Está en la página 1de 13

CAPÍTULO XVI - EXTINCIÓN DE LOS CONTRATOS

§ 1.— CAUSALES

A.— CUMPLIMIENTO

316. Cumplimiento
Los contratos se extinguen naturalmente por el cumplimiento de las obligaciones que los contratantes
han asumido. Así, por ejemplo, en la compraventa, el contrato se extingue con la entrega de la cosa por
una parte, y el pago del precio, por la otra; en el contrato de locación de obra, por la realización y
entrega de la obra por el empresario y el pago de su precio por el dueño; etcétera.
El cumplimiento puede ser exigido forzadamente (art. 730, inc. a) y, en ciertos casos, se puede hacer
cumplir la obligación por un tercero (art. 730, inc. b). En los contratos de consumo, expresamente se
otorga al consumidor la facultad, entre otras, de exigir el cumplimiento forzado de la obligación, siempre
que ello fuera posible, y sin perjuicio —claro está— del derecho a accionar por los daños y perjuicios
que correspondan (art. 10 bis, ley 24.240, ref. por ley 24.787).
Sin embargo, no debe creerse que con el cumplimiento de las prestaciones se extinguen totalmente
las obligaciones contractuales. Así, en los contratos onerosos el que entregó la cosa debe todavía la
garantía de saneamiento.

B.— IMPOSIBILIDAD DE CUMPLIMIENTO

317. Concepto
También se extinguen los contratos por la imposibilidad de cumplir la prestación.
El artículo 955 establece que tal imposibilidad debe ser sobrevenida, objetiva, absoluta y definitiva;
esto es, que la imposibilidad sea posterior al nacimiento de la obligación, que importe un impedimento
insuperable para cualquier persona y que no sea transitoria.
La norma diferencia, a su vez, según si la imposibilidad fue producida por caso fortuito o fuerza
mayor, o si se debe a causas imputables al deudor. En el primer supuesto, la obligación se extingue, sin
provocar responsabilidad alguna; es el caso de que se haya prometido la entrega de una cosa y ésta se
pierde o destruye por fuerza de la naturaleza. En el segundo supuesto, la norma citada dispone que la
obligación no se extingue sino que se modifica su objeto, convirtiéndose en la de pagar una
indemnización por los daños causados; en otras palabras, si la imposibilidad de cumplir se debe a culpa
del deudor, éste será responsable de los daños.
En los contratos de consumo, además de la facultad vista en el número anterior, el consumidor
puede aceptar otro producto o prestación de servicio equivalente; opción que adquiere mayor relevancia
cuando existe una verdadera imposibilidad de cumplimiento. En este caso, también, conserva el
derecho a reclamar los daños que correspondan (art. 10 bis, ley 24.240, ref. por ley 24.787).
Finalmente, debe señalarse que si la imposibilidad de cumplir es temporaria, el contrato no se
extingue, sin perjuicio de que corresponda o no indemnizar los daños sufridos, según que tal
imposibilidad responda a un supuesto de caso fortuito o fuerza mayor, o a otro de culpa del deudor.
Con todo, debe resaltarse que la imposibilidad temporaria puede tener los mismos efectos que la
imposibilidad definitiva. Ello ocurre cuando el plazo de cumplimiento es esencial, o cuando se frustra el
interés del acreedor de manera irreversible (art. 956). Son los conocidos casos del vestido de la novia o
el servicio de comida para una fiesta, obligaciones que deben cumplirse en tiempo oportuno
inexorablemente.

C.— NULIDAD

318. Noción
La nulidad es una sanción prescripta en la ley, que priva a los contratos de sus efectos normales en
razón de un vicio originario, es decir, anterior o concomitante con la celebración del acto. Aquí sólo
aludiremos a un problema específico de los contratos. El principio general en materia de nulidades, es
que la nulidad de una cláusula no entraña la nulidad de todo el acto, si las cláusulas fueran separables
(art. 389, párr. 2º). Se trata de un supuesto de nulidad parcial. En este caso, el juez deberá integrar el
contrato, si fuere necesario, de acuerdo su naturaleza y los intereses que razonablemente puedan
considerarse perseguidos por las partes (art. 389, párr. 3º). Debe resaltarse que el deber del juez de
integrar el contrato solo existe si es necesario para la finalidad del contrato. Así, una tasa de interés
fijada en valores usurarios, puede ser anulada lisa y llanamente, lo que resulta particularmente
importante en los contratos por adhesión, para evitar abusos del predisponente.
Pero si las disposiciones no son separables, porque el acto no puede subsistir sin cumplir su
finalidad, debe declararse la nulidad total del contrato (art. 389, párr. 2º).
Entre los casos de cláusulas separables, cuya nulidad no invalida todo el acto, cabe citar: a) El de las
cláusulas nulas sustituidas de iure por normas indisponibles. Ejemplo: la convención que fije al contrato
de locación un término menor que el que determina el artículo 1198 es de ningún valor; la relación
jurídica mantiene toda su vigencia y debe sustituirse la cláusula nula por otra acorde con el plazo
indicado en esa norma. b) El de la cláusula accesoria, cuando resultare evidente de una interpretación
contextual que, aun sin ella, el contrato se habría celebrado de todas maneras. c) Finalmente, hay que
admitir que la parte afectada por la nulidad de una cláusula tiene derecho a mantener la validez del resto
del contrato, si aun así, le conviniera: en ese caso, nada justificaría la nulidad total. Bien entendido que
debe tratarse siempre de partes separables, como dice el artículo 389, pues si se tratara de una
cláusula fundamental relativa al objeto, la causa, etcétera, es inconcebible la nulidad parcial.

D.— CADUCIDAD Y PRESCRIPCIÓN

319. Noción
La prescripción liberatoria es una figura jurídica que considera dos cuestiones: la inacción del titular
de un derecho y el transcurso del tiempo fijado por la ley. La prescripción no extingue el contrato, pero sí
extingue la acción derivada de él, extinción que se produce si ha transcurrido el plazo legal y el titular del
derecho no lo ha reclamado. Como se puede advertir, por esta vía se hace perder eficacia jurídica al
contrato. Ello no obsta a que si se cumple espontáneamente una obligación prescripta, el cumplimiento
queda firme y es irrepetible (art. 2538).
La caducidad tiene efectos más radicales: no sólo hace perder la acción, extingue también el derecho
no ejercido (art. 2566). Así, la responsabilidad por defectos ocultos en un inmueble, caduca a los tres
años de recibido (art. 1055, inc. a), y ya no podrá reclamarse aun cuando el vicio se haga evidente más
tarde.

E.— CONFUSIÓN

320. Noción
Hay confusión cuando se reúne en una misma persona la calidad de deudor y acreedor, y en un
mismo patrimonio (art. 931). En tal caso la obligación queda extinguida. Es claro, entonces, que si se
reúnen en una misma persona los derechos y obligaciones de dos contratantes (como ocurriría si el
comprador de un inmueble viene a ser el único heredero del vendedor) el contrato se extingue.

F.— TRANSACCIÓN

321. Noción
La transacción es un contrato por el cual las partes, para evitar un litigio, o ponerle fin, haciéndose
concesiones recíprocas, extinguen obligaciones dudosas (art. 1641). Ahora bien, aun cuando la
transacción es un contrato, lo que las partes procuran, no es generar derechos ni transmitirlos, sino
declararlos o reconocerlos. Mediante la transacción, las partes abandonan un estado de cierta
incertidumbre jurídica e ingresan en otro de plena certeza, con clara determinación de sus derechos. De
esta manera se extinguen aquellas obligaciones que eran dudosas.

G.— RENUNCIA

322. Noción
La renuncia es una declaración de voluntad por la cual una persona abandona un derecho y lo da por
extinguido. Por ello, en la medida que la renuncia no esté prohibida y sólo afecte intereses personales,
es posible que ambas partes o una de ellas renuncien a los derechos conferidos en un contrato,
extinguiéndose así las obligaciones oportunamente creadas.

H.— MUERTE DE LAS PARTES


323. Planteo del tema
Como regla, la muerte de las partes o de una de ellas no provoca la extinción del contrato. Por el
contrario, los efectos del contrato se extienden, activa y pasivamente, a los sucesores universales (art.
1024), con lo cual, los herederos vienen a ocupar el lugar de quien ha fallecido y queda obligado a
cumplir con las disposiciones establecidas en el contrato y a ejercer los derechos allí conferidos.
Sin embargo, esta regla tiene sus excepciones. En efecto, el propio artículo 1024 establece que no
se transmiten a los herederos las obligaciones que sean inherentes a la persona del causante, o cuando
la transmisión sea incompatible con la naturaleza de la propia obligación o esté prohibida por una
cláusula o por la ley (véase número 202).

I.— RESCISIÓN

324. Rescisión bilateral. Concepto y efectos


La rescisión bilateral es un acuerdo de voluntades por el cual se deja sin efecto un contrato. Por ello
se la llama también distracto. Puesto que el acuerdo de voluntades ha podido crear un vínculo jurídico,
puede también aniquilarlo o extinguirlo.
Los efectos de la rescisión bilateral dependen de la voluntad de las partes, aunque si nada se
conviene, solamente produce efectos para el futuro (art. 1076). En otras palabras, las partes pueden
acordar que el contrato originario quede sin efecto retroactivamente, con obligación de las partes de
restituirse mutuamente todo lo que hubieran recibido la una de la otra; o bien pueden acordar que el
contrato deja de producir sus efectos en adelante, quedando firmes los efectos ya producidos. Debe
decirse, sin embargo, que la retroactividad resultante de una rescisión bilateral no puede perjudicar
nunca los derechos que los terceros hubieran adquirido en el ínterin como consecuencia del contrato
originario (art. 1076, in fine).

325. Rescisión unilateral. Concepto y efectos


La rescisión unilateral no importa un acuerdo de voluntades; por el contrario, una sola de las partes,
por propia voluntad, está facultada a poner fin a las relaciones contractuales, total o parcialmente (art.
1077). Esta facultad excepcional es reconocida por la ley en ciertos contratos; así, por ejemplo, en el
contrato de trabajo, que puede ser rescindido por voluntad unilateral del obrero o del patrón; en el
contrato de obra el dueño puede desistir por su sola voluntad (art. 1261); en el contrato de locación, el
locatario puede rescindir unilateralmente (la norma habla erróneamente de resolución anticipada) en la
medida de que dé cumplimiento con las pautas fijadas en el artículo 1221, etcétera. Esta rescisión
unilateral pone término a las relaciones contractuales a partir del momento en que la voluntad se ha
manifestado; pero no afecta los efectos anteriores del contrato, es decir, no tiene retroactividad, salvo
pacto en contrario (art. 1079, inc. a).
También es posible que las partes hayan pactado la posibilidad de rescindir el contrato de manera
unilateral (art. 1077). En este caso, la facultad rescisoria no puede ser ejercida abusiva, desconsiderada
o desmedidamente, y ninguna de las partes, en caso de indeterminación del plazo de vigencia del
contrato, está autorizada para hacer cesar abruptamente la relación, salvo que un "casus" le imponga
hacerlo o hubiere acaecido una actividad francamente culpable o dolosa de una de las partes. También
en este caso, los efectos son solo para el futuro, salvo estipulación en contrario (art. 1079, inc. a).
La ley nada dice de la situación de los terceros ante un caso de rescisión unilateral, legal o
convenida. La omisión quizás se deba a que se prevé como regla que los efectos solo serán para el
futuro. Sin embargo, no puede olvidarse que la propia norma deja a salvo la posibilidad de convenir que
los efectos se retrotraigan hacia el pasado; en este caso, parece claro que no pueden afectarse los
derechos de los terceros (arg. art. 1021).

J.— REVOCACIÓN

326. Concepto y efectos


Establece el artículo 1077 que el contrato puede ser extinguido total o parcialmente por la declaración
de una de las partes, mediante revocación, en los casos en que el mismo contrato o la ley le atribuyan
esa facultad. Y más adelante, se dispone que, como regla, produce efectos solo para el futuro (art.
1079, inc. a).
Da la sensación que la norma ha considerado la revocación en el sentido que se le da en ciertos
contratos, como es el caso de la revocación del mandato (art. 1329, inc. c); pero en rigor, ése es un
supuesto de rescisión unilateral. En efecto, se trata de la facultad que le confiere la ley para dejar sin
efecto un contrato, de manera unilateral y sin causa justificante alguna que deba probar. Por ello es que
sus efectos se producen no retroactivamente, sino a partir del momento en que el mandato fue
revocado.
En su significado estricto, la idea de revocación está unida a la de liberalidad: se revoca una
donación, un testamento. Importa un acto de voluntad por el cual se deja sin efecto la liberalidad.
Limitándonos ahora al campo de los contratos (en el derecho sucesorio, la solución es distinta), diremos
que la revocación exige una causa jurídica que la justifique; así, por ejemplo, será necesario que medie
ingratitud del donatario o incumplimiento por éste de los cargos que le fueron impuestos (art. 1569).
Pero el motivo que da lugar a la revocación no opera ipso iure; es menester que el donante, fundado en
esa causa, pida la revocación. Y ningún inconveniente hay en que, a pesar de mediar una justa causa
de revocación, el donante mantenga la donación.
La revocación deja sin efecto el contrato retroactivamente; esta regla es absoluta entre las partes. En
cambio, los terceros que hubieran adquirido derechos sobre las cosas transmitidas, quedan protegidos.
La regla es que el donatario debe resarcir al donante el valor de las cosas donadas al tiempo de
promoverse la acción de revocación, con sus intereses. Sin embargo, si se tratara de un incumplimiento
de cargos, y el tercero fuera de mala fe, deberá restituir al donante la cosa, a menos que ejecute la
obligación a cargo del donatario, siempre que tal prestación no deba ser ejecutada precisa y
personalmente por este último (art. 1579).

K.— RESOLUCIÓN

327. Concepto y efectos


La resolución no es el resultado de un nuevo contrato (como ocurre en la rescisión bilateral), sino que
supone la extinción del contrato por virtud de un hecho posterior a la celebración, hecho que a veces es
imputable a la otra parte (como es, por ejemplo, el incumplimiento) o que puede ser extraño a la
voluntad de ambos (como ocurre en ciertos supuestos de condiciones resolutorias). La resolución del
contrato puede operar ipso iure (como sucede en la condición resolutoria) o bien puede requerir la
manifestación de voluntad de la parte interesada en ella (como ocurre en la que se funda en el
arrepentimiento o en el incumplimiento de la contraria).
La resolución deja sin efecto el contrato entre las partes, de manera retroactiva (art. 1079, inc. b); su
consecuencia es volver las cosas al estado en que se encontraban antes de la celebración del contrato.
En este punto, sus efectos son semejantes a los de nulidad; pero se diferencia claramente de ésta en
que el hecho que provoca la resolución es siempre posterior al contrato, en tanto que el que da lugar a
la nulidad, debe ser anterior o concomitante con la celebración.
Respecto de los terceros, deberá diferenciarse según si se trata de adquirentes a título oneroso o
gratuito, y si son de buena o mala fe. La norma antes citada protege solo el derecho adquirido a título
oneroso por terceros de buena fe.
El régimen de los contratos de consumo presenta en este tema algunas particularidades. Ante el
incumplimiento del cocontratante, el consumidor tiene derecho —entre otros— a resolver el contrato,
pudiendo exigir la restitución de lo pagado, sin perjuicio de los efectos producidos, considerando la
integridad del contrato. Además de ello, está facultado para accionar por los daños y perjuicios que
correspondan (art. 10 bis, ley 24.240, ref. por ley 24.787).
Tienen especial importancia como causa de resolución el pacto comisorio (véanse números 239 y
sigs.), la seña (véanse números 231 y sigs.), la teoría de la imprevisión (véanse números 331 y sigs.), y
la frustración del fin contractual (véanse números 336 y sigs.).

L.— CUESTIONES COMUNES A LA EXTINCIÓN DEL CONTRATO POR DECLARACIÓN DE UNA DE LAS PARTES

328. Disposiciones generales para la extinción por declaración de una de las partes
El Código Civil y Comercial establece una serie de disposiciones (art. 1078) que resultan comunes a
todos los tipos de extinción del contrato de manera unilateral, comprendiéndose tanto la rescisión
unilateral, como la revocación, como la resolución. Desde luego estas normas son aplicables siempre y
cuando no exista una disposición en contrario, prevista por la ley o por el propio contrato.
a) Para extinguir de manera unilateral el contrato es necesario comunicar la decisión a la otra parte.
Si bien no existe una indicación precisa, es conveniente que tal comunicación se haga por un medio
fehaciente, como, por ejemplo, a través de una carta documento. Si una o ambas partes estuviera
integrada por una pluralidad de sujetos, la comunicación debe ser dirigida por todos los sujetos que
integran una parte contra todos los sujetos que integran la otra.
b) La extinción del contrato puede declararse extrajudicialmente o demandarse ante un juez.
c) La otra parte puede oponerse a la extinción del contrato si, al tiempo de la declaración, el
declarante no ha cumplido, o no está en situación de cumplir, la prestación que debía realizar para
poder ejercer la facultad de extinguir el contrato. Estamos ante un supuesto de aplicación de la
excepción de incumplimiento contractual.
d) La extinción del contrato no queda afectada por la imposibilidad de restituir que tenga la parte que
no la declaró. Es claro que, si ocurre este caso, esta última deberá reparar el daño que eventualmente
pueda causar.
e) La parte que tiene derecho a extinguir el contrato puede optar por requerir su cumplimiento y la
reparación de daños. Esta demanda no impide deducir ulteriormente una pretensión extintiva. Esta
facultad de modificar la pretensión, llamada ius variandi, no puede ser usada en sentido inverso; esto es,
quien requirió la extinción del contrato, no puede luego pretender su cumplimiento, como se verá
seguidamente.
f) La comunicación de la declaración extintiva del contrato produce su extinción de pleno derecho, y
posteriormente no puede exigirse el cumplimiento ni subsiste el derecho de cumplir. Sin embargo, la
norma plantea un supuesto de excepción para el caso en que es menester un requerimiento previo: si
se promueve la demanda por extinción sin haber intimado, el demandado tiene derecho de cumplir
hasta el vencimiento del plazo de emplazamiento.
g) La demanda ante un tribunal por extinción del contrato impide deducir ulteriormente una pretensión
de cumplimiento.
h) La extinción del contrato deja subsistentes las estipulaciones referidas a las restituciones, a la
reparación de daños, a la solución de las controversias y a cualquiera otra que regule los derechos y
obligaciones de las partes tras la extinción. Los reclamos pertinentes deberán ser deducidos
judicialmente.

329. Operatividad de los efectos de la extinción por declaración de una de las partes
Establece el artículo 1079 que, a menos que exista una disposición legal en contrario (i) la rescisión
unilateral y la revocación producen efectos solo para el futuro; y (ii) la resolución produce efectos
retroactivos entre las partes, y no afecta el derecho adquirido a título oneroso por terceros de buena fe.
Ya nos hemos referido a esta cuestión con anterioridad (números 325, 326 y 327).

330. Restitución en los casos de extinción por declaración de una de las partes
Si el contrato es extinguido total o parcialmente por rescisión unilateral, por revocación o por
resolución, las partes deben restituirse, en la medida que corresponda, lo que han recibido en razón del
contrato, o su valor, conforme a las reglas de las obligaciones de dar para restituir, y a lo previsto en el
artículo siguiente (art. 1080).
La idea primaria es la restitución de lo recibido; si ello no fuere posible, por ejemplo por su
destrucción, deberá entregarse su valor. Asimismo, deberán reintegrarse frutos y accesorios (ejemplo de
esto último es el módem de comunicación para servicios de internet).

§ 2.— TEORÍA DE LA IMPREVISIÓN

331. Concepto y origen histórico


Muchas veces, después de celebrado un contrato se produce una alteración profunda en las
circunstancias (principalmente las de orden económico) existentes en el momento de la celebración.
Como ejemplos notables pueden citarse una guerra, una profunda e imprevisible crisis, etcétera. Los
precios de las mercaderías prometidas varían sustancialmente, la crisis de la mano de obra
subsecuente a una movilización hace dificultosísima la producción o fabricación, etcétera. No es
totalmente imposible cumplir, pero el cumplimiento se hace sumamente gravoso y quizás origine la ruina
del deudor. Es de toda evidencia la justicia de reajustar las cláusulas del contrato y, en ciertos casos, de
considerarlo insubsistente. Es esto lo que en derecho moderno se llama teoría de la imprevisión.
Su origen es la llamada cláusula rebus sic stantibus, conocida ya en el derecho romano. Esta
cláusula significa que los contratos se entienden concluidos bajo la condición tácita de que subsistirán
las condiciones bajo las cuales se contrató y que, cuando ello no ocurre y se produce una
transformación de tales circunstancias, los jueces están autorizados a revisar el contrato.
En el derecho moderno, la teoría de la imprevisión tiene una aceptación cada vez más amplia. Las
profundas alteraciones provocadas en la economía mundial por las grandes guerras del siglo XX y el
fenómeno de la inflación, que en algunos países ha tenido caracteres agudísimos, no podían dejar
impasibles a legisladores y jueces. Así, por ejemplo, en Alemania, después de la crisis sobreviniente a la
derrota en la segunda guerra mundial, los jueces fueron autorizados a revisar todos los contratos de
tracto sucesivo y reducir las obligaciones del deudor al límite indicado por la buena fe. Los jueces
quedaron así convertidos en árbitros de las obligaciones contractuales. Naturalmente, esta solución sólo
es admisible en épocas de un verdadero derrumbe de la economía; pero sin llegar a tales extremos,
pueden producirse cambios profundos que hagan justa la intervención judicial para reducir las
prestaciones que, en razón de las nuevas circunstancias, resulten a todas luces excesivas. La teoría de
la imprevisión ha sido acogida expresamente por el Código italiano (arts. 1467 y sigs.), el Código
peruano (arts. 1440 y sigs.), el Código brasileño (art. 478), por la jurisprudencia alemana, etcétera.
Es necesario, además, tener presente que no basta un cambio de las circunstancias, sino que ese
cambio sea, en su existencia misma o en su intensidad, imprevisible. Así, por ejemplo, si durante un
período de inflación, uno de los contratantes asume obligaciones que en el momento de cumplir le
resultan más onerosas de lo que eran cuando contrató, no podrá eximirse de sus compromisos si la
inflación siguió su curso normal y previsible.

332. Diferencias con el caso fortuito


La diferencia conceptual es neta: el caso fortuito implica imposibilidad (sea física o jurídica) de
cumplir; la teoría de la imprevisión supone una dificultad grave para cumplir, pero no una imposibilidad.
En el primer caso, el obligado queda totalmente exento de responsabilidad; en el segundo, está obligado
a cumplir, no ya lo que prometió, sino lo que en equidad corresponde que cumpla.
En la práctica, sin embargo, hay una zona en que ambas situaciones jurídicas se confunden; muchas
veces será cuestión de criterio decidir si la modificación de las circunstancias es tan profunda que ha
provocado una verdadera imposibilidad de cumplir, o si, por el contrario, sólo hay una dificultad grave.

333. Aplicación de la teoría en nuestro Derecho


Hasta mediados del siglo pasado nuestros jueces eran muy reticentes en la aplicación de la teoría de
la imprevisión. Seguramente ello se debía a que nuestro país no había sufrido convulsiones económicas
tan hondas como las experimentadas por otros pueblos que se vieron envueltos en las grandes guerras
mundiales.
Con todo, aquellos conflictos repercutieron también en nuestro país, provocando una modificación
sustancial de las condiciones en que se había contratado. Esto provocó dificultades serias, sobre todo
en materia de obras públicas, pues los contratistas se veían abocados al peligro de quiebra si no se les
reconocía el alza de precios de los materiales y de la mano de obra. Ello dio lugar a la ley 12.910
dictada en 1946, por la cual el Estado se hizo cargo de las variaciones de precio de los materiales,
costos de transportes y combustibles y suba de salarios en las obras entonces en ejecución; y en el
artículo 6º se disponía que en lo futuro los contratos de construcción de obra debían contener
especificaciones que contemplaran en forma equitativa las variaciones de los costos.
De esta manera, la teoría de la imprevisión vino a tener recepción legislativa, aunque fuera referida
sólo a los contratos de obras públicas. Pero la alteración de las circunstancias derivadas del deterioro de
nuestra economía, presionó sobre los tribunales, que en numerosos casos declararon aplicable a
nuestro derecho positivo esta teoría.
No obstante que esta jurisprudencia estaba cada vez más generalizada, era necesario legislar
expresamente sobre esta institución para establecer sus condiciones de aplicación y sus consecuencias.
Es lo que hizo la ley 17.711 al dar una nueva redacción al artículo 1198 del Código Civil de Vélez. El
Código Civil y Comercial ratificó esta orientación en el artículo 1091.

334. Condiciones de aplicación


Para que sea posible aplicar la teoría de la imprevisión es necesario:
a) Que se trate de contratos conmutativos, esto es contratos en los cuales las obligaciones mutuas
están determinadas de una manera precisa. Quedan comprendidas en esta categoría, por lo tanto, los
contratos bilaterales y los onerosos.
En principio, los contratos aleatorios no son atacables por vía de imprevisión, mientras la onerosidad
sobreviniente sea la consecuencia del álea asumida; pero si ella es ajena a dicha álea (a su álea propia
dice el artículo 1091), la teoría de la imprevisión es aplicable. Supongamos que se constituye una renta
vitalicia en favor de una persona de 60 años, contra entrega por ésta de un capital. El que promete la
renta vitalicia calcula que si esa persona vive menos de 80 años saldrá beneficiada; si vive más, se
perjudicará. Si la persona vive 100 años, el perjuicio para el que promete la renta es grave, pero está
dentro del álea calculada. La teoría de la imprevisión es inaplicable. Pero supongamos que al poco
tiempo de suscribirse el contrato se desata un proceso inflacionario grave e imprevisible. La renta queda
reducida a una prestación insignificante. Esto escapa ya al álea propia del contrato y puede dar lugar a
la aplicación de la teoría de la imprevisión.
b) Que se trate de contratos de ejecución diferida o de ejecución permanente o continuada (por ej.,
una compraventa a plazos, un contrato de locación). No se concibe en cambio, en los contratos de
cumplimiento instantáneo e inmediato (por ej., la compraventa al contado).
c) Que la prestación a cargo de una de las partes se torne excesivamente onerosa. Sería más
apropiado decir: que se produzca una alteración grave del equilibrio normal de las prestaciones.
d) Que la excesiva onerosidad se haya producido como consecuencia de una alteración
extraordinaria de las circunstancias existentes al tiempo de su celebración, y al riesgo asumido por la
parte que es afectada. La alteración responde a acontecimientos graves e imprevisibles, tal como puede
ser una guerra, una revolución, una grave crisis económica. La inflación puede o no dar lugar a la
aplicación de la teoría, según las circunstancias. Si un contrato se celebra durante un período de
inflación y ésta sigue su curso normal, con una curva más o menos constante, los contratantes no
pueden luego quejarse de que se ha producido un desequilibrio en sus prestaciones, porque esa
inflación no era imprevisible. Pero si luego de celebrado el contrato, el proceso inflacionario se agrava
en forma extraordinaria e imprevisible, la teoría es aplicable.
e) Es necesario que el perjudicado no hubiese obrado con culpa, pues la excesiva onerosidad debe
sobrevenir por causas ajenas a las partes. En efecto, cuando el deudor no hubiera cometido perjuicio
alguno si hubiera cumplido lealmente y en término sus obligaciones, no puede luego pretender
ampararse en la teoría de la imprevisión para evitar un perjuicio que sólo resulta de la falta de
cumplimiento oportuno que le es imputable.
f) Aunque nuestra ley no lo dice expresamente, debe tratarse de acontecimientos de carácter general
o social; las situaciones o acontecimientos de carácter personal no afectan el contrato, a menos que
constituyan un caso de fuerza mayor que impida el cumplimiento.
g) El artículo 1198 del Código Civil, según la reforma de la ley 17.711, impedía invocar la teoría de la
imprevisión a quien estuviese en mora. La hipótesis de mora no es mencionada por el artículo 1091 del
Código Civil y Comercial. ¿Significa esto que el deudor moroso puede alegar la imprevisión? La cuestión
debe ser analizada con cuidado. En primer lugar, debe recordarse que la teoría de la imprevisión ha sido
regulada en el capítulo de la extinción de los contratos, y que el artículo 1078, inciso c), dispone que  la
otra parte puede oponerse a la extinción si, al tiempo de la declaración, el declarante no ha cumplido, o
no está en situación de cumplir, la prestación que debía realizar para poder ejercer la facultad de
extinguir el contrato. Con otras palabras, si el moroso pretende alegar la teoría de la imprevisión para
dar por concluido el contrato, la otra parte podrá frenarlo lícitamente. Sentado esto, también conviene
aclarar que para que la mora impida la aplicación de la teoría de la imprevisión, debe haber sido anterior
al momento en que sobreviene el acontecimiento extraordinario e imprevisible. Ocurrido éste, la mora
posterior no impide la resolución del contrato, puesto que, en verdad, la mora ha sido causada por el
propio hecho imprevisible. Este supuesto se ha dado en llamar mora irrelevante.

335. Efectos
Reunidas las circunstancias señaladas en el número anterior, la parte perjudicada con la alteración
de las prestaciones puede plantear extrajudicialmente, o pedir ante un juez —por acción o por excepción
— la resolución total o parcial del contrato (art. 1091). Pero en los contratos de ejecución continuada, la
resolución no alcanzará a los efectos ya cumplidos, si las prestaciones son equivalentes, divisibles y han
sido recibidas sin reservas (art. 1081, inc. b). Por ejemplo, si se trata de una locación, resuelto el
contrato ni el propietario ni el inquilino pueden reclamarse nada por lo que ya quedó cumplido antes de
la sentencia que declaró resuelto el contrato (goce de la cosa y pago del precio).
El artículo 1091 faculta al accionante a reclamar, además de la resolución, la adecuación del
contrato, lo que implica un ajuste de las prestaciones a cargo de las partes. El texto derogado brindaba
al demandado por resolución la posibilidad de mantener la vigencia del contrato, ofreciendo mejorar
equitativamente los efectos del contrato. Si bien esta disposición ha sido suprimida por el Código Civil y
Comercial, parece lógico sostener que ella es invocable, con fundamento en el principio de conservación
del contrato (art. 1066). En tal caso, será el juez quien determine cuáles son las prestaciones equitativas
que permiten la subsistencia del contrato.
El derecho a invocar la teoría de la imprevisión también lo tiene el tercero a quien se le han conferido
derechos o impuesto obligaciones por un contrato. Es el supuesto del contrato a cargo de un tercero;
cuando éste ha aceptado la encomienda recibida, podrá invocar esta teoría si se dan las condiciones de
su aplicabilidad.
Finalmente, debe destacarse que existe una fuerte discusión doctrinaria sobre la posibilidad o no de
incluir en el contrato una cláusula de renuncia a invocar la teoría de la imprevisión. A nuestro juicio tal
cláusula es nula pues desvirtuaría la esencia del instituto. Adviértase que, de hecho, se estarían
transformando los contratos conmutativos en aleatorios, pues, de incluir tal cláusula renunciativa, no
podría afirmarse que el monto de las prestaciones haya quedado determinado de manera fija al
momento de contratar. Desde luego, ningún obstáculo hay en que se renuncie a la teoría de la
imprevisión, luego de que el hecho extraordinario haya acaecido.

§ 3.— FRUSTRACIÓN DEL FIN DEL CONTRATO

336. Nociones generales


Hemos señalado antes (número 173) que mayoritariamente se ha entendido que la frustración del fin
del contrato, es un capítulo inherente a la causa; entendida ésta como móvil determinante, razón de ser
o fin individual o subjetivo que las partes (ambas partes, o una de ellas siempre que lo haya manifestado
—expresa o implícitamente— a la otra) han tenido en vista al momento formativo del negocio. Con otras
palabras, cuando ese móvil determinante, esa finalidad perseguida por las partes, manifestada en el
contrato, se frustra, la parte perjudicada puede reclamar la resolución, siempre que se cumplan los
recaudos que la propia ley exija.
La posición del Código Civil y Comercial sobre este tema, en cambio, no resulta clara.
En efecto, el Código plantea, por un lado, que la causa debe existir en la formación del contrato y
durante su celebración y subsistir durante su ejecución (art. 1013), lo que permitiría afirmar que la
frustración del fin contractual es un capítulo de la causa. Sin embargo, no puede obviarse, por otro lado,
que la frustración del fin del contrato ha sido regulada más adelante, como un modo de extinción,
modificación o adecuación de los contratos, y sin recurrir a la noción de causa. Más bien, parece
fundarse en que el fin perseguido integra inequívocamente el contenido contractual y por ende se refleja
en su sinalagma genético. De tal manera, parece plantear alguna diferencia entre finalidad y causa.
Puesto de manifiesto lo expuesto precedentemente, pasemos a analizar la norma y sus requisitos de
aplicación.

337. Antecedentes. La norma legal


No está de más recordar que la frustración del fin del contrato tuvo su primera aplicación en los
célebres casos de la coronación, a los que ya nos hemos referido anteriormente (número 166).
La primera parte del artículo 1090 dispone que la frustración definitiva de la finalidad del contrato
autoriza a la parte perjudicada a declarar su resolución, si tiene su causa en una alteración de carácter
extraordinario de las circunstancias existentes al tiempo de su celebración, ajena a las partes y que
supera el riesgo asumido por la que es afectada.
Conforme surge de la norma transcripta, los presupuestos de admisibilidad de este instituto son (i)
que exista un acontecimiento ajeno a la voluntad de las partes (esto es que no haya sido provocado por
ninguna de ellas), (ii) que provoca una alteración de carácter extraordinario de las circunstancias
existentes al tiempo de la celebración del contrato (lo que implica que el hecho debe ser posterior a la
fecha de su celebración), y (iii) que supere el riesgo asumido por la parte que es afectada.
La norma no es suficientemente clara en un aspecto que consideramos importante: las circunstancias
que importan no sólo son aquéllas existentes al tiempo de la celebración del contrato (lo que la norma
expresamente menciona) sino —y fundamentalmente— las que se prevé que existan al momento de su
ejecución (lo que parece estar implícitamente abarcado en la expresión que supera el riesgo asumido
por la que es afectada).
Asimismo, parece razonable aceptar como otro requisito de aplicación (iv) que el acontecimiento no
puede haber sido generado en la mora de las partes, pues si así fuera, cabría reiterar lo dicho en el nº
334 (punto g) cuando, al referirnos a la teoría de la imprevisión, esto es que el artículo 1078, inciso c),
dispone que la otra parte puede oponerse a la extinción si, al tiempo de la declaración, el declarante no
ha cumplido, o no está en situación de cumplir, la prestación que debía realizar para poder ejercer la
facultad de extinguir el contrato. Con otras palabras, si el moroso pretende alegar la frustración del fin
contractual para dar por concluido el contrato, la otra parte podrá frenarlo lícitamente.
También deben agregarse como recaudos de aplicación de este instituto, estos otros: (v) que el
contrato haya sido válidamente celebrado; (vi) que la finalidad haya sido declarada, conocida y aceptada
—expresa o tácitamente— por las partes; y, (vii) que el acontecimiento extraordinario incida sobre la
finalidad del contrato de manera tal que malogre el motivo que impulsó a contratar, al punto que
desaparezca el interés o utilidad en la subsistencia del contrato.
Dice Augusto Mario MORELLO (Ineficacia y frustración del contrato, p. 89, Abeledo-Perrot, 1975) que
el fin del contrato consiste en un núcleo complejo referido no sólo al propósito práctico y básico que a la
parte acreedora de la prestación le representa el resultado de ella, sino también a que tal propósito sea
igualmente conocido y aceptado por la otra. En cambio, la finalidad expresada en forma confusa o no
expresada, aun en el caso de que el cocontratante de haberla conocido la hubiera aceptado, no puede
ser causal de resolución contractual.
Por último, el artículo 1090, en su parte final, prevé que si la frustración de la finalidad es temporaria,
hay derecho a resolución sólo si se impide el cumplimiento oportuno de una obligación cuyo tiempo de
ejecución es esencial. Con otras palabras, si la frustración es temporaria, no definitiva como prevé la
primera parte de la norma citada, en principio no hay derecho a resolver a menos que el tiempo de
ejecución sea esencial. Quedará, entonces, solo la facultad de invocar la excepción de incumplimiento
contractual.

338. Efectos
Cuando la finalidad tenida en cuenta por los contratantes (esto es, sus motivos personales) se ha
frustrado parece razonable admitir la resolución del contrato. Claro está que para que ello ocurra es
imprescindible que la finalidad, como ya se ha dicho, haya sido expresada, o haya sido conocida por la
otra parte, pues el motivo determinante que cada parte tuvo al celebrar el contrato recién se vuelve
común cuando se lo expresa.
El artículo 1090 expresamente dispone que la resolución es operativa cuando la parte afectada
comunica su declaración extintiva a la otra. Se deberán cumplir, por tanto, las disposiciones de los
artículos 1078 y siguientes.
La resolución que prevé la ley importará que: (i) se puede repetir la prestación cumplida antes del
acontecimiento frustrante, si carece de reciprocidad; (ii) nada se deberá si no se ha hecho el pago antes
del acontecimiento frustrante; (iii) las prestaciones recíprocas, equivalentes y cumplidas antes del
acontecimiento frustrante quedarán firmes, siempre que se traten de contratos de ejecución continuada
o periódica; y (iv) los gastos realizados antes del acontecimiento frustrante o después de él pero en la
ignorancia de que hubiera sucedido son resarcibles.
¿Cuáles son los contratos que quedan comprendidos en este instituto? El punto central es que se
trate de un contrato de ejecución diferida, que el tiempo influya en la ejecución del contrato. A partir de
esta premisa, la finalidad de cualquier contrato puede quedar frustrada, incluso uno gratuito. Es el caso,
por ejemplo, del contrato de renta vitalicia gratuita contratada para beneficiar a quien padece una
situación de indigencia; pues bien, si con posterioridad a la celebración del contrato y por razones
ajenas a la voluntad de las partes, cesa tal estado de indigencia, parece lógico admitir que puede ser
resuelto el contrato, toda vez que ha desaparecido el motivo impulsor del beneficio otorgado.

§ 4.— CLÁUSULA RESOLUTORIA

339. Remisión
Nos hemos referido a este tema con anterioridad (número 239 y siguientes) y allí nos remitimos.

§ 5.— LA EMERGENCIA ECONÓMICA

340. Noción
La situación económica de un país requiere, en ciertos casos, soluciones extraordinarias. Con el
nombre de "emergencia económica" se hace mención al régimen jurídico que otorga al Estado Nacional
facultades excepcionales para intervenir en los contratos que hayan sido celebrados. Todo ello, con
fundamento en la necesidad de proveer lo necesario para la prosperidad y bienestar del país.
Es necesario insistir que se trata de una legislación excepcional, aunque esto haya sido muchas
veces desconocido por los gobiernos nacionales, quienes han mantenido en el tiempo la calificación de
emergencia cuando ella es, en esencia, transitoria.
A la par de ello, debe recordarse que el contrato y la propiedad tienen protección constitucional en el
derecho argentino y, en consecuencia, toda limitación que se disponga es necesariamente de
interpretación restrictiva.
Lamentablemente, las restricciones que, con fundamento en la emergencia económica, se han
consagrado en el ordenamiento jurídico argentino, han constituido muchas veces un avance intolerable
sobre la autonomía privada y la posición contractual. Buen ejemplo de ello han sido los abusos
producidos con motivo de la crisis económica de los años 2001 y 2002, y la "pesificación" allí decretada.
Es necesario, entonces, verificar si la legislación de emergencia se adecua a la Constitución, para
admitir o no su licitud. En esta línea de pensamiento, cabe afirmar que tal legislación es admisible si: (i)
se presenta una situación de emergencia que obligue a poner en ejercicio aquellos poderes reservados
para proteger los intereses vitales de la comunidad; (ii) se responde a una ley dictada por el Congreso
Nacional que persiga la satisfacción del interés público; (iii) los remedios propuestos por la ley son
proporcionales y razonables; (iv) la ley sancionada se encuentra limitada en el tiempo y que el término
fijado tenga relación directa con la exigencia en razón de la cual ella fue sancionada; y (v) no desconoce
arbitrariamente garantías individuales.

También podría gustarte