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El mundo entendido desde el código familiar

Las familias introducen a los niños en el uso de un código cultural que serán la base de la
relación que construyan con su entorno natural: la sociedad. Expresado en esa forma
podríamos pensar que se trata de alguna situación extraña. Pero no lo es. Se trata
sencillamente del lenguaje y los usos y costumbres que les son propias. El lenguaje involucra
mucho mas que la capacidad de comunicarse en forma oral, ya que todas y cada una de esas
palabras, expresadas por personas emocionalmente significativas y en situaciones distintas, le
dan un sentido único a esa pequeña mente que comienza a descubrir su entorno natural.

El mundo cultural y social familiar está repleto de significados de cómo se vinculan las
personas entre sí, cómo se respetan y resuelven problemas, de sus gustos y preferencias; el
niño no tiene una capacidad crítica y reflexiva, aprende por imitación, todo aquello a lo que se
lo exponga y desde la capacidad que tenga. Muchos adultos creen que por tratarse de un
pequeño no entiende. Y ahí hay que encender una alerta ya que pueden aprender mucho más
de lo que suponemos. Naturalmente los padres enseñan dentro del mismo proceso de la
crianza en un modo gradual, y transmiten muchos aspectos. En familias donde hay deportistas
los niños tendrán tendencias hacia esos deportes. En familias donde se baila seguramente
desde pequeños intentarán bailar como los adultos. Por eso es fundamental pensar que la
familia habilita mundos distintos.

El niño usará palabras y gestos aprendidos, se comportará del modo que es esperado y
aceptado en su familia. Todo esto constituye un código cultural, como una llave con la que
entrará al mundo social extrafamiliar. Ese mundo que se abre más allá de su casa es el barrio,
el Jardín Maternal o el Jardín de Infantes. Cuando se trata del Jardín Maternal, los padres
suelen sorprenderse de los aprendizajes que logran. Y sorprende precisamente porque no es
algo que ellos le han enseñado. Lo mismo cuando los dejamos mucho tiempo frente a un
televisor, viendo dibujos en español neutro, o de otros países; los niños incorporan esas
palabras; pedirán pastel, helado de fresa, se subirán al carro y buscarán los refrescos en la
nevera. Lo mismo puede ocurrir cuando están mucho tiempo con juegos en celulares o
computadoras; o quedan al cuidado de personas adultas que no son familiares porque los
padres deben trabajar y consideran que es muy pequeño para estar en una institución
educativa; esa persona va a transferir parte de su código cultural a los niños.

Les propongo pensar que cuando un niño va al Jardín de Infantes no va a aprender todo lo que
le enseñen, solo aprenderá aquello que habilite su código cultural familiar. Si bien las docentes
emplean métodos para enseñar, la cultura de crianza puede facilitar o no el aprendizaje. Por
ejemplo, un niño habituado a que los adultos les muestren libros, o le provean lápices y
dibujen con él, tendrá cierta practica diferencial con los que no tuvieron las mismas
experiencias. No se trata solo de la lectura, sino de la actitud de estar atento a que le lean, y a
disfrutar incluso de esa actividad. A medida que los niños aprenden, su capital cultural se
enriquece.

La lectura en la familia los predispone a similares actividades en las escuelas, y les proporciona
una mayor cantidad de palabras. Cuando en la escuela sucede algo similar a lo que pasa en su
casa, lo reconocen y no lo entienden como algo nuevo o distinto. Incluso sabrá algunos
cuidados para manipular libros, tomar un lápiz o incluso escuchar atentamente cuando un
adulto les explica hablando. Las docentes que leen esto no se sorprenderán, y saben que
mientras ellas se esfuerzan en que los pequeños que no traen esas prácticas desde la casa
puedan aprenderlas, necesitan diversificar la planificación de la enseñanza para que todos
puedan desarrollarse en la alfabetización inicial.

La lectura en el ámbito familiar está condicionada por el material disponible, o por la selección
que “el lector” realiza pensando en el niño. Siempre debe tratarse de una invitación y no una
imposición, porque el efecto puede ser adverso. El valor adicional que tiene esa lectura es la
significación emocional que involucra, es ese tiempo en que se comparte. No es raro que un
niño pequeño al que se le lee, por ejemplo, en las noches, antes de dormir, reclame lecturas.
En muchas familias donde se lee recreativamente se les regalan libros a los niños. Por eso es
importante tomar conciencia que un niño lector no se forma mágicamente en la escuela. La
gran diferencia es que en el hogar el niño lee por el disfrute mismo de hacerlo. En cambio, en
la escuela es un saber que debe practicarse y ejercitarse.

Una gran cantidad de saberes están codificados en palabras. Y esas palabras escritas
trascienden el mundo de la casa y de la escuela. Pero lo mas importante de esto, no es
sencillamente la capacidad lectora, sino el desarrollo intelectual que implica hacerlo. No se
trata de unir sonidos con grafías, sino de interpretación y comprensión. La lectura permite que
cada uno construya un significado sobre la base de lo que sabe, lo que cree y lo que siente. Por
eso la cultura familiar tiene un poder enorme sobre la historia escolar de sus hijos.
Reconozcamos que una gran parte de los saberes escolares están escritos, y que quien tenga
facilidad lectora y un vocabulario lo suficientemente amplio no debiera tener mayores
obstáculos para avanzar sin problemas en la escuela, porque podrá acceder a esa información
codificada en el lenguaje. Los niños que son buenos lectores tienen mejores desempeños
escolares.

Creer que la enseñanza de la lectura y escritura es algo propio de las instituciones escolares es
un error. La práctica hace al lector. En las escuelas lo enseñan y ejercitan, y en la mayoría de
ellas tienen hasta bibliotecas en el aula. Allí, y dependiendo de las edades y las propuestas
curriculares, pueden encontrarse distintos tipos de libros. Desde los libros que solo tienen
imágenes (o libros mudos), los libros álbumes (donde las ilustraciones predominan sobre la
escritura) y los libros que conocemos mayormente todos (donde las imágenes son subsidiarias
del texto). Cuando los docentes leen para niños pequeños suelen hacer un esfuerzo narrador
para generar ambientes que sostengan la atención y el interés. Esos modos de leerles también
involucran una enseñanza en sí misma. No se trata solo de la historia o del saber contenido,
sino de la forma. Así, una docente que emplea silencios, tonos distintos y voces para los
personajes, logrará no solo que los pequeños estén expectantes y disfruten la actividad, sino
que estará animándolos a leer. Y no lo harán de cualquier manera: tratarán de imitarla y leer
como ella. Pero aún cuando el docente sea un excelente narrador, nadie supera un momento
de lectura compartida con un ser querido.

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