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Fundamentos de Latín (UNED, 2018-2019) Módulo 10

FUNDAMENTOS DE LATÍN1 (2018-2019)

MÓDULO 10

DEL LATÍN A LAS LENGUAS ROMANCES

Antonio Moreno Hernández

ESQUEMA DE CONTENIDOS

A) Contenidos:

1. Rasgos de la evolución del latín de la Antigüedad Tardía a la Edad Media


2. El latín en la Península Ibérica
3. Tendencias generales en la evolución lingüística
4. Alteraciones gramaticales en la evolución del latín al castellano

Materiales para su estudio:

- Tema descargable de Fundamentos de latín

B) Revisión de paradigmas gramaticales

Se recomienda consultar el Resumen de Gramática Latina, de José Fco. González


Castro, disponible en el curso virtual:

Repaso general

RESULTADOS DE APRENDIZAJE

1. Identificar los rasgos de la evolución del latín de la Antigüedad Tardía a la Edad


Media
2. Caracterizar las peculiaridades del latín en la Península Ibérica
3. Asimilar las tendencias generales en la evolución lingüística
4. Detectar las alteraciones gramaticales más significativas en la evolución del latín
al castellano

1Copyright: Antonio Moreno Hernández, UNED, 2016. Prohibida la reproducción total o parcial de este
material.

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1. RASGOS DE LA EVOLUCIÓN DEL LATÍN DE LA ANTIGÜEDAD TARDÍA A LA EDAD


MEDIA

Hemos revisado en el Módulo 1 las principales fases de la evolución del latín. Conviene
cobrar conciencia de que su duración como lengua viva se prolongó durante más de un
milenio, desde la fase preliteraria, hasta su conversión en lengua llamada ‘de cultura’
es decir, aprendida y manejada pero no ya lengua vernácula, algo que sucede entre
finales de la Antigüedad Tardía y los primeros siglos de la Edad Media.
Este proceso de tránsito entre la lengua latina tardía y los romances tempranos sigue
siendo en muchos aspectos desconocido para nosotros, habida cuenta de la ausencia
de testimonios documentales que acrediten cómo se produjeron muchos de los
fenómenos involucrados en esta transformación lingüística, a partir de las formas
evolucionadas que presenta el latín tardío, llamado en ocasiones ‘latín vulgar’, por
reflejar registros lingüísticos coloquial-vulgares.
Esta circunstancia se debe al hecho de que el surgimiento y desarrollo como lengua
hablada del romance en los territorios que habían formado parte del imperio romano
no quedó plasmada, en la mayoría de los casos, en la lengua escrita, de manera que en
ésta no quedó reflejada, sino muy parcialmente, la realidad de esa lengua hablada,
pues el latín siguió siendo la lengua escrita dominante durante buena parte del
Medievo.
El latín de la Antigüedad nos proporciona, como hemos estudiado en este curso, un
modelo lingüístico relativamente homogéneo, a pesar de evidenciar diversos procesos
evolutivos en los distintos niveles lingüísticos. Este latín de época antigua comprende
propiamente tres etapas: el latín arcaico (desde principios del s. III a.C. hasta el
primer cuarto del s. I a.C.), el latín de época clásica (entre el segundo cuarto del s. I
a.C y el fin de la Época Augústea 14 d.C.) y el latín postclásico (entre la muerte de
Augusto, 14 d.C. y finales del s. II d.C).

Sin embargo, la evolución del latín se intensifica en el período posterior, la llamada


Antigüedad Tardía, entre comienzos del s. III (coincidiendo con el inicio de la literatura
latina cristiana) hasta el fin de este periodo, en torno a finales del s. VI d.C. La lengua
de este periodo se denomina latín tardío, que en ocasiones se ha tendido a identificar
con el llamado ‘latín vulgar’, una denominación que se ha prestado históricamente a
diversas interpretaciones y que actualmente se evita para referirse a todo un periodo
de la latinidad, limitándose su uso para identificar el registro coloquial vulgar de la
lengua latina, que reflejaría por lo tanto mayor proximidad con la lengua viva utilizada
por población poco formada en el modelo de latinidad literario que se cultivaba en las
escuelas a lo largo de todo el territorio romano.

La presencia de estos registros lingüísticos que revelan la evolución real de la lengua


hablada y no el modelo de la lengua literaria se documenta por distintas vías:

a) Indicios directos a partir de los textos conservados: estos elementos se


documentan en distintos períodos y géneros literarios, incluso desde época
arcaica, como en las comedias de Plauto y Terencio (ss. III- II a.C), en la sátira y
el epigrama, o en obras como el Satiricón de Petronio (s. I d.C.), así como en
obras técnicas (los tratados de arquitectura de Vitrubio, Frontino, los de
medicina de Celso, de gastronomía como Apicio…), en los textos de gramáticos
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que dan cuenta de lo que se consideraban ‘vulgarismos’ (Appendix Probi) y en


los textos bíblicos y cristianos, como evidencian las primeras versiones bíblicas
al latín (ss. II-IV d.C.), y textos como la Peregrinatio Aetheriae, el libro de viajes
de la monja Egeria en el s. IV d.C. Así mismo se acreditan indicios de la lengua
latina vulgar en testimonios epigráficos, sobre todo en inscripciones como los
Graffiti de Pompeya.

b) Indicios indirectos, que se derivan del análisis lingüístico de la comparación


entre el latín y las lenguas romances, o bien el tratamiento de la métrica o las
peculiaridades del latín medieval a partir de las que se infieren elementos de la
lengua realmente hablada en la época.

La Antigüedad Tardía es una época de gran tensión interna –acontece la llamada


'Crisis de los Severos', asesinatos de emperadores, levantamientos militares,
usurpaciones...– y externa –presión de los pueblos fronterizos: persas, germanos,
bereberes, y la caída del Imperio de Occidente en el s. V – y surgen los primeros
indicios de la fragmentación del ámbito lingüístico de la Romania. Durante este
período proliferan los testimonios que se alejan de la norma clásica y dejan traslucir
una lengua más próxima a la realidad de la lengua coloquial que a la estilización
literaria.

Entre los rasgos propios de esta época se encuentran dos fenómenos que afectan a la
estructura de la lengua latina y que se hacen patentes en la Antigüedad Tardía: la
pérdida de oposición de cantidad vocálica y el desgaste del sistema casual, con grandes
implicaciones en la evolución de la lengua, sobre las que luego volveremos en el
Apartado 3.

Hay que subrayar que la desintegración del poder político romano, que deja paso a la
aparición de reinos independientes controlados por diversos pueblos germánicos, no
implica la desaparición del sustrato cultural latino y de la lengua latina como una
herramienta plenamente vigente durante esta época, en los ss. V y VI, toda vez que
buena parte de los pueblos germánicos que se esparcen por occidente están
fuertemente romanizados, han adoptado la religión cristiana y tienen el latín como
lengua propia.

Los siglos posteriores, que entran dentro del marco de la Edad Media, se caracterizan
por la disociación creciente entre la lengua escrita y la lengua hablada: el latín se
convierte en lengua de cultura escrita, mientras la lengua hablada sufre un proceso
de transformación y fragmentación, propiciado por el aislamiento que
experimentan muchas zonas del imperio sometidas a los pueblos germánicos, proceso
que está en la génesis de las lenguas romances, entre los ss. VIII y XI.

Indicios significativos de la transformación del latín hablado en esta época se


advierten en testimonios que apuntan al surgimiento de las diversas lenguas
romances, como ocurre con llamadas “Glosas de Reichenau”, contenidas en un
manuscrito datado en el s. VIII en el que se introducen anotaciones marginales para
aclarar el texto latino de la Biblia Vulgata, en buena medida ininteligible para los
lectores de la época, dando muestras de algunas tendencias romances que dejarán su
impronta en el francés. En el siglo siguiente se documentan dos hitos que confirman la
existencia de los primeros testimonios del francés antiguo:

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a) En las actas del concilio de Tours (810 d.C.) se autoriza a los predicadores en
los territorios que hoy corresponden a Francia y a Alemania a dictar sus
homilías en sus lenguas y no en latín: rusticam Romanam linguam aut
Theodiscam, quo facilius cuncti possint intellegere quae dicuntur, “en la lengua
rústica romana (una suerte de romance primitivo), o en la lengua tudesca -
germánica- para que más fácilmente puedan entender todos lo que se dice”.
b) En los Sacramenta Argentariae, conocidos como los “Juramentos de
Estrasburgo” (842 d.C.), escritos en tres lenguas: el latín medieval, el francés
antiguo y la teudisca lingua (es decir, el antiguo alto alemán, antecesor del
alemán moderno).

En el ámbito hispánico, los indicios de una lengua protorromance castellana son los
llamados becerros Gótico y Galicano de Santa María de Valpuesta (Burgos), cartularios
copiados en dos códices visigóticos que recogen documentos fechados entre el s. IX y
el s. XIII y escritos en latín, y los testimonios del s. XI de las Glosas Emilianenses, del
monasterio de San Millán de la Cogolla (La Rioja) y de las Glosas Silenses (Santo
Domingo de Silos, Burgos).

El latín medieval sigue vigente como lengua de cultura, principalmente en los


centros monásticos y en distintas manifestaciones literarias y culturales en el contexto
de la época visigótica (ss. VI – VII), el renacimiento carolingio (ss. VIII- IX) y el
renacimiento del s. XII, propiciado en buena parte de Europa por el auge de las
ciudades y de la incipiente burguesía.

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2. EL LATÍN EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

El latín y la conquista de Hispania (218 a.C – 19 a.C.)

La expansión romana en la península ibérica tuvo lugar a lo largo de 200 años, entre el
218 a.C., con la entrada en Ampurias de Cneo y Publio Escipión durante la Segunda
Guerra Púnica, y el 19 a.C., cuando acaban las guerras cántabras y Octavio Augusto
culmina la conquista de toda la península.

La penetración en Hispania llevó aparejada, como en otros territorios sometidos a


Roma, la puesta en marcha de mecanismos de romanización en aspectos
administrativos, jurídicos y socio-económicos, y por supuesto en la creación de
infraestructuras, tanto de comunicaciones (la red de calzadas romanas), como de
abastecimiento y conducción de agua (puentes, acueductos) y en general de la
construcción de ciudades siguiendo los patrones urbanísticos de la propia Roma. Pero
a la vez se desarrolló un proceso de inmersión lingüística y cultural lento pero muy
eficaz, propiciado por varios factores:

a) La presencia del ejército romano, compuesto fundamentalmente por


ciudadanos romanos y aliados latinos, un ejército numeroso y que además se
renovaba de manera constante, muchos de cuyos integrantes permanecieron
en la península tras su licenciamiento, contribuyendo a crear asentamientos y
colonias para veteranos. A estos legionarios se suman otros sectores de
población como colonos, comerciantes y familias procedentes de Italia que
gestionan la explotación de los recursos naturales de la península.

b) La implantación de escuelas latinas en los municipios que facilitaron la


latinización de las tribus locales, desde los celtíberos a los lusitanos,
permeando todas las capas de la población local, desde los sectores más
favorecidos económicamente o las oligarquías locales hasta el conjunto de toda
la población.

Sin embargo, este proceso de romanización cultural y lingüística fue más lento que la
expansión militar, pues la romanización culminó entre los ss. II y IV d.C., y fue muy
heterogéneo si atendemos al nivel de arraigo de la influencia romana en la península,
más rápido e intenso en el sur de la península, en la bética, mientras que en el centro y
en el norte peninsular y en zonas como la Tarraconense, abiertas a la influencia del
latín de la Galia, la penetración romana fue más lenta. De hecho, la epigrafía evidencia
la coexistencia prolongada de las lenguas locales con el latín en la península cuando la
conquista romana estaba ya asentada.

Se ha discutido largamente en la literatura científica la posible influencia en el latín


hablado en Hispania de la procedencia de la población romana que llegó a la península,
pues hay constancia de gran diversidad geográfica de los soldados romanos,
mayoritariamente de extracción sociocultural baja; circunstancias que habrían
acentuado la diversidad del latín hablado en la península y la presencia de muchos
elementos dialectales en él. Sin embargo, es difícil concluir a partir de ello que el latín
hablado en Hispania fuera sustancialmente distinto al hablado en el resto del territorio

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bajo influencia romana, y de hecho hay muchos rasgos evolutivos del latín
documentado en Hispania que son coincidentes con la expansión romana en otras
zonas del imperio, como la confusión en la pronunciación entre la “b” y la “v”, en una
única articulación como consonante oclusiva bilabial sonora, similar al fonema “b” que
se conserva en el español.

Los romanos de época clásica ya advertían algunas diferencias en la pronunciación del


latín hablado en Hispania, como muestra el propio Cicerón al referirse a algunos
poetas nacidos en Córdoba, que tenían una cierta pronunciación tosca y extranjera:

Q. Metello Pio … qui praesertim usque eo de suis rebus scribi cuperet ut etiam
Cordubae natis poetis pingue quiddam sonantibus atque peregrinum tamen auris
suas dederet (Cicerón, Arch. 26), (”Quinto Metelo Pío … quien además deseaba que
se escribiera sobre sus gestas hasta tal punto que prestaba sus oídos incluso a unos
poetas oriundos de Córdoba que tienen una cierta pronunciación tosca y
extranjera”).

Los primeros siglos del imperio (s. I d.C. – s. IV d.C.)

En esta época, el modelo estándar de la lengua clásica se normativiza y se extiende en


las escuelas de todo el imperio, facilitando la homogeneidad del latín culto literario. El
arraigo de la lengua latina en Hispania se revela en este período con la aparición de los
primeros escritores latinos nacidos en Hispania, en donde se forman inicialmente
antes de ir a Roma: en época Julio – Claudia, escriben tres escritores procedentes de
la Bética como son Séneca el Filósofo (Corduba, Córdoba, 4 a.C. – 65 d.C.), Columela
(Gades, Cádiz, 4 d.C. - 70 d. C.) y Pomponio Mela (Tingentera, Algeciras, fallecido en
torno al 45 d.C.); en la segunda mitad del s. I d.C., en plena época Flavia, escriben
Quintiliano (Calagurris, hoy Calahorra 35 – 100 d.C.) y Marcial (Bilbilis, actual
Calatayud, 40-104 d.C.).

En esta época el latín hispánico comparte las tendencias evolutivas del latín
postclásico que ya hemos señalado, tanto la pérdida de oposición de cantidad vocálica
como el desgaste del sistema casual, y se expande la literatura bíblica y cristiana, como
en el resto del imperio.

Época visigoda (ss. V – VII)

Este periodo se caracteriza por el dominio de la península ibérica por los pueblos
visigodos, en un entorno de fragmentación creciente de los territorios del imperio
romano, y por la implantación creciente del cristianismo en la cultura y la sociedad de
la época, sirviéndose del latín como la herramienta para la predicación, la liturgia y la
formación de la población, emergiendo algunos autores cultos de formación clásica
como Isidoro de Sevilla.

Desde el punto de vista de la evolución de la lengua, este periodo continúa las


tendencias estructurales del latín postclásico que ya hemos señalado (pérdida de
oposición de cantidad vocálica y desgaste del sistema casual) y por otro lado permite
la entrada de elementos germánicos, cuya influencia se deja sentir sobre todo en el
léxico, mediante la incorporación de algunos germanismos, y en los nombres propios,
tanto de persona como topónimos.

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El latín de época visigoda se caracteriza porque los fenómenos que se observan son en
general de carácter panrománico, y muestran la uniformidad lingüística del latín de la
península en época visigoda. Entre los rasgos más característicos de la evolución
fonética que pueden remontarse a este período se encuentran:
-La diptongación de ĕ en posición tónica en ie (valientem, parientibus), anterior a la
diptongación de ŏ en ue.
-La palatalización del grupo sc e i en un sonido š (fricativa postalveolar sorda, /ʃ/)
con grafía -ss- (concupissentia, dissipulos).
-La vocalización de las consonantes en el grupo -gm-: praumatica, praumatice, y
pérdida de la g en palabras como aumento, aumentare.
-Metátesis en grupos triconsonánticos (rs más consonante), en particular con los
prefijos super y per: suprestitio (por superstitio), prescuntantur por perscuntantur,
prespicue por perspicue.

Los primeros siglos de la dominación árabe (ss. VIII-IX)

La invasión árabe contribuye a una pérdida de peso específico de la formación escolar


del latín literario, conservada durante la época visigoda, de manera que la lengua
normativa común deja de servir de freno para la evolución de la lengua hablada.

Aunque no son muy abundantes los testimonios de este periodo, se advierte un mayor
aislamiento lingüístico del latín de la península ibérica, dentro del cual se desarrollan
en Al Andalus hablas latino-romances como el mozárabe, extendida no sólo entre los
cristianos mozárabes, y que se pierden con la expansión de la reconquista, que trae así
mismo la expansión, por los territorios recuperados a los árabes, de un latín más
influido por la lengua hablada, que documentan los escribanos y notarios de la época.

El latín medieval (ss. X – XIV)

En este periodo de progresión de la reconquista, el latín peninsular se recupera como


lengua escrita de cultura en el ámbito de monasterios y en las primeras universidades
a partir del s. XIII (el Studium Generale de Palencia y la Universidad de Salamanca) al
tiempo que surgen las primeras manifestaciones del romance castellano: los
cartularios de Valpuesta, entre el s. IX y el XIII, y las glosas del s. XI de San Millán de la
Cogolla (La Rioja) y de Santo Domingo de Silos (Burgos), así como las primeras
manifestaciones literarias en castellano que conviven con una literatura culta escrita
en latín, mientras que el renacimiento carolingio influye en el nordeste peninsular.

Un hito fundamental lo representa el reinado de Alfonso X el Sabio (1221-1284), quien


fomenta un proyecto cultural de gran calado que lleva consigo la habilitación del
castellano no solo como como lengua de la corte, sino como vehículo de la cultura y de
la ciencia.

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El latín renacentista (s. XV- XVI)

En esta época convive el castellano como lengua vigente en pleno desarrollo, con el
latín como lengua de cultura, y ambas se relacionan intensamente en el contexto del
humanismo renacentista, dando lugar a una segunda influencia latina en la castellana,
ya no mediante la evolución de las formas latinas, sino mediante la adopción de
cultismos en castellano procedentes del latín, tanto en la lengua literaria (Berceo, Juan
de Mena, Garcilaso…) como en la lengua técnica, mediante la creación de cultismos
tanto léxicos (es decir, palabras que no han experimentado los cambios fonéticos
propios de la evolución del castellano), como cultismos semánticos, cuando una
palabra recobra una acepción que poseía el étimo de la voz española y que ésta no
había conservado: así en Garcilaso se encuentran cultismos semánticos como
“animoso viento” (“animoso” con la acepción de “impetuoso”); “verso numeroso”,
(‘numeroso’ recogiendo la acepción latina de “armónico”); “importuno dolor”
(‘importuno’ en el sentido de “penoso, grave”); “grave”, con la acepción de “pesado”;
“estudio”, con el sentido de “empeño, dedicación”, o “curiosidad”, con el significado de
“artificio”.

El surgimiento del humanismo trajo consigo una recuperación de los modelos clásicos
frente al mundo medieval, y tiene una de sus primeras manifestaciones en el ámbito
hispánico en la corte de Juan II de Castilla y en el entorno del Marqués de Santillana,
un núcleo cortesano que estimula la cultura tanto en lengua castellana como en lengua
latina, considerada el modelo de referencia, así como el gran impulso que ofrecen las
universidades de Salamanca y Alcalá de Henares (antigua Complutense), y proyectos
culturales de la envergadura de la Biblia Políglota complutense, promovida por el
Cardenal Cisneros, y la labor de figuras tan destacadas como Antonio de Nebrija
(1441-1522) o humanistas como Sánchez de las Brozas, Alfonso de Palencia, el
Brocense, Juan Luis Vives, los hermanos Alfonso y Juan de Valdés o Juan Ginés de
Sepúlveda.

3. TENDENCIAS GENERALES EN LA EVOLUCIÓN LINGÜÍSTICA

Entre las tendencias que van a caracterizar la evolución del latín tardío se encuentran
algunos fenómenos de distinto orden gramatical que en la mayor parte de los casos se
hallan en el latín clásico, de forma embrionaria o bien en estados más desarrollados,
pero que se acentúan significativamente en el latín tardío, contribuyendo a la
transformación de algunas de las estructuras fonológicas, morfológicas y sintácticas
básicas de la lengua latina y que han dejado su huella en las lenguas romances:

A) La pérdida de oposición de cantidad vocálica: en el latín clásico había una


oposición fonológica entre cinco vocales largas y sus correspondientes vocales breves.
Esta oposición es fundamental, porque tiene carácter pertinente desde el punto de
vista lingüístico y por lo tanto sirve para distinguir palabras y tiene una importancia
esencial en aspectos como la métrica y el verso latino, que se sirve de la oposición de
cantidad para estructurar los pies y los ritmos. Pues bien, esta oposición tiende a
perderse en latín tardío (la "a" larga y la "a" breve), y neutralizarse en una sola forma
("a", sin rasgo de cantidad, que hemos heredado en castellano en la serie de nuestras
cinco vocales).

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B) El desgaste del sistema casual: el latín clásico tenía un sistema de flexión


nominal en forma de seis casos marcados por desinencias (algo parecido a lo que se
encuentra en algunas lenguas flexivas actuales, como el alemán o las lenguas eslavas).
Este sistema de seis casos se fue desgastando por razones fonológicas -a raíz del
debilitamiento de las consonantes en las desinencias finales- y por razones
morfológicas -confusión entre acusativo y ablativo-, hasta que se impone una sola
forma en acusativo, a partir de la cual evolucionan las lenguas romances.

C) La sustitución progresiva de los casos por construcciones preposicionales: en


latín clásico ya se constata, en muchos contextos sintácticos, la posibilidad de elegir
entre los casos, sobre todo el dativo y el ablativo, y los sintagmas preposicionales, con
una función equivalente, bien en distribución complementaria (es decir, cuando cada
una de las construcciones está asociada a contextos sintácticos o léxicos
determinados), bien como construcciones alternativas, aunque habitualmente esto no
significa que sean completamente intercambiables, pues presentan distinta frecuencia
y preferencias diversas en los contextos de uso, teniendo en cuenta que la preposición
aporta un sentido más específico que el caso.

Tres ejemplos de alternancia entre casos y giros preposicionales que van a


desembocar en latín tardío en la progresiva sustitución de aquellos por estos son:

- En la expresión del beneficiario o perjudicado de una acción, concurre el uso del caso
dativo (más inespecífico, pues no precisa la afectación como beneficiario o
perjudicado) con el empleo de varios giros preposicionales, que ofrecen matices
semánticos más precisos: pro más ablativo marca explícitamente mediante la
preposición la noción de beneficio, mientras que las preposiciones contra, adversus o
in más acusativo aportan la noción inequívoca de perjuicio.

- Los ablativos separativos concurren con sintagmas preposicionales, como ab más


ablativo (abstinere re / ab re, “apartar de una cosa”):

proelioque abstinebat (César, Gal. 1,22,4), “y se abstenía del combate”.


manus a tutela, manus a pupillo, manus a sodalis filio abstinere non potuisti?
(Cicerón, Verr. 2,1,93), “¿No pudiste mantener las manos apartadas de la tutela, de
tu pupilo, del hijo de tu compañero?”

En un autor como Celso, que escribe en el s. I d.C., es habitual encontrar abstinere con
el sintagma ab más ablativo en lugar del ablativo sin preposición:

Oportet … abstinere ab omnibus salsis (Celso, 4,17,1), “Conviene abstenerse de


todas las salsas…”

- El objeto indirecto puede construirse con dativo y con ad más acusativo, si bien,
aunque remitan al mismo referente, la preferencia por uno u otro refleja relaciones
semánticas originariamente distintas en latín clásico: así, en contextos como mittere
litteras tibi / ad te, el dativo apunta al receptor del mensaje, mientras el giro
preposicional alude al término de la dirección con verbos de movimiento, como mitto.

Pues bien, en latín tardío se advierte un mayor desarrollo de las construcciones


preposicionales a expensas de los casos.
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D) Cambio en el orden de palabras: en el nivel oracional, el modelo lingüístico más


extendido en el latín literario clásico responde al de una lengua SOV, es decir, con
tendencia a que los complementos antecedan al verbo principal, que suele ocupar la
posición final. Sin embargo, el proceso de desgaste de los morfemas finales que
marcan los casos propicia una clara tendencia a la inversión de estos elementos en
muchas manifestaciones de latín tardío (sobre todo en textos que no se someten al
modelo del latín clásico, como ocurre con los textos bíblicos y cristianos), mediante la
postposición del complemento al verbo, en una clara tendencia a un orden SVO que
será el habitual en las lenguas romances.

Así mismo, en el plano sintagmático, la anteposición del determinante al determinado


tiende a sustituirse por la postposición: Caesaris domus > domus Caesaris > “la casa de
César”.

E) Cambios en la forma y acentuación de las formas nominales: La adopción del


acusativo como forma más generalizada de expresión de un nombre explica a su vez la
forma y la acentuación de muchas palabras romances: así en castellano, los abstractos
en -dad, como ‘verdad’ (palabra aguda) proceden de la forma del acusativo latino (en
este caso veritatem, palabra llana). El desgaste fonético de la terminación hizo que -em
se perdiera y tengamos en español la forma ‘verdad’ con acento en la sílaba final.

4. ALTERACIONES GRAMATICALES EN LA EVOLUCIÓN DEL LATÍN AL


CASTELLANO

Teniendo en cuenta las tendencias generales señaladas en el Apartado 3, vamos a


detenernos sucintamente en algunos de los cambios más significativos que se
producen en la evolución del latín al castellano. Dado que en otras asignaturas del
grado se atiende con más detenimiento a muchos de estos aspectos, en este Apartado
vamos a aproximarnos de una manera general a algunos de los cambios más
significativos en el ámbito de la fonética y de la morfología.

1. ALTERACIONES FONÉTICAS:

A) Evolución de las vocales


El sistema vocálico latino de época clásica está conformado por diez fonemas (ā / ă / ē
/ ě / ī / ĭ/ ō / ŏ / ū / ŭ). Tras una larga evolución durante el latín tardío, el castellano
presenta un sistema de cinco fonemas vocálicos (a / e / i / o /u). Entre los cambios
fonéticos más relevantes que experimenta la evolución de las vocales latinas se
encuentran los siguientes:
a) ĕ y ŏ en sílaba acentuada diptongan: ĕ > ie (pĕlle > pielle > “piel”; mĕtus > “miedo”); ŏ
> ue (rŏtam > “rueda”; pŏrtam > “puerta”).

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b) ē y la ō se mantienen como e cerrada y o cerrada (plēnum> “lleno”; hōram > “hora”)


c) Tendencia a la apertura de las vocales cerradas:
- ĭ en silaba tónica y átona se abre en e (pĭlus > “pelo”; cĭbum > “cebo”);
inimicum > “enemigo”.
- ī en posición tónica mantiene el grado de apertura en i (vīnum > “vino”), y en
posición átona ī se abre en e (dixī > “dije”).
- ŭ en posición tónica y átona se abre en una o cerrada: sŭmus > “somos”.
-ū mantiene en castellano el grado en u salvo en sílaba final, donde se articula
como o cerrada: sŭmus > “somos”; manūs > “manos”.
d) Tendencia a la desaparición de las vocales protónica y postónica: ap(e)rire >
“abrir”; populum > *poplum > “pueblo”).
e) Tendencia a la monoptongación de los diptongos latinos: au > o (taurum > “toro”), y
ae > e > e (aetatem > “edad”); o bien ie (saeculum < “siglo”); y oe > e (poenam > “pena”),
así como del grupo ai en e (laicum > “lego”).

B) Evolución de las consonantes simples


a) El sonido labiodental fricativo sordo en posición inicial (f-) tiende a la aspiración y
termina perdiéndose, representándose en la escritura con h- (muda) (fumum >
“humo”; filium > “hijo”).
b) Desarrollo de e protética ante consonante líquida inicial seguida de otra consonante
(speculum > “espejo”).
c) Tratamiento de las oclusivas intervocálicas:
- Las oclusivas sordas tienden a sonorizarse entre vocales (p, t, c, qu > b, d, g):
capram > “cabra”; vitam > “vida”; acutum > “agudo”; aquam > “agua”.
- Las oclusivas sonoras (b, d, g) pueden desaparecer entre vocales (foedum > “feo”,
cadere > “caer”; frigus > “frío”) o bien mantenerse (bibere > “beber”; nidum >
“nido”; augustum > “agosto”).
d) Las consonantes finales tienden en general a debilitarse y desaparecer: numquam >
nunca; sic > “sí”; non > “no”; sin embargo, se mantienen las consonantes l y s (mel >
“miel”; amas > “amas”), mientras que la r final latina tiende a sufrir metátesis (pauper
> “pobre”).
e) la i semiconsonántica ante vocal evoluciona a j / y: iustum > “justo”; iam > “ya”.

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C) Evolución de los grupos de consonantes


a) Las consonantes geminadas tienden a la simplificación (occultare > “ocultar”;
sagitta > “saeta”; affectus > “afecto”).
b) Tendencia a la simplificación de otros grupos consonánticos como ps- en s-
(psalterium > “salterio”)
c) Tendencia a la palatalización de diversos grupos consonánticos:
-Palatalización de los grupos pl- / cl- (a veces fl-) en ll- (planum > “llano”; clamare >
“llamar”; flammam > “llama”).
-Palatalización de -ct- (a veces -lt-) en -ch- (factum > faitu > fecho> “hecho”; tectum >
“techo”; cultellum > “cuchillo”). El grupo -lt- seguido de u se palataliza igualmente en -
ch (multum > muitum > “mucho”).
- Palatalización de -mn-, -nn-, -gn- en -ñ-: autumnum > “otoño”; annum > “año”;
pugnum > “puño”.
d) Los grupos cl-, -gl- y -tl- (derivados de las sílabas átonas –cul-, -gul- y –tul-),
tendieron a evolucionar hacia un sonido fricativo velar sordo, representado por la “j”
en español (oculum > “ojo”; tegula > “teja”; vetulum > vetlum > “viejo”).
e) El grupo /ks/ (representado en latín con la grafía x) evoluciona a sonido fricativo
velar sordo, representado por la “j” (exercitum > “ejército”; fixum > “fijo”).
f) Las oclusivas sordas precedidas por una vocal y seguidas por -r (pr, rt, cr > br, dr, gr)
tienden a sonorizarse (capram > “cabra”; petram > “piedra”; lacrimam > “lágrima”).
g) La secuencia de consonante seguida de la semiconsonante i entre vocales presenta
evoluciones como las siguientes: -li- > -j- (mulier > “mujer”), -di- > -y- (radium > “rayo”;
hodie > “hoy”), ni- > -ñ- (vinea > vinia > “viña”; seniorem > “señor”); las secuencias -ti- /
-ci- seguidas de vocal se palatalizan en -z-/-ci- (lectio > “lección”; prudentiam >
“prudencia”; minacia > “amenaza”).

2. ALTERACIONES MORFOLÓGICAS

A) Alteraciones en la morfología nominal:

a) Sincretismo de los casos: la evolución fonética que trajo consigo el desgaste de


muchas de las terminaciones consonánticas de las desinencias latinas favoreció el
sincretismo de los casos en torno al acusativo (singular y plural), a partir del cual se
produce la evolución de las palabras en las lenguas romances. (cf. Apartado 3.B)

b) Desaparición de las declinaciones: el sincretismo casual favoreció en latín tardío


la progresiva reducción de las declinaciones, cuyas terminaciones fueron confluyendo
y revelan restos de las flexiones nominales latinas en español:

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- sustantivos con terminación en -a, procedentes de la primera, conservando su


género gramatical (“puerta” < porta; “poeta” < poeta) y algunos de la quinta
declinación (“día” < diem).
- sustantivos con terminación en -o, procedentes de la segunda (“hijo” < filium;
“templo” < templum) y de la cuarta declinación (“ejército” < exercitum; “mano”
< manum; “cuerno” < cornu).
- sustantivos con terminaciones en -e o en consonante, procedentes de la
tercera declinación latina (“madre” < matrem: “monte” > montem; “cónsul” <
consulem) o bien de la quinta (“especie” < speciem; “fe” < fidem; “planicie” <
planitiem; “faz” < faciem).

c) El tratamiento del género gramatical: el sistema de tres géneros que el latín


hereda del indoeuropeo se simplifica en el paso al romance en una oposición bipolar
(masculino/femenino), con la asimilación del neutro con el masculino, a causa
fundamentalmente del desgaste fonético de las desinencias del neutro, que confluyen
con las del masculino –fenómeno que ocurre no solo en las lenguas romances, sino
también en las bálticas y en las celtas-. En todo caso, quedan algunos restos de esta
flexión neutra en el artículo y en algunos pronombres (‘lo’; ‘esto’; ‘eso’; ‘aquello’…).

d) Sustitución de formas nominales sintéticas del latín (es decir, expresadas


mediante morfemas en una palabra) por construcciones analíticas en español
(que requieren el uso de varias palabras). Es posible advertir esta tendencia en
algunos fenómenos de la sintaxis nominal: La construcción de los comparativos de
superioridad y superlativos, que cuentan con morfemas propios en latín (-ior, ius, e -
issimus,-a,-um) se sustituyen por perífrasis con ‘más’ y ‘muy’, aunque se ha conservado
en algunas formas que tenían gran rendimiento y se mantuvieron, como ‘mejor’, ‘peor’,
‘mayor’, ‘menor’. Otro fenómeno de paso de formas analíticas a sintéticas es la
sustitución de la construcción mediante un caso nominal por giros preposicionales (cf.
Apartado 3.C).

B) Alteraciones en la morfología verbal

a) Reducción de las conjugaciones latinas: las cuatro conjugaciones latinas más la


quinta o mixta se redujeron a tres, atendiendo a las terminaciones del infinitivo (-ar, -
er, -ir), confluyendo los verbos latinos de la 3ª y de la mixta en las terminaciones
castellanas en -er y en -ir:
Verbos en -ar: todos los procedentes la 1ª conjugación latina (“cantar”, cantare;
“dar”, dare; “estar”, stare).
Verbos en -er: todos los procedentes de la 2ª conjugación (“haber”, habere; “deber”,
debere, “mover”, movere), y una parte de los de la 3ª (“creer”, credere; “leer”, legere;
“caer”, cadere; “coger”, cogere) y de la conjugación mixta (“hacer”, facere; “saber”,
sapere).

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Verbos en -ir: todos los de la 4ª conjugación (“venir”, venire; “oír”, audire, “dormir”,
dormire), y una parte de los de la 3ª (“decir”, dicere, “pedir”, petere, “reír”, ridere) y de
la mixta (“huir”, procedente de latín tardío fugīre, derivado a su vez de fugĕre;
“percutir”, percutere).

b) Innovaciones en el tratamiento de los accidentes gramaticales del verbo: El


español conserva sustancialmente la organización de las categorías que identifican los
accidentes verbales latinos, pues preserva la articulación de tres personas (1ª, 2ª y 3ª)
y dos números (singular, plural), así como las dos voces (activa y pasiva) del verbo
latino, pero presenta varias innovaciones significativas:
- En el ámbito de los modos verbales, a los tres modos latinos (Indicativo, Subjuntivo
e Imperativo), el español añade el denominado “modo potencial”, caracterizado por
expresar la acción del verbo como posible, mediante dos flexiones: el condicional
simple (“comería”, formado a partir del infinitivo y de formas contractas del
imperfecto de haber) y el condicional compuesto (“habría comido”). Se trata de un
valor modal que el latín expresaba con el subjuntivo: así el imperfecto de subjuntivo
latino (facerem), equivaldría en castellano al imperfecto de subjuntivo (“hiciera”,
“hiciese”) y al condicional simple (“haría”), mientras que el pluscuamperfecto de
subjuntivo (fecissem) se puede verter con el correspondiente tiempo castellano
(“hubiera/hubiese hecho”) y por el condicional compuesto (“habría hecho”).
- La expresión del futuro latino se limita a las formas del indicativo; sin embargo, el
español creó el futuro imperfecto de subjuntivo (“hiciere”) y el futuro perfecto de
subjuntivo (“hubiere hecho”), que se ha conservado en el lenguaje jurídico y en
expresiones como “adonde fueres, haz lo que vieres”.
- El castellano dispone de un pretérito anterior (“hube hecho”), que expresa una
acción pasada anterior, pero inmediata en el tiempo, a otra también pasada. Este
tiempo, con escaso uso en la lengua coloquial actual, tiene paralelos en otras lenguas
romances, como el italiano y el francés. En latín este matiz temporal se recogía con el
perfecto de indicativo (feci) o bien con el pluscuamperfecto (feceram).

c) Sustitución de los tiempos de perfecto por tiempos compuestos: La expresión


de los tiempos del tema de perfecto, que se marca en latín mediante un morfema
incorporado en la forma verbal, se reemplazada en español por tiempos compuestos
con el auxiliar “haber”:
- En indicativo, el pretérito perfecto latino (cantavi, audivi…) se reemplaza por el
tiempo compuesto en castellano (“he cantado”, “he oído”), el pluscuamperfecto
(cantaveram, audiveram), por “había cantado”, “había oído” y el futuro perfecto
(cantavero, audivero), por “habré cantado”, “habré oído”.
- En subjuntivo, se sustituye tanto el perfecto (cantaverim, audiverim), por “haya
cantado”, “haya oído”, como el pluscuamperfecto (cantavissem, audivissem) por
“hubiera o hubiese cantado”, “hubiera o hubiese oído”.

d) Sustitución de formas nominales del verbo sintéticas del latín (es decir,
expresadas mediante morfemas en una sola palabra) por construcciones
analíticas en español (que requieren el uso de varias palabras): el sistema
nominal del español ha reducido sensiblemente las marcas formales de sus formas
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nominales del verbo para reemplazarlas por construcciones que requieren dos
palabras:
En el caso del infinitivo, el latín expresa mediante formas sintéticas el infinitivo
presente activo (cantare, audire), el infinitivo presente pasivo (cantari, audiri) y el
infinitivo de perfecto activo (cantavisse, audivisse). El castellano solo cuenta con una
forma sintética para el infinitivo presente (“cantar”, “oír”), mientras que para el
infinitivo pasivo recurre a una perífrasis (“ser cantado”, “ser oído”) y para el infinitivo
de pasado activo utiliza la construcción “haber cantado”, “haber oído”.
El gerundio se mantiene en español fosilizado en una sola forma, procedente del
ablativo del gerundio latino (“amando”),
El gerundivo y el supino no se conservan en español.

C) Otros cambios relevantes:

El acento y la cantidad: el latín tiene un sistema que podríamos denominar


‘mecánico’ de acentuación, es decir, un criterio estable que opera en cada palabra para
determinar la posición del acento: la cantidad de la penúltima sílaba. Las palabras
patrimoniales del español, que son fruto de la evolución de palabras latinas, tienden a
mantener la huella acentual del latín y a no variar su posición a pesar de la evolución
fonética que haya sufrido la palabra. Esto explica que el acento del español esté
profundamente condicionado por el sistema de acentuación latino.
El surgimiento del artículo, como una innovación de las lenguas romances, que en el
caso del español se genera a partir del demostrativo ille (‘el’), illa (‘ella’) y, en el caso
del indefinido, a partir del numeral unus (‘un’), una, (‘una’).
Los cambios en el orden de palabras: las dos tendencias que caracterizan el orden
de palabras del latín clásico y que ya hemos señalado sufren una profunda alteración,
iniciada probablemente en los registros coloquial-vulgares del propio latín, sobre todo
en época tardía: la anteposición del objeto al verbo tiende a sustituirse por un orden
verbo-objeto; la anteposición del determinante al determinado tiende a sustituirse por
la postposición: Caesaris domus – “la casa de César”.

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