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10-9-2021 Ejemplos de

oraciones y léxico
Español Superior II

Iliana Ruiz Zurita


UGMEX ORIZABA. LICENCIATURA EN INGLÉS
Oraciones Complejas Finales
Expresan la intención con que se realiza la acción que se enuncia en la
proposición principal. Sus nexos indican que la oración subordinada es el fin
de la oración principal.

Nexos: final que, a que, para que, a fin de que, con objeto de que, con el
propósito/cometido/fin/objeto/objetivo de (que), con la intención de (que),
con vista(s) a que, para que, …

El verbo que rigen aparece en subjuntivo. Principal y subordinada tienen


distinto sujeto.

Ejemplos: Acércame esa camisa, que la vea bien. Entra para que pueda verte.

• El koala ha desarrollado la capacidad de digerir hojas de eucalipto a fin


de que pueda tener el alimento garantizado.
• El delfín sale a la superficie marítima con la intención de respirar.
• Algunos animales entierran sus presas con el objeto de comérselas otro
día.

Oraciones Finales Concesivas


Las subordinadas concesivas expresan una objeción o una dificultad para que
pueda llegar a cumplirse lo expresado en el primer elemento de la oración. En
cierto modo suponen también una restricción a la idea expresada en la primera
parte de la oración, y muy especialmente cuando se usa su nexo común
(aunque):

• Tengo dinero, aunque (pero) no compraré nada.

Se utiliza un nexo (aunque o aún antes de la oración) y el gerundio para que


tomen forma concesiva.
• (Aunque tenga dinero, o Aun teniendo dinero, no compraré nada)

Si se utiliza el nexo en medio (ej. pero), tomarían una forma adversativa.

• (Tengo dinero, pero no compraré nada)

La esencia de la concesión está, por tanto, no en el nexo utilizado, sino en el


razonamiento utilizado: las ideas 1 y 2 pueden coordinarse adversativamente,
pero para que la unión sea subordinada concesiva han de ser unidas de forma
inversa.

NEXOS

NEXOS FORMA QUE+FORMA FORMAS NO CONSTRUCCI


CONJUNTIVOS PERSONAL PERSONAL PERSONALE ONES
S FOSILIZADAS
Aunque si bien. a pesar Para lo poco Aun + Diga lo que
de (que) que Gerundio diga
aun cuando pese a (que) para lo hasta + sea como sea
mucho que Gerundio
así encima de por muy (...) Gerundio + y sea cual fuere
(que) que todo ni +
siquiera además de por mucho Gerundio. quieras que no
(que) (...) que
aparte de por más (...) Participio + y (me duela o no
(que). que todo
Adjetivo + y
por poco (...) todo ni + con todo y con
que Participio eso
ya que con + con lo ... que...
Infinitivo y
y eso que para +
infinitivo.
bien que
mal que.

Ejemplos:

• Los búhos pueden girar su cabeza 360º, aunque sin dar vueltas
completas.
• El organismo del perezoso sigue funcionando unas dos semanas a
pesar de haber muerto.
• El cuerno del rinoceronte es duro, pese a que está hecho de pelos.
• Los delfines suelen tener un ojo abierto pese a que estén dormidos.

Oraciones Finales Condicionales


indican que la oración subordinada explica una condición para que se cumpla
la oración principal.

Normalmente, cualquier nexo subordinante condicional se puede sustituir


por ‘si’, que además, es el más usado.

Nexos: si, sino, (como), (cuando)…

Locuciones: a condición de que, a menos que, (con que), con tal de (que), en
el caso/supuesto (de) que, pero si, siempre que, solo con que …

Ejemplos

• Un cerdo podría ver el cielo si se pudiera sentar.


• Un koala no está descansado a menos que duerma unas 20 o 22 horas
al día.
• Los corales se pueden ver desde el espacio solo con que esté el cielo
despejado y miremos hacia el sitio adecuado.
• Las jirafas duermen solo unos minutos al día en el caso de que lo
necesiten.
• Las hormigas no descansan en todo el día con tal de llenar su
despensa.
CLASIFICACIONES DE ORACIONS SUBORDINANTES Y CONJUNCIONES
La literatura para leer en la era digital
María Isabel Morales Sánchez isabel.msanchez@uca.es
Universidad de Cádiz, España. Universidad Nacional de La Plata
Vol. 7, núm. 2, 2018
Oraciones subordinadas adjetivas
Oraciones comparativas
Oraciones consecutivas
Causales
Finales
Consesivas
Condicionales

La literatura es una forma de expresión artística que manifiesta ostensiblemente los


cambios experimentados por la cultura en una larga tradición de siglos. Ya Aristóteles
significó la particular capacidad de la Poesía para “mover” el ánimo del oyente y su
especial versatilidad para renovar el lenguaje. El hombre adquiere conocimiento
sobre sí mismo –mantiene el estagirita– pues aprende de la literatura las formas del
comportamiento humano e, incluso, puede imaginar de modo verosímil su reacción
emocional ante situaciones críticas. El efecto catártico de la contemplación y la
consecuente liberación, forman parte del deleite y del goce estético. Uno de los
aspectos inherentes al hecho literario ha sido, precisamente, el constituir una certera
fuente no sólo para la comprensión del individuo, su incardinación social y su
participación en el forjado de escenarios culturales diversos –incluso para reconstruir
la historia de los acontecimientos– sino, también, para conocer cómo se han leído e
interpretado estéticamente. Por lógica extensión, también ha servido para “medir”
los espacios social y políticamente conflictivos o marginales o para establecer nuevos
espacios de sociabilidad (pensemos, por ejemplo, en la función esencial ejercida por
las tertulias, los teatros o los cafés, incluso como tribuna política en determinadas
etapas). Esa interpretación retórica de la literatura como discurso intencionado,
persuasivo y estético –que proporciona, como hemos dicho, un soporte transversal
valioso para el estudio de la cultura– implica también el análisis de los mecanismos
de persuasión, y, por lo tanto, del juego planteado al lector. Qué espera el autor del
lector ha sido una cuestión crucial en el transcurso de la crítica literaria, pero no lo es
menos, sobre todo a partir del último siglo, que tanto ha cambiado. Estos dos puntos
forman parte de una horquilla amplia de procesos técnicos y conceptuales que
marcan cambios de tendencia con relación a dos cuestiones esenciales: qué
entendemos por literatura y cómo la comprendemos. Ahora que estamos inmersos
en plena era digital, la pregunta es: ¿cómo modifica la respuesta a estas cuestiones
este nuevo ámbito, marcadamente tecnológico? –hecho que no entendemos como
excepcionalidad puesto que también lo fue la invención de la imprenta, sino,
precisamente como trascendental, por cuanto, tal como ocurrió en aquella ocasión,
va a suponer cambios esenciales en la cultura escrita heredada de aquel hecho– o
¿cómo altera nuestra forma de relacionarnos, de comprender la realidad y de
asimilarla?. Nuestro breve acercamiento tiene como objeto analizar algunas
cuestiones al respecto, situándonos en el ámbito de la lectura literaria y de la
literatura digital, desde una perspectiva que utiliza las herramientas proporcionadas
por la teoría de la literatura y por la retórica en cuanto disciplinas esenciales de
análisis del discurso y la comunicación literarias. Para ello establecemos tres
cuestiones esenciales que intentaremos perfilar en sus rasgos fundamentales: en
primer lugar (de tiempo) nos acercaremos al contexto de la cultura digital, con el
objeto de señalar los cambios esenciales producidos en el ámbito artístico y literario
como consecuencia de su inserción en el mismo; en segundo (de tiempo)
identificaremos los parámetros básicos que han permitido subrayar la creatividad
como base de la lectura en los textos digitales y, por último (de tiempo), abordaremos
uno de los desafíos a los que se enfrenta el lector actual con relación a la lectura de la
literatura: el diseño de las obras de literatura digital. Todo ello pretende redundar en
una reflexión que permita avanzar en la identificación de los parámetros esenciales
que están modificando los hábitos lectores y, como consecuencia, las estrategias de
comprensión y capacitación lectoras en el contexto de la literatura digital.

1. La literatura y la lectura en el seno de la cultura digital

Es obvio que la cultura digital genera discursos. Esta simple afirmación, constituye,
sin embargo, una madeja interminable de conceptos e ideas que encierra mucho de
lo que nos es necesario comprender e interpretar para abordar los nuevos retos a los
que se enfrenta el lector. La literatura está conectada con esos otros discursos, pues
todos ellos son transversales y están conectados entre sí a través de relaciones de
continuidad, oposición, transgresión, provocación y un largo etcétera de
circunstancias que los conectan y los contraponen, que los identifica en su
particularidad y los asimila en su generalidad. El universo digital ha transformado las
relaciones tradicionales entre el autor y el lector, sin olvidar cómo ha afectado a los
modos de conexión o de transferencia, casi eliminando de un plumazo el papel del
editor (Cordón García, 2016a). La inmediatez del medio ha permitido asimismo forjar
un escenario diferente, en el que el contacto es posible, la comunicación ya no es
diferida o la simultaneidad es, precisamente, lo usual. Por lo tanto, el universo
literario, en toda su complejidad, ha subvertido algunas de las dinámicas asentadas
en la cultura escrita, respondiendo con estrategias comunicativas específicas que
tienen mucho, incluso, de oralidad (Vallorani, 2013) y que apuntan a la supremacía
del lector sobre el proceso comunicativo literario. Como discursos que son, estas
estrategias identifican el modo en el que una comunidad o grupo entiende la cultura,
el arte y la literatura (Cassany, 2006), por lo que es un error plantear el problema de la
lectura de manera aislada, bajo presupuestos tradicionales o con parámetros que no
corresponden a los creados por los nuevos modos de cotidianidad o sociabilidad y,
por extensión, de creación.
Desde este planteamiento, la discusión, por ejemplo, sobre si el libro en papel será
sustituido por el digital o no, entra a formar parte de la misma tradición de
discusiones que aquella que originó la polémica de Platón con sus contemporáneos
sobre la ineficacia de la escritura frente a la oralidad; a Petrarca, respecto a la
valoración de la lengua vulgar como vehículo de expresión poética; a Julio Verne, con
relación a la utilización de la ciencia como argumento literario o a Eiffel por su
concepción de la arquitectura con su Torre de hierro. En este sentido, estamos
convencidos de que ese tipo de debates no son resolubles salvo por el propio devenir
de los acontecimientos históricos, políticos, económicos y sociales que serán los que
consoliden o dejen en el olvido tendencias, usos, hábitos o propuestas estéticas
determinadas (el e Reader ha cumplido una función, pero no se ha consolidado en
muchos aspectos) y, por lo tanto, sea lo que sea, será imparable. En esta línea, José
Antonio Cordón García (2016b) lanzaba, en un artículo publicado en la prensa
española, la siguiente consideración: “El problema no es si dentro de 100 años se
podrán leer libros en papel, sino si para entonces tendrá sentido la lectura en papel”.
Creemos que esta afirmación nos revela la cuestión central del nuevo paradigma:
nuestro punto de partida continúa siendo el mundo analógico y no el digital, luego,
es importante que, por un momento, intentemos “pensar” en digital, esto es,
situarnos en el centro de sus estrategias dialógicas, pues la confrontación entre lo
impreso y lo digital resulta ya estéril (Soccavo, 2015). Es más, al tiempo que
reclamamos las formas tradicionales, estamos inundados de una tecnología a la que
nadie está dispuesto a renunciar, por lo que, en la medida en que esta ha
transformado durante siglos nuestro modo de vivir y de entender la realidad (la rueda,
el pergamino, la imprenta, el automóvil, el teléfono, la electricidad, el ordenador, la
tableta, el móvil…), va a seguir cambiando nuestras formas de expresarlos y
experimentarlos (Landow, 2009).

Llevado todo esto al terreno de la comunicación artística y, más concretamente, del


discurso literario, los elementos particulares de una obra, el planteamiento de un
autor o el análisis del proceso de lectura adquieren una dimensión verdaderamente
interesante. Por consiguiente, tanto la generación como la lectura de los discursos
construidos desde este nuevo espacio resultan clave para comprender la literatura
digital y el concepto de arte que la contextualiza.
Léxico hispanoamericano
En los estudios diacrónicos en general, y en los trabajos sobre variación
lingüística en particular, resulta muy atractiva la tesis de que la mezcla de
gentes y culturas constituye una de las causas más importantes del cambio
lingüístico. A través de la historia existe el testimonio de migraciones,
colonizaciones, dependencias culturales, etc., que tienen como resultado el
intercambio idiomático –sobre todo, en el vocabulario– entre las comunidades
que establecen esos tipos de relación. Tales influjos pueden examinarse desde
dos situaciones específicas: por un lado, la que se produce entre sistemas
lingüísticos independientes (sean, por ejemplo, el español y el quechua); por
otro, la que afecta a variedades lingüísticas –o subcódigos– que pertenecen a
una misma comunidad idiomática (sean, por ejemplo, el habla de los marineros
y la de los colonizadores procedentes de tierras peninsulares del interior).

El español de América dispone de voces patrimoniales dotadas de nuevas


acepciones o modificadas formalmente para designar plantas, animales y
aspectos diversos de la realidad de este continente. No se trata de alteraciones
exclusivas de Hispanoamérica: en el español general también han surgido, en
muchos vocablos, valores secundarios totalmente fijados por la tradición
(gavilán „cualquiera de los dos lados del pico de la pluma de escribir’) y, de
igual manera, derivados y agrupaciones sintagmáticas que, tras un proceso de
lexicalización, han adquirido significados independientes en el vocabulario
(hijuelo „retoño de planta‟, correveidile „persona que lleva y trae cuentos y
chismes‟). Y estos recursos se desarrollan asimismo en las distintas
modalidades diatópicas que configuran el español en cuanto lengua histórica.

La adaptación de la lengua hacia dicho fin es un proceso espontáneo, a través


del cual se comparan productos y situaciones pertenecientes a la cultura de
este lado del Atlántico con los que ofrece el Nuevo Mundo: así, la semejanza en
tamaño, color, olor, sabor, contorno, efectos, etc., está presente en las nuevas
nominaciones, sin que falten otras razones de carácter más psicológico como
la ironía o la crítica. El principio que rige todos estos procesos ha sido
acertadamente explicado por Montes (1983: 23): «La persona que ante una
nueva realidad resuelve crear una denominación no lo hace ex nihilo, sino
siempre dentro de una determinada tradición que impone ciertos moldes a su
creación», claramente motivada o condicionada por la tradición lingüística y
espiritual en general de su medio y por la serie de circunstancias concretas que
determinan el acto creativo.

Vocabulario hispanoamericano

Aunque de algunos territorios del Nuevo Mundo es escasa la información que


se posee, hay que decir que el vocabulario de Hispanoamérica ha atraído de
modo sobresaliente la atención de los especialistas, por lo que hoy contamos
con un conjunto de trabajos que, aunque desiguales en la metodología
empleada y en los resultados obtenidos, constituyen una buena base para
conocer las peculiaridades léxicas, en el pasado y en el presente, del otro lado
del Atlántico.

Las líneas maestras del origen de la diversidad lingüística del Nuevo Mundo,
con específicas referencias al léxico, fueron trazadas ya hace décadas de
manera certera a través de unas cuantas aportaciones imprescindibles: cita
obligada son los artículos de Alonso (1976c; 1976d) sobre la base lingüística del
español del otro lado del Atlántico y sus consideraciones sobre el concepto de
americanismo léxico desde las condiciones sociales y ambientales en que se
genera: en la primera de estas contribuciones, Alonso describe las
circunstancias que favorecen la evolución idiomática del español de la otra
orilla, refiriéndose a la nivelación de las diferencias regionales de los
colonizadores que participaron en la empresa de Indias, su asombro ante una
realidad harto diversa y su contacto con culturas y lenguas desconocidas; en la
segunda, formula el hecho de la diversificación léxica regional de
Hispanoamérica a través de la doctrina de la «forma interior del lenguaje»
(Innere Sprachform). También la diversificación léxica regional de
Hispanoamérica cuenta con páginas esclarecedoras escritas por Morínigo
(1959), en las que la «abigarrada riqueza léxica» de Hispanoamérica es
interpretada a través de su historia sociocultural. Pero quien, sin duda, se ha
acercado de modo muy concreto, con apoyos documentales en la época
colonial, a los factores que originan la diversidad léxica hispanoamericana, es
el recordado maestro Alvar; a través de sus monografías sobre Juan de
Castellanos (1972), Cristóbal Colón (1976), Bernal Díaz del Castillo (1990e), y
también el trabajo de síntesis titulado «El español de España y el de América»
(1985), estudia exhaustivamente los indigenismos que afloran en dichos textos
cronísticos, comenta con detalle los cambios de significado que experimentan
ya en la época colonial las palabras llevadas por los colonizadores al Nuevo
Mundo, advierte sobre el empleo de marinerismos con acepciones que
corresponden a áreas interiores y sobre otros componentes léxicos que
interesa considerar en la formación y en la configuración actual de las hablas
hispanoamericanas.

Entre los diversos componentes tipológicos del vocabulario


hispanoamericano, han sido las voces indígenas las que han ejercido mayor
atracción entre los estudiosos y, en lo que toca a su permanencia actual en los
territorios hispanoamericanos, los trabajos conforman un número ciertamente
elevado: valgan.

El aporte de las lenguas africanas al español de América también ha contado


con algunas contribuciones. Más atención ha merecido la incorporación al
vocabulario hispanoamericano de préstamos léxicos procedentes de otras
lenguas de cultura, como confirman diferentes trabajos relacionados con el
francés, el italiano y el inglés. Respecto a los regionalismos, a veces
ampliamente difundidos en el Nuevo Mundo, pueden consultarse como trabajo
de síntesis las páginas que Buesa tituló “Anotaciones sobre regionalismos
peninsulares en el español de América” (1986). También hay adecuaciones
cercanas al andaluz, al canario y para el occidente peninsular. En lo que
concierne a los marinerismos afincados en América con acepciones de tierra
adentro, hay que señalar que este ha sido un tema que ha interesado desde
hace ya varias décadas . El análisis de las modificaciones que el léxico de los
colonizadores experimentó en el Nuevo Mundo por la necesidad de nominar
productos y novedades propios de dichos territorios no ha sido tan notorio,
aunque existen ciertos trabajos sobre procesos de americanización del léxico
hispánico, para comprobar después la vitalidad actual de las voces
seleccionadas en los territorios hispanoamericanos. Sobre las acepciones
secundarias que, por razones generalmente expresivas, adquiere el
vocabulario en los registros coloquiales y populares de Hispanoamérica no
escasean los comentarios, si bien interesa considerar aquellas recopilaciones
léxicas que remiten a contextos sociológicos que favorecen su desarrollo.

El estudio conjunto de todos los constituyentes del léxico hispanoamericano


no ha dado muchas contribuciones: cabe mencionar la obra ya clásica de Kany
(1969), a la que pueden añadirse las de Sala (1982), que propone una
organización tipológica del léxico hispanomaericano y, desde una perspectiva
histórica, Buesa-Enguita (1992).

Para entrar en detalle de ejemplos [VER ANEXO 1]

Español mexicano
El lenguaje de cada pueblo es una estructura muy lógica y original que refleja
la forma en que los hablantes de la lengua organizan su experiencia acumulada
durante siglos, que incluye elementos a través de los cuales se transmite la
herencia cultural de la comunidad.

Desde hace siglos este tema atrae a los filósofos. Karl Vossler, el ilustre
hispanista alemán, creador de la Estilística, declaró como un hecho histórico la
necesidad de identificar el lenguaje de un pueblo con sus sentimientos
nacionales. José Luis Pinillos, escritor y académico numerario de la Real
Academia de Ciencias Morales y Políticas, comparte esta opinión: "
... La organización histórica de los pueblos, su religiosidad, sus costumbres e
instituciones, sus creencias y valores se depositan en el lenguaje. El idioma se
transforma en la expresión del alma de los pueblos, deja de ser un puro
vehículo de la razón abstracta y universal: el genio de la raza y el genio del
idioma se funden en una estrecha unidad de signo particularista"

Los patrones y modelos de la lengua resultan ser el punto de referencia para


cada individuo que forma parte de la comunidad lingüística. Algunos
elementos de los modelos propios de diferentes lenguajes pueden coincidir, es
decir ser comunes para dos o más comunidades o incluso ser universales, pero
el factor étnico es el que se responsabiliza de lo peculiar que posee el lenguaje
de cierta comunidad, de su idiosincrasia.

Son menos evidentes, pero también son muchas las diferencias dentro de las
comunidades distintas que comparten la misma lengua, por ejemplo, el
español de España y Latinoamérica, él de México , objeto de estudio . Una
ilustración de lo dicho la encontramos en los ensayos de Octavio Paz donde nos
hace ver lo impresionante que es la cantidad de sinónimos que utilizan los
mexicanos refiriéndose a sus compatriotas emigrados a los EE.UU. Los que los
censuran, los llaman malinchista (que prefiere lo extranjero sobre lo propio),
vendepatrias, entregado, coco (que es blanco por dentro y prieto por fuera)
pocho (probablemente del español pocho "descolorido", el que desciende de
mexicanos pero es de nacionalidad estadounidense, o que es mexicano pero
emigrado a los Estados Unidos de América y al hablar español introduce
anglicismos y muestra poco conocimiento y aprecio de la lengua, es decir
pierde el colorido de la patria); si no hay intención de herir, ni de expresar su
actitud negativa. los llaman chicanos (que, según el diccionario breve de
mexicanismos, es la modificación de mexicano) o pachucos.

Las tradiciones, hábitos, mitos, leyendas, cultos religiosos, es decir todos los
factores que cristalizan en la mentalidad, les proporcionan a los individuos de
la comunidad su propia manera de ver e interpretar las cosas, los patrones de
buena y mala conducta que están directamente relacionados con su específica
visión del mundo. Las particularidades del lenguaje se manifiestan con mayor
claridad a nivel léxico, son evidentes las diferencias en la clasificación de
algunos aspectos de la realidad que nos rodea: en cada país la lengua toma su
contexto y lo que en un país como Rusia podría designarse en un sentido en
otro puede tener diferente significado. Por ejemplo, si un mexicano le contesta
que hará lo que se le pide "mañana", fácilmente puede significar "algún día"
según comenta en uno de sus ensayos Jorge Carrión, justificando la falta de
puntualidad del mexicano y explicándola con sus raíces indígenas y los factores
naturales y climatológicos.

La experiencia de varios siglos y de varias generaciones se transmite también


en la interpretación de colores y números. En la época de la cultura
teotihuacana, la de construcción de las pirámides, los indígenas les atribuían
los siguientes significados a los colores: el rojo representaba al Sol, su Dios de
la vida; el amarillo, a la Luna; el azul, al firmamento, el púrpura la Soberanía y
el Poder; el blanco, la Inocencia y la Virtud; el verde la Naturaleza y la Nueva
Vida; y el negro la Muerte o el Misterio. En el México moderno las antiguas
interpretaciones que se conservan, por ejemplo, en la bandera nacional: el
verde simboliza la Independencia (la Nueva Vida), el blanco, la religión (la
Inocencia y la Virtud), el rojo, la unión (el imperativo de la vida), conviven con
las modernas. El azul por el color de su uniforme se asocia con un policía. Este
significado es el que se tiene en cuenta en los dichos populares: entre azul y
buenas noches (quiere decir "indefinido"); usted de azul y yo Ha su lado"
[azulado, que se pronuncia igual] (requiebro dirigido a una persona vestida de
azul). Para comprender correctamente el otro dicho originado en la ciudad de
México, habrá que recordar que antes el billete de cincuenta pesos que valía
mucho menos que ahora, era de color azul: No hay azul que resista a un azul El
dicho niega rotundamente la existencia de un policía que resista un billete de
cincuenta pesos. De tal manera el poco aprecio que tradicionalmente le
correspondía a la policía corrupta se materializó en el lenguaje. Ni en la norma
pirenaica, ni en ruso existen significados parecidos. En el lenguaje coloquial
ruso "azul" se refiere a los hombres afeminados (los mexicanos al afeminado lo
relacionan con el color lila, tal vez por la idea de que sólo las mujeres y los
homosexuales se visten de color lila). Que absurda entonces resultaría la
interpretación de los dichos mexicanos mencionados, en primer lugar del
último, si el ruso-hablante partiera de los estereotipos acostumbrados
impuestos por su visión del mundo.

Se ha escrito mucho de la magia de los números, sabemos que el ocho es el


símbolo de suerte en China, que la misma significación en Rusia la tiene el siete.
Hay un sinfín de refranes y dichos en nuestro idioma que contienen este
numeral. El trece, al revés, se asocia para muchos pueblos con el fracaso y en
algunas partes por superstición se omite el trece al contar los pisos de los
edificios. Los tres seis seguidos los creyentes los relacionan con el diablo y en
Moscú, también por superstición. hace poco han eliminado la ruta de autobús
con este número. Busquemos lo peculiar de la variante mexicana en lo que se
refiere a los significados de los números. Cuatro significa una trampa bien
urdida: "Con el cuatro, hasta los ratones caen" dice un dicho popular mexicano.
Quedarse de a cuatro (de a seis, de a ocho) son locuciones equivalentes a
quedar confuso, sorprendido, asombrado, maravillado. Los mismos mexicanos
consideran los orígenes de estas expresiones un misterio todavía sin descubrir.
Acabársele a alguien el veinte, esta locución sería difícil interpretarla
correctamente si no supiéramos que se trata de la antigua moneda de veinte
centavos que se usaba para una llamada breve por teléfono. Entonces, si a uno
le faltan monedas y por consiguiente carece de la posibilidad de llamar, es
como si se le acabara la buena suerte. Con mayor frecuencia la locución se usa
en un juego. Aplicar el treintaitrés significa expulsar del país a un extranjero. La
expresión alude al artículo 33 de la Constitución que indica que el Ejecutivo
tendrá la facultad de hacer abandonar el territorio nacional a todo extranjero
cuya permanencia juzgue inconveniente.

Incluso para hablar de porcentajes, fruto de una investigación, habrá


divergencias de forma, entre el español de España que considera, según DRAE,
correcta la variante cien por cien y la mexicana que es cien por ciento.
En el lenguaje coloquial de los mexicanos el uso de ciertos nombres de colores
o algunos números evita la pronunciación de vocablos indeseables, o sea, es el
uso eufemístico de palabras con el objetivo de sustituir otras más fuertes,
impertinentes, violentas o que se consideran tabú por convenciones religiosas,
psicológicas o sociales.

En todas las lenguas este procedimiento de crear nuevos recursos expresivos,


adjudicando a la palabra o a una expresión un nuevo sentido, el eufemístico,
parece productivo. La variante mexicana, tiende al uso jugoso de expresiones,
dobles sentidos y lenguaje eufemístico. Estas formas más suaves no cambian
la realidad pero, tal vez, cambien su imagen, den la posibilidad de apartarse un
poco del mundo de materia, hacerlo parecer un poco más perfecto, aunque sea
sólo en el pensamiento, así es la mentalidad mexicana. Octavio Paz escribe de
los mexicanos:

" ... Son creyentes, ... aman los mitos y las leyendas. Mienten por fantasía, por
desesperación o para superar su vida sórdida; ellos no mienten pero
sustituyen la verdad verdadera, que es siempre desagradable, por una
verdad sociales”.

Las variedades nacionales del español tienen una historia propia, el léxico
propio y matizaciones semánticas específicas en el léxico común. El corpus de
los refranes, dichos y frases gnómicas que modularon su forma a lo largo de la
tradición escrita y oral de la comunidad, es fundamental para el estudio de la
mentalidad y el carácter de un pueblo porque ocupan un lugar muy especial
dentro de la cultura. Significa que los hablantes de esta cultura aceptan y
respetan las ideas que enuncian los refranes y dichos. El uso de los diminutivos
en el español de México es un importante elemento pragmático de
comunicación mediante el cual el hablante codifica su idiosincrasia cultural y
sus intenciones comunicativas. Según dicen los mexicanos. muchos
diminutivos surgen gracias a su deseo de minimizar aquello que les parece
vulnerable para protegerlo de tal manera. Es interesante otro comentario
sobre el tema que también tiene que ver con la mentalidad:
"Los afijos. especialmente los llamados diminutivos .... le brindan al
mexicano así como a toda persona de habla española - un medio de
exteriorizarse. un vaso sumiso en donde descargar su subjetivismo. En la
formación y aplicación de los "apreciativos" es donde el idioma cede más. y
más libertad le concede al que lo habla".

Lengua estándar
DEFINICIÓN:

“Variedad de una lengua promovida como modelo de uso correcto y empleada


para las funciones de mayor prestigio, sobre todo en los medios de
comunicación, la administración pública y la enseñanza. La selección entre las
distintas variedades existentes suele obedecer a razones extralingüísticas,
generalmente históricas y sociales (por ejemplo, por ser la variedad hablada en
los centros urbanos de poder por los sectores sociales más educados), y va
seguida de un proceso de codificación. Este último consiste
fundamentalmente en la fijación de normas ortográficas, la formulación de
reglas morfosintácticas explícitas y la elaboración de diccionarios.” [Dicelen]

Algunas lenguas de gran difusión internacional, como, por ejemplo, el inglés, el


francés o el español, poseen distintas variedades estándar según el área
geográfica.

Se dice que una lengua estándar es un dialecto particular de una lengua que
ha recibido un estatus legal o cuasilegal en alguna jurisdicción, donde es
considerada la lengua "más correcta". Es la versión cuyas normas ortográficas
y gramaticales siguen la mayoría de los textos escritos en esa lengua, y la que
se enseña a quienes la aprenden como lengua extranjera.
Características de una lengua estándar
1. Un diccionario que unifique un vocabulario y una ortografía
estandarizados.
2. Una gramática reconocida que registra las formas, reglas y estructuras del
lenguaje y que recomienda ciertas formas y castiga otras.
3. Un sistema de pronunciación estándar, que es considerado como
"educado" o "adecuado" por los hablantes y que se considera libre de
marcadores regionales.
4. Una institución que promueve el uso de la lengua y que posee cierta
autoridad, formal o informal, en la definición de sus normas de uso, como
la Real Academia Española.
5. Un estatuto o constitución que le da un estado oficial en el sistema legal de
un país.
6. El uso de la lengua en la vida pública, por ejemplo en el poder judicial y el
poder legislativo.
7. La enseñanza escolar de la ortografía y gramática estandarizadas

Ejemplos

1. El periodo del Renacimiento tuvo gran importancia en el resurgimiento de


las artes.
2. La presidenta ha anunciado que pronto se cumplirán las medidas
aprobadas.
3. Está previsto que para 2020 el precio de los alquileres baje un 10%,
aproximadamente.
4. El suceso tuvo lugar a las 22 horas del viernes y, a día de hoy, la policía
continúa con las labores de investigación.
5. El español es hoy por hoy uno de los principales idiomas del mundo.
Diferencias y detalles

La noción de ‘lengua estándar’, y la de ‘norma lingüística’, consustancial con


ella, es muy antigua ya; no tanto sin embargo como la vida misma de las
lenguas. Aparece, próxima a las naciones-estado y los estados-nación, cuando
las sociedades más estructuradas y jerarquizadas empiezan a producir textos,
a alfabetizar, a buscar lenguas de relación o lenguas francas, y no se limitan a
usar su lengua sólo para comunicarse oralmente. Las lenguas que se
mantuvieron durante milenios como lenguas de cultura pese a haber dejado
de ser lenguas habladas (el copto, el chino arcaico, el sánscrito) debieron
pertrecharse para ello de una rígida norma. El náhuatl, la lengua de los aztecas,
hoy dominada y dividida en dialectos, había de estar muy normalizada en el
siglo XVI si podía ser el eje de un imperio que se extendía desde Tenochtitlán
hasta Veracruz y el Istmo de Tehuantepec. Norma ha habido casi siempre. Estas
entidades (las normas y los estándares) –que mejor será denominar actitudes,
por lo que señalaré de inmediato-- acompañan e impregnan pues desde hace
siglos la tarea de descripción de las lenguas, tanto como centran las políticas
lingüísticas y las actividades aplicadas (la enseñanza de segundas lenguas) o
las instrumentales (el uso de la lengua en los medios de comunicación).

El prestigio histórico del español en México

La historia del país marca una constante disociación de los mestizos con lo
indígena. Desde el siglo XVI, se marca la diferencia entre el indígena que "habla
cristiano" (el ladino), y el que no lo habla; entre el mezclado y el no mezclado,
entre el criollo y el mestizo, más adelante —como en casi todas las
sociedades— entre el que tiene tierras y el que no las tiene, entre el urbano y el
rural y, de forma más geográfica, entre el capitalino y el provinciano. Por
ejemplo, la voz chilango denomina al que es "originario de la ciudad de México,
que pertenece a esta ciudad o se relaciona con ella" ( DEM 2010). E

En los últimos años, como una defensa de los propios capitalinos a los
ataques de los provincianos (baste ver los ejemplos que incluye el Diccionario
del español de México (DEM) en la definición para comprender la fama del
chilango: "¡Cómo son neuróticos los chilangos!, una actitud chilanga), el
vocablo empieza a denominar de forma peyorativa a los provincianos que se
han asentado en el Distrito Federal.

A pesar de tener el mismo aspecto físico los indígenas y el resto de los


mexicanos, se han venido marcando diferencias sociales que indudablemente
se reflejan en el plano sociolinguístico. En el siglo XVI:

“se originaron así dos grupos sociales diferenciados: el de los hijos de


legítimo matrimonio que fueron llamados españoles, criollos o americanos; y
el de los ilegítimos que merecieron el calificativo de mestizos [...]. Ello quiere
decir que la separación entre los híbridos denominados criollos y los
llamados mestizos tuvo una raíz fundamentalmente cultural y no biológica.
Mientras los criollos eran híbridos encauzados por los canales de la cultura
occidental, bajo el amparo y potestad del padre europeo, los mestizos eran
los mismos híbridos retenidos por la madre nativa y ganados para la cultura
indígena (Aguirre, 1972 apud Lara, 2008).

Desde entonces, la lengua española ha sido la meta del que quiere cambiar su
condición. El mestizaje español/indio, por su parte, habrá obligado a las
madres indias a preferir la lengua española para sus hijos, a los que tratarían
de integrar a la sociedad novohispana, en vez de reabsorberlos en la
comunidad indígena, que probablemente los rechazara. Así, el español se
convirtió en la lengua de la creciente población mestiza (Lara, 2008: 322).

Desde su adquisición por parte de los indígenas, el español estuvo marcado


como lengua de prestigio y de disociación con los discriminados: "Conforme
aumentaba el número de mestizos, se les fue limitando sus derechos: en 1549
no podían recibir encomiendas; en 1570 no podían ser protectores de indios,
notarios, ni caciques, ni vivir entre los indios; en 1643 no podían ser soldados;
prácticamente se les excluyó de las ordenes sacerdotales, por ilegítimos"
(Mörner, Race mixture apud Lara, 2008: 318).

Era necesario y conveniente aprender la lengua española aunque subsistieran


las lenguas indígenas e incluso los españoles las hablaran para poder
comerciar: la constante y rápida caída demográfica indígena debe haber sido
un elemento que tomaba cada vez más peso en los alegatos, sobre todo del
clero secular, por obligar a los indios a aprender español y contrariar el apoyo
misionero a la expansión del náhuatl y, en general, al respeto de las lenguas
amerindias. A ello hay que agregar como factor determinante el crecimiento de
la población mestiza y mulata, para la cual el español era ya su lengua materna
y la más conveniente a su subsistencia. (Lara, 2008: 321. Las cursivas son mías).

La lengua española para los indígenas ha sido un instrumento de subsistencia


y, como tal, una lengua meta y de prestigio. Para los mexicanos existe un Otro
que es el indio y un otro que es España. En esas fuerzas nos hemos venido
moviendo para asociarnos o disociarnos lingüísticamente. Además, existen
también las lenguas extranjeras, un otro absoluto y poco tratado por la
educación en México, imbuida en la tarea de aprender "correctamente" la
lengua española.

La norma de corrección, aquella que inclina la balanza en una discusión


lingüística, aún viene de España (Real Academia Española (RAE), y a ella
recurren la mayoría de los mexicanos. Si la norma mexicana se pone en
constante duda, las normas de los otros países americanos no prescriben
ninguna corrección. Los hispanohablantes de América central y América del
sur son un otro puesto al margen en el reconocimiento de lo correcto, pero son
un otro indiscutible del que se reconoce una norma lingüística diferente.

Reforzadores del prestigio actual del español de España en México

La RAE, la tendencia al habla correcta y la religión son elementos


sociolingüísticos reforzadores de la idea del español castellano como lengua
meta o norma de corrección.

La RAE y los diccionarios mexicanos


Desde el siglo XVI, como ahora, los hablantes en tierra mexicana buscan la
corrección, el buen hablar. Desde entonces la realización reconocida como la
más lucida era la del habla toledana:

No hacía falta que predominaran los pobladores castellanos para que se


impusiera la normatividad toledana, ni que fueran ellos quienes ocuparan los
más altos cargos del gobierno virreinal. Basta con que los andaluces hayan
reconocido un valor mayor a la normatividad castellana para que, ellos
mismos, fueran derrotando poco a poco sus propias normas implícitas
tendenciales (Lara, 2008: 348). Luego, en el siglo XVIII, con la aparición de la RAE
como rectora del español, se reafirmó la norma castellana como sinónimo de
la lengua correcta. En la "Guía breve" del Índice de mexicanismos (ÍM) de la
Academia Mexicana de la Lengua (AML), Gabriel Zaid expone grosso modo la
historia sobre el registro del español en México. Menciona que, por lo menos en
las obras del ÍM (véase AML, 2000: 7-15) la primera lista de mexicanismos la
compiló el novohispano Francisco Javier Gamboa (1717-1794), contaba con
171 palabras. Luego, en 1831, como un apéndice a la primera edición completa
de El Periquillo sarniento, aparece el "Pequeño vocabulario de las voces
provinciales o de origen mexicano usadas en esta obra", con 112 vocablos.

En el siglo XIX, indica Zaid, las listas de mexicanismos empezaron a


multiplicarse. La AML, fundada en 1875, a través de Joaquín García Icazbalceta
(1825-1894), primer secretario y tercer director de la Academia, publica, en el
tomo tercero de las Memorias (1886), una lista de 569 enmiendas y adiciones
al Diccionario de la Real Academia Española (DRAE), algunas voces del español
general y otras, mexicanismos. En 1892, García Icazbalceta empezó a organizar
sus papeletas para un Vocabulario de mexicanismos que avanzó hasta
la g antes de su muerte.

Medio siglo después, Francisco Javier Santamaría (1886-1963) publicó


el Diccionario de Americanismos (1942) y, al ser nombrado miembro de
número de la Academia, amplió y completó el trabajo de García Icazbalceta, en
homenaje a su memoria. Su Diccionario de mejicanismos, publicado en 1959,
contenía 30,420 voces, de las cuales 2,227 correspondían al Vocabulario de su
antecesor.

A finales del siglo XX, concluye Gabriel Zaid, la Academia Mexicana, a través de
su director José Luis Martínez, propuso en el VIII Congreso de Academias
celebrado en Lima (1980) que cada una de ellas revisara lo correspondiente a
su país para mejorar el DRAE, pero no es sino hasta la vigésima primera edición
(1992) que aporta más de seiscientas enmiendas y adiciones a éste. No
obstante, se adoptó la idea de trabajar a largo plazo sobre un nuevo diccionario
de mexicanismos. La primera entrega ha sido el ÍM, base del proyecto para
elaborar un diccionario de mexicanismos.

El buen hablar

Hoy en día, los mexicanos siguen buscando el habla correcta. Así lo demuestra,
en un breve pero muy revelador estudio, José G. Moreno de Alba (2003). El
lingüista mexicano concluye que:

“ Aunque buena parte de los hispanohablantes mexicanos no posee la virtud


de escribir con corrección ni de hablar con claridad y precisión, no por ello
dejan de reconocer que les convendría hacerlo y no son pocos los que incluso
se muestran preocupados por sus incorrecciones lingüísticas [...]. Les
preocupa más [...] a las mujeres que a los hombres, a los jóvenes que a los
adultos, a los que no cuentan con estudios universitarios que a los que sí
estudiaron una carrera [...].”

La calidad del español mexicano se sitúa entre bueno y regular. Pocos lo juzgan
muy bueno y muy pocos (4 de 100) lo consideran malo. Se muestran más
severos, los jóvenes que los adultos y, explicablemente, los que estudiaron en
la universidad que los que no asistieron a ella.

El valor simbólico, en cierta medida nacionalista, de la lengua española


cuenta con mayor reconocimiento de parte de las mujeres que de los hombres,
de los adultos que de los jóvenes. Aunque se reconoce cierto valor simbólico
de la lengua española, no puede ésta colocarse a la altura que, en ese sentido,
tienen otros símbolos indiscutibles, como la bandera o el himno nacional.
Muchos mexicanos, opinan que la enseñanza del español es, ni más ni menos,
una responsabilidad que debe asumir el gobierno y no sólo una de tantas
acciones convenientes pero no precisamente obligatorias (Moreno de Alba,
2003: 89-95. ).

Lo religioso

Además de que los mexicanos encuentran en los documentos de la RAE las


respuestas a esta arraigada tendencia a la corrección lingüística, existe otro
elemento que, por lo menos en los últimos cincuenta años, ha venido
estableciendo la norma de corrección y, por supuesto, el prestigio, en el habla
castellana: la religión católica. En el aspecto religioso, el catolicismo ha ido
asociado al habla castellana.

En la década de los ochenta aparecieron Biblias transcritas a un español no


castellano que tenían como fin la evangelización de las zonas rurales de
Hispanoamérica. No obstante, los pronombres, vos y vosotros, el imperativo
terminado en d y la conjugación castellana de la segunda persona del plural
continuaron en el discurso litúrgico católico. Sólo hace pocos años, en el 2008,
la Congregación del Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos aprobó, a
petición de los obispos mexicanos, que se usara el ustedes y no
el vosotros. Esto se hizo extensivo a toda Latinoamérica en 2010; sin embargo,
las Conferencias Episcopales de Colombia y de Chile han decidido continuar
con la forma vosotros.

Ver Anexo 2 para detalles.


¿Cuál es la problemática general de estos
léxicos?
Una desventaja, en todos los ámbitos, que una entidad racional desconozca lo
que la distingue como un ser individual y diferente. De la misma forma, no
saber los rasgos propios de nuestra manifestación lingüística, frente a la de
otras comunidades con la misma lengua —pues sólo en lo similar se
encuentran las diferencias—, puede dar lugar a la idea de poseer las mejores
cualidades: un hablar propio, eficiente, correcto y (en ese imaginario) mejor
que el de otros; o la idea de que todo es defecto: tener rasgos imprecisos e
incorrectos, acaso construidos por reconocidos defectos culturales.

Esta falta de certeza o esclarecimiento de sí mismo frente a lo otro puede


conducir, por tanto, a un discurso endémico a causa del desconocimiento de
no saber lo que no es propio. Esto, en el ámbito lingüístico, promueve la idea
de las dicotomías correcto/incorrecto, mejor/peor. Juan Manuel Hernández
Campoy, cita lo siguiente:

A muchos hablantes se les hace creer que no saben hablar su propia lengua
correctamente. Sin embargo, según Andersson y Trudgill (1990), los
hablantes hablan su lengua materna perfectamente, y lo que
tradicionalmente se ha concebido como un problema de "correcto" o
"incorrecto" simplemente es una cuestión de diferencias dialectales y
actitudes sociales frente al prestigio de éstas: "en nuestra opinión, es muy
triste que a millones de personas se les impida expresarse con la sincera pero
errónea creencia de que no saben hablar su propia lengua correctamente"
(Hernández Campoy, 2004).

Cano dice “En México, sin el mencionado reflejo, se puede llegar a pensar que
todo en el aspecto es un defecto, o sea, que el español de México es vulgar,
grosero, guasón, folklórico ("extravagante", "muy peculiar"), sexual e
incorrecto.1 No existe la idea de que los gestos del otro, los hablantes de otras
comunidades lingüísticas y que se interpretan desde las academias o la
Fundéu,2 no lo describen claramente sino que sólo aumentan los supuestos al
privilegiar una norma sobre las otras. Por ejemplo, se leen en el Diccionario
panhispánico de dudas (DPD) las siguientes soluciones”:

• Aunque en amplias zonas de América se emplea a menudo el extranjerismo crudo,


con su grafía y pronunciación originarias (garage, pron. [garáz]), no hay razón para
que esta palabra quede excluida del proceso de adaptación seguido por las voces
francesas terminadas en -age que se han incorporado al español, y que se han
adaptado siempre con la terminación -aje (pron. [áje]): bagaje, brebaje, menaje,
etcétera" (s. v. garaje. Las cursivas son mías).
• Aunque entre los hispanohablantes está extendida la pronunciación inglesa [géi], en
español se recomienda adecuar la pronunciación a la grafía y decir [gái]. Su plural
debe ser gais (y no gays). (s. v. gay. Las cursivas son mías) (DPD).

En ambos casos se establece que es mejor la pronunciación del español de


España. Los mexicanos decimos siempre [garáz] y [géi]. En cambio, en España
la idea (el imaginario sobre la propia imagen) es la de poseer sólo cualidades.

Por otro lado, además de que a veces no nos entendemos entre personas que
hablamos el mismo idioma, agregamos controversias actuales o
generacionales como la reciente discusión acerca de la inclusión que pide que
no otorguemos un género específico al lenguaje utilizando términos como
“compañere” en lugar de compañera o compañero, lo cual considero algo
totalmente carente de sentido.
Bibliografía
Cano Silva, Octavio. Sobre el autoconocimiento del léxico del español de
México: Epítome. Andamios [online]. 2014, vol.11, n.26 [citado 2021-09-09],
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Demonte, Violeta. Lengua estándar, norma y normas en la difusión actual de


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https://digital.csic.es/bitstream/10261/13074/1/Documento1.pdf

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Pedrino, Juan. Gramática. Las oraciones subordinadas concesivas.
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Peter Boyd-Bowman’s Léxico hispanoamericano 1493-1993. Eds. Ray Harris-


Northall and John J. Nitti. New York: Hispanic Seminary of Medieval Studies,
2003-2007. Version 2.10 April 2007. Web version: General editor Ivy A. Corfis,
with the assistance of Pablo Ancos and Fernando Tejedo and technical
assistance by Philip Tibbetts. Online: textred.spanport.wisc.edu [7/sept/2021]

Sluro, Manuel. Conoce la lengua española. La palma del condado.


https://www.juntadeandalucia.es/averroes/centros-
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Steward, W. A. 1972. “A Sociolinguistic Typology for Describing National


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ANEXO I

Adaptación conceptual

Entre los procedimientos de adaptación, el más directo consiste en emplear


términos patrimoniales para designar realidades exclusivas del Nuevo Mundo:
la coincidencia de algunos rasgos externos explica la especial frecuencia con
que se documentan denominaciones españolas de animales, plantas y frutos
aplicadas a referentes americanos: así, almendro „nombre que se da en varios
países americanos a ciertos árboles de diferentes familias que tienen frutos
comestibles de alguna manera parecidos a las almendras‟; calandria
„designación de muchas aves americanas a las cuales se ha encontrado alguna
similitud con la calandria europea‟; o lechuga „nombre de varias plantas
acuáticas que tienen las hojas agrupadas en forma de una lechuga‟ (México).
Son numerosas las voces de características similares que hoy poseen las hablas
de Hispanoamérica, a veces con notoria difusión: entre las especies botánicas
cabe mencionar plantas como abrojo, acacia, algarrobo, aliso, arrayán, cedro,
jazmín, laurel, lirio, malva, malvavisco, roble, verbena, yedra, zarza, zarzamora
y frutos como piña o plátano; al reino animal corresponden bagre, canario,
león, pavo, puerco, raposa, tigre o zorro.

Este es el procedimiento más sencillo de adaptación, pero – según sugiere


Figueroa (1984: 354)– en cierta medida inadecuado, pues da lugar a cierta
ambigüedad cuando con la misma palabra un español y un americano –o un
chileno y un mejicano– están hablando de cosas diferentes. En otras
ocasiones, los recursos metaforizadores actúan con mayor libertad, de
manera que la flora y la fauna autóctonas se designan mediante significantes
europeos no relacionados con dichos campos conceptuales: albañil „pequeño
pájaro amarillo leonado, de cabeza gris‟ (Colombia y Venezuela); bruja
„mariposa nocturna de gran tamaño, de color oscuro, casi negro‟ (Colombia,
Cuba y Santo Domingo); jebe „goma de caucho‟ en Chile, Ecuador y Perú (/
„sulfato de alúmina y potasa‟); lacre „árbol gutífero cuya corteza exuda una
resina de color del lacre‟ (Cuba); ladrona „hormiga voraz de gran tamaño‟
(México); mecha „planta que produce un tejido esponjoso muy combustible
que se utiliza en vez de yesca‟ (Cuba); órgano „cactus gigantesco de tallos
columnares‟, general en América, con los sinónimos candelabro (Argentina) y
cirio (Argentina, Bolivia, Perú, México y Cuba); terciopelo „planta silvestre o
cultivada de flores de fuertes colores y aterciopeladas‟ (general en América);
víbora „denominación de varias plantas de diferentes familias y géneros‟
(general en América); voraz „pez rojizo, de carne estimada‟ (Cuba); a estas
voces hay que añadir coco „árbol silvestre de la familia de las palmeras, que
produce anualmente dos o tres veces frutos esféricos de pulpa blanca sabrosa
y líquido refrigerante‟, designación que también se aplica universalmente al
„fruto de este árbol‟.

La adaptación conceptual de los significantes patrimoniales abarca, además,


otros aspectos de la realidad americana: así, el término indio, con el que
Colón bautizó a los aborígenes del Nuevo Mundo por creer que había llegado
a la India por la ruta occidental, al que se opone cristiano como sinónimo de
„hombre blanco‟ (Argentina, Paraguay y Perú); por otra parte, la sociedad
colonial, con diversos tipos de mestizaje, desarrolló un rico vocabulario que
ha analizado Alvar (1987), en el que se encuentran, además de la palabra
mestizo „hijo de blanco e india‟, otras como mulato „persona nacida de
blanco y negra‟, voz que ha desarrollado distintos valores conceptuales en
Hispanoamérica (así, „hijo de mulato y mestiza‟ en México, „hijo de negro e
india‟, „hijo de zambo y blanca‟ en Perú) o zambo „hijo de negro e india‟
(México, América Central, América Meridional). 75 No solo este abigarrado
léxico del mestizaje entra en los viejos moldes; las nuevas circunstancias
también hacen que desde los tiempos coloniales hayan surgido en el fondo
léxico patrimonial adaptaciones de significado que perviven en nuestros días:
por ejemplo, alzarse „fugarse y volverse montaraces los animales domésticos
y, en otros tiempos, los indios y negros‟ (general en América); caño „río
navegable, angosto y profundo‟ (Colombia, Venezuela y Perú); cebar „echar
una y otra vez agua caliente en el recipiente que tiene ya la cantidad
apropiada de yerba mate‟ (Argentina, Paraguay, Uruguay y Bolivia); estancia
„hacienda de campo destinada especialmente a la ganadería‟ (América
austral), „finca dedicada a cultivos menores‟ (Cuba y Puerto Rico); invierno
„temporada de lluvias‟ y verano „tiempo de sequía‟ (América intertropical);
seco „vianda criolla de papas o pescado sin caldo‟ (Perú); o verde „mate que
se toma sin azúcar‟ (Argentina, Uruguay).

Derivación

El proceso de adaptación semántica de las voces patrimoniales a la realidad


americana se realiza otras veces mediante morfemas derivativos, los cuales
una vez lexicalizados dejan de tener validez gramatical y se integran como
elementos fijos en las nuevas palabras. Desde esta perspectiva, cabe destacar
la frecuencia con que se emplea el sufijo diminutivo para crear designaciones
de plantas y animales: alcaparrillo „planta frutal parecida al alcaparro‟
(Colombia y Perú); armadillo „mamífero del orden de los desdentados, cuyo
cuerpo, de tres a cinco decímetros de longitud, está protegido por un
caparazón de placas óseas movibles, de modo que el animal puede arrollarse
sobre sí mismo‟ (general en América); espinillo „leguminosa que
generalmente crece en terrenos áridos‟ (general en América‟); jaboncillo
„árbol notable por una sustancia jabonosa que se encuentra principalmente
en su fruto‟ (América del Sur, Antillas y México); limoncillo „nombre de
muchas plantas americanas de diversas familias y especies que coinciden en
tener alguna semejanza con el limón, generalmente en el color del fruto‟;
naranjillo „planta silvestre que tiene algún parecido con el naranjo, sea por las
hojas, flores o frutos‟ (general en América); reinita „avecilla de color negro‟
(Puerto Rico y Venezuela); o romerillo „planta silvestre empleada en la
medicina casera‟ (general en América). También se testimonian otros sufijos
apreciativos en dichas designaciones: gallinazo „ave rapaz, de tamaño mayor
que una gallina, que se alimenta de detritos y tiene un olor nauseabundo‟
(Colombia, Ecuador, Perú y Chile); laurelón „planta del norte de México
parecida al laurel‟; lecherón „variedad del árbol de la goma‟ (Argentina);
pajón „gramínea como esparto que crece abundantemente en las planicies
altas hasta un metro de altura‟ (Cuba y México); o zancudo „mosquito‟
(general en América). Con estas características, la lista de derivados referidos
a la fauna y a la flora podría incrementarse notorialmente. Pero los recursos
derivativos se aplican asimismo, con este propósito nominalizador, a
términos referidos a otros aspectos de la realidad. Tradicionales son ya en el
español del Nuevo Mundo los adjetivos cimarrón (< cima) y chapetón (<
chapín „chanclo con suela de corcho, incómodo y ruidoso al andar‟): 76 el
primero designó al „indio, negro o animal huido a los montes‟ y hoy se aplica,
en general, a lo que es „silvestre o salvaje‟ (café cimarrón en Puerto Rico,
guanábano cimarrón en Venezuela, lechuga cimarrona en Cuba, níspero
cimarrón en Puerto Rico, etc.), al „mate amargo‟ (Uruguay y Argentina) y a
„cierta avecilla‟ (Argentina); en cuanto a chapetón, su significado antiguo fue
el de „europeo o, mejor, español recién llegado a América‟, del que procede el
moderno de „torpe, poco diestro, novato, aprendiz‟ (Argentina, Paraguay,
Uruguay, Bolivia, Chile, Ecuador y Costa Rica), habiendo dado lugar a
derivados como chapetonada „acción propia del chapetón‟ y chapetonía
„inexperiencia‟. A comidas y bebidas aluden, por ejemplo, cañazo
„aguardiente de caña‟ (general en América); rosero „postre típico del día del
Corpus‟ (Ecuador);ntableta „dulce de miel de caña solidificado en panecillos
cuadrangulares‟ (Argentina). El vocabulario del mestizaje –según demostró
Alvar (1987)–, acude igualmente a estos recursos derivativos: cuarterón
„nacido de blanco y mestiza‟ (América del Sur, Antillas) u ochavón „hijo de
hombre de raza blanca y de mujer cuarterona, o viceversa‟ (Cuba).

Composición

No faltan en el léxico hispanoamericano ejemplos de composición estable de


varios significantes, a través de los cuales se alude a referentes específicos del
Nuevo Mundo, sobre todo –como ya se ha visto en los apartados anteriores–
relacionados con la fauna y con la flora. Por su mayor frecuencia, cabe
mencionar en primer lugar las denominaciones que adoptan la estructura de
verbo + sustantivo: agarrapalo „planta parásita‟ (Bolivia, Uruguay); arañagato
„planta espinosa‟ (Venezuela); arrancapellejo „arbolillo espinoso de madera
resistente‟ (Venezuela); atrapamoscas „planta carnívora‟ (América del Sur);
chupasangre „especie de chinche‟ (Ecuador); friegaplatos „arbusto cuyo fruto
emplean los campesinos para lavar la vajilla‟ (Colombia); lameojos „insecto
parecido a un mosquito, cuyo contacto con el ojo produce gran ardor‟ (Puerto
Rico; lambeojos en México); limpiaplata „hierba que se emplea para limpiar
objetos de plata‟ (Chile); matahambre „dulce de yuca, huevo y azúcar‟ (Cuba),
„dulce de coco y batata‟ (Santo Domingo); mataojo „árbol que debe su
nombre a que el humo de su madera irrita mucho la vista‟ (Argentina,
Uruguay); pidopalo „juego de muchachos‟ (Paraguay); y sacalagua „mulato de
la costa que tiene piel clara, cabello castaño y ensortijado, ojos claros, pero
facciones de ascendencia africana‟ (Perú). Se testimonian, por otro lado,
construcciones oracionales de mayor complejidad, que se han lexicalizado:
así, bienmesabe „bizcocho dulce‟ (Antillas y costa atlántica colombiana);
sanalotodo „arbustillo vulnerario‟ (Colombia, Venezuela); o tentenelaire
„colibrí, ave‟ (Argentina, Uruguay, Venezuela), „mulato tirando a blanco, o
mestizo amulatado‟ (México). Variación destacable, dentro de las estructuras
que comentamos, es la constituida por la repetición de una forma verbal, para
expresar de este modo la persistencia o la intensidad del efecto por ella
implicado: chupachupa „arbusto cuyas flores se impregnan, con el rocío, de
un líquido azucarado‟ (Venezuela); pegapega „designación común de plantas
cuyas espinillas, pelos o materia viscosa que segregan se adhieren a la ropa o
a la lana de los animales‟ (general en América); picapica „planta recubierta de
un pelo urente de color oscuro‟ (general en América); o sueldaconsuelda
„designación de una gran variedad de plantas, generalmente hierbas, usadas
en la medicina casera para curar heridas‟ (desde México a la Patagonia). Otras
agrupaciones sintagmáticas están constituidas por sustantivo genérico +
complemento (sustantivo en aposición o precedido de un nexo prepositivo,
particularmente la preposición de) que sirve para precisar su significado: en el
primer caso, cabe citar aguamiel „agua hervida con canela o pan de azúcar
que se aceda, bebida de la gente humilde‟ (Venezuela); fruta bomba „fruto de
forma oblonga, con la corteza y la pulpa de color amarillo o naranja cuando
está maduro‟ y „árbol que lo produce‟ (Cuba); martazorra „mustélido del
país‟ (Colombia); pájaro campana „pájaro de plumaje blanco, cuyo canto
semeja el tañido de una campana‟ (Argentina, Paraguay); en el segundo,
aceite de palo „bálsamo de copaiba‟ (Puerto Rico, Venezuela); gallo de monte
„ave de color rojo encendido‟ (Colombia); lágrimas de San Pedro „lluvias
pertinaces del mes de junio‟ (Argentina, Chile), „designación de una gramínea
cuyas semillas grises y esféricas se usan para hacer rosarios y collares‟
(México); uva de monte „planta medicinal‟ (Perú); y, en diferentes zonas, flor
de agua, flor de aire, flor de ángel, flor de baile, flor de cáliz, flor de cera, flor
de la cruz, flor de culebra, flor de Espíritu Santo, flor de isla, flor de las once,
flor de perdiz, flor de tigre; palo de balsa, palo de hierro, palo de lanza, etc.
Interesa resaltar, entre estas designaciones, aquellas que se complementan
mediante una especificación de carácter geográfico: jazmín de la tierra
(Cuba), jabón de la tierra (Colombia), etc. El recuerdo de la oposición entre
productos de uno y otro lado del Atlántico persiste en expresiones como
paloma de Castilla o rosa de Castilla, anotadas en distintas áreas del español
ultramarino, o en los numerosos sintagmas de estas características recogidos
en Colombia por Figueroa (1984: 362-363): arroz de Castilla, mora de Castilla,
romero de Castilla, sábalo de Castilla, etc. 77 Los compuestos reflejan, en
algunas ocasiones, una estructura de núcleo sustantivo acompañado por un
modificador directo que expresa cantidad o cualidad:78 en el primer caso,
pueden mencionarse los términos cuatronarices „serpiente muy venenosa
llamada así por la conformación de su hocico‟ (Venezuela); milflores „bejuco
silvestre de flores como rosas de color blanco‟ (Cuba); o sietecolores „uno de
los pájaros más bonitos de América por su variado plumaje, cuyos matices
cambian según los hiere la luz‟ (Argentina, Chile, Uruguay, Venezuela); en el
segundo, buenasnoches „enredadera de flores que se abren al anochecer‟
(Venezuela); caña brava „nombre dado a diferentes gramíneas‟ (general en
América); picofeo „tucán, ave‟ (Colombia, Panamá); y, en distintas áreas
geográficas, palo amarillo, palo blanco, palo bobo, palo borracho, palo
colorado, palo cochino, palo de balsa, palo de hierro, palo de lanza, palo
hediondo, palo santo; rosa amarilla, rosa morada, etc. Variantes de los
ejemplos anteriores son algunas construcciones que representan restos del
llamado acusativo griego o de relación: 80 coligrueso „zarigüeya‟ (Argentina,
Uruguay); cueriduro „árbol común en los bosques de terrenos pedregosos,
cuya corteza se parece a la piel del ganado vacuno‟ (Cuba); o rabirrubia „pez
de cola rubia, ahorquillada‟ (Cuba). Son estas las estructuras más frecuentes a
partir de las cuales se desarrollan nombres compuestos en las hablas
hispanoamericanas, aunque no las únicas: obsérvense al respecto las voces
diez de la mañana „planta rastrera que abre a las diez de la mañana sus
florecitas rosadas, las cuales se cierran hacia el mediodía‟ (Cuba) o
liquidámbar „bálsamo extraído del ocozol y de otras plantas semejantes‟ y
„árbol que lo produce‟ (México).
Anexo 2

Noción de lengua o dialecto estándar

Para Dubois et allii la variedad estándar de una lengua es “aquella que se


impone en un país dado, frente a las variedades sociales o locales. Es el medio
de comunicación más adecuado que emplean comúnmente personas que son
capaces de servirse de otras variedades. Se trata generalmente de la lengua
escrita y propia de las relaciones oficiales. La difunden la escuela y los medios
de comunicación”. [Dubois et al. 1973: s.v. standard, traducción de Pascual y
Prieto 1998: 3]. Pascual y Prieto (1998), precisan la definición de Dubois et allii.
incorporando a su conceptualización la idea de que la supra variedad
estándar tiene un carácter acordado o convencional: “ [...] el estándar debe
entenderse como una intersección de lectos, o dicho sea con mayor precisión,
como una variedad convencionalmente superpuesta [...] al conjunto de
variedades geográficas, sociales y estilísticas de una lengua”. [Pascual y Prieto
de los Mozos 1998: n.6] Crystal (1995) añade a esa intersección convencional
el valor subjetivo de ‘prestigio’: “El inglés estándar [IE] de un país de habla
inglesa [es la] variedad de una minoría (identificada principalmente por su
vocabulario, gramática y ortografía) a la que se asocia mayor prestigio; su
variedad más extensamente comprendida por todos”. [Crystal 1995: 110] Se
puede extender a Crystal afirmando que el estándar es, además de la
supravariante de prestigio, el conjunto “borroso” de rasgos y procesos
fonéticos, morfológicos, sintácticos y léxicos que se describirían en parte en
algunas gramáticas normativas, en las lenguas que las formulan. Así las cosas,
los rasgos y procesos de una variedad estándar no configuran un sistema, un
todo exhaustivo y homogéneo, sino que surgen por contraste y debilitación
de los rasgos y procesos considerados regionales, rurales, marginales,
anormales, inapropiados, incorrectos, entre otras denominaciones posibles.
El estándar no es, sin embargo, la lengua común (Pascual y Prieto 1998).No lo
es puesto que en realidad nadie –salvo quizá un extranjero bien adiestrado--
habla cabalmente en lengua estándar en ningún momento. Resulta ser por lo
tanto un ideal de lengua, un “constructo mental” (Borrego 2001), del que se
encuentran realizaciones aproximadas en unos lugares más que en otros.
¿Pero cuál es el contenido hipotético de la lengua estándar [LE] y cuáles los
criterios para su construcción? Poder ser entendido por el mayor número
posible de los hablantes (Crystal) ha de ser un criterio de ‘estandaridad’ para
el supradialecto escogido. Este requisito tiene consecuencias en cuanto a los
aspectos de las lenguas relevantes para la delineación del estándar. Implica,
por caso, que los aspectos prosódicos –la entonación, el ritmo acentual-- no
serán centrales en tal delineación, salvo que la variedad estándar se
identifique claramente con un dialecto geográfico. Tampoco será central la
sintaxis, puesto que las variantes de las lenguas apenas difieren en cuanto a
ella (o suelen variar de maneras mínimas y sistemáticas que no afectan al
significado; cfr. Demonte 2000 y 2001).

Tendrán un papel hegemónico, en cambio, la ortografía (que fija la


pronunciación más allá de los acentos y cristaliza la historia de las palabras),
el léxico y los aspectos morfofonológicos y fonético-fonológicos de las
variedades en liza. En cuanto al léxico, la mayor transparencia de significado y
una mayor disponibilidad predispondrán para formar parte del léxico
estándar. En lo que respecta a los procesos fonético-fonológicos, al menos el
rasgo trivial de acercamiento a la lengua escrita marcaría la frontera de lo
estándar y lo específico ¿Estándar y norma son la misma cosa? Sí y no, aunque
algunos tratadistas los hayan considerado equivalentes. Pascual y Prieto
(1998: §2.8) advierten de que la norma viene a ser “el estándar de un modo
particular” y recuerdan con Romaine (1988) que la normalización es condición
necesaria, pero no suficiente, para la estandarización. Solá (2000) hace ver
que norma y estándar pueden considerarse términos sinónimos si norma se
toma en el sentido de “norma social” (Coseriu 1967): usos habituales en una
determinada comunidad lingüística, y no en el más restrictivo de la expresión
“gramática normativa” (equivalente a gramática de los usos correctos).
Borrego (2001) recuerda la distinción entre “la norma ideal de referencia” (el
estándar en estado puro) y las “normas sociolingüísticas”. Estas segundas, a
diferencia de aquella, marcan la procedencia de los usuarios; pueden por ello
ser consideradas evitables por el hablante estándar, pero son de suyo
perfectamente prestigiosas en un determinado ámbito. Desde el punto de
vista del estándar, por ejemplo, la pronunciación pior, cuete, almuada
podrían considerarse incluso vulgarismos, aunque para nada suenen a tal en
la norma culta mexicana. El relajamiento de la –d final intervocálica de los
participios en el español de España es parte de la norma culta peninsular
pero, por aquello del acercamiento a la lengua escrita, sería un rasgo evitado,
aunque aceptado, por el hablante estándar. Podemos cerrar esta breve
aproximación a la noción de lengua estándar con una definición de
Lewandowski (1982), que en alguna medida resume las consideraciones
anteriores y añade dos elementos a los que no hemos aludido hasta ahora: la
naturaleza histórica de la institucionalización de los estándares y su condición
de herramienta para el ascenso social de los usuarios que estén en
condiciones de adoptarlos: [Estándar es] “La lengua de intercambio de una
comunidad lingüística, legitimada e institucionalizada históricamente, con
carácter suprarregional, que está por encima de la(s) lengua(s) coloquial(es) y
los dialectos y es normalizada y transmitida de acuerdo con las normas del
uso oral y escrito correcto. Al ser el medio de intercomprensión más amplio y
extendido, la LE [lengua estándar] se transmite en las escuelas y favorece el
ascenso social; frente a los dialectos y sociolectos, [es] el medio de
comunicación más abstracto y de mayor extensión social”. [Lewandowski
1982: 201] Por lo tanto, el prestigio, la convención, las actitudes y la historia
(Pascual y Prieto 1998: 3, Milroy y Milroy 1991: 15) están en el origen de toda
estandarización. Esto, unido al hecho de que el objeto mismo llamado LE sea
de naturaleza abstracta y se defina por lo que no es más que por lo que es,
explican tal vez por qué la propia lingüística como disciplina no se ha
interesado demasiado por la comprensión y explicación de esto que
denominamos supradialecto estándar. Con otras palabras: las lenguas
estándar no suelen estar descritas en ninguna parte, ni nadie se atreve
demasiado, al menos en este momento de corrección política, a pronunciarse
sobre qué opción léxica o de pronunciación ha de considerarse como más
prestigiosa. Ello se debe a que la LE es un objeto que por definición está
siempre incompleto --en proceso de configuración y pactando consigo
mismo-, es susceptible de cambios que dependen más de la voluntad de los
usuarios que de propiedades objetivas, y constituye una entidad heterogénea
(social, convencional, política, lingüística) tanto en su origen como en sus
límites y contenido. Ahora bien, la estandarización, el hecho de que sea en
bastante medida imprescindible para garantizar la unidad y la vida de una
lengua, es un fenómeno de consecuencias similares a la globalización.
Aceptarla a ciegas y como instrumento de nivelación en una única dirección
es una actitud contraria no sólo a la justicia sino a la ecología de lo
biológicosocial: a la natural tendencia a la variación que caracteriza la vida de
las lenguas. Negarla de plano y predicar que en cada escuela ha de enseñarse
el dialecto de sus alumnos y profesores es, dejar que sea el darwinismo social
el que tome las decisiones, y condenar además a ciertos grupos a que su
movilidad dependa de la suerte de sus elites, en el caso de que las tengan. En
lo que sigue de este texto quiero contribuir al debate lingüístico sobre la LE
primero con una brevísima comparación entre la estandarización de la LE
española y la de otras lenguas europeas, luego con algunas consideraciones
sobre los rasgos de la estandarización del español actual y, por último, con
algunas consecuencias previsibles de ella.

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