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¿Instrumento del yo o experiencia

transformadora?
Fragmento de "Ascendentes en Astrología" -Eugenio Carutti

La historia de la Astrología puede ser pensada como el resultado de la


interacción entre dos grandes corrientes, cuya existencia responde a la tensión
intrínseca entre la conciencia holística que descansa en la inmensidad, y la
inteligencia fragmentaria, saturada de miedo y necesitada de control.

La primera corriente es la que permanece en contacto con el origen: se desarrolla


a partir de aquéllos que realmente perciben -en distintos niveles- la realidad
holográfica del universo. En ella, el aprendizaje va mucho mas allá del
conocimiento de determinados símbolos y técnicas: se trata de habilitar
sucesivas expansiones de conciencia en el estudiante, para que aquello que en
un momento fue sólo un concepto o una hipótesis, llegue a adquirir visibilidad e
incluso corporalidad. La tradición más externa, en cambio, se construye a partir
de quienes -sin poder registrar fácticamente la equivalencia de lo externo con lo
interno- sólo creen o sostienen la idea de la correspondencia entre macrocosmos
y microcosmos.

En este segundo caso, la astrología únicamente puede crecer dentro de los


límites que le imponen los supuestos psíquicos y culturales de quienes
investigan y los de aquéllos para quienes trabajan. Estos son múltiples y operan
en distintos niveles según las épocas, pero tanto en la astrología medieval como
en la contemporánea, el supuesto que suele permanecer inalterado es que el ser
humano es una entidad relativamente autónoma del resto del cosmos y por esta
razón posee un destino claramente individual. En este contexto, el centro de toda
la investigación se reduce casi exclusivamente al individuo y a la misteriosa
influencia que los astros tienen sobre él. Ya sea en tanto fuerzas externas de las
que debe emanciparse o como el designio de alguna voluntad que adjudica
características y destinos a cada ser humano por separado, la atención del
investigador se concentra en descifrar el significado de dichas fuerzas o el
sentido de dicho designio. Con este objetivo pierde de vista la necesidad de
transformarse a sí mismo a lo largo del aprendizaje para que afloren en él los
niveles de percepción que dan cuenta de la unidad del sistema solar. Apoyado
simplemente en creencias, el proceso mental del astrólogo sigue siendo tan
analítico, lineal y fragmentario como el de quien nunca ha transitado por la
Astrología. Asimismo desconoce que su integración emocional forma parte
esencial del trabajo que debe realizar. Por esta razón es raro que tome contacto
con los núcleos de temor y los deseos de control que conducen de forma
inconsciente su investigación y probablemente tampoco reconozca la
importancia del cuerpo en la tarea de registrar y tolerar un mayor caudal
vibratorio. Por eso le será muy difícil encarnar aquello que piensa y comprender
así la diferencia que existe entre tener un conjunto de ideas vs. percibir realmente
lo que se está diciendo. En este contexto, la astrología deja de ser una
experiencia transformadora y se limita a ser un instrumento al servicio de la
conciencia fragmentaria. La ilusión de ser una entidad separada –el yo en un
sentido individual y la humanidad en el colectivo- queda así cuidadosamente
protegida de los cuestionamientos que la astrología le propone y el investigador
no altera, en esencia, el paradigma que comparte con la cultura de la época.

Vemos entonces cómo, por un lado, el núcleo más creativo de la astrología queda
oscurecido por los ropajes que le imponen los supuestos psicológicos y
culturales de quienes la investigan. En este caso se impone un aspecto del patrón
zodiacal que indagaremos en próximas entregas, por el cual un nivel
fragmentario del sistema debe necesariamente filtrar la información que
proviene de la totalidad del mismo. Los contenidos que amenazan la identidad
que debe ser protegida, sólo pueden ser incorporados a través de una forma
compatible con su estructura. En este caso, deberán mantenerse en el nivel
intelectual. Sin embargo, también lo opuesto es verdadero. El aspecto
complementario de este patrón nos indica que el conjunto del sistema –al mismo
tiempo que protege a la parte provisoriamente separada- opera sobre ella para
que se produzcan las transformaciones que el arquetipo prevé. Vista de esta
manera, la astrología actúa como un “virus” –inoculado desde el nivel global- que
penetra en la forma aislada y le impide cortar el vínculo con el origen. Al dejarse
devorar por el anhelo adivinatorio o por el afán del individuo de sentirse
explicado, la astrología logra mantener la presencia de aquello que el yo
separado no puede asimilar: la correspondencia efectiva entre el Cielo y la Tierra,
entre el “adentro” y el “afuera”.

Podríamos decir –dentro de los límites de esta analogía- que mientras se


producen alteraciones progresivas en el nivel fragmentario, el “virus” aguarda la
oportunidad cíclica en que la conciencia pueda asimilar su contenido en plenitud.
Desde este ángulo, la astrología es simultáneamente incorporada y rechazada,
aún por quienes la investigan. Pero esto no debe ser interpretado como una
limitación, sino simplemente como un hecho que nos muestra cuánto se pone
en juego cada vez que nos acercamos a ella. Este doble movimiento es
inevitable. La astrología nos abruma al mostrarnos la presencia de lo
desconocido en nosotros; y para protegernos de ello nos vemos obligados a
empequeñecerla.

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