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En la semántica de la lengua española, Ramón Trujillo es, sin duda, uno de los principales
autores al defender una semántica idiomática o lingüística propia de la lengua española e
inseparable de su estudio normativo (histórico) y gramatical (estructural-funcionalista,
sistemático y lingüístico). Trujillo parte del análisis estructuralista del significado en su tesis
doctoral, y realiza la más completa crítica del funcionalismo postsaussureano, distinguiendo
claramente lo semántico de lo referencial y criticando el universalismo semántico desde una
postura de relativismo lingüístico moderado. A partir del análisis de conceptos como estructura
profunda, transformación, gramaticalidad, competencia y actuación o performance, consigue
explicar, sin salir de la distinción entre langue y parole, un buen número de cuestiones
conceptuales y desarrolla un método de análisis semántico de la lengua española, tanto para el
sistema lingüístico como para las diversas normas históricas.
ἐν ἀρχῇ ἦν ὁ λόγος
En la introducción, realiza Trujillo la siguiente confesión:
«Como lingüista, procedo del estructuralismo y, más particularmente, del campo de
la llamada semántica estructural. Pero, desde el comienzo de mis estudios e indagaciones,
me sentí desasosegado por la enorme abundancia de contradicciones y de errores de
método que percibía, tanto en el seno de aquella especialidad, como en el de las otras que
se iban imponiendo, sucesivamente y sin descanso, como sucede con todas las efímeras
modas académicas» (17).
«Casi un siglo después del Essai de sémantique, de Michel Bréal, seguimos
moviéndonos en la misma nebulosa en que se mezclan las palabras, los textos, las cosas
y los conceptos que nuestro entendimiento fabrica a capricho. Quien siga o haya seguido,
a lo largo de este siglo, los pasos que ha dado la semántica (y, naturalmente, de todo lo
que, en los diccionarios o en las gramáticas, habría que considerar como semántica) no
encontrará más que una sucesión de traspiés que no conducen a ninguna parte.
Creo haber demostrado en mi libro Introducción a la semántica española
(Arco/Libros, Madrid, 1988), al que remito, que no sirve de nada hablar de significado
para referirse a las cosas designadas por las palabras, a los conceptos en que estas cosas
pueden englobarse, o a los conjuntos o matrices de “rasgos semánticos” en que analizan
el uso de esas palabras el estructuralismo y las escuelas lingüísticas que han venido
después. Consciente o inconscientemente, todas estas ideas se reducen a una sola: la de
que el significado es algo que está fuera de las palabras (o de los textos), es decir, algo
que puede separarse de ellos, bien bajo la forma de cosas, bien bajo la forma de
conceptos, bien bajo la forma de propiedades distintivas» (20).
El primer capítulo se consagra al principio de identidad y comienza con la distinción
entre identidad y semejanza: «dos ideas contrapuestas que deben precisarse
suficientemente, antes que nada, si uno quiere llegar a formarse alguna idea
medianamente clara acerca de los textos y sus propiedades». En el nivel idiomático y
discursivo, «los textos se relacionan de manera irremediable con la visión del mundo, es
decir, con la idea del mundo en que se crea en cada momento (y de la que depende siempre
cualquier modelo de verdad que utilicemos)» (29). El significado «(que es el mensaje
mismo, y no una parte suya) es invariable; la recepción, por el contrario, es un acto
subjetivo de interpretación y, por tanto, teóricamente variable, lo que significa que nunca
se podrá describir la recepción, sino cada recepción concreta, en su circunstancia
concreta» (32-33).
En las lenguas naturales, considera preciso «distinguir el uso semántico, que emana
de la naturaleza propia de las palabras o de los textos, del otro uso simbólico, que depende
de convenciones sociales, ajenas a la esencia misma del idioma (aunque utilizando el
idioma como “materia prima”)» (34):
En el uso verbal hay que distinguir entre lo idiomático y lo simbólico. Para empezar,
«símbolo» es el nombre que representa a un designatum real o inventado; material o
inmaterial. Pero, a diferencia de la palabra sensu stricto, el símbolo no crea su objeto,
sino que lo representa. Cualquier palabra de puede usar como símbolo, pero no lo es
nunca por naturaleza, mientras que los símbolos pueden y suelen ser cosas distintas de
las palabras. Cada palabra es un significado «visible», es decir, que se muestra en forma
de significante, aunque ese significante no es ni puede ser la palabra, sino la
representación y la forma de ese objeto intuitivo e inmaterial que es la palabra.
Y, sin embargo, el significante no es el símbolo del significado, por la sencilla razón de
que no está en el lugar de ningún objeto, real o imaginario, no de ningún concepto. El
significado, en efecto, no es una síntesis de ninguna realidad exterior a él, sino una forma
previa de acuerdo con la cual podemos entender (clasificar, aceptar) un aspecto de lo real.
Que viento es una cosa diferente del concepto que usan, por ejemplo, los meteorólogos,
lo demuestra el hecho de que no solo el verde viento del romance de Lorca no es un viento
“de verdad”, sino ni siquiera el viento de «me desagrada el viento», o la mera palabra
viento, de la que se podría decir, parafraseando la idea de Magritte, que «viento no es ese
viento particular que sopla en un momento dado». Pese a Saussure, significado y
significante no se pueden separar en la palabra, sino en el símbolo. El sentido de la
dicotomía tiene que ver más bien con las necesidades metodológicas del análisis físico o
conceptual del lenguaje.
Pero lo más notable es que, a diferencia del símbolo, que es un mero sustituto, la palabra,
que es un significado, crea su objeto; es decir que lo «establece» en el universo
cognoscible. Por ello, la metáfora es connatural con la palabra, pero contradictoria con la
naturaleza del símbolo, que representa una cosa diferente de él mismo. Al contrario de lo
que sucede con el símbolo, la palabra se representa a sí misma, de suerte que lo que
llamamos metáfora no pasa de ser un uso suyo, teóricamente tan normal como cualquier
otro. (páginas 34-35, nota 20)
1
En eso consiste, al fin y al cabo, el secreto de la comprensión esencial de un texto.
II
UNA DICOTOMÍA PROBLEMÁTICA
EL SISTEMA Y LA NORMA
«La doble codificación de que estoy hablando tiene que ver con la diferencia, no lo
suficientemente bien establecida hasta la fecha, en la terminología lingüística, entre
sistema y norma, porque tal diferencia no se corresponde exactamente, como se ha venido
creyendo, con dos niveles distintos de formalización de “la misma cosa”, sino con dos
formalizaciones distintas de dos cosas también distintas» (42).
III
LOS DOS CÓDIGOS
2
Es curioso que la semántica estructural, tan cuidadosa en lo referente a la distinción saussureana entre
langue y parole y entre forma y sustancia, no encuentra más propiedades semánticas distintivas que las
diferencias “sustanciales” (entre las clases en que clasificamos lo real), ni describe más contenidos que las
convenciones interpretativas, que pertenecen todas al plano de la norma, que no es el de la langue
precisamente.
3
De todas formas, no se puede perder de vista que significante y significado no son cosas, sino partes
imaginarias de las palabras; es decir, puras abstracciones sin existencia independiente.
4
«Hemos definido el significado de una forma lingüística como al situación en que el hablante la pronuncia
y la respuesta que suscita en el oyente». Cfr. Leonard BLOOMFIELD: Lenguaje, Universidad Nacional Mayor
de San Marcos, Lima, Perú, 1964, § 9.1, p. 161.
IV
LA ANTERIORIDAD DE LA PALABRA
V
LA INTERPRETACIÓN IDIOMÁTICA DE LA EXPERIENCIA
«[L]a confusión habitual y constante de lo conceptual con lo idiomático es una grave tara
que pesa sobre la tradición lingüística y que se ha venido reforzando, dentro del
estructuralismo, con la idea de Saussure de que el significado es un concepto y no una
cosa 6, y, dentro de la lingüística generativa, con el no planteamiento de la cuestión, que
se da por resuelta previamente: los significados están en el diccionario y pertenecen a la
5
Es decir, la palabra o el texto mismos.
6
Saussure, que sabía que había que eliminar las “cosas” de la descripción lingüística, decretó que el
significado no era una cosa, sino un concepto, con lo que, creyendo que se libraba del incómodo “realismo”
de la tradición gramatical, no hacía otra cosa que darle carta de naturaleza, ya que es evidente que las
“cosas” propiamente dichas no pueden entrar en la formulación de los hechos lingüísticos, porque las cosas
no se “piensan” como tales cosas, sino como conceptos.
LA CLASIFICACIÓN CONCEPTUAL
«Con todo, la “aprehensión intelectual” del mundo necesita de los dos planos: no
podemos “comprender” las cosas, o las situaciones, sin el auxilio de los conceptos, y, al
mismo, tiempo, no podemos construir los conceptos sin la ayuda del lenguaje, es decir,
de las palabras. Pero la forma de esta relación, cuya evidencia nadie puede discutir,
implica, además, la precedencia de la palabra sobre el concepto; no es posible, en efecto,
la existencia de conceptos que carezcan de forma verbal 8» (83).
7
Un rasgo “selectivo” como ‘animado’, por ejemplo, determinaría la gramaticalidad de “los niños dormían”
y la agramaticalidad de “las rocas dormían”. La consecuencia más grave y directa de este punto de vista es
que significa que una secuencia como “las rocas dormían” no posee realmente significado en sí misma y
que, en consecuencia, habrá de ser interpretada en relación con expresiones “gramaticales” como “los niños
dormían”; tal punto de vista transforma de golpe la metáfora, y otros tipos de construcción semejantes, en
anómalos o desviados, y obliga, en consecuencia, a la intolerable operación de asignarle a la secuencia
“anómala” una interpretación particular como significado, en contra de la naturaleza propia, directa e
independiente, del significado idiomático.
8
Aunque sí, por el contrario, la de formas o expresiones verbales que no se correspondan con ningún
concepto ni estructura conceptual, como, por ejemplo, puñeta o escarabajo sonoro. Del primero, puede
decirse que es una parte de la toga, una imprecación, y muchas cosas más que en realidad no están
separadas dentro de esa palabra, ni pueden llegar a separase de ella. Del escarabajo sonoro, acaso se diga
que “recuerda” a unas castañuelas (lo que ni siquiera es verdad); pero nunca, que “identifica” determinada
clase de cosas reales, sean escarabajos, castañuelas, castañas, etc.
9
No se debe perder de vista el carácter absolutamente convencional de toda conceptualización del mundo,
sea esta cultural o científica. Los conceptos no reproducen la realidad, sino que se limitan a hacerla
habitable, ya que sí constituyen un sistema de creencias, o, si se quiere, una interpretación subjetiva de la
realidad. Pero las lenguas no son interpretaciones de la realidad, sino, muy por el contrario, realidades
autónomas que hay que interpretar también como se interpreta la “otra realidad”; es decir, también mediante
conceptualizaciones. La relación “concepto-realidad”, por otra parte, es convencional, ya que consiste en
la selección de ciertas “propiedades” de las cosas y en la exclusión de otras; las construcciones conceptuales
acerca de la realidad no solo varían de una cultura a otra, sino que pueden ser siempre sustituidas por el
simple acuerdo de sus usuarios. En esto se diferencia esta relación de la que existe entre palabra y realidad:
ni el significado de dar ni el de en dependen, ni han dependido, ni dependerán nunca, de ningún acuerdo o
convención entre los usuarios de la lengua.
LA CONCIENCIA CRÍTICA
«Lo que Jakobson llamaba “función poética” era, simplemente, el lenguaje como lo
estamos entendiendo aquí, es decir, como “universo idiomático autónomo”, en oposición
a su manipulación como código simbólico al servicio de una determinada visión del
mundo (práctica, técnica, ideológica, etc.). […] Lo que me parece imperdonable es esa
manía académica de interpretar los textos “estrictamente semánticos” como si fueran
simbólicos, como si fueran versiones “adornadas” de referencias extraidiomáticas
precisas» (91-92).
VI
INDUCCIÓN Y DEDUCCIÓN
LA HIPÓTESIS DE COSERIU
«Lo he dicho antes, y lo repito ahora: es natural que muchos piensen que eso de los dos
códigos y de las dos realidades paralelas no es otra cosa que una nueva formulación de la
no tan bien (como se cree) conocida dicotomía sistema / norma. Magistralmente, como
es su costumbre, dejó establecidos Coseriu los términos de la cuestión, dando a una idea
de Hjelmslev la precisión que le faltaba 11. Frente a Saussure, que solo distinguía dos
planos […], Coseriu piensa en tres niveles, de los que la norma viene a ocupar una zona
intermedia y mal conocida hasta entonces, entre el sistema (la langue) y el habla (la
parole). Y así, mientras que el primero solo incluye las oposiciones funcionales de la
lengua, y el tercero, el hablar individual, siempre distinto de sí mismo, la norma va a
representar los modelos de interpretación colectiva del sistema.
Mientras que el sistema contiene todo lo posible, la norma abarca únicamente lo
históricamente dado» (93).
«Ahora bien: lo que caracteriza a este conjunto de reglas del primer nivel es el hecho
de que su validez no afecta a las posibilidades teóricas de la lengua en cuestión, ya que
solo tiene que ver con los “hábitos idiomáticos” arraigados en el seno de los distintos
grupos sociales que la hablan. El segundo grado de abstracción, el sistema, está, a su vez,
constituido por otro conjunto más general de reglas que, a diferencia de las primeras,
regulan todas las posibilidades teóricas de una lengua, desde las ya dadas como el
conjunto de sus diversas normas, pasadas o presentes, hasta aquellas otras qu epuedan
llegar a darse como inferencias directas de sus posibilidades 12» (94).
10
La subordinación de los referentes a los significados (a las palabras) es total, aunque no tengamos
conciencia de ella. La prueba de esto es que un mismo referente puede “verse” de maneras diferentes según
la forma verbal que lo signifique. En eso consiste una de las claves del arte de la propaganda comercial o
política.
11
Cfr. «Sistema, norma y habla», en Teoría del lenguaje y lingüística general, Gredos, Madrid, 1967.
12
Coseriu llegó a imaginar un tercer grado de abstracción, el tipo lingüístico, formado por aquellos
principios más generales que regulan el funcionamiento de dos o más lenguas diferentes. De esta manera,
todo cambio en la norma sería funcionamiento del sistema, y todo cambio en el sistema, sería
funcionamiento en el tipo. Cfr. E. Coseriu, “Sincronía, diacronía y tipología”, en Actas del XI Congreso
Internacional de Lingüística y Filología Románicas, Madrid, 1968.
LO DADO Y LO POSIBLE
«[S]i damos por buena la idea de un sistema lingüístico no dependiente de lo “ya dado”
en la experiencia —ni de lo que se haya abstraído de esta—, habrá que andar con mucho
cuidado para distinguir secuencias gramaticales de secuencias no gramaticales,
basándonos en los solo datos procedentes, ya del “saber” idiomático de cada cual, ya de
las reglas inducidas por los gramáticos 13» (98).
LA LANGUE Y LA COMPETENCIA
«En apariencia, el sistema de Coseriu 14 y la “competencia” de los generativistas son dos
cosas diametralmente opuestas y que nada tienen que ver entre sí. […] La diferencia, en
que tanto insistían al principio los generativistas entre “langue” o “sistema” de una parte,
y “competencia” de otra, no consiste, como se ha dicho más de una vez, en el contraste
entre una visión estática y otra dinámica, sino entre una concepción de las lenguas como
abstracciones o síntesis de los datos concretos del hablar 15, y otra concepción de las
lenguas como cuerpos autónomos de reglas intuitivas que permiten reconocer cada
secuencia como perteneciente a una lengua dada, o como no perteneciente a ella. […]
Las reglas de la “competencia” no serán ya los modelos distribucionales de la lingüística
inductiva, que quedan relegados a la condición secundaria de “estructura superficial” o
aparente, en oposición a la verdadera estructura sintáctica o estructura profunda, una idea
que creo que la lingüística generativa no ha sabido o no ha podido desarrollar
satisfactoriamente» (100).
TODOS LOS DATOS CONCRETOS DE UNA LENGUA SON LOS COMPONENTES REALES DE ESA
LENGUA
«[L]a lengua no es el trasunto, símbolo o sustituto de las cosas, sino un objeto con
existencia propia» (102).
13
La noción de “regla” no se debe reducir a la de ‘abstracción del uso’, porque esta idea depende siempre
de criterios prescriptivos. Las verdaderas reglas de la gramática atañen al saber idiomático a priori, no a
los datos a posteriori de un corpus cualquiera.
14
Que no es otra cosa que la “langue” de Saussure, pese a la intromisión de la “norma”.
15
Que son los sonidos, las distribuciones sintácticas y los referentes concretos, es decir, las cosas que
pensamos que ese hablar representa y a las que alude o hace referencia.
VII
SOBRE LAS RELACIONES ENTRE LENGUA Y EXPERIENCIA
LO SIMBÓLICO Y LO GRAMATICAL
«El léxico de una lengua no forma parte de su gramática. El léxico crea y establece lo que
Bühler llamaba el campo simbólico, pero no porque sea un catálogo destinado a la
representación (Darstellung) o reproducción de las cosas, sino porque estas, para entrar
en el mundo de la conciencia, han de ser significadas, esto es, establecidas como objetos
reales que existen más allá del lenguaje. El léxico es, pues, la parte de la lengua destinada
a la creación de lo real. La gramática, por el contrario, no tiene nada que ver con el
establecimiento del mundo real, sino solo con la lengua en sí misma: sus reglas se refieren
tanto a las relaciones que se establecen entre las unidades lingüísticas o entre las
categorías de unidades, como a las que se establecen dentro del universo del discurso, y
que atañen tanto a la posición relativa con respecto a las personas gramaticales, como al
grado o extensión de los procesos o de las cualidades que se quieren significar» (112,
nota 14).
VIII
LA FUNCIÓN REPRESENTATIVA
IX
DENOTACIÓN Y CONNOTACIÓN (I)
16
La dicotomía significante / significado no representa una separación que «exista» en el lenguaje, sino
una hipótesis explicativa, bastante ingenua por cierto, de los hechos lingüísticos, ya que, en el fondo, lo que
en realidad contrapone es el signo (o, quizá mejor, el significante) al referente. Puedo «separar» la palabra
mesa de esta mesa en que escribo (y eso, además, me lo corrobora el hecho de que, en alemán, sea Tisch, o
table, en freancés); lo que no puedo hacer es separar la palabra mesa de su significado, que es,
necesariamente, igual a ella.
17
[…] Pero las lenguas no contienen conceptos, sino significados. Solo encontraremos conceptos en el
diccionario, que no representa el código de la lengua —el código semántico—, sino el código simbólico,
es decir, el del universo definido. En él no se hallarán jamás los significados de las palabras, sino los
conceptos que definen las distintas clases de cosas o de acontecimientos organizados en el código de la
experiencia social.
18
Pese a sus propuestas immanentistas y antilogicistas, la semántica estructural no ha hecho otra cosa que
intentar describir el significado de las palabras como la suma de las propiedades lógicas que definen cada
una de las clases de cosas denotadas. Se habla de una formalización lingüística de la realidad, cuando en el
fondo no se trata más que de esa otra formalización social que hemos venido llamando «código simbólico».
Pero el código simbólico no es un código lingüístico, sino un código que se expresa lingüísticamente, como
el Código Civil o cualquier reglamento municipal.
X
DENOTACIÓN Y CONNOTACIÓN (II)
CONNOTACIÓN Y SEMEJANZA
«Denotar y connotar son dos cosas que se pueden hacer con la lengua, pero no dos cosas
que tengan que ver con la forma de la lengua ni con la de los textos» (165).
¿SIGNIFICADO O DENOTACIÓN?
«Significado no es, pues, lo mismo que denotación, porque el plano denotativo no es el
de la lengua, como se ha visto» (167).
«No se trata, por tanto, de un plano denotativo, o de la lengua, opuesto a otro plano
connotativo, o del habla, sino dos niveles que no pertenecen al lenguaje en sentido
estricto. Su lugar corresponde al ámbito de la “norma” 20, que es el ámbito de la
experiencia y de su organización cultural, sea colectiva o individual» (168).
XI
DENOTACIÓN Y CONNOTACIÓN (III)
19
No debe olvidarse que, para la inmensa mayoría —lingüistas incluidos—, «denotar» es sinónimo de
«significar». «Designar», por el contrario, se suele entender como «señalar un referente extraidiómatico»,
aunque, si se mira bien, tan extraidiómatico resulta el referente conceptual aceptado por toda la comunidad
lingüística, como cada referente concreto, elegido individualmente y ajeno a esa convención colectiva.
20
Del uso «colectivo», en el caso de la denotación, y del uso «individual», en el caso de la connotación.
Las semejanzas, en efecto, no están ahí, sino que se sugieren, se inventan o se crean
desde la lengua, que es la única instancia primaria, y no desde los designata y sus
cualidades propias, como creen algunos: la lengua no copia de la realidad, sino que
inventa la realidad, ya que constituye el único molde dentro del que podemos entender
lo real. Creo que no sería exagerado afirmar que la lengua representa los límites de nuestro
pensamiento 21, siempre que por esto no se entienda “los límites de nuestra visión del
mundo”, ni los límites de nuestras ideas, sino los límites de la forma de entender» (186).
XII
SINONIMIA Y TRADUCCIÓN (I)
SIGNIFICADO E INTERPRETACIÓN
«En rigor, todo lo que se espera siempre de una traducción es que sea un texto sinónimo
del original. Es fácil imaginar el desencanto de cualquier lector que descubra que, al leer
una traducción de Mallarmé, está leyendo cualquier cosa menos un texto de Mallarmé (i.
e. una descripción de lo que el traductor supone que es el referente de ese texto)» (193).
XIII
SINONIMIA Y TRADUCCIÓN (II)
21
En el prólogo del Tractatus, Wittgenstein trata de resumir su contenido, afirmando que «lo que siquiera
puede ser dicho, puede ser dicho claramente; y de lo que no se puede hablar hay que callar» (este último
es, además, el contenido del último párrafo del libro). El objetivo del libro es, según el autor, «trazar un
límite al pensar o, más bien, no al pensar, sino a la expresión de los pensamientos […] Así, pues, el límite
solo podrá ser trazado en el lenguaje, y lo que resida más allá del límite será simplemente absurdo» (cfr.
Tractatus Logico-Philosophicus, Alianza Universidad, Madrid, 1987, Prólogo, p. 11). La idea de que estoy
hablando está expresada en el § 5.6, aunque de otra manera: «Los límites de mi lenguaje significan los
límites de mi mundo» (Ib., p. 143). El concepto de «límite del pensamiento» («Lo que no podemos pensar
no lo podemos pensar; así, pues, tampoco podemos decir lo que no podemos pensar», Op. cit., § 5.61), que
no es lo mismo que «límite del conocimiento», se expresa aquí con la necesaria cautela: solo es posible
entender algo bajo la forma de lenguaje, con independencia de la naturaleza de los referentes que puedan
suponérsele a las proposiciones. Lo que no tiene la forma del lenguaje no existe simplemente como
pensamiento y, con seguridad, no podrá ser conocido de ninguna manera.
22
No debe olvidarse que, “idiomático”, en sentido estricto, es solo lo propio o específico, en oposición a lo
común, general y no específico.
XIV
LA FORMA DE UN TEXTO ES SU SIGNIFICADO
«[M]e parece lícito afirmar que no hay más que significado y que este no se descompone,
salvo en la imaginación de los lingüistas» (214).
XV
LA CUESTIÓN DEL TEXTO VIRTUAL (I)
XVI
LA CUESTIÓN DEL TEXTO VIRTUAL (II)
¿EXISTE EL SIGNIFICADO?
«Acaso pueda afirmarse, incluso, que un texto “quiera decir algo”; pero sería
rigurosamente falsa la afirmación de que quiere decir “esto o aquello”. Un texto, en
efecto, exige un contratexto o texto virtual, sin el cual no existiría siquiera; pero ese
contratexto no es, a su vez, un texto concreto o una “explicación”, sino una condición
teórica» (245).
LA CUESTIÓN DE LA IMPLICACIÓN
25
Los conceptos, por el contrario, carecen de existencia propia. Sin embargo, como su existencia es
convencional, son demostrables o definibles en el seno de la convención que los hace posibles. Y, en eso,
se diferencian también de las cosas o de las palabras, cuya esencia no podrá ser jamás definida: para definir
las cosas o las palabras, hay que inventar previamente un sistema de conceptos, que solo las representarán
convencionalmente.
«La diferencia entre palabra y cosa, entre texto y acontecimiento, radica, como ya se ha
dicho, en que las cosas o los acontecimientos no implican, en tanto que las palabras y los
textos sí implican, porque su naturaleza consiste solo en implicar, que es no ser solo lo
que son, pero, al mismo tiempo, no poder ser otra cosa diferente de eso que efectivamente
son» (253).
XVII
SOBRE EL VALOR DE LOS TEXTOS (I)
¿PLATONISMO SEMÁNTICO?
«La lingüística, en efecto, sigue sin creer en las palabras, a las que considera, bien como
meros instrumentos de la comunicación 26, bien como representantes de la organización
mental del mundo; o bien, incluso, como formas que permiten representar esa realidad
26
Ya lo hemos dicho. Definir las lenguas como instrumentos de comunicación implica una visión
teleólogica que me parece totalmente abusiva. Las lenguas no son, en realidad, más que el conjunto de las
reglas del conocimiento: comunicación, pensamiento, etc., solo son cosas que pueden hacerse con ellas.
XVIII
SOBRE EL VALOR DE LOS TEXTOS (II)
LA CUALIDAD
«Digamos que, “en abstracto”, todo texto que pueda entenderse únicamente como texto,
es decir, con independencia de sus referentes posibles (tanto “ontológicos”, como
teoréticos) estará positivamente dotado de cualidad; en tanto que todo texto que no pueda
entenderse más que como referente estará negativamente dotado de cualidad. […] La
cualidad ha de ser inseparable de la existencia o no de ideas idiomáticas, que son formas
y no “imitaciones de formas”» (285).
idiomática. […] Por eso […] puede decirse que, conceptualmente, son “iguales” dos
expresiones como “el libro se vendió” y “el libro fue vendido”, ya que pueden ser, aunque
no necesariamente, dos descripciones distintas de un mismo acontecimiento. Pero no se
podrá decir nunca, porque sería una barbaridad, que esas expresiones son semánticamente
iguales, ya que, justamente, contienen ideas idiomáticas diferentes» (300).
XIX
EL CAMBIO SEMÁNTICO (I)
EL CAMBIO DE REFERENTE
«El hombre necesita crear un sistema de “verdades” 27, para librarse así del hecho de la
infinita e incomprensible variedad de lo real. Por eso canoniza, elevándolos a los altares
del diccionario, aquellos usos referenciales, aquellas intuiciones verbales, sobre los que
recae el consenso colectivo, olvidando que el edificio que crea no es más “objetivo” que
las palabras con que lo crea: su esencia no consiste en otra cosa que en la misma esencia
de las palabras, que es la misma con que se fabrican los sueños» (304).
27
Oponiendo la intuición de las cosas, o de las palabras, a sus valores socializados, decía Nietzsche lo
siguiente: «[…] Mientras que toda metáfora intuitiva es individual y no tiene otra idéntica y, por tanto, sabe
siempre ponerse a salvo de toda clasificación, el gran edificio de los conceptos ostenta la rígida regularidad
de un columbarium romano e insufla en la lógica el rigor y la frialdad peculiares de las matemáticas. […]»
(cfr. Sobre verdad y mentira, Tecnos, Madrid, 1994, pp. 25 y ss.)
28
No hay contradicción entre estos usos de la palabra significado y lo que se ha dicho ya a lo largo de este
ensayo: el significado no es una parte de nada, sino la forma de la palabra o del texto.
XX
EL CAMBIO SEMÁNTICO (II)
XXI
LA CUESTIÓN DE LA VARIACIÓN SINTÁCTICA
VARIACIÓN Y CAMBIO
«Sin embargo, hay que evitar un error gravísimo, aunque tan en boga hoy, que tiene visos
de transformarse en la base de un auténtico método de investigación lingüística: me
refiero a esa práctica que consiste, incomprensiblemente, en confundir lo que es variación
con lo que es cambio» (336).
«Es tan disparatado ese punto de vista que identifica la variación con el cambio, e
implica tal grado de ignorancia semántica, que no tendremos más remedio que dedicarle
a la cuestión lo esencial de los capítulos que siguen» (337).
XXII
EL SIGNIFICADO EN LA SOCIOLINGÜÍSTICA (I)
29
El problema es el mismo. El que, por ejemplo, entre las capas sociales «bajas» de Las Palmas de Gran
Canaria, se diga «eslí» ([ehlí], de slip), «en lugar de » calzoncillos, no quiere decir a) que lo sustituya, como
conato de un posible cambio léxico, puesto que esos hablantes siguen conociendo esta palabra, que sirve
para distinguirlos de la gente «fina»; ni b) que signifique lo mismo, porque desde el momento en que hay
dos palabras, hay también dos significados, que no deben confundirse, naturalmente, con el referente
discutiblemente único que ambos tienen o parecen tener.
la esfera del tiempo visto como absoluto, es decir, como algo que se sitúa en la línea de
la sucesión de los acontecimientos “externos”» (349).
30
Cfr. Variación y significado, Hachette, Buenos Aires, 1984, p. 15. [Sobre esta lingüista argentina, puede
verse la conferencia impartida por el profesor Martín Salvio Menénedez en el C. A. de la UNED en
Cantabria el pasado mes de julio, disponible en Intecca, haciendo clic aquí.]
XXIII
EL SIGNIFICADO EN LA SOCIOLINGÜÍSTICA (II)
VARIACIÓN Y ELECCIÓN
«[L]os usos o interpretaciones culturales de las expresiones no deben confundirse con sus
significados: a su manera, los sociolingüistas distinguen entre uso “no marcado”, en
relación con los referentes del código simbólico 31, y uso “marcado”, denominación con
la que, en realidad, se designa la “diferencia específica” que introduce cada expresión en
relación con la expresión o expresiones con que se supone que alterna 32» (362).
SIGNIFICADO REFERENCIAL
«Desde el principio, el propio Labov (loc. cit.) había señalado la diferencia, haciendo ver
que las variantes fonéticas no eran más que formas distintas de “decir lo mismo”, mientras
que “la variación social y estilística presupone la opción de decir ‘lo mismo’ de modos
diferentes; es decir, las variantes son idénticas en cuanto a referencia o valor verdad, pero
se oponen en cuanto a su significación social y/o estilística”. Ante las dificultades
semánticas evidentes, Beatriz Lavandera dudaba de que se pudiera llevar el concepto de
variación sociolingüística más allá del plano fonológico, postura que sostiene más
adelante, si bien con matices: “lo que pondré en duda […] es que se pueda abandonar la
base de variación fonológica con clara equivalencia semántica, y llevar a cabo el mismo
tipo de estudio de variación con unidades morfológicas y sintácticas para las que es
necesario haber demostrado que significan “lo mismo”, antes de tratarlas como datos de
variación”» (365).
LA COMPARABILIDAD FUNCIONAL
«La llamada “variación sintáctica” no ha tenido nunca que ver con la gramática ni con la
semántica, sino con el hecho de que la elección de las formas lingüísticas diferentes se
relacione con diferencias sociales y estilísticas, directamente comprobables como
relaciones de frecuencia. […] En realidad, la idea de Lavandera consiste en prescindir de
toda idea de identidad semántica (o, lo que es lo mismo, lingüística), para centrar su
interés en puras diferencias de frecuencia socialmente significativas, aunque no en
relación con variables sintácticas verdaderas, sino en relación con lo que podríamos
llamar “variables de experiencia”, es decir, nociones culturales como las de “lo futuro”,
“lo hipotético”, “lo real”, etc.» (368-369).
31
Yo hablo de “código simbólico” para referirme, exclusivamente, a la Weltanschauung, es decir, a la
organización cultural del mundo, que, naturalmente, no coincide con el “código idiomático”, ni siquiera en
el ámbito de una misma lengua histórica.
32
Ya se ha dicho que se trata, en realidad, de la elección de formas o variables distintas Y NO de la
alternancia de las variantes de una variable única.
XXVI
CASOS DISCUTIBLES DE VARIACIÓN SINTÁCTICA (III)
LA IGUALACIÓN LO / LE
«Creo que las maneras tradicionales de abordar la cuestión han ignorado siempre, y
siguen ignorando aún, tres hechos esenciales: a) que no puede haber, por ejemplo, un le
distinto de otro le, o un lo distinto de otro lo, salvo que consideremos como lenguas
diferentes 33 a los diversos usos locales de la misma; b) que, en español, no hay casos,
aunque se les pretenda disfrazar con otros nombres; […]; c) que las nociones de
complemento directo e indirecto se esfuman desde el momento en que se las relaciona
con lo y con le, respectivamente; d) que lo y le no son variantes de ninguna variable única,
igualados o diferenciados como reflejo de actitudes sociales diversas, sino pronombres
demostrativos átonos siempre diferentes entre sí, aunque de significados afines, como
sucede, de manera parecida, con este, ese, aquel; e) que lo y le, que son miembros de la
familia del tónico él, no significan la “distancia” en relación con las personas
gramaticales, como los demás demostrativos, sino lo inmediato en oposición a lo mediato,
por lo que se dirá “lo escribo” para significar lo que se incluye en el contenido de escribo,
y “le escribo”, para señalar un objeto externo con el que ese escribo se relaciona; f) que
a diferencia de le, lo es capaz de “incluir”, de la misma manera que hace con el contenido
del verbo al que acompaña, el de adjetivos o de especificaciones “adjetivas” de todo tipo
(“lo bueno”, “lo que dicen”, “lo de ayer”, etc.); g) que lo no se identifica necesariamente
con el llamado complemento directo, ya que puede ser complemento de verbos
sustantivos como ser, estar, parecer, etc., sin dejar de ser el mismo signo; o, al contrario,
no guardar correspondencia alguna con complementos directos, como sucede en “tengo
dinero”, expresión que nunca se correspondería con “lo tengo”, donde ese lo sí podría
relacionarse con el artículo del complemento directo de “tengo EL dinero”» (404-405).
33
El concepto de «lengua funcional», destinado en otros tiempos a distinguir la lengua histórica de cada
uno de los «sistemas» parciales en que se la supone dividida, no pasa de ser una vieja majadería del
estructuralismo. El que yo me entienda mejor, por ejemplo, con los de mi mismo pueblo y clase social no
se debe a que manejemos todos un mismo sistema particular, una misma lengua funcional, sino a que no
sabemos manejar bien el sistema de la lengua, lo que nos incapacita y nos hace poco aptos para interpretar
sus infinitas posibilidades. Hablar una lengua implica la capacidad de entender o de construir todo lo que
en ella sea posible; no de entender solo los hábitos semijergales de un limitado grupo de palurdos
«Sé que se me puede objetar que unos dicen “lo conozco” donde otros dicen “le conozco”,
y que la valoración de la primera, en su ámbito, es “equivalente” a la de la segunda en el
suyo 34» (405).
«Y esto nos lleva a enfrentarnos con la noción de “equivalencia”, que es uno de los
conceptos más resbaladizos y equívocos que quepa imaginar, pese a lo mucho que ha
solido usarse, consciente o inconscientemente, en el ámbito de la descripción gramatical
y en el de la del significado léxico» (406).
XXVII
ACERCA DEL CONCEPTO DE «REGLA» (I)
34
Debo de recordar, una vez más, que la noción de “equivalencia pragmática” carece de todo fundamento
científico y que no es más que la expresión lamentable de un mero punto de vista subjetivo y poco meditado.
Afirmar que dos expresiones son pragmáticamente equivalentes, esto es, que “quieren decir lo mismo”, me
parece un abuso intolerable, ya que no significa que sean semánticamente iguales, sino que les parecen
iguales a una persona o a un grupo social determinado.
35
Cuando los lingüistas hablan de lenguaje «descuidado» o «informal», en oposición a «formal» o
«cuidado», no hacen más que poner de manifiesto que confunden lo que debieran ser reglas gramaticales
en sentido estricto, con los hábitos sociales de comportamiento lingüístico; es decir, lingüística con
sociolingüística.
pertenece a ninguna lengua, sino a los hábitos sociales de una comunidad cualquiera»
(411-412).
XXVIII
ACERCA DEL CONCEPTO DE «REGLA» (II)
«Esta es la razón por la que asignamos una interpretación gramatical diferente a las
adjetivas explicativas: al revés de lo que sucede en las especificativas, el antecedente no
es un constituyente directo suyo: la única relación que se establece entre “principal” y
“subordinada” consiste en el hecho extragramatical de que en la segunda se contiene una
referencia contextual al antecedente» (436).
36
Sin antecedente expreso, quien puede llevar una preposición relativa a la segunda función solo en casos
bien determinados, como cuando no depende directamente del verbo subordinante («se comportó como a
quien correspondía»), que es lo que sucede cuando se construye con haber impersonal, en expresiones del
tipo “no había a quien premiar”, o en aquellas situaciones en las que los gramáticos lo clasifican como
pronombre interrogativo, que es, sin duda, un uso de quien, pero no un quien diferente: «no sabe de quién
quejarse», «ignoro con quién anda», etc. Lo que sucede en estos casos no es que el antecedente esté
implícito o sobrentendido, sino, simplemente, que es desconocido.
37
Ya lo había dicho SPINOZA: «cada cosa se esfuerza, cuanto está a su alcance, por perseverar en su ser»
(cfr. Ética, parte III, prop. VI). El subrayado es mío.
38
Por esto, precisamente, afirma Ignacio Bosque (Lectura comentada 19, página 7): «Entre nosotros ha
sido probablemente R. Trujillo (1996) el autor que más rotundamente ha contestado NO a la pregunta (i)
[¿Introducen las interpretaciones figuradas nuevos significados de las palabras?], con argumentos que me
parecen muy razonables. En REDES también se sugiere una respuesta negativa a (i) en muchos casos»
(Bosque 2004: cxi).