Está en la página 1de 10

LAPEX

ENSAYO DE:

TEOLOGÍA
HISTÓRICA

JESUS RIVERA

2022
AGUSTÍN DE HIPONA
¿QUIÉN FUE AGUSTÍN?

San Agustín nació el 13 de noviembre de 354 en Tagaste, una antigua ciudad en

el norte de África sobre la que se asienta la actual localidad argelina de Souk

Ahras, situada entonces en Numidia, una de las provincias del Imperio romano.

Los eruditos generalmente están de acuerdo en que Agustín y su familia eran

bereberes, un grupo étnico indígena del norte de África.

Su padre, llamado Patricio, era un pequeño propietario pagano y su madre,

llamada Mónica, es puesta por la Iglesia como ejemplo de mujer cristiana, de

piedad y bondad probadas, madre abnegada y preocupada siempre por el

bienestar de su familia, aún bajo las circunstancias más adversas.

Mónica le enseñó a su hijo los principios básicos de la religión cristiana y, al ver

cómo el joven Agustín se separaba del camino del cristianismo, se entregó a la

oración constante en medio de un gran sufrimiento. Años más tarde Agustín se

llamará a sí mismo «el hijo de las lágrimas de su madre».

Fue en Milán donde se produjo la última etapa antes de la conversión de Agustín

al cristianismo. Allí, empezó a asistir como catecúmeno a las celebraciones

litúrgicas del obispo Ambrosio, quedando admirado de su predicación y de su

corazón. Ambrosio le hizo conocer los escritos de Plotino y las epístolas de Pablo

de Tarso y gracias a estas obras se convirtió al cristianismo y decidió romper

definitivamente con el maniqueísmo, una filosofía que había adoptado tiempo

atrás.

En 385, Agustín se convirtió al cristianismo. En 386, se consagró al estudio

formal y metódico de las ideas del cristianismo. Se retiró con su madre y unos

compañeros a Casiciaco, cerca de Milán, para dedicarse por completo al estudio

y a la meditación.
El 24 de abril de 387, a los treinta y tres años de edad, fue bautizado en Milán

por el obispo Ambrosio. Ya bautizado, regresó a África, pero antes de

embarcarse, su madre Mónica murió en Ostia, el puerto cerca de Roma.

Ya como obispo, escribió libros que lo posicionan como uno de los cuatro

principales Padres de la Iglesia latinos.

Uno de los méritos singulares de Agustín ha sido la defensa de la doctrina de la

gracia, con que ha iluminado mejor la conciencia de la Iglesia.

Las doctrinas que Agustín desarrolló son debido a su lucha contra los errores

pelagianos y de la decisiva luz que su genio supo irradiar sobre las intrincadas

cuestiones de la caída

original y la gracia. A Agustín se lo considera como el fundador de la antropología

sobrenatural del cristianismo y esto debido a su teología:

➢ Del pecado original,

➢ Sobre la gracia

➢ La predestinación.

Agustín murió en Hipona el 28 de agosto de 430 durante el sitio al que los

vándalos de Genserico sometieron la ciudad en el contexto de la invasión de la

provincia romana de África.

EL PELAGIANISMO Y SEMIPELAGIANISMO

Agustín obtuvo el título de doctor de la gracia en su lucha contra una herejía que

amenazaba las bases del cristianismo. Agustín indicó:

"Hemos comprobado que cada una de las herejías ha traído a la

Iglesia cuestiones propias, contra las cuales era necesario defender

la divina Escritura con más ahínco que si la necesidad no nos hubiera


obligado a ello. ¿Y cuál fue el motivo que nos obligó a exponer con

más copia y esmero los textos de la sagrada Escritura donde se nos

recomienda la predestinación, sino la doctrina de los pelagianos,

según la cual la gracia de Dios se da conforme a los méritos? Lo cual

equivale a negar la gracia".

El combate contra el error le hizo penetrar más profundamente en la esencia del

cristianismo. Agustín y Pelagio encarnan dos tendencias antagónicas del espíritu

humano

con respecto a la revelación sobrenatural; la una tradicionalista y vivamente

religiosa, que se apoya en el Antiguo Testamento, en el Evangelio y en las cartas

de Pablo, e insiste sobre la soberanía de Dios, la conciencia de la debilidad

humana, la incapacidad del libre albedrío para salvarse por sí mismo y afirma la

primacía de la gracia y de la elección divina en el orden de la salvación; la otra,

de tipo racionalista, exalta la libre actividad moral del hombre como medio de

salvación.

Pelagio creía que el hombre tiene la capacidad de ser bueno y justo, para

salvarse a si mismo, para él la justicia consiste en el minucioso cumplimiento de

la ley con la esperanza de las recompensas temporales. El fariseo se gloría de

sí mismo como artífice único de sus obras morales, y busca la alabanza humana

por ellas con orgullo.

Pelagio, exagerando las fuerzas del libre albedrío y la suficiencia de la ley, forjó

una espiritualidad del tipo farisaico. Fíjese cómo enseñaba a orar a una tal

Juliana: "Vos sabéis, Señor, cuan santas, cuan inocentes y limpias de todo

engaño, rapiña e injusticia están las manos que elevo a vos; cuan justos,
inmaculados y libres de toda mentira están los labios con que os dirijo mis preces

implorando vuestra piedad".

Evidentemente, ésta no es la oración del publicano y del cristiano, sino la del

fariseo, con un lenguaje mimoso y adulatorio.

Pelagio heredó y exageró la tendencia optimista, incurriendo en gravísimos

errores, que anulaban completamente el misterio de Cristo. Contra el humanismo

cristiano de Agustín, él se forjó un humanismo naturalista, orgulloso y duro, que

hubiera hecho imposible la creación de personalidad cristiana.

El pelagianismo anula completamente el dogma de la redención y de la gracia.

Con él el hombre vuelve a la paganía y al judaísmo, como si Jesucristo no

hubiera venido al mundo para una mejora substancial de relaciones con Dios y

una nueva forma de existencia para la persona humana.

Negaron la gracia de Dios, por la que somos predestinados en Cristo para ser

hijos de Dios y libertados de la potestad de las tinieblas, aunque al fin, admitieron

un auxilio divino para obrar más fácilmente.

La gracia admitida por ellos es el libre albedrío, concedido por Dios a la

naturaleza humana sin ningún mérito precedente, y la ayuda que El presta es la

de la ley y la doctrina

para que aprendamos lo que hemos de hacer y esperar.

El pelagianismo se interesa ante todo en la teología de la gracia, al igual que

Agustín. Solo que Pelagio rechaza la doctrina del pecado original, negando por

lo mismo la misma gracia, que es entendida por Pelagio como ayuda interior, y

que permite una observancia salvífica de la ley moral. Esta doctrina será

difundida por Julián de Edamo y Celestio, que serán los que transcriban la

doctrina de Pelagio.
Pelagio aborda el tema de la voluntad libre del hombre, que Dios le ha dado

desde el momento de la creación, y que se le ha llamado como libre albedrío,

por el cual, todo hombre tiene la capacidad de elegir de un modo nato entre el

bien o el mal. Cuando al hombre se le otorga la gracia es capaz de realizar cosas

mejores. Admite la gracia y el perdón de los pecados. La gracia solamente facilita

el bien; el perdón no es una transformación interior del hombre. La redención de

Cristo sobre el hombre se reduce al buen ejemplo, así como Adán nos causó

daño por su mal ejemplo, por tanto, los pecados cometidos por su familia son

imitación.

AGUSTIN, DIFERENCIA ENTRE LA PREDESTINACIÓN Y LA GRACIA

Tomado del libro de Agustín tomo 6, tratados sobre la gracia:

Del mismo modo, cuando afirmé "que la virtud salvífica de esta religión no

ha faltado a nadie que fuese digno de ella y que no ha sido digno aquel a

quien ha faltado", si se discute o investiga por qué cada uno es digno, no

faltan quienes afirmen que por la voluntad humana; más nosotros

sostenemos que por la gracia o predestinación divina. Ahora bien: entre la

gracia y la predestinación existe únicamente esta diferencia: que la

predestinación es una preparación para la gracia, y la gracia es ya la

donación efectiva de la predestinación.

Y así lo que dice el Apóstol: No por las obras, para que nadie se gloríe; que

hechura suya somos, creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras,

significa la gracia; más lo que sigue: que Dios de antemano dispuso para

que caminásemos en ellas, significa la predestinación, la cual no puede


darse sin la presciencia, por más que la presciencia sí que puede existir sin

la predestinación.

Por la predestinación tuvo Dios presciencia de las cosas que Él había de

hacer, por lo cual fue dicho: El hizo lo que debía ser hecho. Mas la

presciencia puede ser también acerca de aquellas cosas que Dios no hace,

como es el pecado, de cualquier especie que sea; y aunque hay algunos

pecados que son castigo de otros pecados, por lo cual fue dicho: Entrególos

Dios en manos de una mentalidad réproba, de modo que hiciesen lo que

no convenía, en esto no hay pecado de parte de Dios, sino justo juicio. Por

tanto, la predestinación divina, que consiste en obrar el bien, es, como he

dicho, una preparación para la gracia; más la gracia es efecto de la misma

predestinación. Por eso, cuando prometió Dios a Abrahán la fe de muchos

pueblos en su descendencia, diciendo: Te he puesto por padre de muchas

naciones, por lo cual dice el Apóstol: Y así es en virtud de la fe, para que

sea por gracia, a fin de que sea firme la promesa a toda la posteridad, no

le prometió esto en virtud de nuestra voluntad, sino en virtud de su

predestinación.

Prometió, pues, no lo que los hombres, sino lo que El mismo había de

realizar. Porque si los hombres practican obras buenas en lo que se refiere

al culto divino, de Dios proviene el que ellos cumplan lo que les ha

mandado, y no de ellos el que El cumpla lo que ha prometido; de otra

suerte, provendría de la capacidad humana, y no del poder divino, el que

se cumpliesen las divinas promesas, y así lo que fue prometido por Dios

sería retribuido por los hombres a Abrahán. Pero no fue así como creyó

Abrahán, sino que creyó, dando gloria a Dios, convencido de que Dios era
poderoso para cumplir lo que había prometido. No dice el Apóstol "predecir"

ni dice "prever", porque también es poderoso para predecir y prever las

acciones de las demás cosas, sino que dice que es poderoso para hacer,

y, por consiguiente, no las obras extrañas, sino las propias.

Ahora bien: ¿por ventura prometió Dios a Abrahán en su descendencia

solamente las obras buenas de los pueblos gentiles, de modo que

prometiese así lo que El hace, y no le prometió, en cambio, la fe, cual si

ésta fuera obra de los hombres, de suerte que para promotor lo que El hace

tuvo presciencia de la fe que debía ser obra del hombre? No es ciertamente

tal lo que dice el Apóstol, sino que Dios prometió a Abrahán hijos que

seguirían las huellas de su fe; esto lo afirma clarísimamente.

Pero si sólo prometió Dios las obras y no la fe de los gentiles, como quiera

que no pueden existir las buenas obras si no es por la fe —porque el justo

vive de la fe, y todo lo que no es según la fe es pecado, y sin la fe es

imposible agradar a Dios—, resultará que el cumplimiento de lo que Dios

ha prometido depende del poder del hombre. Pues si el hombre, sin la

gracia de Dios, no hace lo que le pertenece según su naturaleza, tampoco

podrá Dios hacer lo que corresponde a la gracia divina; es decir, que si el

hombre no tiene la fe de por sí, no cumplirá Dios lo que ha prometido, a fin

de que las obras de la justicia sean dadas por Dios. Y, por consiguiente, el

que Dios pueda cumplir sus promesas no dependerá ya de Dios, sino del

poder del hombre.

Más si la verdad y la piedad no son obstáculo para la fe, debemos creer,

como Abrahán, que Dios es poderoso para cumplir lo que ha prometido.


Porque prometió Dios a Abrahán hijos, que no podrían serlo sin tener la fe;

luego es Dios quien concede también la fe.

RESPALDO SEGÚN LAS ESCRITURAS

Agustín creyó que Dios es quien salva de acuerdo a su soberana elección, y esto

es por gracia, por medio de la fe.

Ahora veamos según las escrituras las enseñanzas de Agustín.

El nuevo testamento es especialmente claro que Dios a escogido a individuos

para salvación. Primero la predestinación está altamente ligada con los demás

de la aplicación de la redención, incluidos el llamado eficaz. La justificación, la

santificación y la glorificación (Ro. 8:29-30). Pablo nos enseña que la elección

de Dios está en Cristo (Ef. 1:4). Además el propósito de la elección de Dios es

para aquellos a quienes Él ha escogido para que se presenten santos y sin

manchas delante de Él como hijos adoptados (Ef. 1:5). Lucas narra la conversión

de los gentiles de Antioquía al observar que “creyeron todos los que estaban

ordenados para vida eterna” (Hch. 13:48), una afirmación explícita de que los

individuos creen porque están ordenados para vida eterna. De igual manera

Pablo les declara a los Tesalonicenses que Dios los había destinado a recibir la

salvación (1 Ts. 5:9). En (2 Ts. 2:13) que Dios los ha escogido desde el principio

para elección.

También podría gustarte