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GRADO EN LENGUA Y LITERATURA ESPAÑOLAS DEPARTAMENTO DE LENGUA ESPAÑOLA Y LINGÜÍSTICA GENERAL

SEMÁNTICA DE LA LENGUA ESPAÑOLA


2022-2023

Profesores José Ramón Carriazo Ruiz y Carolina Julià Luna


Tutorías: martes, miércoles y jueves de 10:00 a 14:00; despacho 703.
Teléfono (+34) 913988344 Correo-e: carriazo@flog.uned.es y cjulia@flog.uned.es

LECTURA COMENTADA 20. Trujillo, Ramón (1996): Principios de semántica


textual. Madrid: Arco/Libros

 En la semántica de la lengua española, Ramón Trujillo es, sin duda, uno de los principales
autores al defender una semántica idiomática o lingüística propia de la lengua española e
inseparable de su estudio normativo (histórico) y gramatical (estructural-funcionalista,
sistemático y lingüístico). Trujillo parte del análisis estructuralista del significado en su tesis
doctoral, y realiza la más completa crítica del funcionalismo postsaussureano, distinguiendo
claramente lo semántico de lo referencial y criticando el universalismo semántico desde una
postura de relativismo lingüístico moderado. A partir del análisis de conceptos como estructura
profunda, transformación, gramaticalidad, competencia y actuación o performance, consigue
explicar, sin salir de la distinción entre langue y parole, un buen número de cuestiones
conceptuales y desarrolla un método de análisis semántico de la lengua española, tanto para el
sistema lingüístico como para las diversas normas históricas.

Sus obras principales, Introducción a la semántica española (1988), Principios de semántica


textual (1996), La gramática de la poesía (2011) —véase Manual de semántica de la lengua
española, 2021, página 114— y su manifiesto programático titulado «La semántica», publicado
en la Introducción a la lingüística (1982, pp. 185-209), coordinada por Francisco Abad, resumen
una postura personal que aúna, desde una perspectiva idiomática o lingüística, la crítica de las
posturas universalistas basadas en el comparatismo y la reivindicación de la semántica como la
disciplina lingüística encargada del estudio del significado de las formas idiomáticas en todos los
niveles de análisis lingüístico, ya que el significado es un componente transversal inseparable del
significante, relacionado con el principio de identidad entre forma y contenido lingüístico, entre
significado y significante en cada lengua. Como puede verse en esta última lectura recomendada
este curso 2020-2021, reconoce al tiempo la necesidad del estudio interdisciplinar del significado
de las lenguas (desde la antropología, la historia, la filosofía, la sociología, las ciencias cognitivas,
la glotodidáctica, la traductología o la lexicografía —incluida la inteligencia artificial) y la
independencia del estudio lingüístico del significado como elemento autónomo, idiomático, unido
en cada lengua al estudio de los significantes, su sistematicidad y su uso en la formación de
palabras, la composición de los textos y la construcción de los enunciados.

 Véanse también las lecturas comentadas 1. Trujillo, Ramón (1988): Introducción a


la semántica española. Madrid: Arco/Libros y 2. «La semántica» por Ramón
Trujillo.

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Trujillo, Ramón (1996): Principios de semántica textual. Madrid: Arco/Libros.

ἐν ἀρχῇ ἦν ὁ λόγος
En la introducción, realiza Trujillo la siguiente confesión:
«Como lingüista, procedo del estructuralismo y, más particularmente, del campo de
la llamada semántica estructural. Pero, desde el comienzo de mis estudios e indagaciones,
me sentí desasosegado por la enorme abundancia de contradicciones y de errores de
método que percibía, tanto en el seno de aquella especialidad, como en el de las otras que
se iban imponiendo, sucesivamente y sin descanso, como sucede con todas las efímeras
modas académicas» (17).
«Casi un siglo después del Essai de sémantique, de Michel Bréal, seguimos
moviéndonos en la misma nebulosa en que se mezclan las palabras, los textos, las cosas
y los conceptos que nuestro entendimiento fabrica a capricho. Quien siga o haya seguido,
a lo largo de este siglo, los pasos que ha dado la semántica (y, naturalmente, de todo lo
que, en los diccionarios o en las gramáticas, habría que considerar como semántica) no
encontrará más que una sucesión de traspiés que no conducen a ninguna parte.
Creo haber demostrado en mi libro Introducción a la semántica española
(Arco/Libros, Madrid, 1988), al que remito, que no sirve de nada hablar de significado
para referirse a las cosas designadas por las palabras, a los conceptos en que estas cosas
pueden englobarse, o a los conjuntos o matrices de “rasgos semánticos” en que analizan
el uso de esas palabras el estructuralismo y las escuelas lingüísticas que han venido
después. Consciente o inconscientemente, todas estas ideas se reducen a una sola: la de
que el significado es algo que está fuera de las palabras (o de los textos), es decir, algo
que puede separarse de ellos, bien bajo la forma de cosas, bien bajo la forma de
conceptos, bien bajo la forma de propiedades distintivas» (20).
El primer capítulo se consagra al principio de identidad y comienza con la distinción
entre identidad y semejanza: «dos ideas contrapuestas que deben precisarse
suficientemente, antes que nada, si uno quiere llegar a formarse alguna idea
medianamente clara acerca de los textos y sus propiedades». En el nivel idiomático y
discursivo, «los textos se relacionan de manera irremediable con la visión del mundo, es
decir, con la idea del mundo en que se crea en cada momento (y de la que depende siempre
cualquier modelo de verdad que utilicemos)» (29). El significado «(que es el mensaje
mismo, y no una parte suya) es invariable; la recepción, por el contrario, es un acto
subjetivo de interpretación y, por tanto, teóricamente variable, lo que significa que nunca
se podrá describir la recepción, sino cada recepción concreta, en su circunstancia
concreta» (32-33).
En las lenguas naturales, considera preciso «distinguir el uso semántico, que emana
de la naturaleza propia de las palabras o de los textos, del otro uso simbólico, que depende
de convenciones sociales, ajenas a la esencia misma del idioma (aunque utilizando el
idioma como “materia prima”)» (34):
En el uso verbal hay que distinguir entre lo idiomático y lo simbólico. Para empezar,
«símbolo» es el nombre que representa a un designatum real o inventado; material o
inmaterial. Pero, a diferencia de la palabra sensu stricto, el símbolo no crea su objeto,
sino que lo representa. Cualquier palabra de puede usar como símbolo, pero no lo es

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nunca por naturaleza, mientras que los símbolos pueden y suelen ser cosas distintas de
las palabras. Cada palabra es un significado «visible», es decir, que se muestra en forma
de significante, aunque ese significante no es ni puede ser la palabra, sino la
representación y la forma de ese objeto intuitivo e inmaterial que es la palabra.
Y, sin embargo, el significante no es el símbolo del significado, por la sencilla razón de
que no está en el lugar de ningún objeto, real o imaginario, no de ningún concepto. El
significado, en efecto, no es una síntesis de ninguna realidad exterior a él, sino una forma
previa de acuerdo con la cual podemos entender (clasificar, aceptar) un aspecto de lo real.
Que viento es una cosa diferente del concepto que usan, por ejemplo, los meteorólogos,
lo demuestra el hecho de que no solo el verde viento del romance de Lorca no es un viento
“de verdad”, sino ni siquiera el viento de «me desagrada el viento», o la mera palabra
viento, de la que se podría decir, parafraseando la idea de Magritte, que «viento no es ese
viento particular que sopla en un momento dado». Pese a Saussure, significado y
significante no se pueden separar en la palabra, sino en el símbolo. El sentido de la
dicotomía tiene que ver más bien con las necesidades metodológicas del análisis físico o
conceptual del lenguaje.
Pero lo más notable es que, a diferencia del símbolo, que es un mero sustituto, la palabra,
que es un significado, crea su objeto; es decir que lo «establece» en el universo
cognoscible. Por ello, la metáfora es connatural con la palabra, pero contradictoria con la
naturaleza del símbolo, que representa una cosa diferente de él mismo. Al contrario de lo
que sucede con el símbolo, la palabra se representa a sí misma, de suerte que lo que
llamamos metáfora no pasa de ser un uso suyo, teóricamente tan normal como cualquier
otro. (páginas 34-35, nota 20)

EL USO SIMBÓLICO NO REPRESENTA LA ESENCIA DE LAS LENGUAS


«[L]o que se ha llamado más arriba uso simbólico no representa la esencia verdadera de
las lenguas, pese a que en él reside su “utilidad” social, tal como esta suele entenderse»
(36).
«¿Cómo puede ser que la esencia de una lengua natural no consista en su empleo
cotidiano como medio de comunicación (su oficio “útil”, al fin y al cabo), sino en ese otro
empleo, esporádico e “inútil”, de la expresividad; de la creación de textos como tales
textos, sin más?» (37).
«Lo que suele llamarse lexicalización (o gramaticalización, en su caso) es siempre la
fijación de un uso dentro de ese “segundo código” simbólico, sin que haya de producirse
necesariamente ningún cambio correlativo de significado. Ni siquiera puede decirse que
una expresión como “lucero del alba”, por ejemplo, sea una lexicalización o una
transformación semántica en el contenido ‘planta Venus’, ya que, como se dijo antes,
puede ocurrir que alguien no conozca la convención y que la interprete idiomáticamente,
o que, conociéndola, decida devolverle su verdadero y prístino significado, dejando de
lado lo puramente simbólico 1. Y lo mismo sucede con muchas transposiciones a puros
valores gramaticales: es lo que pasa, por ejemplo, con “de noche”, que, junto a su
significado directo (el que tiene en “traje de noche”) se usa como si fuera un adverbio»
(39).
«[C]on las técnicas actuales, lo que no resulta posible es un diccionario semántico, es
decir, un diccionario del aspecto semántico de la lengua, de la langue, sino un diccionario

1
En eso consiste, al fin y al cabo, el secreto de la comprensión esencial de un texto.

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de la norma, un diccionario referencial, que dé cabal explicación de las diversas


convenciones simbólicas 2 y usos» (40).

II
UNA DICOTOMÍA PROBLEMÁTICA

EL SISTEMA Y LA NORMA
«La doble codificación de que estoy hablando tiene que ver con la diferencia, no lo
suficientemente bien establecida hasta la fecha, en la terminología lingüística, entre
sistema y norma, porque tal diferencia no se corresponde exactamente, como se ha venido
creyendo, con dos niveles distintos de formalización de “la misma cosa”, sino con dos
formalizaciones distintas de dos cosas también distintas» (42).

LOS DOS CÓDIGOS Y LA GRAMÁTICA


«Y no quiero decir, con esto, que la norma no deba interesar al gramático, sino, muy por
el contrario, que este ha de aprender a separar un código del otro, para poder, al fin,
explicar los hechos de norma, los símbolos, como interpretaciones concretas de un
sistema básico, del que se derivan necesariamente y sin cuyo auxilio no podrían
explicarse nunca de manera satisfactoria» (45).

LAS LENGUAS CREAN LA REALIDAD


«En efecto: si es cierto que las palabras o las expresiones solo pueden ser iguales a sí
mismas (y no parece que se pueda demostrar lo contrario), la conclusión más elemental a
que se llega es la de que, en cualquier circunstancia, los significados son tal inalterables
como los significantes 3. Si no fuera así, los signos estarían sujetos a mutaciones
constantes y esto traería como consecuencia su absoluta irrelevancia: cualquier palabra
tendría cualquier significado, dependiendo de sus infinitos contextos posibles, de manera
que todo se podría decir de todas las maneras. […] Sería volver a la vieja idea de
Bloomfield, que, no viendo ninguna posibilidad de examinar el significado con la misma
seguridad y exactitud que el fonema o que los usos y las relaciones sintácticas, llega a la
conclusión de que solo puede definirse como el conjunto de los entornos de cada forma
lingüística, es decir, algo así como la totalidad de las posiciones en que puede aparecer
cada palabra 4» (51).

III
LOS DOS CÓDIGOS

2
Es curioso que la semántica estructural, tan cuidadosa en lo referente a la distinción saussureana entre
langue y parole y entre forma y sustancia, no encuentra más propiedades semánticas distintivas que las
diferencias “sustanciales” (entre las clases en que clasificamos lo real), ni describe más contenidos que las
convenciones interpretativas, que pertenecen todas al plano de la norma, que no es el de la langue
precisamente.
3
De todas formas, no se puede perder de vista que significante y significado no son cosas, sino partes
imaginarias de las palabras; es decir, puras abstracciones sin existencia independiente.
4
«Hemos definido el significado de una forma lingüística como al situación en que el hablante la pronuncia
y la respuesta que suscita en el oyente». Cfr. Leonard BLOOMFIELD: Lenguaje, Universidad Nacional Mayor
de San Marcos, Lima, Perú, 1964, § 9.1, p. 161.

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LAS COSAS NO TIENEN NOMBRE


«De lo que Bloomfield no se percató es de la diferencia absoluta que existe entre
significado y sentido, ni, sobre todo, de que, aunque cada palabra tenga un significado
propio, inherente y exclusivo (es decir, una identidad), puede denotar sin contradicción
un número indeterminado de referentes distintos: no es que cada palabra lo signifique
todo, sino que cada palabra lo puede denotar todo, porque, como también hemos dicho
más arriba, no es cierto que cada cosa tenga su nombre: las palabras no son, en efecto, los
nombres de las cosas, sino simplemente significados puros, mediante los cuales
aprehendemos las cosas que constituyen la realidad. Para que algo sea real, ha de ser
“significado” (o, al menos, significable) y esto solo es posible desde la forma de una
lengua.
Ya lo hemos dicho: no es que el pan se llame pan, sino que el pan solo es algo en
tanto que puede ser significado, bien mediante el significado ‘pan’, bien mediante otro
cualquiera. Esta es una verdad, quizá un tanto difícil, que no entenderán nunca los que
conciben el significado con criterios de diccionario, es decir, a) “el significado (o
acepción) es un concepto”; b) “la palabra es el nombre de una cosa, concreta o abstracta”.
Es este, por otra parte, el punto de vista “ingenuo”, el del hombre de la calle, que tiene
una visión supersticiosa de las palabras, que para él, como para el hombre primitivo, son
el alma de las cosas. Es la razón por la que ese honrado hombre de la calle se irrita cuando,
digámoslo así, alguien no llama pan al pan, es decir, cuando alguien usa una palabra para
significar una cosa diferente de la que prescribe la fórmula conceptual del diccionario
(que la del código social de la norma o código simbólico)» (54).

IV
LA ANTERIORIDAD DE LA PALABRA

LA PALABRA NO REPRESENTA UNA COSA DIFERENTE DE ELLA MISMA


«[P]artiendo del principio de identidad textual (“un texto solo puede ser igual a sí
mismo”), se llega fácilmente a otros principios que derivan de él de forma natural, como
se ha venido viendo hasta ahora. Entre ellos, se destacan los que siguen:
a) el de la anterioridad del significado. El significado es anterior al referente, lo que
hace posible, entre otras cosas, la metáfora, que funciona como la creación de una
realidad nueva y no como la representación de una realidad previa (toda
representación es posterior a lo representado, sea esto real o imaginario);
b) el de su naturaleza no abstracta: el significado no es resultado de ningún proceso
de abstracción, o de reducción lógica, a partir de lo real. Por eso los diccionarios
no son inventarios de significados, sino de conceptos, descripciones o
definiciones de las cosas, así como de las interpretaciones de las situaciones y de
los procesos que constituyen la experiencia particular de cada comunidad
humana;
c) el de la independencia referencial, que es consecuencia del carácter no abstracto
y primario del significado. El significado es uno e idéntico a sí mismo y, por tanto,
independiente de las cosas o situaciones a que pueda aludir. […]
d) el de la doble codificación (la lingüística y la simbólica): el código de la lengua
no es una parte ni un “cierto grado” del código en que la experiencia se organiza
bajo la forma de un conjunto de símbolos, porque estos símbolos no representan

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en realidad significados, sino clases lógicas de cosas, situaciones o procesos, y su


naturaleza es puramente sustitutiva o representativa. Frente al código simbólico,
que es cultural y convencional, se halla el código lingüístico sensu stricto, que
solo se compone de unidades idiomáticas, como las palabras, que ni sustituyen
nada, ni son convencionales o arbitrarias, ni se pueden clasificar como hechos
propiamente culturales;
e) y, en fin, el último principio que hemos analizado aquí, el de la autonomía de los
lenguajes: la esencia de una palabra o de un texto es solamente su significado 5;
los referentes, sean concretos, abstractos o meramente conceptuales, no forman
parte de la una ni del otro, y solo pueden considerarse como el resultado de las
interpretaciones que hagamos de ellos, es decir, como actos subjetivos, y, por
tanto, solo valorables en función de su calidad, y no de criterios “objetivos”
inexistentes» (68-69).

LA PALABRA NO DEPENDE DE LA REALIDAD


«[T]odo mensaje lingüístico es siempre algo ajeno a las cosas y a las situaciones reales,
con independencia de los valores simbólicos que se le puedan atribuir en la práctica
común de la comunicación. […] [T]odos los intentos de ver “cosas” tras las palabras no
son más que actos de interpretación, es decir, esfuerzos por entender la expresión como
símbolo y no como significado. La aprehensión simbólica […] termina fuera del texto
mismo, que se transforma entonces en una simple señal; en un mero sustituto de un objeto,
concreto o abstracto, pero externo al lenguaje» (70).

COSAS, CONCEPTOS Y PALABRAS


«[E]l hecho de que sea difícil recibir un mensaje sin atribuirle un referente cualquiera no
significa que tal cosa sea imposible: ahí están los mensajes musicales, por ejemplo, que
no solo no hay para qué referirlos a cosas o situaciones, sino que en muchos casos
rechazan tales referentes de manera absoluta: no creo que exista nadie que pretenda que
lo que se le ocurre oyendo una partita de Bach sea el significado de ese texto o tenga algo
que ver con él» (81).

V
LA INTERPRETACIÓN IDIOMÁTICA DE LA EXPERIENCIA

«[L]a confusión habitual y constante de lo conceptual con lo idiomático es una grave tara
que pesa sobre la tradición lingüística y que se ha venido reforzando, dentro del
estructuralismo, con la idea de Saussure de que el significado es un concepto y no una
cosa 6, y, dentro de la lingüística generativa, con el no planteamiento de la cuestión, que
se da por resuelta previamente: los significados están en el diccionario y pertenecen a la

5
Es decir, la palabra o el texto mismos.
6
Saussure, que sabía que había que eliminar las “cosas” de la descripción lingüística, decretó que el
significado no era una cosa, sino un concepto, con lo que, creyendo que se libraba del incómodo “realismo”
de la tradición gramatical, no hacía otra cosa que darle carta de naturaleza, ya que es evidente que las
“cosas” propiamente dichas no pueden entrar en la formulación de los hechos lingüísticos, porque las cosas
no se “piensan” como tales cosas, sino como conceptos.

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“competencia” porque sus propiedades se relacionan con la gramaticalidad de los


enunciados 7» (82).

LA CLASIFICACIÓN CONCEPTUAL
«Con todo, la “aprehensión intelectual” del mundo necesita de los dos planos: no
podemos “comprender” las cosas, o las situaciones, sin el auxilio de los conceptos, y, al
mismo, tiempo, no podemos construir los conceptos sin la ayuda del lenguaje, es decir,
de las palabras. Pero la forma de esta relación, cuya evidencia nadie puede discutir,
implica, además, la precedencia de la palabra sobre el concepto; no es posible, en efecto,
la existencia de conceptos que carezcan de forma verbal 8» (83).

SOLO EXISTEN LAS PALABRAS


«El mundo de los conceptos no es otra cosa que el trasunto de la organización social de
la experiencia (la Weltanschauung), es decir, de ese código que hace inteligible la
multiplicidad de las cosas, incluyéndolas en casillas bien diferenciadas, aunque
convencionales 9. […] El hombre solo cree en las “cosas”, que no son las que él ve, sino
las que el código simbólico, el de la Weltanshauung de su comunidad cultural, le permite
ver. Pero el análisis de ese nivel de la “realidad” no nos corresponde a los lingüistas, sino
a los filósofos, a los historiadores o a los sociólogos. A los lingüistas, en general, suele
bastarles con creer en la realidad, como hace el común de las gentes: lo que sí les está o
les debe estar prohibido es confundir esa realidad de las cosas con la otra realidad del
lenguaje, es decir, con las cuestiones estructurales de las lenguas y, sobre todo, con la
cuestión del significado, que nadie o casi nadie consigue separar de las cosas» (87).

7
Un rasgo “selectivo” como ‘animado’, por ejemplo, determinaría la gramaticalidad de “los niños dormían”
y la agramaticalidad de “las rocas dormían”. La consecuencia más grave y directa de este punto de vista es
que significa que una secuencia como “las rocas dormían” no posee realmente significado en sí misma y
que, en consecuencia, habrá de ser interpretada en relación con expresiones “gramaticales” como “los niños
dormían”; tal punto de vista transforma de golpe la metáfora, y otros tipos de construcción semejantes, en
anómalos o desviados, y obliga, en consecuencia, a la intolerable operación de asignarle a la secuencia
“anómala” una interpretación particular como significado, en contra de la naturaleza propia, directa e
independiente, del significado idiomático.
8
Aunque sí, por el contrario, la de formas o expresiones verbales que no se correspondan con ningún
concepto ni estructura conceptual, como, por ejemplo, puñeta o escarabajo sonoro. Del primero, puede
decirse que es una parte de la toga, una imprecación, y muchas cosas más que en realidad no están
separadas dentro de esa palabra, ni pueden llegar a separase de ella. Del escarabajo sonoro, acaso se diga
que “recuerda” a unas castañuelas (lo que ni siquiera es verdad); pero nunca, que “identifica” determinada
clase de cosas reales, sean escarabajos, castañuelas, castañas, etc.
9
No se debe perder de vista el carácter absolutamente convencional de toda conceptualización del mundo,
sea esta cultural o científica. Los conceptos no reproducen la realidad, sino que se limitan a hacerla
habitable, ya que sí constituyen un sistema de creencias, o, si se quiere, una interpretación subjetiva de la
realidad. Pero las lenguas no son interpretaciones de la realidad, sino, muy por el contrario, realidades
autónomas que hay que interpretar también como se interpreta la “otra realidad”; es decir, también mediante
conceptualizaciones. La relación “concepto-realidad”, por otra parte, es convencional, ya que consiste en
la selección de ciertas “propiedades” de las cosas y en la exclusión de otras; las construcciones conceptuales
acerca de la realidad no solo varían de una cultura a otra, sino que pueden ser siempre sustituidas por el
simple acuerdo de sus usuarios. En esto se diferencia esta relación de la que existe entre palabra y realidad:
ni el significado de dar ni el de en dependen, ni han dependido, ni dependerán nunca, de ningún acuerdo o
convención entre los usuarios de la lengua.

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LA PERSPECTIVA INTUITIVA Y LA ANALÍTICA


«En realidad, cuando hablamos, manejamos las palabras solo como palabras, de suerte
que los referentes quedan subordinados a ellas de manera absoluta 10» (88).

LA CONCIENCIA CRÍTICA
«Lo que Jakobson llamaba “función poética” era, simplemente, el lenguaje como lo
estamos entendiendo aquí, es decir, como “universo idiomático autónomo”, en oposición
a su manipulación como código simbólico al servicio de una determinada visión del
mundo (práctica, técnica, ideológica, etc.). […] Lo que me parece imperdonable es esa
manía académica de interpretar los textos “estrictamente semánticos” como si fueran
simbólicos, como si fueran versiones “adornadas” de referencias extraidiomáticas
precisas» (91-92).

VI
INDUCCIÓN Y DEDUCCIÓN

LA HIPÓTESIS DE COSERIU
«Lo he dicho antes, y lo repito ahora: es natural que muchos piensen que eso de los dos
códigos y de las dos realidades paralelas no es otra cosa que una nueva formulación de la
no tan bien (como se cree) conocida dicotomía sistema / norma. Magistralmente, como
es su costumbre, dejó establecidos Coseriu los términos de la cuestión, dando a una idea
de Hjelmslev la precisión que le faltaba 11. Frente a Saussure, que solo distinguía dos
planos […], Coseriu piensa en tres niveles, de los que la norma viene a ocupar una zona
intermedia y mal conocida hasta entonces, entre el sistema (la langue) y el habla (la
parole). Y así, mientras que el primero solo incluye las oposiciones funcionales de la
lengua, y el tercero, el hablar individual, siempre distinto de sí mismo, la norma va a
representar los modelos de interpretación colectiva del sistema.
Mientras que el sistema contiene todo lo posible, la norma abarca únicamente lo
históricamente dado» (93).
«Ahora bien: lo que caracteriza a este conjunto de reglas del primer nivel es el hecho
de que su validez no afecta a las posibilidades teóricas de la lengua en cuestión, ya que
solo tiene que ver con los “hábitos idiomáticos” arraigados en el seno de los distintos
grupos sociales que la hablan. El segundo grado de abstracción, el sistema, está, a su vez,
constituido por otro conjunto más general de reglas que, a diferencia de las primeras,
regulan todas las posibilidades teóricas de una lengua, desde las ya dadas como el
conjunto de sus diversas normas, pasadas o presentes, hasta aquellas otras qu epuedan
llegar a darse como inferencias directas de sus posibilidades 12» (94).
10
La subordinación de los referentes a los significados (a las palabras) es total, aunque no tengamos
conciencia de ella. La prueba de esto es que un mismo referente puede “verse” de maneras diferentes según
la forma verbal que lo signifique. En eso consiste una de las claves del arte de la propaganda comercial o
política.
11
Cfr. «Sistema, norma y habla», en Teoría del lenguaje y lingüística general, Gredos, Madrid, 1967.
12
Coseriu llegó a imaginar un tercer grado de abstracción, el tipo lingüístico, formado por aquellos
principios más generales que regulan el funcionamiento de dos o más lenguas diferentes. De esta manera,
todo cambio en la norma sería funcionamiento del sistema, y todo cambio en el sistema, sería
funcionamiento en el tipo. Cfr. E. Coseriu, “Sincronía, diacronía y tipología”, en Actas del XI Congreso
Internacional de Lingüística y Filología Románicas, Madrid, 1968.

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LAS PERSPECTIVAS INDUCTIVA Y DEDUCTIVA


«El problema de la concepción de Coseriu es que lo que él llama “sistema” no es más que
“otra norma”, o, si se quiere, el grado más importante de una “norma superior”: el que
tiene que ver con la diferenciación conceptual o denotativa. […] Sin embargo, la lengua,
como tal, ha de ser otra cosa: algo que podemos mirar desde dos ángulos diferentes: de
una parte, los “principios” (que no son ni las meras reglas sintácticas, ni los conceptos
que clasifican las cosas significadas); de otra, los textos. Separar los “principios”, la
langue, de los textos, la parole, es, sin duda, algo que puede hacerse en el plano del
método, pero que no resulta posible en el plano del objeto. Nociones como las de
gramática, sistema, langue, competence, etc., han nacido de la necesidad de dar forma,
de manera más o menos explícita, al conjunto de las reglas, inducidas o deducidas, con
que pretendemos representar la generación o la estructura de los textos» (97).

LO DADO Y LO POSIBLE
«[S]i damos por buena la idea de un sistema lingüístico no dependiente de lo “ya dado”
en la experiencia —ni de lo que se haya abstraído de esta—, habrá que andar con mucho
cuidado para distinguir secuencias gramaticales de secuencias no gramaticales,
basándonos en los solo datos procedentes, ya del “saber” idiomático de cada cual, ya de
las reglas inducidas por los gramáticos 13» (98).

LA LANGUE Y LA COMPETENCIA
«En apariencia, el sistema de Coseriu 14 y la “competencia” de los generativistas son dos
cosas diametralmente opuestas y que nada tienen que ver entre sí. […] La diferencia, en
que tanto insistían al principio los generativistas entre “langue” o “sistema” de una parte,
y “competencia” de otra, no consiste, como se ha dicho más de una vez, en el contraste
entre una visión estática y otra dinámica, sino entre una concepción de las lenguas como
abstracciones o síntesis de los datos concretos del hablar 15, y otra concepción de las
lenguas como cuerpos autónomos de reglas intuitivas que permiten reconocer cada
secuencia como perteneciente a una lengua dada, o como no perteneciente a ella. […]
Las reglas de la “competencia” no serán ya los modelos distribucionales de la lingüística
inductiva, que quedan relegados a la condición secundaria de “estructura superficial” o
aparente, en oposición a la verdadera estructura sintáctica o estructura profunda, una idea
que creo que la lingüística generativa no ha sabido o no ha podido desarrollar
satisfactoriamente» (100).

TODOS LOS DATOS CONCRETOS DE UNA LENGUA SON LOS COMPONENTES REALES DE ESA
LENGUA
«[L]a lengua no es el trasunto, símbolo o sustituto de las cosas, sino un objeto con
existencia propia» (102).

13
La noción de “regla” no se debe reducir a la de ‘abstracción del uso’, porque esta idea depende siempre
de criterios prescriptivos. Las verdaderas reglas de la gramática atañen al saber idiomático a priori, no a
los datos a posteriori de un corpus cualquiera.
14
Que no es otra cosa que la “langue” de Saussure, pese a la intromisión de la “norma”.
15
Que son los sonidos, las distribuciones sintácticas y los referentes concretos, es decir, las cosas que
pensamos que ese hablar representa y a las que alude o hace referencia.

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«La palabra es anterior a sus interpretaciones posibles (como es anterior el fonema a


todos los sonidos que puedan representarlo); lo que equivale a decir que una palabra, en
tanto que palabra, no comunica más que su significado: todo lo demás que queramos
añadirle pertenece solo al “mundo definido” en el código simbólico, que es el de las
convenciones sociales sobre la naturaleza de las cosas, sobre su valor o importancia, sobre
lo posible o lo imposible, etc. Y así, sin más, volvemos a encontrarnos con la norma,
como codificación socializada, pero externa al lenguaje mismo, a pesar de que este le
sirva de vehículo principal o expresión» (104).

VII
SOBRE LAS RELACIONES ENTRE LENGUA Y EXPERIENCIA

LAS REGLAS DE LA GRAMÁTICA Y LOS HÁBITOS SOCIALES


«[L]a lengua, evidentemente, no abarca más que la lengua misma (la langue) y los textos
en que se manifiesta (la parole). La norma, por el contrario, no es una parte ni un aspecto
de la lengua, sino una parte del código simbólico que clasifica y regula el mundo de las
cosas, de la experiencia y de los comportamientos (una parte tan solo, por lo demás,
porque ese código comprende también una serie de aspectos que no se simbolizan
mediante convenciones lingüísticas, como sucede con los gestos, la manera de vestir, las
opiniones políticas, etc.). La norma, pues, corresponde al mundo de nuestras creencias
colectivas sobre las cosas y los acontecimientos; no al mundo de nuestras opiniones,
porque las opiniones son personales. Cuando alguien enjuicia ese mundo de las cosas y
de los acontecimientos suele hablar, sin embargo, de “sus opiniones”, sin darse cuenta de
que no son “sus” opiniones, sino las creencias generales de la comunidad idiomática a la
que pertenece» (107-108).

LO SIMBÓLICO Y LO GRAMATICAL
«El léxico de una lengua no forma parte de su gramática. El léxico crea y establece lo que
Bühler llamaba el campo simbólico, pero no porque sea un catálogo destinado a la
representación (Darstellung) o reproducción de las cosas, sino porque estas, para entrar
en el mundo de la conciencia, han de ser significadas, esto es, establecidas como objetos
reales que existen más allá del lenguaje. El léxico es, pues, la parte de la lengua destinada
a la creación de lo real. La gramática, por el contrario, no tiene nada que ver con el
establecimiento del mundo real, sino solo con la lengua en sí misma: sus reglas se refieren
tanto a las relaciones que se establecen entre las unidades lingüísticas o entre las
categorías de unidades, como a las que se establecen dentro del universo del discurso, y
que atañen tanto a la posición relativa con respecto a las personas gramaticales, como al
grado o extensión de los procesos o de las cualidades que se quieren significar» (112,
nota 14).

COMPETENCIA LINGÜÍSTICA Y COMPETENCIA CULTURAL


«La norma no es, en fin, una parte de la lengua o de lo lingüístico, sino una instancia
diferente: la de lo real o la de la imagen lógica de lo real, que es lo mismo. La lengua se
relaciona sin duda con lo real (que representa el conjunto de sus referentes posibles), pero
ni su forma, ni sus reglas, ni sus contenidos, tienen nada que ver con ese nivel, de ahí el
conflicto, nunca acabado, de la actividad interpretativa» (115).

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EL CONFLICTO ENTRE LOS CÓDIGOS


«La metáfora […] no significa, como creen los que confunden lengua con realidad, el
cambio de significado de una palabra o frase, sino el acto de atribuir su significado, que
es inmutable, a objetos que no suelen ser comprendidos de esa manera en el código
simbólico. El uso metafórico de los signos pone de manifiesto el significado auténtico de
estos, al eliminar el lastre referencial que representan las cosas reales, designadas
convencionalmente por ellos» (120).

VIII
LA FUNCIÓN REPRESENTATIVA

LO QUE LAS PALABRAS SUSTITUYEN


«El hombre existe solo a condición de que lo real exista: decía Descartes que él existía
porque pensaba, aunque quizá fuera, en realidad, porque creía que pensaba, es decir, que
estaba en condiciones de manejar las “palabras-cosas” o la “lengua mundo”: si la palabra
es real, también lo soy yo, que tengo la tengo en la cabeza» (123).

LA CUESTIÓN DEL VACÍO REFERENCIAL


«[S]on muchos los que se resisten a admitir que la música o la pintura, por ejemplo, sean
lenguajes propiamente dichos, ya que no denotan, como hacen (o pueden hacerlo) las
lenguas naturales. No se dan cuenta de que la denotación no define al lenguaje verbal,
simplemente porque este puede tanto denotar como no hacerlo. […] El concepto de
“denotación”, que no es semántico, sino lógico o referencial, crea, además, problemas
serios en la interpretación de muchas expresiones a las que resulta absolutamente
imposible atribuirles un referente determinado. Denotar es, pues, un término poco
afortunado, si de lo que se pretende hablar es del significado y no de las cosas
significadas» (125).

¿SIGNIFICAN LOS TEXTOS NO VERBALES?


«[L]as apariencias: […] el sentimiento de la magia verbal en la que el “hombre-primitivo-
eterno” se halla sumergido, incapaz de darse cuenta de que, entre él y las cosas, está la
palabra como otra cosa más, aunque de naturaleza diferente. No se trata ni de un sistema
de símbolos, naturales o no, ni de un sistema convencional: todas las dificultades se
resumen en esos dos extremos tan simples» (127).

LA MAGIA VERBAL: PALABRAS Y SÍMBOLOS


«La idea de la “palabra-símbolo” es, sin duda, primitiva, y en nada se diferencia de la
“palabra-cosa”, que subyace a todo tipo de magia verbal, desde la poesía al vudú: […]
Los gobiernos, la industria, la propaganda política y la comercial, etc., se han
aprovechado siempre de esta ceguera que produce la “palabra-símbolo” o la “palabra-
cosa”, para que la gente vea la “realidad” como ellos quieren que la vean» (127).

EL SIGNIFICADO DE UN TEXTO NO SE PUEDE SEPARAR DE SU FORMA

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«las palabras no tienen significados, son significados 16» (129).


«Denotar, pues, no es significar, sino señalar un referente, que es, por lo común, un
designatum generalizado, es decir, una imagen conceptual en la que coinciden todas las
personas que manejan una convención determinada» (130).

¿QUÉ ES LA REALIDAD PARA LA LINGÜÍSTICA?


«Si la denotación solo se puede definir en relación son la realidad, no se tratará entonces
de nada que tenga que ver con el lenguaje, sino, a lo sumo, con algunos de sus usos
simbólicos. Pero esa, aunque importante, es una cuestión que no tiene que ver con la
lengua, sino con el “mundo definido” […]: todo lo que no es “cosa”, es decir, universo
definido, pertenece al ámbito de la connotación. De esta manera, por ejemplo, no habrá
diferencia denotativa entre perro y can “porque una y otra palabra tienen el mismo
referente, físico o conceptual” 17» (133).
«La diferencia entre las dos palabras —podría decirnos un estructuralista— no es
pertinente en la lengua, pero sí puede serlo en el habla, como ingrediente de la estructura
del texto, en el cual el contraste entre una y otra podría resultar “estilísticamente
relevante”, es decir, poseer una función textual o de parole» (134).

TODAS LAS FUNCIONES DEL TEXTO SON FUNCIONES DE LA LENGUA


«[T]odas las funciones lingüísticas del texto son, al mismo tiempo, funciones lingüísticas
del código, es decir, potencialidades suyas. No es razonable afirmar primero que la
diferencia entre perro y can no pertenece al código (porque es una cuestión de sustancia
de contenido), para concluir luego con que, en cambio, sí puede pertenecer al texto como
rasgo distintivo suyo» (135).

IX
DENOTACIÓN Y CONNOTACIÓN (I)

LAS INFRACCIONES DEL CÓDIGO SIMBÓLICO


«[E]n una visión conceptual o logicista del significado (como la de la semántica
estructural 18), los “significados-conceptos” pueden chocar seriamente con los objetos

16
La dicotomía significante / significado no representa una separación que «exista» en el lenguaje, sino
una hipótesis explicativa, bastante ingenua por cierto, de los hechos lingüísticos, ya que, en el fondo, lo que
en realidad contrapone es el signo (o, quizá mejor, el significante) al referente. Puedo «separar» la palabra
mesa de esta mesa en que escribo (y eso, además, me lo corrobora el hecho de que, en alemán, sea Tisch, o
table, en freancés); lo que no puedo hacer es separar la palabra mesa de su significado, que es,
necesariamente, igual a ella.
17
[…] Pero las lenguas no contienen conceptos, sino significados. Solo encontraremos conceptos en el
diccionario, que no representa el código de la lengua —el código semántico—, sino el código simbólico,
es decir, el del universo definido. En él no se hallarán jamás los significados de las palabras, sino los
conceptos que definen las distintas clases de cosas o de acontecimientos organizados en el código de la
experiencia social.
18
Pese a sus propuestas immanentistas y antilogicistas, la semántica estructural no ha hecho otra cosa que
intentar describir el significado de las palabras como la suma de las propiedades lógicas que definen cada
una de las clases de cosas denotadas. Se habla de una formalización lingüística de la realidad, cuando en el
fondo no se trata más que de esa otra formalización social que hemos venido llamando «código simbólico».
Pero el código simbólico no es un código lingüístico, sino un código que se expresa lingüísticamente, como
el Código Civil o cualquier reglamento municipal.

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concretos denotados, desde el momento en que estos no sean incluibles en aquellos..


Algunos suelen pensar que, cuando esto sucede, las palabras “denotan” 19 una cosa y
“designan” otra distinta de las que el “concepto-significado” puede incluir» (140).

NO HAY ESTRUCTURA DENOTATIVA NI CONNOTATIVA DEL TEXTO


«No pretendo, como es natural, desechar el concepto de “connotación”, porque es sin
duda útil, junto al de “denotación”, para la clasificación de los valores contextuales, o
sentidos, de las palabras. Pretendo hacer ver, por el contrario, que no existe ninguna
estructura connotativa, como tampoco existe ninguna estructura denotativa […] ¿Qué
“realidad” en la que coincida “toda la comunidad lingüística” significa “no lo verán hoy”?
Es evidente que, para “toda la comunidad lingüística”, esa expresión no alude a ninguna
realidad, sino a un significado considerado en sí mismo, y no es menos evidente que solo
en eso está de acuerdo toda la comunidad lingüística: solo en significar ‘no lo verán hoy’,
a secas, y sin referente alguno. Solo en eso, repito, está de acuerdo “toda la comunidad
lingüística”» (154-155).

X
DENOTACIÓN Y CONNOTACIÓN (II)

CONNOTACIÓN Y SEMEJANZA
«Denotar y connotar son dos cosas que se pueden hacer con la lengua, pero no dos cosas
que tengan que ver con la forma de la lengua ni con la de los textos» (165).

¿SIGNIFICADO O DENOTACIÓN?
«Significado no es, pues, lo mismo que denotación, porque el plano denotativo no es el
de la lengua, como se ha visto» (167).
«No se trata, por tanto, de un plano denotativo, o de la lengua, opuesto a otro plano
connotativo, o del habla, sino dos niveles que no pertenecen al lenguaje en sentido
estricto. Su lugar corresponde al ámbito de la “norma” 20, que es el ámbito de la
experiencia y de su organización cultural, sea colectiva o individual» (168).

XI
DENOTACIÓN Y CONNOTACIÓN (III)

CONCEPTOS CONFUSOS: CONNOTACIÓN, SEMEJANZA, EQUIVALENCIA


«La metáfora no nace de un parecido ni se origina en él, como cree el paleto, sino de las
posibilidades mismas de la lengua, que es capaz de crear relaciones semánticas nuevas,
mediante las cuales se puede interpretar de una manera también nueva una realidad dada.
Es, ni más ni menos, lo que quería decir Oscar Wilde cuando afirmaba, de forma
aparentemente paradójica, que la naturaleza imitaba al arte. […]

19
No debe olvidarse que, para la inmensa mayoría —lingüistas incluidos—, «denotar» es sinónimo de
«significar». «Designar», por el contrario, se suele entender como «señalar un referente extraidiómatico»,
aunque, si se mira bien, tan extraidiómatico resulta el referente conceptual aceptado por toda la comunidad
lingüística, como cada referente concreto, elegido individualmente y ajeno a esa convención colectiva.
20
Del uso «colectivo», en el caso de la denotación, y del uso «individual», en el caso de la connotación.

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Las semejanzas, en efecto, no están ahí, sino que se sugieren, se inventan o se crean
desde la lengua, que es la única instancia primaria, y no desde los designata y sus
cualidades propias, como creen algunos: la lengua no copia de la realidad, sino que
inventa la realidad, ya que constituye el único molde dentro del que podemos entender
lo real. Creo que no sería exagerado afirmar que la lengua representa los límites de nuestro
pensamiento 21, siempre que por esto no se entienda “los límites de nuestra visión del
mundo”, ni los límites de nuestras ideas, sino los límites de la forma de entender» (186).

XII
SINONIMIA Y TRADUCCIÓN (I)

SIGNIFICADO E INTERPRETACIÓN
«En rigor, todo lo que se espera siempre de una traducción es que sea un texto sinónimo
del original. Es fácil imaginar el desencanto de cualquier lector que descubra que, al leer
una traducción de Mallarmé, está leyendo cualquier cosa menos un texto de Mallarmé (i.
e. una descripción de lo que el traductor supone que es el referente de ese texto)» (193).

TEXTO Y SINONIMIA TEXTUAL


«En efecto: aunque “ser listo” y “ser vivo” se refieran a la misma realidad, representarán
esa realidad desde la perspectiva de dos significados diferentes y no podrán considerarse
sinónimos desde el punto de vista de la lengua, sino desde el de las realidades a que se
aplican» (195).

¿SINONIMIA O USO SINONÍMICO?


«Nadie puede negar, en fin, la existencia de “equivalentes” dialectales diferentes (cerdo,
puerco, cochino, guarro, marrano, gocho, tocino, chancho) que pasan al uso general
como sinónimos denotativos, aunque no creo que pueda decirse que lo hagan al mismo
tiempo como sinónimos semánticos, es decir, idiomáticos 22» (200).

XIII
SINONIMIA Y TRADUCCIÓN (II)

21
En el prólogo del Tractatus, Wittgenstein trata de resumir su contenido, afirmando que «lo que siquiera
puede ser dicho, puede ser dicho claramente; y de lo que no se puede hablar hay que callar» (este último
es, además, el contenido del último párrafo del libro). El objetivo del libro es, según el autor, «trazar un
límite al pensar o, más bien, no al pensar, sino a la expresión de los pensamientos […] Así, pues, el límite
solo podrá ser trazado en el lenguaje, y lo que resida más allá del límite será simplemente absurdo» (cfr.
Tractatus Logico-Philosophicus, Alianza Universidad, Madrid, 1987, Prólogo, p. 11). La idea de que estoy
hablando está expresada en el § 5.6, aunque de otra manera: «Los límites de mi lenguaje significan los
límites de mi mundo» (Ib., p. 143). El concepto de «límite del pensamiento» («Lo que no podemos pensar
no lo podemos pensar; así, pues, tampoco podemos decir lo que no podemos pensar», Op. cit., § 5.61), que
no es lo mismo que «límite del conocimiento», se expresa aquí con la necesaria cautela: solo es posible
entender algo bajo la forma de lenguaje, con independencia de la naturaleza de los referentes que puedan
suponérsele a las proposiciones. Lo que no tiene la forma del lenguaje no existe simplemente como
pensamiento y, con seguridad, no podrá ser conocido de ninguna manera.
22
No debe olvidarse que, “idiomático”, en sentido estricto, es solo lo propio o específico, en oposición a lo
común, general y no específico.

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LA CUESTIÓN DE LOS TEXTOS TÉCNICOS


«Solo un texto técnico puro —lo cual es sin duda imposible en términos absolutos—
puede tener sinónimos textuales en la misma o en otras lenguas. Pero esto es porque un
texto técnico no tiene significado lingüístico en sentido estricto 23: pertenece a la lengua
solo porque es gramatical (tan gramatical como el “más literario” de todos los textos
imaginables), ya que en este caso las piezas léxicas no se usan para representar
significados en sentido estricto, es decir, intuiciones, sino objetos extraidiomáticos
concretos o definiciones de clases de objetos. […] Efectivamente, un texto construido
solo con términos rigurosamente definidos previamente puede ser traducido a otro texto
sinónimo de la misma o de distinta lengua, siempre que, también previamente, se
hubiesen asignado significantes específicos al mismo sistema de definiciones. En decir,
que para que un texto dado pudiera ser igual a su referente o a otro texto distinto sería
necesario que se definieran previamente todos sus términos, en relación con un conjunto
extratextual de axiomas» (208).

LAS DIFICULTADES DE LOS TEXTOS TÉCNICOS


«La semántica de una lengua no está constituida, como creen muchos, solo por su
léxico 24, sino primordialmente por su gramática, es decir, por su sintaxis» (209).
«Pero se cruza aquí una dificultad que la lingüística más relacionada con la traducción
automática, la teoría generativa, no ha puesto bien de relieve, por culpa de su concepción
universalista, manifiesta o no, de la gramática. La creencia de que las lenguas solo
difieren superficialmente no es exacto» (210).

XIV
LA FORMA DE UN TEXTO ES SU SIGNIFICADO

«[M]e parece lícito afirmar que no hay más que significado y que este no se descompone,
salvo en la imaginación de los lingüistas» (214).

LAS CONFUSIONES ENTRE LENGUA Y MÉTODO


«La separación entre significante y significado puede ser didáctica, cómoda e, incluso,
necesaria, pero induce fácilmente a error, ya que representa un hecho falso, es decir, algo
23
O, para ser más exactos, porque se prescinde de su significado idiomático. Lo que significa que, en
realidad, no hay textos técnicos, sino «lecturas técnicas».
24
El uso del léxico es primordialmente designativo o simbólico, por lo que hablar de la «definición» del
significado de tal o cual palabra no deja de ser una ingenuidad, ya que no se conocen más que usos. Por
ello, el significado de las palabras solo se podría simbolizar, de una manera muy general, como el punto
donde se encuentran todos sus sentidos posibles, que es como no decir nada, al menos desde el rudo punto
de vista de la lexicografía. Por eso, podría llegar a suceder que los menos inteligentes hablasen de una
semántica platónica e idealista, que sería la «semántica imposible», ya que no les serviría para sus
discutibles diccionarios, en oposición a la «semántica posible», que sería esa especie de pésima ontología
que pretende definir las cosas y no las palabras. Estos de la «semántica imposible» son los que luego
hablan, por ejemplo, de palabras «llenas» (el léxico) y de palabras «vacías» (los signos gramaticales), en la
creencia de que de, pongamos por caso, es solo un “instrumento” que no posee significado, en tanto que
silla, sí lo posee, puesto que podría definirse como «asiento, con respaldo y sin brazos». No se dan cuenta
de que este último no es un significado, sino la definición de una clase arbitraria de objetos, en tanto que la
preposición de sí posee verdadero significado, simplemente porque no es lo mismo «un vaso de agua» que
«un vaso con agua», que «un vaso para agua», o que «un vaso sin agua», etc.

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que no posee existencia en la conciencia lingüística de los hablantes de ninguna lengua.


[…] Una lengua es solo el saber verbal, o, dicho de otra manera, la capacidad de intuir
o de entender de manera directa e inmediata las palabras y las combinaciones que
forman, sin necesidad de recurrir a datos o a nociones que resultan de un examen externo
de ella misma» (219).
«Sí existe, pues, la arbitrariedad; pero no como una propiedad de cada lengua
particular, sino como una propiedad general del lenguaje, que es, a su vez, una capacidad
natural del cerebro humano; capacidad que seguramente es innata y que se desarrolla
biológica e históricamente gracias al carácter social de la especie» (220).

LA CUESTIÓN DE LA ETIMOLOGÍA POPULAR


«La combinación “cruzada” de signos, en la que entra la llamada etimología popular, es,
pues, un recurso normal, no solo espontáneo sino también intencional, del
funcionamiento de las lenguas, y no una forma más o menos torpe de análisis
metalingüístico de las mismas» (222).

XV
LA CUESTIÓN DEL TEXTO VIRTUAL (I)

LAS COSAS-CONCEPTOS SE OPONEN A LA CAPACIDAD SEMÁNTICA DE LA PALABRA


«Las palabras o los textos, de un lado, y las cosas, de otro, constituyen, en oposición a los
conceptos, el único mundo “inteligible” que existe 25: la única diferencia entre estas dos
instancias radica en que toda palabra o texto implica, no un objeto o un concepto, sino
una contrapalabra o un contratexto, en tanto que las cosas, como tales, no implican nada:
un árbol o el canto de un pájaro son cosas que no exigen contrapartida alguna para existir;
pero la palabra árbol o el tema musical de “bei Männern” son lo que son solo a condición
de implicar: pero no de implicar algo, sino de implicar, sin más. El error de muchos
semantistas ha consistido, por lo general, en creer que las palabras implican, o han de
implicar, tal o cual cosa concreta o tal o cual clase de cosas concretas» (244).

XVI
LA CUESTIÓN DEL TEXTO VIRTUAL (II)

¿EXISTE EL SIGNIFICADO?
«Acaso pueda afirmarse, incluso, que un texto “quiera decir algo”; pero sería
rigurosamente falsa la afirmación de que quiere decir “esto o aquello”. Un texto, en
efecto, exige un contratexto o texto virtual, sin el cual no existiría siquiera; pero ese
contratexto no es, a su vez, un texto concreto o una “explicación”, sino una condición
teórica» (245).

LA CUESTIÓN DE LA IMPLICACIÓN

25
Los conceptos, por el contrario, carecen de existencia propia. Sin embargo, como su existencia es
convencional, son demostrables o definibles en el seno de la convención que los hace posibles. Y, en eso,
se diferencian también de las cosas o de las palabras, cuya esencia no podrá ser jamás definida: para definir
las cosas o las palabras, hay que inventar previamente un sistema de conceptos, que solo las representarán
convencionalmente.

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«La diferencia entre palabra y cosa, entre texto y acontecimiento, radica, como ya se ha
dicho, en que las cosas o los acontecimientos no implican, en tanto que las palabras y los
textos sí implican, porque su naturaleza consiste solo en implicar, que es no ser solo lo
que son, pero, al mismo tiempo, no poder ser otra cosa diferente de eso que efectivamente
son» (253).

TODO REFERENTE TEXTUAL ES UNA MENTIRA SEMÁNTICA


«Repito, pues, que el texto es, por definición, inmaterial, aunque solo sea cognoscible en
una materia dada, en tanto que los objetos naturales se conocen en sí mismos (o mediante
conceptos) y no tienen por qué ser manifestaciones de cosas diferentes. […] Nunca
podremos, en fin, separar el significado de “lo demás”, porque toda división deja de lado
el texto, para sustituirlo por otra cosa diferente. La pipa del cuadro de Magritte no era, en
efecto, una pipa» (258).

XVII
SOBRE EL VALOR DE LOS TEXTOS (I)

DESCRIPTIVISMO Y COMENTARIO DE TEXTOS


«Pero sucede que los textos sí se definen por la cualidad, que sin duda se relaciona con
su condición “implicativa”: recuérdese lo dicho a propósito del concepto de texto
“virtual”: los textos “implican”, es decir, suponen o presuponen algo que no son ellos
mismos, pero que tampoco está fuera de ellos» (270).

¿PLATONISMO SEMÁNTICO?
«La lingüística, en efecto, sigue sin creer en las palabras, a las que considera, bien como
meros instrumentos de la comunicación 26, bien como representantes de la organización
mental del mundo; o bien, incluso, como formas que permiten representar esa realidad

26
Ya lo hemos dicho. Definir las lenguas como instrumentos de comunicación implica una visión
teleólogica que me parece totalmente abusiva. Las lenguas no son, en realidad, más que el conjunto de las
reglas del conocimiento: comunicación, pensamiento, etc., solo son cosas que pueden hacerse con ellas.

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con diversos grados de perfección, según la habilidad o según el grado de “expresividad”


que se despliegue en su manejo» (275).
«Ahí está, en efecto, el meollo de la cuestión. […] Es decir, que —bromas aparte—
las palabras, además de ser cosas ellas mismas, tienen la capacidad de hacer que todo lo
existente sea significado como cosa, pues como se ha dicho a lo largo de estas páginas,
nada es pensable como existente más que sub specie significationis» (276-277).

XVIII
SOBRE EL VALOR DE LOS TEXTOS (II)

LA PALABRA CREA; NO REPRESENTA


«Los conceptos sí son los “sustitutos” de las cosas, sus sustitutos convencionales; y podría
pensarse —como hacía Saussure— que las palabras son, a su vez, los sustitutos, también
convencionales, de los conceptos, es decir, los símbolos físicos mediante los que los
representamos; una idea que, aunque falsa, no deja de contener una apariencia de verdad,
ya que las palabras pueden servir para nombrar los conceptos, de la misma manera que
sirven también para nombrar las cosas, sin que ni lo uno ni lo otro tengan que ver con su
verdadera naturaleza.
Podemos, en efecto, usar las palabras como sustitutos de las cosas, o de los conceptos,
de la misma manera que podemos usar cualquier otra clase de objetos (señales de tráfico,
banderas, gestos, etc.) con el mismo fin. Pero, cuando hacemos eso […] ha sido necesario
siempre un convenio previo, externo a lo que las palabras y las cosas son, para que tomen
esos valores» (279).

SOBRE EL CONCEPTO DE ESENCIA EN EL LENGUAJE


«El texto, en efecto, no es la suma de sus ingredientes puramente lingüísticos
(vocabulario, reglas gramaticales), o puramente “retóricos” (modelos formales, tópicos
literarios, mecanismos de construcción, etc.), porque, de ser así, todos los textos serían
iguales desde este punto de vista, y lo que aquí nos interesa es la cuestión de la identidad,
es decir, el hecho de que ningún texto es igual a otro, salvo en la cuestión de “ser texto”,
que no es más que un concepto abstracto sobre el que acaso no acabáramos nunca de
ponernos de acuerdo» (281).

LA CUALIDAD
«Digamos que, “en abstracto”, todo texto que pueda entenderse únicamente como texto,
es decir, con independencia de sus referentes posibles (tanto “ontológicos”, como
teoréticos) estará positivamente dotado de cualidad; en tanto que todo texto que no pueda
entenderse más que como referente estará negativamente dotado de cualidad. […] La
cualidad ha de ser inseparable de la existencia o no de ideas idiomáticas, que son formas
y no “imitaciones de formas”» (285).

CONCLUSIÓN: IDEAS CONCEPTUALES E IDEAS IDIOMÁTICAS


«[L]o que aquí estoy llamando idea idiomática (o pictórica, o musical, etc.) es algo que
solo puede coincidir con el texto concreto que la contiene, o, más precisamente, ALGO
QUE SOLO SE PUEDE DECIR COMO SE DICE, ya que, si se dijese de otra manera, es decir,
con otras palabras, la coincidencia no podría ser más que conceptual, pero nunca

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idiomática. […] Por eso […] puede decirse que, conceptualmente, son “iguales” dos
expresiones como “el libro se vendió” y “el libro fue vendido”, ya que pueden ser, aunque
no necesariamente, dos descripciones distintas de un mismo acontecimiento. Pero no se
podrá decir nunca, porque sería una barbaridad, que esas expresiones son semánticamente
iguales, ya que, justamente, contienen ideas idiomáticas diferentes» (300).

XIX
EL CAMBIO SEMÁNTICO (I)

EL CAMBIO DE REFERENTE
«El hombre necesita crear un sistema de “verdades” 27, para librarse así del hecho de la
infinita e incomprensible variedad de lo real. Por eso canoniza, elevándolos a los altares
del diccionario, aquellos usos referenciales, aquellas intuiciones verbales, sobre los que
recae el consenso colectivo, olvidando que el edificio que crea no es más “objetivo” que
las palabras con que lo crea: su esencia no consiste en otra cosa que en la misma esencia
de las palabras, que es la misma con que se fabrican los sueños» (304).

USO Y CAMBIO DE USO


«Llamaremos uso a la relación que se establece entre cada signo y todos sus referentes
comprobados, sean generales o habituales (i. e. referenciales o “verdaderos”), sean
individuales o esporádicos (i. e. creativos o “metafóricos”)» (304).

LA CUESTIÓN DEL SIGNIFICADO


«La concepción del significado como concepto, descripción o matriz de rasgos, tiene el
serio inconveniente de que nos obliga a aceptar la falsía de la existencia de un número
indeterminado de significados para cada palabra. La principal dificultad de una
interpretación conceptual del significado está, en efecto, en la “polisemia”, que no es una
propiedad de las lenguas, sino un dogma de cierta semántica que interpreta la variedad de
usos como variedad de significados; es decir, como multiplicidad de identidades» (306).

VARIANTES SEMÁNTICAS Y CAMBIO DE SIGNIFICADO


«Si logramos separar el significado del referente (material o conceptual), por un lado, y
del uso (general o particular), por otro, estaremos en condiciones de hacer semántica
lingüística y, como es lógico, de hablar del cambio semántico, entendido como cambio
de significado 28, o, lo que es lo mismo, de identidad» (308).

¿VARIACIÓN O SIGNIFICADOS (IDENTIDADES) DIFERENTES?


«Con la sociolingüística, el concepto de variación o de cambio ha empezado a tomar
sentidos, no ya nuevos, sino a veces equívocos y contradictorios. Sucede que son muchos

27
Oponiendo la intuición de las cosas, o de las palabras, a sus valores socializados, decía Nietzsche lo
siguiente: «[…] Mientras que toda metáfora intuitiva es individual y no tiene otra idéntica y, por tanto, sabe
siempre ponerse a salvo de toda clasificación, el gran edificio de los conceptos ostenta la rígida regularidad
de un columbarium romano e insufla en la lógica el rigor y la frialdad peculiares de las matemáticas. […]»
(cfr. Sobre verdad y mentira, Tecnos, Madrid, 1994, pp. 25 y ss.)
28
No hay contradicción entre estos usos de la palabra significado y lo que se ha dicho ya a lo largo de este
ensayo: el significado no es una parte de nada, sino la forma de la palabra o del texto.

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hoy los que interpretan como cambios, en la estructura semántica o semántico-sintáctica


de las lenguas, la diversa repartición social de las opciones que estas contienen» (310).

LA UNIDAD DEL SIGNO: VARIANTES Y PALABRAS DIFERENTES


«Se dirá, en cambio, que son palabras distintas, por ejemplo, el vela de “la vela del barco”
y el vela de “la vela del muerto”, pues las diferencias entre los dos signos no resultan
lógicamente del entorno lingüístico, ya que solo la situación extraidiomática puede
resolver las ambigüedades que se presenten: […]. Ningún factor idiomático permitirá
jamás diferenciar un vela del otro: de ahí que, en casos como el presente, suela resolverse
la cuestión echando mano de la etimología, es decir, del hecho de ser el primer vela un
derivado del lat. velum, y el segundo, uno del verbo velar, que, como sabemos, lo es, a su
vez, de vigilare» (313).
«Acaso sea necesario, incluso, concluir, basándonos en la identidad del signo, que
cada palabra no es más que un significado, […]. El criterio del significado único podría
ser, al menos en cierta medida, el mejor, pero tropieza con obstáculos tanto teóricos como
prácticos:
1. ¿Qué pasa con los “homófonos”, sobre todo cuando poseen etimologías y
ortografías diferentes? […]
2. ¿Por qué separa el diccionario, mediante la etimología (al tiempo que lo apoya en
una ortografía que poco a nada significa) […]? ¿Es que la etimología es, acaso,
un componente funcional de las lenguas?
3. Si no es el criterio etimológico, ¿cuál es el que reúne los dos valores […]?» (313-
314)

XX
EL CAMBIO SEMÁNTICO (II)

¿UNA O VARIAS PALABRAS?


«Con todo, parece que las razones etimológicas carecen de toda validez, en lo que se
refiere a la distinción entre lo que son, propiamente, palabras distintas y lo que son
acepciones distintas de una misma palabra. […] Pero no olvidemos, sin embargo, que
todos estos distingos se refieren, en el fondo, al mismo hecho fundamental: el resultado
es un significante único que se relaciona con sentidos que, como tales, son siempre
independientes entre sí, ya que todas las variaciones de que tratamos en este ensayo
atañen a las realidades designadas por las palabras, con independencia de que podamos
discutir luego si se trata en unos casos de meras variantes y, en otros, de palabras
semánticas diferentes» (317).

LA INTUICIÓN DE LO UNITARIO Y DE LO DIVERSO


«La conciencia de la metáfora es, sin duda, la prueba más convincente de la relación que
existe entre la unidad de una palabra y el conjunto de sus variantes posibles» (320).

XXI
LA CUESTIÓN DE LA VARIACIÓN SINTÁCTICA

VARIACIÓN Y CAMBIO

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«Sin embargo, hay que evitar un error gravísimo, aunque tan en boga hoy, que tiene visos
de transformarse en la base de un auténtico método de investigación lingüística: me
refiero a esa práctica que consiste, incomprensiblemente, en confundir lo que es variación
con lo que es cambio» (336).
«Es tan disparatado ese punto de vista que identifica la variación con el cambio, e
implica tal grado de ignorancia semántica, que no tendremos más remedio que dedicarle
a la cuestión lo esencial de los capítulos que siguen» (337).

CONFUSIÓN ENTRE VARIABLES Y VARIANTES DE UNA VARIABLE


«En efecto: los fenómenos que he mencionado aquí están entre los temas favoritos de los
que hablan de variación sintáctica y, en general, de variación semántica, ya que no hay
que olvidar tampoco la existencia de preferencias sociales por unas palabras “en lugar”
de otras, que se relegan o se desechan 29» (340).

XXII
EL SIGNIFICADO EN LA SOCIOLINGÜÍSTICA (I)

LAS CONFUSIONES EN TORNO A LA NOCIÓN DE SIGNIFICADO


«[C]ada escuela (e, incluso a veces, cada lingüista) se inventa la noción de significado
que mejor le cuadra para lo que pretende demostrar; pero casi nadie (por no decir nadie)
suele tener claro de qué se trata en realidad. […]
Tal es la razón de que, por significado, se haya terminado entendiendo cualquier cosa:
unas veces los conceptos; otras, las cosas denotadas; otras, las condiciones de la situación
de habla, etc., etc. Las diferentes escuelas lingüísticas inventan, cada vez que se tropiezan
con las incómodas dificultades semánticas, las soluciones que mejor convienen a las
hipótesis que ellos, de antemano, pretenden demostrar, pero no las que convienen a la
verdad, que parece no interesarle a nadie de manera especial» (341-342).

LO QUE SE QUIERE DECIR Y LO QUE SE DICE: IDEALISMO Y REALISMO LINGÜÍSTICOS


«Decir “he llegado tarde” no es lo mismo, en ninguna parte, que decir “llegué tarde”; y
afirmar, como se ha hecho, que el significado del segundo es, en Canarias (o en América),
el mismo que el primero tiene en Castilla, supone una de las más graves confusiones en
que puede caer la descripción gramatical. “Llegué tarde” significa lo mismo en Canarias
que en Castilla, si bien no hay que confundir esa verdad con el hecho de que, con esa
expresión, un canario “no quiere decir lo mismo” que un castellano, aunque se dé la
aparente paradoja de que, sin saberlo e irremediablemente, uno y otro dirán siempre lo
mismo. […] La supuesta equivalencia no corresponde al plano de la lengua, sino al de
la visión del mundo: el castellano está acostumbrado a sentir lo temporalmente próximo
bajo la forma de una percepción subjetiva atemporal; el canario y, en general, el
hispanoamericano, no vinculan la proximidad temporal a la esfera de lo subjetivo, sino a

29
El problema es el mismo. El que, por ejemplo, entre las capas sociales «bajas» de Las Palmas de Gran
Canaria, se diga «eslí» ([ehlí], de slip), «en lugar de » calzoncillos, no quiere decir a) que lo sustituya, como
conato de un posible cambio léxico, puesto que esos hablantes siguen conociendo esta palabra, que sirve
para distinguirlos de la gente «fina»; ni b) que signifique lo mismo, porque desde el momento en que hay
dos palabras, hay también dos significados, que no deben confundirse, naturalmente, con el referente
discutiblemente único que ambos tienen o parecen tener.

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la esfera del tiempo visto como absoluto, es decir, como algo que se sitúa en la línea de
la sucesión de los acontecimientos “externos”» (349).

¿SE PUEDE HABLAR DE SINONIMIA LÓGICA EN SINTAXIS?


«Beatriz Lavandera 30 afirma que “más allá del nivel fonológico, cuando la variación
aparece entre variantes que son unidades significativas, la noción de “decir lo mismo”
deja de ser clara, y […] los “criterios de verdad” son insuficientes para postular una
equivalencia semántica dentro del habla”, por lo que resulta cuestionable la
determinación de la frecuencia de una variante en relación con los contextos en que podría
haber ocurrido, ya que es la propia diferencia de significado lo que puede motivar o
determinar las diferencias de frecuencia en una situación dada» (352).

¿PUEDE SIGNIFICARSE UNA MISMA COSA CON CONSTRUCCIONES DIFERENTES?


«Cuando Lavandera habla de las “necesidades y propósitos diferentes en cuanto al tipo
de mensajes que se intercambian” y de cómo esas diferencias condicionan “la elección
de los significados que permiten transmitir tales mensajes” (Op. cit., p. 15) no se refiere
a la naturaleza de los significados, sino a su elección, es decir, a la elección de unas
formas lingüísticas en lugar de otras diferentes» (353-354).
«Es perfectamente legítimo estudiar tanto las relaciones entre las lenguas y las
culturas (lo que constituye, sin saberlo ellos, la semántica de los estructuralistas, o
sabiéndolo, la de los semasiólogos, onomasiólogos y dialectólogos), como las relaciones
entre las lenguas y las formas o los contenidos de la comunicación (que constituyen la
semántica de los sociolingüistas). […] Si se establece la significación en el plano de los
referentes, físicos o conceptuales, se hace etnografía o historia de la cultura, en relación
con las lenguas; si se establece en el plano de las “intenciones”, se hace psicología social
o sociología de la comunicación o de las actitudes comunicativas, también en relación
con las lenguas. Solo si se establece la significación en el plano de la palabra o del texto,
distinguiéndola de lo denotativo-conceptual y de lo comunicativo-intencional, podremos
hablar legítimamente de lo semántico, sin tener que andar inventando nociones “de
conveniencia”, como las de significado denotativo o de significado sociolingüístico»
(356).

¿SE PUEDE HABLAR DE EQUIVALENCIA SEMÁNTICA?


«En la introducción a su Variación y significado, Beatriz Lavandera explica el contenido
de las diversas partes del libro, aclarando que “en todos los casos, se trata de llegar al
análisis semántico de la variación (que también podríamos llamar “opcionalidad”),
inherente al funcionamiento del lenguaje”. […] Ahora bien, el análisis semántico de la
variación, que es el de la “comparabilidad funcional”, no es el análisis de ningún tipo de
significado, sino la interpretación de expresiones o textos, o el análisis de las
circunstancias generales que intervienen en la interpretación de las unas y de los otros»
(357).

30
Cfr. Variación y significado, Hachette, Buenos Aires, 1984, p. 15. [Sobre esta lingüista argentina, puede
verse la conferencia impartida por el profesor Martín Salvio Menénedez en el C. A. de la UNED en
Cantabria el pasado mes de julio, disponible en Intecca, haciendo clic aquí.]

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EL LENGUAJE COLOQUIAL Y LAS FALSAS EQUIVALENCIAS


«Igual que sucede con las vocales, la gramática representa también un límite superior del
sistema sintáctico, es decir, el campo de sus posibilidades teóricas máximas. Luego, el
hablante hace con él lo que quiere o puede: o se acoge, sin comprometerse, a los usos no
marcados, desechando los otros, o echa mano de todas las posibilidades e imprime al
discurso la orientación semántica que más convenga a sus propósitos expresivos» (359).

XXIII
EL SIGNIFICADO EN LA SOCIOLINGÜÍSTICA (II)

VARIACIÓN Y ELECCIÓN
«[L]os usos o interpretaciones culturales de las expresiones no deben confundirse con sus
significados: a su manera, los sociolingüistas distinguen entre uso “no marcado”, en
relación con los referentes del código simbólico 31, y uso “marcado”, denominación con
la que, en realidad, se designa la “diferencia específica” que introduce cada expresión en
relación con la expresión o expresiones con que se supone que alterna 32» (362).

SIGNIFICADO REFERENCIAL
«Desde el principio, el propio Labov (loc. cit.) había señalado la diferencia, haciendo ver
que las variantes fonéticas no eran más que formas distintas de “decir lo mismo”, mientras
que “la variación social y estilística presupone la opción de decir ‘lo mismo’ de modos
diferentes; es decir, las variantes son idénticas en cuanto a referencia o valor verdad, pero
se oponen en cuanto a su significación social y/o estilística”. Ante las dificultades
semánticas evidentes, Beatriz Lavandera dudaba de que se pudiera llevar el concepto de
variación sociolingüística más allá del plano fonológico, postura que sostiene más
adelante, si bien con matices: “lo que pondré en duda […] es que se pueda abandonar la
base de variación fonológica con clara equivalencia semántica, y llevar a cabo el mismo
tipo de estudio de variación con unidades morfológicas y sintácticas para las que es
necesario haber demostrado que significan “lo mismo”, antes de tratarlas como datos de
variación”» (365).

LA COMPARABILIDAD FUNCIONAL
«La llamada “variación sintáctica” no ha tenido nunca que ver con la gramática ni con la
semántica, sino con el hecho de que la elección de las formas lingüísticas diferentes se
relacione con diferencias sociales y estilísticas, directamente comprobables como
relaciones de frecuencia. […] En realidad, la idea de Lavandera consiste en prescindir de
toda idea de identidad semántica (o, lo que es lo mismo, lingüística), para centrar su
interés en puras diferencias de frecuencia socialmente significativas, aunque no en
relación con variables sintácticas verdaderas, sino en relación con lo que podríamos
llamar “variables de experiencia”, es decir, nociones culturales como las de “lo futuro”,
“lo hipotético”, “lo real”, etc.» (368-369).

31
Yo hablo de “código simbólico” para referirme, exclusivamente, a la Weltanschauung, es decir, a la
organización cultural del mundo, que, naturalmente, no coincide con el “código idiomático”, ni siquiera en
el ámbito de una misma lengua histórica.
32
Ya se ha dicho que se trata, en realidad, de la elección de formas o variables distintas Y NO de la
alternancia de las variantes de una variable única.

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VARIACIÓN COMO CREACIÓN


«Confundiendo regla sintáctica (las conclusiones del gramático) con saber idiomático
(la identidad de las palabras o de las construcciones), dice Erica García (Op. cit., p. 53)
que “lo regular de las estructuras sintácticas no garantiza que los hablantes estén
siguiendo reglas”, porque incluso el “regular behaviour” “responde a principios
cognitivos que apenas comenzamos a vislumbrar”. Pero esos “principios cognitivos”, tan
de moda en la jerga del momento, no son una novedad, sino el verdadero y único objeto
de la verdadera y única semántica que no sea pura charlatanería» (375).

XXVI
CASOS DISCUTIBLES DE VARIACIÓN SINTÁCTICA (III)

LA IGUALACIÓN LO / LE
«Creo que las maneras tradicionales de abordar la cuestión han ignorado siempre, y
siguen ignorando aún, tres hechos esenciales: a) que no puede haber, por ejemplo, un le
distinto de otro le, o un lo distinto de otro lo, salvo que consideremos como lenguas
diferentes 33 a los diversos usos locales de la misma; b) que, en español, no hay casos,
aunque se les pretenda disfrazar con otros nombres; […]; c) que las nociones de
complemento directo e indirecto se esfuman desde el momento en que se las relaciona
con lo y con le, respectivamente; d) que lo y le no son variantes de ninguna variable única,
igualados o diferenciados como reflejo de actitudes sociales diversas, sino pronombres
demostrativos átonos siempre diferentes entre sí, aunque de significados afines, como
sucede, de manera parecida, con este, ese, aquel; e) que lo y le, que son miembros de la
familia del tónico él, no significan la “distancia” en relación con las personas
gramaticales, como los demás demostrativos, sino lo inmediato en oposición a lo mediato,
por lo que se dirá “lo escribo” para significar lo que se incluye en el contenido de escribo,
y “le escribo”, para señalar un objeto externo con el que ese escribo se relaciona; f) que
a diferencia de le, lo es capaz de “incluir”, de la misma manera que hace con el contenido
del verbo al que acompaña, el de adjetivos o de especificaciones “adjetivas” de todo tipo
(“lo bueno”, “lo que dicen”, “lo de ayer”, etc.); g) que lo no se identifica necesariamente
con el llamado complemento directo, ya que puede ser complemento de verbos
sustantivos como ser, estar, parecer, etc., sin dejar de ser el mismo signo; o, al contrario,
no guardar correspondencia alguna con complementos directos, como sucede en “tengo
dinero”, expresión que nunca se correspondería con “lo tengo”, donde ese lo sí podría
relacionarse con el artículo del complemento directo de “tengo EL dinero”» (404-405).

LA FALACIA DEL CONCEPTO DE «EQUIVALENCIA»

33
El concepto de «lengua funcional», destinado en otros tiempos a distinguir la lengua histórica de cada
uno de los «sistemas» parciales en que se la supone dividida, no pasa de ser una vieja majadería del
estructuralismo. El que yo me entienda mejor, por ejemplo, con los de mi mismo pueblo y clase social no
se debe a que manejemos todos un mismo sistema particular, una misma lengua funcional, sino a que no
sabemos manejar bien el sistema de la lengua, lo que nos incapacita y nos hace poco aptos para interpretar
sus infinitas posibilidades. Hablar una lengua implica la capacidad de entender o de construir todo lo que
en ella sea posible; no de entender solo los hábitos semijergales de un limitado grupo de palurdos

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«Sé que se me puede objetar que unos dicen “lo conozco” donde otros dicen “le conozco”,
y que la valoración de la primera, en su ámbito, es “equivalente” a la de la segunda en el
suyo 34» (405).
«Y esto nos lleva a enfrentarnos con la noción de “equivalencia”, que es uno de los
conceptos más resbaladizos y equívocos que quepa imaginar, pese a lo mucho que ha
solido usarse, consciente o inconscientemente, en el ámbito de la descripción gramatical
y en el de la del significado léxico» (406).

SIGNIFICADO DE LO / LE: ‘INMEDIATO’ / ‘MEDIATO’


«Y puedo pensar en una equivalencia entre el par “súbele” / “súbelo”, oído en Madrid, y
el par “súbele” / “súbelo” oído en México, sin caer en la cuenta de que, en todo caso, se
trataría de equivalencias (por otra parte, siempre discutibles) “a efectos pragmáticos”,
utilitarios o culturales; no de equivalencias idiomáticas: si nos salimos del ámbito
pragmático, es decir, del saber de Perogrullo, nadie puede decir en serio que “da lo
mismo” una expresión que la otra» (407).
«Medir las dosis de “leísmo” que se dan en una zona determinada puede tener un
cierto interés; pero, en realidad, es algo que nada nos dice de lo que en sí son lo y le. Y si
no se sabe esto previamente, no se pasará nunca de un descriptivismo aburridísimo que a
nadie interesa y que nada explica, ya que todas estas variantes semánticas de lo y de le
solo tienen sentido si se justifican como casos particulares de una regla semántica
general y previamente existente: la que opone la perspectiva inmediata a la mediata»
(410).

XXVII
ACERCA DEL CONCEPTO DE «REGLA» (I)

¿REGLAS GRAMATICALES O USOS SOCIALES?


«[L]as reglas que se conculcan no son realmente reglas de la gramática, sino las reglas
de uso de grupos sociales que intentan diferenciarse, oponiéndolas a las de otros grupos
diferentes. No hay que olvidar que el lenguaje es el más eficaz instrumento de poder que
existe y que todo grupo o clase dominante empezará siempre por establecer las reglas
idiomáticas que marcan su “territorio”; las reglas que separan “lo bueno” de “lo malo”;
“lo correcto” de “lo incorrecto”; “lo decente” de “lo indecente”; etc. […] si la regla no es
más que la consagración de un uso determinado, en detrimento de otros, es evidente que
no pertenece a la gramática, sino a los hábitos gramaticales de un grupo, clase, región o
país. Por todas partes, y no solo en eso que algunos llaman “lenguaje descuidado” 35,
tropezamos con “infracciones”, que solo lo son en relación con alguna regla que no

34
Debo de recordar, una vez más, que la noción de “equivalencia pragmática” carece de todo fundamento
científico y que no es más que la expresión lamentable de un mero punto de vista subjetivo y poco meditado.
Afirmar que dos expresiones son pragmáticamente equivalentes, esto es, que “quieren decir lo mismo”, me
parece un abuso intolerable, ya que no significa que sean semánticamente iguales, sino que les parecen
iguales a una persona o a un grupo social determinado.
35
Cuando los lingüistas hablan de lenguaje «descuidado» o «informal», en oposición a «formal» o
«cuidado», no hacen más que poner de manifiesto que confunden lo que debieran ser reglas gramaticales
en sentido estricto, con los hábitos sociales de comportamiento lingüístico; es decir, lingüística con
sociolingüística.

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pertenece a ninguna lengua, sino a los hábitos sociales de una comunidad cualquiera»
(411-412).

UNA FALSA REGLA SOBRE LA REFLEXIVIDAD


«Se ha dicho alguna vez […] que así como se puede decir “se lava a sí mismo”, no se
puede hacer lo propio con “se va a sí mismo”, por ejemplo. Una vez más, se confunde
una regla, inducida de una cierta experiencia colectiva, con la estructura de la
gramática, porque ¿quién puede afirmar que “se va a sí mismo” atenta contra las reglas
o que es imposible? Lo más que podemos decir es que nos resulta extraño; que no nos
suena, o que no lo hemos oído nunca. No hay que olvidar, sin embargo, que en el lenguaje,
los límites de lo real no lo ponen los hablantes, sino la gramática. Basta con imaginar,
por ejemplo, que […]. Una vez más, la “regla del gramático”, inducida solo de lo ya dado
(o, peor aún, de lo que él ha oído o leído), se muestra como una falsa regla lingüística, ya
que queda por debajo de la “naturaleza del saber idiomático”, que comprende todo lo
posible, aun cuando no sea coherente con “lo ya dado”» (414).

XXVIII
ACERCA DEL CONCEPTO DE «REGLA» (II)

EL DEBILITAMIENTO DE LA RELACIÓN Y LA CRISIS DE LA BIFUNCIONALIDAD


«Ha sido en realidad el análisis lógico (por llamarlo de alguna manera) el que ha
establecido dos tipos sintácticos de oraciones adjetivas, especificativas unas y
explicativas otras. Sin embargo, y pese a las apariencias, tales tipos no tienen la misma
estructura sintáctica, más que si se consideran los hechos desde la perspectiva del relativo,
considerado como un sustituto o reproductor. Por el contrario, si nos atenemos a los datos
reales, lo que parece suceder en la llamada especificativa se reduce al hecho de que el
antecedente presenta una función doble pero simultánea con dos verbos distintos,
actuando como la bisagra que los une, mientras que, en la llamada explicativa, lo que
ocurre es que el antecedente (que nunca deja de serlo) abandona su condición de miembro
simultáneo de dos cláusulas, para pasar a ser y a sentirse como un constituyente exclusivo
de la subordinante, sobrentendido luego en la subordinada» (431).

ADJETIVAS ESPECIFICATIVAS Y ADJETIVAS EXPLICATIVAS


«Esta es una cuestión que se ve muy bien cuando el antecedente es el artículo en “los que
estaban cansados se fueron a la cama”, los contrae una relación simultánea con estaban
y con se fueron; relación que se disocia al hacerse explicativa la proposición adjetiva:
“ellos, que estaban cansados, se fueron a la cama”» (431).
«Y es justamente esta actuación semántica del antecedente, como centro de dos
funciones simultáneas, lo que llamamos adjetivación especificativa y lo que hacía decir a
Bello, comparando “las estrellas son otros tantos soles; estos brillan con luz propia” y
“las estrellas son otros tantos soles que brillan con luz propia”, aquello de que “que tiene
el mismo significado que estos; es un verdadero demostrativo; pero se diferencia de los
demostrativos comunes en que la lengua lo emplea con el especial objeto de ligar una
proposición con otra” (Gramática, § 303). Efectivamente, que y estos son demostrativos,
es decir, determinantes, si bien de distinto significado particular: con estos el “enlace es
flojo y débil” (Ib.), al revés de lo que sucede con que. Bello veía como solidez del enlace

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lo que no es únicamente un enlace entre dos proposiciones distintas, sino, más


propiamente, un enlace entre un nombre y dos predicados diferentes y simultáneos» (434-
435).

«Esta es la razón por la que asignamos una interpretación gramatical diferente a las
adjetivas explicativas: al revés de lo que sucede en las especificativas, el antecedente no
es un constituyente directo suyo: la única relación que se establece entre “principal” y
“subordinada” consiste en el hecho extragramatical de que en la segunda se contiene una
referencia contextual al antecedente» (436).

LOS OTROS RELATIVOS


«[L]a sintaxis de quien —y en eso se diferencia nítidamente de la de que— no admite
“*no busco a la persona quien no me quiere” (frente a “no busco a la persona que no me
quiere”) 36. Quien, con antecedente expreso, como se ha dicho, solo puede aparecer con
preposición, pero esa preposición, además, ha de corresponder necesaria y
exclusivamente a la segunda función del antecedente, como en “tenía un hermano de
quien no me había hablado”. Si las funciones de ese antecedente expreso son dos y son

36
Sin antecedente expreso, quien puede llevar una preposición relativa a la segunda función solo en casos
bien determinados, como cuando no depende directamente del verbo subordinante («se comportó como a
quien correspondía»), que es lo que sucede cuando se construye con haber impersonal, en expresiones del
tipo “no había a quien premiar”, o en aquellas situaciones en las que los gramáticos lo clasifican como
pronombre interrogativo, que es, sin duda, un uso de quien, pero no un quien diferente: «no sabe de quién
quejarse», «ignoro con quién anda», etc. Lo que sucede en estos casos no es que el antecedente esté
implícito o sobrentendido, sino, simplemente, que es desconocido.

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preposicionales, aparecerán ambas marcas por su orden estricto: en “no conocía a la


persona de quien me habías hablado”, a se refiere a la primera función (con conocía), y
de, a la segunda (con habían hablado)» (445).
«[N]ingún signo se puede llenar jamás del contenido de otro, en virtud del principio
de la identidad funcional de todos los elementos de una lengua, cuyas unidades se definen,
precisamente, por ser siempre lo que son 37. (Por eso, hablar de cambio de significado en
los usos metafóricos es un disparate: […] la metáfora solo lo es en virtud del principio de
identidad semántica de los signos, es decir, a condición de que no haya ningún cambio
de identidad o significado.)» (447) 38.
«La crítica lingüística (o semántica, si se quiere) de los procesos gramaticales tiene la
ventaja de sortear las cuestiones de la sintaxis meramente distribucional y de verificar la
naturaleza real de los signos, tanto léxicos como gramaticales. Frente a las estructuras
distribucionales de las lenguas, están sus estructuras semántico-sintácticas, que, en
muchos, casos, como sucede en el de las cláusulas de relativo, no coinciden en absoluto
entre sí. A manera de ejemplo, he pretendido, en estos capítulos finales, discutir la
cuestión de la naturaleza semántica de los relativos, así como la de la escurridiza categoría
tradicional del pronombre, y poner un poco de claridad, si es posible, en todas las también
tradicionales confusiones entre la función anafórica y esa inexistente función
“sustitutiva” que a tantos errores conduce en el análisis idiomático. En todo caso, nunca
es esfuerzo perdido el de examinar los hechos de la lengua como son, al margen de toda
rutina gramatical y dejando de lado tanto los moldes de la gramática latina, como los de
una supuesta lógica, que no es otra que la de la experiencia común de la realidad, que
nada tiene que ver con la gramática, cuyo cometido es dar forma lingüística a cualquier
experiencia real o que se imagine como real, pero nunca el de reproducirla» (449).

37
Ya lo había dicho SPINOZA: «cada cosa se esfuerza, cuanto está a su alcance, por perseverar en su ser»
(cfr. Ética, parte III, prop. VI). El subrayado es mío.
38
Por esto, precisamente, afirma Ignacio Bosque (Lectura comentada 19, página 7): «Entre nosotros ha
sido probablemente R. Trujillo (1996) el autor que más rotundamente ha contestado NO a la pregunta (i)
[¿Introducen las interpretaciones figuradas nuevos significados de las palabras?], con argumentos que me
parecen muy razonables. En REDES también se sugiere una respuesta negativa a (i) en muchos casos»
(Bosque 2004: cxi).

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