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EL PECADO ORIGINAL

Antecedentes
La esencia de cualquier doctrina cristiana acerca del pecado original, afirma que éste es una
debilidad, contraída por Adán, como castigo a su desobediencia y transmitida a sus descendientes.
Los incapacita para obrar el bien sin la gracia de Dios, aunque los deja libres para hacer el mal,
provocando así la justa condenación de Dios.
El pecado original puede ser concebido en dos formas:
a) Médicamente, semejante a una infección de la cual no es responsable el individuo,
b) Jurídicamente, como una responsabilidad legal heredada, por la cual todo ser humano merece
la condenación, independientemente de todo pecado personal añadido.
La doctrina del Agustín de la última época es del segundo tipo: Desde el momento de su concepción
los seres humanos heredan de Adán la culpa que los condena automáticamente, a no ser que sean
limpiados de esa culpa por el bautismo. Sin embargo, aunque el bautismo libra de la culpa del
pecado, no quita su influencia, y por lo tanto, hombres y mujeres tienen que luchar durante su vida
contra la inclinación al pecado que permanece dentro de su naturaleza. (conscupiscencia)
Resumen de la doctrina agustiniana acerca del pecado original
Agustín señala que Dios creó la raza humana para rellenar el vacío que habían dejado en el cielo los
ángeles rebeldes. Adán tenía en el Edén, aunque mortal, todos los bienes necesarios del cuerpo y del
alma, y una inmortalidad condicionada al mandato divino de no comer del árbol prohibido. Aunque
creado inocente, Adán disfrutaba del don del libre albedrío y podía usarlo, ya para obedecer la
voluntad de Dios y ser feliz, o para seguir su propia inclinación y erigirse en lugar de Dios,
incurriendo en un justo castigo. Se le dio una ayuda para poder obedecer a Dios, y por el hecho de
haber pecado, cuando podía haber perseverado tan fácilmente, hizo que su desobediencia fuese una
abierta rebelión contra Dios, castigada con una muerte física en este mundo y con otra espiritual en
el otro.
No fue Adán sólo el que pecó, sin embargo. Toda su posteridad estaba presente seminalmente en
sus lomos cuando desobedeció y de ese modo participó en su acción, compartiendo justamente la
culpa y el castigo. Llegó a ser una massa peccati (masa de pecado), mereciendo justamente la
condenación, de la cual muy pocos son librados por la misericordia de Dios, sin ningún mérito de su
parte.
La culpa del primer pecado de desobediencia de Adán se transmite a sus descendientes en el
momento de la generación por medio de la concupiscencia, es decir, por un deseo sexual
incontrolado, una inclinación particular de la condición del hombre caído. Nadie puede ser librado
de la massa peccati por sí mismo. La libertad que queda en el hombre caído sirve sólo para pecar.
Solamente la gracia de Cristo, el Mediador entre Dios y los hombres, es la que cura a la humanidad
y la hace libre.
Esta curación y liberación se confieren por el bautismo, el sacramento instituido y ordenado por
Cristo. Después, la gracia divina es necesaria para toda obra buena hasta que el elegido, después de
esta vida, pueda gozar de la libertad final, es decir, la pérdida de la libertad para pecar. Estos
elegidos son un reducidísimo número de la raza humana, comparados con el número de los
perdidos. Aun los niños no bautizados serán trágicamente condenados, aunque no hayan cometido
pecado personal alguno añadido a la culpa heredada de Adán.
I. PROCESO HISTÓRICO DE LA TEOLOGÍA AGUSTINIANA ACERCA DEL PECADO
ORIGINAL
El pecado original y la necesidad del bautismo de los niños
Agustín, en la controversia pelagiana, se refiere constantemente a la afirmación del Credo, a saber,
que no hay más que un solo bautismo para la remisión de los pecados. Aquí, los pelagianos llevaban
una desventaja: rechazaban toda noción de transmisión del pecado original, lo que consideraban
como doctrina opinable, no como herejía. Pero al mismo tiempo, ellos aceptaron y aprobaron el
bautismo de los niños. Los pelagianos intentaron justificar el bautismo de los niños a su propio
modo, considerando que lo que los niños obtenían del bautismo era la santificación en Cristo y no la
remisión de los pecados.
Según Agustín, frente al bautismo de los niños no hay que esperar a que siga teniendo el pecado
original, así como no hay que esperar a que un enfermo empeore para mejorarle, sino que hay que
esforzarse por curarle lo más rápido posible. Agustín frente a la doctrina de Tertuliano resaltó un
elemento nuevo que es: el sentido de la participación en la caída de Adán de todos sus
descendientes, quienes estaban presentes en sus lomos en el momento en que desobedeció el
mandato divino de no comer el fruto prohibido. Es este sentido de culpa heredada (reatus) la esencia
del pensamiento de Agustín sobre el pecado original. El problema de la muerte prematura continuó
preocupando la mente de Agustín en sus últimos años. En el Enchiridion, hacia el 421/2, sintió la
necesidad de explicar que la muerte prematura no privará de la vida eterna a los regenerados por el
bautismo.
La libertad como causa del pecado contra los maniqueos
Según los maniqueos, el hombre se componía de espíritu y de materia. El espíritu era bueno y la
materia mala. Adán, según esto, era un vástago de padres demoníacos y un compuesto de espíritu
que es luz, y de materia que es obscuridad. Según esta doctrina, el pecado de Adán era inevitable;
era la obra del elemento obscuro dentro de él. De ahí que el hombre no era ni podía ser libre.
Mientras él estaba en su cuerpo, estaba obligado necesariamente a pecar.
Frente a esta doctrina Agustín señaló que el mal era privación del ser y no una substancia. X tanto
Adán no estaba condenado a pecar. El segundo paso en su ataque al maniqueísmo fue el argüir que
Adán pecó por su propio libre albedrío, y por lo tanto, fue culpable moralmente, lo cual no hubiera
sucedido si él no hubiera tenido control de sus acciones. Agustín considera que el pecado surge de
un movimiento del alma que llama lívido, una forma mala de cupiditas. La lívido es esencialmente
un deseo de cosas buenas más bajas, buenas en sí mismas, pero no sumamente buenas, en
preferencia al bien supremo que es Dios. Por tanto, el primer interés de Agustín consistía en
explicarse cómo Adán, bueno por naturaleza, vino a apartarse de Dios y pecar.
II. ANÁLISIS DE LA DOCTRINA AGUSTINIANA SOBRE EL PECADO ORIGINAL
El libro De peccatorum meritis et remissione
Durante la controversia pelagiana Agustín señaló: Adán fue creado con un cuerpo mortal, pero si no
hubiera pecado, hubiera sido transformado en un cuerpo espiritual e inmortal, sin experiencia de
muerte. Cuando pecó, todos sus futuros descendientes pecaron en él, estando presentes
seminalmente en sus lomos en el momento de la caída. Participaron en la culpa de Adán y así
incurrieron en la pena justa de la condenación eterna. Toda la humanidad ha heredado el pecado
original desde Adán de manera similar y de forma más ventajosa todos han sido justificados en
Cristo, con el resultado de que los recién nacidos, para obtener su remisión, necesitan el bautismo.
Si éstos no logran recibirlo, son condenados, aunque a una pena levísima. Todos los no bautizados
están bajo la ira de Dios porque heredan el pecado original. El bautismo devuelve la justicia y la
salvación por la gracia de Cristo, incluso a los niños. «Que esto acontece en el sacramento del
bautismo dado a los párvulos, lo cree sin duda la madre Iglesia, a quienes presta su corazón y
boca maternal para que sean formados con los sagrados misterios, porque todavía no pueden creer
con el corazón para su justificación ni confesar la fe con su boca para salvarse» (cfr. Rm 10,10).
La muerte de Adán se transmite a sus descendientes por el deseo sexual, concupiscencia o libido, y
es curado solamente por Cristo, el Mediador entre Dios y los hombres. Habiendo nacido de una
virgen, fue exento por consiguiente de la herencia fatal y pudo así ser un sacrificio por los pecados
de la humanidad caída. Según esto, Dios no es la causa de nuestros pecados, aunque no podamos
evitar el pecado sin su ayuda; y cuando vencemos el pecado, no tenemos motivo alguno de
gloriarnos en nada bueno que podamos hacer. María, con todo, fue un caso particular.
Traduccionismo y creacionismo en relación con el pecado original
Agustín reconoce que hay una dificultad respecto a la transmisión del pecado original en el caso de
que no se acepte la visión de que, mientras el cuerpo es formado por generación física, el alma
individual es creada directamente por Dios. Eso significaría que es el cuerpo el que hace al alma
culpable y no que la culpa del alma es la que debilita y corrompe al cuerpo que, como creación de
Dios, es bueno por naturaleza. Éste fue el problema que nunca resolvió de forma satisfactoria,
dudando hasta el final de su vida entre traduccionismo y creacionismo.
A la objeción de que los niños de padres bautizados no tendrían lógicamente necesidad del
bautismo para la remisión del pecado heredado (sus padres ya estaban libres de él), replica Agustín:
Bajo la Vieja Ley, el hijo de un padre circuncidado necesitaba de la circuncisión. De este modo un
cristiano se hace, no por generación, sino por regeneración, es decir necesita del bautismo para
serlo.
LA CONTROVERSIA SEMIPELAGIANA
Consolidación de la doctrina agustiniana
Frente a la controversia semipelagiana, dos doctrinas teológicas, recalcó especialmente.
Primeramente, el carácter inmerecido de la gracia, tanto el adiutorium sine quo non, que Adán había
poseído en el Edén, cuanto el adiutorium a quo necesario ahora para la humanidad caída. La
predestinación divina era simplemente el preconocimiento de aquellos a los que elegiría para darles
la gracia, por medio de la cual creerían. El resto de la humanidad se quedaría en la massa
perditionis con Tiro y Sidón.
En segundo lugar, Agustín comparó sus propias ideas acerca de la condición de Adán en el Paraíso,
donde tenía toda clase de bienes del cuerpo y del alma más una inmortalidad condicionada a una
obediencia fácil al mandato de Dios, contra la idea pelagiana del Edén, en el que, según ellos, había
toda clase enfermedad y muerte para sus pobladores igual que hoy. Así, la felicidad de Adán había
sido supeditada a las fuerzas impuestas por su condición de creatura y por el mandato de su
Creador. Cuando desobedeció, se arruinó, y no sólo Adán sino toda su descendencia que estaba
presente seminalmente en su cuerpo, y así participó de su culpa y castigo".
La transmisión de la culpa original
Su posición era perfectamente clara cuando comenzó a escribir el De peccatorum meritis et
remissione: La concupiscencia comunica la culpa del pecado de Adán y, después que la culpa ha
sido lavada en las aguas del bautismo, continúa siendo la causa del pecado aun en los bautizados.
La concupiscencia no es un pecado en sí misma; es llamada pecado porque ha sido corrompida por
el pecado, de tal forma que en la procreación se propagan simultáneamente dos cosas: la naturaleza
humana que es buena, y el vicio de la naturaleza que es malo. Es esta visión de la concupiscencia la
que condiciona la teoría de Agustín sobre el deseo sexual en la caída humana. En su origen es
fundamentalmente bueno y hubiera existido en el Paraíso. Allá, sin embargo, habría sido totalmente
sujeto a la voluntad del hombre y dirigido a su propio fin, es decir, a la procreación de los hijos. En
una humanidad caída, precisamente por estar viciado, se hace pecaminoso cuando se dirige a otro
fin que no sea la procreación. De ahí que el bien del matrimonio debe distinguirse de la enfermedad
de la concupiscencia.
La culpa del pecado de Adán fue por lo tanto transmitida a cada uno de sus descendientes por la
concupiscencia, presente inevitablemente en la copulación. Por esta razón, cuando la Palabra de
Dios se encarnó por la salvación del hombre, su cuerpo humano nació de una virgen, y en aquella
concepción única no hubo elemento alguno de deseo sexual. Por consiguiente, su fruto inmaculado
podía ofrecerse dignamente por los pecados del mundo. Sin embargo, está claro en Agustín que la
naturaleza humana de Cristo no fue elegida por algún mérito preexistente de alguien, siendo por lo
tanto un ejemplo supremo de la gracia de Dios. Todos los demás seres humanos están infectados
por la culpa transmitida por la concupiscencia, y por lo tanto responsables de condenación si
mueren sin bautismo. Los niños, sin embargo, que no han añadido ningún pecado personal al
heredado de Adán, tendrán una pena ligerísima: «Suavísima será sin duda la pena de aquellos que,
fuera del pecado original, ningún otro cometieron». Asistencialismo
EL ÚLTIMO DEBATE CON JULIÁN DE ECLANA
La naturaleza frente a la gracia
Julián, pelagiano, negaba que hubiese una transmisión del pecado de Adán. Tenía también una
visión de la justicia que difería de la de Agustín. Se parecía a la definición tradicional de justicia, es
decir, la virtud que asigna a cada uno lo suyo. Fue por esta razón que Julián encontró la doctrina de
Agustín respecto a la condenación de los niños sin bautismo particularmente repugnante. Era injusto
y Dios no puede ser otra cosa que justo y benevolente (pius). De nuevo, ninguno puede ver como
pecado cualquier acción que no puede evitarse.
Julián acusaba a Agustín de que en sus últimos años, había vuelto a sus creencias maniqueas de
juventud, a saber, que los niños eran considerados culpables por Dios de un pecado que no podían
evitar. Julián negaba toda transmisión del pecado de Adán, concluía que la libertad no podía jamás
perderse, aun pecando repetidamente: «El libre albedrío es tan pleno después del pecado como lo
era antes de pecar». Esto iba en contra de la creencia de Agustín en la debilidad de la voluntad
pecadora del hombre, causada por la caída; una doctrina que Julián interpretaba como si hiciera a
Dios autor del mal. A lo que Agustín contesta que «creó Dios la naturaleza de los hombres, que se
hicieron malos por el vicio, que él no hizo; mal del que saca bienes, aunque los hombres creados
por él sean malos; porque él los hizo en cuanto hombres no en cuanto malos».
Cristo-centrismo agustiniano frente al pecado original
Es dudoso que haya hoy un teólogo cristiano que mantenga la doctrina agustiniana del pecado
original, precisamente en los términos en que la propuso Agustín. Muy pocos aceptarían la opinión
de que el número de aquellos que sin falta alguna propia, mueren sin bautismo y por tanto
condenados eternamente, no preocupe a un Dios justo. Sin embargo, es paradójico el hecho de que
el rigor de la doctrina de Agustín provenía de su pensamiento cristo-céntrico. Estaba convencido de
que uno tiene que estar o en Adán o en Cristo, y no podía haber otra forma de estar en el Cuerpo de
Cristo que, por medio del bautismo, el sacramento que Cristo mismo había instituido. La única
excepción a esa regla era el martirio. Y así llegó a la conclusión de que todos los que mueren sin
bautismo deben ser condenados, aun por una ofensa que no eran capaces de evitar.

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