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Agustina Chiodi
Con algo de ironía y bastante de soberbia, la nota Contra la
Astrología publicada en Revista Anfibia a fines de diciembre nos propone pasar
la página de la astrología y confinarla de una vez y para siempre al lugar de lo
mítico, de lo arcaico. Y por lo tanto del error y la falsedad. La ciencia puede
demostrar sobradamente la inconsistencia empírica de la astrología y la
falsedad de sus fundamentos, dice el autor. Frente a este razonamiento,
entonces, no habría mucho más para decir. A menos que reconozcamos que
se trata de un falso planteo.
Para poder hacer esa afirmación Alberto Rojo realiza sutilmente una operación
discursiva: coloca la discusión en el terreno del lenguaje científico, con todo lo
que eso implica como discurso de poder. La ciencia, y con ella todo argumento
que se reviste de cientificidad, goza de autoridad porque se trata de un
discurso hegemónico, de un mecanismo que excede a la práctica científica en
sí y sus resultados. Como discurso de poder funciona desplazando del ámbito
de lo legítimo, del espacio de lo verdadero, cualquier forma de conocimiento
mediante su clasificación como no-científica. Pero antes, para lograrlo, un
discurso de poder debe imponer y naturalizar un sistema de categorías de
pensamiento. Rojo parte y se afirma desde la autoevidencia compartida de
esas categorías, y define los términos en que se produce el debate. ¿Qué es el
saber hegemónico sino la capacidad de imponer los términos en que pensamos
la realidad, los modos y los límites? Sería absurdo entonces entrar en discusión
con el lenguaje dominante cuando la astrología ES otro lenguaje, otro modo de
construir conocimiento que no se basa ni en la evidencia de la ciencia moderna
(aunque posee su propia idea de evidencia) ni en la separación naturaleza-
cultura, ni en la idea de individuo como agente único separado de un horizonte
“natural”.
Si bien me corro del debate en los términos que propone la nota de Rojo, me
resulta interesante aprovechar sus imaginarios y prejuicios en torno a la
astrología para echar luz sobre algunas cuestiones a fin de evitar que se sigan
reproduciendo.
Sentirse uno con el todo es bien distinto a sentirse el centro del universo como
sugiere el autor de la nota. Contrariamente a lo que postula, no consideramos
que el universo está pendiente de nuestra psiquis sino todo lo contrario, somos
parte de él y en todo caso nos movemos a sus ritmos. Queda claro que la
astrología se rige por otros criterios: la idea de “demostración” no tiene sentido
porque funciona en una lógica que no es la del naturalismo (cosmos vs
individuo).
Sabemos que las ideas, objetos, prácticas humanas tienen diferentes sentidos
o se le atribuyen distintos significados dependiendo de quién las realice, dónde
y en qué contexto social, económico y político. Hay distintas formas de
acercarse a la astrología, distintos usos y sentidos. Así como también hay
distintas formas de acercarse a la ciencia, distintos usos, sentidos e intereses.
Que un grupo político utilice hábil y eficazmente una parte de diversos saberes
milenarios para sacarle provecho político no debería poner en el banquillo a
esas prácticas sino a estos políticos.
Que quede claro. Que haya personas que mediten para sentir menos culpa al
echar a sus empleados no es un problema del Yoga. Que el Gobierno de la
Ciudad contrate una astróloga no debería ubicar sin escalas a las distintas
prácticas de la espiritualidad en la vereda del individualismo y del
neoliberalismo. Sería un hiperreduccionismo hacer una relación lineal entre
estas prácticas y esos valores.