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de los estudiantes.
Es un hecho que la tecnología tiene un lugar importante en la vida de los jóvenes que quieren
mezclarse con ella en cualquier lugar y en cualquier momento. Wenglinsky (1998) encontró
que el uso de las TIC afecta a los logros académicos y que pueden ser muy diferentes en
estudiantes inmersos en un ambiente rico en tecnología sobre aquellos en entornos más
convencionales. Sin embargo, el utilizar la tecnología en los entornos educativos no significa
que el aprendizaje esté garantizado, es necesaria la integración efectiva de varios factores
(Günüç y Kuzu, 2014).
Partimos del hecho de que el 80.8% de los estudiantes participantes son considerados como
alumnos regulares, es decir, no tienen asignaturas o cursos reprobados; el 11.5% son
irregulares, tienen asignaturas o cursos reprobados y el 7.7% de los estudiantes no llevan todas
las asignaturas consideradas para terminar su carrera en el tiempo establecido para ello.
Los resultados del análisis inferencial practicado sobre la relación entre “situación académica”
y “habilidades en utilización de informa- 64 ALFABETIZACIÓN INFORMACIONAL PARA LA
GESTIÓN DEL CONOCIMIENTO EN LA UNIVERSIDAD ción” se muestran en la Tabla 3.
Estos datos especifican que no existe una relación significativa entre ellos, por lo que los
estudiantes aún que sean expertos en manejar la información digital no son más propensos a
obtener siempre notas aprobatorias. Es un hecho que muchas de las tareas académicas
requieren de hacer investigación y que los jóvenes pueden estar familiarizados con la
búsqueda, control, y almacenaje de la información de Internet, pero es muy diferente llegar a
comprender plenamente lo que obtienen de la red y saber cómo aplicarla satisfactoriamente
para elaborar trabajos de calidad.
Esto es corroborado con los datos establecidos en la Figura 8, en la cual se puede observar
claramente como a pesar de creer tener habilidades con niveles de avanzado o intermedio,
hay un porcentaje considerable de estudiantes irregulares. Por otro lado, existen alumnos con
habilidades en nivel básico o nulo y son alumnos regulares.
Si bien los estudiantes usan herramientas o software multimedia como son el procesador de
texto, powerpoint, entre otros, para desarrollar sus tareas académicas, se puede inferir que las
habilidades en la utilización de software y hardware tampoco es un apoyo significativo en la
mejorara de su condición académica, tal como vemos en la Tabla 4.
Estos recursos facilitan a los estudiantes que logren plasmar visual o auditivamente de mejor
forma sus tareas académicas, pero no les ha asegurado tener un aprendizaje más significativo.
La Figura 9, muestra como hay una gran proporción de jóvenes con nivel intermedio o
avanzado con situación académica irregular. La colaboración y la comunicación ayudan a los
estudiantes a construir conocimientos al permitir hacer una autorreflexión sobre su trabajo, al
reforzar su interactividad y creatividad. No obstante, en este caso vemos que no existe una
relación significativa entre “situación académica” y “habilidades en utilización de
comunicación” tal como se muestra en la Tabla 5.
Los estudiantes utilizan con frecuencia las redes sociales y chats, pero vemos en los resultados
que lo están haciendo más para fines sociales o diversión que para fortalecer sus
conocimientos. La Figura 10 refuerza los datos en este sentido.
Los datos indicados en las Tablas 3, 4 y 5 evidencian que el tener mejores niveles de
habilidades digitales no garantiza que mejore su situación académica en la universidad. El
análisis también ha revelado que existe una correlación entre las competencias medidas, de
modo que los valores de niveles observados entre ellas mantienen un comportamiento
homogéneo.
Conclusiones
La falta de correlación fuerte entre las variables nos hace inferir que los medios tecnológicos y
las habilidades digitales de los estudiantes, están siendo insuficientes para cumplir con la
construcción del conocimiento.
Los jóvenes usan las TIC, pero no se apropian de sus posibilidades productivas más allá de los
usos básicos o recreativos. Es curioso, como los alumnos no usan de una manera más avanzada
los recursos tecnológicos, por ejemplo, resalta el gran desconocimiento en relación a
seguridad y control de las TIC, como también ocurre con los medios de comunicación, donde
no hacen un uso más colaborativo, la implementación no va más allá de lo personal.
Sí que pueden ayudar más en tareas puntuales, como las presentaciones en clase con uso de
tecnologías, por ejemplo. Por lo que se puede decir, que el proceso de aprendizaje es mucho
más que adaptar o involucrar recursos tecnológicos. No está resultando fácil, el reto es cómo
interactuar de forma significativa para satisfacer el proceso de adquisición de conocimientos y
los intereses académicos de estudiantes. Debe ser, por lo tanto, una buena alternativa de
educación más que una moda.
Es importante considerar que el impacto de las TIC sobre los resultados en los estudios de los
jóvenes, es atenuado por las condiciones tecnológicas del contexto. La tecnología es una parte
de otros muchos factores como lo son: el profesorado, la infraestructura de las clases y
características de cada estudiante (Günüç y Kuzu, 2014). Aunque los jóvenes reclaman un
ambiente universitario más integrado en las tecnologías, este no debe trasladarse a las aulas
de manera aislada, en asignaturas puntuales sin ninguna estrategia o con escasa formación del
profesorado en estas áreas. El rendimiento académico implica, por lo tanto, una planificación
de actividades digitales adaptadas al contexto, en las que el trabajo en equipo también tenga
un papel relevante y los alumnos desarrollen procesos de colaboración en entornos, tanto
presenciales como virtuales, que potencien la construcción social del conocimiento (Iglesias,
Lozano y Martínez, 2013).
El uso y planificación adecuada de cada una de las herramientas es importante para cada
momento y asignatura, es deseable una coordinación planificada, integrada y transversal del
uso de todo tipo de tecnologías para situar al estudiante en un ambiente real de integración.
En suma, se trata de adaptar a la Universidad del siglo XXI a la sociedad del conocimiento y no
solo en el uso puntual de los medios electrónicos, sino también de la renovación de la
metodología universitaria, que debe rediseñarse pedagógicamente e innovar conceptualmente
(Bautista, Borges y Forés, 2006)