eso poseen su propio don, dentro del Pueblo de Dios, en su
estado y forma de vida. De este consorcio procede la familia, en la que nacen nuevos
ciudadanos de la sociedad humana, quienes, por la gracia del Espíritu Santo, quedan
constituidos en el bautismo hijos de Dios, que perpetuarán a través del tiempo el Pueblo de
Dios. En esta especie de Iglesia doméstica los padres deben ser para sus hijos los primeros
predicadores de la fe, mediante la palabra y el ejemplo, y deben fomentar la vocación
propia de cada uno, pero con un cuidado especial la vocación sagrada

Todos los fieles, cristianos, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos
y tan poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a
la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre.

CATECHESI TRADENDAE 68

La acción catequética de la familia tiene un carácter peculiar y en cierto sentido


insustituible, subrayado con razón por la Iglesia, especialmente por el Concilio Vaticano II.
Esta educación en la fe, impartida por los padres —que debe comenzar desde la más tierna
edad de los niños— se realiza ya cuando los miembros de la familia se ayudan unos a otros
a crecer en la fe por medio de su testimonio de vida cristiana, a menudo silencioso, mas
perseverante a lo largo de una existencia cotidiana vivida según el Evangelio. Será más
señalada cuando, al ritmo de los acontecimientos familiares —tales como la recepción de
los sacramentos, la celebración de grandes fiestas litúrgicas, el nacimiento de un hijo o la
ocasión de un luto— se procura explicitar en familia el contenido cristiano o religioso de
esos acontecimientos. Pero es importante ir más allá: los padres cristianos han de esforzarse
en seguir y reanudar en el ámbito familiar la formación más metódica recibida en otro
tiempo. El hecho de que estas verdades sobre las principales cuestiones de la fe de la vida
cristiana sean así transmitidas en un ambiente familiar impregnado de amor y respeto
permitirá muchas veces que deje en los niños una huella de manera decisiva y para toda la
vida. Los mismos padres aprovechen el esfuerzo que esto les impone, porque en un diálogo
catequético de este tipo cada uno recibe y da.

La catequesis familiar precede, pues, acompaña y enriquece toda otra forma de


catequesis. Además, en los lugares donde una legislación antirreligiosa pretende incluso

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impedir la educación en la fe, o donde ha cundido la incredulidad o ha penetrado el
secularismo hasta el punto de resultar prácticamente imposible una verdadera creencia
religiosa, la iglesia doméstica es el único ámbito donde los niños y los jóvenes pueden
recibir una auténtica catequesis. Nunca se esforzarán bastante los padres cristianos por
prepararse a este ministerio de catequistas de sus propios hijos y por ejercerlo con celo
infatigable. Y es preciso alentar igualmente a las personas o instituciones que, por medio de
contactos personales, encuentros o reuniones y toda suerte de medios pedagógicos, ayudan
a los padres a cumplir su cometido: el servicio que prestan a la catequesis es inestimable.

DIRECTORIO CATEQUÍSTICO GENERAL 120

120. Los textos - didácticos son subsidios o ayudas que se ofrecen a la comunidad
cristiana comprometida en la - catequesis. Ningún texto puede sustituir la viva
comunicación del mensaje cristiano. Los textos, sin embargo, son muy importantes porque
contribuyen a una más difusa explicación de los documentos de la tradición cristiana y de
los otros elementos que constituyen el discurso catequístico. También para la redacción de
estos textos se requiere el trabajo en colaboración de parte de los más expertos en
catequética y - la consulta de otros especialistas. –

3. Derecho particular sobre la catequesis y el catecismo:

CANON 775
775 § 1. Observadas las prescripciones de la Sede Apostólica, corresponde al
Obispo diocesano dictar normas sobre la catequesis y procurar que se disponga
de instrumentos adecuados para la misma, incluso elaborando un catecismo, si
parece oportuno; así como fomentar y coordinar las iniciativas catequísticas.

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§ 2. Compete a la Conferencia Episcopal, si se considera útil, procurar la
edición de catecismos para su territorio, previa aprobación de la Sede
Apostólica.

§ 3. En el seno de la Conferencia Episcopal puede constituirse un


departamento catequético, cuya tarea principal será la de ayudar a cada diócesis
en materia de catequesis.

CHRISTUS DOMINUS 14.

14. Vigilen atentamente que se dé con todo cuidado a los niños, adolescentes,
jóvenes e incluso a los adultos la instrucción catequética, que tiende a que la fe, ilustrada
por la doctrina, se haga viva, explícita y activa en los hombres y que se enseñe con el orden
debido y método conveniente, no sólo con respecto a la materia que se explica, sino
también a la índole, facultades, edad y condiciones de vida de los oyentes, y que esta
instrucción se fundamente en la Sagrada Escritura, Tradición, Liturgia, Magisterio y vida
de la Iglesia.

Procuren, además, que los catequistas se preparen debidamente para la enseñanza,


de suerte que conozcan totalmente la doctrina de la Iglesia y aprendan teórica y
prácticamente las leyes psicológicas y las disciplinas pedagógicas.

Esfuércense también en restablecer o mejorar la instrucción de los catecúmenos


adultos. Deber de santificar que tienen los Obispos.

CATECHESI TRADENDAE 63

63. Me dirijo ante todo a vosotros, mis Hermanos Obispos: el Concilio Vaticano II
ya os recordó explícitamente vuestra tarea en el campo catequético[113], y los Padres de la
IV Asamblea general del Sínodo lo subrayaron expresamente.

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En el campo de la catequesis tenéis vosotros, queridísimos Hermanos, una misión
particular en vuestras Iglesias: en ellas sois los primeros responsables de la catequesis, los
catequistas por excelencia. Lleváis también con el Papa en el espíritu de la colegialidad
episcopal, el peso de la catequesis en la Iglesia entera. Permitid, pues que os hable con el
corazón en la mano.

Sé que el ministerio episcopal que tenéis encomendado es cada día más complejo y
abrumador. Os requieren mil compromisos, desde la formación de nuevos sacerdotes, a la
presencia activa en medio de las comunidades de fieles, desde la celebración viva y digna
del culto y de los sacramentos, a la solicitud por la promoción humana y por la defensa de
los derechos del hombre. Pues bien, ¡que la solicitud por promover una catequesis activa y
eficaz no ceda en nada a cualquier otra preocupación. Esta solicitud os llevará a transmitir
personalmente a vuestros fieles la doctrina de vida. Pero debe llevaros también a haceros
cargo en vuestras diócesis, en conformidad con los planes de la Conferencia episcopal a la
que pertenecéis, de la alta dirección de la catequesis, rodeándoos de colaboradores
competentes y dignos de confianza. Vuestro cometido principal consistirá en suscitar y
mantener en vuestras Iglesias una verdadera mística de la catequesis, pero una mística que
se encarne en una organización adecuada y eficaz, haciendo uso de las personas, de los
medios e instrumentos, así como de los recursos necesarios. Tened la seguridad de que, si
funciona bien la catequesis en las Iglesias locales, todo el resto resulta más fácil. Por lo
demás —¿hace falta decíroslo?— vuestro celo os impondrá eventualmente la tarea ingrata
de denunciar desviaciones y corregir errores, pero con mucha mayor frecuencia os deparará
el gozo y el consuelo de proclamar la sana doctrina y de ver cómo florecen vuestras Iglesias
gracias a la catequesis impartida como quiere el Señor.

CANON 776

776 En virtud de su oficio, el párroco debe cuidar de la formación catequética de los


adultos, jóvenes y niños, para lo cual empleará la colaboración de los clérigos adscritos a la
parroquia, de los miembros de institutos de vida consagrada y de las sociedades de vida
apostólica, teniendo en cuenta la naturaleza de cada instituto, y también de los fieles laicos,
sobre todo de los catequistas; todos éstos, si no se encuentran legítimamente impedidos, no

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rehúsen prestar su ayuda de buen grado. Promueva y fomente el deber de los padres en la
catequesis familiar a la que se refiere el c. 774 § 2.

CHRISTUS DOMINUS 30

30. Cooperadores muy especialmente del Obispo son los párrocos, a quienes se
confía como a pastores propios el cuidado de las almas de una parte determinada de la
diócesis, bajo la autoridad del Obispo:

1) En el desempeño de este cuidado los párrocos con sus auxiliares cumplan su


deber de enseñar, de santificar y de regir de tal forma que los fieles y las comunidades
parroquiales se sientan, en realidad, miembros tanto de la diócesis, como de toda la Iglesia
universal. por lo cual colaboren con otros párrocos y otros sacerdotes que ejercen en el
territorio el oficio pastoral (como son, por ejemplo, los vicarios foráneos, deanes) o
dedicados a las obras de índole supraparroquial, para que no falte unidad en la diócesis en
el cuidado pastoral e incluso sea éste más eficaz.

El cuidado de las almas ha de estar, además, informado por el espíritu misionero, de


forma que llegue a todos los que viven en la parroquia. Pero si los párrocos no pueden
llegar a algunos grupos de personas, reclamen la ayuda de otros, incluso seglares, para que
los ayuden en lo que se refiere al apostolado.

Para dar más eficacia al cuidado de las almas se recomienda vivamente la vida
común de los sacerdotes, sobre todo de los adscritos a la misma parroquia, lo cual, al
mismo tiempo que favorece la acción apostólica, da a los fieles ejemplo de caridad y de
unidad.

2) En el desempeño del deber del magisterio, es propio de los párrocos: predicar la


palabra de Dios a todos los fieles, para que éstos, fundados en la fe, en la esperanza y en la
caridad, crezcan en Cristo y la comunidad cristiana pueda dar el testimonio de caridad, que
recomendó el Señor; igualmente, el comunicar a los fieles por la instrucción catequética el
conocimiento pleno del misterio de la salvación, conforme a la edad de cada uno. Para dar
esta instrucción, busque no sólo la ayuda de los religiosos, sino también la cooperación de
los seglares, erigiendo también la Cofradía de la Doctrina Cristiana.
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En llevar a cabo la obra de la santificación procuren los párrocos que la celebración
del sacrificio eucarístico sea el centro y la cumbre de toda la vida de la comunidad
cristiana, y procuren, además, que los fieles se nutran del alimento espiritual por la
recepción frecuente de los sacramentos y por la participación consciente y activa en la
liturgia. No olviden tampoco los párrocos que el sacramento de la penitencia, ayuda
muchísimo para robustecer la vida cristiana, por lo cual han de estar siempre dispuestos a
oír las confesiones de los fieles llamando también, si es preciso, otros sacerdotes que
conozcan varias lenguas.

El cumplimiento de su deber pastoral procuren, ante todo, los párrocos conocer su


propio rebaño. Pero siendo servidores de todas las ovejas, incrementen la vida cristiana,
tanto en cada uno en particular como en las familias y en las asociaciones, sobre todo en las
dedicadas al apostolado, y en toda la comunidad parroquial. visiten, pues, las casas y las
escuelas, según les exija su deber pastoral; atiendan cuidadosamente a los adolescentes y a
los jóvenes; desplieguen la caridad paterna para con los pobres y los enfermos; tengan,
finalmente, un cuidado especial con los obreros y esfuércense en conseguir que todos los
fieles ayuden en las obras de apostolado.

3) Los vicarios parroquiales, como cooperadores del párroco, prestan diariamente


un trabajo importante y activo en el ministerio parroquial, bajo la autoridad del párroco. Por
lo cual, entre el párroco y sus vicarios ha de haber comunicación fraterna, caridad mutua y
constante respeto; ayúdense mutuamente con consejos, ayudas y ejemplos, atendiendo a su
deber parroquial con voluntad concorde y común esfuerzo.

CATECHESI TRADENDAE 67

67. Quiero evocar ahora el marco concreto en que actúan habitualmente todos estos
catequistas, volviendo todavía de manera más sintética sobre los «lugares» de la catequesis,
algunos de los cuales han sido ya evocados en el capítulo VI: parroquia, familia, escuela y
movimiento.

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Aunque es verdad que se puede catequizar en todas partes, quiero subrayar —
conforme al deseo de muchísimos Obispos— que la comunidad parroquial debe seguir
siendo la animadora de la catequesis y su lugar privilegiado. Ciertamente, en muchos
países, la parroquia ha sido como sacudida por el fenómeno de la urbanización. Algunos
quizás han aceptado demasiado fácilmente que la parroquia sea considerada como
sobrepasada, si no destinada a la desaparición en beneficio de pequeñas comunidades más
adaptadas y más eficaces. Quiérase o no, la parroquia sigue siendo una referencia
importante para el pueblo cristiano, incluso para los no practicantes. El realismo y la
cordura piden pues continuar dando a la parroquia, si es necesario, estructuras más
adecuadas y sobre todo un nuevo impulso gracias a la integración creciente de miembros
cualificados, responsables y generosos. Dicho esto, y teniendo en cuenta la necesaria
diversidad de lugares de catequesis, en la misma parroquia, en las familias que acogen a
niños o adolescentes, en las capellanías de las escuelas estatales, en las instituciones
escolares católicas, en los movimientos de apostolado que conservan unos tiempos
catequéticos, en centros abiertos a todos los jóvenes, en fines de semana de formación
espiritual, etc., es muy conveniente que todos estos canales catequéticos converjan
realmente hacia una misma confesión de fe, hacia una misma pertenencia a la Iglesia, hacia
unos compromisos en la sociedad vividos en el mismo espíritu evangélico: «... un solo
Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre...». Por esto, toda parroquia
importante y toda agrupación de parroquias numéricamente más reducidas tienen el grave
deber de formar responsables totalmente entregados a la animación catequética —
sacerdotes, religiosos, religiosas y seglares—, de prever el equipamiento necesario para una
catequesis bajo todos sus aspectos, de multiplicar y adaptar los lugares de catequesis en la
medida que sea posible y útil, de velar por la cualidad de la formación religiosa y por la
integración de distintos grupos en el cuerpo eclesial.

En una palabra, sin monopolizar y sin uniformar, la parroquia sigue siendo, como he
dicho, el lugar privilegiado de la catequesis. Ella debe encontrar su vocación, el ser una
casa de familia, fraternal y acogedora, donde los bautizados y los confirmados toman
conciencia de ser pueblo de Dios. Allí, el pan de la buena doctrina y el pan de la Eucaristía
son repartidos en abundancia en el marco de un solo acto de culto; desde allí son enviados
cada día a su misión apostólica en todas las obras de la vida del mundo.

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CANON 777

Procure el párroco especialmente, teniendo en cuenta las normas dictadas por el


Obispo diocesano:

1 que se imparta una catequesis adecuada para la celebración de los sacramentos;

2 que los niños se preparen bien para recibir por primera vez los sacramentos de la
penitencia, de la santísima Eucaristía y de la confirmación, mediante una catequesis
impartida durante el tiempo que sea conveniente;

3 que los mismos, después de la primera comunión, sean educados con una
formación catequética más amplia y profunda;

4 que, en la medida que lo permita su propia condición, se dé formación catequética


también a los disminuidos físicos o psíquicos;

5 que, por diversas formas y actividades, la fe de los jóvenes y de los adultos se


fortalezca, ilustre y desarrolle.

CATECHESI TRADENDAE 41

Se trata ante todo de los niños y de los jóvenes física o mentalmente minusválidos.
Estos tienen derecho a conocer como los demás coetáneos el «misterio de la fe». Al ser
mayores las dificultades que encuentran, son más meritorios los esfuerzos de ellos y de sus
educadores. Es motivo de alegría comprobar que organizaciones católicas especialmente
consagradas a los jóvenes minusválidos tuvieron a bien aportar al Sínodo su experiencia en
la materia, y sacaron del Sínodo el deseo renovado de afrontar mejor este importante
problema. Merecen ser vivamente alentadas en esta tarea.

DIRECTORIO GENERAL DE CATEQUESIS 26

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El hombre ya maduro en 1-a fe puede reconocer en las distintas circunstancias y
encuentros con el prójimo la invitación de Dios que lo llama a acogerse a su plan de
salvación.

A la catequesis toca, pues, aclarar esta idea, enseñando a los cristianos la cristiana
interpretación de las cosas humanas, principalmente los signos de los tiempos, de manera
que todos "se capaciten para examinar e interpretar todas las cosas con integro sentido
cristiano" (GS. 62).

4. Medios Catequéticos

CANON 779

Se ha de dar la formación catequética empleando todos aquellos medios, material


didáctico e instrumentos de comunicación social que sean más eficaces para que los fieles,
de manera adaptada a su modo de ser, capacidad, edad y condiciones de vida, puedan
aprender la doctrina católica de modo más completo y llevarla mejor a la práctica.

DIRECTORIO CATEQUÉTICO 16.

16. El ministerio de la Palabra, para decirlo brevemente, debe estar consciente del
cometido que se le ha confiado, es decir suscitar una fe viva que convierta la mente a Dios,
impulse a asentir a su acción y lleve a un vivo conocimiento de los contenidos de la
tradición y revele y manifieste el verdadero significado del mundo y de la existencia
humana.

El ministerio de la Palabra es la proclamación del mensaje de salvación: lleva a los


hombres al Evangelio. El misterio anunciado y enseñado toca profundamente aquella
voluntad de vivir, aquel profundo deseo de plenitud, aquella viva espera de ]a felicidad
futura que Dios ha sembrado en el corazón de todo hombre y ha elevado con su gracia al
orden sobrenatural.

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Las verdades de la fe llevan consigo el amor a Dios, que ha creado todas las cosas
por Cristo y en Cristo’ nos ha resucitado. Los diversos aspectos del misterio cristiano deben
ser presentados de ‘tal modo que el acontecimiento central, Jesús —el don más grande de
Dios a los hombres— aparezca en primer plano, y que las otras verdades de la doctrina
católica se ordenen y se jerarquicen pedagógicamente en torno a Él (cf. nn. 43, 39).

CATECHESI TRADENDAE 44 Y 46

44. Entre estos adultos que tienen necesidad de la catequesis, nuestra preocupación
pastoral y misionera se dirige a los que, nacidos y educados en regiones todavía no
cristianizadas, no han podido profundizar la doctrina cristiana que un día las circunstancias
de la vida les hicieron encontrar; a los que en su infancia recibieron una catequesis
proporcionada a esa edad, pero que luego se alejaron de toda práctica religiosa y se
encuentran en la edad madura con conocimientos religiosos más bien infantiles; a los que se
resienten de una catequesis sin duda precoz, pero mal orientada o mal asimilada; a los que,
aun habiendo nacido en países cristianos, incluso dentro de un cuadro sociológicamente
cristiano, nunca fueron educados en su fe y, en cuanto adultos, son verdaderos
catecúmenos.

46. Desde la enseñanza oral de los Apóstoles a las cartas que circulaban entre las
Iglesias y hasta los medios más modernos, la catequesis no ha cesado de buscar los métodos
y los medios más apropiados a su misión, con la participación activa de las comunidades,
bajo impulso de los Pastores Este esfuerzo debe continuar.

Me vienen espontáneamente al pensamiento las grandes posibilidades que ofrecen


los medios de comunicación social y los medios de comunicación de grupos: televisión,
radio, prensa, discos, cintas grabadas, todo lo audio-visual. Los esfuerzos realizados en
estos campos son de tal alcance que pueden alimentar las más grandes esperanzas. La
experiencia demuestra, por ejemplo, la resonancia de una enseñanza radiofónica o
televisiva, cuando sabe unir una apreciable expresión estética con una rigurosa fidelidad al
15
Magisterio. La Iglesia tiene hoy muchas ocasiones de tratar estos problemas —incluidas las
jornadas de los medios de comunicación social—, sin que sea necesario extenderse aquí
sobre ello no obstante su capital importancia.

CANON 780

Cuiden los Ordinarios del lugar de que los catequistas se preparen debidamente para
cumplir bien su tarea, es decir, que se les dé una formación permanente, y que ellos mismos
conozcan bien la doctrina de la Iglesia y aprendan teórica y prácticamente las normas
propias de las disciplinas pedagógicas.

CHRISTUS DOMINUS 14 (PÁG 8 )

CATECHESI TRADENDAE PÁG 8 )

CÁNONES 229-231

229 § 1. Para que puedan vivir según la doctrina cristiana, proclamarla, defenderla
cuando sea necesario y ejercer la parte que les corresponde en el apostolado, los laicos
tienen el deber y el derecho de adquirir conocimiento de esa doctrina, de acuerdo con la
capacidad y condición de cada uno.

§ 2. Tienen también el derecho a adquirir el conocimiento más profundo de las


ciencias sagradas que se imparte en las universidades o facultades eclesiásticas o en los
institutos de ciencias religiosas, asistiendo a sus clases y obteniendo grados académicos.

§ 3. Ateniéndose a las prescripciones establecidas sobre la idoneidad necesaria,


también tienen capacidad de recibir de la legítima autoridad eclesiástica mandato de
enseñar ciencias sagradas.

230 § 1. Los varones laicos que tengan la edad y condiciones determinadas por
decreto de la Conferencia Episcopal, pueden ser llamados para el ministerio estable de
lector y acólito, mediante el rito litúrgico prescrito; sin embargo, la colación de esos
ministerios no les da derecho a ser sustentados o remunerados por la Iglesia.

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§ 2. Por encargo temporal, los laicos pueden desempeñar la función de lector en
las ceremonias litúrgicas; así mismo, todos los laicos pueden desempeñar las funciones de
comentador, cantor y otras, a tenor de la norma del derecho.

§ 3. Donde lo aconseje la necesidad de la Iglesia y no haya ministros, pueden


también los laicos, aunque no sean lectores ni acólitos, suplirles en algunas de sus
funciones, es decir, ejercitar el ministerio de la palabra, presidir las oraciones litúrgicas,
administrar el bautismo y dar la sagrada Comunión, según las prescripciones del derecho.

231 § 1. Los laicos que de modo permanente o temporal se dedican a un servicio


especial de la Iglesia tienen el deber de adquirir la formación conveniente que se requiere
para desempeñar bien su función, y para ejercerla con conciencia, generosidad y diligencia.

§ 2. Manteniéndose lo que prescribe el ⇒ c. 230 § 1, tienen derecho a una


conveniente retribución que responda a su condición, y con la cual puedan proveer
decentemente a sus propias necesidades y a las de su familia, de acuerdo también con las
prescripciones del derecho civil; y tienen también derecho a que se provea debidamente a
su previsión y seguridad social y a la llamada asistencia sanitaria.

GRAVISSIMUM EDUCATIONIS

4. En el cumplimiento de la función de educar, la Iglesia se preocupa de todos los


medios aptos, sobre todo de los que le son propios, el primero de los cuales es la
instrucción catequética, que ilumina y robustece la fe, anima la vida con el espíritu de
Cristo, lleva a una consciente y activa participación del misterio litúrgico y alienta a una
acción apostólica. La Iglesia aprecia mucho y busca penetrar de su espíritu y dignificar
también los demás medios, que pertenecen al común patrimonio de la humanidad y
contribuyen grandemente al cultivar las almas y formar los hombres, como son los medios
de comunicación social, los múltiples grupos culturales y deportivos, las asociaciones de
jóvenes y, sobre todo, las escuelas.

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