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Todo sistema urbano se compone de dos elementos: las ciudades y las relaciones que se
establecen entre ellas y el entorno a través de flujos de información, de capital, de tráfico
de personas y mercancías, sociales, etc, y es el resultado de la evolución urbana desde
mediados del siglo XIX hasta la actualidad.
Las ciudades de un sistema se caracterizan por su tamaño y por las funciones que
desempeñan y de acuerdo con estas características ejercen su influencia sobre un área más o
menos amplia (local, regional, nacional o mundial) y ocupan una posición jerárquica dentro del
sistema urbano.
Las ciudades se organizan de forma jerárquica sobre el territorio, pues no todas tienen la
misma importancia ni desempeñan las mismas actividades económicas o funciones. Las
ciudades mantienen entre sí unas relaciones de interdependencia: las ciudades mayores
tienen un área de influencia mayor y prestan servicios especializados a ciudades menores.
En general, podemos decir que cuanto mayor es el tamaño de la ciudad, mayor es el número
de funciones ejercidas en ella, por lo que se da una gran diversificación funcional en ciudades
como Barcelona, Madrid, Sevilla y todas las grandes capitales españolas.
Estos ejes, heredados de la época industrial, han experimentado cambios desde la década de
1980 por la implantación del Estado de las Autonomías, la integración en la UE y la
globalización económica mundial. Todo esto ha favorecido la creación de subsistemas urbanos
regionales, que se caracterizan por el incremento del peso de las capitales autonómicas y de
las relaciones entre las ciudades de la comunidad.