Está en la página 1de 9

La lucha entre realistas y nominalistas será uno de los enfrentamientos

intelectuales más importantes de la Edad Media. Esto se debió, en parte, a que era un
asunto de genuina dificultad, y, en parte, porque poseía serias implicaciones para la
teología; por ejemplo, en la naturaleza de la Trinidad.

Abelardo fue un cualificado nominalista que abordó el problema en toda su


extensión, problema que no ha sido todavía resuelto satisfactoriamente, y aunque ya no
usamos la terminología medieval, los estudiosos de la filosofía seguimos batallando con
el mismo problema.

Tomás de Aquino

Santo Tomás de Aquino (1225-1274) inventó otro argumento para demostrar la


existencia de Dios, bastante parecido al que elaboró Aristóteles al hablar del primer
motor. El argumento cosmológico señala que cada cosa tiene una causa, de modo que, al
final, debe haber una gran causa de todo, o sea, Dios, que, además, no sea efecto de nada.
Tomás de Aquino también creía en la teología natural: cuando la naturaleza es observada,
parece que observa ciertas leyes inamovibles. Estas leyes son ordenadas por Dios. De
modo que, estudiando el mundo natural, estamos estudiando, de otra manera, una forma
de poder entender el funcionamiento de la mente divina. Esta idea, la de la teología
natural, supuso una buena noticia para los científicos de la Edad Media, ya que suponía
que tratar de hacer ciencia no implicaba necesariamente una actividad herética, sino que
podía entenderse como una forma de entender a Dios, o al menos, de tratar de estudiar
para comprenderlo un poco mejor. La doctrina de Santo Tomás también implicó que en
raras ocasiones fuera aceptable desobedecer la ley secular, si uno creía que entraba en
conflicto con la ley de Dios.

El gran logro de Santo Tomás fue lograr una vasta síntesis de todo lo que había
sido discutido en el pensamiento occidental hasta su tiempo, pero además, hacerlo de una
forma que se mostrara compatible con la creencia cristiana. Incluso recurrió a otras
fuentes como el pensamiento judío y el islámico. La filosofía cristiana se había
desarrollado desde su comienzo con un alto contenido de platonismo y neo-platonismo,
pero ahora, a través del de Aquino, Aristóteles estaba siendo recuperado para la
Cristiandad. El tomismo26 consiste, dicho de una forma simplificada y refiriéndonos a la
mayor parte de él, en un matrimonio exitoso entre la ya existente cristiandad platonizada
y la filosofía de Aristóteles. De hecho, un filósofo español del siglo XX, Julián Marías,
decía: “Santo Tomás hace filosofía en los intersticios del aristotelismo”, lo cual es una
síntesis elocuente del tomismo.

A lo largo de esta empresa filosófica a gran escala que abordó Santo Tomás, el de
Aquino no deja de ser muy escrupuloso con la distinción entre filosofía y religión o entre
la razón y la fe. En este momento resulta interesante hacer una pequeña pausa para
ocupamos de la compleja relación entre razón y fe, ya que fue un tema que ocupó a Santo
Tomás.

Razón y fe

Frente al problema que implica la relación entre razón y fe caben cinco posibles
alternativas que vendrían a ser las siguientes: 1- Eliminar la razón. 2- Eliminar la fe. 3-
Separar radical y antitéticamente la fe de la razón, como dos mundos por completo
heterogéneos y, por lo tanto, incomunicables. 4- Considerar la fe como supuesto de la
razón. 5- Distinguirlas y armonizarlas. Esta última será la que represente Santo Tomás.

Veámoslas por separado:

1- Eliminar la razón. El cristiano, lo primero que pudo hacer fue rechazar la


razón, declararla inadecuada para entender y captar los motivos y contenidos
de la fe. Ésta representaría, entonces, lo opuesto a la razón. La razón humana
no podría penetrar en el sentido de la Revelación. La razón sería, en el fondo,
algo demoníaco que no produce sino soberbia en el ser humano, presunción,
que lo hace verse alejado de la humildad con la que debería rendirse a la fe. Si

26 Tomismo: término con el que nos referimos a la filosofía fundada por Tomás de Aquino.
la razón se opone a la revelación, ello se debe a la debilidad de la razón.
Tertuliano (160-220 aproximadamente), violento enemigo de los filósofos, los
consideraba a todos patriarcas de los herejes. Su lema será “cedat curiositas
fid e i”, “que la curiosidad deje el lugar a la fe”. Al cristiano le bastaría esto,
pues no le haría falta buscar nada fuera de la fe. Esta “anti-filosofía” de
Tertuliano queda claramente condensada en la famosa fórmula “credo quia
absurdum”, “creo porque es absurdo”, expresión que, aunque no aparece
literalmente en su obra, manifiesta a la perfección su punto de vista. Esta
posición de eliminar la razón en la relación razón-fe no es exclusiva de los
primeros tiempos del cristianismo. La veremos aparecer, como una constante,
bajo formas distintas en distintos periodos, por ejemplo, en la época de Lutero
(1483-1546), de cuyo reformador es la expresión “prostituta razón”; también
en la de Kierkegaard (1813-1846): “Justamente lo absurdo es el objeto de la fe
y lo único en que puede tenerse fe”, frase con la que, de modo explícito, el
danés se refiere a Tertuliano. También, al menos en cierto sentido, en la época
de Unamuno (1864-1936), autor que la aborda en Del sentimiento trágico de
la vida, especialmente en el capítulo IV.

2- Eliminar la fe. En esta alternativa desaparece por completo el elemento de la


fe y no deja en pie más que a la razón. Si la Revelación se opone a la razón,
ésta no puede ser verdadera, lo cual puede decirse fácilmente, pero supone,
concretamente, rechazar el cristianismo o, al menos, no aceptar de él sino lo
que pudiera demostrarse racionalmente. Filósofos como Filón el judío (25 a.
C., muerto después del 50 d. C.) y Orígenes (185-254) reconocían que la
Revelación ofrece de forma alegórica verdades que sólo de ese modo son
accesibles al vulgo, pero que no tienen validez racional alguna. Por ejemplo,
en el siglo XI, Berengario de Tours (1000-1088) negó la transformación del
pan y del vino en la carne y la sangre de Cristo, aduciendo que era imposible
un cambio sustancial sin que a la vez cambiasen los accidentes; es decir, negó
la Transustanciación cristiana apoyándose en tesis filosófico-racionales. Sin
embargo, en lo fundamental, a pesar de estos tres autores citados, esta teoría
de la negación de la fe en su enfrentamiento con la razón es la característica de
los tiempos modernos, de los deístas como Voltaire, quienes hacia finales del
siglo XVII y en el XVIII, sostenían la posibilidad de una religión natural, es
decir, fundada solamente en la razón humana. También podríamos incluir en
este apartado a Hegel, en la medida en que para él la religión no es más que un
estadio en el desarrollo del espíritu absoluto, estadio que queda superado en la
filosofía, momento conceptual o racional del espíritu, lo cual implicaría cierta
minusvaloración de la religión en sí. Pero esto lo veremos más adelante.

3- Separar la fe de la razón. Esta tercera alternativa consiste en separar por


completo fe y razón y considerar que se trata de dos zonas incomunicables
entre sí, heterogéneas. Esta separación radical llega hasta el punto de que algo
puede ser verdadero en materia religiosa y falso para la razón, o viceversa.
Esto implica, entonces, que se puede ser cristiano en tanto creyente, y no serlo
en tanto filósofo. Ésta es la doctrina de la célebre doble verdad, muy difundida
durante la Edad Media, sobre todo a partir del siglo XIII, de manos de
Averroes y que representaría, a mi modo de ver, la situación espiritual del
periodo, vacilante entre dos autoridades: el pensamiento griego, de un lado, y
la tradición cristiana, del otro.

4- La fe como supuesto de la razón. Esta posibilidad se encuentra, por ejemplo,


en San Agustín. Para el de Hipona la fe es el presupuesto de la razón, la ayuda
o base firme con cuyo concurso puede llegarse a alguna comprensión de las
verdades últimas, si bien dentro de los límites que impone la naturaleza
humana. La célebre fórmula que representa las características de esta opción
es “credo ut intelligam ”, “creo para comprender”. A finales del siglo XI, San
Anselmo (1033-1109), del que ya vimos su célebre argumento ontológico
sobre la existencia de Dios, dice que escribe desde el punto de vista de alguien
que se esfuerza en elevar su mente a la contemplación de Dios y que trata de
entender lo que cree, el punto de vista de la “fides quaerens intellectum ”, “la
fe en busca del entendimiento”. San Anselmo: “No trato de entender para
creer, sino que creo para entender. Pues creo que no puedo entender sin haber
creído antes”.
5- Distinguir y armonizar razón y fe. Ésta será la propuesta de Santo Tomás,
también conocido como “doctor angelicus”. La solución que presenta es un
modelo de equilibrio, y es la actitud que quedará dominante en la filosofía
cristiana. El de Aquino reconoce que razón y fe son diferentes; sin embargo,
no admite que sean opuestos, sino perfectamente armónicos. Es imposible que
razón y revelación se contradigan, porque ambas proceden de Dios, que es la
verdad misma. Filosofía y teología tendrían un mismo objeto: Dios. Dios sería
estudiado mediante la luz natural de la razón como causa primera de todos los
entes, y también se estudiará como fin hacia el que se orienta la salvación del
hombre, y conocido mediante la luz sobrenatural de la revelación de la fe. La
filosofía se ocuparía de las verdades naturales y la fe se ocuparía de las
sobrenaturales.

La importancia de Santo Tomás como vertebrador fundamental del pensamiento


medieval es enorme. No se entendería el desarrollo intelectual de este periodo de la
historia humana sin la influencia tremenda de este filósofo. Impartió su magisterio por
toda Italia e irradió al resto del mundo occidental. Aún se conserva en un convento
napolitano la mesa donde almorzaba, especialmente diseñada para él, porque era un
hombre tan voluminoso que necesitó que le hicieran un gran recorte semicircular a la
madera para poder meter la barriga por él y acercarse a los alimentos.

Las posturas adoptadas por Tomás de Aquino fueron criticadas por Duns Scoto
(1266-1308), que representa, en algunas facetas técnicas, el summum como filósofo
escolástico medieval. Su exposición y disección de los argumentos es tan meticulosa que
aquellos que se aproximan a su estudio acaban volviéndose como él. Scoto siempre
sostuvo con honestidad la distinción entre razón y fe y, aunque creía en la inmortalidad
del alma, afirmaba que ninguna de las llamadas pruebas de ello probaba nada, en
realidad27. Su filosofía representa una reacción contra las ideas de Aristóteles y de Santo
Tomás.

Teólogos posteriores como Guillermo de Ockham (1285-1347) continuaron la


senda escolástica con enredados problemas de lógica, lenguaje y significado. Ockham
también fue un nominalista que observó que mucha de la filosofía académica no era más
que palabrería sobre entidades imaginarias sin existencia real. Pensaba que las grandes
verdades son, generalmente, simples, de modo que es tonto e insensato preferir una
respuesta complicada a una más simple. Este principio es conocido como “la navaja de
Ockham” y ha sido de grandísima influencia en la ciencia, aunque no en la filosofía,
desafortunadamente. Guillermo de Ockham diría que es equivocado hacer con más lo que
puede hacerse con menos. El principio de la navaja de Ockham puede expresarse así: de
dos explicaciones alternativas para el mismo fenómeno, la más complicada es más
probable que tenga algo erróneo en su interior y, por lo tanto, en el caso de que las otras
consideraciones sean iguales, la más simple es la más probable que sea correcta. Siendo
esto así, debemos siempre, en el transcurso del intento de hacer funcionar una explicación
de algo, asumir lo mínimo que haya que asumir, para disminuir las posibilidades de caer
en el error. Los entes no deben proponerse innecesariamente.

Guillermo de Ockham desarrolló un empirismo de tan amplio espectro y tan


abarcador que, en retrospectiva, parece casi un precursor de las famosas escuelas
británicas de filosofía empírica, con Locke, Berkeley y Hume a la cabeza. Ockham
argumentaba que hay una cosa como la necesidad en lógica, pero no en el orden natural
de las cosas: en la naturaleza incluso regularidades siempre cumplidas son contingentes,
lo cual en terminología filosófica viene a significar que pueden no ocurrir, que las cosas
podrían ocurrir de otro modo. Esto significa que no podemos alcanzar ningún
conocimiento del mundo simplemente a través de la argumentación lógica o la

27 El filósofo norteamericano C. S. Peirce se refería a Duns Scoto como “el metafisico más profundo que
jamás ha existido”. Otra curiosidad sobre la personalidad de este pensador es que la palabra inglesa
“dunce” que significa burro, tonto, fue acuñada por sus detractores tras su muerte a partir de su nombre.
especulación. En su lugar, tenemos que mirar las cosas tal y como son, y solamente la
observación y la experiencia son las que pueden aportamos una base fiable para el
conocimiento del mundo y de la naturaleza.

Con Guillermo de Ockham el camino intelectual está abierto para una nueva
aproximación hacia el conocimiento, una forma de hacer las cosas que podemos pensar
como científica.

Esencia y existencia

La distinción entre estos dos conceptos, desarrollada por Santo Tomás de Aquino,
ha jugado un papel fundamental para la filosofía desde entonces. No quiero dejar atrás un
asunto tan sutil e interesante.

La esencia de una cosa es lo que esa cosa es, y es un asunto separado de la


cuestión sobre si existe o no existe. Un ejemplo sencillo puede dejar las cosas un poco
más claras. Si un niño nos pregunta qué es un unicornio, nosotros podemos responder que
es un caballo blanco, elegante, gracioso, con un cuerno largo en forma de espiral que sale
de su cabeza. Si el niño sigue preguntando y nos dice: ¿existen los unicornios? Nosotros
deberíamos responder: no, no existen. En este ejemplo, la primera de las dos respuestas
se habría dirigido a la cuestión de la esencia y la segunda se ocuparía de la cuestión de la
existencia. Si el niño continúa preguntando, por ejemplo sobre tigres, podemos
responderle con gran detalle sobre esos animales, pero por más detallada y completa que
sea esa descripción el niño todavía tiene que preguntamos: pero, ¿existen? Porque por la
descripción en sí misma no tiene elementos de juicio para saber si los tigres existen o no.
Eso siempre será una pregunta separada, distinta. Esta distinción fue la base sobre la que
se sustentó Santo Tomás para rechazar el argumento ontológico de San Anselmo sobre la
existencia de Dios. La definición de Anselmo nos ofrece datos sobre la esencia de Dios,
pero ninguna caracterización de la esencia, por más exhaustiva que sea, sirve para
garantizar la existencia.
Santo Tomás se ocupó, con excepcional perspicacia, de la cuestión de qué
significa para una cosa existir. Si una cosa es sólo esencia, tiene el potencial para la
existencia, pero su existencia, sin embargo, no es real. Si asumimos que Dios creó el
mundo según sus deseos, la esencia del mundo ha debido de anteceder a su existencia
real. Sin embargo, y esto es muy importante para los matices filosóficos medievales, la
propia esencia de Dios no puede haber precedido a su existencia, de modo que, por
decirlo de alguna manera, Dios debe ser pura existencia.

Después de este planteamiento del problema por parte del filósofo de Aquino,
generaciones y generaciones de filósofos han discutido sobre la cuestión de qué es
anterior, si la esencia o la existencia.28

Lecturas recomendadas para el capítulo II:

San Agustín, Confesiones', La Ciudad de Dios.

San Anselmo, Sobre la verdad', Proslogion; Monologio.

Santo Tomás, Tratado de la ley; Tratado de la justicia; Opúsculo sobre el


gobierno de los príncipes.

Pedro Abelardo, Historia de mis calamidades; Diálogo entre un filósofo, un judío


y un cristiano; Conócete a ti mismo.

Guillermo de Ockham, Comentario a las sentencias; Pequeña suma de filosofía


natural.

28 Y este viejo problema vuelve a responder a la cuestión de si el filósofo sentía afinidad por Aristóteles o
por Platón. La noción de que la esencia debe siempre preceder a la existencia deriva, obviamente, de Platón
y su teoría de las Ideas o Formas, mientras que la aparentemente contraria afirmación de que sólo a partir
de nuestro conocimiento de cosas ya existentes podemos derivar cualquier noción de esencia, y que cada
objeto particular necesita primero existir antes de que pueda poseer ninguna de las características atribuidas
a sí mismo por un sujeto cognoscente, es una visión aristotélica. El paralelismo entre esta disputa y la
discusión sobre la naturaleza de los universales es, también, evidente.
E. Gilson, El ser y la esencia.

G K. Chesterton, Santo Tomás de Aquino.

F. Copleston, Historia de la filosofía', El pensamiento de Santo Tomás.

También podría gustarte