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Universidad Nacional del Litoral

Facultad de Humanidades y Ciencias


Introducción a los Estudios Literarios 2021

Apuntes para la lectura de “El lector modelo” (Umberto Eco)

Sobre Umberto Eco y Lector in fabula

Umberto Eco (1932-2016) es un filósofo (se graduó en filosofía en 1954), pero además
también un especialista en Semiótica, además de docente y escritor (El nombre de la rosa,
su primera novela, se publicó en 1980 y que se convirtió en un bestseller mundial).

Cuando era profesor de “Estética” en la Universidad de Turín, Eco publicó su primer libro:
Obra abierta (1962). Ya en los años 70 el nombre de Umberto Eco está unido
institucionalmente a una disciplina específica: la Semiótica. En 1971, Eco publica su
Tratado de semiótica general. En 1975 se crea la cátedra de Semiótica en la Universidad
de Bologna, con Eco como Profesor Titular.

En “Introducción a los Estudios Literarios” leeremos “El lector modelo”, un capítulo de


Lector in fabula (1979), libro que reúne una serie de estudios escritos entre 1976 y 1978
en torno a una cuestión específica: la cooperación interpretativa en los textos. Eco indaga
el funcionamiento de la interpretación de un texto: cómo se produce una interpretación y
qué estrategias utiliza el texto para favorecer ciertas interpretaciones y no otras. Eco se
interesa por el problema de la interpretación, de sus libertades y de sus aberraciones (es
decir, las interpretaciones desviadas). Una de las diferencias más importantes que
establecerá Eco es la diferencia entre “interpretación” y “uso” los textos, distinción que
continuará pensando en Los límites de la interpretación (1992). Mientras que la
“interpretación” está sostenida por el texto, el “uso” toma al texto como excusa para hacer
otra cosa con él.

“El lector modelo”

Como lo señala Eco, la noción de texto es amplia, no se restringe al texto escrito: para la
semiótica el cine, la pintura o la música constituyen textos que pueden ser analizados. Pero
en Lector in fabula, Eco se concentrará en los textos lingüísticos, en textos escritos y
fundamentalmente en textos narrativos (como cuentos o novelas).

Las primeras tres líneas del ensayo de Eco ya son decisivas porque sientan las bases de
todo el ensayo:

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“Un texto, tal como aparece en su superficie (o manifestación) lingüística,
representa una cadena de artificios expresivos que el destinatario debe
actualizar (…) En la medida en que debe ser actualizado, un texto está
incompleto”.

Vemos desde el inicio que el ensayo de Eco hace del texto un dispositivo que funciona
dando signos para que se lo interprete de determinada manera, para que el lector pueda
interpretarlo, porque el texto no funciona sin la cooperación de un lector. Ya también desde
estas primeras líneas, Eco se concentrará sobre todo en delinear la figura del lector, que
es el encargado de “actualizar” ese texto.

¿Qué quiere decir “actualizar”? El lector es capaz de abrir el diccionario a cada palabra que
encuentra y de recurrir a una serie de reglas sintácticas preexistentes con el fin de
reconocer las funciones de los términos en el contexto de la oración. Es decir, actualizar un
texto exige una competencia gramatical, una competencia básica, un saber sobre los
principios y las reglas básicas que rigen el funcionamiento de una lengua, y la organización
de las palabras dentro de una oración. Pero la interpretación de un texto depende de
factores pragmáticos: el término pragmático, en Eco, hace referencia a la dependencia que
siempre tiene la comunicación, respecto del hablante y del oyente y de contexto lingüístico
y extra-lingüístico.

Esto sucede con cualquier tipo de mensaje. Pero el texto lingüístico, el texto literario, se
distingue de otras expresiones por su mayor complejidad, porque está plagado de
presuposiciones y de elementos no dichos, que el lector tiene que reponer y que completar.
Por eso el texto exige para funcionar como tal ciertos movimientos cooperativos por parte
del lector.

Eco presenta un ejemplo:

Juan entró en el cuarto. “¡Entonces, has vuelto!”, exclamó María, radiante.

Hay, ante todo, la necesidad de establecer las referencias de esos enunciados: es decir,
que el tú implícito en la exclamación se refiere a Juan. A su vez, la interpretación depende
de otra suposición, que los que hablan son los personajes: es decir, hay una parcela de un
mundo posible habitada por dos personajes, Juan y María, que pueden encontrarse en el
mismo cuarto. Pero más allá de estas cuestiones, para actualizar el contenido de este texto
hay otros movimientos cooperativos más básicos: para comprender este texto el lector
debe saber, por ejemplo, que en español el verbo “volver” implica que el sujeto no estaba
presente, se había ausentado o se había alejado, o saber que ese “entonces” (esa
conjunción ilativa, que enuncia una deducción de algo que ha ocurrido) presupone que
María no esperaba que Juan volviera y que el adjetivo “radiante” da cuenta de que María
deseaba que Juan volviera.

La lectura, entonces, se basa en esta cooperación. El texto está plagado de espacios en


blanco, de intersticios que hay que rellenar; quien lo emitió preveía que se los rellenaría y
los dejó en blanco por dos razones.

1. Ante todo, porque un texto es un mecanismo perezoso (o económico) que vive de


la plusvalía de sentido que el destinatario introduce en él.

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2. En segundo lugar, porque, a medida que pasa de la función didáctica a la estética
(es decir, cuando pasamos de un texto más bien explicativo a un texto literario), un
texto quiere dejar al lector la iniciativa interpretativa. Un texto quiere que alguien lo
ayude a funcionar. En otras palabras, un texto se emite para que alguien lo
actualice; incluso cuando no se espera (o no se desea) que se alguien exista
concreta y empíricamente” (Eco 1979: 76).

La conclusión de Eco es la siguiente: el texto postula la cooperación del lector como


condición de su actualización.

El texto postula la cooperación del lector como condición de su actualización. Hay que
señalar dos cuestiones muy importantes:

1. Por cooperación no debe entenderse la actualización de las intenciones del sujeto


empírico de la enunciación (es decir, del escritor de un cuento o una novela), sino las
intenciones del texto.

2. “Un texto es un producto cuya suerte interpretativa debe formar parte de su propio
mecanismo generativo”. Generar un texto significa aplicar una “estrategia textual” que
incluye las previsiones de los movimientos del otro.

Pueden pensar en los chistes, que son textos que hacen de la cooperación del lector la
condición para poder funcionar como chistes, si esta cooperación fracasa el chiste fracasa.

Hasta este punto, el planteo de Eco es sencillo. Pero existe un problema crucial para la
interpretación de los textos (y en particular de los textos literarios): la asimetría entre emisor
y receptor. Para decirlo en otros términos: la competencia del destinatario de un texto no
coincide necesariamente con la del emisor. Es decir hay una “asimetría” entre la
competencia del autor o emisor y la de los lectores (y por supuesto, una asimetría entre la
competencia de los lectores entre sí).

En este punto, Eco introduce la noción de lector modelo:

“Para organizar su estrategia textual, un autor debe referirse a una serie de


competencias (expresión más amplia que ‘conocimiento de los códigos’) capaces
de dar contenido a las expresiones que utiliza. Debe suponer que el conjunto de
competencias a que se refiere es el mismo al que se refiere su lector. Por
consiguiente, deberá prever un lector modelo capaz de cooperar en la actualización
textual de la manera prevista por él y de moverse interpretativamente, igual que él
se ha movido generativamente” (Eco 1979: 80).

Por esto, un texto es un dispositivo concebido con el fin de producir su lector modelo.

La previsión de un lector modelo abarca desde decisiones elementales como la elección de


una lengua, que excluye a todos los lectores que no la hablen; la elección de determinado
léxico y estilo, la elección de un tipo de “enciclopedia” (el término enciclopedia tiene un
alcance más amplio en la teoría de Eco, lo que importa saber ahora es que hace referencia
a un conjunto de saberes que el texto exige para su lectura óptima y que debe poseer el
lector para poder interpretar ese texto de modo óptimo). Un ejemplo: un pasaje de “Valéry
como símbolo”, uno de los ensayos de Inquisiciones (1925) de Jorge Luis Borges:

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“Aproximar el nombre de Whitman al de Paul Valéry es, a primera vista, una
operación arbitraria y (lo que es peor) inepta”.

El lector de este ensayo de Borges debe conocer, aunque sea de modo parcial o
aproximado, la obra del poeta norteamericano Walt Whitman y la del escritor francés Paul
Valéry, para comprender por qué acercar ambos nombres es una “operación arbitraria”.
Para aportar otro ejemplo: piensen que el lector modelo de todos los textos literarios que
se incluyen en la Unidad 2 de esta materia, deben haber leído el Martín Fierro de Hernández
para poder “actualizarlos” (lo necesitará el lector de “El amor”, de Martín Kohan, o el de Las
aventuras de la China Iron, de Gabriela Cabezón Cámara, por ejemplo) .

El texto no sólo presupone un lector modelo, no sólo espera que exista ese lector modelo
entre todos los lectores, sino que el texto también lo construye. No obstante, el lector
modelo es una construcción, es una abstracción, no puede identificarse, o no siempre, con
un sujeto empírico.

Textos cerrados y textos abiertos

Ahora bien, teniendo en cuenta esa “asimetría” que nombramos antes, la asimetría entre
las competencias del emisor y las del lector en la construcción del lector modelo, y teniendo
en cuenta la cantidad de interpretaciones que puede generar un texto, la cantidad de
interpretaciones aberrantes o desviadas, Eco habla de dos casos extremos de textos: los
textos cerrados y los textos abiertos.

Cada uno de estos dos tipos se sostiene en estrategias diferentes.

A) los textos cerrados son aquellos textos que promocionan una cierta interpretación,
dirigiéndose a un lector en particular (se las apañan para que cada término, cada modo de
hablar, cada referencia enciclopédica sean los que puedan comprender su lector). Se las
apañan para que cada término y cada modo de hablar y cada referencia enciclopédica sea
la que previsiblemente puede conocer su lector. En esta categoría entran los textos
demasiado estandarizados, que están escritos para un público muy específico.

B) Estamos ante un texto abierto cuando el autor sabe sacar todo el partido posible de las
connotaciones de los términos, de los sobreentendidos, es decir, textos que prevén estos
desvíos y no se preocupan por privilegiar una interpretación sobre otra: es más, un texto
abierto saca partido de esas posibles interpretaciones. Ejemplos de textos abiertos son los
poemas, como por ejemplo los poemas de Osvaldo Lamborghini o Tamara Kamenszain que
leímos en la Unidad 1.

Pero, como lo dice Eco, no hay nada más abierto que un texto cerrado. Pero esta apertura
es un efecto provocado por un movimiento externo al texto, por un modo de usar el texto,
de negarse a aceptar que sea él el que nos use. Es decir, es posible leer de muchas
maneras un texto, incluso de maneras que ese texto no contempla. Estas cuestiones llevan
a Eco a plantear una diferencia entre el uso libre de un texto y la interpretación (de un texto
abierto). Mientras la noción de “uso” tiene una libertad ilimitada (se puede hacer cualquier
cosa con un texto), la de interpretación, para Eco, impone ciertos límites: porque es siempre
una dialéctica entre la estrategia del autor y la respuesta del lector. Más allá de su libertad,
un texto siempre construye el universo de sus interpretaciones, más o menos legítimas.

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Autor y lector como estrategias textuales

En el proceso comunicativo aparecen, básicamente, el emisor, el mensaje y el receptor. El


emisor y el destinatario se manifiestan gramaticalmente en el texto. Cuando hay un mensaje
con una función referencial (por ejemplo, un mail) estas marcas gramaticales son índices
referenciales, dice Eco. Es decir, el pronombre personal “yo” designa al sujeto empírico que
está hablando. Pero en el caso de un texto literario, textos concebidos para una audiencia
amplia (como una novela, por ejemplo), el emisor y el destinatario están presentes como
lugares del acto de enunciación, del discurso. En este punto, hay una similitud con el
planteo de Michel Foucault sobre el autor, que trabajamos en clase. Eco sostiene lo mismo
que Foucault: el “yo” de los cuentos de Borges no remite al Borges empírico, es una
estrategia textual. Afirma Eco:

“Cada vez que se utilicen términos como autor y lector modelo se entenderá
siempre, en ambos casos, determinados tipos de estrategia textual. El Lector
Modelo es un conjunto de condiciones de felicidad, establecidas textualmente, que
deben satisfacerse para que el contenido potencial de un texto quede plenamente
actualizado” (Eco 1979: 89).

Así como existe el lector modelo, puede hablarse del “autor modelo” como una hipótesis
interpretativa.

Eco señala:

“Si el autor y el Lector Modelo son dos estrategias textuales, entonces nos
encontramos ante una situación doble. Por un lado, como hemos dicho hasta ahora,
el autor empírico, en cuanto sujeto de la enunciación textual, formula una hipótesis
de Lector Modelo y, al traducirla al lenguaje de su propia estrategia, se caracteriza
a sí mismo en cuanto sujeto del enunciado, con un lenguaje igualmente
‘estratégico’, como modo de operación textual. Pero, por otro lado, también el lector
empírico, como sujeto concreto de los actos de cooperación, debe fabricarse una
hipótesis de Autor, deduciéndola precisamente de los datos de la estrategia textual.
La hipótesis de formula el lector empírico acerca de su Autor Modelo parece más
segura que la que formula el autor empírico acerca de su Lector Modelo. De hecho,
el segundo debe postular algo que aún no existe efectivamente y debe realizarlo
como serie de operaciones textuales; en cambio, el primero deduce una imagen
tipo a partir de algo que previamente se ha producido como acto de enunciación y
que está presente textualmente como enunciado”

(…)

Pero no siempre el Autor Modelo es tan fácil de distinguir: con frecuencia, el lector
empírico tiende a rebajarlo al plano de las informaciones que ya posee acerca del
autor empírico como sujeto de la enunciación. Estos riesgos, estas desviaciones
vuelven a veces azarosa la cooperación textual. Ante todo, por cooperación textual
no debe entenderse la actualización de las intenciones del sujeto empírico de la
enunciación, sino de las intenciones que el enunciado contiene virtualmente” (Eco
1979: 89).

En las citas anteriores Eco sostiene que así como hay un autor empírico que formula una
hipótesis de lector modelo, la traduce al lenguaje de su propia estrategia, también hay un

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lector empírico que se fabrica una hipótesis de Autor, deduciéndola de los datos de la
estrategia textual. La hipótesis que formula un lector empírico acerca de un Autor Modelo
parece más segura que la que fabrica el Autor sobre su lector Modelo. ¿Por qué? Porque
el autor postula algo que no existe efectivamente y lo hace a través de operaciones
textuales; en cambio, el lector deduce al autor de operaciones textuales ya hechas
efectivamente.

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