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A FAVOR DE LA ASTROLOGÍA

En el ensayo Contra la astrología, Alberto Rojo propone que ese fenómeno cultural y
psicológico tiene pretensiones de ciencia. Agostina Chiodi, politóloga y astróloga, le responde:
se trata de otro lenguaje, otro modo de construir conocimiento que no se basa en la evidencia
de la ciencia moderna ni en la separación naturaleza-cultura, es una herramienta de
autoconocimiento. Porque, es cierto, con la física se puede hacer un reactor nuclear, pero con
la astrología se gestiona la vida. Y advierte, ojo con encender hogueras en pleno siglo XXI.

Con algo de ironía y bastante de soberbia, la nota Contra la Astrología publicada en Revista
Anfibia a fines de diciembre nos propone pasar la página de la astrología y confinarla de una
vez y para siempre al lugar de lo mítico, de lo arcaico. Y por lo tanto del error y la falsedad. La
ciencia puede demostrar sobradamente la inconsistencia empírica de la astrología y la falsedad
de sus fundamentos, dice el autor. Frente a este razonamiento, entonces, no habría mucho
más para decir. A menos que reconozcamos que se trata de un falso planteo.

Para poder hacer esa afirmación Alberto Rojo realiza sutilmente una operación discursiva:
coloca la discusión en el terreno del lenguaje científico, con todo lo que eso implica como
discurso de poder. La ciencia, y con ella todo argumento que se reviste de cientificidad, goza
de autoridad porque se trata de un discurso hegemónico, de un mecanismo que excede a la
práctica científica en sí y sus resultados. Como discurso de poder funciona desplazando del
ámbito de lo legítimo, del espacio de lo verdadero, cualquier forma de conocimiento mediante
su clasificación como no-científica. Pero antes, para lograrlo, un discurso de poder debe
imponer y naturalizar un sistema de categorías de pensamiento. Rojo parte y se afirma desde
la auto evidencia compartida de esas categorías, y define los términos en que se produce el
debate. ¿Qué es el saber hegemónico sino la capacidad de imponer los términos en que
pensamos la realidad, los modos y los límites? Sería absurdo entonces entrar en discusión con
el lenguaje dominante cuando la astrología ES otro lenguaje, otro modo de construir
conocimiento que no se basa ni en la evidencia de la ciencia moderna (aunque posee su propia
idea de evidencia) ni en la separación naturaleza-cultura, ni en la idea de individuo como
agente único separado de un horizonte “natural”.

Entonces estamos frente a un falso debate: la cientificidad de la astrología no es relevante ni


para la astrología misma ni para el debate público. Entonces, ¿por qué la nota?

Bajo la premisa del autor, aunque no lo reconozca, no sólo la astrología no tendría validez
porque es indemostrable, sino tampoco el arte, el psicoanálisis e incluso la filosofía, cuya lógica
formal no se condice con la demostración empírica. Y tal vez se deba sencillamente al hecho de
que las relaciones humanas, las contradicciones, el amor, la amistad, la poesía, las fantasía, el
deseo no puedan ser mensurables con su método. Y si esto es así LA ciencia, esa ciencia desde
la cual Rojo juzga y pontifica, debería empezar por reconocer sus límites. La “visión científica
del mundo” desde la cual se para desconoce también el sesgo androcéntrico que tuvo
tradicionalmente la conformación de la comunidad científica: varones blancos europeos de
cierta clase social. Sobre esto reflexionaron ampliamente las epistemologías feministas. Pero
esto abriría otra conversación que excede los fines de esta nota.

El arte no se mide con valores de exactitud. La astrología tampoco: supone otro modo de
conocimiento que no es el de la física newtoniana y, por lo tanto, tiene otras consecuencias
prácticas para la vida humana. Con la física en particular puede hacerse un reactor nuclear,
pero con la astrología se gestiona la vida.
La astrología es un lenguaje que sirve para simbolizar y comunicar la experiencia de que el
universo es una red. Es el resultado de miles de años de acumulación de tradiciones,
experiencias, discusiones, capas de sentido y sensibilidades que fueron variando a lo largo de
la historia. Y como decía Borges, no hay descripción del mundo que no sea arbitraria y
conjetural.

La astrología no puede demostrarse en una discusión porque la única forma de validarla es la


propia experiencia vital, que es estrictamente voluntaria y subjetiva. Solamente si nos
sensibilizamos a toda la resonancia que tiene este lenguaje, a todo el misterio que lleva,
podemos captar ese contenido.

Si bien me corro del debate en los términos que propone la nota de Rojo, me resulta
interesante aprovechar sus imaginarios y prejuicios en torno a la astrología para echar luz
sobre algunas cuestiones a fin de evitar que se sigan reproduciendo.

La astrología se sustenta en la idea de que nuestro sistema solar es una unidad. El cielo genera
formas y esas formas tienen su equivalencia en las formas que toma lo que sucede en la tierra.
Si bien se “estudia” astrología, principalmente se desarrolla la percepción para ver relaciones
entre lo que sucede en el cielo y en la tierra.

Nuestra mirada cultural convencional nos muestra separados, y la astrología intenta


desarrollar una percepción en la que estamos profundamente unidos. En cada uno de nosotros
está la totalidad del sistema solar, todas sus energías organizadas de una manera en particular.
Desde el punto de vista de la astrología somos estructuras energéticas que se entraman con
otras estructuras, y nuestros elementos más densos responden a vibraciones más sutiles.

Sentirse uno con el todo es bien distinto a sentirse el centro del universo como sugiere el autor
de la nota. Contrariamente a lo que postula, no consideramos que el universo está pendiente
de nuestra psiquis sino todo lo contrario, somos parte de él y en todo caso nos movemos a sus
ritmos. Queda claro que la astrología se rige por otros criterios: la idea de “demostración” no
tiene sentido porque funciona en una lógica que no es la del naturalismo (cosmos vs
individuo).

La astrología se ocupa esencialmente de los ciclos de movimientos y ritmos cósmicos. Se ocupa


de la forma, de principios estructurales inherentes a todo sistema organizado de actividades, o
sea, a cada totalidad. No es una cuestión de influencia externa, literal y directa ejercida por
algún cuerpo celeste sobre entidades que viven en esta tierra. Es un error pensar que la
astrología considera que los planetas determinan nuestro destino.

Existe un imaginario, tal vez alimentado por años de un uso superficial de la astrología, de que
se anula el libre albedrío de las personas y la culpa de todo la tienen los planetas. Cuando la
astrología se toma con poca seriedad, profundidad y complejidad se corre el riesgo de caer en
lo que plantea Alberto Rojo: si soy de libra soy equilibrado, si soy de acuario soy creativo. Pues
no necesariamente. La carta astral simboliza el entramado energético primordial de la
persona. Ese mapa tiene tanta complejidad que sin conocer / escuchar al otrx no podríamos
afirmar tal cosa. Quien lo hace está haciendo mal uso de la astrología.
Además, cuando se interpreta un mandala astrológico no se mira sólo la posición del sol (que
indicaría que sos de libra por ejemplo) sino de todos los demás planetas, sus aspectos y su
ubicación por casas. Y eso se determina por el horario exacto de nacimiento de la persona y la
latitud donde se encuentra. Cómo ese mapa energético se reflejará en la psiquis dependerá de
cada quien según como lo pueda tramitar de acuerdo a una cantidad de factores. La idea no es
ni clasificar a los seres humanos, ni saber lo que va a pasar. La carta astral se utiliza como
mapa, como herramienta de autoconocimiento.

Otro de los imaginarios que reproduce Rojo es que quienes acuden a la astrología lo hacen por
estresados, desesperados o buscando soluciones mágicas. Puede ser que existan esos usos,
pero no se agotan allí, no podemos responder por los horóscopos de las revistas, ni por
quienes idealizan a la astrología, ni por quienes buscan respuestas que la astrología no
pretende dar. Convengamos que los malos usos de las herramientas no son exclusivos de la
astrología. Nadie defenestraría Internet solo porque también se utiliza para hacer grooming.

Retomando la pregunta de por qué la nota creo que Rojo proyecta una vieja “batalla” basada
en el temor a los saberes que no son los del modelo de la evidencia empírica directa, aún
cuando esos saberes no pretenden regirse sobre esa lógica. Esa paranoia de suponer que lxs
astrologxs quieren tomar el poder y destruir el saber científico los ubica en una persecución a
lo que llaman “pseudociencias” e impide la diversidad y el pluralismo que supondría una
mirada que contempla “otros saberes”. Está demostrado que el pluralismo de saberes no le
hace daño a nadie, todo lo contrario, hace la vida más compleja. Lo que se desconoce en la
nota son los aportes de las ciencias sociales que demuestran que los saberes empiristas y no
empiristas pueden convivir en las personas. Hacer astrología no implica dejar de vacunarse,
renunciar a la electricidad o no operarse de un cáncer.

Suponiendo que el motivo de fondo de la nota fuera apuntar contra el Gobierno de la Ciudad
por contratar una astróloga, me gustaría hacer una reflexión más al respecto. El actual
gobierno apunta a capitalizar para sí un cambio cultural promoviendo un discurso positivo, de
paz, felicidad, unión (que se asocia con estas disciplinas) al mismo tiempo que sus políticas
económicas se basan en la toma de deuda, aumento de tarifas y desempleo,
desfinanciamiento de la salud y la educación. Esto hace que algunos desprevenidos, en el afán
de criticarlos (nos sobran los motivos), metan todo en la misma bolsa.

Sabemos que las ideas, objetos, prácticas humanas tienen diferentes sentidos o se le atribuyen
distintos significados dependiendo de quién las realice, dónde y en qué contexto social,
económico y político. Hay distintas formas de acercarse a la astrología, distintos usos y
sentidos. Así como también hay distintas formas de acercarse a la ciencia, distintos usos,
sentidos e intereses. Que un grupo político utilice hábil y eficazmente una parte de diversos
saberes milenarios para sacarle provecho político no debería poner en el banquillo a esas
prácticas sino a estos políticos.

Que quede claro. Que haya personas que mediten para sentir menos culpa al echar a sus
empleados no es un problema del Yoga. Que el Gobierno de la Ciudad contrate una astróloga
no debería ubicar sin escalas a las distintas prácticas de la espiritualidad en la vereda del
individualismo y del neoliberalismo. Sería un hiperreduccionismo hacer una relación lineal
entre estas prácticas y esos valores.
Pararse del lado de la racionalidad ilustrada y dejar a la espiritualidad y los saberes no
medibles en el terreno de lo que está mal no sólo es prejuicioso e injusto, sino que es funcional
a la banalización que realizan los sectores de derecha de esos saberes y prácticas. Sería más
útil recurrir a aquella racionalidad para reflexionar acerca de cómo desarmar esa operación
política con criterio y discernimiento, en vez de enredarse en una bolsa de prejuicios que los
confunde de enemigo.

Más que escribir notas en contra de la astrología y generar brechas que no existen, habría que
apuntar a complejizar el análisis. De lo contrario corremos el riesgo de quedarnos en un
binarismo simplista y estigmatizar prácticas y saberes. Ojo con encender hogueras en pleno
siglo XXI.

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