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DE LA FORMACIÓN CATEQUÉTICA
CANON 773
Es un deber propio y grave, sobre todo de los pastores de almas, cuidar la catequesis
del pueblo cristiano, para que la fe de los fieles, mediante la enseñanza de la doctrina y la
práctica de la vida cristiana, se haga viva, explícita y operativa.
CEC 12
REDEMPTOR HOMINIS 19
Así, a la luz de la sagrada doctrina del Concilio Vaticano II, la Iglesia se presenta
ante nosotros como sujeto social de la responsabilidad de la verdad divina. Con profunda
emoción escuchamos a Cristo mismo cuando dice: «La palabra que oís no es mía, sino del
Padre, que me ha enviado». En esta afirmación de nuestro Maestro, ¿no se advierte quizás
la responsabilidad por la verdad revelada, que es «propiedad» de Dios mismo, si incluso Él,
«Hijo unigénito» que vive «en el seno del Padre», cuando la transmite como profeta y
maestro, siente la necesidad de subrayar que actúa en fidelidad plena a su divina fuente? La
misma fidelidad debe ser una cualidad constitutiva de la fe de la Iglesia, ya sea cuando
enseña, ya sea cuando la profesa. La fe, como virtud sobrenatural específica infundida en el
espíritu humano, nos hace partícipes del conocimiento de Dios, como respuesta a su
Palabra revelada. Por esto se exige de la Iglesia, cuando profesa y enseña la fe, esté
íntimamente unida a la verdad divina y la traduzca en conductas vividas de «rationabile
obsequium», obsequio conforme con la razón. Cristo mismo, para garantizar la fidelidad a
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la verdad divina, prometió a la Iglesia la asistencia especial del Espíritu de verdad, dio el
don de la infalibilidad a aquellos a quienes ha confiado el mandato de transmitir esta verdad
y de enseñarla—como había definido ya claramente el Concilio Vaticano I y, después,
repitió el Concilio Vaticano II — y dotó, además, a todo el Pueblo de Dios de un especial
sentido de la fe.
Por consiguiente, hemos sido hechos partícipes de esta misión de Cristo, profeta, y
en virtud de la misma misión, junto con Él servimos la verdad divina en la Iglesia. La
responsabilidad de esta verdad significa también amarla y buscar su comprensión más
exacta, para hacerla más cercana a nosotros mismos y a los demás en toda su fuerza
salvífica, en su esplendor, en su profundidad y sencillez juntamente. Este amor y esta
aspiración a comprender la verdad deben ir juntas, como demuestran las vidas de los Santos
de la Iglesia. Ellos estaban iluminados por la auténtica luz que aclara la verdad divina,
porque se aproximaban a esta verdad con veneración y amor: amor sobre todo a Cristo,
Verbo viviente de la verdad divina y, luego, amor a su expresión humana en el Evangelio,
en la tradición y en la teología. También hoy son necesarias, ante todo, esta comprensión y
esta interpretación de la Palabra divina; es necesaria esta teología. La teología tuvo siempre
y continúa teniendo una gran importancia, para que la Iglesia, Pueblo de Dios, pueda de
manera creativa y fecunda participar en la misión profética de Cristo. Por esto, los teólogos,
como servidores de la verdad divina, dedican sus estudios y trabajos a una comprensión
siempre más penetrante de la misma, no pueden nunca perder de vista el significado de su
servicio en la Iglesia, incluido en el concepto del «intellectus fidei». Este concepto
funciona, por así decirlo, con ritmo bilateral, según la expresión de S. Agustín: «intellege,
ut credas; crede, ut intellegas», y funciona de manera correcta cuando ellos buscan servir al
Magisterio, confiado en la Iglesia a los Obispos, unidos con el vínculo de la comunión
jerárquica con el Sucesor de Pedro, y cuando ponen al servicio su solicitud en la enseñanza
y en la pastoral, como también cuando se ponen al servicio de los compromisos apostólicos
de todo el Pueblo de Dios.
Como en las épocas anteriores, así también hoy —y quizás todavía más— los
teólogos y todos los hombres de ciencia en la Iglesia están llamados a unir la fe con la
ciencia y la sabiduría, para contribuir a su recíproca compenetración, como leemos en la
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oración litúrgica en la fiesta de San Alberto, doctor de la Iglesia. Este compromiso hoy se
ha ampliado enormemente por el progreso de la ciencia humana, de sus métodos y de sus
conquistas en el conocimiento del mundo y del hombre. Esto se refiere tanto a las ciencias
exactas, como a las ciencias humanas, así como también a la filosofía, cuya estrecha
trabazón con la teología ha sido recordada por el Concilio Vaticano II.
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unidos. Y aunque aquí se habla en primer lugar de los Sacerdotes, no es posible no recordar
también el gran número de Religiosos y Religiosas, que se dedican a la actividad
catequística por amor al divino Maestro. Sería, en fin, difícil no mencionar a tantos laicos,
que en esta actividad encuentran la expresión de su fe y de la responsabilidad apostólica.
Además, es cada vez más necesario procurar que las distintas formas de catequesis y
sus diversos campos —empezando por la forma fundamental, que es la catequesis
«familiar», es decir, la catequesis de los padres a sus propios hijos— atestigüen la
participación universal de todo el Pueblo de Dios en el oficio profético de Cristo mismo.
Conviene que, unida a este hecho, la responsabilidad de la Iglesia por la verdad divina sea
cada vez más, y de distintos modos, compartida por todos. ¿Y qué decir aquí de los
especialistas en las distintas materias, de los representantes de las ciencias naturales, de las
letras, de los médicos, de los juristas, de los hombres del arte y de la técnica, de los
profesores de los distintos grados y especializaciones? Todos ellos —como miembros del
Pueblo de Dios— tienen su propia parte en la misión profética de Cristo, en su servicio a la
verdad divina, incluso mediante la actitud honesta respecto a la verdad, en cualquier campo
que ésta pertenezca, mientras educan a los otros en la verdad y los enseñan a madurar en el
amor y la justicia. Así, pues, el sentido de responsabilidad por la verdad es uno de los
puntos fundamentales de encuentro de la Iglesia con cada hombre, y es igualmente una de
las exigencias fundamentales, que determinan la vocación del hombre en la comunidad de
la Iglesia. La Iglesia de nuestros tiempos, guiada por el sentido de responsabilidad por la
verdad, debe perseverar en la fidelidad a su propia naturaleza, a la cual toca la misión
profética que procede de Cristo mismo: «Como me envió mi Padre, así os envío yo...
Recibid el Espíritu Santo».
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§ 2. Antes que nadie, los padres están obligados a formar a sus hijos en la fe y en
la práctica de la vida cristiana, mediante la palabra y el ejemplo; y tienen una obligación
semejante quienes hacen las veces de padres, y los padrinos.
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(cf. Ef 5,32), se ayudan mutuamente a santificarse en la vida conyugal y en la procreación y
educación de la prole, y por eso poseen su propio don, dentro del Pueblo de Dios, en su
estado y forma de vida. De este consorcio procede la familia, en la que nacen nuevos
ciudadanos de la sociedad humana, quienes, por la gracia del Espíritu Santo, quedan
constituidos en el bautismo hijos de Dios, que perpetuarán a través del tiempo el Pueblo de
Dios. En esta especie de Iglesia doméstica los padres deben ser para sus hijos los primeros
predicadores de la fe, mediante la palabra y el ejemplo, y deben fomentar la vocación
propia de cada uno, pero con un cuidado especial la vocación sagrada
Todos los fieles, cristianos, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos
y tan poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a
la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre.
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impedir la educación en la fe, o donde ha cundido la incredulidad o ha penetrado el
secularismo hasta el punto de resultar prácticamente imposible una verdadera creencia
religiosa, la iglesia doméstica es el único ámbito donde los niños y los jóvenes pueden
recibir una auténtica catequesis. Nunca se esforzarán bastante los padres cristianos por
prepararse a este ministerio de catequistas de sus propios hijos y por ejercerlo con celo
infatigable. Y es preciso alentar igualmente a las personas o instituciones que, por medio de
contactos personales, encuentros o reuniones y toda suerte de medios pedagógicos, ayudan
a los padres a cumplir su cometido: el servicio que prestan a la catequesis es inestimable.
120. Los textos - didácticos son subsidios o ayudas que se ofrecen a la comunidad
cristiana comprometida en la - catequesis. Ningún texto puede sustituir la viva
comunicación del mensaje cristiano. Los textos, sin embargo, son muy importantes porque
contribuyen a una más difusa explicación de los documentos de la tradición cristiana y de
los otros elementos que constituyen el discurso catequístico. También para la redacción de
estos textos se requiere el trabajo en colaboración de parte de los más expertos en
catequética y - la consulta de otros especialistas. –
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775 § 1. Observadas las prescripciones de la Sede Apostólica, corresponde al
Obispo diocesano dictar normas sobre la catequesis y procurar que se disponga
de instrumentos adecuados para la misma, incluso elaborando un catecismo, si
parece oportuno; así como fomentar y coordinar las iniciativas catequísticas.
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§ 2. Compete a la Conferencia Episcopal, si se considera útil, procurar la
edición de catecismos para su territorio, previa aprobación de la Sede
Apostólica.
14. Vigilen atentamente que se dé con todo cuidado a los niños, adolescentes,
jóvenes e incluso a los adultos la instrucción catequética, que tiende a que la fe, ilustrada
por la doctrina, se haga viva, explícita y activa en los hombres y que se enseñe con el orden
debido y método conveniente, no sólo con respecto a la materia que se explica, sino
también a la índole, facultades, edad y condiciones de vida de los oyentes, y que esta
instrucción se fundamente en la Sagrada Escritura, Tradición, Liturgia, Magisterio y vida
de la Iglesia.
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63. Me dirijo ante todo a vosotros, mis Hermanos Obispos: el Concilio Vaticano II
ya os recordó explícitamente vuestra tarea en el campo catequético[113], y los Padres de la
IV Asamblea general del Sínodo lo subrayaron expresamente.
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En el campo de la catequesis tenéis vosotros, queridísimos Hermanos, una misión
particular en vuestras Iglesias: en ellas sois los primeros responsables de la catequesis, los
catequistas por excelencia. Lleváis también con el Papa en el espíritu de la colegialidad
episcopal, el peso de la catequesis en la Iglesia entera. Permitid, pues que os hable con el
corazón en la mano.
Sé que el ministerio episcopal que tenéis encomendado es cada día más complejo y
abrumador. Os requieren mil compromisos, desde la formación de nuevos sacerdotes, a la
presencia activa en medio de las comunidades de fieles, desde la celebración viva y digna
del culto y de los sacramentos, a la solicitud por la promoción humana y por la defensa de
los derechos del hombre. Pues bien, ¡que la solicitud por promover una catequesis activa y
eficaz no ceda en nada a cualquier otra preocupación. Esta solicitud os llevará a transmitir
personalmente a vuestros fieles la doctrina de vida. Pero debe llevaros también a haceros
cargo en vuestras diócesis, en conformidad con los planes de la Conferencia episcopal a la
que pertenecéis, de la alta dirección de la catequesis, rodeándoos de colaboradores
competentes y dignos de confianza. Vuestro cometido principal consistirá en suscitar y
mantener en vuestras Iglesias una verdadera mística de la catequesis, pero una mística que
se encarne en una organización adecuada y eficaz, haciendo uso de las personas, de los
medios e instrumentos, así como de los recursos necesarios. Tened la seguridad de que, si
funciona bien la catequesis en las Iglesias locales, todo el resto resulta más fácil. Por lo
demás —¿hace falta decíroslo?— vuestro celo os impondrá eventualmente la tarea ingrata
de denunciar desviaciones y corregir errores, pero con mucha mayor frecuencia os deparará
el gozo y el consuelo de proclamar la sana doctrina y de ver cómo florecen vuestras Iglesias
gracias a la catequesis impartida como quiere el Señor.
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rehúsen prestar su ayuda de buen grado. Promueva y fomente el deber de los padres en la
catequesis familiar a la que se refiere el c. 774 § 2.
CHRISTUS DOMINUS 30
30. Cooperadores muy especialmente del Obispo son los párrocos, a quienes se
confía como a pastores propios el cuidado de las almas de una parte determinada de la
diócesis, bajo la autoridad del Obispo:
Para dar más eficacia al cuidado de las almas se recomienda vivamente la vida
común de los sacerdotes, sobre todo de los adscritos a la misma parroquia, lo cual, al
mismo tiempo que favorece la acción apostólica, da a los fieles ejemplo de caridad y de
unidad.
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67. Quiero evocar ahora el marco concreto en que actúan habitualmente todos estos
catequistas, volviendo todavía de manera más sintética sobre los «lugares» de la catequesis,
algunos de los cuales han sido ya evocados en el capítulo VI: parroquia, familia, escuela y
movimiento.
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Aunque es verdad que se puede catequizar en todas partes, quiero subrayar —
conforme al deseo de muchísimos Obispos— que la comunidad parroquial debe seguir
siendo la animadora de la catequesis y su lugar privilegiado. Ciertamente, en muchos
países, la parroquia ha sido como sacudida por el fenómeno de la urbanización. Algunos
quizás han aceptado demasiado fácilmente que la parroquia sea considerada como
sobrepasada, si no destinada a la desaparición en beneficio de pequeñas comunidades más
adaptadas y más eficaces. Quiérase o no, la parroquia sigue siendo una referencia
importante para el pueblo cristiano, incluso para los no practicantes. El realismo y la
cordura piden pues continuar dando a la parroquia, si es necesario, estructuras más
adecuadas y sobre todo un nuevo impulso gracias a la integración creciente de miembros
cualificados, responsables y generosos. Dicho esto, y teniendo en cuenta la necesaria
diversidad de lugares de catequesis, en la misma parroquia, en las familias que acogen a
niños o adolescentes, en las capellanías de las escuelas estatales, en las instituciones
escolares católicas, en los movimientos de apostolado que conservan unos tiempos
catequéticos, en centros abiertos a todos los jóvenes, en fines de semana de formación
espiritual, etc., es muy conveniente que todos estos canales catequéticos converjan
realmente hacia una misma confesión de fe, hacia una misma pertenencia a la Iglesia, hacia
unos compromisos en la sociedad vividos en el mismo espíritu evangélico: «... un solo
Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre...». Por esto, toda parroquia
importante y toda agrupación de parroquias numéricamente más reducidas tienen el grave
deber de formar responsables totalmente entregados a la animación catequética —
sacerdotes, religiosos, religiosas y seglares—, de prever el equipamiento necesario para una
catequesis bajo todos sus aspectos, de multiplicar y adaptar los lugares de catequesis en la
medida que sea posible y útil, de velar por la cualidad de la formación religiosa y por la
integración de distintos grupos en el cuerpo eclesial.
En una palabra, sin monopolizar y sin uniformar, la parroquia sigue siendo, como he
dicho, el lugar privilegiado de la catequesis. Ella debe encontrar su vocación, el ser una
casa de familia, fraternal y acogedora, donde los bautizados y los confirmados toman
conciencia de ser pueblo de Dios. Allí, el pan de la buena doctrina y el pan de la Eucaristía
son repartidos en abundancia en el marco de un solo acto de culto; desde allí son enviados
cada día a su misión apostólica en todas las obras de la vida del mundo.
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2 que los niños se preparen bien para recibir por primera vez los sacramentos de la
penitencia, de la santísima Eucaristía y de la confirmación, mediante una catequesis
impartida durante el tiempo que sea conveniente;
3 que los mismos, después de la primera comunión, sean educados con una
formación catequética más amplia y profunda;
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Se trata ante todo de los niños y de los jóvenes física o mentalmente minusválidos.
Estos tienen derecho a conocer como los demás coetáneos el «misterio de la fe». Al ser
mayores las dificultades que encuentran, son más meritorios los esfuerzos de ellos y de sus
educadores. Es motivo de alegría comprobar que organizaciones católicas especialmente
consagradas a los jóvenes minusválidos tuvieron a bien aportar al Sínodo su experiencia en
la materia, y sacaron del Sínodo el deseo renovado de afrontar mejor este importante
problema. Merecen ser vivamente alentadas en esta tarea.
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El hombre ya maduro en 1-a fe puede reconocer en las distintas circunstancias y
encuentros con el prójimo la invitación de Dios que lo llama a acogerse a su plan de
salvación.
A la catequesis toca, pues, aclarar esta idea, enseñando a los cristianos la cristiana
interpretación de las cosas humanas, principalmente los signos de los tiempos, de manera
que todos "se capaciten para examinar e interpretar todas las cosas con integro sentido
cristiano" (GS. 62).
4. Medios Catequéticos
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16. El ministerio de la Palabra, para decirlo brevemente, debe estar consciente del
cometido que se le ha confiado, es decir suscitar una fe viva que convierta la mente a Dios,
impulse a asentir a su acción y lleve a un vivo conocimiento de los contenidos de la
tradición y revele y manifieste el verdadero significado del mundo y de la existencia
humana.
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Las verdades de la fe llevan consigo el amor a Dios, que ha creado todas las cosas
por Cristo y en Cristo’ nos ha resucitado. Los diversos aspectos del misterio cristiano deben
ser presentados de ‘tal modo que el acontecimiento central, Jesús —el don más grande de
Dios a los hombres— aparezca en primer plano, y que las otras verdades de la doctrina
católica se ordenen y se jerarquicen pedagógicamente en torno a Él (cf. nn. 43, 39).
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44. Entre estos adultos que tienen necesidad de la catequesis, nuestra preocupación
pastoral y misionera se dirige a los que, nacidos y educados en regiones todavía no
cristianizadas, no han podido profundizar la doctrina cristiana que un día las circunstancias
de la vida les hicieron encontrar; a los que en su infancia recibieron una catequesis
proporcionada a esa edad, pero que luego se alejaron de toda práctica religiosa y se
encuentran en la edad madura con conocimientos religiosos más bien infantiles; a los que se
resienten de una catequesis sin duda precoz, pero mal orientada o mal asimilada; a los que,
aun habiendo nacido en países cristianos, incluso dentro de un cuadro sociológicamente
cristiano, nunca fueron educados en su fe y, en cuanto adultos, son verdaderos
catecúmenos.
46. Desde la enseñanza oral de los Apóstoles a las cartas que circulaban entre las
Iglesias y hasta los medios más modernos, la catequesis no ha cesado de buscar los métodos
y los medios más apropiados a su misión, con la participación activa de las comunidades,
bajo impulso de los Pastores Este esfuerzo debe continuar.
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Cuiden los Ordinarios del lugar de que los catequistas se preparen debidamente para
cumplir bien su tarea, es decir, que se les dé una formación permanente, y que ellos mismos
conozcan bien la doctrina de la Iglesia y aprendan teórica y prácticamente las normas
propias de las disciplinas pedagógicas.
CÁNONES 229-231
229 § 1. Para que puedan vivir según la doctrina cristiana, proclamarla, defenderla
cuando sea necesario y ejercer la parte que les corresponde en el apostolado, los laicos
tienen el deber y el derecho de adquirir conocimiento de esa doctrina, de acuerdo con la
capacidad y condición de cada uno.
230 § 1. Los varones laicos que tengan la edad y condiciones determinadas por
decreto de la Conferencia Episcopal, pueden ser llamados para el ministerio estable de
lector y acólito, mediante el rito litúrgico prescrito; sin embargo, la colación de esos
ministerios no les da derecho a ser sustentados o remunerados por la Iglesia.
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§ 2. Por encargo temporal, los laicos pueden desempeñar la función de lector en
las ceremonias litúrgicas; así mismo, todos los laicos pueden desempeñar las funciones de
comentador, cantor y otras, a tenor de la norma del derecho.
GRAVISSIMUM EDUCATIONIS
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